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Saint Seiya: Dos Tierras


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80 respuestas a este tema

#61 Wind-No-Joseph

Wind-No-Joseph

    Kaze-No-Seinto

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Publicado 01 abril 2016 - 10:14

Saludos, Rexo.

 

Hasta que me di tiempo de leer el segundo capítulo, cuyo desarrollo me aclaró algunas cosas.

 

Al inicio, eso del berserk me recordó a una magia y estado alterado del Final Fantasy VIII. Qué recuerdos.

 

Bastante bien manejado el trasfondo mitológico de la historia. Lo complementaste muy bien con los personajes que ya conocemos de la película, la Saga de Asgard y SoG. Muy buena idea la de incluir a los dos ejércitos como einherjar y los de Ragnarok.

 

Y bueno... me dejaste en la intriga con el diálogo final de Andreas... Bien jugado con ese cliffhanger, amigo.

 

Impecable tu forma de escribir, pero por allí cuando aparece Drbal noté esto:

 

 

Una voz resonó a través de toda la sala

 

—Asgard ya tiene a un dios.

 

 

Tras la narración hace falta un signo de puntuación.

 

Nos leemos en el siguiente capítulo. Un saludo.

 

Kaze~


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#62 Rexomega

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Publicado 26 abril 2016 - 14:35

Saludos

 

Heme aquí con el sexto capítulo de Dos Tierras, lo que significa que llevo ya medio año publicando a tiempo. *Aparecen pruebas de todas las veces en las que el capítulo salió adelantado o atrasado*. Bueno, más o menos. Puede parecer poco, pero luego de haber pasado tantos años sin publicar seguidamente la verdad es que este medio año se siente un regalo. ¡Muchas gracias a todos los que siguen esta historia!

 

Pentagram.

Spoiler

 

Wind no Joseph.

Spoiler

 

Y aquí viene el esperado capítulo, no sin antes agradecerles a ambos por los comentarios y pedir disculpas por mi empeño en responder siempre antes de publicar el capítulo y no al momento. Yo y mis incorregibles manías. 

 

 

Capítulo 6. Encuentro fortuito

 

—Es suficiente. Cuando llegue la noche y las bestias infesten esta prisión, no encontrarán nada bajo la nieve que deba importarnos.

 

Boden, subordinado inmediato del finado capitán Erik, volteó para mirar a quienes serían sus hombres. El fornido Ovlesser balanceaba el martillo en círculos, como buscando enemigos en el aire. Wilhelm, más bien esbelto, también parecía inquieto. Unos diez metros atrás, sentada sobre una de las elevaciones de piedra que llenaban el lugar, una joven arquera miraba hacia el horizonte; con su vista de águila, ningún hombre, bestia u hormiga podría acercarse a la prisión sin que lo viera venir. Y sin embargo aquellos ojos celestes no sirvieron para salvar a Erik, Stenn u Sven.

 

—Llevamos aquí todo el día, yo diría que sí es suficiente —dijo Ovlesser. Al ver que Wilhelm iba a añadir ago, le apuntó con el martillo, instándole a callar y obedecer—. Es suficiente, capitán.

 

—Solo un señor de Asgard puede decidir quién será nuestro próximo capitán —objetó la arquera.

 

—Boden era el hombre de confianza del capitán Erik —terció Wilhelm, buscando evitar la pelea sin sentido que Ovlesser llavaba horas deseando—. Es lógico que ahora sea nuestro capitán. ¿No es así, Elmina?

 

—¡Cállate, maldito crío! La elfa me habla a mí, así que yo le responderé… —Se acercó a zancadas a donde estaba la arquera—. Lo que el crío ha dicho: el capitán Erik murió y ahora Boden es nuestro líder. ¿Estás molesta porque a él no lo has seducido, elfa?

 

—¡Otra vez! —dijo Elmina, que no parecía temer al martillo que Ovlesser mantenía en alto—. Ni yo soy una elfa, ni seduje a nadie del grupo, ni Wilhelm es un crío. Os llevaréis… ¿Qué? ¿Cinco? ¿Seis años?

 

—Siete —aclaró Wilhelm en voz baja. No era un tema por el que iniciaría una discusión, mucho menos una pelea; Ovlesser nunca iba a dejar de verlo como el niño al que tuvo que cuidar y entrenar.

 

—¿Habéis oído? —gritó Ovlesser entre fuertes risas—. Con esas orejas largas como espadas y esa ropa que parece hecha de hojas de árboles… ¡Un verdadero guerrero se viste con las pieles de las bestias que caza!

 

—¿Como tú, que mataste a un oso con tus manos desnudas? —dijo Elmina, sarcástica. Era evidente que no se creía la historia de Ovlesser, quien siempre iba armado.

 

El fornido asgardiano rugió al tiempo que descargaba el martillo sobre la joven. Elmina pudo saltar en el último momento hacia los hombros de Ovlesser, los cuales usó para propulsarse a donde estaban Boden y Wilhelm.

 

—Yo lo maté —dijo Ovlesser entre dientes. Había destrozado casi dos tercios de la elevación de piedra y sus pies estaban aplastando los huesos del último hombre que fue prisionero a su sombra—. Al oso que mató a los Alioth. ¡Cien asgardianos huyeron de la bestia y yo la ahorqué con mis propias manos!

 

—No eran cien —quiso corregir Wilhelm, de nuevo entre susurros.

 

—No importa cuántos fueron —dijo Boden, quién había observado toda la escena en silencio, demasiado cansado como para poner orden—. Un señor de Asgard murió junto a su esposa, y quienes eran sus amigos huyeron. Huyeron —repitió con desprecio—, huyeron abandonando al niño que estaba llamado a ser el señor de esas tierras.

 

—Cobardes, capitán. ¡Cobardes! —gritaba Ovlesser, pisando una y otra vez los huesos de uno de aquellos hombres—. El señor Drbal hizo bien en castigarlos.

 

—Hizo que los ataran a estas rocas y dejó que se murieran de frío o de hambre. Eso es horrible, hacía tanto que nadie empleaba este tipo de castigo…

 

—Y por esa falta de decisión nos llenamos de cobardes. Media docena de hombres huyó de una batalla en la que un niño peleó, si no es que hasta el gorro presentó batalla. —Molesto, Ovlesser escupió sobre la piedra y la volvió a amartillar, reduciéndola a pequeños trozos—. ¡Un verdadero guerrero no huye jamás!

 

—No dudo que un bruto como tú pueda matar a un oso a golpes —admitió Elmina—. Pero la verdad es que nunca te he visto sin tu martillo, ni siquiera cuando duermes.

 

—¿Me ves cuando duermo? —dijo Ovlesser tras un brusco giro—. Tal vez quieras verme también en una situación donde no tenga el martillo en mis manos, elfa. ¿Es lo que quieres? ¿Probar en carne propia las manos que ahorcaron a ese maldito oso?

 

Antes de responder a la proposición, Elmina miró a Boden por encima del hombro. El capitán en funciones se pasaba la mano sobre la calva, como limpiando un sudor que no existía. Era claro que lo último que quería era seguir viendo peleas inútiles. Se suponía que estaban allí para velar por quienes habían muerto en batalla.

 

—Iré a avisar a Valgriud de que nos vamos —dijo luego de atarse el cabello—. Estoy de acuerdo contigo, Boden. Un día es suficiente.

 

—Aún no entiendo por qué el Valhalla envió a un einherjar aquí —se atrevió a decir Wilhelm en cuanto Elmina hubo desaparecido—. Incluso si el capitán Erik fue un soldado valioso, ya está muerto. ¿No bastamos nosotros para cuidar tres cadáveres?

 

—Hablas demasiado, crío.

 

—No, Ovlesser. Él tiene razón, es raro. Al principio pensé que era una excusa para vigilar los alrededores en busca de algún aliado del extranjero, pero lo cierto es que el Valhalla no tiene razones para mentirnos al respecto. Y luego está Elmina. Vino de ninguna parte y ahora es la única a la que el einherjar escucha. ¿Dónde estarán ahora?

 

—¿Dónde van a estar, capitán? Habrán ido a recoger frutos, uno encima del otro.

 

—No creo que haya frutos por aquí —dijo Wilhelm.

 

—Yo creo que sí, crío.

 

Ovlesser estalló en carcajadas, y esa vez ni siquiera Boden pudo evitar sonreír. Wilhelm, sin entender nada, fue a recoger las armas y las provisiones. Anduvo entre la serie de piedras un buen rato, preguntándose cuándo Ovlesser dejaría de reír, pero por mucho que miraba no era capaz de encontrar el par de hachas o el arco de Elmina, a pesar de que ya había visto varias veces el saco con la comida y bebida. 

 

—¿Ella llevaba el arco? No, ¿para qué? Valgriud siempre está cerca. Y además, mi arma y la de Boden deberían poder distinguirse a… ¡Oh, dioses!

 

Ovlesser abrió la boca para hacer gracia de Wilhelm una vez más, pero tan pronto lo hizo vio cómo flotaban tres armas en el cielo, girando alrededor de alguien.

 

—¡Está volando! ¡Brujería!

 

—¿Acaso es un einherjar?

 

Boden ya se daba cuenta de que aquella suposición era absurda mientras la formulaba. El extraño ser que levitaba en el aire como un ave sí que tenía las orejas largas y puntiagudas de un elfo, y una piel azul que no podía pertenecer a un ser humano.

 

—Metal común. Metal común —dijo el sujeto al ver las dos hachas, ambas el doble de grandes que una normal—. ¿Por qué el arco tiene esos símbolos? Lenguaje rúnico, creo. ¿Y el carcaj? ¿De qué sirve un arco si no hay flechas que disparar? Oh.

 

Los asgardianos escuchaban atentamente la conversación que aquel ser parecía sostener consigo mismo, en parte sorprendidos de poder entender lo que decía. Entre dientes, Ovlesser maldijo a Elmina, que una vez más se retrasaba en el peor momento posible.

 

—Tened cuidado —advirtió Boden—. Podría tratarse de un hechicero.

 

—Por cómo viste, sin duda lo es —dijo Ovlesser, sosteniendo con fuerza el mango del martillo, la única arma con la que contaba el trío.

 

—¿Dónde estoy, humanos? —cuestionó el mago, apareciéndose enfrente de fornido guerrero. Las hachas simplemente cayeron hasta clavarse sobre la nieve, mientras que el arco seguía flotando sobre la cabeza de ser—. Por favor, ¿podríais indicarme dónde estoy? ¿No habláis mi idioma?

 

El mago dio un paso, y Ovlesser retrocedió tres, casi chocando con Wilhelm y Boden. La superstición pudo más que el orgullo asgardiano esa vez. Y no era para menos: la larga túnica, negra por un lado y blanca por el otro, la coraza de escamas que le cubría el pecho, el yelmo dorado con la forma de un can, el cayado y la larga y espesa barba blanca. Aquel ser era sin duda un hechicero venido de las más antiguas leyendas.

 

—¿Es usted del pueblo de los Nibelungos? —preguntó Wilhelm. Le temblaban las piernas y tenía las manos sudorosas—. ¿Un elfo oscuro?

 

—Así que habláis mi idioma. ¡Pues claro que sí, si en mi época aún no teníais la maravillosa idea de construir esa torre! —exclamó, riéndose de bromas que solo él entendía. Solo se detuvo al caer en la cuenta de que aquellos hombres no dejaban de mirarle—. ¿Qué ocurre? ¿No conocéis la tragedia de Babel?

 

—Viste como un hechicero, señor —dijo Wilhelm, preguntándose de dónde estaba sacando el valor.

 

—Humano, tú y tus compañeros vestís pieles de oso y yo no he dicho nada. ¿Acaso yo te pregunto por qué llevas colgado al cuello un cuchillo sin filo? —acusó, señalando la pieza de madera que destacaba sobre el pecho de Wilhelm.

 

—Es un cuchillo ceremonial —terció Boden, mostrando el suyo con arrojo—. Somos berserkers, hechicero, perdemos nuestra razón cuando entramos en combate, y combatir es nuestra forma de vida hoy en día. Esta es la llave que mantiene sellada la ira del guerrero, bendecida por un sacerdote de Asgard, representante de los dioses. He sido honesto contigo, hechicero, y espero lo mismo. ¿Quién eres?

 

Ovlesser y Wilhelm vieron a Boden, admirando el arrojo que el capitán había demostrado a lo desconocido.

 

—¿Yo? A ver… —El mago empezó a golpearse la cabeza con el cayado, un gesto que parecía frecuente para el azulado ser—. Oribarkon, de los Telquines. Soy el creador de las escamas de la armada de Poseidón, y formo parte de una orden que seguro no te importa, así que no necesitas saber nada de ella.

 

—¿Telquines? ¿Poseidón?

 

—Mátalo Boden. ¡Es un maldito hechicero de Svartalfaheim!

 

—Yo soy un mago de Atlantis, jovencito maleducado —corrigió Oribarkon—. ¿Alguien me va a decir dónde estoy, o tendré que preguntárselo a gente más amable? ¡Quién sabe lo que le habrá pasado al señor Julian en mi ausencia! Complicado, el viaje ínterdimensional es demasiado complicado.

 

—Disculpe, señor. Ovlesser tiene 34 años, no es ningún jovencito.

 

—¿Con 34 años? Por supuesto que no. Es un crío de pecho. ¡Yo a mis diez mil apenas estoy entrando en la vejez!

 

Oribarkon rio con tanta fuerza que los berserkers, experimentados guerreros, volvieron a retroceder. Miraban en todas direcciones, esperando que la tierra se abriera o que cayeran rayos del cielo. Entonces, mientras Boden y Ovlesser sopesaban si era un buen día para morir, a Wilhelm se le ocurrió una idea.

 

—Disculpe otra vez, señor. ¿Dijo que está buscando a Julian Solo?

 

—Sí, ¿lo has visto? —cuestionó el mago con notable entusiasmo. Desconociendo el temor que los asgardianos le tenían, se acercó demasiado a Wilhelm. Este hizo un notable esfuerzo para no salir corriendo.

 

—Sabemos dónde está… pero… me preguntaba si… podría, ya sabe… ayudarnos con algo antes y… y entonces nosotros… usted… ¿Sabe, no?

 

—¿Vosotros habéis entendido algo? —Oribarkon se dirigía a Boden y Ovlesser, quienes cabecearon negativamente—. Pues repítelo otra vez, Willis, una explicación es buena cuando hasta un bebé la entiende.

 

—Está bien, señor, pero me llamo Wilhelm.

 

***

 

Ni Boden ni Ovlesser podían creerlo. Pasaron de estar velando los cuerpos de tres buenos hombres, a meterse en la odisea de encontrar el escondite de Mykene, León de Nemea, comandante de las hormigas. ¡Y con el respaldo de un hechicero!

 

—Es imposible encontrarlo antes de que ataque —explicó Wilhelm en cuanto supo que el mago Oribarkon estaba dispuesto a ayudarlo—. No levanta campamentos. No necesita reponer suministros. Mykene, es decir, Barbarroja, dirige un ejército de miles de soldados que parecen vivir del aire, sin necesidad de comerciantes, médicos o incluso mujeres que alivien la sed de sangre de los jóvenes, si usted me entiende.

 

—Conocí a Pandora, jovencito. Entiendo muy bien lo débiles que sois.

 

—Cuando quieren esconderse, lo hacen bien. Se dice que las hormigas pueden caminar entre las sombras. Nuestros exploradores no pueden seguir el rastro de esos seres, y por si eso fuera poco, una magia desconocida los protege de los einherjar; ellos poseen sentidos sobrehumanos, pueden percibir la fuerza vital de un hombre así esté en el otro extremo del reino, pero no pueden localizar a Mykene. Una vez lo escuché a las puertas del Valhalla, sin querer —aclaró—. Mykene lo llama la bendición de Rea Silvia.

 

—Demasiados nombres, Willis. Entiendo que quieres encontrar a alguien que un simple humano no puede encontrar. Alguien que puede detectar el cosmos de otros a la vez que oculta el suyo. Y viajan entre las sombras, ¿no es así? —Wilhelm asintió—. Dimensiones. Eso es complicado —admitió, mesándose la barba—. Si os ayudo con esto, ¿me diréis dónde está el señor Julian?

 

—Claro. ¡Claro!

 

—Pues en marcha, Willis, que el tiempo es oro.

 

El repentino giro de los acontecimientos provocó que, durante medio día de viaje, los berserkers siguieran ciegamente a Oribarkon, hasta que en la noche el mago reconoció que no tenía ni idea de adónde se dirigía.

 

—Estoy preguntando a esta tierra quién la invade, y ella me dice que lo tengo que descubrir yo mismo. El viento ni siquiera se digna a responderme.

 

Ovlesser, que estaba demasiado bebido para entonces, agarró el martillo y atacó al mago con toda intención de reventarle la cabeza. Al contacto con la piel azulada, el arma prácticamente rebotó. Oribarkon había convertido el metal en goma.

 

—O hacéis que el bebé se calme o lo convierto en sapo—amenazó Oribarkon.

 

—Ve a dormir, Ovlesser —ordenó el capitán Boden, quien realmente no se sentía el líder de aquel grupo guiado por el loco impulso de Wilhelm—. Necesitas descansar, ¡todos necesitamos descansar, maldita sea! ¿Cuándo vendrá Elmina? 

 

—¿Perdón, capitán? —dijo Wilhelm.

 

Al levantarse, Ovlesser estuvo a punto de tropezar con Oribarkon, fingiendo un mareo, pero el mago lo esquivó con un sencillo movimiento. El fornido asgardiano gruñó, molesto, pero finalmente se dejó caer en un sitio alejado; estaba agotado.

 

—Elmina. ¿Crees que no he entendido cuál es tu plan? Sí, Barbarroja ignorará nuestros movimientos porque somos tres simples exploradores, ni el estado berserk nos ayudaría a ser una molestia para él, mucho menos un obstáculo. Nuestra misión es encontrar al enemigo para que los guerreros del Ragnarok puedan tenderles una emboscada.

 

—También los einherjar deberían unirse, capitán. No tienen armaduras, cierto, pero tampoco nosotros tenemos otra protección que no sea nuestra fuerza y valor.

 

—Sí, sí. También supuse que buscabas eso —dijo Boden, impaciente—. Pero se suponía que Elmina nos seguiría. Antes de partir fuiste a verla para devolverle el arco y explicarle el plan, ¿cierto? Nosotros seguimos al mago, Elmina nos sigue a nosotros y Valgriud la sigue a ella.

 

—Le devolví el arco… —Fue lo único que Wilhelm, sonrojado, pudo decir.

 

—¿Cómo? ¿¡Acaso no le explicaste nada!? ¿Viste siquiera a esa joven que siempre desaparece cuando más la necesitamos?

 

—La vi… Y escuché…

 

Wilhelm, completamente rojo, miró hacia el suelo para evitar reproches. Por suerte Boden no estaba de humor para seguir aquella charla, él también quería dormir.

 

Todos estaban cansados, menos el mago, que en medio de la noche recibió la visita de un murciélago.

 

Durante la mayor parte del día siguiente, Ovlesser provocó constantemente al mago, exigiéndole que regresara a la normalidad el martillo, ahora un juguete de hule. Al final de la jornada, Oribarkon cumplió su amenaza: lo convirtió en un sapo, y el grupo pasó la noche entera oyéndolo croar salvajemente.

 

Nadie pudo dormir demasiado, y unos agotados Boden y Wilhelm se turnaron para convencer a Oribarkon de deshacer el hechizo. Primero el capitán probó la diplomacia, y cuando estuvo a punto de elegir la fuerza, de nuevo fue Wilhelm el que dio con la clave al mencionar que el martillo de Ovlesser era una herencia familiar.

 

—No lo sabía —dijo el mago, de rodillas frente al sapo. Oribarkon golpeó a la criatura con el bastón, y en un instante le devolvió la forma de un vigoroso berserker. Incluso le salvó del bochorno de aparecer sin ropa o desarmado—. Perdón.

 

Luego de aquella absurda sucesión de eventos, los asgardianos pudieron descansar un par de horas, ya sabiendo la clase de ser con el que viajaban.

 

Aquella mañana reinó en respetuoso silencio, apenas interrumpido por los murmullos de Boden, quien lamentaba el hecho de que fueran cuatro viajeros, no siete, como debía ser en una misión tan importante. Ovlesser no se atrevía ni a mirar al mago, y Wilhellm empezaba a ser consciente de la locura que había cometido. El grupo no prestó demasiada atención al Valhalla, que podía verse en la lejanía: simplemente seguían avanzando sin un rumbo fijo; como berserkers, retroceder no era una opción.

 

Llegada la noche, la tercera de aquella temeraria misión, aullaron los lobos.

 

—¿Están aquí? —preguntó Oribarkon al cielo mismo, como hablando con aquellas criaturas—. ¿Al norte? ¿Junto a la cascada congelada? ¡Bien! —Giró bruscamente hacia los asgardianos, algo molesto—. ¿Por qué me dijisteis que se ocultaban en otra dimensión? ¡Eso lo complicó todo y vuestra tierra no es en absoluto servicial!

 

—Estamos en las tierras de Alioth —dijo Boden, demasiado desconcertado como para entender al mago—. Esto no es bueno. Estad atentos. 

 

Temblando una vez más, Wilhelm asintió. Recordó la leyenda de un hombre semejante a los lobos que lo salvaron; del heredero de los Alioth que rechazó el título que merecía aun después de admitir que el Sumo Sacerdote había hecho justicia. En Asgard había quienes maldecían a los cobardes que abandonaron al chico, y quienes se enorgullecían del valor que el muchacho debió haber demostrado, pero a la mayoría les unía el miedo reverencial que inspiraba un hombre con alma de bestia.

 

—He localizado a Mykene, parece que las hormigas y los lobos están librando una guerra de guerrillas en estas tierras —explicó el mago—. Con el tiempo suficiente puedo crear una barrera para que no escapen. ¿Os importa si os hago aparecer directamente allí?

 

—¿Siempre pudiste hacer eso? —dijo Ovlesser, sintiendo cómo la furia que nacía desde sus entrañas dejaba a un lado el vergonzoso miedo.

 

—Sería fantástico, señor —dijo Wilhelm—. Sobre Julian Solo…

 

—Sé dónde está Julian Solo, Willis —interrumpió el mago, sobresaltando a los berserkers—. Tengo amigos, no puedo decir que vosotros lo seáis, no ha habido tiempo, pero como me habéis caído bien pasaré por alto vuestro intento de manipularme.

 

Sonriendo ampliamente, el mago hizo un movimiento semicircular frente a los tres berserkers, haciéndolos desaparecer. Cualquiera que lo hubiese visto habría pensado que Oribarkon había cortado el aire con el cayado, si no es que el espacio mismo.

 

***

 

El grupo fue trasladado a un punto cercano a Franangr, la legendaria cascada congelada en las tierras de Alioth. Arriba, la altura impedía que los hombres pudieran distinguir a las bestias espectrales que luchaban contra soldados envueltos con armaduras oscuras.

 

—Aún no entiendo qué ha hecho ese hechicero conmigo, pero si lo volvemos a ver, capitán, nada me impedirá destrozarle esa cabeza de huevo que tiene.

 

—Llámame Boden, amigo mío. Ningún capitán haría lo que yo hice, seguir el impulso de un subordinado. ¡Renuncio a mi puesto, aunque sé que ya no hay marcha atrás!

 

Wilhelm miró a aquellos hombres. Boden, un veterano al que no habían herido en combate en más de una década, sonreía como el hombre que sabe que va a morir, y poco tiene de qué arrepentirse. Al lado estaba Ovlesser, más de dos metros de músculos y cicatrices, el asgardiano más barbudo al que había conocido; imaginarlo como un sapo le provocó una sonrisa cada vez más pronunciada, hasta que no pudo evitar reír.

 

—No bromee, capitán. Ya ni siquiera sé si me llamo Wilhelm o Willis.

 

—Ese hechicero endemoniado se llevó nuestros alimentos, ¡y la bebida! —maldijo Ovlesser, dando un martillazo al suelo mismo de pura frustración.

 

—Tenemos nuestras armas —dijo Wilhelm—. ¿Qué más necesita un asgardiano?

 

—Casi hablas como un hombre, crío. 

 

—Desconfío de la magia y de las bestias, pero esto… —Wilhelm apuntó con hacha al pequeño batallón que los observaba. Ocho hombres tan bien protegidos que ni la luz del sol les llegaba a la piel—… Esto lo conozco bien. ¡Al ataque, compañeros! ¡Que nuestras vidas marquen el final de esta guerra!

 

Y así como hicieran días atrás, los veteranos siguieron la marcha de aquel imberbe hombretón. ¡Tres vidas arrojadas a la muerte por el bien de Asgard!

 

***

 

Términos

 

Franangr: Salto de agua donde se oculta Loki tras haberse convertido en salmón para escapar de la cólera de los Aesir.

 


 

Editado por Rexomega, 26 abril 2016 - 21:57 .

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#63 Lunatic BoltSpectrum

Lunatic BoltSpectrum

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Publicado 26 abril 2016 - 15:03

como siempre buen capitulo 

 

la aparacion de este sujeto va colocar interesantes las cosas

 

saludos

 

:s50:



#64 blackdragon

blackdragon

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Publicado 26 abril 2016 - 20:40

Rexo

 

Que bárbaro, ahora si se voló la barda, si mas no recuerdo el único mas anciano en Atlantis es don Ponto, o sera...Proteo, bueno le dejo que sea usted el que nos saque la duda jejejeje

 

Y como siempre me quede con ganas de mas!!!!, ya espero el próximo capi



#65 -Felipe-

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Publicado 07 mayo 2016 - 12:21

Y Mykene sigue sin aparecer. Ahora Fenrir (o alguien similar) se une a su lista.

 

Como reemplazo tenemos a un personaje que es, por lo bajo, demasiado interesante, un hechicero sacado de Avatar que puede convertir gente en sapo, que sabe más en sus miles de años de edad que lo que dice, que sirve a Poseidón, y que pertenece a una raza que ya vi en otro fic. Me gusta esa dinámica de compartir elementos que tienen Killcrom y tú.

 

Sin embargo, no entendí el plan de la "elfa", ni el de Bruce Whillhem, ni a dónde los envió exactamente el hechicero al final. Por lo demás, creo que fue un capítulo de transición para presentar a un personaje crucial, y fue interesante.


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#66 Rexomega

Rexomega

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Publicado 29 mayo 2016 - 16:30

Saludos

 

Lightning BoltSpectrum. Oribarkon es todo un personaje. Creador de las escamas de la armada de Poseidón (esto y el nombre viene de La historia secreta de Excalibur, por cierto; creo que lo iba a preguntar en Mundo de Saint Seiya), telquín, mago que vivió hace miles de años... Me alegra que esté gustando la idea, ya que me gusta mucho escribir sobre él. 

 

blackdragon. Está viejo Oribarkon, sí, pero lo es sobre todo si lo comparamos con los mortales, incluyendo entre tales a Dohko, Maestro del Heroísmo y la Sensualidad, Ionia y Krest, por nombrar a los abuelos de la franquicia y evitar spoilers sobre ND. Frente a la mayoría de los dioses Oribarkon debería de considerarse joven.

 

Admito que me he tomado algunas libertades con los telquines respecto a los mitos, especialmente en la historia que los conecta a Atlantis. Si vieses algo raro, ¡el hechicero lo hizo!

 

Aquí viene el capítulo, con unos días de retraso, eso sí.

 

Felipe. El personaje que nombré en el capítulo 1 saldrá más pronto de lo que crees, aunque eso no suena muy bien si pienso que el último capítulo que publiqué ya es el 6... ¡Lo lamento!

 

Que no se entendiera cuál era el plan de Wilhelm es mi culpa, porque en realidad ya se contó la mayor parte del plan. Se trata de aprovechar dos recursos para localizar a Mykene: el hecho de que este no presta demasiada atención a los exploradores viajando por Asgard, y las habilidades del mago, que debían servir para encontrar su escondite. El papel de Elmina en todo esto era convencer al einherjar para que siguiera a los exploradores de lejos y poder organizar una emboscada.

 

No es el plan más brillante del mundo, de hecho probablemente es todo lo contrario viendo que es el plan de un berserker. ¡A ver en qué desemboca todo esto!

 

¿Por qué "Bruce" Wilhelm? Aunque lo pienso, no pillo la referencia y sospecho que es evidente...

 

Sobre tu otra duda (a dónde los envió el mago), aunque en parte será respondida en este capítulo, diré que Franangr sería parte del escenario en el que, en otro universo, el de la Saga de Asgard en el Anime Clásico, combatieron Shiryu y Fenrir.

 

Finalmente, aunque me repita: parece que Oribarkon tuvo buena aceptación; tuve dudas de presentarlo tal cuál lo creé allá por el 2014, con su piel azul, pero finalmente así es y así lo tenemos en Dos Tierras. En esta ocasión, siendo parte de un capítulo transitorio que prácticamente se roba él solo, pero veo que eso bastó para que se pudiese intuir el peso que puede tener alguien como él. 

 

Compartir ideas es bastante divertido, sobre todo al ver la interpretación que otro puede darle al concepto o personaje que tú creaste o imaginaste (que es la base del fanfiction, para empezar). En concreto, el caso de Killcrom y yo viene de ya muchas charlas, correcciones de nuestros respectivos escritos y mi característica obsesión por la mitología :). 

 

***

 

Dicho esto, antes de publicar, aprovecho para pedir disculpas por el retraso. El capítulo ya estaba arreglado desde mediados de mes, pero fueron semanas ocupadas y quería revisarlo con tiempo y la cabeza despejada. También, por supuesto, gracias a todos por pasarse y comentar :), he aquí la recompensa del mes:

 

Capítulo 7. León de Nemea

 

Era el cuarto más pequeño del castillo, dividido en dos zonas por una cortina. La primera era el comedor, compuesto por una mesa, dos sillas y una rudimentaria cocina atestada de cubiertos, platos y otros utensilios. Al fondo estaba el dormitorio: un camastro, una mesilla de noche con una lámpara de aceite encima, y algunos dibujos de lobos y de los nobles que antaño lo habitaron, clavados en la pared.  

 

Para el único inquilino, aquello era casi todo lo que un hombre podía pedir. Un pequeño refugio en el que descansar del sinfín de batallas que era la vida en Asgard. Lo único que había aportado al lugar eran víveres y un espejo que justamente estaba utilizando para afeitarse. En él quedaba reflejado el principal enemigo del reino: un guerrero alto, con el bigote y el cabello tan bien cuidados como era posible en aquellas tierras. Vestía apenas un par de botas y unos pantalones largos; el pecho estaba cubierto por vendas y más vendas, y en las pocas partes en las que no eran necesarias podían verse cicatrices de batallas pasadas sobre músculos entrenados con el único propósito de dar muerte. Él era Mykene, León de Nemea, un miembro de la Guardia Pretoriana de Marte.

 

Cuando no quedó ni un pelo de la barba, dejó el afilado cuchillo junto a los demás y se dirigió a la mesa. Estaba hambriento.

 

«Debo ser un desastre entre los makhai —pensó, sonriendo—. Duermo por la noche mientras la mitad del reino persigue un enfrentamiento conmigo, bajo al pueblo disfrazado para beber en lugar de saquearlo hasta que no quede nada. Me he aburguesado en una tierra de muerte, Ludwig. Debería hacer algo.»

 

Miró los alimentos de aquel día con solemnidad: una jarra de cerveza, obsequio de la posadera, y una pata de jabalí cocida por él mismo. Lo de siempre; no estaba siguiendo una dieta muy saludable desde que llegó a aquel reino salvaje.

 

—¿A quién le importa eso? —dijo en voz alta, a sabiendas de que nadie lo escucharía.

 

La única puerta se abrió violentamente antes de que el león pudiera hincar el diente sobre la suculenta carne, y con igual violencia un cuerpo voló hasta los pies de la mesa.

 

—¡Estoy comiendo, maldita sea! —gritó Mykene al ver el cadáver. Un rostro cubierto de sangre congelada, sin ojos, ni frente y con media nariz que le imploraba en silencio: «¡Ayúdame!»

 

Cerca de la entrada estaba el responsable de aquel desastre: una hormiga, que como todas las demás vestía una armadura negra y un velo de sombras sobre el rostro: un hechizo de Rea Silvia para ocultarle de los sentidos sobrenaturales de los guerreros sagrados. No tenía un nombre por el que Mykene pudiera llamarla, ni una personalidad que pudiera diferenciarla del resto de hormigas con las que había tratado. El único signo característico era la cresta sobre el casco, que la distinguía como centurión.

 

—¿Esperas que te felicite, acaso? —dijo entre dientes. La hormiga permaneció de pie, en completo silencio, lo que sentaba aún peor al león que si hubiese asentido—. ¿Cuántas veces debo decirte que no hagas eso cuando estoy comiendo? ¡Pasa de una maldita vez! —gritó, conteniéndose a duras penas de dar un golpe a la mesa. No quería romperla y tener que buscar otra, de nuevo.

 

—Usted no estaba comiendo, comandante —corrigió la hormiga mientras entraba—. Estaba a punto de comer.

 

Al tenerlo cerca, Mykene pudo distinguir diminutos fragmentos de hueso entre los dedos; ni siquiera había tenido que desenvainar la espada.

 

—¡Es lo mismo, cerebro de…! No importa. Saca esto de mi vista, me revuelve el estómago. Entiérralo junto al resto de entrometidos, si es que no te los comes.

 

—Las hormigas no somos criaturas antropófagas —corrigió una vez más el centurión mientras alzaba el cadáver—. Debo demostrarle que este sigue siendo un lugar seguro. Es lo mismo que me ordenó hacer con los lobos.

 

—Eso es distinto —replicó Mykene—. La piel de lobo maravilla a los chicos de la capital. Se disfrazan, juegan, gastan bromas… Por eso te pido que me traigas los cadáveres de los lobos, por el pelaje.

 

—¿Y eso no le revuelve el estómago, comandante?

 

—Lárgate de una vez.

 

El soldado obedeció. No había resentimiento o malestar en él, así como no hubo sarcasmo en la pregunta que formuló. Mykene era consciente de eso: las hormigas cumplían órdenes, poco más; no iban a perder el tiempo diferenciando la vida de un hombre de la de un animal.

 

—Yo tampoco debería —dijo viendo la carne que hacía tan poco se le había antojado como un regalo de los dioses—. Nací para luchar, no para comer. 

 

Se levantó de la silla. Había perdido el apetito. De un par de bruscas zancadas entró en el dormitorio, apartando la cortina con tal fuerza que cayó al suelo. Luego se quedó un rato en silencio. No tenía sueño, tampoco quería volver a sentarse. Atrás podía ver el espejo, el cual se había olvidado de tapar. Al encontrarse de nuevo con su reflejo, Mykene pronunció las palabras que repetía día tras día, una suerte de mantra que le recordaba por qué estaba en Asgard.  

 

—Soy el brazo ejecutor de Marte. Un conquistador para este mundo, un lastre para el otro. El precio de tener un futuro pacífico es destruir un pasado de guerra y batallas. El germen de toda violencia debe ser extirpado.

 

—Así sea —susurró una voz desde las sombras.

 

Mykene hizo todo lo posible por no girarse ni perder la compostura a pesar de que por dentro se maldecía a gritos. Podía soportar que aquel centurión descerebrado entrara sin avisar para traer un cadáver que nadie le había pedido, pero escuchar tan cerca las palabras de alguien a quien ni siquiera había sentido le superaba.

 

—Si quieres conservar tu cabeza, di tu nombre.

 

Afortunadamente, la respuesta no tardó en aparecer ante el sucio espejo. Se trataba de una mujer cubierta con una armadura similar a la de las hormigas, aunque del color de la sangre y con bordes oscuros. Antes de que se quitara el casco, descubriendo un rostro que sin duda había disfrutado más del sol que cualquiera que viviera en Asgard, Mykene ya había adivinado de quién se trataba.

 

—Ha pasado mucho tiempo —dijo Sonia.

 

Mykene asintió, confuso. Las preguntas se le amontonaban al tiempo que pensaba en si debía abrazarla o arrodillarse. Por fortuna, la mujer pudo adivinar las dudas del león. Mientras caminaba hacia el comedor, dio algunas explicaciones.

 

—Me excedí en Marte. Maté a quien no debía y obtuve por ello el exilio además de una misión: ayudarte a conquistar esta tierra. Llegué a este mundo a través del altar de Jano, y luego me dirigí hasta aquí a través del Érebo.

 

—Eso es bueno. Me considero un hombre difícil de sorprender, incluso ahora.

 

—Se dice que para los makhai, la violencia es lo mismo que el aire para los humanos —dijo Sonia, apoyando la mano sobre el respaldo de una de las sillas. Mykene, que ya había apartado la suya, la instó a sentarse—. Respiras el conflicto.

 

—Supongo que no habéis venido a matarme —bromeó él, soltando una risa corta. Sonia ya se había acomodado en la mesa, dejando el casco a un lado y mirando al león tras las manos entrelazadas, como preguntándose por qué no se sentaba. No me gusta el Érebo, la oscuridad oculta en los rincones y las profundidades del mundo, de todos los mundos. ¿Ridículo, no es cierto? Al fin y al cabo, yo nací de la oscuridad.

 

Cabeceando de un lado a otro, Mykene fue a buscar otra jarra y la llenó en el único barril que le quedaba, casi vacío. Pronto tendría que bajar otra vez al pueblo. Tenía gracia: era capaz de enviar a una hormiga a cazar para él, ordenarle que trajera la carne de cualquier bestia en Asgard a través de aquel detestable pasaje de sombras, pero ni se le pasaba por la cabeza pedirles que robaran la bebida para él. Se empeñaba en hacer las cosas bien a pesar de que había sido enviado a aquellas tierras para conquistarlas, y saquear aldeas fue parte de casi toda conquista en la que podía pensar.

 

—Aburguesado, definitivamente aburguesado —murmuró.

 

—De una sombra a otra hay diferencias —dijo Sonia en cuanto el león posó la jarra de cerveza en la mesa, sentándose—. Yo me encuentro cómoda en el Érebo, donde no hay vida y reina el silencio, un lugar en el que nada ha nacido, ni siquiera los makhai.  Además —añadió, recordando la duda que había tenido desde que llegó a aquel lugar—, tú no necesitas el Érebo para esconderte. Ya tienes tu propio castillo.

 

—No es mío. Ni siquiera por derecho de conquista —aclaró Mykene—. Simplemente vivo aquí. Está abandonado y es más cómodo que las montañas.

 

—Ya me había fijado en que el escudo del castillo eran dos lobos en lugar de un león. ¿Es seguro? —cuestionó antes de tomar un sorbo de la jarra. Aquel trago fue una delicia luego de lo que había tenido que pasar en Marte.

 

—Desde que los antiguos señores murieron nadie lo ocupa. Es una historia larga de contar, así que comed si queréis, yo… Yo ya he comido.

 

Sonia prefirió no hacer preguntas sobre la falta de apetito del león, intuía que no quería hablar del tema. Agarró la pata con una mano y empezó a comer atenta a lo que Mykene tenía que contar.

 

—Supongo que visteis el dibujo en el dormitorio. Los señores del castillo eran también los gobernantes de estas tierras. Gente muy querida, dicen, aunque eso no evitó que los abandonaran cuando se encontraron con una bestia. Los Alioth murieron luchando y quienes huyeron, todos amigos de la familia, fueron ejecutados más tarde, pero hubo un superviviente, un niño llamado Fenrir que fue salvado por los lobos.

 

—Entonces sí que hay un señor —objetó Sonia.

 

—No. Fenrir decidió convivir con los lobos que lo salvaron antes que con los cobardes que lo abandonaron. Que ellos fueran ajusticiados solo sirvió para que el chico siguiera siendo un aliado de Asgard, pero él vive al raso. Caza y duerme junto a los lobos. Nunca volverá a este castillo.

 

—Interesante —comentó Sonia, aunque enseguida siguió comiendo. Apuró con un gesto a Mykene para que continuara.

 

—Tardé un tiempo en descubrir esto. He andado por cada región de Asgard, combatiendo y evitando a mis perseguidores, y las tierras de Alioth son las menos frecuentadas por los asgardianos. ¿Es por la ausencia de un señor que las proteja? ¿Porque aquí los que mandan son las bestias en lugar de los hombres? ¿O simplemente que están demasiado al norte como para que alguien se interese en visitarlas? No lo sé y tampoco me importa demasiado.

»Un castillo abandonado en un territorio poco frecuentado me parecía el mejor refugio posible, pero había un problema: los lobos. Son buenos cazadores y la unión de Fenrir a la manada era tan grande que no era capaz de imaginar hasta qué punto podía comunicarse con ellos. Si uno de ellos me hubiese visto u olido en el castillo, todo habría sido en vano. No podía arriesgarme a que cualquier día Fenrir apareciera aquí así fuera por mera nostalgia, acompañado por esos rastreadores sin par, así que ordené a las hormigas que los exterminasen mientras yo me recuperaba en las montañas.

»Cuando el trabajo estuvo hecho, me trasladé al castillo. Fue un viaje sin percances. Ni siquiera me encontré con Fenrir. Desde entonces vengo aquí a lamerme las heridas —admitió, honesto—. Casi nadie me molesta.

 

—¿Eso es todo? —preguntó Sonia—. Creía que era una larga historia.

 

—Lo es —dijo Mykene luego de beberse media jarra de una sola vez—. Me ahorro los detalles. Mis sospechas de que Fenrir sigue vivo entrenándose en algún lugar, la estrategia que empleé para que los señores de Asgard no descubriesen mi verdadero plan, alguna visita molesta… Dije que nadie pasa por esta región, y es una verdad a medias: muchos la cruzan de paso, algunos hasta se desvían un rato del camino para contemplar los Colmillos de Fenrir o Franangr, la cascada congelada, pero ninguno se queda a menos que quiera saquear este castillo.

 

—El castillo que consideraste el mejor refugio posible —apuntó Sonia.

 

—Los que me preocupan no mancillarán esta casa si no sospechan que yo podría estar aquí —se explicó Mykene—. Aun así, el pueblo de Asgard es grande y temerario, y se cantan canciones sobre los salones de Alioth: «vacíos de vida, llenos de riqueza. Mithril abandonado, soñando con dueño.» Aquí no se le da demasiado valor al oro, la plata o las piedras preciosas, pero las armas y armaduras de un noble son otra cosa; los tesoros de un héroe, abandonados a merced de cualquiera, son algo por lo que vale la pena morir. Por esa clase de gente tengo a un centurión vigilando, muy a mi pesar —explicó dando un largo suspiro.

 

—Vaya —dijo Sonia, tomando otro trago—. ¿Podrías contarme más?

 

—Solo detalles sin importancia.

 

—No sobre esta región, quiero saber sobre las demás. —Dejó lo que quedaba de carne sobre la mesa—. Geografía, política, economía, cultura… Saber todo sobre la nación enemiga es el primer paso para conquistarla. Y no te saltes los detalles, son importantes. Tras la razón por la que nadie se queda en Alioth podría estar la clave de la victoria, o no, pero no lo sabremos si no lo averiguamos.

 

—Anteros decía algo parecido. Quiso conocer al enemigo para poder manipularlo, trató de provocar una rebelión; una suerte de insurrección contra el Sumo Sacerdote. Fracasó, tal y como yo fallé al lanzar un ataque frontal contra el Valhalla. Ni la fuerza ni la astucia bastaron para someter a Asgard.

 

—Eso solo significa que debemos buscar un tercer método, uno que reúna ambas cualidades —dijo Sonia, con una seguridad que el mismo Mykene envidiaba—. Derrotaremos a los asgardianos y podremos regresar a Marte.

 

—Me sorprende que os exiliaran. No os imagino cometiendo un crimen tan grande como para que el emperador se viera obligado a apartaros del paraíso que Marte construyó para vosotros y los cónsules… A estas alturas vos tendríais que ser cónsul.

 

—Cuando todos los enemigos de Marte hayan sido exterminados, me lo plantearé. Por ahora solo soy una más en el Nuevo Mundo y les debo obediencia. Hacer lo necesario para alcanzar la victoria ya no está tan bien visto.

 

—Lo que hicisteis, sea lo que sea, debió ser por un buen motivo. Sabíais cuáles serían las consecuencias.

 

—Si no pudiéramos ver más allá de las batallas que escogemos, seríamos una deshonra para Marte. ¿A qué nos enfrentamos? ¿Qué ha impedido al León de Nemea conquistar un reino de salvajes?

 

Mykene se planteó si era prudente insistir más en la razón tras el exilio de Sonia; era incapaz de entender cómo un miembro de la familia real podía recibir un castigo semejante. Enseguida optó por respetar el silencio de la mujer, la cual esperaba una respuesta con impaciencia.

 

***

 

Pasaron horas hablando sobre todo lo que Mykene sabía sobre el ejército de Asgard, desde los soldados y el estado berserk hasta los guerreros sagrados. El león no comparó directamente a los asgardianos con las fuerzas con las que contaba —él mismo y una legión de casi cinco mil hormigas—, sino que lo hizo relatando algunas de las batallas que libró, fueran pequeñas victorias o estrepitosos fracasos. Sonia opinaba muy de vez en cuando, prefiriendo escuchar en silencio mientras meditaba sobre la mejor forma de someter aquellas tierras. Parecía evidente cuál era el mayor obstáculo.

 

—El gigante, el chico de la espada mágica que todo lo corta, el extranjero que domina el hielo y el fuego, el príncipe con otra espada mágica que se mueve sola… Y el anciano, sabio y poderoso sacerdote que los lidera, por supuesto. Enfrentas a un grupo variopinto, en verdad.

 

—Afortunadamente dos ya están muertos. Ahora solo me debo de preocupar por Hrungnir, Ullr, Loki, el lobo y Drbal.

 

—Loki, el lobo… ¿Tiene algo que ver con Fenrir?

 

—Ambos pelean como un lobo. Es complicado. Drbal formó a los guerreros del Ragnarok para que le sirvieran directamente a él. Es una orden aparte de los einherjar, pero inspirada en ellos. La armadura de Loki está basada en un lobo y por lo que sé, la armadura de Fenrir también, esté donde esté.

 

—Es confuso.

 

Mykene asintió. ¡Vaya que lo era! Las dos órdenes estaban formadas por guerreros entrenados desde muy jóvenes para despertar y dominar el cosmos. Lo único que diferenciaba a los einherjar de los otros era que solo podían ser convocados por la sacerdotisa de Polaris para defender a Asgard, pero Drbal era el Sumo Sacerdote, ¿quién iba a negar que lo que alguien con semejante cargo decidiera fuese lo mejor para el reino? Nadie, nadie había puesto en duda la autoridad de Drbal jamás.

 

«Supongo que los makhai no podemos entender la diferencia entre un ejército que nació para defender de uno que formaron para buscar y destruir.»

 

—Cuento a once oponentes. Doce, si esa sacerdotisa de Polaris sabe hacer algo más que orar frente al océano. Empiezo a preguntarme si quiero regresar a Marte.

 

—No lo decís en serio. Ni el frío ni el hambre me matarán por mucho que me quede aquí, pero si tuviera la oportunidad de comer en los mejores restaurantes y pasear por la playa bajo un cálido sol…

 

—Te aburrirías con solo pensarlo —interrumpió Sonia—. ¿Qué valor puede tener para un guerrero una vida sin lucha? Una vida así no está hecha para ti ni para mí. Lo sé porque si quisieras una victoria, ya habrías tratado de eliminar a esos einherjar ahora que no están protegidos por una armadura.

 

—Rómulo y Remo pudieron —dijo Mykene, ansioso por cambiar de tema. Era verdad, a medias: no tenía motivos para asesinar a los einherjar, sabía que jamás se permitiría que uno de los makhai viviera en el Nuevo Mundo. Estando así las cosas, era más estimulante esperar a que la sacerdotisa de Polaris se decidiese a armarlos—. Los hijos de Marte y Rea Silvia pudieron dejar de lado las batallas y vivir en paz.

 

—Remo no es ni la sombra de lo que fue —espetó Sonia, recordando la conversación que sostuvo con el blando cónsul del Sur—. Si debo elegir entre vivir rodeada de enemigos y convertirme en eso, prefiero el frío y el hambre.

 

«Ya veo —pensaba Mykene, quien por fin observó con claridad a la mujer que tenía enfrente—. No debía abrazarte, ni arrodillarme anti ti, tú no esperabas eso. En el fondo siempre lo supe: cuando dijiste que te habían exiliado, sentí alegría. ¡Me habría alegrado si el emperador hubiese acabado aquí, depuesto por alguna rebelión que los tres tuviéramos que remediar! Mi mayor deseo siempre fue luchar a vuestro lado, nunca pude soportar el hecho de que al fin fui parte del bando vencedor. Soy un monstruo, Ludwig, y aun así…»

 

—Los sueños son sueños —dijo Sonia mientras miraba al techo, pensativa—. Sí, hacía tiempo que no sentía la emoción que esta misión me provoca, esta tarea imposible que los cónsules idearon para mantenernos ocupados mientras ellos siguen mirando cómo crece la hierba. Pero precisamente por eso, el gobierno del Nuevo Mundo debe cambiar. ¿Sigues teniendo que rendir cuentas?

 

—Sí —contestó Mykene, confundido. Sonia ni siquiera lo miraba—. Cada año, todos los miembros de la Guardia Pretoriana debemos reunirnos en la capital, en el templo de Marte. Falta poco para ese día.

 

—Creo que ya sé cómo debemos enfrentar a estos asgardianos. Tengo que saber más, probar algunas tácticas… Pero de un modo u otro, Asgard debe ser nuestra antes de que debas regresar al Nuevo Mundo, esta vez para siempre.

 

—Conquistar Asgard no cambiará lo que soy. Vos debéis regresar, sois de la familia real… ¡Podríais ser cónsul y obtener poder para proteger el Nuevo Mundo!

 

—Podría —repitió Sonia, que al fin miraba a Mykene a los ojos—. Y como cónsul podría necesitar un guardaespaldas que me ayude en la lucha contra los enemigos de Marte. Un cónsul tiene esa clase de derecho, ¿verdad?

 

—Sí —murmuró el león, sin saber qué decir. ¿A qué enemigos se estaba refiriendo Sonia? Que él supiera, no debería quedar nadie que no estuviese al servicio de Marte; como mucho algunos rebeldes desorganizados. Aun así, cuando vio cómo la mujer se levantaba de la mesa alzando la jarra, no pudo evitar imitarla—. Aplastaremos a esos asgardianos. Será como un relámpago, no lo verán venir.

 

No llegaron a terminar aquella celebración anticipada. Antes de que las jarras chocasen se oyeron aullidos de lobos, que sobresaltaron a Mykene más aún que la repentina aparición de Sonia tiempo atrás.

 

—A veces aparece algún lobo rezagado que sobrevivió —quiso explicarse el león—. El vigilante suele encargarse de ellos.

 

Tan pronto lo dijo, el centurión entró al cuarto. Tenía el peto abollado, las piernas torcidas y el cuello roto, aunque eso no le impidió saludar a los presentes con su característica apatía.

 

—Comandante, Regina. Nos atacan.

 

—Ya lo veo —dijo Mykene, molesto. Alguien había entrado al castillo, no solo tan fuerte y rápido como para abrumar a la hormiga en cuestión de segundos, sino que además podía evitar ser percibido de alguna forma—. Con la paliza que te han dado deberías estar muerto. ¿Por qué no has muerto?

 

—Porque debo informar, señor —dijo el centurión, aún con la cabeza doblada hacia atrás. A Mykene aquello le revolvía el estómago.

 

Sonia no parecía afectada por aquel revés. Había dejado la jarra en la mesa y se había puesto el casco, lista para el combate, aunque no sería en el castillo.

 

—Te guiaré a través del Érebo. No tienes otra opción.

 

—Llevo mucho tiempo viviendo aquí, ¡he dormido pasado noches en estas tierras al raso! Y aun así, en ese pasaje sombrío siento frío. Siento que podría morir de la peor forma posible sin poder hacer nada por evitarlo.

 

—Es la única forma, señor.

 

—Has dado el mensaje. ¡Ya puedes morir, o al menos desaparecer! —exclamó Mykene, hastiado. La hormiga, obediente, se fundió con las sombras.

 

—No tienes otra opción —insistió Sonia.

 

Era verdad. Los aullidos se multiplicaron más allá de las expectativas de Mykene, y un gran cosmos empezaba a sentirse en los alrededores del castillo. No pertenecía al invasor —que ocultaba demasiado bien su presencia—; no provenía de un guerrero, aquella energía era sin duda la de Hilda, quien oraba en el altar de Polaris. Las paredes reverberaron al unísono, como reaccionando a aquel rezo para traer un mensaje.

 

«Despiértate, oh Fenrir, lobo solitario de las llanuras del Norte. ¡Pon tu armadura sagrada de Epsilon al servicio de tu pueblo!»

 

***

 

Los invasores debieron abandonar el castillo aquella noche. No se molestaron en hacer desaparecer las pruebas de que alguien había vivido allí, pues eran conscientes de que la residencia de los Alioth no volvería a ser un refugio seguro ahora que el heredero había regresado. Mykene aceptó aquello: llevaba demasiado tiempo escondiéndose; era el momento de atacar, de cumplir la misión y devolver a Sonia a donde debía estar. En realidad, lo único que no entendía era que hubiese tantos lobos vivos. Era imposible: ¡las hormigas habían cazado a la mayoría!

 

En cuanto ideó el mejor lugar en el que podría librar aquella batalla sin que nadie molestara —Franangr, la cascada congelada—, Mykene se separó de Sonia. El León de Nemea surgió desde la oscuridad que dominaba los alrededores del castillo. Esperó a que los lobos lo percibieran, pero a pesar de los aullidos no veía a ninguna de aquellas bestias. Al final, echó a correr, asumiendo que le seguirían.

 

Poco después, en el otro extremo de las tierras de Alioth, el mago Oribarkon pudo detectar a Mykene. Aquel antiguo ser no dio demasiadas explicaciones al trío de berserkers que estaba guiando, pero sí que cumplió su palabra de llevarlos hasta la muerte segura que estaban buscando: los teletransportó al campo de batalla que Mykene había escogido para dar muerte al einherjar.

 

Un campo de batalla que era dominio de lobos y otras bestias con forma humana.

 

***

 

Términos:

 

Makhai o Macas: espíritus de las batallas.  

 

***

 

Notas del editor:

1) El capítulo bien pudo haberse llamado: Las suposiciones de Mykene. ¡El hombre siempre está suponiendo cosas!

2) Un error de escritura que revela al comandante de las hormigas antes de tiempo:

—Yo tampoco debería —dijo la carne que hacía tan poco se le había antojado como un regalo de los dioses—. Nací para luchar, no para comer. 

 

 
 
 

Editado por Rexomega, 30 mayo 2016 - 16:52 .

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#67 Lunatic BoltSpectrum

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Publicado 08 junio 2016 - 11:33

otro buen capitulo, esperando la batalla que se avecina en el proximo

 

saludos

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Publicado 12 junio 2016 - 11:06

Capitulos 5 y 6 al fin leidos, me pareció interesante la revelación de los verdaderos pensamientos de Alberich, y tambien la presentacion de Oribarkon junto a los 4 que parecen serán personajes "muy importantes" sobre todo Wilhelm y Elmina.

Saludos.

:ss6:

Si deseas leer un fanfic, puedes echarle un vistazo a mi historia, se agradecería:

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Publicado 12 junio 2016 - 12:44

Rexo

 

Insisto ¡Ya ponga el otro capitulo hombre!!, siempre lo deja en lo mas bueno!!!!, No cabe duda esto se pone bueno, va a ser un agarron de aquellos!!! , palabras de mi sensei Piporro

 

Ya ponga el capitulo!!!! No me deje así que estoy bien picado!!!!

 

Sigale mi Rexo espero la conti.....

 

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Publicado 20 julio 2016 - 17:58

Interesantísimo este Mykene, muy humano a pesar de todo.

 

Y se viene la acción!


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#71 Rexomega

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Publicado 25 julio 2016 - 20:02

Saludos

 

Lunatic Boltspectrum. Como ya creo que advertí en otros comentarios, de pronto pasan unos cuantos capítulos en esta historia en la que no ocurren batallas, para que cuando pasen (cuando son necesarias) tengan la fuerza que cabe esperar de ellas. Me alegra que hayas disfrutado estos últimos comentarios, y espero que este combate esté a la altura de las expectativas. ¡La espera acabó!

 

Sagen. Uno nunca sabe lo que Alberich pretende hasta que él mismo lo cuenta, y hasta cuando habla siempre nos quedará la duda de hasta qué punto controla lo que dice. Da gusto escribir sobre él.

 

Por lo demás, algunos personajes serán relevantes ahora y otros lo serán más adelante, pero era el momento de presentarlos. ¿Quiénes encajan en cada grupo? ¡Poco a poco lo descubrirán!

 

Blackdragon. Esta vez me tardé demasiado, pero espero que la espera haya valido la pena. Ninguna historia que se precie puede tener acción siempre, pero algo ha de haber, algo. Ya no tendrás que esperar más para ver lo que vengo anunciando desde el capítulo 6. ¡Enseguida podrás leerlo!

 

Felipe. Cada vez que escribo un capítulo en el que sale un personaje adaptado trato de ver algo de él, pero al final no puedo evitar dejar que al personaje libre. Me quitas un peso de encima si este Mykene te convenció, ya que es sobre él que gira este capítulo tan peligroso, en medio del anuncio de una batalla y la batalla en sí. 

Ahora que ya está publicado y estoy por publicar el octavo, quedo bastante conforme con el resultado.

 

Termino agradeciendo a todos por haber leído y comentado esta historia, pero sobre todo pidiendo una enorme disculpa por la falta de publicación en el mes de junio. Espero que este capítulo mitigue un poco la larga e inesperada espera:

 

Capítulo 8. Lobo y león

 

A los pies de la cascada congelada, tres asgardianos cargaron contra un contubernio de hormigas, aunque solo una se adelantó para hacerles frente.

 

Wilhelm y Boden lanzaron las grandes hachas que sostenían, impidiendo al enemigo cualquier movimiento.Antes de que el legionario pudiera hacer algo, Ovlesser ya le caía encima, amartillándole directamente la cabeza. Al principio, los golpes, aunque potentes, no lograron más que abollar el casco y desorientar al legionario, pero poco a poco los músculos del berserker se hincharon, creciendo la fuerza que imprimía en cada martillazo desproporcionadamente.

 

—¡Muere! ¡Muere, maldita hormiga! —repetía una y otra vez, o al menos eso es lo que trataba de decir. De la garganta del furibundo asgardiano apenas salían palabras inteligibles en medio de gruñidos y rugidos.

 

Dos hormigas hicieron el amago de intervenir, y Boden y Wilhelm, entrando en el estado berserk, se rearmaron para responderles con el lenguaje del acero. Boden fue por la derecha, decapitando al enemigo de un veloz hachazo. En el flanco izquierdo, el arma de Wilhelm chocaba con la lanza del otro legionario, desviándola.

 

—¡No puede ser! —gritó Willhelm, más por sorpresa que por dolor a pesar de que la punta del arma enemiga le atravesaba el pie. Aunque trató de descargar un nuevo ataque, ignorando el ardor que sentía al mero contacto con la lanza, la veloz hormiga ya estaba de espaldas a él, lista para atravesarle la columna.

 

—¡Muere!

 

Wilhelm reconoció el rugido ininteligible de Ovlesser, quien llegó a tiempo de salvarle la vida. Al embravecido berserker le bastaron unos cuantos martillazos para reventar el cráneo de la hormiga, que cayó al suelo luego de dar un par de torpes pasos. Estaba muerta, sin duda, pero Ovlesser no parecía entenderlo y siguió golpeando el cadáver hasta destrozar su propio martillo.

 

—No quisiera frenarte, viejo amigo, pero nos quedan cinco —dijo Boden, ahora una montaña de músculos que parecían pugnar por romper las ropas que lo cubrían. A Wilhelm le sorprendía que pudiese hablar, así fuera con aquel tono grave, como si de pronto le ardiera la garganta—. ¡Ovlesser!

 

El berserker rugió como respuesta, aunque terminó obedeciendo. De un brusco movimiento arrebató el hacha a Wilhelm, que estaba ocupado tratando de separarse de la lanza inamovible, y saltó hacia las cinco hormigas restantes.

 

El capitán dedicó al herido asgardiano una mirada tosca, más intimidante de lo normal debido a la  transformación que había sufrido. Cuando dio la vuelta y se unió a la lucha, tenía más de gigante que de humano. ¡Y qué menos podría ser alguien que se atreviera a luchar contra las hormigas!

 

Bailaron el hacha y la lanza, acero y metal dorado entrechocando una y otra vez a la par de gritos, patadas, placajes y hasta mordiscos. Boden y Ovlesser tenían una fuerza superior, y no dudaban en emplearla de todas las formas posibles para derrotar al veloz enemigo. Cuando las hojas se quebraron, Ovlesser usó los mangos como proyectiles mientras que Boden enterraba el puño en la nieve. Al alzarlo, arrancó del suelo un bloque de hielo casi tan grande como él mismo. Con semejante arma, el capitán embistió a la primera hormiga que encontró sin reparar en nada, ni siquiera en la lanza que había atravesado el muro. Empujó al enemigo hasta la cascada congelada y siguió empujando hasta escuchar el crujir de los huesos de aquella criatura.

 

—Ya está —dijo al ver la sangre que se extendía a través del suelo, roja como la de los humanos—. ¿Ovlesser?

 

El tuerto asgardiano seguía rodeado de hormigas, aunque ahora muertas. Unas cayeron decapitadas, otra soportó varios golpes gracias a la armadura hasta caer inerte con el pecho reventado, y la última, con las piernas y los brazos rotos, pudo sobrevivir hasta que Ovlesser le arrancó la cabeza con las manos desnudas.

 

—Supongo que hemos ganado. —Las manos de Wilhelm estaban abrasadas por todo el tiempo que trató de librarse de la lanza; las armas de las hormigas parecían fuego solidificado, algo que un hombre simplemente no podía usar.

 

Mientras caminaba hacia el imberbe berserker, Boden asintió sin muchas ganas. Sí, habían vencido a las hormigas, pero la incapacidad de sentir dolor y el estilo de combate del enemigo —por mucho más frío y disciplinado— les había costado caro. Ovlesser sangraba por varias heridas a lo largo de todo el cuerpo y él tenía un hombro desgarrado por la lanza de la última hormiga a la que enfrentó.

 

—Si Elmina no viene, será nuestro fin. Habremos muerto en vano.

 

—Quien muere luchando, nunca muere en vano —corrigió Wilhelm, determinado, antes de volver a intentar apartar la lanza.

 

***

 

—¿Qué hacen estos idiotas aquí? —dijo Mykene, quien desde la cima de Franangr había observado aquella batalla—. No es posible que esos salvajes me hayan seguido, todo ocurrió demasiado rápido. Casualidades… Supongo que ya no importa.

 

Miró hacia atrás, donde lo que quedaba de una centuria trataba de hacer frente a una docena de bestias sacadas del mismo infierno. Eran los mismos seres que habían atacado la residencia de los Alioth, pero ya no se ocultaban tras un velo de invisibilidad y Mykene podía reconocerlos como los lobos a los que había ordenado matar.

 

—Se dice que los einherjar son los elegidos por los dioses de entre los guerreros que mueren combatiendo. Y aquí estoy yo, enfrentando un einherjar que ha escogido a unos cuantos perros muertos.

 

Los lobos siguieron posicionándose con la misma lentitud y prudencia que los caracterizó en vida, andando con patas de un azul espectral entre decenas de cadáveres de legionarios que ni tan siquiera pudieron reaccionar antes de morir… y gritar. Hasta entonces, Mykene había supuesto que las hormigas eran completamente inmunes al dolor; poco importaba el daño que recibieran, nunca lloraban o gritaban así las torturasen. Sin embargo, cuando eran mordidas por aquellas bestias, justo antes de caer emitían el más desagradable chillido que el león hubiese escuchado nunca.

 

—Retiraos. No podéis hacer nada y me molestan vuestras muertes. Desapareced de mi vista —ordenó al líder de la centuria, quien no parecía entenderle.

 

—Podemos, señor.

 

Cuando el centurión hizo amago de desenvainar la espada, uno de los lobos se arrojó sobre él, directo a la garganta. Los intentos de la hormiga por detenerlo fueron en vano; los fuertes brazos pasaban a través de la criatura azulada como si allí no hubiese nada. Pronto, el resto de la manada se unió para impedir que se armara, quizá adivinando lo que la espada podía hacerles.

 

—No otra vez… —dijo Mykene.

 

El grito no tardó en venir cuando los lobos arrancaron los brazos y las piernas del centurión. El león ni siquiera se molestó en taparse los oídos, sabiendo que no podía escapar de aquel lamento sepulcral.

 

—¡Malditos perros! —bramó, colérico. Rápidamente se apropió de la espada del cadáver, sin pensar si la magia de Rea Silvia le permitiría usarla. Afortunadamente, así ocurrió—. ¿Esto es lo que teméis? ¿El fuego de Marte?

 

Tal y como imaginó, fue suficiente con blandir la espada para que los lobos se apartasen, aunque uno fue lo bastante bravo como para llevarse la cabeza del centurión consigo. A Mykene casi le dieron ganas de reír.

 

—Moristeis —afirmó, apuntándoles con la hoja dorada—. Moristeis porque yo quise que fuera así. Solo sois espíritus vagando por el mundo gracias al cosmos de un huérfano que prefiere revivir a unos cuantos perros antes que a sus padres.

 

Nada ocurrió. Los lobos, por supuesto, ni siquiera debían entenderlo por muy sobrenaturales que fueran, y quien los comandaba permanecía oculto.

 

—Bien, si no estás dispuesto a luchar por los tuyos, no me dejas otra alternativa. —Para sorpresa del propio Mykene, un mero pensamiento hizo que la espada ardiera con un fuego blanco, divino. Era la bendición del dios Marte con la que contaban las hormigas como último as en la manga—. Quemaré las almas de estos perros, nada quedará de ellos ni para este mundo ni para el otro.

 

Sin más preámbulos, dio un rápido tajo al lobo que tenía más cerca, pero algo extraño ocurrió. La bestia saltó hacia él a una velocidad prodigiosa, golpeándole en la mano con unas garras de metal. De un momento para otro, Mykene se halló desarmado y con dos leves muescas en el guantelete.

 

—¿Qué…?

 

Ni siquiera terminó de hablar cuando oyó un ruido atronador. Arriba, una explosión blanca se dispersaba, consumiendo la espada dorada que aquel temerario lobo había partido en dos a la vez que la lanzaba a las alturas.

 

—Un perro de dos patas —musitó al ver de reojo a Fenrir de Alioth. De alguna manera, aquel huérfano había podido hacerse pasar por uno más de la manada—. Por supuesto. Toda la jauría está revestida con tu cosmos.

 

Miró con detenimiento al guerrero que ya poco tenía de niño. Se notaba la clase de vida que había tenido, siempre a la intemperie y alejado de los humanos, pero esas mismas dificultades lo habían curtido. Sobre el cuerpo entrenado y una túnica de piel de venado, destacaba la armadura sagrada de Épsilon.

 

—Así que por eso has tardado tanto en enfrentarme. Es una buena armadura.

 

Y lo era. Sencilla, cubriendo solo lo indispensable y sin demasiados ornamentos más allá de dos garras sobre cada guantelete y algunas líneas de un azul más claro que el del resto de aquella protección. Habría preferido armarse de esa forma antes que portar la pesada y aparatosa armadura que como uno de los makhai debía usar. Los tres picos en cada hombrera, los bordes acabados en puntas afiladas, las placas irregulares que parecían rocas de metal, las intrincadas imágenes en relieve que ostentaba en el peto a fin de intimidar al adversario… Podía impresionar en un primer acercamiento, sí, pero en un combate estaba seguro de que vestir algo como la estrella sagrada de Épsilon sería como tener una segunda piel, no un lastre más vistoso que útil.

 

—¿No vas a decir nada? —dijo el león, buscando despejarse. Desde que Fenrir se había expuesto todo se había sumergido en un incómodo silencio. Hormigas y lobos esperaban órdenes antes de hacer cualquier movimiento—. Bien.

 

De un pisotón hizo temblar el suelo, buscando desequilibrar a Fenrir el tiempo suficiente para poder golpearle, pero antes de que pudiera hacerlo un lobo surgió tras la espalda del einherjar y saltó hacia él. Lo evadió por acto reflejo, perdiendo el efecto sorpresa y la iniciativa en el combate. Un silbido resonó por el lugar y las bestias reiniciaron el ataque junto al último señor de Alioth.

 

—¿¡Qué hacéis!? ¡Quemadlos! ¡Quemadlos, maldita sea!

 

Las órdenes llegaban a cada hormiga, pero las bestias caían sobre ellos como estelas de fuego fatuo, impidiéndoles obedecer o hacer cualquier movimiento útil. Tiraban a los legionarios al suelo y les destrozaban el rostro con violentos mordiscos. En medio de todo, Mykene trataba de conseguir algún arma, terminando por encontrarse a Fenrir y a uno de los lobos. La lucha inició de inmediato.

 

Si todas aquellas bestias eran rápidas, esos dos lo eran todavía más. Humano y lobo golpeaban a Mykene desde ambos flancos a igual velocidad, obligándolo a adoptar una posición defensiva y retroceder poco a poco. El León de Nemea empezaba a entender, aunque tarde, que todo cuanto estaba ocurriendo había sido preparado con detenimiento. Fenrir sabía a quién tenía que enfrentar y se había entrenado a consciencia.  

 

—Nada mal —admitió el colérico pretoriano luego de fallar en darles un manotazo. Tenía un ojo puesto en las garras de Fenrir, y el otro en el lobo que parecía cuidarle las espaldas—. Creo que recuerdo a ese. Sí, la cicatriz en la frente, como una media luna, es difícil de olvidar. ¿Quién estará usando la capa que creé con ese raro pelaje azul?

 

Tras cada frase, los ataques redoblaban en intensidad, pero fue la última revelación lo que enfureció de verdad al silencioso guerrero; precisamente lo que Mykene quería. Fenrir se adelantó a su compañero por un pequeñísimo instante, y el león aprovechó aquella oportunidad para atrapar a la escurridiza presa.

 

—Se acabó —dijo, agarrando fuertemente el cuello de Fenrir y con los pies justo al borde de la cascada congelada. Aquel par lo había presionado hasta ese punto, y no tenía heridas en los brazos gracias a los densos y resistentes brazales, que ahora lucían bastante maltratados—. Buena armadura, buenas garras, buenos perros. Pero se acabó, chico. No me agrada pelear con mudos.

 

Miró en derredor. La manada de lobos lo rodeaba, encabezados por el que ostentaba la cicatriz como una línea neblinosa. Atrás quedaban las hormigas, todas muertas, todas un doloroso pinchazo más en la mente de Mykene, quien recordaba demasiado bien cada grito. Se le habían pegado en el cerebro, como si los espíritus de aquellos leales soldados hubiesen decidido llevar a la locura a su incapaz comandante.

 

—¿Últimas palabras?

 

Fue una broma, una de mal gusto. La presión que ejercía sobre el cuello del einherjar era demasiado grande como para que pudiera hablar. Aun así, esta vez hubo una respuesta, una con los puños y las garras del guerrero, los cuales cayeron con celeridad sobre el brazo del León de Nemea.

 

***

 

Wilhelm pudo librarse de la lanza a costa de perder un trozo del pie. No sintió dolor, no al menos uno físico, pero cuando debió aferrarse a Boden para escalar una escarpada pared no pudo evitar llorar pensando en que en cuanto no pudiera mantener el estado berserk, quedaría reducido a un tullido, un inútil.

 

El trío de berserkers partió en busca de Barbarroja, quien supuestamente debía hallarse en los alrededores, quizá en la cima misma de Franangr. Boden, como capitán de aquel grupo, hizo esfuerzos por dar el más corto rodeo posible para no avergonzar aún más a Wilhelm ni enfurecer a Ovlesser, que en cualquier momento podría perder el control. A medio camino, enterrado entre rocas desprendidas de la ladera de una montaña, hallaron el cadáver de una hormiga.

 

O al menos, eso es lo que el grupo interpretó, desconociendo el significado del casco con penacho. Aquella hormiga era un centurión, uno de los seres que de algún modo mantenían unidos grupos de ochenta soldados sin iniciativa alguna. Wilhelm alzó el yelmo para observarlo, pero lo único que vio fueron algunos trozos y fluidos congelados, lo poco que quedaba de la cabeza de la criatura.

 

—¿Para qué servirá esto? —preguntó Wilhelm, señalando el penacho.

 

—Olvídalo —ordenó Boden, dándole un leve manotazo en la cabeza. Aún podía diferenciar entre espabilar a un subordinado y mandarlo al suelo porque estaba a un paso de quedar cojo—. A algunas hormigas las podemos matar sin demasiados problemas, a otras las debemos atacar en grupo, en un numeroso grupo. No necesitas saber más de ellas; ninguna piensa, todas obedecen.

 

—Muerte —gruñó Ovlesser, arrebatando el casco de las manos de Wilhelm solo para aplastarlo y tirarlo a algun lugar—. ¡Muerte! ¡Hormigas!

 

Uno de aquellos gritos fue ahogado por un estallido ensordecedor. Arriba, enormes pedazos  de hielo se desprendían de Franangr. Boden miró a Wilhelm, quien cabeceó con fuerza: si el día de mañana no podría hacer nada, estaba bien, pero hoy era un berserker, tenía dos fuertes brazos para apoyarse en el peor de los casos.

 

Sin mirar atrás, ambos se alejaron lo más posible de aquella lluvia de escombros helados. Debieron cubrir una gran distancia antes de estar a salvo.

 

—¿¡Qué es eso!?

 

Wilhelm apuntaba a uno de los trozos que caían disparados de la cascada congelada. Casi parecía una plataforma sobre la que guerreros libraban un combate imposible, a una velocidad que el asgardiano no podía seguir. ¡En verdad el tiempo tenía un significado muy distinto para quienes dominaban el cosmos!

 

La lucha fue fugaz; tan pronto aquel pedazo de hielo estalló contra el suelo a lo lejos, ya parecía haberse decidido un vencedor.

 

—Lo que estábamos buscando —dijo Boden, serio.

 

Ninguno de los dos había visto nunca un león, ni siquiera en un libro, pero reconocían la forma bestial del yelmo del hombre que surgía victorioso, así como la larga capa de piel que le colgaba de los hombros. Era Mykene, sin duda alguna, y el guerrero al que pisoteaba debía ser Fenrir. El largo y descuidado pelo blanco era inconfundible.

 

—Ni siquiera un einherjar puede con él —maldijo Boden, apretando con fuerza los dientes y los puños—. Estamos acabados.

 

—Capitán… ¿Eso son lobos?

 

Acostumbrado como estaba a ver el mundo a través de sentidos convencionales, Boden debió parpadear varias veces y forzar la vista para percibir a las bestias pálidas que rodeaban al comandante de las hormigas. Notó la silueta de los lobos del norte en cada uno de aquellos seres, aunque eran de un color tan tenue que parecía que en cualquier momento se disiparían en el aire. Y uno de ellos estaba pegado a la armadura del invasor, atravesado por los picos de una de las hombreras.

 

—Al fin caigo en la cuenta —dijo Mykene antes de pisotear al einherjar. Una energía eléctrica le recorría el cuerpo, alejando a los lobos que ansiaban devorarlo y torturando al que tenía aprisionado—. No necesito condenar a estos perros al olvido. Si el cosmos los mantiene en este mundo, ¡el cosmos los puede expulsar! ¡Destruiré el nexo que has creado y luego te destruiré a ti!

 

Fenrir pudo esquivar la pesada bota del león girando entre la nieve, pero aunque enseguida se levantó y se dispuso a atacar, ya era tarde. El lobo atrapado se deshizo entre rayos y sonoros aullidos, acaso lamentando haber fracasado.

 

El einherjar fulminó a Mykene con una mirada cargada de ira, lanzándose sobre él a la par que el resto de los lobos. Pero Mykene ya había visto suficiente de los ataques de Fenrir: le faltaba técnica en la misma medida que le sobraban fuerza y velocidad.

 

—¡Eres predecible! —exclamó mientras evadía a una docena de lobos—. ¡Eso es lo que pasa cuando un hombre se entrena con animales!

 

Boden y Wilhelm observaban el combate de lejos, impotentes. El León de Nemea parecía desaparecer y aparecer donde quisiera, avasallando a Fenrir con golpes desde todos los flancos. De nada servía que las bestias pálidas tratasen de ayudar; Mykene podía apartarlos de un manotazo.

 

Desde atrás venía Ovlesser, cargando un pedazo de hielo que lanzó enseguida hacia el invasor. El proyectil se detuvo frente a una pared invisible, donde estalló en pedazos al mismo tiempo que el puño de Mykene mandaba a volar a Fenrir lejos.

 

—Una barrera —dijo Wilhelm, como traduciendo el furioso bramido de Ovlesser—. Solo los sacerdotes pueden crearlas.

 

—También las sacerdotisas.

 

Los tres se giraron a la vez, no podía ser de otra forma al oír la pícara voz de Elmina en semejantes circunstancias. Allí estaba la arquera de grandes orejas y mágico arco por la que Wilhelm secretamente había rezado poco antes de iniciar la batalla. La muchacha los miraba con una seriedad que nunca imaginaron ver en ella. Al lado, un caballo de negro pelaje y oscuras crines relinchó, como queriendo hacerse notar.

 

—Habéis tardado —dijo Wilhelm, sonrojado a pesar de la euforia que aún sentía gracias al estado berserk. No añadió nada más. El ceño fruncido de Elmina le dejaba bastante claro que no era el momento—. No te vimos llegar.

 

—Me adelanté a vosotros, sois demasiado lentos para Nott —acusó mientras acariciaba la crin del caballo—. Os esperaba en la montaña ocultando mi cosmos, pero parece que no podéis apañároslas sin mí.

 

—¿Cosmos? —dijo Boden, que para variar no entendía qué estaba ocurriendo—. ¿Fuiste tú quien mató a aquella hormiga?

 

—Maté a unas cuantas antes de que os emboscaran. Basta de preguntas —cortó—, haré lo que pueda con vuestras heridas antes de que vengan.

 

No hizo falta preguntar a qué se refería. Ya desde el horizonte podía verse cómo más de un centenar de hormigas avanzaba hacia donde Mykene y los lobos combatían, aunque no parecía que tuvieran intención de unirse a esa batalla.

 

—Os he expuesto —se disculpó Wilhelm. Elmina, centrada en cerrar el profundo corte que Boden tenía en el hombro, prefirió ignorarlo.

 

Wilhelm lo entendía. Miró hacia las hormigas, armadas con largas espadas y grandes escudos. Al pensar en las posibilidades que tenían frente a ellos, acabó fijándose en Ovlesser: el gigantón ensangrentado era cubierto poco a poco por un aura blanca que le cerraba el sinfín de heridas. Aunque era Elmina quien lo estaba curando, el berserker la observaba como si en cualquier momento fuera a arrancarle la cabeza.

 

Los dos centuriones que dirigían el contingente de hormigas se detuvieron a unos diez metros de la barrera que Elmina había levantado. Allí se quedaron largo rato, en un silencio apenas interrumpido por los atronadores sonidos de la batalla que los lobos y el león libraban a lo largo de todo el helado paisaje.

 

—¿Tú puedes verlos? —preguntó Wilhelm, tratando torpemente de seguir las estelas que dejaban a su paso. Eran demasiado rápidos, y lo único que lograba era localizar dónde estuvieron gracias al sonido de las rocas heladas rompiéndose.

 

—Puedo sentirlos. Fenrir está luchando solo, deja de lado a los lobos porque sabe que desaparecerán si están cerca de Mykene.

 

—Yo no sé nada —dijo Boden, ofuscado, cuando Wilhelm lo miró de reojo—. Qué son esos lobos, quién era aquel mago, quién es realmente esta mujer… 

 

—De alguna forma, tal vez por mediación de los dioses, Fenrir mantiene en este mundo el alma de cada lobo que las hormigas mataron —explicó Elmina—. Les dio la oportunidad de vengarse y ahora se las está arrebatando. Eso es todo lo que necesitáis saber —aseguró, adelantándose a cualquier reclamo—. Si esto sigue así…

 

La conclusión no tardó en presentarse. Mykene y Fenrir acabaron frente al par de centuriones, como si estos se hubiesen posicionado justo en el lugar que debían. Allí, lobo y león intercambiaron puñetazos y garras en solitario, al principio.

 

—Ging —musitó el einherjar. El lobo de la cicatriz se había arrojado directamente a la yugular de Mykene, dándole una oportunidad de oro.

 

El ataque fue veloz como el relámpago y el rugido de Mykene resonó como un trueno. La sangre bajó desde las grietas en uno de los brazales, manchando a Fenrir.

 

—Por poco —dijo Mykene. Una descarga de cosmos eléctrico apartó a Ging, y la amplia mano del León de Nemea sujetó el rostro del einherjar antes de que pudiera sacar las garras del brazal—. Por muy poco.

 

Una y otra vez, el invasor golpeó al guerrero atrapado, sabiendo que ya nadie podía ayudarlo. Lo hizo mirando de reojo a la mujer que había aparecido, provocándola para que interviniera y le pusiera las cosas más fáciles, aunque no le importaba escoger el camino difícil. No a esas alturas.

 

—Ni lo penséis —ordenó Elmina, lo que no impidió que Ovlesser empezara a golpear con ímpetu la barrera—. Vuestra fuerza no es nada contra Mykene.

 

—Eso pensábamos todos —terció Boden—. Pero después de haber visto a ese muchacho atravesar la impenetrable piel del León de Nemea, esa armadura indestructible que ningún berserker jamás ha podido siquiera abollar, nuestro ánimo ha crecido como no podéis imaginar. ¡Queremos luchar, mujer!

 

—La armadura de Mykene ya estaba agrietada de antes, solo que quizá él no lo comprendía. Los daños que el cosmos puede provocar a veces son tan pequeños…

 

—¡No quiero explicaciones! —gritó, agarrándola del cabello para que viera cómo Mykene golpeaba a Fenrir contra la barrera. Su intención de aplastarlo contra ella era evidente—. ¡Quiero luchar, mujer! ¡Entiéndelo de una maldita vez!

 

—Quieres luchar —repitió Elmina, sonriendo—. ¿Con este sol?

 

Boden la soltó, anonadado. Incluso Mykene, que oyó perfectamente aquella absurda frase, frenó el último golpe para mirar al cielo. Arriba, coronado por un techo de nubes grises, brillaba una inmensa bola de fuego que arrojaba calor sobre toda la tierra.

 

—¿Qué significa esto?

 

—Para los asgardianos, esto es un regalo de los dioses, que otorgaron a nuestros campeones la fuerza para defendernos. ¿Para un cerdo como tú? La muerte.

 

—León de Nemea, no cerdo. Teniendo unas orejas tan grandes ya deberías haberlo oído unas cuantas veces, ¿no te parece?

 

Elmina respondió a la bravata simplemente apuntando al cielo. Tan pronto Mykene miró hacia el pequeño sol, ahora rodeado por una corona de fuego cósmico, Ging apareció y arrastró a Fenrir hacia el otro lado de la barrera.

 

—¿Qué hacéis? —dijo Mykene, aún observando aquel fenómeno capaz de poner fin al frío asgardiano. No se refería a Elmina y los demás, ni siquiera se había preocupado por el hueco que la sacerdotisa había abierto en la barrera. Se dirigía  a sus hombres, sus estúpidos hombres que ni tan siquiera se habían movido—. ¡Huid!

 

 

Pero las llamas del sol cayeron sobre la tierra antes de que aquella orden fuera pronunciada, arrasándola con un calor que solo conocían los cielos.

 

***

 

Aprovecho este espacio para hacer un anuncio a los lectores de Némesis Divino, igualmente expuesto en el respectivo tema: El retraso en la publicación se debe a problemas técnicos con el ordenador de su autor, Killcrom. Vuestro compañero agradece la paciencia que tenéis.

 


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Publicado 28 julio 2016 - 18:33

Tengo que ponerme al corriente con esto XD, así que aqui va un poco de revie, ejem.

 

Capitulo 3
"Hormigas" , entiendo que así les dicen porque son rojas y todo pero ¿no tienen un nombre 'oficial' o ese es el 'oficial? XD (parrafos después me entero que es Legionarios, lol, gracias fic por explicar)
 
"Sonia"... "mundo nuevo"... "Santos muertos" OMG, SAINT SEIYA OMEGA- dun dun duuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuun!!!!!
Bueno, un universo Alterno donde Omega y Asgard se juntan para formar una historia de calidad n.n Solo porque lo escribes tú es que sigo leyendo que sino hace rato cerraba la ventana XD
 
Jaja lo del niño fue encantador, pero temía por su vida... digo, Sonia no se mostró muy contenta por ver a un niño con "cosmos despertado".
 
Sonia cree que el bicho raro es todo menos un "alien", si es que están en Marte y eso caray XD, ustedes son los invasores no los bichos!
 
RIP Kiki y su discipula XD
 
Buen cap explicativo.
 
 
 
 
*********
 
EDIT para evitar el doblepost.
 
Capitulo 4
Es raro que Remo (hijo de Marte) se asuste por ver violencia y homicidios por mas aberrantes que sean XD, o quizás deba leer sobre el personaje mitológico para saber qué onda, pero bueno, gracias a él vimos toda la película del enfrentamiento de Sonia y Kiki.
Vaya, las hormigas estas si que son leales la verdad o.o, mira que matarse todas para no estorbarle más a Sonia, caray XD Bravo, no lo esperaba.
Pues hagan BOOM a la Tierra y ya, ¿qué no pueden? XD
Qué fuertota Sonia al pegarle a un Consul... o_o
Lo bueno de este universo alterno es que rescatas lo "rescatable" de lo que fue SSOmega y no involucras a los que de plano no me gustaría ver por aquí (todavía... no sé después, ya te avisará el grito XD)
 
Muy buen reedición del capitulo n.n
 
PD. Espero que de verdad Julio no haya muerto o.O

Editado por Seph_girl, 29 julio 2016 - 13:03 .

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 04 agosto 2016 - 17:41

como siempre buen capitulo  

 

la pelea quedo muy bien 

 

quedo a la espera de la continuacion



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Publicado 22 agosto 2016 - 04:00

Citando una de las canciones que me gustan: We both know what memories can bring, they bring diamonds and rust. Que traducido sería algo como Ambos sabemos lo que los recuerdos traen, diamantes y óxido. Tu historia es un diamante entre el polvo, Rexo, por eso vuelvo a rescatarla. Pues bien, regreso tras un laaaaaaaaaaaargo verano (que se me ha hecho más bien corto) con las... ¿pilas cargadas?, y con ganas de seguir escribiendo, así como de seguir leyendo. Pues bien, mi querido Rexomega, sigo a la caza, al acecho, atento a las novedades. Y es cierto que han pasado casi seis meses desde que me dio por comentar por última vez, pero te ruego que me disculpes, ya que entre los estudios y los vs, que me habían comido la cabeza, estoy perdido, pero he vuelto a encontrar el camino, la auténtica razón por la cual me metí en este foro: escribir sobre Saint Seiya.

 

Pero dejándonos de rollos estúpidos, pues sé perfectamente que estás esperando un comentario satisfactorio, fructífero y relevante, que te haga seguir escribiendo (pues seamos sinceros, recibir reseñas es nuestro motor), allá voy.

 

He de decir que me hallo gratamente sorprendido con el potencial desplegado en este foro. Ahora que el colega Tetza ha desaparecido, y nuestro viejo amigo Kill anda, seguramente, ocupado con sus cosas, escasea un poco el talento por estos lares. No el talento, sino la gracia, el estilo, la originalidad. Siempre he considerado a esos dos como grandes motores de la Zona Fanfic, simplemente por sus grandes ambiciones y su garra, pasión y sentimiento a la hora de escribir. Dentro de poco llevaré aquí un año (de hecho, el 16 de septiembre cumplo 365 días) y hasta el... ¿28 de noviembre, puede ser?, no tuve la oportunidad de leer algo del mítico Rexomega, que lleva aquí ni más ni menos que diez años, ¡una maldita década! Mentiría si te dijese que no te tengo envidia. Tu estilo es de los mejores. Tienes ese toque descriptivo que, aunque si bien es cierto que en contadas ocasiones hasta empalaga, denota ese rasgo de calidad que otros aún no tienen y quizás nunca lleguen a desarrollar. Tu trabajo es atractivo en muchas formas, tanto en la lírica como en el trasfondo de una historia que aún tiene mucho que contar. Asgard siempre ha sido uno de los pueblos infravalorados en el universo de Kurumada, y no se desarrollan muchas historias enfocándose en las heladas tierras del Midgard, la verdad. Por eso me llama la atención ese Alberich (que siempre te dije que no era de mi agrado en general), esos God Warriors que batallan como si de cruzadas se tratase contra las Hormigas, contra el orgullo impasible de los Martian, así como puede ser Sonia de Avispón (a la cual adoro y me agrada que le hayas dado un punto a favor en tu historia). En medio de un batiburrillo de emociones, de batallas por sobrevivir en las durísimas tierras nórdicas, tenemos a Julián Solo, vasija del rey de los mares, el emperador Poseidón. Y, wow... ese Julián, al que has desarrollado, sin contar aún con la pura presencia del dios. Eso es algo que, sinceramente, me llama la atención. No está esa altanería, esa prepotencia de los dioses. No aún. Lo que está claro es que tendrá un papel clave en el desenlace de la historia y que, por ende, seguirás haciéndolo perfecto.

 

¿Qué más decir? Ah, sí. Mándale un saludo a Kill de mi parte. Hace lo menos dos meses que no le digo nada. La última vez le comenté que iba a por tabaco y no volví.

 

Un saludo y sigue así.


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Publicado 23 agosto 2016 - 14:39

Bueno, aquí vamos a luchar por alcanzar pronto lo que llevas publicado, por el momento aqui van mis sencillos comentarios respecto a los capítulos 5 y 6 n_n

 

Capitulo 5.
Y volvemos a Asgard y una de las razones principales por las que leo esta historia: Julian Solo.
Muy buena la escena con Hilda, demasiada tensión entre ambos testarudos, en otras circunstancias seguro hubieran terminado más o menos así:
Hilda: Hombre de cuarta.
Julian: Bruja.
(momento de silencio absoluto y después se abrazan, besan y una mesa termina rota) XD
 
Y Alberich que parece que la quiere hacer de casamentero, demasiado Game Of Thrones para él ajaja. Pobre Julian Snow que no sabe nada.
 
 
Capitulo 6.
Una escena así tan sencilla y bien manejada entre personajes comunes me son mas disfrutables que cualquier otra cosa en una historia, y vaya que me agradó leer lo del grupo de Elmina y compañía e imaginarmela claramente.
Están hablando de la historia Fenrir, qué bien, chido por Dulbar que castigó a los cobardes que dejaron solo al niño ante el oso.
 
Qué graciosa la escena con Oribarkon jaja, me causó risa antes y también ahora, adoro al sujeto desde el día que lo leí por primera vez jajaja.
 
Buenos capítulos XD

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#76 ℙentagrλm ♓Sнσgōкι

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    The Digger

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Publicado 15 septiembre 2016 - 16:10

Viejo, estamos esperando.

 

Ahora sí, con todo el cariño del mundo he de informarte de que espero que no estés muy ocupado y puedas continuar con este pedazo de tu alma que escribes.


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Publicado 27 septiembre 2016 - 11:09

Y al fin despues de andar de vaga me pongo al corriente con este humilde Review del Capítulo 7.
 
Pobre Mikene, cuánto tiempo ha de haber pasado solo intentando conquistar Asgard XD
pero ya llegó Sonia a ayudarlo a acelerar la disque conquista. (no sé porque Marte no sólo hizo KABOOM! la tierra, pero bueno)
Qué detalle de tu parte querer explicar cómo pueden congeniar los guerreros de la serie y los de la película en un mismo universo jeje, bien hecho.
 
Ay esta Sonia, que solo porque ella no vive a gusto en un mundo pacifico quiere que todos cambien, vaya mujer ><
 
Wuju! al fin Fenrir va a vestir su armadura sagrada n.n
 
 
 
Capítulo 8
 
Santos lobos espectrales, Rex! Seguro todo se vería muy gore cuando desmiembran a la hormiga jeje
Yeiii Fenrir está peleando, uno de mis dioses guerreros favoritos (el primero es Bud), y no lo hizo nada mal... pero mira que Mikene mató a todos sus lobos ;_;, muerte, que maten al infeliz.
Y cuando todo parecía perdido, sucede un milagro :D, y el único que recuerdo que hace cosas de fuego es el dios guerrero de Merak ¿será? Lo sabremos en el próximo episodio, espero.
 
Saludotes n.n

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#78 girlandlittlebuda

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Publicado 15 noviembre 2016 - 00:20

Hola Rexomega!

Vengo a realizarte la cordial invitación para que participes en el 1er Concurso de one shots titulado "Una Navidad con los golds saints".

Te dejo la convocatoria para que la cheques:

https://youtu.be/bdmjRkQF6ss

Espero que te animes a participar

Gracias

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"Aunque nadie puede volver atrás y hacer un nuevo comienzo, cualquiera puede comenzar a partir de ahora y hacer un nuevo final"


#79 Cástor_G

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Publicado 06 diciembre 2016 - 00:54

Hola Rex!

 

De nuevo por aquí jujuju.

 

Capítulo 4.

 

La aparición de Anteros la verdad es que te ha quedado de lujo. La descripción desde que llega realmente te hace entrar a la historia e imaginar todo lo que está ocurriendo. Como su cuerpo aparece y desaparece entre chorros de agua te ha quedado bastante bien. LA participación de Remo ha sido mucho menos imponente, sin embargo imagino que eso ha sido intencional para diferenciar la presencia de cónsul del sur y del cónsul de este.

 

Sonia me agrada cada vez mas. Si bien los personajes femeninos en Saint Seiya nunca han sido de mi completo agrado (en el manga clásico pocas mujeres tienen personalidades interesantes, y en los fics la verdad es que tampoco he encontrado féminas muy importantes), la verdad es que Sonia me parece muy interesante. Es algo así como Shaina, pero mejor y más realista. Es lo más cercano a los guerreros de la vida real, esos que no tienen piedad de nada... por algo son guerreros. 

 

Si bien el título Dos Tierras no daba mucha cabida a una tercera (en este caso el Santuario) me ha sorprendido la derrota de Kiki y su alumna. A lo largo del capítulo estuve esperando que todo fuese una ilusión, pero parece que en realidad sí se los cargaron xD. Es curioso porque la mayoría de las historias narradas en un futuro, tienen a Kiki en un papel importante. Aunque por lo menos se ha despedido con una variante del Muro de Cristal muy vistosa. Simpre se agradece ver variantes de técnicas originales en los fics. a veces es sorprendente la variación que el fan le puede dar a un ataque ya visto. Y hablando de estas esferas, también me agradó el sacrificio de las hormigas por ru regina... hace mucho que leí el capítulo tres, pero me imagino que este es el termino que se le da al rango que posee Sonia? De igual manera creo que tengo que leer nuevamente los primeros tres capítulos.

 

Al final me he confundido con los lugares más porque mencionas al planeta Marte. Debo leer nuevamente desde el inicio...

 

 

Pues bien  Rex, gran capítulo, de verdade stas en otro nivel. Nos vemos pronto!



Capítulo 15: La Flor Sangrienta
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#80 Cástor_G

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Publicado 26 febrero 2017 - 14:41

Rex que onda contigo, ya casi te acanzo! Si te alcanz no podré leer a mi ritmo y tendré que esperar meses a que publiques ¬¬U

Capítulo 5: Dos Caras de un mismo reino

Me agradó la idea de la prisión Niflheim, yo he agregado una prisión similar en mi fic llamada Abaddon, está en el Santuario. La primera parte, que es la platica entre Hilda de Polaris y Julian Solo es larga pero interesante, y muy bien redactada. Me parece curioso que Julian mencione que fue entrenado, me imagino que es Sorrento el cual aparece brevemente.

Hay un momento en la plática que mencionas que Julian Solo se vía totalmente saludable, que no había perdido el color, etc. Durante los tres días que ya tenía en Niflheim, sin embargo al principio del capítulo lo describiste con aspecto descuidado y cubierto de escarcha jeje.

También me agradó esa escalofriante niebla que parecen ser las almas de quienes han tenido el infortunio de morir en Niflheim.

La segunda parte del capítulo muestra la otra cara de Asgard, el punto de vista del siempre interesante Alberich.

De momento parece tener interés en que Poseidón (por que más que en Julian Solo, parece estar interesado en el pode divino) sea el nuevo soberano de Asgard, sin embargo me pregunto por qué esto beneficiaría a Alberich, siempre sediento de poder y gloria, con Poseidón seguiría sin tener eso que tanto anhela, Asgard y el mundo bajo su control. O quizá tiene el mismo pensamiento que Kanon, que mientras no despierte del todo podría manipular las cosas a su antojo.

Mepareció curioso que mencionaras fugazmente la existencia el que supongo, es el Anillo de los Nibelungos. La historia detrás de este anillo siempre me pareció muy interesante, de los mejores detalles de Asgard, ojala lo veamos también tu fic… ahra que lo pienso, quizá sea esto lo que quiere Alberich, apoderarse del anillo juju.

Vuelve Rex D:

Saludos!



Capítulo 15: La Flor Sangrienta
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