Tantos errores, madre de todos los dioses! Gracias por apuntarlos, Rex.
Este fue uno de los capítulos más pesados y difíciles de escribir que he hecho en Mito, precisamente porque la batalla de Seiya y Valentine es, por un amplio margen, la más aburrida de toda la saga de Hades. Traté de darle ciertos matices, mostrar ciertas cosas, jugar con el ambiente como dices, pero no quedé para nada conforme.
Fue una lástima seguir la línea del manga ahí. Todas las ideas "originales" que tenía pensado para este volumen, para que fuera un reboot, las terminé dejando para el siguiente, el de Elysion, porque sentí que lo necesitaba mucho más, y por eso esta (en particular los capítulos de Seiya e Ikki) son tan iguales a lo que ya vimos. El desafío siempre es hacerlo ver distinto, pero la verdad, con este capítulo me fue difícil y me terminé rindiendo a ratos. Traté de hacer a un Valentine mucho más interesante, pero con Silpheed ahí, se me hizo un poco redundante al final. Aunque sí me gustó el final, con el choque entre sus ideologías que en principio son similares (como Seiya y Titán en su legendario encuentro), pero en realidad son distintas. Uno lucha porque está programado para ello por su dios. El otro lo hace porque eligió hacerlo, al sentir cosas por su diosa.
Sobre la línea de por qué los caballos vuelan, la idea fue mostrar que Seiya no está pensando bien. Está cansado, herido, probablemente delirando. Era una línea irónica, pero lamento que en la práctica no se viera así.
De lo que sí estoy orgulloso es sobre la relación de Aiolia y Seiya. La vengo construyendo literal desde el segundo capítulo de todo el fanfic, y es algo que todavía tendrá un poco más en los capítulos siguientes, hasta el inevitable final. También estoy feliz de que te agrade lo de Seiya y Saori, aunque más que orgulloso, siento que hice el mínimo necesario, pues fue Kurumada el que falló en plantearlo (o al menos en ejecutarlo si sí fue parte de su plan).
Como ya adelanté, lo de Thanatos, en principio, ya está en debate que siquiera luche con Seiya jaja, pero en caso de que sí, haré lo posible por darle alguna dificultad que no sea algo que ya se vio, como (creo que logré) cuando apuntaste que mi visión de la perspectiva de Ikki ante Shaka era demasiado extrema, y que luego al enfrentarse a Poseidón, tenía que mostrar un nivel más allá.
Mito del Santuario fue pensado como un reboot, terminó siendo un remake, prometí que la saga de Hades sí sería distinta, no lo ha sido tanto, pero fue porque las ideas más locas que se me ocurrían las fui dejando para adelante. Shaina, Shiryu, Saori y Hyoga creo que han conservado la mayor originalidad, aunque dentro de una ruta díficil de torcer. Me parece que el último arco de Hades es el que mostrará las diferencias que tenía planificadas, pues es el que más necesita, y con base a eso escribí los últimos 20 capítulos del volumen. Espero no decepcionar.
Un millón de gracias por las críticas y los comentarios, y nos vemos pronto en la otra acera.
SAORI IV
Judecca, Octava Prisión. Inframundo.
Frente a ella, un enorme torbellino de fuego. Una sola habitación, la única que se mantenía intacta, mientras el resto de Judecca parecía haberse reducido a escombros o se hallaba en ruta hacia ello. A un lado, Pandora Heinstein se acercaba hacia ella, armada con una daga de mortemita, pero Saori la repelió hacia atrás con su Cosmos, y se sorprendió de lo fácil que fue. Más allá, parecía que se daba una intensa batalla. Sentía el Cosmos de Dohko, pero no iba a poder asistirle por ahora.
Lo único que le interesaba era el caos al interior del tornado flamígero. Ikki estaba allí, algo que Saori no había predicho, aunque no le sorprendía. Había escuchado reportes entre los Espectros de que había Santos en el Inframundo, y aunque había repudiado la idea, habiendo hecho todos los esfuerzos posibles, con todas sus órdenes y decretos para que se quedaran en el Santuario, se había convencido de que era imposible detenerlos. En el fondo, la enternecía, y le daba más fuerza a su misión. No sabía quiénes habían entrado al Inframundo, pero la opción más obvia era Ikki, que había estado allí antes. Cuando se enteró de que Shun era el cuerpo ocupado por Hades, Shaka dedujo que éste lo había tomado para regresar a las tierras más puras, lo cual les hizo deducir por qué era que Ikki no parecía nunca morir completamente.
Hablando de Shun, se hallaba disputando un duelo furioso de voluntad con Hades en ese preciso momento, y aunque jamás había visto el Cosmos de Shun tan intenso, tan lleno de ganas de vivir, tan lejos de su actitud de sacrificio, rodeando toda la habitación con vapores nebulosos, lo cierto era que no sería suficiente. Hades era un dios, y después de descubrir las cadenas defensivas que Saori había puesto en la mente de Shun, no iba a pasar mucho tiempo hasta que dominara la voluntad de Shun otra vez.
Saori había tenido muchísimo miedo de lo que fuera a ocurrir. Todo lo que había planificado para cuando llegara a Judecca podía desmoronarse fácilmente, y así se había sentido cuando se lo dijo a su acompañante, el alma del Santo de Virgo, después de que el propio Shun distrajera a su oponente con una de las cadenas de Andrómeda, que se había manifestado en la Segunda Fosa. Shaka y Shun compartían la misma sangre dorada, y era natural que la armadura de Bronce quisiera proteger también a quien la tornaba de Oro.
Shaka… dame una respuesta, por favor… No sé cómo hacerlo… Ya no… ya no tengo ideas. ¡Dime cómo arreglar esto! ¡Dime cómo puedo salvar a Shun!
Shaka fue justamente quien dio con la respuesta, y la entrenó rápidamente en ello. Shun tenía una conexión especial con sus cadenas, así que fue fácil crear unas en su mente una vez que se conectó con ella, gracias a la que Shun mismo había enviado, posiblemente sin saberlo. Saori lo logró justo a tiempo, antes de que Hades penetrara en su cuerpo y se apoderara de su voluntad con la Espada del Inframundo. Y lo mejor de todo era que el propio Hades desconocía la razón de que ella, y solo ella, había sido capaz de conectarse con Shun antes de que él lo sometiera a su voluntad. Tampoco Shun podría descubrirlo, pues, aunque se volviera capaz de ver en las almas de la gente con el poder de Hades, y de conocer sus destinos, Saori era… una diosa. Era distinta.
Y la única otra persona que conocía su plan era Shaka. Shaka, que le había dado su última enseñanza, y ahora ni siquiera Hades podía alcanzar a la Doncella de Oro.
El año anterior, durante su visita al Oráculo de Delfos, Saori había visto destellos de su futuro, así como el de sus Santos. Los vio enfrentar a los Santos de Oro y al dios Poseidón. Pero, de Shun, vio una hermosa doncella, el símbolo de Andrómeda. Después de sobrevivir al corte con la espina de una rosa, que había interpretado como Aphrodite de Piscis, la doncella siguió su camino hasta que las sombras de la Muerte la cubrieron, y ella se arrojó a un caldero de fuego para derribar calcinar a la mismísima Muerte y dar luz de esperanza a las sombras con su sacrificio. O eso había pensado Saori, conociendo la naturaleza de su querido Shun.
Pero ahora que había entrado a Judecca, y había visto que las llamas en realidad le pertenecían a Ikki, Saori había encontrado el verdadero significado del fuego en su visión en Delfos. Shun se había arrojado a las llamas no para sacrificarse, sino para luchar junto a su hermano, como un verdadero guerrero de la esperanza. Querían enfrentar juntos como hermanos de armas a Hades.
—¡Atenea! —exclamó Ikki, desde el interior del fuego que había creado para poder controlar a Shun y Hades. Las cadenas de Andrómeda estaban atadas a las muñecas de Hades, pero nadie las manejaba, estaban como muertas.
—¡Resiste un poco más, Ikki! —dijo Saori, dirigiéndose a Pandora Heinstein, que se había puesto de pie nuevamente, lanza en alto, y una estrella violeta en su frente, la cual generaba un torbellino de Cosmos oscuro alrededor de la mujer de negro, un Cosmos que absorbía toda luz, un Cosmos que la hacía parecer una bestia asesina, un Cosmos que no le pertenecía.
—¡Aléjense del señor Hades! —gritó Pandora, no pareciendo capaz de reconocer a la enemiga de su amo, ni distinguiendo a quien estaba atacando con el poder de su lanza, disparando relámpagos negros. Su rostro no indicaba que tenía control sobre sus propias acciones ni decisiones.
—No sé quién está detrás de ti, Pandora, manipulándote como a un títere, pero no deseo eso ni de mi peor enemigo. —Saori convirtió su Cosmos en una enorme burbuja de luz alrededor de sí misma, Ikki y Shun, y repelió los ataques de la representante de Hades, a la vez que intentaba divisar al verdadero enemigo en las sombras.
Había un Cosmos más allá de Pandora, un Cosmos que podía percibir claramente, por lo que no pertenecía a un Espectro. Al principio había pensado que se trataba de Lillis de Mefistófeles, y por eso había enviado a Shaka por ella… despidiéndose de él, su gran guardián, en el proceso. Ambos sabían que cuando llegara el momento, no habría vuelta atrás, y era muy difícil que se volvieran a ver. No sabían si Mefistófeles era culpable, pero Shaka no había dudado ni un segundo.
***
—¿Shaka? —había preguntado un poco antes, a las afueras de Judecca, mientras se contactaba con el alma de Shun y conjuraba las cadenas. Ambos habían sentido a alguien más interfiriendo.
—Atenea, ¿puede sentirlo? —dijo el Santo de Virgo, con el rostro cabizbajo, casi oscuro—. Una presencia extraña en la mente de Shun. Un Espectro de Estrella Celestial con un gran poder.
—Shaka… ¿Vas a ir?
—Sería más fácil hacer lo que vinimos a hacer, ¿no lo cree así? —dijo Shaka, que le daba la espalda. Su voz era triste y melancólica—. Si su cuerpo es destruido, Hades será incapaz de hallar uno nuevo a tiempo, y se verá obligado a enfrentarla en los términos que usted imponga, Atenea.
—¡Shaka! Ya te lo dije, me niego a hacerle daño, debe haber una manera de salvar a Shun sin… ¿Shaka?
El Santo de Virgo se había volteado. Tenía los ojos abiertos, dulces y serenos, y su sonrisa era una de las más hermosas que había visto. Parecía estar en calma, confiado de sí mismo, nada parecía perturbarlo. Jamás le había visto así.
—Lamento lo ocurrido, Atenea. Me permití, tan solo una vez, realizar una pequeña mofa antes de despedirnos. Por favor, perdone esta actitud tan adusta y hosca de la que he hecho gala durante todo este tiempo. Ante todo, soy un humano.
—¿De qué estás hablando? —Saori no podía creerlo. ¿Realmente era el fin? ¿Shaka de Virgo acababa de bromear?
—Como usted lo dijo, voy a ir. Extraeré al Espectro intruso de la mente de Shun y terminaré con él o ella. Usted seguirá su camino, cumplirá su misión, y al final, todo este ciclo en anterior apariencia interminable hallará su salida.
—Pero, Shaka…
Sabía que eso ocurriría. Algunas lágrimas se acumularon en sus ojos. Sabía que eventualmente ocurriría, y a pesar de la personalidad de Shaka, y el duro entrenamiento al que la había sometido, se había acostumbrado a su presencia, se había adaptado a sus métodos, se había realmente encariñado con su guardián.
—No, no se preocupe. No sé si le enseñé todo lo que quería enseñarle, pero usted aprendió mucho más de lo que esperaba, y con eso será suficiente. Tengo fe en ello. —El Santo de Virgo encendió su Cosmos, de color rosa como los pétalos de los árboles de sal, y comenzó a hacerse translúcido, desvaneciéndose en la bruma congelada de Cocytos—. Me ha enorgullecido, Atenea. Es mejor diosa de lo que preví. Sálvelos a todos, por favor. Y dele mis saludos, y mi agradecimiento, a Shun e Ikki.
—Sí. Así lo haré, Shaka.
***
Y entonces había desaparecido. El destino de Shaka, que la había llevado hasta el rey Hades, cumpliendo su misión, ya no estaba ligado al de Atenea. Ahora ella tenía que hacer la diferencia, usando los conocimientos que Shaka había compartido con ella por tanto tiempo. No estaba sola.
Pandora sí lo estaba. En aquel Cosmos que la rodeaba había emociones que no se semejaban a las de ningún humano, era violento, pero sublime, corroía el aire, pero sin ánimos de destrucción, sino que con la idea de que era solo su destino hacer desaparecer lo que había alrededor.
Pero dentro de ese torbellino oscuro, había un Cosmos pequeño, inocente, triste y absolutamente solitario, que intentaba protegerse de las manos del titiritero. Según Dohko de Libra, Pandora renacía cada doscientos años para preparar el camino que Hades iba a recorrer en esa era, y su nombre provenía del mismo mito que había dado origen a la idea de que las armaduras salían de sus Cajas trayendo consigo la esperanza.
Pero la mujer que tenía frente a ella carecía completamente de esperanza. La había perdido hacía muchísimo tiempo, y su desesperanza era tan grande y desgarradora que era como si hubiera cruzado el Portón del Inframundo una y otra vez, repetidamente, cada vez con menos ánimos de subsistir, a menos que fuera de la mano de Hades. En su mente estaba impresa la idea de que dependía de él, de que solo existía por su bienestar… pero no era el deber o la lealtad lo que la guiaba, sino la pura, angustiante y frustrante falta de esperanza. No había nada más en el mundo para ella.
Saori disparó una ráfaga de Cosmos y derribó nuevamente a Pandora. Corrió hacia ella, se dejó caer sobre su cuerpo, le tomó de las muñecas y compartió su Cosmos con la mujer de negro, haciéndole gritar.
—¡Basta ya, Pandora!
—¡Suéltame! ¡No permitiré que toques al señor Hades! ¡Libérame, miserable!
—No hasta que recuerdes por qué estás aquí… No hasta que recuerdes el origen de tu angustia, y te aferres a lo que te daba esperanza en el pasado. ¿No había nada?
—¿D-de qué estás…? —La estrella que flotaba sobre la cabeza de Pandora emitió un chispazo intenso, y comenzó a titilar con desesperación poco después. Saori aferró las muñecas de Pandora con aún más fuerza.
—Todo lo que recuerdas es servir a Hades, es todo lo que sabes hacer ahora, pero eso no es más que tu devoción obligatoria, no es la libertad de la que antes disfrutabas.
—¡No hay libertad en el mundo del rey Hades! ¡Él traerá un mundo de penumbra eterna porque es lo que los humanos merecen! —Pandora era incapaz de zafarse, y su mirada violeta era abrumada por sombras—. ¡No sé de qué libertad hablas cuando todo lo que en este mundo existe ha sido someterse al sufrimiento!
—Eso no es verdad… Alguna vez reíste, lloraste, sonreíste y sufriste como un ser humano, ¿lo olvidaste? Y entonces, alguien te arrebató esa libertad de vivir como humana y te convirtió en tu esclava.
Los choques de Combos de ambas generaban tormentas entre sus cuerpos, cuales truenos que gritaban por su libertad, y rayos que no alcanzaban a encontrar el camino. La Lady Pandora se zarandeaba todo lo que podía, pero ni en ese estado era dueña verdadera de sus acciones. El titiritero que Saori había visto no la dejaba ser.
—¡No me molesta ser la sirvienta de Hades, Atenea! Si eso quieres decir, estás más que equivocada, no me molesta.
—No me refería a Hades… ¿Quién se apoderó de ti cuando eras niña?
Se le hacía cada vez más obvio. Alguien se había aprovechado de su inocencia en la época de su dulce niñez, y se lo había arrebatado todo. Podía verlo en el pequeño Cosmos de Pandora al interior del remolino de sombras generados por el esclavista, una ínfima y aterradora luz que mostraba un súbito quiebre de la esperanza y la felicidad, a cambio de una vida de servicio acorde a su supuesto destino.
Saori Kido era Atenea. Atenea era Saori Kido. La muchacha criada en Japón como nieta del adinerado Mitsumasa Kido estaba destinada a liderar las fuerzas del bien ante la amenaza de los dioses. Había sido marcado en las estrellas millones de años atrás por ella misma, en su encarnación original que solo en ocasiones recordaba.
Pero, al final del día, ella misma había escogido vivir ese camino. Saori Kido había elegido ser la que pusiera fin a la Guerra Santa, tomando su propia vida con la Daga de Physis para llegar invisible al reino de los muertos. Incluso si su destino era convertirse en Atenea, ella también había escogido serlo.
—Toma tus propias decisiones, Pandora. No sé qué te hicieron, pero de ahora en adelante, necesito que pienses por ti misma.
—Pero… e-el señor Hades… —El remolino oscuro a su alrededor empezó a irse hacia los lados, a expandirse y diseminarse por doquier.
—No tienes que vivir con tristeza por siempre. Tu destino es escrito por ti misma si lo quieres. Deja esa tristeza, ¡encuentra la sonrisa en tus verdaderas memorias!
Pandora debía hacer lo mismo. En el fondo, seguía siendo una niña aterrada por lo que había vivido a manos de los dioses… Saori no sabía quiénes eran, pero fueran quienes fuesen, no tenían derecho a dictar el destino de una joven. Pandora era más que la esclava de Hades que se desvivía por él…
Detrás de su halo de oscuridad, detrás de la estrella violeta que ahora comenzaba a desaparecer de la frente de Pandora, Saori vio un hilo plateado, colgando de un dedo que portaba una armadura negra. Olía a pútrido… a muerte. Cadáveres. Cese.
Saori pudo ver el deje de una sonrisa en el rostro de Pandora. Muy pequeño, casi inidentificable, pero allí estuvo, una pequeña mueca… ¿Acaso había recordado algo? Saori no podía ver qué iluminaba la luz entre tanta oscuridad y muerte. Le soltó las muñecas tan solo por un instante…
—¡Atenea, cuidado! —gritó Ikki, detrás de ella.
Cuando Saori se volteó, vio al Fénix siendo arrojado hacia el techo, y eso la distrajo lo suficiente como para no percibir cuando Hades tomó la lanza de Pandora y se movió con pasos rápidos pero elegantes hacia ella. Afortunadamente, Shaka la había preparado para eso. Era la diosa de la guerra.
Solo debió moverse más rápido. Saori concentró su Cosmos en su brazo izquierdo, y con éste bloqueó el ataque de la lanza. Había requerido usar todo su Cosmos para no perder la extremidad. Gracias a ello, Saori pudo conservar su brazo, cuya sangre, caliente, roja y abundante, comenzó a fluir, bañando la hoja de la lanza. De haber usado su espada, la de verdad… ¿Por qué no la tenía?, se preguntó.
—Hades. ¿Eres tú?
—Atenea. Nos volvemos a encontrar. Tras más de doscientos años.
Así es. Era Hades. El mismísimo Hades estaba frente a ella. Los dioses se habían encontrado, los supuestos líderes de los dos bandos en guerra. La diosa de la sabiduría y la guerra. El dios de las almas y el infierno. Estar tan cerca debía provocar un caos cósmico de proporciones bíblicas, tal como cuando Saori estuvo frente a Poseidón.
Pero estaba ocurriendo exactamente lo que ella y Shaka habían previsto. El poder de Hades era intenso, por supuesto…, pero no al nivel que uno esperaría. En lugar de ser un alma presa de los designios del Rey del Inframundo, Saori se sentía en la presencia de un enemigo muy poderoso… pero no más que eso.
Había ocurrido lo mismo con Poseidón, cuando estaba usando el cuerpo de Julian Solo. Capaz de convocar las lluvias que caían por todo el globo, de controlar ríos y lagos, de destruir armaduras con un movimiento de su mano, de devolver todos los ataques de sus oponentes, pero no usó su verdadero poder de dios hasta que tomó control completo de Julian…, cuando éste dejó de resistirse y su consciencia desapareció.
Dunamis. El Cosmos de los Dioses. La Voluntad Divina.
El de Poseidón era como una enorme masa de agua, un enorme planeta azul que todo lo contenía, a todo lo ahogaba o lo cobijaba. Saori y los demás fueron capaces de ver el planeta azul a pesar de su tamaño, en todo su esplendor, sintiéndose infinitamente pequeños e indefensos, a la vez que sentían que su sangre, su saliva, sus lágrimas, todo se apartaba de sus cuerpos e iba a parar a las manos del dios de las aguas, cuyos pasos eran capaces de crear tormentas.
En cuanto a Hades, además de convocar el Eclipse Eterno, cubriendo el sol con una capa negra tras alinear a los planetas del sistema solar, absorbiendo las almas de todos los seres humanos para luego hacerles descansar en el Inframundo por toda la eternidad, no estaba haciendo demasiado para expresar su Dunamis. Las almas humanas respondían a su llamado. El Inframundo era administrado como quería. Los Espectros tenían cuerpos y habilidades que dependían del poder de Hades. En el mundo ascendían el terror, el caos y las sombras. Pero aún no era capaz de liberar su Dunamis.
No mientras Shun fuera el cuerpo que se le había destinado. No mientras Hades no regresara a las tierras imperecederas, atado por cadenas. No mientras Shun se resistiera a su voluntad. No mientras Ikki gritara el nombre de su hermano.
—Jamás pensé que vendrías al Inframundo tú misma como alma. Nadie aquí fue capaz de encontrarte, mis ojos no eran capaces de percibirte. Debo admitir que fue una buena estrategia, digna de la hija de mi hermano.
—Te daré solo una alternativa, Hades. Detén el Eclipse Eterno, regresa todas las almas que el sol ha absorbido al mundo de los vivos —dijo Saori, aferrando el filo de la lanza ahora con los dedos, derramando más y más sangre sobre la lanza de Pandora.
—Lo que no comprendo, Atenea, es la razón detrás de tu decisión de venir tú misma aquí—dijo Hades, con la voz de Shun, ignorando su orden—. Las Guerras Santas regulan el funcionamiento del universo, lo sabes tan bien como yo, dudo mucho que sea una de las memorias que no has todavía recuperado.
—Detén el Eclipse Eterno —repitió Saori, encendiendo su Cosmos, sin dignarse a responderle. No tenía sentido, él sabía la respuesta.
—Veo las almas de todos en este universo, pero siendo tú otra diosa, no puedo saber lo que estás pensando. —Hades empujó la lanza hacia adelante, y con aquella fuerza física que pertenecía a Shun, hizo que el arma se pegara al pecho de Saori—. Pero puedo adivinarlo, solo que me cuesta creerlo. Viniste aquí tú misma, sin tus Santos a tu lado, sin que ellos siquiera supieran lo que hiciste, como una verdadera alma, para acabar con todo esto. Terminar con el ciclo en el que tú y yo hemos muerto y revivido, una y otra vez.
—Detén el Eclipse.
—Y realmente pensaste que era una buena idea. No. Ahora lo entiendo. Puedo ver la secuencia de eventos que te tienen aquí, frente a mí, como un alma. Fue Sion de Aries. Él tomó la ruta equivocada y se dejó matar por Géminis, en lugar de hacer lo que estaba escrito. Lo debió ver en aquel Oráculo que tienen en Delfos.
—Detén el Eclipse.
—Solo un dios puede asesinar a otro dios. Eso debe ser. Asumiré que eso fue por culpa de tu parte humana. Eres la hija de mi hermano. Tu cuerpo humano murió, tú misma le pusiste fin. Si tú y yo nos enfrentamos directamente por primera vez, de la manera que deseas, aquí y ahora, y yo pierdo, solo el cuerpo que se convirtió en mi huésped morirá, mi alma se limpiará, y volverá en doscientos años. Pero si tú mueres, no será como las veces anteriores, Atenea.
Ella lo sabía. No tenía que decírselo, pero apreciaba que lo hiciera. Eso le daba más tiempo a su sangre para correr por el filo de la lanza, y aunque ella estaba sintiendo ya los mareos de la pérdida de sangre, aunque fuera un alma, estaba logrando su cometido. Solo debía conseguir más tiempo.
—No me interesa lo que sepas o no. Hades, te enfrentaré yo misma. Si no vas a parar el Eclipse Eterno, entonces lo haré a la fuerza.
—¿Crees que podrás regresar? Si te asesino, tu alma irá al Tártaro y nunca podrá regresar. Hablas del Eclipse Eterno, pero desde que retomé el control de este cuerpo, ya Andrómeda no puede frenarlo, y el 90% de las almas humanas residen en el Sol. El 10% restante incluye al Santuario, incluyendo a esas niñas que protegen tu cuerpo.
—¿Niñas?
«Megara, Phaedra, Europa, Sophía», pensó Saori con tristeza. Después de todo, las cuatro doncellas que había elegido para que la cuidaran, habían decidido sacrificar su alma y sus fuerzas por ella también, cuidando su cuerpo.
—No lo sabías. Mi intención es que todo desaparezca, que el ruido cese de existir, una oscuridad plena. Con tu motivación actual tan definitiva, creo que, en realidad, más que a ti, estás ayudando a que sea yo quien cumpla su deseo. Todo es un esfuerzo inútil. No solo es seguro que no regrese tu alma a tu cuerpo. De hecho, aún más probable es que ceses. No quedará rastro de ti en todo el universo, todo por tus dos decisiones. Y así, el silencio no acabará con la próxima Guerra Santa. Todo por convertirte en humana…
—Y por morir como alma. Sí. Sé los riesgos.
—Que así sea, Atenea. —Por un instante, los ojos verdes de Shun se desplazaron hacia arriba, indicándole con todas sus fuerzas lo que Hades estaba a punto de hacer. Ella miró y vio algo temible:
La Espada de Hades, Arché Angelós, colgaba de un gancho invisible en el cielo, irradiando la energía del Tesoro Sagrado más poderoso del Inframundo. La Espada cayó y Saori la vio antes de que la punta tocara su cabeza. Era momento de llevar a cabo el plan decisivo, el último que armó con Shaka.
Saori cerró los ojos y convocó a su cetro, Niké, que chocó con Arché Angelós en el aire, y la luz que se convocó fue lo suficientemente potente para cegar a los dioses. Las dos armas estaban enfrentadas en el centro de Judecca, rugiendo, brillando, causando caos y tormentas, luces y sombras, pero ni eso distrajo la atención de Saori, que estaba puesta sobre Hades.
El rostro del rey del Inframundo evidenciaba dolor.
—¡Atenea! ¿Qué hiciste?
Saori levantó la lanza de Pandora, aún sujeta por Hades, y su sangre fluyó hacia sus manos, y luego las muñecas y los brazos. Su pulsera de flores, el regalo de su abuelo, había perdido casi todas sus flores, y solo tres perduraban, bañadas por su sangre espiritual, que ahora brillaba de blanco. Y ella supo que sus ojos habían cambiado de color.
«Atenea, la de ojos grises de lechuza»
—Hades, cometiste un grave error al atacarme. Te di la oportunidad de detener el Eclipse Eterno por tus propios medios, pero ya no tendrás una segunda chance.
—Tu sangre quema… como el fuego… ¿qué hiciste? —repitió el dios Hades con la voz de Shun, a la vez que la sangre le quemaba los brazos, tal como las cadenas que Saori había puesto en la mente de Shun.
Era el momento.
—¡Ikki, ven! —llamó Saori, y el Fénix descendió como un bólido de fuego, atrapó a su hermano por la espalda, y le quemó con el fuego de la vida.
En esas circunstancias, con la fuerza física de Shun, y con él herido por razones que desconocía, Hades jamás se podría liberar de los brazos del Fénix.
—¡Ahora, hermano! ¡Atenea está aquí, es hora de despertar! ¡Shun!
—¡Oye a tu hermano, Shun! ¡Despierta! —gritó esta vez Saori, uniéndose al clamor del Santo de Fénix.
—No puede ser —dijo Hades—. ¿Por qué sigue resistiéndose? ¿Por qué Shun no pudo cortar su conexión contigo? El fuego está creciendo…
Arché Angelós y Niké cayeron juntas al suelo, todavía liberando destellos rojos y blancos tras su combate. Saori y Hades no estaban ya preocupados de usar sus Tesoros Divinos en ese momento.
—¿Creíste que podrías controlar el alma de Shun a tu antojo? ¡No te pertenece!
—¡Tonterías, Atenea! Desde el principio de su vida, el destino de este humano ha sido ser mi huésped. No puede resistirse a mi voluntad, como ninguna otra alma.
—¿Te olvidas acaso de que es un Santo también?
—¿Y eso qué? ¡Ah! —fue el primer grito de Hades, cuando soltó la lanza, pero la sangre de Saori siguió bajando por sus hombros hasta el pecho—. Pandora le dio mi alma antes de que las estrellas lo marcaran como… ¡un Santo!
—Te equivocas, Hades. Ambos sabemos de qué se trata. ¡Un doble destino divino!
Una ocurrencia rara. Un humano que, en su nacimiento, en su destino estelar que era marcado por el cielo, estaba destinado a servir a dos dioses diferentes, un evento que se había dado al mismo tiempo. Por destino, Shun era tanto el cuerpo que Hades iba a ocupar en esta era, la esencia del hombre más puro de esa generación según la manera de pensar de Hades. Pero Shun también era el Santo de Andrómeda que velaba por la justicia del mundo, y que era protegido por las 16 estrellas de su constelación.
Dado que Hades lo había adoptado como suyo antes que Atenea, tendría sentido para los seres divinos que Shun se convirtiera en su huésped antes que seguir siendo uno de los Santos. Pero lo que Hades, ni ningún otro dios comprendía, era que el designio de los dioses y los astros no siempre funcionaba igual. Había una arista que una divinidad no podría jamás entender.
—¿Por qué…? ¿Por qué se está resistiendo a mí, incluso en su propia mente y su alma, que me pertenece? Yo tomé su cuerpo antes de que él siquiera supiera la existencia de los Santos.
—Esto se debe, Hades, a que cuando se enfrenta a un doble destino, el alma de los seres humanos tiene que elegir. Tal como Pandora está eligiendo ser una niña de nuevo. Tal como yo elegí ser Atenea, y velar por la humanidad.
—¿Elegir? No puedes elegir ser Atenea, ¡eres una diosa!
—Mi corazón es humano. Igual que el de Shun. Incluso tú, en este instante, luces y te comportas más como un humano que un dios, pues aún no estás completamente aquí.
—Suéltame, Bennu —ordenó Hades, sin éxito, mientras más fuego salía del aura del Fénix, y sus poderosos brazos.
—No te soltaré hasta que Shun se separe de ti. No le tengo miedo a ningún dios, y menos a uno tan cobarde como tú, Hades, que usa los cuerpos de los humanos, los que los dioses dicen despreciar. Y tal como hice al volver a ser un Santo en lugar de tu maldito perro, también lo hará mi hermano.
—Bennu, ¡obedece!
—Ikki no es Bennu, Hades… Él es el Fénix. Siempre lo ha sido —dijo Saori.
—Esta sangre… un alma, ¿este fue tu plan desde el principio? El humano está abriendo los ojos, ¿por qué no obedece a mi voluntad?
Las cadenas de Shun brillaron. Sus manos se apartaron de Ikki.
—Mi querido Shun hizo contacto con mi sangre, y se está aferrando a mí ahora, tal como corresponde al Santo de Andrómeda. Cuando Shun tenía nueve años, su hermano mayor tomó su lugar para convertirse en Santo, y Shun se vio en una bifurcación: podía seguir viviendo en el orfanato, mi abuelo iba a permitírselo, eventualmente se convertiría en tu huésped, te llevaría a los Elíseos, ocuparías tu verdadero trono, y sería el fin de todo…; o podía seguir a su hermano.
—¿Qué? ¿Esa decisión? ¿Cómo puede algo tan menor…?
—No algo menor, Hades. Shun decidió convertirse en Santo, no solo para volver a encontrarse con su hermano, sino porque en su corazón, incluso con el pendiente que se hallaba sobre su pecho, Shun deseaba proteger a las personas. Deseaba, más que nadie en el mundo, que ningún niño sufriera lo que él, al ser apartado de su familia. Tú lo ves como la pureza de tu huésped. Yo lo veo como el punto cúlmine de lo que ser un Santo de Atenea. —Saori alzó las manos y tomó el rostro de Shun, cuyos ojos le pertenecían al humano, no al dios que protestaba—. ¿Me oyes, Shun? Tuviste un destino doble, pero tal como Ikki, Pandora y yo, tú también puedes tomar una decisión para romper este destino. Lo hiciste en aquella ocasión. ¡Elegiste ser el Santo de Andrómeda! ¡Tu alma no responde solo a Hades, pues como Santo, también respondes ante mí! ¡Ven a mí, Shun!
—¡Escucha la voz de Atenea, Shun! ¡Expulsa a ese dios de tu cuerpo, tú eres solo el Santo de Andrómeda con el que estoy orgulloso de combatir! ¡No eres Hades!
—Así es. ¡Escúchanos, Shun! ¡Despierta, tu hermano está aquí! ¡Yo estoy aquí!
Justo entonces, los ojos de Hades ardieron con chispas rojas.
—Si haces esto, Atenea, estarás rompiendo un pacto divino… ¿lo entiendes? Él es aún el cuerpo que elegí. Es un designio más antiguo que el tiempo, un hilo de plata tejido por las diosas del destino. Si el joven que conoces como Shun se separa de mí… no podrá acercárseme. Ocuparé su cuerpo a la fuerza, y ya no tendrás derecho de intervenir. Será una carcasa inútil, un cuerpo sin alma. No un servidor, sino un esclavo.
—Lo sé.
—Y hasta que eso ocurra seguirá sufriendo todos los pesares vividos por las almas del mundo, cosa que solo la divinidad, con sus alas negras, podría soportar. Lo sabes muy bien, en tus memorias como diosa. Existen consecuencias inevitables. Shun seguirá unido a mí… para siempre. Un Humano que ve y administra las almas, ansioso por convertirse en el huésped de Dios.
—Lo sé.
Saori estaba tensa mientras encendía su Cosmos y trataba de no pensar. Romper el contrato divino solo podría tener consecuencias negativas para Shun. Estaba consciente de ello, pero esa era justamente la razón por la cual el fuego de su hermano ardía. El ahora era más importante que el futuro posible, al menos respecto a Shun.
—Atenea, ¿realmente lo sabes? Durante toda su vida Shun estará ligado al Mundo de los Muertos, incluso si yo no estoy cerca de él.
—Lo sé. Para eso estamos Ikki y yo aquí, Hades. No permitiremos que te acerques a él ahora ni nunca.
—B-bien… A eso has llegado… —El Cosmos de Hades comenzó a bullir a borbotones del cuerpo de Shun, sombras más oscuras y negras que el espacio infinito, evaporadas por las llamas de la sangre ardiente de Atenea al reaccionar con el Santo que había elegido seguirla y protegerla.
—Vuelve a mí, mi querido Shun. ¡Vuelve a sonreír con gentileza para este mundo! ¡Eres un Santo de Atenea!
Las cadenas de Andrómeda, que yacían en el piso, volvieron a reaccionar, brillaron con resplandores rosas, se unieron a los brazos de Shun, se tornaron rápidamente doradas al contacto con la sangre de Saori, y en ese mismo momento, una gran explosión de Cosmos se extendió por todo Cocytos.
Una sombra flotaba por encima de Shun, que estaba inconsciente, yaciendo en los brazos de su hermano. Saori tomó el rostro de Shun para saber si estaba vivo, y al verle respirar y mover lentamente las manos unidas a sus queridas cadenas, Saori sonrió.
La sombra no tenía forma, y volaba alrededor de Arché Angelós, la Espada del Rey del Inframundo. Giraba a grandes velocidades, sin rumbo, mientras la hoja de rubíes se movía hasta adoptar una posición horizontal, cuyo filo apuntaba a la zona más profunda y baja del Inframundo, y de todo el universo conocido. O, más bien, apuntaba a un lugar que se encontraba más allá. Solamente ella, con sus ojos grises, podía ver aquella sombra, el alma inmortal de Hades.
Saori sabía esto, y tras acariciar una última vez el cabello rojo de Shun, el Santo que mejor la conocía, se puso de pie. Tomó del piso a Niké, el cetro que los había protegido a todos del ataque del Tesoro Sagrado de Hades, y se enfiló en la misma dirección a la que apuntaba la espada. Tras unos segundos, la Espada se dirigió más rápida que la luz hacia esa dirección, y con paso firme, Atenea siguió al alma de Hades.
—¿Atenea? —le llamó el Santo de Fénix, confundido.
—Ikki, cuando Shun despierte, deben cumplir la misión que voy a encomendarles —dijo Atenea, sin mirar a Fénix a los ojos. Si lo hacía, volvería a convertirse en la humana Saori Kido completamente, y no podía permitirse eso—: deben ir al río Cocytos y detener a las Mil Bestias que se acercan. Tal parece que los dirige Minos de Grifo, pero en realidad, todo esto fue un plan de los Tres Demonios.
—¿Lillis y los otros? ¿Dónde están?
—No te preocupes, Shaka se está haciendo cargo de eso. ¿Recuerdas lo que Hades y yo hablamos del Tártaro? Hay alguien allí, a quien los Tres Demonios sirven, y que es capaz de salir por sus propios medios, pues se había refugiado en el Tártaro por su propia voluntad. Su misión es detenerla.
—¿A quién te refieres?
—A la Hija de la Naturaleza. Deténganla, Ikki. Por todos los medios posibles. Y también acaben con todos los Espectros. Haré lo posible por detener esta Guerra, y darles el tiempo posible para escapar del Inframundo, pues todo se destruirá cuando lo haga.
—Está bien. Haremos lo que digas, si tu miedo por esa tal Hija es tan grande. Pero la verdadera pregunta es a dónde vas tú, Atenea.
—Ikki… ya escuchaste a Hades. No debes permitir que Shun se acerque a él, o que se vean nuevamente. Aunque el destino de Shun está ligado a mí voluntad, no la de Hades, desde el momento en que eligió convertirse en un Santo, es cierto que habrá… consecuencias por romper el lazo. Un contrato de sombras y muerte que ni yo puedo cercenar, escrito por los cielos antes de que el tiempo fuera tiempo. Temo que Shun tiene ahora algo de Hades en su interior; al igual que Hades posee algo de Shun, y no pueden volver a unirse. En otras palabras, no puedes permitir que Shun baje las escaleras por las que yo iré.
—Sacaré a Shun de aquí, por supuesto, no tienes que decirlo. ¡Pero todavía no respondes a mi pregunta! —dijo Ikki, poniéndose de pie, tomándola bruscamente del hombro y haciéndola voltear. Sus ojos se encontraron. Saori no lloraba. Los ojos azules de Ikki se encontraron con la expresión gris, fría y determinada de la diosa de la guerra en la que había sido forzada a convertirse.
—Destruiré a Hades de forma permanente para que esto nunca vuelva a ocurrir, y cuando lo haga, todo lo que él construyó será eliminado también. El Inframundo. Las almas vagarán por el Infierno hasta que llegue el momento de su reencarnación, o tal vez simplemente cesen. No lo sé, pero estoy segura de que las torturas injustas acabarán. Y las otras almas, las de aquellas personas inocentes que han sido afectadas por el Eclipse Eterno, posiblemente…
—Atenea…
—Las almas en el Sol Negro seguramente regresarán a sus cuerpos. Debo hacerlo antes de que el Eclipse se complete, o todas las almas de la Tierra terminarán aquí.
—¡Responde!
Al ver que el Fénix seguía con su mirada apasionada, llena de preguntas que no ameritaban ser ignoradas, Atenea decidió ayudarlo.
—Ikki, Hades necesitaba a Shun para entrar a los Campos Elíseos, la tierra sagrada que está más allá del Inframundo, bajo esas escaleras en la oscuridad. Solo los dioses y los seres humanos puros de corazón pueden entrar allí. Por eso Hades elige a un alma pura en cada generación, para regresar al reino imperecedero. —Atenea tomó un respiro, había luchado mucho, pero no podía descansar—. Sin Shun, vagará entre las dimensiones, ya sea mientras espera su momento para hacer contacto nuevamente con él, a la fuerza… o mientras se pone a buscar otro huésped en la ruta de las memorias. El camino anterior a los Campos Elíseos, donde los millones de dimensiones, líneas de tiempo, eras y mundos colisionan o se encuentran. Es allí a donde me dirijo. Al Camino de los Dioses.
—Entonces iré contigo. Aún tengo asuntos que resolver con Hades. Le diré a los demás que se encarguen de sacar a Shun de aquí, y te seguiré. Además, al fin y al cabo, mi misión aún es protegerte, pues soy un Santo.
Solo por un efímero momento, Atenea se permitió ser Saori nuevamente, y le dedicó a su fiero Santo de Fénix una breve sonrisa, y un poco de honestidad.
—Para ser sincera, me gustaría que me acompañaras, Ikki. Tu fuego sería… Pero no es que no lo quiera, es que no se puede. Al lugar al que me dirijo, solo pueden entrar los dioses y las almas de los muertos que los jueces del infierno hayan determinado como lo suficientemente puras para entrar a los Elíseos. Nadie más puede entrar. Creo. Es… posible que, incluso si es un humano, Shun pueda entrar a las tierras más allá con toda facilidad, y por eso debes impedírselo.
Saori, apoyada en su cetro, se apartó de Ikki y caminó escaleras abajo. Sabía que él ya no la perseguiría, no era tonto. Aun así, la situación era difícil para ambos, que nunca se habían llevado bien… pero que remaban en la misma dirección. No podían permitirse ver los ojos del otro nuevamente.
Uno de los tres pétalos restantes en la pulsera que tenía desde la niñez comenzó a mostrar los primeros signos de marchitarse. Su cuerpo, en el Santuario, pronto moriría definitivamente, sus doncellas no podrían seguir protegiéndolo, y de ella solo quedaría su alma, que si moría… lo haría definitivamente.
Aun así, no tenía miedo alguno. Ya había dejado atrás eso hace tiempo.
—Cuando Shun despierte, agradécele todo lo que hizo. Y cuando se encuentren con Dohko y los demás, y realicen la misión que les encomendé, salgan de aquí, vuelvan al mundo real, y vivan plenamente. Es algo que todos se merecen, y a pesar de que pienses lo contrario, tú también, Ikki. Shaka también pensaba eso.
—Hm. —Escuchó a Ikki suspirar pesadamente detrás de ella—. Aún tan ilusa.
—¿Qué?
—¿Estás seguro de que podrás detenernos? ¿Crees que podrás detenerlo a él? —Ikki no necesitó decir aquel nombre. Todo el tiempo, Saori, la humana, pensaba en él. En su caballo alado.
Pero Atenea, la diosa, tendría que ser egoísta.
—Cuando lo veas, Ikki… dile que lo siento muchísimo. Solo dile eso.
Editado por -Felipe-, 09 marzo 2024 - 12:03 .