Buenas. Habiendo pasado ya diez días, pues publico otro capítulo como es lo acostumbrado.
Como acabo de iniciar ciclo ---virtual por la situación, pero ciclo al fin y al cabo---, quizás el avance de la escritura de Etherias se ralentice ligeramente, depende de la cantidad de tareas, exámenes, eso... Pero como aún es incios de ciclo veré como me las arreglo para seguir continuando paso a paso la historia.
Quizás a partir de agosto o setiembre vuelva a variar el ritmo de publicación, en forma bisemanal ahora. Por que si bien llevo algunos capítulos ya escritos, prefiero mantener un cierto margen por si no escribo alguna que otra semana. Por ahora y hasta nuevo aviso se mantienen los 10 días.
Lamento la parrafada, pero algún momento tendría que haberlo escrito :ninja:
No se si en esta historia Poseidón es tío de Atenea, pero en todo caso es interesante la manera en que se encuentran. Es incómoda y rara, lo que corresponde para dos tipos que se conocen, y al mismo tiempo no. Supongo que habrá un torneo, y habría que ver cómo se dan las cosas, y como luchan. Imagino que habrá Platas luchando, como el tal Agravain, que tiene el nombre del único de los cuatro hijitos de Lothus al que se le ocurrió trabajar para los malos en los mitos artúricos. Eso no augura nada bueno.
Un par de contradicciones, cuando Pose habla de que no confía en ella, e inmediatamente después dice "no es que no lo haga". Se entiende lo que hay detrás, pero faltó un "más bien", o "en realidad". También en que Atenea no haya visto nada interesante de la ciudad más que bosques, y recién después tanto ella como Pose recuerden el coliseo. A menos que no sea interesante tampoco, claro.
A ver qué cosas tienen los atlantes de interesantes, y de diferentes con los atenienses. Y si se viene esta suerte de torneo, espero que esté a la altura.
Efectivamente, en esta historia (al igual que en la mitología) Athena es hija de Zeus y, por ende, sobrina de Poseidón. Pero a pesar de ello, durante bastante tiempo han estado en conflicto. Mas esta reencarnación del dios de los mares es quizás menos conflictiva que el resto de sus antecesores con respecto a su sobrina, mostrándose abierta al diálogo con la diosa, pero apartándose un poco pues tantos años de rencores entre las deidades vuelven incómoda la situación.
El torneo, sí, espero que sea de su agrado... Platas luchando... Que graciosa frase Señor Felipe, todos sabemos que en SS esa es una categoría de relleno. Que apenas y hacen algo. Que un Santo de Plata haga algo es digno de elogio, casi tan extraño como una estrella fugaz a la que debes de pedirle un deseo.
Con respecto a la primera contradicción, sí quizás se hubiera entendido mejor con alguno delos terminos que propone. O un diálogo que indique un cierto pensamiento intermedio y no mostrarlo tan instantaneamente como si sufriera bipolaridad como el tal Sumo Pontífice de Mito.
Con respecto a la segunda, habiendo releído ese fragmento en cuestión, quizás podría haber aclarado un "Athena no recordaba haber visto ningún coliseo de camino allí". Pues Poseidón conoce como la palma de su mano su ciudad Neptuno, mas no sabe si Athena miro de un lado a otro, en todo el recorrido, desde su carroza. Quien sabe si la regente de Atmetis justo en ese instante se dio una siestita de un par de minutos y se le pasó por alto.
Como siempre, hago un mea culpa por no haber visto las dos situaciones que me señala.
Muchísimas gracias por leer el capítulo, Señor Felipe y gracias por el comentario. Aún le voy debiendo varias semanas un comentario en su fanfic, quizás este finde me ponga a terminar sus Doce Casas.
Una nota antes del capítulo: Como Camus era maestro de Isaak, me vi forzado a cambiarle la temática de técnicas al General mostrado a continuación. Y no será el único para mala suerte mía ¬¬.
Capítulo 10. El primer encuentro: Kraken
11:00 horas (Po), 31 del Tercer Mes — Año 3015 E.O.
Siete días habían transcurrido en los que habían tenido que dormir en un espacio tan angosto, como lo era el carruaje, que era incluso comprensible que ninguno de ellos quisiese levantarse aquella mañana. Las mullidas camas y almohadas eran tan suavecitas que incluso entre sueños algunos se habían peleado por ellas. Los lechos habían quedado como un completo desastre, ya que los habían dejado sin las sábanas que en un inicio habían cubierto con varias capas el blanquecino colchón. Cuando Aruf y Kyouka se encargaron de despertar a sus compañeros, les dieron una reprimenda que incluso a Athena misma hubiera asustado, pese a que ellos también cometieron las mismas acciones que les reprocharon.
—En verdad esto es un desastre. Franz, explícame cómo pasó esto en tan solo una noche —criticó Rhaenys, su inseparable compañera de entrenamientos.
—Por los mil espectros, Rhaenys. ¿Podrías solo ayudarme a acomodar esto antes de que nuestra maestra Nadeko venga? —pese a mantener el ceño fruncido, seguía doblando con tranquilidad la sábana en mitades una y otra vez, sin darse cuenta de que había olvidado dentro su preciada lira.
—¿Y quién fue el que me pidió ayuda en primer lugar? —Respondió la Santa de Dragón mientras colocaba bien las almohadas dentro de las fundas—. ¿Y dónde está nuestro amiguito Kadoc? Se supone que debería estar ayudándonos, es su habitación después de todo.
—El osezno se levantó temprano y me dejó a cargo de todo este espacio. Me mencionó que debía ir de compras ya que necesitaba ver ciertos medicamentos que el señor Parsath le había encargado —contestó el Santo de Lira, mientras desenvolvía las sábanas y retiraba de allí su amado instrumento, recién dándose cuenta de su torpeza.
—Ese desagradecido… Me pregunto, ¿qué tanto le costaba venir a Ophelia? Siendo también alumna del Santo de Tauro hubiera cumplido una mejor labor que Kadoc. Tu y yo, y todos en realidad, sabemos que se fue a ligar con más de una chica que se encuentre por la calle —comentó ofuscada la Santa de Bronce.
—Déjalo, no tiene nada de malo ir de galán fallido explorando la capital. Piensa que, si sale mal todo, el que conozca la ciudad nos dará una ventaja.
—Es cierto, pero… —hizo una pausa para pensar mejor sus palabras—. Pero eso no quita que ese perezoso no esté deambulando mientras nosotros hacemos todo el trabajo sucio. Es solo un egocéntrico que no sabe más que sonreír a cualquier cara bonita que se le plante en frente.
Pasos se escucharon en el pasillo —no tan pesados, eso les indicó que se trataba de una mujer—. «Rayos, es la maestra Nadeko», pensaron al mismo tiempo los dos Santos en cuanto las oyeron. Se apresuraron y acomodaron todo lo que no hicieron en quince minutos en tan solo diez segundos, dándose incluso el lujo de quedarse estáticos unos instantes frente a la puerta, como rígidos soldados, tratando de disimular que todo estaba yendo en orden. Ellos conocían bien la furia que podía despertarse en su apacible maestra, por ello trataban de hacer todo lo que ella ordenase por más ridículo que les pareciese con tal de no incentivar a su monstruo interior.
—A ver, a ver… —dijo la Santa de Escorpio mientras abría la puerta de forma intempestiva. Analizando de forma rápida la habitación terminó de plantar su mirada en los dos Santos frente a ella—. Oigan, que Nadeko sigue en sus cosas, pueden tranquilizarse un poco. Aunque, ya que ordenaron, será mejor que vayan a la recepción y nos esperen.
—A sus órdenes señorita Kyouka —respondieron ambos al unísono.
Al llegar ambos a la entrada del hospedaje se encontraron con la sorpresa de verse cara a cara con las mismísimas diosas, en especial con Athena. Estos hicieron una reverencia para demostrar su respeto, pero lo único que consiguieron fue sonrojar a la pequeña Ariadne ante la vista de todo el mundo. No mediaron palabra alguna más hasta estar todos presentes, algo que tardó casi un cuarto de hora entre que volviese de su paseo matutino Kadoc de Osa Mayor y que los Santos Dorados deliberasen en una habitación acerca del trato que Ariadne había logrado con el dios Poseidón.
Faltando diez minutos para el mediodía se apareció ante todos Nessa de Dragón Marino, a quien todos conocían como la guerrera atlante capaz de destruir sus sueños y, quizás, uno que otro hueso. Ella los condujo por la avenida principal, desierta hasta el punto de la extrañeza, en dirección al centro de la ciudad, al Coliseo. Athena estaba justo su lado, sintiéndose tan a gusto ella como con cualquiera de sus Santos. En las puertas exteriores del recinto con una sonrisa los recibió Poseidón junto a su séquito de Generales y, aprovechándose de su caballerosidad, le dio un beso en el dorso de la mano a la diosa del reino vecino.
Entraron al Coliseo por la puerta grande, con los vítores atlantes que apoyaban, en principio, a los todopoderosos y magnificentes Generales Marinos que día a día luchaban por ellos. Los provenientes del reino de Atmetis no recibieron abucheo alguno pese a que seguían siendo reinos rivales. Y, quizás, dentro del público incluso había algún espécimen extraño que los apoyase a ellos, ya sea como parte de una broma o ya sea en serio, los atmetienses lo agradecían en silencio pues en ello podían imaginar a sus seres cercanos y habitantes conocidos que les ofrecían a ellos hasta su último aliento con tal de verlos vencer en combate.
—Habitantes del próspero reino de Atlantis muchas gracias por venir —exclamó Poseidón alzando los brazos al cielo—. El día de hoy es un momento histórico. Tras años de conflictos, siglos de guerras, hoy por fin les presento ante vosotros a la mismísima diosa Athena, deidad regente de nuestro vecino Atmetis —proclamó, señalándola en cuanto la mencionó—. En el transcurso de estos tres días contemplarán cinco combates en los cuales se decidirá nuestra posición con respecto a ellos. Espero que los guerreros que pisen este suelo combatan con todo de sí y que permitan darles a ustedes un espectáculo que se grabará en sus retinas y en la de vuestros descendientes. ¡Aliado o enemigo, que la Madre Gaia sea la que decida! ¡Que dé comienzo a esta lucha del destino!
* * *
11:50 horas (Po), 31 del Tercer Mes— Año 3015 E.O.
En extremos opuestos del campo de batalla estaban ubicadas dos especies de terrazas en las cuales se podía observar con total tranquilidad los combates. En ambos lugares se habían construido tronos de mármol blanquecino donde los dioses deberían decidir a cuál de sus subordinados enviar en su defensa, como si estuviesen moviendo piezas en un gigantesco juego de ajedrez.
—Nuestro primer oponente será el General de Kraken, Fionn —dijo de pronto Athena, sorprendiendo a quienes le acompañaban.
—Diosa Athena, ¿cómo lo sabe usted? —Preguntó sorprendida Sylene, alumna de la Santa Dorada Kyouka, olvidando las formalidades con las que debían actuar siempre.
—Me lo dijo una fuente de confianza —respondió ella con una pequeña carcajada que los dejó confundidos—. Ahora bien, ¿a quién debo legarle la responsabilidad de combatir contra él?
—Las películas siempre muestran que los primeros oponentes son un poco menos fuertes que los siguientes, así que podría usar ese comodín diosa Ariadne —comentó Aruf sin darse cuenta de que había llamado por su nombre a su reina estando presentes Santos que consideraban ello un pecado—. Envíe a una dupla para el primer combate.
—No sé, Aruf... ¿Qué dice nuestra Patriarca? —Preguntó la diosa de la sabiduría esperanzada en que ella opinase algo.
—Quiero enviar a mis alumnos a combate. Quisiera probar qué tanto han aprendido estos años —pensó ella en voz alta.
—Es una idea excelente Nadeko, hagámoslo. Rhaenys, Franz, ¿creen que podrán traernos la victoria? —preguntó Athena dándose la vuelta y observándoles. A ellos no les quedó más opción que asentir.
—Espera, ¿eso lo dije o lo pensé? —Preguntó Nadeko, volviendo a la realidad y dándose cuenta de su despiste—. Diosa Athena, por favor reconsidérelo. No estaba pensando bien, yo…
—Valoro tu instinto Nadeko, es por ello que seguiremos con tu idea. Aruf quizás tenga razón: no puedo permitirles a ustedes combatir ahora. Y, si tengo que elegir a un par, ¿qué mejor que aquellos dos Santos que han entrenado juntos desde siempre?
«Por la Madre Gaia, lo he arruinado todo», pensó la aún Santa de Aries mientras cruzaba los dedos, como haciendo un hechizo mágico que les concediese la victoria a toda costa. Sus alumnos cruzaron la salida tras ellos, dándose prisa por llegar a la arena. Bajaron un par de segmentos de escaleras hasta llegar a un largo pasillo recto, donde la luz del sol alumbraba el final de su camino.
—Solo no nos entrometamos en el camino del otro —dijo la Santa de Dragón al colocarse su armadura.
—Debemos cooperar, Rhaenys. Escucha, tengo un plan. Mientras tú…
—Ni siquiera sabemos si eso funcionará, no conocemos nada sobre nuestro rival, Franz —comentó ella, tratando de parar la explicación de su compañero—. Hagamos lo de siempre.
Entraron en el campo de batalla al mismo tiempo que lo hacía su oponente Fionn de Kraken. Sorpresivo era para ambos que desde todas las tribunas empezaron a vitorear y abuchear en misma medida al General. Al Kraken nada de esto le sorprendía pues algunas veces en el pasado ya había sido recriminado por crímenes que no había cometido y suponía, entre sus pensamientos, que era otro actuar normal en la gente espectadora. Levantó su brazo derecho como si fuera el vencedor y todos los gritos, tanto positivos como negativos, elevaron su intensidad.
El muchacho de cabellos negros, no era el más alto de entre los suyos, pero aun así su cosmos era lo que más hablaba de él. Desde el primer instante en que se vieron no escatimó en esconder siquiera lo más mínimo de su poder, rodeándose de una anaranjada aura solo visible por aquellos que podían manejar a voluntad el poder interior de cada uno. El rey atlante debía dar la orden para comenzar a pelear, pues eran sus territorios y él era juez y verdugo allí, a pesar de ello Fionn se anticipó y demostró el porqué era un General Marino.
—¡Que dé comienzo al combate! —Se escuchó proclamar a Poseidón desde su tribuna, y resonó a través de los altavoces dispersos por todo el Coliseo.
En el rostro del Marino sus ojos se encendieron y una sonrisa blanca y deslumbrante se mostró ante los dos Santos. Dio un golpe fuerte contra el suelo, remarcando grietas en él. No lo había hecho por presumido, era parte de su estrategia según se había confiado. El sonoro puñetazo no solo había servido para formar varias deformidades en el suelo del campo de batalla, sino que tras unos cuantos segundos varias decenas de tentáculos grisáceos aparecieron en torno a él, rodeando por completo a los extranjeros.
—Sientan el temor —exclamó el General mientras manipulaba varios tentáculos como si fuese él un director de orquesta—. En menos de cinco minutos mi Calamidad de Ventosas los acabarán. ¡Considérense perdidos, siervos de Athena!
El destellar de un cosmos verde, invisible para muchos, hizo voltear la vista a quienes sí podrían presenciarla. Rodeada de pies a cabeza por un aura única, ella iba de un lado a otro golpeando una y otra vez cada tentáculo para así destruirlo. Rhaenys empleaba el Vuelo del Dragón —un golpe con el puño, acompañado de un gran impulso que le dotaba de poder destructivo— cada cierto momento para no desperdiciar tanta energía, pero aun así su trabajo resultaba complicado de realizar, teniendo que esquivar ya sea saltando o dando volteretas hacia el costado. La Santa de Bronce no lo sabía con certeza, pero en sus pensamientos podía gestarse la idea de que, si alguna de las ventosas la atrapaba, ella sería derrotada.
Se había separado de su compañera al inicio del combate, pero eso no implicaba haberse mantenido como un cobarde, escondiéndose de su oponente. Siempre prefería trabajar solo para no molestar a nadie, mucho menos a sí mismo. Al tener diferentes acordes en los que pensar, le resultaba una tarea más complicada de ejecutar. Con sus dedos, ya diestros en el arte de los instrumentos de cuerda, iba danzando desde la cuerda Do hasta la Si, pasando antes por el Mi, con tal de ejecutar una melodía que envuelva a su oponente y no a su aliada.
—Esta sinfonía no solo hará que tus destrezas bajen, sino que… —explicó Franz a toda voz, dándose los aires de ímpetu.
—¡Que te calles, idiota! —Le gritó su compañera de equipo desde el otro lado de la arena—. No expliques tus técnicas, recuerda que esto no acaba hasta que el enemigo esté inconsciente en el suelo.
Las cuerdas de su lira crearon duplicados de cada una, ahora habiendo catorce de ellas unidas al instrumento en su base metálica inferior —Franz acostumbraba nombrarlas añadiendo el “Menor” al nombre de la cuerda a la que pertenecieron en un inicio—. Los hilos adicionales se movían en torno al cosmos plateado del Santo de Lira, cortando más de un tentáculo en pos de proteger a su amo. Mientras ideaba un plan rápido, mandó a cada una de las Menores a que le rodeasen y le mantuvieran lejos del exterior, formando una barrera inexpugnable con el incesante movimiento de las afiladas Menores.
Casi no había hecho nada desde que había comenzado el combate, por lo cual Fionn decidió dar una pequeña caminata mientras seguía moviendo sus dedos según se le apetecía. Sin desearlo así, se acercó demasiado a Rhaenys y esta sin siquiera dudarlo concentró su cosmos en su puño izquierdo, elevándolo hasta el infinito. Avanzó casi agachada, a una velocidad mayor al promedio, tratando de que el poco campo de visión de ambos fuera una distracción perfecta para asestarle la técnica por sorpresa, pero, al estirar su brazo con fuerza tratando de golpear el mentón del General Marino, este hizo retroceder su mitad superior lo suficiente para no ser alcanzado. Apoyándose sobre su pierna izquierda, Fionn hizo un pequeño juego con sus extremidades pues, al terminar de dar un giro completo, cambió su punto de equilibrio a la pierna derecha y usó la otra para dar una potente patada que provocó que el cuerpo de Rhaenys se estampara contra el muro límite de la arena, destruyéndose un poco ante el impacto.
—¿Es este el poder de los Santos de Athena? —Cuestionó el perteneciente a la élite de los atlantes—. ¡Simple patetismo, un espectáculo deplorable! ¡Más combate me ofrecen los acorazados enviados por Hefesto!
«Me falta acabar con el otro», pensó en ese momento.
Entre la jungla de gigantescos tentáculos que se movían sin parar de un lado a otro, las Menores comenzaron a desplazarse por un sitio diferente cada una. Ninguna seguía una ruta en particular, pero seguían a una misma presa: Fionn. Al atraparle le rodearon primero las piernas, como si fuesen serpientes, y, al tirar de las cuerdas, el General cayó de espalda al suelo. Había sido tomado por sorpresa, y caído en la trampa más básica, pero aun así el Kraken rio. Las Menores siguieron en su avance, desplazándose zigzagueantes sobre el cuerpo de su oponente, cada vez apretándole más, e incluso provocándole cortes superficiales en las partes que no protegía la Escama.
La melodía que entonaba el hasta ahora inmóvil Santo de Lira cambió del violento conjuro que haría perder parte de su poder al General a una tonada melancólica en la cual lo único que podía verse reflejada era la tristeza que causaba el final de una vida. El Acorde Final continuaba provocándole cortes a su oponente mientras este incluso soltaba alguna lagrimilla, no por el dolor, sino por la risa que todo le causaba.
—Debo reconocértelo, tu ataque ha logrado dañarme siquiera un poco. Es mucho más de lo que me hubiese esperado de ustedes, debo decir —dijo Fionn tras escupir en el suelo un amasijo de saliva y sangre, proveniente de un par de heridas internas—. Pero no es suficiente.
Consiguió sentarse con tranquilidad pese a estar atrapado entre las Menores y su constante restricción del movimiento. No estaba en perfectas condiciones, eso hace tiempo que había pasado al olvido. Su confianza en sí mismo seguía en vilo, ya que aún no se había visto forzado a usar su as bajo la manga, por el cual muchos en el reino de Lemnos —gobernado por el dios de la forja— deberían estar en ese momento repitiendo su nombre hasta el cansancio. El Kraken gobernaba sobre los mares de Etherias, o al menos lo hacía en el que se interponía entre su rey Poseidón y Hefesto. Estaba un poco cegado por sí mismo, pero no lo suficiente como para no notar al enemigo a sus espaldas.
Pensando que ya había acabado con ella, la descuidó y eso había sido en parte su error. Mientras se enfrentaba a las cuerdas del Santo de Plata, ella había ido reuniendo poco a poco su cosmos en sus brazos izquierdo y derecho en proporciones iguales. Su voluntad estaba firme, tratando de desearle la victoria a Athena con un último golpe, pues estaba herida y no sabía a certeza si podría levantarse tras usar su técnica definitiva, los Cien Dragones. Ahora que era presa de las Menores era su única oportunidad, así que extendió ambos brazos en dirección a Fionn, creando en el espacio entre ellos un vórtice de energía el cual creo un centenar de dragones verdes que se dirigieron hacia su adversario, destruyendo todo lo que se interpusiese a ellos.
El golpe lo recibió de lleno, usando todo de sí para poner sus brazos frente a él, pese a la restricción, y frenar siquiera un poco la potencia de aquella técnica. Los brazales y las piernas de la Escama suya se resquebrajaron demasiado, no rompiéndose en el acto, pero sí dejándolas por completo inutilizadas de cumplir su función única de protegerle. Sintió que ahora eran un peso muerto y por ello, decidió quitárselas de encima. Con las manos ahora desnudas cogió las afiladas cuerdas y tiró de ellas, sin importarle siquiera si pudiese cortarse con ellas. Antes de que Franz se diese cuenta, él estaba ya cara a cara con el General Marino.
—Destructor de Navíos —pronunció Fionn mientras preparaba su puño derecho para lanzarle el golpe al Santo de Plata que se acercaba a toda velocidad y no por voluntad propia.
Sabía lo que él había dicho en voz alta, pero no iba a retractarse. Así era como llamaba a su arma secreta en la lucha contra las invenciones del rey de Lemnos, pero era una completa mentira el que lo usaría allí por tres simples motivos. El primero, porque había mucha gente allí presente y no era un espectáculo, era una técnica devastadora que podía desaparecer barcos —y quizás el Coliseo entero— en un abrir y cerrar de ojos. El segundo porque no planeaba eliminar por completo a sus oponentes, de hacerlo moriría a manos de la Santa esa de nombre Nadeko que le veía con desprecio puro desde su tribuna. Y tercero, porque no podía: sus heridas, aunque habían sido tontas, habían hecho un pacto común para agravar la situación.
Con el golpe imbuido en cosmos que le dio al Santo de Lira pudo lograr destrozarle la hombrera e incluso impulsarlo y lanzarlo contra su compañera que apenas podía mantenerse en pie tras haber gastado tanta energía en esa técnica de dragones. Franz cayó sobre Rhaenys, quedando apilados el uno sobre el otro y, de forma inexplicable para el propio atlante, Fionn sintió su cuerpo un poco más ligero desde entonces. Al quedar el Santo de Lira inconsciente, los efectos que habían causado esa primera melodía sobre su cuerpo estaban desapareciendo. El Kraken se acercó a ellos, ahora tendidos en el suelo de la arena, cubiertos por un velo de polvo.
—Me han sorprendido, si me hubiera tardado siquiera un segundo más en recibir tu ataque, dragoncita, quizás habría perdido este combate —dijo él mientras los llevaba consigo, con ambos cuerpos inmóviles por el cansancio sobre las hombreras de su Escama.
Al desaparecer la polvareda y el bosque de tentáculos creado por el General Marino —aunque todos aquellos que habían entrenado su vista lo habían observado todo—, los ciudadanos de Neptuno volvieron a aplaudir y ovacionar con más motivación al ganador del encuentro. Fionn alzó el brazo victorioso y sonrió al ver en dirección a donde estaba su rey Poseidón. Quería celebrar lo más rápido posible el resultado, pero antes había algo que tenía que hacer. Llevó consigo a los Santos todo el camino hasta donde se encontraba Athena y los dejó con sus demás compañeros.
En cuanto estuvo lejos de la vista de cualquier Santo, cayó desplomado sobre una de las paredes del largo y oscuro corredor por donde se entraba y salía de los combates. No podía caminar ni un centímetro más, ya había agotado hasta sus últimas fuerzas en ese acto casi desinteresado por aquellos dos extranjeros. La voz de su dios fue escuchada por todos lados dando un anuncio.
—El ganador del combate ha sido el General Marino Fionn de Kraken —se le oyó proclamar a través de los altavoces—. Atlantes míos, continuaremos con la segunda contienda del día de hoy al marcarse en las manecillas del reloj las tres de la tarde. Aliméntense y regocíjense, glorificando la victoria de nuestro Kraken el día de hoy.