Gracias a los que han leído y comentado el prólogo.
Comentarios al prólogo: Después de 30 siglos de paz, las utopías no son descabelladas. Igualmente, todos sabemos que nunca hay perfección en nada.
En cuanto a que haya muchas batallas, las habrá, pero se van a hacer desear por ahora.
Sobre lo de la escritura cuidada, gracias por notarlo. Es para mí una cuestión de respeto de un autor a los que lo leen, presentar el mejor trabajo posible.
Por último, jajajajaa sí, creo que volví loco a medio foro comentando que estaba escribiendo, pero es cierto, Rexomega no lo vio. Debo confesar que no soy un gran lector de fics, he revisado varios muy por encima, pero no me he enganchado con ninguno. Eso sí, he notado que pocos autores escriben en prosa, que es la forma con que me siento más cómodo al leer, más bien se usa el guión. Es por esto que no conocía Pyramid's Saga, por eso lo busqué. Pero apenas leí el prólogo lo cerré por 2 motivos: Porque sí hay algo de eso, pero no es tan así. Y para no influenciarme, y continuar con lo que venía pensando desde el principio.Aclaraciones de este capítulo: bueno, se define acá lo que sospecharon algunos, y es desde este 1er capítulo si van a odiar el fic (jajajajaa!!) por salirse de los cánones. Una cosa más, no encontré forma en el foro de poner las sangrías en los párrafos, por eso es que parece tan amontonado el texto, y tampoco quise dejar renglones en blanco. Si no encuentro la manera, usaré esto como último recurso.
Pero en fin, lean, disfruten, opinen. Escucho todas las críticas (son bien recibidas siempre, estoy aprendiendo)
Gracias a Sarita que hizo las correcciones y Artemisa que es mi beta-reader.
Resumen: Después de la última Guerra Santa, hay paz en la Tierra y entre los dioses desde hace treinta siglos. Primera Parte: Un enemigo inesperado
Si no esperas lo inesperado, no lo reconocerás cuando llegue.
Hērákleitos ho Ephésios
Capítulo I - Moribundos
Probablemente se ha hecho más daño a la Tierra en el siglo XX que en toda la historia anterior de la humanidad.
Jacques-Yves Cousteau
Otro planeta, otro tiempo. Un mundo en decadencia.
Las ruinas de lo que habían sido otrora grandes ciudades, aparecían cada tanto en el paisaje del planeta, totalmente desiertas. No se veía vida; ni plantas, ni animales, ni nada que creciera naturalmente. Las tierras eran yermas y erosionadas. Potentes vientos cambiaban el entorno cada vez que soplaban. Los mares, lo poco que quedaba de ellos, se habían convertido en un barro infecto, imposible de sostener una partícula viva. El cielo se había vuelto opaco y rojizo, casi no dejaba pasar la luz de su estrella, y el día era apenas una penumbra. Además, el planeta ya no giraba sobre sí mismo, así que la mitad estaba sumida en una negra noche interminable.
Pero en este planeta moribundo, había alguien con vida. Bajo tierra, en túneles muy antiguos y profundos, sobrevivían los responsables de tal decrepitud. Una colonia de seres que también estaban empezando a sufrir el debilitamiento general del mundo que habían consumido hasta las últimas consecuencias.
Esta raza no era originaria del planeta, había llegado escapando de otro mundo, también devastado como estaba éste ahora. Se movían como una colmena, persiguiendo la energía y los recursos que necesitaban para mantenerse. Seres para los que el individuo no tenía importancia, la supervivencia de la colmena era lo esencial, y cuando acababan con un sitio, se mudaban a otro y lo infestaban.
El no pertenecer a ningún lado y a muchos al mismo tiempo durante eones, les había quitado la forma. Eran seres amorfos, hechos de pura energía, aunque algunas veces podían manifestarse en forma material, según la necesidad. Además, podían unir varias entidades en un solo cuerpo o separarse a voluntad. Habían evolucionado saltando de planeta en planeta y habían tomado de cada lugar lo que más les había convenido.
Cuando arribaron, milenios atrás, la vida florecía en el lugar sin dificultades. Había grandes extensiones de naturaleza virgen, incontables especies de seres vivos que habitaban tierra, mar y aire y dos avanzadas civilizaciones de seres inteligentes, muy distintos entre sí en raza y cultura, pero que convivían sin problemas.
La población local no había tenido oportunidad contra la violencia que usaron desde el principio de su llegada y fueron esclavizados rápidamente. Todo lo que alguna vez habían construido estos dos pueblos, fue sometido a la voluntad de los invasores.
Pronto comenzó el saqueo de los recursos, nada fue respetado, la energía del planeta fue drenada poco a poco y la vida natural comenzó a desaparecer. Los mares fueron secados y contaminados. La tierra, otrora fértil, fue arrasada. La contaminación llegó a todos lados, la atmósfera se hizo irrespirable. Los desechos de la actividad de los usurpadores lo cubrían todo. Las dos razas esclavas fueron menguando irremediablemente, al punto de extinguirse en pocos siglos.
Así fue que, una vez destruida la superficie, y que fuera inhabitable, aparecieron los primeros túneles. Aún quedaba energía en el interior del planeta y no se detendrían por nada hasta no acabar de consumirla. Esto fue lo que detuvo la rotación y ya nunca hubo cambios entre el día y la noche.
Pero todo tiene un fin, y luego de varios milenios, una vez exprimido hasta el límite cualquier forma de recurso energético, los alienígenas también empezaron a sentir la presión destructora que ellos mismos habían causado. Empezaron a morir, junto con el mundo que habían matado.
Había llegado el tiempo, estaban listos para irse a otro lugar.
De eso precisamente se ocupaban los que eran sacerdotes entre ellos. Estaban convocando a sus dioses. Los reyes y padres de toda la raza. Pronto aguardaban su llegada y la respuesta que buscaban. Ellos los guiarían hacia un nuevo mundo en el que volverían a ser los amos y dejarían de padecer.
En una gran sala subterránea, estaban convocados miles de estos seres, discutían y oraban, el murmullo era ensordecedor. Y de pronto, silencio.
–Están entre nosotros –pensaron al unísono.
Una luz los cegó y en el centro de la sala se manifestaron dos cuerpos que poco a poco fueron tomando forma. Los presentes se apartaron con temor y respeto, dejándoles espacio.
–Hemos vuelto a nuestros hijos –dijeron los dioses–, aunque nunca los dejamos realmente. La última vez que estuvimos encarnados entre ustedes, fue cuando conquistamos este planeta hace miles de años; luego pasamos a otro plano, pero siempre los estuvimos observando y estamos orgullosos de lo que han hecho. Ya es hora de que partamos y continuemos nuestra obra de conquista en el universo.
–Padre, Madre –dijeron los seres–, ¿hacia dónde esta vez? Este mundo fue muy bueno, pero ya está agotado, ¿dónde vamos a encontrar nuestro sustento esta vez?
–Todavía no está agotado, sólo cuando partamos se terminará de consumir –dijo la diosa–; cuando lo obliguemos a liberar el último resto de energía y termine por colapsar y destruirse. La colmena podrá usar esa energía para el viaje que nos espera.
–Estamos listos, no importa la distancia.
–Hace siglos que tenemos la mirada puesta en un lugar –el dios extendió las manos y la imagen de un pequeño planeta azul se formó en la mente de cada ser–. En uno de los brazos de una galaxia cercana, hay una estrella amarilla con su propio sistema. Su tercer planeta es rico y tiene abundantes recursos para nuestra raza. Hay seres inteligentes, pero no serán difíciles de conquistar, en su historia hay muchas guerras causadas por sus egoísmos y debilidades. Es sencillo imponerse a seres así.
–Nada puede pasarnos mientras guíen a sus hijos. Los seguiremos y prevaleceremos contra todo y todos –hablaban con una sola voz.
–Desde la cuna de nuestra especie hemos podido apoderarnos de todo lo que quisimos –continuó hablando el dios–, porque siempre han estado juntos, han seguido nuestra guía como uno solo. La colmena es un ser, todos son uno, la individualidad es despreciable.
–Somos una legión, no hay individuos. Los que caigan durante la conquista regresarán al vientre de la Madre y el Padre los fortalecerá para volver entre nosotros.
Dicho esto, uno por uno salieron de la sala, dejando a los dos seres superiores, que ya habían tomado forma completamente.
Tomados de la mano, se sentaron en sendos tronos y empezaron a planificar el éxodo y la conquista.
–Toda la experiencia que obtuvimos en las anteriores conquistas nos será útil. En nuestra larga existencia ya hemos pasado por doce planetas; siempre intentaron resistirnos, pero nunca pudieron. Cada vez fue distinta y aún así, pudimos vencer a los mejores guerreros que nos enfrentaron y aprender de ellos para mejorar nuestra estrategia.
–Esposo mío –dijo la diosa–, la nueva generación de guerreros ya se gesta en mi vientre. Ellos nos llevarán a la victoria, ¿qué formas deberé darles?
–Cada mundo conquistado no cayó sin luchar. Cada mundo nos presentó, en su último esfuerzo desesperado por sobrevivir, un campeón. Paladines valientes, arriesgados y con gran poder, que aunque fueron vencidos, demostraron hasta el final por qué sus pueblos confiaron en ellos.
–¿Entonces?
–Lo que digo es, que nuestros guerreros más destacados deberán tomar la forma de esos campeones. El gran poder que demostraron tener originalmente, sumado a todo lo que hemos aprendido en nuestra continua búsqueda y conquista los hará indestructibles.
–Un guerrero por cada raza que hemos sometido. No habrá enemigo que los resista.
–No –una sonrisa se dibujó en el rostro del dios–. Serán implacables, con una fuerza arrolladora. Nuestros hijos, una vez más, serán los vencedores.
–Podemos partir, entonces.
***
Tiempo más tarde, todos los habitantes de los túneles empezaron a salir a la superficie; por fin dejarían ese lugar decadente para iniciar el viaje hacia el mundo prometido. Muchos estaban debilitados, pero la presencia de sus dioses les brindaría nueva energía.
Poco a poco se fueron convocando bajo el rojo cielo. Eran millones, todos anhelantes, a la expectativa del camino que iban a recorrer y del destino pleno de vida que los aguardaba. El saberse cercanos a una nueva lucha por la dominación de un planeta y su propia supervivencia, los excitaba.
Los últimos en salir a la superficie, fueron el dios y la diosa. Caminaban entre sus hijos bendiciéndolos. Al mismo tiempo, se despojaban de su cuerpo material, revelando su forma real, de pura energía.
–Hijos míos –dijo la diosa–, esta es la manera en que viajaremos, dejen atrás la atadura de la carne y liberen sus esencias.
–¡Sí! –exclamó al unísono una miríada de voces. El aire tembló por un momento.
Luego, todos los millones de seres reunidos iniciaron una metamorfosis, auras energéticas se proyectaban desde el interior de los cuerpos y crecían sobre cada ser. Eran como insectos saliendo de sus capullos, sus cuerpos se quebraron y cayeron en pedazos. Comenzaron a emerger en su estado natural, dejando atrás las formas que habían ocupado.
Cuando quedó sólo un inmenso mar arremolinado de luces donde antes habían estado los alienígenas, el dios habló:
–Ahora, nos fundiremos en uno solo, toda la legión se unirá a nosotros. De esta forma podremos realizar el último acto sobre este planeta y marcharnos.
–¡Sí! –otro grito de millones de voces. Y esta vez la tierra tembló.
Todas las luces fueron uniendo sus brillos, aumentándolos; y el remolino que había fue ordenándose de a poco. Lentamente, grandes grupos se formaron, y esos grandes grupos se unían a cada uno de los dioses, haciéndolos crecer.
Hasta que sólo quedaron dos enormes masas de energía. Una de las formas se extendió hasta cubrir la parte oscura del planeta y la otra cubrió la parte de cara a la estrella. Cuando sus límites se tocaron, se fundieron en uno solo. Entonces, los dioses hablaron por última vez:
–Un nuevo hogar nos espera –la voz era como un trueno y el mundo entero tembló.
El brillo de la masa energética en que se habían convertido todos unidos, aumentó de forma que iluminó todo el planeta. Estaban acabando definitivamente con él. Hubo un gran estallido y una lanza lumínica partió de la superficie a velocidad increíble.
El viaje había comenzado.
Atrás, el mundo muerto que dejaban, se derrumbó en silencio sobre sí mismo y desapareció. Sólo quedó algo de polvo estelar a manera de triste lápida.