Bueno amigos, ya ha pasado otra quincena así que significa... ¡Tengo un capítulo nuevo qué publicar!
Pero no sin antes pasar a responder algunos comentarios. En verdad les agradezco mucho que comenten, tanto como que le den una pequeña oportunidad a este humilde historia.
Capítulo 3. La reunión dorada
¿quien es Atmetis?
Bueno amigo T, para eso debemos remitirnos al mapa del primer post. Atmetis no es una persona o ente, es un reino de los 12 en conflicto.
Saludos T. Espero que te estes cuidando en casa y tal.
Cangrejin, un saludo.
He leido hasta el cap 4 del fanfic...
Oh, que amable es usted compañero lairiel. En verdad aprecio que mis esfuerzos en tratar de mejorar la prosa le hayan gustado. En esta oportunidad traté de practicar con la 3ra persona así que no sabía muy bien qué tal iba a salir. Por lo que puedo leerle, parece que el experimento salió bien.
Saludos y cuidate, que estas épocas estan siendo algo duras.
Capítulo 5. Un nuevo Patriarca
Con el transcurrir del tiempo, de igual forma se acababa el plazo establecido por la diosa Athena para que sus Santos Dorados tomaran una decisión. Entre todas las risas que esa tarde se habían escuchado y la muy decente comida —si se le puede llamar así a unas patatas fritas embolsadas hace quien sabe cuánto tiempo— la hora se les pasó volando. Acordaron regresar a tomar sus pendientes copas de vino, dejadas en refrigeración para que el cálido ambiente de la habitación no les afectara en nada a su sabor. No era cuestión de hacer una infantil competencia de quién se acababa su copa primero y llegaba antes a las puertas de la sala del trono, aunque… buena idea era al fin y al cabo y se les pasó por la cabeza a algunos.
La única ausencia notable a ese acuerdo fue Miare de Piscis, quien por causas que solo él conocía se ausentó de la habitación el último cuarto de hora. Salió tan de repente, y sin disculparse, que nadie le tomó ninguna importancia. Lo encontraron parado, recostado sobre el frío muro de ladrillos de piedra, en la misma pose que siempre llevaba él de forma inconsciente. Los cálculos de tiempo no resultaban, así que una gran cantidad de supuestos posibles del accionar del Santo de Piscis durante los últimos quince minutos eran descartados con facilidad. Este asunto solo quedó zanjado al declarárselo como un asunto de suma urgencia —o, traducido de aquel lenguaje en clave: había necesitado ir a los servicios sin querer llamar la atención—. Después de todo, Miare era para muchos alguien cuyas acciones eran carentes de relevancia.
—Primera vez que te veo llegar temprano a una reunión, Miare —dijo Nadeko en tono risueño, quizás el vino había hecho más mella en ella de lo que había pensado.
—Como siempre llegas tarde a todas las reuniones, no me extraña Nadeko —dijo él en contestación mientras observaba el lado del pasillo donde no estaban sus compañeros. Estaba expectante ante la llegada de sus diosas.
—Eso sobraba, querido Miare —respondió ella sin perder la sonrisa en su rostro.
Aprovechándose del cariño que les profesaba a todos, y de su estado no racional, ella se apoyó sobre la pared, quedándose muy cerca del Santo de Piscis, y dejó caer su cabeza sobre el hombro de su compañero. Quizás muy en el fondo a Miare esto no le incomodaba pues, eran como parte de una misma familia. Lo que sí le encendía todas las alertas rojas y le inspiraba cierto pensamiento de mal agüero fue el ligero olor a alcohol que manaba del aliento de su compañera. No era tan sutil como el que se había adherido al suyo tras tomar media copa, no. Si sus sospechas no eran infundadas, había algo que no le estaban diciendo.
—Mizael, Aruf, amigos míos, no traten de engañarme. ¿Cuánto han hecho que beba? —trató él de inquirir preguntándole a quienes sí podrían contestarle sin tantos rodeos.
—Nosotros, nada. Ella ha bebido por su propia voluntad una copa más que todos los demás. Ahora, que existe la posibilidad de que esa copa no tuviera el mismo sano contenido que el resto, pues, existe. No quiero señalar culpables, pero… —dijo el caprino apuntando con suma discreción a alguien detrás suyo con uno de sus dedos.
Antes de que el Santo Dorado pudiese abrir su boca para recriminarle a Shiou de Cáncer, uno de los que —para mala fortuna— estaban siendo señalados, su compañero Aruf de Leo se le acercó. Le colocó la mano alrededor del oído derecho y le murmuró.
—El de la idea fue Aiza. Sé bien que estabas pensando Miare, pero no. No es momento de que te ciegue el odio, Ariadne y Nike ya han comenzado a moverse —dijo en voz baja para tratar de tranquilizarle, lo cual consiguió.
—Maldición, odio que sea eso cierto… Pero, ¿por qué le hicieron esto a Nadeko? —continuó él con las preguntas hacia sus compañeros. Al pequeño grupo ahora se habían sumado ya los Santos de Tauro y Sagitario.
—Les dije: “denle de tomar mucha agua”, para poder diluir la cantidad de alcohol que ella ingirió, pero no. Ahora todos creen que son expertos en medicina—comenzaba a lanzar sus quejas en tono irónico el ilustre Parsath.
—Verás, Miare, lo que sucede es que tras haber deliberado acerca de quién sería el sucesor del Patriarca, Nadeko se puso un tanto violenta. Así que la mejor idea que se tuvo fue el de darle de beber algo más "contundente" —intervino Berud, aquel que en combate portaba su arco con miles de flechas hechas de su propio cosmos.
—Tuvieron suerte, porque si bien podría haber quedado como está ahora —dijo él mientras señalaba a la risueña Santa que estaba aún acostada en su hombro— también podría haber enloquecido y enfurecido aún más.
—¿Experiencias personales, Miare? —Preguntó en tono de broma Aruf, quien a pesar de su corta edad había encontrado en el Piscis a un gran amigo. Comenzó a reírse apenas terminó de pronunciar su última palabra.
—Serán las tuyas, leoncito. Como si no conociera todo lo que haces por allá en la región de Ignar —comentó en respuesta el ingenioso Santo de Piscis trayendo de sus memorias unas palabras que había escuchado hace una infinidad de tiempo—. Los rumores recorren Atmetis más rápido que nosotros mismos, tenlo muy en cuenta.
—Lo sabía, lo sabía. Eres un bocazas, Berud —añadió finalmente el Leo mientras le daba un golpe amistoso en el hombro a su otro compañero.
Antes de que pudieran continuar con su amena conversación, dentro de sí sintieron que se acercaban aún más las presencias de las diosas que ellos habían jurado proteger. Sus cosmos cálidos y divinos eran una sensación única en todo Etherias, les inspiraban una enorme tranquilidad, un sentimiento de confort. El cosmos de Pallas era digno del de una diosa de la guerra, pues en él se podía sentir también el calor de la batalla y el valor de los combatientes de todas las épocas. En el de Nike se encontraba una presencia señorial que inspiraba el absoluto convencimiento con el que se define una batalla, legado de su linaje como diosa de la victoria. Por su parte, Athena poseía un cosmos que profesaba un infinito amor por todos, con el cual abrumaba a quienes le rodeaban.
—Ariadne, ¿ya entramos a la sala o esperamos un rato más? —preguntó con curiosidad Dreud, dando unos pasos en dirección a las diosas.
—Si te soy sincera, no tengo muchas ganas de actuar como diosa. Media hora al día debería bastar. ¿O no, Pallas? —Ariadne volteó a ver a su hermana mayor. Ella le quiso negar con un gesto, pero, al ver los ojitos tiernos que le ponía, se ahorró las palabras—. Díganme su decisión aquí mismo.
Sin titubear, todos los Santos Dorados, a excepción de Aries y Piscis, dijeron a una sola voz su respuesta.
—Nadeko —dijeron ellos.
En el rostro de la joven Ariadne se había formado una pequeña sonrisa cómplice. Quizás fue tan solo un momento, pero, para aquellos guerreros que en la batalla no debían perder de vista ningún detalle, había sido una declaración de sus verdaderas intenciones. Comprendieron que había estado jugando con ellos desde el primer momento y que nunca tuvo la intención de aceptar a nadie más que a Nadeko como digna sucesora del viejo maestro.
—Perfecto —fue lo único que se limitó a decir Ariadne con su gentil tono de voz—. Ahora, si me disculpan hay…
—Yo objeto, Señorita Ariadne. No puedo permitir que Nadeko sea nuestra Patriarca —habiendo levantado la mano, el Santo de Piscis creía tener el derecho de hablar.
—Ay, Miare, querido… ¿Cuál es la razón por la que no aceptas mi decisión?
—Nadeko es una mujer, no merece llevar el cargo de Patriarca porque solo los hombres pueden llevar a costas tal nombre —dijo él visiblemente enfadado, aunque en su tono no resaltaba más que el Miare molesto que todos conocían.
—¿Es en serio, Miare? Que pesado eres. ¿Cómo es posible que de tu boca salgan tales declaraciones discriminatorias sin tener ni un ápice de vergüenza? —Dijo con asombro Mizael, quien se aliviaba de que su compañera siguiera sin enterarse de lo que ocurría a sus alrededores. Unas palabras así hubieran despertado a la indomable bestia y solo quedarían once de ellos.
—Estoy más que seguro que ustedes también piensan igual que yo, Aiza, Mizael, e incluso ustedes Kyouka y Jasmine. Saben perfectamente que el término masculino “Patriarca” no se va a relacionar bien a un término femenino como lo es “Nadeko” —dijo Miare en respuesta a su compañero—. Patriarca Nadeko suena hasta en cierto punto raro.
—Esa… ¿Esa era toda tu intervención estelar, Miare? —preguntó Parsath.
—Mi queja es razonable, me rehúso a llamarle “Patriarca Nadeko” a Nadeko, ella siempre será para mí simplemente Nadeko, les agrade o no. Quizás pueda usar alguno de los dos términos por separado al referirme a ella, pero nunca los dos en una misma oración. No lo admito —concluyó finalmente el Santo de Piscis.
Poco a poco sus compañeros se acercaron a él a lanzarle golpes uno a la vez en compensación por las molestias generadas. Antes de ello, Kyouka leyendo las intenciones del resto se había acercado a él para ayudarle a cargar el peso de su compañera, ahora Patriarca, pero no le advirtió del peligro debido a que ella los apoyaba y, claro, cualquier cosa que le generase un mínimo de risa era digno de su atención. Cuando inició el castigo al Santo Dorado, aunque haya sido incorrecto, Ariadne trató de ocultar con su mano las risas que le generaba.
—Cuando Nadeko se encuentre en su mejor estado le daré algunas instrucciones. Infórmenselo en cuanto se recupere —dijo la diosa mientras se retiraba, insegura de si había sido escuchada entre tanto bullicio.
* * *
Se había despertado sin razón aparente, quizás habiendo sido invadida por el sofocante calor que hacía en dicha época del año. No podía dormir tranquilamente en los brazos de alguna de sus hermanas como hacía en días de invierno, en los cuales se sentía muy a gusto de su compañía. Incluso ella pensaba que más que la comodidad de estar protegida entre las manos de quienes quería, hubiese sido un suicidio tratar de combatir el calor con más calor. Decidió hacer como muchas noches antes, dar una caminata con la cual sus energías se agotarían y con ello evitaría pensar en el calor y en todas las preocupaciones que no le daban tregua ni en sus propios sueños.
Quizás no había sido lo más correcto, pero, ella decidió encender su cosmos divino una vez más durante dicho día y, con ello, al tomarle de la mano a su hermana Nike —sin procurar despertarla, claro—, la convirtió en el báculo de leyenda que siempre acompañaba a la diosa de la guerra. Podía parecer innecesario, pero su posición como regente de Atmetis cargaba consigo muchos peligros y la oscura noche los atraía a gran cantidad de ellos. Aunque, a decir verdad, ella llevaba consigo a su hermana por el miedo que sentía ante la poca iluminación de los pasillos de su templo a esas noctámbulas horas.
En la cima del templo, a donde era únicamente accesible por escaleras que se encontraban perdidas en la inmensidad del laberinto, había una pequeña terraza donde se podían observar tranquilamente y sin impedimentos los astros celestes. En ella encontró a Nadeko observando el horizonte, apoyada sobre un pequeño muro de protección que apenas le llegaba a la altura del muslo. Aunque no hubiese mediado palabra con ella, notaba en el ambiente que se encontraba decaída.
—Ariadne, no me vengas a dar sustos así —dijo ella sin darse la media vuelta para recibirla.
—¿Cómo supiste que era yo, Nadeko? —preguntó la joven en respuesta. Tenía curiosidad pues no había hecho ningún ruido con su voz que pudiese revelar su identidad.
—Tu cosmos es maravilloso, Ariadne. Imposible no haberlo sentido —dijo ella con un par de risas entremedias de sus palabras—. Incluso despertaste a algunos de tus Santos, pero descuida, ya me encargué de comunicarles que era una falsa alarma y que tú estás bien.
—¿En serio generaba tanta preocupación? Ya no volveré a hacerlo —dijo Ariadne apenada—. ¿Desde hace cuánto que sabes que vengo aquí, Nadeko?
—¿Cuánto? Supongo que toda tu vida. No te olvides que fuimos Haloid y yo quienes te trajimos por primera vez aquí. Una vez que desapareciste en mitad de la noche viniste aquí sin decirnos nada a nadie. Cuando te encontré me sentí aliviada, pero aun así quería protegerte y es por eso que había veces en que te seguía. Como nunca te dabas cuenta era muy sencillo.
—Me das un poco de miedo, Nadeko.
Un ambiente de silencio se formó entre las dos chicas por un momento hasta que la Santa de Aries abrió la boca.
—¿Por qué, Ariadne? ¿Por qué ellos me eligieron a mí? ¿Por qué me elegiste a mí? Nunca deseé que esto fuera así. Solo por nombrar un ejemplo, Aiza era un mejor candidato, él sí merecía portar el casco dorado. Yo en cambio no sirvo para ello.
—Pero, aun así, eres la Patriarca —acentuó la quinceañera en un tono burlesco. Ella tosió una vez, cambiando así de forma de expresarse, un juego muy común entre las dos—. Los líderes de Atmetis no nacieron sabiendo gobernar, alguno que otro tenía ciertas destrezas, pero aun así todos lograron grandes hazañas por su propio esfuerzo en su determinado momento.
—Ariadne, no me entiendes.
—En realidad, Nadeko, tú eres la que no nos entiende. Esta es la máxima prueba de nuestra confianza puesta en ti, ¿qué más necesitas saber? Los sentimientos de todos fueron concebidos en dicha decisión, legándote a ti la labor de ser digna sucesora del viejo maestro Haloid. ¿Piensas renegar de ellos? No, no lo creo, o al menos eso me dicen tus ojos.
— Ariadne, pero… ¿y si fallo? ¿Y si tomo una mala decisión que acabe en la muerte de todos a quienes conozco?
—No vas a cargar con dicha culpa, Nadeko. Siempre vas a tenernos a nosotros de tu lado. Cree en mis palabras —le tomó de la mano, queriendo así apaciguar sus temores.
—Espero que así sea, Ariadne.
—Confía en mí —dijo ella sonriente de oreja a oreja. Desvió su mirada un momento para ver a Nike en su diestra—. Arrodíllate, Nadeko.
—No entiendo qué motivos habría para hacerlo, Ariadne —comentó Nadeko con sincera curiosidad.
—Tú solo hazlo, Nadeko —su guerrera no tuvo más opción que hacerle caso. Desde que recibió la orden no le dirigió la mirada ni por un segundo, ella mantuvo la cabeza agachada todo el tiempo por respeto a su deidad.
Cuando el viejo maestro Haloid estuvo en su lecho de muerte, él le había encomendado una pequeña misión a Ariadne, una que solo ella podía cumplir. Aquella vez le dijo que buscara uno de los viejos pergaminos que se guardaban en la biblioteca. Este contenía una información precisa que iba a utilizar, lamentablemente, más temprano que tarde. Era su deber conocerlo.
Recordando cada una de las palabras que en este habían escritas, hizo uso de Nike, dándole un pequeño beso antes, tratando de disculparse así con ella por estar usándola como solo un objeto. Ariadne extendió su báculo, colocándolo solo unos centímetros por encima de la cabeza de su guerrera.
—¿Deseáis ser Patriarca, honorable Santa Dorada? —comenzó a hablar ella haciendo uso de un tono solemne—. Es un camino duro y lleno de responsabilidades…
Con sumo cuidado la joven quinceañera iba llevando en su recorrido el cabezal dorado del báculo de la cabeza a su hombro derecho y de este a su hombro izquierdo, apoyándolo en cada una de estas partes, mientras seguía repitiendo el mismo juramento con el que sus antecesoras habían nombrado líderes a aquellos que habían sido dignos de la confianza de la mismísima diosa reencarnada.
—… es así que te encomiendo resguardar el destino del reino de Atmetis —concluyó Ariadne con su largo discurso—. Alzaos, Nadeko de Aries. Yo te proclamo como la nueva Patriarca de nuestro reino.