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El Mito del Santuario


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#801 Rexomega

Rexomega

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Publicado 04 marzo 2024 - 18:20

Saludos

 

Poco a poco me voy poniendo al día, toca el capítulo de Seiya. Pero primero, errores: "Como lo esperaba" (como esperaba); "En seguida" (enseguida); "quizá cuántos kilómetros"; "seguirlas usando" (seguir usándolas); "pero el dejar" (pero dejar). Y otros que me dejaron en duda: en el párrafo donde Seiya encuentra a Aioria, repites lo de "merecían vivir como quisieran", sentí que la segunda es la buena; "Las memorias de Aiolia, al interior..."; "Solo Radamantis y yo sobrevivimos" (¿Sobreviviremos, quizás?); "ciñó el ceño" (creo que es correcto, pero me suena raro. Quizá fruncir podría ser una alternativa.).

 

Este capítulo, adaptación de la batalla que vimos en la obra original, aunque con matices que son de agradecer, la comentaré desde dos puntos de vista.

 

El primero es el escenario. Creo que uno de los aciertos de esta adaptación del arco del Hades, es hacer que el escenario cuente. Que importe que los santos estén peleando en el inframundo y no en Siberia, Reina Muerte y otros lugares de pesadilla. Cuando uno ve las Ovas de Infierno, rara vez se preocupa por el escenario en el que están los personajes, sobre todo si son Shiryu y Hyoga antes de sus batallas finales de reserva. Es rutina, un trámite; son esos escenarios de fondo de ciertos videojuegos modernos que nunca llegas a explorar porque tienes un camino prefijado. Cocito destaca porque la idea de que todos los santos que han luchado en las Guerras Santas acaban en ese lugar para siempre (un concepto que como ya sabes me gusta) te impacta, pero realmente no sientes que sea un problema que Seiya acabara aquí. No como en este capítulo, donde el frío se vuelve un enemigo más, donde se refuerza la idea del manto sagrado como un ser viviente en quien apoyarse. Por supuesto, al final el protagonista tiene que salir del apuro, ni siquiera las historias que matan a sus personajes principales se salvan de que contar una historia requiere que héroes y villanos salgan airosos de entuertos intermedios. Por eso hacer que la amenaza se sienta es tan difícil para el escritor y tan satisfactoria para el lector. 

 

El segundo, el protagonista, o más bien, los protagonistas. Me chirrió un poco la parte en la que Seiya se plantea por qué los caballos vuelan, porque vamos, su constelación es Pegaso, el caballo alado. La idea de que Seiya no sepa eso choca con esa especial relación con su manto sagrado que es lo que le impulsó a dar un paso adelante más allá del uno-dos-uno-dos-uno-cero. Por lo demás, ¿mantos sagrados como seres vivientes, Seiya rememorando a su maestra, referencias al principio de "todo está compuesto de átomos, por tanto todo es susceptible de ser destruido"? Todo eso es Saint Seiya en estado puro. Y le das tu toque, por ejemplo, con esa relación entre Seiya y Aioria, lo bastante cercana como para que uno no piense "Podría haber sido Shura y sería lo mismo". O esa manera de tratar los sentimientos de Seiya hacia Saori; me hace sonreír el hecho de que SSO tardó 90 episodios en tan solo insinuar lo que aquí se dice, diferencias culturales, imagino. (Si estoy leyendo demasiado entre líneas, discúlpame, aunque creo que no es el caso.). Tanto como tengo problemas con los villanos locos por las risas, siento debilidad por los villanos leales. Puede ser amor, puede ser admiración y hasta puede ser devoción, pero me atrapa porque se aleja de la idea del malo como un cúmulo de facetas negativas que uno no imagina cómo ha podido mantenerse con vida más allá de la cuna. Pero es que incluso más allá de eso, Valentine funciona aquí bastante bien porque sientes que el conflicto es algo más que el choque entre los soldados de dos dioses distintos y enemistados. Una colisión de valores, los dos personajes son leales, hay cierta similitud, pero sus diferencias se hacen notar al final. Y esto es lo que hace que la batalla no se sienta rutinaria y que uno no piense demasiado en que vemos lo que ya vimos. 

 

Aclaración importante, los dos párrafos anteriores no son una crítica, sino un halago. Ya hemos hablado, creo, de que aunque yo esperaba una re-interpretación más radical del arco de Hades, entiendo por qué has querido apoyarte en las cosas que funcionan en lugar de ir a lo loco. Estoy disfrutando la historia por el momento. La "crítica" viene ahora.

 

Tal y como dice este capítulo, Seiya es el héroe que no se rinde. Las películas lo llevaron hasta el extremo más loco, y no sé si has referenciado los discursos del protagonista en ellas, porque la referencia quedó de lujo. Es por eso que en la obra original es tan impactante cuando frente a Thanatos, incluso estando la vida de su hermana en juego, ya no da más de sí. Tiene que aparecer Saori a animarle, lo que crea sinergia a nivel narrativo con todo ese tema de sangre divina y cosmos elevado más allá de los límites por la voluntad humana. Si bien Thanatos es aburrido como personaje y como dios, todo lo referente a su batalla está muy bien llevado, en parte, por su novedad. ¿A dónde quiero ir a parar, si sé que Mito del Santuario no puede tener esa escena tal cual? Pues que aunque me resulta verosímil que Seiya en el estado que se encuentra piense en rendirse, aunque creo que está bien logrado (le da importancia a Cocito, al rol de Marin como apoyo, al rol de Pegaso como compañero, a la tortura previa como algo real y no solo un extra para hacer bonito...) me queda la duda de qué quedará para crear tensión en las batallas finales de este arco, sean cuales sean. 

 

Igual piensas que soy un exagerado, pero quería dejar el aviso porque como ya te dije, en cuanto al futuro de Seiya dentro de este arco he de ser especialmente exigente.

 

Dicho esto, me despido. ¡El próximo capítulo es Shaina V!


Editado por Rexomega, 04 marzo 2024 - 18:26 .

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#802 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 09 marzo 2024 - 12:02

Tantos errores, madre de todos los dioses! Gracias por apuntarlos, Rex.

Este fue uno de los capítulos más pesados y difíciles de escribir que he hecho en Mito, precisamente porque la batalla de Seiya y Valentine es, por un amplio margen, la más aburrida de toda la saga de Hades. Traté de darle ciertos matices, mostrar ciertas cosas, jugar con el ambiente como dices, pero no quedé para nada conforme.

Fue una lástima seguir la línea del manga ahí. Todas las ideas "originales" que tenía pensado para este volumen, para que fuera un reboot, las terminé dejando para el siguiente, el de Elysion, porque sentí que lo necesitaba mucho más, y por eso esta (en particular los capítulos de Seiya e Ikki) son tan iguales a lo que ya vimos. El desafío siempre es hacerlo ver distinto, pero la verdad, con este capítulo me fue difícil y me terminé rindiendo a ratos. Traté de hacer a un Valentine mucho más interesante, pero con Silpheed ahí, se me hizo un poco redundante al final. Aunque sí me gustó el final, con el choque entre sus ideologías que en principio son similares (como Seiya y Titán en su legendario encuentro), pero en realidad son distintas. Uno lucha porque está programado para ello por su dios. El otro lo hace porque eligió hacerlo, al sentir cosas por su diosa.

 

Sobre la línea de por qué los caballos vuelan, la idea fue mostrar que Seiya no está pensando bien. Está cansado, herido, probablemente delirando. Era una línea irónica, pero lamento que en la práctica no se viera así.

 

De lo que sí estoy orgulloso es sobre la relación de Aiolia y Seiya. La vengo construyendo literal desde el segundo capítulo de todo el fanfic, y es algo que todavía tendrá un poco más en los capítulos siguientes, hasta el inevitable final. También estoy feliz de que te agrade lo de Seiya y Saori, aunque más que orgulloso, siento que hice el mínimo necesario, pues fue Kurumada el que falló en plantearlo (o al menos en ejecutarlo si sí fue parte de su plan).

 

 

Como ya adelanté, lo de Thanatos, en principio, ya está en debate que siquiera luche con Seiya jaja, pero en caso de que sí, haré lo posible por darle alguna dificultad que no sea algo que ya se vio, como (creo que logré) cuando apuntaste que mi visión de la perspectiva de Ikki ante Shaka era demasiado extrema, y que luego al enfrentarse a Poseidón, tenía que mostrar un nivel más allá.

Mito del Santuario fue pensado como un reboot, terminó siendo un remake, prometí que la saga de Hades sí sería distinta, no lo ha sido tanto, pero fue porque las ideas más locas que se me ocurrían las fui dejando para adelante. Shaina, Shiryu, Saori y Hyoga creo que han conservado la mayor originalidad, aunque dentro de una ruta díficil de torcer. Me parece que el último arco de Hades es el que mostrará las diferencias que tenía planificadas, pues es el que más necesita, y con base a eso escribí los últimos 20 capítulos del volumen. Espero no decepcionar.

 

Un millón de gracias por las críticas y los comentarios, y nos vemos pronto en la otra acera.

 

 

 

SAORI IV

 

Judecca, Octava Prisión. Inframundo.

Frente a ella, un enorme torbellino de fuego. Una sola habitación, la única que se mantenía intacta, mientras el resto de Judecca parecía haberse reducido a escombros o se hallaba en ruta hacia ello. A un lado, Pandora Heinstein se acercaba hacia ella, armada con una daga de mortemita, pero Saori la repelió hacia atrás con su Cosmos, y se sorprendió de lo fácil que fue. Más allá, parecía que se daba una intensa batalla. Sentía el Cosmos de Dohko, pero no iba a poder asistirle por ahora.

Lo único que le interesaba era el caos al interior del tornado flamígero. Ikki estaba allí, algo que Saori no había predicho, aunque no le sorprendía. Había escuchado reportes entre los Espectros de que había Santos en el Inframundo, y aunque había repudiado la idea, habiendo hecho todos los esfuerzos posibles, con todas sus órdenes y decretos para que se quedaran en el Santuario, se había convencido de que era imposible detenerlos. En el fondo, la enternecía, y le daba más fuerza a su misión. No sabía quiénes habían entrado al Inframundo, pero la opción más obvia era Ikki, que había estado allí antes. Cuando se enteró de que Shun era el cuerpo ocupado por Hades, Shaka dedujo que éste lo había tomado para regresar a las tierras más puras, lo cual les hizo deducir por qué era que Ikki no parecía nunca morir completamente.

Hablando de Shun, se hallaba disputando un duelo furioso de voluntad con Hades en ese preciso momento, y aunque jamás había visto el Cosmos de Shun tan intenso, tan lleno de ganas de vivir, tan lejos de su actitud de sacrificio, rodeando toda la habitación con vapores nebulosos, lo cierto era que no sería suficiente. Hades era un dios, y después de descubrir las cadenas defensivas que Saori había puesto en la mente de Shun, no iba a pasar mucho tiempo hasta que dominara la voluntad de Shun otra vez.

Saori había tenido muchísimo miedo de lo que fuera a ocurrir. Todo lo que había planificado para cuando llegara a Judecca podía desmoronarse fácilmente, y así se había sentido cuando se lo dijo a su acompañante, el alma del Santo de Virgo, después de que el propio Shun distrajera a su oponente con una de las cadenas de Andrómeda, que se había manifestado en la Segunda Fosa. Shaka y Shun compartían la misma sangre dorada, y era natural que la armadura de Bronce quisiera proteger también a quien la tornaba de Oro.

 

Shaka… dame una respuesta, por favor… No sé cómo hacerlo… Ya no… ya no tengo ideas. ¡Dime cómo arreglar esto! ¡Dime cómo puedo salvar a Shun!

Shaka fue justamente quien dio con la respuesta, y la entrenó rápidamente en ello. Shun tenía una conexión especial con sus cadenas, así que fue fácil crear unas en su mente una vez que se conectó con ella, gracias a la que Shun mismo había enviado, posiblemente sin saberlo. Saori lo logró justo a tiempo, antes de que Hades penetrara en su cuerpo y se apoderara de su voluntad con la Espada del Inframundo. Y lo mejor de todo era que el propio Hades desconocía la razón de que ella, y solo ella, había sido capaz de conectarse con Shun antes de que él lo sometiera a su voluntad. Tampoco Shun podría descubrirlo, pues, aunque se volviera capaz de ver en las almas de la gente con el poder de Hades, y de conocer sus destinos, Saori era… una diosa. Era distinta.

Y la única otra persona que conocía su plan era Shaka. Shaka, que le había dado su última enseñanza, y ahora ni siquiera Hades podía alcanzar a la Doncella de Oro.

El año anterior, durante su visita al Oráculo de Delfos, Saori había visto destellos de su futuro, así como el de sus Santos. Los vio enfrentar a los Santos de Oro y al dios Poseidón. Pero, de Shun, vio una hermosa doncella, el símbolo de Andrómeda. Después de sobrevivir al corte con la espina de una rosa, que había interpretado como Aphrodite de Piscis, la doncella siguió su camino hasta que las sombras de la Muerte la cubrieron, y ella se arrojó a un caldero de fuego para derribar calcinar a la mismísima Muerte y dar luz de esperanza a las sombras con su sacrificio. O eso había pensado Saori, conociendo la naturaleza de su querido Shun.

Pero ahora que había entrado a Judecca, y había visto que las llamas en realidad le pertenecían a Ikki, Saori había encontrado el verdadero significado del fuego en su visión en Delfos. Shun se había arrojado a las llamas no para sacrificarse, sino para luchar junto a su hermano, como un verdadero guerrero de la esperanza. Querían enfrentar juntos como hermanos de armas a Hades.

—¡Atenea! —exclamó Ikki, desde el interior del fuego que había creado para poder controlar a Shun y Hades. Las cadenas de Andrómeda estaban atadas a las muñecas de Hades, pero nadie las manejaba, estaban como muertas.

—¡Resiste un poco más, Ikki! —dijo Saori, dirigiéndose a Pandora Heinstein, que se había puesto de pie nuevamente, lanza en alto, y una estrella violeta en su frente, la cual generaba un torbellino de Cosmos oscuro alrededor de la mujer de negro, un Cosmos que absorbía toda luz, un Cosmos que la hacía parecer una bestia asesina, un Cosmos que no le pertenecía.

—¡Aléjense del señor Hades! —gritó Pandora, no pareciendo capaz de reconocer a la enemiga de su amo, ni distinguiendo a quien estaba atacando con el poder de su lanza, disparando relámpagos negros. Su rostro no indicaba que tenía control sobre sus propias acciones ni decisiones.

—No sé quién está detrás de ti, Pandora, manipulándote como a un títere, pero no deseo eso ni de mi peor enemigo. —Saori convirtió su Cosmos en una enorme burbuja de luz alrededor de sí misma, Ikki y Shun, y repelió los ataques de la representante de Hades, a la vez que intentaba divisar al verdadero enemigo en las sombras.

Había un Cosmos más allá de Pandora, un Cosmos que podía percibir claramente, por lo que no pertenecía a un Espectro. Al principio había pensado que se trataba de Lillis de Mefistófeles, y por eso había enviado a Shaka por ella… despidiéndose de él, su gran guardián, en el proceso. Ambos sabían que cuando llegara el momento, no habría vuelta atrás, y era muy difícil que se volvieran a ver. No sabían si Mefistófeles era culpable, pero Shaka no había dudado ni un segundo.

 

 

***

—¿Shaka? —había preguntado un poco antes, a las afueras de Judecca, mientras se contactaba con el alma de Shun y conjuraba las cadenas. Ambos habían sentido a alguien más interfiriendo.

—Atenea, ¿puede sentirlo? —dijo el Santo de Virgo, con el rostro cabizbajo, casi oscuro—. Una presencia extraña en la mente de Shun. Un Espectro de Estrella Celestial con un gran poder.

—Shaka… ¿Vas a ir?

—Sería más fácil hacer lo que vinimos a hacer, ¿no lo cree así? —dijo Shaka, que le daba la espalda. Su voz era triste y melancólica—. Si su cuerpo es destruido, Hades será incapaz de hallar uno nuevo a tiempo, y se verá obligado a enfrentarla en los términos que usted imponga, Atenea.

—¡Shaka! Ya te lo dije, me niego a hacerle daño, debe haber una manera de salvar a Shun sin… ¿Shaka?

El Santo de Virgo se había volteado. Tenía los ojos abiertos, dulces y serenos, y su sonrisa era una de las más hermosas que había visto. Parecía estar en calma, confiado de sí mismo, nada parecía perturbarlo. Jamás le había visto así.

—Lamento lo ocurrido, Atenea. Me permití, tan solo una vez, realizar una pequeña mofa antes de despedirnos. Por favor, perdone esta actitud tan adusta y hosca de la que he hecho gala durante todo este tiempo. Ante todo, soy un humano.

—¿De qué estás hablando? —Saori no podía creerlo. ¿Realmente era el fin? ¿Shaka de Virgo acababa de bromear?

—Como usted lo dijo, voy a ir. Extraeré al Espectro intruso de la mente de Shun y terminaré con él o ella. Usted seguirá su camino, cumplirá su misión, y al final, todo este ciclo en anterior apariencia interminable hallará su salida.

—Pero, Shaka…

Sabía que eso ocurriría. Algunas lágrimas se acumularon en sus ojos. Sabía que eventualmente ocurriría, y a pesar de la personalidad de Shaka, y el duro entrenamiento al que la había sometido, se había acostumbrado a su presencia, se había adaptado a sus métodos, se había realmente encariñado con su guardián.

—No, no se preocupe. No sé si le enseñé todo lo que quería enseñarle, pero usted aprendió mucho más de lo que esperaba, y con eso será suficiente. Tengo fe en ello. —El Santo de Virgo encendió su Cosmos, de color rosa como los pétalos de los árboles de sal, y comenzó a hacerse translúcido, desvaneciéndose en la bruma congelada de Cocytos—. Me ha enorgullecido, Atenea. Es mejor diosa de lo que preví. Sálvelos a todos, por favor. Y dele mis saludos, y mi agradecimiento, a Shun e Ikki.

—Sí. Así lo haré, Shaka.

***

 

 

Y entonces había desaparecido. El destino de Shaka, que la había llevado hasta el rey Hades, cumpliendo su misión, ya no estaba ligado al de Atenea. Ahora ella tenía que hacer la diferencia, usando los conocimientos que Shaka había compartido con ella por tanto tiempo. No estaba sola.

Pandora sí lo estaba. En aquel Cosmos que la rodeaba había emociones que no se semejaban a las de ningún humano, era violento, pero sublime, corroía el aire, pero sin ánimos de destrucción, sino que con la idea de que era solo su destino hacer desaparecer lo que había alrededor.

Pero dentro de ese torbellino oscuro, había un Cosmos pequeño, inocente, triste y absolutamente solitario, que intentaba protegerse de las manos del titiritero. Según Dohko de Libra, Pandora renacía cada doscientos años para preparar el camino que Hades iba a recorrer en esa era, y su nombre provenía del mismo mito que había dado origen a la idea de que las armaduras salían de sus Cajas trayendo consigo la esperanza.

Pero la mujer que tenía frente a ella carecía completamente de esperanza. La había perdido hacía muchísimo tiempo, y su desesperanza era tan grande y desgarradora que era como si hubiera cruzado el Portón del Inframundo una y otra vez, repetidamente, cada vez con menos ánimos de subsistir, a menos que fuera de la mano de Hades. En su mente estaba impresa la idea de que dependía de él, de que solo existía por su bienestar… pero no era el deber o la lealtad lo que la guiaba, sino la pura, angustiante y frustrante falta de esperanza. No había nada más en el mundo para ella.

Saori disparó una ráfaga de Cosmos y derribó nuevamente a Pandora. Corrió hacia ella, se dejó caer sobre su cuerpo, le tomó de las muñecas y compartió su Cosmos con la mujer de negro, haciéndole gritar.

—¡Basta ya, Pandora!

—¡Suéltame! ¡No permitiré que toques al señor Hades! ¡Libérame, miserable!

—No hasta que recuerdes por qué estás aquí… No hasta que recuerdes el origen de tu angustia, y te aferres a lo que te daba esperanza en el pasado. ¿No había nada?

—¿D-de qué estás…? —La estrella que flotaba sobre la cabeza de Pandora emitió un chispazo intenso, y comenzó a titilar con desesperación poco después. Saori aferró las muñecas de Pandora con aún más fuerza.

—Todo lo que recuerdas es servir a Hades, es todo lo que sabes hacer ahora, pero eso no es más que tu devoción obligatoria, no es la libertad de la que antes disfrutabas.

—¡No hay libertad en el mundo del rey Hades! ¡Él traerá un mundo de penumbra eterna porque es lo que los humanos merecen! —Pandora era incapaz de zafarse, y su mirada violeta era abrumada por sombras—. ¡No sé de qué libertad hablas cuando todo lo que en este mundo existe ha sido someterse al sufrimiento!

—Eso no es verdad… Alguna vez reíste, lloraste, sonreíste y sufriste como un ser humano, ¿lo olvidaste? Y entonces, alguien te arrebató esa libertad de vivir como humana y te convirtió en tu esclava.

Los choques de Combos de ambas generaban tormentas entre sus cuerpos, cuales truenos que gritaban por su libertad, y rayos que no alcanzaban a encontrar el camino. La Lady Pandora se zarandeaba todo lo que podía, pero ni en ese estado era dueña verdadera de sus acciones. El titiritero que Saori había visto no la dejaba ser.

—¡No me molesta ser la sirvienta de Hades, Atenea! Si eso quieres decir, estás más que equivocada, no me molesta.

—No me refería a Hades… ¿Quién se apoderó de ti cuando eras niña?

Se le hacía cada vez más obvio. Alguien se había aprovechado de su inocencia en la época de su dulce niñez, y se lo había arrebatado todo. Podía verlo en el pequeño Cosmos de Pandora al interior del remolino de sombras generados por el esclavista, una ínfima y aterradora luz que mostraba un súbito quiebre de la esperanza y la felicidad, a cambio de una vida de servicio acorde a su supuesto destino.

 

Saori Kido era Atenea. Atenea era Saori Kido. La muchacha criada en Japón como nieta del adinerado Mitsumasa Kido estaba destinada a liderar las fuerzas del bien ante la amenaza de los dioses. Había sido marcado en las estrellas millones de años atrás por ella misma, en su encarnación original que solo en ocasiones recordaba.

Pero, al final del día, ella misma había escogido vivir ese camino. Saori Kido había elegido ser la que pusiera fin a la Guerra Santa, tomando su propia vida con la Daga de Physis para llegar invisible al reino de los muertos. Incluso si su destino era convertirse en Atenea, ella también había escogido serlo.

—Toma tus propias decisiones, Pandora. No sé qué te hicieron, pero de ahora en adelante, necesito que pienses por ti misma.

—Pero… e-el señor Hades… —El remolino oscuro a su alrededor empezó a irse hacia los lados, a expandirse y diseminarse por doquier.

—No tienes que vivir con tristeza por siempre. Tu destino es escrito por ti misma si lo quieres. Deja esa tristeza, ¡encuentra la sonrisa en tus verdaderas memorias!

Pandora debía hacer lo mismo. En el fondo, seguía siendo una niña aterrada por lo que había vivido a manos de los dioses… Saori no sabía quiénes eran, pero fueran quienes fuesen, no tenían derecho a dictar el destino de una joven. Pandora era más que la esclava de Hades que se desvivía por él…

Detrás de su halo de oscuridad, detrás de la estrella violeta que ahora comenzaba a desaparecer de la frente de Pandora, Saori vio un hilo plateado, colgando de un dedo que portaba una armadura negra. Olía a pútrido… a muerte. Cadáveres. Cese.

Saori pudo ver el deje de una sonrisa en el rostro de Pandora. Muy pequeño, casi inidentificable, pero allí estuvo, una pequeña mueca… ¿Acaso había recordado algo? Saori no podía ver qué iluminaba la luz entre tanta oscuridad y muerte. Le soltó las muñecas tan solo por un instante…

—¡Atenea, cuidado! —gritó Ikki, detrás de ella.

Cuando Saori se volteó, vio al Fénix siendo arrojado hacia el techo, y eso la distrajo lo suficiente como para no percibir cuando Hades tomó la lanza de Pandora y se movió con pasos rápidos pero elegantes hacia ella. Afortunadamente, Shaka la había preparado para eso. Era la diosa de la guerra.

Solo debió moverse más rápido. Saori concentró su Cosmos en su brazo izquierdo, y con éste bloqueó el ataque de la lanza. Había requerido usar todo su Cosmos para no perder la extremidad. Gracias a ello, Saori pudo conservar su brazo, cuya sangre, caliente, roja y abundante, comenzó a fluir, bañando la hoja de la lanza. De haber usado su espada, la de verdad… ¿Por qué no la tenía?, se preguntó.

—Hades. ¿Eres tú?

—Atenea. Nos volvemos a encontrar. Tras más de doscientos años.

 

Así es. Era Hades. El mismísimo Hades estaba frente a ella. Los dioses se habían encontrado, los supuestos líderes de los dos bandos en guerra. La diosa de la sabiduría y la guerra. El dios de las almas y el infierno. Estar tan cerca debía provocar un caos cósmico de proporciones bíblicas, tal como cuando Saori estuvo frente a Poseidón.

Pero estaba ocurriendo exactamente lo que ella y Shaka habían previsto. El poder de Hades era intenso, por supuesto…, pero no al nivel que uno esperaría. En lugar de ser un alma presa de los designios del Rey del Inframundo, Saori se sentía en la presencia de un enemigo muy poderoso… pero no más que eso.

Había ocurrido lo mismo con Poseidón, cuando estaba usando el cuerpo de Julian Solo. Capaz de convocar las lluvias que caían por todo el globo, de controlar ríos y lagos, de destruir armaduras con un movimiento de su mano, de devolver todos los ataques de sus oponentes, pero no usó su verdadero poder de dios hasta que tomó control completo de Julian…, cuando éste dejó de resistirse y su consciencia desapareció.

Dunamis. El Cosmos de los Dioses. La Voluntad Divina.

El de Poseidón era como una enorme masa de agua, un enorme planeta azul que todo lo contenía, a todo lo ahogaba o lo cobijaba. Saori y los demás fueron capaces de ver el planeta azul a pesar de su tamaño, en todo su esplendor, sintiéndose infinitamente pequeños e indefensos, a la vez que sentían que su sangre, su saliva, sus lágrimas, todo se apartaba de sus cuerpos e iba a parar a las manos del dios de las aguas, cuyos pasos eran capaces de crear tormentas.

En cuanto a Hades, además de convocar el Eclipse Eterno, cubriendo el sol con una capa negra tras alinear a los planetas del sistema solar, absorbiendo las almas de todos los seres humanos para luego hacerles descansar en el Inframundo por toda la eternidad, no estaba haciendo demasiado para expresar su Dunamis. Las almas humanas respondían a su llamado. El Inframundo era administrado como quería. Los Espectros tenían cuerpos y habilidades que dependían del poder de Hades. En el mundo ascendían el terror, el caos y las sombras. Pero aún no era capaz de liberar su Dunamis.

No mientras Shun fuera el cuerpo que se le había destinado. No mientras Hades no regresara a las tierras imperecederas, atado por cadenas. No mientras Shun se resistiera a su voluntad. No mientras Ikki gritara el nombre de su hermano.

—Jamás pensé que vendrías al Inframundo tú misma como alma. Nadie aquí fue capaz de encontrarte, mis ojos no eran capaces de percibirte. Debo admitir que fue una buena estrategia, digna de la hija de mi hermano.

—Te daré solo una alternativa, Hades. Detén el Eclipse Eterno, regresa todas las almas que el sol ha absorbido al mundo de los vivos —dijo Saori, aferrando el filo de la lanza ahora con los dedos, derramando más y más sangre sobre la lanza de Pandora.

—Lo que no comprendo, Atenea, es la razón detrás de tu decisión de venir tú misma aquí—dijo Hades, con la voz de Shun, ignorando su orden—. Las Guerras Santas regulan el funcionamiento del universo, lo sabes tan bien como yo, dudo mucho que sea una de las memorias que no has todavía recuperado.

—Detén el Eclipse Eterno —repitió Saori, encendiendo su Cosmos, sin dignarse a responderle. No tenía sentido, él sabía la respuesta.

—Veo las almas de todos en este universo, pero siendo tú otra diosa, no puedo saber lo que estás pensando. —Hades empujó la lanza hacia adelante, y con aquella fuerza física que pertenecía a Shun, hizo que el arma se pegara al pecho de Saori—. Pero puedo adivinarlo, solo que me cuesta creerlo. Viniste aquí tú misma, sin tus Santos a tu lado, sin que ellos siquiera supieran lo que hiciste, como una verdadera alma, para acabar con todo esto. Terminar con el ciclo en el que tú y yo hemos muerto y revivido, una y otra vez.

—Detén el Eclipse.

—Y realmente pensaste que era una buena idea. No. Ahora lo entiendo. Puedo ver la secuencia de eventos que te tienen aquí, frente a mí, como un alma. Fue Sion de Aries. Él tomó la ruta equivocada y se dejó matar por Géminis, en lugar de hacer lo que estaba escrito. Lo debió ver en aquel Oráculo que tienen en Delfos.

—Detén el Eclipse.

—Solo un dios puede asesinar a otro dios. Eso debe ser. Asumiré que eso fue por culpa de tu parte humana. Eres la hija de mi hermano. Tu cuerpo humano murió, tú misma le pusiste fin. Si tú y yo nos enfrentamos directamente por primera vez, de la manera que deseas, aquí y ahora, y yo pierdo, solo el cuerpo que se convirtió en mi huésped morirá, mi alma se limpiará, y volverá en doscientos años. Pero si tú mueres, no será como las veces anteriores, Atenea.

Ella lo sabía. No tenía que decírselo, pero apreciaba que lo hiciera. Eso le daba más tiempo a su sangre para correr por el filo de la lanza, y aunque ella estaba sintiendo ya los mareos de la pérdida de sangre, aunque fuera un alma, estaba logrando su cometido. Solo debía conseguir más tiempo.

—No me interesa lo que sepas o no. Hades, te enfrentaré yo misma. Si no vas a parar el Eclipse Eterno, entonces lo haré a la fuerza.

—¿Crees que podrás regresar? Si te asesino, tu alma irá al Tártaro y nunca podrá regresar. Hablas del Eclipse Eterno, pero desde que retomé el control de este cuerpo, ya Andrómeda no puede frenarlo, y el 90% de las almas humanas residen en el Sol. El 10% restante incluye al Santuario, incluyendo a esas niñas que protegen tu cuerpo.

—¿Niñas?

«Megara, Phaedra, Europa, Sophía», pensó Saori con tristeza. Después de todo, las cuatro doncellas que había elegido para que la cuidaran, habían decidido sacrificar su alma y sus fuerzas por ella también, cuidando su cuerpo.

—No lo sabías. Mi intención es que todo desaparezca, que el ruido cese de existir, una oscuridad plena. Con tu motivación actual tan definitiva, creo que, en realidad, más que a ti, estás ayudando a que sea yo quien cumpla su deseo. Todo es un esfuerzo inútil. No solo es seguro que no regrese tu alma a tu cuerpo. De hecho, aún más probable es que ceses. No quedará rastro de ti en todo el universo, todo por tus dos decisiones. Y así, el silencio no acabará con la próxima Guerra Santa. Todo por convertirte en humana…

—Y por morir como alma. Sí. Sé los riesgos.

—Que así sea, Atenea. —Por un instante, los ojos verdes de Shun se desplazaron hacia arriba, indicándole con todas sus fuerzas lo que Hades estaba a punto de hacer. Ella miró y vio algo temible:

 

La Espada de Hades, Arché Angelós, colgaba de un gancho invisible en el cielo, irradiando la energía del Tesoro Sagrado más poderoso del Inframundo. La Espada cayó y Saori la vio antes de que la punta tocara su cabeza. Era momento de llevar a cabo el plan decisivo, el último que armó con Shaka.

Saori cerró los ojos y convocó a su cetro, Niké, que chocó con Arché Angelós en el aire, y la luz que se convocó fue lo suficientemente potente para cegar a los dioses. Las dos armas estaban enfrentadas en el centro de Judecca, rugiendo, brillando, causando caos y tormentas, luces y sombras, pero ni eso distrajo la atención de Saori, que estaba puesta sobre Hades.

El rostro del rey del Inframundo evidenciaba dolor.

—¡Atenea! ¿Qué hiciste?

Saori levantó la lanza de Pandora, aún sujeta por Hades, y su sangre fluyó hacia sus manos, y luego las muñecas y los brazos. Su pulsera de flores, el regalo de su abuelo, había perdido casi todas sus flores, y solo tres perduraban, bañadas por su sangre espiritual, que ahora brillaba de blanco. Y ella supo que sus ojos habían cambiado de color.

«Atenea, la de ojos grises de lechuza»

—Hades, cometiste un grave error al atacarme. Te di la oportunidad de detener el Eclipse Eterno por tus propios medios, pero ya no tendrás una segunda chance.

—Tu sangre quema… como el fuego… ¿qué hiciste? —repitió el dios Hades con la voz de Shun, a la vez que la sangre le quemaba los brazos, tal como las cadenas que Saori había puesto en la mente de Shun.

Era el momento.

—¡Ikki, ven! —llamó Saori, y el Fénix descendió como un bólido de fuego, atrapó a su hermano por la espalda, y le quemó con el fuego de la vida.

En esas circunstancias, con la fuerza física de Shun, y con él herido por razones que desconocía, Hades jamás se podría liberar de los brazos del Fénix.

—¡Ahora, hermano! ¡Atenea está aquí, es hora de despertar! ¡Shun!

—¡Oye a tu hermano, Shun! ¡Despierta! —gritó esta vez Saori, uniéndose al clamor del Santo de Fénix.

—No puede ser —dijo Hades—. ¿Por qué sigue resistiéndose? ¿Por qué Shun no pudo cortar su conexión contigo? El fuego está creciendo…

Arché Angelós y Niké cayeron juntas al suelo, todavía liberando destellos rojos y blancos tras su combate. Saori y Hades no estaban ya preocupados de usar sus Tesoros Divinos en ese momento.

—¿Creíste que podrías controlar el alma de Shun a tu antojo? ¡No te pertenece!

—¡Tonterías, Atenea! Desde el principio de su vida, el destino de este humano ha sido ser mi huésped. No puede resistirse a mi voluntad, como ninguna otra alma.

—¿Te olvidas acaso de que es un Santo también?

—¿Y eso qué? ¡Ah! —fue el primer grito de Hades, cuando soltó la lanza, pero la sangre de Saori siguió bajando por sus hombros hasta el pecho—. Pandora le dio mi alma antes de que las estrellas lo marcaran como… ¡un Santo!

—Te equivocas, Hades. Ambos sabemos de qué se trata. ¡Un doble destino divino!

 

Una ocurrencia rara. Un humano que, en su nacimiento, en su destino estelar que era marcado por el cielo, estaba destinado a servir a dos dioses diferentes, un evento que se había dado al mismo tiempo. Por destino, Shun era tanto el cuerpo que Hades iba a ocupar en esta era, la esencia del hombre más puro de esa generación según la manera de pensar de Hades. Pero Shun también era el Santo de Andrómeda que velaba por la justicia del mundo, y que era protegido por las 16 estrellas de su constelación.

Dado que Hades lo había adoptado como suyo antes que Atenea, tendría sentido para los seres divinos que Shun se convirtiera en su huésped antes que seguir siendo uno de los Santos. Pero lo que Hades, ni ningún otro dios comprendía, era que el designio de los dioses y los astros no siempre funcionaba igual. Había una arista que una divinidad no podría jamás entender.

—¿Por qué…? ¿Por qué se está resistiendo a mí, incluso en su propia mente y su alma, que me pertenece? Yo tomé su cuerpo antes de que él siquiera supiera la existencia de los Santos.

—Esto se debe, Hades, a que cuando se enfrenta a un doble destino, el alma de los seres humanos tiene que elegir. Tal como Pandora está eligiendo ser una niña de nuevo. Tal como yo elegí ser Atenea, y velar por la humanidad.

—¿Elegir? No puedes elegir ser Atenea, ¡eres una diosa!

—Mi corazón es humano. Igual que el de Shun. Incluso tú, en este instante, luces y te comportas más como un humano que un dios, pues aún no estás completamente aquí.

—Suéltame, Bennu —ordenó Hades, sin éxito, mientras más fuego salía del aura del Fénix, y sus poderosos brazos.

—No te soltaré hasta que Shun se separe de ti. No le tengo miedo a ningún dios, y menos a uno tan cobarde como tú, Hades, que usa los cuerpos de los humanos, los que los dioses dicen despreciar. Y tal como hice al volver a ser un Santo en lugar de tu maldito perro, también lo hará mi hermano.

—Bennu, ¡obedece!

—Ikki no es Bennu, Hades… Él es el Fénix. Siempre lo ha sido —dijo Saori.

—Esta sangre… un alma, ¿este fue tu plan desde el principio? El humano está abriendo los ojos, ¿por qué no obedece a mi voluntad?

Las cadenas de Shun brillaron. Sus manos se apartaron de Ikki.

—Mi querido Shun hizo contacto con mi sangre, y se está aferrando a mí ahora, tal como corresponde al Santo de Andrómeda. Cuando Shun tenía nueve años, su hermano mayor tomó su lugar para convertirse en Santo, y Shun se vio en una bifurcación: podía seguir viviendo en el orfanato, mi abuelo iba a permitírselo, eventualmente se convertiría en tu huésped, te llevaría a los Elíseos, ocuparías tu verdadero trono, y sería el fin de todo…; o podía seguir a su hermano.

—¿Qué? ¿Esa decisión? ¿Cómo puede algo tan menor…?

—No algo menor, Hades. Shun decidió convertirse en Santo, no solo para volver a encontrarse con su hermano, sino porque en su corazón, incluso con el pendiente que se hallaba sobre su pecho, Shun deseaba proteger a las personas. Deseaba, más que nadie en el mundo, que ningún niño sufriera lo que él, al ser apartado de su familia. Tú lo ves como la pureza de tu huésped. Yo lo veo como el punto cúlmine de lo que ser un Santo de Atenea. —Saori alzó las manos y tomó el rostro de Shun, cuyos ojos le pertenecían al humano, no al dios que protestaba—. ¿Me oyes, Shun? Tuviste un destino doble, pero tal como Ikki, Pandora y yo, tú también puedes tomar una decisión para romper este destino. Lo hiciste en aquella ocasión. ¡Elegiste ser el Santo de Andrómeda! ¡Tu alma no responde solo a Hades, pues como Santo, también respondes ante mí! ¡Ven a mí, Shun!

—¡Escucha la voz de Atenea, Shun! ¡Expulsa a ese dios de tu cuerpo, tú eres solo el Santo de Andrómeda con el que estoy orgulloso de combatir! ¡No eres Hades!

—Así es. ¡Escúchanos, Shun! ¡Despierta, tu hermano está aquí! ¡Yo estoy aquí!

 

Justo entonces, los ojos de Hades ardieron con chispas rojas.

—Si haces esto, Atenea, estarás rompiendo un pacto divino… ¿lo entiendes? Él es aún el cuerpo que elegí. Es un designio más antiguo que el tiempo, un hilo de plata tejido por las diosas del destino. Si el joven que conoces como Shun se separa de mí… no podrá acercárseme. Ocuparé su cuerpo a la fuerza, y ya no tendrás derecho de intervenir. Será una carcasa inútil, un cuerpo sin alma. No un servidor, sino un esclavo.

—Lo sé.

—Y hasta que eso ocurra seguirá sufriendo todos los pesares vividos por las almas del mundo, cosa que solo la divinidad, con sus alas negras, podría soportar. Lo sabes muy bien, en tus memorias como diosa. Existen consecuencias inevitables. Shun seguirá unido a mí… para siempre. Un Humano que ve y administra las almas, ansioso por convertirse en el huésped de Dios.

—Lo sé.

Saori estaba tensa mientras encendía su Cosmos y trataba de no pensar. Romper el contrato divino solo podría tener consecuencias negativas para Shun. Estaba consciente de ello, pero esa era justamente la razón por la cual el fuego de su hermano ardía. El ahora era más importante que el futuro posible, al menos respecto a Shun.

—Atenea, ¿realmente lo sabes? Durante toda su vida Shun estará ligado al Mundo de los Muertos, incluso si yo no estoy cerca de él.

—Lo sé. Para eso estamos Ikki y yo aquí, Hades. No permitiremos que te acerques a él ahora ni nunca.

—B-bien… A eso has llegado… —El Cosmos de Hades comenzó a bullir a borbotones del cuerpo de Shun, sombras más oscuras y negras que el espacio infinito, evaporadas por las llamas de la sangre ardiente de Atenea al reaccionar con el Santo que había elegido seguirla y protegerla.

—Vuelve a mí, mi querido Shun. ¡Vuelve a sonreír con gentileza para este mundo! ¡Eres un Santo de Atenea!

Las cadenas de Andrómeda, que yacían en el piso, volvieron a reaccionar, brillaron con resplandores rosas, se unieron a los brazos de Shun, se tornaron rápidamente doradas al contacto con la sangre de Saori, y en ese mismo momento, una gran explosión de Cosmos se extendió por todo Cocytos.

 

Una sombra flotaba por encima de Shun, que estaba inconsciente, yaciendo en los brazos de su hermano. Saori tomó el rostro de Shun para saber si estaba vivo, y al verle respirar y mover lentamente las manos unidas a sus queridas cadenas, Saori sonrió.

La sombra no tenía forma, y volaba alrededor de Arché Angelós, la Espada del Rey del Inframundo. Giraba a grandes velocidades, sin rumbo, mientras la hoja de rubíes se movía hasta adoptar una posición horizontal, cuyo filo apuntaba a la zona más profunda y baja del Inframundo, y de todo el universo conocido. O, más bien, apuntaba a un lugar que se encontraba más allá. Solamente ella, con sus ojos grises, podía ver aquella sombra, el alma inmortal de Hades.

Saori sabía esto, y tras acariciar una última vez el cabello rojo de Shun, el Santo que mejor la conocía, se puso de pie. Tomó del piso a Niké, el cetro que los había protegido a todos del ataque del Tesoro Sagrado de Hades, y se enfiló en la misma dirección a la que apuntaba la espada. Tras unos segundos, la Espada se dirigió más rápida que la luz hacia esa dirección, y con paso firme, Atenea siguió al alma de Hades.

—¿Atenea? —le llamó el Santo de Fénix, confundido.

—Ikki, cuando Shun despierte, deben cumplir la misión que voy a encomendarles —dijo Atenea, sin mirar a Fénix a los ojos. Si lo hacía, volvería a convertirse en la humana Saori Kido completamente, y no podía permitirse eso—: deben ir al río Cocytos y detener a las Mil Bestias que se acercan. Tal parece que los dirige Minos de Grifo, pero en realidad, todo esto fue un plan de los Tres Demonios.

—¿Lillis y los otros? ¿Dónde están?

—No te preocupes, Shaka se está haciendo cargo de eso. ¿Recuerdas lo que Hades y yo hablamos del Tártaro? Hay alguien allí, a quien los Tres Demonios sirven, y que es capaz de salir por sus propios medios, pues se había refugiado en el Tártaro por su propia voluntad. Su misión es detenerla.

—¿A quién te refieres?

—A la Hija de la Naturaleza. Deténganla, Ikki. Por todos los medios posibles. Y también acaben con todos los Espectros. Haré lo posible por detener esta Guerra, y darles el tiempo posible para escapar del Inframundo, pues todo se destruirá cuando lo haga.

—Está bien. Haremos lo que digas, si tu miedo por esa tal Hija es tan grande. Pero la verdadera pregunta es a dónde vas tú, Atenea.

—Ikki… ya escuchaste a Hades. No debes permitir que Shun se acerque a él, o que se vean nuevamente. Aunque el destino de Shun está ligado a mí voluntad, no la de Hades, desde el momento en que eligió convertirse en un Santo, es cierto que habrá… consecuencias por romper el lazo. Un contrato de sombras y muerte que ni yo puedo cercenar, escrito por los cielos antes de que el tiempo fuera tiempo. Temo que Shun tiene ahora algo de Hades en su interior; al igual que Hades posee algo de Shun, y no pueden volver a unirse. En otras palabras, no puedes permitir que Shun baje las escaleras por las que yo iré.

—Sacaré a Shun de aquí, por supuesto, no tienes que decirlo. ¡Pero todavía no respondes a mi pregunta! —dijo Ikki, poniéndose de pie, tomándola bruscamente del hombro y haciéndola voltear. Sus ojos se encontraron. Saori no lloraba. Los ojos azules de Ikki se encontraron con la expresión gris, fría y determinada de la diosa de la guerra en la que había sido forzada a convertirse.

—Destruiré a Hades de forma permanente para que esto nunca vuelva a ocurrir, y cuando lo haga, todo lo que él construyó será eliminado también. El Inframundo. Las almas vagarán por el Infierno hasta que llegue el momento de su reencarnación, o tal vez simplemente cesen. No lo sé, pero estoy segura de que las torturas injustas acabarán. Y las otras almas, las de aquellas personas inocentes que han sido afectadas por el Eclipse Eterno, posiblemente…

—Atenea…

—Las almas en el Sol Negro seguramente regresarán a sus cuerpos. Debo hacerlo antes de que el Eclipse se complete, o todas las almas de la Tierra terminarán aquí.

—¡Responde!

 

Al ver que el Fénix seguía con su mirada apasionada, llena de preguntas que no ameritaban ser ignoradas, Atenea decidió ayudarlo.

—Ikki, Hades necesitaba a Shun para entrar a los Campos Elíseos, la tierra sagrada que está más allá del Inframundo, bajo esas escaleras en la oscuridad. Solo los dioses y los seres humanos puros de corazón pueden entrar allí. Por eso Hades elige a un alma pura en cada generación, para regresar al reino imperecedero. —Atenea tomó un respiro, había luchado mucho, pero no podía descansar—. Sin Shun, vagará entre las dimensiones, ya sea mientras espera su momento para hacer contacto nuevamente con él, a la fuerza… o mientras se pone a buscar otro huésped en la ruta de las memorias. El camino anterior a los Campos Elíseos, donde los millones de dimensiones, líneas de tiempo, eras y mundos colisionan o se encuentran. Es allí a donde me dirijo. Al Camino de los Dioses.

—Entonces iré contigo. Aún tengo asuntos que resolver con Hades. Le diré a los demás que se encarguen de sacar a Shun de aquí, y te seguiré. Además, al fin y al cabo, mi misión aún es protegerte, pues soy un Santo.

Solo por un efímero momento, Atenea se permitió ser Saori nuevamente, y le dedicó a su fiero Santo de Fénix una breve sonrisa, y un poco de honestidad.

 

—Para ser sincera, me gustaría que me acompañaras, Ikki. Tu fuego sería… Pero no es que no lo quiera, es que no se puede. Al lugar al que me dirijo, solo pueden entrar los dioses y las almas de los muertos que los jueces del infierno hayan determinado como lo suficientemente puras para entrar a los Elíseos. Nadie más puede entrar. Creo. Es… posible que, incluso si es un humano, Shun pueda entrar a las tierras más allá con toda facilidad, y por eso debes impedírselo.

Saori, apoyada en su cetro, se apartó de Ikki y caminó escaleras abajo. Sabía que él ya no la perseguiría, no era tonto. Aun así, la situación era difícil para ambos, que nunca se habían llevado bien… pero que remaban en la misma dirección. No podían permitirse ver los ojos del otro nuevamente.

Uno de los tres pétalos restantes en la pulsera que tenía desde la niñez comenzó a mostrar los primeros signos de marchitarse. Su cuerpo, en el Santuario, pronto moriría definitivamente, sus doncellas no podrían seguir protegiéndolo, y de ella solo quedaría su alma, que si moría… lo haría definitivamente.

Aun así, no tenía miedo alguno. Ya había dejado atrás eso hace tiempo.

—Cuando Shun despierte, agradécele todo lo que hizo. Y cuando se encuentren con Dohko y los demás, y realicen la misión que les encomendé, salgan de aquí, vuelvan al mundo real, y vivan plenamente. Es algo que todos se merecen, y a pesar de que pienses lo contrario, tú también, Ikki. Shaka también pensaba eso.

—Hm. —Escuchó a Ikki suspirar pesadamente detrás de ella—. Aún tan ilusa.

—¿Qué?

—¿Estás seguro de que podrás detenernos? ¿Crees que podrás detenerlo a él? —Ikki no necesitó decir aquel nombre. Todo el tiempo, Saori, la humana, pensaba en él. En su caballo alado.

Pero Atenea, la diosa, tendría que ser egoísta.

—Cuando lo veas, Ikki… dile que lo siento muchísimo. Solo dile eso.


Editado por -Felipe-, 09 marzo 2024 - 12:03 .

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#803 Rexomega

Rexomega

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Publicado 11 marzo 2024 - 13:56

Saludos

 

Allá voy, capítulo de Shaina V:

https://saintseiyafo...ario/?p=2831827

 

Errores. "Era varias personas en un solo cuerpo" (eran), "es primera vez", "ninguna de esas" (antes hablaste de ataques,masculino). Hoy no hubo muchos, pero no te confíes: Estaba leyendo a Shaina, ¿quién prestaría atención a algo tan sin importancia como errores cuando Shaina es la heroína?

 

Digo esto para que se entienda que, aunque esta reseña va a ser corta, no es porque haya sido un mal capítulo. Es que no tengo mucho que decir. Las quejas las sabes, no soy fan de los villanos locos. A veces me impactan, la regla es que no. Los halagos también los sabes, pese a que no me entusiasma la personalidad de Tokusa, sí que lo hace esa característica de luchador. Aquí subiste la apuesta, generando en mí una sana envidia por lo bien que describes todo lo referente a un combate marcial, con las posturas, la flexibilidad, la habilidad y la precisión. Yo no estoy tan versado en esos temas y no podría hacer lo mismo, pero intuyo que sin todas esas descripciones, tan cuidadas, la propuesta del combate se habría sentido, si bien interesante, abstracta. Leer que para los santos las artes marciales son algo básico, lo que Shaina ya sabía a los 9 años, la existencia de una postura tan perfecta que aglutina ataque y defensa... He leído muchas veces esto último, personajes que no se atreven a atacar a otros porque no tienen aberturas, aquí lo he sentido de verdad, gracias a las descripciones, que no entorpecen la batalla. Al contrario, son los huesos que forman el esqueleto del combate. El momento en que Shaina despierta un muy merecido Séptimo Sentido no habría sido tan épico, tan digno, sin toda esa descripción previa, sobre los movimientos, sobre el avance del tiempo, sobre la certeza de lo que iba a ocurrir y no ocurrió. Muy buen trabajo. Quizá lo único que me chocó fue la parte en la que dices que Tokusa era un pararrayos para ese rayo. Es explícita, pero me sacó de la escena un momento.

 

Lo dicho, me ha gustado mucho el capítulo. Como fan de Shaina desde la primera vez que vi la serie clásica, estoy satisfecho con este desarrollo sobre quién es ella, dentro de Mito del Santuario, más allá de sus circunstancias y asuntos personales. Excelente desarrollo. Pero no puedo salir del tema sin advertir que... ¿Aquí la destrucción de Cocito no será un milagro porque por qué no? ¿Hará falta la intervención del Navío de la Esperanza y su tripulación? ¿El Hades (se entiende, el infierno), con sus ríos, será parte de la historia, no solo un escenario? ¡Genial!

 

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No te preocupes por el nombre de la técnica, Shaina. Al fin y al cabo, está ese otro Asclepio, más malo que nadie, que le robó a los dioses del Olimpo y los espectros de Hades el rol de antagonista en ND. 


Editado por Rexomega, 11 marzo 2024 - 14:12 .

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#804 carloslibra82

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Publicado 16 marzo 2024 - 23:33

Hola, Felipe. No había comentado, pero no me he perdido cada actualización. Se que le dijiste a Rexomega que hay capítulos casi calcados a la obra original y que te fallaban las ideas, pero yo por lo menos los he sentido todos amenos y diferentes, cada uno sorprende. La lucha de Shun por el control de su cuerpo con Hades, y la inesperada ayuda de Saori son geniales. Pienso que en el crecimento que le has dado a la diosa Atenea como personaje se ve una clara evolución. Es cada vez más diosa sin dejar de ser humana. El detalle de los ojos grises es excelente. La gran dferencia que me gustó a diferencia del clásico es la actitud de ella: no se humilla y se ve mucho más autoritaria, con Hades y con Pandora. Se notó que Hades acá la respeta como a una igual. Ikki es tan badass como siempre, disfrazado de Kagaho. En cuanto a Hyoga, está más muerto que vivo, y aún así, lo mandan a enfrentar a Minos y las bestias, la gran sorpresa de tu fic hasta el momento. Y Dohko demostrando su gran poder, fue como yo me imaginaba, el único que se podía medir con los jueces, y nada menos que contra dos. En tu fic al menos no está de turismo por el inframundo. Seiya es el más parecido al clásico, cabeza dura y nunca se rinde, pero lo siento más cercano. Y Shaina es la sexta prota, me encantó la estrategia que usó ante un enemigo tan fuerte y peligroso como Tokusa. Me intriga lo de las bestias, no creo q Hyoga lo haga sólo, creo que le llegará ayuda (Kanon?, Shiryu?, resurrecciones? Ahí lo dejo, jajajajaja)

Tengo dos preguntas para finalizar:

1. Mencionaste al presentar a Minos como el verdadero juez, el más peligroso, el principal, etc. Es el más fuerte de los tres entonces? Te lo pregunto porque según veo, tu fic está basado en el pasado de Lost Canvas, y en ese, si bien se presenta como muy poderoso, no me pareció el más terrible. De hecho, fue el primero en morir. Me gustaría que me lo aclararas

2. Creo que esto ya lo explicaste alguna vez, pero no lo recuerdo: el cosmos es infinito también en tu fic? Yo sé que las heridas influyen, pero pueden elevarlo hasta el infinito independiente de sus heridas? También me gustaría conocer tu respuesta

    Eso por mi parte, sigue así, de verdad deseo seguir leyendo este fic hasta el final. Un saludo gigante y éxito en tus asuntos personales!!



#805 Rexomega

Rexomega

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Publicado 22 marzo 2024 - 14:49

Saludos

 

Review de Radamantis III:

https://saintseiyafo...ario/?p=2832321

 

No encontré ninguno, pero por costumbre:

"Entierro[2] —susurró Verónica, sonriendo macabramente, expulsando un potente gas rojo desde su garganta, y Radamanthys tardó en darse cuenta de su gran error. ¿Cómo había podido olvidarlo?", creo que el "y" debería ir entre macabramente y expulsando. 

 

Como ya te he dicho muchas veces, me gustan tanto los villanos leales como estoy quemado de los locos, así que está de más que incida en el tema. #TeamRadamantis. #DownAiacos. 

 

Del capítulo me llamaron la atención dos cosas. La primera, la transformación de Radamantis, que me hizo pensar en el juez del arco de los Templos Malignos. No digo que sean igual de poderosos, porque creo que una de las cosas que querías evitar con este remake era todo lo referente al Regulus VS Radamantis, sino que me dio esas vibraciones de alguien que debería estar en las últimas pero ahí sigue luchando, ya no solo por pura fuerza de voluntad, sino por una explicación física. La segunda es lo de naturaleza zombi de Verónica. ¿Era así en Lost Canvas? Todo lo que recuerdo era su inmortalidad (¿concedida por Thanatos?) que Manigoldo venció con su magia de santo de Cáncer. 

 

La batalla está muy bien, muy intensa y conseguida, como es costumbre. En particular, disfruté cómo se siente que Radamantis es un protagonista dentro del ejército del enemigo en momentos clave como su impotencia ante Mefistófeles, cuando se levanta transformado y cuando carga de frente contra tres enemigos a la vez. Creo que es gracias a eso que luego cuando intervienen los protagonistas del otro lado todos e siente tan natural. Como, yo sí me creo esta alianza. Gran "revelación" de Helios como Ikki de Fénix, por cierto, la pude imaginar a la perfección y logra que importe el parecido Kagaho-Ikki. 

 

También me encanta esa sensación de que importa que los espectros sean un ejército con tropas específicas para los distintos jueces, además de gente aparte. En la obra original, uno se queda más con la idea de que los espectros son una bola de obstáculos que va bajando. Aquí, cuando Radamantis piensa en los soldados que le quedan, realmente sientes que importa que ya no le queda nadie. Buen trabajo ahí. Y en destacar las habilidades de Verónica y la fuerza de Violette (todo el tiempo yo leía Violate). No soy fan de lo auto-destructiva que es la tropa de Aiacos, pero siento que entre el desarrollo que le das al ejército de Atenea (desde un mayor número de soldados en activo hasta el papel del barco) y esta situación en el ejército de Hades, es verosímil que pierdan, pero que en el pasado la lucha entre ellos supusiera una Guerra Santa y no un martes cualquiera. 

 

Me despido, no sin antes reiterar que seguiré llamándoles jueces, aunque Mito del Santuario, Kurumada y el fandom entero les diga Magnates. 


Editado por Rexomega, 22 marzo 2024 - 14:55 .

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#806 -Felipe-

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Publicado 23 marzo 2024 - 18:29

Saludos

 

Allá voy, capítulo de Shaina V:

https://saintseiyafo...ario/?p=2831827

 

Ah, los errores. Nunca paran, ¿verdad?

Buenas tardes, Rex (al menos por aquí las son). Me alegra mucho que esta batalla gustara, me esmeré mucho en el tema de la, digamos, mecánica de la batalla, incluso si la protagonista ya es más que famosa como dueña del fanbo.yismo de los presentes, como lo cliché del villano. Ataque y defensa en uno, sí, muy repetido, pero traté de que se hiciera creíble gracias a los pensamientos de Shaina. Aunque, técnicamente, Shaina despertó el Séptimo Sentido durante el vol. 3, aquí se podría decir que lo maneja tan bien como los (demás) protagonistas. Lástima que chocara lo del pararrayos, mejoraré en eso.

 

 

 

Hola, Felipe. No había comentado, pero no me he perdido cada actualización. Hola Carlos! Genial que sigues leyendo, incluso teniéndome paciencia por todos los hiatus. En particular, aprecio y te agradezco mucho el que valores mi flojera con dejar algunos capítulos como estaban, aunque sí intenté agregar al menos una cosa nueva en cada escenario. ¡Me enorgullesco de mi interpretación de Saori! En especial en su crecimiento como diosa, sin olvidar que es humana. Sobre quién ayudará a Hyoga... creo que leerás la conclusión en algunas cuantas varias semanas.

Sobre tus preguntas...

1. No veo a Minos como el más "fuerte", necesariamente, aunque quizás sí lo sea (al menos uno de los 3 guerreros más poderosos de Hades), pero mis menciones se refieren a él como el más "peligroso". Aquí no tiene solo sus hilos, sino que varios otros trucos que se irán desarollando con el tiempo.

2. El Cosmos es infinito, sí. Tanto como se puede entender al universo. Ahora, lo de "elevarlo hasta el infinito" siempre lo he visto más como una exageración, un "momento shonen", pues el infinito no es una medida, y por tanto, no puede alcanzarse. Lo que SÍ pueden hacer los Santos, es extraer energía del universo, tanta como les sea posible, y cuando tienes a alguien como Seiya, puede hacerlo tanto como desee, pues depende de la voluntad, el estado físico, la motivación, etc. Así que no creo que puedan realmente elevar el Cosmos al infinito, pero sí elevar su energía tanto como puedan / deseen. Creo que tal vez es lo mismo. Espero que eso haya respondido tu duda, y si no, lo siento jaja

Saludos y que el mundo te sonría, Carlos!

 

 

 

Saludos

 

Review de Radamantis III:

https://saintseiyafo...ario/?p=2832321

Para ser completamente sincero, Rexo... no me acuerdo si Veronica era exactamente así en el Canvas. Recuerdo que era indestructible, y por eso se necesitó de alguien con las convenientes habilidades de Manigoldo para vencerle, pero creo que la inmortalidad, y su identidad como un muñeco de Aiacos, es idea mía. Creo. Ah, y sobre Violette, creo que casi todos los fansub del manga lo ponían como "Violate", pero nunca entendí por qué. El nombre en japo se transcribe mucho más fácilmente como "Violet", así que fui a la manera francesa.

 

Radamanthys, uno de los tres Jueces/Magnates (estoy más que bien con que uses el término que gustes) es el prota del otro lado en esta historia. Algo que había intentado (sin mucho éxito, para ser honesto) con Mikhail y con "Jano" en la saga de Poseidón, creo que aquí resultó bastante bien. Alianzas contra enemigos en común. Uno de los tropos más viejos que hay, y muy, muuuuuuuuuy poco usado en Saint Seiya, por alguna razón. No sé qué tanto dure, pero espero que sea significativo.

 

Saludos y muchas, muchas gracias!

 

 

 

Y ahora...

Un capítulo del que estoy particularmente orgulloso. Espero que les guste.

 

SHAKA

 

EL FIN DE LAS ERAS

 

 

—Pero ¿qué es esto? ¿Dónde está Hades? No. ¿Dónde estamos nosotros? ¡Esto no estaba en el libreto!

—Llamar libreto a los efectos teatrales es algo interesante, pero inocuo, Lillis de Mefistófeles. Al fin y al cabo, simplemente te dedicabas a ver la mente de las personas, y así sabías lo que pensaban y dirían después.

—De las almas, para ser más precisos. Esa es la habilidad que me concedió Hades. Pero, sobre eso, ¿por qué no puedo ver tu alma, Shaka de Virgo? ¿No eres simplemente un alma sin cuerpo?

—Si me permites responder a una pregunta con una de mi parte, ¿es normal que los Espectros Celestiales, en particular la Primera Estrella, se refieran a Hades con tanto descaro, arrogancia, y falta de afecto?

—No, no es normal —admitió Lillis, sonriendo con simpleza.

—Y esa es precisamente la razón por la que te traje aquí, Mefistófeles, al mundo en el que solo los Deva gobiernan. El Mundo Celestial.

Un cielo azulado, resplandeciente con mil soles. Grandes montañas blancas, bellos y frondosos bosques, mucha luz, un millón de Deva volando por doquier alrededor de una gran figura de Buda, mientras sus rostros brillaban de satisfacción eterna. Era la más alta vía dentro del ciclo del dharma, también la más peligrosa de las Seis Rutas, un lugar en la que un pensamiento negativo le hacía a uno caer en los reinos inferiores tras la reencarnación, cuando la Rueda del Dharma girase otra vez.

Esa era su Metempsicosis por las Seis Rutas. Dependiendo de sus acciones en el mundo humano, aquellos que caían ante el destello provocado por sus manos, era reencarnado a un mundo dictado por su karma. En ocasiones, Shaka mismo decidía el paradero de las almas que caían ante la Metempsicosis, y forzaba los movimientos de la Gran Rueda.

Para un Espectro, que para todos los efectos podía considerarse bien un demonio, un Gaki hambriento, una bestia sin racionalidad, o un espíritu errante sin moralidad, se le hizo una buena idea el llevar a la número uno entre todos los Espectros al lugar más alto. Allí podía aterrarse de su propia inferioridad, hacerse consciente de la oscuridad y la gran putrefacción que carcomía su ser, ante la luz infinita del cielo.

 

O, si eso fallaba, al menos podía asustarla un poco antes de acabar con su vida. Después de todo, la Metempsicosis era una ilusión. Todo lo era. Cuando era un Santo en el mundo de los vivos, antes de conocer al Fénix, le costaba admitirse a sí mismo que no podía enviar a las almas a ninguna parte, ni forzarlas a reencarnar. No era un dios.

Ahora que había cumplido su deber, que había sido la luz para Atenea, guiándola hasta el trono de Hades en el Inframundo, y enseñándole como terminar con el ciclo infinito de las Guerras Santas, podía cerrar su propio ciclo, y dejar la arrogancia. Era solo un humano que se había convertido en Santo cuando unos falsos monjes descubrieron el alcance de su Cosmos, tras encontrarlo cerca del Ganges. En aquella época, él no entendía nada, y solo quería ser feliz. Pero los monjes trataron de venderlo al Santuario, y cuando el Santo de Virgo de aquella época, Seth, lo tomó bajo su tutela, su sufrimiento continuó y continuó. Cosas innombrables ocurrieron a Shaka, a manos de Seth. Crueles, pérfidas. La rueda giraba y giraba. La humanidad era sufrimiento, una y otra vez.

Y entonces, un día, Shaka dejó de sufrir. Y aprendió. Defenderse a sí mismo, ver y manipular la voluntad de otros, hacerles creer lo que él deseaba, apagar la sensibilidad de la gente. Pero también había aprendido un par de cosas oscuras de Seth de Virgo, como el considerarse alguien superior, alguien digno de ser adorado, una entidad divina.

Pero ya había superado todo eso. Solo era un humano. También era un Santo muy capacitado en el arte de las ilusiones. Finalmente, también era alguien que había dejado de sufrir, y eso le había hecho inmune a los trucos de Mefistófeles.

—Mhmm. Puede que tu mente no leer pueda, Virgo, pero tonta no soy. Deshaz estas ilusiones, dime dónde estamos.

—En el sitio destinado para tu fin.

—Ajá. Por cierto, respondí a tu contra-pregunta una página atrás. ¿Responderás a la mía? ¿Por qué no puedo entrar en tu mente, a pesar de que eres un alma?

—Es lo justo. Mi diosa, desde luego, fue quien ofreció una respuesta. Soy un Santo de Atenea, e incluso después de muerto, seguiré combatiendo por ella. —Shaka encendió su Cosmos y disparó una ráfaga de luz, pero Lillis la desvió con un manotazo. Claro que eso era lo previsto. Shaka necesitaba saber si, en aquel mundo en el que realmente ambos se encontraban, podía hacerle daño.

—¿Eso es todo? Para ser un Santo que el Octavo Sentido despertó, tus ataques la gran cosa no son. —Lillis adoptó una voz más fría, grave y seria, parecía al fin lucir como una Espectro, en lugar de una boba maestra de ceremonias—. Pero como dije, no soy una tonta. ¿Cuándo vas a luchar en serio?

—Solo necesito obtener algunas respuestas de tu parte, para llevárselas a Atenea. O, quizás, solo confirmar lo que ya descubrimos. Por ejemplo, tu falta de dedicación a Hades, o la ausencia de información sobre los Tres Demonios… Me causan curiosidad.

Lillis se elevó sobre las montañas en el Mundo Celestial, alas negras en su espalda, con un aura de la misma ausencia de color rodeándola. Lillis movió las manos en círculo, y el aura negra comenzó a girar a su alrededor, primero lento, y luego con más velocidad, hasta que se convirtió en un torbellino visto desde arriba, como un anillo destructor.

—Antes de matarte descubriré la verdad. ¿Por qué no puedo entrar a tu mente? La verdad es que me desespera un poquito. ¡Contrato Diabólico![1]

Kan.

El torbellino negro se lanzó hacia Shaka, pero éste se protegió en la burbuja en la que, desde niño, siempre se había sentido cómodo y reconfortado. Era tan solo un mantra que lo protegía de todo mal. Mientras se mantuviera inmóvil e impasible, nada malo le iba a ocurrir.

A pesar de ello, el poder de Mefistófeles no era poca cosa. El tornado que ahora lo rodeaba era extremadamente violento, y la luz del Mundo Celestial fue sometida a la negra y total oscuridad de los vientos que azotaban el Kan, buscando destrozarlo.

—Cien millones de revoluciones por segundo, se hacen más rápidos y bruscos con la fuerza de todos los contratos que he hecho firmar a los humanos.

—¿En esta era? Dudo que hayas tenido oportunidad con tantos humanos. ¿Qué pudiste ofrecer a la gente de la Tierra?

—Lo que más desean. El fin de las eras, escapar del sufrimiento. Estoy segura de que no estás exento de ello.

El Contrato Diabólico comenzó a romper la barrera, poco a poco. Pero Shaka no iba a abandonar su inmovilidad hasta que se cerciorara de lo que realmente estaba ocurriendo. Iba a combatir con todas sus fuerzas, hasta que éstas se difuminaran en el infinito.

Om.

Otro mantra. Otra palabra. Otro verbo que sometía a otros a su voluntad. El Kan se deshizo, su Cosmos se expandió y brilló, y Lillis tuvo que protegerse con sus alas de la onda expansiva. Fue arrastrada brevemente hacia atrás, y se estrelló contra una montaña divina. El hecho de que lo hiciera significaba que la ilusión había funcionado bien. Jamás se enteraría de la verdad, mientras él no se la mostrase con su rostro.

—Shaka de Virgo… este poder claramente pertenece al de un Santo de Oro. Je, je, a diferencia de los demás, no voy a subestimarte —dijo Lillis, elevándose de nuevo. Shaka notó lo mucho que ella miraba a los lados, probablemente buscando una salida—. No voy a mentir. Me molesta mucho esto.

—Tampoco te subestimo, Lillis de Mefistófeles. A pesar de que eres una integrante de los Tres Demonios, de quienes se dice tanto y tan poco, no hay duda de que eres una de los Espectros Celestiales, la Primera Estrella. —Shaka se elevó sobre las montañas con su Cosmos dorado a su alrededor en forma de círculo—. Pero aquel Contrato Diabólico no tuvo los efectos esperados, ¿no es así? Me pregunto si se debe a ellos.

Shaka indicó hacia arriba, hacia uno de los grandes soles del Mundo Celestiales. La Espectro, confiada, miró también, y se encontró con el único sol que no brillaba, pues se hallaba plagado de sombras.

—El Eclipse Eterno… ¿Aquí?

—Está presente aquí desde que hablamos de tus contratos, Lillis de Mefistófeles. He reflexionado mucho tiempo sobre lo que pudiste haber hecho. Como un demonio, hiciste contratos con las almas que vagan ahora hacia el sol durante el Eclipse Eterno. Pero ¿qué podrías ofrecerles a almas condenadas? Si Hades obtiene la victoria de esta contienda cruel y tortuosa, el planeta Tierra se sumirá en la oscuridad tanto como las almas humanas en los infiernos.

—Lo que yo ofrezca solo me pertenece a mí y los otros Demonios.

—Ah, sí, es correcto. Belcebú y Azazel, ¿no es así? Cuyos rostros veo sobrepuestos en la montaña en la que te estrellaste.

—¿Q-qué? —Lillis se volteó. Efectivamente estaban allí, marcados en roca blanca, vigilados por cientos de Deva, los rostros de las Estrellas Segunda y Tercera, los otros dos miembros de los Tres Demonios. Y ella, presa de las dudas de una bestia sin razón, jamás entendería por qué—. ¿Cómo es posible que…? ¿Cómo sabes de…?

—Han ocultado su identidad demasiado tiempo. Siempre terminan encerradas sus almas al poco tiempo, a pesar de sus fechorías. A pesar de su importancia. Es como si se durmieran tras alguno que otro acto secreto, esperando una oportunidad. ¿De qué? Eso es lo que yo, Shaka de Virgo, deseo confirmar.

Shaka abrió los brazos y las piernas mientras se elevaba por los cielos. La luz divina comenzó a salir de su cuerpo, y Lillis no pudo escapar a su mirada. El Exorcismo hizo su trabajo, dominando sobre la voluntad de la Espectro, que sufrió la pérdida de algunas de las piezas de su Surplice, que se desintegraron como polvo al recibir la luz.

Mefistófeles voló por los aires, intentando escapar de la luz, que se expandía como el Big Bang, buscando la creación. Pero, como tantas otras veces, tal como había aprendido por instinto, Shaka hacía manifiesta su voluntad. Lillis no podía creer lo que veían sus ojos maliciosos, incapaz de escapar de su destino.

—¿Qué…? ¡No! —Lillis se rodeó por cinco huracanes tormentosos negros en esta ocasión. Cinco versiones del Contrato Diabólico, que arrojó con brusquedad hacia Shaka. La Espectro estaba furiosa, y sus dientes se habían convertido en colmillos de bestia. Era, en todo caso, la reacción usual.

El enemigo solía darse cuenta demasiado tarde de que estaba corriendo en círculos en la palma de Buda.

 

 

Los Santos de Virgo siempre se habían dedicado a la ceremonia, a alguna creencia, incluso a alguna religión. Skanda, que siempre parecía escapar de la muerte; Oshishi, aquel que creó el rosario con ayuda de la santería; Kawabata, conectado con los espíritus de la paz; el silencioso Shijima que había plantado dos árboles de sala en el sexto Templo del Santuario; la musulmana Fátima que vagó por el mundo, educando; la cristiana Olympe, que sobrevivió a las guerras religiosas; el ciego asceta Asmita que conoció la luz al fin del camino; el fiero y misterioso Danto, que luchó como Santo y soldado hasta el fin de sus días; y el peligroso Seth, que le había enseñado a Shaka sobre los giros de la rueda divina. Todos habían aportado sus conocimientos, y habían aprendido, en conjunto con su fe.

En el caso del Santo de Virgo, su fe no se había remecido ni un poco cuando entró al Inframundo y se dio cuenta de cuál mitología era real, cuál era el verdadero paradero de las almas, y cuál cosmología tenía más validez. No tenía sentido preocuparse. La muerte era tan solo una estación en el ciclo. Otro estado, otra transformación en un mundo que siempre cambiaba. La rueda seguía girando.

Shaka, así como tantos otros, también poseía un doble rol. Era un Santo de Atenea que buscaba la salvación de las personas. También era un monje de la India que buscaba la Iluminación, como tantos otros antes. Para ser genuinamente honesto consigo mismo, siempre le interesó un poco más lo segundo que lo primero. Pero, en su búsqueda, solo se alejaba más y más, con su corazón lleno de arrogancia y aires de grandeza.

Podría haber culpado a su cruel niñez, a manos de los monjes, o las innumerables torturas a las que fue sometido después por culpa de un Santo sin honor, pero lo cierto era que, como había aprendido, todo se trataba de sus propias decisiones. Él se había convencido de que era una entidad superior, un ser celestial, bendito y único tanto sobre los infiernos como bajo los cielos… hasta que le abrieron realmente los ojos.

Se deshizo de sus deseos. Abandonó la idea de encontrar la Verdad y la Luz. Puso sus esfuerzos en ayudar a Atenea a derrotar a Hades, y salvar al mundo de la oscuridad. Se enfocó en la idea de que la gente de la Tierra merecía la felicidad, y fue la propia Atenea quien lo convenció de ello. Su búsqueda había sido innecesaria, ¿de qué servía encontrarse a sí mismo si abandonaba a los demás?

Y así fue como, poco antes de morir, un día como cualquier otro, mientras andaba por Rodrio frente a una casa cualquiera, se detuvo en sus pasos. Y, así como así, entendió. Todo. Comprendió absolutamente todo.

 

Ahora, una furiosa y humillada Lillis, que había tratado de huir de la mano de una gran estatua de Buda, estaba haciendo tronar sus huesos con sus múltiples Contratos. Eran potenciados por los contratos que había realizado con las almas que habían ido a parar al sol desde la Tierra, llevados por el poder del Eclipse Eterno, el cual no se había completado gracias a la influencia de Shun. ¿Qué había prometido a cambio de sus almas? ¿Y para qué quería esas almas si se contraponía a la voluntad de Hades?

Conocía la respuesta. La había obtenido durante sus investigaciones en el infierno, antes y después de encontrarse con Atenea. Pero necesitaba cerciorarse. No podía ser solo un rumor. Necesitaba confirmarlo para que los Santos que quedaban atrás supieran a qué se enfrentaban. Solo entonces podría Shaka permitirse descansar.

Desde luego, ahora era difícil tener un descanso, si hasta su armadura crujía con los ataques de los remolinos negros que lo aplastaban, que lo arrojaban de un lado a otro, que le imposibilitaban ver, hablar y respirar… pero no concentrarse. Eso dependía del poder de su alma, no de la figura que había creado para sí mismo, simulando un cuerpo.

—¿¡Por qué no puedo ver tu alma!? ¿¡Por qué no puedo escapar!?

—No lo entenderías… —Shaka desapareció en una cortina de luz, apareció detrás de Lillis, pero ésta se protegió con sus alas y nuevamente arrojó sus violentos Contratos Diabólicos hacia él. Definitivamente era una Espectro Celestial.

—¡No! ¡Noooooooooo! ¡¡¡Ahhhhhh!!! ¡Así no es como debía resultar esto!

Estaba descontrolada. Con la capacidad de leer las mentes de las almas, Espectros, y de todos aquellos que residían en el Inframundo, se había creado para sí misma algo que llamaba su “libreto”. Aducía saber lo que ocurriría, que todo era parte de un plan que servía a alguien que no era Hades. El resto del tiempo, los Tres Demonios observaban y se aseguraban de que todo saliera en orden. No luchaban, pero hacían Contratos con otros para llevar a cabo sus planes, siempre en las sombras, siempre detrás de las luces.

Pero lo que estaba ocurriendo ahora, estando sola, incapaz de escapar de la prisión que simplemente consideraba una ilusión, no era parte de los planes. No eran parte de su libreto. Era una improvisación que no le gustaba, y finalmente su supuesto control sobre la Guerra Santa se había roto.

La rueda seguía girando, y para Lillis de Mefistófeles, era una rueda tan rápida y brusca como las revoluciones de su Contrato Diabólico. Para Shaka, en cambio, la rueda no ejercía movimiento. Ya nunca más lo haría, y con eso había probado que sus torturadores de infancia se habían equivocado con él.

 

Shaka cayó sobre unas flores. Se permitió una sonrisa al ver que no eran pétalos de los árboles de sala. Lillis le propinó un puñetazo en la sien, y luego lo tomó de la cabeza, levantándolo de la hierba, y flotando con las alas negras. Su Surplice estaba dañada, pero no tan maltratada como el fantasmal Manto de Virgo que seguía protegiéndolo tras morir. Lillis tenía su mano cubriendo los ojos de Shaka, y de alguna forma, solo con ese agarre era capaz de inmovilizarlo completamente, pero éste seguía sonriendo. ¿Hacía cuánto que no sonreía así? ¿Desde su infancia, quizás? Ya nada la preocupaba.

Había sido una buena luz, y pronto se extinguiría.

—¡Nada de esto estaba escrito! ¿Por qué no puedo leer tu cabeza?

—No lo entenderías.

—Miserable… Quizás no pueda entrar en tu cabeza, pero sí puedo destruirla. —La mano de Lillis se envolvió en llamas negras, y Shaka pudo sentir su intenso calor—. Eres solo un alma, pero es tu mente la que está creando las ilusiones. Te haré un trato, Shaka de Virgo. Este es mi Contrato Demoníaco[2]. Te propondré una condición, y si la cumples, tu mente seguirá funcionando, aunque tu alma estará atada al Inframundo para siempre. Si la incumples, o no aceptas el trato, todo en tu mente será destruido. Como ves, es imposible zafarte de mis garras. Tu alma vagará sin rumbo, el Octavo Sentido no funcionará, quizás ni siquiera valgas la pena para reencarnar.

—Ju. Ju, ju. —Genuinamente le hacía la gracia toda la situación. Entenderlo todo se sentía muy bien. Desde el momento en que vio lo que Atenea era capaz de hacer, y la manera en que pensaba, todo se le hizo claro en su cabeza. Las escenas que le siguieron se aparecieron en su mente tal como ocurrían ahora.

—Miserable, ¡deja de reír! Este es el trato: ¿cómo puedo escapar de aquí? ¿Cómo es que no puedo entrar en tu mente? ¿Cómo es que esto no aparecía en mi libreto? Responde a esas tres preguntas.

—Las flores de este jardín… No fui yo quien las plantó. ¿No te das cuenta, Lillis de Mefistófeles? Son flores muy especiales. Solo hay un lugar en todo el Inframundo en el que pueden crecer. No pertenecen al Mundo Celestial.

—¿Q-qué? Tú… —Podía sentirse la ira en la voz de Lillis. Sabía que había sido, en gran parte, descubierta. Mefistófeles gritó de ira y el Contrato Demoníaco no fue cumplido, por lo que un millón de llamas negras surgieron de su mano y consumieron a Shaka, y fue algo tan ardiente y potente, que su cuerpo, el jardín, las montañas, los bosques, todo lo que había creado con sus ilusiones fue envuelto en llamas, calcinado hasta que no quedó más que un montón de cenizas… y una gran figura que tocaba el cielo.

 

Cuando Lillis levantó la vista y vio la estatua, cayó de espaldas con el rostro lleno de terror. Ya no era un Buda, aunque Shaka se encontraba en su mano. La estatua era tan grande que no era posible abarcarla con la vista, o incluso con la imaginación. El universo entero era del mismo tamaño, y sus ojos la juzgaban. Pero en lugar del Iluminado, la gran figura pertenecía a la diosa de la primavera. Cabellera roja, un vestido negro, con luces de inmortal resplandor blanco, brazaletes y botas plateadas, una corona de rubíes, piel pálida y labios escarlata.

Perséfone, reina del Inframundo.

—Eso era lo que quería confirmar. Tú y los Tres Demonios trabajan para la Hija de la Tierra, que se encerró a sí misma en el Tártaro.

—¿Qué es esto? M-mi reina… ¿Cómo supiste de…?

—Tú misma me lo has ido revelando, Lillis de Mefistófeles. Ciertamente, poco a poco. Pero lo has revelado. Las figuras rotas de los otros miembros de los Tres Demonios me indicaron que, sin ellos, no eres la gran cosa. No eres más que una manipuladora de mentes que usa la telepatía, pero aquí, en mi mundo, solo eres un mono en mi mano.

—N-no, no puede ser… el Contrato Demoníaco destruye tu mente, p-pero es como si hubieras… visto al interior de la mía.

—Lo hice hace mucho. Como te dije, este es mi mundo.

Shaka deshizo las ilusiones, dejando solo los tapices luminosos que creaba cuando ejecutaba la Danza de la Rueda Divina, el tesoro más grande del cielo. En ese mundo, nada podía atacar ni defenderse, y a pesar de que drenaba rápidamente la energía, Shaka ya no tenía esas limitaciones. Las había abandonado desde el momento en que se entregó a la Exclamación de Atenea de Saga y los otros.

—Tu mundo… Pero esto no es… Yo manipulo las mentes de las almas…

—Efectivamente. Pero eso solo es efectivo con almas que, de una u otra manera, le pertenecen al dios Hades. Yo estoy excluido.

Lillis abrió los ojos como platos, mientras retrocedía de la estatua de Perséfone en su mente, arrastrándose por el jardín de la diosa de la primavera, Hija de la Tierra, repleta de hermosos asfódelos de colores que no existían en el mundo de los vivos. Mefistófeles comenzaba a comprender ahora.

—Tú… No eres un alma que le pertenezca a Hades… Por eso no puedo ver en tu mente, ni tampoco afectarla… N-no eres parte del ciclo de reencarnaciones.

—Así es. Para mí, esto es Parinirvana[3], y permanezco aquí en el Inframundo solo para cumplir la última orden de mi diosa y ayudar a mis compañeros. Y parte de mi rol es confirmar lo que tu diosa desea… y evitarlo.

 

Un mundo sin Hades ni Atenea. Eso se lo indicó el hecho de que, bajo los pies de la estatua de la diosa, se encontraban tanto el báculo de Atenea como la espada de Hades. Mefistófeles se lo había revelado todo, después de un arduo trabajo.

Perséfone tenía, hacía eones, la intención de separarse de Hades. Los motivos se le escapaban, pero claramente era la razón de que, en esta era, cuando vio que se dieron las perfectas condiciones, decidió escapar al Tártaro y prepararse desde allí. El trabajo de los Tres Demonios era preparar todo para que Hades y Atenea se matasen entre sí, y cuando lo hicieran, como avalaba el jardín a sus pies, y los contratos de Mefistófeles, las almas de todos los seres humanos, vivos y muertos, irían al verdadero Prado de los Asfódelos, que se iban a extender por toda la Tierra y todo el Inframundo.

Había un lugar llamado Prado de los Asfódelos en el Inframundo. La ribera del río Aqueronte, al otro lado de la Primera Prisión, donde Perséfone tenía un jardín, que se secó después de que ella desapareció del Inframundo. Pero los asfódelos que crecían ahí, conexiones de la vida con la muerte, habían sido plantados de semillas que provenían del verdadero Prado de los Asfódelos, que se hallaba en los Campos Elíseos.

También eran asfódelos las flores que Mitsumasa Kido había regalado a Atenea cuando niña, por orden inconsciente del alma de Sion de Aries, y que la pequeña diosa había tejido en una pulsera que ahora la mantenía viva. Shaka había concluido todo sobre Perséfone desde que vio la pulsera por primera vez.

La oportunidad perfecta se había creado debido a dos condiciones. Hades había tomado el cuerpo de un Santo, y Atenea, quien se había criado como una humana lejos del Santuario, había tomado su propia vida para ir al Inframundo y destruir a su enemigo. Las dos situaciones habían sido un milagro, con una bajísima probabilidad de ocurrir, y significaban que ambas divinidades perderían el control de sus dominios cuando cesaran.

Perséfone era Hija de la Tierra, y también la Reina del Inframundo. Sabía cómo funcionaban ambos reinos y podía hacerse cargo, haciendo que todas las almas vivieran en sus jardines para toda la eternidad. Una razón loable, sin duda, y más deseable que el mundo de sombras de Hades…, pero una razón que, de todos modos, Atenea rechazaba. ¿Cuál era el propósito de una eternidad de muertos en un jardín, si las reglas del infierno aún aplicaban, y la gente perdía la capacidad de disfrutar como en vida? Carecerían de la habilidad para tomar sus decisiones y cometer errores, y aprender de éstos.

La vida era preciada por lo breve que era. Lo efímero de cada transición pertenecía a las flores, los animales, las estrellas, los seres humanos, y toda la creación. Los dioses no entendían eso, ni siquiera los que tenían mejores intenciones que otros.

—V-velamos por el fin de las eras… Nuestra r-reina Perséfone traerá un paraíso para todas las almas… Nadie sufrirá en ese mundo, ¿no es lo que quieren los Santos?

—Algunos, quizás. Pero yo valoro el sufrimiento como parte del proceso, porque es seguido por la felicidad. Se siente bien.

 

Shaka encendió su Cosmos, que era lo único que aún le pertenecía. La armadura dañada de Virgo se reparó, y su color dorado desprendió brillos sagrados, más luminosos que el sol, que pronto se tornaron blancos y puros, sin ninguna mancha. También contaba con alas como las de un pavo real, ciertas piezas se extendieron, y una estructura como la de un loto apareció conectada sobre sus hombros.

Su cabello y su piel también se tornaron blancos y luminosos, como resplandores de sol matutino, al igual que su armadura de Oro. Lo único que se conservó de otro color fue su bindi en la frente, que resplandeció con tonos rosas. No sabía qué le había ocurrido a su armadura, ahora blanca y nueva, o a su cuerpo… pero se sentía muy bien. Su llama se iba a extinguir pronto, pero ardería más que nunca.

—Te diré algo. Tú y los otros dos obligaron a Helios de Bennu a cazar a Dohko de Libra, debido a que pensaban que llevaba algo peligroso. Le dieron los poderes necesarios para ello, pero descubrieron que lo que cargaba Dohko era este rosario. —Shaka hizo aparecer el rosario de 108 cuentas en su mano, creado por un antiguo Santo de Virgo para sellar a los Espectros en su interior—. Helios volvió a ser Ikki.

—¿Qué? Espera, ¿cómo pudo deshacerse del Contrato…?

—Además —continuó Shaka—, el Sumo Sacerdote trajo al Inframundo dos cosas desde el Santuario. Uno era el rosario, que encontraron en mi jardín, y que ahora conserva Lady Pandora. El otro, que encontró Marin de Águila en unas ruinas… puedes imaginar qué es. Es lo que más temían.

—N-no… No, no puede ser… Mi reina no…

—Ahora que entiendes un poco más de la Verdad, te enseñaré las respuestas a las interrogantes de tu Contrato Demoníaco. No aparecía esto en tu libreto porque nunca hubo tal cosa, solo eres una Espectro con ciertas habilidades psíquicas, que no es gran cosa sin los otros Demonios. No puedes entrar en mi mente porque mi alma ya no está sujeta a las leyes de Hades, ni de nadie más. Y finalmente, no puedes escapar de aquí, porque llevas muchísimo tiempo en la Danza de la Rueda Divina.

—¿Qué dices? ¿A qué te…?

—Ha pasado muchísimo tiempo, incluso en el Inframundo, desde que te saqué de la mente de Shun. Ya combatimos antes y conocí todas tus técnicas, así como las de tus compañeros, información que me fuiste relevando poco a poco. Desde luego, borré esas memorias cuando terminé de destruir tus seis sentidos. Una y otra vez.

—¿Mis sentidos? De qué estás… ¡Verte puedo! —gruñó Lillis, con voz infantil—. ¡Oírte y oler estas flores puedo! ¡NO MIENTAS!

—Oler las flores de una ilusión carece de sentido. Si puedes hacer todo eso se debe a que estamos en tu mente, no la mía. Para ser más exactos, estás durmiendo. Este es solo un sueño en el que te dejé para que tu subconsciente me revelara lo que quería saber. Tus ataques jamás me hicieron daño, porque nada de esto ha ocurrido en la realidad.

 

Shaka creó unos pétalos de rosa de su guantelete blanco, y dejó que el viento los llevara hacia donde más lo necesitaran. Atenea, Ikki, Shun, Seiya, Dohko… ahora todo se lo encargaba a ellos. Estaba orgulloso de haber sido un Santo como ellos.

—Un Iluminado… N-no puede ser… —Mefistófeles trató de elevarse por sobre los tapices de la Danza de la Rueda Divina, pero sus alas negras no le respondieron, y luego se esfumaron como la llama de una vela. Estaba perdiendo sus fuerzas. Pronto sería hasta incapaz de ponerse de pie—. Jamás pensé que, en esta era, uno de esos humanos habría… Aquellos que al ciclo de reencarnación no pertenecen…

Shaka alzó un brazo y puso la mano unos centímetros sobre la cabeza de Lillis, que ahora sonreía, con expresión de absoluta derrota.

—Irás a dormir, Lillis de Mefistófeles.

Una luz blanca surgió de su mano, y la entidad antes conocida como Lillis empezó a desvanecerse en medio de haces de luz, regresando su Estrella Oscura al rosario, donde quedaría encerrada para siempre, cuando Atenea realizara su misión.

En la hierba donde antes había estado Lillis, la que correspondía con los Prados de Asfódelos de los Campos Elíseos, se hallaba una botellita semitransparente, con un diseño muy hermoso, bordeado por pequeñas lianas verdes. A su lado, se encontraba un cuchillo de rubíes.

Shaka entendió.

El icor de los dioses que quedaría de un enfrentamiento entre Atenea y Hades. Si el plan había resultado, y Atenea había usado su sangre para liberar a Shun, esa sangre se había convertido en un problema. Si Perséfone se hacía con el icor de Atenea, ahora que había recuperado su identidad como una divinidad, entonces la Hija de la Tierra, Reina del Inframundo, podía usar el poder de ese icor para convertir su Paraíso en todo lo que era y sería, para la eternidad.

 

Envió esa información también, y Shaka se contempló a sí mismo entonces. Una imagen de él mismo como niño, meditando junto al Ganges, se creó frente a sus ojos. No había crueldad alrededor. No había sufrimiento, ni llanto, ni dudas. Ningún adulto que le hiciera daño o lo manipulara, o intentara venderlo o aprovecharse de él.

Sí había algunos niños jugando, y sintió que sería bueno jugar con ellos, así que se envió a sí mismo a jugar. El pequeño Shaka, sin la armadura blanca y elevada de Virgo, se veía realmente feliz.

Felicidad. Estaba despierto. Sentía la respiración, el aire entrar y salir a pesar de la falta de un cuerpo. En ese momento, era solo él. No había nadie más, él era él, y estaba consciente de cada partícula de su ser. Respiración. Falta de transición. Impermanente. Solo existía la luz del bindi en su frente. No había dudas. No había sufrimiento. No había ego. Era uno consigo mismo, por el bien de los demás. Un Santo. Lo había entendido.

—Virgo, muchas gracias por todo. Ya puedes regresar al mundo de los vivos. Te suplico que elijas a alguien digno, siempre con honor y una fe verdadera, la de alguien que sea puro, que no mienta, que busque el conocimiento, que refleje humildad.

El Manto de Oro de Virgo retomó su color dorado, se separó de él, se armó y, tras una despedida silenciosa, pero hermosa, desapareció. Luego, los mandalas de la Danza de la Rueda Divina le siguieron. No había nada a su alrededor, y al mismo tiempo, estaba en medio de todo. Y de sí mismo, a la vez. Shaka se relajó, y se dejó ir.

«Atenea. Gracias por enseñarme y guiarme. Espero que tenga una vida plena, y que dedique esa bella sonrisa a todas las personas de la Tierra».

Y la rueda finalmente se detuvo.


[1] Devil Contract, en inglés.

[2] Demon Contract, en inglés.

[3] El Nirvana tras la muerte, cuando se abandona el Samsara y todo el ciclo de reencarnaciones.


Editado por -Felipe-, 23 marzo 2024 - 18:30 .

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#807 Rexomega

Rexomega

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Publicado 30 marzo 2024 - 14:56

Saludos

 

Capítulo Hyoga IV:

https://saintseiyafo...ario/?p=2833823

 

Errores:

"Su compañero no está en el cuerpo del señor Hades."

"Había percatado." (se había percatado de).

"Dejaran de ser problemas" (dejaran de ser un problema).

"Tal como le habían enseñado" (les, porque creo que te refieres a Seiya y Shaina).

"sino el más veloz" (si no)

 

De entrada, quiero destacar la parte en la que señalas que Hyoga no se siente diferente a los otros tres. Como si los guerreros de los dioses de toda orden fueran un mismo grupo de seres, diferenciados por sus creencias. Otro detalle que me hizo sonreír, fue describir a Aiacos como el de pies ligeros, hace que lo imagine como un Aquiles para el infierno y no como el juez que por el bien de Ikki se fue sin pena ni gloria en la obra original. 

 

La batalla de Hyoga y Verónica estuvo muy bien narrada. Me recordó a la de Hyoga y Tokisada en Omega. No me gusta nada Tokisada, creo que fue un error matar a Sonia y traerlo a él de vuelta, pero es Hyoga rompiendo las leyes de la física, como hace aquí, como hace siempre. También es muy bueno cómo manejas el espíritu de Saint Seiya, donde los protagonistas, a diferencia del típico nekketsu donde cada arco vuelve a los antagonistas del anterior carne de cañón, fluctúan. Se ve en el respeto de Hyoga por su finado maestro, en su sorpresa al ve en el brillo dorado del manto de Cisne y en el hecho de que haya alcanzado el Séptimo Sentido por un breve instante. Hablo de equilibrio porque a la vez nos muestras un progreso, con la sorpresa de Hyoga por lo fuerte que se ha vuelto, donde Next Dimension nos remonta a santos de bronce-mach 1 como si los santos de plata no existieran. Es curioso pensar que aunque el espectro no es nada frente a Aiacos, como el propio Hyoga dice, costó la vida. Contrasta con el Hyoga todoterreno del arco de Hades original, que pasó de estar en el Hades de paseo, como Shiryu, a pelear con el juez restante como si fuera solo un obstáculo incómodo. 

 

Ya te he dicho todo lo que te tengo que decir del loco de Aiacos y la personalidad bromista de Dohko. Diré que parte de mí espera que Aiacos tenga algo que aportar y que me entusiasma ver a Dohko como un santo de oro fuerte y legendario. Yo, por lo menos, me hacía esa imagen de él cuando lo veía haciendo de Yoda en la serie clásica. Ni Lost Canvas ni Next Dimension cumplieron mis expectativas ni por asomo. ¿Podrás hacerlo tú, haciéndolo pelear con dos jueces? Cruzo los dedos y pongo en ti mi confianza. Por ahora, Dohko es más rápido que el juez que es más rápido que el tiempo. Lo siento Hyoga, romper la física es cosa de todos.

 

Como habrás supuesto, la idea de las Mil Bestias me encanta. Ya que estamos en el inframundo, que se note que no es cualquier otro escenario inventado con mil referencias mitológicas. Y Hyoga, el destructor de la física, Hyoga, ese que no es de tus favoritos, Hyoga, ese que ha sido torturado y golpeado, ¿tendrá que retener a esos monstruos sacados del mismo Tártaro? Lo bueno es que parece que Shiryu le ayudará en algún punto. El concepto me gusta, me hace pensar en Horacio Cocles y el famoso puente. Hyoga no morirá, pero sí que está donde las cenizas de sus padres, y tras él no está el templo de sus dioses, pero sí su diosa.

 

Entretanto, se ve que Ikki ante Hades (¿Shun?) es un Evento Canon. No te culpo. Hay que aprovechar las pocas interacciones relevantes que hubo entre protagonistas en ese arco.

 

Este capítulo me hace reflexionar un poco, perdona si ya habías dado esa idea antes. Me gustan las virtudes en los grupos antagonistas, como los defectos en los grupos protagonista, porque hacen el conflicto más complejo. Sin embargo, ahora me pregunto si la locura de Aiacos, la lealtad ciega de Radamantis y lo que sea que pretenda Minos con su zooilógico, no es una muestra de lo desgastadas que estaban las almas, de lo fundamental que era poner punto y final a las Guerras Santas entre Hades y Atenea. No solo por el bien de la humanidad, sino porque ya hace tiempo que los dioses responsables cruzaron la línea. Una saga que leo, de Brandon Sanderson, maneja un concepto parecido y debo decir que si esa es la idea hasta ese Aiacos por las risas valió la pena. (¡La pena que me produces, Aiacos, ya muérete juez corrupto!). Ejem, buen trabajo, corto por ahora. 


Editado por Rexomega, 30 marzo 2024 - 14:57 .

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Publicado 09 abril 2024 - 22:48

Saludos

 

Capítulo Hyoga IV:

https://saintseiyafo...ario/?p=2833823

 

Errores:

"Su compañero no está en el cuerpo del señor Hades."

"Había percatado." (se había percatado de).

"Dejaran de ser problemas" (dejaran de ser un problema).

"Tal como le habían enseñado" (les, porque creo que te refieres a Seiya y Shaina).

"sino el más veloz" (si no)

 

De entrada, quiero destacar la parte en la que señalas que Hyoga no se siente diferente a los otros tres. Como si los guerreros de los dioses de toda orden fueran un mismo grupo de seres, diferenciados por sus creencias. Otro detalle que me hizo sonreír, fue describir a Aiacos como el de pies ligeros, hace que lo imagine como un Aquiles para el infierno y no como el juez que por el bien de Ikki se fue sin pena ni gloria en la obra original. 

 

La batalla de Hyoga y Verónica estuvo muy bien narrada. Me recordó a la de Hyoga y Tokisada en Omega. No me gusta nada Tokisada, creo que fue un error matar a Sonia y traerlo a él de vuelta, pero es Hyoga rompiendo las leyes de la física, como hace aquí, como hace siempre. También es muy bueno cómo manejas el espíritu de Saint Seiya, donde los protagonistas, a diferencia del típico nekketsu donde cada arco vuelve a los antagonistas del anterior carne de cañón, fluctúan. Se ve en el respeto de Hyoga por su finado maestro, en su sorpresa al ve en el brillo dorado del manto de Cisne y en el hecho de que haya alcanzado el Séptimo Sentido por un breve instante. Hablo de equilibrio porque a la vez nos muestras un progreso, con la sorpresa de Hyoga por lo fuerte que se ha vuelto, donde Next Dimension nos remonta a santos de bronce-mach 1 como si los santos de plata no existieran. Es curioso pensar que aunque el espectro no es nada frente a Aiacos, como el propio Hyoga dice, costó la vida. Contrasta con el Hyoga todoterreno del arco de Hades original, que pasó de estar en el Hades de paseo, como Shiryu, a pelear con el juez restante como si fuera solo un obstáculo incómodo. 

 

Ya te he dicho todo lo que te tengo que decir del loco de Aiacos y la personalidad bromista de Dohko. Diré que parte de mí espera que Aiacos tenga algo que aportar y que me entusiasma ver a Dohko como un santo de oro fuerte y legendario. Yo, por lo menos, me hacía esa imagen de él cuando lo veía haciendo de Yoda en la serie clásica. Ni Lost Canvas ni Next Dimension cumplieron mis expectativas ni por asomo. ¿Podrás hacerlo tú, haciéndolo pelear con dos jueces? Cruzo los dedos y pongo en ti mi confianza. Por ahora, Dohko es más rápido que el juez que es más rápido que el tiempo. Lo siento Hyoga, romper la física es cosa de todos.

 

Como habrás supuesto, la idea de las Mil Bestias me encanta. Ya que estamos en el inframundo, que se note que no es cualquier otro escenario inventado con mil referencias mitológicas. Y Hyoga, el destructor de la física, Hyoga, ese que no es de tus favoritos, Hyoga, ese que ha sido torturado y golpeado, ¿tendrá que retener a esos monstruos sacados del mismo Tártaro? Lo bueno es que parece que Shiryu le ayudará en algún punto. El concepto me gusta, me hace pensar en Horacio Cocles y el famoso puente. Hyoga no morirá, pero sí que está donde las cenizas de sus padres, y tras él no está el templo de sus dioses, pero sí su diosa.

 

Entretanto, se ve que Ikki ante Hades (¿Shun?) es un Evento Canon. No te culpo. Hay que aprovechar las pocas interacciones relevantes que hubo entre protagonistas en ese arco.

 

Este capítulo me hace reflexionar un poco, perdona si ya habías dado esa idea antes. Me gustan las virtudes en los grupos antagonistas, como los defectos en los grupos protagonista, porque hacen el conflicto más complejo. Sin embargo, ahora me pregunto si la locura de Aiacos, la lealtad ciega de Radamantis y lo que sea que pretenda Minos con su zooilógico, no es una muestra de lo desgastadas que estaban las almas, de lo fundamental que era poner punto y final a las Guerras Santas entre Hades y Atenea. No solo por el bien de la humanidad, sino porque ya hace tiempo que los dioses responsables cruzaron la línea. Una saga que leo, de Brandon Sanderson, maneja un concepto parecido y debo decir que si esa es la idea hasta ese Aiacos por las risas valió la pena. (¡La pena que me produces, Aiacos, ya muérete juez corrupto!). Ejem, buen trabajo, corto por ahora. 

Hola Rex!

 

Siempre me es muy difícil escribir a Hyoga, así que me saca siempre sonrisas cuando el lector encuentra virtudes en la historia o la caracterización. Sí, rompe las leyes de la física, pero es que es Hyoga, y su maestro ya se movía a la velocidad de la luz jaja Admito que no recordé lo de Tokisada, me inspiré más bien en Kurama y Toguro de Yu Yu Hakusho, cuando estaba ahí mismo lo de Omega jaja

Pero sí, había que darle algo, y creo que el que quedó un poco al debe fue Shiryu, que llegó un punto en que se me olvidó, mientras a Hyoga le daba y le daba peleas.

Sí, el Ikki ante Hades es canon, no lo puedo cambiar, porque sencillamente me encanta el concepto (incluso si la ejecución fue horrible, con todo incluido lo de Seiya teniendo una visión sobre Ikki y Shun salido de la nada. Me sirvió para desarrollar a ambos, no solo entre ellos, sino con sus propios dramas personales (Shun-Hades e Ikki-Helios).

Sobre la razón de ser de los Espectros, hay algo un poco más adelante, pero no me molesté mucho en explicar sus personalidades, cuando del lado bueno hay un tipo como DM. Son así porque son malvados y ya, en eso soy incorregiblemente simplón jaja

 

Gracias por pasar, durante la semana iré a tu puerta con una nueva larga tanda de reviews ;)

 

Saludos!

 

 

 

 

IKKI IV

 

Judecca, Octava Prisión. Inframundo.

Una gran explosión remeció el Inframundo. Ahora, sin la presencia de Hades o de Atenea, toda Judecca retumbó por culpa de una batalla que se había dado poco antes, y al fin, el edificio entero explotó. Lo único que se mantuvo de pie, al menos en la superficie, fue la sala misteriosa, plagada de sombras, que se hallaba detrás de lo que había sido el trono de Hades, y por la cual él y Atenea habían ido. No podía verse más allá, como si no hubiera nada detrás de la capa de hielo que se extendía por todos lados. Era tan oscuro que se mezclaba con el cielo, una zona que antes solo había sido protegido por una cortina que el Cosmos de la diosa había roto.

Los escombros caían por doquier, e Ikki usó su cuerpo para proteger a Shun de los daños. Estaba orgulloso de él. Se había convertido en un verdadero hombre, un Santo de verdad a cuyo lado estaba más que feliz de luchar hasta el final.

En cierto punto, Ikki vio una estrella fugaz dorada pasar sobre su cabeza, cortando el cielo negro y relampagueante, pero se distrajo de reconocerla cuando Shun se movió bajo él, mostrando que estaba despertando. Su hermano menor abrió los ojos.

—I-Ikki… ¿Ikki?

—Shun. Enciende tu Cosmos, o el frío de Cocytos te congelará. Rápido. —Tal vez no era necesario, pensó Ikki. Hace poco, ese chico había sido el huésped de Hades, y como dijo Atenea, había partes del lazo que jamás podrían romperse—. ¿Puedes moverte?

—¿D-dónde…? —Shun obedeció, y una llama rosa salió de sus poros. Intentó ponerse de pie, pero debía ser como moverse por primera vez después de muchos meses en completa inmovilidad. No había sido dueño de su propio cuerpo por mucho tiempo. Trastabilló, e Ikki lo atrapó antes de caer—. ¿Dónde estamos? ¿Qué fue…?

—Intenta recordar, Shun.

Y lo hizo. Lo notó en sus ojos. Notó cómo pasaban por la mente de su hermano todos los recuerdos desde el comienzo de la guerra, y cuando murió a manos de Queen de Alraune, pues se tocó el cuello, comprobando que no había cicatriz alguna allí. También debió recordar que Hades lo había resucitado, tomado su cuerpo, luchando por su control contra el Rey del Inframundo, y finalmente siendo rescatado por Atenea.

—¿Ikki, crees…? ¿Crees que tendré una vida temporal? Así como a los Santos que Hades trajo de vuelta al Santuario, ¿crees que me revivió solo por un tiempo?

Ikki sabía que Shun no preguntaba por miedo a morir de nuevo. Después de todo el valor que había mostrado enfrentándose al mismísimo Hades, frenando el Eclipse Eterno y resistiéndose a su voluntad, estaba más que comprobado que su hermano era un hombre valiente. Su pregunta probablemente se debía a que quería vivir lo suficiente para seguir luchando.

—Dudo que Hades te reviviera solo por un tiempo, si deseaba conservar tu cuerpo para hacerse con el planeta por al menos los próximos dos cientos años, hasta una Guerra Santa próxima. Seguramente te resucitó por completo, pues tuyo es el cuerpo que había elegido. Dudo que Hades tenga tiempo, energías o ganas de anular tu resurrección.

—Ya veo… —Shun trató de ponerse de pie de nuevo, pero nuevamente tropezó. Aunque no había luchado contra Espectros como los demás Santos, quizás había tenido la batalla más difícil, y estaba agotado—. Eso me tranquiliza. Pero, Ikki… tú también…

Era cierto. Y Shun lo había visto, cuando estuvo unido a Hades.

—Sí. Cuando sentí que moriste… no estaba en un buen lugar. —Ikki se levantó y se apartó de Shun, algo avergonzado. La destrucción de antes, producto de alguna batalla, se había calmado, y los escombros ya no caían—. Vagué por el Santuario sin propósito, sin ayudar a nadie. En cierto punto, llegué una parte del bosque Dodona que no conocía, y me encontré con un leñador extraño de cabello plateado que cortaba unos hilos sobre un tronco. Hilos muy luminosos, los cortaba con su hacha. Se veía aterrador.

—Ikki… —dijo Shun, con tristeza, logrando ponerse de rodillas esta vez. Parecía conmoverle ver sufrir a su hermano, lo mismo que a Ikki le había ocurrido por él. Ikki se tocó el pecho, sobre el Manto de Fénix. Algo había salido de él, y el leñador lo cortó con su hacha, en el cual brillaba una estrella roja. Su madero desprendió un Cosmos oscuro.

—Ese hombre me hizo algo, y creo que morí también, pero no fue Hades quien me trajo de vuelta, sino que ella.

Ikki indicó a un rincón, y Shun siguió su mirada. En un rincón, bajo un mesón de plata trisado, poblado de escombros, en posición fetal con las manos en las rodillas, se encontraba Pandora Heinstein, que gimoteaba en silencio.

—¿Pandora?

—Sí, probablemente para convertirme en Espectro, con el poder que le confirió el dios Hades. No te preocupes, ya no es una amenaza.

—Parece completamente diferente. No se mueve, es como si mundo se hubiera roto. No. No nos está escuchando. Estoy tratando de recordar qué le ocurrió.

—Tú no estabas ahí, Shun, pero Atenea le hizo algo, y…

—¡Atenea! —le interrumpió Shun, quien se puso de pie, llevado por un brusco impulso, e Ikki corrió a él para ayudarlo a mantener el equilibrio—. ¿Dónde está?

—Se fue. ¿Ves esas sombras, más allá? A través de ese corredor que estaba detrás del trono de Hades. No sé qué hay detrás de esa oscuridad, pero Hades primero, y Atenea después, se adentraron allí, y no puedo percibir el Cosmos de ninguno.

—¡Fueron a los Campos Elíseos! Oh, no… Ikki, no podemos permitirle ir sola.

—Lo sé, estaba esperando que despertaras para…

—¡Tenemos que regresar! ¿Dónde está Shiryu?

—No puedes ir allá, Shun. Y creo que Hades tampoco, porque… Espera, ¿Shiryu? ¿Por qué la preocupación por Shiryu?

Shun tomó a Ikki de los hombros y lo miró con desesperación a los ojos, habiendo recordado algo fundamental de súbito. Ikki fallaba en adivinar qué podía tener que ver el Santo de Dragón específicamente en algo.

Y entonces, Shun le relató lo que había ocurrido en el Santuario, tras la muerte de Atenea. Seiya, Shiryu, Hyoga y él se habían reunido en el Ateneo, y Sion de Aries, el Sumo Sacerdote del Santuario, había transformado la Gran Estatua de la Diosa en una pequeña estatuilla, que era la forma que tomaba en el mundo humano, y que le entregó a Seiya.

Se trataba del Manto de Atenea. Su armadura, un secreto que Sion se había llevado a la tumba, que todos los Santos y la mismísima Atenea desconocían, y una herramienta que la diosa debía usar si quería enfrentarse y vencer a Hades en su batalla final. Era algo fundamental que se reuniera con su armadura, o todo sería inútil.

—Por eso Radamanthys y Aiacos parecían tan interesados en Seiya, a pesar de que no pudieron encontrar nada, por lo que tengo entendido. Asumieron que estaría llevando algún arma para Atenea. No sé dónde estará ese idiota ahora, pero imagino que estará en Cocytos o algo así…

—No. No es Seiya —admitió Shun, bajando al fin la mirada—. Sion le entregó la armadura a Seiya, pero él era lo suficientemente consciente de todas las proezas que había hecho, rescatando a la señorita Saori con la Égida en la batalla con Saga, y destruyendo después el Sustento Principal en el reino de Poseidón. Aunque los Espectros no sabían de qué podía tratarse, si alguien llevaba algo que fuera útil para Atenea, ese debía ser Seiya, y eso todos lo sabíamos. Por eso, tomó una decisión.

—Entonces, si no es Seiya…

—Mientras nos dirigíamos al castillo de Hades, Seiya le entregó el Manto Sagrado a Shiryu. La armadura de Dragón es más pesada, es resistente como el diamante, y está equipada para ocultar mejor algo así. Todos podíamos confiar en él, y no tenía el mismo blanco en la espalda que Seiya. Por eso… —Shun no acabaó la oración. No era necesario. Necesitaban al Dragón.

—No sé dónde está Shiryu, pero por lo que oí, estuvo con Hyoga hasta hace un tiempo, pero después se separaron, y dudo que sepa dónde está. Habrá que buscarlo si queremos recuperar la…

—Armadura de Atenea. Ja, ja. Sí, eso sí es algo interesante.

 

Ikki y Shun se pusieron en guardia de inmediato, al oír aquella voz espeluznante, burlesca y arrogante. Desde lo que quedaba de una habitación contigua, detrás de muros caídos y en medio de la bruma blanca del río Cocytos, apareció uno de los tres Magnates, aquel que cargaba con el Tesoro Sagrado Kharga, y que había sido el principal problema que Ikki había tenido que enfrentar desde que lo conoció en el castillo Heinstein.

Aiacos de Garuda, Estrella Celestial Majestuosa. Cojeaba de una pierna, tenía la Surplice gravemente dañada, y sangraba de la cabeza lo suficiente como para que su pelo negro se tiñera de escarlata, pero ya se le había hecho a Ikki evidente desde hace mucho tiempo que los golpes en el cerebro no podrían afectar a Aiacos, que había entrado en la total demencia hace muchas reencarnaciones.

—Shun, vete de aquí —ordenó en seguida.

—¿Qué? Ikki, no vas a…

—Tranquilo, jajajaja, ahora que Hades no está en el cuerpo de esa niñita, no tengo el mismo ánimo de hacerle daño, jajaja. —Aiacos levantó a Kharga por sobre su cabeza, y su sonrisa pérfida, de la cual salían algunos hilillos de sangre, se volvió más amenazante que nunca—. No me malentiendan, voy a asesinarlos de todos modos, pero no seré tan brusco. Quiero terminar con esto antes de reunirme con Hades, y cuando lo vea decidiré si lo mato por engañarnos, o si me convierto en su perrito fiel de nuevo, ¡jajajaja!

—¿Dónde están Dohko y Radamanthys? —Le debía mucho al Santo de Libra, que lo había liberado de la posesión de Pandora y Hades. Si algo le había sucedido, tendría una razón más para acabar con el Espectro de Garuda.

—¿Y yo qué sé? Tengo que admitir que el viejo nos dio un buen susto, y tengo un par de órganos destruidos por su culpa, ja, ja, ja, ja, pero después de que nos arrojó un ataque particularmente brutal, Hades y Atenea destruyeron todo, y cuando desperté, no había rastro del viejo, o de Rada. Quizás están muertos, por lo que me importa.

Aiacos dio unos pasos adelante. Shun desplegó sus cadenas, pero Ikki notó que su brillo no era el mismo, como si hubieran perdido color. Si estaba conectado a la muerte, quizás ese era el efecto. De todos modos, Shun formó la Nebulosa de la que la armadura hacía gala, con él e Ikki en el centro.

—Detente ahí, Aiacos, o mis cadenas reaccionarán a tu amenaza.

—Usaste el poder de Hades para crear esas cadenas, no son de verdad jaja, pero ya no puedes darme órdenes, niña. Jeje, ni siquiera si fueras Hades obedecería, creo.

Ikki extendió un dedo y trazó una línea horizontal en el piso. Éste se rompió, y una enorme muralla de fuego surgió de la fisura, alzándose con fuerza, bloqueándole a Aiacos el camino, para su genuina sorpresa. El muro rojo de fuego se extendió por varios metros, tanto a los lados como hacia arriba.

—Mi hermano te dijo que te detuvieras, Garuda. Dame un segundo y te daré algo de entretención, te lo prometo. —Ikki se volteó hacia Shun y lo miró con confianza a los ojos, mientras Aiacos probablemente pensaba si atravesar el fuego o no—. Shun, detén tus cadenas y vete de aquí. Tengo una cuenta pendiente con él.

—Ikki, tú mismo lo dijiste, soy un Santo de Atenea también, no huiré solo porque quieres protegerme, déjame luchar junto a ti.

—No es eso. Sé que no huirás, pase lo que pase, porque eres un Santo. Pero no debes intervenir en un combate que no te pertenece. Hyoga está afuera, luchando contra las huestes de Minos, y si lo que he oído es cierto, ese hombre es el más peligroso en todo el ejército de Hades, incluso más que Aiacos y Radamanthys, que le temen.

—¿¡Temerle a ese idiota!? ¿¡Qué broma es esa!? —gritó Aiacos, desde detrás de la barrera ígnea. Le pareció irónico que Aiacos llamara idiota a alguien más.

—Ayuda a Hyoga, o regresa y busca a Shiryu. Tú decides. Me reencontraré contigo después, pero mantente alejado de este lugar. Vamos, date prisa.

—¿Alejado? Pero, hermano, no puedo abandonar la batalla, tengo que seguir a…

—Shun. —Ikki lo miró fijamente a los ojos, no debía haber espacio a dudas—. No puedes ir, porque si Hades te ve, se apoderará de ti a la fuerza, y te obligará a llevarlo a los Campos Elíseos. Según Atenea, Hades está vagando entre las dimensiones, huyendo de ella y a la espera de que aparezcas para ayudarla.

—¿Qué? Pero…

—Atenea lo exorcizó de tu cuerpo, pero tienes un doble destino, Shun, y hay cosas que no pueden evitarse. Imagino que solo podrá usar tu cuerpo el tiempo suficiente como para llegar a la tierra imperecedera, y luego se deshará de ti como una camisa vieja. No puedes venir con nosotros, Shun.

—Ikki… —Podía verlo en sus ojos. Él entendía. Probablemente sabía todo eso, no era idiota. Ikki esperaba que, por una vez, hubiera sonado como un hermano mayor responsable, lo suficiente como para que Shun obedeciera y se quedara atrás. Lucharía, de eso no había duda, y lo ponía orgulloso.

—Anda, date prisa. Cuando veas a Shiryu, dile que venga, nos reencontraremos en el otro lado, después. Donde sea que debamos ir.

—Sí. Está bien.

 

Sin mediar más palabra, Shun retornó sus cadenas a sus brazos y se dirigió a uno de los muchos boquetes en lo que quedaba de Judecca. Pero, como era de esperar, el muchacho titubeó y se volteó hacia su hermano mayor.

—¿Es esta una de tus falsas promesas? ¿Esas en las que dices que nos veremos, pero en realidad te sacrificarás por alguna razón tonta, pero noble?

—¿Y tú me dices eso? ¿Tú, que casi te ahorcas para llevarte contigo a Hades?

—Hablo en serio.

—También yo. Prefiero vivir.

Estaba siendo genuinamente honesto. No tenía ninguna intención de morir, ya se había cansado de eso. Quería vivir junto a su hermano menor, sus compañeros, la diosa que había aprendido a respetar y apreciar, y para eso, mataría a Aiacos e iría a los Campos Elíseos. Para demostrarlo, encendió su Cosmos.

Jamás había sido como en ese momento. Jamás una llama tan ardiente, feroz y alta había salido de su cuerpo. Incluso el hielo de Cocytos bajo sus pies emitió breves humos, mostrando que era afectado por su fuego. Aiacos, que justo en ese mismo instante había atravesado el muro de flamas envuelto en su propio Cosmos, tuvo que retroceder por el calor que emitía el de Ikki, y su rostro se contorsionó.

Shun sonrió. Era su compañero de armas, y podía confiar en él. Shun salió por el boquete y se adentró en el hielo eterno de Cocytos.

—Jajajajaja, vaya, ya no eres el perrito de antes, ¿es eso? ¿Ya no vas a mover la cola para mí, Bennu? ¿Ahora escupes fuego para mostrar dominancia?

—Silencio.

—¿Y no crees que revelaste demasiado? ¿Si llevo a la niña con Hades, él va a hacer cosas horribles con su cuerpo? ¿Algo así? Me gustaría verlo, jajajajajaja.

—¿Cuándo vas a callarte?

—¡Ven, Bennu, perrito querido! ¡Ven!

 

Ikki corrió hacia Aiacos, pero éste esquivó su ataque con una facilidad grandiosa, con simplemente hacerse a un lado. Ikki volvió a contraatacar, pero al voltearse, Aiacos ya estaba detrás de él, y le propinó un puñetazo en la columna que la hubiera partido en dos de no ser por la protección de Phoenix.

Garuda era el más veloz de los Espectros. No importaba cómo intentara golpearlo Ikki; ni el intenso frío, ni la debilidad de Ikki tras deshacerse de la Surplice eran excusas para explicar lo evidente: que Aiacos era más rápido que él. De haber querido decapitarlo con Kharga lo hubiera hecho ya, pero parecía querer todavía divertirse un poco más con él. Torturarlo un rato más.

Ikki no estaba para esos juegos. Creó entre sus manos una gran bola llameante, el Renacimiento Solar, y lo arrojó hacia Aiacos. Sin embargo, éste contraatacó con Indra: Jefe de los Dioses, y su bólido de energía negra atravesó el Renacimiento Solar y aplastó el pecho de Phoenix, que se estampó de espaldas contra uno de los muros aún en pie, que de todos modos se desplomó también. Cuando Ikki recuperó la verticalidad, Aiacos había partido el piso con su dedo, tal como Ikki, solo que, en su caso, había surcado una gran X.

—Esta cruz marca el lugar de tu tumba, Bennu. En tres segundos morirás aquí.

—¿Q-qué…? —Ikki intentó moverse, pero su cuerpo estaba paralizado. Parecía el efecto de una intensa telequinesis.

¡Ala Infernal![1]

Ikki fue despegado del piso y se elevó por los cielos, sin poder controlarlo. No era capaz de hacer nada, estaba absolutamente inmovilizado mientras lo hacían volar, a una velocidad tan alta que le desgarraba los músculos.

Y, de pronto, tras un poco más de dos segundos en subida, Ikki fue detenido en el aire. Sintió un latigazo en el cuello, y reaccionó bien para proteger su cabeza, aunque no lo consiguió para que sus brazos y piernas no sufrieran laceraciones y fuertes dolores. Y lo peor estaba por venir.

Antes de procesar lo que ocurría, Ikki fue estampado contra el piso. El impacto y la brutalidad mostraban que Aiacos no tuvo misericordia, y ocurrió a una velocidad que le habría hecho pensar que solo lo habían levantado del piso un metro o dos. El cuerpo le dolía muchísimo, sus huesos aullaban, sus músculos se inflamaron, y todo por un poder psíquico que no había adivinado de Garuda.

—¿Sigues vivo? Eres un hueso duro de roer, Bennu. O, como sea, ¿supongo que te identificas más con el otro pájaro de fuego?

—¿De verdad crees que con esto vas a detenerme?

Ikki incendió su Cosmos, calentó su propio cuerpo para calmar la inflamación de sus músculos, y sintió que su aura crecía más y más. Se puso de pie y trató de golpear a Aiacos, y esta vez casi sintió que le rozó la nariz, pero el Espectro volvió a esquivarlo, a la vez que le daba un ataque de risa.

—¡Sigue sorprendiéndome, ajajaja!

El Fénix ardió, y ejecutó el Aleteo Celestial, pero aquella expansión de Cosmos fue controlada por Aiacos con solo una de sus manos. La otra seguía ocupada por Kharga, la que parecía rehusarse a utilizar. Por un momento, Ikki se preguntó si realmente buscaba torturarlo, o si Aiacos tenía algún tipo de miramiento con lo de usar Kharga, y quizás con eso causar su propia muerte. Tal vez no estaba tan loco.

En cualquier caso, después de esquivarlo diez veces, en medio de una risotada, el Espectro de Garuda volvió a trazar una cruz en el piso con su Cosmos.

—Esta vez, tras tres segundos, sí que morirás. ¡Prepárate! ¡Ala Infernal!

Otra vez el mismo efecto. Con su gran telequinesis, que nada tenía que envidiar a la de Muu, Aiacos envió volando a Ikki, completamente inmovilizado. Sin embargo, esta vez no tenía intenciones de tratar de repeler los poderes psíquicos. Decidió enfocar sus fuerzas en otra parte.

Había descubierto un par de cosas sobre su armadura, mientras estuvo convertido en el Espectro Helios de Bennu. Su Surplice era el mismo Manto de Phoenix, bañado en mortemita por culpa de Aiacos y Pandora. En esas condiciones, su armadura oscura tenía algo que, en principio, su vieja armadura de Bronce no. O, más bien, algo que nunca había visto en ella.

 

Así que pasaron tres segundos. Y cuatro. Y cinco. Y podía ver, desde las alturas, el rostro estupefacto de Aiacos, a medio punto entre la carcajada histérica y la perplejidad desencajada. Ikki estaba elevado sobre él, flotando, con su Cosmos en mil llamas, gracias a las alas que siempre habían pertenecido a su armadura, y que solo hasta ahora había aprendido cómo activar.

¿Quién podía culparlo? Era la primera persona en toda la historia que utilizaba el Manto de Phoenix. No tenía referencias previas.

—¿Te sorprende?

—¿Alas? ¿Desde cuándo…?

—Espero que tengas buenas pesadillas, Aiacos.

Ikki bajó con su dedo envuelto en llamas, y aprovechando la sorpresa para vencer la extrema velocidad de Aiacos, le golpeó en la frente con la Ilusión Diabólica que Guilty le había enseñado, el arte que usaban todos en la isla Reina de la Muerte, y que se alimentaba del odio y la desesperación para hacer salir los peores miedos y torturas de la mente del adversario, así como controlar sus acciones, y manipular su percepción.

Quizás era algo infantil, pero quería vengarse de Aiacos por todas las penurias que había pasado. Podría haber usado la Ilusión Diabólica para obligarlo a suicidarse, o para que le contara secretos del Inframundo, pero no le interesaba en ese entonces. Quería hacerle daño. Quería que todas sus pesadillas se hicieran realidad en su mente. Que viera todas las cosas pérfidas, las torturas, las calamidades e infamias que les hacía pasar a otros, pero en sí mismo. Quería destruir su mente en la locura.

—Ja, ja… jaja… ¡ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡JAJAJAJAJA! —rio Aiacos, golpeándose la cara, y volviendo a sangrar desde su boca por los daños internos que había sufrido.

—Mi Ilusión… ¿Acaso no ves lo que…?

—¡Se me están saliendo las uñas y se están metiendo en mis ojos! ¡Ja, ja, ja! ¡Es lo mismo que le hice a esos tipos en Alemania, por todos los dioses! —siguió riendo Aiacos, desencajado su rostro, sujetándose el vientre para que no se le saliera toda la sangre por la boca—. ¡Puedo ver mis ojos arder mientras los queman! ¿Cómo es eso siquiera posible, el poder ver mis propios ojos? ¡¡¡Es hilarante!!! ¡Y ahora veo mis entrañas siendo arrancadas y devoradas por enormes insectos! ¡JAJAJAJA!

—No puedo creerlo. ¿Acaso nada te afecta? ¿Estás tan demente que las perfidias y las torturas te traen satisfacción?

—No tienes idea de lo que me trae satisfacción, Fénix, jejeje… Por ejemplo, no le tengo ningún asco a usar esta cosa ahora, meterlo en alguna parte donde te pueda partir en dos, y usarte de bandera, incluso si muero con ello —dijo Aiacos, alzando a Kharga, el arma de la diosa Kali.

—¿Vas a…?

Esta vez iba en serio. Lo haría. Incluso a sabiendas de eso, Ikki no puedo seguir los veloces movimientos de Garuda, que en un santiamén estaba frente a él. Aiacos movió los brazos y cortó el aire con el Tesoro Divino. Ikki intentó protegerse con sus alas, pero no lo haría a tiempo.

—¡Maldición!

¿Se había confiado? ¿Le había hecho a Shun una promesa falsa una vez más? ¿No iba a poder seguir a sus compañeros, ni a Atenea?

—¡Muere de una vez, Fénix!

El Tesoro Kharga hizo contacto con el Manto de Bronce… y el metal estalló en mil pedazos.


[1] सुरेन्द्रजित् (Narakapichchh), en sánscrito.


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#809 Rexomega

Rexomega

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Publicado 20 abril 2024 - 08:45

Saludos

 

Aprovechando que el foro está en pie, voy a dejar un review del capítulo Shun II:

https://saintseiyafo...ario/?p=2833958

 

Como sabes el tema de los dioses y los humanos en particular, y la mitología en general, son mi debilidad. Estaba tan metido en el capítulo que ni me di cuenta de si había, o no, errores. La narración es un tanto reiterativa al inicio, pero siento que es intencional.

 

En el atropellado arco del Infierno de la saga de Hades, hay dos eventos que destacan. Uno es Orfeo de Lira, otro es todo lo que tiene que ver con Shun e Ikki. Ya vi la vuelta que le diste al primero, ahora tocaba lo segundo, el corazón del arco. Hasta cierto punto, con agregados como el momento en que Pandora les dio el medallón, la referencia batalla con los Gigas y el hecho de que Ikki fue espectro un tiempo, ocurre lo que ocurrió en el original. Shun retiene a Hades el tiempo suficiente para que Ikki pueda matarlo, pero este no lo hace. Sin embargo, en el desarrollo está la diferencia, pues no es que Ikki "no pueda matar a su hermano" contrariando la imagen de implacable que arrastraba desde el arco de Poseidón (Ikki VS Kassa) sino que "decide no matar a su hermano". Uno demuestra la compasión que subyace en quien por el dolor fue malo un tiempo, otro va más con su personalidad y refuerza el debate entre Hades y Shun sobre los lazos. Igual es que estoy pensando mucho las cosas, como es costumbre, pero para mí que la diferencia importa.

 

El rol de Pandora también cambia aquí, no demasiado, pero lo bastante para hacer la diferencia. Yo conocí a Pandora con las Ovas de Santuario y me dio entonces la imagen de una líder poderosa y terrible, a la que luego Ikki aparta como si fuera una criada que insiste en que no moleste al señor, que está durmiendo la siesta. Aquí, la lanza de Pandora acaba rota, pero no antes de que ella presente lucha, no antes de que, así como Ikki es el extremo que tira de la humanidad de Shun, ella sea el extremo que tira de su divinidad. Uno es más fuerte que otro, como cuentas en el debate de Shun y Hades y como también siento que muestras en la narración, con el habitual, pero efectivo, contraste entre sombras y luces. ¿Cómo iba a tener igual peso la voluntad de quien lucha incluso contra los dioses, que aquella que los sirve, viviendo sumido en la tristeza? Como dije en el párrafo anterior, de nuevo siento que las diferencias hacen que valga la pena.

 

Finalmente, el tercer protagonista de este capítulo. Mi principal queja es inútil, porque ya me habías dicho que Hades no iba a distar demasiado del que conocemos, tampoco podías ciñéndote a la idea original de El mito del Santuario: Hace algunos cambios necesarios, muchos de ellos notables, pero al final aglomera diversas obras de la franquicia, donde la regla general es que Hades es el típico dios del inframundo malvado, como el de Disney, pero sin carisma. Los temas que se tratan son un clásico, pero es que los clásicos funcionan, subvertir las expectativas por el mero gusto de hacerlo lleva a desastres que no listaré aquí. El valor de la vida por tener un final, la incapacidad de los dioses para entender ciertos aspectos de los humanos que les son ajenos (pero agradezco que aquí no desprecie Hades sin más los vínculos, como si los dioses no tuvieran familia), la importancia de los vínculos... En medio, se cuela una visión interesante sobre la pureza de Shun y cómo se relaciona con el hecho de haber matado gente. La suposición de Shun sobre que Hades lo considera puro pese haber matado porque para Hades los humanos son violentos de fábrica (no con esas palabras) me hizo muchísimo ruido, pero luego Hades da su versión, sumado a su necesidad de ir a los Campos Elíseos, y aunque me extraña que necesite habitar un cuerpo humano para ir al paraíso de su propio reino, termino quedando convencido. Sí, donde de verdad se ve la pureza de un ser humano no es en que nunca haya hecho nada malo, sino en cómo reacciona su alma ante hechos que rompen a un hombre. Me gusta. Con todo, si bien compro que los dioses no puedan comprender cómo piensan los humanos (son demasiados diferentes, unos de otros), creo que me habría quejado si no hubieses mencionado en el último tercio el papel de Atenea en todo esto. Yo estaba: ¿Entonces aquí Atenea no exorciza a Hades? Y entonces, pam, señalas su relación con las cadenas, el hecho de que aquí Atenea no se oculta porque sí (mientras los jueces van a un concierto) sino porque Aiacos es un horrible jefe de seguridad, lo útil que es que Shun muera para que el alma de Hades queda expuesta... Y ahí todo encaja a la perfección, no tengo más queja. ¡Por cierto! El tema de que solo uno pueda cortar los lazos de su  propio destino me gusta mucho. Puede que tenga debilidad por los dioses, pero el hecho de que el destino es cosa seria para hombres y dioses es parte del encanto de la mitología griega y otras como la nórdica. Bien jugado ahí.

 

Mención especial para las travesuras de Mefistófeles. ¿En qué andará pensando esa diablesa? Me despido con esa duda y confiando en que el encuentro de los dioses (un dios poseyendo a un humano, una diosa que vivió como humana) sea estupendo.


Editado por Rexomega, 20 abril 2024 - 08:46 .

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#810 -Felipe-

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Publicado 23 abril 2024 - 15:57

Saludos

 

Aprovechando que el foro está en pie, voy a dejar un review del capítulo Shun II:

https://saintseiyafo...ario/?p=2833958

 

Como sabes el tema de los dioses y los humanos en particular, y la mitología en general, son mi debilidad. Estaba tan metido en el capítulo que ni me di cuenta de si había, o no, errores. La narración es un tanto reiterativa al inicio, pero siento que es intencional.

Genial que te haya atrapado la narración, gracias a todo el rollo mitológico, incluso con el inicio reiterativo (no recuerdo si se suponía que lo fuera o no xD)

La diferencia entre el MO y esta historia respecto a Shun e Ikki, eso sí fue completamente intencional. Hubo elementos que no quise remover, así que les di un giro. Todo el drama de Ikki queriendo a matar a Shun fue reemplazado por Ikki negándose desde el inicio. EL intento de suicidio de Shun es inmediatamente removido, con él decidiendo luchar. Mi objetivo con ambos es llegar a lo que nos mostró Tenkai-hen, con Ikki y Shun optando por pelear juntos, orgullosos uno del otro, en lugar de querer dejar de lado al hermano para protegerlo. Lo mismo con Pandora, que tiene cero chances de aquí de conseguir algo, pero al menos lo intenta, en lugar de servir de blanco para el tridentazo de Ikki y ya.

 

No creo que mi Hades sea exactamente un malo maloso, si bien sí lo conservo como enemigo. Los dioses son eternos, pero justamente por eso no tienen capacidad de desarrollo o evolución, están en una constante constante, si tiene sentido eso, y por ello son tan arrogantes y miradores en menos. Tan simples. Pero, tal como te diste cuenta probablemente, hay algo más en el corazón de Hades, cosa que se irá revelando con el tiempo, tanto en este como en el último volumen. Esto también incluye por qué es necesario que vaya con Shun a Elysion. De hecho, la razón la había explicado originalmente en el primer capítulo de Shun de este volumen, pero la quité para centrarme más en Shun, y lo dejé al final del capítulo II... pero tan abajo en el word que tampoco lo puse ahí jaja

En fin, que la revelación quedó para más adelante, solo que ya no es una revelación como tal, pues era parte de la narrativa normal. Tuve que eliminar hace poco todas las demás menciones sobre el asunto en boca de otros personajes para que así venga del propio Hades. Lo trataré de mostrar como un plot twist más adelante, y fallaré seguramente en el intento. Solo me queda esperar estar a las alturas de los duelos sucesivos entre Atenea y Hades.

 

Gracias Rex!!

 

 

-----------------------

 

Un nuevo capítulo, aunque éste transcurre poco antes del anterior, ya entenderán por qué tuve que escribirlo después.

 

Y hablando de escribir... el volumen presente, correspondiente a los eventos en el infierno, está completamente terminado. Hay casi 20 capítulos más por publicar, pero ya están todos escritos. Comenzaré a escribir el siguiente volumen, que probablemente será el final (y que esta vez sí será casi completamente distinto al que conocemos de la obra original), cuando todas las ideas estén en orden.

 

Por ahora, le agradezco a todos los lectores. Terminé de escribir el último capítulo hace 3 días, y no puedo esperar a que lo lean.

 

 

 

DOHKO VIII

 
 

Judecca, Octava Prisión. Inframundo.

Tiempo antes de la batalla entre Ikki de Fénix y Aiacos de Garuda.

Una pelea de tres frentes. Cuatro si el perro gigante tricéfalo que había sobrevivido de alguna manera a su Gigante Ancestral, se despertaba. ¿Cuándo había sido la última vez que había estado en esa situación?, se preguntó Dohko de Libra. ¿Quizás en su época de entrenamiento en el Templo de la Nube Púrpura?

Alguna de las ocasiones varias en que luchó contra Hui Chang (su primer amigo, quien llegó a odiarlo por haber sido elegido por el espíritu del Tigre Feroz en lugar de él) y contra Fei Yan (un clásico hijo de put.a), al mismo tiempo. Ambos lo odiaban en aquel entonces, pero tampoco se llevaban bien entre sí, así que todo fue un desastre. Pero eso fue antes de que Dohko (o Tong Hu, como se hacía llamar en esa época, usando la forma de su natal China) se convirtiera en Santo. Era un Taonia en entrenamiento.

Los combates de los Santos eran generalmente uno contra uno, pero de vez en cuando se daba este tipo de eventos en que tres tipos muy enfadados por tres razones opuestas se enfrentaban entre sí para que todo fuera más épico y desordenado.

Era cierto que, tal vez, sus dos oponentes lo tenían más en el blanco a él que entre ellos, siendo ellos Espectros y él un Santo, incluso si querían matarse entre sí. Si Cerbero despertaba, sería un oponente más, aunque el enorme sabueso solo le importaría saber dónde estaba Hades, y arrasaría con los Espectros si era necesario para llegar con su amo.

También era cierto que esos dos Espectros eran miembros de la élite de Hades, los hombres más temibles del ejército, de quienes se decía que eran más poderosos que los Santos de Oro; uno tenía habilidades tan físicamente potentes, y el otro ataques psíquicos tan complejos, que era difícil enfocarse en una u otra cosa.

Pero siempre hay una tercera arista. Una tercera verdad. Lo cierto era que él no era cualquier Santo. Era un Santo de Oro.

También era el Gran Maestre de los Taonia.

Sin contar con que era también el Sumo Sacerdote del Santuario.

Además, era, probablemente, el hombre más viejo de la Tierra.

Finalmente, era necesario considerar que, en el pasado, Dohko ya se había batido en combate con tanto Radamanthys de Wyvern como Aiacos de Garuda.

Era cosa de adaptarse.

 

Era su deber realizar el primer ataque, y debía hacerlo bien. Con fuerza, precisión, y coraje. Separó las piernas, hizo los brazos hacia atrás, hizo estallar su Cosmos, y disparó su ataque, justo cuando Aiacos y Radamanthys reaccionaban con sorpresa. Había sido una cosa positiva el aprovecharse de la arrogancia y orgullo natural de los Espectros, quienes nunca se esperaban a que el Santo pudiera atacar tan rápidamente.

¡Cien Dragones!

Radamanthys y Aiacos pusieron las manos por delante y se protegieron de la furia y ferocidad de los colmillos de los cien dragones que surcaban el cielo sin estrellas, oscuro y relampagueante. Era la máxima técnica del LuShanRyu, requería una mecánica similar a realizar el Dragón Ascendente una centena de veces.

—¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Este no es como los otros, puedo sentir como mi sangre salta con los dientes de los dragones que lanza este tipo! —gritó Aiacos, que tenía las enormes alas de Garuda por delante para protegerse.

—Un poder devastador, sin duda. Sumo Sacerdote del Santuario, ¡te prometo que no voy a subestimarte! —rugió Radamanthys, cuya resistencia física era inigualable por los guerreros de todos los panteones divinos. Estaba aguantando a pesar de sus heridas.

Dohko no podía confiarse, y acababa de comprobarlo. Los Cien Dragones estaban haciendo daño, pero nada ni cerca de lo fatal contra esos dos, que incluso tenían tiempo para mirarse entre sí de reojo, buscando cómo propinarse un golpe letal. Eran dos de los guerreros más poderosos de Hades, y se notaba. Ni siquiera los colmillos de sus dragones serían suficientes.

Aiacos fue el primero en recomponerse después de que los Cien Dragones dejaron de salir. Sorpresivamente, no atacó al Santo de Libra, sino a Radamanthys, que voló por los aires, y luego se estampó con el piso a una velocidad que sobrepasaba cualquier fuerza de gravedad. El Wyvern era muy poderoso, por supuesto, pero algo le había sucedido antes, que lo había dejado cansado y hasta algo torpe. Hasta parecía que su Surplice había sufrido daños graves anteriormente, y se había reparado sola, de mala manera, antes de llegar. Un golpe bien conectado del Wyvern sería capaz de acabar con cualquiera de sus dos oponentes, pero su tiempo de reacción era algo lento.

—¡Deberías mirar a tu alrededor, Rada! Tanto lo de oro como lo oscuro se puede aparecer en tu retaguard…

Dohko vio la oportunidad y atacó a Aiacos, quien seguía vanagloriándose, con su Tigre Feroz. El Garuda tardó en reaccionar y fue estampado contra una pared, y mientras lo veía alejarse de su puño, pudo escuchar su insoportable carcajada. Esa risa fue la que evitó que Dohko escuchara cómo el Wyvern se ponía de pie bruscamente, y destruía todo con su Máximo Rugido.

Dohko trató de protegerse, pero la onda expansiva del grito de Radamanthys tenía una potencia llevada por la ira, y no pudo evitar retroceder. Aiacos, que en ese momento estaba detrás del otro Espectro, no sufrió el mismo efecto, y tras elevarse por los aires con sus alas abiertas, descendió con Kharga en la mano, directo a clavarla sobre la cabeza del Santo de Libra. Lo siguiente se llevó a cabo en muy pocos fragmentos de segundo.

Alzó el brazo izquierdo, en el cual llevaba uno de sus escudos. La hoja de Kharga se hallaba a centímetros de la coraza… y Dohko se preguntó algo. Si el Tesoro Divino de la diosa Kali tocaba su armadura, ¿qué ocurriría? Más allá de la dureza del Manto de Oro de Libra y sus armas, de las que se decía que podían destruir estrellas, este era un Tesoro Divino, cuyos efectos, para desgracia de Dohko, desconocía.

Con los años, había investigado a los Tesoros Divinos junto a Sion, desde luego, pero había habido muchas divinidades en el universo, luchando por el control de la Tierra y las reglas del juego, lo que equivalía a muchos de esos Tesoros. Atenea, por ejemplo, ya contaba con más de uno, como su cetro de Niké, la Égida, la Daga de Physis, y… también otro más. De hecho, Dohko cargaba con ese tesoro en uno de los bolsillos secretos de su armadura, que no podía revelar aún.

El tridente de Poseidón, la espada de Hades, su casco (el cual debía estar con su cuerpo más allá del Inframundo). De otras culturas y panteones, también sabía de algunas de sus armas, en especial de los grupos que eran aliados del Santuario, como Sinigrado, quienes se enorgullecían de su espada Balmung, con la cual los Santos habían llegado al infierno. Pero, si bien sabía de la existencia de Kharga, Dohko desconocía sus efectos.

El metal sagrado estaba a cinco centímetros del escudo de Libra. ¿Qué ocurriría si lo tocaba? Si era como la Daga de Physis, la destrucción, el caos y demás estragos serían inconcebibles. A Aiacos no le importaba acabar con su propia vida tampoco, si lo hacía de manera extraordinaria. Claro que su objetivo era asesinar a Hades (aparentemente debido a estar ocupando el cuerpo de un Santo, lo que consideraba una traición), pero si podía utilizar a Kharga antes… Conociéndolo, lo haría.

La punta de la hoja estaba a dos centímetros de la superficie del escudo dorado. Si el efecto era lo suficientemente devastador, quizás podría afectar al propio Hades. Hades era Shun. No podía permitir que le sucediera algo a Andrómeda. En el Santuario, Shiryu había mostrado su sufrimiento por no haber podido evitar la muerte de Shun, y quería, al menos una última vez, darle una felicidad a su alumno. A quien era como su hijo, que estaba vivo en alguna parte del Inframundo, sin duda alguna. ¿Sería el escudo del Manto de Libra capaz de bloquear el efecto de Kharga, fuera cual fuera?

—¡Libraaaaaaaaaaa!

—Eres un psicópata, Aiacos.

Medio centímetro. Dohko encendió su Cosmos, y desistió, usando esa energía para esquivarlo. No podía arriesgarse. Si Aiacos era realmente capaz de destruir todo solo por el caos, y eso terminaba dañando la misión de los Santos, entonces lo mejor era prevenir.

Dohko se movió a un lado y la hoja de Kharga pasó de largo, así como Aiacos, que trastabilló. Detrás de él, Radamanthys atacó con su Máximo Juicio, una lanza de luz que se clavó en la espalda de Garuda, mientras Dohko alzaba ambas manos y las estrechaba con las de Radamanthys, formándose un brutal forcejeo de Cosmos y fuerza física que hizo temblar todo el recinto. El objetivo del Wyvern era cuidar a Hades de quien fuese. Dohko podía respetar eso. En cierta manera, aunque se sentía mal por pensar en ello, tenía menos ganas de hacerle daño a Radamanthys que a Aiacos.

Si hubieran estado solo ellos dos, hasta se habría atrevido a usar el Gran Emperador de Jade para meterse en su espíritu, tal como había hecho con Helios, y convencerlo de tomar un partido que fuera conveniente para el Santuario. Era poco probable ahora.

—¡Hazte a un lado o muere, Libra!

—¡Ambos tenemos el mismo objetivo, Radamanthys!

—¡Tú quieres proteger a un miserable Santo! ¡Yo al señor Hades!

—¡Son la misma persona ahora, eso podemos resolverlo después!

Quizás había sido la conversación con el Espectro de Ent que le había hecho, en ese preciso momento, tomar esa decisión de hablar así con Radamanthys, pero no fue una buena idea. El Wyvern abrió la boca y el piso bajo sus pies se destruyó. El Máximo Rugido se venía, y Radamanthys tenía a Dohko atenazado con las manos.

De reojo, vio a Aiacos ponerse de pie, aún ensartado por el Máximo Juicio. Su cara, llena de risa, se clavó en sus adversarios mientras guardaba a Kharga de nuevo. Dohko tomó medidas desesperadas y convocó al Espíritu del Gigante Ancestral, que creció, brillando como el oro, apartando al Wyvern, protegiéndose así del Máximo Rugido, que se desató de igual manera, esta vez contra Aiacos.

Garuda enfocó su mirada en Radamanthys mientras recibía el ataque, y antes de caer, con sus fuerzas psíquicas, alzó a Radamanthys, y volvió a estamparlo contra el frío piso de Cocytos. Ambos Espectros comenzaron a sangrar abundantemente. Creyó tener un par de segundos para concentrarse en otra cosa.

¡El Cosmos de Atenea!

 

Era obvio que, más allá de la habitación donde se encontraban, en aquel gigantesco castillo que le pertenecía a Hades, se encontraba éste luchando ahora con Atenea. Creyó percibir también el Cosmos de Ikki, y más débilmente, por una fracción de segundo, el de Shun. Su deber como Santo, y como Sumo Sacerdote, era ir con Atenea, ayudarla en su lucha contra el mismísimo Hades, con quien al fin se había encontrado, era un choque de dos Cosmos más allá de la imaginación.

Dohko creyó haber estado libre para ir en ayuda de Atenea y de los otros Santos, pero todo se hizo oscuridad. Un olor nauseabundo cubría el ambiente y, justo a tiempo, al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, Dohko levantó los brazos y detuvo la parte superior del hocico de una de las cabezas del gran can Cerbero.

No lo vio despertar ni lo presintió atacar. De haber reaccionado un segundo más tarde, los sables que Cerbero tenía por colmillos lo habrían triturado con facilidad, incluso protegido por la armadura de Oro. El perro estaba desesperado por destruir todo y llegar con su amo, a quien debía sentir combatir.

 

Era un Taonia. Cuidaba de la naturaleza, y estaba protegido por los espíritus de los animales del bosque, las montañas y los mares. En el caso de Dohko, en su espalda estaba tatuado el Tigre Feroz, que demostraba que ese era su animal espiritual. Pero representar a un gato no significaba que tuviera algo contra un perro. De hecho, los amaba, y hasta había adoptado algunos para que Shunrei, Shiryu y Genbu jugaran con ellos en su niñez.

Sin embargo, este era un perro especial. Era un monstruo del Inframundo, uno de los hijos de Tifón, una criatura milenaria conectada al mismísimo infierno. Era importante acabar con la bestia. Dohko comenzó a moverse rápidamente, realizando la Danza de los Alegres Tigres, bailando con sus artes secretas y creando un remolino violento que destruyó las fauces, y luego la cabeza, de Cerbero.

Las otras dos cabezas del can, además de la serpiente en su cola, atacaron a Dohko que ahora escapaba de las fauces del monstruo. El Santo de Libra tocó el suelo, separó las piernas, arqueó el brazo derecho hacia atrás, liberó el Cosmos de su corazón, y desató el poderoso Dragón Ascendente, con el cual noqueó definitivamente a Cerbero, dejándolo en el piso, completamente inerte, derramando sangre y babas por las bocas. Desconocía si Cerbero podía morir definitivamente, con todo eso de estar conectado al infierno, pero el Sumo Sacerdote había conseguido lo más cercano a matarlo. Se preguntó si le crecería de nuevo la tercera cabeza.

Detrás de él, Radamanthys y Aiacos se encontraban en su pequeño duelo, dándose golpes y patadas mientras se insultaban entre sí. “Perrito sirviente de Hades”, “lunático traidor”, “mascota de Pandora” y, de hecho, ambos se dijeron eso último el uno al otro.

—Viniste aquí apenas sentiste que la Lady se encontraba en aprietos, jajaja, no va a acostarse contigo, Rada.

—¿No fuiste tú quien le pidió una mascota a Pandora para jugar?

Dohko se acercó para intervenir. Concentró su Cosmos en sus manos. Por instinto de guerreros, Radamanthys y Aiacos se separaron, sabiendo lo que se venía. El impacto sería lo suficientemente potente como para terminar todo, o extenderlo más de la cuenta. El techo cayó sobre ellos, pero tardaría un tanto en tocar sus cabezas, dada la velocidad a la que se estaban moviendo.

¡Indra, Jefe de los Dioses!

—¡Tigre Rugiente!

—¡Máximo Juicio!

 

Tres ataques a larga distancia. El choque hizo temblar la habitación, concentrada en una esfera de energía al centro, relampagueando con luces doradas, púrpuras y azules. Si uno se distraía… Si uno solo flaqueaba, el equilibrio se rompería y recibiría todo el poder unido de los tres ataques. Si Radamanthys rugía, si Aiacos usaba su telequinesis, si Dohko convocaba al gigante… Cualquier cosa podía romper el balance.

“Irónico”, pensó Dohko, con gracia. Esa era toda la verdad. Había cierta parte de sí mismo que estaba disfrutando poder combatir de igual a igual con dos de los tres de la élite de Hades, después de tantos siglos sentado frente a la cascada. Era un Santo, era un guerrero que protegía la naturaleza que Hades deseaba sumergir en la oscuridad, alguien que protegía a los seres inocentes que poblaban la Tierra, y lo hacía con sus Cosmos, con sus puños, y con su corazón.

Pero sus brazos comenzaron a flaquear. Eran Magnates del Inframundo, siempre había sido problemático enfrentarlos. Hubo una época en que no importaba cuánto se arriesgara en combate, pues el guardián del espíritu de la liebre, Jeon-Seok, uno de sus amigos en el Templo de la Nube Púrpura, era un excelente curandero, y siempre lo sanaba para que siguiera luchando sin preocuparse de nada. Quizás había olvidado un poco lo que era cuidar de sí mismo, a pesar de cuanto regañaba a su discípulo, el Dragón, por el motivo contrario. Era un hipócrita.

 

Sin embargo, el primero en fallar, y quien recibió todo el poder concentrado de los tres, no fue Dohko, sino Radamanthys. Fuera lo que fuese que había ocurrido antes, lo había dejado en malas condiciones, no estaba al ciento por ciento, ni siquiera había sido capaz de desatar su Máxima Advertencia, que era la mejor técnica del Wyvern y la que mejor aprovechaba su brutal poderío físico y cósmico.

Al mismo tiempo que Radamanthys gritaba de dolor al recibir la mezcla de fuerzas, Dohko saltó a enfrentar su siguiente oponente, pero algo curioso pasó. Hubo una gran explosión cósmica en la otra habitación. Después, una sombra flamígera, una llama negra, pasó por encima de sus cabezas y se dirigió al único lugar de Judecca que el Santo de Libra no había explorado. Una zona nebulosa, oscura, imposible de juzgar con la mirada, al fondo de un corredor que, de alguna manera, había aguantado toda la destrucción. De hecho, lo más raro de todo, era que Dohko ni siquiera se había percatado de ese corredor antes, como si el universo lo hubiera estado ocultando.

«Hades». Lo que acababa de surcar Judecca había sido el alma de Hades. Eso tenía dos significados. El primero era que, evidentemente, Atenea había obtenido la victoria en el primer asalto, y eso le llenó el corazón de alegría y orgullo. Lo segundo era que, por un breve instante, se había distraído, incluso si fue por el tiempo que dura un parpadeo.

Cuando se concentró de nuevo, vio un ojo gigante en el aire. Un enorme globo ocultar de color violeta, irradiando luces rojas. Dohko sabía lo que se avecinaba y no iba a poder evitarlo. Aiacos había estado esperando el momento preciso para ocupar la técnica más poderosa de Garuda.

—¡Despídase de su sanidad, Sumo Sacerdote! ¡Ilusión Galáctica!

 

Un chispazo de luz, eso fue lo último que logró ver. El fogonazo provocado por el ojo flotante entró en sus propios ojos, y un fuego insoportable recorrió su cuerpo, como si quemara sus nervios. Su mente había sido afectada de la manera más brutal posible, y su cuerpo sufría también las consecuencias.

Todo le dolía, sus extremidades no reaccionaban como quería, su cerebro no podía procesar bien la información, estaba confundido… y ciego. No, la verdad, todos sus cinco sentidos habían sido gravemente dañados, con solo aquel fogonazo.

Había otro problema, del que se dio cuenta poco después, mientras le pareció que caía de rodillas. Había perdido el control de la situación. Si esa sombra había sido el alma de Hades, y la vio con tanta claridad, entonces los demás también lo habían hecho. Por eso, cuando notó pisadas en dirección hacia él, supo que estaba en muchísimos aprietos. El Wyvern, de alguna manera, se había vuelto a poner de pie, y Garuda lo esperaba.

—Vaya, vaya, ya no puedo tocar a Hades, je, je, je… Tendré que contentarme con la diosita —le escuchó decir a Aiacos, quien probablemente esperaba a ver la reacción de su compañero. Éste no le decepcionó.

—Eso me da igual. Mientras estés lejos del señor Hades, puedes clavar esa hoz que cargas en el cuerpo de Atenea, y muéranse ambos, no me interesa.

Luchar contra los dos Espectros había sido una cosa, cuando también buscaban matarse entre sí. Pero ¿luchar contra ambos a la vez? Eso era muy diferente. Eran fuertes, muy poderosos, incluso con las heridas que cargaban. Sin mencionar la presencia de la peligrosa Kharga. Era difícil tener oportunidad, pero no debía pensar de esa manera tan negativa. No cuando tenía una misión.

—Iré por ella. Encárgate de este. Después de recibir mi Ilusión Galáctica, ni siquiera tú deberías tener más problemas con él, Rada.

—Si vuelves y te veo, sea o no con la cabeza de Atenea, te mataré. —Su voz era débil, no estaba en condiciones de luchar, pero Garuda tenía razón. En esos instantes, hasta el herido Radamanthys podía tener posibilidades, por sí solo, de vencerlo.

—Umm, síii, me agrada escuchar eso —dijo Aiacos, feliz de la vida, cambiando de ruta. Iba hacia Atenea, que seguramente se dirigía hacia el corredor sombrío, al final de todo Judecca, persiguiendo a Hades.

En un santiamén, Dohko les estaba bloqueando el paso a ambos. No sabía cómo había conseguido mover su cuerpo, pero después de pensar en ello con toda la fuerza de voluntad que tenía, sus piernas reaccionaron, a pesar del indescriptible dolor en su sistema nervioso, y lo guiaron hacia allá.

—No te m-muevas, Aiacos.

—Jajajajajaja, por todos los dioses, ¡eres hilarante, Libra! ¿No te das cuenta de que la Ilusión Galáctica te sigue afectando? No puedes ver, pero el Ojo de Garuda sigue frente a ti, y no te dejará de mirar hasta que tu sistema nervioso se queme por completo. Cuando el Ojo se abre, y alguien lo mira directamente como un estúpido, ya no hay vuelta atrás.

—No t-te atrevas a d-dar un paso más, Aiacos…

Dohko se tocó el cinturón. Sintió la presencia de Atenea bajar las escaleras desde el piso de arriba, destruido. Era el momento.

—Vaya que eres un imbécil. ¿Acaso intentas obligar a que use a Kharga contra ti? Si lo hago, definitivamente moriré, pues Kali es la diosa del poder y la destrucción, hasta los átomos harán explosión cuando Kharga haga contacto con un dios. ¡No pienso morir hasta que sienta la sangre virginal de Atenea en mi cuerpo, y me iré feliz cuando vea su cabecita hermosa saltar desde su cuello! ¡¡No usaré a Kharga contra ti!!

—Por una vez, estoy de acuerdo contigo —dijo Radamanthys, en un mundo más allá, como percibía, debido a que los sentidos de Dohko se estaban debilitando. A pesar de que no podía sentir el Cosmos de Wyvern ni ver su aura, sí podía sentir la presión que ejercía, el calor que inundaba el castillo, la tensión en el aire.

Pero Dohko era el Santo de Libra.

El Gran Maestre de los Taonia.

El Sumo Sacerdote del Santuario.

El hombre más viejo de la Tierra.

Cuando Radamanthys usó su Máxima Advertencia, la técnica más potente con la que contaba, Dohko convocó al Gran Emperador de Jade entre sus manos, escribió un mensaje en su mente, y lo envió volando hacia Atenea en medio de la destrucción causada por el Wyvern, con un mensaje, y aquel objeto que le pertenecía. Cuando el pequeño ente en llamas verdes que creó con su espíritu hizo contacto con Atenea, a lo lejos, la Máxima Advertencia le golpeó.

 

Atenea.

Lo que tiene en sus manos ahora es el Cofre de Pandora. Antes de desaparecer, Sion lo obtuvo de Ara, el Manto de Plata de Altar.

El Cofre de Pandora es la mejor manera que tienen usted y los Santos para sellar a los Gemelos. Usted sabe a quiénes me refiero. Y también sabe que, por más que lo desee, jamás podrá evitar que los Santos de sangre ardiente la sigan hasta más allá del infierno.

Estoy orgulloso de haberle servido dos veces. Primero a Sasha, y ahora a Saori Kido. En mi condición de Sumo Sacerdote del Santuario, como Santo de Libra, le entrego mi vida, mis oraciones, mi dedicación, y toda la fuerza del Cosmos de mi corazón.

Por favor, continúe su travesía apenas yo deje el camino libre. Debería ser capaz de atravesar el Camino de los Dioses que lleva a los Campos Elíseos sin ningún inconveniente, pero tenga cuidado con el río Lethe. No olvide quién es. Sin importar el mundo al que llegue, no olvide de dónde proviene.

Termine con esta Guerra y viva con coraje.

 

Dohko, Sumo Sacerdote del Santuario

 

 

—¿Qué diablos es este Cosmos que emana de él? —dijo Aiacos, por primera vez con temor genuino en la voz. Le gustó escucharlo.

—No lo entiendo, mi Máxima Advertencia debió hacerlo pedazos. Todos sus huesos y músculos deberían estar desgarrados, y su sistema nervioso quemado por tu Ilusión. Pero este Cosmos… —Ese era Radamanthys. Había sentido algo de respeto por él debido a su devoción, algo que compartía con él.

Pero Radamanthys había sido quien había asesinado a muchos de sus compañeros, en esta y la anterior era. Muu, Aiolia y Milo, Regulus y Kardia, Ban, Nachi…

Con el poder de su espíritu, Dohko abrió los ojos y pudo ver con toda claridad a sus oponentes, que retrocedían al verse rodeados súbitamente, tal vez más rápido que la luz, por doce objetos que flotaban bajo el control de su Cosmos. Un par de cada arma: los escudos, las espadas, las barras dobles y triples, los tonfa, los tridentes…

También podía ver el globo ocular de la Ilusión Galáctica, pero ya no le afectaría. Ya había superado esa técnica en el pasado, y solo él controlaba cómo funcionaba su cuerpo. Para eso era el Séptimo Sentido. Ese era el centro del flujo del Cosmos, el punto central de la filosofía de los Santos. El Séptimo Sentido le permitía a los Santos, sin importar su rango, conocerse a sí mismo a la perfección. Nada ni nadie podía afectarles si no deseaban que así fuera. Y él había tenido muchísimos años en su vida para dominar completamente el secreto del máximo poder.

Había obtenido el poder del Tigre gracias al espíritu de la naturaleza que residía en su espalda, tatuado como un Taonia. El poder del Dragón provenía de las enseñanzas de Hao Cheung, el “Dragón Milenario”, quien había sido su maestro. Tigre y Dragón eran el símbolo del Yin y Yang en comunión, la filosofía taoísta de China en toda su perfección.

Pero, además de ser el Gran Maestre de los Taonia, Dohko era también el Santo de Libra. Había otra manera de representar el verdadero balance. La técnica que residía en la armadura de Libra era una que solo podía utilizar cuando su espíritu estaba en equilibrio, y tenía la certeza de poder juzgar con sabiduría el destino de sus oponentes.

 

—¿L-las armas de Libra? —dijo Radamanthys. El Wyvern sabía perfectamente del poder destructivo de esas armas, debía poder sentirlo en todo su cuerpo, mientras trataba de proteger su cuerpo del ataque de cualquiera de las armas que giraban a su alrededor.

—¿Es una broma? ¡JAJAJAJA! —rio Aiacos, y esta vez, su risa no fue convincente para nada. Había cometido demasiados pecados y sabía que su juicio no iría a su favor—. Tengo a Kharga de mi lado. Con esta hoz destruiré a Atenea, a tus armas, tu armadura, y todo lo que hay aquí.

—Honestamente tenía miedo de usar esto, pues desconocía las propiedades de tu Tesoro Divino… pero creo muchísimo más en el poder de las armaduras creadas por la propia Atenea.

Dohko separó los brazos y los extendió hacia los lados mientras su Cosmos crecía como un millón de llamas doradas y verdes, simulando la figura de una balanza. Había decidido dar un veredicto, y nadie podrá anularlo. Puso los ojos sobre Kharga, pero con todo el Cosmos que había acumulado, quizás esa herramienta no sería el único objetivo de las Doce Armas de Libra.

Radamanthys y Aiacos encendieron sus Cosmos al unísono. Dohko de Libra pudo ver cómo se desataban tanto su Máxima Advertencia como una nueva Ilusión Galáctica. Nada de lo que hicieran sería útil. Dohko concentró su Séptimo Sentido en sus brazos, lo hizo fluir hacia las doce armas mientras concentraba su mente en el juicio, y en el momento en que estuvo listo, extendió los brazos hacia adelante.

—¡Hierve, Cosmos! ¡Juicio Final![1]

 

Las Doce Armas comenzaron a girar por toda la sala, aparentemente sin control. Las espadas arrasaron con los muros restantes, los tridentes acabaron con el techo y se unieron a la noche, las barras dobles emitieron estrellas que avergonzaron al cielo del Bajo Inframundo. Pero siempre volvían. Siempre buscaban a su oponente, con la fuerza que era capaz de destruir las estrellas, el ataque más potente entre todos los Santos de Atenea, el máximo veredicto para los enemigos.

Todo era demolido. Todo era arrasado. Nadie podía detener a los doce objetos que volaban en todas direcciones a la vez, incapaces de ser bloqueados por los ataques de los dos Espectros, que pronto se dieron cuenta de que todo sería inútil. Judecca cayó sobre todos ellos, pero Dohko logró ver cómo uno de los tridentes se clavaba en el pecho de Radamanthys, desintegraba su Surplice, y tres armas más se le unían, mientras arrasaban con el Wyvern.

Aiacos trató de defenderse de uno de los escudos rodantes con Kharga, pero ese era justamente el objetivo principal de la Sentencia Final que había desencadenado. Era un riesgo, una apuesta, sin duda, pero confiaba en lo que le decía su corazón.

Unos escombros cayeron sobre él, y como un idiota, recibió uno particularmente fuerte en la cabeza mientras su Cosmos se extinguía con toda la fuerza que ejercía. Quizás tenía un cuerpo joven de nuevo, pero había sido un anciano por muchísimo tiempo. Era, a veces, difícil adaptarse perfectamente.

 

***

 

 

No supo cuánto tiempo pasó hasta que consiguió moverse de nuevo, saliendo de los escombros al intenso frío de Cocytos, ahora que Judecca había desaparecido. No era nada más que un conjunto de piedra, mortemita y mármol infernal que era golpeado por los poderosos vientos congelantes del Cuarto Río, y se apresuró en encender el Cosmos que le quedaba para que no lo afectase la Ley del Hielo, la que dictaba que todo lo que se le acercase, vivo o muerto, debía detenerse para siempre. La única ventaja que tenían los vivos era la fuerza de su Cosmos.

Se puso de pie con dificultades. No sentía el Cosmos de Atenea en ninguna parte, y tampoco los de Ikki o Shun. Tampoco podía ver los cuerpos de Aiacos o Radamanthys, aunque sí seguía allí, completamente inmóvil, el can Cerbero. Tenía heridas nuevas que no quiso mirar demasiado. Probablemente, alguna de las armas lo había golpeado de suerte, y si había sido así, tal vez las dos cabezas restantes del monstruo no volverían a ladrar.

¿Cuánto tiempo había estado dormido después de realizar el Juicio? Pensó que, en retrospectiva, hubiera sido mejor realizarlo antes de que sus fuerzas se gastaran en la pelea con dos de los Magnates del Inframundo. Se enorgullecía de su sabiduría, pero a veces, su nueva juventud le hacía tomar decisiones más que estúpidas.

De la mayoría de sus armas de Libra solo quedaban piezas rotas. Algunas habían resultado intactas, y las puso en su cinturón mientras miraba a las demás con tristeza. Era lo esperado, en todo caso. De todos modos, lo más posible es que no las necesitaría con lo que se encontraba más adelante.

Solo restaba un corredor, y bajó por él. Dohko bajó por muchísimo tiempo, lenta y fúnebremente, como si esperara que su cerebro se apagara de un momento a otro. Se dio cuenta de que la oscuridad total que reinaba en esas escaleras angostas, más allá de aquel frío pasillo, no se debía tanto a sus ojos dañados, sino a que estaba en el punto más bajo de todo el Inframundo. Era el sitio más hondo de todos.

Tocó una superficie con el pie. Las escaleras se habían acabado. Avanzó con cierta lentitud. Ni siquiera en la Guerra Santa anterior se imaginó que llegaría a ese lugar, tan en la infinitud negativa, en la profunda y oscura profundidad de la oscuridad.

Esta vez, fue su mano la que tocó una superficie. Algo le causó una inquietud más que angustiante. Encendió su Cosmos para iluminar alrededor y comprobó que la muralla que tenía delante se extendía hasta el infinito hacia ambos lados. Pero lo peor fue cuando a Dohko se le ocurrió mirar hacia arriba. Casi se cae de espaldas.

«Mier.da. Jamás imaginé que esto de verdad existiría. Maldita sea. Shunrei, Shiryu, Genbu, ya sé lo que tengo que hacer. Creo que no volveré a casa para la cena»


[1] Telos Dikaiosune (τέλος δικαιοσύνη) en griego.


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