Muchas gracias por tu comentario T. Sí amigo, Kyouka es la hermana de Shiou, siempre lo ha sido y siemprelo será. Y, bueno... Si Nadeko quiere hacer uso de lo que se demoró aprendiendo cientos de días, bien por ella. Cualquiera podría hacerlo.
Muchas gracias a ti tambien Kael, vi los likes que dejaste a tu paso, amigo. Espero que te esté gustando la historia. :lol:
Capítulo 3. La reunión dorada
— Santos Dorados, ustedes que me juraron lealtad ahora deben escuchar mis palabras. En el día presente, dos temas de vital importancia serán confiados a sus manos, esperando siempre que ustedes decidan lo mejor para el bien nuestro, el bien de Atmetis —exclamó Ariadne en ese momento, tomando un tono solemne en su voz.
La élite del ejército de Atmetis quedó levemente desconcertada por unos segundos pues, pese a lo que les había anticipado la Santa de Aries, había un segundo hecho del que incluso ella desconocía.
— He de suponer que la mayoría de ustedes ya sabe el motivo por el cual ha venido. Era previsto de que Nadeko hubiese mencionado algo, así que ocuparemos ello como primer tema. Santos Dorados, ¿ustedes qué opinan de unificar los doce reinos de Etherias?
Una mano se levantó, pidiendo así el permiso de hablar ante las diosas presentes. A pesar de lo que ellos pensaban, los Santos Dorados decidieron guardar silencio.
— Diosa Athena, espero disculpe mis palabras —dijo Mizael, Santo de Capricornio—. Estoy seguro de que no hablo solo por mí, sino en representación de muchos de mis compañeros. Unificar Etherias es una idea muy descabellada, diosa mía.
— Lo sé perfectamente, Mizael. Gracias por confirmarme vuestros temores. Es cierto, incluso yo le tengo desconfianza a esa iniciativa, pero es lo que debemos hacer. Por supuesto, se hará si ustedes piensan que es lo correcto. No es mi deber obligárselos, cada uno es libre de decidir.
— Diosa Athena, si me permite la pregunta, ¿cómo es que usted llegó a tal decisión? Usted generalmente no trata de incitar el conflicto, sino más bien de resolverlos. Es por ello que mi ser se encuentra confundido y pensativo acerca de lo que ocurre. Podría, diosa nuestra, concedernos esa explicación —intervino Aiza, el Santo de Libra, mientras se acomodaba los lentes de lejos.
— Es una predicción del Oráculo de Delfos, Aiza. Uno de los doce dioses olímpicos destruirá los cimientos de nuestro mundo —interrumpió la Santa de Aries— y Ari... nuestra diosa Athena lo que quiere es impedirlo.
— Es tal cual dice Nadeko, es nuestro deber hacerlo. Debemos ser nosotros de quienes hable la predicción, y que, si bien vayamos a la guerra, nunca olvidemos que nuestra misión es únicamente el tratar de unificar Etherias para conducirla a un futuro donde haya menos odio entre los reinos, donde el mundo pueda respirar un nuevo ambiente de paz que dure lo más posible.
— Diosa Athena, si bien usted está en lo correcto, pienso que usted va a poner en peligro a muchos tomando dicha decisión. No hablando por nosotros, sino también por usted, por la señorita Pallas, la señorita Nike, y por todos los habitantes de Atmetis —Ante las palabras de Miare el asombro de algunos de sus compañeros se hacía notar, pues él siempre se había mostrado como el egoísta que es.
— Es cierto lo que dice mi compañero el pesc… Miare —por más que Shiou de Cáncer trataba de mencionar su nombre con total normalidad, la costumbre le hacía añadir alguna ofensa inconscientemente—. Nuestras tierras sufrirán el castigo de los dioses una y otra vez, muchas bajas serán reportadas desde todos los rincones de Atmetis. Cuando una incontable cantidad de batallas se den en nuestro territorio, esto será imposible ocultarlo. Es entonces que tendremos de enemigos tanto a los dioses como a nuestra propia gente harta de nuestra egoísta lucha.
— Es un riesgo que debemos correr, Shiou —dijo Athena desde su trono, tomándole fuertemente la mano a Pallas, quien estaba a su izquierda—. Lo comprendo, sé que ello es inevitable, pero es inevitable también que tarde o temprano otros dioses iracundos por miedo a las predicciones de Delfos nos ataquen. Debemos tener nosotros la iniciativa, de forma que nuestros ciudadanos no se vean tan afectados.
— Sus palabras me han abierto los ojos, diosa mía, pero… ¿de qué forma piensa usted que hagamos todo esto? Se trata de enfrentarnos a los once dioses olímpicos y a todos sus ejércitos —intervino Aiza, ya había tomado una posición correcta a su forma de pensar, pero aún había detalles en los que él quería recabar.
— Eso… No lo sé. Estaría mintiendo si te dijera que tengo un plan detallado. Puedo decir que conozco de apariencia a todos ellos, pero solamente con dos o tres he hablado en alguna ocasión. Primero solo quiero asegurarme un as bajo la manga, necesitamos del apoyo de otro de los dioses olímpicos. Eso es seguro, pues en tiempos de guerra esta será cruel y necesitaremos de todas las fuerzas de las que dispongamos.
— Por nuestra posición, le recomendaría que el primero que usted tenga a consideración sea al enemigo número uno de Aquos, el rey de Atlantis, Poseidón —dijo Shiou mientras se mantenía pensando con la mano sobre la boca—. Necesitamos a alguien impetuoso, pero que pueda recurrir pronto en nuestra ayuda. Es decir, debe ser alguien que reine en una de nuestras fronteras. Las fronteras con Atlantis desde hace tiempo se han mantenido pacíficas, por lo cual me permito hacerle dicha sugerencia.
— Como encargado de la provincia de Ventus, es mi deber el informarle, diosa Athena, que últimamente Hermes ha estado muy activo en sus intentos de invasión. No creo prudente que trate de dialogar con él —insistió Mizael mientras se quedaba de brazos cruzados esperando que su diosa tome una decisión.
— Y yo como, encargado de Pyrus —dijo Aruf de Leo con esa voz animosa de alguien que todavía tiene diecinueve años y poco conoce de la cruda vida adulta—, le informo que la diosa Deméter de Delusia apenas ha deseado invadir nuestras tierras. Quizás eso sea buena señal, pero quizás también indique que está centrando sus fuerzas contra el dios Hades. Mejor sería no entrometernos.
— Entonces, debemos ir primero al reino de Atlantis —concluyó la diosa tras pensarlo un buen momento.
Dentro del salón del trono todos los presentes ya habían aceptado las palabras de la diosa, por lo cual asintieron y aplaudieron la decisión que ella había tomado.
— Diosa, está bien su propuesta, pero permítame sugerirle que solo un grupo pequeño pueda ir a su lado. Siendo más llamaríamos la atención del enemigo, o de otros enemigos en el peor de los casos. Escoja usted quienes deberían acompañarle —añadió el estratega de Atmetis, Shiou.
— A ver… Pallas, Nike, ¿quieren venir conmigo? No las obligaré. A quienes sí obligaré serán… nuestro Patriarca, luego… —dijo la diosa Athena
— ¿Patriarca?… Diosa Athena, permítame recordarle que Su Ilustrísima Haloid falleció repentinamente por una enfermedad desconocida apenas hace dos meses. No hay un Patriarca con el cual usted vaya a… —interrumpió sorprendido Parsath al escucharle.
— Oh… Creo que me anticipé un poco a los hechos. Está bien. Discúlpenme si no les mencioné esto antes, pero… El segundo tema a tratar hoy era la selección del nuevo Patriarca de Atmetis. Quizás no sea el momento más pertinente, pues en mi corazón aún siento su pérdida, pero es necesario que designemos uno nuevo si queremos avanzar con nuestra misión.
El Patriarca Haloid había sido el más querido por ellos, después de todo, no solo había sido una autoridad o un maestro, él había sido como un padre para ellos doce y, cuando crecieron y se volvieron mayores, un amigo también. Dentro del deber de un Santo el sentimentalismo no era lo más correcto, pero ellos hicieron caso omiso al no querer designar ningún Patriarca inmediatamente después de su muerte. Nadie podría llenar el vacío que él dejó.
— Sé que debe ser difícil, incluso para nosotras es difícil, pero debemos avanzar, demostrarle, dondequiera que esté, que nos ha criado bien, que nosotros hemos aprendido de sus enseñanzas. Por ello, ustedes escogerán un sucesor digno de entre los doce, quien tomará las riendas de Atmetis en sus manos. Sé que es una elección difícil, es por ello que les haré la siguiente pregunta. ¿Desean que les conceda más tiempo? ¿Con una hora será suficiente?
— Una hora es un tiempo prudente, sí —respondió Aiza mientras observaba de un lado a otro los rostros de sus compañeros.
— Entonces que así sea, los veo dentro de una hora.
Nadie quedó en el salón en dicho momento, la joven Ariadne tomó su propio camino acompañada de las otras diosas mientras que los Santos de Oro se reunieron en el lugar donde siempre habían celebrado sus fiestas, una habitación del otro extremo del entramado laberinto subterráneo del que estaba conformado el Templo de Athena. Completamente amoblado, con estanterías donde cada uno de ellos había escondido más de una cosa en alguna ocasión, algunos electrodomésticos básicos y seis sillones bipersonales —dispuestos de forma simétrica sin interrumpir el paso por las puertas tanto de la entrada como del baño—, con sus respectivas mesitas, en donde se sentaban a charlar y descansar cada ocasión que tenían que pasar la noche allí en la capital.
— Se nota que hace tiempo que no venimos todos a este lugar —dijo Nadeko mientras contemplaba cada urbanización arácnida que se había formado en las esquinas del techo.
— Vamos a ver si ese vino tinto que compré hace un año sigue en tan buen estado como siempre… —Kyouka se acercó a uno de los refrigeradores que había en un extremo de la habitación. Apenas abrió la puerta, lo vio ahí con su maravillosa etiqueta completamente húmeda por haber transcurrido tanto tiempo a unos perfectos doce centígrados en los cuales su sabor se mantendría igual de exquisito como siempre.
Conociendo las costumbres generosas de su hermana, él buscó en una de las repisas las doce copas que usaban siempre para las celebraciones de año nuevo, donde olvidaban cualquier diferencia y bebían como si fuesen hermanos de toda la vida, aunque después de la resaca se odiasen más que nunca. Él colocó las copas y su hermana sirvió en ellas la bebida alcohólica. Solo por cortesía ellos les entregaron a cada uno desus compañeros, para que pudiesen disfrutar un poco de ese soberbio toque mientras deliberaban. Ellos agradecían —aunque por ahí se coló un “sigue así cangrejo, sírveme como el ser inferior que eres”—, pero nadie dio ni un sorbo hasta que quienes servían tomaron asiento.
— Y bien, ¿ahora qué debemos hacer? —Dijo Nereida de Acuario mientras bebía de su copa, agitándola de vez en cuando sin ningún motivo razonable. Odiaba admitirlo, pero Kyouka había tenido una buena intuición al escoger esa cosecha.
— ¿Quieren decidirlo a la suerte? ¿O escogemos al que nos plazca en gana? —Intervino graciosamente el Santo de Leo, Aruf.
— Hay que escoger un nombre en estos treinta minutos que aún tenemos. Hay que usar el criterio que a nosotros nos parezca el mejor, no uno solo en concreto. Ganará el que haya sido nombrado por la mayoría en el recuento —Aiza se mantuvo sereno en su asiento, el cual compartía con el Santo de Capricornio.
— Está bien. Si me permiten decir algo… Les pediría a ustedes que no me considerasen para el puesto. Como bien saben, no soy buena para estas cosas y prefiero tener un perfil bajo… Además, no podría vivir sin la compañía de mi hermano —añadió finalmente Kyouka.
— Yo tampoco quiero ser nombrado —dijo Shiou mientras tomaba un largo trago de vino, como tratando de ahogar su propio dolor—. Yo tampoco podría vivir sin la compañía de mi querida Kyouka. Lamentaré decepcionar a mi viejo maestro, pero es lo correcto.
Habiendo dejado ya las copas sobre la mesa al costado de su hermano, Kyouka acostó su cabeza sobre el hombro del Santo de Cáncer. Estaba más que contenta de escuchar que él siempre estaría para ella, aunque se volviese una mentira en el momento en que Shiou se enamorase verdaderamente de alguien. Pensaba disfrutar todo el tiempo posible hasta que llegara lo inevitable así que ella acomodó por su cuenta el brazo de su hermano para que así la rodease y se sintiera bajo su protección una vez más.
— Entonces yo debo ser el Patriarca, si este inútil cangrejo no puede asumir la responsabilidad, es mi turno de hacerlo. Denme vuestra confianza y aplastaremos a este pobre bicho raro amante de la muerte —entre risas y provocaciones Miare logró conseguir lo que más ansiaba: enfadar a su rival.
— Ya sabía que el bueno para nada iba a hablar. Como quieras, con los votos de tus tres allegados y tu cobarde y soberbio autovoto únicamente cuentas con cuatro. Los suficientes como para perder patéticamente —dijo en respuesta un enojado Santo de Cáncer.
— Síguele hablando a la nada como siempre haces, ¿vale? Yo a diferencia tuya sí me relaciono con la gente, no con la sombra que dejan cuando su boca ya no puede moverse más y su corazón deja de latir —A Miare le encantaba la situación, cualquier momento en que la discordia reinase era bueno para él.
— Ya cálmense un poco, chicos… —intervino Kyouka, pero fue casi ignorada por la disputa entre ambos Santos Dorados. Intentaba acariciar la mano de su hermano, pero eso no fue lo suficientemente efectivo como para detener su ira.
— Esto… Yo tampoco quiero ser… —tímidamente sin querer resaltar dijo Jasmine de Virgo, mas fue interrumpida también por la discusión de ambos dorados.
— ¡Escúchame bien pedazo de inútil! Tú tienes la vida bien fácil quedándote aquí lejos de todo peligro, mientras que nosotros nos podrimos en el campo de batalla. Eres un cobarde que huyó ante la primera señal del peligro. ¿Aun así te haces llamar Santo Dorado? Solo eres un vil chiste —Miare estaba a punto de pararse, pues las palabras de su rival, aunque no quería hacerlo ver así, habían colmado su paciencia.
— Oh, esto te va a doler como no te imaginas, crustáceo… —En las manos del Santo de Piscis, él ya había materializado una rosa blanca como la nieve que, en el papel, debería teñir sus pétalos al absorber hasta la última gota de cosmos del Santo de Cáncer.
— ¿Así que piensas atacarme? Cobarde como siempre, lo dicho. Entonces no me quedaré atrás, venga, inicia una lucha sin sentido. Qué más da perder mil días de mi vida si así puedo exterminar a esta plaga —Shiou extendió su dedo índice derecho en dirección a Miare. Alrededor de este comenzó a formarse un vórtice de fuegos fatuos con el cual debería mandar al Santo de Piscis a sus dominios, el mundo de los muertos.
Aunque estaba muy tentada a clavarle una de sus afiladas uñas en la pierna a su hermano para evitar que haga un desastre ahí, en cierta parte le fascinaba verlo combatir. Indecisa como solo ella podía estar en su situación, finalmente no logró hacer nada hasta que Nadeko se puso de pie. La Santa de Aries no intentó en lo más mínimo detenerlos, solo pasó sin miedo entre los rivales apuntándose a muerte mutuamente. De una de las estanterías en el lado opuesto de la habitación ella sacó, ante la expectante atención de todos, dos bolsas de frituras, de considerable tamaño, que habrán llevado ahí guardadas quién sabe cuánto tiempo. Sin que nadie lo previera, ella las lanzó apuntando hacia las cabezas de sus dos conflictivos compañeros. No tenían más opción que desistir de sus ataques si querían atraparlas antes de que aterrizasen en sus caras y que eso le diera una oportunidad al otro de atacar.
Nadie atacó, ambos atraparon las bolsas con su diestra y las abrieron tranquilamente. El ambiente se había apaciguado. De otra repisa, la Santa de Aries saco un cuenco de vidrio de gran tamaño —fácilmente podría superar el diámetro de cualquiera de sus cabezas— y lo manipuló usando su telekinesis llevándolo primero con Miare para que vierta el contenido de la bolsa, repitiendo su misma acción con Shiou. Mientras ella llegaba y se acomodaba en su asiento, usando su mente para mover el bol de un lado a otro, pidiéndole cortésmente a sus compañeros que se sirviesen.
— Nadeko, eso fue del todo innecesario. Podrías haber hecho todo esto allá, ¿no crees? —dijo para sí Shiou mientras degustaba el sabor de la fritura.
— Innecesario como vuestra pelea —dijo sonriente mientras con su mano agarraba un buen puñado de patatas fritas de una cierta marca que le encantaba.
Por algún extraño motivo, el ambiente se había vuelto jocoso nuevamente entre los sorbos a las copas y las nuevas peleas que se daban porque algunos se disputaban la custodia de aquellas frituras. Parecía que la pelea nunca hubiese estado por ocurrir.
— Llamadme loco, o como queráis —dijo Aiza de Libra de repente—, pero ya tomé una decisión. Sé quién quiero que sea mi futuro Patriarca.