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El Mito del Santuario


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809 respuestas a este tema

#561 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 09 septiembre 2017 - 17:05

-me pregunto que diria Saga si supiera que Saori se baña en su ducha

 

-Hasta que Saori conocio a su familia

 

El humano que los dioses odian, lo que algunos llaman la más grande falla de la creación, y otros, el único hombre completamente invencible, que los dioses primordiales te regalaron para que te protegiera desde tiempos inmemoriales. El más grande temor del Olimpo.------------------------------Obviamente esta hablando de Dohko de Libra pero le falto mencionar que es el que desata las mas bajas pasiones entre las divinidades femeninas del Olimpo cada vez que muestra el tatuaje del tigre---XD :s46:

 

-¿las doncellas  de Saori son las mismas que frecuentaba el patriarca?----XD

 

 

-me pregunto quien sera el misterioso personaje que apareció al final

 

PD:

 

Tengo el extraño presentimiento que Saori se topo en la ducha con algunas de las drogas de Saga por eso se puso a alucinar cosas

1. El bueno le pediría que se tapase. El malo le pediría que no.

2. Claro... Dohko, ese debe ser. Hoy tendrá su propio capítulo, por cierto.

3. De hecho, esas cuatro doncellas vienen apareciendo desde la saga de Poseidón, estuvieron con Saori cuando fue atacada en la fiesta de Julián, y Europa vio morir a Aldebarán.

4. Ella quisiera creer que está alucinando, pero no, no lo está.

 

Gracias por el review.

 

 

KANON APARECIENDO...

Gracias por pasar, mister. ¿Kanon? No sé de qué habla..  ^_^

 

 

 

 

DOHKO I

 

18:50 hrs. 15 de Junio de 2014.

El ruido de la Gran Cascada de LuShan era poderoso, tal como la misma, pero también ejercía un efecto soporífero, inclusive cuando meditaba frente a ella. El Sumo Sacerdote despertó agitado de su sueño, con sudor bajando por su arrugado rostro. Atenea paseaba por el Santuario, cerca del Ateneos, donde una figura gigantesca, irreal, luciendo capa y capucha, le saludaba con una guadaña, que luego usaba para rebanar el espacio a su alrededor, dejando sangre negra esparcida en el aire, y luego la cabeza de Saori Kido, que no lograba moverse ni defenderse.

Las pesadillas habían acudido regularmente durante las últimas semanas, desde que Atenea había vuelto del Reino Submarino, y ya no estaba en la edad de cuidar su salud de más por culpa de malos sueños, doscientos sesenta y un años no pasaban sin repercusiones. Las pesadillas eran reflejos de miedo, y había sido demasiado real como para no preocuparse, así que miró más allá de las montañas en caso de que la pesadilla no dejara de ser eso, pues sintió una perturbación en el Cosmos que no podía ignorar. Concentró energía en sus ojos y descubrió lo que no deseaba, pues un aura oscura se reunía en lo que vigilaba todas las semanas desde hacía siglos, sentado frente a la Gran Cascada, si bien era algo más visual que perceptual, por lo que debía moverse personalmente. Si enviaba a Shiryu, se podría topar con algo que no entendería, y le costaría la vida. Debía ser él, el Santo de Oro Dohko de Libra. Finalmente el momento había llegado.

Y si lo que veía se materializaba en lo que temía, lo que había esperado durante tantos años, entonces era posible que no viera LuShan otra vez. Por supuesto era algo que tenía previsto, razón de que practicara el asombro y la contemplación todos los días, pues esas tierras sagradas de China eran bellezas que le entregaban significado a la vida. Sus montes eran bastiones de honor que se elevaban para desafiar a los cielos, sus ríos generadores de vida sin fin, sus árboles y flores, desencadenantes de tantas emociones como las estrellas en el firmamento, joyas que lo habían acompañado ya mucho tiempo.

Sin embargo, la principal de sus joyas lo observaba con ternura y miedo, pues los hijos siempre saben si algo malo sucede con los padres, la conexión va hacia ambos lados, incluso cuando no hay lazos de sangre. A ojos de Dohko, Shunrei era su hija y la criatura a la que más había amado, no importaba si solo habían sido dieciséis años de los dos cientos que llevaba en la Tierra. Eso solo haría las cosas más difíciles.

—Padre, ¿va a alguna parte?

—Shunrei… —Lo pensó un segundo. ¿Qué podía decirle sin que sufriera con amargura? Dohko se puso de pie y la observó detenidamente. Era un ángel de bellos ojos que había encontrado de pequeña flotando en el río, y había criado con egoísmo, a sabiendas de que un día debería despedirse. ¿Existía la posibilidad de que todavía no fuera el momento, y tuviera más tiempo? Sí, pero no iba a arriesgarse. La había criado como si fuera suya, había optado por la ilusión de ser un padre de familia, como si la Oscuridad no hubiera estado al acecho—. Bueno, tal vez lo mejor sea que no lo sepas. ¿Dónde está Shiryu?

—Fue a dormir, estuvo entrenando toda la tarde en el campo. Pero olvide eso, ¿cómo puede decirme que no lo sepa? ¡Soy su hija! Padre... —se exaltó la niña de sus ojos, el regalo más preciado que le habían otorgado los dioses—. Dígame cuándo volverá, al menos.

—¿Volver? Je, je, je, ay, mi querida Shunrei, no lo sé. —¿De qué servía mentir? Le había enseñado a hablar con la verdad al frente, no iba a ser un hipócrita—. En realidad, no sé si volveré.

—¿Padre? —La voz de Shunrei se quebró, y sus piernas se doblaron hasta que las rodillas chocaron con las piedras de la saliente en la montaña donde había pasado tantos años entrenando jóvenes, futuras promesas como Shiryu o Genbu—. ¡No me diga eso, padre mío, por favor! ¿Qué ha ocurrido? —Le tomó los brazos con firme suavidad, que sostenían el bastón que había llevado desde los ochenta años. Lágrimas de angustia cayeron sobre ellos—. ¿¡Qué le hace decir cosas tan horribles, padre!?

—Shunrei, mi hermosa niña… —Esta vez, él acarició el rostro de su joya más preciada, y limpió las gotas que dejaban surcos en sus mejillas—. Incluso si yo nunca volviera, tú tienes a Shiryu.

—¿Q-qué? —La chica se sonrojó—. ¿Qué dice, padre?

—Tu tierno Shiryu al que amas con dulzura, nunca lo dejes ir, porque él te adora igualmente. Sigan juntos como hasta ahora, no te separes de él, vivan en eterna felicidad, mi querida Shunrei, ambos lo merecen.

Dohko volcó la vista al cielo, las estrellas comenzaban a aparecer en el lejano Santuario, pues ya anochecía. Se preguntó si debía ir a casa y despedirse de su alumno en caso de cualquier cosa, pero se arrepintió. Solo daría problemas, y era lo que menos deseaba para él y los demás. Lo había formado como un guerrero digno y noble, un verdadero Santo, la sangre de Dragón corría por sus venas. Pero había hecho mucho más de lo que correspondía. «Shiryu, Seiya, Hyoga, Shun, Ikki… lamento tanto que tuvieran que combatir por todo este tiempo. Prometo que nunca más los haré luchar, así que podrán vivir como jóvenes normales en esta Tierra que nosotros protegeremos con nuestras vidas, tal como han hecho ustedes con tanto valor. Rían, disfruten, sean jóvenes y vivan, ese es también el deseo de Atenea».

—¿Padre? No se vaya, por favor... —rogó Shunrei. Dohko estaba a punto de llorar. Pero si sucedía lo que creía que sucedía, entonces no había vuelta atrás. Fue su culpa por amar tanto a esos chicos que tenía por hija y alumno.

—Vive feliz para siempre, hija mía. —Dohko saltó del risco, dejando atrás a Shunrei, a Shiryu, a LuShan, y a sus dos cientos años de calma, paz y tal vez inmerecida felicidad. El mundo estaba a punto de cambiar.

 

Diez minutos después.

Corrió como hacía años no lo hacía, saltando pendientes, cruzando ríos y lagos, esquivando troncos y contemplando su horizonte hacia el oeste, aproximadamente a mil kilómetros de LuShan, en las cadenas montañosas de Hubei.

Antiguas mesetas, frondosos bosques, niebla y altísimas montañas adornadas por cientos de templos y monasterios unidos por muros de roca e irregulares escaleras de ladrillos que subían y bajaban por los cerros, era lo que podía ver ante la oscuridad. Percibía sombras y energías aciagas con los ojos, pero no con su propio Cosmos, lo que ponía nervioso al anciano guerrero, que por dos siglos había dependido de ello para sobrevivir en la Tierra. Eran las montañas de Wudang, famosas por mantener su tradición taoísta, protegida por la ONU, en sus templos y centros de ejercicio mental y físico. Allí había nacido la corriente marcial del Taoísmo y decenas de artes de lucha relacionadas, cuyos practicantes aún a esa hora entrenaban, concentrados con toda la fuerza de su corazón. Recordaba bien ese sentimiento.

Allí fue donde Dohko de Libra había entrenado en su juventud, tan lejana en el tiempo. Atenea le había brindado los medios para sobrevivir para cumplir su misión de vida más relevante, y no podía dejar que la tristeza de abandonar a Shunrei y Shiryu lo distrajese, pero estar frente al Templo de la Nube Púrpura donde había iniciado su formación generaba un efecto inevitable. Había sido, como los que seguramente lo observaban invisibles desde las sombras, un honorable Taonia, un practicante del arte marcial del LuShanRyu, razón de que ninguno lo atacara. Los Taonia canalizaban el poder de espíritus guías de la naturaleza a través de un símbolo, un Tao, un tatuaje que llevaban en la espalda, y que brillaba junto al paroxismo de su Cosmos. Su tatuaje aún estaba allí, aunque apenas se notara entre los pliegues de sus arrugas. Lo llevaría con dignidad hasta el día de su muerte.

En todo caso no se dirigía allí, sino a la Puerta de Yuan Wu en un profundo valle. El arco era gigantesco, de tres niveles, adornado por símbolos bélicos, religiosos, políticos y culturales de la región, por la cual se accedía a otras montañas gobernadas por nuevos templos. Lo más cercano era el mismo valle, del que solo veía árboles y arbustos de distintos tamaños y olores. No era esa la entrada exacta que necesitaba, pero sí estaba allí. La última vez que cruzó la Puerta correctamente había sido en su última vigilia, diez años atrás, cuando los Titanes enfrentaron a los Santos de Oro en la nueva Titanomaquia.

Dohko se quitó el sombrero de paja y oró con su corazón para que se revelara ante sus ojos lo que las dudas y el desconcierto le ocultaban, pues la realidad era más amplia que la ilusión visual. Más aún, tras ese portón solo veía cielo y flora, no a la energía oscura que había perdido de vista. Y eso se debía a que no había rezado lo suficiente, calmar su corazón era primordial, y cerrar los ojos un canal.

Abandonar a Shunrei, a Shiryu, darles unas vidas normales a esos chicos, como a Seiya, que le había traído gratos recuerdos de juventud; rememorar los suyos con la visión del templo de los Taonia, sentir sus miradas en él.

Calmar. On. Mente. Xin. Espíritu. Shen. Energía. Qi.´Todo estaba conectado con el universo, y mover un grano de arroz de un lado a otro causaba que una hoja se moviera ante la luna en el otro extremo del mundo. Calmar la mente y el espíritu, usar la energía. On, Xin, Shen, Qi.

 

Al abrir los ojos, vio lo que necesitaba, y entró a la Puerta, pues la Torre de los Forajidos se presentó ante su vieja mirada. La estructura medía más de doscientos metros de altura y se alzaba con un diseño irregular e irrepetible, soportando ante el tiempo sobre una neblina en la que la luz del sol no conseguía acceder. Se componía de ladrillos negros, con decenas de huecos en su superficie. Lucía sobre ésta diversos tipos de rostros, generalmente de monjes y Budas, de veinte metros de alto y diez o quince de ancho que aterrorizarían a cualquiera, mirando y juzgando desde las alturas. El cielo estaba más oscuro de lo normal, pues la energía que había visto ya se manifestaba, si bien Dohko no percibía Cosmos enemigo. Era obviamente parte del juego, ya que sabía que estaba en lo cierto, no necesitó meterse en la neblina para saber que el sello de Atenea, puesto doscientos cuarentaitrés años atrás sobre la vieja superficie y los ojos en las caras se había debilitado antes del tiempo que había juzgado dada la “ruidosa” intervención de Poseidón.

Ese era el lugar sagrado que más odiaba en toda la Tierra, o más bien el único. Al interior de la Torre de los Forajidos se encontraban sellados los 108 Espíritus del Mal, las criaturas celestiales y terrenales que servían a la Oscuridad y que buscaban la destrucción del planeta en su totalidad, los que tenían como meta el derrocar a Atenea y acabar definitivamente con el Santuario, como habían intentado tantísimas veces en el pasado. Algunos sellos, papeles bendecidos con la sangre y el nombre de Atenea (la joven Sasha en ese tiempo) todavía permanecían pegados, pero la mayoría flotaba a la deriva con el viento, probablemente no desde hacía mucho, tal vez dos o tres minutos, así que no había llegado tarde a pesar de su edad. No le sorprendió ver estrellas fugaces púrpuras salir desde los agujeros y aperturas entre los oscuros ladrillos, pues eran las almas que se apoderarían de los hombres y mujeres que los enfrentarían, inocentes presas de un destino que a veces sí parecía inevitable. En cualquier caso, no percibía ningún tipo de Cosmos en los alrededores, algo que se hacía fastidioso.

Lo que sí le pasmó fue ver a un joven esperando descaradamente detrás de una roca, no a mucha distancia, como si careciera de todo respeto. Tampoco esperaría otra cosa, pues ese chico no solo lucía una Surplice[1] del ejército de las sombras, sino que era alguien conocido, e intentaba atacarlo de manera rápida, sin reconocerlo.

—Ah... vaya que eres un bandido desagradable, ¿eh? —dijo Dohko, haciéndole frenar en su patético intento.

—¿Q-qué? ¿Qué diablos...? —susurró el pobre estúpido, aún oculto detrás de las sombras, como si no pudiera oírlo. Contra otros quizás sería efectivo, pero había escuchado a la naturaleza por demasiado tiempo como para no reconocer algo así, no importaba qué tan bien se escondiera.

—¿Atacar a un viejo indefenso, apenas despiertas? No podría esperar menos de ti, Estrella Terrestre de la Bestia[2], ¡Cheshire de Cait Sith!

 

Era un renacuajo de piel morena, pequeña estatura y cuerpo esbelto, que lucía una armadura oscura, un Surplice que protegía enteramente sus brazos y piernas con joyas de otro mundo, pero dejaba descubierto el centro del pecho y estómago, aunque no era su estilo luchar. Su cabello plateado era protegido por una diadema de diseño simple; sus ojos dorados incluían pupilas felinas, que se abrieron aterrorizadas cuando descubrió la identidad de su presencia.

—¡Imposible! No deberías sentir mi Cosmos, viejo decrépito... —Retrocedió haciendo ruidos pérfidos de gato, una criatura perteneciente a un ejército de bestias, traidores y psicópatas antiguos como el tiempo, que resucitaban una y otra vez con el paso de las eras—. ¿Cómo sabes mi nombre?

—Vi tu sombra, engendro estúpido —le reprendió Dohko, ignorándolo, a la vez que enfocaba su Cosmos y lo canalizaba con el de Muu y Atenea, en el Santuario, para darles aviso de la situación—. Y es imposible olvidarse de Cheshire de Cait Sith, el paria de la antigua Guerra Santa, aunque me ofende un poco que tú me olvidaras.

—¿Q-qué dices?

—¿Acaso nunca oíste de mí? ¿O quizás ustedes, los ciento ocho Espectros[3] de las tinieblas, olvidan todo al resucitar? Incluso tú, el único que salió vivo de la matanza.

—¿Cómo sabes tanto de nosotros? ¿Q-quién diablos...? No, no puede ser. —El malnacido felino pareció recordar, lo que significaba que mantenían sus memorias. O al menos, él lo hacía, y Dohko pudo comprobar una de sus teorías—. Eres tú, uno de los dos supervivientes, ¿verdad? Eres... maldición, ¡eres Libra!

—En efecto. —Dohko se desplazó veloz por el aire mientras aún entregaba la información que el Santuario requería, su misión de más de dos siglos tras la anulación del sello. Subió a la roca y clavó los ojos en los aterrados de Cheshire, y el bastón en su cuello—. Ahora, sería bueno que me relataras algunas cosas.

—N-no te c-creas tanto, Libra —tartamudeó Cheshire, retrocediendo hasta casi caer de la piedra—, ya se olvidaron de ti, te equivocaste en algo. Los Espectros renacemos una y otra vez, y ustedes son para nosotros tan poca cosa que al revivir los olvidamos. Nadie se acuerda de ti, vejestorio.

—¿Hm? ¿Cómo es posible? —preguntó Dohko, mostrando cara de fastidio, como si le hubieran golpeado en el orgullo—. Además, tú te acuerdas.

—Es porque no hicieron bien su trabajo, Santos, no acabaron con todos los Espectros —afirmó el de pelo plateado, hinchando el pecho como un tonto—. Como fui el único en sobrevivir, y no nos afecta el tiempo, he estado aquí en la Tierra todos estos siglos, esperando la llegada de mi gente. Incluso liberé hace un buen rato a un grupo, y ni siquiera lo notarán en el Santuario. A diferencia de ti, conmigo los años no pasan, viejo decrépito.

—Hm, eso es muy interesante. —El viento sopló, traía con él el aroma de Cait Sith, y podía ver hasta los más mínimos de sus movimientos en cámara lenta, incluso si no percibía su Cosmos—. ¿Escuchó eso, Atenea?

—respondió el Cosmos de Saori Kido, cuyo solo brillo conectado al de Dohko hizo que el Espectro finalmente cayera, aterrorizado.

También yo, maestro —secundó la voz de Muu, el líder de los Santos de Oro. El gato no podía creerlo.

—M-maldito, ¡maldito seas, Libra! Cobarde, ¿¡cuánto sabe Atenea ahora!?

—Lo suficiente. Tú aquí, esperando en soledad, volviéndote loco poco a poco pues los años afectaron a tu mente, ¡no creas que yo no me preparé también! Insolente gato, ya advertí a Atenea y a mis Santos lo que deben hacer.

—¿Y de qué servirá? —Cheshire se puso de pie y saltó por encima de Dohko, aterrizando detrás. Algunas estrellas fugaces todavía salían de la Torre de los Forajidos en tono violeta, grandes y pequeñas, hacia todas direcciones—. No pueden sentirnos, ni menos vencernos.

—¿Ahora eres tú el que se cree demasiado, Cheshire? —Se dio la vuelta con lentitud, no era necesario nada más—. Cait Sith son brujas que pueden transformarse en gatos ocho veces cuando corren peligro, y ocho veces regresan a su estado original. Si se transmutan una novena vez con magia negra, se quedarán como gatos para toda la eternidad, ¿no es así? Pues son inmortales. —Dohko volvió a desplazarse rápido, sin emitir sonido o advertencia, deteniéndose a dos centímetros del aterrado Cheshire, que levantaba la guardia a la defensiva—. De ahí viene lo de las nueve vidas..., así que dime, ¿cuántas te quedan a ti?

—¿Piensas intimidarme, anciano? En ese estado, incluso yo puedo destruirte, así que, ¿qué te parece jugar a Las Escondidas[4]? —De pronto, el cuerpo de Cheshire se traslució, y en solo un segundo desapareció por completo, incluso su aroma.

En su lugar, los ojos de felino aparecieron flotando a la derecha de Dohko, y su sonrisa macabra a la izquierda, más grande de lo que era posible, envenenándolo con malicia. ¿Acaso pensaba atacarlo por sorpresa?

Jamás pensé que tendría la oportunidad de matar al Sacerdote del Santuario —dijo la voz de Cheshire, desde atrás y adelante, o de ninguna parte concreta. Aquel espíritu era precavido en la antigua Guerra Santa, siempre escondiéndose tras las faldas de sus líderes y amos, pero ya había perdido gran parte de cordura, esperando a que el sello de Atenea se debilitara, en perpetua soledad—. Definitivamente ganaré un premio por esto.

—Cheshire, Cheshire... realmente te volviste loco —dijo, casi con compasión.

¿Y cómo sabes que no estás tú loco? Mi realidad es muy distinta a la tuya. Ja, ja, ja, en realidad todos estamos locos aquí, ¿no lo crees? Esa es tu realidad, y mi realidad.

—No. Yo no. —Dohko enfocó su energía en su mano, su aura en ella creció con ayuda del Espíritu del Gigante Ancestral, y con los ojos cerrados, dio un manotazo poderoso, implacable, al rostro verdadero del chico, que se acercaba a hurtadillas por la derecha, arrojándolo a unas rocas en la base de la torre, donde la neblina era más intensa. El brazo del Santo de Libra estaba incandescente con llamaradas doradas.

—Ah… ah… —De la boca de Cheshire se derramaba la sangre a montones, y no parecía capaz de recuperar la verticalidad pronto. Le había hecho crujir gran parte de los huesos, si bien Dohko cuidó de que no fuera fatal—. N-no lo entiendo, en ese momento sentí... u-un Cosmos aterrador, nunca había... ah, visto algo así...

—¿Pensaban tomarnos por sorpresa en el Santuario? ¿Tomar la vida de Atenea sin que nos diéramos cuenta? ¿¡Ese es el gran plan de tu Señor!? —Dohko abandonó en el suelo su bastón, y tomó del brazo a Cheshire con sus viejas manos para alzarlo y que sus rostros quedaran cerca—. ¡Qué falta de honor! Así no es como hacemos las cosas en este Santuario, así que será a mi manera, ¿entendido? ¡Pues esto ya no se puede detener!

—V-viejo malnacido... si me matas, yo v-volveré...

—No, no lo harás, solo que no lo sabes, así que te dejaré ir para que vayas con tu Señor, Cait Sith. Quiero que envíes un mensaje.

—¿U-un mensaje… para mi Señor? N-no lo oirá, ja, ja… —Ya apenas podía hablar. En cualquier caso, Dohko optó por ignorarlo.

—Así no se inicia una batalla, así que dile que digo esto, escúchalo bien claro, Cheshire: Yo, Dohko de Libra, Sumo Sacerdote del Santuario, y en nombre de Atenea, diosa de la sabiduría y protectora de la Tierra, declaro el comienzo de la Guerra Santa al ejército de Espectros. A ti, Rey del Inframundo, ¡dios Hades!


[1] Sobrepelliz, en español. Se conservará el nombre en inglés original durante esta historia.

[2] Chijuusei, en japonés; Dishou, en chino. En la novela Al borde del agua, es la estrella correspondiente a Huangfu Duan, el “Conde de la Barba Púrpura”.

[3] Specter, en inglés.

[4] Hide-and-Seek, en inglés.


Editado por -Felipe-, 26 noviembre 2017 - 13:20 .

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Publicado 10 septiembre 2017 - 06:57

Lo bueno:

 

-La escena dramatica en la que Shunrei sintio temor ante la partida del sensei

 

-La agilidad de Dohko a pesar de su edad

 

-la aparición del tarado de Cheshire de Cait Sith

 

-El espectro sintio el "temor"

 

-Dohko avisando al santuario----Le ganastes al sensei Kuruvago

 

-un gato pulgoso y loco tratando de ganarle a un tigre---XD

 

-Hades esta apunto de sentir temor 

 

 

Lo malo:

 

Este capitulo aunque muy bueno no logro estar al nivel

heroico y legendario del personaje mas importante en lo

canon e incanonico de saint seiya--Solo bromeo--- :t420:  :s46:


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Publicado 15 septiembre 2017 - 15:07

hola!!!que buen par de capitulos te han salido en mi opinion

estoy muy hypeado por Como vas a enfocar esta saga de hades

 

que es lo que tiene el bueno de Pegaso que ,hasta okada le ha dado en un capitulo un enorme protagonismo

oye...sin queja     eh me gusta seiya.......

 

espero mucho del viejo maestro,como dicen por ahi...es demasiado heroico y sensual para no destacar XD

 

y hablando de okada...sera tan gore tu guerra contra hades jijiji

 

gran dibujo esa de ikki sin brazo,tuerto,armadura divina hecha polvo y Aun asi en pie dispuesto a tomar la cabeza de su hermano

 

okada se luce con algunos dibujos....otros n hay manera de pillarlo

 

un saludo y hasta el proximo capitulo.



#564 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 24 septiembre 2017 - 19:07

Lo bueno:

 

-La escena dramatica en la que Shunrei sintio temor ante la partida del sensei

-La agilidad de Dohko a pesar de su edad

-la aparición del tarado de Cheshire de Cait Sith

-El espectro sintio el "temor"

-Dohko avisando al santuario----Le ganastes al sensei Kuruvago

-un gato pulgoso y loco tratando de ganarle a un tigre---XD

-Hades esta apunto de sentir temor 

Una escena que siempre se me hizo muy linda, solo quise respetar eso, aunque en un contexto sin Plateados. Y claro, Dohko es muy ágil y veloz a pesar de su edad; mientras que Cheshire no entrenó nada en tantos siglos, y solo perdió la cabeza.

 

Avisar al Santuario fue, de hecho, una de las cosas que planée cambiar desde que empecé a escribir este fic. Genial que se haya notado.

Gracias por el comentario.

 

 

 

hola!!!que buen par de capitulos te han salido en mi opinion

estoy muy hypeado por Como vas a enfocar esta saga de hades

 

que es lo que tiene el bueno de Pegaso que ,hasta okada le ha dado en un capitulo un enorme protagonismo

oye...sin queja     eh me gusta seiya.......

 

espero mucho del viejo maestro,como dicen por ahi...es demasiado heroico y sensual para no destacar XD

 

y hablando de okada...sera tan gore tu guerra contra hades jijiji

 

gran dibujo esa de ikki sin brazo,tuerto,armadura divina hecha polvo y Aun asi en pie dispuesto a tomar la cabeza de su hermano

 

okada se luce con algunos dibujos....otros n hay manera de pillarlo

 

un saludo y hasta el proximo capitulo.

Muchas gracias Presstor!

Sobre Seiya... mira, nunca fui muy fan suyo cuando niño, pero ya de grande... no sé, hay algo tremendamente inspirador en él. Para mí, los dorados no son nada en comparación con Pegaso, que es el Héroe Invencible, la gran leyenda... o al menos, lo será alguna vez.

Eso sí, dudo que pueda hacer algo tan gore como Okada, pero intentaré ser similar en cuanto a drama xD

 

Saludos compa :D

 

 

 

SEIYA I

 

15 de Junio de 2014.

Realmente había sido un día fabuloso, le hizo olvidarse del problema. Cuando despertó, le llegó una carta de Jamian que le puso de muy mal humor, pero Miho lo solucionó solo cinco minutos después, tocando a su puerta. Seiya recordaba que, al abrir, las aves se movían de manera brusca en el cielo, muchas de ellas negras como los cuervos del Santuario, y al fondo, uno muy grande que había incrementado aún más su molestia y frustración. Pensó que se enfadaría con todo el mundo ese día, pero resultó todo lo contrario.

Ir de excursión era lo mejor que había hecho en mucho tiempo, y era bastante más relajante que quedarse en la Fuente de Atenea a sanar músculos, sin televisión o juegos de video. Bueno, tampoco podría en Hakone[1], en los mejores onsen[2] de la región de Kanto. Los niños del orfanato, donde él mismo se había criado, estaban ansiosos por abandonar un rato las clases y meterse en las aguas termales, o subir a los montes y buscar gatos salvajes en los bosques. Miho estaba encantada con la idea de que Seiya fuera su guía, ya que era un “experto en Hakone”, y podría responder todas sus preguntas. Por supuesto, Seiya jamás en su vida había estado allí, pero si en algo era bueno era la improvisación. Así que compró un mapa turístico de la ciudad y se fue con ellos.

Lo primero que hicieron al llegar fue comer huevos negros en la zona volcánica de Oowakudani, a los pies del monte Fuji, no por la leyenda de que comerlos otorgaba una extensión de longevidad, sino que Akira estaba demasiado hambriento, como era habitual. Ban e Ikki eran iguales cuando niños, no podían dejar de comer... el mismo Seiya tenía ese mal hábito, pero no era público, pues se robaba los manjares destinados para Saori desde la cocina. Pensar en el nombre de la encarnación actual de la diosa de la guerra le dio un cosquilleo en el estómago, ¡hacía semanas que no se veían! Lo último que supo de ella fue la carta que les envió a los Santos de Bronce a través de Jamian, y eso solo le producía más ansiedad. Durante el tiempo que Seiya se estuvo recuperando en la Fuente, Saori lo acompañó muchas veces, y hablaron de diversos temas, con excepción de lo que ocurrió al final de la batalla contra Poseidón, cuando la sacó del Soporte Principal y ella le besó la frente antes de pelear contra el miserable de su tío. Seiya había pensado muchas cosas durante ese momento, y hasta se había distraído de su misión más relevante, que era sobrevivir a las olas. No podía dejar de pensar en esas cosas.

A los Santos de Bronce, Pegasus Seiya, Andromeda Shun, Draco Shiryu, Cygnus Hyoga, y Phoenix Ikki, debido a sus batallas recientes, se les solicita que no se acerquen al Santuario hasta nuevo aviso. Consideren este tiempo como vacaciones extras, respecto a sus hazañas, la victoria en la guerra contra Poseidón y el rescate de la diosa Atenea.

Vamos, diviértanse. Atte. Aries Muu.

Muu nunca diría algo así, por lo que la última línea era obviamente de Saori. ¿Y cómo que vacaciones extras? ¿Dónde estaban las vacaciones normales? Además, su lugar era a su lado... al de su diosa. Y los huevos negros, si funcionaban, solo harían más larga la espera.

Estaba pensando en ello, mirando el cielo cargado de nubes y aves de diversos tamaños, cuando Makoto le dio un pelotazo en la nuca. Se encontraban en la orilla del Ashi, desde donde podían contemplar una vista maravillosa del volcán. Miho, que comía un brownie de montaña en el puesto de pasteles para turistas con Mimiko (que estuvo el viaje completo quejándose de que Shun no había ido con ellos), y con Akira, por supuesto, no tuvo tiempo para regañar al inquieto chico antes de que Seiya lo persiguiera por toda la ribera.

Era muy satisfactorio poder hablar en japonés también.

—Maaaakooooooootoooooooo.

—¡Seiya, no me regañes a mí, fue tu culpa por tener la cabeza así! ¡Ahhh!

—¿¡A qué te refieres con eso, pequeño cobarde!?

—Pobre chico, se ha metido en muchos problemas con ese joven con tanto vigor —dijo una anciana que caminaba junto a la orilla, que le llamó la atención un momento. Quizás por su vestido lleno de plumas. Casi se ríe de eso, como un chiquillo normal, como tantos otros.

 

¿Podía permitirse esas risas que compartía con la gente que paseaba por ahí, aclamando al héroe Makoto que esquivaba a Seiya con ágiles volteretas en el piso y un par de tropezones duros? ¿Podía permitirse jugar fútbol con esos niños como cuando él lo era, y metía balonazos entre las piernas del arquero Jabu? La gente había sufrido muchísimo porque no había sido más rápido en detener a Poseidón, aún se notaban las consecuencias de las marejadas en Japón, aunque no quisiera pararse a verlas. Él era un guerrero destinado a luchar contra esas injusticias, detener al mal de hacer lo que quisiera con el planeta, no un adolescente normal que jugaba con una pelota de cuero. ¡Pero vaya que lo disfrutaba!

Aunque algo le había distraído en el cielo, consiguió acorralar a Makoto, que se mofaba de él con la lengua afuera a pesar de estar contra un muro. Era rarísimo el jugar a eso y no estar pensando que había un enemigo en todos lados tras la cabeza de Atenea. Y es que no dejaba de pensar en ello... Si le sucedía algo, ¿qué haría? Cada hora de su existencia pensaba dos o tres veces en esa chica que tanta furia le había producido en la niñez, aquella caprichosa engreída.

—¡Seiya! —gritó Saori, de pronto.

El Santo de Pegaso se volvió, desesperado, para descubrir que era Miho quien lo llamaba a gritos, a la vez que Makoto se escurría entre sus piernas y huía como el niño cobarde y adorable que era. Tomó su mano derecha con la otra para calmar el Cosmos que había canalizado hasta allí a gran velocidad. Qué idiota era.

—Mocoso infeliz, ¡no huyas!

—¡Seiya, Tatsuya lo logró! —advirtió Miho, con un brazo alrededor del mayor de los chicos, que movía las entradas que le habían encargado de un lado al otro en el aire—. ¡Subiremos en teleférico!

Y así lo hicieron. Se elevaron por esa montaña que ya Seiya conocía mejor de lo que deseaba, pues allí había combatido contra las Sombras de Reina de la Muerte y enfrentado a Ikki la primera vez. Por culpa de Misty, había sufrido un derrumbe que no afectó, afortunadamente, a las poblaciones en su base. Desde arriba podía verse la mayor parte de la gran ciudad, incluyendo los mejores atractivos turísticos. Allí, Ikki se había dado cuenta de su error y sacrificado su vida… o algo así, porque seguía con ellos, era uno de sus mejores aliados.

Tardó en darse cuenta que la anciana del atuendo emplumado había subido con ellos, pero no pudo pensar demasiado en ello cuando Miho le tomó del brazo, y juntos hablaron de las maravillas de esa visita y lo que harían en el futuro. No pudo responder a varios de los alegres y ansiosos comentarios de su mejor amiga, aquella que tanto sabía de él mismo en su infancia, pues no sabía si tendría futuro. Era uno de los Santos, después de todo. La vista desde allí parecía una simple ilusión.

Al pensar en ello, la dama lo miró de reojo.

Lo único que restaba antes de dormir en el hotel que la fundación Kido había alquilado para todos (y luchar para conseguir que Akira no robara la comida de la sala de estar, que Mimiko no refunfuñara tanto porque su cuidador favorito no había ido, y que Tatsuya y Makoto se fueran a dormir) era pasar un rato en las aguas termales. Requería un relajo, algo más terrenal, y dejar de mirar esas enormes aves negras que parecían seguirlo a todos lados, en lo más alto.

 

—Seiya... —Ese era el tono más pícaro de Makoto, que acababa de terminar el primer asalto de lanzarse agua (una tan tibia que Seiya no quería salir nunca de allí) con los demás chicos y estaba usando ese tono, el mismo que presentaba cuando él visitaba a Miho en el orfanato—. Seeeeeeeiya, Seiya… ¡Seiya!

—¿Qué pasa ahora? —Tampoco era poco evidente. Siempre se trataba de ella cuando usaba ese tono travieso. Le costaba recordar, como le aconsejaba Shiryu todo el tiempo, que también había sido niño, y al parecer, usaba regularmente ese tono de voz cerca de los vestidores de las profesoras. «Alguna vez, también fui niño… y no fue hace mucho», pensó con cierta extrañeza.

—Tía Miho está al lado, ji, ji, ji. —La típica risa idiota de un niño de ocho años. Él tenía la misma a sus diecisiete.

—Lo sé, enano, y será mejor que no la molestes... o a las otras profesoras, ni menos a las niñas, ¿me oíste? —añadió cuando lo pensó mejor. Los chicos eran, de cierta manera, inteligentes y receptivos a ciertos estímulos.

—¿No deberíamos? Pero, ella está tan enamorada de ti desde que están juntos.

—Por todos los dioses, Makoto, ¿de dónde sacas esas cosas?

—¿Cómo que de dónde? Los vi la otra noche, Seiya, abrazados y hablando... ¡de-no-che! —recalcó el chico, como si descubriera la gravedad—. Esas cosas solo las hacen las parejas.

—Solo nos estábamos saludando y… ¡maldito enano! —voceó Seiya cuando comprendió que Makoto le estaba tomando el pelo. A pesar de estar desnudos ambos, lo persiguió a nado, y el chiquillo lo esquivaba como si manejara la velocidad de la luz. De hecho, Seiya se sentía lento y a gusto, estaba bien. No necesitaba ser un tipo con poderes extraordinarios si podía disfrutar la vida, aunque no estuviese acostumbrado.

Lo acorraló de nuevo contra la muralla del onsen, empapados ambos y con los hombres detrás muertos de la risa. Makoto tomó un balde para defenderse, y Seiya preparó sus manos para apretarle las mejillas hasta que se pusieran tan rojas como la piel de Akira bajo el calor del agua.

—Así que el pequeño gusano quiere recibir el Meteoro, ¿verdad?

—No podrás, ¿no ves que uso el escodu del dragón?

—Escudo.

—¡Eso dije!

Y cuando Seiya se arrojó sobre el chico, éste lo esquivó para que se estampara con la muralla. Su suerte era siempre igual de absurda como para pensar que pasaría cualquier cosa similar a derribarla y dejar descubierto el de las chicas. Miho estaba allí, delante suyo, desnuda junto con todas las demás damas ahí, a punto de darle la paliza de su vida, incluyendo la señora del vestido emplumado, que solo mojaba sus pies en el agua y parecía más que divertida ante la situación. ¿Por qué se fijaba tanto en aquella persona? Y si...

—Un momento, a usted yo la...

—¡Seiyaaaaaa idiotaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

 

17:40 hrs.

Después de que consiguiera escapar casi intacto, el Santo Seiya de Pegaso se lavó la cara tras los cachetazos de una señora grandota más que violenta, se comió un huevo negro, y contempló el maravilloso cielo del atardecer mientras paseaba por el bosque junto al hotel, en soledad y tranquilidad. Probablemente habían pasado años desde que se había divertido así, fue increíble. Y en tanto Miho le azotaba la cabeza mientras él hacía bromas sobre los pocos cambios en el cuerpo de algunas chicas con la edad, hasta se olvidó de Saori y su prohibición, Saori y el beso en su frente, Saori y su calidad de diosa. Descubrió que no era tan malo, que podía disfrutar de la vida sin tantas preocupaciones si lo deseaba, incluso si era solamente un día.

—Sin embargo, debes ir al Santuario, Seiya.

—¿Quién...? —Definitivamente nunca podía estar demasiado tranquilo. Seiya se dio la vuelta y levantó la guardia, pero la bajó de inmediato cuando descubrió que era la dama de las plumas, caminando lentamente hacia él. Dudó si ponerse en guardia de nuevo dado que en cerca de cinco palabras demostró saber bastante—. ¿Usted?

—Te deseo una buena tarde, Seiya, pero no te relajes, por favor. Esta noche la Oscuridad acechará al mundo nuevamente, ¿no lo crees? Debes regresar al Santuario ahora mismo.

—¿Cómo sabe mi nombre? ¿Cómo sabe del Santuario, señora? —Por primera vez se fijó bien en ella. Tenía nariz aguileña, cabello gris, arrugas algo difusas, como si no pareciera anciana todo el tiempo, y un cuerpo encorvado con forma de vasija. Sus ojos... eran negros. Completamente negros. Carecían de esclerótica o un iris, era un solo espacio negro, como una sombra a los lados de la nariz.

—Todos esos niños, y esa señorita tan encantadora, te llamaban así. Disculpa mi mal hábito de darme más confianza de la debida, es la edad. —La dama sonrió y se acercó a un claro que Seiya ni siquiera había visto, en medio de los árboles. Allí, se miró en el reflejo del agua.

—¿Y el Santuario? Señora, si no me dice cómo sabe de...

—Debes volver al Santuario, Seiya. Atenea estará en peligro esta noche.

—¿¡Qué dice!? —De pronto, los rasgos tan extraños de la dama se le hicieron familiares. Ya había visto esa mujer algunas veces, o al menos tenía la impresión de ello, una sensación muy fuerte de reconocerla. O más aún, llanamente conocerla, saber quién era, aunque nada le venía a la mente—. ¿Q-quién es usted? Señora, ¿por qué me dice que Saori... que Atenea...? ¿¡Quién es usted!?

—Atenea y sus Santos creen estar preparados, creen que se adelantaron a la jugada del ejército nocturno, ¡pero no es así! Yo ya no puedo ayudarla más, Seiya, por eso necesito que tú lo hagas. —Su voz había cambiado, lucía de cierta manera como la de una persona más joven, y Seiya notaba un sonido detrás, similar a un ulular—. Date prisa, por favor, ¡Atenea no sabe en el peligro en que está esta vez!

—¿Esta vez? Señora, sea quien sea, no le creeré ni una palabra hasta que me diga qué diablos quiere, cómo sabe tanto y...

—Mi misión, desde tiempos más antiguos que el tiempo, ha sido cuidar de ti y de Atenea, Seiya, pero en esta ocasión no pude hacer ni lo uno ni lo otro como habría deseado, aunque te he guiado varias veces. El cristal, Seiya.

Cuando Pegaso pensó que hablaba de alguna tontería mística, recordó algo que nunca pensó que olvidaría: la primera vez que escapó del orfanato para buscar una pelota de fútbol, descubrió que ésta había roto la ventana de una vecina; ella salió con un bastón y un hombre igualmente mayor en silla de ruedas, pero en lugar de golpearle con el palo, le sonrió y le dijo que lo usara para alcanzarla, pues estaba en la cornisa. Al regresar, lloró a mares con Seika, pues no sabía dónde encontrar cristales o joyas para reparar la ventana de su vecina.

Luego tuvo otro fugaz recuerdo. La misma señora, guiando al mismo hombre en la silla de ruedas, que parecía no reaccionar a ningún estímulo, paseaba por Atenas cuando Seiya se estrelló cerca de ellos, lanzado lejos por Marin. Tras disculparse, la señora le dijo que los jóvenes nunca debían rendirse, y si querían hacerse más fuertes, no les quedaba más que volver a intentarlo.

—U-usted... ¿Q-quién es usted?

—No es lo que importa, ¿o sí, Seiya? Tú debes estar siempre con Atenea, nadie más que tú. ¡Ve con ella tan pronto como puedas! —Ahora parecía que le rogaba, a punto de llorar, como si fuera un Santo de Oro o algo así—. Tú sí que no debes faltar, o todo estará perdido, Seiya. —¿Por qué era tan importante?

 

No pudo pensar demasiado en ello, pues tuvo que esquivar una ráfaga de aire que casi le rompe el cuello. Una sombra pasó volando a alta velocidad, y se elevó de nuevo en el bosque, maldiciendo cosas horribles que no podía traducir a palabras. Le ordenó a la mujer que se quedara allí, ésta se limitó a asentir con la cabeza, y él partió raudo a perseguir a la cosa maldita que lo había atacado.

No le fue difícil; aunque no pensara en ello, hacía horas que había estado atento al hijo de put.a, razón de que pudiera esquivar su filo. Se había estado mezclando con las aves negras (probablemente ilusiones, conocía muy bien a los cuervos de Jamian como para saber diferenciar una cosa de otra), y lo siguió durante toda la excursión. El malnacido ahora intentaba escaparse a toda velocidad, pero si en algo destacaba Seiya frente a todos sus compañeros de Bronce, era en su velocidad.

Se tuvo confianza y optó por disparar el Cometa en lugar del Meteoro desde la copa de un árbol muy alto. Buena idea, pues el tipo pegó un grito y cayó en algunos arbustos, en la parte alta y profunda de la montaña, a la que Seiya accedió de un salto. Y allí estaba el maldito, retorciéndose de dolor en la espalda donde había conectado su golpe.

—Ah, demonios, demooooonios —chilló el hombre, una criatura grotesca con una armadura que jamás había visto, era violeta oscuro, desprendiendo destellos rosas como amatistas. Era de muy baja estatura, como un enano jorobado, tenía los dientes salidos y los ojos saltones detrás de la máscara de su yelmo, parecido al de un pescado o un murciélago, no estaba seguro, pero incluía un cuerno tan largo como las garras en sus manos y pies. Lo que más destacaba, aparte de todo eso, eran las deformes alas como las de esas viejas películas de monstruos. Y debía ser muy débil, porque Seiya no era capaz de sentir Cosmos alguno proveniente de él.

—Podría dejarte ir, pero primero dime quién eres y quién te envió. —Barajó posibilidades, pero ninguna parecía consistente. ¿Poseidón? No, sus hombres no se vestían así. Tampoco eran hombres de Reina de la Muerte, sus armaduras no relucían esos destellos—. ¡Habla!

—Tonto infeliz, mi Señora te destruirá por hacerme esto.

—Vamos, no te echo nada tan g... ¡Ah! —Lo maldijo en silencio cuando volvió a atacarlo, casi por sorpresa, mientras se disculpaba. Logró causarle un corte certero en el costado, que pudo haber sido perder el estómago entero de no ser por su rapidez de reacción—. M-maldito seas —gruñó mientras contenía la sangre.

—Jum, eres más veloz de lo que pensé. Tal vez no sea tan fácil —dijo. Todavía se sobaba la espalda, por lo que el daño había sido de verdad.

—¿Quién eres? Responde antes de que te haga añicos.

—Pfff, pero si solo eres de Bronce, estúpido... Aun así, soy la Estrella Terrestre de la Rata[3], la mano del infierno, ¡Thailos de Gárgola! Y mi misión es acabar contigo antes de que sea tarde. —El tal Thailos levantó la guardia y se preparó, aunque Seiya no le prestó tanta atención a eso.

—¿Estrella? ¿Rata? Espera, ¿por qué antes de que sea tarde?

—De nada sirven las preguntas, Pegaso, entiende que debes morir, es así de simple. —Gárgola sonrió, era una sonrisa pérfida que no correspondía a nadie que hubiera conocido—. Así verás a tu hermana, ¿qué te parec…? ¡Ahhhhhhhhh!

Tal vez nunca, desde que comenzó su entrenamiento, Seiya había gatillado su Meteoro con tanta velocidad. ¡Nadie hablaba de su hermana con tanto relajo! Con furia lo estampó contra un árbol, y con furia volvió a golpearle el estómago hasta dejarlo caer, vomitando sangre.

—No hables de ella. Nunca hables de ella, ¿entiendes?

—Tú eres el que no… ¡puaj, ah! ¡No entiendes, Pegaso! D-debo matarte, tú debes m-morir antes de que sea t-tarde… —A pesar de estar tan gravemente herido, lo seguía mirando con unos ojos horribles, espectrales, y una sonrisa tenebrosa. ¿De dónde había salido ese maldito?

—¿¡Por qué sigues con eso!?

—No me burlaba, t-te ofrecía un t-trato… ¡deja que te mate, es mi deber! S-si lo haces… mi Señora liberará de su sufrimiento a tu herm… ¡puaj, ah, ah!

—¿Sufrimiento? —Ya lo hartaba. Lo tomó firmemente del cuello y comenzó a ahorcarlo—. ¿Qué mierd.a parloteas, infeliz? ¡Contesta!

—T-todos los muertos s-s-sufren en el infierno, Peg-Pegaso… Nadie se salva de los c-castigos que impone el Rey del Inframundo…

—¿Rey? ¿El dios del infierno, dices?

—Ella sufre por sus p-pecados, c-como todos los humanos muertos… Hierve en fuego ardiente, o es sepultada bajo su peso. Así que s-si te dejas matar, t-te llevaré con ella, y podrán ir juntos… —De pronto, los ojos de Thailos se abrieron grandes, destellaron en ellos un brillo terrorífico— a un lugar mucho mejor.

Seiya detuvo la garra de Thailos que intentó perforar su estómago mientras lo tenía sujeto, justo a tiempo. Ya tres veces lo atacaba por sorpresa, pero la cháchara se había acabado.

—Nombraste de nuevo a mi hermana, ¿te diste cuenta?

—¡Se ve que no quieres estar con ella, Pegaso! —Con las garras de los pies se separó de Seiya, cortó sus brazos y voló, intentando prepararse para un nuevo asalto, a toda velocidad—. ¡Te mataré antes de que te vuelvas una amenaza para mi Señora Pandora! —Seiya tardó un segundo en prepararse y esperarlo.

«Por supuesto que quiero verla, pienso en ella cada día. Sin embargo, no creo que las cosas cambien por un simple humano». En ese instante, a quien deseaba ver era a Saori, le importaba un pepino la maldita prohibición. La anciana tenía razón, Atenea estaba en problemas, y él estaría a su lado para defenderla. Y después, si era verdad que el alma de su hermana sufría, el responsable pagaría, fuera o no un dios de la muerte. Utilizó sus Meteoros con todas sus fuerzas, tal vez ni tan necesarias, pero servían para aliviar su ira. De Thalios de Gárgola solo quedó un cadáver lanzado por un precipicio.

 

Decidió ir al Santuario, pero antes, tenía que despedirse de Miho y los niños, y debía encontrar una buena excusa esta vez para que la chica no lo matara. Siempre lo esperaba, siempre rezaba por él en la capilla del orfanato, mientras él se alejaba para las misiones que no había escogido. Tal vez les prometería regalos a los niños, pero con tanto disfrutar en el día, quizás preverían que eso pasaría, que se iría de nuevo a luchar. Y podía gustarles hablar de eso, pero le habían confesado muchas veces que no querían que combatiera, arriesgando su vida. En realidad, no sabía cómo les diría nada. Y aún antes de ir allí, tenía un paradero previo.

Al regresar al claro, por supuesto, no lo encontró. Ya no le extrañaba ninguna de esas cosas, desde que volvió a Japón de su entrenamiento en Grecia todo era raro en su vida, y si un claro surgía de la nada con una anciana misteriosa de su pasado hablándole de su súper destino con Atenea sin explicarle nada más, ya le parecía hasta lógico que al regresar no hallara nada. O casi nada.

Solo quedaba una lechuza en lo alto de un árbol, ululando sin parar.


[1] Pertenece a la prefectura de Kanagawa, a unos 80 kilómetros de Tokyo.

[2] Baños termales.

[3] Chikou, en japonés; Dihao, en chino. En la novela Al borde del agua, es la estrella correspondiente a Bai Sheng, la “Rata del Día”.


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Publicado 25 septiembre 2017 - 15:55

Jajaja--es chistoso imaginar al burro como guia

 

 

seiya incluso de niño troleaba a saori---XD

 

en tu fic ¿saori les paga a sus caballeros cuando se van de vacaciones?

 

creo que Makoto tiene un gran cosmos oculto--XD

 

pobre Jabu--incluso de niño seiya le ganaba

 

al parecer Mimiko  es fans de shun

 

una duda -los niños no se extrañan al ver que a seiya le falta una parte

de su anatomia  (los que han visto su pelea con Apolo lo entenderan)

o en este fic el tiene un cuerpo normal

 

si seiya no fuese tan burro--podria pasar buenos momentos con Miho --XD

 

 

Thalios de Gárgola  tuvo suerte de que no lo hubieran enviado a a eliminar al fenix

ese lo habria torturado antes de acbar con su vida

 

No entendi quien era la anciana


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Publicado 26 septiembre 2017 - 18:08

Saludos

 

Uno podría esperar que leer al principio de cada arco un prólogo sobre un personaje que sí o sí va a morir, terminaría por ser aburrido. Lo que pase en el futuro no me consta, así que me limitaré a decir que el prólogo de la esperada saga de Hades quedó mejor de lo que habría imaginado para un capítulo centrado en Jamian. Alguna vez pensé en hacer algo parecido, pero centrándome en Ptolemy que por azares del destino sobreviviría junto a varios santos de plata solo para vivir luego con la carga de ser ese compañero incómodo que disparó una flecha a Atenea e incendió foros de versus por todo Internet. Imagino que lo pensé luego de saber que en Soul of Gold sobrevivió todo el mundo. Y aquí estoy, de nuevo, divagando. 

 

De lo que recuerdo, el capítulo tiene la atmósfera apropiada. En especial, me gustó el santo de Serpiente y la explicación mística a que pudieran estar todas las tumbas de los santos muertos en un solo lugar. ¿La historia del primer santo de Serpiente está en Saint Seiya Alpha, no? Es parte del encanto de Mito del Santuario, que además de contar la historia de Seiya y compañía, ya sea adaptando o creando algo nuevo, también se sienta que hay todo un universo de grandes eventos e historias dignas de contarse. Otro detalle que también retuve, no sé bien por qué, es que se estableciera que mediante el cosmos se podía derrotar a los fantasmas que aparecían, aunque no se aclara si de forma definitiva o temporal. Creo que en el manga también ocurría, solo que con Nachi, Ichi y Jabu. ¿Aquí tendrá importancia más adelante?

 

¡Quién me iba a decir a mí que vería a Jamian irse por la puerta grande! Tartamudeó en cuanto llegó la razón por la que estuvo en estado de alerta por tres meses, murió a manos del enemigo, pero hizo más de lo que hizo el que tenía que avisar de que el ejército de Hades... Ah, ¿que en esta historia sí cumplió su cometido? Bueno, no lo mencionaremos entonces. 

 

Muy interesante el capítulo de Saori. No es santa de mi devoción, pero muy interesante, siempre es bueno ver un poco más de los dioses. El modo en que usas a Metis y hablas del tema incómodo de Zeus marcándose un Japeto, me deja la impresión de que en El Mito del Santuario puedo esperar que Zeus sea algo más interesante que el dios maligno que quiere conquistar la Tierra de siempre, eso es muy de agradecer. Puedo sobrevivir a protagonistas que sobrevivirán a todo lo que les manden, porque deben sobrevivir, puedo hasta no ser muy pesado con el hecho de que Seiya no solo sea el protagonista principal, sino también el héroe elegido que ya han remarcado dos personajes importantes en lo que llevamos de arco, pero no a Zeus como villano genérico. Y mira que me ha tocado verlo en muchas, muchas historias.

 

Ahora mismo no consigo recordar si me fijé en la mención de Poseidón a la oceánida, si no, me toca tabla y golpe de remo. Es el problema de amontonar capítulos y hacer reseñas a grandes rasgos, no retengo los detalles a la hora de comentar, y luego siempre me quejo de eso mismo. Soy, de nuevo, incorregible. De lo que sí dejaré constancia aquí es que la referencia a Partita, al menos quien supongo que fue Partita, me hizo pensar algo:

Spoiler
 

 

Y cuando esperaba que el capítulo estuviera por terminar, aparece el hombre conocido como tanque humano frente a Saori y sus doncellas. ¿Ocurrirá la escena de las agujas? ¿Resultará que no es el personaje que creo? 

 

¿Qué decir del capítulo de Dohko ahora que ya mencioné por adelantado su punto fuerte? Al principio pensé que sería el mismo que todos conocemos, por lo ocurrido en el prólogo, pero luego el bueno de Caith Sith nos aclara que él liberó a un grupo desde antes, cosa que el Santuario descubre al momento gracias a la labor de un auténtico vigilante. La declaración de guerra del Viejo Maestro solo es la guinda del pastel. ¿Es solo cosa mía o hasta este momento siempre te habías referido a Hades como la Oscuridad o la Muerte? Si es que son sinónimos.

 

Pero sí que hay más que decir del capítulo. La primera escena, de despedida de Dohko para Shunrei, muy emotiva. Que Chesire se volviera medio loco es una de los desarrollos habituales para un personaje inmortal, junto al de desear la muerte, pero es un buen cierre a la supervivencia del espectro en Lost Canvas. Bueno, cierre, cierre, no, sigue vivo y falta saber qué hará en el futuro próximo. Por lo pronto, parece saber que Hades no está todavía en el inframundo. 

 

Yendo al último capítulo escrito, el de Seiya, confesaré tres cosas:

-Nunca me ha gustado el personaje de Pandora.

-El contraste entre tener una misión de la que depende el mundo entero y ser al final del día una persona de carne y hueso, da mucho jugo como para no aprovecharlo, siempre que se haga mejor que el conflicto de Shiryu en Next Dimension. Es lo que ayuda a que sean personas, no máquinas que repiten su rol arco a arco. Sin embargo, si alguien insiste mucho en que los protagonistas ya han luchado suficiente y deben estar fuera de esta guerra, pensaré que eso habría que aplicárselo a los miles y miles de santos que murieron en el pasado. Sí, sé que es parte de la trama, que al final van luchar, pero lo pensaré. 

-Todo el tema de vender a Pegaso como el asesino de dioses no me motivó mucho en Lost Canvas. Lo menciono porque las palabras de Metis y de la mujer del último capítulo parecen dar a entender algo similar, algo que sabemos los espectadores, más por las películas que por el manga en sí, pero que siento que pierde fuerza e interés cuando se muestra de esta forma:

El humano que los dioses odian, lo que algunos llaman la más grande falla de la creación, y otros, el único hombre completamente invencible, que los dioses primordiales te regalaron para que te protegiera desde tiempos inmemoriales. El más grande temor del Olimpo.

A lo mejor es de esas profecías con un sentido oculto, como en una saga de libros que leí, pero ahora mismo la leo en sentido literal. "Es el protagonista y tiene el poder de ser protagonista".

 

Prometo no ponerme muy pesado con el tema hasta ver cómo se desarrolla, solo quería mencionar que no me emocionó mucho expuesto de esa forma. Por otra parte, sí que admitiré que sirve como enlace entre Seiya viviendo su vida normal, con los muchachos del orfanato (siempre útiles para estas cosas, aunque Mimiko no pueda guiñarle el ojo a Shun en esta ocasión), y teniendo que ir al Santuario porque quiere estar ahí. Por alguna razón, tengo en mente que en el manga fue al Santuario a preguntar por su hermana, pero puedo estar recordando mal. 

 

Toda la parte previa al ataque del espectro, que me hizo recordar a Gargoyles, aunque probablemente está ahí como referencia a lo que le pasó a Suikyo, con todo y mención a Seika, estuvo bien. Como dije, es Seiya con los chicos del orfanato, algo que ya hemos visto, como ver que Shiryu está meditando frente al Viejo Maestro o Hyoga está en Siberia, pero pequeños detalles como lo del guía turístico le dan un soplo de aire fresco, un toque de vida que lo salva de ser una escena que solo está ahí porque el personaje tenía que estar haciendo algo antes de que atacara el villano en turno. Hay algunos momentos que me resultaron confusos y tuve que releer, no sé si por despistado, porque era de noche o porque al ser un PoV donde lo importante es lo que Seiya piensa y siente, lo que ocurre a veces se diluye. Lo que más recuerdo es la parte de los baños termales, que la primera vez que lo vi no me quedó claro que la pared que separaba las dos zonas se hubiese caído. ¿Cómo? ¿Baños termales? ¿Primero un capítulo de Saori en los baños y luego una escena en baños termales donde al protagonista lo abofetea su amiga porque la vio desnuda? ¿Felipe ha caído al lado oscuro? ¿Exagero? ¿Seiya sabe quién es Hades o lo buscó en Google el día anterior? ¡Estas preguntas y otras más serán respondidas en próximos episodios!

 

Una duda que me queda es si el espectro es sincero o no. Que Seiya es un peligro, salvo que nos guardes un giro inesperado, ya quedó claro, pero como vas a hacer cambios a la saga trato de creer que el Hades de El Mito del Santuario va a parecerse un poco más al de los mitos, solo un poco. ¿A dónde voy? La parte de quiénes pueden ir a los Campos Elíseos, que en lo que respecta a Saint Seiya, si recuerdo bien, está más difícil que ir a Estados Unidos. Y es que no imagino qué pudo haber hecho Seika en vida como para merecer un infierno eterno. 

 

No me olvido de la Gigantomaquia, hiciste un buen trabajo ahí desarrollando a Shun e Ikki, del mismo modo que creo que vas por buen camino con Seiya; falta ver lo que les toca a los eternos olvidados de esta saga, no en cuestión de poder ni rivales abatidos, sino sobre desarrollo. En un futuro comentario los reseñaré junto a alguno más de esta saga de Hades.

 

¡Hasta el próximo muro de letras interminable!


Editado por Rexomega, 28 septiembre 2017 - 11:08 .

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#567 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 09 octubre 2017 - 11:32

Hola a todos. Mi computador murió, me disculpo por no publicar pero esa es la razón. Tuve que recuperar mis archivos de mala manera, pero ya los tengo en mi poder :D

 

Vamos con los reviews.

Spoiler

 

 

MUU I

 

19:30 hrs. 15 de Junio de 2014.

La noche era todavía más silenciosa y terrible desde que Dohko le avisó sobre lo que más temían. Muu, Santo de Oro de Aries, ordenó a sus guardias movilizarse a la periferia en caso de que algún enemigo apareciera. No había duda de que ocurriría, más temprano que tarde; se lo indicaba el sonido del viento.

El mayor problema era, sin duda, que el ejército de la Oscuridad desprendía un Cosmos indetectable por los Santos, y eso lo ponía ligeramente nervioso. Había jurado a Atenea que nadie atravesaría el Templo del Carnero, aunque se le fuera la vida, pero honestamente no sabía qué esperar. Si aparecía el Espectro adecuado, podía acabar con él sin que se diera cuenta. De buena cuenta había ordenado a Kiki que regresara a Jamir, esa noche podía ser el inicio de algo terrible.

En sus treinta años de vida había enfrentado toda clase de cosas, tanto físicas como mentales, tanto en el exilio como en el Santuario. Cuando era niño, a los cinco años de edad, fue atacado por yaks en medio de un terremoto en los Himalaya, poco tiempo después de la muerte de su padre. A los diez, debió pasar un mes viviendo solo en su mente, recreando todo lo que hacía en el mundo físico. A los veinte, luchó contra el Titán Jápeto y resistió los embates del Hecatónquiro, una criatura mitológica. Sin embargo, estaba intranquilo, era como si esa noche fuera la definitiva, la más horrenda de su historia, pues era lo que el anciano maestro Dohko había esperado.

Bajó por las escaleras del Carnero, bañado por la luz de las estrellas y algunas antorchas que casi no emitían calor. No escuchaba batallas, no percibía movimientos en el Cosmos de los Santos de Bronce y Plata, y de todas formas sabía que algo estaba definitivamente mal, pues las luces de más abajo se apagaban progresivamente. Una sombra avanzaba a lentos pasos hacía él. ¿Acaso los Santos habían muerto?

No debía mostrar ni pizca de nerviosismo. Era Aries, la primera barrera de la Eclíptica, y había realizado un juramento.

—Detente ahora mismo, e identifícate —ordenó a una silueta que avanzaba lento, cubierto por una capa negra como la profundidad del cielo, sin dejar nada más que una breve sombra bajo la capucha al descubierto—. Da un paso más y puede que pierdas la vida.

El intruso llegó a la sección de escaleras en que estaba Muu, sin embargo dirigió la vista al Templo de Aries, iluminado en su interior por infinitos cristales. Algo llamó su atención allí, algo tan interesante que por unos segundos ignoró totalmente a un Santo de Oro.

—¿Cómo te atreves a hablarme así, Muu?

Eso le tomó por sorpresa, tanto que retrocedió. Le hablaba con familiaridad, con una voz de absoluto mando y seguridad… una voz que erizó los vellos de su piel y le hizo olvidar su amenaza.

—¿Q-qué?

—Además, pequeño Muu, no podrías ponerme un dedo encima. ¿O acaso lo olvidaste? —El intruso se acercó demasiado, Muu no podía moverse. Era más alto, así que se inclinó un poco para que viera al interior de la negra capucha—. ¿Mi rostro?

Muu no vio nada general, solo algunos detalles, antes de retroceder intimidado. Era la primera barrera del Santuario, y jamás le habían atemorizado en todo su tiempo como Santo. ¡Era esa voz la que lo había aterrado, y unos ojos brillantes como un par de rubíes! Una ilusión demasiado familiar.

—No... ¡No! —dijo Muu, apenas consiguiendo hablar—. Imposible.

—Pero qué insolente te has vuelto. ¡Arrodíllate!

—¿Ah? —Muu casi cae de la impresión ante esa voz tan profunda, tan absoluta e imperiosa. El hombre ya había llegado a su nivel, por lo que sus resplandecientes ojos se elevaban sobre él.

—¿No me oíste?

Y contra toda su voluntad, como si su propio cuerpo colmado de recuerdos dominara a su mente, Muu cayó de rodillas y estampó las manos contra el piso, sobre las que cayeron gordas gotas de sudor. «¿Qué me ocurre? Esto no puede suceder».

—Mucho mejor. El pequeño Muu sabe que no puede contradecir mis órdenes. Y ahora te daré otra, que espero cumplas más fácilmente que la anterior: me traerás la cabeza de Atenea en menos de doce horas.

—¡…! —Muu casi se atraganta con su saliva, no podía articular palabra alguna, la sorpresa casi le detiene el corazón. Jamás se había sentido tan torpe en toda su vida, era como si hubiera perdido identidad y dignidad, ¡su cuerpo lo traicionaba!

—Estoy seguro de que eres capaz. Por lo que sé, Atenea te tiene en bastante estima —dijo el hombre de esa voz retumbante, pasando junto a él.

—Yo n-no…

—¿Titubeas en mi presencia? —inquirió detrás suyo, y cada palabra fue una puñalada en su alma. Sus ojos habían visto algo que su mente no se dignaba a traducir, pero su cuerpo obedecía sin dudar a lo que le ordenaban. ¡No podía ser quien Muu pensaba que era, pero tal vez sus ojos lo habían visto!

—N-no…

—¿Cómo te atreves a dudar? ¿Cómo siquiera intentas hacerme tardar? ¡Trae la cabeza de Atenea a mis pies!

—…No. —Le costaba respirar, sus manos estaban húmedas de tanto sudor encima y por debajo de los guantes, pero su misión era más importante. Su mente era capaz de vencer a su cuerpo, y a cualquier ilusión—. Nunca haré tal cosa, sea quien sea que me lo ordene.

—¿De verdad te atreviste a desafiar sus órdenes? Admirable, Muu. —Esa voz había sido diferente, y perfectamente reconocible.

—Pero no te conviene hacerlo. Sabes lo que sucede a quienes lo desafían—. Y esa aún más, tanto que le oprimió el pecho.

 

Muu se puso de pie y encaró a los dos encapuchados que arribaron detrás del otro. Uno era de su altura, y el otro enorme, ninguno de los dos emitía Cosmos, pero los podía reconocer perfectamente por su presencia, por su manera de caminar, por haber compartido sus vidas con él.

El primero desprendía un aroma inconfundible, y le acompañaban pétalos de rosas en un vendaval. El otro provocaba pequeños temblores con sus pasos, y su voz era la del mejor amigo que había tenido. Ambos se quitaron la capucha para mostrar los rostros que hacía tanto tiempo no veía.

—Piscis Aphrodite —se presentó el primero.

—Taurus Aldebarán —secundó el otro.

Y Muu quedó sin habla, realmente parecían ellos. Lucían exactamente como el bello Aphrodite y el gran Aldebarán que conocía desde niño, pero ninguno de ellos desprendía Cosmos, y lucían rostros llenos de malicia. Rememorando escenas de su pasado, al Santo de Aries le costó muchísimas energías poder mover los labios.

—U-ustedes estaban m-muertos… sus c-cuerpos yacían en el cementerio… ¿Acaso se convirtieron en almas en pena sin hallar descanso eterno? —Le horrorizaba la idea. No podía razonar con sus propias palabras: ¿Aldebarán sonriendo con malicia? ¿Aphrodite dejando de lado su orgullo?

—No somos almas en pena, Muu, esta es una nueva vida —explicó su mejor amigo, el Santo de Tauro, que había visto morir frente a sus ojos, y ahora presentaba la expresión tenebrosa de alguien que respira de nuevo.

—El dios Hades nos concedió otra oportunidad en el mundo —dijo el Santo de Piscis, que hasta el final luchó por sus ideales. ¿Acaso consideraba tan bella la vida que se vendería a un tipo como Hades para obtenerla otra vez?

Sin embargo, Muu no podía perder tiempo en reflexiones filosóficas y vanas. La vida de Atenea estaba en peligro, Hades quería cortarle la cabeza, tal como había intentado decenas de veces, y él, como primera defensa del Santuario, debía mantener la calma. No se iba a dejar amedrentar por la ilusión de hombre que lo observaba en silencio desde el costado.

—Se volvieron perros de Hades, traicionando a Atenea. Son patéticos.

—Tú que aun disfrutas del goce de vivir, ¡no tienes idea del terror en el horrible reino de los muertos! —gritó Aphrodite, quitándose la capa. Aldebarán lo imitó.

«Vulgares imitaciones», pensó Muu, con asco, al contemplar las armaduras que llevaban sus ex compañeros. En forma eran casi idénticas a los Mantos de Oro que alguna vez usaron, si bien lucían ángulos más agresivos y púas extras, como cuernos de demonios… pero su color era espeluznante, de un lúgubre y brillante tono violeta similar a amatistas o espinelas, pero en lugar de admiración, producía un tipo de pena que Muu reconoció como ausencia total de vida. Esas armaduras carecían de polvo de estrellas.

En lugar de destellar como el sol, lo hacían como una luna pálida y distante de otoño. El Manto de Piscis emanaba una belleza distinta, elegante, serena, pero a la vez inquietante; el de Tauro conservaba sendos cuernos en el yelmo, más largos que antes, y mucho más amenazantes, nada como la que le había entregado su maestra, Verona, tantos años atrás.

—Esos no son Mantos de Oro.

—Por supuesto, estas son las armaduras que se construyen en el Inframundo, ¡son Surplice de aquellos fieles a Hades, que venimos del reino de los muertos!

—Son la marca de sus soldados, los Espectros[1]. Puedes ver que imitan la forma de nuestros viejos Mantos, por ejemplo, este es el Surplice de Piscis.

«Espectros. Claro, así se hacen llamar los soldados de Inframundo, como los Santos del Santuario o los Marinas de Atlantis», pensó Muu, retrocediendo. Aphrodite se adelantó con una rosa negra en la mano, tan rápido como la luz, y casi por instinto, el Santo de Aries abrió los brazos, justo delante de la entrada al Templo del Carnero.

—¡Muu! Tenemos que cortarle la cabeza a Atenea, viejo amigo, apártate —le dijo Aldebarán con una voz que podría perforar el diamante. Pero no era más que una sombra, debía creerlo.

—Además, Muu, son sus órdenes —dijo Aphrodite, indicando con la rosa al encapuchado—. ¿Lo desafiarías? ¿Enfrentarías a dos Santos de Oro a la vez? No te creía tan tonto.

—Saben muy bien que mi deber es proteger la Eclíptica antes que nadie. No los dejaré pasar por el Templo del Carnero, incluso si debo arriesgarme con ambos.

—Entonces te haré a un lado a la fuerza, Muu. —Aldebarán desapareció de su campo de visión, y pronto lo vio corriendo, despedazando el suelo con sus pasos.

Muu cruzó los brazos por delante y enfocó su mente en ellos, transmutando el Cosmos que lo rodeaba en una capa tan brillante como el sol naciente. Al separar los brazos, conjuró una serie de oleadas que se materializaron ante Aldebarán, que lo chocó con su mejor embestida. Como el Santo de Aries esperaba, en menos de un segundo, el ex Tauro se halló pronto de espaldas, con la cabeza enterrada en una de las columnas cercanas, repelido completamente.

—Ah… f-fuiste muy rápido conjurándola esta vez —le felicitó Aldebarán, meneando la cabeza con dolor a pesar de la protección otorgada por el yelmo de toro—. Me mandaste de regreso el golpe, y a mí casi al Inframundo.

—Pfff, es el famoso Muro de Cristal[2], ¿no? La única técnica que te conocimos los Santos de Oro, se dice que la mejor defensa del Santuario, pero nada es irrompible. —El ex Santo de Piscis liberó cinco rosas negras en cada mano, arrojándolas con todas sus fuerzas—. ¡Será cosa de que mis Pirañas lo devoren!

Por supuesto, Muu esperó con paciencia, y las primeras rosas se evaporaron al contacto con la barrera casi invisible que había creado con sus poderes mentales. Las segundas, en tanto, chocaron y retornaron al dueño sin la mayor parte de sus pétalos, mientras los tallos conservaban espinas tan filosas que penetraron el peto de Piscis, quien consiguió moverse para evitar un daño mayor. Su rostro era representación de su desconcierto, pues realmente nadie en el Santuario, con excepción de su maestro, sabía del alcance y capacidades del Muro de Cristal.

Cuando nadie lo tocaba, lucía como una barrera construida de luz en forma de plasma, o algo similar al líquido, que danzaba lentamente de arriba hacia abajo, calma mientras esperaba un ataque enemigo. La luz era dorada, similar a la que despedían los verdaderos Mantos de Oro, pero menos intensa y más tenue. Si era perturbada por un golpe, la luz se condensaba en un muro sólido pero flexible, y utilizaba dos formas para defender a su creador: podía bloquear, para demostrar su efectividad, o convertirse en un espejo luminoso y devolver el asalto con igual o mayor intensidad. Como dijo Aphrodite, nada en el universo era irrompible, pero dado que era el Santo con mayor poder mental entre los Ochenta y Ocho, no era difícil afirmar que no era tarea fácil el derribar el Muro.

—Si insisten en atacar, el Muro de Cristal reflejará todo lo que arrojen, y serán lastimados. Les recomiendo apartarse, porque no permitiré a nadie cruzar mi hogar.

—Ju, ju, ju, pequeño Muu, ya no los molestes, ellos solo seguían mis órdenes —dijo el encapuchado, todavía con esa horrible y nostálgica voz—. ¿No te das cuenta de que sigues oponiéndote ante mí? ¡Desactiva el Muro!

—¿Q-qué? —¿Cómo se atrevía a hablarle de esa manera? Aquella voz imponía mando absoluto, parecía imposible negarse a ninguna cosa que le dijera, hasta realizó el movimiento instintivo para anular el Muro. Afortunadamente, logró recomponerse a tiempo.

—Me avergüenza, ¿tanto te cuesta captar una orden tan sencilla? Si no lo haces tú, mi pequeño Muu, entonces yo mismo voy a destruirlo, ¿¡o crees que sería una tarea complicada para mí!?

El Muro de Cristal era energía mental transmutada en un Cosmos que imitaba plasma luminoso, solidificado en una materia reflectante cuando era impactada. Sin embargo, al ser derribada, como ocurrió en ese instante, sin que ese hombre realizara ningún tipo de movimiento físico, lucía como el vidrio o el cristal, pequeños pedazos afilados que se evaporaron al contacto con el suelo. Muu no pudo evitarlo, incluso si hubiera sido más rápido. Las ondas mentales que emitía el extraño, perturbaban su concentración y le dificultaban el pensamiento.

—¡Pudo destruir la defensa de Muu! —celebró Aphrodite, asombrado.

—Por supuesto, sus habilidades son superiores a las suyas   

anotó la sombra de Aldebarán, concentrando su Cosmos imperceptible en el brazo derecho. Con el Brazo de Acero le haría mucho daño, si se descuidaba—. Su psicoquinesia es aterradora.

—Aphrodite, Aldebarán, ya pueden avanzar hasta el Templo del Toro. El Muro de Cristal no volverá a detenerlos —dijo su líder, y no mentía. Muu ya no era capaz de utilizar esa técnica.

—¿Avanzar por la Eclíptica? Será pan comido. —Aldebarán dio el primer paso, aún con el brazo incendiando Cosmos violeta, pero Muu no iba a dejarlo pasar, ni siendo él—. ¿Qué estás haciendo?

Muu abrió los brazos lo más que pudo. No podía canalizar bien su Cosmos ni usar técnicas, pero eso no significaba que no pudiera luchar como correspondía a un Santo. Los frenaría, aunque le costara la vida.

—Muu, ¡hazte a un lado! —Aphrodite le amenazó con un baile de rosas negras a su alrededor, pero eso no lo amedrentó.

—No tengo otra opción. Aunque sea una orden… suya. —A esas alturas, ¿para qué iba a seguir negando la realidad? Y, sin embargo, aunque fuera una persona tan importante para él, seguía siendo un enemigo.

—Muu… escúchame bien. Aldebarán y Aphrodite siguen mis órdenes, así que irte en su contra, significa desafiar a mí persona. Eso equivale a la pena de muerte.

—Lo siento, ¡Muu!

El Santo de Aries perdió todo el aire cuando el Brazo de Acero se clavó en su estómago, como si le hubieran destrozado los intestinos, lo que sería literal de no llevar el Manto. El más fuerte de los Santos de Oro volvió a golpearlo, esta vez un manotazo en la cara que le habría arrancado la cabeza del cuello de no haber dado un paso rápido hacia atrás; un nuevo puñetazo le dio en el hombro izquierdo, sacándole astillas al cuerno dorado, y un cuarto para terminar el segundo de tiempo, le sacó un par de dientes. Aldebarán, su mejor amigo de la infancia, ese chico amable y dulce con todo el mundo que le había alegrado tantas veces la vida, que se sacrificó por la gente de Rodrio…

—A-Aldebarán… ¿q-qué crees que diría Verona si…?

—Silencio, ¡y apártate, Muu! —El Brazo de Acero lo arrastró dos metros hacia atrás esta vez, pero el Santo de Aries no cayó. No podía caer.

—A-Alde… —Tuvo que detenerse para escupir sangre, pero lo cierto era que no se le ocurría qué más decir—. M-mi deber es… proteger el Templo del Carnero. Si q-quieren pasar... —¿Cuándo había sido la última vez que lo dejaron así de herido? ¿El Titán, tal vez? Y en esa ocasión, no había sido un antiguo amigo—. T-tendrán que hacerlo… ah… s-sobre mi cadáver.

 

—¡Aldebarán! Vete y llévatelos contigo —ordenó el Espectro. Muu no supo a quiénes se refería, pero sí consiguió ver sombras muy extrañas cerca de sus enemigos, antes de que el ex Santo de Tauro lo estampara contra una columna. Sombras tenues, como si no hubiera realmente nadie allí, como hojas de otoño que son llevadas por el viento—. Corta la cabeza a Atenea.

—Ve tranquilo, yo soy más que suficiente para luchar a solas con él —dijo Aphrodite, y su compañero avanzó tras asentir.

«No… no pueden pasar». Aldebarán ya se dirigía al portón principal de su hogar, escoltado o acompañado por… figuras que no podía divisar completamente, tenía la vista borrosa, y no por los golpes, ya que había sido súbito. También le estaba costando respirar.

—Alde… detente, p-por favor. —Cuando intentó alcanzarlo, se dio cuenta de que tenía los brazos y piernas, atados por poderosas cepas que surgían del suelo, ramas espinosas y cubiertas de flores de todos los colores, que solo podían ser conjuradas por el Espectro de Piscis—. ¡Aphrodite, suéltame!

—¿Por qué sigues? Estás en mucha desventaja, déjanos pasar antes que nos veamos obligados a matarte —le amenazó el sueco, mientras el brasileño revivido ya entraba en el Templo del Carnero. Lo último que vio de él fue su mirada de reojo, cargada de emociones que Muu no pudo captar.

Lo único que sabía era que había fallado su misión. Incluso si Aiolia estaba más arriba junto a los demás, la primera puerta del Zodiaco había sido quebrada.

—Que así sea, Muu. —Aphrodite liberó las Pirañas, que se desplazaron raudas hacia el Santo de Oro. Se clavarían en su rostro, y eso sería el fin, no tenía fuerza para mover los brazos tan rápidamente a una postura defensiva.

Una lluvia de estrellas fugaces azules, como zafiros salvadores, generaron un ruido explosivo e impactaron contra el Espectro de Piscis, que ni siquiera fue capaz de predecirlo, así como Muu no pudo verlos hasta que ya estaban sobre él. La figura vestida con Surplice se estrelló en el piso soltando un agudo quejido, y pronto se alzó de nuevo para esquivar la segunda ráfaga azulada.

—¿Quién diablos anda ahí? —preguntó Piscis, rodeándose por la maleza del Campo de Zarzal.

Muu miró hacia la dirección desde donde las estrellas brillantes habían surgido, y no supo si sentir dicha o molestia. Después de todo, si bien ese muchacho de ojos cafés, camisa roja y zapatillas Nike era una gran asistencia a esas alturas, también era todo un asunto incómodo.

Atenea había prohibido expresamente que Pegasus Seiya entrara al Santuario. 

 


[1] Specter, en inglés.

[2] Crystal Wall, en inglés.


Editado por -Felipe-, 09 octubre 2017 - 11:36 .

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Publicado 09 octubre 2017 - 19:55

-¿Que son yaks ?

 

-Hasta que apareció el dorado perfecto o en este caso seria el espectro perfecto

 

-Shion es como una sargento y Muu parece un recluta---XD

 

-pobre Muu ,su maestro lo trolea , es traicionado por su mejor amigo y luego estuvo a punto

 

de ser eliminado por el caballero mas fail del santuario


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Publicado 21 octubre 2017 - 21:31

@T:

 

 

- Ah... animales.

- Supongo, sí.

- Obviamente. Muu es su discípulo.

- Ni idea de a quién te refieres con santo fail. Si es Afrodita, sea por las razones que sea, no tiene por qué serlo (tanto odio por un personaje..) Al menos aquí es un Santo tan digno y poderoso como todos los demás. SI no es Afrodita, no entiendo a qué te refieres.

 

Gracias por el review! :)

 

 

 

 

 

SHAINA I

 

19:32 hrs. 15 de Junio de 2014.

—¿Pero ¿qué fue lo que sucedió aquí?  —preguntó, iracunda. No le caía bien el tipo, pero eso no significaba que el cadáver de Jamian de Cuervo, ahí junto a ella, le produjera apatía. Era su hermano de Plata, como tantos otros que habían caído, pero de ellos al menos tenían datos de cómo habían ocurrido sus decesos.

—No lo sé, revisé aquí hace solo media hora, y estaba completamente normal, señorita Shaina —informó Ichi de Hidra, que se hallaba de rodillas junto al cadáver del oficial a cargo del cementerio, el Santo de Bronce Golge de Serpiente, que si bien contaba con algunas magulladuras, la causa de muerte parecía haber sido alguna clase de veneno.

—Pero no lo entiendo, ¿quién pudo vencer a un oficial del Santuario y a un Santo de Plata sin que nadie se enterase? —preguntó Nachi de Lobo, sentado sobre una lápida, sin pizca de respeto.

«Aunque tampoco es que al muerto le moleste, en todo caso», pensó Shaina. Después de todo, esa tumba, que alguna vez perteneció al cadáver de Mozes de Ceto, estaba vacía, igual que varias más a lo largo y ancho del cementerio. Pertenecían a sus hermanos, así como a Santos de Bronce, gente que había dado su vida por el deber, y a cuyos cuerpos ya nadie podía rezarles.

—Entonces, ¿eso significa que el señor Jamian se enfrentó casi a solas contra aquellos que profanaron las tumbas? —inquirió Ichi.

—Pero no tiene sentido, ¿cómo no oímos nada? Hay unos soldados muertos por allá también, y no alcanzaron a dar la alerta —dijo June de Camaleón, que pateaba las piedras cercanas, que habían formado las cubiertas de los sepulcros.

—Tampoco Golge dijo nada, y era su deber como oficial el mantenernos al tanto a nosotras, Higía y yo —aportó Yuli de Sextante, la encargada de la biblioteca, que no dejaba de anotar los nombres de los muertos en una libreta vieja, visiblemente triste. Era su hermano de Bronce, a pesar de que fuera un tipo algo apático.

—Todavía peor, ¿por qué alguien profanaría la tumba de un Santo? —inquirió Nachi, con cara de horror y confusión. Se había dado la alerta solo un rato antes, pero no todos sabían de qué se trataba. Shaina sí.

Observó a un lado y otro, se topó con las lápidas de Misty de Lagarto, Capella de Auriga, Olly de Pez Volador, Izar de Boyero… todas iguales. Se quitó el cabello de los ojos con desesperación, todo estaba saliendo mal, y era solo el inicio. Había demasiadas decisiones que tomar, y debía ser rápida.

—Fíjense bien. La fosa no fue forzada desde afuera, sino que fue abierta desde el interior.

Ichi fue el primero en acercarse, se arrodilló, y estudió la grava y las piedras de alrededor del agujero, notando (o al menos Shaina esperaba que lo hiciera, por más que se tratara de Ichi) los relieves en las zonas más oscuras, los surcos en la tierra, los pequeños arañazos, y la falta de arenilla en los costados.

—Ay, verdad, es cierto… —dijo al principio, tres segundos antes de agarrarse el horrible peinado mohicano y enloquecer con la voz más chillona que halló—. Un momento, ¿¡eso quiere decir que los muertos salieron por sí mismos?!

—P-pero eso es absurdo —tartamudeó Nachi—, un c-cadáver no puede ser capaz de salir de su propia tumba.

—Puede, si no es un cadáver.

—O sea, ¿alguien vivo? —indagó June, con un ligero temblor de voz.

—Alguien puede provocarlo. Aquel que gobierna a la muerte.

—¡Señorita Shaina! ¡Chicos! —llamó Jabu de Unicornio desde la zona oeste, donde ya se estaban agrupando varios Santos y soldados rasos. Shaina escupió al piso y fue hacia allá, dejando a los cuatro Bronces paralizados por un momento. No negaría que también estaba atemorizada, pues entendía perfectamente la alerta de Dohko de Libra, el Sumo Sacerdote: ¡Hades estaba detrás de todo!

 

Al llegar, casi se le cae la cara al piso. Jabu, Ían de Regla (que ya estaba silbando algo nuevo, como siempre), Nam de Pez Dorado (por quien Yuli todavía se arrancaba los pelos sin saber si registrarle como hombre o como mujer) y un escuadrón entero de soldados, rodeaban una tumba con un terrible nombre, que todos allí conocían. La misma Shaina tropezó con una piedra que provenía de otra, que rezaba, en grandes letras griegas, «Piscis, APHRODITE, Oro».

—Maldita sea.

—Señorita Shaina, estos son…

—Lo sé. Santos de Oro, ellos también han sido resucitados.

—¿Resucitados? —Ían al fin calló la nueva cancioncita que estaba tarareando. Era alto y de piel como olivo, de ojos negros amigables, y largo y ondulado cabello claro. Su armadura era de un tono añil, con largos alerones rectos en brazos y piernas, y adornado por triángulos en el casco. Se le desfiguró el rostro—. ¿¡Cómo es eso!?

—¿Así que es verdad? ¿Esto es obra de…?

—No temas decir su nombre, Monoceros, nos enfrentaremos a Hades, el rey del Inframundo mismo.

—¿Y está reviviendo a los Santos para que nos ataquen? —preguntó Nam, que no se caracterizaba por su sutileza. Era de baja estatura, tenía cabello castaño, ojos verdes, uno de ellos surcado por una terrible cicatriz desde la Batalla en Rodrio, y un cuerpo muy esbelto y musculoso. Su Manto era celeste claro, contaba con aletas en la parte trasera del yelmo y las botas, con un cuerno púrpura en la tiara y dos en los antebrazos—. ¿Por qué lo harían? ¿Incluso los de Oro?

—El Santuario será atacado desde el interior, ¡que todos estén alertas! ¡A sus puestos! —ordenó. Los soldados rasos se empezaron a mover, mientras los Santos de Bronce esperaban por las órdenes específicas, como dictaba el protocolo. Yuli y los otros tres volvieron con ella. Con Marin y Asterion en otras áreas del Santuario, Shaina era la única líder allí, y la encargada de tomar las decisiones graves.

—¿Tal vez deberíamos… quemar las tumbas? —inquirió Ichi, que se alejaba apresuradamente de la sepultura de Aldebarán de Tauro, totalmente vacía.

—Pero si los muertos se levantaron, no fueron todos ellos —protestó Ían, ya demasiado emocional. Por eso Shaina no se llevaba bien con los Santos con familia, como él o Venator—. Son solo algunos…

—Sí. Los recientes —apuntó Jabu, con razón. Las tumbas abiertas, o al menos las que habían visto en ese cementerio tan gigantesco, pertenecían a los que habían fallecido tanto durante la Guerra Civil contra Géminis como durante la Invasión de Poseidón a la Tierra.

—No tiene caso quemarlos, ya salieron los que tenían que salir. Resta saber dónde diablos están.

—Interesante que lo preguntes, mi querida Shaina.

 

Al voltearse, recibió un puñetazo en la cara que la arrojó duramente hacia el acantilado, aunque consiguió recuperar la verticalidad a tiempo para no caer. ¿Quién diablos había sido? ¡No sintió ningún Cosmos!

—¡Nos atacan! —gritó lo obvio alguien. Jabu, al parecer.

Nachi cayó cerca de ella, con una hombrera calcinada por electricidad. Logró atrapar a Nam antes de que éste (o ésta) se desplomara al vacío. El sector ya era una zona de batalla, rodeada por una cúpula de electricidad morada que Shaina reconocía perfectamente, lo que solo pudo enfurecerla más. Encendió su Cosmos y corrió con todas sus fuerzas de vuelta al combate, intentando olvidar el horrendo dolor en la mejilla derecha y la posible pérdida de una muela.

Allí estaban Jabu y June enfrentándose a dos ex Santos de Bronce, Mahkah de Indio, que pereció por culpa de los Cetos, y Olly de Pez Volador, que murió en Rodrio a manos de un Guía de Poseidón. Ambos usaban armaduras negras y tétricas, como imitaciones de sus viejos Mantos, luciendo destellos pálidos como luz de luna, y no se controlaban para intentar matar, como ya habían descubierto cinco soldados, que yacían cubiertos en sangre.

La Surplice de Indio lucía un casco con cien plumas afiladas, un peto de cuatro piezas que cruzaba el torso en diagonal, y una sola hombrera sobre el brazo derecho, adornado por una daga curva; la de Pez Volador mostraba tres alas transparentes, con un brillo tétrico, dos colgaban de la punta filosa de las hombreras, y la restante del cuello, cayendo por la espalda.

Ían, Ichi y Yuli juzgaban su suerte contra un hombre que no deseaba volver a ver, no de esa manera. Lucía joven, muy diferente a como lo había conocido, portando una versión espectral del Manto de Ofiuco, como si fuera cualquier cosa. Tenía cejas eran tupidas, cabello corto y negro como la noche, labios gruesos, y ojos de un exótico azul grisáceo, esos eran los rasgos que le hicieron reconocerlo casi de inmediato.

“Atenea, te entrego mi vida”, fueron sus últimas palabras antes de que Apias de Náyade lo matara frente a ella, pero ahora eso parecía una vil muestra de hipocresía.

—¡Maestro! —Con un manotazo apartó a Ichi para pasar, pero su puño se estampó contra la palma de Al-Marsik de Ofiuco, joven y vigoroso, sonriéndole con el encanto del que no hacía gala como alcaide de la prisión del cabo Sunión.

—Querida, estos no son buenos modales.

—¿Qué está haciendo? Esas son ropas de Espectro, maestro.

—Así parece, querida, así parece. Tal como a aquellos dos que ves ahí, fue el mismísimo señor Hades, dios del Inframundo, quien nos entregó estas Surplice, y a mí, este cuerpo lleno de juventud. ¡A los veinticinco años estaba en mi cúspide!

—No voy a hacer un drama para preguntar por qué nos traicionó así, maestro, pues me parece claro que se vendieron. —Shaina dejó que la electricidad recorriera su mano derecha, desde la muñeca a la punta de los dedos, y jugó un poco con ella para intimidar a su enemigo—. Así que lo preguntaré de forma directa: ¿qué quieren aquí, Al-Marsik?

—Vaya que no te complicas la vida, Shaina.

 

Jabu utilizó el Galope sobre Olly, que lo esquivó sin problemas, y le plantó un puñetazo durísimo en el estómago. Mahkah, enorme y musculoso, atrapó el Látigo de Camaleón y azotó a June contra el suelo. Nachi y Nam llegaron a ayudar, pero como si no tuviera una rival frente a él, Al-Marsik levantó el dedo izquierdo y disparó un haz de luz para lanzarlos al piso, haciéndoles gritar.

—Había olvidado lo frágiles que son los Bronces…

—¡Yo soy tu oponente! —Shaina dio un paso atrás, y disparó el Trueno, que el otro Santo de Ofiuco detuvo antes de que reluciera por completo. Al-Marsik se acercó a ella, despedía olor humano, sus labios mostraban surcos, sus ojos eran despiertos. Aunque no desprendía Cosmos, ¡estaba vivo!

—Ah, sí, se supone que lo eres. Sin embargo, querida, no podrás hacer nada contra mí. —El ex Santo convocó una barrera eléctrica a su alrededor, similar a la que había conjurado para mantener lejos a los Santos de Bronce, quería quedarse a solas con ella—. Lo mejor sería que te apartaras y nos dejaras hacer nuestro trabajo. Matar a Atenea, desde luego. Y destruir el Santuario.

—¿Y aceptaste eso, así nada más? —Shaina era también una Santo de Plata, pero le estaba costando conectar un simple golpe—. ¿¡Dónde está tu orgullo!?

—¡Se acabó cuando llegué al mundo de los muertos! No sabes cómo es, Shaina querida, una tortura eterna para los que defendieron a Atenea, ¡no se gana nada por una vida de sacrificio! —Los ojos de Al-Marsik centellaban de ira. Esta vez el Trueno fue mucho más potente, y chamuscó el brazal izquierdo de Shaina, quien se lo quitó rápidamente para no quemarse el brazo, aunque no pudo evitar que el impacto la lanzara al piso.

—¡Señorita Shaaaaaina! —gritó Ichi, que ya no peleaba contra Indus o Volans, sino que contra un grupo de criaturas muertas con capas negras y rostros putrefactos que salieron de la nada. Su veneno no parecía funcionar.

 

Todo estaba sucediendo demasiado rápido, no había tiempo para pensar, los enemigos no daban explicación ni nada, ¡y todo por culpa de la falta de percepción cósmica de la que vivían los Santos! El mismo Al-Marsik le había enseñado a utilizar el Cosmos a su favor, a analizar los movimientos de los demás, a convertirlo en energía eléctrica, a alimentar con ella su alma y su corazón, pero ahora todo eso era inútil.

—¡Señorita Shaina! —exclamó Jabu, que esquivó un gran ataque de Mahkah, pero los soldados detrás de él no corrieron la misma suerte, y fueron asesinados. Ya hacía un buen rato que lo veía esquivar golpes, lo mismo a los otros Santos de Bronce.

¡Ojo de Spindle! —El ataque concentrado de Yuli acababa con los monstruos, unos detrás de otros, pero siempre aparecían más, y ya los rodeaban, impulsándolos lentamente hacia el precipicio, igual que Shaina a manos de los empujones eléctricos de Al-Marsik. La libreta yacía quemada en su falda, emitiendo humo gris. Yuli era una idiota demasiado profesional; si no hacía nada, perdería la vida.

—Ja, no escaparás. —Olly de Pez Volador se movió velozmente, conectó un rodillazo en el brazo de Nachi, y luego usó sus Alas Bravas[1] para cortar su peto en dos. El escurridizo Santo de Lobo tampoco parecía luchar al cien por ciento.

—No es que queramos, pero no tenemos más opciones, nos lo ordenó el señor Hades —dijo Mahkah, el del yelmo emplumado como jefe indoamericano, atrapando a Ían del cuello con la mano izquierda, mientras preparaba su técnica con la derecha, concentrando su Cosmos, el Río Gigante[2], un puñetazo que podía arrancar una cabeza de su cuello.

—M-maldición, no puedo morir aquí, m-mis hijos… —escuchó Shaina decir a Ían, poco antes de que el puño del Espectro de Indio empezara a moverse. Eso le sucedía por tener familia, el tipo ya había procreado dos niños y, como la madre los había abandonado, quedarían huérfanos. ¿Para qué se unía a la batalla, o a un ejército, si estaba en esa situación?

El amor y los sentimientos eran cargas, verdaderos obstáculos para los Santos, tanto para los demás como sí mismos. ¿Cómo se podía luchar tranquilo si uno de los compañeros es padre? ¿Cómo concentrarse en sobrevivir si hay que proteger a alguien más forzosamente? ¿Cómo podía pensarse en tener familia si había peligro de morir a cada segundo?

—Así son las cosas, querida —culminó de decir Al-Marsik, que desplegaba su Fragor de Asclepios para que a Shaina le estallara el cerebro, o algo, a la vez que Ían se preparaba para perder la cabeza, después de una patética pelea en la que, como todos, no luchó en serio. La Santo de Ofiuco recordó entonces que ella misma estaba a punto de morir también, y que sería presa de un maestro que la había criado como un padre a una hija, que le había enseñado todo lo que sabía, que la había educado como a una guerrera que no le temiera a nadie, ni siquiera a sí misma.

 

***

—Nunca titubees en el campo de batalla, querida, porque de seguro contigo no lo harán —le decía Al-Marsik, cuando su cabello estaba lleno de canas y sus ojos eran puntos apagados bajo las espesas cejas.

—Sí, maestro —respondía ella, tras los duros entrenamientos. Vencer a todas sus compañeras, levantar tres cientos kilos, acostumbrarse a choques eléctricos, atacar tan rápido como el sonido, destruir piedras enormes con un solo dedo. Aunque se le quebraran todos los huesos, no dejaba de entrenar a diario.

—Serás la mujer más temida de Grecia, Shaina, no lo olvides.

—Sí, maestro. —Y lo había conseguido, a punta de fuerza, si era necesario. La excepción era Marin, pero ninguno de sus hermanos de Plata le amenazó jamás, había desarrollado una personalidad demasiado dura, lo que, aparte de Yuli, no le había dado muchos amigos. ¿Pero qué importaba?

—Si fuera tu enemigo, incluso a mí tendrías que matarme. Pero si soy tu aliado, me protegerás, y yo a ti, así funcionan los lazos en el Santuario. Cuando balanceas las cosas y cambias correctamente de piel, te es difícil dudar: vence a quien se oponga a tu lado, ayuda a los que estén de tu lado.

—Sí, maestro.

Era un Santo de Plata, una de las que había sobrevivido, la comandante de los Santos de Bronce y soldados rasos, alguien que sobrevivió al puño de Aiolia de Leo y se enamoró de Seiya de Pegaso, a quien intentó matar. Era todo eso junto, y mucho más. Lloró a Cassios, mató a una Guías del Mar y venció a otra, y se hizo un nombre. ¡Incluso la reconocían por haber enfrentado a Poseidón!

***

 

Se sintió tan ligera que pareció más veloz que la luz. Esquivó a Al-Marsik y se desplazó hacia donde estaban los Bronces, más allá de la barrera electromagnética, antes de que Indio le cortara la cabeza a Regla, estampando al primero contra una columna de concreto, y salvando a tiempo al segundo.

Luego, sin perder impulso, corrió con las manos electrificadas y arrojó a Olly lejos con una fuerza avasalladora que la sorprendió incluso a ella, a segundos de que partiera a June en dos.

Siguió corriendo, dio algunos giros, destruyó dos docenas de espectros zombis, y retornó frente a su antiguo maestro, desafiándolo con la mirada. Solo tras frenar, el tiempo volvió totalmente a la normalidad, y ambos Platas encendieron sus Cosmos por puro instinto, antes de que el otro atacara.

—S-Shaina… —dijo Yuli. El nivel de su Cosmos había decrecido, como había supuesto, presa de la culpa.

—Señorita Shaina, n-nosotros… —secundó Ían, desde el suelo.

—¡Sé lo que piensan, señores! —bramó Shaina, con el corazón latiéndole a mil por hora, rodeada por un aura violeta que despedía breves rayos azules—. Estuvimos ya en una guerra que nos enfrentó unos contra otros, Santos contra Santos, hermanos contra hermanos, y no quieren hacerlo de nuevo, ¡lo entiendo! Por eso se mueven con tanta torpeza…

—Señora Shaina, conozco a Mahkah desde hace años, no es fácil que…

—¡Lo sé, Nam, para mí tampoco lo es! Pero dime algo, ¿qué eres tú?

—S-soy S-Santo d-de Bronce —respondió Nam con timidez y un leve titubeo nervioso, como cada vez que le preguntaban si era hombre o mujer. De hecho, Ichi se rio a un lado, lo que ayudó a relajar el ambiente—. ¡Con un demonio, eso es lo que importa sobre mí, y nada más, Hidra!

—Exacto, eres un Santo, y ellos no. —Shaina vio a Olly y Mahkah reunirse con los muertos y Al-Marsik, así que se preparó para el próximo asalto contra ellos, en especial—. Deben proteger a los suyos y vencer a los demás, esa es la tarea de un Santo. En una balanza, evalúen qué es más importante, y descubrirán que, en calidad de guerreros sagrados, el Santuario y Atenea están primero.

—Tienes razón —aceptó Yuli, encendiendo su Cosmos otra vez, apuntando su ataque al sonriente, confiado y decepcionantemente cambiado Al-Marsik—. Hay que pelear contra ellos, ya no son los que conocemos.

—No significa que lo disfrutaré —dijo Jabu, ubicándose en la retaguardia. Su Cosmos verde azulado, como era usual, se enfocó en sus piernas.

—Por supuesto. Ahora, prepárense. ¡Adelante!

 

Los ocho Santos se arrojaron como una flecha, con ella a la cabeza, rodeados por un manto electromagnético, como el que su maestro había hecho, que pulverizaba a los encapuchados que se topaban con facilidad, una técnica llamada Piel de Víbora[3] que no había tenido muchas oportunidades de utilizar.

—¡Ían, ahora!

Terra Fiebre —dijo el Santo de Norma. Golpeó el suelo con ambos puños y generó una onda subterránea que provocó un pequeño temblor, hizo saltar las rocas de alrededor para que se clavaran en las criaturas, y aprovechó de arrasar con algunas tumbas, tanto vacías como ocupadas. Ya no importaba.

Los tres Espectros trastabillaron, y la flecha que dirigía Shaina los alcanzó. El ex Santo de Pez Volador utilizó las Alas Bravas, que fueron neutralizadas por la Cuchilla X[4] de Nam, dos ráfagas de energía en forma de sables. Olly quedó atrás, Jabu le plantó cara, y con el Trote Fugaz[5], una lluvia de proyecciones a larga distancia de sus patadas (que a diferencia del Galope normal, era más lento, pero más potente), destruyó su armadura y finalmente le quitó la vida nuevamente. Shaina, corriendo y mirando la escena de reojo, se preguntó qué pasaría por la cabeza del Santo de Bronce, muriendo por segunda vez, enfrentándose a algo desconocido para los vivos, pero que no lucía como bello, dadas las palabras de su maestro.

Éste disparó sus Truenos y se protegió con la Piel de Víbora, todavía desatando el poder del Fragor de Asclepios, todo al mismo tiempo. Yuli, Ían, Ichi y Nam fueron repelidos, mientras June y Nachi eran apartados por la fuerza bestial de Mahkah. Al final, Shaina quedó frente a frente con Al-Marsik, peligrosamente cerca del risco.

—¡Podrían haberse apartado simplemente! —El Espectro de Indus atrapó a Nachi del cuello, y June aprovechó la oportunidad para atarle una pierna con el Látigo Mimético, y por la compensación de peso le fue más fácil hacerlo tropezar con una durísima patada en los tobillos, aunque recibió un puñetazo en el vientre, cuando el otro le cayó encima.

—Nachi, deja de perder el tiempo —rogó la Camaleón.

—Lo siento, viejo. —El Santo de Lobo se impulsó hacia arriba con ayuda del brazo del enemigo, del que se separó, y en el aire utilizó el Aullido de los Muertos con todo su Cosmos y lágrimas; nadie quería matar a un antiguo compañero.

—No lo intentes, querida —le advirtió, en tanto, su joven maestro.

—Prepárate, traidor. —Se sintió extraña diciendo eso, mientras esquivaba la primera lluvia de Truenos arrojados por Al-Marsik, pues ella misma había traicionado a Atenea, en cierta manera.

Ingresando en la barrera magnética del Fragor de Asclepios, Shaina se preguntó quién decidía lo que era ser traidor o no. Los dos Santos de Bronce caídos y Al-Marsik no habían matado a nadie en ese rato, pero en la guerra, era matar o morir, y habían sido amenazados.

Shaina alcanzó una velocidad que nunca había logrado para evitar un choque eléctrico que apuntó a su cabeza, su maestro realmente intentó matarla en ese mísero segundo. El Fragor le hizo trastabillar y casi caer al vacío, pero se recompuso y atacó con un Trueno el lado derecho de su contrincante, que la esquivó para que no fuera fatal. La Santo de Ofiuco dio un paso atrás hacia el precipicio, ubicando solo un centímetro de su bota en tierra, para que Al-Marsik se impulsara adelante. Esquivó quince veces al Espectro antes de contraatacar con un resplandor que le reventó la serpiente enroscada a su diestra, canalizando la electricidad hacia el resto del cuerpo.

—¡Al-Marsik! —Rozó el brazo derecho del antiguo Ofiuco con el suyo, cada vez generando más electricidad que los dañaba a ambos, pero solo uno estaba siendo arrastrado al vacío. Shaina dudó en pensamiento, pero no en acción.

—Ja, ja, ja, maldición… —dijo el Espectro, y cuando cayó por el precipicio, su discípula le vio sonreír. ¿Qué había en esa sonrisa? Fue tan súbita…

En todo caso, no pudo preguntarse demasiado qué sucedía, pues ella misma tropezó, y se habría despeñado también de no ser por Jabu, que la salvó justo a tiempo.

Era momento para tomar nuevas decisiones.

 

19:48 hrs.

Los Santos de Bronce y los soldados sobrevivientes enfrentaban a las criaturas a lo largo y ancho del cementerio, pero Shaina supuso que los Espectros avanzarían por el centro. Reagrupó a sus fuerzas y las desplegó en distintos equipos, a la vez que los siempre leales cuervos de Jamian les informaban con fuertes aletazos desde donde venían los nuevos Espectros de asalto, un ejército de monstruos deformes que no parecían tener fin. Dejó a Yuli a cargo del cementerio (que ordenó quemar), y se apresuró al territorio del Carnero, donde nadie debía entrar.

Era extraño seguir luchando tras asesinar a su propio maestro, y todo ocurría demasiado rápido para plantearse dudas. Shaina sentía el Cosmos de Muu de Aries en batalla, y también parecía que Seiya se hallaba cerca. Ella no habría de dudar frente a ellos, ni frente a sí misma.

Después de todo, oficialmente la Guerra Santa contra Hades había dado inicio.


[1] Brave Wings, en inglés.

[2] Giant River, en inglés.

[3] Snakeskin, en inglés.

[4] X Cutter, en inglés.

[5] Shooting Trot, en inglés. Refiere a la estrella, y no al tiempo.


Editado por -Felipe-, 21 octubre 2017 - 21:32 .

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Publicado 27 octubre 2017 - 15:30

hola!! esto esta empezando a tomar forma,pero falta much...al menos eso espero

estas empezando a abrir diferentes frentes,tambien espero mucho ver interaciones

que no hayamos visto,aqui...te pregunto...seiya y los 5 legendarios pueden usar su septimo sentido

a placer no? al menos es la sensacion que tengo,

 

joer,como ha salido Aldebaran...en esta situacion..... sencillamente me encanta la idea

Aldebaran cambiando de bando,seran muy interesante las distintas interaciones con los demas dorados y seiya que es el que mas conoce

tambien que pasara con el momento athena exclamation...joer...ese momento fue epico tanto en el manga

y mucho mas en el anime

 

me gusta tu shaina,de tus personajes femeninos que has mostrado es la que mas me gusta,y esa forma de despertar su septimo

sentido te ha salido muy bien...

 

faltan el dragon y el cisne...ande andaran...por athena  que todos destaquen...aunque en  eso no dudo de ti

 

muy interesante esta tanda de capitulos,aunque eso si que eh echado de menos mas interacion de los legendarios

con athena,los demas dorados,y los bronces y platas a su vuelta de la batalla con Poseidon

no es ni por asomo es una critica ,es Cuando lees una novela y piensas que pasa Cuando no hay camaras delante XD

 

 

bueno....un saludo hasta el proximo capitulo,un saludo



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Publicado 28 octubre 2017 - 21:09

1-----No entendi el asunto de Nam de Pez Dorado:

 

a-----es un varon con facciones delicadas algo similar a shun pero en este caso un poco mas evidente

 

b---es una chica con facciones de hombre--musculatura demasiado desarrollada

 

c---es alguien con facciones androginas es decir neutral algo asi como una estatua o

maniqui en las cuales a las justas se puede apreciar que se parece a un ser humano pero resultando un tanto extraño a la vista

 

d--es un varon que tiene amaneramientos y comportamientos femeninos como maquillarse

y andar como andan las chicas

 

e--es una chica que actua en forma  extremadamente  ruda intentando parecer todo un macho

 

 

 

2--La forma de actuar de shaina es muy extraña --si queria motivar a su equipo

hubiese puesto otro ejemplo  ya sea hablando de algun dorado o alguno de los protas

en lugar de mencionar a alguien cuya presencia en el santuario resulta extraña--aunque 

es posible que el rechazo de seiya ya le este afectando


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Publicado 31 octubre 2017 - 13:53

También ese personaje me produjo una curiosidad....en el santuario hay duchas...?XD

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Publicado 06 noviembre 2017 - 10:06

ESPERANDO EL PRÓXIMO CAPÍTULO  :doh:



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Publicado 06 noviembre 2017 - 21:01

hola!! esto esta empezando a tomar forma,pero falta much...al menos eso espero

estas empezando a abrir diferentes frentes,tambien espero mucho ver interaciones

que no hayamos visto,aqui...te pregunto...seiya y los 5 legendarios pueden usar su septimo sentido

a placer no? al menos es la sensacion que tengo,

 

joer,como ha salido Aldebaran...en esta situacion..... sencillamente me encanta la idea

Aldebaran cambiando de bando,seran muy interesante las distintas interaciones con los demas dorados y seiya que es el que mas conoce

tambien que pasara con el momento athena exclamation...joer...ese momento fue epico tanto en el manga

y mucho mas en el anime

 

me gusta tu shaina,de tus personajes femeninos que has mostrado es la que mas me gusta,y esa forma de despertar su septimo

sentido te ha salido muy bien...

 

faltan el dragon y el cisne...ande andaran...por athena  que todos destaquen...aunque en  eso no dudo de ti

 

muy interesante esta tanda de capitulos,aunque eso si que eh echado de menos mas interacion de los legendarios

con athena,los demas dorados,y los bronces y platas a su vuelta de la batalla con Poseidon

no es ni por asomo es una critica ,es Cuando lees una novela y piensas que pasa Cuando no hay camaras delante XD

 

 

bueno....un saludo hasta el proximo capitulo,un saludo

Hola, Presstor, un gusto.

1. No pueden despertarlo totalmente a voluntad.... peeeero tienen un muy buen dominio de él. Solo les falta experiencia, pero digamos que, si de verdad lo necesitan, pueden acceder al Séptimo Sentido sin necesidad de morirse para ello, así que lo interpretaste bien, en general.

 

2. Aldebarán de malo... honestamente me dolió hacerlo. Alde es Alde, no es un dorado cualquiera, uno se encariña con el torito. De hecho, me dio cosa que se encontrara con Seiya, así que en su lugar, se topará con otra persona más adelante.

 

3. Me alegro que te guste esta Shaina. En general ha tenido buena recepción, me agrada eso, porque como he dicho varias veces, mi intención es que sea más que un personaje secundario. Despertar el Séptimo Sentido es un nuevo paso para ese objetivo.

 

4. Shiryu y Hyoga destacarán sin duda, puedo asegurarte que mucho más que en la obra original. Aún falta un poco, eso sí.

 

5. De hecho tenía planeados varios capítulos con esas interacciones que mencionas pero me quedaron demasiados y tuve que eliminar algunos (aunque dejé, por ejemplo, el de Seiya y el arco de Ikki y Shun, pero había más... todavía me quedó uno de Hyoga que irá más adelante; lamentablemente solo Shiryu salió perdiendo). Me disculpo de antemano.

 

6. Sobre tu duda posterior, sí, hay baños en el Santuario, de hecho salen en el mapa que hice para el volumen 2, pero cada quien puede usar el suyo si quiere. Nam prefiere ducha casera, y así nadie le cuestiona nada :D

 

Gracias por pasar, amigo :)

 

 

 

 

1-----No entendi el asunto de Nam de Pez Dorado:


2--La forma de actuar de shaina es muy extraña --si queria motivar a su equipo

hubiese puesto otro ejemplo  ya sea hablando de algun dorado o alguno de los protas

en lugar de mencionar a alguien cuya presencia en el santuario resulta extraña--aunque 

es posible que el rechazo de seiya ya le este afectando

1. Responderé como lo haría Nam: Es Santo de Pez Dorado. Es lo único importante que debe considerarse sobre el personaje ^_^

 

2. ¿Nombrar a quién? Motivó a su equipo liderándolos en el combate, no por menciones. Si te refieres a hablar sobre Nam, es Santo de Bronce tal como los demás, se respetan mutuamente, y no les resulta extraño para nada (más allá de que no sepan si es hombre o mujer, un detalle muy menor, como la estupidez de Jamian, la idiotez de Seiya, el misticismo de Marin o la forma de hablar de Sirius o Algol).

 

Gracias por el review :D

 

 

SEIYA II

 

19:50 hrs. 15 de Junio de 2014.

—¿¡Quién está ahí!? —gritó Aphrodite de Piscis, a quien había visto por última vez en el Templo de los Peces, enfrentándose con Shun. Se veía bastante vivo, por alguna razón, y Muu parecía tener las respuestas a la extraña situación, y tal vez sobre esa presencia allí también, aquel tipo con capucha negra que lo observaba todo en un completo silencio.

—¡Muu! ¿Qué está pasando aquí? —Seiya saltó con la Caja de Pandora en la espalda y aterrizó frente a su superior sin preocuparse mucho de las apariencias. ¿Para qué hacerlo? Era Muu—. ¿Por qué m.ierda dejaste que te atraparan así?

—S-Seiya, no deberías…

—No, espera, espera, eso no importa, ¿quién es ese? Se ve igual a Aphrodite, pero no puede ser él.

—Pfff, soy único e irrepetible, Pegaso, igual que tú: nadie tiene un cerebro tan pequeño —se burló el ex Santo de Piscis.

—¡No te metas conmigo, fantasma! —Seiya se preparó para atacar de nuevo, hasta que Muu lo detuvo con una mano cálida en el hombro—. ¡Oye, suéltame!

—Seiya, es un Espectro, no un ánima. Fue revivido por Hades, y planea tomar la vida de Atenea.

—¿Hades? Ahora veo que toda esa cháchara del dios del inframundo es cierta, aunque no pensé que pudiera revivir gente… ¡ni menos que tú te vendieras, maldito pescado nórdico! —gritó Seiya, apuntado su dedo a Aphrodite, que solo gesticuló una sonrisa vaga, esperando cortésmente a que terminaran de hablar.

—¿Ya sabías lo de Hades?

—Uno de sus Espectros me atacó en Japón —explicó, sin bajar el amenazador brazo—. Me pidió que me sacrificara porque era necesario, o algo así.

—Ah, ¿sí? —La cara de Muu tenía algo extraño, si bien conservaba su rostro carente de emociones, se había puesto pálida. Aún más pálida.

—Oye, Muu, dime qué está…

—Seiya, comparado con esta Guerra Santa, la Rebelión de Saga, la Guerra Civil y la Invasión de Poseidón solo fueron accidentes aislados. Cada dos cientos años, el principal enemigo de Atenea, el Rey del Inframundo, ataca la Tierra con su ejército de ciento ocho Espectros, lo que ha causado las peores calamidades de nuestra historia humana. Por eso existimos los Santos. —Muu cerró los ojos con contemplación, y su Cosmos recorrió suavemente su cuerpo, desde el pelo a las botas—. Hades, hermano de Poseidón y tío de Atenea, siempre ha odiado la creación divina y al sufrimiento del que son presa los seres humanos, buscando eliminarlos a todos para entregarles la paz del Más Allá, y lo sigue intentando, incluso cuando pierde las Guerras Santas.

—Y Atenea siempre le arruina los planes, ¿no?

—Si no lo hace ella, es trabajo de alguno de sus Santos. —En ese momento, la mirada de Muu se clavó sospechosamente en él. Le puso nervioso—. En cualquier caso, Seiya, ¿qué haces aquí?

—Bueno, primero, te salvo; y segundo, vengo a luchar por Saori, desde luego, no debería haber dudas. —Seiya oyó entonces una risita de Aphrodite, y se volteó con el desafío en la mirada—. ¿Y a ti qué te pasa?

—Seiya, lo lamento mucho, pero debes irte. —Las palabras de Muu parecieron un piedrazo en el pecho, casi se rompe el cuello volteándose otra vez.

—Disculpa, ¿qué dijiste, Muu?

—Que debes irte. Atenea ordenó que tú, Dragón, Cisne, Fénix y Andrómeda se mantengan alejados del Santuario. En especial tú. Vete de aquí.

—¿¡Pero por qué!? —Seiya se arrojó sobre el Santo de Aries, desamparado. Le tomó de los cuernos con las manos—. Muu, debe ser un error, ¿no? ¿Cómo me voy a ir dejándolos aquí luchar solos? Déjame hablar con Saori.

—Parece que luchar contra Saga y el inepto de Poseidón te subió los humos al cráneo, Pegaso —dijo Aphrodite, acercándose con seguridad—. No eres importante, solo un peón cualquiera de Bronce, no sirves.

—Seiya, debes dejar el Santuario, o tendré que usar la fuerza en ello. No puedes estar aquí —ordenó Muu, casi con temor. ¿Qué tenían todos? El Espectro le dijo que debía morir, ahora Muu casi le estaba rogando que se fuera. ¿Por qué el alboroto?

—No me trates como un simple chiquillo, Muu. ¡Dime qué pasa! —El Santo no le respondió, se mantenía impasible—. Muu, contesta, ¿por qué Saori no me quiere aquí? He luchado como desgraciado todo este tiempo para ayudarla, ¿no? ¡Muu!

—Por los dioses, qué rabieta más patética, vete ya, eres un estorbo.

—¡Cállate ya, maldito pescado! —Seiya se giró y lanzó un golpe con todas sus fuerzas, pero el ex Santo de Oro lo detuvo con un solo dedo. Tuvo que apartarse muy velozmente antes de que le quebrara la muñeca, y aun así sintió el dolor. No percibía su Cosmos, pero claramente conservaba su poder, el de un Santo de Oro con dominio completo del Séptimo Sentido.

—Ten cuidado con lo que dices, Pegaso, no te gustará saber lo que ocurrirá… Ay, no pongas esa cara, Muu, no le diré quién vino conmigo y cruzó ya tu guardia, no soy tan entrometido —dijo Aphrodite, sonriendo con complicidad. Seiya no entendía nada, solo sabía que luchar de frente sería inútil.

¡Pero tampoco tenía más opciones!

—¡Brilla, Pegasus! —llamó, y la armadura contestó. La Caja se abrió para que saliera, luminoso, su fiel corcel, que se separó en partes y cubrió su cuerpo de pies a cabeza, a pesar de los graves daños que había recibido. Pegasus lucía como si fuera a quebrarse de un momento a otro, pero Seiya no se preocupaba por ello—. Ahora sí, Aphrodite, ¡acabemos con esto!

—Pfffff, ¿es en serio? —Aphrodite sacó un par de rosas rojas como rubíes, y apuntó con ellas a su contrincante—. ¿Vas a atacarme, a un Espectro como yo, usando ese Manto destartalado? Debiste pedirle a Muu que lo reparara, porque te sirve más como chatarra en esas condiciones.

—Ya veremos quién será chatarra, jurel enlatado. —Trazó con sus manos las trece estrellas de su constelación guardiana. Como siempre, lo hacía solo porque sentía que canalizaba más poder, aunque no fuera así.

Disparó seis cientos Meteoros durante el primer segundo, y mil tres cientos dos en el segundo. No estaba en forma, pero estaría contento si solo conectaba un mísero golpe; sin embargo, Aphrodite bloqueaba cada uno de ellos con los dedos de una sola mano, como si fueran pétalos de sus rosas.

—Querido Seiya, por favor, ten algo de respeto por ti mismo y desiste, te ves patético en cámara lenta.

—No puede ser, ¡ninguno de mis golpes lo alcanza!

Incrementó la velocidad, ya se le estaba entumeciendo el brazo. Piscis era aún un Santo de Oro en poder, por lo que como dijo Muu, el mismo sujeto que lo echaba del Santuario hace unos segundos, se necesitaría el Séptimo Sentido para equiparar y luego superar a uno de los Doce.

La sensación que producía ese dominio del Cosmos era similar a despertarse en un campo después de dormir por horas, sin ninguna preocupación; o quitarse una venda de los ojos; o como darse una ducha caliente tras un frío día de entrenamiento. Y en ese instante, Seiya no lo sentía.

—Ríndete, Pegaso. —Aphrodite hizo un movimiento con la mano que Seiya no logró percibir, y luego ya había un enjambre de rosas negras a su alrededor—. No me obligues a darte una muerte demasiado dolorosa.

—¿Esas son…? —Seiya se enfrentó a una duda rápida. ¿Disparar más rápido o alejarse? ¿Qué hacía Muu? ¿Quién era el otro tipo? ¿Por qué Saori no lo quería allí?

—Utilicé mis Rosas Reales en el campo de flores, ¿verdad? Ya que sobreviviste, significa que puedo usar las Rosas Pirañas ahora.

Seiya esquivó las primeras diez, mucho más lentas de lo que podía esperarse, aunque debió desistir de continuar disparando su Meteoro. Cuando el talón de su bota tocó el piso, se sintió exageradamente pesado, más débil de lo que debía con tan poco ejercicio. Esquivó otras treinta, y se mareó, lo que permitió a una flor rozar su mejilla. ¿La armadura le estaba fallando?

No, tenía que ser otra cosa.

Su rodilla tocó el suelo. ¿Rosas rojas?

—¡Seiya, basta! —ordenó Muu, desde alguna parte, muy cercana. Al parecer, estaba bloqueando algunas Pirañas, pues solo algunas lo alcanzaban y desgarraban su ropa y piel, el Espectro de Piscis tenía una precisión famosa.

—M-maldición, ¿qué me está pasando? —Se le nubló la vista, pero alcanzó a advertir un extraño vapor violeta flotando sobre el piso, saliendo de los espacios entre las piedras. Olía horrible. «No puedo quedarme aquí».

Si el problema estaba abajo, entonces volaría para evitarlo. Se elevó con todas sus fuerzas y concentró su poder en el puño derecho que conocía de memoria, con sus pensamientos enfocados en cada centímetro de su cuerpo, mirando las estrellas que los observaban, marcando el flujo del destino.

—Pegaso, ¡no tendrás otra oportunidad! —Desde abajo, Aphrodite arrojó una lluvia de agujas negras, invocando cepas del Campo de Zarzal para protegerse de los próximos Meteoros—. Te darás cuenta de lo poco importante que eres.

—Seiya, no me obl... —consiguió oír de Muu, que se había detenido de súbito.

—¡Brilla, mi Cosmos! —exclamó Seiya, y su golpe se transformó en un Cometa azul que descendió a toda velocidad. Hacía tiempo que no conseguía tanta rapidez, sus sentidos estaban más alertas que nunca desde que percibió ese molesto gas oloroso de antes.

La estrella fugaz, arremolinándose sobre sí misma, eliminó las rosas negras de Aphrodite e impactó contra éste, que la desvió con algunos problemas, sin ser capaz de evitar que lo arrojara al suelo. Hilos de sangre salían de sus manos.

—Maldito Pegaso, eres toda una molestia. —Aphrodite se puso de pie, y casi un segundo después ya tenía otra rosa en la mano. Una del color de la nieve.

—Se acercó al Séptimo Sentido —dijo el encapuchado, con un marcado dejo de asombro, en voz alta.

Cuando aterrizó, Seiya sintió que le fallaban las fuerzas nuevamente. ¡Algo raro había allí, no podía estar tan cansado tras 5 minutos de pelea! Encendió su Cosmos y puso su mejor cara de chico malo, levantando la guardia frente a alguien que fue un Santo de Oro, un tipo demasiado superior a él.

—¿Bailamos una vez más, Aphrodite? Maldito traidor, te golpearé tanto y tan fuerte que saltarás como una trucha.

—Seiya, ahora puedo usar la última rosa contigo, ¿eso es lo que buscas? ¡Pues eso tendrás! —Levantó la Rosa Sangrienta, la más peligrosa técnica de Piscis, un arma que se clavaba en el corazón del enemigo y succionaba toda su sangre en segundos. Shun había sobrevivido de puro milagro, mientras que Aiolos de Sagitario, otra de sus víctimas, había sucumbido a las heridas rápidamente, lo que facilitó su asesinato.

—¡A ver si te atreves, pescado! —gritó Seiya, cual tarado. Porque su orgullo solo significaba eso: estupidez.

 

Cuando Aphrodite bajó el brazo, Seiya vio en cámara lenta como sus dedos, índice y medio, comenzaban a despegarse uno de otro, y el tallo de la rosa se soltaba lentamente de las yemas blancas. Luego sintió un dolor terrible en el cuello, pero aún veía la rosa blanca en la mano de su contrincante, que se detuvo de súbito. «M.ierda. ¿Qué está pasando?». Dolía mucho, no en el pecho, pero sí en el corazón.

Cayó de rodillas, estampó las palmas contra el suelo, y recordó fugazmente a la divinidad por la que estaba peleando. Saori Kido. Atenea, diosa de la guerra. Cómo la odiaba al principio, y aun así combatió por ella contra los Santos de Oro y los siete Generales. ¡Se enfrentó a Poseidón! Atenea le importaba un rábano, era el rostro de Saori el que vio sonriéndole, sus manos tocando su rostro, cuando la sacó del Sustento Principal, y él decidió dar la vida por ella.

Silencio.

—Muu… —musitó débilmente. Saori se lo ordenó.

—Seiya —respondió la voz suave, profunda e irregularmente emocional del Santo de Aries—, te advertí que, si no abandonabas el Santuario, te sacaría de aquí a la fuerza, ¿no?

Silencio.

—¿Por qué? —Sus brazos sucumbieron, volvió a sentir el horrendo hedor, y Seiya cayó de fauces sobre el piso cubierto de pétalos rojos y negros, y pequeñas gotas que no eran de sudor—. ¿Por qué? Muu… por favor…

Le ardían los ojos, no paraba de llorar. ¿Qué diablos sucedía? Saori ordenó que no se acercara al Santuario, ¿por qué haría algo así? ¿De verdad no lo necesitaba? ¿Era tan solo un peón de Bronce?

Silencio.

—Seiya —fue todo lo que dijo Muu antes de caer en un horrible, peor silencio. ¿Por qué lo querían lejos? ¿Por qué Saori había decidido eso sin preguntarle?

—No entiendo por qué… ¡Muu, explícame! —gritó Seiya, desde el suelo. A ese nivel, vio las botas de Aphrodite detenerse junto a él—. Muu…

—Pegaso, él tiene órdenes, es un Santo de Oro. No puede permitir Santos de Bronce en este territorio, y Atenea le comandó a expulsarte a la fuerza —explicó con voz casi compasiva—. Si no entiendes eso, entonces estás en la postura correcta.

—C-cállate…

—No solo eso, tiene una orden igual de importante. Matará a Atenea con sus propias manos, pero al menos no le verás hacerlo.

—… ¿Qué dijiste? —Seiya intentó levantarse, pero los brazos le flaquearon. Luchar contra un Santo de Oro lo había puesto al límite, tal vez—. ¿Cómo voy a creer una m.ierda así?

—No se trata de que lo creas, pero Muu deberá hacerlo, le guste o no, pues él se lo ordenó. —Seiya vio a Aphrodite apuntar con su brazo a un lado, donde estaba el misterioso encapuchado que apenas había hablado o se había movido

—¿Y e-ese q-quién carajos es? —preguntó de todas maneras.

—Es un Espectro como yo, pero mientras esté en este Santuario, nadie puede desobedecerlo. —Un pétalo blanco cayó sobre la nariz de Seiya. Aphrodite terminaría la pelea con su rosa, al final—. Nadie puede oponérsele, ni tú, ni yo, ni Muu, ni nadie.

—¿Q-quién…?

—Como premio a tu valentía y tu orgullo, te diré su nombre antes de acabar contigo, Pegaso. Es… ¡ah!

Seiya elevó la mirada, doblándose el dolorido cuello. Aún tenía la vista borrosa, pero consiguió captar a Muu agarrando a Aphrodite de la muñeca que sostenía la Rosa Sangrienta. El Espectro lo miró sorprendido.

—¿Qué estás haciendo?

—Aphrodite, apártate. Yo me encargaré de Seiya.

El Santo de Pegaso escuchó un grito de dolor, y el sueco de cabello rubio salió volando hacia un costado, apartado por la fuerza mental (o quizás la física) de Muu. Éste se arrodilló y le tomó del mentón, para mirarlo a los ojos. Los suyos eran verdes como esmeraldas, llenos de etérea sabiduría, determinación, calma y complicidad. ¿Por qué?

—Seiya. ¿Conoces el castigo por desobedecer a tu superior, y aún peor, a tu diosa? —le preguntó con un casi imperceptible temblor de voz. Ese era Muu de Aries, un compañero, ¡un aliado!

—M-Muu… detente, por favor. —Lloró nuevamente. Necesitaba ver a Saori.

—Descansa, Seiya. Descansa ya.

 

De los ojos de Muu surgió un resplandor benigno, espectacular como el pleno amanecer, brillante como su Manto de Oro. Se sintió golpeado por haces de luz tan fugaces como un suspiro, tenues como el sol a través de las hojas, de sonido vibrante como las notas en el piano de Saori. Saori. ¡Saori! No había podido verla, preguntarle qué la llevó a decidir que Muu podía matarla.

Saori Kido. Atenea. La mujer que había odiado. La diosa que juró proteger. La chica que le generaba tantos sentimientos contrarios.

—¡Saoriiiiiii! —gritó hasta desgarrarse la garganta, mientras el piso se esfumaba bajo sus pies, en medio del chispazo luminoso. Ya no estaba en ninguna parte, era rodeado por golpes dorados que le impedían pensar en cualquier cosa que no fuera ella, la diosa de la guerra.

Atenea. Saori Kido. Saori.


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#575 -Felipe-

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Publicado 19 noviembre 2017 - 21:12

MUU II

 

20:01 hrs. 15 de Junio de 2014.

Solo esperaba que Seiya descansara. Era la voluntad de Atenea, su más grande deseo, pero el Santo de Bronce de Pegaso era terco como una mula, así que se vio en la necesidad de mandarlo a volar.

—M-Muu… —dijo Aphrodite, lastimado. Tal vez no esperaba que atacara así al Santo de Pegaso, o que lo hiriera con su poder psíquico. A la altura de sus pies se hallaba un extraño gas púrpura, casi imperceptible, mientras que en su mano sujetaba una rosa blanca, lista para clavarse en el corazón del enemigo.

—Vaya, vaya, pequeño Muu, veo que tus habilidades son aún impecables. Con tus poderes te deshiciste de él. —El encapuchado soltó una breve y cómplice risa, por lo bajo—. Pero no vas a decir que puedes engañarme, ¿verdad?

—¿Qué? ¿A qué se refiere? —preguntó Piscis. Muu no se atrevió a decir nada, o se le notaría el nerviosismo en los gestos. Prefirió conservar el aire apático, tal vez de verdad no se había dado cuenta.

—Nada escapa a mis ojos. Dime, Muu, ¿a dónde enviaste a Pegaso?

«Maldita sea».

—¿Cómo que a dónde? —No podía permitir que le temblara ni un poco la voz—. Al otro mundo, por supuesto. Fue su castigo por rebelarse.

—¿Fue, dices? ¿No querrás decir es? —El hombre se rio nuevamente, y el ex Santo de Piscis, dada su expresión, también pareció comenzar a entender el asunto.

—Ja, ja, ja, tanto juego de luces, ¿para una teletransportación? Ja, ja, casi resulta bien tu plan, Muu, ja, ja, ja.

—Bueno, no importa, era un Santo de Bronce poco preparado, en realidad. Que viva o muera no hace ninguna diferencia. ¡Aphrodite!

—¡Sí!

—Tráeme la cabeza de Atenea. Tranquilo, Muu ya no se interpondrá, no puede desobedecerme más.

Aphrodite corrió sin soltar la rosa. Tras una fracción de segundo se detuvo de nuevo, ante la mano iluminada del Santo de Aries, que lo frenó con su Cosmos. Ya se había hartado de eso de «matar a Atenea».

—¿Otra vez, Muu? Te dije que si te rebelas contra él, lo haces contra mí. ¡Ya deja de entrometerte!

—Lo siento, pero yo también creo haber dicho que mi trabajo es proteger el Templo del Carnero, ¿no? —Desafió con la mirada al encapuchado, la persona que más había venerado en su vida. Nadie lo amedrantaría de nuevo, ni siquiera él—. Si rebelarme contra usted es el precio para cumplir mi deber, entonces aceptaré el castigo y tomará mi vida. —Encendió su Cosmos más que nunca, liberó todo su poder, sin importarle ese molesto gas que andaba por todos lados—. ¡Pero eso ocurrirá después de enviar a Aphrodite y los Espectros de regreso al Infierno!

Aphrodite retrocedió. Su líder abrió la boca, estupefacto.

—Pequeño Muu… tú que siempre te mostrabas tranquilo y compasivo, ¿¡vas a mostrar los colmillos por primera vez!?

—¡Muu! No te olvides que también fui un Santo de Oro. —Piscis conservó en la mano derecha su rosa blanca, pero en la izquierda materializó todo un ramo de las rojas, negras y azules, dispuesto a usar todo su poder también—. Una pelea entre tú y yo generará una Guerra de Mil Días, y ambos moriremos.

—De ser verdad, cumpliré mi objetivo, Piscis. —Por fin le dedicó su mirada, llena de una ira que se había cansado de reprimir tras dañar así los sentimientos de Seiya, al antiguo Pez Dorado, que había vuelto de entre los muertos con órdenes de asesinar a su diosa.

 

Muu conjuró un Muro de Cristal por el borde, para frenar momentáneamente al encapuchado durante lo que durara la breve batalla. Luego, con la otra mano liberó ondas de luz que se materializaron en un aro luminoso, en el centro del patio.

Aphrodite arrojó todas sus Rosas Reales, Pirañas y Dagas, que Muu intentó evitar con su teletransportación, aunque muchas fueron imposibles, y se clavaron o dañaron su Manto y cuerpo. Para peor, estaba ese molesto gas que lo debilitaba, así que tenía que terminar con todo pronto.

Durante el proceso de esquivar, Muu mantuvo la mano izquierda abierta, y la derecha la ocupó para chocar poderes con Aphrodite, que no dejó de lanzar rosas, esperando el momento propicio para culminar con la Rosa Sangrienta. Apenas habían transcurrido dos segundos cuando el Santo de Aries, cubierto de sangre, se enfrentó a la flor de pétalos blancos.

«Es muy triste que para recuperar la vida te vendieras a Hades, Aphrodite… pero pretender quitarle la vida a Atenea, ¡eso es un ultraje! Perdiste toda belleza, tus sucias manos no le tocarán ni un pelo a mi diosa, y tus pies inmundos no tocarán más el piso de este Templo sagrado… ¡¡volverás al reino de los muertos!!».

—¡Perfora su corazón, Rosa Sangrienta!

—No olvides que conozco todas tus técnicas… —Muu esperó a que el tallo de la rosa tocara la superficie de su peto, para teletransportarse justo frente a su florido oponente, bajo el resplandor de los aros luminosos que había creado—, sin embargo, tú no conoces las mías.

—¡Huye, Aphrodite! —gritó la Eminencia, destruyendo la barrera que tenía en frente. Ya era tarde.

El ex Santo de Piscis se detuvo a contemplar el brillo que cayó sobre él como una columna dorada. Muu cerró la mano izquierda, y el pilar comenzó a cerrarse, casi como si evaporara lo que había en su interior.

—¿Q-qué es esto?

Extinción de Luz Estelar[1].

Tomaba mucho tiempo, así que tenía suerte de que tan pocos en el Santuario conocieran aquella técnica, su máximo arte, una columna de aros de luz brillantes que, tras cerrarse, consumía y extinguía todo lo que hubiese en su interior, desintegrándolo para enviarlo al Mundo de los Muertos.

Lo último que vio de su oponente fue su mirada, llena de tristeza en lugar de desolación. Sin embargo, sonreía, como si admirara respetuosamente la belleza de esa luz que lo consumía rápidamente. Al menos durante ese instante, antes de que la Rosa Sangrienta se desvaneciera sin cazar a su presa, Aphrodite de Piscis brilló como la más hermosa estrella del firmamento, surcado por un carnero de oro. ¿De verdad aquel hombre tan orgulloso se había puesto en su contra? En el fondo de su corazón, las dudas florecían cuales rosas de su jardín.

 

Tras ese despliegue de energía, el Santo de Aries cayó de rodillas. Tenía heridas abiertas en la piel, tanto en el rostro como en los brazos, y sudaba copiosamente por culpa del veneno de las rosas rojas. Algunas flores de pétalos azules habían perforado un poco la armadura de Oro, aunque no habían llegado a tocar su cuerpo.

—Muu… ¿qué hiciste? ¿De verdad decidiste desobedecerme de esa forma?

—Ya dije que… n-no me importa… n-nadie cruzará el Templo del Carnero, ni tú ni nadie. —Intentó ponerse de pie nuevamente, pero solo consiguió tropezar, y requirió de una columna cercana para estabilizarse. Luchó contra un Santo de Oro igual a él en poder, a quien solo venció gracias a una planeada estrategia. Nunca estuvo en sus planes salir ileso de una contienda contra Piscis.

—¿Crees que matar a Aphrodite cambiará las cosas? Ponerle fin a su vida no hace lo mismo con esta guerra, no te creía tan estúpido.

—No hay problema… usted me conoce, n-no descansaré hasta que acabe con todos los Espectros que ingresaron al Santuario. —Intentó volver al Templo, pero la voz imponente de aquel hombre, como desde el día que se conocieron en esa lejana torre, lo detuvo.

—No es eso. Aphrodite y Aldebarán no son los únicos que regresaron aquí.

 

Muu esquivó una ráfaga de aire tan filosa que, a pesar de cruzar el aire a dos metros suyo, le generó una herida en la mejilla. Al mirar en esa dirección, se encontró con un encapuchado con el brazo extendido, alto y delgado, con una marcada sonrisa en el rostro cubierto por la sombra de la capa y la sangre seca.

Luego le azotó un frío como ninguno, el piso de piedra bajo sus pies tomó el color blanquiazul del hielo, y un poco de escarcha subió por sus botas. Al lado opuesto del encapuchado apareció otro, de aire solemne, rodeado por aros de nieve.

Finalmente, justo frente a sus ojos, un tercer hombre surgió como un fantasma lúgubre, caminando lentamente hacia él. Cada paso generaba un estruendo, avanzaba como si fuera el dueño del mundo, como si nada en el universo pudiera entrometerse en su camino, el de aquel hombre robusto de aura tan imponente. Su capa negra tenía motas de sangre.

Muu estaba ahora rodeado por cuatro hombres que, si bien no desprendían Cosmos, sus movimientos y actitudes le daban a entender que eran tan o más fuertes que él. Y para peor… ¡sabía quiénes eran!

—U-ustedes también, n-no puedo creerlo. —Retrocedió un paso, apegándose más a la columna de granito. No tenía miedo, sino una mezcla de decepción, temor por Atenea, y una profunda tristeza—. Ustedes tres… ¿me dirán que también vienen por la cabeza de quien fue su diosa?

 

El primer hombre movió el brazo extendido, y su capa se partió en dos casi al instante, mostrando la silueta llena de cuernos del soldado más eficiente y leal de todo el Santuario, aquel que había asesinado personalmente a Aiolos de Sagitario, siguiendo órdenes. Sus ojos juiciosos, corto cabello negro, barbilla afilada, brazos y piernas tan fuertes como el acero pertenecían al guardián del décimo Templo.

Shura de Capricornio.

El segundo congeló la tela, que se deshizo en polvo. Debajo había un hombre de semblante frío como el más antiguo glaciar, un maestro experimentado de cabello rojo y ojos azules, serenos y sin pizca de emociones. Cargaba una imitación del Manto que su discípulo había ocupado en la batalla contra Poseidón, la que mejor canalizaba su Cero Absoluto.

Camus de Acuario.

Y el tercero… oh, el tercero. Se decía que era el hombre más poderoso en todo el ejército ateniense, tanto como el demonio que se apoderó del Santuario asesinando a su Sumo Sacerdote, como el ángel lleno de bondad y compasión que tomó su propia vida para expiar su culpa, frente a la diosa que había traicionado debido a su estado mental. El hombre de dos caras, con ojos verdes como hojas de verano y tristes como nieve de invierno, de brazos duros como piedras y espalda ancha como un muro de hierro, de alborotado cabello negro cual penumbra eterna del espacio que manejaba a su antojo.

Saga de Géminis.

—Veo que pudieron llegar —preguntó el líder—. ¿Entregaron las órdenes?

—Sí. Los Espectros de Plata ya se dispersaron —contestó Saga, sin apartar la mirada de Muu.

—¿Qué hacen ustedes aquí también? ¿¡Qué hacen aquí!?

—Matar a Atenea, desde luego —respondió Shura con su voz afilada y grave, que conservaba estatuas de la diosa en todo su hogar, como muestra de fidelidad, y que había salvado a Shiryu de la muerte—. Hazte a un lado.

—Shura… no…

—Si no lo haces, te cortaré en dos.

Utilizó aquella arma tan terrible, la espada sagrada que habitaba en su brazo, Excálibur. Muu tuvo que recurrir a toda su habilidad, sospechando que Shura quizás atacaría sin dudar, para teletransportarse lejos, casi a las puertas del Templo. En todo caso, igualmente recibió un golpe que le arrancó parte de la oreja derecha, además de algunos hilos violetas de su cabeza.

—Hm, la próxima vez no será solo tu cabello, lo prometo.

—Shura, destripar hasta la muerte a Muu como un mal carnicero a un cordero no le hace justicia —apuntó Camus, con voz gélida y apática. Manipuló el aire a su alrededor y concentró una gran cantidad de hielo en su mano derecha—. Yo me haré cargo de él.

Esta vez fue el Polvo de Diamantes. Muu esquivó la ráfaga con sus habilidades psíquicas, pero por el cansancio, solo consiguió desplazarse más atrás y recibir gran parte de la descarga, que lo derribó sobre el piso de cristal del salón principal al interior del Templo del Carnero. Sintió un terrible escalofrío en todo el cuerpo. ¡Ese era el Santo que ayudó a Hyoga a crecer como guerrero, a convertirse en su sucesor!

Cuando intentó levantarse, Saga ya estaba allí, el Sumo Sacerdote por dieciséis años. En el estado en que se encontraba, no había manera de que pudiera contra él, contra aquel poder del que se decía que hacía estallar estrellas.

—No eres de los que se rinden fácilmente, ¿verdad? A ti habría que matarte para que dejaras de combatir, Muu.

Sin embargo, cuando lo observó directamente… Muu no podía creerlo. Sus ojos estaban rojos, pero no como cuando su maldad se apoderaba de sus acciones, sino que llenos de sangre, temblorosos, aunque el resto de su semblante era de fría determinación, su característica expresión. Pero lágrimas de verdadera sangre llenaban sus mejillas. ¿Por qué? Muu no lo sabía, no entendía nada.

Para peor, no solo era aquel que había tomado su vida para rescatar a Atenea, sino que Shura y Camus, que ya habían entrado al templo, también sangraban. Sus ojos titubeaban, agolpados por líneas escarlatas que manifestaban un sufrimiento que Aries no conseguía comprender.

—Prepárate —amenazó Saga, levantando el brazo para cortarle el cuello, pero Muu ya no estaba interesado en su propia vida. ¿De qué se trataba esa mirada tan llena de dolor? ¿Qué pasaba con esa sangre en los ojos de sus ex compañeros?

—No, Saga. Lo que corresponde es que yo lo castigue —dijo el encapuchado, mirando a un lado a otro del Templo del Carnero al que acababa de ingresar—. Su trabajo es traer la cabeza de Atenea, ¿no recuerdan? El pequeño Muu es mío.

—Sí, señor —contestó Saga, probablemente muy diferente a aquella noche en el Monte Estrellado. Se arrodilló, junto a Camus y Shura. ¡Tres de los más poderosos Santos, inclinados ante ese hombre!

—Recuerden que solo había doce horas, ahora menos. Si no consiguen su cabeza… ya saben qué les sucederá —culminó con su voz más autoritaria. Los tres ex Santos asintieron, e iniciaron su carrera a través del Templo del Carnero.

—¡Deténganse! —ordenó Muu, pero ya no podía moverse, y solo pudo captar una mirada de reojo de Saga, ahora sin marcas de sangre. Tardó en darse cuenta de que lo habían paralizado psíquicamente—. No… ¡no!

—Silencio, pequeño Muu. ¿Cuántas veces me has faltado el respeto ya? ¿Acaso lo sabes? Te castigaré ahora mismo por ello, serás ejecutado.

—No… no… —Los había dejado pasar, lo que el otro dijera no importaba. ¡Debía cumplir su deber!

—Sin embargo, parece que sigo apreciándote, Muu. Honestamente admiro tu tenacidad y terquedad, te convertiste en un buen hombre. Pero esa valentía llegó a su fin. Juro que te mataré rápidamente, sin causarte dolor, como premio a la valía que has demostrado. —El hombre abrió los brazos a los lados. Muu no percibía Cosmos alguno, pero podía ver un resplandor violeta brotar de ellos.

—D-debo… ¡debo…! —No podía levantarse, ni con todo su poder mental, era como cargar una tonelada de plomo en la espalda. ¿Su misión acabaría así de fácil?

—Adiós, Aries Muu.

 

Sin embargo, antes de hacer nada, el hombre se detuvo, y soltó un leve gemido de sorpresa. Dirigió la mirada a la entrada del Templo del Carnero mientras bajaba los brazos con lento desosiego, como si le hubieran interrumpido en algo importante. Finalmente, con un dejo de molesta, soltó un bufido y caminó al portón abierto.

El silencio era casi absoluto. Muu, paralizado, solo podía oír el viento surcar a través de las rendijas, y hacer temblar los ventanales de cristal como si fuera una rauda sinfonía de flautas. No oía el latir de su corazón, ni las pisadas de Sion, que pararon en la entrada, y solo apenas el sonido de su respiración. Y el viento.

Sin embargo, pronto apareció una tonada más. Acompasada, era un ritmo de golpes lentos de algo duro sobre el piso de piedra del Santuario, cada vez más cerca, cada vez más intensos. Muu logró girar el cuello hasta que topó con la sombra de la capa de aquel que lo tenía atado con cuerdas psíquicas. La silueta retrocedió algunos pasos, y otra se hizo presente en el primer templo de la Eclíptica, pequeña y veterana.

Cargaba un bastón de madera sobre el que se apoyaba para avanzar y subir los escalones. Lucía una camisa de tela verde y raída. Portaba un sombrero de paja que ocultaba sus ojos, pero no la incipiente barba blanca.

—E-encendiste el reloj de fuego… t-tú…

—Hm, sí, así es. —El anciano se levantó el sombrero, y sus ojos relucieron como perlas antiguas. Comenzó a hablar en su natal chino, que los tres entendían a la perfección—. Vaya, hace mucho tiempo que no nos veíamos, mi viejo amigo, deberías ser un poco más cordial.

—¡D-Dohko! —exclamó el más alto de ambos hombres, a la vez que parecía el más intimidado.

—Han transcurrido dos cientos cuarenta y tres años desde que nos vimos, ¿no? Y diecisiete desde que hablamos por última vez. Sí, así parece, no suelo equivocarme con los números. Pero nunca creí que te vería en estas condiciones, no fingiré que no estoy decepcionado. —Dohko de Libra, Sumo Sacerdote del Santuario, suavizó la voz un poco, a la vez que conservaba el aura autoritaria, proyectado por los incesantes golpes de su bastón sobre el piso del templo, al que ya había accedido—. Vamos, ¿por qué no me muestras tu rostro, mi viejo amigo?

—Dohko… maldito.

—Tú, que fuiste el Sumo Sacerdote del Santuario por dos cientos años —dijo Dohko, mientras el aludido se desprendía de la capucha y el resto del traje oscuro—, tú, que fuiste asesinado por Saga cuando enloqueció. ¡Tú, que fuiste un Santo de Oro! —Finalmente el otro se quitó la capa. Muu pudo contemplarlo por primera vez en dieciséis años—. Tú, mi viejo amigo… Aries Sion.

 

Pero lo que descubrió la tela negra, que volaba a la deriva como si careciera de peso, no fue la apariencia que recordaba, si bien sí su persona. Su maestro, Sion de Aries, Pontífice del Santuario, carecía de los cabellos grises, las arrugas y la espalda encorvada que recordaba. Al contrario, era joven como Muu, con espalda ancha y altísima estatura, de tez pálida y limpia, manos largas y delicadas, un rostro etéreo y sin edad, y cabello verde, caótico y rizado, que caía junto al cuello hasta su cintura, por la espalda hasta los muslos, y por el frente hasta las blancas mejillas.

Al igual que él, sus cejas eran reemplazadas por dos círculos de color negro como hollín, y sus ojos, esos que jamás cambiaron, eran rosas y brillantes cual pétalos de cerezo, su característica más notoria. Estaban fijos en Dohko, su viejo compañero de armas, con quien había sobrevivido a la antigua Guerra Santa.

La armadura de Aries suspiró, y Muu supo la razón. Frente a ellos se hallaba una réplica tétrica del Manto que portaba el primer guardián del Zodiaco, con cuernos más largos en los hombros, de los que colgaba una larga capa negra, y algunas púas surgiendo de los codos. Cargaba el yelmo sin vida, como un firmamento sin sol, en el brazo derecho. Cada vez que se movía, tanto la capa como su cabello danzaban como flamas de muerte.

—Maestro… ¿p-por qué luce así? —se preguntó Muu en voz alta. Pero Dohko no parecía tan sorprendido como él.

—Vaya, se supone que tienes doscientos sesenta y un años como yo, pero luces exactamente como durante la guerra. Como dije, decepcionante.

—Este es el poder del dios Hades, Dohko —dijo Sion, recuperándose de la sorpresa, sonriendo con orgullo—. Admírame, como le juré lealtad a la Muerte, mi alma inmortal recibió un cuerpo nuevo, uno como cuando tenía dieciocho años, la edad en la que el ser humano es más bello, fuerte y deslumbrante. —Avanzó un par de pasos hasta que debió mirar totalmente hacia abajo a su ex compañero. Sion lucía como un ser superior en toda regla, su porte y confianza eran mayores a las de todos los que Muu había conocido, nadie era igual—. Y en cambio tú, pequeño Dohko, estás horrible, te convertiste en un viejo y cansado vejestorio que ni debería seguir vivo.

—Pfff —bufó Dohko, sonriendo por lo bajo. Parecía que nada era capaz de amedrentarlo—. Qué ilusión más ridícula.

—¿Qué dijiste, anciano? —preguntó Sion, levemente más furioso de lo que posiblemente deseaba—. ¿Ilusión?

—Sí —contestó Dohko, elevando los ojos. Aunque medía menos de un metro de estatura, parecía haberse puesto al mismo nivel que el antiguo Pontífice. También emitía una perfecta sonrisa—. Esta vida y juventud son trucos de los más baratos, ilusiones vulgares de casino, y realmente no significan nada. O dime, ¿por qué crees que encendí el reloj?

—¡Dohko! Miserable… —soltó un molesto Sion, y Muu no comprendió la razón. Al parecer, la Torre Meridiano había encendido sus fuegos, como se hacía para las Reuniones Doradas, o cuando les invadían. Sería el último caso si no fuera por la actitud alerta de su maestro. ¿Había algo más, acaso?

—Deberías saber que lo sé, ¿no? Las vidas de esos fuegos no durarán más que la tuya o la de Saga y sus Oscuros, je, je. Imagino que eres consciente de ello. —Sion no le respondió. Los siguientes segundos, hasta que Dohko de Libra volvió a hablar, se hicieron casi eternos, hasta el viento había dejado de soplar. Sus palabras fueron instrucciones—: Muu.

—¿Eh? S-sí, señor. —Ya no importaba que Sion le hubiera enseñado todo lo que sabía, que le ordenara con tanta autoridad, haciéndole atemorizar. No dudaría de nuevo: Muu era el Santo de Oro de Aries, Sion un enemigo, y Dohko su superior, la máxima potestad en el Santuario después de Atenea misma.

—Reúnete con los otro tres y detengan a Saga y los otros. No permitan que se acerquen a nuestra diosa durante estas doce horas, ¿entendido?

Había algo raro en el contenido de las órdenes, pero Muu no se cuestionó más en ese momento, desde que notó que podía moverse a libertad nuevamente. Él, la persona con mejor poder psíquico en el Santuario no pudo liberarse por sí mismo del poder de su maestro. ¿Acaso Dohko tenía tanto poder mental también?

—¡Sí, señor! —Se puso de pie y dirigió una última, fugaz mirada a quien había sido como un padre, quien lo había criado, entrenado, quien le había alimentado y otorgado un hogar. La persona que más lo había decepcionado, desde el momento en que subió las escaleras y le saludó con esa voz tan familiar.

—Por un momento seré el Santo de Aries. Vete tranquilo, pues mi amigo Sion no se atreverá a atacarte. ¡De prisa, Muu!

Muu se alejó a paso veloz, corriendo hacia el interior del Templo del Carnero. Solo pudo oír parte del resto de la conversación, mientras masticaba las palabras del Santo de Libra que lo reemplazaba en su deber. “Solo por doce horas”.

—Eres un miserable, Dohko.

—Je, je, disfrutemos este espectáculo sin audiencia, ¿quieres?

—Si peleamos, se armará una Batalla de Mil Días. ¿Acaso eso es…?

—¿…lo que deseo? Quizás, quizás.


[1] Starlight Extintion, en inglés.


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Publicado 20 noviembre 2017 - 14:59



Hasta que por fin apareció el sensei heroico ,

el mejor combate de la saga de hades seguramente

esta a punto de comenzar

 

 

 

 

 


PD:

Pobre Muu ni siquiera en los fics
puede tener buena resistencia---XDDD


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Publicado 01 diciembre 2017 - 16:25

oye,esta bien que mu lo pasase mal contra afrodita,eso en la saga de hades original no estuvo bien en mi parecer

y encima fue a dos que vapuleo...me gustado la forma en la que salen camus,shura y saga

al menos como se siente muu al respecto,esas lagrimas de sangre son muy épicas

 

bueno un saludo y hasta el próximo capitulo



#578 -Felipe-

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Sexo:
Masculino
Signo:
Virgo
Energia:
Cosmos:
Ataque:
Defensa:
Velocidad:
Victorias:
0
Derrotas:
0
Total:
0

Publicado 02 diciembre 2017 - 17:01

Hasta que por fin apareció el sensei heroico ,

el mejor combate de la saga de hades seguramente

esta a punto de comenzar

 

 

 

 

 

PD:

Pobre Muu ni siquiera en los fics
puede tener buena resistencia---XDDD

Esperemos que sea un gran combate, sin duda... si es que se da.

 

Y Muu no ha mostrado poca resistencia. Se enfrentó a un Gold Saint tan hábil como él, que terminó muerto. Era lógico que Aries no saliera bien parado de una Batalla de Mil Días.

 

Saludos y gracias por pasar :)

 

 

 

oye,esta bien que mu lo pasase mal contra afrodita,eso en la saga de hades original no estuvo bien en mi parecer

y encima fue a dos que vapuleo...me gustado la forma en la que salen camus,shura y saga

al menos como se siente muu al respecto,esas lagrimas de sangre son muy épicas

 

bueno un saludo y hasta el próximo capitulo

Fue un cambio del que estoy orgulloso, aunque se que a muchos no les gustaría. De hecho, yo mismo tengo a Muu como mi dorado favorito, pero tampoco voy a estarlo poniendo donde no debería corresponder. Sin embargo, creo que el tema principal no es Aries, sino Piscis, MUY injustamente nerfeado por Kuru en la saga de Hades, cuando en la saga original era tan poderoso como Shura o Camus. Se armó una Batalla de Mil Días que Muu ganó solo porque Afro no conocía una técnica suya, o habría sido empate. Considero que es lo justo.

Me alegro que te gustara la aparición de los clásicos "darks" :D

 

Gracias por pasar amigo Presstor, un gusto :)

 

 

SHIRYU I

 

19:30 hrs. 15 de Junio de 2014. Hora de Grecia.[1]

Imagina que tu cuerpo ha desaparecido, no tienes ni la carne ni la sangre que te dan peso.

Contra el viento se cual hierba, con tu raíz bajo la tierra, deja que fluya y pase por tus hojas.

Contra la lluvia tormentosa se cual piedra, sopórtala con paciencia y sin dudar, el agua se vuelve parte de ti.

Contra el mar se cual montaña, jamás te muevas y resiste con sabiduría, deja que la brisa solo te acaricie.

Contra la cascada se cual dragón y sube por ella a contracorriente, nunca te detengas hasta que toques la luna y las estrellas.

Los hombres pueden morir solo de una manera, y es contra su miedo.

 

La noche nunca había parecido tan lejana y amenazadora, las estrellas no tenían ánimos de asomarse, la luna creciente, tenue y gris, apenas se vislumbraba entre las nubes, y el viento no dejaba de soplar con fuerza desde el oeste, quebrando las ramas de los árboles más altos y meciendo la hierba con bríos aciagos. Lo que para cualquier persona sería un evento irrelevante sin relación, para Shiryu de Dragón era la prueba irrefutable de un mal presentimiento, de que el miedo de la mujer que amaba fuera también su terror, de que el hombre que adoraba como a un padre no volvería, y de que las pesadillas se harían realidad esa noche.

Shunrei insistió en acompañarlo, así que constantemente tenía que detener su carrera para comprobar que estaba bien. No deseaba ser sobreprotector con ella, sin embargo, sentía que algo estaba tremendamente mal, y que ni en las montañas, ni en el bosque, ni en las aldeas cercanas ella estaría a salvo si la dejaba sola. Como si una figura oscura los acechara desde las sombras, Shiryu permanecía atento a los cambios y fluctuaciones del Cosmos, percatándose también de los sonidos nocturnos. Todo lucía normal y, sin embargo, sabía que no lo era.

Estaba desesperado. Shunrei había bajado corriendo desde la Gran Cascada para informarle que su padre se había despedido, quizás para siempre, y que había tomado rumbo al este. ¿Qué podía necesitar su reverenciado maestro allá, y por qué le dejaba tan mal sabor de boca? Shiryu miraba a todos lados buscando al menos su pequeña sombra, en los valles y los montes, al norte y al sur de LuShan, pidiendo a los cielos que no se lo quitaran. No quería separarse de él, así como así, ¿se atrevía a dejarlo sin despedirse?

Sabía que Dohko de Libra tenía grandes obligaciones como Sumo Sacerdote del Santuario y Santo de Oro de Libra, pero también (y admitía su propio egoísmo) lo había criado, cuidado, entrenado, convertido en el hombre que era. ¡Mil diablos, no hallaba su Cosmos en ningún sitio!

—¡Shiryu! Detente, por favor, no está aquí, ¡para! —rogó Shunrei, detrás de él. Algunos perros de la aldea ladraron al oír su voz desconsolada.

—¡Tiene que estar cerca de aquí, no puede haber ido tan lejos! —¿Siendo un anciano? No, Dohko era un Santo de Oro, en el fondo dudaba mucho que se moviera como un anciano común y corriente.

—¡Shiryu, por favor, estoy…!

—¡Maldición, Shunrei, déjame…!

—¡No está aquí, ya basta! —gritó ella, con una pizca de ira que le encendió el alma con un fuego desconocido.

—¿¡Por qué lo dejaste ir, Shunrei!? —Al terminar la última sílaba, Shiryu frenó como si lo hubieran paralizado. Para su horror, siguió hablando—. ¿Cómo es posible que no fueras capaz de detener a tu padre?

—S-Shiryu… —susurró Shunrei apenas. Si dijo más, los ladridos impidieron que fuera audible.

Shiryu se volteó y la vio con el rostro entre las manos, el cabello empapado, temblando de pies a cabeza, cubierta de sudor. Corrió hacia ella y la abrazó con todas sus fuerzas mientras recordaba las palabras de su anciano maestro. Cobijó su cabeza entre sus brazos contra su pecho, que rápido se humedeció.

“Contra el viento se cual hierba, con tu raíz bajo la tierra, deja que fluya y pase por tus hojas.” Sea cual sea la situación, hay que mantener la calma. Respirar con el mismo silencio en que hallaba la villa frente a la cual se habían detenido, durmientes como el sol.

 

—Shunrei, lo siento mucho, perdóname, por favor, no debí decir eso —dijo Shiryu, notando por primera vez que también estaba llorando, y no recientemente.

—Shiryu. No pude…

—No, no pudiste, ni yo, ni nadie habría podido. No mereces que te hable así, lo siento mucho, soy un tonto.

Ella le devolvió el abrazo. Tanto tiempo llevaban juntos y esa era su primera discusión; lo que habría sido de admirar para otras parejas, era para ellos un horror, ¡se supone que nunca pelearían!

—No quiero… perder a mi padre…

—Ni yo, Shunrei. Pero te prometo que lo encontraré y traeré de vuelta, pase lo que pase. No tengas miedo, de seguro está… ¿qué es eso?

Shiryu soltó a Shunrei y dirigió la vista al sur, en el valle a corta distancia, donde el flujo del Cosmos fue perturbado. Súbito y casi imperceptible, reconoció el sonido del silencio, la pausa tras la vida. No era la sensación de la muerte, sino de la parálisis total, el cese del miedo, la alegría o la ira, el dormitar sin sueños.

Y reconocía esa sensación perfectamente.

—Shunrei, quédate aquí y no te muevas. No me sigas.

—¡Shiryu, espera! —exclamó Shunrei, pero ya la había dejado atrás. Shiryu había empezado a correr a toda velocidad, bajando el valle y cruzando las planicies para llegar a la aldea que había cerca de la bahía, el lugar donde nada podía escucharse.

 

Como temía, ni siquiera los perros se percataron de su presencia, pues eran estatuas de piedra en posición de alerta, con los hocicos abiertos. Junto al río, un viejo pescador se hallaba paralizado por el mismo efecto, con la caña atorada entre sus manos de roca. La piel de una mujer junto a la puerta de su casa, aún en estado de reconstrucción tras las olas provocadas por Poseidón, se había tornado gris, al igual que sus ojos aterrados.

No tenía sentido, pero tampoco se le ocurría otra cosa. No sentía Cosmos en las cercanías, ni amigos ni enemigos, como si el mundo hubiera sido paralizado en el tiempo. “Imagina que tu cuerpo ha desaparecido, no tienes ni la carne ni la sangre que te dan peso”, decía su maestro. Debía convertirse en la nada misma para percibir los movimientos sobre la hierba, debía cesar de existir para sentir el suelo bajo la raíz.

El viento no era de piedra, sino un incesante y bravo animal en pie de guerra que provenía desde el agua. Shiryu estaba quieto y con los ojos cerrados, enfocado en lo que sus dedos tocaban y las caricias de la hierba a sus humildes zapatos. Algo se movía, pero solo hasta que su cuerpo volviera a aparecer actuaría. Por ahora, no era nada. Nada más que hierba.

Un segundo y otro más pasaron. Con el tercero, el viento cambió de dirección producto de la velocidad en un golpe traicionero. Shiryu torció el cuello para esquivar el ataque, y saltó atrás después de recuperar la movilidad. En ese momento abrió los ojos, y deseó tenerlos aún cerrados.

—¡No puede ser!

—Te has vuelto muy rápido, Shiryu, pero no fallaré la próxima vez.

 

Ante él se hallaba un hombre cuya vida él mismo había arrebatado, junto a una criatura similar a un gato, vestidos ambos por armaduras negras, desprovistas de toda vida, pero brillantes como amatistas. Una de ellas la conocía bien, pues solo era una versión más agresiva del Manto de Perseo, la que vistió honorablemente el Santo de Plata Algol, que ahora se hallaba frente a él.

—Te dije que recordaría tu nombre, incluso después de la muerte —dijo Algol con la misma voz que rememoraba. También recordaba sus ojos grises, aunque ahora eran tan fríos y duros como la piedra que creaba con Medusa, el escudo que reposaba en su brazo izquierdo.

—Algol de Perseo… ¿cómo es posible?

—Reviví con el poder de Hades, dios de la muerte, y soy uno de sus Espectros. Es tan simple como eso.

¡Hades! ¿Acaso la divinidad que estaba a la par de Zeus y Poseidón se hallaba detrás de sus malos presentimientos? ¿Esa era la oscuridad que tanto temía el maestro Dohko? Pensó aún más allá, en la carta de Saori. ¿Acaso por eso le prohibió regresar a Grecia?

—¿Simple? ¡No es nada simple! —Había luchado valientemente contra ese hombre honorable y el orgullo de ambos Santos se había mezclado en una danza de sangre. Shiryu visitó su tumba varias veces en el Santuario, tal como había jurado—. Reconociste que Saori era la diosa que ambos protegíamos antes de fallecer, ¿cómo es posible que, así como así, me digas que aceptaste trabajar para Hades? ¡Algol, no puedo creerlo!

—Ja, ja, ja, ja, es de esperarse del discípulo de ese vejestorio inmundo, es igual de tonto, ja, ja, ja —rio como un gato chillando el sujeto a su lado, de una manera que casi evocaba la locura.

—Guarda silencio, Cheshire, me molesta mucho tu horrorosa voz.

—Liberé a los Espectros y los guie a este lugar, deberías ser más respetuoso, humano insolente —dijo Cheshire, gruñendo por lo bajo como un ratón aterrado.

—¡Algol! ¿Qué demonios haces aquí? ¿Qué son los espectros? ¿Qué le hiciste a esta gente? ¿Qué…?

—Muchas preguntas, Shiryu. Todo es muy simple: el Santuario está siendo… atacado p-por las f-fuerzas de Hades —titubeó Algol por un instante. Se llevó una mano a la frente para limpiarse una gota de sudor que resbalaba hacia su nariz. Pronto volvió a lucir como antes, un hombre sin corazón—. Ah… vine a acabar contigo por matarme, Shiryu. El mundo de los muertos es horrible, y tú me arrojaste allí con tu puño derecho. De esa manera no solo me vengaré, sino que evitaré que vayas a Atenas con tus compañeros.

—Algol… ¿qué te sucede? —Shiryu no obtuvo más respuesta que un rayo de luz violeta que disparó Algol son su brazo izquierdo. Lo esquivó, tropezando en el brusco intento, y al ver atrás, descubrió que un árbol que había atrás se había tornado en piedra en su lugar. Sus ramas y tronco eran grises como la más helada roca—. ¡No puede ser! —Volteó nuevamente a su contrincante… el escudo de Medusa yacía aún atado al brazo—. ¿Qué pasó? No usaste el escudo.

—Lamentablemente este escudo no tiene las mismas características que la de mi viejo e inútil Manto de Plata —dijo Algol, arrojando a tierra el pedazo de metal púrpura con la imitación del rostro de la Gorgona. Nada en él desprendía ningún tipo de Cosmos—. Mi señor Hades me otorgó la habilidad de transformar en piedra todo lo que golpee con mi puño izquierdo. No es lo mismo, pero será suficiente para que halle mi venganza.

—Así que así fue como paralizaste a esa gente inocente. Maldición…

—Termina con él pronto, idiota, ¡termina con el alumno de Dohko de Libra! —chilló otra vez Cheshire, sentado en el suelo a cierta distancia. Su sonrisa amplia y desencajada solo podía pertenecer a alguien que había perdido la razón.

—Con un demonio, ¿puedes callarte, gato inmundo?

 

Una tercera figura apareció cerca de Cheshire, vistiendo una armadura negra como sus compañeros. En el cinturón cargaba un par de discos muy filosos, tenía largo cabello rojo y una sonrisa llena de confianza. No lo conoció en persona, solo vio su cadáver después de que Shun lo matara, el mismo día que Algol falleció, pero Shiryu sabía de quién se trataba.

—Imposible, otro Santo de Plata… Eres…

—Capella de Auriga, sí —desestimó el ahora Espectro—. Espero que no te moleste que me una a la diversión, Algol.

—El trabajo es acabar con Shiryu, lo demás no importa.

—Pues no será un trabajo difícil. —Capella sacó uno de sus discos.

Shiryu pestañeó, y lo próximo que vio fue un disco giratorio a dos centímetros de su nariz, que evitó a costa de parte de su largo cabello y una dolorosa caída al piso. ¿Qué sucedía? ¿Acaso no había luchado contra Santos de Plata antes, y gente mucho más poderosa?

—Pfff, qué ridiculez. Era lo que decías, Algol, este chico es un Santo de Bronce común y corriente cuando no está defendiendo a alguien o perforándose los ojos.

—¡Maten al discípulo de Dohko! ¡Mátenlo ya!

—¡Qué te calles, gato!

—Shiryu —intervino Algol, súbitamente junto a él, tomándole de la camisa para levantarlo del suelo—. ¿Qué sucede contigo? Me diste una gran pelea antes, ¿tan fácil será matarte ahora?

Algol y Capella compartieron una lluvia de golpes contra su cuerpo, que con los brazos y la ayuda de su Cosmos protegía lo mejor que podía. ¿De verdad era el Santo que había derrotado a tantos enemigos? ¿Por qué no luchaba mejor?

“Contra la lluvia tormentosa se cual piedra, sopórtala con paciencia y sin dudar, el agua se vuelve parte de ti”, decía el maestro. No dudar, jamás dejar que el agua lo sobrepasara, sino que llenarse de ella. ¿Acaso no quería herir a antiguos compañeros de armas? ¿A hombres engañados por Saga? ¡Pero ahora luchaban conscientemente en nombre de Hades!

Shiryu golpeó el brazo de Capella antes que terminara de sacar el segundo disco de su cinturón, y esquivó brevemente a Algol, que igualmente le propinó una patada en el estómago, de esas que tanto había sufrido. Qué técnicas tan terribles usaban: los Discos Cortantes y la Cabeza Demoníaca de Gorgona.

 

—¡Oigan, había alguien más con Dragón! Algol, ¿quieres convertirla en piedra también? —preguntó un cuarto hombre. Cuando Shiryu logró verlo, se encontró con un ex Santo de Plata que tampoco había conocido en persona, pero que cumplía con la descripción de Ptolemy de Flecha, el asesino enviado por Saga, que clavó la flecha dorada en el pecho de Saori. Lucía un carcaj de saetas negras, y en el brazo…

—No… —susurró Shiryu, incrédulo.

Ptolemy ya era un pecador por seguir como perro faldero a Saga y atacar a la diosa que debía proteger como Santo. Ahora, el hombre que Marin había asesinado sujetaba de un brazo a Shunrei con una mano, levantándola del piso, haciéndole gemir de dolor.

—¡Shiryu, ten cuidado, por favor! —gritó Shunrei, intentando zafarse del ex Santo sin éxito. Éste le comenzó a torcer el brazo—. ¡Ahhhh!

—¿Por qué lo seguirías? Mira como lo dejaron mis compañeros, el Dragón es débil como…

—¡Cuidado, Ptolemy!

Ya era el colmo. Un segundo después, Shiryu tenía a Shunrei en sus brazos. El resto de su cuerpo hervía con llamas esmeraldas, y Ptolemy yacía de espaldas sobre la hierba, herido gravemente en el hombro derecho, cuyo brazo había tocado la bella piel de su amada.

—Shiryu, t-tranquilo, estoy bien… gracias.

—Te dije que no me siguieras, Shunrei… sin embargo, me alegro de que estés aquí, conmigo.

Se había cansado de dudar. ¡Y nadie tocaba a Shunrei!

—¡Ptolemy! —exclamó Capella, ayudándole a ponerse de pie—. No entiendo, ¿de dónde sacó tanto poder y velocidad?

—Ya veo… este es el hombre que temíamos, el que me venció en el pasado. Shiryu, ¿vas a morir peleando dignamente esta vez? —inquirió Perseo, disparando su poder petrificante, que Shiryu esquivó con más facilidad que nunca, cargando al amor de su vida.

Tras dejarla detrás de un árbol, volvió al campo de batalla en medio de una lluvia de Flechas Cazadoras, algunas de las cuales se clavaron en sus rodillas. Se las quitó en el camino, evitando los discos que iban tras su cuello, pero un puñetazo de Algol lo arrojó contra una casa en reconstrucción, que felizmente no tenía a nadie en su interior, solo las estatuas de piedra de dos inocentes cuya nueva constitución los salvó de daños graves. Desde allí, Shiryu los desafió con la mirada.

—Díganme algo: ¿es culpa de Hades que mi maestro, cuya presencia ya no puedo sentir, haya abandonado su tierra natal?

“Contra el mar se cual montaña, jamás te muevas y resiste con sabiduría, deja que la brisa solo te acaricie”, decía su maestro. Pero a veces había que destruir a la montaña para defenderse.

—Ni idea del paradero de Libra, Shiryu —dijo Algol—. Lo único que sabemos es que allí morirás, frente a la chica que amas, que pronto se convertirá en piedra.

Shiryu dedicó una rápida mirada de reojo a Shunrei, que le observaba ya no con temor, sino con seguridad. Sus ojos estaban fijos en él, y aunque sus delicadas manos temblaban, su mirada no titubeaba, ya sabía lo que él haría. Le pidió, durante ese segundo de cómplice y silenciosa conversación, que no se acercara ni un poco.

Algol tomó la postura para disparar su rayo de luz, Capella sacó dos discos más de su cinto, y Ptolemy cargó las flechas sin vida que no pertenecían al ejército de Saori, Atenea no las había construido, ni tampoco a esos discos, o al escudo de Medusa falso que era golpeado por el intenso viento. Shiryu hizo arder su Cosmos sin dudar, viendo a esos tres ex Santos como enemigos con quienes debía acabar.

—¿Preparados?

—Pfff, no hables con tanta confianza, Dragón.

—Se te acabará cuando no dejemos nada de ti.

—No tengo tiempo que perder. Debo… ir junto a mi maestro. —Su Cosmos estalló, su cabello se alzó al cielo, cual dragón hecho furia, justo cuando el trío de sus oponentes le atacaron a la vez—. ¡Mi lugar es luchar a su lado!

—Impertinente, te haremos pedazos, Santo de Atenea. —Los discos estaban a pocos centímetros de Shiryu, al igual que las flechas. Si no lo mataban esas cosas, se convertiría en piedra como la gente de la aldea. Pero nunca dejaría de luchar, ni menos contra tipos como ellos. Su maestro decía, “contra la cascada se cual dragón y sube por ella a contracorriente, nunca te detengas hasta que toques la luna y las estrellas”. El dragón debía rugir contra todo lo que perturbara la paz.

—Olvidan que sus cuerpos son falsos y prestados… ¡El Cosmos proviene de un corazón ardiente! —Despertando su máximo Cosmos por un breve instante, evitó los ataques de los Espectros y disparó con toda su ira y decepción el vuelo del Dragón Ascendente, la técnica secreta del LuShanRyu.

 

Mientras los tres enemigos eran despedazados por el torrente furioso del golpe del dragón, Shiryu vislumbró algo misterioso. El rostro de Algol no aparentaba pesar, sino una calma disonante, una perturbación en el universo de la muerte. No pudo ver las expresiones de Ptolemy y Capella en medio de la destrucción cósmica que desató, y se preguntó si debía importarle.

Cuando los tres cadáveres cayeron, Shiryu los abandonó en el suelo como los traidores que eran en lugar de regresarlos a sus tumbas en el Santuario de Atenas, y caminó en dirección al oeste, lentamente, titubeando a cada paso. No sabía qué había sucedido, pero el mundo estaba a punto de cambiar, y el cambio de dirección en el viento se lo indicaba. Lo que para cualquier persona sería un evento irrelevante sin relación, para Shiryu de Dragón era la prueba irrefutable de un mal presentimiento.

Pero eso no le importaba a una persona que amaba, tanto a la paz como a dos personas especiales. Por eso, Shunrei lo atrapó antes de que se alejara más, cruzando los brazos alrededor de su cintura, presionando la cabeza contra su espalda mientras sollozaba. Shiryu esperaba eso, y por ello titubeaba, pues las dos personas más amadas por esa mujer la habrían de abandonar.

—Shiryu, Shiryu… no vayas, por favor, Shiryu…

—Shunrei. M-mi maestro se fue, y quiero saber la razón para…

—¡Shiryu, por favor! No p-puedo… no puedo…

Ambos lloraron en silencio durante un minuto, o quizás una hora, un día, o una vida entera, como la que tanto deseaba vivir con ella. La paz no perduraría hasta que cumpliera con su misión como Santo, el destino que las estrellas habían elegido para él, para un guerrero. No importaba si odiaba ese camino…

—Shunrei. Yo… m-mi armadura… —Ya ni siquiera sabía lo que decía, y se odiaba por eso. Por eso y porque, si se iba, probablemente jamás regresaría. Ella lo sabía también. Un mal presentimiento en el viento.

—¡No eres una máquina de matar! —Shunrei alzó una mano y la arropó contra el pecho de Shiryu, contra el corazón que ya le pertenecía. Le rogó en silencio, una vez más, que se quedara.

Shiryu le tomó la mano, pero antes de que Shunrei sonriera con la dicha del alivio, él se la apartó. Ya no había vuelta atrás. Su lugar era junto al maestro en Grecia, en el Santuario de Atenas.

—Lo siento, Shunrei.

La dejó atrás, corriendo hacia su armadura, prometiéndole sin palabras que traería de vuelta a Dohko, y que regresaría con ella. Jamás se había visto como alguien tan falso.

Los hombres pueden morir solo de una manera, y es contra su miedo.


[1] En China ya son las doce de la noche.


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Publicado 02 diciembre 2017 - 21:12

-Shiryu de Dragón experimentaba seguramente "el temor"---XD

 

 

-Creo que empiezo a entender porque Shunrei le fui infiel en

el futuro al dragon ,fue por tratarla descortesmente

 

-¿Esa era la oscuridad que tanto temía el maestro Dohko? ---ese pensamiento

de Shiryu esta completamente equivocado todos saben que el sensei heroico y legendario

no le teme a nada ni a nadie

 

no entendi ---¿Cheshire no estaba muerto?

 

este chico es un Santo de Bronce común y corriente cuando

no está defendiendo a alguien o perforándose los ojos.---primero Muu con su resistencia y

ahora Shiryu al parecer varios personajes seran troleados en esta saga--Jajaja

 

me extraña que en los consejos de Dohko no hable nada  sobre el cosmos heroico


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Publicado 03 diciembre 2017 - 04:45

debo decir que esta parte de la saga de hades también la disfrute mucho,joer si había un monton de tumbas abiertas

tanto de los de oro y los de plata....aunque claro...yo mandaria a gente mas fuerte a por los tipos que derrotaron a poseidon XD

 

bueno con ganas de ver como va,y debo decir que estos detalles me encantaría verlo en ese remake de netflix

que enriquezcan la historia original,que le pongan sentido a ese mundillo de caballeros del zodiaco....

aunque les escueza a los talifanes.........tengo muchas ganas de ver ver como trataras a esos 4 dorados que van subiendo la elíptica

y esas interaciones entre personajes que nunca vimos en la serie....estoy poniendo muchas expectativas XD

bueno un saludo y hasta el próximo capitulo






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