-No, para nada xDDD
-¿Hades? Yo no vi ningún Hades... :devil:
-Pegaso es famoso, sin duda. Más adelante habrá más detalles sobre el pasado de este trol.
Me alegro que te gustara al menos un poco. Saludos :)
Hola Felipe, ya se que me he demorado más de un mes desde la anterior ocasión...
Hola. Sí, el capítulo de Shun es largo, pero fue especial. La mayoría son hasta la mitad de cortos que ese.
En este fic todos los personajes, con excepción de Sion, Mu y Kiki, tienen una paleta "natural" de color para el cabello. Con los ojos me doy algunas libertades, eso sí.
Caph es una ex-Santo, y con tantas batallas tenía sentido que pasara algo así alguna vez, pero fue bien avanzada su edad. A ella poco le importa en todo caso.
El año de la historia principal es el 2013 (aunque termina alcanzado el 2014). Este es el último capítulo completamente en el pasado, desde el próximo verás lo que ocurre en el tiempo "actual", que inicia el 24 de agosto de 2013. Por si acaso, el capítulo que publicaré hoy transcurre a fines de marzo de 2014. Y sí, el teléfono que Saori le lanzó a Seiya cuando eran niños era un Nokia, si no, no se explica que esté vivo.
Saludos! Y gracias por pasar :)
buenas felipe,nos acercamos al final de esta como llamarlo....tercera temporada? XD
y hasta la proxima.
Que no te moleste decir las quejas, Presstor, porque así se mejora ;) Gracias por pasar.
Ya que lo menciones, he estado pensando en cambiar la pelea para que sea más igualitaria en el PDF, pero no estoy seguro aún. (A todo esto, ¿viste el PDF del volumen 2? Me gustaría mucho que me dijeras tu opinión, siendo a quien se le ocurrió esa idea :) Si puedes...)
Con lo de Ikki... mira, a lo mejor tienes razón. Prometo que lo voy a pensar, al menos para la saga post-Hades (porque en esta va a ser algo difícil, ya verás por qué). Por cierto, la armadura de Ikki sigue siendo de Bronce, por eso se rompió así.
Lo que haga Kuru me tiene sin cuidado en ese aspecto; por eso le inventé técnicas a Shiryu y Hyoga, por ejemplo (Y verás sorpresas con los Santos de Plata en la próxima saga).
Sí, Mago debe amarme jaja En cuanto a Seiya, nunca fui fan de él, quizás solo en los primeros capítulos del anime cuando su personalidad no era enteramente basada en Saori (razón de que aquí lo hiciera así), y en Omega, por supuesto. En cuanto a por qué Pegaso está con Atenea siempre, y qué onda con él, tendrás que esperar, lo siento :)
Lamentablemente no puedo poner reacciones de la gente, porque esto está contando desde PdV, pero algo hay en el capítulo previo a la muerte de Alde. En el de hoy verás un poco más también. Ya el hecho de que destruir armaduras de Oro es un avance. En cuanto a qué viene, aprovecho de anunciarlo:
Este es el último capítulo del volumen 3. Lo siguiente será algo así como "Fairy Tail Zero", o sea una saga dedicada completamente a un evento pasado, en este caso, a la guerra contra Eris del 2010 en que se hicieron famosos los Cuatro de Oro Blanco. Será una historia más corta que estos tres volumenes, llevo 10 capítulos escritos, pero estoy tan ocupado estos días con la U que me tomaré un tiempo para empezar a publicarlo, ya que como no está basado en ninguna historia oficial, requiere más esfuerzo, y mucho detalle. Quizás el primer capítulo lo publique igual un día de estos como aperitivo, es cortito, pero la historia se va a remotar tras un buen tiempo para tener un buen avance en la historia y tenga calidad, no sea solo un mamarracho de palabras.
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Ahora vamos con el último capítulo, que así como en las ocasiones anteriores (visita al Oráculo y pelea contra Saga) es desde el PdV de Saori Kido, AKA Athena.
SAORI V
00:10 a.m. del 24 de marzo de 2014.
Le dolía el pecho y sus piernas temblaban, pero aunque ocurriera frente a una hilera de tsunamis y sobre un terremoto constante, a Saori Kido le alivió estar libre nuevamente. Y Seiya tenía una pizca de razón en algo: sentía un poco de confort al ver a Poseidón y su mandíbula de diez metros. Después de todo su plan finalmente falló. Apenas, pero falló.
—Buenos días, S-Saori… —murmuró Seiya, derrumbándose poco a poco, pero sin cerrar los ojos para asegurarse de que estaba viva. Con varios litros de agua en sus pulmones que derramó tosiendo sobre su vestido empapado (el que Julian le regaló), con la sangre agolpada en su cabeza por la intensa presión bajo el mar, y extremadamente cansada, pero viva—. ¿D-dormiste bien?
—Seiya, muchas gracias. —Le abrazó con fuerza. No conocía la razón, pero el destino había decidido que él la rescatara una y otra vez. Saori confió en él y sus compañeros hasta el final, y por eso hizo estallar su Cosmos y salvar a Shun y Shaina para hacerle creer a Poseidón que había muerto. Reservó un poco de energía para aguantar hasta que alguno de ellos la encontrara y liberara para que cumpliera su destino, y solo pudo hacerlo porque Seiya le dijo que era posible. “El Cosmos es inmortal”, le dijo su maestra—. Resiste por favor, Seiya, no te mueras ahora.
—N-no estoy seguro si soy yo o los otros a q-quienes… d-debes dar las gracias, creo que es al revés… —Seiya perdió las fuerzas en sus piernas y era tan pesado que Saori no pudo socorrerlo, por lo que cayó de espaldas en el agua que no dejaba de correr—. Con tu Cosmos nos animaste muchas veces… Nos ayudaste… ¿O crees que n-no… e-e-escuché t-tu… oración…? ¿Qué no sentí… tu c-calor?
Sus miradas se toparon una última vez antes de que Seiya cerrara los ojos con una sonrisa final que se mantuvo aunque el agua la empapó. Desde allí, Saori vio a Shiryu y Hyoga, Shun e Ikki, Shaina y Kiki. Todos ellos habían arriesgado sus vidas hasta sus últimas fuerzas no solo para salvar a las personas de la superficie sino también por ella. Quedaron inconscientes… tal vez peor, porque tuvieron frente a ellos a un dios, al mayor de los doce Olímpicos, y apostaron por ella para vencerlo. En ocasiones, mientras el agua le caía encima y luchaba por apartarla de su cuerpo (habilidad que tuvo que aprender a la fuerza) y soportar el hambre, el sueño y la fatiga por tantas horas, pudo observarlos y darles un poco de ayuda, aunque fuera mínima; se los debía.
Shiryu atravesado por un tridente y con los sentidos alterados; Ikki luchando contra aquel que inició tanto la Guerra Santa como la rebelión de Saga, volviendo una y otra vez de la muerte; Shun atacado tanto por la melodía que terminó matando a Aldebarán, como por su propia inocencia; Hyoga enfrentando su pasado de la peor manera; Shaina llevando la responsabilidad de rescatarla frente a frente al mismísimo dios, y Kiki cargando la armadura de Oro de Libra por todo el océano. Todos ellos colocaron sus esperanzas en ella.
No les iba a fallar. Besó a Seiya en la frente y apartó el agua de su cabeza con un movimiento gentil de su mano, para que no se ahogara; y lo mismo hizo con los demás, desde la distancia.
—¿Cómo es posible que estés viva? —preguntó Poseidón, todavía con la voz de Julian, pero hasta los gestos de su cara eran diferentes—. ¿Me engañaste?
—Se acabó, tío —sentenció mientras se ponía de pie enfrentando la lluvia, intensa y extremadamente pesada—. Regresa al Olimpo, no opongas resistencia.
—Imagino que estar al borde de la muerte te alteró, aunque seas una diosa. ¿Cómo es eso de regresar al Olimpo, si acabo de bajar de allí? —Las olas pasaban al lado de Poseidón aunque ya habían derrumbado la mitad del Templo detrás. Su aura abarcaba todo en su rango de visión—. Sería casi imposible solo con mi tridente, sin que abrieran el ánfora, pero mi ira al ver lo que hiciste con este planeta es tan grande que pude atravesar el laberinto dimensional y llegar hasta aquí. —Su rostro se tornó en una mueca enfurecida, con el ceño fruncido y los ojos liberando relámpagos azules y truenos que se replicaron en todo el cielo—. ¿Cómo podría regresar sin limpiar tu desastre solo porque me lo pides, sobrina?
—Si no lo haces voluntariamente, será por la fuerza —dictó Saori con toda su firmeza, buscando sutilmente con la mirada lo que necesitaba. Lo encontró en solo dos segundos, acercándose a ella llevado por la marea tras de sí—. ¿Sabes por qué entraste a esta dimensión con ese descontrol, y por qué perdiste a todos tus hombres, Poseidón?
—¿Hm?
Saori dio unos pasos hacia atrás, lentos, mientras se concentraba para poder elevar su Cosmos nuevamente. No se sentía capaz de imitar el del Emperador del océano, cuya energía parecía tener un origen distinto al de ella o los Santos.
—Alguien te traicionó, y te ha manipulado desde el principio. En cambio yo, con mucho esfuerzo —muchísimo—, me gané la confianza de los Santos que saben que daré todo por ellos. —Saori se arrodilló y tomó de una oreja mojada el ánfora plateada con un corazón dibujado que se encontró bajo una baldosa del Sustento Principal. Al tomarla por primera vez, cuando el agua le llegaba a los tobillos, sintió una gran nostalgia por el objeto.
—N-no puede ser… —farfulló Poseidón, con sus ojos totalmente celestes abiertos como platos, desprovistos de rayos—. Eso que tienes en las manos…
—Eso es lo que nos diferencia, y lo que acabará contigo —continuó Saori, alzando la vasija con las dos manos y encendiendo de golpe su Cosmos blanco y dorado, aprovechando el instante de indecisión de su familiar mitológico—. Formé lazos con mis Santos, con la gente de Rodrio, con mis doncellas, con mis amigos, con mi familia adoptiva, y con todos los que vi sufrir bajo el agua. ¿Alguna vez has tenido esos lazos, Poseidón?
—¡Tu ánfora! —exclamó el dios, enfadado esta vez, levantando el tridente e incrementando más su aura si es que era posible—. ¿Cómo llegó a tus manos? ¡Es el objeto mitológico que has usado para encerrarme a través de las eras! Pensé que había dejado claro a Dragón Marino que lo ocultara, ¿cómo es que…?
—Eso solo prueba mi punto —dijo Saori, rescatando los pasos que había retrocedido—. No formaste lazos con tus soldados, y por eso te traicionaron.
—¿Lazos? ¿De qué tonterías sigues hablando, Athena? Ellos cumplen mis órdenes porque son humanos, y conscientes de ello. Un dios no necesita otro tipo de relación con los humanos, así como un escritor no necesita una relación con su pluma. —Una ola rugió detrás de él al pronunciar esas palabras.
Saori la vio acercándose amenazante a Kiki, debajo de la Caja de Pandora, y con su Cosmos lo impulsó lejos de su alcance. Lo mismo hizo con Shaina.
—Comprobaré que estás equivocado cuando te encierre nuevamente aquí.
—Siempre has sido una tonta. La única razón por la que lo has conseguido las veces anteriores fue por sorpresa o porque no estaba completo, pero como ves ahora… —Poseidón rasgó el aire horizontalmente con su tridente, y Saori sintió un doloroso corte a la altura de los muslos que no solo desgarró su vestido celeste, sino que lo manchó de sangre y le hizo caer de rodillas—. Es diferente. Soy yo. Solo si superaras mi Dunamis podrías tener esa oportunidad.
—Ugh… ah… —Saori trató de ponerse de pie, pero sudaba copiosamente y sus fuerzas físicas estaban demasiado mermadas. La salud tampoco la ayudaba, y solo su Cosmos la mantenía viva.
—S-Saori… —musitó Seiya, tal vez en un sueño. Ese apoyo y esa fe también la mantenían lejos de la muerte. Tuvo que alejarlo de unos escombros del Templo que casi le caen encima.
—Te repetiré la oferta que te hice como Julian Solo: únete a mi cruzada, limpiemos juntos este mundo, no dejaremos a ninguno vivo, no lo merecen, y crearemos nuevamente a la humanidad. Esta vez serán totalmente puros, harán lo que nosotros les digamos, respetarán las leyes y el mundo en que viven…
—P-pero no tendrán libre albedrío, ¿verdad?
—Esa libertad es lo que llevó el mundo que amamos al borde de la total destrucción, fue un gran error dotarlos de esa capacidad.
—Si es así, tendré que rechazar esa oferta otra vez. —Destapó el ánfora, pero nada pasó, como había supuesto. Debía hacerlo cuando superara el poder de su tío, su… Dunamis. ¿Qué era eso?
—No te esfuerces; como dijiste, esto se acabó. —Por un instante, el dios del mar cerró los ojos con tristeza—. Maldición, Athena, por culpa de tu obstinación en socorrer a estos humanos, tendré que acabar contigo. El Dunamis de los dioses al que tú no tienes acceso por tu cuerpo humano, no detiene ni acelera los átomos, sino que los desintegra al nivel de sus partículas. ¿Entiendes eso? Perecerás en serio.
—No temo morir, pero no dejaré que sea tan fácil.
—Tu alma irá a parar al Tártaro, y no podrás recuperar tu cuerpo tal vez en millones de años. Aunque tengas un alma eterna, a esas alturas la humanidad ya te habrá olvidado, ¿lo entiendes?
—A esas alturas la humanidad ya habrá encontrado una manera de evitar la destrucción de este mundo. Dales una oportunidad.
—¡No discutiré ese sueño contigo!
Las aguas alrededor de Poseidón se alzaron, se convirtieron en lanzas, y se pusieron a danzar de un lado a otro. Saori sentía muchísima presión, utilizaba casi todo su Cosmos solo para conservarse de pie, con todos sus huesos y músculos intactos. Pero ese era el momento para liberar su poder de diosa, y debía hacerlo bien si no era ya un cadáver.
Un riachuelo solitario que permaneció en el piso a diferencia de los demás, se deslizó en zig-zag hacia Poseidón, y se alzó mucho después que ellos. Tomó grosor y una forma irregular, casi humana, delante de los ojos impávidos del dios, que pareció sorprenderse por un momento. Dos protuberancias salieron de los lados de su superficie líquida como brazos que se interpusieron entre ambos dioses. El dios Poseidón soltó una sonrisa de desprecio tras unos segundos de titubeo.
—¿Apareces otra vez? ¿No te quedó claro en el Templo? Ja, ja, apártate. En tu estado no tienes cómo protegerla, oceánida.
De un manotazo, hizo desaparecer ese extraño río, y su energía estalló como el bramido de una ola. ¿De dónde había salido eso? ¿Por qué la había protegido?
—¿Q-quién era…?
—Muere, Athena.
Saori vio repentinamente la Gran Explosión, y un planeta azul surgió de él a toda velocidad, listo para aplastarla. Era el Dunamis del Mar, el Cosmos del dios Poseidón, podía verlo con toda claridad aunque fuera imposible concebir la vista de todo el planeta, tan cerca.
Se materializó como olas, millones de olas devastadoras que se abalanzaron sobre ella como perros de caza sobre su presa. Saori debía utilizar esos campos de energía que aprendió a usar al interior del Sustento Principal, pero ¿sería suficiente?
Tampoco es que tuviera otra opción. Extendió las manos hacia adelante y prolongó su Cosmos hacia los lados, arriba y abajo. Una cascada le cayó encima, pero para su sorpresa no fue más que agua…
«¿Qué es eso?»
Poseidón no había atacado todavía. Esas olas eran una divina distracción, solo el manifiesto de su poder; el verdadero ataque era el tridente que arrojó e hizo pasar a través de las cascadas, uno que pasaría fácilmente por la barrera de Cosmos que había creado. Nunca se planteó esa posibilidad, nunca esperó que fuera tan fácil para un dios con todos sus recuerdos del Olimpo, acabar con una muchacha que todavía estaba masticando que no era una humana completa.
Pero tampoco se esperó que ese hombre de armadura anaranjada apareciera de la nada y recibiera el tridente en su lugar. Los tres dientes salían por su espalda, manchada de rojo igual que su negro cabello. Las Escamas que llevaba se trituraron y cayeron al piso como si fueran de arena.
Al verlo mejor, se sorprendió con la idea de que fuera Saga, pero recordó la pelea de Ikki y descubrió la verdad.
—Eres… Kanon…
—¿Aquel que me traicionó disfrazándose de Salem? —preguntó Poseidón, bajando las aguas para que pudieran verse—. Me evitaste el tener que buscarte, ja, ja.
El hermano de Saga temblaba de pies a cabeza y tenía los ojos en blanco. El hecho de llevar Escamas que pagaron la mayor parte tal vez lo había salvado de desintegrarse completamente, pero la ira manifiesta de dios en su organismo debía estarlo matando poco a poco.
Y aun así… sonrió.
—Je, je, ¿pero qué diablos vine a hacer aquí? Ah…
—¡Kanon! —gritó Saori, muy triste. Ese hombre había provocado la muerte de millones de personas en todo el globo, era una de las personas más perversas que hubiera pisado la faz de la Tierra. ¿Por qué le causaba tanta pena el sufrimiento de ese hombre de ojos verdes?
—Ah… ya entiendo… Como c-c-cometí el sacrilegio en primer lugar… m-me c-corresponde… recibir el castigo… —El General comenzó a derrumbarse, primero sus rodillas sonaron con el chapoteo en el agua que destruía los edificios laterales. Ese hombre, según lo que Ikki reveló, había sufrido la intensificación de sus más crueles deseos por un tercero, una diosa llamada Discordia—. Je, je, je, tiene sentido… D-después de todo, en mi juventud prometí… p-proteger a esta chica…
—Kanon —«¿Qué estoy haciendo?»— ¡Resiste! —Trató de arrodillarse para ayudarlo, pero él la apartó con un suave y respetuoso manotazo.
—No…, no haga nada. —Una gota salada cayó de uno de sus ojos y no fue capaz de evitar que se notase—. Ja, ja, por todos los dioses… He hecho cosas tan… absurdas, je, je…
Kanon se arrancó el tridente con todas sus fuerzas, y en el agua derramó muchas cosas horribles, sangre la más abundante y reconocible de ellas. Luego cayó de boca y su Cosmos se apagó.
A Saori eso la enfadó, por alguna razón, y miró desafiante al dios de los océanos. ¿Cuántas personas habían sufrido desde la primera Guerra Santa, cuando él atacó porque no estaba conforme con la decisión de su hermano? Incluso Kanon Laskaris, de alguna manera, había sido víctima de la crueldad de los dioses para justificar que la maldad era humana. ¿Quién era el verdadero culpable? Fuera como fuera, su enemigo era en ese momento su tío el Mar, el primero en atacar la Tierra… y esperaba que el último.
—Tú y yo… parece que estamos condenados a enfrentarnos una y otra vez desde la era mitológica por el gobierno de este bello mundo. —La sonrisa del dios era orgullosa, diferente a cualquiera de las de Julian, estaba llena de vehemencia, ira y despotismo. Su cabello se alzó igual que las mareas, mientras ese tal Dunamis se concentraba en sus manos. —Pongámosle fin a esa eterna dinámica —sentenció, mientras la tierra bajo sus pies se trituraba y drenaba el agua.
Saori sintió que el terremoto sacudía todo el fondo submarino, y por tanto, gran parte de la Tierra, solo décimas de segundos después de que iniciara.
Y el dios finalmente atacó. No eran golpes ni rayos de energía, sino que su piel se entumecía, y luego sentía impactos en todo su cuerpo, aunque venían de la propia agua de su interior. Cada molécula de líquido repetía la misma mecánica: salía de su cuerpo, se incrementaba y la atacaba estruendosamente al tiempo que sudaba, sangraba y se le resecaban los labios. También perdía la visibilidad poco a poco, y el dolor se incrementaba mientras las olas chocaban con su cuerpo tan rápido e eficientemente que no le daba tiempo para caer, o siquiera para respirar.
Solo se ocupó de gritar con cada choque, mantener su barrera de Cosmos lo mejor que podía, y sujetar el ánfora entre sus manos.
—¡¡¡AHHH!!! —chilló cuando tropezó con una fisura en la tierra y recibió impactos en zonas que había desprotegido levemente. También recibió algunos cascotes del pilar central que seguía desarmándose, al estar justo debajo del cabo de Sunión tan, tan arriba.
—¡Saori! —clamaron algunas voces, junto con un par de “Athena”. Eran los chicos, sus Santos, incapaces de moverse pero todavía preocupados más por ella que por su propia salud. Con la ira de tres cuartas partes del mundo golpeándola en un frenesí agonizante, se le hizo imposible verlos, pero sentía sus corazones, la fuerza que ponía en ella sus esperanzas.
No iba a rendirse.
—¿Qué pasa, Athena? —preguntó Poseidón con sorna, con una cascada tan grande como el Sustento Principal detrás de él, reuniendo una segunda ola en su mano—. ¿Solo te enseñaron a defenderse? Para ser la diosa de la guerra dejas una muy mala impresión, ¡no podrás bloquear mi Dunamis para siempre!
«El Cosmos es infinito, incluso yo fui creada desde la Gran Explosión. Puedo encender mi Cosmos mientras mi corazón desee hacer lo correcto por toda la gente que mi padre me dejó a cargo». Sí, ella podía alimentar su energía de la bondad de las personas, de las risas de los niños que sufrían bajo las aguas y escapaban de las olas; todos tenían pureza en su interior, y por eso serían capaces de solucionar los problemas y mejorar el futuro. Siempre lo había sabido, y había visto durante siglos que la humanidad seguía estable solo gracias a esa bondad innata.
—No estabas… destinado a r-renacer e-en esta era… ¡Vuelve a dormir!
—¡Silencio! —Poseidón volvió a atacar, y ella proyectó su barrera de nueva cuenta. El mar del mundo cayó sobre ella, más agresivamente que antes o que en el Sustento Principal, las gotas de lluvia eran como cuchillos, los ríos como látigos desgarradores, y las olas como yunques sobre su cuerpo… La tierra se trituraba, y el agua no dejaba de caer, como si el mismo océano pudiera ahogarse.
Pero a pesar de que fue muchísimo más doloroso, no retrocedió esta vez, ni estuvo más cerca de soltar la vasija. Sintió el sabor de la sangre, que era roja como la de cualquier ser humano que piensa y siente, y con ella volvió a amenazarlo.
—P-parece que estás olvidando algo…
—¿Eh? —La expresión del dios se tornó a una mueca de confusión y abrió los ojos muy grandes con evidente disgusto. Saori no había caído todavía, y eso no estaba en el plan de alguien que tiene manejo del tal Dunamis.
El planeta azul, que seguía incrementándose, detuvo su curso, pero liberó un vapor que le hizo arder la piel, y la transpiración era el poco líquido que le quedaba adentro. Pero eso no la amedrentaría, porque sentía el apoyo de aquellos que habían arriesgado todo de sí porque confiaban en su sueño, tenían fe en sus ideales, estaban esperanzados en que los buenos de corazón eran mucho más, y superiores, a los que mancillaban el universo. Y que incluso ellos tenían un centro de gentileza y empatía.
Habían sufrido, no solo físicamente, sino que habían perdido cosas queridas, y habían discutido con sus propios sentimientos, dudado de sus propios deseos. La muerte de una hermana, de un padre, de una amada, de un maestro, de una madre o un amigo podían hacer cojear a cualquiera, pero a los Santos se les había más fácil aferrarse de lo que sí conservaban: sus compañeros, sus ideales, sus esperanzas, sus experiencias, sus lazos, sus corazones, y también los recuerdos de sus caídos.
—Yo cuento con los Santos de mi lado, esos jóvenes valientes que aunque han perdido tanto, siguen aferrándose a un futuro lleno de luz y paz. Son aquellos que confían en que la propia humanidad se reconstruirá tras esto, y eso los hace indestructibles, incluso ante un dios.
—¿Pero de qué diablos estás hablando, mocosa? —resopló Poseidón, como si la amenaza hubiera tenido mucho menos valor del que esperaba. Su expresión de extrema confianza regresó—. ¿Qué importa que estén de tu lado? No viene al caso si no son capaces de ponerse ni a tu nivel.
—Al contrario…. Diría que pueden ser superiores a ti.
—¿Qué cosa? ¡Pero si prácticamente son cadáveres! ¿Y dices que pueden superar a un dios? ¡¡¡Deliras!!!
—Ellos tienen la capacidad de obrar milagros. Cosa que tú, como dios, eres incapaz de comprender.
Eso debió enfurecerlo mucho, ya que el siguiente ataque fue miles de veces peor que los anteriores. Sintió un frío que le heló hasta el alma, la tierra se molió bajo sus pies y solo quedó mar; Saori fue aplastada y perdió la noción del tiempo y el espacio, ya no había nada más que agua, tan ardiente como congelada, al mismo tiempo y sin mezclarse. Además de la lluvia también surgieron relámpagos que le paralizaron completamente, y no supo si caía de espaldas o de frente. Sangraba más que nunca, perdió sensaciones y color de piel, se estaba ahogando en el más violento de los torrentes. Y perdió de vista a sus compañeros.
De todas formas, lo único que veía era algo muy lejano al caos o a los mares en el mundo de Poseidón. Las algas fueron reemplazadas por manzanos y naranjos, y los corales por todo tipo de flores. Era muy pequeña, pues miraba a su abuelito Mitsumasa desde abajo, y éste la invitaba a entrar al establo, pues una cría había nacido unas horas atrás.
—Algún día correrás con ella tan rápido que superarás el viento, solo debes creerte capaz de eso —dijo su abuelo, con la sonrisa alzando su bigote e inflando su barba. De la mano la llevó hasta la nueva yegua, una preciosa de color blanco.
—La llamaré Nube —respondió antes que le preguntara. El día anterior vio una nube idéntica a un caballo—. ¿Me dejarás montarla sola?
—Al principio tendré que acompañarte, pero algún día podrás hacerlo por ti misma. —Mitsumasa Kido se le acercó y le besó la frente—. Pero siempre me vas a tener cerca, mi princesita de los dioses.
Sintió diversas llamas en su corazón, deseos y esperanzas ajenos a los suyos. Ellos, los Santos, también la acompañaban aunque sus cuerpos estuvieran inmóviles, no la dejarían sola, pues ya habían formado lazos irrompibles. Y para demostrar eso, lo primero era recuperar la orientación, y recordar qué era lo que enfrentaba.
«Lo de adelante es lo que ven mis ojos, lo de atrás es lo que se derrumba, a los lados hay corazones ardientes y respiraciones débiles; bajo está el agua que busca ahogarme y la tierra que desea enterrarme, sobre está el sufrimiento y las esperanzas de las personas».
El enorme planeta, la lluvia y las cascadas seguían ahí, pero pudo ver más allá, al dios iracundo rodeado por ríos danzantes y un Cosmos sinigual, una gran porción de la energía en la Gran Explosión.
—No me harás caer…
—¡Ya deja de resistirte! —Poseidón volvió a crear sus olas, y más moléculas de agua se liberaron de Saori y la atacaron, la presionaron y la dejaban seca, pero lo resistió tal como cuando comenzó el efecto, no se dejó mecer por el descontrolado vaivén de emociones y furia. Ni siquiera proyectó una barrera, resistió el ataque solo porque deseó que así sucediera, y eso tornó el rostro de Poseidón a uno que sus pesadillas siempre le recordarían—. ¡Imposible! ¡NO!
—Mis Santos pueden conseguir milagros porque sus corazones están llenos de emociones tanto hacia el mundo como a la humanidad; ante la adversidad son capaces de crecer para defender esos sentimientos, cosas que los dioses en su eterna majestuosidad no pueden conseguir, ya que nada les es difícil. —Saori bajó la vista hacia su pecho, donde un corazón rojo latía rápidamente—. Aunque soy una diosa, mis emociones son prueba de que también soy humana, y por eso voy a superarte.
—Silencio, ¡silencio!
Poseidón atacó una vez más, esta vez directamente, con rayos de luz que destruyeron todo a su paso, eliminando toda edificación, solo dejando los espacios protegidos con barreras para los Santos; la tierra casi se había destruido, y lo que temblaba era el mismo mar que todo lo abarcaba, pero Saori no sintió dolor ni más angustia. Lo que estaba alrededor se desintegraba, pero no ella. Recibió orgullosa la ira del dios, a sabiendas de que tenía la razón.
—Aunque seas un dios, eres inferior a ellos por el simple hecho de que te pusieran en aprietos unos instantes, lo que prueba que no eres perfecto. Si esos humanos te dieron problemas con la infinita fuerza de sus corazones, entonces los demás también merecen esa opción, ¡pero no tienes ningún derecho a arrebatarles la posibilidad de demostrarlo y a cambiar!
—¿Por qué no puedo matarte? ¿Cómo es que puedes resistir la fuerza de alguien tan superior a ti? —dijo Poseidón, impávido, justo antes de desplegar su Dunamis por enésima vez.
—A diferencia de mí, solo eres un alma divina sin control, atrapado entre dimensiones y usando el cuerpo de alguien que se opone también a ti. Por eso es que tu tiempo aquí se acabó… —Es ese instante Saori lo supo, pues notó el breve relámpago dorado que brotó desde su mano derecha, cerca de su preciada pulsera de flores, muy diferente a su Cosmos usual. La sangre en sus dedos se tornó dorada en ese breve momento. Al siguiente segundo, sabía lo que pasaría.
«Pero ni con eso podría sola… Chicos, ayúdenme, por favor».
La primera llama que llegó a su mano, en una milésima de segundo, fue de intenso color azul. Le siguieron algunas otras, de diversos tamaños y tonos, pero todas impulsados por el mismo deseo. Escuchó también palabras de aliento de los que se habían decidido a acompañarla en su cruzada de por vida, los hombres y mujer más valientes que conocía, las pruebas vivientes de que tenía la razón sobre la bondad interna del ser humano.
Redirigió el rayo cargado por esas flamas directo a la frente de Poseidón, donde se notaba sangre reseca. Éste torció el cuello al recibir el impacto, y sus ojos se salieron de sus órbitas por la incertidumbre y el temor.
—¿D-Dunamis?
En ese breve segundo… No, quizás una centésima de segundo, pudo lograr superar el poder del dios. Solo bastó eso, y aunque pensó que sus dedos estaban congelados, pudo moverlos con toda facilidad y gracia para destapar el ánfora.
—Si eres una divinidad tan gloriosa y majestuosa, entonces asume que has perdido, Poseidón, y vuelve a dormir hasta que sea tu verdadero momento para despertar —rogó, y un terremoto la sacudió tan fuerte que casi le destruye los pies.
Poseidón gritó con todas sus fuerzas mientras el agua se levantaba, lejos de ellos, hasta alcanzar el mar que parecía cielo, en la superficie. Los relámpagos se hicieron más ruidosos y brillantes, pero todos ellos cayeron en la vasija grabada con un corazón tan rojo como el de Saori. Eran rodeados por las auras de Pegaso, Dragón, Andrómeda y los demás, como guardias y testigos ante la prisión.
El cuerpo de Julian Solo, atrapado en un huracán, se estremeció como un animal paralizado por el terror ante su cazador. Un vapor azul salía de su cuerpo, se mecía con un vaivén rápido y difuso, como la lluvia torrencial en un cristal, y tomó la forma irregular de un rostro gigantesco, totalmente blanco y contorsionado en una mueca de terror y desesperación. Logró balbucear unas últimas palabras que resonaron directamente en su corazón.
—Te arrepentirás de haberte puesto del lado de los humanos. Terminarás sufriendo el mismo destino que ellos cuando los dioses del Olimpo se cansen de tus caprichos… Incluso yo bajaré con mi verdadero poder si es necesario para cercenar tu necedad. No lo olvides…
Cuando el vapor azul completó su viaje hacia el ánfora y dejó el cuerpo de Julian absolutamente vacío de divinidad, cayendo en el mar, Saori cerró el ánfora que le perteneció desde la era mitológica. La abrazó con todas sus fuerzas, como si temiera que se liberara en cualquier momento.
«Poseidón, si el proteger a los seres humanos siendo uno de ellas desata la ira del Olimpo… no tendré más alternativa que enfrentarme a todo los miembros del Panteón de ser necesario, uno tras otro, no lo dudes. Jamás me arrepentiré de mi cualidad como humana… Después de todo eso vine a ser aquí en la Tierra».
El agua empezó a subir y sintió una mano enguantada en su brazo. Luego, la sonrisa de un muchacho de ojos marrones le indicó que todo había acabado, y que podía dejar de abrazar el ánfora.
—T-tenemos que salir de aquí —dijo Seiya, sujeto del hombro de Shun, tan desgastado como todos los demás.
Detrás de ellos, prácticamente arrastrándose por el agua, se acercaron Ikki, Hyoga, Shaina, y Shiryu cargando a Kiki. Con tanta agua cayendo por todos lados, empañando su visión, era difícil saber si estaban conscientes o solo eran cadáveres llevados por la corriente, pero Saori solo sabía que no dejaría a ninguno de ellos ahí. Además estaba Julian… ¿Qué podía hacer?
No. Alguien más sostenía el cuerpo de Julian, la joven que vio en la fiesta de cumpleaños, una sirena de cabello rubio y mirada triste. Con un gesto rápido de su cabeza le hizo saber que se encargaría de Julian Solo, vivo o muerto, y Saori confió en ella… Tal vez porque no tenía más fuerzas para pelear o discutir.
Una ola los azotó, y un hombre de cabello negro llegó hasta su falda, tal vez muerto. Saori cerró los ojos y pensó que tal vez sería capaz de sacarlos metiéndose todos en una burbuja que flotara hasta la superficie, la que debía estar mucho más cerca que antes. Y cuando un ser humano deseaba algo con todas sus fueras, podía incluso montar sobre las nubes a caballo.
***
Epílogo
10 de Abril de 2014.
Tuvieron que pasar varios días para que recibiera noticias del paradero de Julian Solo. Mientras recorría las calles todavía heridas de Ámsterdam para dar ayuda a aquellos que habían perdido tanto, Kiki tiró de su mano mientras hablaba con una reciente viuda a la que construyó una casa.
A lo lejos, en el centro de la plaza Dam, el heredero de la familia Solo (con una venda alrededor de la cabeza) daba un paseo acompañado de muchos niños, hacia un gran camión repleto de todo tipo de juguetes. La gente alrededor lloraba y reía por igual, pero costaría mucho reparar todo el daño en el mundo.
En Paris, la torre Eiffel fue derribada por un Ceto desde el Sena; en Londres, un gran tsunami destruyó el Parlamento; Manhattan, en Nueva York, desapareció completamente bajo las aguas, igual la isla de Pascua y Gibraltar; los peores daños continentales se vivieron en África, Asia oriental, Sudamérica y Europa occidental.
El número de habitantes del globo se redujo considerablemente, un sexto de la población mundial pereció bajo el mar, la mayoría de los países costeros, y de entre los sobrevivientes, solo el diez por ciento salió sin daños, todos del noroeste de China y zonas aledañas. Si hubiera llovido por más de tres días, si no se hubiera encerrado en el Sustento Principal, si no hubieran avisado a las autoridades, y si no hubieran intervenido los Santos para matar a los monstruos, el pesar sería mayor, tal vez la mitad de la gente en la Tierra, incluso si encerraban a Poseidón.
—Athena… No, quise decir, señorita Saori Kido —dijo alguien a su lado con voz sumamente suave y humilde, como el que se excusa antes de decir por qué.
—¡Sorrento! —se sorprendió Saori, y Kiki le aferró fuerte la mano, mientras su mayordomo se adelantaba. El joven que la había escoltado al mundo submarino, aquel que había luchado contra Shun y llevado a la tumba a Aldebarán, sonreía delante de ella, con una mirada desprovista de acritud o vehemencia, vestido con las mismas ropas elegantes que usó en el cumpleaños de Julian, cargando una flauta traversa plateada en la mano.
—¡Tú! ¿Cómo te atreves a venir así a…?
—Tranquilo, Tatsumi —calmó Saori, estuvo a punto de abalanzarse sobre el joven, lo que podía causar más problemas en un lugar que no merecía ver más peleas. Además, el General de Sirena había ayudado a Shun y a Ikki, al fin y al cabo—. No viene a pelear.
Sorrento se inclinó humildemente ante ella, sin elevar ni una pizca de su Cosmos. Su voz fue serena y arrepentida.
—Así es, no tengo motivos para pelear contra usted. Desde el principio, el dios Poseidón no fue el de la idea… Y tampoco desee que esto terminara así. Me disculpo si le incomoda mi presencia.
—No, está bien —le aseguró Saori, devolviéndole la sonrisa. Ese hombre fue su enemigo, y por su culpa murió uno de los mejores hombres del Santuario, pero si creía en darles una oportunidad a los habitantes de la Tierra para redimirse del daño a su mundo, no podía ser tan hipócrita y no conceder lo mismo a alguien demasiado idealista en un planeta con sufrimiento real—. ¿Qué haces aquí?
—Cuando Tethys sacó a Julian Solo, me encontré con ellos en la playa. Él no tiene recuerdo alguno de lo que sucedió, dudo siquiera que la recuerde a usted como alguien más que la hija de un amigo de su padre. —Sorrento guio su mirada hacia Julian, que estrechaba la mano de un senador mientras la gente alrededor aplaudía. Allí estaba la sirena Tethys también, sin percatarse de su presencia—. Sentía haber despertado luego que el mar lo dejara inconsciente en su fiesta de cumpleaños, y sin pensarlo dos veces, ¡decidió emplear la totalidad de su fortuna en la reconstrucción mundial con un fondo de ayuda para las familias más damnificadas en las distintas regiones del globo. Cuando le pregunté la razón, me respondió que no lo sabía, pero que sentía la obligación de hacerlo.
—Julian… —musitó Saori, y estrechó con fuerza la mano de Kiki. Para él debía ser muy difícil, así como a los Santos, confiar en que el hombre que con su poder asesinó a tanta gente pareciera un simple millonario y filántropo excéntrico, pero ella tenía completa fe en que ya no era Poseidón. Éste yacía plácidamente en el monte Olimpo, contenido por el ánfora que ocultó en el fondo del mar, bajo los más profundos escombros del Sustento Principal y el cabo de Sunión, que se redujo bastante en tamaño. Con una inscripción de sangre en la tapa, se aseguraría de que su tío no despertaría cuando quisiese.
—Le ofrecí acompañarlo en su viaje alrededor del planeta, tocando mis melodías para animar a los niños. —El músico bajó la mirada un instante, se golpeó débilmente un muslo con la flauta, y clavó sus ojos dorados en ella—. Le aseguro que ni yo, ni Tethys, ni el señor Julian le daremos problemas, señorita Saori; usted se ha ganado merecidamente el gobierno de este mundo. Haga lo que deba hacer, por el bien de todos. Tengo fe en su poder… Lo sentí.
—Así lo haré… Cuida de Julian, por favor. Si Poseidón cambia de parecer sobre el destino del mundo, usará el cuerpo de alguien de la familia Solo para manifestarse, así que debes estar alerta.
¿Podía confiar en Sorrento? Sinceramente no estaba segura, y algunos de los Santos de Oro la regañarían por pensar en ello, pero el músico irradiaba el aura de la culpa y el deseo de hacer bien las cosas, estaba segura.
Antes de retirarse, Sorrento le dijo una última cosa.
—Permítame la pregunta, pero ¿sacó a Kanon del mar, en esa ocasión?
Saori no supo qué responder. No porque no quisiera que Sorrento supiera o no, sino porque ella misma no tenía la más remota idea de si había sacado a Kanon de Dragón Marino del fondo oceánico.
—No estaba con nosotros en la costa, así que no lo sé —respondió Saori, a fin de cuentas. Y de verdad no lo sabía, pero esperaba que, en caso de estar vivo, no se encontrara con ninguno de los Santos.
Estaba junto a ella, azotado por las olas, desangrándose y sin respiración, cuando encerró a los Santos en una burbuja para salir, pero no recordaba haber llevado —o no— al gemelo de Saga. Podía entender el cambio de Sorrento, confiar en Julian y dar el beneficio de la duda a Tethys, pero Kanon era un caso diferente. Era, ante todo, el asesino de millones de personas en todo el mundo, perpetrador no solo de la Guerra Santa, sino que de la mismísima rebelión de Saga, del descenso drástico en el número de Santos, incluso de obligarla a vivir lejos del refugio sagrado con la muerte de Aiolos. Era el causante de todo lo malo que había vivido en los últimos años, y en su primer día en la Tierra como Saori Kido. ¿Podía ser capaz de perdonar a alguien así solo por recibir el tridente de Poseidón en su lugar o por revelarse que una manzana de oro había plantado la semilla del mal en él?
Si algún día aparecía vivo, significaría que sí. Pero ese era su caso; los otros habitantes del Santuario, los Santos de todos los rangos y la misma gente jamás lo perdonarían. Demasiados habían caído, cosa que Saori descubrió apenas Milo y Aiolia la recibieron en el Mediterráneo junto con algunos sobrevivientes, apenados y enfurecidos todos ellos por su impotencia.
En la Guerra Santa contra el Emperador del Océano perecieron, por obra del mar, los Marinas, o los monstruos, setecientos dieciocho soldados y guardias rasos, dejando solo trescientos ochenta y siete. También fallecieron el alcaide de la prisión del cabo, Al-Marsik de Ofiuco, el Santo de Oro Aldebarán de Tauro —restando solo cuatro en el Santuario—, y los Santos de Bronce Nesra de Pez Austral, Mahkah de Indio, Ahmar de Zorra y Olly de Pez Volador, reduciendo su número a solo veintidós. Seiya y los otros Santos estaban graves, pero ya se recuperaban lejos del Santuario. Y eso que la Oscuridad, la verdadera amenaza, todavía no llegaba.
Saori regresó esa misma tarde al Santuario, y decidió subir uno por uno los escalones de la Elíptica, evitando el pasadizo de los guardias de Piscis. Durante un breve instante había igualado la energía de Poseidón despertando su Dunamis, así que debía ser capaz de hacerlo cuantas veces fuera necesario, igual que sus Santos, aunque el cansancio fuera considerable.
No sabía exactamente qué era eso del Dunamis, Aiolia le comentó que los Titanes, aunque sellados, buscaban usar esa fuerza para pelear con ellos, pero parecía el mejor método para repeler a aquellos dioses que deseaban la Tierra.
De acuerdo a las palabras de Poseidón, esos dioses estaban enfurecidos con su manera de proteger al mundo, y pronto perderían la paciencia. Aseguró que los vencería a todos de ser necesario, pero de la palabra al hecho había un gran trecho que cruzar. Sellar, pero no derrotar a Poseidón, requirió que no estuviera con total control de sus facultades, que Seiya y los demás sumaran su Cosmos a ella, que la flecha de Sagitario absorbiera parte de su energía, que el mismo Julian se resistiera a la posesión con esa breve intervención de la “oceánida”, y que por una centésima de segundo única se abriera el ánfora. ¿Iba a hacer lo mismo con todos los Olímpicos también? ¿Tendría una oportunidad así con cada uno de ellos?
No parecía probable, así que debía entrenar su energía, despertar la fuerza completa de su divinidad, tal vez incluso recuperar sus memorias pasadas. Yuli de Sextante, la oficial de la biblioteca, le entregó el libro Athena, diosa de corazón humano, pero tras la primera leída en el avión a Países Bajos, ninguna historia ahí mencionada le hizo sentido.
Había oído los susurros de su padre en Delfos y pudo liberar una mínima porción de Cosmos divino, pero más que eso no tenía nada. Hija de Zeus, sobrina de Poseidón, construyó el Santuario, los Mantos Sagrados, y un ánfora para encerrar al Emperador del mar, pero todo lo demás que supusiera la mitología podía ser tan falso como la representación de ella que se hacía en las estatuas, con cabello rizado, un yelmo guerrero, y nacida de la cabeza cortada de su padre.
Sin embargo, durante su estadía en el Sustento Principal, sí tuvo algunos sueños extraños que podrían tal vez pasar como memorias: un lugar lleno de luz, cerca de un bello prado, acompañada de varias personas diferentes en recuerdos tan distantes entre sí del tiempo como del espacio; la más intrigante era una mujer de cabello oscuro, ojos luminosos y brazos emplumados como alas de lechuza que le repetía dos frases, una y otra vez: Se lo prometo y la acompañaré hasta el fin del mundo. No sabía quién era la mujer, pero era la persona más nítida que recordaba en sus sueños.
En cualquier caso, si quería entrenar para encontrar alguna pista para pelear contra los dioses invasores que no tardarían en caerle encima porque no entendían a la humanidad, lo primero sería el físico. Ahora ya llegaba antes de desfallecer hasta el Templo de la Doncella, donde Shaka siempre le daba algunos consejos sobre el manejo del Cosmos, y le enseñaba sobre historia mitológica o los diversos estados de la consciencia. Parecía que también la estaba preparando para algo, pero no sabía qué, y no era del tipo elocuente como para dar una explicación concreta.
Al llegar al Templo Corazón, Saori se inclinó en la ventana ya reparada de su cuarto en el ala oeste para recuperar el aliento, y miró el sol en lo alto, sin nubes alrededor. Las lluvias ya habían cesado completamente, incluso en zonas invernales, como ratificaron los reportes de la familia de Polaris. Aunque la humanidad había sufrido un durísimo golpe, gracias a la rápida acción de todos se evitó que fuera mucho peor, Seiya se lo repitió varias veces mientras sanaba en la Fuente, y por eso ella se había convencido. Podría ser peor.
Así que debía estar lista para cuando el mundo corriera peligro, pero en tanto tuviera la confianza de su gente, mientras mantuviera esos lazos férreos con aquellos que amaba y no hubiera posibilidades de traición, ella estaría bien. Podría contar con sus Santos durante todo el tiempo que siguiera viva.