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El Mito del Santuario


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#781 Rexomega

Rexomega

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Publicado 16 agosto 2023 - 17:16

Saludos

 

Bueno, yo le perdono la inmadurez a Dohko en LC, al de ND no le doy ni agua, pero sí, esa debe ser la razón por la que me hace tanto ruido.

 

Ni te preocupes por robar algo de una obra, en algo hay que aprovechar que escribimos fanfiction y estamos a salvo del copyright. (En realidad, no, pero, ¿quién estaría tan amargado como para denunciar alguien que escribe un fanfic sin ánimo de lucro?). Bromas aparte, mentiría si te dijera que no sé a lo que te refieres. Lo he vivido.

 

Me llamó la atención tu regreso, dada tu repentina desaparición, que por las fechas en que se dio me temí lo peor. (Tiendo a ser drástico, pero creo que después apareciste a saludar por el aniversario del foro y esa teoría quedó desmentida, por fortuna.). También que continuaras esta historia, porque aunque estoy satisfecho con haber escrito Juicio Divino, parte de mí mira atrás y echa en falta no haber escrito según qué proyectos, como un recuento de Saint Seiya teniendo en cuenta todo el material que tiene la franquicia. Me gusta saber que esto llegará a un final, incluso si dicho final debe ser con el cierre de la Saga de Hades. (¿O la Saga de Hades acababa en el volumen 5? No, mejor no me respondas esto.). 

 

Oh, ¿seguiste leyendo desde las sombras y te ha gustado lo que has visto? ¡Espero esos comentarios con mucha ilusión! 
 

***

 

Sí, desde siempre que te ha gustado mantener el misterio sobre cosas que la gente ya está informada, y creo que siempre he dicho que es genial. O por lo menos lo he pensado. Hay diversas opiniones al respecto, como si en una nueva adaptación de una película, serie o videojuego vale la pena mantener el suspense original sobre un cierto personaje, cuando todo el mundo lo conoce, yo creo que sí. Y aquí ha servido como gasolina para todo un capítulo sobre Helios, que resulta ser que era Kagaho Ikki. 

 

Por cierto, que entre la censura del foro y la censura mental que sufre Ikki (que me recordó a uno de mis personajes favoritos de la fantasía moderna, Dalinar Kholin, por el modo en que no puede recordar su nombre), este debe estar en el Top 10 de capítulos más censurados del Mito del Santuario.

 

Tengo la impresión de que el Dohko sabio al que estamos acostumbrados habría funcionado bien en un capítulo de introspección como este, no en el mismo sentido, claro, pero sí que habría funcionado. En cualquier caso, quiero destacar dos cosas. La primera es que luego de esto ya no me tomaré el off panel de Dohko en Hades como solo una anécdota graciosa, porque vaya que es bueno ver lo mucho que podía aportar el viejo-no-viejo. La segunda es que es interesante constatar que Dohko hizo algo más que quedarse sentado viendo bajar la cascada. En el original todo es medio ambiguo, porque Dohko vigila la Torre de los Espectros, pero hay espectros en el Hades antes de la liberación (caso del músico segundón), los espectros aparecen antes de que Dohko dé aviso y en general me pregunto si no se liberaron antes porque alguien les estaba mirando, o si habrían seguido las almas/surplice/documento de identidad para viajes interdimensionales en el monumento aunque Dohko se hubiese ido a una isla tropical. Aquí, aparte de algunos cambios en el inicio la Guerra Santa que aún recuerdo (¡Es Dohko el que hace la declaración de guerra! Si parece un Papa y todo), vemos que estuvo preparándose para cambiar las cosas. Me hizo recordar a Sage y Hakurei, grandes entre grandes, que se prepararon para Thanatos e Hypnos. Luego pienso que su plan es algo alocado... ¿Realmente habría podido mantener a las 108 almas por siempre en ese mundo espiritual? Y también me siento mal por Deathmask, ya que su única característica redimible (como combatiente, ya que aquí las redenciones no están de oferta) es imitada por otro personaje con un notable surtido de habilidades, sin embargo, creo que está bien porque le da un peso real a alguien que ha cultivado su cosmos durante muchos, muchos años más que cualquier santo. Uno puede asumir que Dohko y Shion son fuertes, pero dada la falta de referencias con otros personajes, todo se queda en asunciones. Aquí, entre una cosa y otra, cuando llega la declaración tan propia de SS "Era el Santo de Oro más fuerte de...", te lo crees porque ya has visto varias cosas de las que es capaz este sujeto.

 

En resumen, me sigue chocando Dohko y no creo que eso vaya a cambiar, pero creo que estás haciendo un buen trabajo con las herramientas que tienes.

 

En cuanto a Helios Kagaho ¡Ikki! Es algo curioso, esa forma paulatina de ir recordando las cosas ayuda a que no se sienta que ocurre porque lo dice el guion y ya está.  De entrada hay confusión en su alma, que Dohko aprovecha con poco de sabiduría y un mucho de astucia, siendo el momento culminante cuando le recuerda a Ikki quienes son, no solo su hermano, sino sus hermanos, ah, eso aquí no es amigos. ¡Pude imaginarme la imagen, muy al estilo de Saint Seiya! Y es algo muy bueno, porque tengo la impresión de que, originalmente, creía que tu Saga de Hades no tendría nada, pero nada que ver con el original. Ahora, de una parte, ha habido muchos cambios (el arco de Ikki, la estupenda idea del barco...), y sin embargo (¡Aléjate Kanon, que este no es tu capítulo!), uno ve cómo ciertas cosas terminan ocurriendo y sonríe. El Ikki VS Aiacos se dará, al parecer, solo que de una forma harto distinta y espero más satisfactoria. Distintos caminos para el mismo destino, pero eso no es malo. Me intrigan las motivaciones de Aiacos en todo esto, y me ha llamado también la atención cierto comentario sobre que nuestros protagonistas básicamente están vivos gracias a Shun. 

 

Vaya, vaya, vaya... Los demonios pudieron ser engañados con el mentado rosario e Ikki tiene vía libre para hacer algunas cosas. Buena revelación para nuestros protagonistas, al menos sabemos que el trío no es infalible, por poderoso que parezca. 

 

Hay un "Creo" que debería tildarse y esta frase que me hizo ruido "El pájaro atrapó a Hades de su cuello sombrío." Además, les dices Magnates a los Jueces... Ah, cierto, que lo segundo es lo incorrecto y siempre debieron ser llamados Magnates, mi error ahí.

 

Por ahora lo dejo aquí, ¡mucho ánimo con la publicación Felipe!


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#782 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 27 agosto 2023 - 20:27

Créeme que no eres el único que pensó lo peor cuando desaparecí, por lo que me enteré después de comentar en el aniversario. Me siento mal por ello.. :bba18:

Odiolacensuraodiolacensuraodiolacensuraporqueriadeesteforo

 

Bueno, originalmente esta saga sí iba a ser completamente diferente XD Pero cuando comencé a escribirlo (empezaba todo Hades con el barco, de hecho, conectando con la saga de Pose), me di cuenta que había cosas que quería mantener porque son genuinamente buenas, y cosas con tanto potencial que sentí la responsabilidad de intentar un cambio allí. ¿Me arrepiento un poco, considerando que estuve prometiendo lo del reboot todo el tiempo? Y, sin embargo, tampoco puedo decir que me arrepiento de los resultados, incluso si algunas cositas (los Tres Demonios, por ejemplo) no me terminaron de convencer, o simplemente me superaron haha 

Así como dices, así es como lo veo. Los eventos claves se darán como en la obra original, son puntos fijos en la timeline xD Pero la forma en que se darán, lo que lleva a ellos, y cómo terminan, son distintos.

 

Agradecido de que hayas decidido comentar en dos capítulos seguidos, considerando que yo he sido un pésimo reviewer y "fanfic-colega". Pero se viene una word-wall de comentarios de mi parte, Rexo, lo prometo, porque serán en cúmulos de capítulos. 

Muchas gracias!

 

 

 

 

Y ahora, uno de los capítulos clave. El primer capítulo de Shun en el arco del Inframundo.

 

 

SHUN I

 

 

Abrió los ojos a la completa oscuridad. O, más bien, casi oscuridad. No había nada alrededor más que sombras infinitas, pero podía ver perfectamente sus manos, sus piernas y el flequillo de su cabello rojo, como si estuviera sobre un escenario, en un teatro bajo un foco. Pero no había nada arriba más que negrura eterna. Era como si no lo iluminaran, sino que él fuera el que brillase.

Llevaba la camiseta verde y los pantalones blancos que se puso antes de ponerse su armadura e ir al Santuario. Estaba sentado en una silla invisible, o construida por sombras. Estaba solo. Sin familia, sin amigos, sin June, sin Atenea, sin Ikki. Estaba sin su armadura de Andrómeda. Y si recordaba bien, también estaba…

«Muerto».

 

Se suponía que estaba muerto. Estaba preparado para ello. Recordaba el combate en el castillo de la familia Heinstein, contra la élite de Radamanthys, y luego contra éste en persona. Recordaba que Seiya, Hyoga y Shiryu estaban en problemas, cubiertos de sangre y con los huesos rotos. Los iban a arrojar a las llamas negras que llevaba al Inframundo, lo mismo que hicieron a Muu, Milo y Aiolia.

Así que trató de contraatacar. Sus cadenas habían sido reforzadas y reforjadas por Sion, el anterior Sumo Sacerdote. Eran preciosas, más poderosas y brillantes, y lograron defenderlo a él y sus compañeros de los ataques más peligrosos. Pero para salvarlos, para frenar un poco la violencia y calmar al enemigo, demasiado superior a ellos, debía dar el paso al frente. Era lo que cualquiera de sus amigos habría hecho en su lugar, si la idea se les hubiera ocurrido más rápido que a él.

Intentó llevárselos a todos con la Tormenta Nebular, dejarla libre, que se desatara en todo el castillo, y quizás lanzar a Radamanthys lo más lejos posible para que Seiya, Hyoga y Shiryu pudieran escapar. Pero no lo consiguió, el Wyvern frenó todos sus movimientos con las manos. Y luego se acercó Queen de Alraune, que estaba sediento de sangre.

Había fallado en asesinarlo antes, y quería terminar el trabajo. Quizás eso también serviría, pensó Shun en ese momento. Sintió miedo cuando Queen levantó los brazos. No por la muerte cercana, sino porque sabía que sus seres queridos no lo iban a tomar bien. Ikki, June, Saori… ¡Seiya, que estaba ahí mismo! ¿Y si actuaba impulsivamente y también lo asesinaban? Esperaba que Shiryu o Hyoga se lo impidiesen, pero de todos modos Shun se puso muy triste. Les suplicó que huyeran, no estuvo seguro si lo escucharon.

Lo último que vio fue un pequeño destello salir del colgante que su madre le había dejado. Según Ikki, lo tuvo en su posesión después de la muerte de mamá, hasta que se lo pasó mientras comían emparedados en el jardín del orfanato, cuando Shun tenía cuatro o cinco años. Era su recuerdo más preciado, a pesar de que no recordaba a…

—¿Hm? —se preguntó, cuando miró hacia su pecho. El collar no estaba, a pesar de que siempre lo llevaba en su cuello—. ¿Dónde está?

Se puso de pie. No sabía qué era lo que estaba pisando, pero no era sólido, aunque tampoco era como si estuviera sobre la nada. La mejor forma de describirlo era decir que eran sombras. Buscó allí su colgante con la mirada, pero de pronto recordó cómo había perdido la vida, y asumió que se había caído junto a su cabeza decapitada. El dios Hades al menos tenía la cortesía de devolverle a los decapitados su cabeza cuando se convertían en espíritus tras la muerte.

—¿Cortesía? No. Se trata de justicia, aunque sé que es difícil de comprender aquel concepto para ustedes los humanos.

—¿Qué? —Se volteó para todos lados. No había nadie. ¡No había nadie! Pero oyó a alguien, no en su cabeza, sino que cerca de él. No había dirección ni tiempo, pero estaba seguro de que alguien se encontraba cerca. Otra alma quizás—. ¿Quién está ahí?

—No, humano. Quiero decir, Shun. No soy una alma, y tú tampoco. Y espero que así sigan siendo las cosas.

—¿Dónde estás? ¿Por qué no puedo verte?

—Es difícil para los ojos humanos contemplar a los dioses, incluso en sus cabezas. Supongo que tengo que ayudarte un poco. Aquí.

Ahora sí, Shun estuvo seguro de que la voz en la oscuridad vino desde la izquierda. Miró hacia allá, y por instinto hasta se puso en guardia, pero lo que encontró no fue para nada lo que esperaba; tuvo que bajar rápidamente la mirada, como si fuera una vergüenza tener el rostro levantado.

—N-no puede ser… —No tenía sentido. Si lucía como le pareció que lucía, ¿por qué iba a bajar la mirada?

—Calma, inténtalo de nuevo. Deberás acostumbrarte, Shun.

Pudo ver bien que la persona frente a él vestía una larga túnica negra, como si simulara la eterna noche. De a poco fue levantando la mirada, usando uno de sus brazos como visera, a pesar de que no había luz alguna. Vio manos bajo la túnica, de piel pálida como la suya. Luego vio brazos y el centro del traje, con un dibujo en líneas rojas de unas alas bordadas en él. Más arriba. ¡Era muy difícil, y sabía lo que se encontraría!

El mentón. Un poco más. Un rostro de rasgos delicados, la misma descripción que hacían siempre de él. ¿Cabello rojo? Sí, rojo, le alcanzaba un poco más abajo que el cuello, con un flequillo que caía sobre uno de sus ojos. Ojos verdes… enteramente. No poseía pupila alguna, era solo un pozo verde sin fondo. Era casi idéntico a Shun. Pero no era Shun, y en el fondo sabía de quién se trataba. Su postura era diferente, estaba muy erguido y destellando orgullo. Un orgullo que no podía describirse ni alcanzarse por ninguna otra criatura, pues pertenecía a otra especie. Sus labios no emitían ningún tipo de emoción, ni siquiera serenidad o seriedad. Era un retrato incomprensible e inalcanzable, que no había sido hecho por manos humanas.

—Tú eres…

—Sí. Lo sabes, y debes decirlo, Shun. Ahora es el ahora.

—Tú eres Hades.

—Sí.

 

“No es el ahora”, le había dicho su propio reflejo en el espejo, en un sueño que había tenido después de su batalla contra Ío de Escila. Había olvidado ese sueño casi al instante, pero ahora se le hacía una memoria tan vívida que bien podría haber ocurrido un par de minutos atrás. En ese entonces, su reflejo le había dicho que se levantara… como tantas otras veces antes y después.

El silencio sepulcral duró unos cuantos instantes. Ambos seres se miraron el uno al otro, y mientras Shun tenía un nudo en la garganta y deseaba esquivar la mirada por la intensa presión, Hades estaba impávido y sereno. Nada perturbaba a un dios.

—No sé cómo lo sé, pero lo sé —dijo Shun, haciendo esfuerzos imposibles por mantener la mirada del dios—. Sé que eres Hades, y sé que estás ocupando mi cuerpo para manifestarte en la Tierra. Sé también que… ha sido así desde siempre.

—Sí.

—Desde el momento en que comencé a existir, he sido Hades. Por eso sigo vivo en el mundo, porque Hades es un dios…

—No puedo usar un muerto como huésped, Shun.

—¡Lo que no entiendo es por qué! —elevó la voz Shun, pero a Hades no pareció molestarle. Siguió observándolo no con atención, sino con algo similar al desinterés o la apatía, pero de una manera que no podía entender a cabalidad—. ¿Por qué yo, entre todas las personas? ¿Acaso mis antepasados también fueron tus avatares?

—Asumo que tu pregunta proviene de lo que ocurrió con Poseidón. Él siempre elige a alguien de la familia Solo para manifestarse, pues han estado eternamente ligados a los mares. Mas ese no es el caso de Hades.

La oscuridad se dispersó brevemente, y millones de rostros aparecieron en el aire, apilados, desnudos, con todas las expresiones faciales posibles. Shun se hubiera asustado ante la ilusión, pero esta vez había dos cosas distintas: una era que sabía que vería eso de antemano, como si él mismo lo hubiera provocado; y la otra era que no era una ilusión, era gente del planeta que se había unido a las sombras del Eclipse Eterno.

—Desde el principio del tiempo, los humanos han recibido libre albedrío, plena libertad para hacer lo que han querido. La mayoría de esos humanos se sumergieron en la corrupción, la destrucción, la violencia, pero muy pocos se han mantenido puros a través de la historia. —Hades extendió la mano, y un libro grueso de cubierta negra apareció en sus dedos. Era más abultado que cualquiera que Shun hubiera visto, y dudaba que alguien pudiera siquiera levantarlo, cosa que, desde luego, no parecía afectar al dios—. Shun, tú eres uno de esos seres puros. El huésped de Hades es el ser más puro de la Tierra en cada generación. En este libro están contenidos los pecados de cada una de las personas que han vivido en la Tierra, y a pesar de haber asesinado a tus enemigos, tus páginas están en blanco. Tú fuiste el elegido porque no hay mancha en tu alma.

—¿Cómo es eso posible? ¿No es combatir como lo hago yo un crimen para los estándares del infierno?

Hades mostró la mueca efímera de una sonrisa antes de volver a su rostro adusto, tranquilo y orgulloso. Shun estaba teniendo menos dificultades para hablar que antes. Era como hablar consigo mismo, y cada vez que lo pensaba así se le hacía más fácil. Pensar que estaba charlando casualmente con Hades, el dios del Inframundo, uno de los doce Olímpicos, un ser más allá de la creación y toda la humanidad, era una experiencia única.

—Me devolviste un recuerdo. Doscientos años de la Tierra antes de que nacieras, el huésped que elegí fue un joven huérfano llamado Alone. Cuando Alone llegó a la edad correcta, recibió mis poderes… pero yo no desperté. Aún no era mi momento. —Hades cerró el libro, y éste se esfumó en la oscuridad—. Alone convenció a todos de que él era yo, y así poder llevar a cabo sus planes.

—¿Alone era egoísta? ¿No sería eso contrario a la idea del joven más puro?

—Ironía. Sus planes no tenían que ver con él. Le importaba muy poco su propia vida. Igual que tú, que luchas por los demás, sin importarte sacrificar tu alma. Alone se dedicó a pintar las almas de todos los seres humanos en un gran lienzo en el cielo, ofreciéndoles una vida tranquila y hermosa, para salvarlos de lo que él consideraba que era el peor destino, la crueldad del Inframundo. Alone se llevó a todas las almas que pintó a los Campos Elíseos.

—¿Campos Elíseos? —Le sonaba el nombre de sus estudios de mitología. ¿No era el nombre del Más Allá de los héroes?

Desde luego, Hades sabía lo que pensaba, y le respondió en seguida. Era, al fin y al cabo, también dueño de su mente.

—Los Campos Elíseos son una dimensión más allá del Inframundo, y que también pertenecen a mis dominios. Como sabes, son el lugar al que van los héroes virtuosos, los justos y los verdaderos honestos. Fue un destino posible que se decidió desde el principio del todo para la existencia humana. Solo los dioses y los seres humanos puros de corazón pueden entrar allí.

—Los puros… Por eso tomas el cuerpo de la persona que consideras más pura de la Tierra. Para poder estar en los Campos Elíseos.

Hades volvió a sonreír. Esta vez fue más evidente. A pesar de que era su mismo rostro, Shun no podía evitar pensar que la persona que sonreía ante sus ojos no lucía para nada como él. Sus expresiones faciales podían adivinarse, acercarse a lo que uno conocía, pero no comprenderse a la cabalidad.

—Alone sentía que lo que hacía era realmente bueno y justo. No lo hacía por sí mismo, sino por el resto de la humanidad, al tener consciencia de lo que se vivía en las Prisiones del Inframundo. Utilizó mi poder para ese fin, y cuando desperté, no sabía si castigarlo o no. La gente estaba muriendo, el mundo se hundía en la calamidad de la que solo la humanidad era culpable, pero un humano me había manipulado para cumplir un objetivo similar.

—¿…Cuál es tu objetivo? —se atrevió a preguntar. Shun conocía la respuesta, no sabía cómo, pero la conocía. Hades sabía que él lo sabía también, pero ambos estaban al tanto de que Shun necesitaba escucharlo de sus labios.

—Me comparas con mi hermano. Poseidón buscaba hundir a la humanidad bajo sus propios pecados, salvando a aquellos que consideraba justos, y empezar con ellos un nuevo mundo, más obediente a los dioses. Pero yo no tengo intención de comenzar nada nuevo. Quiero que todo desaparezca en la oscuridad.

 

—Pero ¿por qué? No logro entenderlo, tú mismo dices que hay humanos puros de corazón en la Tierra, incluso si son pocos. ¿Por qué merecerían todos morir? ¿Por qué torturar a todos después de la muerte?

—Porque no hay otra manera. Los seres humanos no dejan de matarse, porque es su propia naturaleza. Originalmente, fueron creados con un ideal de justicia, pero de igual manera se corrompieron. Si salvas a unos pocos benevolentes, eventualmente éstos se decantarán por la violencia, lo que conlleva a más dolor, destrucción, y muerte para que se llenen mis salones. —La voz de Hades se hizo más profunda, y su voz estaba llena de una tristeza que solo Shun podía apenas imaginar, mientras que para los humanos normales no hubiera sido más que un ruido sordo.

Nadie más era capaz de comprender lo que significaba el dolor divino.

Hades extendió un brazo, y un sinfín de imágenes, formadas de humos rojos como sangre, apareció en la oscuridad. Shun se puso a llorar, sin poder cerrar los ojos o poder detenerse. Todos los pecados humanos aparecieron ante él.

—Muerte. Violencia. Guerra. Soledad. Desolación. Manipulación. Cacería. Miedo. Horror. Dolor. Suciedad. Pudrición. Extinción. —Con cada una de las trece palabras vinieron trece grupos de escenas que golpearon los ojos de Shun, que gimoteaba, gritaba y se lamentaba a la vez—. Eso es todo lo que tiene la Tierra. No importa cuánto tiempo pasen las almas en las Prisiones sufriendo por sus penas, pagando por sus pecados, tratando de recomponerse y hacerlo mejor. Cuando reencarnan, caen nuevamente en el mismo pecado. Es… mucho ruido. No hay paz. No hay tranquilidad. La humanidad no fue una buena creación. La sumiré en la oscuridad y el silencio para que las almas que ya están muertas puedan sanar y eventualmente descansar en los Campos Elíseos, y para que nadie más pueda ser violento en la Tierra.

Las imágenes continuaron pasando a pesar de que Shun cerró los ojos. Puso en sus manos el rostro y dejó que todas sus lágrimas fluyeran. Demasiado pecado, demasiada pena, y solo era sido una porción de las atrocidades en la historia humana. Estaba viendo cosas que jamás podría olvidar, y que nunca le dejarían dormir.

Snif, snif —gimoteó—, pero, yo… ¿q-qué tengo que ver con todo esto?

—El ciclo de nacimientos, decesos y reencarnaciones está dictado desde antes de mí. Solo algunas divinidades antiguas conocen el verdadero destino, y eso excluye tanto a Atenea como a mí.

Shun sintió unas líneas de calor en sus brazos mientras se cubría el rostro y las lágrimas, sin dejar de gimotear. Sentía que su corazón iba a estallar. Las marcas de sus dos cadenas ardieron, y ese dolor físico se sumó al de su alma.

—Andrómeda…

—Solo hay un ser completamente puro por generación que puede entrar conmigo a los Campos Elíseos. Además, cada generación de Santos incluye ochenta y ocho, entre billones de personas. La probabilidad de que entre esos guerreros sanguinarios se halle el huésped de Hades es tan baja que puede sorprender incluso a un dios.

—¿Q-qué? ¿N-ni Atenea ni tú…?

—El huésped de Hades es un Santo de Atenea. Eso significa que, a pesar de ser un Santo, te rehúsas a combatir, y tal como temes en lo profundo de tu corazón te conviertes en una carga para el Santuario. Atenea no lo sabía. Por otro lado, el Eclipse Eterno nunca terminará de completarse, y los Espectros no resucitarán. Eso lo provocas tú con tu voluntad, tu intención de enfrentarte a mí. Eso no lo supe yo hasta que desperté.

 

Shun se había salvado de la muerte gracias a Hades. Shun estaba evitando que las almas llegaran al sol oscuro de la Tierra, de manera inconsciente, así como prevenir a los Espectros de regresar, como Hades deseaba, lo que reducía aún más la cantidad de almas que se unían al Eclipse.

También era el más débil de los Santos de Atenea, porque estaba destinado a ser el avatar de Hades. El destino les había jugado una mala pasada a ambos dioses, utilizando la misma alma para tareas contradictorias. Ahora entendía por qué estaban charlando.

—¿Y p-por eso quieres… snif, snif, que te ayude? ¡Ahhh! —gritó Shun cuando una imagen particularmente violenta apareció en su cabeza—. ¿Q-quieres que abandone mi rol como Santo de Atenea p-para, snif, ya no ser un estorbo en tus planes?

—Ayudar es una palabra algo grande para la relación entre un dios y un humano. Lo que harás será servirme. Por eso abandonarás tu armadura y cortarás tu conexión con tus puntos estelares. —Hades movió las manos, y en las de Shun apareció una espada de rubíes, pesada y forjada con sombras. Junto a ellos surgió la constelación de Andrómeda, resplandeciendo con sus dieciséis estrellas lideradas por Alpheratz, todas flotando en la oscuridad, como si un pedazo del mismísimo firmamento se hubiera unido a su mente, solo por la voluntad del dios del Inframundo—. Sé tan bien como tú que deseas lo mismo que yo. No quieres más violencia en el mundo, y sabes que es un ciclo sin fin, si depende de ustedes. En tus manos tienes la oportunidad de conseguir tu deseo, Shun. Su nombre es Arche Angelós[1][2], la Espada del Inframundo.

—El «mensajero del origen» —comprendió Shun, eran palabras en un griego muy antiguo, aunque la espada las precedía—. ¿Es posible, con esto, cortar las estrellas…?

Shun observó la espada detenidamente. Era real, y parecía que el aire y las sombras se cortaban a su alrededor. Era una espada que solo traía silencio, y se alimentaba de toda la oscuridad que creaban las imágenes en su cabeza. Con ella, definitivamente sería capaz de cortar su conexión con las estrellas, convertirse en el huésped final de Hades, y servirle para que sumiera en sombras el mundo, acabando así con la violencia.

Con el filo de Arche Angelós podía cercenar también la conexión que tenía con el Santuario. Con sus amigos. Con Saori. Con June. Con su hermano… Ya había escuchado demasiado. Shun levantó la vista y se limpió las lágrimas después de despejar las imágenes de su cabeza, con el simple deseo de ignorarlas.

—Todo eso que me mostraste… ya lo conozco. No soy un tonto. Sé de todas las atrocidades que la humanidad ha cometido, y ciertamente no deseo más violencia. Pero… —Shun le sonrió a Hades, que mostró por primera vez una mueca de leve descontento, perdiendo la actitud serena por un efímero instante, así como la expresión de estatua que tenía—. Pero con eso también cortaría todo lo que me ha hecho ser yo. He conocido a personas maravillosas en mi vida, Hades. Personas que no le harían nunca mal a nadie, ni si fueran las únicas que interactuaran en la Tierra. No eres un ser humano, no entenderías el concepto de esperanza por más que te lo explicase.

—Shun. Humano. Asumo que eres consciente de a quién le estás hablando de esa manera. —La Espada del Inframundo apareció en la mano de Hades, y éste se acercó a Shun. Cada paso que daba sobre las sombras parecía apagar las llamas de la esperanza encendidas en su corazón. Ikki, June, Seiya, Shiryu, Dohko, Hyoga, Shaina, todas iban extinguiéndose a medida que el rey del infierno se le acercaba, y de alguna manera proyectaba una gran sombra aún más oscura que la del vacío en que se hallaban.

Pero no iba a sentirse amedrentado.

—No eres más que un desalmado con poder, y te cuesta entender las maneras en las que puedes equivocarte. No has logrado nada. Fallaste cuando Alone te manipuló, y ahora quieres mi ayuda para que no vuelva a ocurrir, en especial siendo yo un Santo, a lo cual todavía le temes.

—¿Ayuda? Tal como dije antes, no vas a ayudarme, sino que vas a servirme. No tienes opción en este asunto.

—Estás ocupando mi cuerpo y estoy despierto, no puedes…

Shun no consiguió terminar su oración. Hades le tomó el rostro con una mano, con una gentileza y suavidad inesperada, que de alguna manera le quebró el corazón y el alma. Solo tenía un pensamiento en la cabeza: “un dios no debería tocar a alguien tan vulgar y poca cosa como yo”. Las marcas en sus brazos provocadas por las cadenas que lo ataban se hicieron tan calientes que deseó dejar de tener extremidades.

—Shun. Decir que un dios no puede hacer algo es como decir que los humanos no nacen o mueren. Es una contradicción imposible. —Hades blandió a Arche Angelós y apoyó la punta en el pecho de Shun, a la altura del corazón. Las titilantes estrellas de la constelación de Andrómeda, a su lado, parecieron emitir un quejido, llenas de temor.

—Ugh… ah…

—Usando inconscientemente mi poder has hecho proezas increíbles, pero nunca más harás nada si atravieso tu alma y cerceno así tu conexión con esa constelación. Todo lo que has hecho con mi poder dejará de funcionar. El Fénix, por ejemplo, resucitando de sus cenizas, ha sido revivido una y otra vez por ti. Tus compañeros. Tus amigos. Cada vez que evitaban la muerte era porque tú te preocupabas de ellos. Eso nunca más ocurrirá. Los eliminaré de tu corazón y no volverán jamás, hasta que no quede ni su recuerdo.

Hades penetró la espada en el pecho de Shun, lentamente, pero con tal intensidad, tal tristeza y desolación, que Shun no pudo evitar gritar con fuerza, con los ojos nublándose en la oscuridad. Las estrellas lloraron.

—Ahh… ahhhhh… ¡¡¡ahhhhhhhhhhhhhh!!! —Sentía que le estaban arrancando el corazón, con todo y sus emociones y deseos. Su cuerpo se enfriaba. Nada importaba. En pocos segundos, dejaría de ser un Santo y abandonaría todo lo que le hacía ser él mismo. Dejaría de ser Shun.

—Tu alma se apagará, todas las flamas de lo que llamas esperanza se extinguirán, las dieciséis estrellas principales de tu constelación se sumirán en las sombras, y entonces tú mismo, blandiendo esta hoja, cortarás tu unión con Atenea y la protección que te ha ofrecido. Por tu propia mano terminarás con lo que te hace un Santo.

—Ah… ughh… ¡aaaahhh!

—Las almas de los seres humanos se unirán en el Eclipse Eterno, y tendrán una última vida en el más allá antes de desvanecerse de los recuerdos de sí mismos. No habrá nada. Y solo podrás mirar, oír y obedecer, sin saber por qué.

—Ahhhhh… I-Ikki… P-perdón… ¡¡¡AHHHHHH!!!

—Caerás en la oscuridad interminable, y solo serás el pozo sin fondo que obedece a mi voluntad. Así lo dicta Hades, rey del Inframundo, el dios de la sombra infinita. En el universo de los dioses, solo habrá silencio.

—¡Ahhhhhhhhh! —gritó Shun. Las cadenas en sus brazos resplandecieron, como si fuera un último grito desesperado. También lo hicieron las estrellas de su constelación, que se prepararon para ser cortadas por la espada que él mismo sería obligado a blandir. Una espada tan pesada que todo se doblegaba a su voluntad.

—Descansa.


[1] Arche, Aρχή en griego, es un principio que indica el origen de todo, en la filosofía griega antigua.

[2] Angelós, Aγγελος en griego, significa “mensajero”.


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#783 carloslibra82

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Publicado 02 septiembre 2023 - 16:31

Vaya, amigo Felipe, no sabes cuanto me alegré al ver que habías vuelto. Estos más de dos años entraba cada cierto tiempo para ver si volvías. Ya había perdido la esperanza, igual que Shun con la espada del inframundo. Pero llegó el momento de tu regreso. De verdad espero que todo vaya bien en tu vida y que no tengas dificultades. Por mi parte seguiré leyendo tu fic, es emocionante y lleno de sorpresas. Un gran saludo y ánimo en todo!!



#784 Rexomega

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Publicado 04 septiembre 2023 - 11:17

Saludos

 

Estaba tan pegado a la lectura que solo caí en un error (si hago mal en señalarlos, me dices): "y solo era sido una porción de las atrocidades en la historia humana. Estaba viendo cosas que jamás podría olvidar, y que nunca le dejarían dormir."

 

También hay una parte en la que dices que Hades no es como ninguna otra criatura, sino de otra especie. Se leyó algo raro. Me parece que es por el mismo párrafo en que dices que sus pupilas (¿pupilas, o iris?) son verdes del todo.

 

Son muchas las quejas que tengo con la Saga de Hades, algunas las resolvió Shiori Teshirogi con su Lost Canvas (por ejemplo, presentándonos una Guerra Santa que al menos cumple con la parte de guerra) y otras solo las heredó. Una de ellas, por ejemplo, es la presentación de Hades como un Señor del Mal cuando está por medio un tema tan complejo e interesante como la vida después de la muerte. En el debate final entre Hades y Saori sentí que faltaba algo, como siempre ocurre cuando de un lado están los buenos y del otro los malos. Lo que más perdura de esa escena en mi memoria es la promesa de Hades de que un día Saori comprendería que aquello en lo que creía era falso. Probablemente muchos lo tomaron como lo que era, la pataleta final de un villano ochentero en un manga que tenía que acabar sí o sí, por las razones que fueran, pero a mí me generó la expectativa de si pasaría algo en el futuro, entre Atenea y la humanidad. Por supuesto, no fue, ni creo que sea el caso, Saori hizo algo tonto y los dioses la van a castigar. Los humanos no importan, son la damisela en apuros de las películas clásicas, solo que están de fondo, no atadas en un poste durante la batalla final.

 

¿Y a qué viene todo esto? No es cuestión echar sobre tus hombros mis viejas expectativas, mi deseo de ver algo más complejo que la lucha entre un bien (representado por el perdón después de la muerte, ya que la vida es dura de por sí) y un mal (representado por el castigo después de la muerte para limitar la capacidad del hombre para hacer el mal) sino más bien dar voz a una nueva, que es, si esto es la versión mejorada de la Saga de Hades, ¿llegaremos a ver algo más jugoso que lo que vimos? ¿Siquiera es posible algo así?

 

Me ha gustado mucho el capítulo, como imaginarás. Pocos temas me resultan tan atractivos como la mitología griega, sus dioses y héroes. Más los dioses, cosa rara y extraña, lo natural es que uno tenga más presentes a Heracles, Perseo, Jasón y Odiseo, entre otros. Siento que has podido conciliar el tener que mantenerte fiel a un canon (en este caso, Lost Canvas y su versión de la Guerra Santa de 1743) y dar algo de luz a este personaje tan sombrío. Hades busca la muerte de todos. Lo encuentro algo drástico y extraño para quien no es el dios de la muerte en los mitos, sino el alcaide de nuestro último lugar de retiro, pero es lo que hay y hay que trabajar con eso. Aquí Hades sigue siendo inflexible en su parecer, y es normal, no solo es un dios, lo que ya limita en demasía el número de gente que lo puede corregir, sino que además es el principal testigo de cómo lo que dice es cierto. No importa el momento, ni el lugar, no importa el sistema político, económico y social del que hablemos, ni las ideologías, ni nada, al final siempre habrá gente malvada, constantemente. Me llamó la atención los trece, digamos, males que muestra, porque uno de ellos es la guerra y dijiste que Hades es uno de los doce olímpicos... ¿A quién echaste del panteón? Perdona si ya debería saberlo, han pasado muchos años y mi memoria ya no es aprueba de bombas. No hay una respuesta fácil a eso, no puedes solo decir que está mal, incluso si como humano sientes, cosa normal, que está mal matar a miles de millones de personas, por incorregibles que seamos como especie. Realmente está mal, pero no puedes dar una alternativa para que toda esa situación cambie porque realmente no la hay, lo que lleva a uno de los mitos más efectivos de los griegos. La esperanza como lo último que se pierde. Pues, ¿qué otra cosa queda sino eso, ante aquella situación? La misma, aunque con matices, que la Tierra en que vivieran Prometeo, Pandora, Epimeteo y todo esos. 

 

Me llamó la atención una línea en la que hablas de que la humanidad fue creada con justicia, pero se corrompió. ¿El mito de las edades? Yo traté de conciliar esa historia con la de la Caja de Pandora y el diluvio de Deucalión (bueno, se entiende que estos dos van de la mano, porque Deucalión desciende de Prometeo y su esposa Pirra de Pandora), complicado, pero entretenido. No puedo decir que me disguste que la maldad humana de la que se quejan los dioses es realmente humana, da un sentido a su visión, incluso si esta puede ser cruel y despiadada.

 

Me podría quedar aquí un rato hablando de cada detalle (como el debate entre que Shun entiende a Hades y al tiempo tiene una vida de la que no quiere despegarse, la calificación de un dios como un ser realmente incomprensible para los humanos, la importancia que le das al hecho de que Shun fuera el avatar de Hades... ¡Esto último ha estado de diez! No solo que sea él el que evite que regresen los espectros y que sea por su causa que Ikki vuelva de entre los muertos y los protagonistas no terminen de morirse, sino el problema que causa que Shun sea, a la vez, santo y avatar de Hades; en la obra original ese tema casi que se cierra como: "Tío, soy Atenea, la niña de los ojos de Zeus, el padre de todos, ser santo tiene prioridad a ser avatar de un dios. Sorry, but no sorry"), pero mi tiempo escasea y quería destacar una cosa más. El tema de ser puro, a pesar de haber matado, es algo que me llama poderosamente la atención, porque te deja la pregunta de qué se juzga en realidad en el inframundo. ¿Los actos? No deberían, pues Shun ha matado. ¿Los pensamientos? Es un poco injusto. ¿Cómo te sientes después de haber hecho algo? ¿Quienes matan convencidos de que lo hacen por un bien mayor (a veces no convencidos por sí mismos, sino por el típico líder trajeado que mira todo desde lejos) siguen siendo puros? ¿Qué es la pureza entonces? Es curioso porque apenas pensé sobre el tema viendo la Saga de Hades. Daba por sentado que Shun era un buen chico porque es el buen chico del grupo de cincos, aunque me parece que más adelante sí que pensé: "A ver, alguien tan intransigente como Hades, que tiene en cuenta hasta lo que hacía Seiya siendo un chiquillo, ¿deja pasar sin más la muerte de Afrodita?" Uno podría decir que los dioses son un poquito menos injustos que lo que acostumbran y tienen en cuenta que ciertos pecados los hacen porque sirven a los dioses, pero no es el caso en la obra original, como vimos en el río Cocito. En fin, es un tema curioso, el de la pureza, el bien y el mal, si profundizas en él. Toda la escena sobre la situación de Shun me recordó a una serie policial, que justo este año tuvo película, Psycho Pass, donde el potencial criminal de la gente se mide en un coeficiente para la mayoría, pero los hay que tienen el coeficiente claro pese a matar. ¿Será todo una cuestión de perspectiva e introspección?

 

Por cierto, me deja dudando la parte en la que Hades escoge un alma pura para poder entrar en los Campos Elíseos. ¿Hasta dónde llegará la posesión de Shun aquí? En la obra original, sentí que para haber visto a un protagonista ser el recipiente del mayor enemigo de Atenea (poderoso, pero por debajo de según qué seres para según qué asuntos; imagino que te referías a las Moiras), todo se resolvía y se pasaba debajo de la alfombra como si fuera algo de polvo. Encuentro, exorcismo y batalla final. ¿Será que aquí el enfrentamiento final será con Shun (Hades) al estilo del Episodio GA? No creo que vaya a morir, por alguna razón, aunque a veces pienso que la muerte de Seiya le daba un paso mayor a la Saga de Hades de lo que tiene ahora, pero sería un giro de lo más interesante y bienvenido. 

 

Entré pensando que escribiría una reseña más corta porque no tenía quejas, y aquí sigo, ¡y podría seguir! Pero, por el momento, me despido, que aún tengo que publicar.


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#785 -Felipe-

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Publicado 09 septiembre 2023 - 22:32

Vaya, amigo Felipe, no sabes cuanto me alegré al ver que habías vuelto. Estos más de dos años entraba cada cierto tiempo para ver si volvías. Ya había perdido la esperanza, igual que Shun con la espada del inframundo. Pero llegó el momento de tu regreso. De verdad espero que todo vaya bien en tu vida y que no tengas dificultades. Por mi parte seguiré leyendo tu fic, es emocionante y lleno de sorpresas. Un gran saludo y ánimo en todo!!

Muchas gracias, Carlos, mi más antiguo lector. Honestamente me alegran esas palabras.

Igualmente, mucho ánimo para ti en todo, y ojalá te agrade la lectura!

 

 

Saludos

 

Estaba tan pegado a la lectura que solo caí en un error (si hago mal en señalarlos, me dices): "y solo era sido una porción de las atrocidades en la historia humana. Estaba viendo cosas que jamás podría olvidar, y que nunca le dejarían dormir."

 

También hay una parte en la que dices que Hades no es como ninguna otra criatura, sino de otra especie. Se leyó algo raro. Me parece que es por el mismo párrafo en que dices que sus pupilas (¿pupilas, o iris?) son verdes del todo.

 

Son muchas las quejas que tengo con la Saga de Hades, algunas las resolvió Shiori Teshirogi con su Lost Canvas (por ejemplo, presentándonos una Guerra Santa que al menos cumple con la parte de guerra) y otras solo las heredó. Una de ellas, por ejemplo, es la presentación de Hades como un Señor del Mal cuando está por medio un tema tan complejo e interesante como la vida después de la muerte. En el debate final entre Hades y Saori sentí que faltaba algo, como siempre ocurre cuando de un lado están los buenos y del otro los malos. Lo que más perdura de esa escena en mi memoria es la promesa de Hades de que un día Saori comprendería que aquello en lo que creía era falso. Probablemente muchos lo tomaron como lo que era, la pataleta final de un villano ochentero en un manga que tenía que acabar sí o sí, por las razones que fueran, pero a mí me generó la expectativa de si pasaría algo en el futuro, entre Atenea y la humanidad. Por supuesto, no fue, ni creo que sea el caso, Saori hizo algo tonto y los dioses la van a castigar. Los humanos no importan, son la damisela en apuros de las películas clásicas, solo que están de fondo, no atadas en un poste durante la batalla final.

 

¿Y a qué viene todo esto? No es cuestión echar sobre tus hombros mis viejas expectativas, mi deseo de ver algo más complejo que la lucha entre un bien (representado por el perdón después de la muerte, ya que la vida es dura de por sí) y un mal (representado por el castigo después de la muerte para limitar la capacidad del hombre para hacer el mal) sino más bien dar voz a una nueva, que es, si esto es la versión mejorada de la Saga de Hades, ¿llegaremos a ver algo más jugoso que lo que vimos? ¿Siquiera es posible algo así?

 

Me ha gustado mucho el capítulo, como imaginarás. Pocos temas me resultan tan atractivos como la mitología griega, sus dioses y héroes. Más los dioses, cosa rara y extraña, lo natural es que uno tenga más presentes a Heracles, Perseo, Jasón y Odiseo, entre otros. Siento que has podido conciliar el tener que mantenerte fiel a un canon (en este caso, Lost Canvas y su versión de la Guerra Santa de 1743) y dar algo de luz a este personaje tan sombrío. Hades busca la muerte de todos. Lo encuentro algo drástico y extraño para quien no es el dios de la muerte en los mitos, sino el alcaide de nuestro último lugar de retiro, pero es lo que hay y hay que trabajar con eso. Aquí Hades sigue siendo inflexible en su parecer, y es normal, no solo es un dios, lo que ya limita en demasía el número de gente que lo puede corregir, sino que además es el principal testigo de cómo lo que dice es cierto. No importa el momento, ni el lugar, no importa el sistema político, económico y social del que hablemos, ni las ideologías, ni nada, al final siempre habrá gente malvada, constantemente. Me llamó la atención los trece, digamos, males que muestra, porque uno de ellos es la guerra y dijiste que Hades es uno de los doce olímpicos... ¿A quién echaste del panteón? Perdona si ya debería saberlo, han pasado muchos años y mi memoria ya no es aprueba de bombas. No hay una respuesta fácil a eso, no puedes solo decir que está mal, incluso si como humano sientes, cosa normal, que está mal matar a miles de millones de personas, por incorregibles que seamos como especie. Realmente está mal, pero no puedes dar una alternativa para que toda esa situación cambie porque realmente no la hay, lo que lleva a uno de los mitos más efectivos de los griegos. La esperanza como lo último que se pierde. Pues, ¿qué otra cosa queda sino eso, ante aquella situación? La misma, aunque con matices, que la Tierra en que vivieran Prometeo, Pandora, Epimeteo y todo esos. 

 

Me llamó la atención una línea en la que hablas de que la humanidad fue creada con justicia, pero se corrompió. ¿El mito de las edades? Yo traté de conciliar esa historia con la de la Caja de Pandora y el diluvio de Deucalión (bueno, se entiende que estos dos van de la mano, porque Deucalión desciende de Prometeo y su esposa Pirra de Pandora), complicado, pero entretenido. No puedo decir que me disguste que la maldad humana de la que se quejan los dioses es realmente humana, da un sentido a su visión, incluso si esta puede ser cruel y despiadada.

 

Me podría quedar aquí un rato hablando de cada detalle (como el debate entre que Shun entiende a Hades y al tiempo tiene una vida de la que no quiere despegarse, la calificación de un dios como un ser realmente incomprensible para los humanos, la importancia que le das al hecho de que Shun fuera el avatar de Hades... ¡Esto último ha estado de diez! No solo que sea él el que evite que regresen los espectros y que sea por su causa que Ikki vuelva de entre los muertos y los protagonistas no terminen de morirse, sino el problema que causa que Shun sea, a la vez, santo y avatar de Hades; en la obra original ese tema casi que se cierra como: "Tío, soy Atenea, la niña de los ojos de Zeus, el padre de todos, ser santo tiene prioridad a ser avatar de un dios. Sorry, but no sorry"), pero mi tiempo escasea y quería destacar una cosa más. El tema de ser puro, a pesar de haber matado, es algo que me llama poderosamente la atención, porque te deja la pregunta de qué se juzga en realidad en el inframundo. ¿Los actos? No deberían, pues Shun ha matado. ¿Los pensamientos? Es un poco injusto. ¿Cómo te sientes después de haber hecho algo? ¿Quienes matan convencidos de que lo hacen por un bien mayor (a veces no convencidos por sí mismos, sino por el típico líder trajeado que mira todo desde lejos) siguen siendo puros? ¿Qué es la pureza entonces? Es curioso porque apenas pensé sobre el tema viendo la Saga de Hades. Daba por sentado que Shun era un buen chico porque es el buen chico del grupo de cincos, aunque me parece que más adelante sí que pensé: "A ver, alguien tan intransigente como Hades, que tiene en cuenta hasta lo que hacía Seiya siendo un chiquillo, ¿deja pasar sin más la muerte de Afrodita?" Uno podría decir que los dioses son un poquito menos injustos que lo que acostumbran y tienen en cuenta que ciertos pecados los hacen porque sirven a los dioses, pero no es el caso en la obra original, como vimos en el río Cocito. En fin, es un tema curioso, el de la pureza, el bien y el mal, si profundizas en él. Toda la escena sobre la situación de Shun me recordó a una serie policial, que justo este año tuvo película, Psycho Pass, donde el potencial criminal de la gente se mide en un coeficiente para la mayoría, pero los hay que tienen el coeficiente claro pese a matar. ¿Será todo una cuestión de perspectiva e introspección?

 

Por cierto, me deja dudando la parte en la que Hades escoge un alma pura para poder entrar en los Campos Elíseos. ¿Hasta dónde llegará la posesión de Shun aquí? En la obra original, sentí que para haber visto a un protagonista ser el recipiente del mayor enemigo de Atenea (poderoso, pero por debajo de según qué seres para según qué asuntos; imagino que te referías a las Moiras), todo se resolvía y se pasaba debajo de la alfombra como si fuera algo de polvo. Encuentro, exorcismo y batalla final. ¿Será que aquí el enfrentamiento final será con Shun (Hades) al estilo del Episodio GA? No creo que vaya a morir, por alguna razón, aunque a veces pienso que la muerte de Seiya le daba un paso mayor a la Saga de Hades de lo que tiene ahora, pero sería un giro de lo más interesante y bienvenido. 

 

Entré pensando que escribiría una reseña más corta porque no tenía quejas, y aquí sigo, ¡y podría seguir! Pero, por el momento, me despido, que aún tengo que publicar.

Los errores se siguen y seguirán pasando. Es inevitable. Tengo una compilación con todas tus correcciones, de hecho, para las versiones PDF jeje

Bueno, como siempre he dicho, mi intención (más allá de que se haya cumplido o no) ha sido "mejorar" los agujeros en la Saga de Hades, y en SS en general. Adaptarlo, cambiar ciertas cosas para bien o para mal. Siento que la lucha entre el bien y el mal no puedo (o quiero) cambiarla, por más que me chirríe que Hades sea un "dios malvado" en lugar del único decente entre tres hermanos. Lo que sí quiero hacer es darle a Hades una motivación para hacer lo que hace. En este caso, la primera capa es lo mencionado: hay mucho ruido en el mundo, y quiere que todo se acabe. La idea es desarrollarlo sobre ese punto. Saori es algo más complicada, y para eso está la presencia de "Atenea" haciendo ruido en esta trama.

 

Sí, hay un poco de lo de Hesíodo aquí, pero más en la idea de que, desde la perspectiva de Hades, la humanidad es otro intento fallido. Pero, ¿es la maldad y corrupción humana una cosa inherente de este intento, o es un fracaso de los dioses? ¿O siquiera tienen relación una con la otra? Tengo planes para discutir eso pero en la última parte de la saga.

 

Ufff, mencionas lo de Shun y Hades. Una de las cosas que más me ha hastíado de mí mismo leyendo el manga o viendo el anime, es que al llegar a Elysion generalmente ya me he olvidado de que uno de los que está peleando allí es Shun, el cuerpo elegido por Hades. Se me olvida completamente. Tal vez no es falta de atención, claro. Pero que ni el propio Hades, ni los dioses Gemelos, dicen una mísera línea sobre el asunto... es molesto. Muy molesto. Sí, es una de las cosas definitivamente a cambiar aquí, no sé si tanto siguiendo el G, pero bueno... no puedo dar más detalles, y espero que sea un cambio positivo.

 

Como siempre, muchas gracias por comentar Rexo. Espero genuinamente no defraudar.

 

 

 

 

SEIYA VI

 

 

Caina, Octava Prisión. Inframundo.

Abrió los ojos con pesadez. Supo que eso era una buena señal, pues los muertos no podían abrir y cerrar los ojos. Estaba vivo…, aunque inmovilizado. Sus extremidades estaban atadas por cadenas de mortemita, dado el color, contra una pared, como si fuera un héroe de película medieval.

A la izquierda había una mesa con herramientas de todo tipo, muchas de las cuales no reconoció. No eran como las de Muu. Se encontraba en una habitación pequeña y muy oscura, y hacía mucho frío. Miró a la derecha, donde se hallaba una puerta que llevaba a un corredor apenas iluminado con una llama verde. De hecho, toda la habitación irradiaba esas pequeñas luces verdes que hacían que la oscuridad no fuera total.

Trató de zafarse. El esfuerzo le hizo gemir fuertemente de dolor. Se miró hacia abajo y recordó que alguien le había atravesado el estómago. La zona no dejaba de sangrar y le dolía como mil diablos cada vez que intentaba un movimiento brusco. Además, no estaba portando su armadura, y no tenía idea dónde estaba. No solo porque no pudiera verla, sino porque… era como si hubiera perdido la conexión con ella. No podía sentirla en ninguna parte.

Miró adelante. Un par de ojos azules tenebrosos y un rostro pálido y casi triangular lo enfrentaron. No era una cara de buenos amigos. Lo recordaba, con su Surplice azul grisácea y sus enormes y muy probablemente incómodas alas. Se había enfrentado a él en el Castillo Heinstein, y hace un rato le había atravesado el pecho tras asesinar a su propio compañero, el Espectro de Kelpie.

—Valentine de la Arpía. ¿A qué gracia del universo le debo la visita del perrito favorito de Radamanthys?

Un puñetazo poderoso, pero no letal en la zona abdominal, le calló. No parecía ser tortura casual. Valentine lucía realmente molesto por algo.

—¿Por qué tú?

—¿Q-qué…?

—¿Qué tienes tú, Pegaso? Mi señor Radamanthys acabó contigo en la superficie, y él nunca falla en acabar con su presa. Pero caíste al Inframundo vivo. Muchos Espectros han sido víctimas tuyas. ¿Por qué?

—¿Q-quién, cof, cof… quién sabe por qué hace uno las cos…? ¡¡¡Ahhh!!! —gritó Seiya tras recibir un nuevo puñetazo. Esta vez, mientras sangraba por la boca, vio a la Arpía alejarse de él, dirigiéndose a la mesa de herramientas.

—Hay algo raro en ti, Pegaso. Caina te identificó en el firmamento del Inframundo antes de que mi señor se fuera. Por eso te traje hasta aquí. ¡¡Caina te había identificado!!

—¿Caina?

Sabía de ese lugar, los Esqueletos lo mencionaban con veneración. Era el hogar de Radamanthys…, pero si era así, significaba que se encontraba en la Octava Prisión, en el círculo más bajo del Inframundo… cerca de Judecca. ¡Eso explicaba el horrendo frío!

—Maldita sea. ¡Malditos sean ustedes! —Valentine tomó unas herramientas negras y muy extrañas, largas y con cinco puntas en forma de estrella, muy afiladas—. El señor Radamanthys desapareció, y no hemos podido encontrarlo. Gordon y Queen están obviamente muertos. Todas las Estrellas Terrenales del Wyvern se apagaron, sin volver, y de entre las Estrellas Celestiales solo quedamos Sylphid, Nezamsyil y yo. ¡Dime por qué!

—Oye, oye, aleja eso de mí…

—Desde que caíste al Inframundo las cosas no han estado bien. Explícame por qué, Pegaso. ¿¡Qué te hace tan especial!? ¿¡POR QUÉ TE MARCÓ CAINA!?

Valentine atravesó el pecho de Seiya con la extraña herramienta, y las cinco puntas parecieron extenderse por su cuerpo, entrando por sus venas como si las llevaran cables. Dos a sus manos, dos a sus pies, y una a su cuello… El dolor físico, acompañado de la ligera carga eléctrica casi destruyó su voluntad. Ni siquiera pudo gritar, porque sentía que cualquier esfuerzo era inútil. No había vida en su cuerpo, pocas veces había sentido un dolor así de intenso.

Tortura. En el agujero más profundo del infierno, ¿qué más se podía esperar?

—La única forma de que Caina lo marcara, es que él ya hubiera estado aquí —dijo una voz. Seiya lo reconoció también, era el líder de la élite de Radamanthys, el silencioso y misterioso Sylphid de Basilisco, que surgió de entre las sombras sin que ni siquiera su compañero se percatase. Como lo recordaba, era todo frialdad, emitiendo veneno por sus ojos violetas.

—¡Sylphid! ¿Dónde diablos estabas? —preguntó Valentine, retirando su objeto de tortura del cuerpo de Seiya, quien soltó un suspiro de alivio—. ¿Sabes dónde está nuestro señor? ¿Y qué es con eso de que Pegaso ya estuvo aquí?

—Calma, Valentine —sentenció Sylphid, callando la voz de su compañero con una autoridad impresionante—. Sabes como son las cosas, ¿no? Mientras recibías la misión de ir a buscar a Pegaso, yo estaba allí con Radamanthys. Yo lo dejé ir antes de que un gran rayo de luz roja apareciera en el firmamento escarlata, apenas visible, pero capaz de hacer retumbar todo desde aquí a Judecca. Me dejó a cargo en caso de que algo le sucediera, y eso es lo que acaba de ocurrir, aunque ni tú ni yo lo deseásemos.

—¿Rayo rojo? ¿Me estás diciendo que…? —Una serie de gotas de sudor bajaron por el rostro afilado del Espectro—. ¿Antenora?

—Probablemente. Y tendremos que hacernos cargo de ello después de terminar con este asunto. Para el señor Radamanthys esto tendría prioridad…

—Entonces habrá que desobedecerle. No me importa si Pegaso se pudre en este infierno congelado, voy a destruir Antenora con mis manos. ¡Maldita sea, ya se veía venir con el imbécil de Aiacos, pero jamás pensé…!

—¿Qué cosa? ¿Aiacos venció a Radamanthys? —Seiya se permitió una sonrisa. Ver lo que él y sus compañeros habían vivido meses atrás en el Santuario, una guerra civil del otro lado, no le generó empatía, sino que una satisfactoria sensación de cruel placer—. Es lo mejor que podría pasar. Mátense entre ustedes, desgraciados.

Otro puñetazo, esta vez más fuerte que el anterior, y acompañado de la malnacida herramienta de cinco puntas. Oleadas de sufrimiento recorrieron su cuerpo, su herida en el abdomen volvió a disparar chorros de sangre caliente, y solo su fuerza de voluntad le impidió gemir.

Había perdido su conexión con su Cosmos y su armadura. No quedaba nada.3658/

—¡Que te calles, Pegaso! ¡Sylphid! Explícate de una vez con eso de que este jodid.o cretino ya estuvo aquí. No lo entiendo, ¡todas las almas han estado alguna vez aquí, como parte del ciclo de reencarnación! ¿Qué tiene esto de distinto?

—Así es, pero Caina lo marcó porque, probablemente, el espíritu de Pegaso no fue limpiado en su viaje de regreso por el Lethe. Aún recuerda.

—¿Qué? —Un tic nervioso se asomó en un ojo de Valentine mientras lentamente torcía el cuello para mirar a Seiya—. ¿Me estás diciendo que Pegaso no se renovó? ¿…Me estás diciendo que es el mismo?

—Probablemente.

—¡Pero no tiene sentido! Todas las almas humanas llegan como nuevas al infierno, ¡ese es el malnacido punto de ser almas!

—No entiendo un DIABLO de lo que estás cuchicheando como colegialas, pero creo que me compete. ¿Les importaría no dejarme de lado? —Seiya volvió a sonreír. No les daría la satisfacción de dejarse vencer mentalmente, incluso si hace tiempo no sentía tanto dolor como ahora.

Esta vez, fue Sylphid quien se adelantó. Acercó su mano al rostro de Seiya, y un olor pútrido y tóxico se liberó de sus dedos. Sus ojos violetas parecían incapaces de emitir emociones, aunque sí eran capaces de penetrar su alma.

—No me importa si mueren las Estrellas Terrestres y Celestiales, para ser honesto. No mientras Radamanthys esté a salvo —dijo con voz fría como el hielo. El perro que más le movía la cola al Wyvern sonaba como alguien temible ahora que había sido ascendido, y Seiya no pudo evitar un escalofrío—. Podría envenenarte sin problema, Pegaso, pero no lo haría por vengar a mis compañeros, sino para devolverte la herida que dejaste en el pecho de mi señor, en el castillo Heinstein. Allí estaba vulnerable a un ataque de alguien traicionero como un Santo… Pero no, no te mataré.

—Sylphid, ¿por qué no le mataríamos? Claramente está detrás de todo esto, es una anomalía que ha estado afectado al Inframundo desde que llegó —protestó Valentine.

—Porque nuestro trabajo, ahora que somos los únicos que quedamos, es proteger a Radamanthys y evitar que otros vuelvan a tocarlo. Pegaso ya estuvo aquí, Valentine, y en el fondo, su alma recuerda eso. Pegaso es una abominación en el Inframundo. Una que solo nosotros, que podemos ver la bóveda de Caina, conocemos.

—¿Estás implicando…? —Una sonrisa se asomó en el rostro de hierro blanco de la Harpía, que giró la vista hacia Antenora, muy a lo lejos—. Una bomba que ni Aiacos esperaría. Un caballo alado como el de Troya, que podría destruir Antenora solo porque el Inframundo lo quiere vivo, ¿eso es lo que quieres decir? ¿Matar dos pájaros de un tiro?

—Tres, de hecho. De esa manera, protegeremos también proteger al señor Hades de la locura de Garuda sin siquiera acercarnos a Judecca.

—E-esperen… ¿qué están diciendo? ¿Quieren usarme como… arma?

—Primero habrá que modificarte, Pegaso. —Valentine sacó otra herramienta, una con una larga y afilada jeringa negra que liberaba un pus marrón—. Habrá que convertirte en una bomba, como le llamas. Y te prometo que dolerá.

La inyección le hizo sentir tonto. Había pensado que la primera herramienta había sido el peor dolor que había sentido. Esto fue mucho peor. Sintió que sus ojos se salieron de sus huecos, que sus uñas fueron arrancadas de cuajo, y que su cuerpo amenazaba por partirse desde adentro. Era como si algo aterrador comenzara a crecer en su interior.

—Mortemita en estado líquido —dijo Sylphid, que usó la otra mano para tocar el abdomen atravesado de Seiya, causándole una punzada aborrecible aparte del dolor casi indescriptible que ya tenía—. Derrite el interior de tu cuerpo y crea un espacio en el que pondré mi veneno. Cuando se libere, quizás tú mismo te mueras al fin, Pegaso. Pero no me interesa mientras caigan mis verdaderos objetivos.

Había ocurrido lo mismo en el castillo. A Sylphid no le interesaba que supieran cómo realizaba sus técnicas, o qué estrategias utilizaba para ganar. Sin embargo, esta vez no sería suficiente. “Te demostraré de qué estamos hechos los Santos”, pensó Seiya.

Cerró los puños, y logró a duras penas que sus nudillos brillaran como zafiros. Valentine dio un paso atrás, sorprendido por el repentino subidón de energía de Seiya, pero Sylphid no tuvo la misma reacción. En su lugar, ante el Santo de Pegaso abrió los ojos muy grandes, y dos resplandores iluminaron la instancia, que pasó del verde de las antorchas al tono púrpura de la toxicidad.

Mirada de Abatimiento.

Seiya relajó los brazos. Incluso los dedos de sus pies dejaron de moverse. Sus ojos se cerraron mientras el poco Cosmos que había logrado extraer de su fuente, volví a caer en ésta. Había sido un idiota. Había visto hacerle esa técnica cuando se enfrentó a Hyoga en el castillo, y el Cisne solo logró bloquearlo gracias a su aire frío… Seiya no tenía la misma ventaja.

—M-mi-erda… n-no puedo moverme…

—El Basilisco puede paralizar a todos quienes ver sus ojos, y después les roba el alma con su veneno. Pudrición de Depredación.

El aire venenoso del Espectro comenzó a entrar por sus poros. Sintió que algo se derretía en su interior, como si el veneno cambiara algo en su organismo. Era como si se convirtiera en el mismísimo aire tóxico, y se inflara para explotar en el momento preciso. Sus dedos, sus ojos, sus orejas, su lengua y todavía más adentro, sus huesos, sus músculos, su garganta, todo se llenaba de algo que le impedía respirar. Quiso toser, pero no pudo, le era imposible controlar su respiración, otro efecto de la mortemita líquida que le estaban inyectando mientras la nube tóxica entraba a su cuerpo.

Por primera vez en mucho tiempo, sintió la pequeña necesidad de morir… Iba a ser convertido en una bomba para que Antenora fuera destruida, y quizás, según lo que habían dicho los dos Espectros, ni eso sería suficiente para que el Inframundo quisiera tomarlo como suyo. Iba a perder el conocimiento pensando en ello… en lo extraño que era todo el asunto. ¿Cómo era eso de que su alma “recordaba”? ¿Cómo era eso de que no era primera vez que estaba en el Inframundo sin ser “limpiado”?

Eso era todo lo que funcionaba en su organismo. Su mente. Su Cosmos se había apagado a la fuerza, así como sus cinco sentidos, que lo habían abandonado.

O eso había asumido, pero claramente se había equivocado, pues ahora estaba escuchando una bella música más allá del murmullo sin sentido que intercambiaban Valentine y Sylphid.

—Les ordenaré dos cosas —dijo una voz que era al mismo tiempo autoritaria y sumamente calma, la misma sensación que generaban las notas de la música que cubría el aire repleto de flamas verdes.

—¿Quién está…? No… ¿Qué haces tú aquí? —protestó Valentine, y Seiya pudo oírlos con claridad, pues Sylphid dejó de liberar su Pudrición de Depredación, aunque no le quitaba los ojos de encima.

—La primera orden es que liberarán a Pegasus Seiya. La segunda es que me dirán cuál es el camino al Muro. Tienen diez segundos para cumplir ambas.

Tres frases pausadas, y las tres las había oído desde direcciones distintas. Cuando Seiya reunió la fuerza suficiente para abrir los ojos, vio una serie de imágenes que llenaron su corazón de esperanza y felicidad. Se permitió una sonrisa socarrona. El más poderoso Santo de Plata había aparecido, convertido en una serie de clones semitransparentes que habían sido creados por la Obertura.

—Nueve.

—Así que era verdad que nos traicionaste, Orphée de Lira —susurró Sylphid con voz de serpiente, aun dándole a Orphée la espalda. Por primera vez, Seiya notó una pizca de emoción en su tono, y pudo verlo en sus ojos.

—Los reportes indicaban que te hallabas en la Décima Fosa, ¿acaso las Monjas no pudieron detenerte? —dijo Valentine, abriendo las alas con aire amenazante. Ante esto, los clones de Orphée abrieron la boca al mismo tiempo, con expresión fría.

—Cinco.

—Si quito la Mirada de Abatimiento, Pegaso nos dará problemas —explicó Sylphid, cuyos ojos seguían liberando rayos púrpuras—. Tú encárgate del traidor, Valentine.

—No tienes que decirlo dos veces. Me tragaré tu vida, ¡Avaricia: La Vida!

Valentine levantó los brazos, y al cruzarlos sobre su cabeza, los rayos de luz de su técnica se extendieron por Caina como locos. No parecía importarle si destruía el edificio de paso, con tal de eliminar a todos los clones del Santo de Plata.

Sin embargo, éste claramente no estaba para juegos. Aunque sus rivales eran tan poderosos como Santos de Oro, el mismo Orphée también era famoso, siendo uno de los Cuatro de Oro Blanco. Deshizo la Obertura casi de inmediato tras la eliminación de la mitad de sus ilusiones, y solo el verdadero quedó, saltando hacia Valentine con un rostro lleno de determinación, rasgueando las cuerdas de su arpa lunar.

La música cambió, acelerándose sin ninguna lenta fase previa. Las cuerdas salieron del arpa convertidas en cientos de afiladas espadas que atacaron feroz y brutalmente el cuerpo de Valentine, que logró protegerse con sus alas, aunque las cuerdas golpearon con tanta violencia que tres de ellas penetraron la defensa de la Arpía, cruzaron a través de la Surplice, y azotaron al Espectro, que se estrelló en el suelo.

—Ja, ja, ja, Avaricia: La Vida puede robar la energía de quienes la reciben… pero también puedo alimentarme directamente del alma.

—¡Orphée, cuidado! —gritó Seiya, a pesar de que su lengua había sido paralizada por la Mirada de Abatimiento, pero no le importó hacerse daño para alertar al músico. Una serie de horrendas criaturas aladas se hallaban detrás de él.

Avaricia: ¡Dulce Chocolate![1] —gritó Valentine, habiendo conjurado un ejército de arpías mágicas mientras la Museta de Orphée atacaba. Las bestias bailaron en el aire antes de dirigirse al arpista abriendo las fauces, mostrando horribles series de colmillos, y pares de garras infernales, que amenazaban con robar la vida de sus víctimas.

La mano de Orphée se movió hasta convertirse en una borrasca plateada, y sus dedos cambiaron de melodía de manera imposible. La música estridente creó una centena de pétalos de flores blancas que bailaron alrededor de los cuatro hombres presentes, así como las primeras descargas eléctricas de la técnica maestra del Santo de Lira, el Nocturno.

Más rápidamente que las arpías, las alas batientes de Valentine, o incluso la mirada de Seiya, que intentaba seguir la acción, los relámpagos del Nocturno destruyeron partes de los muros de Caina y eliminaron a las arpías de Avaricia: Dulce Chocolate, antes siquiera de que pudieran acercarse a medio metro de Orphée.

Los rayos continuaron cayendo, acercándose peligrosamente a Valentine, a toda velocidad, hasta que un fuerte viento se levantó, a lo que siguió un remolino. Orphée fue arrojado hacia arriba bruscamente, atrapado por los potentes vientos púrpuras liberados no por el Espectro de Arpía, sino por Basilisco…

Aletazo de Aniquilación[2] —dijo el Espectro, que ahora le clavaba la mirada al Santo de Plata. En medio de los vientos iban líneas negras, hechas del mismo veneno que había aplicado en el cuerpo de Seiya, pero concentrado en masa a presión.

Esto fue algo que Seiya pudo notar perfectamente, pues Sylphid lo había liberado de la Mirada de Abatimiento, y apenas vio su oportunidad, tensó los músculos de todas sus extremidades, se liberó de las cadenas de mortemita, y empujó a Orphée lejos del veneno arrojado en medio del Aletazo de Aniquilación.

Seiya y Orphée cayeron al suelo y se pusieron en guardia, uno junto al otro, frente a los dos miembros restantes de la élite de Radamanthys. Aunque Seiya no podía percibir la energía de los Espectros, y era incapaz de encender su propio Cosmos, sabía que estaba siendo arrollado por la potencia de los dos enemigos. Le era difícil respirar con todo el veneno, y sentía que su cuerpo, por dentro, era diferente…

—Un segundo —terminó de contar Orphée, tras la veloz sucesión de eventos. Sus dedos en el arpa comenzaron a entonar una suave y tenebrosa melodía, que más bien parecía una sucesión fúnebre—. Les agradezco que cumplieran con liberar a Seiya en el tiempo convenido, pero aún no me dicen cómo llegar al Muro. Debo llegar a Judecca lo antes posible, o todo se saldrá de control.

—¿De qué te serviría eso, Lira? —le espetó Valentine, con las alas abiertas y casi genuina curiosidad en la voz—. Incluso si logras atravesar las Tres Esferas de los Tres Magnates, en ese lugar está Hades. ¿Qué podrías hacer allí ahora que no te permiten tocar tus recitales, tras tu nuevo cambio de bando?

—Mi misión es acabar con Hades, desde luego.

—Ju, ju, ju, ju, ju —rio por sorpresa Sylphid. Fue una risa breve, arrogante, y la primera muestra de verdadera emoción en el Espectro de Basilisco. Luego, su rostro se serenó de nuevo, enfriándose como si nunca hubiera sonreído en su vida—. ¿Acabarías con el señor del Inframundo, a pesar de todo lo que eso implicaría?

—Soy un Santo de Atenea, ese es nuestro deber —sentenció el músico, que tocó con algo más de lentitud, bajando la intensidad y creando una atmósfera horripilante en el aire, casi como el de un funeral.

—No me refiero a eso. Me refiero a lo que implica atacar a alguien que luce como el señor Hades.

—¿Lucir? ¿De qué estás hablando? —preguntó Seiya, no solo presintiendo que iba a oír algo horripilante, sino que impresionado por la genuina honestidad de las palabras del Basilisco. Lo que iban a decir era verdad, el último intercambio de palabras antes de la gran batalla.

—No abran la boca —amenazó Orphée. Su música bajó todavía más, hasta que se convirtió en un lento par de compases que emitían una sensación de angustia.

—El señor Radamanthys está desaparecido, todos los Espectros Terrenales están muertos, apenas quedan un par de Celestiales, y tú fuiste marcado por Caina, Pegaso —recontó Valentine, pero su rostro afilado emitía una sensación de congoja mayor a la que había tenido antes—. Y, por encima de todo, lo peor de todo este asunto incomprensible, es que nadie puede explicarnos por qué diablos el señor Hades luce como uno de ustedes. ¡Uno que Queen ya había asesinado!

El Cosmos de Orphée se convirtió en llamas celestes y plateadas. Seiya no entendía qué sucedía. Era como si quisiera que dijera algo, y a pesar de la fuerza de su espíritu, su música era ahora apenas un susurro.

—¿Qué? Repite eso… ¿Dijiste que Hades luce como…? —Seiya sabía que todo iba a cambiar. Su corazón palpitaba muy fuerte, y aunque no podía respirar bien, producto del veneno, se le había hecho un nudo en la garganta. Si el nombre que tenía en la cabeza era pronunciado por uno de los Espectros, entonces todo iba a cambiar, tanto para bien como para mal.

—Shun de Andrómeda —decidieron decir ambos a la vez, con voz lúgubre en el caso de Sylphid, y de asco por parte de Valentine. Algo sin duda incomprensible, en eso sí que habían tenido razón.

Pero Seiya no tuvo tiempo de medir en su cabeza y su corazón lo que acababa de escuchar. No tenía tiempo de pensar en ello, pues Orphée se había movido con aún más velocidad, y casi ni pudo seguirlo con la mirada. No le importaba nada, él iba a cumplir con su misión fuera como fuese.

La música del arpa cesó de golpe, tras un ruido seco y grave. Valentine y Sylphid cayeron de rodillas, con los rostros contorsionados, los ojos sorpresivos, incluso aterrados levemente, y sus bocas abiertas implicaban desconcierto. Los habían tomado enteramente por sorpresa.

Silencio[3] —rezó el arpista, con el brazo inmóvil y el rostro lleno de sudor. Miró esta vez a Seiya, detrás de él—. Ve por él, Seiya. Me encargaré de detenerlos. El ejército de Minos abrió la Jaula, liberaron a las Bestias, y si no salvas a tu amigo, entonces ni él se salvará de la ira de la Hija de la Tierra.


[1] Greed: Sweet Chocolate, en inglés.

[2] Annhilation Flap, en inglés.

[3] Silence, en inglés.


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#786 Cannabis Saint

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Publicado 14 septiembre 2023 - 22:15

Que bueno que estés de vuelta, un placer leerte de nuevo, muy buenos capitulos, ya extrañaba la buena lectura! Pendiente de más y debo decir que están muy bien los capítulos, mi favorito el de Dohko e Ikki! Gracias y que alegría que estés bien!

#787 -Felipe-

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Publicado 26 septiembre 2023 - 14:03

ORPHÉE IV 

 

Caina, Octava Prisión. Inframundo.

El Silencio era una técnica que le costaba mantener, pues iba en contra del principio básico del combate de los Santos de Lira a través de las eras. Era una técnica que quitaba el aire súbitamente al oponente, le imposibilitaba de moverse, y lo dejaba a su merced. Era una técnica cruel. Digna de alguien que había sido un Espectro.

Al menos ya pronto descansaría de eso.

Sylphid y Valentine cayeron de rodillas, y Seiya pudo finalmente moverse con total libertad, sin la preocupación de ser paralizado por la Mirada de Abatimiento. El chico no estaba en buenas condiciones, pensó Orphée, pero eso era mejor que estar muerto. Solo Seiya podía salvar a Shun, cuyo cuerpo estaba siendo ocupado por Hades, y debía darse prisa, antes de que llegaran las Mil Bestias lideradas por el desgraciado de Minos.

—Espera, Orphée, ¿qué quisiste decir con eso de la Hija de la Tierra? Ya la había mencionado Eurídice… ¿Y qué es lo que le sucedió a Shun?

Probablemente, pensó Orphée, Seiya estaba a iguales partes tristes de que el Santo de Andrómeda estuviera sometido al poder de Hades, y feliz de que estuviera vivo. Era la dualidad que él había vivido también, siendo un Santo y un Espectro, así como la dualidad natural de la Hija de la Tierra, Perséfone, que era la reina del infierno y la diosa que hacía crecer las flores.

Había sido difícil conseguir la información que necesitaba de las Monjas de Luko. O más bien, confirmar lo que ya sabía al escuchar las conversaciones entre Pandora y sus súbditos durante sus recitales. Era algo que todo el Inframundo rumoreaba, pero ahora que Minos había hecho su jugada, ya podía confirmarlo. Y el mismo Orphée había tenido, quizás, algo de culpa.

De todos modos, no había tiempo de explicarle a Seiya todo. Solo generaría más preguntas, y dos enemigos poderosos y enfadados estaban frente a ellos, poniéndose de pie, elevando las alas.

—¡Solo vete de aquí, Seiya! ¡Salva a Andrómeda, date prisa!

—Pero, Orphée…

—Yo me encargo de estos dos, deja de perder tiempo.

El Silencio no serviría todo el tiempo. Eventualmente, el aleteo de ambos Espectros les haría recuperar el aliento, Sylphid se alimentaría de su propio veneno, y junto con Valentine contraatacarían. Orphée sabía esto, el Silencio no era una técnica adecuada para esos dos en particular, pero había conseguido liberar a Seiya, y con eso bastaba.

Por ello, decidió cambiar la melodía. El arpa y sus cuerdas eran parte de sus manos tal como Laskine le había enseñado. Eran su cuerpo, y ya ni siquiera tenía que pensar en qué melodía tocar cuando sus dedos ya entonaban lo necesario. Generar ilusiones con la Fantasía sería inútil con dos enemigos tan concentrados en su misión de detener a Seiya y asesinar a Aiacos. Ya no podía tocar la Obertura. Dormirlos con la Serenata sería imposible. Usar la Museta solo causaría algunos agujeros pequeños en su potente defensa.

Solo le quedaban tres…

—¡No mueras, Orphée! —exclamó Seiya, al fin haciendo uso de razón y saliendo a toda prisa, buscando la salida de Caina a medida que entraba en calor. Era cosa de un solo segundo de desconcentración y se congelaría en el acto. Pegaso estaba demasiado débil… Debía aprender a volar pronto.

—Te seguiré después, Seiya… ¡Nocturno!

Los relámpagos blancos cayeron por toda Caina, y las paredes temblaron, con la amenaza de caer. Pero claramente eso no le importaba a Sylphid y Valentine, que de todos modos dispararon respectivamente su Aletazo de Aniquilación y Avaricia: El Dulce Chocolate.

El veneno comenzó a entrar a su cuerpo. Las arpías empezaron a succionar su vida rápidamente, rodeándolo, a pesar de que caían como polillas ante los rayos del Nocturno. El ataque estaba golpeando a ambos Espectros, pero no sería suficiente.

Eventualmente, su mano derecha se debilitó con el veneno. Fue un efecto rápido, más que lo que estaba sufriendo el resto de su cuerpo. Comprendió entonces que ambos Espectros estaban atacando precisamente en ese punto, y luego siguieron con sus rodillas, que cesaron.

Debía concentrarse. Aunque su mano estuviera debilitada debía ser capaz de tocar de igual manera… pero aquel breve momento de desazón había sido suficiente para un Espectro Celestial como Sylphid, que corrió hacia él, le tomó de la muñeca con una brusquedad asesina, y se la quebró de un solo movimiento, trisando de paso la armadura de Plata de Lira.

—¡Ahhh!

—Fue suficiente. Valentine, yo me quedo con él. Ve a buscar a Pegaso, y cuando termines con él, intenta rastrear a Radamanthys.

—¿Ya no vamos a hacer lo de Aiacos? ¿De hacer explotar a Pegaso en Antenora?

—No hay tiempo, es más problemático vivo. Además, los efectos de estas herramientas no tardarán en hacer efecto completo en él. No vale la pena averiguar por qué lo identificó Caina. Ya escuchaste al músico. Minos liberó a las Bestias del Tártaro. No tenemos tiempo.

Ellos también sabían lo que ocurría entonces. El peligro estúpido en el que Santos y Espectros estaban. Una guerra interna entra Caina y Antenora sería inminente, pero su fecha se había acelerado ahora que Minos había entrado al juego, usando la carta más irracional de todas. El Tártaro sería abierto. Orphée cayó finalmente de rodillas, con la mano derecha inutilizada. Encendió su Cosmos. El Nocturno ya no funcionaba.

Solo le quedaban dos…

 

 

***

—Eurídice, ja, ja, ja, ¿qué haces? —le preguntó una vez a Alexandra, años atrás, caminando por las calles de Grecia como si fueran personas completamente normales. La joven que más amaba estaba bailando en medio del sendero, dando vueltas, sin importar quién la mirase, o que la reconociesen como la princesa de cierto reino.

—Bailo.

—Ya me di cuenta, pero ¿por qué?

—Tengo aún en mi cabeza las canciones que tocaste hoy en la mañana. Son como gusanos de oídos, y si no las bailo voy a volverme loca.

—No creo que mis melodías sean canciones bailables…

—Eso es porque, a pesar de ser tan virtuoso como músico, no sabes bailar. —La princesa a quien llamaba Eurídice trastabilló, pero se sujetó de su brazo y lo miró con ojos coquetos, bellos y deslumbrantes—. ¿Me dejas enseñarte?

—¿Aquí, de todos los lugares? ¡Pero soy un Santo de Plata, tengo algo de orgullo y dignidad! —dijo Orphée, permitiéndose una broma. Era capaz de hacer las cosas más raras cuando estaba con ella. En el Santuario lo podían considerar un guerrero cauto, sensato, siempre con los pies en la tierra… pero su Eurídice le hacía elevarse.

—Está bien perderse en la locura de vez en cuando. —Alexandra le tomó ambas manos, y allí, en plena calle, torpemente, él trató de bailar con ella. Paso a paso—. Deja de pensar tanto. Déjate llevar. Siente.

***

 

 

Orphée golpeó a Sylphid en el rostro con la mano izquierda. En la música se valoraba la dualidad. Usó esa mano para tocar su siguiente pieza, una que no utilizaba a menudo, pues no solía proteger a otros que no fueran Eurídice. Su Cosmos cambió de forma, se expandió como una burbuja, y aceleró la melodía con rápidos y repetidos, pero fluidos compases.

La sala entera brilló con un resplandor azul. Orphée no estaba planificando cuál sería su próxima jugada, sino que reaccionaría instantáneamente con sus emociones. De eso se trataba la Rapsodia[1], su estilo musical más instintivo y salvaje.

—¡Valentine, ve por Pegaso! —repitió Basilisco su orden, a la vez que sus manos volvían a liberar su apestoso veneno. Era demasiado. Nadie podría aguantar eso.

Pero cuando el Espectro de Arpía se movió en dirección a la salida, dando tan solo un paso, un potente cañonazo blanco impactó contra su tobillo, haciéndolo girar por los aires, y estampándose violentamente en el suelo, con un orificio en su Surplice. Una ola azul y plateada surgió del arpa.

Sylphid contraatacó, dirigiendo su puño esta vez a la mano izquierda de Orphée. Pero éste, con la mirada clavada en la salida, sin pensar, movió un dedo, una cuerda causó un ruido que deformó la Rapsodia, y otro misil salió disparado, golpeando al Basilisco en el abdomen, arrojándolo contra un muro.

—P-pero qué… —Valentine se puso de pie, y una nueva ola surgió. Otro impacto, esta vez contra su mano. Se quedó quieto—. El aire está más pesado…

—¡Valentine, no te muevas! El músico tiene los ojos en blanco, ¡míralo! Su canción está abarcando toda Caina —dijo Sylphid, analizando rápidamente la situación.

Pero eso no era importante, pensó Orphée. Nada lo era.

Solo tocar.

—¿Qué quieres decir con no moverse?

—Que cada vez que lo hagamos, Orphée nos atacará. Y cada vez con más fuerza, por eso las ondas que tensan todo, como sus cuerdas. Está en un estado incorruptible, tal como cuando Radamanthys entrena.

—Resuena, mi Cosmos…

Así era. Mientras siguiera tocando, todo lo que se moviera dentro de la burbuja de la Rapsodia sería brutalmente atacado con todas sus fuerzas, a toda velocidad. Claro que no podía hacer nada más que eso, pero bloquearía a Valentine de perseguir a Seiya. Por ahora era todo lo que podía hacer.

El Espectro de Arpía intentó moverse una vez más, atacando a toda velocidad a Orphée, pero éste fue aún más rápido y su relámpago de plata le destrozó el peto de la Surplice, quitándole el aire peor que lo que el Silencio haría. Eso lo enfadaría más… No, no debía pensar en las consecuencias. Cada etapa de la Rapsodia sería peor, mientras siguiera tocando. No debía pensar, solo sentir y hacer que su música bailara como Eurídice.

Sylphid, desde luego, fue veloz para comentar la evidente debilidad de su técnica.

—Esta es una batalla de resistencia, Valentine. No nos dejará movernos, pero él tampoco lo hará. Contraatacará una y otra vez si es necesario, pero eventualmente su alma se rendirá, su cuerpo dejará de reaccionar así de rápido, el veneno consumirá su corazón y su Cosmos se acabará. —Sylphid abrió la mano y una humareda venenosa surgió, la más potente que hubiera generado, dirigiéndose al cuerpo inmóvil de Orphée, que solo capaz de mover la mano izquierda—. Pudrición de Depredación. Yo no me rindo, Santo de Lira. Mi deber es servir a Radamanthys, a Hades, y proteger sus intereses. Solo estás perdiendo tiempo para cuidar a Pegaso, que apenas puede moverse… Valentine y yo no tardaríamos nada en alcanzarlo.

—Lo sé… —dijo Orphée, sin pensar mucho. Cada vez liberaba más y más ondas de sonido que buscaban clausurar Caina con más fuerza. Cualquier movimiento de dedos, o incluso un movimiento brusco de cabellos, gatillaría un ataque del arpa.

—Tú también estás en desventaja, ¿no te das cuenta? El Tártaro será abierto ahora que las Mil Bestias no guardan la entrada.

—¡Ese estúpido de Minos! ¿Lo hace por simple locura o sus lealtades cambiaron de la noche a la mañana? ¡Maldito! —gritó Valentine, y cuando cerró los puños, recibió un par de impactos en los hombros que le hicieron caer.

—No me interesa —dijo Sylphid—. solo que la reina Perséfone al fin saldrá. Ha estado allí por un tiempo, y si sale…

—Sí, lo sé… —contestó Orphée.

Lo sabía. Sus canciones habían tocado el alma inmortal de Perséfone. Algo muerto había revivido durante aquel día, cuando suplicó por el alma de su amada. Lo había sentido con toda claridad, pues de eso se trataba su virtud como músico.

Tan solo había sido la primera vez, pero ella había llorado. Y si eso había causado algún desacuerdo con Hades, que le había llevado a encerrarla en el Tártaro… o, si por cuenta propia, ella había abandonado su propio Jardín… Era incierto.

 

El Tártaro era el sitio más oscuro del Inframundo. Se hallaba fuera de las ocho Prisiones, y no estaba conectado al mundo de Hades por ninguno de los seis ríos. De hecho, ni siquiera tenía la misma entrada, como habían comprobado los Santos de Oro durante la Titanomaquia.

Era un mundo eterno de sombras, tan o más grande que el territorio desde la Puerta hasta el río Lethe. Nada crecía allí. Ninguna luz era capaz de brillar, por más que se intentase encender. Los dioses caídos iban a parar allí si llegaban a morir. Los Gigantes y los Titanes habían sido encerrados allí por el Señor de los Cielos. Y más relevante para la guerra era que, cuando un dios hacía algo incorrecto, los demás le encerraban allí por un tiempo. Era la verdadera prisión del Inframundo.

Se decía que, cuando los mismos dioses escapaban de la ira de los demás, se iban al Tártaro, pues era el lugar donde la furia divina no irradiaba luz. A nadie le gustaba. Miles de años o solo unas horas, para los dioses, y en el Inframundo, no importaba. Era sabido que los dioses se ocultaban allí en ocasiones.

Perséfone debía estar allí viva, pues su Jardín seguía creciendo. No era relevante cuánto tiempo fuera a estar allí encerrada, o si había ido allí a ocultarse. Y si algo había cambiado en ella, y si Orphée había tenido la culpa de sus diferencias con Hades…

No le quedaba más que hacer tiempo. No le quedaba otra opción que proteger. Y lo hacía sencillamente porque Seiya tenía los mismos ojos que él. El deber de los Santos de Atenea era protegerla, fuera de la oscuridad de Hades o de la ira de Perséfone, poco importaba. Orphée no era ya capaz de hacerlo, pues su mirada estaba puesta por toda la eternidad en Eurídice, sin importar si decía lo contrario.

Como Santo de Atenea, solo podía confiar en el único hombre que veía a Atenea tal como Orphée miraba a Eurídice. Su virtud como Santo de Lira era entender las más profundas emociones de los demás, fuesen la Hija de la Tierra o un muchacho tarado que sacrificaría su cabeza sin pensarlo por su diosa, como si estuviera preprogramado para hacerlo desde el principio de los tiempos. Su deber como Santo de Atenea era, entonces, darle tiempo al otro Santo, que sí sería capaz de salvar a su diosa. Confiar en aquel que la amaba como él a su Eurídice.

Orphée sintió, sin pensar, todo lo que pudo, pero el veneno pronto comenzó a hacer su efecto. Para peor, debido al aguitado tiempo del Inframundo, ni siquiera sabía por cuánto tiempo había conseguido retrasar a los dos Espectros, pero ya había llegado a su límite. Afortunadamente, el ambiente ya había llegado a su punto más tenso, su mano no se había cansado, y tanto Sylphid como Valentine habían sufrido serias heridas en su cuerpo, provocadas por su arpa.

—M-maldita sea… E-espero que ya estés lejos, Pegaso, chiquillo tonto, p-porque no puedo más —dijo Orphée, volviendo a pensar en Seiya, dejando de tocar la Rapsodia. El aire se calmó, la música cesó de golpe, y con brusquedad el frío infernal de Cocytos hizo acto de presencia. Orphée ya no tenía energías para bailar.

Solo le quedaba una…

 

Sylphid le arrebató el arpa y la destruyó con un poderoso golpe, con Orphée solo consiguiendo agarrarse de algunas cuerdas rotas. Estaba muy cansado, y fue incapaz de defenderse de los furiosos ataques que prosiguieron. El Basilisco lo detuvo con la Mirada de Abatimiento y le atacó en silencio, con frialdad, sin mostrar una pizca de emoción.

Mientras tanto, Valentine vio un rato lo sucedido, y cuando comprobó que Orphée ya no sería una amenaza, se dirigió hacia Pegaso. Ese fue su error.

Orphée se permitió una última sonrisa. Ya estaba cansado, pero era un cansancio agradable. Su cansancio no derivaba del veneno que destruía internamente su cuerpo, ni de los ataques físicos que había recibido, sino que estaba cansado de sufrir. De llorar sin lágrimas en las mejillas. De recordar y añorar tiempos pasados. De tener la imagen de su amada convertida en una imagen a la que no podía abrazar. De no poder estar con ella en un mundo con luz. Había una salida más que fácil y estaba dispuesto a tomarla… para ser feliz nuevamente. Ya era momento.

—¿Por qué sonríes? —preguntó Sylphid, con los puños llenos de sangre.

Según calculó Orphée, para ese momento Valentine debía estar casi llegando a la salida de Caina. No podía tardar más.

—La Rapsodia no son solo ataques de mi Cosmos, sino que son golpeados por las cuerdas también, de manera física. Es solo que ustedes no lo notaron.

—¿Qué dijiste? —Sylphid comprobó su situación. Tenía hilos blancos, con solo unos pocos quemados, insertados en las zonas en que había sido golpeado. Los trozos de cuerda se movieron cuando Orphée cerró el puño izquierdo—. ¿Qué es esto?

Orphée rasgueó las cuerdas que habían quedado en su mano del arpa rota. Las cuerdas entrelazadas con la mortemita de las Surplice de Basilisco y Arpía reaccionaron al son del movimiento, pues estarían siempre conectadas. No eran simples cuerdas, sino que pertenecían a una de las Ochenta y Ocho armaduras creadas por Atenea.

—Esta es la última melodía de Orphée. Espero que sea de su agrado.

Había utilizado tan solo una vez el Réquiem, la misa final, cuatro años atrás, contra Hismina de la Pugna, una de las Hamadríades de Eris. Ataba a la víctima con las cuerdas, las tensaba, presionaba y quemaba hasta degollarla. Era la última canción porque requería un control de las cuerdas, una manipulación cósmica que generalmente terminaría con la muerte del Santo en cuestión. Aquella vez había sobrevivido porque solo había sido una enemiga, por más fuerte que fuera.

Esta vez, la víctima no solo sería Sylphid, ni tampoco Valentine. Su misión era la casa de Radamanthys, el templo de Caina por completo, que fue súbitamente atado por las cuerdas de infinita longitud del arpa mágica. Ambos Espectros quedaron atrapados también en la trampa, y aunque usaron sus alas para intentar liberarse, solo lograron enredarse más en los hilos, pues estaban entrelazados con la mortemita de las Surplice.

Más y más cuerdas salieron por todos lados, atándose a los Espectros y al templo entero, cambiando su color al blanco mientras Orphée seguía rasgueando con más fuerza las pocas cuerdas que tenían, que resonaban en todo el sitio. Sus dedos sangraron, pronto perdieron sensibilidad, pero ya no le importaba. Sonreía como un muchacho mientras el veneno del Basilisco entraba en su corazón y lo destruía… Poco importaba. Había muerto el día que Eurídice fue asesinada por el Hamadríade Neikos del Odio. Lo de esos años en el Inframundo había sido tan solo un poco de tiempo extra prestado.

—¡Suéltame, malnacido! ¡Suéltame, tú morirás también! ¿No te das cuenta? —Era primera vez que el Espectro de Basilisco perdía la compostura verdaderamente. Su cuello comenzó a sangrar.

Caina comenzó a crujir, y el techo fue el primero en deshacerse. Las enormes rocas y los bloques de mortemita empezaron a caer sobre los contrincantes, tanto al interior con Sylphid, como sobre las cuerdas que ataban Caina por fuera, por culpa de Valentine, cuyo chillido de horror ahora podía oír.

El veneno del Basilisco detuvo su corazón e inundó sus pulmones. Se sentía bien, de alguna manera. Era como un descanso.

—Suerte, Pegaso.

—¡Orphée, suéltame! ¡¡Ahhhhh!! ¡Miserable gus…!

Los muros se rindieron. El firmamento luminoso de Caina estalló en mil pedazos. Orphée vio a Sylphid golpeando su cuerpo repetidamente, hasta que se detuvo, su cabeza se desprendió y rodó por el piso, al ser su cuello cercenado por las cuerdas, seguido por el resto de su cuerpo… Luego, Orphée de Lira cerró los ojos.

 

 

***

 

Al abrirlos, estaba en un hermoso lugar, muy distinto a la oscuridad del infierno. No vestía su armadura, y se preguntó fugazmente si estaría en buen estado al derrumbarse Caina por encima de ella, pero al rato lo olvidó. Todo cambió cuando, de pie sobre un hermoso prado de todas las flores habidas y por haber, bajo un cielo luminoso, sin sol ni estrellas, solo ella brillaba.

Eurídice.

—Al fin llegaste, Orphée —dijo ella, sonriéndole.

Pura, justa, virtuosa, compasiva, alegre, dulce, inteligente, noble, valiente, y más hermosa que cualquier astro. Era obvio que se le permitiría la entrada allí, en la zona opuesta al Tártaro, el más allá para la gente buena.

Pero entonces ¿por qué estaba él allí?

Ni siquiera pudo responder al saludo de su amada, ni fue capaz de percibir el calor de sus dedos entrelazados con los suyos, cuando le tomó las manos y luego le abrazó. Lo único que tenía en mente era que no se merecía estar allí. No se merecía ser tan feliz. Una serie de lágrimas cayeron suavemente por sus mejillas, pero luego se largó a llorar sobre la cabeza de Eurídice.

—¿P-por qué…?

—Te equivocas, Orphée.

—¿Q-qué?

—Sí lo mereces. Sí mereces estar aquí. —Eurídice lo miró. También lloraba de una alegría incontenible, incapaz de ser comprendida en el mundo terrenal, una felicidad más allá de la humanidad, completa e infinita—. Te extrañé muchísimo, mi amor. Mi Santo de Atenea, protector de la humanidad.

Orphée sintió algo pesado en su antebrazo. Miró, y una bella arpa hecha de luz en su estado más puro se encontraba allí. Sus cuerdas eran las más bellas que hubiera visto en toda su vida. Las rasgueó para ella.

—Te amo, Eurídice. Te amo.

 

Orphée de Lira se convirtió en un astro, pasando la eternidad tocando canciones de amor. Si miras a Vega, la más brillante estrella de su constelación, durante una tarde de verano, los enamorados para siempre podrán oír su melodía…

 

Profile-Orphee1.JPG

 

[1] Rhapsodie, en francés.

 

 

 

 

MUCHAS GRACIAS POR EL SALUDO Y LOS BUENOS DESEOS, CARLOS!


Editado por -Felipe-, 26 septiembre 2023 - 14:04 .

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#788 Rexomega

Rexomega

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Publicado 27 septiembre 2023 - 18:59

Saludos

 

Algunos errores que vi:

Había perdido su conexión con su Cosmos y su armadura. No quedaba nada.3658/ --> Número misterioso.
 
—No entiendo un DIABLO de lo que estás cuchicheando como colegiala --> Están.

 

—Tres, de hecho. De esa manera, protegeremos también proteger al señor Hades de la locura de Garuda sin siquiera acercarnos a Judecca. --> Protegeremos/Proteger.

 

Me despisté y ahora hay dos capítulos. En este comentario reseño Seiya VI. 

 

Aunque breve, el capítulo nos habla de cosillas interesantes, como que aquí va a importar que Seiya sea la reencarnación de alguien (alguienes, ya que tomas Lost Canvas como pasado y no Next Docecasas) más allá de hacer de golpe de efecto en la batalla final. El efecto que tiene en el Inframundo también me llama la atención. ¿El Hades no quiere que Pegaso muera? Curioso. Y molesto, también, por ahora me convenció más el orden de prioridades de Sylphied (primero la guerra civil y luego los enemigos externos) como excusa de que el protagonista se salve de morir. Encajó como la seda, con todo y la parte en la que Seiya estuvo a punto de convertirse en un caballo-bomba. La referencia al Caballo de Troya fue bastante oportuna. 

 

Ver a los espectros como personajes y no como obstáculos para ralentizar la trama siempre es de agradecer, incluso si uno es demasiado fan de Torquemada y el otro fuera uno de esos terroristas que claman la j-word, que no sé si es prudente mencionar en el foro. No son buenas personas, ni siquiera son dignos de empatía, como señala Seiya al pensar en la similitud entre los ejércitos al pasar por una crisis interna. Y en parte me desanima, me habría dado curiosidad ver cómo manejabas la historia si cada parte tuviera un punto, sin blancos y negros, pero ya habíamos hablado de esto al tocar el tema de "¿Qué va a ser el dios que quiere acabar con toda la vida?", así que, partiendo de lo que hay, incluso dos personas ruines pueden brillar por tener algo más que decir que "Hades es grande" y "something, something, ken name". Todo ese conflicto que tienen, sobre por qué Pegaso es importante, qué hacer por el bien de su líder y cómo tragar que su dios tenga la cara de un enemigo, les da vida a ellos, a la historia, y a la Guerra Santa, pese a que te exigiste encuadrarla en los patrones de la historia original. Buen trabajo ahí. Por cierto, cosa curiosa, me chirría que sea Sylphid el jefe y no Valentine, pese a que este último creo que en el material original solo tenía la papel de ser pateado por Seiya, mientras que Sylphid era del trío que hacía de muro contra Shiryu. Como era uno de los Guardianes Malignos, o eso creo, esperaba más de él. Por otro lado, que la tropa de un juez más leal, para bien o para mal, a la causa de Hades (que si su desconfianza a los santos, que si su poco oído musical, que si su rechazo a Alone...), tenga a su vez gente fiel que bordea el fanatismo, parece lógico. Aunque bueno, los espectros desleales son casos casi tan raros como marinos desleales.

 

La parte de Orfeo (le diré así por costumbre), como introducción a su batalla, estuvo bastante bien. Intimida el hombre, aunque el precio es que los malos se vean menos impresionantes, como cuando son los buenos los que tienen que lucirse. Tuve un tic doradista, porque cuando leía "El Santo más fuerte..." pensé: "¡Felipe ha caído en el lado oscuro del versus prohibido y ahora aparecerá Shaka!" No tenía sentido, pero bueno, dentro de todo es una grata sorpresa, no tan sorpresiva dadas las circunstancias, ver que es un Santo de Plata el que se luce. La parte que me chirría un tanto, aunque eso viene desde la obra original y todos sus derivados, es la idea de Orfeo de que va a matar a Hades. Él. ¡Conste que pensaría lo mismo si lo dijeran Shaka, o Saga, o Dohko, o cualquiera! Siempre tengo una mezcla de desconcierto e incomodidad ante la idea. Otros dirían que es subvertir las expectativas, sobre todo cuando para matar a Atenea se inventan dos o tres formas por obra nueva que sacan, yo a veces disfruto esas cosas, y en otras no, incluso si soy consciente de lo raro que es que dioses todopoderosos se rodeen de ejércitos de gente que no podrían toserles ni aunando fuerzas. (Seiya y compañía no cuentan, ¡ellos tienen el poder de la amistad, la justicia y el protAgonisMO.)

 

Bueno, dejando de lado mi evidente parcialidad en el tema de conflictos divinos, diré que... ¡Diablos, Felipe, hoy no puedo aplaudirlo todo! ¡Realmente quería ver a Seiya de Caballo de Troya haciendo locuras en Antenora! ¡Todo el lío del Muro ya lo vimos (¿Será que podrás mejorarlo? Ya no puedes echarte atrás, ¡Seiya dijo que eso lo cambiaba todo!), lo de Antenora no! Me siento como cuando un personaje de Canción de Hielo y Fuego propone una historia impresionante y va George RR. Martin y lo mata por las risas. Lo que sea que pase después (la batalla de Orfeo y las aventuras de Seiya), siento que deberé ser exigente x10. 

 

Lo dejo aquí, ¡mucho ánimo con lo que sigue!


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Publicado 08 octubre 2023 - 17:40

Sí, no quedé taaaaan contento con la trama de Seiya. Me es MUY difícil escribir a Seiya en escenarios que no sean plena batalla o en slice-of-life. Cuando no está activo, digamos. Ver a un Seiya que ya no puede más, y al que tengo que escribir cada vez más cansado (y ahora con algo en el cuerpo que tendrá alguna consecuencia más adelante) es difícil, muy distinto a cuando es la víctima porque le dan puñetazos y puñetazos, y debe ponerse de pie otra vez. Ahora no puede, y eso me dificulta la escritura.

 

Sylphid es el líder simplemente porque lo era para los otros dos. No sé si Valentine alguna vez hizo de líder, Radamanthys sí se dirige a él en el castillo, en el manga, para que se deshaga de los protas, pero en ese momento, ninguno del cuarteto era nada. No los desarrollé mucho a estos dos, aunque sí escribí sobre ellos en capítulos pasados y futuros de Radamanthys. Y vamos, no te adelantes, Seiya está en Caina, no en Antenora, pero eso queda de camino xD

 

Y aquí admito que si bien no quedé contento con Sylphid y Valentine, como lo hice con Queen y Gordon, sí quedan mucho mejor parados que ciertos otros personajes que, genuinamente, me metí en un agujero tratando de ver que hacía con ellos. Se notará en el futuro, y después de muchas ediciones, quedé algo más satisfecho, pero no lo suficiente. Tengo 20 capítulos escritos que no he publicado, y de seguro arreglaré uno que otro un par de veces más, pero ya quedé contento con la línea... EXCEPTO con esos dos.

 

Sobre Orphée, sabes que no había pensado lo ridículo que es que diga que va a matar a Hades? Robé la línea del manganime porque se me hacía badass, pero ciertamente, no tiene sentido (como también lo es cuando Shaka llega a hacer lo mismo antes de que la hippie lo detenga). Es probable que lo quite para la edición final, ¡gracias!

 

Y gracias por los demás comentarios también. Elogios y críticas constructivas, como siempre, todo ayuda a mejorar como escritor. Muchas, muchas gracias, Rexo. Te debo mucho (ya voy en los 20 de la re-re-lectura de tu historia :D, ya voy)

 

 

 

KANON III

 

Cocytos, Octava Prisión. Inframundo.

—¡Cuidado con este!

—¡Es un monstruo!

—¡Oye, hazte a un lado, déjame esc…! ¡¡Ahhhh!!

—¡¡Ahhhhh!! N-no podemos ni siquiera tocarlo…

—¡Ni entre todos nosotros!

La gran mayoría eran Esqueletos, todos los que estaban ahí tratando de guardar la entrada de Cocytos y el resto de la Octava Prisión. Pero también había algunos Espectros, las Estrellas Terrenales de la Tranquilidad, de lo Remoto, de la Riqueza, del Terreno y de lo Entero.

Kanon los mató a todos. No le costó encontrar un camino desde las Tumbas hasta la Octava Prisión, aunque sí le fue algo difícil acostumbrarse al frío. Kanon debía hacer un esfuerzo constante, digno de la última Prisión del Inframundo, el más profundo de los círculos, pues, si apagaba la llama de su Cosmos, seguramente se congelaría, tal como las almas que estaban allí.

Éstas lucían muy distintas a los cadáveres de los Espectros y Esqueletos que había eliminado. Eran almas, lucían como personas, pero solo sus cabezas sobresalían por sobre la infinita capa de hielo. La piel de todos, sin importar su etnia cuando vivían, era blanca como el marfil, y sus cabellos estaban cubiertos de escarcha, lo que les daba la apariencia de carámbanos.

El mundo tenía una curiosa apariencia allí. Una oposición perfecta. El cielo ya no era del fúnebre color rojo con falsas estrellas de antes, sino que casi negro y apagado. Pero abajo, solo había blanco, cumbres y llanuras de hielo sin fin, decoradas por las cabezas de las almas castigadas allí por el peor pecado, desde la perspectiva de los dioses: humanos que los habían desafiado, se habían rebelado contra ellos, o habían traicionado sus valores divinos. En otras palabras, casi todos los Santos habían terminado allí.

No quiso saber si reconocería a algunos o no, ni siquiera se les acercó. Los ignoró, pero no por apatía, sino porque no podría salvarlos. A diferencia de las otras Prisiones, donde algo se les habría podido ocurrir (como en las Tumbas) para hacer su suplicio algo más fácil de llevar, en Cocytos sería imposible. El hielo no podía romperse, e incluso si por algún milagro divino lograba sacar a alguien, el hielo volvería a devorarlos. Todo lo que no emitiera una llama cósmica como Kanon, o que portara una Surplice como los Espectros, se congelaba.

Fue en ese momento cuando percibió algo curioso en el aire. Breve, muy pequeño, casi una casualidad insignificante, de no ser por lo familiar que era, como un aroma de la infancia, o una canción conocida. Se sintió hacia lo que parecía ser la derecha, quizás lejos, aunque no pudo comprobarlo, pues empezó a sentir una gran molestia en el pecho.

Comprobó su estado cardíaco de inmediato. Un corazón que latiera normalmente imprimía fuerza a su Cosmos, y en caso de detenerse, sabía qué puntos estelares golpearse para que volviera a latir. Era lo más básico que un Santo de Oro debía aprender.

Efectivamente, su corazón estaba latiendo ligeramente más lento. El viento helado cambió de dirección, y Kanon esquivó rápidamente el ataque que le había llegado por la espalda. Consiguió ver una enorme cruz luminosa, que más que Cosmos parecía hecha de pura sangre. Una segunda cruz gigantesca le cayó encima, pero también la esquivó, a pesar de que se le hizo un poco más difícil. La molestia en su pecho se estaba acrecentando.

Esta vez, consiguió ver entre el blanco infernal a una persona, el enemigo. Era un Espectro con enormes alas transparentes, una gran capa negra, cuernos deformes en los muslos y los antebrazos, y un casco con cuatro puntas como una corona. Flotaba sobre el hielo y las almas, y aunque podía vislumbrar sus ojos oscuros, la parte inferior de su rostro estaba cubierta por una tela negra como las de las Monjas del Inframundo.

Kanon se movió todo lo rápido que pudo. No sabía qué pasaba en su pecho, podía ser provocado por alguna habilidad secundaria del Espectro aparte de esas extrañas cruces de sangre, así que era una batalla de tiempo.

El Espectro levantó la guardia, y cuando Kanon llegó hacia él, intercambiaron una serie de golpes. Decenas, cientos, miles. El Espectro sabía defenderse bien, y las veces que el Santo de Géminis logró verlo a los ojos, casi pierde la concentración. No había nada en sus ojos, absolutamente ninguna emoción. Hasta el más experto de los guerreros emite al menos algún tipo de sentimiento, y por instinto de combate, eso suele llevar al oponente a tomar la decisión correspondiente. Miedo, determinación, angustia, horror, bravura. En el caso de aquel Espectro con alas y corona, no había absolutamente nada.

Por lo demás, era evidente que era un Espectro Celestial, probablemente el guardia verdadero de la entrada a Cocytos. De otra forma había sido incapaz de defenderse de los golpes de Kanon.

¡Pilar Sagrado! —Kanon creó unos anillos mágicos en el hielo y un torbellino de energía surgió hacia arriba, la técnica que había robado de Jano. El Espectro lo esquivó con cierta facilidad, pero Kanon así lo esperaba.

Necesitaba tomar cierta distancia para su siguiente técnica. Concentró su Cosmos en las manos e hizo chocar sus muñecas entre sí para crear su Explosión de Galaxias.

Cruz Carmesí[1] —dijo el Espectro por primera vez.

Con las manos hacia los lados formó una cruz con su cuerpo, y una cruz idéntica delante de él se manifestó. El olor a sangre intenso y apestoso que surcó el aire congelado confirmó sus sospechas. Estaba usando su sangre para potenciar su técnica, una marca de su alma. Todos los usuarios de Cosmos sabían el riesgo evidente que conllevaba el hacer algo así, a pesar del incremento de fuerza.

La Cruz Carmesí y la Explosión de Galaxias chocaron ruidosamente en Cocytos. Los vientos se dispersaron, el hielo crujió sin romperse, la nieve se elevó por todos lados, y la molestia en el pecho de Kanon se incrementó. Se estaba volviendo débil, y su ataque más poderoso apenas había rasguñado la coraza del Espectro, que cayó de espaldas igual que él tras el choque de poderes.

—N-no tengo idea de qué estás haciendo… pero preferiría pelear como hombres, sin trucos de más.

—No estoy haciendo ningún truco. —El Espectro, que hablaba con voz apagada debido a la tela en su boca, se puso de pie al mismo tiempo que Kanon, y a diferencia de éste, no parecía tener su Cosmos encendido, pues siendo un Espectro no lo necesitaba—. La Cruz Carmesí es mi propio poder, alimentándose de la sangre que robo de las almas.

—Las almas no tienen sangre. Estás diciendo que te alimentas de esas almas y las transformas en sangre, ¿no es así?

—Esa es la habilidad que me da mi Surplice. Soy Earhart de Vampiro, la Estrella Celestial de la Longevidad[2], y el guardia de la ribera norte del Cocytos.

—Un Vampiro… ya comprendo. Supongo que tiene sentido. —Lo que carecía de sentido era lo que decía. Si no mentía, entonces Earhart no era el que provocaba aquella molestia en su pecho, lo que detenía los latidos de su corazón. Había algo en el aire, algo más. No era tampoco el frío infernal, porque no había apagado su Cosmos ni por un solo instante, a pesar de lo cansado estaba.

Y tampoco era aquella sensación efímera y familiar que percibió antes, a su derecha cuando entró a Cocytos. Había algo más, y la expresión sin emociones de Earhart, que no había cambiado ni un poco, no le ayudaba a resolver el problema. Jamás había enfrentado a alguien tan difícil de leer.

—Tu alma se ve apetitosa. —El Vampiro formó una cruz con su cuerpo de nuevo, pero luego subió los brazos por sobre su cabeza y Kanon pudo ver las venas del Espectro inflamarse e hincharse, con su sangre corriendo a toda velocidad—. No puedo evitar que quiera beberla, ¡es la de un Santo de Oro! …Oleadas Carmesí[3].

Esta vez, múltiples cruces rojas se formaron en el cielo nocturno, reemplazando a las estrellas de antes. Eran cientos de pequeños astros escarlata que comenzaron a caer como estrellas fugaces. Un ataque digno de un Espectro Celestial.

Pero eso no fue en lo que Kanon prestó atención. Una sombra entre medio de todas las cruces se movía con sigilo, sin dejarse mostrar con evidencia ante las luces color carmesí. Kanon solo fijó su vista en la sombra por un momento, pero luego lo siguió de reojo mientras intentaba esquivar las Oleadas Carmesí, una simple y efectiva multiplicación de las Cruces Carmesí.

Su corazón empezó a detenerse, pero Kanon sería más rápido. No debía perderlo de vista. Las estrellas rojas comenzaron a caer, y Kanon las esquivó con ágiles saltos hacia todas direcciones, veloces fintas y la defensa inquebrantable del Manto de Oro.

 

Earhart había sido sincero, de alguna manera. Efectivamente, él no estaba usando ningún truco. Era un Espectro poderoso que potencia sus ataques con la “sangre” que su Surplice extraía de las almas encerradas en Cocytos. En general era solo eso, un tipo con muy buenos ataques. Pero no estaba solo.

Implosión de Dióscuros: ¡Pólux! —Kanon atacó tan solo una vez, con todo su poder cósmico, en un punto hacia un lado. Un portal dimensional se abrió, y una decena más se abrió en el cielo.

El ataque se dividió y creó una maraña de luces doradas, la mayoría de las cuales se dedicó a deshacer las Oleadas Carmesí, pero una de ellas, más precisa y potente, cayó con toda precisión en su objetivo.

Un segundo Espectro cayó al hielo teatralmente. Tenía también alas como las de un vampiro, pero en su caso formaban una falda en su cintura. Era bajo y muy delgado, y debía ser un Espectro Terrenal, pues su lánguido cuerpo y su Surplice horrorosa habían sido fácilmente atravesadas por Pólux.

Earhart, por su parte, al fin mostraba emociones en su cara. En este caso, era un rostro de incertidumbre y sencilla molestia.

Sonar de Pesadilla[4]. ¿De eso se trata? ¿No cree que pueda luchar por mí mismo ese malnacido miserable?

—¿Lo conoces?

—Es… la Estrella Detective[5], Wimber de Murciélago… ¿Por qué demonios estaría un Espectro del psicópata de Minos aquí? Maldición…

—¿Hm? ¿No eran de la misma tropa? —preguntó Kanon, que comprobó que su pecho volvía a la normalidad. Le dio risa por dentro. Un Vampiro y un Murciélago que luchaban juntos sin que uno de ellos lo supiera. El tal Wimber probablemente había usado ondas sónicas muy bajas que habían tocado su pecho.

Ya había notado cierta incomodidad entre los Esqueletos y Espectros que había espiado antes de asesinarlos. Sabía que todas las Estrellas de Radamanthys estaban caídas, por lo que Earhart debía formar parte de la tropa de Aiacos, uno de los últimos, dado que era uno de los guardias del Cocytos.

Era una batalla interna que, en la teoría, convenía al Santuario, pero de alguna manera le molestaba mucho a Kanon. Sentía que no podía ser tan simple.

En cualquier caso, ya lidiaría con eso después. Kanon se dio unos golpes de tanteo en un par de puntos estelares, su corazón retomó la frecuencia normal, y clavó la mirada en Earhart. Éste ni siquiera alcanzó a defenderse cuando Géminis lo atacó nuevamente con la Explosión de Galaxias, esta vez sin debilidad.

Sin ninguna ceremonia, el Espectro de Vampiro cayó muerto junto al Murciélago. Si habían luchado juntos para tratar de asesinar a un Santo, se le hacía justo que murieran juntos también a manos del mismo Santo. Solo después Kanon se dio cuenta de que no le había preguntado a Earhart en qué dirección se encontraba Judecca.

—Bueno, es lo de menos —dijo para sí mismo, caminando en dirección del breve murmullo cósmico que volvió a sentir. Ninguno de los Espectros lo había causado, tal como había sospechado. Uno de ellos atacaba como un cobarde, y el otro se alimentaba de las almas de los Santos encerrados en Cocytos. Merecían morir así.

 

El murmullo se hizo más intenso, ahora que estaba concentrado. Kanon caminó largamente por las llanuras de hielo infernal, subiendo y bajando, esquivando las cabezas de los rebeldes congelados. Ya podía reconocerlo. Se dio prisa.

Era Cosmos. Los Santos eran incapaces de percibir el Cosmos de los Espectros, lo que solo podía significar que había un Santo allí. No. Pronto notó que era más de uno. Se hallaban en el hielo, y su Cosmos aún emitía brillo. Ahora corrió, bajando por una planicie resbaladiza. Tuvo una sensación nostálgica. Había gente viva allí.

Tres cabezas asomaban por sobre el hielo. Sus ojos estaban abiertos, pero carecían de luz, como los muertos. Su piel era tan blanca como la de todas las almas allí. Era obvio que estaban muertos, pero, aun así, emitían calor. Había una luz dorada surgiendo de bajo sus cuellos. Kanon corrió hacia ellos, se arrodilló, y pudo notar que no eran almas. Eran cuerpos físicos, podía tocar sus rostros perfectamente. Tenían un mínimo de tibieza.

Uno de ellos tenía unas protuberancias doradas a los lados, saliendo del hielo. Eran los cuerpos del Carnero. También expresaba su Cosmos, saliendo con calma y paciencia de la capa congelada. La armadura estaba viva, lo mismo que las otras dos, conservando calientes a sus compañeros.

¡Muu, Aiolia y Milo seguían vivos en Cocytos!

Sintió una presencia. No Cosmos, sino que el más puro instinto. Alguien terrible se acercaba. Kanon se alejó lo más rápido posible de los tres Santos de Oro, y caminó con prisa entre las demás almas, tratando de parecer inquieto por lo que veía, y no debido a las sombras que se acercaban.

Lamentablemente, vio almas allí. Almas que, por sus rasgos, sabía de quiénes se trataban. Antiguos Santos de la historia. Le asqueó.

 

—Sí, Hades allí los entierra, pero no para que los encuentres tú, ¿me entiendes?  —dijo una voz femenina a sus espaldas. Kanon no se puso en guardia, pues claramente no iban a pelear de inmediato.

La mujer era una Espectro con alas hechas de sombras y un sombrero de copa que carecía de lugar. Tenía una sonrisa infantil, pero cruel. Era claramente poderosa, igual que sus dos acompañantes.

—Oh, pequeño. Lillis quiere decir que no te toca esta parte. No deberías estar aquí —dijo otro, un gigantón canoso con Surplice roja.

—Kanon de Géminis, ssssí, el que cassssssi lleva al fin de la humanidad —dijo un tercero, encorvado y portando de forma rarísima tanto una espada como unos lentes que no tocaban su rostro.

—De cualquier obra sería una parte fundamental, sin duda —dijo Lillis, haciendo una reverencia cortés mientras flotaba en el aire—. Pero peligroso es. Para ninguna de las escenas que escribimos puede servir.

—¿Quiénes son ustedes? —Peligrosos, se dijo Kanon en su cabeza. Era lo único de lo que estaba completamente seguro, aparte de que eran raros.

—¿No podrías el libreto revisar, Géminis? ¿Aquel libreto en las páginas de mis conversaciones con el Bennu? ¿O necesitas un recordatorio tan este largo tiempo? ¡Somos los Tres Demonios desde luego! ¡Nezamsyl de Belcebú, Omen de Azazel, y yo, Lillis de Mefistófeles, la Primera Estrella!

Los Tres Demonios, pensó Kanon. No sabía si era maldita su suerte por encontrar a los tres famosos Espectros de los que Dohko no quería hablar, o si realmente era muy afortunado, pues tenía la oportunidad de deshacerse de ellos juntos. Eran fuertes, pero no más que los Magnates. Simplemente eran complicados.

 

Sin embargo, no fue capaz de atacar. Ni de moverse. Sus extremidades estaban completamente paralizadas, y no por el hielo.

—Oh, nononono, eso no se permite, Géminis —dijo Lillis, moviendo teatralmente uno de sus dedos—. Omen prohibido tiene que la gente se mueva cuando no deben. ¿No es así, Omen?

—Ssssssí… Ssssala Maravillossssa[6]

—Eso mismo. El espacio no se mueve si no lo desea, cuando en esa sala estás, y generalmente nada él desea, en especial cuando los tres juntos estamos. —De pronto, Lillis voló hacia él, se detuvo a centímetros de su rostro y su voz se volvió seria y grave—. Eres muy peligroso, Kanon de Géminis. Controlaste la voluntad de Poseidón, casi hundes la Tierra entera por tu envidia a tu hermano, y cuando tuviste la oportunidad de hacer las cosas a tu manera, haces… ¿esto? ¿Trabajar para los Santos?

—No trabajo para ellos, no me interesan. Lo hago por Atenea.

Kanon trató de reunir su Cosmos en sus manos para hacer explotar a Mefistófeles, pero lo único de lo que era capaz era de mantener la llama de aura a su alrededor. Era como si la matemática del espacio no tuviera sentido en su cabeza, incluyendo moverse. Realmente se encontraba en una suerte de “sala” donde el movimiento estaba prohibido. Nadie debía ser capaz de eso, a menos que fuera un dios…

“En especial cuando los tres juntos estamos”. Eso debía ser. Era porque estaban juntos que Omen podía congelar el espacio y Lillis leer sus pensamientos.

—Así es, precisamente, pero no te adelantes, Géminis, que actor de reparto solo eres. —La voz de Lillis volvió a su tono infantil y molesto, y ahora le sonreía como una verdadera criatura demoníaca—. Dices que no lo haces por ellos, pero vaya que cuidado has tenido para no sus cabecitas tocar en Cocytos. Tu corazón se ablandó, para nada nos sirves. Eres solo un Santo más.

—Un Santo insignificante, hijo, no te sientas mal por ello. Nunca debiste ver estos tres Santo de Oro, ¿lo entiendes? Eres demasiado peligroso como para que alguien te deje pensar —dijo Nezamsyl.

—Nossss divertimos viéndote antesss —siseó Omen—, pero ya no másss. Nossss dimossss cuenta de que eressss… frágil. Sssssí. Débil.

—¿Q-qué?

Un Santo más. Débil. Frágil. ¿De qué mier.da estaba hablando? Era miembro de los doce Santos de Oro. ¿Por qué había sido tan fácil para ellos herirle el orgullo?

—Porque quiero que bien salga la obra. Sabemos que el espacio y el tiempo puedes dominar, Géminis, y claramente, porque el guion lo demanda, no podemos atravesar con nuestros ataques la defensa cósmica que pusiste apenas nos viste. No somos tan geniales. Cool, como dicen los humanos. Así que haremos lo segundo mejor.

Esta vez, Nezamsyl fue quien se adelantó, con cada paso hacía crujir el hielo bajo sus pies. Levantó una mano y Kanon pudo ver claramente un reloj de luz manifestarse delante de él. Debía pensar con rapidez. Precisión. Un plan. ¡Un plan!

Retroceso Biológico[7].

Las manecillas del reloj de bolsillo luminoso, que antes marcaban las doce en punto, ahora corrían hacia atrás. Rápido. Muy rápido. Kanon pensó también con rapidez, debía ocurrírsele algo en menos de un segundo. Su cuerpo se empezó a sentir frágil, tal como ellos decían. Débil.

—Será hermoso verte como un verdadero niño.

—Ssssssí…

—Adiós, Kanon de Géminis —culminó Lillis, nuevamente con su voz fría, seria y cruel—. No molestes más.

Las manecillas marcaron las doce de nuevo. Un vórtice azul salió del reloj y tomó a Kanon. Éste fue arrastrado, sus músculos y huesos se torcieron, y sintió los recuerdos, la nostalgia y las sensaciones de la juventud. Y la niñez. Y aún más que eso.

Se le acababa el tiempo.


[1] Crimson Cross, en inglés.

[2] Tenju, en japonés; Tianshou, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Li Jun, el “Dragón del Río”

[3] Crimson Billows, en inglés.

[4] Nightmare Sonar, en inglés.

[5] Chisatsu, en japonés; Dichang, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Kong Ming, la “Estrella Peluda”

[6] Marvelous Room, en inglés. O, más bien, Marvelousssssssss Roooooom.

[7] Rewind Bio, en inglés.


Editado por -Felipe-, 08 octubre 2023 - 17:41 .

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Publicado 09 octubre 2023 - 18:44

Saludos

 

Por ahí vi "trisando" y creo que "trizar" de "hacer trizas" es con Z. También hay una parte en la que reiteras la palabra imagen en una sola línea, pero en eso yo soy bastante maniático y evito repetir palabras en un párrafo. 

 

Ninguna queja de la batalla, puro Saint Seiya de principio a fin. Empiezo sonriendo en la parte en la que Orfeo habla de todas las técnicas que tiene, recordando que el santo de Atenea promedio se contenta con una y dos. ¡Una navaja suiza andante ese hombre! Como te dije en el capítulo anterior, ver a un santo de plata siendo tan fuerte tiene su gustillo, como también hace que uno se pregunte qué tan fuertes son los espectros. No puedo decir que esto haya cambiado. La batalla en un inicio me daba vibras del último duelo de Hasgard de Tauro (me niego a decirle Rasgado), de un santo de Atenea haciendo su mejor esfuerzo y muriendo. No me esperé para nada su última técnica, hasta envidia me dio (ya que jugué con varios guerreros musicales en mi historia y nunca se me ocurrió algo tan útil como: "música, si te mueves, te quema"), e incluso entonces pensé de nuevo que esto tendría un final drástico, hasta que pasa toda la locura de la destrucción de la Caina. ¡Así sí vale la pena que el inframundo sea un mundo y no una sucesión de decorados para hacer bonito! Tanto como dije que Orfeo diciendo que iba a matar a Hades se leía tonto, diré que lo de "¿¡No ves que morirás tú también!?" nunca pasa de moda. No recordaré a Sylphid y Valentine especialmente, pese a que les has dado más vida de lo que les tocó en la obra original (destaco, por ejemplo, el uso de un veneno en un contexto donde no se pueden mover), pero la verdad es que ha sido una batalla bastante buena. Y mejor final para Orfeo que ser asesinado por Seiya Radamantis. Voy a extrañar a ese gran héroe.

 

Me siento como un verdadero tonto por no relacionar la Hija de la Tierra directamente con Perséfone. Siempre es interesante ver qué versión de la historia de la reina del inframundo veremos. Porque están donde la pobre muchacha, que estaba lo más tranquila recogiendo flores, fue raptada por el malvado Hades y por ello le guarda rencor. Como también está donde esos dos hicieron lo que Daenerys y Jon no, quererse a pesar de las tendencias incendiarias de una de las dos partes y el incesto, nunca olvidemos el incesto. Yo he leído historias que van por uno y otro rumbo, pero imagino que teniendo a un dios que quiere traer la oscuridad al mundo la segunda opción no parece muy probable. Lo que sí me interesa es que sea lo que sea el papel de Perséfone en todo esto, se deba a la presencia de Orfeo en el inframundo. Eso está bien, hace que se sienta parte integral en la historia, además de funcionar como anécdota con tintes mitológicos. También guardo gran interés por todo el asunto del Tártaro, las Bestias, los planes de Minos... Siento que sacas esto porque probablemente (no quiero saber) la Saga del Cielo ya no será parte de Mito del Santuario, pero estoy a la expectativa.

 

Y más allá de esto, quisiera destacar dos cosas. Primero, que hicieras (¿Una vez más?) lo que la franquicia Saint Seiya tardó más de 30 años en insinuar. (¡Y tuvo que ser en SSO!) Lo otro es el final. No estoy del todo seguro si Orfeo acabó en la constelación de Lira junto a su Euridice, lo que es hermoso como el final de la vida de un Santo de Atenea, o si están en los Campos Elíseos, lo que también es bonito, pero hace parecer a Hades aún más horrible de lo que es en principio. Porque cuando uno ve a Hades como un ser tan intransigente que nadie que cause violencia, así sea para ayudar a los demás o servir a su dios, tiene derecho a entrar en los Campos Elíseos, piensa que es un idiota, pero con un orden de valores. Si, por el contrario, la gente como Orfeo tiene derecho a entrar en los Campos Elíseos, si hay gente en el mundo así de justa, las motivaciones de Hades para robarle el mañana a la humanidad se sienten más huecas. O puede que le esté dando muchas vueltas. (De antemano me disculpo si estoy omitiendo detalles de los Campos Elíseos y el sistema judicial del Hades situados en capítulos previos. ¡Fueron muchos años desde tu desaparición! Y yo he leído una cantidad bárbara de libros.).

 

Felicidades por el arco de personaje de Orfeo. Creo que has hecho con él un estupendo trabajo, tanto en la historia de los Cuatro de Oro Blanco, como aquí en el Hades. Más allá de mi reflexión sobre si podemos racionalizar a los antagonistas que quieren acabar con el mundo porque en el mundo hay dolor, creo que nada representa mejor lo que debería ser Saint Seiya, que un santo formando parte de su constelación. (Sí, constelación, no signo zodiacal. No me disculparé por eso.).


Editado por Rexomega, 09 octubre 2023 - 18:46 .

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Publicado 01 noviembre 2023 - 20:09

Hola Rexo! Gracias por comentar, de verdad lo aprecio mucho.

 

No me arrepiento de nada con Orphée. Siempre fue uno de mis personajes favoritos de Kurumada, y si bien sentía que, tanto por necesidades de guion, como por lo del sacrificio épico, y por su historia con Eurídice, no podía mantenerlo vivo, traté de darle la historia y mejor final posible al personaje, destruyendo todo Caina consigo y mostrando todo su repertorio musical. ¿Por qué tantas técnicas? Pues porque la música es así de diversa y hermosa. Creo que es mi muerte favorita después de la de Aldebarán.

 

Llevas algo de razón en lo de las Bestias del Tártaro, y no me sorprende que hayas adivinado eso. Los tenía como enemigos del arco que iba a hacer de las Saintias, pero creo que quedé conforme con usarlas aquí, a pesar de lo sobrepoblado. Lo hice más que nada por el toque de "destrucción masiva" que siempre me ha gustado escribir. No así Perséfone, que estuvo en esta historia desde el principio. Ver a Orphée fue lo que le hizo reaccionar por sí misma, en cierta forma, viendo el verdadero amor y todo eso, y espero sea de tu agrado ver a dónde va el personaje. Mostrarla solo como la víctima verde de Hades, o solo como la oscura reina del infierno no era de mi agrado. Me fui por un término medio, digamos.

 

Sobre los Elíseos, sí, en algunos capítulos anteriores (no te sientas culpable, tengo demasiadas pausas y hiatus, y esto lo vengo escribiendo de hace 10 años) Hades y Pandora mencionan, en situaciones separadas, que el infierno funciona de la manera que lo hace desde antes que Hades reinara. Los buenos se van a los Elíseos y los malos al Inframundo. Lo que sucede es que cuando los Espectros despiertan, ellos "fuerzan" un poco las cosas, llevando las almas más grises al Inframundo con un juicio más estricto, pero en estricto rigor, los verdaderamente puros de corazón se van a los Campos Elíseos. Hades, teniendo sus problemas con Atenea, se lleva a los Santos siempre a Cocytos, pero eso es más materia política que otra cosa. Él encierra sus almas allí y ya.

Ahora, el destino de Orphée.. no puedo hablar mucho de ello, pero sí está feliz con Eurídice, eso es canon xD

 

Nuevamente, muchas gracias.

 

 

 

 

 

HYOGA III

 

“Un juguete para Aiacos”. Eso había dicho una de las lugartenientes del Espectro de Garuda, Violette de Behemoth, tras demolerlo a golpes para llevarlo a Antenora. Era en eso precisamente en lo que se había convertido allí, en un juguete. Aiacos le torturó de maneras inimaginables por quién sabe cuánto tiempo, y la única razón por la que Hyoga no estaba muerto, era porque Aiacos no lo había permitido.

Estaba más débil que nunca en su vida. Cansado. No había podido resistirse a nada que Aiacos le había hecho, pero al menos no le había dado la satisfacción de gritar. Ni una sola vez. Hasta se tomaron turnos para intentarlo, con los poderosos golpes de Violette, o con un bastón mágico que Tokusa de Hanuman utilizaba para torturarlo, o con las cosas horrorosas que creaba Verónica de Nasu.

Pero de vez en cuando, estando a solas con el cuarto lugarteniente, Helios, éste se acercaba en la oscuridad y fingía quemarlo con sus llamas, pero en realidad calmaba sus heridas con su calor. Hyoga entendió rápidamente que debía seguir el juego, que todo era parte del plan de Ikki de Fénix para recuperar a su hermano…

Cuando Aiacos se hartó de torturarlo, decidió llevar a cabo lo que llamaba su “plan maestro”. Había derribado a Radamanthys con el misil que Antenora podía generar, y ya que la mayoría de los Santos estaban fuera de combate, su plan era dirigirse hacia Hades en persona. Aiacos no tomaba ningún tipo de partido, solo le importaba causar la mayor cantidad de destrucción posible cuando se le ocurría algo.

Ikki ya se lo había susurrado una vez. Hades había tomado control del cuerpo de Shun; no sabía cómo, pero parecía ser verdad. Aiacos quería comprobar si era realmente el caso, usando a Hyoga para ver si Hades lo reconocía. A él le gustaba jugar con otros, pero detestaba que lo engañaran. Si Hades reconocía a Hyoga, entonces Aiacos lo mataría sin miramientos; si no lo reconocía… quizás lo intentaría de todos modos.

Ahora tanto Hyoga como Ikki tenían la oportunidad de ir sin problemas a Judecca y salvar a Shun. Hyoga solo debía intentar sobrevivir, inmovilizado como estaba por el veneno de Verónica, con sus huesos rotos por Violette y tantos otros antes, heridas que jamás cicatrizarían, y las demás cosas que le hicieron durante la larga tortura. Debía tratar de sobrevivir y salvar a Shun… a Hades. Era estúpido pensar que debía salvar a Hades, sonaba igual de ridículo que la idea de que su misión como Santo era asesinar a Shun. Nada tenía sentido, y Hyoga solo podía imaginar lo que pasaba por la cabeza de Ikki, que se mantenía silencioso y taciturno, usando con soltura la Surplice de Bennu, sin dejar mostrar sus emociones hasta que la situación más lo requiriese, cuando el Magnate de Garuda intentara asesinar a su propio dios…

Y eso era lo más grave y sorpresivo de todo. Aiacos poseía un arma. Algo con lo que pensaba realmente asesinar al Rey del Inframundo.

 

Judecca, Octava Prisión. Inframundo.

Un Tesoro Divino.

Tanto Sion de Aries, poco antes de su segunda muerte, como Hilda de Polaris durante la batalla contra Drbal, le habían hablado de los Tesoros Divinos. Muchos dioses, de los más diversos panteones, tenían algunos de estos objetos sagrados con el que los dioses podían ser enviados al Tártaro, incluso por humanos. Podían, efectivamente, matar a un dios con estas armas.

Aiacos cargaba la suya guardada entre sus alas. La habían encontrado en el mismo Inframundo, pues su dueño había partido al más allá llevando la bendita arma consigo. La presión que emitía el objeto era similar a la de la Daga de Physis, Balmung, o el tridente de Poseidón, Telos Trisakás. Era sin duda un Tesoro Divino, pero la gran diferencia que tenía con los demás era que no parecía un arma muy versátil. Un arma así solo podía ser usada en un único movimiento letal, uno que le trajo amargos recuerdos a Hyoga de la horrorosa conclusión de la batalla en el castillo Heinstein…

Aiacos dejó a Hanuman guardando el Inframundo; la única manera de convencerlo fue prometerle que tendrían una batalla a muerte al fin contra él cuando regresaran; más que nada en el universo, Tokusa deseaba asesinar a Aiacos, por algún motivo. Aiacos cubrió al Cisne con sus plumas de mortemita para ayudarle a mantenerle vivo en el viaje a Judecca (muchas de las cuales clavó en su cuerpo, desde luego), y lo arrastró por el hielo de Cocytos, sin nunca permitir que lo absorbiera. Aiacos, los tres Espectros Celestiales y el Santo de Cisne también iban acompañados por dos Espectros Terrenales, las estrellas 107 y 108: Galvar de Colocolo[1], Estrella Ladrona[2], y Vlakova de Lélape[3], Estrella del Sabueso[4]. Fuera quien fuese que interviniera, en Judecca correría sangre.

 

Judecca era el lugar más profundo del Inframundo. Nada estaba más abajo, y nada estaba más congelado. Hyoga manejaba Cosmos de hielo, pero jamás habría sido capaz de generar algo similar, era una temperatura más baja que el Cero Absoluto, a pesar de que iba contra las leyes de la naturaleza.

El templo le pertenecía a Hades, aunque lo administraba Lady Pandora. Era tan o más grande que el Templo del Sumo Sacerdote en el Santuario. Era un edificio circular de estilo griego, color blanco nieve, escudado por laterales rectangulares, y rodeado por una treintena de torres con estatuas arriba que representaban bestias mitológicas. Debían ser aquellas de las Estrellas Celestiales, pues tres de ellas, en frente de la gran puerta negra como el ébano, que tanto contrastaba con el resto del edificio, representaban al Wyvern, al Grifo y al horroroso ave Garuda.

En la parte alta, sobre el edificio principal, podía vislumbrase una curiosa estatua de un ángel con grandes alas, una espada en la mano izquierda y una corona de laureles en la derecha. Era una figura llamativa, pues pertenecía a otro tipo de mitología, aquella en la que él y su madre creían. Un ángel de las historias judeocristianas, con un halo detrás de la cabeza. ¿Qué diablos hacía un ángel de ese estilo como adorno en el templo principal del dios Hades?

 

Aiacos no se guardó nada. Los pocos Esqueletos que guardaban el lugar fueron rápidamente destruidos por él, mientras reía a carcajadas. No hacía falta usar tanta fuerza, pero lo hizo para llamar la atención del interior. Deseaba que el matar a Hades fuera un espectáculo, que lo oyera todo el infierno solo porque le gustaban el ruido, los gritos y las explosiones. Verónica era feliz siguiéndole el juego a su señor, y liberó a sus enjambres de moscas para atacar al Esqueleto que se le pusiera en su camino. Violette arrastraba como un perro encadenado a Hyoga, que tuvo muchísimas oportunidades de intentar congelar las ataduras y tratar de pelear…, pero no podía aún. Era un riesgo en el que no debía caer. Debía llegar primero con Shun. Aguantar.

Sin embargo, casi baja la guardia cuando vio a una bestia enorme detrás del gran portón de Judecca. Tan grande que al principio lo había confundido con una sombra en la pared. Lleno de pelos, con colmillos como hachas afiladas, garras que de un solo rasguño podrían haber partido los templos de la Eclíptica en dos, un cuerpo largo, robusto y negro que culminaba en una serpiente en lugar de cola.

Por supuesto, lo más llamativo del monstruo era que tenía tres cabezas. Se movían independientemente, una ladraba, una gruñía, y la otra, la central, lo miraba en silencio. Era un perro gigante de tres cabezas, guardando el palacio central de Hades en el infierno, cuyo aliento, ojos dorados y aura amenazante dejaron a Hyoga paralizado, hasta olvidando sus dolores. Nada de lo que habían hecho podría asemejarse a lo que el famoso Cerberos, sabueso de Hades, le haría si lo atrapaba con sus fauces, los colmillos en su cola o sus enormes y filosas garras.

—Jajajaja, ¿te da miedo el perrito de Hades? Ja, ja, típico de los Santos.

—No le gusta este niño, mi señor —apuntó Verónica.

—Claro que no. Creo que tampoco le gusto yo. ¡Eh, cálmate! —exclamó Aiacos, que parecía no tener intención de deshacerse del perro, como había hecho con los Esqueletos afuera—. Caramba, cuando el Santo de Plata viene y toca sus cancioncitas, te comportas como un dulce cachorro, pero cada vez que yo vengo, me lanzas tu aliento a muerto. ¿¡Dónde están tus lealtades, Cerbero!?

Era verdad. Su aliento olía a pudrición y decadencia. Hyoga notó rastros de hielo entre sus patas. No le costó sumar dos y dos y descubrir que, cuando sacaban a pasear al sabueso tricéfalo, éste se alimentaba de las almas del Cocytos.

En cualquier caso, Aiacos era un Magnate del Inframundo. Por obligación, el gran perro tenía que dejarlo pasar. Hyoga jamás pensó que se le podría helar tanto la sangre de la manera en que ocurrió, con solo caminar junto a enorme bestia.

 

—Helios —llamó Aiacos, deteniéndose ante la puerta oscura que llevaba a la sala personal de Hades y Pandora.

—Sí.

—Quédate afuera vigilando al perrito, ¿sí? No solo él, pero Sylphid y Valentine aún deben estar vivos, y probablemente querrán vengar a su papito. Protégenos.

—¿…Afuera?

Hyoga pudo notar la ira llameante en el puño de Ikki. Si revelaba ahora que Helios de Bennu ya no existía, entonces se meterían en una batalla 4 contra 2, en la que Hyoga no sería un aporte por las condiciones físicas en las que estaba, y en las que si intervenía Hades solo se pondría imposible. La solución más racional en ese momento era que Ikki no hiciera nada, o no podría ver a Shun. Ikki estaba haciendo algo que jamás había hecho en su vida.

—¿Hay algún problema, Bennu? —preguntó Violette, que claramente desconfiaba de Helios, poniéndose frente a él con su gran envergadura.

—Ja, ja, ja, por favor no peleen, estoy concentrado en lo que vaya a pasar dentro de esta habitación, una pelea entre ustedes dos solo me bajaría las ganas, jajajajaja. Helios, simplemente haz lo que digo. Quédate afuera.

—…Sí.

Hyoga era el único que podía ayudar a Shun. Debía guardar su Cosmos, sanar sus heridas rápida pero sutilmente con su hielo, para encenderlo y combatir en el momento preciso. Y el mejor plan, con el que contaban ambos Santos, era que el propio Shun lo reconociera, tomara el control de su cuerpo, y pusiera las cosas en orden.

Hyoga e Ikki no habían intercambiado una sola palabra desde que se vieron en Antenora, pero ambos sabían que el otro pensaba lo mismo. A pesar de las diferencias del pasado, ambos eran guerreros con muchas batallas encima, que habían enfrentado iguales desafíos, habían sangrado por la misma causa. Aunque no habían tenido alguna ocasión para conversar (y probablemente tampoco lo habrían hecho si hubieran tenido una), era muy probable que ellos dos se entendieran mejor que nadie. Shun, Seiya, Shaina, Shiryu, los demás Santos de Bronce y Plata…, ninguno de ellos podría comprender. Ikki y Hyoga conocían los riesgos y desafíos del campo de batalla, la frialdad que había que mantener contra los enemigos, la importancia de conseguir el objetivo por cualquier medio.

Por encima de todo, ambos habían comprendido también el valor de los lazos con los compañeros, con los hermanos bajo las estrellas, a pesar de cuán difícil se les había hecho al principio. Habían aprendido a golpes, a estar al borde de la muerte, al enfrentar a los dioses.

El objetivo era uno solo: salvar a Shun. Desde el momento en que se enteraron de que estaba vivo, matar a Hades era algo secundario. Ambos lo sabían.

 

 

—Aiacos —dijo la voz fría de Lady Pandora, portando una lanza tan oscura que apenas parecía una sombra entre sus dedos, y de lo cual lo único distinguible era el filo de la hoja—. Explícame de qué se trata todo esto.

Junto a Pandora había un gran escenario cubierto por una cortina negra, de la que se decía que era capaz de resistir cualquier embate. Detrás de la cortina debía encontrarse el Rey del Inframundo, Hades… Shun. Como era usual, Pandora hablaba por él.

—Está muy poco protegida, milady. ¿Cómo es que dejó solo Esqueletos en todo el templo? ¿Dónde están los Espectros?

—Sabes muy bien dónde están. —Pandora sacó el rosario que había pertenecido a Shaka, en gran parte desprovisto de brillo—. Lillis me entregó esto, se lo pasó tu Bennu, quien se lo quitó a Libra después de matarlo. Mira cuántas están apagadas.

La voz de Pandora era fría y orgullosa, sí, pero nada como la describían. De hecho, lucía algo cansada, tenía ojeras bajo los ojos. La guerra estaba llegando a su fin, y muchos Espectros habían muerto ante los Santos, no había manera de negarlo. Fuera lo que fuese que creyeran por su programación inicial al resucitar en la nueva era, el ejército de Hades ahora entendía que los Santos sí eran capaces de matar a los Espectros.

—Lo sé, jajaja. A mí me quedan solo tres Estrellas Terrenales, el perro y la rata que están detrás de mí, y el gato roñoso que se esconde entre sus piernas, milady.

Solo en ese momento Hyoga lo percibió. Movimiento detrás de la falda de Lady Pandora, y luego una sombra que saltó furiosamente. Cuando alcanzó altura, Hyoga pudo captar con claridad sus garras afiladas, sus ojos rojos de ira, y la saliva que escupía de sus labios furiosos.

—Cheshire de Cait Sith, ¿de verdad no te das cuenta de que te vemos en cámara lenta, niño tonto? —Aiacos le dio un fuerte manotazo de revés que le hizo estrellarse con uno de los muros de Judecca. Su Surplice se trisó y el Espectro felino comenzó a vomitar sangre sobre su pecho, en medio de los escombros.

—L-Lady Pandora… t-tenga cuidado…

—Cheshire… —No sabía si había sido su imaginación, pero Hyoga vio un rastro de emoción, casi ternura, en los ojos de Pandora cuando vio a su leal guardián estampado contra la pared. ¿Qué estaba sucediendo?

—¿Te atreves a rebelarte contra tu jefe, gato infeliz? ¡Jajajajaja! —Aiacos dio un paso hacia la cortina, y Pandora blandió la lanza, apuntando contra Garuda—. Uh, es un lindo objeto brillante el que tiene ahí.

—L-Lady P-Pand… El s-señor Aiacos huele… huele a sed de s-sangre… —dijo el Espectro de Cait Sith, tratando de ponerse de pie, hasta que los otros dos Espectros, Galvar y Vlakova, lo aplastaron contra el suelo, inmovilizándolo.

—¿Cuál es el significado de todo esto, Aiacos? Es cierto que puedo oler tu sed de sangre, y llevas a un Santo de Bronce contigo, no creas que no me he dado cuenta.

—Vaya que está estresada, milady, para lo único que alcanzan sus ojos es para notar al Cisne en los brazos de Violette, pero no lo que guardan mis alas. O, peor aún, jajajaja, el verdadero rostro de su Señor.

—¿De qué estás hablando? —Pandora apoyó la lanza en el pecho de Aiacos, pero éste no paraba de reír, sin una pizca de miedo.

—Jajaja, se ve muy nerviosa, no tiene ni un poco de la calma digna y orgullosa que los Espectros admiramos en usted, la razón por la que nos tocamos imaginándola, jajaja, ¿es por lo que hay detrás de la cortina, acaso?

—¿¡CÓMO SE ATREVE A INSULTAR ASÍ A LADY PANDORA!? —Cheshire dio un gran salto, cortándole la cara a sus dos alguaciles, y de sus manos surgieron luces de diversos colores con forma de gatos con sonrisas demoníacas—. ¡Fiesta Briosa![5]

Lo demás se sucedió a una velocidad que Hyoga tuvo dificultades para captar, y la mayoría de la acción tuvo que imaginarla por deducción. Aiacos sacó su arma de sus alas. Cortó en dos la lanza de Pandora. Tomó la mitad afilada y con rápidos embates destruyó todas las formas felinas de la Fiesta Briosa. Finalmente, empaló a Cheshire con la lanza, que hizo pasar a través de su estómago. Pero cuando Hyoga puso atención de nuevo, Cait Sith no tenía cabeza. Aiacos se la había quitado con su arma de una manera tan limpia que el cuerpo decapitado de Cheshire parecía que nunca había tenido cabeza en primer lugar. Ni una sola gota de sangre había saltado.

Tenía el largo de una espada corta, pero la hoja al medio se curvaba como un signo de interrogación, y la curva estaba adornada por decenas de gemas rojas y doradas, y éstas resplandecían como estrellas titilantes. La hoja poseía la forma de un tigre feroz con las fauces abiertas. Era más larga que una hoz, pero más corta que una guadaña. Se veía muy pesada, pero Aiacos podía perfectamente utilizarla con una mano.

—Aiacos… ¿C-cómo te…?

—Quédese ahí, milady. Le presento a Kharga, el Tesoro Divino de Kali, la máxima diosa del hinduismo. —Aiacos desplazó a Pandora con un manotazo, enviándola al piso, y tomó con la mano la cortina—. Y ahora, ¿qué es lo que tenemos aquí?

Eso era lo que tenía tan nerviosa a Pandora. Hades, sentado en su trono, temblaba de pies a cabeza, tenía las manos en su cabeza, los ojos dolorosos, y carecía de cualquier rastro de porte orgulloso. No era un dios. De hecho, Hyoga simplemente podía ver a su compañero, a Shun, un humano sufriendo una jaqueca…

—¡Tráelo! —ordenó Aiacos, y Violette, obediente, arrastró a Hyoga y lo arrojó a los pies del dios Hades.

Frente a Poseidón, incluso mientras dormía en el cuerpo de Julian Solo, Hyoga estaba aterrado. La presión ejercida por el poder de un dios era algo que jamás olvidaría, una sensación parecida a la vergüenza mezclada con terror y angustia. Su mera presencia le hacía sentir que se ahogaría. Había orgullo, supremacía, superioridad, una indescriptible e inconfundible sensación de dominio.

Cuando Seiya le clavó la flecha de Sagitario en la frente, Hyoga solo podía percibir al humano, frágil y lleno de débiles emociones en comparación con la divinidad. No podía sentir ningún Cosmos diferente al del Templo. Los seres humanos eran seres pequeños en el universo, y eran afectados por éste en lugar de cambiarlo a su gusto.

Saori era pequeña… pero con el poder de un dios. Era un ser único capaz de hacer cambios en el mundo a pesar de tener la fragilidad de los humanos. El Cosmos de Saori era humano en naturaleza, pero tan enorme, mágico e irreal como el de los seres divinos. Una mezcla perfecta.

Pero ¿lo de ahora? No era ni lo uno ni lo otro. Era una forma única de contraste, dividido como el agua del aceite. Hyoga ni siquiera podía ver bien a la forma, sino que, al poner atención, se concentró solo en las fuerzas cósmicas. La silueta deprimente de aquel hombre de pelos rojos vestido con túnicas negras tenía en su centro una luz rosa, muy pequeña, casi imperceptible, en la zona del corazón; era el Cosmos de Shun, brillando con luz propia.

Alrededor de la lucecita había una gran sombra que llenaba el resto de la silueta. La sombra estaba devorando la luz rosa, pero ésta se resistía a apagarse, como si usara todas sus fuerzas en sobrevivir. Era como el carámbano de hielo que resiste la caída, o la nieve que intenta superar el calor.

—Revela tu identidad. ¿Eres Hades, rey del Inframundo, o un nauseabundo Santo? —preguntó Aiacos, clavando su mirada escarlata en la figura que se mantenía en conflicto consigo mismo, temblando.

—¿Estás allí… Shun? —se atrevió a preguntar Hyoga. No lo había notado, pero hasta su voz se había vuelto débil desde que Aiacos torturó su garganta.

Y de pronto… los ojos en el cuerpo de Shun brillaron. Efímeramente, como era el significado de su nombre. Le pareció ver el atisbo de una sonrisa incluso. Cualquiera que lo conociera habría podido reconocer ese gesto. Los grilletes de Hyoga, durante ese breve instante, se suavizaron en sus muñecas. Shun lo había hecho.

Pero poco después de hacerlo, las sombras absorbieron la luz rosácea, que había emitido una explosión como último destello. Perdió la batalla de un momento para otro. Ahora, Hyoga solo podía ver sombras en su cuerpo.

—¡Shun! —gritó Hyoga, sin pensar demasiado. ¿Acababa de arruinarlo todo?

—Jajajajaja, lo sabía, ¡es un Santo! —Aiacos levantó a Kharga, detrás de Hyoga y frente a Hades. Pandora, presa del pánico, trató de intervenir, pero las moscas de Nasu se pusieron en el camino y la rodearon—. ¡No voy a dejarme dar órdenes por un p-uto Santo! ¡Haré rodar esta maldita cabeza (de nuevo jajaja) y dejaré que el mejor postor se gane con su sudor este infierno!

—¡Detente, Aiacos! —El Cosmos de Pandora se encendió mientras las moscas a su alrededor se quemaban.

Los ojos de Shun perdieron todo su brillo, su piel se volvió pálida, y las túnicas a su alrededor ganaron forma, como si se hubiera vuelto más fornido y arrogante.

—¿Levantas tu mano contra mí, Aiacos de Garuda?

La presión se hizo súbita. Hyoga cayó con fuerza de rodillas y bajó la mirada. Su pecho le dolió y tuvo el repentino deseo de querer dejar de respirar, pues respirar parecía un acto pecaminoso.

¿Debía liberar su Cosmos ahora? Shun había estado allí hasta un momento atrás, y su objetivo había sido rescatarlo… pero había visto cómo lo había absorbido la oscuridad de Hades. Ahora él estaba allí, el dios. ¿Debía ayudar a Aiacos a decapitarlo con su hoz? Pero Shun… Le pareció que le había sonreído antes de desaparecer. ¿No había sido nada más que su imaginación? Era obvio que, con poco esfuerzo, ahora podía destruir todas las cuerdas que comprimían su cuerpo, y debía deberse a él.

Pero ¿le había sonreído como despedida, o porque estaba confiando en que Hyoga iba a ayudarle? ¿Qué debía hacer? Como Santo, como hombre, como ser humano… La misión era salvar a Shun, eso era lo que sabía. Así lo había decidido.

Pero… ¿y si no había nada que salvar?

 

¡Tenía que haber al menos una chispa allí! La única razón por la cual habían tenido victorias en el pasado era porque gente como el tarado de Seiya tenía esperanza y no se rendían con nada. Siempre había funcionado.

Aiacos bajó la hoz, directo al cuello de Hades. Antes había rebanado el cuello de Cait Sith, pero ¿y si usaba su Cosmos? ¿Acaso tendría las consecuencias tan devastadoras de usar, por ejemplo, la Daga de Physis? A Aiacos no le importaría que todo el mundo muriera en esa sala.

Hades levantó una mano. La hoja de Kharga se detuvo a centímetros de su palma, tal como cuando atacaron a Poseidón. La tierra tembló, los músculos de brazos de Aiacos parecían a punto de estallar y él reía como loco, haciendo presión para continuar, pero la mano de Hades no cedía.

Los dos Espectros Terrenales saltaron sobre Hades por sorpresa. Ambos habían concentrado todo su Cosmos vital en sus puños, tenían la expresión de quienes pondrían su vida en la línea por Aiacos.

Hyoga

No supo qué fue lo que Hyoga escuchó, pero se puso de pie en seguida. Liberó el Cosmos que había estado guardando durante su tiempo de tortura.

¡Tornado Frío!

No podía creerlo. Su Tornado Frío estaba dañando a Vlakava y Galvar, lo que quería decir que acababa de proteger… ¿a Hades? ¿A Shun? ¿Era él quién le había hablado a su Cosmos? Todo se estaba sucediendo demasiado rápido como para procesarlo.

—Jajajaja, ¡ahora sí que se puso buena esta fiesta! —gritó Garuda.

 

La voz del dios del Inframundo resonó como un trueno.

—¿Sabes lo que ocurre a quienes osan levantar la mano contra un dios, Aiacos? Sin olvidar que pusiste en tela de juicio mi identidad —declaró Hades, que deshizo fácilmente, con un poco de su Cosmos, la hoz que cargaba Aiacos.

Lo último que vio Hyoga antes de que el completo caos empezara fue la sonrisa psicópata, socarrona y triunfante de Aiacos. De ninguna manera podría Hyoga, o nadie más, haber adivinado que una sombra iba a salir del suelo detrás de Hades, que tomaría forma, y que portaría en su mano la verdadera Kharga, la Hoz de Kali. ¡La que había traído Aiacos había sido una imitación!

Violette había usado la Sombra Brutal. Aiacos había utilizado una vara cualquiera, una treta, hasta ese mismo momento. ¡Kharga mostraría su poder de Tesoro Divino por primera vez! En el cuerpo humano en el que estaba, ni siquiera Hades sería capaz de bloquear el ataque a tiempo. El cuerpo de Shun…

Las paredes de Judecca crujieron. El edificio entero tembló. La puerta que llevaba a la habitación central estalló en mil pedazos cuando dos figuras entraron volando a alta velocidad. Dos figuras portando alas hechas de mortemita. Un dragón y un ave de fuego. Hyoga fue repelido hacia atrás por el impacto.

Era momento de liberar también todo su poder para… ¡proteger a Shun! Fuera como fuese. Esa era su misión.


[1] Demonio similar a un ratón de los mitos mapuche que se alimenta de la gente en las casas que habita.

[2] Chizoku, en japonés; Dizei, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Shi Qian, la “Pulga que Retumba”

[3] Perro regalado a Céfalo por Artemisa, que jamás perdía a su presa

[4] Chikou, en japonés; Digou, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Duan Jingzhu, el “Sabueso de Cabellos Dorados”

[5] Hatsuratsu Party, en japonés e inglés.


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    Bang

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Publicado 11 diciembre 2023 - 14:42

Lamento el mes+ de desconexión. Exámenes finales.

 

¡Seguimos con la Santo de Plata Shaina de Ofiuco! Hoy la veremos enfrentándose a uno de los enemigos más entretenidos que he tenido el gusto de escribir, en un combate que amé.

 

Saludos!

 

 

 

SHAINA IV

 

 

Novena Fosa, Séptima Prisión. Inframundo.

“Siempre pudieron morir así de fácil, como esos dos.”

En la Novena Fosa caían a los sembradores de discordia, los responsables de las matanzas y más cruentas guerras de la humanidad. Las almas eran forzadas a ponerse en fila, y uno por uno eran mutilados, degollados, o desfigurados por una espada negra, pero manchada de sangre, que se movía por sí sola y que cortaba a los condenados.

Solo que, en esta ocasión, Shaina no vio a la hoja moverse sola, como le habían dicho los Esqueletos a quienes había interrogado. Un Espectro la cargaba. Un Espectro que sonreía y parecía disfrutar de cortar dedos, lenguas, ojos y otros miembros de aquellas almas malnacidas, y a cuyas heridas volvían a sanar antes de ponerse en fila de nuevo. Un Espectro que la miraba atentamente, desde lejos, cuando la vio llegar.

Un Espectro que ella recordaba demasiado bien: Tokusa de Hanuman, la Estrella Celestial de la Habilidad… la persona que había asesinado a Nachi en el Santuario, y había participado también del asesinato de Ban. Dos Santos de Bronce con quienes Shaina no se llevaba la mar de bien… pero eran jóvenes. Habían sido verdaderos guerreros a pesar de su juventud. Tokusa de Hanuman había salido de la oscuridad en el Santuario solo para matar a quien pudiese. Tokusa se había, además, jactado de que pudo haberlo hecho, con cualquiera de ellos, en cualquier momento. “Así de fácil”.

Una cosa interesante que pensó Shaina en ese momento, fue que las batallas solían darse de esa manera tan ordenada, metódica y constante. Si veía a un enemigo, tenía que luchar con éste y matarlo. Si un enemigo le atacaba, debía defenderse y vencerlo, matarlo si era posible. Si buscaba a un enemigo en el segundo piso, debía acabar primero con los del primer piso. Era así como solía funcionar, aunque no entendía por qué. Era poco más que una grandísima estupidez.

 

Ahora, Tokusa de Hanuman estaba completamente distraído, decapitando almas mientras ponía su sonrisa pérfida y macabra. No había percibido la presencia de Shaina. O no le importaba, cosa que coincidía con su arrogancia durante el ataque al Santuario. Esto significaba que Shaina podía perfectamente atravesar la Novena Fosa y seguir bajando por el Inframundo. Cocytos estaba cerca, el frío era cada vez peor. No sabía dónde estaban Seiya, Orphée y los demás, pero si estaban más abajo, podría ayudarles.

A pesar de eso, Shaina se vio corriendo hacia Tokusa. En su cabeza permanecía la imagen de Nachi de Lobo, siendo atravesado por un bastón de luz ultravioleta sin que nadie lo viera caer. Era cierto, pudo haber sido ella, pudo haber sido cualquier otro. Él los había hecho sentir como niños indefensos. Su orgullo… No quería actuar impulsiva e irracionalmente, pero no podía evitarlo. La situación le había estado molestando desde entonces, quizás cuántas horas, días, semanas o meses atrás. El Espectro de Hanuman, miembro de élite de la tropa de Garuda, era un peligro.

Además, su misión como Santo de Plata de Atenea, era acabar con todos los 108 Espectros de Hades. Sintió que esa excusa le gustaba, así que concentró su Cosmos en sus garras y las transformó en electricidad.

—¿Oh? —dijo Tokusa, fingiendo sorpresa cuando ella dio un salto. Había soltado la hoz infernal segundos antes. Estaba segura de que él la había visto ya.

¡Trueno!

Hanuman pareció ver los relámpagos en cámara lenta, pues los esquivó todos con facilidad, a pesar de que Shaina había tratado de acertar con cada rayo. De todos modos, eso no la desanimó y siguió atacando, esta vez con su combate cuerpo a cuerpo, pero el Espectro la esquivó ágil y grácilmente.

¡Mordida Sónica!

Shaina utilizó su barrido de ataques eléctricos, miles de golpes por segundo para todos los puntos vitales posibles, una y otra vez.

Tokusa de Hanuman no dijo ni siquiera una palabra. Simplemente la esquivaba, y cuando Shaina miraba su rostro, captaba su sonrisa horrible y prepotente. Lo estaba disfrutando. Le gustaba verse superior a esa Santo que desconocía, revelándolo tan solo con evitar sus ataques.

De hecho, Shaina tuvo una sensación curiosa, algo que no había percibido de los demás Espectros, y que no sentía hacía mucho tiempo. El enemigo al que estaba tratando de asesinar con todas sus fuerzas no era alguien normal. Su habilidad y agilidad estaban más allá de las normas. Cada postura defensiva que adoptaba parecía… perfecta. Tokusa no estaba usando ninguna técnica especial, y Shaina desconocía de qué escuela estaba extrayendo esas poses.

Su espíritu de guerrera estaba encendido. Tokusa de Hanuman no hacía lo que los demás Espectros, usando sus habilidades y poderes, o la defensa de su Surplice Celestial para protegerse de la Mordida Sónica. Simplemente estaba usando su propio conocimiento marcial. Era notoriamente llamativo.

Esquivaba sus embates con soltura, su cuerpo se contorsionaba en las más raras formas, su cintura se torcía si atacaba esa zona, lo mismo que su cuello, y sus brazos siempre levantados no bloqueaban sus golpes, sino que los desviaban. Su juego de pies era realmente sublime, y parecía realizarlo sin esfuerzo a pesar de la concentración que algo así requeriría.

—Te adaptas bastante rápido…

—¿Qué cosa? —dijo ella, quien, en lugar de desconcentrarse, aumentó aún más la potencia y velocidad de sus ataques.

—Estoy utilizando Laghima[1]; mi cuerpo es tan liviano y veloz que todos los ataques pasan de mí, no pueden tocarme, eso me permite acabar rápidamente con mis oponentes. —La sonrisa de Hanuman se intensificó, deformándose en su rostro, parecía que trataría de devorarla con sus dientes amarillos—. Pero tú, Santo, que atacaste por sorpresa, sin anunciarte… tú estás atenta ante mis contraataques.

—¿Qué? —Por supuesto que lo estaba, ¿de qué estaba hablando ese idiota? Todo guerrero que se precie no solo debe saber atacar, sino que sabe que cada golpe posee la opción de ser contrarrestado. En toda batalla, no solo debe saberse dónde atacar, sino que también en qué lugares puede uno ser atacado.

—Me refiero a que… —Su sonrisa alcanzó la máxima deformidad, como si fuera un chiquillo a quien se le fueran a salir los ojos—. Me sorprende, ya sabes. Jajajaja, estás haciéndolo bien. Tú sabes pelear.

“Tú sabes pelear”.

“Sabes pelear”.

“Sabes”.

¿Era una broma? ¿Lo que le sorprendía era que Shaina supiera combatir?

Eso era lo que hacía cada Santo, desde la niñez. ¿Era simple arrogancia? ¿Idiotez? ¿Ignorancia? O tal vez ansias de provocarla. Sabía que los Espectros creían que en las antiguas Guerras Santas habían perdido por falta o trampa de los Santos, y que hasta el más obtuso Esqueleto era capaz de vencer a un Santo de Oro, pero a esas alturas del juego la creencia carecía de sentido. Muchos Santos habían llegado lejos, y los Espectros habían presenciado sus combates. Sabían de lo que eran capaces, casi todos los Espectros Terrenales estaban muertos, y hasta los Celestiales iban cayendo como moscas.

Shaina retrocedió y con un grito hizo estallar su Cosmos. Tokusa silbó. No parecía estarse burlando, pero tampoco lucía como alguien que la admirara, o que realmente fuera a sorprenderse de su capacidad.

Era pura y viva inocencia. Inocencia en el cuerpo de un psicópata, uno que ahora estaba adoptando una de las posturas que había tenido mientras esquivaba los ataques de la Mordida Sónica.

—Prepárate. —Shaina cargó su Trueno una vez más. Se pondría lo suficientemente cerca de él para que no pudiera esquivarlo.

Laghima es útil para esto… pero no se gana con solo defender.

Shaina lo ignoró y atacó con toda la fuerza de su brazo derecho, los rayos surcaron el aire e iluminaron los rostros de los muertos con resplandores púrpuras. El Trueno tomó la forma de una red luminosa que se cerró alrededor de Tokusa, quien no perdió su pose hasta el último microsegundo.

Esquivó los primeros mil embates. Mil. Con toda precisión. Luego, como el aire mismo lo absorbiera, Tokusa se desvaneció. Shaina lo buscó rápidamente con la mirada, a los lados, detrás, delante… Y entonces, nuevamente, recordó a Nachi.

—¡porqueria!

Laghima me hace tan ligero que incluso puedo flotar, soy el dios que confundió el sol con una manzana, los aires son parte de mi dominio. —Arriba de Shaina, Tokusa se elevaba lentamente, como llevado por el viento, con una vara de luz en su mano—. Je, je, je, ¡que ese conocimiento sea tu último pensamiento! ¡Nacimiento Divino![2]

No tenía tiempo para pensar demasiado. Era el ataque que mató a Nachi, y cuyo resplandor también causó la muerte de Ban. No le daba tiempo para esquivar, era excesivamente rápido. ¿Podía bloquearlo? ¿Desviarlo de alguna manera como había hecho él con su Mordida? No parecía posible, tenía la función de atravesar.

Pero ella era una Santo de Plata. Era la líder de los Santos de Bronce y Plata. ¡Podía hacerlo! Encendió su Cosmos lo más rápido que pudo y activó la Piel de Serpiente, al menos en sus brazos, que puso por encima de su cabeza para cubrirse.

El Nacimiento Divino rozó con sus brazos, pero se desvió hacia el piso de hielo tras una aguda curva. Shaina no lo vio venir. La lanza luminosa de Hanuman chocó con las rocas y tomó una dirección diferente, a la mitad inferior de su cuerpo. Shaina ahogó un grito que se quedó atascado en su garganta, cuando Nacimiento Divino atravesó su pierna, pasando limpiamente, cual cirujano, entre el peroné y la tibia, y culminando en el ojo de una de las almas, que seguía vagando detrás.

—Ja, ja, ja, jajajaja, ja, recuerda que Laghima convierte todo en algo liviano, suave como el curso del río de primavera. Pude lanzarlo más rápido, y pude clavarlo directo en tu cráneo, Santo. Siempre pudiste morir así de fácil.

Shaina cayó con la rodilla derecha, herida, al suelo. Clavó su mirada en Tokusa, que seguía flotando, y concentró su Cosmos en la pierna izquierda para saltar, sin esperar un instante más.

—Pero… ¿qué…?

El mismo Hanuman no se había esperado esa reacción, a pesar de toda esa boba palabrería. En el aire, cambió rápidamente a su extraña postura, con los brazos arriba y la cintura flexible, las piernas torpes y ágiles… pero no lo suficiente cuando se está en el aire en lugar de tierra. El juego de pies se volvía inexistente.

La Mordida Sónica tuvo el efecto deseado. Aunque fueron esquivados las primeras veces, eventualmente los golpes de Shaina conectaron, y el que terminó en su quijada protegida por el yelmo lo mandó violentamente al suelo, justo antes de que el salto de Shaina cesara su efecto.

Parada solo en la pierna izquierda, estaba lista para electrocutarlo con sus garras, pero cuando dirigió el poder de su mano al cuello del oponente, algo rápido le golpeó los dedos, como un manotazo violento.

Tokusa de Hanuman estaba de pie ahora, y en su mano derecha tenía una suerte de arma hecha de luz violeta sólida, con un bastón del largo de su brazo, y una esfera o un huevo con una punta superior, que giraba generando una corriente.

Además, su postura había cambiado. Estaba más inclinado, con las piernas y los brazos flexionados, el cuerpo muy cerca del suelo. Por instinto, Shaina se encontró en la necesidad de cambiar de táctica, como si estuviera luchando contra un oponente diferente de un momento a otro. Así le habían enseñado, todo guerrero lo hacía de manera casi automática desde que domina el arte del combate, adaptarse al estilo del oponente… pero nunca contra el mismo. Hanuman parecía ahora un guerrero sin relación con el anterior, a pesar de que sus ojos violentos y su sonrisa aberrante permanecían allí.

—Esto es Prapti[3], un estilo que funciona muy bien contra quienes ejercen agresión contra la voluntad de dios. Quiero que caigas de rodillas.

Shaina se protegió por instinto cuando lo vio mover el arma. No parecía llevar algo relevante de fuerza, su forma era lenta en comparación con los sinuosos movimientos de antes, y cuando logró bloquear el arma de luz, cambió de velocidad rápidamente. El arma conectó con su pierna izquierda, pero era inútil, no llevaba tanta fuerza como suponía.

Y, aun así, Shaina cayó de rodillas frente al Espectro, con la mandíbula por el piso, sin entender la razón de su posición actual. Su pierna derecha seguía gravemente herida y con una hemorragia severa por el Nacimiento Divino, pero su izquierda sencillamente estaba cansada. Hastiada, sin ánimos de moverse. Podía mover sus dedos, no había perdido la sensibilidad, pero no tenía energías para mover la pierna.

Por otro lado, la luz que emitía el arma de Tokusa se había vuelto más intensa, más brillante, incluso más hermosa.

—Esta es una gada, la Maza Divina[4] del gran Hanuman, protector de Rama. Estoy usando Prapti, por lo que todo lo que te haga será un suave murmullo, pero perderás toda la fuerza y yo me haré más fuerte. —Tokusa levantó el brazo, torpemente, pero al bajarlo, Shaina pudo ver la precisión con la que apuntaba—. ¡Maza Divina!

Shaina se protegió del primer contacto, y aunque apenas sintió dolor, su brazo casi se entumece al instante. Concentró su Cosmos allí mientras se impulsaba con su pierna herida, que ahora era la más útil que tenía.

Usó los dos brazos para protegerse, todavía utilizando la Piel de Serpiente, pero cada ataque le hacía perder fuerzas y energías. Sus brazos se estaban cansando rápidamente. Y entonces lo comprendió: Hanuman no estaba siendo lento, ni torpe, sino que sus ataques eran excesivamente precisos. Sus pasos adelante tenían un propósito, la manera en que cargaba la fuerza en la gada era admirable, la postura de su brazo flexionado era perfecta. El Espectro Tokusa de Hanuman no estaba robándole sus fuerzas por alguna habilidad secreta inusual, sino porque estaba tocando sus puntos sensibles con la maza. Los puntos vitales de la constelación de Ofiuco.

Shaina intentó contraatacar, liberando electricidad como una red nuevamente, pero Tokusa cambió a lo que había hecho antes, la postura Laghima, y esquivó cada rayo con precisión impecable antes de volver a Prapti y conectar un golpe fulminante en su codo izquierdo, que casi le destruye todo hasta el hombro, de no ser por la Piel de Serpiente. La manera en que cambiaba de posturas de combate era limpia y sin esfuerzo.

En otras palabras, Tokusa de Hanuman era un artista marcial perfecto.

—Cada golpe es… una herida casi letal… Tus manos… ¡Ahh! —gritó Shaina, su brazo izquierdo perdió movilidad cuando liberó un Trueno, Tokusa lo esquivó, y conectó su Maza Divina en la clavícula, sin un centímetro de desvío, y la extremidad cayó colgando a su lado mientras Shaina retrocedía con atléticas piruetas y trataba de recomponerse.

—Jajaja, ja, ja, sí… Soy el mejor combatiente cuerpo a cuerpo en toda la orden del Inframundo de Hades. Claro que eso no sirve siempre para mis propósitos, aunque sí me es útil ahora para pasar el rato. Tú sabes pelear.

—¿Dices que soy un pasatiempo? —preguntó Shaina, pero Tokusa se limitó a que su respuesta fuera una sonrisa pérfida, así que preguntó otra cosa. Al menos le permitiría ganar tiempo para recuperarse un poco—. ¿Cuáles son esos propósitos de los que hablas?

Tokusa soltó una risilla. Luego arqueó la espalda, extendió los brazos, miró al cielo y comenzó a reírse a carcajadas como un psicópata. Shaina no pudo sorprenderse de su reacción, pero no pudo evitar sentirse algo intimidada.

—Jajajajajaja, lo que todo Espectro debería desear, quiero la cabeza de aquel que está por encima, aquel hombre majestuoso, jajajaja

—¿A quién te refieres? ¿Al Sumo Sacerdote?

—¿Qué? Jajajajajaja, ¿un Santo? ¡¡Nooo!! ¡Desde luego, que hablo del señor Aiacos de Garuda! ¡Aquel que puede asesinar incluso a los dioses!

—¿Quieres matar a… Aiacos? ¿A tu superior?

—¿Acaso nunca lo has deseado, Santo? ¡Uh! —Tokusa se limpió la saliva que le cayó por la barbilla, parecía que había saboreado la imagen de él asesinando a Aiacos, y volvió a sonreír como un demente—. ¡Oh! ¡La cabeza del señor Aiacos en mi mano! ¡El deseo de todo hombre es volverse superior, mostrarle a todo el mundo que eres único! Sí, tú no eres hombre, puedo verlo, pero definitivamente lo has sentido. Oh, puedo verlo en tus ojos, síii.

 

Shaina era una asesina enviada por el Santuario para tomar la cabeza de Atenea. La imagen de su memoria no podía evitarla, y debió haberse reflejado tanto que Tokusa pudo verla. Sí, deseó matar a Saori Kido, pero los motivos eran completamente distintos. Era porque no era la verdadera Atenea, o eso le habían dicho.

Nunca se sintió superior a ella. Cuando la conoció, y sintió su Cosmos por primera vez, el corazón de Shaina se llenó de admiración… y otras cosas. Saori estaba protegiendo a Seiya, después de todo, tras la caída en el barranco por culpa de Jamian.

Pero cuando se cambió de bando y juró lealtad a Atenea, jamás pensó en hacerle daño. ¿Por qué lo haría? Quizás era algo inocente y boba, se lo dijo un par de veces, pero tenía una genuina motivación por proteger a la humanidad. No importaba qué emociones y sentimientos humanos tuviera Shaina por el asunto de Seiya, o por su misión previa, no tenía ninguna intención de hacerle daño a Saori Kido. No. Shaina deseaba protegerla, ya fuera por el lavado de cerebro durante el entrenamiento de Santo, o por deseo propio de verla como una persona digna de ser protegida.

¿En qué mente sana podía caber la idea de que estaba bien querer la cabeza de tu superior, con tanto anhelo? Por lo que había escuchado de Aiacos, probablemente le parecía hilarante, pero sin un sentido de lealtad entre medio, ¿cómo podían dominar solo las emociones más irracionales?

—No. No sé qué tienes en la cabeza, Hanuman, pero no he tenido ni comparto esas sensaciones. Soy una Santo de Atenea, y juré dar mi vida por ella, no tomar la de ella.

—¿Hanuman? Jajajaja, me conoces. ¡Cuánta ira en esos ojos!

Otra vez. No era simple arrogancia, Tokusa realmente no recordaba a Shaina de aquella vez en el Santuario. Se consideraba un ser superior, más allá de esas memorias, y su deseo de ser la máxima entidad era tanta que quería asesinar a Garuda, abiertamente y con toda honestidad.

—Atacaste el Santuario. Mataste a dos Santos de Bronce junto con tu compañera.

—¡Sí, fue divertido! Nadie vio venir el Nacimiento Divino, pude haber asesinado a cualquiera allí fácilmente. Pero no me interesa quién estuviera allí para verlo o no. —Ante la sorpresa de Shaina, Tokusa cambió de postura nuevamente, y su forma fue, al igual que antes, completamente perfecta, aunque más tradicional. Piernas flexionadas y firmemente en el suelo. Brazo izquierdo atrás, reaccionando defensivamente, mientras el derecho tenía una curvatura que declaraba versatilidad y rápido percutor en los ataques. Cintura recta y vertical, firme como un roble.

—porqueria… —Shaina recuperó la verticalidad de nuevo, poniendo todo su peso sobre la rota pierna derecha—. ¿Qué va a…?

Parakamya[5] —dijo Tokusa—, la forma más agresiva del dios Hanuman, aquella en la cual su voluntad de hierro se vuelve ley, una declaración de guerra. Te la ganaste por esos ojos, Santo. Realmente me odias.

—Sí. Tomaré tu cabeza por ello… —Shaina abrió sus poros y su Cosmos salió por fulgores, ruidosos y agresivos—. Y luego la de Aiacos también.

—¡¡¡Noooo!!! No, no, no, ¡ese es mío! Además, ¡¡¡yo no lo odio!!! Quiero su cabeza porque es Aiacos de Garuda. ¡Nooo! ¡Tú ni vales eso!

Tokusa golpeó con la derecha. Shaina bloqueó con ese mismo brazo y, casi al instante, se le entumeció. Tuvo que esquivar el puñetazo izquierdo, pero al hacerlo dejó su flanco derecho desprotegido, y recibió un rodillazo en el vientre que le revolvió todo el estómago. Shaina endureció los músculos y contraatacó, buscando los puntos débiles del roble, pero como antes, se encontró con un enemigo tan flexible que flotó lejos de ella, y al percatarse de su ubicación, el roble de Parakamya le cayó encima.

Cambiaba de Parakamya a la maza de Prapti para controlarla, y luego a Parakamya de nuevo para atacar con fuerza. Regresaba a la forma Laghima para esquivar los ataques, y se hacía más fuerte con Prapti medio segundo después, robándole energías. Y volvía a atacar. Defensa. Control. Ataque. Todo lo que hacía tenía una forma marcial perfecta, tanto que era como luchar contra tres oponentes distintos a la vez.

Shaina comenzó a desconcentrarse, perdiendo el enfoque. Los golpes poderosos de Tokusa empezaron a conectar progresivamente, y la armadura de Ofiuco sintió el peso del dolor, absorbiendo lo más que pudo. Solo el brazo derecho de Shaina estaba activo, defendiendo e intentando contraatacar, pero tras un rato, Hanuman solo necesitó de la forma Parakamya. El golpe más brutal lo realizó con el largo látigo que salía de su yelmo, en un movimiento potente pero elegante que pareció mezclar dos de sus estilos.

La mezcla no estaba fuera de lo normal. Tenía hasta lógica.

La Santo de Ofiuco se tambaleó, pero no cayó de rodillas. Se mantuvo de pie, con los ojos fijos en su oponente. En cada uno de sus movimientos. En cada pulso de sus brazos, y cada cambio de ritmo en sus pies. En sus ojos demenciales…

—Haber tenido que llegar hasta esto contigo es casi una deshonra. Sabes pelear, pero no se suponía que duraras tanto.

—S-soy una Santo de Atenea… —Shaina detuvo su oración para escupir sangre que se le había acumulado en la garganta—. N-no aprendí a luchar ayer…

—Sí, claro, pero necesito desquitarme de alguna forma. El señor Aiacos está muy lejos, y una promesa de combate después no es suficiente, siempre se le olvida. ¡Quiero matarlo ya!

—¿Asumes que puedes… cof, cof, cof, hacerlo? ¿Cómo sabes que no p-perderás tú la vida en el intento?

—No, no, no, ¡no! —exclamó Hanuman, sonriendo con nerviosismo demoníaco, como si la idea no tiene sentido—. No lo entiendes, ¡solo yo puedo tomar su cabeza, solo yo soy digno! Pero está tan lejos… Oh.

—¿Oh?

—Si te llevo a Cocytos estaré cerca… Claro. Eres una Santo. Una rebelde contra los dioses. Todos los Santos del pasado están congelados en Cocytos, es una oportunidad más que perfecta.

—¿Llevarme a Cocytos? Cof, cof, nada me impedirá salir.

—¿Eres tonta? Solo el fuego infernal, el poder de un dios, podría liberar a alguien de Cocytos. —Tokusa arqueó el brazo derecho hacia atrás, y luego lo alzó bruscamente al cielo, donde se liberó un rayo de energía violeta—. Aunque solo necesito llevar el pedazo más grande que quede de ti. Estilo Parakamya. ¡Invocación Divina![6]

El rayo que envió hacia arriba se transformó en una esfera flotante, y luego estalló, separándose en cientos de pequeños relámpagos fulgurantes que se esparcieron por todo el campo de batalla. Las pobres almas de la Novena Fosa lo vieron caer como una lluvia de meteoritos, y no se salvarían del impacto, que solo les causaría más dolor…

Pero Shaina no vio la lluvia. No había tenido tiempo de ello, pues estaba enfocada en algo distinto. En el microsegundo siguiente a que Tokusa arqueara el brazo hacia atrás, Shaina ya se había desplazado del suelo. Apenas un parpadeo después de que la Invocación Divina saliera de sus manos, el puño de Shaina ya había hecho contacto con el centro de su pecho, en medio de la caja torácica.

—¿Q-qué…?

Víbora Vibrante[7] —dijo Shaina, y su puño derecho pareció tocar solo una vez el peto de Hanuman, pero en realidad, lo que propagó con su aura eléctrica fueron miles de golpes en ese súbito instante, antes de que Tokusa bajara el brazo para protegerse.

 

Shaina esquivó el contraataque, retrocediendo. El peto de Hanuman se trisó, y un segundo después, se reventó en mil pedazos ante la sorpresa del Espectro. El puño de Shaina, que utilizaba la técnica por primera vez en combate real, seguía vibrando, pero la oportunidad única había rendido frutos. El límite que había tenido para ejecutar el ataque había sido diminuto, pero confiaba en que lo lograría.

—¿Cómo…? ¿Cómo pudiste saber…?

—Te dices el más grande artista marcial del Inframundo, y posiblemente es cierto. Pero yo soy una Santo de Plata, la orden de expertos de la guerra, combatientes marciales destinados a ser la primera línea de ataque del Santuario. —Shaina se puso en guardia con una nueva postura que había necesitado y decidido adoptar por necesidad de las heridas de su cuerpo, y para contraatacar las formas de Hanuman—. Nunca deberías subestimar a un Santo. Y cuando te mate, ¡te darás cuenta de cuán fácil será!


[1] Ligereza, en sánscrito.

[2]Deva Janm, en hindi.

[3] Ganancia, en sánscrito.

[4] Deva Gada, en hindi.

[5] Voluntad, en sánscrito.

[6] Deva Aahvaan, en hindi.

[7] Vipera Vibrante, en italiano.


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Rexomega

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Publicado 12 diciembre 2023 - 09:32

Saludos

 

Me apetece mucho leer el capítulo de Shaina, pero voy con retraso. ¡Vamos con el capítulo de Kanon! 

 

Primero que nada, algunos errores que he visto:

-En vez de "había sido incapaz de defenderse", creo que sería "habría".

-¿De bajo? (Creo que el De sobra).

-En vez de "Cuerpos del Carnero", "Cuernos".

-En vez de "Tratando de parecer", creo que sería "Tratando de no parecer".

-En vez de "Potencia", "potenciaba" (porque el resto de la oración es en pasado.

 

Como los Tres Demonios hablan un poco raro, no sé reconocer cuándo es un error y cuándo no.

 

Sobre el capítulo, me gustó mucho tu forma de introducirnos el río Cocito. En la obra original, visualmente impacta, pero en lo narrativo no tanto. En particular, veo efectivo que sea un lugar en el que, si la llama de tu cosmos se apaga un momento, estás acabado. Y la mención a que la mayoría de los santos de Atenea (no todos) están ahí, casa bien con el destino tan ¿épico, heroico? que le diste a Orfeo de Lira.

 

¿Qué decir de Kanon? Por lo general, cuando los malos se vuelven buenos, dejan de ser una fuerza de la naturaleza que arrasa con todo. A él no le pasó en la obra original, frente al cosmos inestable de nuestros queridos protagonistas, él (e Ikki, cuando estábamos en la dimensión de los 90 y no en... ¡LA SIGUIENTE DIMENSIÓN!), arrasaba con todo. Espectros sin nombre, espectros con nombre que no importan (mucho) y hasta un Juez. Aquí creo que supiste hallar un equilibrio entre los peligros que supone el ejército de Hades y la absurda fuerza que este santo de oro posee, con un estado inicial en desventaja y una victoria tan aplastante cuando deja de estarlo que tuve que leerlo dos veces para cerciorarme de que no me perdí nada.

 

A Earhart de Vampiro no lo conozco, supongo que viene de alguno de los Gaiden de Lost Canvas que no llegué a leer. O es inventado. Wimber de Murciélago tampoco me sonaba hasta que me acordé de la triste muerte del gran Hasgard (me niego a decirle Rasgado) de Tauro. Buena referencia ahí. Y si el tema de usar la sangre como arma viene del otro gran héroe, Albafica de Piscis, pues doble ración.

 

Creo que lo que más nos puede chocar de la Saga de Hades, es que a pesar de que el Santuario está más mermado que nunca y que el ejército del inframundo es el más grande conocido hasta la fecha, los protagonistas no tienen demasiadas dificultades. O las tienen, pero cuentan con alguien para sacarlos del apuro, como Orfeo de Lira y Kanon de Géminis. De siempre consideré un desacierto que se atribuyera la apabullante victoria de Radamantis a una barrera que limita el poder, o que Aiacos cayera como carne de cañón, o que Minos fuera tan irrelevante que, pese a que nadie (sensato) duda de su fuerza, era para Hyoga más un pesado que una amenaza, como, ¿por qué rayos vienes, no ves que ya superamos tu fase? No sé si me explico. El caso es que por esta forma de pensar, que ya no puedo atribuir a que apuraban a Kurumada para acabar porque Next Dimension es aún peor (el ejército de Hades es un relleno incómodo, directamente, en la gran aventura de Odiseo, el Magnífico), me gusta este conflicto interno que se da en las fuerzas del Hades. No sé si la idea es que es por esto que nuestros protagonistas alcanzarán la victoria, pero a veces lo siento así. La "guerra civil" de Lost Canvas también me gustó, aunque vino en lo que considero su peor arco y mayor caída de calidad, así que no es lo mismo.

 

En cuanto a la segunda escena, ¿qué decir? Me encantan los Tres Demonios. El concepto, la forma de repartir el poder de Youma de Mefistófeles en tres espectros para no tener a un personaje tan roto, su rara forma de expresarse y sus misteriosos planes. No tenía claro cómo Kanon iba a salirse de esta sin un Deus Ex Machina, y después de verlo bajo los efectos de Rewind Bio como el viejo portador del manto de Géminis, Aspros, aún menos podría apostar. ¿Tendremos a un joven Kanon en próximos capítulos? ¿El hombre morirá antes de tiempo?

 

El tiempo dirá. (Badum, tss.).

 

Mi intención es leer más pronto, pero por si no lo hago a tiempo, aprovecho este review para desearte una Feliz Navidad. No te preocupes que las obligaciones van primero, pero ya que regresaste, queda prohibido do dejar de publicar hasta que esta historia esté terminada y bien terminada.


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    Bang

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Publicado 20 diciembre 2023 - 22:46

Tantos errores, no puedo evitarlo. Solo agradecer el apoyo ahí, las constantes lecturas, las críticas, lo agradezco de verdad :)

 

Lo del Cocytos fue algo que me agradó hacer, porque simplemente lo hace todo más peligroso. Es un mundo de hielo en la parte más baja del infierno. Estar allí te deja congelado, así que ¿qué mejor que darles un handicap a los Santos con algo que hacen constantemente? Deben encender su Cosmos, pero si se agotan, hasta ahí llegaron.

A Kanon necesité bajarlo. Ya había tenido unas cuantas dificultades antes con Mantícora, y un poco con Lune, pero dado que ni siquiera los Géminis tienen predominancia aquí, e intento en lo posible que mis personajes secundarios no tengan un plot armor tan obvio, se me ocurrió sacarlo de combate aquí, ante los Tres Demonios, que sí, son Youma dividido en tres xD

Y hablando de Géminis con plot armor, Earheart de Vampiro es del Gaiden de Aspros. Horrible capítulo, horribles personajes, pero el uso de la sangre como arma necesitaba rescatarlo jaja

 

Lo de Aiacos, Radamanthys y Minos fue una aberración. O sea, al menos Radamanthys tuvo su momento DESPUÉS de la barrera, no mucho, y contra un rival que ni siquiera conocía, pero algo es algo. Aiacos, supongo que tuvo una pelea decente como para no terminar la palabra aberración. Digamos, aberrac. Pero Minos lo tuvo completo. Qué desperdicio de personaje. Por eso acá metí a Radamanthys y Aiacos (y a sus hombres y mujeres de élite respectivos) un volumen antes, desarrollándolos, dándoles cámara y capítulos, y con sus rivalidades de inicio. Y sobre Minos... bueno, él está tardando, pero es el rival final, y tengo planes con él que estoy seguro que durarán más que lo que Kurumada tardó en deshacerse de él, al menos.

 

Gracias por pasar, compañero, de verdad.

 

 

 

SEIYA VII

 

 

Cocytos, Octava Prisión. Inframundo.

“Maldita sea… No puedo más… No puedo mantener mi Cosmos encendido… Pero no quiero morir aquí, ¡maldición!”

Seiya no supo cuántas veces se repitió el mismo mantra mientras se arrastraba en bajada por la superficie congelada de Cocytos, dejando atrás a Orphée, de quien había adivinado su última misión. Seiya escuchó el sonido de su melodía final, y no tuvo fuerzas para devolverse y ayudarlo. O, quizás, no quiso hacerlo. Debía respetar su deseo, el de al fin reunirse con su amada. ¿Eso lo hacía mala persona? ¿Mal hombre? ¿Mal Santo? Quizás habría tenido la misma motivación si él se hubiera visto en esa situación, de volver a ver a la mujer que amaba.

Y quería verla.

Escuchó después el rumor de Caina crujiendo, y luego la gran explosión. El aura del Santo de Lira se apagó, y su voluntad se unió a Seiya solo lo suficiente para lograr salir del área y bajar por Cocytos lo más posible, pero ya no se sentía capaz. Cada paso era una tortura. Incluso si Valentine y Sylphid estaban ahora muertos, el sacrificio de Orphée no valía de nada si Seiya no era capaz siquiera de cumplir su misión. Había sido torturado, y eso había abierto todas sus heridas anteriores. No tenía fuerzas, había perdido demasiada sangre. Jamás se había rendido, su resistencia ya era tan famosa que sus amigos hasta se burlaban de él, llamándolo cucaracha… pero, tal vez por primera vez, sinceramente no tenía energías para avanzar. Intentó con el viejo truco de contar. Uno, dos, uno, dos. Para llegar a dos solo tenía que dar el paso uno por la nieve. Para volver al paso uno, tenía que concluir el paso dos. Y repetir. Sin pensar, solo repetir, seguir caminando.

Tras un rato, sus energías no estaban puestas en dar otro paso, sino en quedarse de pie. El esfuerzo máximo de ahora era levantar su muslo lo suficiente como para que la pisada posterior valiera la pena. Uno, dos, uno… cero.

Finalmente, un torrente de nieve lo azotó fuertemente al suelo. De espaldas sobre el hielo, golpeado por los látigos fríos del Cocytos, y rodeado por almas enterradas hasta el cuello, Seiya se dio cuenta de que no podía mover ni los brazos ni las piernas. Estaba agarrotado de cansancio, paralizado por el intenso frío, herido hasta el límite. Solo su Cosmos seguía encendido lo suficiente como para no morir congelado, pero se preguntó si valía la pena.

Su cuerpo empezó a cubrirse de nieve. El hielo subió por sus extremidades, que se pusieron lentas y pesadas. Su Cosmos ardía como una leve llama danzante, apenas capaz de sobrevivir. Sus ojos estaban agotadísimos, se cerrarían pronto… Quizás entonces se quedaría dormido. ¿Cómo sería eso? ¿Iba a morir al fin? ¿Congelado? Tal vez morir de esa manera no sería tan malo. Decían que era como quedarse dormido. Pero… Orphée había dado su vida para que él siguiera adelante. Le estaba faltando el respeto pensando así.

—Lo siento, Orphée… Realmente no puedo dar más pasos. Estoy agotado. El frío me está matando. —Pensó en las circunstancias de su posible tumba, y todo lo que había a su alrededor, mientras sus párpados se cerraban—. Quizás ya esté tu alma aquí, creo que Cocytos es para los hombres como tú y yo. Los Santos que se rebelaron contra los dioses. Si estás aquí, entonces me uniré a ti. Perdóname, Orphée.

No estaba hablando en voz alta, pero pensó que sí. Sus labios estaban azules, inmóviles. Su piel también había perdido color. Solo había pensado, pues su mente era lo único que seguía vivo. Tenía muchísimas ganas de dejar de esforzarse.

“Saori…”

Solo mantuvo los ojos abiertos porque vio algo que le llamó la atención en medio del blanco mundo adelante. Algo color dorado. Un brillo tenue, pero indistinguible, cual moneda de oro. Le pareció algo muy curioso, y quiso saber qué era. Si iba a morir, qué más daba saciar su curiosidad infantil. Se arrastró a duras penas por el hielo, subiendo una colina fría mientras sus fuerzas lo abandonaban, pero realmente tenía ganas de ver, y tal vez tocar esa cosa dorada. ¿Estaba delirando? Pensarlo fue lo único que le hizo saber que estaba a punto de hacerlo.

Pero, entonces…

—A-Aiolia… —Esta vez, Seiya sí movió los labios. Su mandíbula cayó al suelo de la sorpresa, el horror, el miedo, la tristeza.

La cabeza de Aiolia estaba allí. Podía verla perfectamente. Su cuerpo, con todo y el Manto de Oro, estaba enterrado en el hielo. Su cabello castaño era golpeado por el viento, y el cuello de Leo estaba cubierto de escarcha. No parecía respirar. Radamanthys lo había arrojado allí.

Miró más allá de Aiolia. Como lo esperaba, Muu y Milo estaban allí también. La piel de ambos estaba pálida, y sus ojos no reaccionaban a nada. Seiya se acercó al Santo de Leo, y sintió que sus lágrimas se congelaron antes de caer. Fue uno de sus mejores amigos y también su mentor. Una de sus inspiraciones para continuar su entrenamiento de Santo. Su sangre dorada estaba entremezclada con el oricalco de Pegasus.

—Aiolia, n-no deberías es-estar a-aquí… N-nadie debería…

A su alrededor había más de ellos. Decenas. Cientos. Mucho más que eso. Todos los Santos que, por el pecado de rebelarse contra los dioses, de querer defender a los seres humanos a pesar de todos sus errores, solo porque merecían hacer lo que quisieran, habían sido castigados por la Providencia. Eran débiles, inseguros, torpes, pero en ellos había miles de emociones, lo que, en la opinión de Seiya, les hacía merecedores de vivir como quisieran, sin temor a ser dañados o destruidos por una divinidad iracunda.

Aiolia, en particular, era alguien lleno de emociones. Podía verlo allí, entrenando en las montañas, lidiando en su corazón con la traición de su hermano mayor, pero también aspirando a ser como él, o incluso mejor. Podía ver sus pequeñas manos sangrando tras tres horas destruyendo pequeñas piedras con la electricidad que salía de sus poros. Amor fraterno; odio y recelo. Todo se unía en el infinito deseo de justicia que poseía, que se hacía evidente en los rayos que podían iluminar incluso aquel día ya brillante bajo el sol incandescente. Podía ver…

¿Podía ver?

Abrió los ojos. Los había cerrado, dándole la bienvenida a la muerte, pero su aura seguía encendida, negándose a dejarle morir. Pero estaba cansado, ya se había rendido un rato antes, mientras acariciaba el rostro frío de Aiolia… ¿Cómo era que seguía vivo?

Sintió un choque eléctrico. No fue doloroso. Le dio vida a sus piernas y a sus brazos, al menos por un tiempo. Y el tiempo siguió su extraño curso.

 

Como pudo, se arrastró. Parte de él sentía que debía volver, pero una corriente extraña le impulsaba a avanzar. Una luz dorada como la que emitían sus Mantos de Oro, pero estaba delante de él. Debía seguir.

De pronto, tocó piedra, en lugar de nieve. Seiya miró con dificultades hacia arriba. La piedra se extendía en vertical, y también en horizontal. ¿Un edificio?, pensó. Se puso de pie. Debía entrar en calor de alguna manera, y solo entonces podría pensar en dónde se encontraba y qué hora era, cosas así. En el Inframundo era imposible saber cuánto tiempo transcurría y en qué dirección se encontraban las cosas. Ya tendría tiempo para resolver esas dudas. Tal vez. Necesitaba descansar.

La luz lo hizo levantarse. Un par de Esqueletos se encontró en su camino. Recibió varios golpes de ellos con sus guadañas, y luego los venció con sus puños. Entró por algo que parecía una puerta. El viento dejó de azotarlo. Dejó tras de sí una ruta de sangre.

 

Antenora, Octava Prisión. Inframundo.

Sí, definitivamente se trataba del segundo templo en Cocytos. Antenora. Al menos eso lo había hecho bien. Dado que aún se encontraba sobre el río de hielo, podía adivinar que se había arrastrado más abajo, en dirección hacia Judecca.

Estaba cubierto de nieve. Se la quitó con las últimas fuerzas que le quedaban, y se sentó contra un muro, viendo cómo el viento creaba tornados de hielo y nieve más allá de la puerta de mortemita. Era mejor eso que mirar el resto del edificio, repleto de estatuas horrorosas, cuadros con escenas terribles, herramientas extrañas, sangre seca en el piso. Si no se equivocaba, el dueño era Aiacos de Garuda, pero claramente no se hallaba allí, así como ninguno de sus Espectros. Estaba solo.

Le dolía el centro del pecho. Trató de llevarse la mano allí, pero le cayó casi muerta a un lado. Su visión empezó a nublarse. Una luz dorada como la de antes, que tal vez le había guiado, resurgió, pero no sabía a dónde tenía que ir, o si incluso podía llegar. Le dolía mucho el pecho. ¿Qué le habían hecho esos desgraciados de Valentine y Sylphid?

De hecho, ¿no era allí dónde tenía que llegar? ¿Al templo Antenora, convertido en una suerte de bomba? Pero estaba tan cansado que no recordó el nombre hasta que entró. ¿A eso se limitaba su destino? ¿Iba a estallar allí como arma de Caina en su guerra interna con Antenora? ¿Un arma de Radamanthys para eliminar a Aiacos?

El pesar se hizo mayor, pero ya no tenía ni siquiera fuerzas para quejarse. Era peor que cuando Pharaoh trató de quitarles el corazón a él y a Shaina. ¿Dónde se encontraría ella? No la veía hace tiempo. Esperaba que se encontrara bien. También Shiryu, Hyoga… ¿Y Shun? Shun era Hades, recordó.

Nada tenía sentido.

Un búho se posó en su brazo. Su brazo brillaba como el oro, como la armadura de Aiolia. El búho brillaba de azul, como la armadura de Pegaso. ¿Qué hacía un búho ahí? El búho apuntó con su pico a su pecho dolorido, y empezó a golpearlo suavemente. Tonto pájaro, pensó. No vas a evitar que estalle en pedazos aquí.

Sylphid había hecho algo para que Seiya llegara, de una u otra manera, a Antenora. Si no era eso, entonces era el tipo con menos suerte del mundo. Sintió que algo le saldría del pecho. Su visión se nubló hasta que se convirtió en nubes, y luego las nubes le dieron paso a la eterna noche.

Sintió que todo se acabó. Una luz al final del túnel le alcanzó. No. Se equivocó. No era una simple luz. Parecía una criatura luminosa de color dorado, pero con alas azules. Se preguntó fugazmente desde cuándo los caballos tenían alas.

No puedes morir aquí. Aún no es el momento.

 

La luz le despertó. No había ni una sola nube ante sus ojos, ni tampoco un ave en su brazo. Tan solo el viento y la nieve y el frío más allá del portón de Antenora. A un lado se encontraba la Armadura de Pegaso, ensamblada en su forma de caballo, caminando hacia atrás, como si huyera de él. ¿Le temía a la explosión? ¿Acaso ya había estallado?

—¿Qué estás haciendo…? Ven…

Estiró el brazo. El que pensó que se le había muerto. No iba a morir en un edificio abandonado como un don nadie. No iba a perder la vida por el truco ni el experimento de ningún idiota. Era un Santo. Aún no era el momento, el búho tenía razón, aunque fuera el fruto de su imaginación.

Miró hacia su camiseta. Había una mancha negra en el centro de su pecho. Se miró por debajo de la tela, y obviamente encontró la sombra en su piel. ¿De eso huía su Manto de Bronce? Qué boba era, igual que él.

—Ven, Pegasus… No me tengas miedo. Jamás… jamás podría hacerte daño.

El animal bajó la cabeza. Dio un paso hacia adelante. Una luz dorada surgió de él, como si aceptara sus palabras. Seiya se puso dificultosamente de rodillas y extendió el brazo aún más.

Pegasus se separó en piezas. Seiya comenzó a brillar. ¿Era esa la luz que lo había guiado hasta Antenora?

 

—¿Un Santo de Oro? —dijo alguien a sus espaldas, en medio de furiosas ventiscas de hielo—. No. Es de Bronce. Pegaso.

Seiya reconoció esa voz en seguida, aunque tenía pocas fuerzas para voltearse y confirmar lo que presentía. Valentine de Arpía estaba detrás de él. Había conseguido sobrevivir al ataque final de Orphée. ¡No era justo!

Lo había confundido con un Santo de Oro. Era obvio. Tardó un poco en entender lo que ocurría, pero cuando lo hizo, ya se estaba poniendo de pie. O, más bien, lo estaban levantando. Pegasus estaba jalando de él, listo para volver al campo de batalla, confiando en su compañero.

Las memorias de Aiolia, al interior de Pegasus, lo habían despertado y guiado. Además, habían tornado su armadura como el oro, y con fuerzas renovadas, era el propio Pegasus quien estaba moviendo las extremidades de Seiya. Considerando la sangre dorada, no era extraño decir que Aiolia también lo estaba ayudando, más allá de la muerte.

Pegasus, su compañero del alma, resplandeciendo como el sol, le ayudó a levantar la guardia, y Seiya miró a su oponente frente a frente. Su Surplice estaba maltratada, había varias piezas faltantes, y sus altas estaban completamente rotas. Pero Valentine tenía más que energías suficientes para perseguir a Seiya desde Caina.

—Brillas como un Santo de Oro, pero no eres tú quien se mueve, ¿me equivoco? Dicen que manejan el Séptimo Sentido, pero esto no lo es. Esto es solo la voluntad de tu Manto Sagrado.

—A d-diferencia de sus armaduras, las nuestras e-están vivas, t-tienen sus propios deseos y motivación. C-creo que Pegasus quiere que dejes de molestar…

—Pegasus no te salvará de este lugar. Estás en Antenora, el sitio donde tu corazón se resistirá a vivir después de lo que Sylphid te hizo. Pensaba que solo encontraría trozos de este malnacido edificio. La mortemita en tu interior debería liberarse pronto. ¿Por qué no lo ha hecho aún?

—Y-ya te lo d-dije… N-no me gusta p-perder… Esto es solo un edificio… Yo ya he cruzado b-bastantes…

—Aun así, llegar desde Caina hasta aquí es una gran proeza. Afuera está Cocytos, donde reina la Ley del Hielo, dominada por tres Espectros Celestiales. En el momento en que tu Cosmos deje de brillar, incluso el más tenue resplandor, tú y tu armadura morirán de inmediato. Nada ni nadie puede sobrevivir aquí, mientras la Ley del Hielo esté activa. Si es que no lo hace la mortemita antes.

—S-sigue soñando… a-ahora que estamos p-parloteando, t-tengo menos ganas de morirme, p-para poder c-callarte, ¿s-sabes…? Ja, ja.

Avaricia: El Dulce Chocolate —dijo Valentine, y sus malnacidas arpías salieron de sus brazos, rodeando al congelado Seiya, comenzando a robar sus fuerzas—. ¿No te das cuenta? Ni siquiera necesito atacarte, mis arpías se tragarán la poca fuerza que te queda, y tu armadura no puede salvarte. Ofrece una protección, pero si no eres capaz de atacar tú mismo, entonces todo es inútil. Diría que te quedan tan solo unos segundos más…

—¿Nunca te cansas de parlotear? —Se permitió una sonrisa socarrona. Pero ¿qué más podía hacer en esas circunstancias? Todo lo que tenía era su personalidad—. No veo cómo te aguantaba el pobre Sylphid.

Valentine le agarró el cuello y lo levantó del piso de piedra. La armadura de Seiya seguía con la capa de color dorado, su Cosmos seguía encendido por obra de la sangre de Aiolia y de Pegasus, pero Seiya estaba inmóvil. Tal como al principio, no pudo levantar el brazo para apartar el del Espectro de Arpía. No pudo evitar ver sus ojos, fríos, agudos, pequeños… pero salvajes.

—Puedo hacerlo más rápidamente, mis Arpías no tienen que hacerlo. ¿Por qué te burlas buscando tanto la muerte, Pegaso?

—¿H-herí tus s-sentimientos? Je, je…

—No creas que porque Caina te marcó como una extrañeza vas a salir de esta. No eres inmortal, incluso si tu alma no fue limpiada o no bebiste del río Lethe para olvidar. Eres solo un Santo, nada más ni nada menos. Morirás aquí en Antenora. Morirás en el río Cocytos. Da igual. Tomaré el consejo de Sylphid. Te mataré, quiero que lo sepas, y luego mataré a Aiacos y su guardia con el señor Radamanthys, lástima que no estén aquí. ¡Solo Radamanthys y yo sobrevivimos, y solo él y yo somos necesarios!

Valentine levantó su brazo, que brilló con tonos rosas mientras las Arpías del Dulce Chocolate, que habían robado las fuerzas de Seiya, lo alimentaban con tiernos besos que repartían por todo el brazo.

—V-vaya que le tienes afecto, j-ja, ja… —Seiya cerró los ojos. Solo le quedaba un poco de humor. Valentine tenía razón. No valía la pena, carecía de fuerzas.

—Sí, como el que le tienes a Atenea. A ella también la mataré, estoy harto de todo esto. Mis Arpías disfrutarán de alimentarse de esa put-a diosa.

Seiya sintió que el calor inundó sus mejillas, lo cual fue la primera sensación de calor que había tenido en mucho tiempo. También ciñó el ceño y cerró los puños, lo que eran los primeros movimientos que lograba hacer conscientemente. La imagen de Saori apareció en su cabeza. No había pensado en ella, sino que en sí mismo. Saori estaba en el Inframundo, buscando terminar con las Guerras Santas con su sacrificio.

Antes de que Seiya pudiera reaccionar a los insultos de Valentine, el puño de éste bajó en dirección a su cuello, pero no encontró puerto. El canto de su mano se detuvo a centímetros de su piel. No porque se hubiera arrepentido, sino porque su mano no podía seguir moviéndose, como si se hubiera encontrado con una pared invisible, o alguien se la estuviera sujetando.

—Pero ¿qué demonios pasa? Pegaso… No, no eres tú… M-mi mano…

—No, no soy yo.

Podía sentirlo. Era una sensación nostálgica. Una presión invisible. Una fuerza que distraía sus sentidos. Telequinesis.

Eso no tenía sentido. Muu estaba muerto. También Aiolia y Milo, los abandonó quizás cuántos kilómetros atrás. Pero Seiya percibía ahora vibraciones en el aire. Era una sensación que provocaba miedo… como un temor inherente, pero el destinatario no era Seiya. La Restricción de Escorpio. Y… Aiolia lo había despertado con un choque eléctrico después de tocar su rostro. No tenía sentido.

¡A menos que Aiolia, Muu y Milo siguieran vivos!

 

—Los Santos de Oro. Este es el Cosmos que sentí en el castillo. Son los que están cerca de Caina. Pero no entiendo, el frío del Cocytos debió haber acabado con ellos desde hace mucho, el señor Radamanthys en persona los arrojó aquí… El señor Radamanthys no podría haberlo hecho sin asegurarse…

—C-creo que es lo contrario. —Seiya sentía que el brillo dorado de su armadura le estaba devolviendo el calor al cuerpo. Podía mover los dedos de las manos y los pies, no le era difícil hablar, y podía llevar su Cosmos a su puño—. T-tu jefe se confió, p-p-porque todos ustedes c-creen que somos… d-débiles…

“Pero ellos no”. Aiolia, Milo y Muu seguirían luchando hasta que la última gota de su Cosmos dejara de fluir, sin importar si se encontraban en un infierno de hielo. Así eran ellos. Así eran todos los Santos, los seres humanos, lo que los dioses no podían entender. Los Santos de Oro seguían aguantando, no esperando un rescate que parecía imposible, sino que brindando sus últimas fuerzas para aquellos que no había absorbido el hielo.

Seiya era uno de esos. No había muerto, pero no podía dejarse morir tampoco. Si perdía la vida, sería en combate, salvando o asistiendo a Saori. Ella también estaba dando todo en la lucha, y si ella llegaba a Judecca y él no, no podría jamás descansar en paz. ¿En qué estaba pensando cuando quiso rendirse a morir ante el hielo? ¡Era un chiquillo idiota a quien tres adultos congelados tuvieron que recordarle su deber!

Seiya le estampó un puñetazo a Valentine en el rostro aprovechando su distracción anterior, y pudo separarse de él. Esas eran sus últimas fuerzas. Era el todo o la nada. Si lo que tenía pensado hacer a continuación no funcionaba, entonces sería su fin, pero había salido de situaciones tan difícil anteriormente, que sabía que, aunque lo abandonaban sus fuerzas, la fe seguía revelando su presencia.

Se concentró en elevar su Cosmos y las Arpías que habían chupado su energía con sus tétricos besos. Las miró. Las observó detenidamente… y Seiya descubrió que, aunque habían sido conjuradas por Valentine, seguían activas e independientes mientras caía a la nieve el Espectro. Extendió un brazo, abrió los dedos de la mano derecha y se enfocó en su propio poder, en sus propias sensaciones, en el conocimiento de su propio cuerpo, su alma y su mente.

El Cosmos era una forma de energía universal que se movía de un lado a otro con el universo, a través de éste y por encima de éste. Así se lo había dicho Marin muchísimas veces. Aunque el Cosmos naciera de su interior, podía desplazarlo a través del cielo, podía captarlo en el espacio y rastrearlo a través del tiempo. Era una parte de él que, por cuenta propia, le pertenecía.

Sintió su brazo estremecerse, y vio a las Arpías desaparecer en el aire, a la vez que el Espectro se ponía de pie. Necesitaba aún más, pero por ahora era suficiente. Ahora se podía mantener de pie, y su brazo resplandecía como zafiros junto al brillo dorado de la Armadura de Bronce.

Sus piernas se afirmaron bien en el suelo. La adrenalina corría por su cuerpo, y sin saber cuánto duraría, se preparó como pudo, en la postura de combate que prefería. Tal como Aiolia en sus recuerdos, tenía que volver a lo básico. Así entraba en calor.

Trazó con los brazos las trece estrellas de la constelación del Pegaso que también le había dado un manotazo para recordarle que luchaban juntos, y lo harían hasta el final. Había olvidado algo evidente, una tontería, algo que Marin le había enseñado desde el principio, una cosa muy básica.

Si tienes los brazos entumecidos, muévelos para despertarlos. Si el frío y el viento te azotan, usa tu Cosmos como escudo. Si tu cuerpo no puede más del cansancio y tus ojos se cierran, entonces ábrelos e ignora el cansancio. Todo estaba en la cabeza. La pobre Marin se pasó semanas intentando hacerle entender eso.

Mientras el cuerpo, con el corazón, los pulmones y el cerebro siguieran haciendo su función, y no hubiera perdido las extremidades, entonces podía seguirlas usando. No había excusa para lo contrario. Había algo negro en su cuerpo, tratando de salir. Bien. Lo haría morirse de miedo, enterrándolo en lo profundo de su alma. Él mandaba sobre su voluntad, no un Espectro con fetiche masoquista. El cuerpo y el espíritu tenían que ir de la mano. Enfocarse en continuar, en correr, en saltar, en luchar.

 

“Lucha, cuerpo, ¡lucha!”, se gritó Seiya a sí mismo. Su cuerpo estaba respondiendo. Sus brazos se estaban moviendo más rápido, recordando los familiares movimientos en el cielo de Pegaso, con la mano izquierda de vez en cuando bajando a rescatar energías de la estrella más brillante: ¡Enif!

Sus Meteoros surcaron el cielo, pero, aunque Valentine se sorprendió del repentino movimiento, fue capaz de esquivarlos. Solo habían sido unos trescientos Meteoros, pero el dejar al Espectro estupefacto de que pudiera moverse había valido la pena.

—¿¡A qué diablos estás jugando!? —Valentine disparó una ráfaga de Cosmos muy potente. Había sido casual, no podía olvidarse de que era un enemigo poderoso, y Seiya no podía depender de que otros lo salvaran. Debía depender de sí mismo.

Encendió nuevamente la llama azul en su brazo derecho, y rápidamente la llevó a sus pies. Con un impulso que incluso a él le sorprendió, dio una pirueta en el aire y, tras caer al piso de Antenora, volvió a mover los brazos, trazando la constelación de Pegaso.

—Me cuesta admitirlo… p-pero esto no es un juego… Y-yo hago todo esto p-por Saori… Es la diosa de la guerra la q-que me ll-lleva a hacer m-milagros… —tartamudeó el Santo de Pegaso.

—Glorificas mucho a tu diosa, que para ser la diosa de la guerra teme mucho ir al campo de batalla.

—No me hables tú de glorificar…

—¿Hablas del señor Radamanthys? —Valentine abrió las alas y miró al cielo, a la vez que sus endiabladas Arpías salían como un ejército de su descanso—. Él va más allá de la glorificación, pues es real. Es nuestro líder en batalla. ¡Es quien marcó el destino!

“Saori también es real”, pensó Seiya, quien se enfocó nuevamente en las Arpías, las observó detenidamente, y de pronto, en su cabeza, dijo algo.

Seiya extendió el brazo lo que más pudo, imitando la mecánica de Avaricia: El Dulce Chocolate, y las Arpías comenzaron a agitarse. Algunas continuaron robándole energía de su cuerpo, pero apenas la sentía. Por el contrario, se sentía hasta más fuerte y vigoroso. Sí, ¡tenía que funcionar! Si no, ¡se acabaría todo!

 

Valentine había liberado todas sus Arpías con Dulce Chocolate, y había cruzado los brazos desesperadamente sobre su cabeza para disparar La Vida. Seiya ya sabía cómo era, tenía que esquivar en cierta manera, como le había mostrado Orphée después de salvarlo de la tortura de Valentine, y con eso sería suficiente. Debía enfocarse en sí mismo ahora.

Combatir. Luchar. No rendirse. Todo por Saori. ¡Luchar y combatir!

—Le llevaré tu cabeza a mi señor Radamanthys, con él y yo seremos suficientes. Avaricia: ¡La Vida!

—Le llevaré mi fuerza a Saori, correré y volaré junto con ella. ¡Meteoros!

Seiya estaba débil, pero la fuerza dorada en su cuerpo y en Pegasus le estaba dando más y más energías, ayudándole a despertar. A seguir combatiendo. Su brazo derecho se cargó con más energía, pero aún conservaba la anterior en sus piernas, para moverse por el campo de batalla.

—El señor Radamanthys no requiere de palabrería vacía. Solo necesita lealtad por toda la eternidad. —Valentine comenzó a disparar repentinamente a Avaricia: La Vida, así como sus ataques individuales en la mezcla.

Seiya los esquivó, pero siguió con el brazo extendido. Se hizo más consciente del creciente dolor en su pecho, de que algo oscuro se mezclaba con su espíritu. Lo hizo callar otra vez. Solo le quedaba aguantar y sobrevivir. Se movió un poco más rápido…

—A diferencia de ti, ¡yo elijo a quien ser leal! —Seiya se detuvo nuevamente, puso las piernas firmes en el suelo, trazó las trece estrellas, y disparó los Meteoros.

—¡Esto no es nada! ¡Ah!

Un puñetazo. A diferencia de la vez anterior en que había evitado todos los golpes, Valentine no pudo ver uno de ellos esta vez, y se clavó en su abdomen. Otro más le llegó al hombro, y pronto, diez más lo alcanzaron, aunque esquivó quinientos otros. Lo más probable era que se estuviera preguntando cómo se había vuelto tan rápido. Le sería difícil descubrirlo, pues no sabía lo bien que Marin lo había entrenado.

Siendo sincero, el mismo Seiya no lo había comprendido hasta ahora.

 

Sus Meteoros eran más rápidos gracias a las Arpías. Su Cosmos, aunque le quedara solo una pizca, le pertenecía y no podía ser robado por aquellas horribles mujeres con alas. Si se concentraba lo suficiente, iba a poder recuperar sus fuerzas robadas por las Arpías… Estaban hechas de Cosmos, podía manipularlas con las artes más básicas que le habían enseñado.

Por otro lado, había algo que Valentine no sabía. Seiya dejó algunas Arpías sueltas, regresando hacia Valentine, y captó su mecánica de robo de Cosmos. Lo que Valentine hacía era, ante todo, un arte marcial cósmico. Todos los Santos y guerreros debían ser capaces de hacer de todo si practicaban lo suficiente. Algo tan complejo como robar el Cosmos de otro podía tomar años, y Valentine era un experto desde tiempos imposibles de rememorar, a través de las reencarnaciones… pero Seiya estaba en una situación de un todo o nada. Si no lo lograba, moriría. Y si moría, no podría ayudar a Saori.

Con sus Meteoros conectó con las fuerzas cósmicas del Espectro Celestial de Arpía, e hizo que su Cosmos oscuro le diera un impulso a su Cosmos azul. No mucho se estaba uniendo realmente a Seiya, pero al menos estaba logrando arrebatárselo. Si a Valentine se le hubiera ocurrido reclamarlo de vuelta lo habría hecho con facilidad, pero simplemente no se le había ocurrido… y cuando ocurrió…

—P-Pegaso… n-no puede ser. No eres tú quien se está haciendo más fuerte, sino que yo me hago más débil. —Valentine desactivó las Arpías que se habían vuelto en su contra, y se quedó solo con Avaricia. La Vida…, pero ya era tarde.

—Orphée también te dio una paliza, no lo olvides. —Seiya se preparó una última vez. Trazó las trece estrellas, acumuló también el poder de la armadura dorada con sangre de Aiolia, lo reunió en su puño y apuntó al objetivo.

“Orphée, lamento lo que dije antes. Ahora sí estarás orgulloso. Descansa en paz”.

Y, sin saber cómo, por un momento casi efímero, Seiya sintió que ya no estaba de pie sobre el piso de Antenora. Podía ver las grandes y horrorosas estatuas a los ojos, no desde abajo. Valentine se estaba alejando. Algo lo estaba elevando.

Seiya golpeó la quijada de Valentine. Luego otra vez, en el mismo lugar. Después, cien veces más, en el mismo punto, mientras Valentine aún sentía los efectos del primer puñetazo. Seiya estaba repitiendo el mismo golpe en el mismo lugar, uno detrás de otro, como si sus Cometas se acumularan al ritmo explosivo de los latidos de su corazón. Cada golpe parecía acercarlo al límite de su corazón herido. Todo iba a estallar, pero no podía dejar de atacar. Era como si su Meteoro y su Cometa se hubieran mezclado para realizar una explosiva Supernova, y ¿quizás eso lo mantenía en el aire? ¿Cómo estaba volando?

Valentine fue a volar hacia la estatua más grotesca que encontró cuando terminó de recibir los golpes. Al mismo tiempo, la mancha oscura en el pecho de Seiya escapó de su cuerpo, salpicando Antenora como si fuera sangre negra. El Santo cayó al suelo y sintió que su corazón se detuvo. Gritó mientras las paredes del templo se convertían en muros de luz blanca, incandescente, cegadora. Sus golpes, su Nova había terminado de estallar.

Un búho se le acercó. Golpeó en su pecho tres veces y luego se posó en sus alas. Parecía que ahora tenía alas. ¿Desde cuándo los caballos tenían alas? Lo último que Seiya vio antes de cerrar los ojos y dejarse llevar por la falta de circulación en su sangre, fue una silueta femenina que también tenía alas.

 

Ella lo tomó en brazos.

 

- - - - - - - - - - -

 

Río Cocytos, Octava Prisión. Inframundo. Tiempo después.

Estaba despierto, podía mover sus brazos y sus piernas, aún con dificultades, pero mucho más ágilmente que antes. Se encontraba sobre la nieve, que brillaba de azul gracias al Cosmos que salía de él.

A su lado, podía ver las ruinas de un edificio que había tenido grandes dimensiones poco antes, con un alto muro de piedra negra que había quedado en pie, mientras las otras murallas se habían convertido en escombros. Podía ver un objeto cilíndrico, gigantesco, que emitía breves flamas rojas desde una de las puntas, destrozado sobre la nieve. Parecía un cañón o algo similar. ¿Qué le había sucedido a Antenora?

Se tocó el pecho. No le dolía particularmente (aunque sí el resto del cuerpo, pero no dejaba de ser el clásico dolor muscular por el sobreesfuerzo). La mancha negra había desaparecido. No estaba ni sobre Pegasus ni sobre su piel. No había rastro. Era como si nunca hubiera estado allí en primer lugar.

Tenía energías para caminar, al menos. Miró en dirección hacia donde, por lo que recordaba, se hallaban los cuerpos de los Santos de Oro. Habían emitido algo de Cosmos, pudo sentirlo. Pero sus corazones no habían latido. El suyo sí lo hacía, al menos mientras se elevaba por sobre Valentine y golpeaba repetidamente su Cometa al ritmo de sus latidos mientras su cuerpo explotaba. Su Nova de Pegaso[1]. Miró hacia atrás.

No tenía alas, desde luego. ¿Por qué habría de tenerlas?

Miró hacia abajo. Hielo. Un río de hielo que tenía sepultados a los Santos de Oro que lo habían asistido. Se los debía, así como a las millones de almas de Santos que, antes de él, habían protegido a Atenea. Un río de hielo que existía desde la era mitológica, que no podría romper, sin importar cuánto lo intentase.

Claro que, también pensó lo mismo cuando se encontró con el primer Pilar en el fondo submarino, y aun así lo intentó. Y lo volvió a intentar. Y se habría arrojado con el cuerpo entero de no ser porque Kiki había llegado con el Manto Sagrado de Libra. Eso fue justamente lo que terminó haciendo con el Sustento Principal.

Convertiría su cuerpo en una estrella y destruiría los átomos del Cocytos. Era tan simple como eso. Todo estaba compuesto de átomos y todo podía demolerse. Era lo más básico que había aprendido.

—Los sacaré de aquí, aunque mi cuerpo se rompa. —Seiya enfocó su mente en su débil y cansado Cosmos, y lo distribuyó igualmente en todo su cuerpo, antes de llevarlo a su puño derecho, a pesar de lo agarrotado y dolorido que estaba de tanto usarlo, pero el dolor tendría que quedar de lado—. Destruiré Cocytos. Todos saldremos juntos de aquí. Aiolia, Milo, Muu, sé que están vivos… Esperen.

El frío a su alrededor se apartó como si hubiera tenido un ataque de terror. El aire y el viento cambiaron de dirección, y por primera vez en lo que parecían ser meses, Seiya sintió una ola de calor proviniendo desde la izquierda, con cada vez más fuerza. Las olas de calor eran intensas, naturales, no provenían del Cosmos de una persona, sino que del más poderoso fuego.

Seiya divisó, a lo lejos, un cuarteto de Espectros que corrían a gran velocidad hacia él. Pero no tenían su atención puesta en Seiya, sino que parecían estar huyendo de algo. Más allá, el cielo oscuro tomaba un tono brillante, anaranjado. En medio del viento frío y todo el blanco eterno, Seiya pudo notar un punto brillante que flotaba, acercándose a toda velocidad, acarreando algo rojo bajo él.

Algo se acercaba, y no sabía si se trataba de amigo o enemigo. Le preguntó a su fiel compañero, a Pegasus, si le quedaban energías después de cargarlo desde la Caina hasta la Antenora, y su armadura respondió débil, pero asertivamente. Su voluntad era indomable. Tendría que seguir luchando.


[1] Pegasus Shinsei, en japonés.

 

 

 

 

Ah. Anuncio para quien le interese. El volumen 3 (Sueño de Azules) está practicamente listo en cuanto a edición de texto se refiere. Tdo mejorado, arreglado y actualizado. Pero solo necesito editar algunas imágenes, y eso es lo que ha provocado la tardanza desde que lo anuncié por primera vez. Hay algunas imágenes que no he podido escanear por falta de, bueno, un escáner. No son los mejores dibujos, pero de todos modos quiero agregarlos. Esquemas de armaduras, escenas, ese tipo de cosas, igual que en los dos primeros volúmenes.

 

Eso sería. Espero les guste el capítulo, uno de mis favoritos, en lo personal. Saludos.


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Publicado 26 diciembre 2023 - 20:19

SHAINA V

 

Novena Fosa, Séptima Prisión. Inframundo.

Era cierto que Tokusa de Hanuman era un experto guerrero, uno de los mejores que Shaina había visto en su vida, pero también era un idiota tan arrogante que no se dio cuenta de que su oponente también lo era. Ante tal pródigo, era cierto que tardaría en adaptarse, en especial ante tantas formas y posturas marciales que daban la impresión de que era varias personas distintas en un solo cuerpo, pero tras el tiempo necesario, Shaina y cualquier otro Santo habrían sido capaces de adaptarse.

Shaina ahora podía ver cómo se movía, cómo reaccionaba, cómo respiraba y cómo mostraba los más pequeños indicios de cambio de postura de forma instantánea, todo en tiempo real. Tuvo que resistir todos los ataques posibles con la Piel de Serpiente, aprender a leer todos los movimientos del enemigo en el proceso, y buscar sus puntos débiles. Eso lo había logrado… sin contar con que, con su mirada, le había indicado la dirección del río congelado Cocytos, donde estaban las almas de los Santos.

Era cierto que la mayoría de esos ya no podían levantarse, pero no eran en los que la Santo de Ofiuco estaba interesada. Necesitaba llegar allí lo antes posible.

—M-mi pecho… Ni siquiera el señor Aiacos me había golpeado así… Ni siquiera Violette podría hacer… —Tokusa seguía sonriendo, pero una risa nerviosa había tomado el lugar de la arrogancia anterior—. Me cuesta respirar, jajaja. ¿Cuántas veces golpeaste mi pecho en el mismo lugar?

—Mi Víbora Vibrante entrega cien mil contactos eléctricos, más o menos, en una décima de segundo. Quizás podría ser aún más rápida, pero es primera vez que hago uso de esa técnica en una batalla, debía encontrar una ventana pequeña de tiempo.

—¿Primera vez…? Pero… ¿cómo…? Jajajaja —rio Tokusa, inflando el pecho de orgullo, tratando de emitir la bravura de antes—. Pero destruir mi Surplice en una zona tan pequeña, y dificultar mis latidos y respiración es poca cosa, no fuiste capaz de hacerme más daño que ese.

—Sí, me sorprendió también. Resulta que… tú sabes pelear.

 

Explosión de ira. Tokusa saltó hacia adelante con los ojos hinchados de sangre ante el insulto, con los brazos y las piernas en una posición que indicaba claramente que usaría la forma Prapti para debilitarla y robarle sus fuerzas con su Maza Divina. Shaina se fijó en su brazo derecho, la forma en que estaba arqueada su pierna izquierda, la curvatura de su cintura, la manera en que sus ojos se clavaban sutilmente en el objetivo.

Shaina solo tenía el brazo derecho funcionando bien, pero con eso sería más que suficiente. Lo usó para bloquear el antebrazo de Tokusa antes de que tomara velocidad, y sin hacer contacto con la gada luminosa que apareció entre sus dedos. Shaina liberó sus Truenos y se protegió firme y duramente. Tokusa atacó con Parakamya esta vez, dispuesto a contraatacar de inmediato, pero Shaina esquivó su gatillo derecho curvando la cintura al lado contrario, dio un giro, una pirueta, y le plantó un puñetazo eléctrico en la sien.

—¡Ughhh!

—¡No te despistes!

Usando el mismo brazo, Shaina volvió a conectar un Trueno potente en la cabeza de Tokusa, que retrocedió y se elevó por los aires, flotando como una pluma en el viento, tratando de recomponerse.

Tal como tenía previsto, el enemigo quedó atontado, sobándose la cabeza. Estaba confundido, y la razón era porque, aunque para sus oponentes era extraño verle dominar tantas artes marciales distintas, jamás se había puesto en la situación de que el oponente fuera el que cambiara de formas marciales. Al menos no lo había presenciado en esta reencarnación. Y por supuesto que Shaina conocía más de una forma. ¡Era una Santo de Plata, había entrenado decenas de artes marciales!

¡Invocación Divina!

—Ya basta.

Tokusa elevó su brazo, disparó una llamarada, y ésta se separó en miles de ataques más que cayeron nuevamente como lluvia. Ninguna de esas era particularmente precisa, ya lo había notado antes. Solo debía preocuparse de las que estaban cerca de ella, las que ni siquiera eran tan potentes como el Nacimiento Divino.

Saltando en una pierna, las esquivó con cierta facilidad, pero en medio de eso, el Espectro de Hanuman se le acercó con sus feroces puños, utilizando la forma Prapti. La Invocación no había sido más que una distracción.

Shaina concentró su Cosmos en sus brazos, puso las manos hacia adelante, y con ellas bloqueó el puñetazo furioso de Tokusa. Sus piernas se flexionaron, pero aprovechó el impulso para arrojar al Espectro hacia arriba con toda la fuerza de sus brazos, y durante aquel segundo, pudo ver la cara deforme de confusión de su rival. Shaina saltó y utilizó un rodillazo contra su cabeza nuevamente, lo que ayudó a despertar su extremidad, así como para enviar lejos a Tokusa, que volvió a caer a la nieve.

—N-no entiendo… ah… No entiendo…

—Oye, dijiste que un dios, o el fuego del infierno, eran las únicas cosas que podían afectar a Cocytos —dijo Shaina, restándole importancia a la confusión de Tokusa, quitándose algunos mechones del rostro a pesar de haberlo recortado—. ¿Dónde puede haber fuego aquí, si solo veo hielo creciente?

—Je, je… jejeje… abajo, el hielo te impediría dar un solo paso, Santo, jeje. —Los ojos de Tokusa parecían echar chispas con toda la ira y la confusión que tenía, sin contar la posible contusión—. Ni siquiera el Cosmos de todos los Santos podría derretir el hielo de Cocytos, y que lo intentes tú sola sería impensable. ¡Ya lo he decidido! ¡Te sepultaré viva en Cocytos solo para que veas la desesperación de intentar escapar y fallar en cada intento hasta que mueras congelada! ¡¡¡Y luego iré directo por la cabeza de mi señor!!!

—Pero sí hay fuego que puede derretirlo, ¿no? Eso dijiste antes. Aquí abajo, las Diez Fosas ya se están colmando del hielo infernal proveniente de la Octava Prisión, pero más arriba, en la Sexta Prisión, hay lagunas de fuego incandescente.

—Jajajajaja, ¿hablas de la Laguna Sanguinaria? El Desierto Ardiente, y también el Bosque Infernal, todo es bañado por el Río Flegetonte, pero su afluente no puede nunca tocar el Río Cocytos. ¡¡¡Ningún humano puede imitar sus llamas!!! —Tokusa dio un gran salto hacia adelante, atacando con el látigo de su yelmo y sus dos puños, en la postura rara y torcida de Prapti, pero Shaina lo vio venir con claridad.

—Ya veo. —Esquivó el látigo con un salto, dejó pasar el puño izquierdo y tomó el derecho con su propia mano diestra. Luego, evitó una patada que adivinó dos centésimas de segundo antes, y contraatacó con un Trueno de su mano izquierda, que electrocutó su látigo, quemándolo al instante.

Culminó todo con una patada en el vientre, usando la pierna izquierda, que al igual que la mano, habían recuperado algo de movilidad ya. Solo su pierna derecha seguía rota e inutilizada por el impacto del Nacimiento Divino, pero le habían enseñado a luchar con una extremidad inutilizada a los nueve años. Al-Marsik se había esforzado en ello.

—P-pero… yo… solo yo puedo vencer al señor Aiacos —tartamudeó Tokusa, con las manos en el vientre, aferrándolo como si fuera a despegársele.

—No te diré que te rindas y te largues, porque no es mi trabajo —dijo Shaina, con ojos fríos y voz dura—. Pero lo que sí puedo ofrecer es una muerte rápida… Tokusa de Hanuman, tú reviviste mi espíritu de guerrera.

—¿Q-qué…?

—Por años he estado combatiendo contra el mismo tipo de oponentes. Santos de poca monta, guardias del Santuario, soldados rasos de Poseidón, y la mayoría de ustedes, pero a mí me enseñaron cómo luchar de verdad. Dominar las artes marciales es uno de los objetivos de los Santos, y entre tanto drama con los dioses y, bueno, mis asuntos más personales, creo que lo había olvidado. Tu habilidad es admirable, y creo que… sí, te lo agradezco. Voy a acabar con tu vida, pero también honro y agradezco nuestra lucha.

“Creo que ahora entiendo toda esa tontería de que quieres matar a Aiacos, pero sin odiarlo”, pensó Shaina, sin decirlo en voz alta. No valía la pena.

—Je, je… jajajaja, esto tiene que ser una broma. ¿De verdad tengo que llegar a este nivel? ¿Tengo que hacerlo contra ti, Santo? ¡Jajajajajaja!

—¿Hm? —Hubo un ligero cambio en el ambiente. Todo estaba tenso. Shaina tuvo dificultades para leer los siguientes movimientos de Tokusa.

—Esto se supone que era para Aiacos, estaba destinado para él… ¿Tengo que dar una prueba contigo? ¿Me servirá como práctica?

—¿De qué diablos estás hablando?

 

Los ojos de Shaina se abrieron como platos. Tenía más de diez años como una de las guerreras de Atenea, y jamás había visto algo así. Su corazón de guerrera estaba atónito y, en cierta manera, casi lleno de admiración.

La postura que Tokusa había adoptado solo podía ser descrita como la forma de la perfección. El cuello firme y flexible a la vez. La cintura en el ángulo preciso. Los puños por delante, arqueados de tal manera que tenía la misma posibilidad de defenderse como de atacar, y definitivamente podía ver que sería capaz de hacer ambos a la vez. Su rodilla izquierda estaba flexionada, la pierna por delante, con el tobillo ligeramente por sobre el suelo, suave, elegante. Pero la pierna derecha, firmemente enterrada en el hielo, retrasada unos veinte centímetros con respecto a la otra, bien podía ser un sustento perfecto para el resto del cuerpo, como un arma secreta. No había manera de saber.

Era una postura de ataque y defensa en uno, el equilibrio perfecto, el dominio más alto de artes marciales que hubiera visto en su vida. Era una visión hermosa, su corazón se hubiera emocionado de no ser porque era un enemigo, alguien que había asesinado a sus compañeros. Y, de todos modos, no pudo evitar un nudo en la garganta.

Isitva[1]. Esta es la forma perfecta de Hanuman, quien es el dios que todo puede llegar a hacer. No sabes cómo lo haré, estoy seguro de que estás intentando adivinar, pero en los próximos cinco segundos, tu cabeza será arrancada de tu cuello. ¡Mierd-a, esta pose solo debía verla el propio Aiacos! ¡MIERD.A! ¡TU CABEZA SE IRÁ! Cuatro segundos…

Era posible. Shaina sabía que era capaz. Aun así, levantó la guardia e intentó prever el siguiente movimiento. Jamás había visto una forma tan perfecta. No había punto débil en ninguna parte. Tokusa podía matarla en los próximos tres segundos, tanto si él atacaba como si contraatacaba a un movimiento de Shaina. Era igual. El tiempo se acercaba, y ni siquiera ella sabía si ella sería la primera en atacar o no. Él no parecía listo para moverse, pero los dos segundos que quedaban eran definitivos.

No debía perder la compostura. Shaina miró, buscó los cambios de aire mínimos, tanteó el terreno con débiles movimientos en el hielo. Nada pasaba, pero presentía que en un segundo sí perdería la cabeza. Todo en la postura de Tokusa se lo indicaba, a pesar de que no se estaba moviendo. ¿Estaba esperando hasta que se acabaran los segundos, para acabar con ella de forma instantánea? ¿O quizás esperaba que ella se moviera?

Era perfecto. Una postura de supremacía sobre su oponente. Ella y él sabían lo que ocurriría desde el principio. Antes de que los cinco segundos acabasen, fue ella quien se movió, pero al mismo tiempo lo hizo él. Ella trataba, sin éxito, de leer sus movimientos, mientras que él tenía el puño derecho hacia adelante, a sabiendas de que, sin importar las barreras que hubiera delante, terminaría en su rostro y le arrancaría la cabeza de cuajo. Se había movido de tal forma que esquivaría el ataque de Shaina y cumpliría su objetivo.

¡Víbora Vibrante!

¡Ley Imperial Divina![2]

Cuando solo quedaba la mitad de un segundo, el cuerpo dominante de Tokusa de Hanuman mostró su supremacía, esquivando ágilmente los puñetazos y todas las líneas de energía eléctrica que Shaina envió, sin salirse jamás de su carrera. Sus cinco dedos tocaron la superficie del rostro de Shaina. Estaban tocando los puntos perfectos de su rostro, con la presión perfecta, la cantidad de Cosmos perfecta para hacer cumplir su voluntad.

Era una ley que iba a cumplirse en una centésima de segundo, cuando Shaina, que no había conseguido tocar aún el hielo tras el salto, sintió un tirón en su cuello. Dolor. Su mano izquierda comenzó a moverse. Sin saber por qué, era allí donde había reunido casi todo su Cosmos.

Una millonésima de segundo antes de que se cumplieran los cinco de la Ley Imperial Divina de Tokusa, el rostro de Shaina se había alejado del rostro de Hanuman, y su pierna herida se había estampado contra el vientre de su enemigo, consiguiendo formar una línea de distancia. Esa pierna no había estado allí un tanto antes.

La mano de Shaina tocó el pecho de Hanuman, el lugar donde antes había clavado su Víbora Vibrante, y dejó una chispa de electricidad allí. No había pensado hacerlo, pero en ese momento parecía ser lo correcto. Ahora solo quedaba evadir el cuerpo de Tokusa, y así lo hizo…

El Espectro pasó de largo, aún de manera perfecta, con las piernas y brazos, con la cintura y el pecho, con el Cosmos en una forma que no dejaría lugar a dudas de que iba a quedarse con la cabeza de su oponente, pero Shaina aún tenía la suya pegada a su cuello, pues la estaba usando para ver el rostro de horror en Hanuman.

 

El tiempo volvió a correr normalmente. Tokusa se volteó echando fuego por los ojos, y con su postura Isitva disparó millones de ataques con la Ley Imperial Divina, todos eran capaces de ser letales con facilidad.

Pero Shaina realizó el mismo movimiento de antes, un millón de veces sin pensar, levantó la mano derecha y golpeó el aire con rapidez. Parecía ser lo correcto para usar en ese instante. Lo había hecho por primera vez contra Geist, y había resultado perfecto.

“Perfecto”. Claro.

Sus movimientos también lo eran. Perfectos. ¿Cómo no iban a serlo si Shaina se estaba moviendo a la velocidad de la luz, como cualquiera que dominaba el máximo poder del Cosmos, el Séptimo Sentido? Era una guerrera que había llegado a su máxima destreza al adaptarse al oponente. Su armadura de Plata ahora brillaba como las de Oro.

Le agradeció a Tokusa en silencio, pero cuando Shaina, resplandeciendo como el sol, disparó la técnica más poderosa que había creado en su vida, aquella que usó para matar a Geist, no pensó en Tokusa como un guerrero.

Por una millonésima de segundo, pensó en él como aquel que había humillado a su ejército. Quien los había asesinado. Un Espectro de Hades.

—¡Retumba, Cosmos! ¡Vara de Asclepios![3]

El cielo rugió. Un rayo púrpura cayó a toda velocidad sobre la chispa que Shaina había dejado, un rayo que había salido del Cosmos más puro de la Santo de Ofiuco en conjunción con la corriente del aire infernal. El rayo usó a Tokusa como pararrayos, quien desde luego no lo vio venir.

El Espectro de Hanuman fue fulminado de una sola vez, sin gritos ni confusión. De su existencia solo quedó una mancha sobre el hielo, y el olor a quemado que ahora ya era tan familiar para Ofiuco. No lamentaba, en todo caso, usar el nombre del dios de la medicina, Asclepios, así. Pertenecía a la armadura de Plata.

 

El objetivo había cambiado. Sabía a dónde tenía que dirigirse y a quienes tenía que rescatar. Los Santos de Oro estaban atrapados en Cocytos, y solo el poder de un dios iba a ser capaz de liberarlos. La creación divina. Shaina podía hacerlo con un poco de ayuda.

Para ello, necesitaba que no fuera la única que pensaba con el corazón de un Santo, y no con la emoción de un ser humano. Necesitaba saber que ellos seguían allí, tratando de llevar a cabo su misión, o solo de ayudar, a pesar de las órdenes que habían recibido.

Shaina enfocó su mente, cerró los ojos, y elevó su Cosmos. Guio su aura púrpura y eléctrica hacia arriba, subiendo por las Prisiones, esperando encontrar a los hombres y las mujeres valientes que, Shaina sabía, tampoco se habían rendido, que se adaptaban a todas las dificultades, que daban la vida en el campo de batalla. Los había entrenado, les había dado sus instrucciones, les había ordenado que se largaran y no volvieran, y por primera vez esperaba que fueran tan o más rebeldes que ella. Los necesitaba, al menos la mayoría. Debían estar allí… en algún lugar… Shaina buscó, su Cosmos siguió subiendo.

Quinta Prisión del Inframundo. Allí fue donde captó la primera presencia. Estaba conectada a ella desde hace años, pues era su única amiga de verdad. “¡Yuli!”

No estaba sola. Todos estaban allí. Envió su aura eléctrica con el mensaje, y luego Shaina corrió con todas sus fuerzas, camino arriba, subiendo por los pasadizos de las Diez Fosas para encontrarse con Yuli y los demás. ¡Antes de llegar al Sexto Infierno, Shaina iba a necesitar del Navío de la Esperanza!


[1] Supremacía, en sánscrito.

[2] Deva Shaahee Kaanoom, en hindi.

[3] Asclepios Rod, en inglés.


Editado por -Felipe-, 26 diciembre 2023 - 20:20 .

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Publicado 05 enero 2024 - 11:09

 

RADAMANTHYS III

 

 

Cocytos, Octava Prisión. Inframundo.

Donde fuera que estuviese Hades, allí estaría también su más leal guardián. Así se había decidido desde los primeros tiempos. Hades era servido. Sus instrucciones y deseos eran órdenes. Radamanthys abrió los ojos y notó que apenas estaba respirando. Tenía un agujero en el pecho… pero eso no era impedimento.

Había sido Aiacos. Desde Antenora era capaz de disparar un cañonazo de energía que podía alcanzar incluso la Puerta del Infierno. Los Santos habían invadido el Santuario y decidió no usarlo, sino hasta que vio a Radamanthys volar hacia Judecca. La única razón que se le ocurría para que Aiacos hiciera algo así era precisamente la falta de racionalidad.

—O una necesidad de guion —dijo una voz, desde arriba. Radamanthys elevó los ojos y, asqueado, se encontró con quien menos necesitaba, flotando como si nada—. Oh vaya. ¿Cómo se encuentra, señor cejitas? ¿Muy muerto?

La última palabra había parecido un insulto, pero eso no podía ser. Estaba muy mareado. ¿Acaso lo había imaginado, o Lillis esperaba su final?

—Lillis… ¿q-qué haces aquí ahora?

—Oh, Radamanthys señor, mis compañeros y yo a Cocytos vinimos para de cierto asunto encargarnos, un Santo de Oro que ya no problema será. Espero que eso sea de su satisfacción —dijo la Espectro, haciendo una reverencia.

—No sé p-por qué sigues… a-ah… —Radamanthys vomitó sangre. Apenas podía mover las extremidades o abrir las alas, estaba demasiado grave—. ¿P-por qué sigues re… reportándote ante mí? Eres de la tropa de Minos… ¿D-dónde está Nezamsyl…?

—Sabe que no lo soporta tampoco usted, al menos a mí usted no me hace nada. Y menos con todas esas heridas, vaya, vaya.

—N-no te burles, miserab… ah…

—Mmm… hubiera mejor sido que usáramos el Contrato con usted, pero, bueno, en nuestra defensa, no habíamos pensado que el Aiacos señor así lo lastimara.

—¡Nos traicionó a todos! —La ira colmaba sus venas. Radamanthys encendió su Cosmos y notó que Lillis se apartó con sus alas negras de súbito, aterrorizada, como era lo correcto. Puso un brazo sobre la nieve y comenzó a tratar de levantarse—. S-si Nezamsyl no va a v-venir, ¡entonces v-ve por Valentine! ¡Sylphid! Ugh… ah… Iremos a la Judecca a matar al miserable de…

—Oh, noticias malas debo contarle, Radamanthys señor. El destino no podrá más ver en la bóveda de Caina, pues destruida ha sido por Lyra, que junto con el Espectro de Basilisco yacen bajo los escombros. En cuanto a Arpía, persiguió a Pegaso al otro lado de Cocytos, pero encontrado no los hemos. Diría que también cayó.

—P-Pegaso… ¿Por qué sigue vivo? ¿Por qué está aquí? —Y ahora se enteraba que él y Orphée habían sido responsables de la muerte de sus últimos dos Espectros aparte de Nezamsyl de Belcebú, que siempre había sido independiente.

Estaba solo.

Radamanthys abrió las alas y su Cosmos estalló como una gigantesca llamarada de briosas flamas negras. Puso un pie en el suelo y flexionó la rodilla. Tenía un enorme hoyo en el pecho, su tórax estaba roto, sus costillas probablemente despedazadas, pero nada de eso era tan relevante como el bienestar de Hades. No había otra opción. Debía sobrevivir porque solo le quedaba sobrevivir.

Pensó en sus grandes guardianes. A través de las eras, Sylphid, Valentine, Gordon y Queen lo habían seguido detrás como perros fieles. La mitad de la tropa de Aiacos tenía la intención de asesinarlo; toda la élite de Minos estaba más interesada en la investigación y la filosofía que en el bienestar de su señor; pero las huestes de Radamanthys le eran leales hasta la muerte y más allá, y a eso habían llegado. Todos muertos. Pegaso vivo. Pero Wyvern aún tenía sus alas.

—Lamento mucho su situación, Radamanthys señor. Qué penita.

—¿No vas a largarte, Lillis?

—Jamáaaaaaaaaaaaaaas… jejeje.

No estaba imaginando cosas. Lillis estaba allí para burlarse, pensando que ese era el final de los días del Wyvern. Iba a tener que leer su guion más detenidamente.

El Magnate del Infierno soltó un gran rugido y una ola de calor y dolor lo golpeó con fuerza. La mortemita de su Surplice se deformó y empezó a cambiar, transmitiéndose a su cuerpo. Las gemas del Inframundo crecieron hasta cubrir y llenar el pecho agujereado de Radamanthys, transformándose dolorosamente mientras aullaba de ira, adoptando las formas y funciones de sus órganos faltantes. ¡Mortemita, la gema de Hades!

No era una técnica que pudieran hacer los Espectros, ni algo que Radamanthys de Wyvern supiera hacer con anterioridad, pero necesitaba que ocurriera. Necesitaba volar, y solo la gema del Inframundo podía darle esa oportunidad. Su nuevo estómago se revolvió y sus nuevos pulmones eran diferentes a los anteriores, pues ni siquiera necesitaba respirar para sobrevivir. Todo lo hacía la mortemita.

—¡Radamanthys! —Por primera vez, pudo oír incomodidad y sorpresa, incluso miedo, en la voz de Mefistófeles, como si presenciara algo que no estaba en sus planes. ¿Cómo podía Lillis esperar que se muriera allí en lugar de ir a buscar y proteger a su dios? ¡Era absurdo!

—¡Gahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! ¿¡Dónde están, Lillis!?

—T-todos están en… ah…

—¡¡¡Lillis!!!

—¡J-Judecca!

Ya lidiaría con ella. No podía perder más tiempo. Concentró toda su energía en sus piernas y dio un gran salto, para luego abrir las alas negras y elevarse por el cielo nocturno del Inframundo. Nada podía detenerlo. Todo lo que estaba enfrente se convirtió en un túnel por el que debía surcar. En pocos segundos se encontró volando sobre el templo de Minos, con quien también discutiría después. Su objetivo era distinto.

 

 

Judecca, Octava Prisión. Inframundo.

Comenzó a bajar cuando divisó el templo más profundo del Inframundo, el lugar más bajo y congelado, once segundos después de saltar desde Cocytos. Aterrizó en la gran puerta de Judecca y alguien se interpuso un poco después, no supo si Helios o Tokusa.

Apartó al obstáculo y aplastó las paredes, notando que todo lo que había detrás de él, incluso el espacio, se habían deformado, convirtiéndose en un tornado. Aiacos estaba delante, rodeado por Violette y Verónica. Aiacos tenía una hoja afilada cerca de la cabeza de Hades. Radamanthys tomó a Aiacos del cuello, y al fin tocó suelo, solo para impulsarse nuevamente. Juntos se estamparon con otra pared y toda Judecca tembló. Escuchó la voz de Lady Pandora llamando su nombre, antes de cumplir también su deber.

—¡Radamanthys! ¡Ustedes dos, apártense del señor Hades! —le gritó Pandora a los esbirros de Garuda, que quedaron detrás…

 

Sintió el Cosmos de la Señora encenderse, y supo que había alejado todas las dudas de su mente. Radamanthys podía tener sus diferencias con Lady Pandora, la fría dama de negro, pero cuando se trataba de la única cosa que ambos compartían, proteger al dios Hades, entonces en la historia del inferno nadie podría trabajar mejor juntos que ellos. En todo el universo, nadie podría detenerlos.

—Jajajajaja, Radamanthys, ¿viniste a proteger a un Santo de Atenea? —dijo el otro Magnate, que abrió sus alas para impulsarse lejos de Radamanthys, quebrando con toda la facilidad del mundo su brazo para quitárselo de encima.

Claro que lucía como un Santo de Atenea. Uno de los que había luchado contra él y sus cuatro perros en el castillo, en la superficie. Pero la apariencia poco importaba si, en el fondo, su alma era del señor Hades. No existía nada más importante en el universo, no le interesaba un diablo cómo se viera por fuera.

Radamanthys se reconectó la mano con ayuda de más mortemita. Aiacos blandió la hoja con la que quería asesinar a Hades, que pudo identificar enseguida como un Tesoro Divino. Radamanthys sonrió y el otro comprendió, titubeando levemente. Si Aiacos usaba el Tesoro Divino contra el Wyvern, la destrucción sería tal que no podría usarlo enseguida contra Hades. El mismo Aiacos tal vez moriría en el acto. Y si bien a Radamanthys no le importaba dar su vida por Hades, tampoco le iba a hacer el trabajo tan fácil. Por su parte, a Aiacos probablemente tampoco le importaba su propia vida, mientras terminara con ella en sus propios términos y pudiera cumplir su objetivo primero.

—Vamos, inténtalo.

—Jajaja, Radamanthys, me conoces bien, como si fueras un buen hermanito.

—Levantaste la mano contra un dios, Aiacos. —Radamanthys abrió las alas, y notó lo poco difícil que había sido. La mortemita estaba haciendo todo el trabajo—. Tu estrella se ha apagado en el firmamento.

—¿A quién le importa el firmamento? Tan solo a un muerto aún más muerto que los muertos. —Aiacos guardó el Tesoro Divino en sus alas y enfrentó a su rival con sus ojos, pero no se puso en guardia—. No le debemos lealtad a nadie, porque el dios Hades es un Santo que ni siquiera se atrevió a tocar a un Santo de Bronce moribundo. Estamos solos… jeje, aunque tú más solo que otros.

Sabía que ese era el caso. Estaba solo, pues todos sus hombres habían muerto. Por alguna razón, Cerbero no estaba allí, protegiendo a su amo. Violette y Verónica estaban detrás de Radamanthys, una escondida en sus malditas sombras, y el otro oculto en sus moscas. Ellos sí tenían intención de proteger a Aiacos, por sus propias razones dementes. Eso significaba que Pandora había fallado en detenerlos… pero seguía sintiendo su Cosmos luchando. ¿Cómo era posible? La pareja de Espectros Terrenales que había traído Aiacos también estaban muertos, pudo ver al paso sus cadáveres bajo una inexplicable capa de hielo.

Pero ¿dónde estaban los demás miembros de la élite? Aiacos probablemente había dejado a Tokusa a cargo de Antenora y los alrededores de Cocytos, pues sus constantes ganas de arrebatarle la vida serían un estorbo. Pero Helios debía estar allí. ¿Era él contra quien se enfrentaba Pandora ahora?

No era que le importara puntualmente, pues se desharía de todos, de igual manera. Violette y Verónica iban a caer ante su Máxima Advertencia.

—¿Vas a pelear con nosotros tres a la vez, Radamanthys? ¿Acaso el cañonazo de Antenora te dañó el cerebro? No es que se perdiera mucho. ¡AAAHHHH! —gritó Aiacos de pronto, como señal.

¡Sombra Brutal!

—¡Corrupción![1]

 

Lo primero que debió hacer fue esquivar el ataque furtivo de Violette, que atacaba con sus sombras. No fue difícil, él era un verdadero Magnate del Infierno y ella un simple soldado, aunque tenía que admitir que un puñetazo de parte de Behemoth podía ser algo complicado. Después de todo, Violette de Behemoth, la persona más enfermizamente leal a Aiacos, era uno de los Espectros más físicamente potentes de todo el ejército.

Complicado de otra forma era Verónica, que con su Corrupción disparaba un chorro tóxico llevado por sus moscas, que lo dispersaban por todos lados. Radamanthys debía ser excepcionalmente preciso, pues si el líquido lo tocaba, incluso su Surplice sería dañada, se pudriría y podría caerse, y considerando que la mortemita era lo que mantenía su cuerpo unido, debía tener cuidado.

¡Máximo Rugido! —Decidió que la mejor manera de combatir allí era mantener separados a los dos Espectros, pero también lejos de la habitación donde se encontraban el señor Hades y Lady Pandora, así que los arrojó lejos con su grito. Debió controlar tan solo un poco su Rugido, pues de otra manera, terminarían escaleras abajo… y era mejor que no se acercaran a la habitación subterránea.

Violette fue arrastrada varios metros, sujetándose con su gran fuerza, mientras que Verónica se estrelló en un muro. Aiacos ni siquiera fue movido un centímetro, y parecía estar disfrutando del encuentro en lugar de intentar escabullirse, decapitar al señor Hades, y terminar con todo, como había planeado.

Radamanthys se desplazó hacia Verónica y concentró su Cosmos en su puño. Con un fiero impacto, el Wyvern atravesó el pecho del Espectro de Nasu, su mano se enterró en la pared de atrás, y la desintegró. Solo le quedaba otra…

Entierro[2] —susurró Verónica, sonriendo macabramente, expulsando un potente gas rojo desde su garganta, y Radamanthys tardó en darse cuenta de su gran error. ¿Cómo había podido olvidarlo?

Radamanthys se cubrió la boca con la mano libre, mientras la otra seguía enterrada en el pecho de Verónica. A esa distancia, no podía usar las alas para batirlas y deshacerse del gas del Entierro. El gas podía pudrir a cualquier cuerpo humano desde adentro, y ni el propio Radamanthys podría salvarse de eso.

Pero lo peor del Espectro de Nasu, y aquello que lo hacía un arma tan temible del ejército de Garuda, era que su cuerpo iniciaba su vida ya podrido…

 

Verónica de Nasu era un Espectro Celestial que ya estaba muerto, por lo que no podía morir nuevamente. No era una habilidad especial otorgada por Hades ni nada como eso, pues incluso los Espectros disfrutaban del don y el descanso de la muerte. Era, más bien, una completa ausencia de funciones orgánicas, pues ya no era necesario para él. Lo único que movía a Verónica era su devoción por Aiacos, y siempre había sido un rumor que ni siquiera tenía voluntad propia.

Eso podía explicar el que Aiacos no se moviera hacia Hades. Como un titiritero, el propio Aiacos era quien movía los hilos de Verónica, y la devoción de éste, el amor que sentía hacia el Magnate de Garuda, era en realidad el amor propio, el egocentrismo y el hedonismo del propio Aiacos.

¡Realidad Brutal! —Violette se acercó por atrás, y su puño, el mismo que podía arrancar de cuajo una cabeza del cuello de cualquier hombre, conectó con su mejilla. Fue como un terremoto en su cráneo, sintió que todo se movió en su interior, su quijada se quebró en tres partes y su oído medio bloqueó sus movimientos por un instante.

—¡Violette! —gritó Verónica, inmortal, aun paralizando a Radamanthys con su cuerpo y el gas de Entierro—. ¡No te acerques a mi señor Aiacos, dame un segundo para recuperar mi lugar!

—No me interesa, si pudieras morirte yo misma habría acabado contigo —dijo la Espectro de Behemoth, antes de preparar esta vez la zurda.

La única razón de que Radamanthys no hubiera muerto con la diestra era porque era un Magnate del Inframundo, un ser superior a los demás, pero un segundo golpe, sin duda, iba a terminar con él.

Desde luego, no llegaría a eso. Él era Radamanthys de Wyvern.

 

Radamanthys movió el brazo derecho hacia arriba, y con su fuerza física despegó la mitad superior de Verónica de la mitad inferior, dejando la cintura y las piernas inertes en el piso, mientras el torso salía volando por los aires. Sabía que ni eso lo mataría, pero le daría tiempo para bloquear el ataque de Violette con la mano izquierda, mientras con la otra enfocaba su poder.

El puñetazo de Radamanthys impactó debajo de los senos de Violette y le destrozó el peto de la Surplice, mandándola agresivamente a volar hasta una pared. Se volteó, y vio que Aiacos volaba hacia él con el rostro desencajado de risa. Era el momento de que sus poderes chocaban, ambos lo sabían.

¡Máxima Advertencia!

—¡Indra: Jefe de los Dioses![3]

Una oleada de Cosmos que se expandía en todas direcciones, contra un resplandor negro sin control. Ambos ataques impactaron al centro, y su devastación masiva abarcaría toda Judecca. Pronto, el ataque también destruiría la habitación anterior donde esperaba el dios Hades. Desde luego, no sufriría ningún daño, pero su deber le decía que ni siquiera eso debía perturbarlo, en especial cuando aún se estaba acostumbrando a su cuerpo tan humano. Pero si frenaba el alcance de la Máxima Advertencia, entonces él iba a recibir el poder de lleno.

Una sombra bajó desde lo alto, cubierta en furiosas llamas negras. Tanto la Máxima Advertencia como Indra fueron frenados por los dos Magnates, que retrocedieron un poco. Frente a Radamanthys, no solo estaban ahora Aiacos, Violette y Verónica (que se había reconstruido), sino que, en el centro, se hallaba el otro hombre que esperaba: Helios de Bennu, envuelto en un aura de fuego incandescente, del color de la mortemita.

—¡Helios! ¿No te dije que te quedaras atrás? Jajajaja, primero ayudas al Wyvern a destruir Judecca cuando entró como un perro rabioso, ¿y ahora te interpones entre dos hombres que expresan su pasión? Jajaja.

Así que de eso se había tratado. Cuando entró a Judecca volando, notó que alguien más se había unido a él a romper el portón que llevaba al salón de Hades, pero el Wyvern le restó importancia y no volvió a verlo. ¿Había sido Helios? Y si era así, ¿por qué se unía a Aiacos recién ahora?

Más aún, ¿por qué estaba en el centro entre ellos, en lugar del lado de Aiacos? Con su fuego no atacó a Radamanthys, sino que lo usó para interrumpir el choque de ataques, tal como el propio Radamanthys había decidido hacer antes… ¿por la misma razón? ¿Para proteger a Hades? O quizás…

—Hades —dijo Helios, sin mirarlo. Sus ojos azules estaban clavados más allá de Radamanthys, en el salón donde Hades se encontraba, guardado por Pandora. Nada podía oírse allá, pero estaba seguro de que ambos estaban a salvo.

—Helios, creo que estás mirando en el lado incorrecto. —La voz usual de Aiacos, risueña y confiada, se volvió intimidante de un momento a otro, expulsando pequeñas chispas desde sus ojos—. Podemos arreglar nuestros asuntos después.

—¿Nuestros asuntos? —Helios quitó la vista del salón de Hades, y se volteó hacia Aiacos—. El único asunto que me concierne se encuentra allá. Sabes muy bien a quien voy a proteger.

—Oh, pequeño cachorro estúpido. Eres un imbécil. Que seas un Espectro no te hace una miserable oveja, ¿no eres capaz de ver donde reside tu lealtad? ¿No te puso Lady Pandora el pie encima de tus partes lo suficiente, cachorrito? Dime, ¿por qué me miras a mí ahora, y no a Radamanthys?

Las llamas negras de Helios empezaron a crecer más y más. Incluso Radamanthys pensó que era anormal para alguien de su rango… de pronto, le pareció ver unas cuantas ascuas de otro color.

—Acabaré con todos en este lugar por esa lealtad, incluyendo con Radamanthys, pero por ahora, mi misión es diferente. De la forma que sea, y asesinando a todo quien se ponga por delante, ¡daré mi vida por mi hermano!

 

El aura que brillaba como la mortemita se esfumó súbitamente, y fue reemplazada por una furiosa ola de fuego dorado que iluminó toda la estancia. Un fuego incandescente que parecía liberarse por primera vez después de contenerse por mucho tiempo, un fuego que no parecía ser capaz de apagarse, un fuego que no representaba a la muerte.

—Phoenix Ikki… —se dio cuenta Radamanthys. De eso se trataba todo.

—Pero qué… ¡Violette, acaba con él! —ordenó Garuda.

La mujer se ocultó en las sombras, y cuando salió, lo hizo delante de Bennu, pero antes de que incluso éste pudiera reaccionar y tratar de defenderse, Radamanthys ya había hecho su jugada.

Radamanthys había conjurado una esfera azul en su mano, la que transformó en un largo pértigo de energía, uno que arrojó con precisión al cuello de Violette, atravesándolo de un solo tiro. Era su Máximo Juicio[4].

La Espectro miró solo una vez a Radamanthys, pero luego, sus ojos se dirigieron por completo hacia Aiacos mientras la luz en ellos los abandonaba.

—S-señor… m-mi señor… —tartamudeó Violette, incrédula, bajando la mano y el brazo más potente entre los Espectros.

—¡Violette! ¡Me volveré loco sin ella! —gritó Verónica, pero cuando trató de hacer un movimiento, notó que sus piernas estaban clavadas en el piso, cubiertos por una gran montaña de hielo—. ¡Ahhhh!

Un Santo apareció junto a Radamanthys, ubicándose junto al hombre de llameante aura dorada. Éste nuevo Santo, a quien reconoció como el Cisne de Bronce, emitía hielo y nieve sin parar, a pesar de estar en pésimas condiciones físicas. El fuego y el hielo, ambas fuerzas opuestas bordeando a Radamanthys, quien no tuvo ánimos de asesinarlos.

Ambos protegerían al señor Hades. No por las mismas razones que él, pero en ese caso le era útil. Eran Santos, no eran la gran cosa, pero al menos les serviría para distraer a Verónica, y así lidiar con Aiacos sin problemas. Probablemente ellos pensaban lo mismo, era una cosa a la vez. Radamanthys hizo arder su Cosmos junto al Cisne y a Ikki, el Santo de Fénix, frente a Aiacos y Verónica, el único perro que le quedaba.

Por ahora, solo eso les quedaba a aquellos que creían realmente en la lealtad.


[1] Corruption, en inglés.

[2] Burial, en inglés.

[3] सुरेन्द्रजित् (Surendra Jit), en sánscrito.

[4] Greatest Judgement, en inglés.


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#797 Rexomega

Rexomega

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Publicado 06 enero 2024 - 10:38

Saludos

 

Qué desfachatez la mía, que desde el año pasado no me paso por aquí... (Sí, soy de esa gente que hace esa broma como mil veces al inicio de cada año. Y no me arrepiento de ello.).

 

Hoy no vi muchos errores, un "tendrían" que debería ser "tendría" (porque solo refiere a Hanuman) y un "de lo cual" que debería ser "de la cual" (porque refieres a la lanza de Pandora). Ah, y no se puede ir más bajo que el Cero Absoluto, eso es imposible... Ah, espera, ¡si yo también hablo de esa temperatura imposible!

 

Es curioso, no hace mucho (no, en serio, no hace mucho) decía que dos tercios de la Saga de Hades, la original y la chic y elegante animación, eran malas, sin más. Sobre Infierno dije que en buena parte es rutinaria, como algo que debe pasar y ya está. Y aquí está este capítulo, dentro de lo que prometía ser un Remake y acabó siendo más bien una mejora, que se agradece, del guion que conocimos. ¿Quién me iba a decir a mí que Aiacos sería un tarado, que su gente se lanzaría contra Hades de esa forma, que Radamantis (¿Es Radamantis?) protegería a Hades cuando es el primero que debería sospechar de lo que un recipiente humano puede hacerle a su dios y que Hyoga, no solo Ikki, estaría en el centro de toda esta locura? De forma genuina, no sé si Hades es Hades, o Shun, y eso genera tensión, justo lo que Infierno no tenía en muchos de sus tramos. Desde luego, no en aquellos referidos a Hyoga y Shiryu, los alegres correcaminos. 

 

Pueden ser muchas flores, pero es que el capítulo creo que está muy bien hecho, así como que la saga va quedando muy bien, dándole al Inframundo la esencia de un mundo vivo. ¡Ese Cerbero, como un monstruo al que temer, ha estado de lujo! Sobre todo, creo que lo está porque me ha entretenido pese a que está lleno de cosas que no me gustan mucho, ya sea de Saint Seiya, ya de la ficción en general. Aprecié mucho el poder y solemnidad de Pandora en las Ovas del Infierno como para que luego Ikki la apartara como si fuera una loca más. Las armas asesinas de dioses me parecían un recurso interesante (desde luego, mejor a que los dioses pudieran ser derrotados de cualquier manera) hasta que vi como lo frivolizaban en Supernatural. La personalidad de Aiacos, pese a que el villano loco que rompe los moldes (pienso en Youma de Mafistófeles antes de ser Kairos) me suele resultar entretenida, lo que me produce son ganas de que alguien lo parta en dos. Y, para ser honesto, tanto como me gusta la Batalla de las Doce Casas, las disensiones en las órdenes sagradas me producen un tic nervioso, nunca me gustó Aspros de Géminis justo por ser el traidor que los santos de oro de Lost Canvas nunca necesitaron, porque esa era la guerra donde lucharon 88 santos y murieron 86. Por otro lado, entiendo que buscas mostrarnos a la Pandora humana de los últimos momentos del original (ese momento con Caith Sith, muy emotivo) y estas disensiones tienen todo el sentido del mundo no solo porque Hades tiene el peor plan de pensiones del mundo para sus espectros, sino porque le da una continuidad increíble a Lost Canvas. Uno de los propósitos de Mito del Santuario era dar una unidad a la franquicia, no pegando todo y quedándote a ver cómo queda, sino de manera de que sea coherente (por ejemplo, sabiamente Lost Canvas, la historia acabada, es la Guerra Santa del pasado) y detalles como esta guerra civil, por llamarla de algún modo, el papel de Caith Sith y el tema de Ikki de Bennu creo que son un triunfo en todo esto. De Aiacos puedo decir que si te cae mal un villano incluso siendo fan de muchos villanos es que el autor lo hizo bien. ¿De las armas? Con toda honestidad, los dioses llevan guerreando tanto tiempo que cuesta creer que esas cosas puedan determinar una victoria a largo plazo, es la parte de mí que aprecia ese poder y solemnidad en los dioses (que veo aquí reflejado a través de Hyoga), donde muchos los ven con hastío y con ganas de que el héroe los calle de alguna forma memética, con muerte graciosa incluida a ser posible. Creo que destacan de esa forma, como en la fabulosa película de La Odisea en la que Poseidón le da al héroe astuto por excelencia una lección de humildad. 

 

Dicho todo esto, cierro diciendo que, para alguien al que no le cae muy bien Hyoga, te quedó bien, sobre todo esa semejanza entre Hyoga e Ikki, que los ha unido en estas circunstancias. Y en esos objetivos tan contradictorios (salvar a Hades como santo VS tener que matar a Shun como santo). Hace que los protagonistas parezcan personas y guerreros que tienen que llenar un cupo de batallas para completar el guion.

 

Me despido deseándote un feliz 2024, ojalá que puedas publicar esta historia hasta el final, ¡no puede ser que Kurumada acabe Next Dimension antes! Y si ya de paso te veo en la mía, genial.


Editado por Rexomega, 08 enero 2024 - 10:20 .

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#798 -Felipe-

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Publicado 20 febrero 2024 - 17:16

Hola! Estaba de vacaciones, y acabo de regresar así que ya puedo seguir publicando. Gracias a todos quienes estén leyendo o siguiendo la historia, espero que les siga gustando, así como lo que está por venir :D

 

Rexo:

Spoiler

 

Y hablando de Hyoga... ¿dónde estábamos?

 

Ah sí, Aiacos se consiguió algo para matar a Hades, y llevó a Violette y Veronica (y un torturado Hyoga) a Judecca para cargarse al dios del Inframundo, pero allí llegaron Radamanthys y Helios/Ikki para apoyar a Pandora en la protección de Hades. Wyvern mata a Behemot. Helios revela su verdadera identidad, y ahora tanto el Fénix como el Cisne deberán trabajar junto a Radamanthys por su objetivo en común.

 

 

 

HYOGA IV

 

 

Judecca, Octava Prisión. Inframundo.

—Ikki, ve hacia Hades, ni con toda mi voz pude llegar a él, pero tú podrás, porque Shun sigue allí —le indicó al Fénix, quien, aunque vistiendo su negra Surplice, jamás había lucido más como Ikki como ahora—. Pandora está con él, tratando de llegar a su alma. ¿Dónde estabas tú?

—Tratando de conectarme con mi verdadero fuego, fue difícil entre tanta basura que dejó Aiacos en mi cabeza. Además, Cerbero me detuvo, pero lo incapacité, dudo que haya podido matarlo. En cualquier caso, ya estoy de regreso.

—Ya veo. Bien, pues vete, me quedaré aquí para que no te alcancen.

—No estás en condiciones de luchar.

—Estoy en las condiciones suficientes para enfrentar a uno de estos, pero creo que tu presa se la quedó otro —dijo Hyoga, con ironía. Tanto él como Ikki sabían lo ridículo que era estar de pie al lado de Radamanthys, frente a su enemigo en común.

—Por ahora lo permitiré —dijo el Wyvern—, pero recuerden que su compañero no está en el cuerpo del señor Hades. Él está por encima de todo. Después de terminar con Aiacos, les quitaré la cabeza de la misma manera que Queen hizo con su amigo… si es que el señor Hades no lo hace primero.

—Me parece un buen trato. Vete ya, Ikki.

Ikki no dijo otra palabra. No era necesario, ambos eran iguales y tenían el mismo objetivo bajo las estrellas. El Santo de Fénix se dirigió hacia Shun. Hyoga y Radamanthys estaban frente a frente con Aiacos de Garuda y Verónica de Nasu, y era obvio quién iba a enfrentar a quién. Tampoco eran necesarias las palabras entre ellos, pues eran guerreros de los dioses, acostumbrados a las batallas, con armaduras que existían desde la era de los mitos. El único con un Manto de Atenea era Hyoga, pero de alguna manera, no se sentía diferente a los otros tres.

Antes de que se diera cuenta del movimiento, Radamanthys y Aiacos habían dado un salto uno sobre el otro, y ahora tenían las manos entrelazadas, los brazos unos contra los otros, enfrentándose en el centro de la habitación mientras el piso debajo de sus pies se estremecía. ¿Podía darse una Guerra de Mil Días entre Magnates del Inframundo?

Corrupción —dijo Verónica, interrumpiendo sus pensamientos, y arrojando de su mano un chorro tóxico que era llevado por más de mil moscas diminutas. Era un ataque potente, que podía resultar efectivo en la mayoría de los objetivos. Por lo que entendía, bastaba tan solo un poco en la piel para que el veneno hiciera efecto y se volviera letal.

Lamentablemente para Verónica, se enfrentaba al peor rival posible.

Aurora Boreal.

Aunque no estaba en las mejores condiciones (de hecho, era todo lo opuesto. El Santo de Cisne no sabía cuánto resistiría), elevar el Cosmos, liberar hielo y convertirlo en filosos cristales como hacía Isaak no era tan difícil ahora, a pesar de que no le gustaba hacerlo, pero era la manera más rápida de deshacerse de las moscas.

Hyoga congeló el piso y patinó mientras Verónica lloraba por sus moscas. El Santo de Cisne concentró su frío Cosmos en su puño derecho y liberó el Polvo de Diamantes en el pecho del enemigo, congelándolo tan bien que lo reventó. Un gran boquete apareció en el torso de Verónica, que salpicó sangre sobre él, mientras caía…

 

En ese momento, se dio cuenta de tres cosas, muy distintas entre sí. Primero, había percatado en el bajo punto de congelación de las Surplice cuando se enfrentó a Fyodor de Mandrágora en el reino de Asgard; sabía que era menor al de las armaduras de Oro, pero no esperaba que fuera tanto. Fyodor había sido un Espectro Celestial, así que esperaba un resultado similar con Verónica, lo que había dado buenos frutos. Sin embargo, tal vez se debía a que era mucho más fuerte que antes. Si se permitía algo de vanidad, era probable que fuera casi tan hábil en manejar el hielo como su maestro Camus.

Por otro lado, tal vez las Surplice de los Tres Magnates serían un caso distinto. Eso era lo segundo. Aiacos estaba ganándole la pulseada a Radamanthys. No sabía qué le había ocurrido al Wyvern antes, pero claramente no estaba al cien por ciento de sus fuerzas, y el Garuda se lo hacía notar con su pérfida sonrisa, mientras trataba de obligarle a ponerse de rodillas con la fuerza de sus brazos, pero Radamanthys seguía aguantando. Relámpagos negros empezaron a salir de los cuerpos de ambos, pero el Wyvern seguía resistiéndose a perder. Hyoga se preguntó si debía ayudarlo, y ese breve momento de estúpida distracción fue lo que causó que Verónica pudiera abrazarlo, tomándolo de los brazos, y preparado para liberar su Entierro, el gas que todo lo pudría.

Lo tercero era que, aún más estúpidamente, sabía que Verónica se pondría de pie en cualquier momento. No estaba realmente vivo ni muerto, era más bien un no-muerto, una marioneta negra maniobrada por Aiacos, que disfrutaba cada momento. Hyoga ya había visto que no podía morir, y aun así se había distraído en ese momento preciso. El Cisne vio el aire rojo salir y supo que, de absorberlo, moriría rápidamente.

Pero no era el momento para eso. Su mamá, Camus e Isaak yacían en alguna parte del Inframundo, pero no estaba preparado para reunirse con ellos. Lo cierto era que sus amigos habían sacrificado muchísimo por él, y él por ellos, para que siguieran vivos. Jamás iba a admitirlo en voz alta, pero les debía la vida. Con Shun hospedando a Hades, Seiya perdido o muerto en alguna parte, Shiryu enterrado en el Laberinto del Minotauro… Los que quedaban eran muy pocos, y les debía el seguir luchando por los que ya no estaban.

La idea le inspiró bastante, y le permitió golpear con su Tornado Frío esta vez, antes de que el gas del Entierro le alcanzara, y lo hizo con tanta fuerza que sintió que torció el cuello de Verónica hasta quebrarlo… e incluso en ese caso, no lograría nada.

—Jejejeje, iluso… —dijo Verónica, poniéndose de pie mientras se arreglaba la cara y la posición de la cabeza, a la vez que su cabello rubio se movía como loco ante el gran choque de poderes de Radamanthys y Aiacos—. Yo vivo para el señor Aiacos, el de los pies ligeros. Mientras él viva, yo no voy a abandonarlo, como hicieron Tokusa, Helios y Violette. Soy el único que queda, el único que le es leal hasta más allá de la muerte, el único ser que lo ama con tantísima pasión.

Al lado, Radamanthys y Aiacos se separaron, probablemente notando que, a pesar de la diferencia en sus estados físicos, ninguno podía doblegar completamente al otro. El Wyvern creó una lanza azul, su Máximo Juicio. Por su parte, Aiacos simplemente se rio.

—¡JAJAJAJAAJAJAJA! ¡Vero tiene razón! Mientras tenga al menos a uno de mis leales perros, soy mejor que tú, Radamanthys. Al final, no conseguirás impedir que mate al que se hace pasar por Hades.

—¡Él es Hades!

—No. Eres demasiado crédulo, Rada. Quizás sea mejor no creer todo lo que ves en frente de ti, ¿no lo crees? Un poco de luz te reparará el cerebro. Ilusión Galáctica[1].

Hyoga alcanzó a desviar la vista, y lo hizo solo porque sí, porque en ese momento le dio por mirar con su único ojo al Espectro de Nasu, que no era afectado por los juegos de luces en el enemigo al frente. Hyoga volvió a pensar en lo estúpido que había sido antes, cuando se distrajo pensando en ayudar al enemigo. Había que ser frío en batalla. Lo más seguro era vencer a Verónica y luego asesinar tanto a Aiacos como a Radamanthys para que dejaran de ser problemas, aunque Hyoga no estaba seguro de que su físico fuera capaz de aguantar hasta entonces.

Después de todo, ¿cómo podía vencer a Verónica? Era una entidad no-muerta, y también no-viva. No existía en condiciones normales, podía intoxicar cuando estaba en aprietos, pero era como luchar contra aire tóxico, uno que, al recibir un ataque, volvía a tomar su forma habitual. No podía matar a un enemigo así.

Y quizás no era la forma de terminar con la pelea. Matar a alguien era tan solo una de las soluciones, Shiryu y Shun habían hecho hincapié en ello muchas veces, a pesar de cuántas veces Seiya o gente como Shaina insistían en la necesidad de deshacerse de los malos, tal como le habían enseñado.

—Dices amar mucho a Aiacos, pero apostaría que no sabes por qué. Naciste en el mundo preprogramado para ello. No tuviste opción.

—Y eso qué. Nosotros los Espectros de Hades no nos preocupamos del pasado, solo el presente y el futuro lleno de oscuridad nos interesan, cuando toda la mala yerba haya sido cercenada de su raíz.

—¿Es decir que estás bien profesándole tu devoción, a pesar de que no tienes una motivación para ello? Acabas de repetir lo mismo que me han dicho todos los Esqueletos y Espectros al preguntarles eso. Me sé el cuento de “el mundo no merece vivir, porque está podrido”. Parecen un culto.

—Tengo una motivación. Hasta el fin de los tiempos lucharé por mi señor Aiacos, aquel que siempre llega primero a la meta. Mira cómo tiene dominado a Radamanthys, temblando en el piso por la pérdida de sus ojos y la quemada de sus nervios con la Ilusión Galáctica, y eso que no han visto nada.

—Hasta el fin de los tiempos. Que así sea.

 

Para lo que quería hacer, requería una gran cantidad de Cosmos. No podía fallar, pues estaba usando demasiado poder en ese último ataque. Si fallaba, no tendría fuerzas suficientes, ni para ayudar a Ikki, ni para ayudar a Radamanthys o para sufrir de su ira y su frustración por haber intervenido donde no lo habían llamado.

Camus nunca usaba la técnica en plena batalla, pues requería gran concentración en un solo movimiento, y generalmente se terminaba con éste. La única persona que se había escapado de esa técnica había sido el propio Hyoga, y la primera vez había recibido muchísima ayuda, antes de que la segunda se convirtiera en su gran logro, solo porque se había criado en un mundo de hielo y nieve.

El caso de Verónica no era así. Debía conseguirlo, o no tendría otra oportunidad. Debía hacerlo a la primera oportunidad. A su lado, Radamanthys se había puesto de pie, y ahora se preparaba para destruirlo todo, incluso al propio Hyoga. Eso no le servía para sus propósitos, pero tampoco era como que le sorprendiera.

—Que todo tu mundo se pudra por respirar el mismo aire del señor Aiacos. Oh, pequeño adorado, ¡recibe un Entierro digno para un Santo! —exclamó Verónica, liberando su virus tóxico por el aire—. Oh, señor Aiacos, ¡mire aquí! ¡Mire aquí como acabo con este Santo de porqueria!

—No… el único que será enterrado eres tú.

Hyoga levantó el brazo derecho mientras aguantaba la respiración. Debía bajar la temperatura hasta que nada pudiera moverse, descender el tiempo hasta que nada pudiese moverse con una pesada capa de hielo.

No sabía qué haría después de la explosión de Cosmos que realizaría, pero no valía la pena pensar en ello entonces. Confió en que Radamanthys se haría cargo de todo, y ya luego enfrentarían sus diferencias.

—Ataúd Congelante —susurró Hyoga.

La nieve y el hielo se esparcieron por la habitación, a pesar de que estaban en la zona más fría del Inframundo. Partículas de hielo se arremolinaron por todas partes, y hasta los dos Magnates se frenaron brevemente. Era la última oportunidad. Era la única chance. Su Cosmos se enfocó en los átomos de todo. Frenen, les dijo a sus movimientos. El mundo entero se hizo más lento mientras Hyoga hacía que la temperatura descendiera más y más y más… Su maltratado Manto de Bronce se tornó dorado como las armaduras de los doce Santos de Oro.

Hyoga miró a un lado con su ojo sano. Efectivamente, como había dicho Nasu, el Wyvern se había estado retorciendo en el piso tras el chispazo que había arrojado Aiacos, pero fuera lo que fuese que había hecho, Radamanthys se había vuelto a poner de pie y estaba listo para detonar su Máxima Advertencia y llevarse todo consigo. Sus ojos soltaban chispas, bullía humo de sus poros, había cierto olor a quemado.

Aiacos reía mientras sus alas se extendían para protegerlo del ataque del Wyvern. Parecía muy confiado. Era capaz de mantener a raya a Radamanthys, y al mismo tiempo de controlar a Verónica. De alguna manera, a Hyoga le parecía que Aiacos lo estaba… sí, definitivamente lo estaba siguiendo con la mirada con toda tranquilidad, a pesar de que el Santo había liberado tanto hielo hasta para congelar el tiempo.

Lo estaba siguiendo con un enorme globo ocular que se encontraba en el aire. Era un ojo de pupila grande, esclerótica gris y un iris rosa brillante. ¿De dónde diablos había salido?, se preguntó Hyoga.

—¡Ja, ja, ja, ja, ja! —rio el Espectro, mirándolo como si fuera la fuente de todas las risas del mundo. El ojo encima también parecía reír.

—Lo encerraré para siempre —le advirtió Hyoga, liberando olas azules desde su mano alzada por todo el recinto.

—Y a mí qué más me da. Hay cachorros mejores en todos lados. Tú me gustas.

 

De eso se trataba. Fue un idiota. Estaba confiando en Radamanthys para manejar a Aiacos mientras él se encargaba de Verónica, cuando el verdadero depredador que tenía encima era el propio Aiacos. Lo había torturado por muchísimo tiempo en Antenora, no tenía planes a futuro, por lo que quería seguir divirtiéndose con él. Aiacos no vivía a largo plazo, sino que solo le importaba lo que ocurría en el momento. Tenía la intención de seguir torturándolo hasta que Hyoga protestara, gritara y llorara.

¿Y Radamanthys? Estaba débil, claramente aún no recuperaba sus fuerzas, y algo le había hecho Aiacos ahora que lo había dejado peor. Garuda estaba jugando con él. Hyoga recordó lo que había dicho Verónica un rato antes. «El de los pies ligeros». «El que llega a la meta siempre primero». Todas pistas para Hyoga sobre la naturaleza de Aiacos, uno de los más veloces, sino el más veloz de los Espectros, capaz de seguirlo incluso si congelaba el tiempo. Radamanthys era irrelevante.

Pero no Verónica. No para Hyoga en ese momento.

—¿Q-qué es… esto? ¡Hielo!

—¡Jajajajajaajajajajajaja!

—¡Señor Aiacos! ¡Mi señor, ayúdeme, estoy perdiendo la movilidad y…! ¡Ahhh!

Verónica fue atrapado en un gran féretro de hielo que no se rompería incluso si los Santos de Oro lo golpeaban con todas sus fuerzas. Era el Cero Absoluto. Era el último Cosmos, el Séptimo Sentido, que solo había conseguido activar por un instante breve, con la intención de sepultar al inmortal Verónica por toda la eternidad… la única manera de deshacerse de él. Ahora que estaba allí, y el tiempo volvía a la normalidad tras la explosión de su Cosmos de hielo, las paredes de Judecca mostraban un color blanco níveo, pero ahora solo permanecía el viento frío que reinaba en Cocytos.

Antes de que Radamanthys pudiera ejecutar su Máxima Advertencia, Aiacos se hizo a un lado. El globo ocular encima comenzó a resplandecer con fuerza, y estaba apuntando al rostro de Hyoga. No podría detenerlo, era tan rápido que incluso pestañear sería, en ese preciso momento, algo imposible. Sabía que el ataque que Aiacos usaría, al parecer la que llamaba Ilusión Galáctica, ni siquiera lo mataría, sino que lo dejaría en tan mal estado que Aiacos podría seguir jugando con él después de lidiar con Radamanthys y, en especial, con Hades. Con Shun.

Le había fallado. Su misión había sido rescatarlo, para ello se había dejado torturar tanto, pero aprisionar a Verónica en un Ataúd Congelante era muy poca cosa. Shun lo había salvado hacía tiempo, en el Templo de la Balanza, devolviéndole la vida con su calor, transmitido a través de las cadenas de Andrómeda, y sintió que jamás le había devuelto el favor realmente. Esta había sido la oportunidad y la había desperdiciado. Estaba débil, eso era evidente, pero debió haberse esforzado más.

“Cumpliré mi deber”, se había dicho en aquella ocasión, antes de ir al Templo del Escorpión. En esta última oportunidad, había cometido un error… y había fallado. El ojo encima de Aiacos envió una ola rosa hacia él.

Y entonces, una figura dorada se interpuso.

 

Poco después de que la enorme entidad de luz dorada se presentara, la pared que había atravesado, junto con el techo, se destruyeron. Así de rápido se había movido, a pesar de su tamaño, y era tan grande que, con sus pasos, todo el palacio temblaba. En el piso había dejado a Cerbero, con las tres cabezas babeando sobre el piso, aparentemente inconsciente, pues aún respiraba lentamente.

Protegiendo a Hyoga del brillo de la Ilusión Galáctica se hallaba una entidad brillante que portaba un par de enormes escudos dorados. Flotando en su interior se hallaba un Santo en actitud meditativa, que controlaba a la entidad con su Cosmos. Su Manto de Oro resplandecía como el sol, tanto o más que la figura que había conjurado, creando una gran dicotomía con el sabueso monstruoso de color negro que se hallaba a sus pies. Su mera presencia era algo intimidante, orgulloso, milenario.

Su postura defensiva era perfecta, sin puntos ciegos, sin una zona débil, cosa que solo podría lograrse tras mucha experiencia. Y el rugido que Hyoga oyó en el momento que apareció, el rugido de un tigre feroz, lo intimidó y tranquilizó a partes iguales. Era el Sumo Sacerdote del Santuario, usando el Espíritu del Gigante Ancestral.

—Parece que llegué justo a tiempo, me estoy volviendo muy bueno en mis épicas entradas, jeje —rio el Santo de Libra, Dohko, la máxima autoridad de los Santos, quien se hallaba ahora en el centro del Inframundo, al interior del gigante luminoso—. ¡Retrocede unos pasos, Hyoga!

Hyoga obedeció al instante, siempre a la sombra de Dohko, en cuya espalda, sobre el Manto de Oro, podía ver la imagen translúcida, como una llama danzante color jade, de la cabeza de un tigre que rugía con bríos.

La Máxima Advertencia se desató, y las alas de Radamanthys batieron con fuerza. El Espectro de Garuda, que no se había esperado la intervención de Dohko (y a Aiacos no le gustaban para nada las interrupciones a sus juegos), no tuvo tiempo para protegerse como quería del ataque del Wyvern, y fue arrastrado por las olas de energía que se expandieron por doquier.

Dohko, con sus escudos y el Espíritu Ancestral, protegió no solo a Hyoga de la ola expansiva, sino que también al ataúd de Verónica, solo en el posible caso de que fuera lo suficientemente potente para abrirlo. No era que dudara de las habilidades de Hyoga, se dio cuenta éste, sino que estaba pensando en la potencia cósmica de Radamanthys, que no debía ser subestimada. Incluso estando débil tras el cañonazo de Antenora y el reciente ataque de Aiacos, seguía siendo el más potente, violento y físico de los 108 Espectros.

Judecca se remeció. Lo que quedaba del techo voló en pedazos. La mayoría de las paredes cayeron. Aiacos se estrelló contra una de las que resistió, quejándose de dolor, pero sin dejar de reír como un psicópata. Hyoga fue arrastrado atrás por la ola expansiva, y recibió varios cortes en la piel; la armadura de Cygnus fue aún más dañada mientras el Santo de Libra lo protegía.

¿Y la habitación donde estaban Hades, Pandora e Ikki? Se conservaba detrás de un gran portón, impecablemente, pues Radamanthys jamás hubiera atacado en su dirección. Incluso si Hades hubiera impedido que cualquier cosa lo perturbara, lo cierto era que, en su mente, Radamanthys era incapaz de pensar en que podía ponerle la mano encima a su señor. Y eso significaba que Shun seguía allí.

Aiacos descendió de la pared donde estaba ensartado, miró la habitación de arriba, la de Hades, y sus ojos ardieron de deseo. Sacó al Tesoro Divino Kharga otra vez de su escondite, pero Dohko, quien deshizo rápidamente el Espíritu Ancestral, se interpuso en su camino tan rápido que Hyoga no pudo seguirlo con su vista, y aparentemente tampoco Aiacos, pues detuvo su carrera de súbito. Junto a ellos también estaba Radamanthys, con cara de muy pocos amigos.

—No puedo creer que alguien se hiciera con Kharga —dijo Dohko, que miraba el arma de Aiacos con mucha desconfianza—. Estás completamente loco, Garuda.

—Ja, ja, ja, ja, ja, ja, esto se va a poner interesante. El hombre que quiere matar a Hades, el que quiere defenderlo, y el Sumo Sacerdote del inutil Santuario, todos juntos en una junta de té.

—Fue un error depender de un Santo —dijo Radamanthys, abriendo ambas alas en dirección a sus dos principales oponentes—. Acabaré con los todos ustedes enseguida, cumpliré con mi deber como Espectro, y también como guardián del señor Hades.

—Dohko… —trató de decir Hyoga, pero escuchó una voz en su cabeza. El Santo de Libra se estaba comunicando directamente con su alma.

Hyoga… ¿Y Shiryu?

Hyoga no supo qué responder. Por lo que sabía, el Dragón había caído junto a dos de los hombres de élite de Radamanthys, y no había oído nada más de él. Dohko de Libra podía ser la máxima autoridad del Santuario, pero seguía siendo también un maestro que se preocupaba de su alumno.

No responder fue toda la respuesta que Dohko necesitaba.

No importa. Todos nos encontraremos pronto, de todos modos.

—Lo siento, Dohko, yo…

—Recupera tus fuerzas, voy a necesitarte. Me quedaré a enfrentarlos.

¿Qué necesita?

No había necesidad de discutir. Si alguien podía con esos dos, un par de Magnates del Inframundo de quienes se decía que eran más poderosos que un Santo de Oro, era el anciano maestro, probablemente el hombre más fuerte del mundo, quien de seguro ya los había enfrentado en la Guerra Santa anterior. En esta ocasión, Hyoga estaba de acuerdo con Radamanthys: iba a cumplir su deber, sin cuestionar nada.

Sal a Cocytos, solo tú puedes resistir el vehemente frío del río Cocytos por el tiempo necesario. Apenas salgas, probablemente escucharás un murmullo resonando bajo la nieve, tú podrás captarlo mejor que yo. Ve hacia donde se siente más intensamente.

—¿Qué voy a encontrar?

—La locura encarnada. Necesito que construyas un enorme féretro de hielo con el río Cocytos, Hyoga. Necesito que los detengas, a todos los que puedas.

—¿A quiénes debo detener? ¿De quiénes habla?

 

Hyoga salió, tal como lo instruyeron, justo después de que Dohko, Radamanthys y Aiacos comenzaron su batalla múltiple. Incluso afuera podía escuchar cómo chocaban sus poderes, y poco después, hasta le pareció ver un arma de libra salir volando de la Judecca, dejando un boquete en una pared.

Sintió la nieve bajo sus pies. Era miles de veces más helado que las aguas frías bajo Siberia, nada se le igualaba… pero seguía siendo nieve y hielo, por más infernal que fuese. El hielo le hablaba a Hyoga, y le dio un mensaje terrible, tal como Dohko había previsto.

Hyoga corrió en la dirección que le indicaba el hielo, donde podía sentirse como si una marcha de olas o montañas se movieran a Judecca. Subió y bajó por la superficie de Cocytos, siempre cubierto por una capa de Cosmos para no congelarse, y en el proceso, trató de no distraerse por las almas de los antiguos Santos que allí residían por haberse rebelado contra los dioses. Si reconocía a Camus allí… ¿qué sería de su misión?

Subió una cuesta congelada, la más alta que pudo ver bajo la noche oscura llena de relámpagos rojos, que cada vez se volvían más violentos, como si supieran lo que se venía, la locura encarnada. No tenía otro nombre. ¿Por qué un Espectro de élite llegaría a eso? Si lo que decía Dohko era verdad, entonces debía haber un secreto oculto, una razón detrás que no fuera simple destrucción.

Al llegar arriba, notó una gran bruma gris a lo largo del horizonte. Retrocedió, llevado por un súbito temor. Era una locura. ¿Era real lo que estaba a punto de ocurrir? Se acercó un poco más para comprobarlo, y al darse cuenta de que era cierto, su cuerpo sufrió un escalofrío. Iba a tener que poner mucho de sí para cumplir esta misión.

 

Un ejército se acercaba. No, los ejércitos eran ordenados. Lo más correcto de decir sería que era una estampida de caos. En el centro de la cortina de sombras detrás de la espesa bruma de nieve gris, se veía la silueta de un hombre con gigantescas alas y un aura de autoridad. Era el líder de una catástrofe, y no le importaba, avanzaba con descaro a la vez que los monstruos corrían a su lado. Eran las Mil Bestias.

Cuando Poseidón despertó, una serie de monstruos liderados por los peligrosos Cetos salieron a la superficie, destruyendo miles de ciudades y villas junto con las olas. Se había reportado que cientos de monstruos marinos habían azotado el mundo, meses atrás.

En el Inframundo, particularmente en la región conocida como el Tártaro, podían encontrarse las bestias y monstruos más peligrosos de la historia, encerrados, enjaulados, pero también sirviendo como guardias para lo que se hallaba en la zona que ni siquiera Hades podía vigilar constantemente.

Se les llamaba Mil Bestias, pues ese era el número original, aproximado, de aquellas que habían sido puestas en el Tártaro. Cada generación eran más monstruos. Los Cetos y demás bestias marinas de unos meses atrás tan solo habían sido unos cientos de ellos, los representantes de una especie peligrosa en el Tártaro. De vez en cuando una que otra salía de prisión y causaba caos en el mundo de los vivos.

Pero en esta ocasión, de alguna manera que Dohko desconocía, todas las Bestias habían sido liberadas, por un motivo igualmente desconocido. El Tártaro no tenía Bestias ni alguaciles. Todos estaban allí, corriendo, arrastrándose, vagando hacia Judecca. Según Dohko, el objetivo más probable era Atenea, y el segundo más probable era el propio rey del Inframundo, Hades. Impedir una guerra entre los dos dioses, acabando con ambos, debido a las particulares circunstancias: Atenea se estaba saltando las reglas de las Guerras Santas, y Hades estaba usando un cuerpo incorrecto.

Y quien los lideraba a todos ellos era el Magnate faltante. Su figura al fin apareció entre la ominosa niebla. Vestía una voluptuosa y aparentemente pesada Surplice de colores negros y azules, que lo hacían ver más masivo de lo que era. Tenía hombreras de cuatro capas, redondeadas y caídas como gotas, que terminaban más allá de sus codos y se conectaban con sus brazales, donde podían verse garras leoninas y afiladas. El faldón era tan largo y grueso que ofrecía una protección extra para las piernas, y en donde podía verse una serie de gemas esmeraldas. Sus alas eran las más grandes que hubiera visto en el ejército de Hades, incluso más que Sagitario, con innumerables plumas que parecían tener vida propia, moviéndose en todas direcciones, escapando de la Surplice, girando alrededor del Espectro, y regresando a su posición para ser reemplazadas por otras.

Se trataba de aquel que, según decían, era el más peligroso de los tres Magnates, el más difícil de controlar y predecir: Minos de Grifo[2], Estrella Celestial de la Nobleza[3], el verdadero y principal Juez del Inframundo. A su lado iba un Espectro Celestial también, aunque era algo difícil poner atención en él cuando, alrededor de Minos, podían divisarse Cíclopes, Cetos, mantícoras, arpías, dragones, e incluso le pareció ver una hidra con sus decenas de cabezas. Se preguntó fugazmente lo que pensaría Ichi al respecto.

Hyoga se puso en guardia y clavó su mirada en el rostro de Minos, muy lejos de él, esperando que el Espectro percatara en su presencia. Su misión era detenerlos, encerrar a las Mil Bestias en Ataúdes Congelantes y acabar con Minos a toda costa. No sabía si lo había visto, sus ojos parecían cubiertos por una mata de cabello blanco, pero lo obligaría a que lo viera a la fuerza.

Encendió su Cosmos. Bajó la temperatura y comenzó a avanzar ante las oleadas de caos de hielo y nieve, y la marcha imparable de las Mil Bestias, una estampida de millones que amenazaba incluso con aplastar a los dioses. Conjuró la Tierra de Cristal y disparó el primer Polvo de Diamantes de lo que se veía como una larga batalla.


[1] मायातारापुञ्ज (Mayamasai), en sánscrito

[2] Criatura de la mitología babilónica, cuyo cuerpo es mitad águila y mitad león, los reyes de los animales del aire y la tierra respectivamente.

[3] Tenki, en japonés; Tiangui, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Chai Jin, el “Pequeño Remolino”


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#799 Rexomega

Rexomega

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Publicado 23 febrero 2024 - 09:39

Saludos

 

Capítulo de Shaina IV... IV... Shaina... ¿¡Shaina!? Sí, Shaina sigue siendo relevante en el arco de Hades, como siempre debió ser luego de sus méritos en el arco de Poseidón. Serénate, Rexomega, esto es 100% normal. Ejem, ¿vacaciones, dices? ¡Yo ya me temía que dejarías Mito del Santuario en la estacada de nuevo! Me alegro de que no sea el caso, así que aquí vengo a comentar.

 

Primero, los errores: "Caían a los...", "Y a cuyas heridas...", "quizá cuántas horas...", "porquería" (jutsu secreto de censura foril), "rozó con sus brazos", "porquería" (de nuevo, aunque igual es que te has rendido al censor foril), "trisó" (en realidad es trizar, creo).

 

Un minuto de silencio por la hija de Ban que no nacerá en este universo. Creo que ya hablé suficiente sobre lo mucho que aporta a Mito del Santuario que Lost Canvas su pasado, pero cada vez que leo Tokusa pienso en ese espectro que parecía que iba a ser importante y luego no lo fue, en dicho manga. Hace tiempo vi un tema en el que se teorizaba que Pharao de Esfinge era uno de los guardianes, no algo aparte, de manera que los vimos a todos: Youma, Lune, Kagaho, Aspros, Valentine, Radamantis, Partita y Pharao, pero fuera un guardián o no, Tokusa es un eterno pendiente luego de tanto Spin Off. Está bien verlo aquí, más peleando con un santo femenino de plata. Se siente apropiado, como todo lo referente a Ikki y Bennu en en esta historia.

 

Radamantis creía que su panda de espectros podía limpiar el Santuario.

Shaina tiene por misión matar a los 108 espectros.

 

Hasta ahí Shaina destaca. (Sé que no era tu intención, pero fue lo que pensé.).

 

No sé qué pensar de Tokusa, no son muy fan de los villanos locos de ese estilo ("Quiero cumplir el sueño americano ¿griego?: Matar a mi jefe"), lo que sí puedo decir es que me gustó la idea de un espectro cuya especialidad sea (aparte de las infaltables habilidades, ya que hablamos de Saint Seita) ser un buen artista marcial. La parte de ser el mejor combatiente cuerpo a cuerpo me deja algo perplejo, pues surge la inevitable pregunta: ¿Lo es en general, contando a los Jueces? Por el momento, para alguien que no es que sepa mucho sobre el tema, se siente el peso de su habilidad en todo el combate, sobre todo en la primera parte, que es más técnica sin sentirse académica.

 

Técnicamente "Shaina era una asesina" es correcto, pero como yo optaría por "fue" para no confundir. De todos modos, es un detalle menor.

 

Solo el fuego infernal y el poder de un dios puede sacarte de Cocito. Suena a información relevante. 

 

Tengo sentimientos encontrados con el final, por un lado es genial dos veces. Primero, porque destacas a Shaina y los santos de plata, el patito feo del Santuario (los protagonistas son, o bronces, o dorados, incluso si hoy en día tenemos una media de plateados muy admirable). Resuena poderosamente en mí la idea de que los santos sean expertos luchadores y los espectros no tanto, no por lo que dice Shaina, sino por esa insistencia de Tokusa en que Shaina sabe pelear, como si fuera raro en una guerra. La segunda razón es que es muy, muy Saint Seiya, ese ataque final, lo pude imaginar como si fuera animado sin que por ello dejara de ser literario, no sé si me explico. Como fan de Shaina, la quiero ver ganar, por otro lado, mi lado más rebuscado espera algo más de Tokusa que ser lo que ha sido hasta ahora, que haya algo más que su deseo de matar a Aiacos por las razones que da. 

 

Así que en última instancia creo que ambos resultados (Shaina ganando, Tokusa saliendo con vida) estarían bien para mí. Cualquiera menos aquel en que Shaina muere, ojo, de ahí no te salvas.

 

Espero poder comentar más seguido y ponerme al día. Por hoy lo dejo aquí. ¡Buen trabajo!


Editado por Rexomega, 23 febrero 2024 - 09:41 .

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Publicado 29 febrero 2024 - 13:10

Rozar, trisar, y la censura horrible respetable del foro, que me atacan nuevamente. Mis grandes miedos, junto con las palabras arpa y arpía (soy profesor de inglés. A veces, o simplemente palabras puntuales en español se me olvidan, o paso una H de más). Gracias, todo corregido.

 

Haré un mea culpa con Tokusa. No soy tampoco fan de los personajes "locos porque sí", y aquí ya tenía a Aiacos, por lo que Tokusa, en el aspecto de personalidad, ya era innecesario. Y luego, cuando le hice apartarse del conflicto en Judecca, no supe ni siquiera con quién debía hacerlo pelear. Más honestamente, diré que se me olvidó, igual que a Shiori. Cuando me acordé de él, me di cuenta de que me faltaban capítulos de Shaina, y lo metí allí, haciéndole destacar con su estilo de batalla en lugar de su rol, o su personalidad. No me enorgullece el personaje, pero sí lo creativo que me puse con él hehe

 

Gracias por la corrección entre pasados indefinido e imperfecto. Me arruinan la existencia, así que cualquier aporte se agradece para seguir escribiendo sobre el plot armor (bajo pena de tortura en caso de no tenerlo) de la buena Shaina. Por cierto, eso va para los dos lados.

 

Saludos y muchas gracias como siempre, Rexo!

 

 

SHUN II

 

Judecca, Octava Prisión. Inframundo.

Ya no le quedaban fuerzas para seguir resistiéndose a Hades. La única razón por la que había conservado su consciencia hasta ahora había sido por algo que ni él ni el mismo Hades parecían comprender. El rey del Inframundo le había clavado Arche Angelós en el pecho, prometiéndole que caería en la sombra eterna, en el silencio umbrío sin fin, y Shun no había visto ninguna forma para evitarlo. Aun así, mientras gritaba escuchando los llantos, traumas y pesadillas de los seres humanos a cuyas almas ahora tenía acceso, Shun había decidido encender su Cosmos una última vez.

No había habido una razón muy profunda ni compleja para ello. Simplemente había sido su instinto en su desesperación, pues ya había abrazado la derrota, había dicho adiós a sus amigos, a su hermano, a su diosa, y había sentido que el sueño eterno tomaba su vida. Las dieciséis estrellas de la constelación de Andrómeda, a su lado, flotando en la oscuridad, aún brillaban, pues Hades había dictado que Shun mismo debía cortarlas, pero ya no tenía a Arche Angelós en las manos.

Hades estaba utilizando su cuerpo, y ahora era el dueño de su ser, una entidad que podía manipular a las sombras, a la muerte, y a los espíritus. Estaba utilizando su cuerpo porque lo consideraba el ser más puro de la Tierra, a pesar de que había cometido el más grave de los crímenes humanos: arrebatar la vida de otros humanos. Andrómeda Negro fue el primero, Shun lo hizo para proteger a sus amigos, sí, lo mismo con Mozes de Cetus y Capella de Auriga, poco después.

Pero había asesinado a Aphrodite de Piscis, puramente por venganza. Por lo que le había hecho a su maestro, y a su isla. Eso nada podía cambiarlo, estaba escrito en su hoja de vida, su destino, pero Hades lo había escogido desde hacía milenios. Era dueño de su ser, a pesar de cuán violento había sido contra sus enemigos. Shun no podía comprender el designio de sus dioses, aunque compartía la mente con uno de ellos, porque no era uno de ellos. Era la voluntad de Hades, Rey del Inframundo, que ahora lo obligaba a cortar su propio destino. El que Shun había recorrido durante los últimos años de su vida. Ser un Santo luchando por Atenea, y él debía agachar la cabeza y rendir su voluntad a la de aquel que conocía todas las almas de la Tierra.

Así se suponía que debía ser. Pero no había dado resultado. La espada de rubíes de Hades no había entrado en su ser, por más que el dios lo intentó. En ese momento, Shun decidió mirar en su interior.

 

Almas arremolinadas por doquier. Almas en un caos de oscuridad, sin rumbo, sin motivación ni sueños. Algunos habían sido asesinados. Algunos habían muerto de causas naturales, o por accidentes. Algunos habían sido Santos caídos en batalla, inocentes caídos en desgracia, enemigos de la paz que pagaban por sus crímenes. Algunos eran los que el Eclipse Eterno absorbía, y que Shun ya no podía detener. No le correspondía.

Shun conocía… no, más bien recordaba todos sus nombres, todas esas almas, como si siempre los hubiera conocido, porque desde el principio de su vida, él era Hades, y estaba sometido a sus reglas como alma que era, al igual que todas las demás. En su caso tenía una regla especial: podía ver y conocer las almas como un dios, pero no podía dominar sobre su destino. Así que buscó…, se enfocó en las voces más cercanas ahora que el dios había fallado, de alguna manera.

Y encontró.

 

Ahora, frente a él, se hallaban dos personas opuestas, cuyos rostros vio a través de las sombras en su mente en medio del huracán de almas, guiados por el mismo sentimiento, le gritaban sin parar, deseando que su sueño se cumpliera, pero a quien su voz no podía llegar, pues no era un dios, al fin y al cabo.

Lady Pandora Heinstein, la persona que representaba a Hades y lideraba a los 108 Espectros, deseaba que su dios tomara el control por completo para acabar con los invasores, castigar a los traidores, y sumir al mundo en la pesadilla sin fin que anhelaba, un silencio donde los humanos y el planeta se llenaban de sombras para al fin acallar la voz de sus crímenes.

La otra persona presente no quería nada de eso, y se limitaba a repetir una y otra vez su nombre, intentando llegar a él, sin saber que podía oírlo perfectamente desde hace un rato. Era la persona más importante que le quedaba en la vida, pues había cuidado de él, aunque no estaba obligado, después de la muerte de su madre.

—¡Shun! ¡Shun!

—¡Recupere el control, mi señor Hades! ¡Yo me encargaré de este traidor!

Ante ellos dos, el cuerpo que Shun y Hades compartían debía estar completamente inmovilizado, solo así tenía sentido que reaccionaran de esa manera. Eso significaba que, al menos por un instante, ninguno de los dos era dueño de su cuerpo. Y eso era, para los propósitos de Shun, una ventaja.

—Es extraño. Es difícil —dijo Hades, blandiendo la espada sobre su cabeza. Shun apartó las imágenes de las almas de su mente para enfocarse otra vez en el dios, que tanto lucía ahora como él—. No debería ser así. ¿Qué hiciste?

—¿Yo?

Shun miró al lado derecho… o al izquierdo, no estaba seguro. Allí se encontraban las estrellas de Andrómeda, brillando con fuerza como si nada las perturbara. Al otro lado vio a Ikki, todavía hablándole, tratando de convencerlo de ir a la luz, de tomar el control de su propio cuerpo mientras Pandora se preparaba para combatir.

Cerró los ojos. El poder de Hades le permitió mirar otra vez. Millones de almas se dirigían al Sol, rodeado de oleadas umbrías. Ninguna de esas almas podía afectar al rey del Inframundo. Ninguna tenía tiempo para ello, siquiera, pues sus consciencias se apagaban, sus memorias se desvanecían. El corazón de Shun se llenaba de tristeza mientras buscaba a quien había afectado el poder de Hades. A quien lo había rescatado. No lo encontró… Solo halló silencio al final del camino de los hombres.

 

 

—Me llamas traidor, pero en realidad nunca he sido un Espectro —dijo Ikki, que todavía vestía su traje negro. Shun podía sentir su Cosmos. Tibio. Heroico. Poderoso. Era su hermano mayor, el hombre que siempre lo había protegido, quien todavía ahora, en el más profundo infierno, se preocupaba por su bienestar.

—Sigues usando una Surplice, cachorro, ¿qué dice eso de ti? —preguntó Pandora, armada con su lanza, que apuntaba a Ikki. Su voz era fría como el hielo, elegante y sobria como la más fina seda, pero había un dejo de desesperación debajo que Shun no pudo ignorar—. Desde que te conozco has tratado de proteger a ese joven que el señor Hades eligió para hospedarse, pero tú mismo has estado siempre destinado a ser un Espectro.

—Me dijiste lo mismo en el castillo de tu familia, pero ya no voy a dejarme sentir intimidado como en ese momento, bruja. Además, ¿a qué viene eso de que me conoces? Fui yo el que invadió tu territorio, y no te equivoques, mi puño no tenía dudas de acabar contigo, lo habría hecho de no ser porque Aiacos intervino.

—Tonto Ikki, ¿no recuerdas mi rostro? ¿Ni siquiera cuando me viste en el castillo de los Heinstein? ¿No recuerdas cuando les di el medallón?

 

 

Así fue como Shun entendió, igual de rápido que con todas las cosas, dado que compartía una mente con Hades. Por un solo instante se fijó solo en él.

El dios lo miraba con curiosidad, sin emitir palabras, en completo silencio. Aún tenía en la mano la Espada del Inframundo; sin embargo, no parecía dispuesto a usarla de nuevo, como si algo se lo impidiera. Shun notó que el brazo derecho de Hades parecía moverse, inquieto. Decidió así enfocarse en las dos personas opuestas. El alma de Pandora se lo decía todo, y el alma de Ikki comenzó a recordar.

Todo había ocurrido el día del funeral de su madre, antes de que se los llevaran al orfanato Niños de las Estrellas. Shun lloraba amargamente, sin entender por qué la persona que lo amaba y cuidaba, alimentaba y arropaba ya no estaba, mientras que Ikki, que sí que entendía lo que era la muerte, intentaba consolarlo. Nadie estaba a su alrededor, aparte de vecinos y otros que no tenían intención de hacerse cargo de dos huérfanos. En todo el mundo, solo ellos dos existían. Estaban solos y debían vivir con ello, o eso era lo que Ikki pensaba en aquel entonces.

Una niña se les acercó. Uno o dos años mayor de lo que Ikki era en aquel tiempo. Vestía completamente de negro y tenía una mirada extraordinariamente triste, con un rostro pálido y ojos sin luz ni vida. Iba acompañada por dos hombres, un leñador y un sacerdote, que hicieron que Ikki se estremeciera, inquieto y aterrado. Incluso asqueado. Ambos miraban a la niña de una forma indescriptible, y la llevaron a sentarse con Ikki y Shun, que yacía en sus brazos.

La niña le tomó la mano a Ikki, tal como estaban haciendo todos los conocidos y desconocidos que estaban llegando al funeral a mostrar un rostro de tristeza, pero sin una pizca de compasión por ambos niños. Ella, a diferencia de ellos, no dijo ni una palabra. Ni un “lo lamento por ti”, o un “mi más sentido pésame”, o un “pobrecitos”. Solo estrechó su mano, y dejó algo allí… Algo…

Ikki, sin pensarlo demasiado, puso lo que la niña había dejado entre sus dedos en el cuello de Shun. Brillaba como una estrella, pues eso era lo que era, una estrella muy pequeña que titilaba como la más brillante constelación.

 

Ahora, ambos se enfrentaban en un choque de Cosmos. El de Ikki era un fuego abrasador, rojo y dorado, mientras que el de Pandora era oscuro, sin vida, absolutamente triste y desprovisto de color. Pandora seguía convencida de que Hades tomaría el control de su cuerpo. ¿Cómo no lo haría? Era un dios, y Shun solo un humano.

Pero Ikki pensaba lo contrario, y seguía repitiendo el nombre de Shun mientras su Cosmos chocaba con el de la niña que había forzado un futuro cruel, un destino brutal, en ambos niños. A pesar de que la representante de Hades tenía un poder inmenso, no era capaz de tocar a Ikki con su lanza.

De la misma manera, el dios del Inframundo no lograba manipular a Shun. Recién tras mirar en las memorias de los hombres, Hades decidió hablar otra vez.

—No lo entiendo. ¿Por qué no lo entiendo?

—Para ser honesto, yo tampoco entiendo. Pero si mi hermano no se rinde, yo…

—No entiendes lo que digo tampoco, Shun. ¿No sabes quién soy? —Hades alzó el brazo derecho con Arche Angelós, pero algo le forzó a bajarlo. Algo invisible, una presión que, de alguna manera, rivalizaba con la de un dios.

—Tú eres Hades.

—Dios del Inframundo. Dios. Aquel que, desde la era mitológica, se ha encargado de administrar el camino y el destino de las almas humanas. De manera natural, todas las almas son de mi propiedad y responden a mi voluntad, por eso has podido hurgar en sus historias. —Hades entrecerró los ojos—. ¿Te entristecen?

—¡Por supuesto! Los humanos sienten pena al abandonar el mundo, y los que no, son lamentados por sus seres queridos, que quedan atrás. Pero ahora, todos se dirigen al mismo final, y puedo ver que ese no era su destino. Saben que están abandonando la Tierra antes de tiempo, saben que sus oportunidades han sido arrebatadas, y también son conscientes de la injusticia con quienes aman. ¿No puedes ver nada de eso, Hades?

 

Hades se miró el brazo, sin contestar. Por primera vez, Shun lo podía ver sin preocupaciones ni dudas, luciendo idéntico a él, como si fuera solo un hombre. No podía ver su alma, pues era un dios, pero desde que despertó de su sueño de muerte, esta era la primera vez que Shun podía interpretar sus emociones.

—¿Por qué te niegas a responder? ¿De verdad no tienes corazón? ¿No sientes pena por aquellos que ocupan el mundo que ustedes los dioses crearon?

—Las dudas son cosas de los humanos, y quizás es tu influencia la que me está afectando en tu servitud. Solo tú, Shun, puedes cercenar tu conexión con las estrellas de Andrómeda, pues ni siquiera yo puedo afectar el destino de los Santos de esa manera. Pero, aunque deberías hacerlo, de alguna manera te resistes a cortar las estrellas con esa hoja. Nadie debería resistirse. Y tu rostro no parece indicar que sabes tampoco por qué ocurre, pero vamos a discutirlo. Dime, ¿acaso puede tratarse de esta cadena?

—¿Cadena?

Fue entonces cuando la pudo ver. Solo entonces pudo comprender qué era lo que estaba frenando a Hades. Había una cadena dorada atada a su brazo, resplandeciendo con brillos blancos tan puros y dulces que hicieron que los ojos de su alma se enternecieran. La cadena salía de las sombras infinitas y estaba atada a la muñeca del rey del infierno, jalándolo hacia abajo cada vez que intentaba clavar su espada en el corazón de Shun. Cada eslabón parecía irrompible, como si se negara a la propia idea de que pudiera separarse de los demás. De la misma manera que los lazos de Shun con su hermano y sus compañeros, y con la propia Atenea, eran inquebrantables.

—Sin embargo, eso no tiene sentido. El Manto de Andrómeda no debería resistir mi voluntad, incluso si responde a Atenea. Además, es solo un Manto de Bronce. ¿Cómo es posible que pudieras convocar tu cadena a este mundo, al interior de tu mente, y sea capaz de frenar mi mano? Más aún, puedo ver en tus pensamientos, como alma con un destino en mis recámaras. Shun. ¿Cómo te fue posible llamar a esta cadena sin siquiera darte cuenta de ello?

Así era. Shun jamás pensó en llamar a sus cadenas de Andrómeda. Ni siquiera se encontraba al tanto de que eso fuera posible solo con su Cosmos. El Cosmos de un Santo frente al de un dios. Además… en el fondo, Shun no sentía que lo había hecho, en todo caso. Esa cadena…

Antes de que pudiera seguir pensando, un gran olor a muerte se levantó en toda Judecca. Shun miró en las sombras a donde se encontraba Ikki, y vio que Pandora apenas era visible, dado el Cosmos tan oscuro que la rodeaba, absorbiendo toda luz en ella y a su alrededor, con la única excepción de una intrigante estrella violeta hecha de un aura en llamas, que flotaba por delante de su frente. Había clavado a Ikki al suelo con su lanza, atravesándole en el abdomen.

—Q-qué más da esto… ¡Shun, despierta! ¡Elimina a Hades de una buena vez! ¡No permitas que te lleve a los Campos Elíseos!

—Ikki…

 

 

Cuando Shun pronunció el nombre de su hermano, se sintió distinto a las veces anteriores. Hasta ese punto, cada vez que decía algo, nunca se escuchaba “afuera” de sí. Era casi como pensara en voz alta, todo se oía en su cabeza. Pero, esta vez, había oído perfectamente su propia voz, saliendo de sus labios.

Ikki se lo confirmó con una mirada de sorpresa en sus ojos, mirando a los suyos. Luego, su rostro se tornó a la expresión que más le gustaba de su hermano mayor, la que siempre había disfrutado ver, muy en el fondo.

Orgullo. Una sonrisa de orgullo.

—¡Shun!

—No puede ser, no puedo creerlo… ¿Acaso el que habló fue… Andrómeda? ¡No tiene ningún sentido! —dijo Pandora, cuya piel se estaba volviendo cada vez más pálida, y todo rastro de blanco en sus ojos desapareció, convirtiéndose en dos pozos negros—. No voy a creerlo. ¡Señor Hades, reaccione! ¡Por favor!

—¡Aléjate, bruja! —exclamó Ikki, que estalló en un tornado de fuego mientras, con su mano izquierda, tomaba la lanza que lo atravesaba, y con la derecha la partía en dos—. Shun, sé que estás allí. ¡Es nuestra oportunidad! ¡Arriba!

El Cosmos que salía de Ikki era imposible de calcular. Fuego y fuego y más fuego salía de sus poros, llenando de humo toda la estancia, calentando no solo el corazón de Shun al interior de su propia alma, sino que también sus músculos, permitiéndole mover sus dedos de su cuerpo físico.

Por breves momentos, Shun se hallaba en dos lugares a la vez, en Judecca diciendo el nombre de su hermano, moviéndose lentamente, poco a poco, y de vuelta en su mente, donde disputaba un duelo de voluntad contra el Rey del inframundo. Éste, por su parte, había sido atado por otra cadena blanca-dorada, que se había arremolinado y fijado en su otro brazo, impidiéndole más el movimiento. La otra cadena de Andrómeda que Shun no había pensado llamar.

Sin embargo, al menos en su rostro no parecía haber temor o ira. Ni siquiera una ligera molestia. Solo podía hallar en su expresión una intensa confusión, muy similar a la de los seres humanos.

—No lo entiendo. ¿Es el lazo con tu hermano el que te permite resistirte?

—Tal vez. ¿Cuál sería el problema con ello? ¿No tienes un lazo similar con Lady Pandora, que ha cuidado de ti todo este tiempo?

—Pandora me rinde adoración, como cualquier humano debería a un dios. Ella me sirve, y yo respeto y valoro ese servicio, pues es una humana que conoce su lugar, sabe lo que debe hacer para alcanzar el silencio que anhelo.

—¿No le tienes aprecio alguno? ¿A pesar de todo lo que ha sacrificado por ti?

—Ahora sabes lo que ella ha vivido. Viste su alma, pues en el fin, también caerá al reino de sombras infinitas. Shun. Hemos hablado por demasiado tiempo, has accedido a un pensamiento que no había determinado entregarte.

—Es solo cosa de verla a los ojos —dijo Shun, descubriendo en seguida la historia de Pandora, aunque ciertamente no lo había necesitado—. Además, esa estrella oscura en su frente, esas sombras que ningún humano, por más cruel, desalmado o triste que esté, debería ser capaz de emitir… Esa presencia detrás de ella, la misma que la acompañaba en el funeral de nuestra madre. No es una servidora voluntaria. Es una esclava desde antes de que fuera capaz de usar la razón.

—Shun. Una vez más, me dejas perplejo. ¿Por qué asumes particularidades de la divinidad? La divinidad no puede ser captada o comprendida por los humanos, lo que Pandora desee o no, es irrelevante. Igual que tú, a pesar de esta resistencia temporal. Todo es innecesario, al igual que tus lazos. Todo lleva al fin, excepto la divinidad. Pandora, tú, y las demás almas del universo sirven a los propósitos de los dioses. Hades es el fin, pero ustedes no son más que partículas que pueblan el camino. Como todas esas que ves ahora.

 

Muerte. Desolación. Morir traía una ansiedad descontrolada, una tristeza absoluta, una desazón sin límite. Algunos lo vivían al final de sus días, Shun podía verlos mientras las sombras los envolvían, se dejaban caer en un sueño en el que sabían que despertar no era una opción. Una figura de alas plateadas siempre los visitaba, y les recordaba que no había nada más allá, excepto el olvido.

Pero había otros que sucumbían a la desolación cuando sus seres amados, sus hijos y hermanos, sus padres y amigos, abandonaban la vida para reunirse en el castillo oscuro más allá del tiempo. Podía verlos también, aunque la muerte aún no los visitaba. Tristeza por ser abandonados, por quedarse solos, por una vida sin ellos, por no hacer más, o lo suficiente, por evitarlo. Podía entender ese sentimiento.

Shun bajó la mirada. Estaba triste, pero no por él mismo. Sentía pena por los dioses, que no solían tener un final. Una profunda tristeza, y sabía que a Hades aquello le parecía insólito.

—¿Por qué un dios aborrecería algo tan hermoso como los lazos?

—Su falta de sentido. Los lazos de los seres humanos son solo una imitación de lo que une a los dioses, una simple ilusión carente de sentido. Somos dioses. Anteriores y posteriores al todo. Pero ustedes son distintos. ¿Por qué habrían de sentirse así de unidos a otros cuando lo que llaman vida es tan efímero? Viven y se van en un caos ruidoso de emociones, solo dejando atrás un opaco esqueleto, o unas cenizas olvidadas. Humanos. ¿Qué sentido tiene el lazo de uno con otro si la muerte cercena toda unión, y las almas son separadas para siempre?

—¿No tienes hermanos, Hades? —preguntó Shun, pensando en Ikki, que luchaba con todas sus fuerzas por alcanzarlo.

—Hijos de Titanes. Por milenios nos han llamado una familia divina, pero somos más que la sangre de la que ustedes viven. Lo que nos une es infinito, pero ustedes tienen un antes y un después. Los humanos viven. Los dioses somos. ¿Por qué preocuparse por los lazos de los eternos?

—Lo que llamamos vida puede que sea algo temporal, pero eso es lo que lo hace tan preciado. —Shun captó en sus propias memorias algo que no había presenciado con sus propios ojos, pero sí lo había hecho Hades—. Eso es lo que dijo el Santo de Plata de Lira, ¿no? ¿Orphée? Nuestras vidas son preciadas porque tiene un inicio y un final, y se quedan en nuestras memorias incluso tras la muerte.

—Te elegí por tu pureza e inocencia, porque en tu rol como Santo, has tenido siempre en mente la vida de los hombres, porque no has pensado jamás en ti como parte, sino como un servidor al todo. Pensaste en las vidas que has arrebatado, pero en tu alma no había una sola mancha, pues ni siquiera a Aphrodite, Santo de Oro, quisiste matar. La muerte es, en ocasiones, solo la consecuencia de eventos, las batallas entre guerreros que sirven a los dioses.

Una secuencia de imágenes apareció en su mente. Un recuerdo. Shun había rogado al Pez Dorado que no arrojara su rosa. Le había advertido sobre el poder de la Tormenta Nebular, sobre la que él no tendría ya control. Consecuencias de batallas. Los cuerpos de Mozes y Capella decían lo mismo.

Pero Shun solo podía verlos a ellos. A aquellos que habían abandonado la vida, sus almas se encontraban en algún punto del universo, no como cenizas o huesos, sino como seres que habían dejado una marca. Para Hades, esa marca era el caos.

—Me elegiste porque consideras que dar muerte es el fin último de los humanos corrompidos. Lo admites como una realidad, algo de lo que los dioses están exentos. Tú crees que la violencia es sinónimo de la humanidad.

—Pero tú, Shun, no has deseado la muerte ni el sufrimiento de nadie jamás, algo raro en los humanos desde que descubrieron que podían herir a otros para sobrevivir en sus frágiles existencias. Esa pureza es la que me permitiría regresar a los Campos Elíseos sin problemas, pero jamás pensé que tu pureza sería igual a tanta falta de sabiduría. Jamás pensé que, en esa terquedad, encontraría tanta resistencia.

Hades trató de alzar otra vez el brazo, pero las cadenas doradas lo tiraron hacia abajo nuevamente. Pero esta vez Hades emitió un breve quejido. Por vez primera su expresión evidenció verdadero y reconocible disgusto, incluso para un ser humano.

—Hades…

—El hombre vive una vida ilusoria para que haga ruido, para que cree historias y se convenza de que, en ese corto tiempo, sus lazos fueron significativos Tu hermano y tú comparten algo de sangre, pero al final, todos caen en las sombras. Solo los seres inmortales como los dioses podrían darle real significado a los lazos, e incluso en ellos lo considero una práctica inútil, pues no hay razón para temer por un dios.

—Entonces, ¿nunca te has sentido unido a alguien, Hades?

 

El dios no respondió. Hades, a quien Shun estaba mirando más allá de sus ojos, en los cuales pudo ver el color de la emoción. No se quedó simplemente en adusto silencio, sino que, más bien, parecía incómodo de responder. Dubitativo, como lo que criticaba de los humanos. Su espada emitió flamas rojas como los brillos de un rubí, y su expresión parecía comenzar a expresar un dejo de ira que consideraba imposible.

De pronto, miró hacia atrás, a la profundidad más oscura que no era alcanzada por la visión de las llamas de Ikki, ni por las estrellas de Andrómeda. Algo más allá, algo que parecía esforzarse por ocultar de Shun, que físicamente había mirado atrás también, en la dirección a la puerta de entrada de Judecca. Ahora reconocía un adelante y un atrás.

—Pensé que querías lo mismo que yo. Limpiar este mundo en decadencia, eliminar por fin la crueldad y la tristeza que ofrecen los humanos. Shun. Pensé que tú estabas tan cansado como yo del ruido sin fin, y darías la bienvenida a la oscuridad eterna.

—Estoy cansado, pero creo que no puedo comprender la tristeza de los dioses. Mi corazón sigue lleno de esperanza, algo con lo que creo que no eres familiar.

—Ya veo. Shun. Estas cadenas no son tuyas.

—No. No lo son.

 

Shun trató de ver más allá, en esa dirección. Había una presencia entre las sombras, una silueta borrosa que se acercaba a Judecca, rodeada por un aura blanca y dorada. Esta presencia irradiaba una luz increíble mientras subía las escaleras de Judecca, y aunque ni uno de los Esqueletos captó su presencia, Shun sintió una ternura sin igual, tanto que, en su alma, y en su cuerpo físico, las lágrimas se agolparon en sus ojos. Era un brillo dulce. Una llama aromática. Era la presencia que se había atado a los brazos de Hades.

—No puede ser. Vino hasta aquí por su propia voluntad…

—El trabajo del Espectro de Garuda es deshacerse de los intrusos, pero está tan ocupado con su obsesión por la nimiedad de tu existencia unida a la mía que no ha hecho su trabajo. No habría sido capaz de ocultarse por mucho tiempo. Shun, tus ojos llorosos te han debilitado. Poseo tu cuerpo nuevamente. No logrará llegar ni siquiera hasta las puertas de Judecca. Lillis, sé que estás allí, deja de entrometerte en lo que no te incumbe, y has visible tu presencia.

—Sí, mi señor —dijo la Espectro de Mefistófeles, que se apareció en la oscuridad vestida con su Surplice y un sombrero de copa, flotando con alas hechas de sombras.

—¿Hasta cuándo vas a seguir entrometiéndote? Te concedí la habilidad de entrar en las mentes de los demás, pero no permití que lo hicieras en las que tu dios habita.

—Lo sé, mi dios, fue una falta enorme de mi parte —dijo ella, con los ojos serios, clausurados, en su postura más respetuosa y disciplinar posible—. Simplemente sentí que, lo que ocurría en este lugar, era algo que sería digno de ver. Algo que debía ver.

—Nada de lo que dices te hace digna, pero puedes compensarlo con tus acciones. Toma a Azazel y Belcebú, les concedo el permiso de usar a Antenora. Hasta que termine de lidiar con esto, detengan a la intrusa con el arma de repulsión del castillo.

—Hm.

Eso fue todo el sonido que emitió Lillis por sus labios. No un militar “sí, señor”, ni un respetuoso “a la orden”. Ni siquiera asintió con la cabeza. Se quedó allí flotando, sin moverse, con aire descarado y una sonrisa que comenzaba a asomar en sus labios.

—¿Lillis?

—Hm.

—Estas cadenas doradas me impiden llegar a los Campos Elíseos. Pertenecen a la diosa Atenea. Eso lo pudiste ver desde aquí, mientras yo le hablaba al humano.

—Hm.

—¿Por qué lo permitiste?

—Hm. Creo que porque todo en el libreto debe llevarse a cabo de la manera que la autora lo decidió.

—Todo este tiempo… Lillis. Aunque tu mente sea impenetrable, esa barrera solo puede doblarse ante los dioses. ¿Me complacerá ver lo que hay detrás?

—No, creo que no. Además, se hace tarde, señor Hades. Creo que no puedo usar a Antenora. Atenea ya está aquí.

 

 

Ese era el momento preciso de actuar. Hades entró en la cabeza de Lillis, y lo que vio, definitivamente no le gustó. Al mismo tiempo, un sinfín de cadenas blancas y doradas se ataron al cuerpo de Hades, saliendo de todos lados mientras Mefistófeles presenciaba todo en silencio, inmóvil. De pronto, la Primera Espectro desapareció, arrastrada por una fugaz bruma dorada.

Shun, comprendiendo qué había pasado, retomó el control de su cuerpo y tomó la decisión más importante de su vida. Usó el poder de Hades como si fuera el suyo, por primera vez, y materializó las verdaderas cadenas de Andrómeda, que volaron a toda velocidad, dejando una estela rosa como la constelación de Andrómeda, a través del frío de Cocytos. No se había considerado capaz de algo así. Ahora le había parecido fácil.

Las cadenas de Andrómeda entraron a Judecca, se unieron a las muñecas de Shun, y se clavaron a la tierra.

—¡Ikki!

—¡Shun! ¿Qué estás…? —Ikki liberó sus llamas y las arrojó con fuerza hacia Lady Pandora, que fue repelida hacia atrás, a pesar de que su Cosmos se seguía incrementando. Lo cierto era que el de su hermano también lo hacía.

—Date prisa, no queda tiempo. ¡Mátame!

—¿¡Qué!? ¿Qué mie.rda estás dic…?

—¡Ya te dije que no queda tiempo, Ikki! —Shun obligó a las cadenas a apretar sus manos aún más, notando cómo Hades, a quien ya no podía ver en la oscuridad, intentaba tomar el control—. Solo por un instante puedo detener a Hades ahora que Lillis… No. Atenea está aquí, y conociéndola, será incapaz de hacer algo contra mí al saber que Hades está usando mi cuerpo. Solo tú puedes hacerlo.

—¿Por qué habría de matarte? ¿Estás loco? Atenea y yo podemos…

—Si me matas, su alma quedará libre, aunque sea por un breve instante antes de que Hades me traiga de vuelta a la vida, y Saori podrá lidiar con él. Solo así podremos evitar que regrese a los Elíseos; sin mí es incapaz. El pesar, el sufrimiento, las lágrimas, todo terminará, y las sonrisas volverán a la gente de la Tierra.

—Shun…

—Nada me haría más feliz, Ikki.

Cuando niño, quería convertirse en médico para salvar vidas. Odiaba la idea de que otros niños fueran huérfanos como él. Deseaba, pura y genuinamente, lo mejor para todas las personas del mundo. Era la decisión más obvia, lo que haría cualquier Santo.

—Lo sé. Pero eso no significa ni mierd.a.

—Ikki… ¡Por favor! Quiero que estés orgulloso de mí. Cumplamos nuestra misión como Santos.

—Misión como Santo… ¡ja!

Ikki dio dos pasos rápidos hacia Shun, y le tomó de la túnica. Su Cosmos se tornó en un huracán de fuego tan caliente y poderoso que incluso él fue sumido en las llamas, y Shun solo pudo ver su rostro sonriente y orgulloso.

Entonces, algo increíble ocurrió. La pintura oscura de su Surplice comenzó a subir convertida en humo, evaporándose con el fuego emitido por Ikki. En su lugar, como si se sacara hollín de encima, Shun comenzó a ver los tonos violetas, anaranjados, azules y dorados de la armadura que su hermano portaba con orgullo, cambiada, mejorada. Cubría más el cuerpo de Ikki y era más brillante que nunca.

Phoenix ocupaba nuevamente su lugar.

—Eres un idiota, Shun. Y un olvidadizo también. ¿Recuerdas lo que me dijiste en Sicilia, después de nuestra batalla con los Gigas? Que cuando volviéramos a vernos, ibas a valorar más la vida, y serías mucho más fuerte. Y aquí te veo, intentando sacrificar tu vida como la maldita Andrómeda, cuando eres mucho mejor que eso.

—Pero, Ikki, Atenea no va a… —Shun sentía cómo sus cadenas flaqueaban. Los brazos ya no le respondían tan bien, como si dejaran de pertenecerles. Poco a poco, el rey Hades volvía a tomar el control.

—Por supuesto que no va a matarte, ella encontrará otra opción. Recuerda lo que te dije frente al monte Etna, Shun.

—S-sí. “Pelearemos juntos contra todo lo que amenace la paz.”

—"Y me agrada que sea contigo.”

Ikki emitió sus llamas al cuerpo de Shun, y en lugar de incinerarlo, liberaron sus tensiones y le dieron unas fuerzas que necesitaba más que nunca. Su hermano mayor siempre estaba con él. No iba a defraudarle.

—P-pelearé… c-como un Santo… —dijo Shun, luchando con todas sus fuerzas contra la voluntad de Hades. Sus cadenas brillaron más que nunca, al igual que las estrellas de la constelación de Andrómeda, tanto que se convirtieron en una sola luz.

—¡Adelante, Shun, enciende ese Cosmos del que estoy orgulloso!

Y en el momento en que Shun lo hizo, Saori Kido entró en Judecca.


Editado por -Felipe-, 29 febrero 2024 - 13:11 .

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