Y luego de tooodo un mes, un nuevo capítulo. Agradezco a los que leyeron y/o comentaron el capítulo que pasó. Como siempre, su aporte es importante.
Bienvenidos los nuevos lectores, aunque me maldigan por engancharlos, muajajajaa!!
Es cierto que Poseidón tiene que perder si no apoya a Athena contra los invasores, pero todavía no he decidido nada con respecto a él ni a ningún otro dios para esta historia.
Está bueno eso de echarle la culpa a Atenea por la desaparición de los Senescales en el otro capítulo. Es como Lucy Lawles en Los Simpson: "Siempre que encuentren incoherencias en el fic, un hechicero lo hizo".
Comentarios al capítulo XXIII: Esta es la parte Dragon Ballesca de la historia. Hace muchos años, antes incluso de empezar a desarrollar en mi cabeza el fic (influenciado, confieso, por la pobre película de Banderas, El Guerrero nº 13), tenía la idea de hacer que hombres de distintas razas y culturas se embarcaran en una búsqueda. Luego se me ocurrió que la búsqueda podía ser de joyas como si fueran las Dragon Ball... pero esa historia nunca vio la luz. Cuando empecé el fic, decidí agregar este "Quest", y es lo que les presento ahora (que en poco se parece a la idea original).
Pobre Taharqa... estaba destinado por tener esa constelación tan fea... Era cantado que me iba a deshacer de algo tan incómodo para desarrollar. Espero haber logrado el ambiente lúgubre y opresivo que pretendí darle al capítulo al menos al principio, ya que me parece que la pelea le da dinámica y velocidad a la acción, cosa que no quería.
Con respecto a la mano y pierna quemadas con la baba alien, podría desarrollar una subtrama de posesión, o de inyección de embriones, o alguna cosa al estilo Alien (el 8vo pasajero), pero por ahora escapa a los alcances de la historia. Así que digamos que... se están curando en la Isla Kanon...
Aclaraciones de este capítulo: Fue éste y no el anterior el 1er capítulo de acción que escribí. Mientras penaba por el capítulo 23, escribía el 24. La idea me pareció que iba a quedar muy bien y me dio la oportunidad de explorar la institución del oráculo. Vailima es samoano, significa "agua en la mano", Pisuhänd es estonio para "cola de fuego" y Tursynbek es kasajo para "larga vida". Sibylla es griego, y no encontré más significado que "adivina". Preferí dejar algunas palabritas "difíciles" para que las busquen si no las conocen, aunque pueden preguntar si siguen con dudas.
Agradezco a Leni, que hace casi 2 años leyó el capítulo (fue mi última beta-reader). Espero que lean, lo disfruten... y comenten!!!
Resumen: Siglo LI. Una raza extraña llega a la Tierra con planes de conquista. Alertado por la llegada del invasor, el Santuario se organiza para enfrentarlo. Taharqa de Bomba Pneumática muere durante la búsqueda del rubí.
Capítulo XXIV - Ilusiones
La verdad es siempre una ilusión.
Friedrich Josef Dürrenmatt
Ya no había columnas, ni tesoros, ni altares; sólo una pequeña entrada practicada entre las rocas señalaba el paso hacia el oscuro recinto. Las guerras habían tirado abajo la obra humana, pero la obra sagrada aún continuaba, oculta a los ojos de la gente común.
Conócete a ti mismo.
Ésta era la traducción de las palabras griegas que se habían leído hacía miles de años en el pronaos del templo dedicado a Apolo Pitio en Delfos. El dios de los oráculos invitaba a los peregrinos a examinar sus almas.
Aléxandros y tres caballeros más estaban a las puertas del antiguo lugar. Vestidos con sus armaduras, listos para hacer su pregunta al dios.
Un cosmos primitivo, llegado desde tiempos inmemoriales salió a su encuentro; los cuatro hombres sintieron un escalofrío que los inmovilizó en el lugar. Las palabras de bienvenida, aunque ya no estaban a la vista, seguían ejerciendo su influencia sobre los espíritus de los hombres.
–Entremos de una vez –dijo el caballero de oro reponiéndose, y tratando de que sus acompañantes se recobraran también.
Ingresaron poco a poco y con cautela. Era fundamental que pudieran obtener las respuestas del oráculo, no podían perder esta oportunidad.
Cuando ya habían descendido bastante por el subterráneo, el mismo cosmos primitivo y elusivo que habían sentido a la entrada se hizo presente. Les hablaba:
–Vuelve, regresa tus pasos caballero, no hay nada adelante, sólo desesperación –la voz los seguía, flotando a su alrededor–. No mereces saber si primero no te pruebas. El conocimiento sobre el futuro es poder, hay que ganárselo con sangre, ¿puedes pagar el precio? –La letanía insistía, intentando retrasarlos, ora muy suave, ora estallando en sus oídos–: Sacrificio, sacrificio, conócete a ti mismo...
–No la escuchen –dijo Vailima, caballero de Corona Boreal–, es una artimaña.
Se mantuvieron firmes en su resolución mientras avanzaban. El hercúleo Pisuhänd de Osa Menor movió un pilar de roca y descubrió un pasaje. Entonces, llegaron a la cámara de la sacerdotisa. Allí, sobre el trípode, se encontraba una mujer vestida con un peplo sencillo, blanco.
–Bienvenidos, caballeros –se escuchó.
–Es extraño, no siento ninguna presencia –dijo el caballero de Liebre, Tursynbek.
–Yo tampoco –dijo Aléxandros–, vamos con cuidado y con calma.
–Soy Sibylla de Pithos –se volvió a oír la voz–, sacerdotisa del dios de los oráculos, Apolo, y pitonisa de Delfos. Si quieren consultar al dios, deben ofrecer un sacrificio de sangre.
–Tenemos preguntas que necesitan ser respondidas. Debes ayudarnos. La Tierra entera está en peligro, incluso tú, Sibylla –dijo Aléxandros.
–No hay excusas para no pagar. Deben ser probados, ¡me entregarán su alma! –exclamó la pitia y sus ojos brillaron.
–¡Una ilusión! –gritó Géminis, saltando hacia atrás.
Pero fue tarde. De repente, el piso desapareció y los cuatro cayeron al vacío bajo sus pies. No tardaron en llegar al suelo, con un gran estrépito.
–Maldita... cómo duele... –dijo Pisuhänd.
–¡Silencio! –cortó Tursynbek–: Escuchen.
Desde la única salida que tenía el recinto donde estaban, llegaba el sonido apagado de un martilleo.
–Bueno, ya veremos qué es –dijo Vailima–. Parece que hacia allá vamos.
Avanzaron por una serie de corredores, adentrándose cada vez más en los subsuelos del lugar. El martilleo se hacía más poderoso cada vez.
Finalmente, descubrieron el origen de los golpes: arribaron a un portal donde, como las antiguas symplēgades, dos colosales rocas chocaban rítmicamente entre sí, interrumpiendo el paso.
Otra vez, la voz que los había acompañado al ingreso se dejó oír:
–¿Confías en tu fortaleza? ¿Eres capaz de hacer el sacrificio que se te exige?
Las colisiones no dejaban tiempo para que los caballeros atravesaran. Estaban atrapados allí.
–No podemos detenernos –dijo Osa Menor–, amigos, nos vemos del otro lado –y se lanzó hacia adelante.
El golpe fue terrible. El caballero quedó aplastado entre las dos piedras. Por un momento nada pasó, las rocas no volvían a separarse. Aún se podía ver el cuerpo aprisionado.
–¡Pisuhänd! –exclamaron sus compañeros.
–Tranquilos –les llegó la voz del caballero–, no es tan fácil acabar conmigo –y gritó–: ¿Querías probarme? ¿Querías que reconociera mi fuerza? ¡Pues esta es!
El cosmos del caballero de bronce se encendió brillante, e increíblemente, las rocas comenzaron a retroceder. Lentamente, las manos de Pisuhänd empujaban, despejando la entrada.
–¡Rápido, no sé cuánto podré contenerlas! ¡Adelante!
Los tres hombres pasaron corriendo bajo sus brazos extendidos. Aléxandros se volvió y le dijo:
–Ven, debemos continuar.
–Enseguida voy... –respondió. Los miembros le temblaban–. ¡Yo sé quién soy! –volvió a gritar. Su cosmos continuaba ardiendo, pero aún no podía moverse–. Soy... caballero de Atenea. –El oráculo se estaba cobrando su sacrificio–. Es... demasiada presión... –dijo por fin, y aflojando la fuerza de sus brazos, sucumbió.
Las symplēgades se cerraron, dejando sin reacción a los que pudieron atravesarlas. Un compañero había caído.
–Adelante, caballeros, no desperdiciemos su sacrificio –dijo Aléxandros reanimando a sus hombres–, todavía no hemos cumplido la misión.
Continuaron corriendo en silencio por el interminable corredor. Pronto dejaron de escuchar el eco de sus pasos, en cambio, lo que se oía era un chapoteo. Sin que se dieran cuenta, el lugar se estaba inundando.
–Conócete a ti mismo, demuestra tus convicciones –otra vez la voz–, sacrifícate.
–¡Maldición! –dijo Tursynbek–. ¿Nunca se va a callar?
Cuando ya el agua les llegaba a las rodillas, llegaron a una habitación sin salida.
–Esto no puede ser todo –dijo Aléxandros.
–No lo es –replicó Vailima–, miren arriba.
Muy alto, en el centro del techo abovedado, se veía una especie de claraboya. Debían alcanzarla para poder seguir.
De pronto, desde varios puntos en las paredes, brotaron potentes chorros de agua que aceleraron la inundación.
–Nos ahogaremos antes de alcanzar la salida –protestó Tursynbek con el agua al pecho.
–Eso no sucederá –dijo Vailima–, pónganse a cubierto. –Y agregó–: Abríguense.
Géminis y Liebre se cubrieron con sus capas y se retiraron todo lo posible, protegidos por una saliente rocosa. Vailima se dirigió al medio de la estancia, ya con el agua al cuello. Los caballeros vieron estallar su cosmos y escucharon sus palabras:
–Atenea, amigos, éste es mi cosmos congelante, esto es lo que yo soy. Esta es mi vida. ¡Blue Ice Vortex!
El agua pareció retirarse. Lo que sucedía era que se concentraba en un gran torbellino que llegaba hasta el techo, justo bajo la abertura. Entonces la temperatura cayó abruptamente y, al instante, la columna de agua se congeló.
Momentos después, no se oyó más que el crepitar del hielo, que se levantaba como un obelisco hacia la salida. No les costó mucho a sus compañeros saber que en el centro se hallaba el cuerpo congelado del caballero de Corona Boreal.
–Gracias –Alexándros tocó la columna y comenzó a escalarla.
Tursynbek lo siguió hasta la claraboya. Una vez arriba, otra vez encontraron un largo corredor.
–¡Parece que jugaran con nosotros! –exclamó el caballero de Géminis, dando una patada en el suelo por la impotencia.
–Pues no les daremos el gusto, Aléxandros.
Ambos continuaron el avance, preguntándose cuál sería la próxima prueba que el oráculo les tenía reservada. Un sudor frío les corrió por la espalda cuando nuevamente escucharon la voz:
–Todavía no acaba el camino, no oíste las advertencias. ¿Cuánto vale tu sangre? ¡Paga el precio si quieres respuestas!
Habían llegado a una habitación donde solo se veía una vasija vacía. Esta vez no había puerta ni claraboyas para salir.
El caballero de Liebre se adelantó. Esta vez, era su turno de demostrar que sabía cuál era su deber.
–No hay mejor sacrificio que el de uno mismo –dijo, mientras su cosmos iluminaba todos los rincones–. Mi vida pertenece a la diosa y a la Tierra. Sé lo que debo hacer.
Tursynbek se abrió las venas a la altura de las muñecas y comenzó a llenar la vasija con su sangre.
–Prométeme que completarás la misión –le dijo a Aléxandros después de unos minutos, ya pálido por la sangría–. A pesar de todo el cansancio y las derrotas, debes seguir y obtener lo que vinimos a buscar.
La sangre ya llenaba el recipiente hasta el borde, cuando un mecanismo secreto se activó y abrió una pequeña puerta lateral.
–Es tu camino –dijo por último Tursynbek, y cayó, totalmente desangrado.
Aléxandros tomó la salida, esperando que fuera el último túnel. El corazón le saltó en el pecho cuando al final del pasillo vio el ádyton, el lugar restringido, al que sólo tenía acceso la sacerdotisa.
–¿Crees que puedes entrar al lugar sagrado? Arrástrate suplicante. Cuando encuentres tu verdad, las otras te serán reveladas. Antes no. –Otra vez se hizo presente la voz oracular, horadando en el espíritu del caballero.
–Protégeme, armadura de Géminis, arde al máximo, cosmos mío –se encomendó Aléxandros.
Había perdido a sus compañeros, estaba agotado física y mentalmente, y todavía se encontraba fuera del alcance de su objetivo.
Un fragmento rocoso se desprendió del techo y lo golpeó en el hombro.
–Paga el precio... Conócete a ti mismo...
Varios trozos más se desprendieron. Uno logró acertarle de lleno, tirándolo al suelo. Otros, comenzaron a aplastarlo.
–Aún alcanzo a ver la meta –se dijo a sí mismo–. Tan cercana y tan lejana... No debo desesperar, ¡todavía no me has vencido!
El aura de su cosmos inundó el pasaje, y mientras a su alrededor caía una verdadera lluvia de piedras, logró incorporarse. La energía que desprendía su cuerpo era tal, que algunas de las rocas que golpearon su armadura, se pulverizaron.
–¿Qué quieres de mí? Yo soy Aléxandros Didymos, caballero de oro de Géminis. Lucho por la paz y para proteger al planeta. ¡Y voy a pasar por este lugar! –exclamó, levantando las manos sobre su cabeza–. ¡Galaxian Explosion!
Hubo un gran fogonazo, y una potentísima explosión hizo vibrar todos los subterráneos. El techo del túnel se derrumbó por completo sobre él.
Y después: silencio.
***
Sibylla se hallaba sentada en el trípode que usaba para dar los oráculos, meditando acerca de la visita que había tenido. Cerca de ella, estaba el manantial de donde procedía el pneuma profético, lleno del cosmos del dios Apolo.
–Guerreros atenienses... –pensaba–, débiles. No han logrado atravesar por las ilusiones del templo. ¿Así pretenden defendernos a todos? –Su mirada recorrió el ádyton y se detuvo, preocupada, en un punto–: ¿Qué? –se sobresaltó–. ¡Malditos!
Aquello que hacía de Delfos el lugar más sagrado de Grecia, el ónfalos, había desaparecido. Una simple semiesfera de piedra tallada, que habían dejado allí las águilas de Zeus.
–¡Sibylla! No eres capaz de cuidar mis pertenencias, ¿y te ríes de los caballeros?
–¡Apolo! –La sacerdotisa cayó al suelo temblorosa–. Soy tu sierva, ¿qué exiges de mí?
–Tú también debes pagar. Se lo exiges a todos, pero, ¿tienes lo que se necesita?
Los efluvios del pneuma aumentaron, inundando la habitación. El aire se volvió espeso y la mujer comenzó a toser y a asfixiarse.
–Perdóname, mi vida está consagrada a ti desde que nací...
En medio del vaho que invadía el ádyton, podía verse la silueta de un hombre y el resplandor de su cosmos. Se acercó a la sofocada pitia, que atinó a aferrarse a sus rodillas.
–Apolo... sálvame... –dijo Sibylla.
–No necesitas ser salvada –fue la respuesta.
De repente, el aire volvió a ser respirable y desapareció la niebla en el recinto. El ónfalos estaba en su lugar y el pneuma fluía suavemente.
Sibylla levantó la vista para mirar al hombre cuyas rodillas abrazaba y lanzó un pequeño grito:
–¡Géminis!
Allí frente a ella, sin su armadura, se encontraba el caballero. Su poderoso cosmos se elevaba resplandeciente.
–Yo también soy un maestro en ilusiones, Sibylla –dijo el joven en tono oscuro–. Todavía me debes las respuestas.
***
Aléxandros abrió los ojos y vio a su lado a los caballeros Pisuhänd, Tursynbek y Vailima. Los revisó: estaban dormidos nada más. Sonrió para sus adentros y fue despertándolos uno por uno. Había que regresar al Santuario.
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