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El Mito del Santuario


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#501 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 05 noviembre 2016 - 15:17

Capítulo nuevo en menos de un mes! Yes!

 

CAPÍTULO 12

 

LA NATURALEZA DE LA PENA

 

Mayura…Mayura…

Cuando era niña le encantaba esa voz, era suave, pero profunda; parecía que proyectaba sabiduría y una paz absoluta, aunque había sido testigo de lo que ocurría a los impuros, con quienes la voz se transmitía como un juicio celestial hacia diablos y fantasmas. No la había oído en casi dos años, durante los cuales Mayura de Pavo se recluyó en Birmania para maximizar su Cosmos utilizando el método de Virgo, privándose del sentido de la vista.

—¿Maestro Shaka? —Se hallaba bañándose en una laguna cuando oyó el llamado a su Cosmos. Unos años antes, la situación le hubiera incomodado, y de niña incluso habría pensado mal de Virgo—. Ha pasado mucho tiempo, maestro.

Sí, lamento molestarte. Sé que nuestra relación no acabó en buenos términos, Mayura. —¿Acaso le importaba? Definitivamente era palabrería protocolar, pues ambos eran bastante conscientes de las razones en su decisión.

—¿Qué sucede?

Le he solicitado al Sumo Sacerdote que se respete tu decisión de alejarte del Santuario bajo la excusa de que, al vernos en crisis, acudirás como una poderosa aliada que ha magnificado su Cosmos y ha tocado la Iluminación. —Solo la tocaba, nunca la alcanzaba. Shaka jamás había tenido demasiada fe por considerarla «poco coherente en sus pensamientos y sentimientos». No es que importara tanto a estas alturas, pero ya debería ser capaz de sentir el alcance de su energía.

—No es el Nirvana mi principal prioridad —dijo Mayura, de todas formas.

Lo sé, y por eso te permití renunciar temporalmente al Santuario —mintió, claro. No le importaban los humanos como individuos, ninguno de ellos. Además, los permisos los otorgaba el Sumo Sacerdote, no él—. Puedo notar el gran alcance de tu Cosmos en estos momentos.

—¿Para qué me requiere?

La crisis de la que te hablé. Necesito que vayas a Japón.

 

***

 

11:00 a.m. del 10 de Junio de 2010, Kyoto, Japón.

Lamentó no llegar antes, una vida se pagó por ello, pero no podría cambiar el tiempo. La Rueda ya había girado, aunque siempre podría construir un mejor futuro. Incluso aquellas almas nacidas bajo una estrella maldita tenían esa posibilidad.

Había nacido en Ucrania, pero vivió desde muy joven en los países de la Indochina, donde abrazó el budismo, y gracias a ello había conocido distintos tipos de cultura. En ninguna de estas, la criatura que tenía al frente sería considerada algo que rescatar; era un engendro de la misma humanidad que Mayura de Pavo estaba dispuesta a erradicar.

—¿Intentarás pelear contra un Dríade de Ate? No me gusta hacerlo, pero parece que contigo será imposible evitar la lucha, ¡Mayura de Pavo!

—No escaparás otra vez, ya he visto suficiente de ti. Te detendré para toda la eternidad. —No tenía tiempo que perder; a diferencia de su maestro, no le gustaba torturar o jugar con sus oponentes, sino que cumplía sus misiones lo más pronto posible. Por eso, aunque recibió su adiestramiento, nunca intentó imitar sus técnicas.

La que realizó se llamaba Roca Antigua de la Eternidad (Bangousenseki), y consistía en la manipulación del corazón de la tierra, usando sus componentes para encerrar a la maldad en una enorme prisión de piedra. Le bastó extender ambas manos a los lados y hacerlas chocar sobre su cabeza para que dos caras cóncavas y gigantescas de barro y rocas atraparan a Ampelos como una planta carnívora a una mosca. Requería un Cosmos acompañado de solo pensamientos positivos, lo que requirió muchos años de entrenamiento; ahora era fácil «no odiar» a su oponente cuando la utilizaba.

—La Roca de la Eternidad está diseñada como un sello para contener a los espíritus malignos de la Tierra —le informó Mayura en voz alta, mientras empezaba a retirarse, evitando con precisión las pozas, aunque él apenas podría oír desde adentro—. Nada puede escapar, así que no dudo de que tendrás mucho tiempo para pensar en tus faltas. Si no necesitas aire o comida para sobrevivir, como la alimaña que eres, entonces tendrás una eternidad poco agradable.

—¿En serio lo crees? —dijo Ampelos, desde adentro, aunque su voz se oyó en todo el bosque. Mayura ya estaba a seis metros de distancia.

—¿Qué?

Tantos años con la venda no habían sido en vano, no necesitaba los ojos para evitar la furibunda serie de rocas que se desprendieron cuando la Roca de la Eternidad estalló en miles de pedazos. A pesar de la sorpresa, evitó con galantes giros y toreos hasta los más pequeños proyectiles.

El Dríade del Lamento descendió rápidamente, y se acomodó el cabello. Sus ojos emitían orgullo y burla a pesar de su expresión general melancólica. La lluvia empapaba constantemente su armadura, que parecía llorar tanto como la gente que él provocaba.

—Buen intento, Mayura de Pavo.

—¿Cómo es posible? Ese sello captura a todo mal, y no lo deja escapar.

—Quizás no soy realmente malo, ¿verdad? —Ampelos encendió su Cosmos mientras, casualmente, se quitaba las piedras de las hombreras—. Soy un espíritu de la naturaleza; igual que mis hermanos y hermanas, no puedo ser malvado. Solo soy.

«¿Que no es malvado? No creeré semejante patraña». La Santo de Pavo no se dejó amedrentar, y se puso en guardia: la pierna izquierda iba adelantada igual que el brazo correspondiente, formando un ángulo recto, mientras las extremidades de la derecha guardaban vigilante reposo.

—Tu poder debió ser superior al que utilicé en la Roca, tan simple como eso.

—Claro, lo que digas, humana. Tal parece que no te agrada perder el tiempo, así que yo tampoco lo haré. ¡Llora para mí, hasta la muerte!

 

Mayura cayó de rodillas. Recuerdos dolorosos comenzaron a pasar por su mente, y casi grita. ¡El poder de ese Dríade era increíble, de muy veloz arranque! Su pasado en Ucrania; el hombre de armadura negra que la vulneró de niña; sus padres; el trabajo al que debió recurrir antes de que la hallaran los del Santuario; su primera misión, que fue también su primer fracaso; los años entrenando, pasando hambre, sed, eliminando los rastros de humanidad para alcanzar un hipotético nivel superior; los cadáveres en el río, incluyendo aquellos que fueron presa de su mano.

Sin embargo, sabía que el «antídoto» en su cabeza se activaría tan rápido como eso, e impediría que llorara. Fue una de las mejores ideas de Shaka de Virgo.

“La luz está adelante, aunque no se vea”.

Era como un mantra, y siempre funcionaba, aunque su maestro esperaba que memorizara algo más «místico». Fuera como fuese, le permitió ponerse de pie y enfrentar al demonio que tenía delante. No podía verlo, pero con eso bastaba, ya se había acostumbrado. El pasado ya no existía en su mente más que como recuerdos, y los recuerdos eran solo penumbras de algo que jamás la harían sucumbir como cuando era más joven. ¿Por qué entristecerse por ello? Para los humanos normales estaba bien, pero para los Santos, todo lo que debía importar era el futuro.

—Imposible, ¿acaso no te afecta mi poder? Pero…

—Cállate.

Una vez más levantó la Roca Antigua de la Eternidad, y Mayura percibió como Ampelos evitaba la prisión apartándose a un lado. En esa zona creó una más, que el espíritu también esquivó, hasta que debió notar que estaba en un enjambre de jaulas de roca.

—¿Qué intentas? Incluso si me atraparas, escaparía fácilmente —empezó diciendo el Dríade desde la copa de un árbol, aunque terminó la oración sobre una colina mientras huía de las Rocas—. Existo desde el principio de los tiempos del hombre, soy una presencia que canaliza una de las emociones más arraigadas en los corazones humanos, no un ente malvado.

—¿Te basas en tu naturaleza para justificar el daño en personas buenas de corazón? —Había calculado un espacio donde Ampelos estaría mientras esquivaba los demás ataques, y saltó a ese punto tres segundos atrás para plantarle una patada que el Dríade bloqueó con un brazo tan duro como el acero. Descubrió que no solo era peligroso por su técnica, sino también por su fuerza corporal.

…Así como su Cosmos. Incluso en una posición incómoda, y pregonando que no gustaba de luchar, descargó un haz de luz que Mayura evitó a duras penas. Atrás, percibió el derrumbe de una serie de árboles por ese poder.

—¿Buenas de corazón? —espetó el demonio con voz triste, disparando tres cientos trece veces más en menos de un segundo—. Fue una humana la que abrió la caja que nos liberó, y no estaríamos vivos de no ser por la maldad intrínseca de los hombres. Son la aflicción, el llanto, la angustia y la lástima los que me mantienen en estas condiciones de vitalidad.

Mayura, evitando los asaltos, no dejaba de crear monolitos de piedra, incluso si sabía que algunos no tendrías posibilidades de capturarlo. No eran al azar, y llegó a crear algunos con los previos como base, construyendo jaulas más y más grandes. El Dríade se dedicó a evitarlos con presteza, cerrando progresivamente la distancia entre ambos.

—No podrás escapar por siempre —amenazó la Santo de Atenea.

—Ya te dije que será inútil, ¡es lo mismo para todo aquel que enfrente a mi Madre! —exclamó Ampelos, levantando la voz.

—¿Entonces para qué sigues esquivando mis trampas?

—No sé qué trucos tendrás, no me conviene confiarme si soy atrapado.

Finalmente un rayo de luz chocó contra la bota de la mujer y le hizo perder el equilibrio. Tres de los siguientes impactaron directamente y la arrojaron al húmedo suelo, usando sus brazos como escudo.

—Eres peligroso, como pensé. —A pesar de eso, el dolor no era tan intenso. Todavía tenía energías, le permitieron ponerse de pie.

—No puedes atrapar un espíritu eterno con una jaula contra el mal, pues en sí mismo, los Dríades no somos malvados, ya te lo dije. —Ampelos descendió por una de las Rocas y se detuvo a un metro de ella, encarándola—. Solo malgastas tus fuerzas. Me alimento del llanto y el dolor, así que, ¿por qué no te rindes ante ello?

—Me niego a creer que no sean malvados. Puede ser que los humanos los hayamos creado, pero entre ellos hay buenos y malos.

Su maestro le había dicho lo contrario, que no había bien ni mal perfectos, pero ella no podía convencerse. Aquellos que le habían hecho daño en el pasado, los crueles que contemplaba en sus meditaciones eran prueba de la maldad, y la misma Atenea atestiguaba la bondad, reencarnada como humana.

—No somos buenos o malos, solo somos. Noto una pizca de lamento en ti, y tal parece que proviene del pasado triste que te niegas a asumir.

—El pasado está enterrado.

—¿Y qué hay del presente?

Mayura fue petrificada en el acto por imágenes que jamás había presenciado. Hacía tiempo que había dejado todo rastro de su visión, hasta se negaba a imaginar para fortalecer eso. Así que era raro presenciar visiones, y aún más cuando se topó con el sufrimiento actual: violaciones, torturas, crueldades, muertes, y cada horrible pecado alrededor del mundo del que su maestro tanto le había enseñado; ya había aprendido a sobreponerse a ello…

¿Pero esos hombres del Santuario siendo desgarrados y destripados por las ramas de un árbol gigantesco? ¡Eran los soldados rasos que fueron a Kinsasa unos días atrás! Guerreros honestos que solo vivían para proteger a sus familias, personas normales con un trabajo muy difícil. A uno lo atravesaron frente al Santo de Bronce de Octante, que nada pudo hacer. Le siguió Mesa, frente a una odiosa Dríade.

¿Y aquellos? Los que luchaban codo a codo contra un ejército de demonios, que tan bien se conocían, permitiéndole escapar a Pez Austral. Los recuerdos se agolparon en sus retinas cerradas, y entonces notó que estaba de rodillas.

 

***

Recordó el primer día tras obtener el Manto de Plata, cuando la recibieron cálidamente en el comedor, seis años atrás; era otra generación de Santos, de los que permanecían solo Babel, Jamian, Sirius, Daidalos y, por supuesto, el asistente del Pontífice, Nicole de Altar, a quien alcanzó a ver solo un par de veces. Se le dificultó incluirse, pero lo consiguió, y quienes más la ayudaron fueron Georg y Yuan, a quienes estaba viendo ser destruidos por el magnífico poder de las Dríades.

—A nadie le importa como seamos, o de donde vengamos —le dijo el Santo de Cruz del Sur esa vez, cuando no se dejaba tan larga la barba—, ni siquiera cuál es nuestra perspectiva religiosa o con la sociedad, o lo que sea. Mientras protejamos a Atenea, la Tierra y su gente, los Santos de Plata trabajamos juntos y nos aceptamos mutuamente. —Al concluir, podía recordar vívidamente como Yuan brincaba desde la silla y subía a la mesa, pues no usaba la venda todavía.

—Los de Bronce son demasiados, y van a todos lados por separado, ni qué hablar de los de Oro, un montón de solitarios vestidos de patito de hule. —El Santo de Escudo hizo reír a los presentes en esa mesa, menos Sirius y Georg, que taparon sus rostros con las manos—. Sí, sí, nosotros somos familia, Pavo.

—Lo que mi compañero quiere decir es que no importa tu pasado, pues no juzgamos a nuestros hermanos y hermanas. Si fuiste elegida es porque eres digna de proteger la paz. Es igual para todos.

—Menos Jamian, claro. —Y esa pelea entre el Cuervo y el Escudo se repitió decenas de veces, al desayuno, almuerzo y cena. Georg y Yuan, que se convertían en humo, fueron vaporizados por una manzana dorada. ¿¡Eso debía entristecerla!? No, era absurdo, sus almas no deseaban eso.

***

 

—¿Crees que ellos quieren verme llorar sus muertes? —preguntó antes de golpear el piso y crear media docena de Rocas de la Eternidad más. No derramó ni una sola lágrima que empañara su venda.

—¿Qué es lo que sucede contigo, Mayura de Pavo? —preguntó Ampelos, en un espacio todavía más cerrado, esquivando solo un par de las jaulas—. No siento tus lamentos.

—Ni los míos ni los de nadie. —La Santo brincó y se ubicó a la altura del Dríade, siguiéndolo solo por el rastro de su presencia oscura, y mientras lo hacía, sus brazos parecían haberse multiplicado con solo moverlos de arriba a abajo—. Los muertos no quieren la tristeza de los vivos, sino su felicidad. Puede que los Dríades se hayan alimentado de los sentimientos y actos negativos de los seres humanos por eones, pero si no han vencido es gracias a los positivos.

—Una tontería; cuando Pandora abrió su caja, solo salieron las emociones que nos alimentan, los males del mundo, y Elpis[1] se acobardó en su interior.

—Claro, claro, todo es culpa de una mujer.

—¿¡Qué es esto!?

La respuesta era Dios de Mil Brazos (Senjushin), una técnica milenaria de los guerreros tibetanos que le permitía mover los brazos tan velozmente que parecían ser miles. Ampelos no sabía cuántos recibía, pero la ilusión era intensa, y su Hoja, de a poco, comenzó a trisarse. Cuando intentaba retroceder, era detenido por las Rocas de la Eternidad aún erigidas. Su sangre maléfica, de un tono verde distinto al de su piel, salpicaba sobre los puños y el rostro de la Santo de Pavo.

—Ju —se le soltó a Mayura. No solía ocurrir, pero ya estaba previendo hacia dónde iría la batalla.

—¿Para eso levantaste tantas de estas cosas? Fue un gasto de energía inútil, Mayura de Pavo, todavía hay mucho espacio por donde puedo moverme, no podrás atraparme con ellas.

Mientras no lamentara el pasado o el presente, seguiría haciéndose más y más fuerte, pues su deber era construir el futuro. Entristecerse por lo perdido ocasionaría solo más pesar, recordar las bondades de los caídos y utilizar las memorias ayudaría a no cometer los mismos errores y reparar el mundo, piedra sobre piedra. Así había aprendido en su entrenamiento.

Ampelos, de a poco, logró acostumbrarse a los golpes, y esquivar cinco para apartarse, evitando las Rocas y tomar un respiro. Mayura lo aprovechó de prisa.

Levantó, ante el asombro del Dríade, una decena trampas de piedra más bajo la lluvia, encima de las demás, cuando Ampelos recuperaba una postura de guardia, encendía su Cosmos y se limpiaba sutilmente la sangre que se deslizaba de su boca. La Santo de Plata, en seguida, tomó una gran cantidad de aire, y con un golpazo bañado de luz violeta, arrojó un rayo a la vez que brotaba la penúltima jaula que tenía pensado construir, muy por encima de las demás.

Ampelos del Lamento esquivó el disparo fácilmente, pero retrocedió los tres pasos que Mayura necesitaba. Allí, al perder de vista tanto a su contrincante como a los árboles y la lluvia, se dio cuenta de lo que sucedía, y usó su Cosmos en los ojos para captar el paradero de la mujer, que había dispersado su energía para formar una serie de ilusiones clónicas de su figura.

—No ha dejado de llover ni ha oscurecido, como pensé, ¿verdad?

—No —contestó Mayura en un susurro, cuidando de que su paradero real no se hiciera evidente a través del sonido. Acostumbrada a la oscuridad, se hallaba en una suerte de ventaja frente a su oponente. Con sus Rocas Antiguas de la Eternidad en un radio tan amplio, se había encerrado junto a su enemigo en una gigantesca cárcel de piedra que los sumió en la total oscuridad, donde la lluvia ni siquiera se filtraba, y el aire era escaso.

—Pensé que habías comprendido que no moriré por falta de luz o aire, o que no te encontraría en un par de segundos más.

—Necesito menos que eso —dijo Mayura, con la voz apagada.

Desde la penumbra, la chica proyectó nuevamente al Dios de Mil Brazos, clavó a Ampelos contra una de las prisiones de tierra que habían quedado al centro de la burbuja. Usó tanta potencia que con cada puñetazo sintió como rasgaba la carne y deshacía el material desconocido del que estaban hechas las Hojas, suave y duro al mismo tiempo. El cuerpo del Dríade fue enterrado, con el dolor atestiguado en las manchas de sangre en todo su cuerpo, prueba de su Cosmos ardiente.

—¡Ah! Eso fue… un buen movimiento… Atravesaste no solo mi Hoja, sino mi cuerpo c-con facilidad…

—Dejé pasar demasiado tiempo… M-morirás en unos segundos… —Pavo, cansada por  la falta de aire, extendió las manos y concentró su Cosmos en ellas.

—¿T-todo esto para asegurarte de encerrarme? Ya salí antes, no puedes sellar algo que sabes que no es malvado con esa técnica.

 

¿Existía el bien y el mal? Su maestro solía aducir que no, pero Mayura jamás siguió al pie de la letra sus enseñanzas, y de la filosofía de Virgo produjo la suya, una que le parecía más adecuada a la realidad que había experimentado, donde no solo había grises más cercanos al negro o al blanco, sino que aquellos valores provenían de la naturaleza.

Si una persona le hace daño a otra sin razón o merecimiento, entonces aquel individuo está haciendo el mal. Si alguien, sin buscar gloria o afecto, ayuda a otra a salir adelante, alguien que lo merece, entonces hace el bien. Mal y bien podían ser las dos caras de la moneda humana, complementándose mutuamente para que la rueda del Darma se moviera hasta que pueda completar otro giro, algún día.

El mundo funcionaba así, y por eso podría asumirse que eran fuerzas de la naturaleza contradictorias, que el mal y bien podían juzgarse según el punto de vista. Pero la vida no le había enseñado eso.

“La luz está adelante, aunque no se vea”. Había luz y penumbras en todas las personas, y su deber como Santo era evitar que la oscuridad de unos apagara la luz de otros.

—Desaparece, monstruo. —Mayura cerró las palmas sobre su cabeza, y con ayuda de la poca tierra que había quedado, erigió una nueva prisión para Ampelos, que nada pudo hacer para evitarlo, aunque soltó una risa indicando su seguridad en que escaparía nuevamente.

Pero eso no sucedería. Lo comprobó tras unos segundos.

—¡IMPOSIBLE! —A pesar de la falta de aire, el Dríade logró proyectar su grito desgarrador a través del Cosmos, al notar que le era imposible salir de la jaula.

—La Roca Antigua de la Eternidad evita que todo mal salga de su interior, pero también impide que lo alcance el del interior. —Mayura se acercó a paso lento, presa de la falta de oxígeno, aunque suficientemente lúcida como para reunir una fuerza desgarradora en su mano zurda abierta, de la que brotaban chispas incandescentes como las de una llama enfurecida—. Te alimentas del lamento de los seres humanos en los alrededores, pero allí adentro no puede llegarte nada; la única razón por la que pudiste huir antes fue porque eras más fuerte, no porque mi técnica no funcionara.

—… Otros… liberar… —Mayura no pudo entender muy bien lo que dijo Ampelos, pero asumió que estaba convencido de que otros Dríades lo liberarían de su encierro. El asunto es que ella ya era consciente, y no permitiría darle esa opción.

—Antes había pensado dejarte allí para la eternidad, pero viendo que estás tan apresado, podría aprovechar de eliminarte con un truco algo difícil de controlar, que extingue el mal como el mejor antídoto espiritual.

Exorcismo Destellante (Hayaku Choubuku), un vórtice de luz que consumía las sombras de todo lo que tuviera enfrente, aunque gastara una gran cantidad de sus fuerzas. El haz surgió del suelo cuando Mayura levantó el brazo, y la tierra y la Roca temblaron como ante un terremoto, que proporcionaba un tifón luminoso. El cuerpo de Ampelos tal vez resultaría intacto, pero su espíritu maligno desaparecería de la Tierra, o tal vez también se iría con el destello…

No le interesaba comprobarlo. Nadie lloraría por él, de todas maneras.


[1] Espíritu que personifica la Esperanza en la mitología griega.


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#502 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 05 noviembre 2016 - 15:20

Post repetido!


Editado por -Felipe-, 05 noviembre 2016 - 15:24 .

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#503 carloslibra82

carloslibra82

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Publicado 10 noviembre 2016 - 23:37

Hola, amigo Felipe, después de varios meses de ausencia he regresado. Perdón por tener tan abandonado el foro  además tu fic extraordinario. Terminé con Poseidón, y ya veo que has escrito varios capítulos de este spin off. Tal vez ya lo dijiste, y si es así, perdona, pero ignoro los motivos por el que comenzaste esta historia de los 4 de Oro Blanco. Sin embargo, ya he leído dos capítulos, y me ha gustado mucho.

En primer lugar, me gusta la introducción de otros caballeros no conocidos, además de tu creatividad para crear sus técnicas. Me encanta esa idea del prólogo de presentar tan unidos y expertos en combate a los santos de plata. Tal vez ahí un motivo de escribir esta parte sobre ellos, tan infravalorados

Ha sido muy extraño ver como la gente de distintas edades adquieren poderes sobrenaturales. Aunque tengo una duda: sólo los adquieren estando ya muertos, o la dríade podía usarlos estando aún vivos? Me quedó esa duda.

Por otro lado, me encanta que des posibilidades multiculturales a los santos (de Nigeria, Bolivia, etc) y además hayas creado a uno que es políglota. Lástima que lo mataste,jajajajjaja

Me impactó además la presencia de las Dríades, que sean tantas y tan poderosas (y poderosos, es cierto q hay también hombres) Veremos al parecer, en acción a varios santos de plata.

Bueno, no hago más preguntas, pues es muy posible que algunas me queden respondidas en los capítulos que me quedan por leer. Mi próximo review será al momento de ponerme al corriente con lo que ya va publicado. Pero no quise dejar pasar mas tiempo sin comentar. Saludos, Felipe, nos estamos leyendo!!



#504 girlandlittlebuda

girlandlittlebuda

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Publicado 12 noviembre 2016 - 12:06

Hola Felipe!

Vengo a realizarte la más cordial invitación para que participes en el 1er Concurso de One Shots titulado "Una Navidad con los golds saints".

Se que ya checaste la convocatoria, pero de todos modos te dejó el link.

http://saintseiyafor...s/#entry2392660

Animate a concursar.

PD 1: Si todo sale bien en este concurso, puede que en un futuro se organice uno para reivindicar a los saints de plata.

PD 2: Ya me pondré al corriente con tu fic.

PD 3: Creo que con todo lo que llevas publicado, este fic es candidato a transformarse en un libro.

Saludos

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"Aunque nadie puede volver atrás y hacer un nuevo comienzo, cualquiera puede comenzar a partir de ahora y hacer un nuevo final"


#505 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 19 noviembre 2016 - 22:41

 

Hola, amigo Felipe, después de varios meses de ausencia he regresado. Perdón por tener tan abandonado el foro  además tu fic extraordinario.

 

No tienes por qué disculparte amigo, se agradecen siempre tus reviews, sean el día que sean. Con respecto a tu pregunta, comencé este arco por dos motivos: mostrar lo que pasó antes de la guerra de Saori contra Saga, explicando a su vez quién manipuló a los gemelos; y para explicar el paradero de diversos personajes, como los motivos de la rebelión de Daidalos, dónde están Mayura, Rigel u Orphée, algunos misterios más sobre Marin, etc. Además les doy importancia a los olvidados de Kurumada, los Silver Saints, como bien dijiste. Qué bueno que te gustara lo que va.

Sobre la otra pregunta, las Dríades pueden manipular a ambos, vivos y muertos, siempre y cuando el último sea reciente y sus sentimientos continuen despiertos. Me alegra que te gustara la diversidad... ¿pero qué querías que hiciera con un Santo de Mesa? xD
Gracias por pasar, Carlos, mi lector más antiguo :D Saludos.

 

Hola Felipe!

Vengo a realizarte la más cordial invitación para que participes en el 1er Concurso de One Shots titulado "Una Navidad con los golds saints".
 

Compañera, si noté lo del concurso, pero desistí de participar porque mi pareja, Placebo, ya está allí y es su primera dinámica en el foro :) Si haces otra, es muy posible que participes. Sobre el último post data, técnicamente ya son libros y llevo 3; los dos primeros, en pdf, están en zona de descarga xD El cuarto es el que estoy posteando ahora.

 

Saludos y mucha suerte con tu dinámica. Gracias por tus reviews :)

 

CAPÍTULO 13

 

LA NOCHE DE LOS SOLITARIOS

 

10 de Junio de 2010. Ubicación desconocida.

—Así que estas son las criaturas —dijo Ate, acariciándose los labios con los dedos—. ¿Pero cuál de ellas?

—Ambas, mi señora —contestó Hybris del Exceso, un Dríade pequeño de ojos diminutos, con alas similares a ramas, cuyas hojas solo surgían cuando alzaba el vuelo. Su armadura era marrón con destellos negros, como si consumieran la luz, y consistía de redondas hombreras, casco y pechera; brazales y perneras roídos pero adornados con pétalos grises y forma angular, y un cinturón sencillo en cuyo centro había dibujado con sus uñas una manzana, para dar cuenta de su afamada lealtad—. Según la Última Manzana de Madre, ambas son las portadoras de su divinidad.

—Pero eso no es posible —clamó Ate, mientras contemplaba la esfera de oro y comprobaba que era lo que su subordinado decía: las dos niñas frente a ella, a los pies de la escalera verde que llevaba a su Árbol de la Ruina, respondían de igual manera a los destellos de la manzana, aunque una de ellas, delicada y vestida como una princesita de las que tanto había visto en los milenios, lloraba desconsolada, y la otra, vestida como un niño, yacía envenenada por los escupitajos de Ricino—. ¿Será que Madre aún no decide?

—En cualquier caso, ¿por qué niñas? —indagó Ponos, cabizbajo, mirando de reojo a ambas criaturas temblorosas.

—¿Qué tiene de malo? —se ofendió Emony, sentada sobre una de las ramas que se propagaban por todo el templo.

—Según Ampelos, la Última Manzana reaccionó ante la mamá de estas niñas, no ellas —intervino Ate, que horas antes se ocultó para derramar algunas lágrimas, al enterarse del deceso de su semilla. Ahora estaba triste, pero sus mejillas secas—. Esa mujer falleció. ¿Acaso nuestra Madre piensa usar a las niñas en compensación? No… —meditó, inmediatamente—. Hybris, ¿fue error tuyo?

—No, mi señora —se defendió el Dríade alado, sonriente y con la cabeza gacha. Con una garra indicó a las temerosas niñas; Shōko se había arrojado al suelo a llorar—. La manzana reaccionó ante estas humanas pequeñas, tal como ahora.

El fruto dorado seguía emitiendo breves chispas que teñía los árboles de los más bellos tonos verde oliva, pero no se decantaban ni por la niña llorona ni por la que yacía enferma.

—¿No será que tus mentirosas semillas se equivocaron de objetivo, hermana querida? —cuestionó Limos, cuyo grueso cuerpo ya proyectaba su sombra sobre el enjuto Hybris, pero este se limitó solo a levantar un poco la mirada.

—No, de ser así no estaría muerta, y la fruta ya se habría apagado —meditó Ate para sus adentros—. Lo extraño es que invoqué a Madre hace unas horas para que se manifestara a través de la Manzana y tomara el cuerpo de este siglo, pero no parece que haya sucedido.

—Las Semillas Malignas se dispersaron por el globo buscando presas, todos las vimos —recordó Ponos, que ya había perdido a Socordia y Anturio, así como Phonos e Hismina, que todavía no se recuperaban de su pena.

—Lo que significa que el proceso debería estar listo. —Emony saltó y subió a la copa para dirigir su mirada al Útero, la esfera semitransparente que se ocultaba entre las cepas negras—. ¿Ate? ¿Mamá no está allí adentro todavía?

—No sé a cuál de estas enanas meter allí —confesó Ate, acercándose en un abrir y cerrar de ojos a la pequeña pelirroja, cuyos pómulos surcados de cicatrices se inflaban y tornaban de carmesí—. Solo debería ser una. Rayos —dijo, arrojándola con cierta suavidad al piso, aunque provocó más llanto, que no les molestaba, pues era una merienda—, ¿qué trama nuestra Madre?

—Más bien deberíamos preguntarnos dónde está —dijo Ponos, lamentando lo poco que era comparado con Eris, una vez más, a pesar de ser en sí mismo un ser antiquísimo que había regido la tristeza.

—¡No me importa el paradero de nuestra Madre, solo díganme el de esos malnacidos Santos! —rugió una voz vigorosa que conocían desde las primeras eras del hombre, la de la Hamadríade que personificaba a la Pugna, y que dejaba a Alke de la Brutalidad como una niña de pecho. Hybris aplastó su cabeza contra el suelo, en señal de respeto y temor.

—¡Espera, Hismina! — Ate trató de detenerla, pero el Cosmos que surgía de la que hizo germinar y velaba a Alala del Llanto de Guerra y Homados del Grito de Guerra, no mostraba una pizca de paciencia.

—No me detengas, hermana. —Hismina de la Pugna no era robusta como Limos, ni musculosa como Alke, pero era la más alta entre las hijas de la Discordia. Su cabello negro con puntas blancas era liso y aplastado contra su cabeza; sus ojos eran grandes, de un azul brillante como zafiros en las brasas; como Ate, tenía orejas largas y una capa gris sobre su armadura hecha de ramas azul marino y hojas tono azabache, que incluían brazales macizos de los que salían garras, perneras como sandalias que se separaban en la zona de la rodilla y alcanzaban la falda, a la que la gravedad no afectaba; el peto revelador, de tentáculos entrelazados, se extendía hacia las hombreras largas, a juego con la amplia espalda, y no escatimaba espacio en los senos pequeños sobre el estómago descubierto y entrenado, que destellaba por el rubí en su ombligo.

—Madre no nos ha dado órdenes de atacar —repuso Ponos.

—¡Madre no está aquí! Permitió que Alala y Homados perecieran, Kydoimos no se ha reportado, así que ni ella me detendrá para que elimine a los malditos Santos. —La Hamadríade bajó por las escaleras y se detuvo cuando Ate, al fin, logró ponerle la mano encima. Con la sola excepción de Neikos, nadie le discutía al espíritu de la Ruina, el primero de Eris.

—No seas irrespetuosa, te estás dejando llevar por la ira.

—De eso me alimento, ¡así que no te conviene tocarme! —repuso la Pugna, y posó su mano sobre la de su hermana en su hombro.

Los Cosmos de ambas, rojos como sangre, chocaron y produjeron estrellas que hicieron brillar los ojos de Emony, preocuparse a Ponos y retroceder a Limos. Se miraban como si nadie más existiera, y el brazo de Hismina parecía a punto de reventar el de Ate, aunque claro, eso no sería fácil, a pesar de su apariencia. El cielo, surcado de las Semillas Malignas que siguieron a las pocas manzanas que brotaron del Útero, se tiñó con un humo escarlata. Shōko se inclinó sobre Kyōko, intentando en vano protegerla de lo que desconocía, pues la Última Manzana las protegía de toda afrenta.

—Hismina…

—¿Ate? —Se comenzaron a hablar con cortesía y frialdad, como si sus auras no estuvieran luchando con dientes y garras entre sí, una escena difícil de entender para seres humanos.

—¿Matarás a los Santos en nombre de Madre, o de tu propia venganza?

—Sabes perfectamente la respuesta.

—¿Ambas?

—Sí.

—Los Santos no pueden saber de nosotras, así que todo el que te vea…

—Todo lo que quiero destruir se elimina, lo sabes muy bien.

—Sí, lo sé.

Las flamas incandescentes se apagaron como si nunca hubieran estado allí, y ambas hermanas se miraron con lucidez fraternal, aunque no sonrieron.

—Lamento faltarle el respeto a Madre; solo eso diré.

—Ve, entonces. Preséntate ante ellos. ¡Hybris!

—S-sí —dijo el Dríade alado, que parecía haber despertado de un sueño. Le dirigió una mirada llena de envidia a las niñas, que habían aguantado tan bien el roce de fuerzas entre las Hamadríades cuando él, de ser humano, habría mojado su Hoja.

—¿Alguien te siguió?

—E-el Santo que defendía a estas humanas, m-mi señora… Aunque con mi velocidad es difícil que…

—Es un Santo, tú mismo lo dijiste. Debe estar a las afueras del templo. Es el que nos sirve, probablemente.

—¿Será el que mató a mis semillas, u otro? Bah, poco importa. —Dicho eso, la Pugna cruzó un umbral natural de raíces, y se dirigió a la salida del palacio a paso firme. No conocía a Orphée o Mozes, que mataron a sus hijos, ni tampoco a Rigel, que esperaba angustiado a las afueras, pero no le interesaba mientras asesinara, al menos, a uno. Idealmente, a todos.

 

08:10 p.m. del 10 de Junio de 2010. Islas Amakusa, Japón.

Varias veces perdió de vista el rastro. El cansancio, la tensión y la tristeza acongojaban su corazón y no le permitían pensar con claridad, pero finalmente un breve parpadeo de Cosmos maligno en el cielo, a la altura de las nubes lluviosas de la prefectura de Kumamoto en el extremo suroeste de Japón, le guio a encontrar el último rastro de su presa. Rigel había fallado en proteger a Hanako, pero no volvería a fracasar: encontraría a las Dríades, eliminaría a la cosa con alas que raptó a Kyōko y Shōko, y las llevaría con su padre sin falta. Una de ellas sería el avatar destinado a Eris en esta generación ¿cuál de ellas?… La respuesta era irrelevante, pues el Santo de Orión las tendría a salvo en sus brazos en un rato. Se lo debía a Hanako, cuidaría de ellas con su vida, para siempre.

Estaba de pie sobre la superficie mojada y escabrosa de la isla Yushima, que no había sido alcanzada por el sol durante esa jornada, todavía bajo la intensa lluvia invernal. A lo lejos podía ver algunos pescadores en sus botes, pero no había mucha gente en los alrededores; eran agricultores, de aquellos que se levantan antes que el sol para cultivar en sus terrazas, pero con el mal clima nadie más había cruzado por los puentes de Amakusa hacia Kyushu. Y aún percibía una centena de presencias inquietantes, nauseabundas, maléficas.

«Arriba». Elevó la vista y encaró a la lluvia incesante, y las nubes cargadas que ocultaban a su enemigo. Sabía que estaban por encima, aunque no entendía cómo podía ser posible, pero estaba convencido. «Si están en algún tipo de vehículo móvil, flotante, podría extinguirlo con mis llamas», se dijo, pero no le seducía la idea. Era obvio que el mal del mundo se había reunido allí buscando el cuerpo de Eris, y que atacar sería perjudicial, pero tampoco pensaba perder tiempo. ¿Con solo un brinco bastaría para llegar arriba?

Entonces captó algo en caída libre, una criatura antigua, vigorosa, rodeada de un aura verdosa que desataba ira e inclemencia. Aproximadamente en seis segundos aterrizaría y Rigel lo enfrentaría en un choque que haría temblar toda la isla, así que levantó la guardia.

«Imposible», musitó el Santo de Plata con súbito terror tras medir la fuerza de su rival y comprender en el transcurso de un segundo que no tenía posibilidad. Arrastró con toda su velocidad un pie hacia atrás y cambió brutalmente la postura de su brazo para defenderse en vez de atacar, concentrando su Cosmos en sus pies. El monstruo que enfrentaría, sin duda, era tan o más poderoso que un Santo de Oro como Milo, y el radio de su brazo derecho lo sintió cuando el brazal se quebró en dos partes por culpa del puño de una Dríade, sacándole un quejido que debió callar rápidamente para no hacer aún más evidente su debilidad. Tardó en darse cuenta de que había caído de rodillas.

Era una mujer enorme que lo miraba por encima, con una armadura azul de ramas entrelazadas y una mirada severa e iracunda. No había retirado el brazo, y empujaba cada vez más fuerte. Rigel sentía que los gritos se le escaparían de un momento a otro, pero resistió con el brazo en alto, encendiendo llamas en su otra mano a sabiendas de que, por alguna razón, no funcionarían fácilmente.

—¿Tú los mataste?

—¿Q-qué?

—Alala y Homados —dijo la que probablemente era una Hamadríade—. Mis Semillas. ¿Los mataste tú?

—¿Quiénes s…? —Rigel no pudo completar su pregunta, pues sin esperarse, una mano enguantada con ramas le cerró la boca, agarrando sus mejillas como con tenazas calientes.

—Responde con la cabeza a lo que pregunté, humano. ¿Los mataste?

Los nombres no le sonaban, no los reconocía, así que negó con la cabeza, como si tuviera sentido obedecerla y tenerle respeto… No. Temerle. ¿Dónde había quedado el Rigel valiente y decidido de hacía dos minutos?

—Entonces seguiré buscando. Tú, muere. —La Dríade levantó el brazo y su Cosmos, bestial, se concentró allí, listo para rebanar una cabeza. Y podía; el casco de Orión no resistiría.

—¡Maldita sea! —Aun así, Rigel se libró de su momentánea parálisis y atacó con sus Fuegos Fatuos a la cara de la Hamadríade, que los extinguió con la mano que antes había estado en la boca del Santo. Luego la unió a la otra, y bajó ambas, unidas por los dedos, como un relámpago furioso.

Sin embargo, un Santo con una fuerza impresionante detuvo el ataque de las manos con todo su cuerpo, rodeado de un aura roja vibrante como un trueno. El guerrero tenía un casco que asemejaba al de un rey, y con sus brazos por sobre la cabeza hacía lo posible por no ser aplastado. Sus piernas ya se enterraban en el piso.

—¡Daidalos!

—Tanto t-tiempo, R-Rigel… —le saludó el Santo de Cefeo con una sonrisa empapada por el sudor—. Casi llego t-tarde.

—¿Otro humano? —preguntó la Hamadríade, disminuyendo un momento la intensidad—. ¿Los mataste?

—¿Ah? —Obviamente Daidalos no entendía nada, así que Rigel encendió su fuego azul para contraatacar y defenderlo.

—¡Cuidado, Daidalos! —Los Santos de Plata se conocían perfectamente en el campo de batalla, aunque no fuera así lejos del mismo. Por eso, Cefeo pudo evitar sin problemas, en una décima de segundo, el Fuego Fatuo que arrojó Rigel, que jamás tuvo posibilidades de golpear a su compañero.

Sin embargo, la mujer también lo evitó en una centésima de segundo, con la mirada todavía puesta en Daidalos. Éste utilizó su Piedra de Salomón, un puñetazo semejante a una bala de cañón, y la Hamadríade levantó la mano izquierda de un segundo a otro, guardando entre sus dedos el impetuoso ataque rojo, como si nada pasara, en absoluto.

—No has respondido. ¿Los mataste? —preguntó la Dríade, mientras se oía de fondo el crujir de huesos de la mano de Daidalos.

—¡Ahora, Águila!

Rigel no pudo evitar fascinarse a pesar de que debería estar acostumbrado a las sorpresas que traía siempre el Águila de Plata, quien surgió de la nada como un fantasma alado, y su puño destelló con sus veloces Meteoros.

Veloces… pero no dañinos, al menos en la mujer. Con la mano libre atrapó cada uno de las esferas de luz, y ni parecía que moviera el hombro: en un instante, su guante ya estaba allí, y luego allá, devorando los resplandores.

—¿En serio crees que yo, Hismina de Pugna, sería tomada por sorpresa por un ínfimo humano? —preguntó la mujer al tiempo que se presentaba, más que con desprecio, con absoluta confianza en su superioridad natural.

Rigel reaccionó apenas completó su oración y Marin dejó de disparar en una zona particular, por donde corrió a zancadas, apartándose de Daidalos, que disponía todo su Cosmos para conservar su mano mientras gruñía de dolor. Desde una zona privilegiada, el Santo de Orión generó dos grilletes de fuego azul en ambas muñecas, separó las manos y una cadena deslumbrante colgó de ellas, con un tercer destello en el centro. Representaban a Alnitak, Alnilam y Miltaka, estrellas de la constelación de Orión visibles en ambos hemisferios, que a pesar de su increíble lejanía real, generaban en el ojo humano la ilusión de cercanía. La técnica se llamaba Cinturón Fatuo (Fatuus Cingulum), y tras conjurarla, saltó sobre la cabeza de Hismina y le ató el cuello. De espaldas a ella, Rigel tiró de los lazos de fuego incandescente, y el cinto comenzó a cerrarse alrededor de su garganta.

Sin embargo, ella sonrió.

—Pero qué ridículo —dijo la Hamadríade, y como si fuera pelota de trapo, arrojó a Daidalos hacia Marin. El primero maldijo, en su idioma natal, a la madre de la Dríade; y la segunda intentó lo justo para protegerse de la bola de cañón que le lanzaron y no despedazarse en el intento. Luego abrió la boca y un gran rugido salió de su garganta, que elevó el Cinturón Fatuo junto con Rigel y toda piedra cercana, con estallidos que hicieron temblar la Tierra.

Daidalos, en caída libre, entrelazó las manos y Marin saltó de ellas con una pierna cargada de blanco Cosmos, mientras Rigel era golpeado por innumerables ráfagas de aire cortantes, defendiéndose con ímpetu al tiempo que tiraba todavía de la cadena de fuego, intentando ahorcar a su presa, sin caer tanto en la cuenta de que la Dríade era más bien la cazadora.

El Destello de la Garra fue atrapado por Hismina con una contorsión difícil de imaginar dada su complexión, usando la pierna para impactar la de Marin, llevándola a volar, y usando el mismo impulso para proyectar un ataque de aire al retornar a su posición original. Rigel sería la víctima de no ser por una serie de Plumas Silvestres (Hasebi Irohane), decenas de dardos luminosos disparados por las manos de Mayura de Pavo Real. La mitad de las Plumas pasaron por el espacio entre Orión y la Pugna, mientras que el resto de clavó en la espalda del monstruo, elevándola y alejándola de la ruta de ataque a su compañero. No importaba qué tan veloz fuera la Hamadríade, no podía desafiar a la gravedad.

Mayura saltó y atrapó a Rigel con un brazo, cuando Hismina todavía trataba de recuperar la verticalidad. El joven se preguntó si debía inquirir sobre la situación de Ampelos y Hanako, pero desistió cuando aterrizaron y rápidamente tuvieron que conjurar una barrera defensiva contra la embestida de la Pugna, que la destruyó y envió a ambos a volar. Mayura cayó de pie, a diferencia de él.

—Eres poderosa —pronunció Mayura como si dijera el tiempo.

—Tú también —reconoció Hismina, alisándose el cabello—. ¿Acaso tú los mataste, Santo?

—¿A quiénes?

—Alala y Homados, mis Semillas. ¿Fuiste tú?

—No —respondió… no Mayura, sino alguien más, mientras Rigel se ponía de pie. Una voz en la penumbra se mezcló con el sonido acelerado de un arpa casi espeluznante, y diez hombres idénticos surgieron bajo la lluvia acercándose desde distintas direcciones.

—¿Qué? ¿Tú también? —sonrió Daidalos, que llegaba junto a Marin.

—¡Orphée! —celebró Rigel. Entre ellos, podía decirse que se llevaban bien, a pesar de la naturaleza solitaria de ambos en relación a sus compañeros. Mayura era una ermitaña, Marin un misterio silencioso, y Daidalos solo reía para evitar hablar de sus emociones. Podía decirse que los cinco Santos reunidos en las islas Amakusa eran los «inadaptados» y «asociales» del Santuario, pero por primera vez trabajarían juntos para enfrentar un espíritu de la naturaleza.

—¡Cuidado, Orphée! —advirtió Daidalos, dirigiéndose a cada ilusión creada por su Obertura con rápidos movimientos de ojos.

—¿Tú los mataste? —preguntó Hismina, quieta, pero con un ardor flamante en su mirada.

—A Homados lo hizo gritar uno de mis compañeros. A Alala la derroté yo —confesó Orphée desde distintas esquinas, aunque la mayoría de los clones fueron pulverizadas apenas terminó de hablar, por un estallido de furibundo Cosmos que hizo hasta apartar las gotas de ella. Luego, tras un pestañeo de tiempo, el Santo de Lira que aguantó más fue atacado por la criatura, pero ya había advertido que eso podía suceder.

Había comenzado con un movimiento lento, pero aceleró el sonido a una tonada suave de tempo cambiante, de veloz y punzante a lenta y elegante, causando una melodía amenazante de ensueño, similar a un vals francés: ¡Museta! (Musette).

Las cuerdas del arpa de Orphée se extendieron separándose del instrumento, y como si fueran tentáculos filosos lanzaron estocadas una y otra vez a su enemiga. Ella se protegió, pero para sorpresa de todos, no pudo avanzar. Solamente se dedicó a apartar las cuerdas, tan firmes como vigas rígidas, brillantes como luz de luna.

—¿¡Qué diablos pasa!? —gruñó, presa de la ira real por primera vez, al hallar al sujeto que mató a sus Semillas.

—La Museta está especializada en perforar grandes obstáculos, pues aunque son solo cuerdas, sus puntas concentran todo el peso de mi Cosmos. Con tu enorme resistencia eres capaz de aguantar los estoques sin problemas, pero no de avanzar, lo que ya es sorpresivo en sí mismo.

—M-maldito… ¡maldito seas! —La Hamadríade encendió su Cosmos y dejó de golpear las cuerdas, permitiendo que atravesaran su fina Hoja, sacándole brotes de sangre verde. Contra el pronóstico original, comenzó a avanzar.

—Deprisa, ¡atáquenla! —ordenó el Santo de Lira, aunque jamás nadie había obedecido alguna de sus órdenes, pues no era dado a entregarlas.

Los Santos no solían combatir en grupo contra un solo enemigo; se le veía como un acto desleal, injusto, vil y nada honesto, pero podían cambiarse un poco las reglas cuando cinco Santos de Plata estaban enfrentados a alguien muy superior. Un día, recordó Rigel, Yuan le explicó la diferencia a unos chicos que entrenaban para convertirse en Santos, usando números para hacerlo más didáctico en una clase de aritmética en la Academia, aunque nadie lo había invitado.

“Los soldados rasos, podría decirse, son un 1, un 2 los más capaces, o un 3 los capitanes; los Santos de Bronce serían el rango de 20 a 30, gracias a su amplio dominio del Cosmos en comparación con la gente común, pero nosotros los Santos de Plata seríamos casi un 100, pues somos expertos de la guerra, y quizás Altar sería ya un 150, es muy fuerte”. Ante la pregunta de una chica alemana que después se convertiría en la Santo de Tucán, el Escudo de Plata prosiguió, rascándose la nuca con la mano y mirando el cielo: “Bueno, pues, los… los Santos de Oro serían unos 5000, más o menos… Tal vez más”. Y así era. La diferencia entre soldados, Bronces y Platas era marcada y estándar, pero el salto al Oro era completamente antinatural, casi miembros de un mundo distinto.

«Y esta mujer es igual, o tal vez superior a ellos». No tenían más opción que atacar todos a la vez, así que los Fuegos Fatuos, los Meteoros, la Piedra de Salomón, y el Exorcismo Destellante, se unieron a la sencilla pero fenomenal Museta. La explosión no se hizo esperar, y el mundo se trastornó.

 

De ello, solo quedó una polvareda no solo de tierra y lluvia, sino de multitud de rastros cósmicos dispersos; el de Hismina no podía reconocerse. Los Santos de Plata se reunieron titubeantes. Daidalos, al centro, los intentó atraer con la mirada.

—No siento su Cosmos, pero dudo que haya sido eliminada así como así —dijo tras su inútil esfuerzo de compañerismo—. Está oculta en el caos cósmico.

—Evidentemente —siguió Mayura, dando un paso cauteloso adelante—. Es más poderosa que todos nosotros.

—Cayó desde el cielo, por lo que su base debe estar cerca de aquí, entre las nubes. Lo mismo las niñas que busco —dijo Rigel, con la vista elevada.

—¿Niñas? —inquirió Orphée.

—Son ángeles a cuya madre, que no pude salvar, juré que las protegería. Al parecer, quieren convertir a una de ellas en el cuerpo de Eris.

—¿Qué? Pero si son niñas, ¿¡qué clase de basura es esa tal Eris!? —profirió Daidalos con ira. De pronto, su mirada se clavó en la polvareda.

—Como sea, debemos estar atentos. Rigel es el que tiene la misión urgente ahora, ¿no?

—¿Sugieres que le hagamos un puente, Mayura? —preguntó Marin, que se refería a ella con respeto.

—No. Que vayamos con él a esa base. Pero primero, acabemos este asunto. Rigel, siento dos pequeños Cosmos sobre nuestra cabeza… ¡Ahora!

Los cinco se habían estado preparando todo ese tiempo, desde que vieron los movimientos en el flujo del Cosmos, veintidós segundos atrás. Mientras hablaban, seguían con la mirada las transmisiones de energía a través de la tierra, y sus brazos temblaron para generar un campo de fuerza apenas fueron atacados, intentando en lo posible de parecer con la guardia baja. Cuando un centenar de raíces brotó como espinos desde el suelo, y la imponente Hismina cayó desde la dirección contraria, la Santo de Pavo dio la orden, y todos levantaron la defensa para resistir el golpe. El instante siguiente sería crucial.

Sus brazos temblaron ante el ímpetu amenazador de la poderosa Dríade, que se alimentaba de los deseos de lucha de los seres humanos.

—Yo me quedo, puedo distraerla.

—¡Marin!

—Puedo hacerlo, Daidalos.

—Pero…

—Serás capaz de reconocer a quienes decirle.

Nadie más que Cefeo entendió la referencia, pero ninguno de los tres vio la necesidad de preguntar, y no solo por estarse defendiendo de un monstruo de tantas toneladas de plomo que se movía a una velocidad antinatural. El ataque se enfocaba en donde Orphée yacía de pie, pero no por mucho… El poder titánico de la mujer los estaba cansando demasiado rápido, los tenía al borde de sus fuerzas, ¡y solo llevaban un par de minutos de pelea!

—Vayan.

—Bien, nosotros subimos. ¡Dispérsense! —ordenó esta vez Daidalos, como si dirigiera alguno de sus entrenamientos. Su vista se posó en Marin, como ocurría normalmente con Shun, y sonrió tras notar la libreta en su cinturón. El Águila saltó de la burbuja y utilizó una patada para bloquear el golpe de la Hamadríade que hizo crujir su pernera hasta destruirla, y los otros cuatro aprovecharon para desaparecer en la noche. El mensaje era único e importante, pero buscaría confiar en ellos como ella había hecho con él.

 

25 de Abril. 2000.

Así como hace un año, hace dos meses, y hace seis días, vi transfigurar el color de ojos del Sumo Sacerdote. Fue cuando el jefe de la aldea le dijo que había una sombra de desconcierto en su alma, y que podría traer mal a estas tierras. Puras sandeces. Sin embargo, el Cosmos aquí es, de cierta manera, muy nostálgico.

El Sumo Sacerdote me mira demasiado, es diferente al de antaño. Creo que hay algo que no desea decirme, y siento también que es algo que no querré saber, cuando lo descubra. Y lo haré.

 

Sí. Ellos podrían entender, posiblemente.

—¿¡A dónde creen que van!? —Hismina intentó perseguirlos, pero una de las ilusiones del Águila de Plata le interrumpió el paso, mientras reventaba las cepas con un Meteoro difícil de distinguir. Su pierna no dejaba de sangrar.

—No te moverás de aquí.

—¿Qué? ¿Una sola? ¿Entiendes la estupidez de eso, niña? —Hismina no le daba crédito a sus ojos. ¿Por qué serían tan imbéciles los humanos? No comprendía el interés de Neikos en ellos, o el brillo de Emony, o los juegos de Manía.

—Cuando desaparezcan, ayudaré a construir el futuro de la humanidad. En ese momento, analizaré si eres digna de toda mi fuerza. —Dijo esto con la pierna seriamente dañada, el cuerpo agotado y la presión en su espalda, pero confiaba en su habilidad. Confiaba en su propia alma.

—Así que también hay arrogantes entre los humanos; Ate no es la úni… —Pero Hismina no pudo completar la oración. La mano de Marin había impactado violentamente contra su estómago, y más de un tipo de hueso se dañó.


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-Felipe-

    Bang

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Publicado 03 diciembre 2016 - 18:01

CAPÍTULO 14

 

EL RESONAR DE LAS RAÍCES

 

11:05 a.m. del 11 de Junio de 2010. Santuario de Atenas, Grecia.

—Nuestra misión es recibirlos, ¡ya, levántate! —Gliese se vio obligada a propinarle una dura patada al asno que tenía por compañero, por más que lo amara como a un hermano.

—Para ser mujer pegas bastante fuerte —se quejó Izar, sobándose la pierna y quitándose la manta de encima. Bostezó dos veces antes de terminar el movimiento.

—¿Por qué diablos se te ocurriría hacer ese tipo de comentarios con ella? —preguntó Venator, que sobre una columna alta miraba en dirección a la entrada este. La segunda patada del Tucán de Bronce no se hizo esperar, y de no ser porque se querían tanto entre ellos tres, Gliese le hubiera sacado la quijada al Santo de Boyero.

En el Santuario había bastante movimiento. Muchos Santos, especialmente de Plata se dispersaron por el mundo buscando acabar con una amenaza, ya se había corrido el rumor de que era una diosa maligna la enemiga. Esto se confirmó cuando se informó a Gliese de Tucán, Venator de Delfín e Izar de Boyero que debían escoltar el cuerpo que esa diosa había elegido para renacer en el mundo, una mujer japonesa asesinada en medio de una batalla, previniendo el despertar de —quien todos asumían— era Eris, la Discordia, a la vez que dejó dos huérfanas, unas niñas al cuidado de Rigel de Orión.

Los tres Santos de Bronce, jóvenes que habían trabajado juntos en muchas misiones, fueron escogidos para transportar el cadáver de la mujer a la Eclíptica, donde les esperaría Aldebarán de Tauro, que lo cargaría hasta el Sumo Sacerdote. Él se aseguraría de que el mal quedara completamente anulado ante la paz.

—¿Con qué método? —preguntó Izar. La comitiva de guardias dirigida por el capitán Pharole se acercaba con sus caballos a paso moderado, y otro grupo ya se desplazaba a abrirles los portones del Santuario—. ¿Qué hará el Pope con esa mujer para asegurarse de que todo está bien?

—Cuidado con las palabras que usas, dude —advirtió Venator, desde la torre de vigilancia más cercana.

—Es que si está muerta, lo más correcto sería llevarla con su familia en Japón y enterrarla allí. Ya no es ninguna amenaza.

—Pero son las órdenes del Sumo Sacerdote —dijo Gliese. Para ella no tenía sentido discutir lo que Sion de Aries ordenara, era una leyenda viva, el líder de todos los Santos, el representante y educador de la diosa, que todavía vivía en un inexperto y joven cuerpo—. Seguramente la devolverán a su país, con sus hijas, después de un chequeo sagrado, o algo.

—Aunque los Santos de Plata no han regresado —meditó Venator, serio—. De hecho, nadie ha visto al señor Milo regresar tampoco. Lo que dice Izar no es tan descabellado, hay algo raro aquí.

—¡Venator! —protestó Gliese, justo cuando se escuchó el crujir del portón de hierro que daba, a través de una alameda, hacia la Academia, aunque la comitiva tomaría rumbo a la derecha antes de llegar, cruzando algunas cabañas, para subir las escaleras que llevaban al Coliseo y la entrada de la Eclíptica.

—¡Abran el portón! —gritaron desde afuera, y el anuncio fue repetido desde adentro. La comitiva ingresó poco después, y los tres Santos se acercaron al líder.

—Bien hecho, capitán Pharole —saludó Venator.

—Gracias, señor. ¿Cómo está su hija? —preguntó el hombre, y los otros dos Santos de Bronce no pudieron evitar soltar un quejido de protesta.

—¿Mi hija? ¡Pues mírela! —Y el Santo de Delfín sacó de su bolsillo casi una veintena de fotos al tiempo que su piel se tornaba carmesí y los soldados lo miraban embobados. Todas las fotos tenían a la misma niña, una pequeñita rubia y de ojos azules jugando con tacitas de té o saludando a la cámara—. ¿¡No es bella mi Alicia, capitán!? Es la que mejor pinta en el jardín infantil, y siempre se dibuja conmigo al lado, ¿lo ve ahí? Lo tiene en la mano, le gusta mucho dibujar, ¡y mírela ahí, con el vestidito azul que le regalé! ¿No es la más hermosa del mundo? Oh, mire esta, en ese río ella se puso a jugar con unos peces que…

—¡EJEM! —carraspeó Gliese por cuarta vez, y Venator al fin se calló. Era un asunto complicado cuando cambiaba al «modo paternal». El capitán Pharole sonreía.

—Me alegro que esté bien la pequeña Alicia, señor Delphinus.

—Ah, sí, gracias… —contestó el Santo, sonrojado—. Je, je, bueno, vamos, no queremos hacer esperar al Sumo Sacerdote.

 

3:30 a.m. del 10 de Junio de 2010. Yarlung Tsanpo, Tíbet.

—Ah, maldita sea —masculló el Santo de Oro.

¿Tanto caminar para nada? El Cosmos infinitamente oscuro se percibía allí, y donde estaba parado era tan intenso como para hacerle temblar, pero aparte de ríos, montañas y piedras, solo había más ríos, montañas y piedras. Estaba ante un cañón escarpado y enorme, profundo como ningún otro en la Tierra, cerca del Himalaya que se perdía en las nubes desde su ubicación, y sin presencias enemigas a donde le alcanzara la vista. ¿A dónde rayos le había enviado el maldito rubio de Virgo?

Tampoco es que pudiera a preguntar a algún aldeano cercano, porque en el maldito cañón no había ni almas de animales, era solo una gigantesca cicatriz en el planeta que nadie se había molestado en sanar. Y además, ¿qué podría decirle? Era un Santo de Oro con nulo manejo del chino. A pesar de todo, uno de ellos le habló directamente a su mente.

Primero sintió un Cosmos puro y calmo, reflexivo e imponente, que se metió al aire y se mezcló con sus pensamientos. Luego, tras asegurarse de que no era una amenaza, Milo le permitió al extraño local hablarle.

¿Necesitas ayuda?

—Tu Cosmos me suena familiar, pero no tu voz. ¿Quién eres?

Un habitante de estas tierras que prefiere mantenerse oculto y en el anonimato.

—Tú… —No pronunció su nombre ni siquiera en sus pensamientos, para no darle en el gusto, pero sí recordó su rostro. Lo conocía desde la niñez, aunque años atrás, siguiendo la rebelión de Aiolos, se había exiliado—. ¿Qué quieres?

Lo mismo que tú. Seguía el rastro de esa presencia oscura en el Tíbet. La encontraste antes que yo.

—Sabes que debería reportarte, ¿verdad? Incluso asesinarte.

Diría que tu actual misión es más importante, Milo. Además, ya has llegado al sitio indicado, no pierdas la oportunidad.

—¿Indicado? ¿Te faltan ojos aparte de cejas? Aquí no hay nada. —Sí había algo, pero invisible. Una sombra abarcaba el cañón, y una presión intensa le recorría como un escalofrío la espalda junto a sendos temblores de piernas, pero nada más.

Abajo.

Claro, ese cañón pudo producirse por algún ataque siniestro, no por algo de la naturaleza, tenía tanta lógica. El sarcasmo servía, pero Milo miró hacia sus pies, de todas formas, y se mareó como con un cambio intenso de presión del aire.

—¿Pero qué demonios?

Puedo moverte allí. Vigilaré en los alrededores.

—¿Qué? ¿No vas a venir, cobarde?

Ahora que estás aquí, sé que podrás hacer lo que sea por ti mismo. Yo debo encargarme de alguien más.

—Tch… ok, llévame.

Un Cosmos desde las montañas se elevó como una sublime luz dorada con resplandores blancos, y una similar surgió desde su pecho. Lo siguiente que Milo de Escorpión supo, es que estaba flotando en un vacío absoluto.

 

09:20 p.m. del 10 de Junio de 2010. Islas Amakusa, Japón.

Sobre las nubes había cuatro titánicas plataformas de roca, conectadas por puentes flotantes, al igual que otras piedras romboides que se dispersaban por todas partes, elevadas por una fuerza divina que los humanos no necesitaban comprender. La distancia entre ellas superaba la lógica simple de una construcción natural, por lo que el salto de un Santo, por más fuerte que fuera, lo llevaría tan solo al primer nivel de aquel santuario divino, especialmente cuando no había montañas cerca que les sirvieran de apoyo.

Tenía aproximadamente un kilómetro de radio, aunque lo decoraban algunas columnas y miles de raíces que entraban y salían de la tierra como verdes y negras serpientes. También había cientos de Semillas libres, una decena fue destruida de una sola vez por un Exorcismo de Mayura, apenas puso un pie allí arriba. Le siguieron Orphée, Daidalos y Rigel; este último no perdió prisa en avanzar a toda velocidad, así que los otros tuvieron que quitarle gente del camino.

—¡Kyōko, Shōko, espérenme! —gritó en voz alta el Santo de Orión, aunque nadie pudo oírlo con tanto caos que dejaban sus compañeros.

—Así que este es el templo que ningún Santo antes pudo encontrar —dijo Orphée, atacando solo con sus manos, dejando guardado el arpa.

—El Cosmos de este lugar es imperceptible, y debe ser invisible a los radares también —contestó Mayura. Tuvieron que saltar siete veces con todas sus fuerzas hasta topar con el templo de Eris, y solo el primer nivel—. Que llegáramos se debe solo a la interrupción de la tal Hismina.

—Démonos prisa. Ayudemos a Rigel a sacar a esas niñas de aquí.

Mayura y Orphée se adelantaron sacándose a los espectros de encima, pero Daidalos se quedó unos segundos de más, mirando hacia atrás, preocupado por su compañera, el Águila. Luego suspiró, y avanzó al frente.

—¿¡Acaso nadie va a decir nada sobre que estamos en un templo volador!?

—No. Dispérsense y pongan un ojo siempre en Rigel —contestó la que lucía una venda sobre ellos.

A Daidalos eso le hizo gracia, justo antes de destruir tres Semillas con sus potentes brazos. No tenía una relación estrecha con ninguno de ellos, de hecho, en cierta manera acaba de conocerlos, era la primera vez que trabajaban todos juntos, pero debían formar equipo para algo que solo se les ocurrió en el instante, no habían planeado nada. Sin embargo, no era suficiente como para confiar, incluso para él era imposible. Aún no podía mostrarles lo que Marin descubrió, lo que debía mantener secreto, pero que se moría por contar para vencer juntos al otro enemigo aparte de la diosa Eris.

 

28 de Abril. 2000.

Todavía no regresaremos a Grecia. El Sumo Sacerdote parece absorto en sus conversaciones filosóficas con el jefe de la aldea, de las que hasta yo he dejado de participar. Se nos había dicho que la gente se había vuelto loca, que se atacaban entre ellos como bestias feroces sin razón, pero nada de eso hemos visto. No sé me ha dicho por qué seguimos aquí, y no habría problema si algo no me preocupara tanto. La jaqueca de Sion de Aries dio paso a breves conversaciones consigo mismo a la mitad de la noche. Antes de eso, una plática extraña.

La palabra clave fue “conocer”, usada en un contexto en el que el Sumo Sacerdote Sion solía usar siempre “saber”, más universal. Hablaba con el líder de la aldea cuando eso ocurrió, y lo dijo con un tono de voz que ya no pude evitar pensar que conocía. Desde hace mucho tiempo. En cualquier caso le preguntaría para salir de dudas, pero Su Santidad apenas habla conmigo, y así ha sido desde que el Santo de Sagitario intentó matar a Atenea… la niña de los dioses a la que todavía no me permite conocer. Esto me preocupa demasiado.

 

3:40 a.m. del 10 de Junio de 2010. Yarlung Tsanpo, Tíbet.

—¿Pero qué demonios es esto?

Oscuridad y más oscuridad sin final. Había llegado a un mundo donde todo lo que percibía era su propio cuerpo a través de sus sentidos, pero ni un murmullo, ni una breve brisa de aire tocaba su cuerpo. Solo existía aquel Santo que maldecía una y otra vez a su ex compañero del Santuario.

Descubrió que no flotaba, sino que caía, y que en cualquier instante tocaría dolorosamente fondo. Se hallaba en lo profundo de una grieta del cañón, donde tal vez algo había construido una catacumba antigua. O alguien. Allí en el Tíbet.

De pronto su hombro rozó con algo duro y espinoso, y luego su rodilla. Al abrir los brazos se encontró con dos paredes rocosas, y se enteró de que caía por el interior de algo. Comenzó a sentir olor a madera mojada… ¡un árbol!

Di tu nombre, humano.

La voz le estremeció. No solo por lo alto, o por el misterio de su origen, o porque lo escuchó en todos lados, sino por su porte e imponencia. Claramente no provenía de un ser humano, sino de algo más, y se lo hizo sentir. Solo aquellos seres más allá de la humanidad pronunciaban la pregunta con ese formato. Y si bien lo traducía como voz en su mente, por otra parte sabía que solo había sido el crujir de unas ramas; el horroroso sonido de hojas cayendo al piso, ampliado miles de veces; el silencio de un vacío de la naturaleza.

—Scorpius Milo. ¿Y tú?

Ju, ju. Un Santo logró llegar a mi dominio. Muy interesante, puedo verlo todo sobre ti.

—¿Qué carajos dices?

Referirte así a un ser divino es un pecado inconcebible, pero es lo esperado de alguien que ha sufrido… tanto. —Esperó a que dijera la última palabra para que el golpe fuera más duro, y el dolor recorrió toda la espina dorsal de Milo cuando se estrelló sobre sus posaderas. ¡Qué voz tan poderosa!

Cerró los ojos por el pesar, y al abrirlos y ponerse de pie de un salto un trozo de segundo después, se halló con los de otro ser. O eso parecía. Solo distinguía dos esferas doradas flotando frente a él… no, no esferas. Manzanas de oro.

—¿Crees poder asustarme con eso?

Claro que no. Eres el Escorpión Dorado, uno de los doce que protegen a Atenea, no te asustaste cuando te quemaron la espalda, no te asustarás ahora.

Milo retrocedió rápidamente hasta la muralla, y al percibir el contacto de su espalda con las raíces que la recorrían como víboras, sintió el impulso de usar sus manos enguantadas de oro para protegérsela, tal como cuando tenía tres años.

—¿Cómo diablos sabes eso?

Mi nombre es Discordia, Scorpius Milo, y lo sé todo sobre los problemas del pasado de los seres humanos.

—¡Discordia! Ja, ja, créeme, si usaras tu verdadero nombre ahorrarías mucho tiempo. Mejor dime cuándo vas a aparecerte en la Tierra y terminamos, antes de que te aniquile, Eris.

Ju, ju, ju, no me digas que sabes quién soy.

—Ya, déjate de juegos.

Bien, pero cometes un error, Scorpius Milo… o debería decir Milo Rodias, el chico que no debió desobedecer a su padre.

—¡Silencio, demonio! —Milo, enfurecido, disparó sus Agujas Escarlata, una para cada manzana, pero justo al instante posterior de hacerlo, las sintió clavarse en ambas rodillas, haciéndole caer al suelo—. Ugh, ¿qué rayos…?

Atacar a una divinidad es lo mismo que atacarse a sí mismo, porque para ustedes estamos en una dimensión diferente. He hablado con muchos humanos en el pasado, Milo Rodias, pero ninguno había sido tan interesante a la vez que idiota.

—¿Q-qué dices? —Había algo más. Un par de Agujas no podría causarle tal dolor jamás, pero se le estaba paralizando todo el cuerpo producto de ello. En solo un instante, Eris había regresado su técnica apoyándose de su propio poder, y una porción tan ínfima había bastado para hacerle caer.

Como dije, cometiste un error. No tengo que aparecerme en la Tierra, desde hace eones que estoy en ella. No me aceptan en los cielos, así que puedo manifestarme en quien quiera cuando yo lo desee.

—¿Qué? ¡Imposible! Si así fuera…

Es solo que me gusta observarlos. Sin embargo, cada cierto tiempo ocupo el cuerpo de un ser de este mundo para propagar la Discordia entre los hombres. En este caso, dos pequeñas niñas, Milo Rodias.

—¿¡Qué clase de basura eres, diosa de m¡erda!? —Disparó de nuevo, pero en esta ocasión, las tres Agujas fueron a parar a su estómago, atravesando incluso la portentosa armadura de Oro—. ¡Ahhhhh!

Quieto, infame. En esta oscuridad donde mi árbol vive y crece, yo gobierno, y puedo mostrarte todo.

 

 

Y así Milo, a través de imágenes deformadas pero perfectamente claras para sus ojos, pudo ver a las dos niñas que eran atemorizadas por la presencia de infames y horrorosas criaturas hechas de raíces, hojas, oscuridad y pecados. No reconocía el lugar, pero parecía que en otro lado, en la esquina inferior de su ojo derecho que apenas reaccionaba ante los estímulos de penumbra que llenaban el interior de ese tronco, contempló un grupo de Santos de Plata haciéndose paso a través del ejército de cucarachas de Eris. Entre ellos, Rigel se apresuraba, y Milo supo que las buscaba a ellas. Inocentes rehenes de una comitiva de plantas parlantes frente a un árbol, en la parte superior de la oscuridad, por donde había caído. El Santo de Escorpio vio y sintió todo, tanto los escenarios lejanos como sus preocupaciones internas. También descubrió que la tal Eris estaba demente.

—¿¡Ocuparás niñas como huéspedes!?

Sí… y no. Me divierte este mundo, Milo Rodias; mirar en el corazón de los hombres, sacar sus más horribles recuerdos y sus más pútridos deseos para usarlos en su contra, pero no me sirve si hay una pizca de bondad o paz que los interrumpa. Tal vez use a alguna de esas niñas, como mis queridos hijos desean… ¿voy ahora? Me gustaría jugar un poco con ellas, que hace siglos no lo hago.

—¿Jugar?

Sí. Como dije, puedo presentarme en cualquier parte de la Tierra, en la persona que yo desee, pero hay una a la que puse el ojo desde que la Semilla de mi hija mayor percibió algo especial en ella con una de mis Manzanas.

—¿Manzanas? —Había algo perverso en el crujir de madera que en su mente Milo oía como una voz profunda y femenina. Parecía disfrutar en todo momento—. ¿Cuál de las niñas es tu objetivo? ¿Qué estás planeando, demonio?

Demostrarte que la Discordia se ha divertido por eones; en todo caso, jamás son capaces de hallarme. Pero no te confundas, Santo de Oro, no pudieron esta vez tampoco por su habilidad impresionante de perros labradores.

—¿Qué? —El Sumo Sacerdote se había equivocado, la diosa lo confirmaría en un segundo, estaba seguro. Por más poderosos que fueran, eran humanos, lo que se traducía como «marionetas de los dioses»—. ¡Maldita sea, no puede ser!

Sí, yo decidí manifestarme esta vez, fue un acto consciente. Hay tanta gente interesante en la Tierra que pensé que sería bueno sacar toda emoción negativa de ustedes, los hombres que creamos hace eones, y darles un festín a mis hijos e hijas. Se lo merecen después de que les mintiera tanto a los pobrecitos. —El suelo crujió, las ramas y raíces se mecieron aunque no había viento, y comenzaron a restregarse contra las paredes oscuras de esa prisión bajo el Himalaya—.Santo de Oro, fue un gusto hablar contigo, y alimentarme de tan deliciosa, fina y horrorizada angustia de tu niñez.

—No… ¡detente!

Tómalo también como castigo por tratarme así. El futuro será tu culpa… y el pasado, la de ese hombre con el que tanto me divertí hace tiempo. Al final, ustedes son los culpables de su propia tragedia.

Las esferas doradas se apagaron, y aunque Milo arrojó todas las Agujas que pudo, en todas direcciones, nadie pareció sufrir. Eris vivía siempre bajo tierra, con los pecados como su comida y las Manzanas como sus ojos, lista para manifestarse en el momento y lugar que quisiese. Y ya lo había hecho. Desde el principio, la diosa había tenido control absoluto de toda la batalla, pues no necesitaba cruzar la serie de dimensiones desde el mundo divino al terrenal, sino que estaba ya en la Tierra.

Se hizo evidente que el mundo podría terminar pronto cuando las raíces que quedaron pegadas a las paredes se soltaron súbitamente y arrojaron contra Milo, que hizo lo posible por destruirlas con sus Agujas Carmesí. Tardó en darse cuenta de que la suerte de árbol donde estaba encerrado desaparecía poco a poco, no reduciéndose de tamaño, sino borrando de alguna forma el espacio a su alrededor, pero las cepas no tenían ningún problema de seguirse moviendo. Pasados once segundos exactos, Milo se dio cuenta de que no podría defenderse más tiempo y sería atravesado por las filosas raíces de esa dimensión extraña, donde posiblemente, muchos siglos atrás, la diosa de la Discordia se estrelló en la Tierra.

—M¡erda, se acabó…

No todavía, Milo.

La voz que en el pasado, a veces, le había irritado e intrigado a partes iguales, vino acompañada de un halo blanco con destellos dorados que lo absorbió. Para él fue como cerrar los ojos, pero en lugar de sumirse en la oscuridad, se ahogó en un brillo absoluto que le presentó la realidad que había visto antes: las montañas chinas del Himalaya, junto a algo nuevo. El único reparador de Mantos Sagrados en todo el mundo estaba a su lado, muy vivo a pesar de que nadie le había dado un trabajo en casi trece años. De la mano sujetaba a un niño tímido, oculto por una capa negra y las piernas de su… No sabía quién rayos era.

—¿Tú no envejeces?

—No es momento para bromas. Ahí vienen.

¿Decenas? No, cientos de raíces filosas, cargadas de Cosmos, salieron desde todas direcciones, no solo de la tierra, sino del aire, como si rompieran el espacio. Eran espadas cargadas de emociones negativas, impurezas humanas que ambos jóvenes tuvieron que enfrentar con sus Cosmos dorados brillando al unísono. Tras el primer asalto de Agujas, Milo le pidió a su compañero un favor.

—Ya que estás tan amable a esta hora, ¿me das un aventón?

 

11:35 a.m. del 11 de Junio de 2010. Santuario de Atenas, Grecia.

La comitiva dirigida por tres Santos de Bronce, usando a los caballos, cargó el cadáver de la mujer al interior de un ataúd negro y adornado con flores doradas hasta la pequeña plaza que daba paso a la Eclíptica, después de girar a la izquierda en el Coliseo. En el centro había una fuente de piedra decorada con la escultura de un ángel con las alas extendidas y un antifaz que cubría desde su frente a los ojos, y a la derecha una escalera llevaba a un pequeño templo de oración donde, sentado, los esperaba un enorme Santo de Oro, y tres jóvenes de Plata, de pie a su lado.

—Señor Aldebarán —saludó protocolar y formalmente el Delfín, aunque cada vez que se veían fuera del Santuario, comían juntos en el «Comedor de Tía Dulda», donde hablaban de los niños que tenían (la hija del primero, los huérfanos del segundo), y se degustaban con los mejores pescados de Grecia.

—Buenos días, Venator —contestó el gigantón quien, dado su rango, podía darse más libertades. Miró después a sus acompañantes—. Gliese, Izar.

—Señor —continuaron ellos el saludo, antes de dedicarle otro, con la vista, a los Santos de Plata.

Sirius de Can Mayor, el más viejo de su rango, vestido con su casco de perro y una capa azul, estudiaba la comitiva con sus relucientes ojos expertos; sus pómulos férreos se tensaron de inmediato. Algheti de Hércules, el hombre más alto de todo el Santuario, y uno de los más fuertes, llevaba su gruesa y asimétrica armadura, que al igual que su amplia sonrisa sobre la barbilla redondeada, resplandecía ante el sol. Dío de Mosca, pequeño y escurridizo, se acercaba al féretro peinándose hacia atrás el lacio cabello rojo.

—Vaya, vaya, je, je, je, así que esta es la mujer que iba a ser nuestra enemiga, je, je, no llegó muy lejos.

Todos en el Santuario sabían que aquel mexicano era un imbécil, pero en vez de recibir la reprimenda lógica del de más alto rango por la falta a la moral que los puso a todos incómodos, fue el Perro de Plata, como siempre, quien actuó.

—¿No podrías ser más respetuoso, Mosca?

—Pero si era nuestra enemiga, Sirius.

—No lo fue ni lo será ahora que yace muerta —reflexionó el Perro, con los ojos cerrados—. Solo era una dama inocente que pereció antes que un demonio de las penumbras se apoderara de su cuerpo, acciones y deseos.

—Sí, en cierta forma es lo mejor para ella. Era madre, ¿no? —preguntó el grandulón con su típico acento camerunés.

—Así es, dos niñas pequeñas. Pobrecitas —se apresuró a responder el Santo de Delfín, a quien le afectaba particularmente el tema.

—¿La llevamos ya, señor Aldebarán? —preguntó Sirius, volteándose hacia el Toro, pero este no respondió—. ¿Señor Aldebarán?

El Santo de Oro observó fija y detenidamente el féretro, sin pestañear, por casi un minuto. Luego, dirigió la vista hacia las lejanías, y sus labios se curvaron en una mueca de disgusto.

—¿Señor Aldebarán? —repitió el Perro la llamada. El Toro al fin reaccionó, y sin ningún problema, levantó la carga sobre su antebrazo derecho, como si fuera un cojín suave.

—Asterion, Algheti, Dío, llevaré el cuerpo de esta joven inocente ante el Sumo Sacerdote, pero quiero que me escolten desde lejos, no de cerca —susurró—, tendrán el permiso de mis compañeros. Con tres templos de distancia estará bien, siempre y cuando no pierdan de vista el rastro de mi Cosmos, ¿entendido?

La Mosca se rascó la barbilla, confuso; Algheti asintió dubitativamente. ¿Por qué tanto misterio? Su misión era escoltar al Toro, pero esa distancia podía significar dos cosas: poca confianza en ellos o un plan secreto relacionado a algo que parecía preocupar a Aldebarán. Sirius asumió lo segundo.

—Sí, señor.

—Y ustedes, Venator, Izar, Gliese, reúnan a quienes puedan en las cercanías, monten guardia férrea unas cuantas horas más. Que nadie se arriesgue en demasía.

—¡Sí! —contestaron al unísono, con las mismas dudas en su corazón.


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#507 Presstor

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Publicado 05 diciembre 2016 - 16:14

hola felipe!! cuanto tiempo sin escribir por aqui  espero no aunsentarme tanto tiempo

pero es un ñueta esto de internet jaja

bueno,de esta historia debo decir que los primeros capis me parecieron un poco flojos

pero esto ultimos han estado bien,lo que me lleva a mis consultas...no fue un poco pronto y diganos inoportuno

que rigel se beneficiase a las madre de las niñas,esa fue mi sensacion jaja

lo que me lleva...esas niñas,(si sobreviven),las veremos compartiendo camara con seiya y compañia?

eris y los suyos nunca se han enfrentado a los caballeros? eso me sorprende teniendo en cuenta

lo que es eris

 

bueno aqui me despido,un saludo y hasta el proximo capitulo



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Publicado 15 diciembre 2016 - 20:28

Hola, Felipe, vuelvo por aquí. Ya me he puesto al día con tu fic, y tengo varias opiniones al respecto

1º Primero, me encanta el protagonismo que le has dado a los santos de plata. Se han destacado casi todos, y mostrado su poder, y justicia. Como dije hace un tiempo, no me gustó del clásico que hayan sido presentados como unos matones a sueldo de Saga. Aquí tú muestras su pasado, emociones, y verdadera devoción por la justicia y Athena. Muy bien por eso. No quise contarlos, pero no sé cuantos plateados has mostrado, y si piensas presentar a los 24 (tal vez ya están todos, no sé, jajajaja)

2º Me encantó tu creatividad sobre la presentación de las o los Dríades. Los has plasmado muy bien en relación a las emociones que representan, y me gustan sus técnicas. Lo de las sombras me ha confundido un poco, pero creo que no es tu culpa, si no mi falta de atención.

3º Sobre las Hamadríades.... hum, tengo una pequeña crítica, te la digo pq sé q tú las tomas muy bien, y explicas muy bien tus ideas. Además, es sólo mi opinión. La crítica es esta: ¿de verdad son más poderosas que los santos de oro? ¿tanto así? Recuerdo que la otra vez te planteé mis objeciones sobre que los generales de Poseidón eran tan fuertes como los dorados, pero tú explicación fue muy satisfactoria. En realidad, Poseidón es uno de los olímpicos más fuertes, uno de los hijos directos de Cronos y Rea, y hermano de Zeus. Visto desde esa lógica, a lo mejor debían ser incluso superiores a los santos de oro. Pero las Hamadríades?? Son sirvientes (o hijos, ya) de Eris, que creo es una diosa menor, inferior a Athena. Tal vez es por ser sus hijos. No sé, es mi opinión. O a lo mejor no son tan fuertes, y están exagerando. O a lo mejor para tu historia es necesario q sean así. No sé, pero es lo q creo, jejejeje. Creo q esta bien q sean superiores a los de plata, pero aún creo deberían ser inferiores, al menos un poco, q los dorados.

4º Me gusta el carácter de Milo, y me encanta su humor. El humor en general de tu fic, q no falta, mezclado sutilmente. Felicitaciones por eso. Me encantó como humilló al dríade, mostrando la amplia superioridad de un dorado. Lástima q lo pasó mal con Eris (o lo q sea lo del último capítulo), pero es una diosa, al fin y al cabo.

5º Tengo dos preguntas: no recuerdo si en tu fic, en su momento, lo mencionaste, pero en el anime clásico, Babel menciona a Hyoga que nunca había conocido la derrota. Milo después ante Seiya cuando le hiere la cara en las doce casas, dice que él era el primero q lograba eso. Tomarás eso en cuenta?? Pq si es así, ni Babel ni Milo pueden recibir rasguños. Aunque aquí se incluye el Episodio G, así q no sé. Puede ser una duda tonta, pero quiero plantearla

      Bueno, eso sería, amigo mío, me encanta tu fic, es muy bueno, entretenido, con contenido y emocionante. Perdón si es q no recuerdo algo q mencionaste y lo digo, pero es q  como es bastante largo, no lo recuerdo todo. Un saludo, felicidades!!!



#509 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 23 diciembre 2016 - 11:48

hola felipe!! 

Hola Presstor, mucho tiempo!

Qué bueno que te esté gustando esta parte. La primera fue más para conocer a los personajes y un poco pesada, sí, pero en esta intentaré ser más concreto.

Sobre tus dudas, Rigel no ha hecho nada xD...... o sí? Jajaja

Bueno, digamos que a Rigel, Hanako le pareció una persona muy interesante, y su deber de proteger a los indefensos es tan intenso que ver a esa mujer que sería huésped de Eris le hizo convertirse casi en un guardaespaldas. No diré si son sentimientos románticos o algo así, pero sí que es completamente devoto a su juramento de proteger, y que se encariñó un poco con las niñas.

Sobre lo otro, no puedo decir nada, lo siento.

 

Saludos, espero verte por acá pronto :) Gracias por el review!

 

 

Hola, Felipe, vuelvo por aquí. Ya me he puesto al día con tu fic, y tengo varias opiniones al respecto

 

      Bueno, eso sería, amigo mío, me encanta tu fic, es muy bueno, entretenido, con contenido y emocionante. Perdón si es q no recuerdo algo q mencionaste y lo digo, pero es q  como es bastante largo, no lo recuerdo todo. Un saludo, felicidades!!!

Un gusto, Carlos, mi más antiguo lector, qué tal? Responderé tus dudas lo mejor que pueda.

1. Fue mi principal motivación, como te imaginas, darle protagonismo a estos tipos que son parte del ejército de Athena como cualquier otro. Más cuando hay algunos muy fuertes. Sobre la duda, no he mostrado a los 24 aún, pero solo me faltan tres. Aprovecharé de poner la lista aquí:

Spoiler

Pero sí, pienso presentar a los veinticuatro. De hecho, mi plan en lo posible es presentar a los ochenta y ocho, ya he presentado 24 Bronces.

 

2. No hay que confundirse mucho con las sombras. Son Semillas, por así decirlo soldados rasos del ejército de Eris, pero son solo sombras o siluetas. En cuanto a las dríades, para evitar confusiones, diré que solo son 9 Hamadríades (aunque alguna vez, hace muchos años, fueron diez, con Algos del Dolor. Su asesino se revelará pronto)

3. En realidad tiene que ver con un tema de perspectiva. Los Santos de Plata no suelen ver dorados luchando en serio, pocos han visto a uno siquiera peleando a full. Por eso, es normal que las Hamadríades les parezcan más poderosas que ellos, pues pelean a matar. No voy a adelantar algunas cosas, pero puedo decirte que sí son muy superiores a los Plata, y que algunos de ellos pueden ponerse al nivel de los Santos de Oro. ¿Todos ellos pueden ponerse a ese nivel? No creo... ¿Más fuertes que un dorado? En general, lo dudo mucho..

4. Sí, bueno, como muchos saben, no soy simpatizante de los Escorpio, por eso quise hacer a un buen Milo, porque no es su culpa vamos jaja. Así que es poderoso, tanto como Aiolia, Mu, Shura, etc, y tiene una personalidad marcada: bruto, impulsivo, prejuicioso, paranoico, etc. Claro, Eris es una diosa, no funcionó mucho su personalidad arrojada y sarcástica ahí.

5. En ninguno de los dos casos ocurre así en mi fic. Babel y Milo han luchado en muchas batallas, de hecho Babel fue soldado en Irak. Y como ves, Milo tuvo un pasado bien trágico y doloroso. Además, como dices, en cierta manera se incluye el G, así que ya ves. Y tranquilo, es normal no recordarlo todo.

 

Como siempre, muchas gracias por tus comentarios. Saludos, amigo mío :)

 

 

Ahora vamos con el capítulo.

CAPÍTULO 15

 

EL VALOR DE LA CONFIANZA

 

09:55 p.m. del 10 de Junio de 2010. Islas Amakusa, Japón.

No llovía allí. El primer nivel de ese raro y herbáceo templo estaba repleto de sombras oscuras sacadas de película de terror, que los Santos de Plata eliminaban poco a poco para darle espacio a Rigel de Orión, que luchaba en búsqueda de dos pequeñas niñas. Pero Daidalos de Cefeo tenía otros pensamientos y preocupaciones: lo que había leído en aquel diario perteneciente a Nicole de Altar lo animaba a dar más de sí y enfrentar los verdaderos males, pero en otra forma, lo descorazonaba un poco también. ¿Por quién estaba luchando? En la orden de los Santos había una jerarquía que respetar, ¿pero qué ocurría cuando la cabeza sobre esos estratos (o el representante de la misma) tenía las manos sucias? Porque las entradas, al principio dubitativas, claramente se dirigían a ello.

 

30 de Abril. 2000.

Durante la noche acaecieron disturbios en la ciudad que, si bien solucionamos con prisa, no se explicaban convenientemente y dejaron muchas dudas. Hombres y mujeres peleando unos contra otros en una orgía de sangre y caos, como si no tuvieran mañana. Hace una hora terminamos de discutir con el jefe de la aldea al respecto, pero esta vez se limitó solo a decir que era lo habitual. Le pregunté entonces su nombre al Sumo Sacerdote, y no se me hizo algo tonto el hacerlo, solo se me ocurrió. Él dudó como respuesta, y me dijo en voz alta que era Sion. Cuando los hombres dicen su propio nombre suenan con mucha más confianza, pero allí, hace unos minutos, el Sumo Sacerdote pronunció «Sion» como un sustantivo ajeno, y no se cuestionó hasta tres minutos después el objeto de preguntarle algo así. Diría que no es su nombre, pero no puedo discutirlo más. La gente, sin razón, comenzó a violentarse al oeste y debemos comenzar a movernos. Mi deber sería preocuparme de solucionar este asunto, pero mi mente está llena de ideas sobre Su Santidad. La jerarquía me lo prohíbe, ni siquiera soy un Santo de Oro, pero no puedo evitar cuestionármelo. No sé quién es.

 

—¡Daidalos, atrás tuyo! —le advirtió Mayura, alejándolo de sus pensamientos y dudas. Al darse vuelta, acabó con tres Semillas con el cañón que tenía en el puño. La armadura de Cefeo resistía perfectamente los ataques a distancia, sería imposible de romper para criaturas como esas.

—¡Gracias! —exclamó, y apenas terminó la oración, se protegió de un ataque lejano que le hizo retroceder. En condiciones normales ni siquiera habría realizado el movimiento de cubrirse, pero al sentir la diferencia de Cosmos, no tuvo opción.

El próximo enemigo era más poderoso. Una criatura pequeña y alada que descendía desde alguno de los niveles superiores. Sus alas eran ramas y hojas, y su sonrisa una arrogante tiniebla.

—Ju, ju, así que mi señora estaba en lo correcto, por supuesto. Me pudieron seguir, eso es una gran proeza.

—¡Tú, maldito bastardo! —rugió Rigel, adelantándose como un cometa que se abre paso a través del espacio oscuro—. ¡La mataste, infeliz!

—Tranquilo, tranquilo, no nos precipitemos, mi señora no quiere que su leal siervo, Hybris del Exceso, sufra algún daño, o un par de niñas lo pagará.

—¿Qué? —Rigel detuvo en seco su carrera ante la criatura que al fin tocó el suelo de esa isla flotante. Los otros tres Santos de Plata lo enfrentaron con la mirada desde distintos sectores, y las Semillas que quedaron también se detuvieron.

—Una de esas pequeñas será encerrada en el Útero, el poder de Madre caerá sobre la Tierra, y ustedes serán testigos de ello desde el cielo… pero lo cierto es que no sabemos cuál es —dijo el mensajero encogiéndose de hombros, las hojas de sus alas desaparecieron, con solo las ramas quedando en su lugar. Su voz era de pura falsa tristeza—. Mi señora, Ate de la Ruina, desea saberlo, Rigel de Orión, y lo invita personalmente a una entrevista con ella.

—¿O las matarán? Una de ellas es su diosa, ¿no es así? —intervino Daidalos.

—Podremos encontrar otra.

—Ya lo hubieran hecho.

—Pero toma tiempo. Demasiado. Si el cuerpo de Madre muere, la esencia se refugia en el Útero. —Hybris miró hacia arriba, a los niveles superiores, lo que los Santos de Plata captaron con celeridad—. Y entonces debe encontrar otro huésped humano, pero ella…

—¿Qué diablos nos quieres decir, monstruo?

—¡Debiste ver algo cuando cuidabas de esas mocosas! Su Cosmos, actitud, alguna cosa, Orión, ¡mi señora Ate necesita saber!

Algo no coincidía.

Ante la duda del Dríade, Mayura decidió usar sus habilidades más místicas de las enseñanzas de su maestro, y analizar cada partícula del Cosmos del enemigo para entender a qué se debían dichas dudas, y la respuesta llegó temprano, mientras los Santos de Plata de Orión y Cefeo seguían discutiéndole. Orphée mantenía silencio.

—No pueden saber quién es, porque no comprenden la esencia humana o su Cosmos completamente —dijo la mujer en voz alta. El resto contuvo la respiración, sabían que se venía algo intenso—. Por eso se han ocultado tantos siglos, y a pesar de su poder, no saben cómo enfrentarnos.

—¿Y yo soy el que puede solucionarles el problema? —preguntó Rigel, tanto para su compañera como al enemigo, a quien miraba de reojo.

—Aún más que eso, ¿verdad? —Aunque llevaba una venda en la cabeza, los ojos de Mayura estaban fijos en la criatura temblorosa que ahora agitaba las alas con descaro. Lo tenía—. Tu fuego es peligroso para estas plantas, quieren eliminarte después de que les digas si una de las niñas mostró alguna peculiaridad, bajo tortura si es necesario. No temas por las niñas, no pueden hacerles daño, su propia mente se los impide, incluso a sabiendas de que no matarán a su Madre realmente.

—Ella las creó para que la amaran y respetaran incondicionalmente —dijo Daidalos, con la mano en la barbilla, reflexionando, Mayura era fantástica… ¿pero era de confianza? Aún faltaba para determinarlo—. No tienen voluntad propia.

—No voy a permitir que se burlen de nosotros de esa manera… Yo, Hybris del Exceso, terminaré con ustedes y me llevaré a Orión conmigo… —El Cosmos de la criatura ardió. Si bien no parecía tan intenso, era una llama bailarina, chispeante, nada inmóvil—. ¡Vengan para que los haga pedazos!

—¡Maldito demonio! —Rigel saltó más veloz que cualquier sonido, su puño se proyectó como una feroz llamarada azul, y su Cosmos ardió como una estrella. Y sin embargo, el Fuego Fatuo pasó de largo, fallando el objetivo que se había esfumado frente a sus ojos—. ¿¡Qué rayos!?

—¡Atrás tuyo! —Daidalos brincó a su vez, descargando la Piedra de Salomón sobre el monstruo que, agitando con desesperación las alas, apareció tras de Rigel. El potente cañonazo también falló, y ambos fueron derribados al piso por la figura oscura que los Santos no eran capaces de percibir ni alcanzar.

Para peor, las Semillas volvieron a reaccionar, y Mayura las evitó para atacar también, pero hasta a ella le fue imposible alcanzar a Hybris, que se movía de un lado a otro, burlesco, arrojando débiles esferas de energía que siempre impactaban, solo por el objetivo de mofarse.

—¡Demonios! —Rigel se deshizo de diez Semillas con un estallido iracundo de Cosmos, pero por más fuego que arrojaba, no alcanzaba al Dríade.

—¿Cómo puede ser tan veloz? —se preguntó Daidalos. Era extraño: para los Santos, la velocidad estaba íntimamente relacionada con el dominio del Cosmos, por lo que mientras más poderoso era un Santo, más rápido atacaba, y hasta en ciertas condiciones, su movimiento también se veía afectado; en alguna ocasión se había llegado a hablar de Santos de Oro que no solo atacaban, sino que corrían tan veloz como la luz, y que podían recorrer la Eclíptica, desde el Carnero a los Peces, en tal vez menos de un segundo.

Por otro lado, Hybris no parecía tener un dominio excesivo del Cosmos, ni siquiera parecía manejarlo, como las demás Dríades, de igual manera que los seres humanos, pero su rapidez era mayor a la de un Santo de Plata, y a la de los demás enemigos que habían enfrentado. Daidalos, Mayura y Rigel cayeron al piso, agotados y mareados, ¡y solo era un enemigo!

—Je, je, je, je, ¡no pueden ni alcanzarme! El espíritu del Exceso es alimentado por los desenfrenos de los jóvenes humanos, y no tiene límite je, je —rio Hybris, de un lado a otro, volando con sus alas de ramas. Su Cosmos había disminuido algo su vaivén, pero su intensidad era canalizada por factores externos. Sin embargo, si la velocidad es potenciada como una de las aristas del poder, y el Cosmos no es capaz de sustentar todas las posibilidades, entonces…

—Me dirás todo lo que sepas —susurró Orphée, sorpresivamente, al oído de Hybris, que soltó un chillido al no percibir el desplazamiento del Santo. Así sin más, de un segundo a otro, el Santo de Lira estaba a su lado.

—¿¡Qué diablos pasa aquí!? —El Dríade se cargó de Cosmos y voló trazando una curva cerrada para atacar a Orphée por la espalda, pero al llegar a él, el Santo de ojos melancólicos lo observaba desde aún más atrás—. ¡Imposible!

—Dejarás de moverte. —Orphée soltó las cuerdas de su arpa, que se afilaron como cuchillos. De fondo, una música estridente se escuchaba…

—No puedes ser más veloz que yo, ¡ningún humano lo es! —El Dríade usó sus manos para descargar un sinfín de ráfagas mientras atacaba desde cada flanco posible, pero el Cosmos del trovador no desaparecía. Al contrario, se intensificaba al igual que su tonada.

—No, Orphée puede ser silencioso, pero cuando ataca sí que se hace notar, criatura —reflexionó Daidalos en voz alta.

—Es joven y sin tantas batallas encima, como los demás Santos de Plata, mas su potencial es sorprendente —elogió a su vez el Pavo Real.

Rigel, por su parte, sabía lo que ocurriría en un par de segundos, así que sin que los demás lo notaran, encendió una furibunda llama azul en su mano derecha, preparado para esperar el desarrollo de la Obertura que llevaría al espíritu a la derrota.

Pues era más de un Santo el que rodeaba a Hybris, y Orphée podía hacer aparecer sus clones ilusorios donde quisiera, con la mentalidad del pensamiento, muchísimo mayor al de cualquier uso del Cosmos. Cuando el demonio se percató de la situación, intentó alzar el vuelo sin perder tiempo y perderse entre las nubes para buscar otra oportunidad o un nuevo método para raptar y asesinar a Rigel; habían demasiados enemigos por doquier, los otros Santos de Plata preparaban sus mejores golpes para cuando se distrajera completamente, pero el músico griego no estaba de acuerdo con seguir jugando. Con la Museta perforó la espalda de un despreocupado de su retaguardia Hybris, y lo arrastró al suelo desde su ubicación original, de la cual jamás se movió.

—¡Ahhh! —gritó el Dríade al estrellarse de boca. Orphée no se hizo esperar para arrodillarse a su lado y tomarlo del cuello mientras las cuerdas se enterraban en su carne verde, filosas como sables—. M-miserable y asqueroso humano…

—Ahora hablarás.

—La señora Ate los matará a todos si me hacen daño… ustedes s-son solo basura sin remedio, ¿q-qué podrían hacer c-contra ella?

—Esa Ate, ¿dónde está? Si me respondes, pondré fin a tu sufrimiento. —El Santo de Lira no era de los que asesinaría a alguien indefenso, ni siquiera enemigos de esa calaña, pero no había nada de malo en la amenaza. Si se lo podía permitir, arrastraría a esa criatura al Santuario o lo liberaría para asesinarlo en batalla.

—¿Matarme? ¡Somos eternos! —Hybris quiso olvidar el delicado asunto que las Hamadríades habían discutido sobre la posibilidad de morir de las hijas de Eris, así que su sonrisa ganadora era amplia y genuina—. Nada podrás hacerme, gusano, no cuando mi señora Ate cuida de mí.

—Valoras mucho a esa bruja, ¿verdad? —inquirió Orphée, pero no esperó la respuesta. Se levantó y rasgueó las cuerdas para intentar algo que no había utilizado en plena batalla. La melodía que se propagó era insinuante, cambiante y difusa…

 

Hybris no sabría jamás para que era, en todo caso, pues su salvadora apareció cuando más lo necesitaba. Ate, bella, elegante y triunfadora, descendió de los cielos y le cortó la cabeza de un guantazo al Santo de Lira, que ni siquiera alcanzó a gritar. Así de poderosa era esa mujer, la favorita de Madre. Los otros tres corrieron con la misma suerte, y la muerte los arropó en la forma de bellas raíces que salieron de bajo las fieles Semillas, dignas hasta la muerte física.

—M-mi señora…

—Hybris, ¿todo está bien por aquí?

—Sí, me ha salvado, mi señora. —Las lágrimas eran patéticas en los rostros humanos, pero la compasión era un don divino, y ellos eran lo más cercano a los dioses—. Es usted maravillosa.

—Haría lo que sea por los hijos de mi Madre, Hybris. —La sonrisa de Ate, en sus labios violetas, era una fantasía visual—. Pero dime, ¿está todo en orden?

—Sí, los tres niveles están limpios, y el Útero a salvo, mi señora. Incluso en este lugar, probablemente la señora Manía, la señora Emony, o el señor Ponos, que lo gobiernan, habrían acabado fácilmente con todo con un chasquido de dedos.

—Los humanos no podrían atravesar nunca estas tierras, ¿verdad?

—No, hay tres Hamadríades por nivel, incluso si la señora Manía no recurre a nuestro Templo. Una sola es capaz de acabar con el ejército entero de gusanos. —El Dríade del Exceso intentó ponerse en pie, pero seguía clavado contra el piso. No le importaba, en todo caso. Para él, solo existía su señora.

—¿Los Santos no dañarán el Útero?

—Para eso los tres corazones del árbol deberían romperse a la vez, es mucho trabajo para criaturas tan… no. No puede ser. ¡Imposible! —se horrorizó el Dríade del Exceso. ¡Qué viles eran los humanos!

 

—¿Corazones del árbol? Eso es información interesante, muchas gracias —dijo el Santo de Lira al percatarse de que se habían dado cuenta de su treta, pero ya tenía bastante más de lo que esperaba con su truco, así que dejó de tocar su sonata, improvisada y caótica para confundir los sentidos, la Fantasía (Fantaisie), una ilusión magnífica que engañaba a los enemigos con sus miedos o deseos, y que dependía de un rasgueo rápido pero concentrado de su arpa.

Orphée de Lira. Daidalos se preguntó si ese hombre tan peligroso podía ser un aliado invaluable y de confianza, o un astuto y desalmado enemigo. Aún no era momento de dar un veredicto sobre él o Mayura. «Y Rigel…». El Santo de Cefeo no fue capaz de continuar la oración cuando el resto de la escena se desarrolló a tal caótica rapidez.

Hybris miró hacia atrás e hizo el ademán de ponerse de pie antes de que el sitio brillara con un fugaz resplandor azul, el monstruo soltara un breve quejido, y su cuerpo se encendiera como una antorcha ennegrecida, emitiendo despavoridos y violentos humos verdes que cortejaban el cielo con un acto agresivo y destructivo. El diablo que había asesinado a Hanako fue eliminado a su vez por un hombre que, en otras circunstancias, jamás habría hecho algo así, pero ahora yacía tan consumido por la venganza, la culpa y la ira como el Dríade por el fuego de los infiernos.

—¡Rigel! ¿Qué has hecho? —se espantó Daidalos, incapaz de comprender. Tanto él como sus otros dos compañeros habían visto exactamente lo mismo, no había dudas al respecto. Las Semillas que quedaron prefirieron evaporarse también.

—Estuvo a punto de atacarnos —se defendió Rigel, apagando el fuego de su mano temblorosa, que no paraba de observar. Su mirada no emitía una expresión natural, parecían los ojos de un ser humano cambiado y perdido.

—No lo hizo. No alcanzó a hacerlo, y de haberlo hecho…

—Podría habernos asesinado por sorpresa —contestó Orión al reproche de Daidalos. La verdad, ni él mismo comprendía qué acababa de hacer.

—Rigel, estaba indefenso con mis cuerdas —espetó esta vez Orphée. Mayura permanecía en silencio, y su único movimiento había sido cerrar la boca.

—Te dijo que habían tres corazones en estos niveles, que de destruir a la vez, eliminaban el Útero, ¿verdad? —Rigel hizo caso omiso. Quería escapar de aquella situación, enterrarse bajo el piso, retroceder el tiempo, acelerarlo, lo que fuera…

—Rigel…

—Las Hamadríades guardan este lugar, y una está luchando con Marin allá abajo. Debemos subir y acabar con ellas también. Si es necesario —añadió con un dejo de nerviosismo.

Mayura al fin reaccionó, se acercó a Rigel y colocó una mano en su hombro. ¿Había un voto de confianza allí? Su mano era fría, pero su apretón firme y hasta algo agresivo.

—Continuemos —ordenó—. Lo primero será buscar el corazón de este sitio, ya después discutiremos este asunto.

—Como quieran —resopló Daidalos. Mayura era sabia y poderosa; Orphée, perspicaz y muy hábil. Ambos podían ser de confianza alguna vez, guerreros leales y valientes a los que quizás podría confiarles el secreto que descubrió Marin, pero en cuanto a Rigel… La venganza no era motivo para hacer aquello, en ningún caso ni circunstancia, había muchas formas… Pero ya había pecado. El Santo de Orión, en condiciones normales un hombre valiente, digno y especialmente justiciero, acababa de presentarse como un potencial desalmado. ¿Qué rayos le pasaba? Milo no estaría contento con la situación—. ¿Quién va a quedarse? —preguntó, más que nada, para pensar en otra cosa.

—¿Quedarse para qué?

—Para destruir ese corazón cuando sea el momento, ¿no? Probablemente un Hamadríade vendrá a este lugar.

—No, eso solo disminuiría nuestras fuerzas —reflexionó Mayura. Manía, Emony y Ponos, había listado Hybris, que no eran ni la Hismina que luchaba abajo, ni la Ate de la que tanto hablaba el miserable. ¿Cuántas había siquiera? Una sola ya era asquerosamente poderosa—. Cuando llegue el momento, uno de nosotros bajará a los niveles inferiores y destruirá lo que debemos destruir.

—Creo que se refiere a eso —intervino Orphée. Con su dedo apuntaba a una mata de raíces juntas, que formaban una suerte de “altar” no muy lejos de donde estaban, entre medio de muchas otras ramas y cepas. De entremedio de todas ellas se desprendía un breve e intermitente resplandor azul, que al acercarse, entendieron venía desde bajo la tierra, el núcleo de aquella isla flotante.

—¿Alguna gema?

—Posiblemente. Una muy grande que alimente todo este nivel, que necesite ser protegido por tres Hamadríades, y que canalice probablemente los sentimientos humanos que representan.

—Hay un enorme Cosmos que proviene de allí, como una presión gigantesca e inmisericorde… —Orphée bajó las manos y el calor las hizo retraerse—. Sé que si separamos la tierra nos encontraremos con algo muy poderoso.

—¿Cómo lo destruimos?

—Tal parece que deberemos poner toda nuestra fuerza en ello, cuando llegue el momento. Por ahora debemos tener cuidado, el enemigo se acerca, y uno deberá enfrentarlo. Los demás, la mejor opción es s…

Fue como estar entre la espada y la pared. La presión que ejercía el corazón del árbol era impresionante, como un yunque de muchas toneladas contra un brazo, pero el del recién llegado era algo aún más agresivo. Una sombra que emitía grises y blancos resplandores germinó desde las lejanías, y una figura robusta se desplazó a altísima velocidad.

—¡Cuidado, Daidalos! —gritó Orphée cuando Mayura aún no terminaba de decir su oración. Hubo otras cosas, pero no pudo escucharlas bien, ya que un puño potentísimo le rompió la quijada y lo mandó a volar a una velocidad que no solo le sorprendió, sino que también le intimidó un poco. Así debió sentirse Alke, la Dríade que enfrentó en Tailandia, y a quien también saludó con su mano enguantada.

Pero no sería como uno de esos monstruos. A mitad de segundo del golpe se enderezó y estampó los pies contra el suelo, arrastrándose hasta que sangraron, y logró detenerse. Elevó la vista y vio un hombre armado de negro.

—Bienvenidos, Santos de Atenea —dijo el Hamadríade con un tono de voz que evocaba profunda tristeza, aunque su Cosmos era capaz incluso de presionar a un Santo de Oro—. Veo que ya se deshicieron de nuestro mensajero, así como de Socordia y Anturio.

—¿Quiénes? —intervino Rigel, poniéndose en guardia.

—Tú eres Orión, ¿verdad? Mi nombre es Ponos de la Tristeza. Requerimos de ti allá arriba. Avanza, por favor.

—Iré sobre tu cadáver, ¡y el de todos ustedes! —El Santo de cabello de plata encendió su fuego, pero el grito estridente de Daidalos lo detuvo de inmediato.

—¡Alto ahí!

—¿Por qué me detienes, Daidalos?

Cefeo se acercó a trompicones y se detuvo a medio camino entre Rigel y su enemigo. El Dríade lo observó con curiosidad, tristeza y muchísima lástima.

—¿Tú qué intentas al mirarme así? ¿Me desafías con los ojos, humano?

—Sí.

El Hamadríade no emitía un Cosmos tan intenso como el de Hismina, pero sí era significativo, lo que demostraba que no venía con tantas ganas de luchar. Sin embargo, si Rigel avanzaba sin más o iniciaba una lucha que por culpa de su ira lo terminaba matando, Eris tendría la ventaja.

Ponos de la Tristeza tenía cabello gris, ojos negros, una Hoja llena de grilletes y una apariencia intimidante. Su guardia era perfecta, no parecía que permitiría el paso fácilmente a quien no quisiera, y su fuerza era seguramente sobrenatural. Pero si Daidalos de Cefeo todavía no confiaba en Rigel lo suficiente, al menos le daría un voto de lealtad para que probara su valía sin ser asesinado en el camino, cuando las respuestas sobre las niñas salieran a flote, y él cayera por culpa de su estupidez.

—Avanza tranquilamente, y también ustedes —se dirigió a sus tres hermanos de Plata. Porque lo eran, no había duda, más allá de sus diferencias; también Marin, cuyo Cosmos había dejado de percibir—. Cuando lleguen arriba, avísenme y acabaré con el corazón de este lugar, y con el tipo que tengo enfrente también.

—¿Sí? —La expresión de Ponos no cambió ni un ápice—. ¿Cómo podrías tú hacerlo? Soy superior a ustedes, están en un nivel completamente diferente.

Pero eran hermanos, Ponos había olvidado mencionar eso, o quizás no sabía sobre los lazos fraternales. Movían montañas, atravesaban mares, surcaban los cielos y extinguían las llamas del infierno.

—Por el método de la sorpresa, por supuesto. No deberías subestimar a los Santos de Atenea, monstruo.

—¿Qué dices?

El primer destello de la bola de fuego sobre ellos se asomó y formó sombras bajo sus pies. Los otros tres Santos de Plata, a sabiendas de ese movimiento secreto, reaccionaron a él con mucha más velocidad que Ponos; ya comenzaban a correr cuando el Hamadríade se percataba de la extraña luz allá arriba, que descendía como un meteorito a las órdenes de Cefeo, el Rey de las estrellas. El Presagio Solar reunía muchísima fuerza, pero era efectivo para estas situaciones aunque su caída fuera al azar tanto en tiempo como lugar.

Cuídate mucho —leyó en los labios de Mayura, quien ya pasaba junto a un Ponos que tuvo que cruzarse los brazos sobre la cara.

No vayas a morir —le dijo el Cosmos de Orphée, que cerraba la comitiva y se comunicaba a través de la fuerza del firmamento.

Daidalos —pensó Rigel, que los dirigía. Cefeo conocía sus pensamientos.

El Presagio Solar duraría tan solo unos segundos más hasta caer sobre el Hamadríade, pero si no lo mataba, al menos sus compañeros ya estarían lejos.

Ponos detuvo la esfera de fuego roja con una mano, y aunque sus piernas se enterraron sobre hierbas y raíces, logró mantener la verticalidad. Con la mano libre disparó una espectral ola de energía gris que retumbó en los oídos de los presentes.

No te burles de mí —pareció decirle con la mirada, aunque su expresión omitía cualquier tipo de ira. Era pura superioridad natural, su mano apenas temblaba para aguantar el Presagio—. No seguirán más adelante hasta que yo lo diga.

El primer nivel del Templo de Eris se remeció cuando tres Santos de Plata fueron impactados por la melancólica sombra de Ponos, y un segundo después de nuevo cuando Daidalos recibió en su cuerpo su propia técnica… pero aguantaría. La libreta seguía en su cinturón, y los demás debían saberlo para repeler el mal dentro del Santuario y reconstruirlo para enfrentar fuerzas como ella.

Era solo cosa de creer, y su Cosmos así se lo indicaba.


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#510 -Felipe-

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Publicado 24 diciembre 2016 - 22:05

Pequeño regalito de Navidad para los que preguntaban sobre qué sucedió, en mi fic, con los personajes y eventos del Canvas, Next Dimension y Episodio G. Debo aclarar que no solo "limité" en cierta medida el poder de los dorados del Canvas, sino que "aumenté" también el de los clásicos, para así tenerlos en situaciones equitativas.

 

Veamos, sobre los personajes:

- Ox de Tauro fue Santo en la Antigua Roma. Murió de pie ante el Aiacos de esa época durante una Guerra Santa.

- DeathToll de Cáncer fue Santo antes que Sage. Al morir, hizo un pacto/engaño con los Espectros que "ayudó" en vida, y pudo mantener parte de su alma en el Yomotsu Hirasaka. De vez en cuando, instruyó a Sage, Manigoldo y DeathMask en sus visitas al infierno.

- Kaiser de Leo fue Santo en la época medieval.

- Shijima de Virgo fue Santo a principios del siglo II, famoso por sus conocimientos. Plantó dos árboles en el Templo de la Doncella.

- Izo de Capricornio fue uno de los maestros de Shura en Japón. El mismo Shura le cortó la cabeza como parte del deseo de Izo.

- Cardinale de Piscis fue maestro de Lugonis, asesinado por este durante el ritual de sangre.

Sobre Mystria de Acuario, Écarlate de Escorpio y Caín/Abel de Géminis, todavía no me decido.

 

- Tenma de Pegaso desarrolló su poder en el triple de años que en el manga. La razón para vencer a Hades fue por culpa de Alone.

- Sion de Aries tuvo básicamente la misma historia que Lost Canvas. Era un Santo de Oro medio-bajo, muy joven pero con suerte, que se convirtió en el Sumo Sacerdote que venció a Kairos.

- Avenir de Aries sirvió antes que Sion. Su historia la explicaré algún día en el fic, más adelante.

- Gateguard de Aries (un seudónimo, claro), tuvo la misma historia que en manga. Fue un traidor a Atenea.

- Rasgado de Tauro tenía un poder similar al de Aldebarán. Nunca luchó con Encaladus, pero evitó su resurgir peleando con los Gigas.

- Teneo tuvo la misma historia, se convirtió en uno de los Santos de Oro más poderosos de la historia.

- Aspros y Deuteros de Géminis tuvieron la misma historia. Aspros tenía un poder similar a Saga, solo que con habilidades extraordinarias para manipular la Hiperdimensión. Deuteros fue un dorado promedio.

- Sage y Hakurei tuvieron la misma historia. Fueron más poderosos que la gran mayoría de Santos gracias a su experiencia.

- Manigoldo pudo golpear a un dios, pero murió apenas lo consiguió con distracción de su maestro. El resto fue igual. Era más poderoso que DeathMask, pues luchaba por la justicia.

- Regulus de Leo JAMÁS hizo la Athena Exclamation ni la Zodiac Clamation, pero en su batalla con Radamanthys sí utilizó gran variedad de las técnicas doradas. Aiolia lo admira.

- Radamanthys se mató junto a Regulus. No fue tan resistente como se vio.

- Asmita de Virgo no podía quitar el octavo sentido. Era calvo. Tenía un poder similar al de Shaka

- Dohko de Libra tuvo básicamente la misma historia del Canvas. Después de la guerra no se sentó toda su vida frente a la cascada, sino que tuvo muchísimos combates.

- Kardia de Escorpio no enfrentó a ningún dios azteca. Logró debilitar a Rada lo suficiente como para que Regulus lo matara, y falleció cuando estalló su corazón.

- Ilias de Leo, Lugonis de Piscis y Zaphiri de Escorpio tuvieron la misma historia.

- Sísifo de Sagitario tuvo casi la misma historia, pero mató a Aiacos. Falleció ante Pharao, y ninguna hubo que hacer la AE contra la puerta.

- El Cid de Capricornio solo logró sellar a los dioses del sueño en misiones durante varios días. Oneiros lo mató.

- Degel de Acuario selló el despertar de Poseidón a costa de su vida. El resto fue igual.

- Albafika de Piscis y Minos de Grifo tuvieron la misma historia. Su poder era similar al de sus contrapartes futuras.

- Aspros, Sísifo, Regulus y Asmita superaron el poder de un Santo promedio, así como Saga o Shaka. Sion alcanzó un poder aún mayor que todos ellos, con los años.

 

- Ni Shura ni Aiolia mataron a dioses, solo los devolvieron al Tártaro. En especial a Leo se le conoce como Héroe de la Titanomaquia porque selló a tres Titanes poco después de despertar.

- Los Titanes eran más poderosos que un Gold Saint promedio estando sellados. Solo Hiperión logró liberarse por completo para evitar que Pontos siguiera con su plan, y éste lo devolvió al Tártaro.

- Kronos nunca llegó a despertar.

- Pontos estaba detrás de todo, intentando reunir Cosmos para despertar a Gaia. Sigue esperando una oportunidad desde las sombras. No enfrentó a los Santos de Oro.

- Los Gigantes eran cercanos en poder a un Santo de Oro, por los que costó trabajo vencerlos. Brontes, Anemos y Ther fueron vencidos por Shaka; Spathé y Hoplisma por Shura; Drakon por Milo; Rhuax por Aiolia; Zugylos por Aphrodite y Phlox por DeathMask.

- Muchos de los milagros que hizo Aiolia por sí solo no sucedieron, sin embargo, sí fue impresionante lo que hizo. Durante la Titanomaquia, en su máximo, llegó a superar el poder de Saga y Shaka por unos instantes.


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#511 Presstor

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Publicado 29 diciembre 2016 - 10:21

hola que tal todo espero que bien,y lo estes pasando genial con tu gente buen capitulo este sucesos interesante...pero te has

dado cuenta que has hecho una estrutura similar de la que ha abusado saint seiya en en todas sus sagas? XD

ya sabes esa de que hay que hacer algo en tiempo limite o en este caso hay que hacerlo a la vez...

bueno no importa realmente mientras este bien escrito.

 

interesante tu glosario da idea de como ha ido la historia hasta ahora,pero ademas de temma no han habido otros

bronceados que hayan superado a dorados en poder?

no han habido guerra civiles entre caballeros?

 

menos mal que has quitado esas fumadas del lost canvas,pero esos detalles ese manga muchas veces no pasa de ser un fanfic

 

y que te parece lo del anime de saintia sho? a mi me escama un poco por mucho que me guste el dibujo

la historia deja mucho que desear,ly ademas la verdad la gente lo que querra es ver a los clasicos tanto dorados como de bronce

por que las chicas no llaman mucho

entonces en mi opinion seria un genial momento para hacer un remake camuflado de la serie clasica,contando ambas historias

que se vayan cruzando de vez en cuando y mas interacion de los legendarios con las chiquillas

yo eh estado leyendola hasta ahora,y sinceramente poner otra vez a saga como villano a vencer es un lamentable ejercicio de fan service

(sera por que nunca eh sido muy de dorados.)

que no me acaba de gustar,sobre todo con seiya y los otros fuera de circulacion,que esa es otra podrian haber mostrado

la famosa fuente y a saori cuidando un poco de ellos,no me gustado esa sensacion de usar y tirar que dan de ellos

haber como evoluciona la historia,pero la verdad no tienen buena pinta

 

nada,aqui termino con ganas de leer el siguiente capitulo y que pases una buena entrada de año

 

un saludo.

 

bueno un saludo



#512 -Felipe-

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Publicado 30 diciembre 2016 - 12:25

hola que tal todo espero que bien,y lo estes pasando genial con tu gente

 

Hola Presstor. Igualmente espero que lo estés pasando bien con tu gente.

Primero, una pequeña corrección. Aquí no hay tiempo límite. Y no recuerdo que en otra obra de SS se hiciera eso de destruir algo a la vez, con la sola excepción de las raíces de Ygdrassil en SoG, que es en lo que está basado esto de los "corazones de árbol". En todo caso tienes razón en que lo importante es que esté bien escrito, pero quería aclarar ello. ¡Al fin pude meter algo de SoG en el fic! jeje

 

Sí, ha habido Bronces así antes, pero guerras civiles no tanto, como aclaré en los vol 1 y 2. De hecho, hubo un Bronce muy particular en la era del Mito que superó con creces a cualquier otro Santo. Sin embargo no fue el único, durante las eras ha habido Santos de Bronce y Plata que han llegado más arriba que los de Oro. A mí no me ciega el brillo amarillo que tanto se da por estos lares xD

 

Personalmente me gusta mucho Saintia Sho, así que me alegro que haya un anime. Le faltan mejores peleas, claro, pero yo no tengo problema con lo demás. El dibujo es hermoso, y que sean chicas, o que los dorados no sean protas, me da igual. De hecho, me llama la atención que sean chicas, pues no por eso deja de ser un shonen. La historia es buena, a mí me gusta personalmente. Lo de hacer un remake camuflado es una excelente idea!

 

Tienes razón en lo de Saga malo, pero qué se le va a hacer? Tampoco podemos ignorar que la idea es vender, pero mientras se mantengan en eso, y no excedan el fanservice (como hizo el Canvas o el G) para mí está bien. En comparación, el fanservice dorado de Saintia es muy poco.

 

Saludos amigo, que tengas un feliz cierre de año :)

 

 

 

CAPÍTULO 16

 

LA TRISTEZA DEL GIGANTE

 

10:40 p.m. del 10 de Junio de 2010. Sobre las islas Amakusa, Japón.

—¡No puede ser que esto continúe! —estalló Ate, furiosa. No tenía ningún sentido que Rigel no hubiera sido traído ante ellos, y todo indicaba que Hybris había muerto. ¿En qué estaba pensando al perder ante basura humana? También Ampelos y Ricino se habían confiado, seguramente.

—Los Santos son mejores de lo que pensamos —reflexionó Neikos, cuya calavera sin ojos se oscureció bajo las hojas del Útero, mecidas por el viento.

—¡No digas estupideces, hermano! —dijo Ate—. ¡Se confiaron!

—Aparecemos una vez y nos empiezan a matar, qué decepción…

—¡Silencio, Emony!

—Pero es que todo sale mal, Ate, y Mamá todavía no se aparece —refunfuñó Emony con un puchero, abrazando fuertemente un oso de felpa que, de cuando en cuando, parecía acomodar su expresión al de su dueña—. Pensar que salió Ponos a detenerlos, es muy humillante.

—¡Cállate! Si Madre no ha aparecido es su voluntad, pero sigue manifiesta en este mundo, ¿no lo ves? Las semillas de la Discordia se esparcen con el viento, la malicia que gobiernas te alimenta aún, y la ruina se sumerge en el corazón de todos los hombres, lista para brotar.

—No sabíamos de su capacidad, es un hecho. Algos del Dolor sí lo supo.

—Nuestro hermano Algos está muerto, ya lo entendimos.

—Pero no has entendido el por qué, hermana —contraatacó Neikos. Clavó sus cuencas en la esfera luminosa en el árbol, en cuyas ramas dormían las niñas que Rigel de Orión protegía. A pesar del veneno, una de ellas no era capaz de morir, su enfermedad la hacía parecer la peor opción para ser el cuerpo de su Madre… pero, ¿y si ese era el plan? No sabían qué hacer—. Algos murió por muchas razones. Ah, no sabemos cuál es nuestra Madre. Me pregunto si la Discordia trama algo.

—¡Neikos! —reprendió Limos, poniéndose de pie. Hasta el momento solo se había dedicado a comer aire lleno del hambre en África. Ate, sensual pero iracunda, chocó los dientes.

—Somos completamente leales a ella por naturaleza, pero puede hacer lo que quiera con nosotros. Somos espíritus, los dioses son aún superiores. —Al captar la mirada de su hermana, Neikos emitió un breve destello de sonrisa—. Es demasiado mejor a nosotros como para comprenderla, es cierto. Quizás debamos poner nuestra fe en los seres humanos y su capacidad de autodestrucción.

—¿A qué te refieres?

—A que ellos se destruirán entre sí. ¿Es eso, Neikos?

—¡Phonos!

Neikos no respondió ante la pregunta del Hamadríade del Asesinato, aunque sus pensamientos indicaban que estaba casi en lo cierto. No importaba, nadie sabía qué podía tramar el Odio. Phonos, el espíritu que dio origen a Mache, Ioke y Alke, se presentó a pies del Útero con una capa negra ondeando tras de sí. Galante, alto y de apariencia joven, se destacaba tanto por su eterna y arrogante sonrisa como por su devoción absoluta a su Madre.

Tenía cabello largo y revuelto, de tonos verdes y negros que cambiaban entre sí dependiendo de lo que ocurriera en el mundo. Sus orejas eran puntiagudas como las de Ate, y sus ojos rojos como sangre ardiente. Portaba una túnica gris pálido con hombreras verdes, dobles, que sostenían una capa blanca y manchada de sangre. Llevaba también protecciones en los brazos, piernas y cintura, mas no en el pecho, pues disfrutaba meter los corazones de sus víctimas allí.

—Qué alboroto estás haciendo, hermanita.

—¿Dejaste de llorar por tus tres niños, hermanito?

Sus Cosmos chocaron, pero ni a Emony, Limos ni Neikos les importó. Lo mismo venía pasando desde la era mitológica, la Ruina y el Asesinato impactaban y rivalizaban todo el tiempo, y ambos tenían el mismo respeto de Eris, por lo que sabían los Dríades. Junto al Odio, eran los tres que protegían el tercero de los cuatro niveles del Templo.

—Fue lamentable, no lo dudo, pero no los he llorado. ¿Para qué hacerlo si no fue en vano? —Su voz era suave pero arrogante. Phonos siempre elevaba mucho el mentón al hablar con sus hermanos y hermanas, pero especialmente con aquella del escote pronunciado—. Los humanos perecerán de todas formas.

—¿A qué viene eso?

—A que ya lo están haciendo. Deberías ver el mundo, tantas familias y gente matándose entre sí, peleando hasta hacerse daños irremediables de los que siempre se arrepentirán. El planeta es caos justo ahora, Ate.

—¿Y qué? No digo que no sea una delicia, pero el problema ahora son los Santos, Phonos.

—Eso tiene remedio: Ponos e Hismina terminarán con los que entraron aquí —explicó Phonos restándole importancia, con una sonrisa apuesta llena de orgullo y absoluta confianza—. En cuanto al Santuario, ya hay gente allí.

—¿Qué? ¿Enviaste Dríades al Santuario? —Ate no sabía si horrorizarse por esa muestra de rebeldía, o aliviarse por la jugada.

—Tal vez. Se destruirán a sí mismos. Después tendremos todo el tiempo del mundo para que Madre se manifieste en cualquiera de esas humanas pequeñas que duermen allí, sea la enferma o la princesita, ja, ja.

—Te odio, Phonos.

—Y yo te amo, Ate.

—Me dan asco los dos —sentenció Emony.

 

Nivel uno del Templo de Eris.

La explosión le había hecho retumbar los oídos, pero no sintió tanto dolor como percibió a través del Cosmos en sus compañeros. ¿Lo habían protegido ellos de la mayor parte del ataque, o fue obra del tal Ponos, dada la necesidad de que los ayudara a definir cuál de las niñas era Eris? Rigel no lo sabía, pero no tenía nada que ver con la misión. Protegería a las hijas de Hanako a cualquier costo, incluso su vida, y también apoyaría a sus compañeros, que seguían confiando en él a pesar de estar dejándose consumir por la ira, de lo que era perfectamente consciente. Esos eran sus hermanos de Plata, unidos por las estrellas a pesar de su desconocimiento mutuo y profundas diferencias. Solo le bastó un par de horas para darse cuenta, tanto de su error como de sus sentimientos.

Mayura y Orphée seguían conscientes, pero tenían problemas para ponerse de pie nuevamente. Rigel se aseguró que estuvieran vivos antes de encarar a Ponos, el Hamadríade de la Tristeza, pero desistió tras un solo segundo y ayudó a sus compañeros a levantarse. En las batallas de los Santos nadie debía interponerse.

—¿Hm? ¿Quieres pelear conmigo, humano? —Tal vez no era totalmente consciente de lo que ocurría, pero Ponos ya no estaba frente a un sencillo Santo de Plata, sino de un guerrero cuyos hermanos habían sido heridos.

—Así parece, planta —contestó el aludido, cuyo Cosmos, de un rosa oscuro, se alzaba como el estallido de un volcán. El Presagio Solar había sido completamente inútil, pero no era motivo para rendirse, y nadie jamás le haría hincar la rodilla o tirar la toalla.

—¿Por qué? ¿Qué acarrea tu corazón, humano? —El Cosmos de Ponos era una sombra de melancolía que parecía atraerlo, seducirlo como el más bello canto de hadas. Tristeza. ¿Eso era lo que quería provocarle?

—Sentimientos de los que no te apoderarás, escoria.

—Duerme en las sombras, sucio humano.

El cielo desapareció, la hierba y las raíces se esfumaron, y de sus compañeros en el suelo ya no supo nada. El mundo se había convertido en oscuridad, y habría pensado que estaba ciego de no ser porque veía a su adversario. Claramente. Más de lo que sería habitual, luminoso como una aurora.

—Vendrás a mí a contarme lo que te aqueja…

—Hm… suena tentador pero… no.

 

—¿Están bien? —preguntó Rigel, ayudándolos a levantarse, pero no estaban en buenas condiciones. Ponos y Daidalos se sumergieron en una gigantesca y oscura nube donde sus Cosmos apenas podían percibirse.

—Ah, Rigel… —musitó Orphée, con sangre bajando por toda su cara—. ¿Y Daidalos? ¿Q-qué pasó?

—Está luchando contra ese Dríade. Nosotros debemos avanzar.

—¡Pero…!

—Tiene razón, no debemos entrometernos en batallas que no son nuestras. —Mayura entendía también. Los Santos no solían luchar en desigualdad de número, incluso cuando el enemigo era tan superior.

—Subamos antes que algo peor suceda —decidió Rigel, y se levantaron al mismo tiempo—. A las tres.

Con ayuda de su Cosmos levantaron los cuerpos de las Semillas lo más altos que pudieron, y luego lo concentraron en sus pies para saltar con todas sus fuerzas. Ni siquiera lo discutieron antes, pero el plan era claro para los tres: brincar sobre los que estuvieran arriba, hasta llegar al nivel superior. ¿Arriesgado? Sin duda. ¿Sensato? Siempre era válido para un hombre o mujer de Plata.

 

—¿Acaso no te da tristeza, Santo? ¿No sientes ese horrible pesar en tu alma?

—Solo veo oscuridad y un Dríade que no me ataca con fuerza.

La pregunta de Ponos se repitió exactamente igual cada tres minutos, junto a un ataque de luz violeta, pero la respuesta de Daidalos cambió con cada vez que se ponía de pie. El Dríade no buscaba asesinarlo a golpes, sino forzarlo a que sintiera algún tipo de emoción negativa, como todas esas criaturas. La Tristeza.

El problema era que no recordaba haber sentido alguna vez la suficiente pena para que un Dríade le diera inconvenientes. Había tenido una infancia feliz, jugando con los otros huérfanos en la lejana Argentina; había criado a un hermano con una casa y comida suficiente; en su adolescencia entrenó y nadie se burló de él por sus preferencias y lo que la gente podía considerar defectos; se hizo amigos y tuvo una increíble maestra en Caph de Casiopea.

Otro golpe de luz se dirigió a su hombro derecho, Daidalos contraatacó con una furibunda Piedra de Salomón, sin éxito, pues cayó al piso con el brazo roto y un grito que silenció con toda su fuerza de voluntad.

—¿No sientes aflicción por tus hermanos caídos? —La voz de Ponos era pesarosa y melancólica, pero llena de soberbia y mando. Lo veía con toda claridad en frente de él, brillante como si acumulara toda la luz del universo, vestido con su Hoja lúgubre, en postura relajada y solo con la mano levantada. Un inmisericorde espíritu con un poder que le entregaba superioridad absoluta sobre los humanos. El poderío físico del Santo de Cefeo no servía de nada si no conseguía acercarse.

—¡Ah! —Por un breve instante, y con la intensidad de una tortura de varias horas, Daidalos recordó a sus compañeros muertos, cuyas almas ya habían escalado al otro mundo, a las tierras de los Héroes—. ¡No! —Pero habían luchado con gran bravura por sus deseos, con anhelo por sus sueños, con intrepidez por sus cálidas esperanzas de futuro. Pelearon por la diosa Atenea…

—¿Diosa Atenea? ¿La que no conocen? —preguntó el espectro, metiéndose en sus pensamientos—. ¿Qué es eso? ¿Acaso luchas solo por su representante?

—Ja, ja, vaya que hablas demasiado. —Mientras tuviera un solo foco de luz, no importaba si estaba sumido en la oscuridad. Daidalos reunió su Cosmos y saltó de un lado a otro mientras evadía sus pensamientos y los rayos de luz. Contraatacó con sus Espadas Reales que había desarrollado luchando con Alke de la Brutalidad. Ninguno llegó a puerto, pero al menos alejaba sus dudas.

Al acercarse, sorpresivamente, la luz que cubría al Dríade se esfumó, y justo después apareció al lado del Santo de Cefeo, con una expresión sombría en el rostro que no pudo evitar contemplar. En unas centésimas de segundos una pregunta se propagó a su mente: “¿Por qué peleas si es una mentira?”. La armadura que había llevado por tantos años crujió y se despedazó en las zonas del brazo derechos, con hombrera, brazal, manopla, parte del peto y sus huesos incluidos.

 

1º de Mayo. 2000.

Me reuní con Su Alteza hace unas horas, y le pregunté su nombre. Jamás había sentido un cambio de Cosmos tan brusco. Me observó de arriba a abajo como si estudiara todas las maneras de atacarme, mientras sonreía, así que hice lo mismo con las estrategias visuales para defenderme. Dos terribles cosas pude entender: la primera, dada su velocidad para seguir mi mirada, los puntos que observó, los movimientos de su Cosmos, me indicaban que tenía mucho menos experiencia que yo, lo que no tenía sentido, a pesar de que su intensidad cósmica apuntaba a un Santo de Oro; la segunda, que conocía esos ojos a pesar de su rojo intenso, completamente distinto en color al rosa del Sumo Sacerdote Sion, pero muy similar en forma a los verdes de mi mejor discípulo. Aunque es imposible. Tras un par de segundos de silencioso enfrentamiento, retornó a su Cosmos anterior y me dijo que se llamaba Sion, con una sonrisa y una broma. Al alba iremos al centro de la jungla para terminar con un árbol que, según los informes, está acarreando el caos por este país… y no podría ser menos importante para mí ahora. Lo confrontaré a costa de mi vida. Que Atenea me perdone.

Daidalos cayó y sus piernas temblaron por primera vez en su vida cuando quiso ponerse de pie. Se dio cuenta también de que mientras se acercaba a saltos al enemigo, recibió un montón de ataques perforadores de los que no se resintió hasta que se irguió, varios de ellos muy profundos. Lo peor era que su boca sabía a sal, sus ojos se habían humedecido, y un temblor en su mano izquierda le incomodaba.

—Maldita sea…

—¿Es verdad lo que dice tu corazón, Santo de Plata? —preguntó Ponos, con una luminosa expresión de inquietud. Falsa inquietud—. ¿Tu gobernante no existe, y su representante es un fraude? No sabíamos nada de eso.

Las sombras se esparcieron como nubes agarrotadas, y la hierba y el cielo se presentaron ante sus ojos. El Dríade levantó una mano, y Daidalos cayó sobre su brazo herido, sacándole un grito.

—¡¡¡Ahhhh!!! Maldición, sal de mi cabeza…

—Te entristece que todo lo que han vivido los Santos es una gran mentira, no pelean por nada ni nadie, no tienen verdadera motivación, son dirigidos por un traidor. No esperábamos recibir esa información, mis hermanos y hermanas estarán muy complacidos.

—Si nuestro líder es un fraude, no significa que nuestra misión lo sea, cretino miserable. —Cefeo trató de levantarse con Cosmos cargado en su mano izquierda, y en ese momento su guantelete estalló—. ¡Ahhh!

—Vamos, sufre como nuestros hijos caídos, como tus hermanos muertos…

—N-no… no lloraré, ni sufriré… —Nuevamente trató de levantarse, pero el poderío cósmico de esa criatura era sobrenatural, como un tanque universal. Jamás se había visto sobrepasado así, ni siquiera cuando niño—. ¿Por quién peleas tú, de todas maneras?

—Por Madre. —Había tal seguridad en sus palabras que Daidalos se perdió en sus pensamientos unos segundos de más.

—¿Confían en ella?

—Más que tú en tus líderes. Ni siquiera crees que Atenea exista.

—¡Nos valemos de nosotros mismos! Si Atenea no existe físicamente, vamos a seguir sus ideales de guerra contra los que incitan el mal.

—¿En serio? ¿Y por qué te entristece tanto?

—¡No me entristece!

Ponos alzó la mano, y el cuerpo de Daidalos ascendió con ella. Un Cosmos oscuro lo rodeó, los ojos le ardieron y su pecho se comprimió como si una intensa aflicción le estrechara el alma. Sus compañeros caídos, los días de niñez en los que extrañó una familia, las veces que su hermano se perdió, el recuerdo de la libreta en su cinturón… cosas por las que no sufría, cosas insignificantes y algunas cosas que ni siquiera habían sucedido, como el asesinato de esas niñas, la cabeza sangrante de Marin en sus piernas, el mundo denunciándolo por sus gustos y deseos, una eterna tortura en el más profundo de los infiernos por confiar en el líder equivocado… el desprecio de Atenea… Estaban haciéndolo llorar, pero las lágrimas se agolpaban en su pecho que parecía a punto de explotar, y no parecía capaz de desahogarse.

—Pensaba alimentarme de tu tristeza lentamente, pero ahora que conozco esta valiosa información, me conformaré con la que exprimiré de ti. Pagarás por lo que mi gente ha sufrido, no caerán más Dríades de mi Madre.

—Son ustedes los que han… —Daidalos bajó la vista un momento y ahogó el grito, lo que sumado a su propio sufrimiento casi le hace vomitar y desmayarse.

El rostro de Ponos se deformó para encarar al Santo con la más horrible de las expresiones: sus ojos se salieron de sus órbitas, su lengua se salió de control, su piel palideció aún más, su boca se contorsionó con el resto de los músculos en una mueca horrorizada, y el mundo pareció deformarse en un ruido sordo con colores mezclados que le destrozaron el alma y parte de la armadura. La presión del estruendo le aplastó el esternón y las costillas contra el corazón, y el chillido callado de la criatura no cesaba.

Comenzó a perder los sentidos físicos: su vista se nubló por las lágrimas, sus oídos se taparon, su lengua se secó y atascó en su garganta. Sentía que moriría por la pena de la muerte misma, y se sumía poco a poco en la oscuridad eterna aunque el dolor no dejaba de azotarlo con látigos de sombra. Ponos de la Tristeza sacaba todo lo que perjudicara su alma, a nivel cósmico, nada tenía que envidiarles a los Santos de Oro. Incluso parecía superior a ratos.

—Muere, Santo de Atenea. Desde el principio no tuvieron oportunidad ante las fuerzas que provienen de la caja de Pandora.

“No voy a rendirme jamás”, oyó una voz suave en su corazón aplastado. Fue repentino y sorpresivo, cubrió con calidez el murmullo del Dríade. “No me rendiré hasta que lo vea de nuevo”. Era reciente, y tras segundos de tortura, pudo tragar por un instante las lágrimas en su garganta y concentrarse en sus recuerdos.

 

Nivel dos del Templo de Eris.

Era un sitio completamente diferente en el que se encontraban, tras amplios saltos que mucho tiempo les tomaron. Un bosque absolutamente muerto, de un gris profundo como color, con esqueletos de aves y carne de animal muerto en el piso. Mayura se arrodilló para comprobar el estado del piso, que no contenía ni insectos ni una pizca de hierba, solo ramas secas sobre tierra negra; Orphée esquivó la vista con asco; Rigel dio un paso adelante, luego otro, y con el tercero empezó de nuevo a correr. «Pase lo que pase, debo protegerlas. Eliminaré a todo aquel se interponga en mi camino».

—¡Espera, Rigel!

—Se acercan Cosmos…

—¿Están muy apresurados? —dijo una voz apagada, rasposa de mujer. Los Santos de Plata se voltearon para encontrar a la dueña, una Dríade de piel pálida y ojos apagados, con pómulos huesudos, tronco apenas visible y una Hoja que se caía de su cuerpo por lo delgada que estaba. Sobre sus hombreras cuadradas había unos cabellos blancos que se repetían también en sus brazos. Además de ella, cinco más criaturas de Eris rodeaba a los tres Santos de Atenea, que no dudaron en ponerse en guardia. No eran Semillas, ¡eran verdaderas Dríades!

—Rigel, quédate aquí —murmuró Mayura al oír los pasos de su compañero, listo para seguir adelante sin importarle nada.

—Estúpidos Santos de Atenea —secundó un hombre gordo, completamente redondo como una esfera perfecta, sin cuello ni brazos o piernas, las manos y los pies colgaban de su armadura café como castaño, y su cabeza era otra pelota calva con ojos pequeños y nariz chata; no parecía ser capaz de guardar su larga lengua—. Por supuesto que están apresurados, saben que los devoraremos.

—No sean engreídos, Fames, Etón —intervino una criatura horrible, con piel de piedra resquebrajada, una Hoja con tres jorobas y varias cepas en los brazos, que se mezclaron de pronto para formar una espada en la diestra del monstruo. Su cabeza era cubierta por un gran yelmo rocoso—. Mataron a muchos ya.

—Orco tiene razón, parece que la señora Limos no les ha enseñado varios modales. —Esta vez fue una joven con una venda en la cabeza, tan púrpura como el resto de su armadura, que por un lado estaba sumamente sobrecargada de piedras, ramas entrelazadas y espinas en su pernera, brazal y costado de la falda y peto; por el otro era solo su piel verde cubierta con más vendajes. Su sonrisa era cautivadora, sin embargo solo al lado derecho, pues al otro mostraba filosos dientes—. Soy Adikia de la Injusticia, y junto a Orco de la Vileza somos de la siembra de Disnomia del Engaño. Ellos son Fames del Apetito y Etón de la Gula —se presentó la mujer con voz doble, difusa.

—Nosotras somos Semillas de la señora Hismina —dijeron dos Dríades en perfecta sincronía, tanto como sus apariencias casi idénticas, de no ser por un par de enormes ojos, verdes en la derecha y violetas la de la izquierda. Su cabello era corto y peinado hacia atrás, en las espaldas llevaban sendos troncos afilados, y de las faldas colgaban pequeños dardos que no pasaron desapercibidos—. Proioxis del Avance de la Batalla —dijo una.

—Palioxis del Retroceso de la Batalla —siguió la otra, y continuaron su coro al unísono—. Las señoras Hismina, Limos y Disnomia controlan este lugar, un sitio corroído por su propia avaricia, y que ahora está a cargo de la segunda al mando de la Hamadríade de la Pugna que los destruye allá abajo, ¿no es así?

—Gracias por la presentación, hermanas —dijo una séptima voz de árbol. El Santo de Lira la reconoció al instante, y miró hacia arriba, por donde se aproximaba la Dríade cubierta de ramas rojas que desprendía destellos de rubí, a la que ni él ni Babel fueron capaces de alcanzar, un demonio con un poder superior a los demás.

—¡Kydoimos!

—Dríade de la Confusión Bélica, sí, no pensé que nos veríamos de nuevo tan pronto, Lira. —Se mantuvo flotando sobre los tres mientras los seis otros Dríades se acercaban a paso firme, encerrándolos—. Han subido demasiado, pero este lugar ya no es territorio para los humanos. Solo queda felicitarlos, pero nada más; este va a ser su lugar de descanso… excepto para ti, Rigel de Orión. Déjanos atarte antes de llevarte al Útero para que no hagas algo estúpido.

—¿Hm? —El Santo encendió su Cosmos al oír su nombre—. Ya dije que no voy a ayudarles, solo me interesa rescatar a esas niñas.

—No podrás hacer ninguna de las dos, te lo aseguro —respondió Kydoimos con calma. Los otros Dríades ya estaban a pasos de los Santos, que no sabían cómo formular un plan de acción—. Después de todo, morirás cuando nos digas quién es el avatar de Madre, la otra niña morirá justo tras eso, y finalmente a la que queda le pasará lo mismo cuando nos ocultemos en las sombras nuevamente. Todos mueren al final.

—¡Bastardos! —Rigel hizo arder sus llamas, y Mayura lo detuvo—. ¿Por qué me detienes? ¡Suéltame!

—¿No ves que quieren enfadarte, Orión? Eso las alimenta. Controla tu ira y tus impulsos. Con ellos no es necesario, son los peones…

—No sé por qué el señor Ponos bajó personalmente a luchar, pero créeme, Pavo, somos más que suficientes. En todo caso es cosa de ustedes, esas enanas ya están encerradas en el Útero, y pase lo que pase, no podrán salir. Morirán.

Una serie de imágenes espeluznantes que Rigel jamás quiso ver, pasaron por su mente. Definitivamente a las Dríades no les importaban los tabúes de la cultura humana, pues un remolino de espectros e ilusiones sobre Kyōko y Shōko, a quienes había jurado proteger, siendo torturadas y humilladas en todas las maneras posibles, le causó náuseas y una furia que no recordaba. ¿Qué buscaban con eso? ¿Qué Rigel perdiera la voluntad de pelea? ¡Eso no sucedería jamás!

—¡Malditos enfermos! —Ante los sentidos de Orphée y Mayura, que por un instante se habían quedado paralizados por el abrupto despegue de Cosmos de su compañero, Rigel desapareció en medio de una llama azul.

—¿Qué este Cosmos? —preguntaron Proioxis y Palioxis a la vez.

La energía que Kydoimos generaba, causaba caos en las percepciones de los Santos, habían perdido todas las direcciones, pero aun así brincaron para detener algo… ¿Rigel? ¿Los planes de Eris? ¿Las estacas que lanzaron las gemelas? Ya no entendían nada.

—Las protegeré, daré mi vida por ellas, ¡y ustedes serán sangre en mis puños! —exclamó Orión, apareciendo junto a Kydoimos, que con un brote de chispas rojas como rubíes bloqueó su ataque y lo repelió, enviándolo al piso—. ¡Esto todavía no termina! —Apenas solo la punta de una de sus botas tocó el piso, éste se quemó junto a un sinfín de ramas, esparciendo el fuego como una barrera que lo ocultó por unas centésimas de segundo, las que aprovechó para patear a las Dríades gemelas y a la ciega, una por una, para así proyectarse hacia el nivel superior.

—¡Te dijimos que íbamos a atarte! ¿Por qué tanta prisa? —repitió Fames del Apetito con una cadena negra en sus manos, interponiéndose en su camino tras un largo salto—. Aunque esas ansias de venganza me ayudan mucho, vamos, ¡ven a mí!

Rigel gritó con su Cosmos desenfrenado convertido en una estrella de fuego detrás de sí, usó su Cinturón Fatuo para atarle las manos rápidamente, tomándola por sorpresa con su velocidad, y saltó sobre ella. Se encontró de frente con Orco de la Vileza, una criatura infame que cargaba una espada hecha de ramas en la mano.

—¡No queda de otra alternativa, habrá que matarlo!

Mayura y Orphée detuvieron a los Dríades con su Cosmos, pero no serían capaces de acercarse a ayudar a Rigel del ataque sorpresa de Orco, ¡no podría zafarse de ello, sería atravesado!

—¡¡¡Fuera de mi camino!!!

El puño de Orión hizo combustión y se envolvió con fuego azul. Se llamaba Devastación Fatua (Fatuus Katastrofí), y consistía en un golpe sobre el pecho del oponente. Las llamas pasaban al enemigo a altísima velocidad y temperatura, y tras un segundo estallaban con tanta intensidad que se formó una esfera de luz que cegó a los presentes, y elevó a Rigel por los aires sobre los pedazos de una criatura que nunca tuvo posibilidad de sorprenderlo. La espada se desintegró en astillas.


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Publicado 21 enero 2017 - 19:37

CAPÍTULO 17

EL ASCENSO DEL REY

 

11:35 p.m. del 10 de Junio de 2010. Nivel dos del Templo de Eris.

—¡Imposible! —gritó Adikia al presentir la explosión que consumió a su hermano Orco con un solo puñetazo, a pesar de no poder ver. Los otros Dríades estaban igualmente impactados, paralizados, y solo Kydoimos expresaba suprema ira contenida, lanzando destellos escarlata desde sus ojos—. ¡Síganlo, no dejen que se escape así como así!

Proioxis y Palioxis se movilizaron rápidamente, pero fueron detenidas en el aire por una figura cubierta en Cosmos índigo que flotaba delante de ellos con las manos abiertas.

—No pasarán mientras esté aquí —amenazó Mayura de Pavo—. ¡Orphée, ve a ayudar a Rigel!

—¡Sí!... ¡Ahh! —Orphée dio un paso adelante y pronto cayó a tierra con el más horrible dolor que puede sentirse, estrechándole los órganos internos con su mortal abrazo, y su mente con la aflicción: el hambre—. Ah… ¿q-qué dem…?

—¡Orphée! ¿Qué ocurre? —Ante la breve distracción, las Dríades gemelas tomaron cada una de un brazo a la Santo de Pavo y con una fiereza monstruosa, la azotaron contra las ramas quemadas—. ¡Demonios! ¡Orphée! —exclamó otra vez al sentir a su compañero retorciéndose de un lado a otro, ante los satisfechos ojos de Fames del Apetito—. ¡Tú!

—Como dije, no era necesario apurarse tanto, todos vamos a comer —dijo la Dríade, delgada como una cepa, a quien se le caía su propia Hoja por los lados.

—La señora Hismina debe estar en camino. Proioxis, Palioxis, me gustaría que bajasen a la Tierra. Saben qué hacer.

Las gemelas, risueñas, asintieron con la cabeza y pronto se apagaron como si solo hubieran sido un par de luces. En el nivel dos del Templo solo quedaron un par de Santos de Atenea y un cuarteto de Dríades.

—Orphée, ¡arriba!

—T-tengo… hambre…

—Maldición. —Mayura invocó el Exorcismo Destellante, que destruía todo lo que fuera maldad, pero su ataque se desvió al mismo tiempo que el ruido a su alrededor, ante los chispazos rojos que soltó Kydoimos de su mano—. ¿Qué pasa? El mundo da vueltas, aunque…

—¿Aunque no ves? Es lo de menos, el sentido del equilibrio está conectado principalmente al oído —dijo la Dríade de la Confusión Bélica desde… algún lugar. Ya no podía enfocarse ni hallar a Orphée—. Molesto, ¿no?

—En nombre de Disnomia, hija de Eris nuestra Madre, juzgaré si tu corazón está marchito o no. —Esta vez fue Adikia, dado su voz mezclada, una suave y otra grotesca—. Ninguna de las dos vemos el mundo, pero aun así el mío está claro. El tuyo, por otro lado, será juzgado por una balanza.

—No tienen derecho a juzgarme por nada. —Mayura arrojó las Plumas que, cual dardos, se clavaban en el enemigo penetrando cualquier oscuridad, pero nunca escuchó que llegaran a puerto—. ¿Eh?

—Supongo que las lanzaste a mi lado desprotegido —dijo Adikia, antes de convertir las ramas de su brazo izquierdo en una balanza completamente inclinada a un lado—. Es bueno tener a alguien que me cubra la espalda mientras el juicio sigue su curso.

—Te ayudo por honor a la reciente muerte de tu hermano, Adikia —explicó Kydoimos, que con sus luces rojas y ramas de armadura detenía cualquier ataque—, pero también deberás protegerte a ti misma.

—No tienes que decírmelo.

—¡Etón, este está listo! —anunció Fames, apartándose pero sin quitar la vista del Santo de Plata que retorcía de dolor en el suelo. El enorme y redondo Dríade de la Gula se acercó a pasos agigantados.

—Ya debe morir. Maldito Santo de Atenea. —Separó los dedos y opuso los pies mientras sacaba aún más la lengua. Su Hoja, dura a la vista, se abrió como las copas de los árboles ante el viento, y un gran remolino surgió de él—. No importa el material de la armadura o la carne, lo que me coma será digerido hasta que no quede nada, y es imposible escapar… ¡Malnacido Santo de Atenea!

Orphée, sin poder evitarlo, comenzó a ser absorbido hacia el interior de ese monstruo, como si las sombras lo consumieran todo y el mundo se perdiera. Para peor, el hambre le impedía pensar con claridad, jamás había estado en esa situación.

—Alexandra… —murmuró antes de ser engullido totalmente por el extraño estómago de la bestia redonda, un vórtice sin luz alguna que se cerró poco después, con las piezas de la Hoja por encima.

—¡Orphée! —La voz de Mayura se oyó fuerte en las primeras sílabas. Lo que sea que hubiera dicho después, el Santo de Lira no lo escuchó, pues se había sumido en la completa oscuridad. Aunque claro, no es como si nunca hubiera vivido en ella.

 

***

—¿Maestro?

—Shun, ¿otra vez? ¿Qué es lo que planeas?

Había ocurrido solo unos días antes de la llamada del Santuario. La maestra Caph de Casiopea en persona había pedido que lo trajeran desde la bahía. Shun, un alumno con talento e increíble potencial, pero sin una pizca de corazón guerrero, se había involucrado en una pelea entre otros discípulos que involucró una prueba: se sometió a las olas inmisericordes de Etiopía como si imitara la prueba que no estaba listo para tomar, y lo hizo solo para evitar una lucha con esos abusones.

El chico tenía doce años, estaba cubierto de magulladuras, se había torcido un tobillo y le sangraba la nariz, pero en su mirada, ojos de un tono verde esmeralda, no había espacio para la bandera blanca.

—No me rendiré jamás.

—Shun, no se trata de rendirse o no, se trata de hechos. Tu cuerpo es muy frágil, no me he cansado de repetírtelo, no aguantará más años en este sitio.

—Sé que mi cuerpo es débil, pero usted mismo nos enseñó que el manejo del Cosmos tiene más que ver con el dominio de la mente, no del… —Shun tuvo que interrumpirse para toser sangre, que se limpió con un pañuelo rojo de su pantalón, y que tiempo atrás había sido blanco con puntos celestes—. Ah… lo siento.

—No te disculpes.

—Decía, cof… que el Cosmos se maneja con la mente.

—Pero para aguantar el poder nacido y copiado del universo, se requiere más que una mente calma y controlada. Shun, el cuerpo debe fortalecerse para que pueda soportar el peso en su espalda; y en cuanto a tu mente, si sigues evitando las peleas, no te permitirás el dominio del Cosmos… y lo sabes.

—Aun así lo conseguiré. Tengo alguien a quien debo ver, maestro.

—¿No te basta con nosotros? —se burló Daidalos con afabilidad.

—No voy a rendirme hasta que lo vea de nuevo —contestó el chico. En su cara no había más que sangre y determinación, pero ni pizca de vergüenza. Siempre recordaría esas palabras.

—¿Tu hermano mayor? Tal vez está muerto.

—No. Es fuerte.

—También tú. Solo que o no te das cuenta, no te interesa saberlo, o le temes.

—Es posible… —sentenció Shun con un soplido, hasta que cayó agotado en la inconsciencia. Daidalos había hecho llamar a Leda o Spica para que lo llevara a la cabaña de alumnos, no recordaba cual, pues se había quedado pensando en algo más en su corazón: jamás había que rendirse, era una verdad obvia para cualquier Santo, pero una en la que no todos pensaban. Shun no estaba solo, tenía a un hermano en alguna parte… Daidalos también tenía a alguien que no veía hace tiempo, aunque lo que lo motivaba a luchar eran sus compañeros. Luchaba por la amistad verdadera, lo real en sus lazos.

***

 

Sí. Muchos de esos compañeros habían muerto, y eso lo apenaba. Siempre lo había apenado, así que se olvidó del dolor físico y se enfocó en el emocional. Así, recordó a Yuan y Georg, asesinados por los Dríades, y todas las mañanas, tardes, noches y misiones que pasó con ellos. Quizás Marin también estaba… Muy bien, se rendiría. Que su corazón estallara solo sería malo durante un momento.

—¿Qué es esto? —Ponos retrocedió un paso al ver llorar a mares a su rival. Gritaba por culpa de todo el tormento de su pasado, solo empezando por la muerte de sus amigos. Había tanta pena junta, encerrada en su corazón, que no parecía ni siquiera lógico que pudiera contenerla. Eso lo mataría, sin duda… El problema era que Ponos de la Tristeza no se sentía culpable por esos sentimientos. ¡No los estaba provocando, Daidalos lo había decidido por sí mismo!

—¡Ahhhhh! —gritó el Santo de Cefeo, poniéndose de pie—. ¿Querías verme llorar? Ahí lo tienes, ¿ahora qué vas a hacer? —Apenas veía algo, su garganta dolía como mil diablos, sus oídos estaban casi tapados y su pecho se agitaba como loco. Siempre le habían dicho que su sonrisa esa encantadora, que nadie lo había visto jamás triste; era la primera vez, entonces.

Por alguna razón que Ponos no comprendía, eso lo estaba haciendo mucho más poderoso. Sus gritos de dolor eran también impulsos de fuerza que afilaban sus músculos y avivaban la llama roja a su alrededor.

—Tanta tragedia en tu vida… ¡sufre! ¿Por qué no mueres como Socordia y Anturio? —El recuerdo aún le causaba pesar. Normalmente podría controlar ese sentimiento, pero no esta vez, ¡eran parte de él! Tenía valiosa información en sus manos, y ya ni siquiera se acordaba de ello. ¿Acaso ese humano era capaz de causar incertidumbre en un espíritu nacido al principio de las eras?

—Sufrir es parte de ser un humano —dijo Daidalos, con mocos y lágrimas derramándose en su cara. Se la limpió y volvió a llorar, esta vez recordando los golpes recibidos en su niñez y la desaparición de su hermano—. No me rendiré por eso, no me rendiré nunca, no vale la pena si al final todos vamos al mismo lado. El morir es solo una parte más, la tristeza otro aspecto… ¡Ah!

Ponos se volcó sobre él con el brazo extendido, y al principio Daidalos no pudo captarlo, hasta que lo tuvo a medio metro. En ese instante el mundo se volvió muy lento, cuando cruzó los brazos para detener el golpe del Dríade, que de todas maneras le pulverizó los brazales.

Fue la máxima epifanía. El mundo tuvo todo el sentido que podría buscar, Daidalos fue perfectamente consciente de cada zona de su cuerpo, cada herida y movimiento que ejecutaba, y del flujo en su Cosmos, como si pudiera controlar las partículas más pequeñas en él. Se sentía realizado, completo, y con dolor aliviado.

—¡No puede ser! Había oído que los humanos podían alcanzar este nivel de Cosmos, pero… —se horrorizó Ponos, sin dejar de impulsar poder con su puño—. Una sensación absoluta, un sentido que supera a los naturales, ¡el dominio del ser que caracteriza a los Santos de Oro, no a los de Plata!

—No me rendiré ante nada, ¡espero que esto te lo deje claro!

Daidalos contraatacó con una Espada Real que trisó el vientre de Ponos, pero este se transfiguró en el mismo rostro de antes, le devolvió la pena a su enemigo, y lo estampó contra el suelo con el pie, aplastando su cara.

—No cantes victoria, Santo de Plata, somos todavía superiores a ese Cosmos que los humanos apenas y pueden mantener… basura como tú, que mató a hijos y a hermanos, no puede seguir vivo solo por hacer brillar su aura un poco más. Ni los Santos de Oro vencerían a un Hamadríade.

—Grr… ah… —Ya no sentía tristeza, el dolor físico había vuelto… pero el Santo de Cefeo era ahora hasta capaz de contar las moléculas que componían el pie del espíritu de la naturaleza.

—Recuerda tu pasado, Santo de Plata, pero también tu presente. Tus anhelos y sueños, tus esperanzas y motivaciones son solo mentiras inculcadas por un líder falso, un demonio que podría bien considerarse el verdadero Mal. ¿Cómo sabes que tu causa es la buena? ¿Cómo puedes asegurar que has luchado todo este tiempo por la verdadera justicia? —Ponos encendió su Cosmos y la cabeza de Daidalos, tras la quebradura del casco, se enterró un poco más en la tierra.

«Vaya que es hablador». Levantó las manos; con una arrojó una Espada que el Hamadríade esquivó, y durante esa centésima de segundo distraído, Daidalos agarró el pie negro con la mano libre.

—Si cuidar a las personas, no dañar inocentes, hacer reír a los jóvenes y dar respeto y alabanzas a los mayores por sus acciones en favor de la protección de los inocentes es malo… Si todo lo que hecho es en realidad injusticia, entonces deberé considerarme un villano… —Daidalos dobló las rodillas, y con el codo empezó a erguirse mientras levantaba al Hamadríade, como si fuera un muñeco, usando solo su mano izquierda—. Pero es solo semántica. —¿Era semántica, no? Bueno, poco le importaba en ese momento—. Una palabra que se llevará el viento, mis acciones en favor de mis compañeros me definen. ¡Hablo de mis hermanos de armas, tanto los vivos como los muertos heroicamente en nombre de la verdad!

Las páginas de casi el final estaban escritas con una letra caótica, pero sin una sola falta de ortografía. El autor parecía haber estado siendo perseguido, o quizás se ocultaba en algún lugar de África, pues muchas veces la letra aparecía desviada.

 

2 de Mayo. 2000.

Había muchas criaturas en el centro del bosque, y el Pope los enfrentó. Me concentré al máximo durante la batalla, más que nunca antes, y pude percibir perfectamente el Cosmos extraño en la batalla. Eran espíritus… monstruos hechos de oscuridad… hombres y mujeres devorados por  otros, hambrientos de sangre humana… Y yo seguí mirando a quien había servido. Lo observé fijamente mientras luchaba y protegía a los pueblos. Hay… hay tantas plantas aquí. Él me miró. Supo que lo sabía. Dejó que los malditos se le acercaran, rodearan y arrojaran encima… y cruzó sus brazos. Cruzó sus brazos sobre su cabeza… Ese hombre podía hacer estallar las galaxias, yo mismo le había enseñado a hacerlo… Oh, por………  los dioses. Sigo corriendo. Le pregunté si había matado a Sion de Aries, y me respondió con una sonrisa mientras los espíritus se evaporaban como gas. No solo por la increíble técnica, sino como si algunos de ellos retrocedieran para atestiguar nuestra discusión. El maldito había cruzado los brazos sobre la cabeza. Me atacó a la frente, pero logré esquivar la mayor parte del ataque; luego me atacó con sus puños y lo evité, pero el efecto ya había brotado. Recordé cuando su hermano me hizo lo mismo antes que lo encerraran… me pidió que robara la estatua de Nike, pero me detuvieron… duele mucho. En mi corazón y en mi cuerpo, no podré aguantar mucho tiempo escapando, pues mi mente me pide que regrese. A ser asesinado es ta me dia no che. M oriré pronto, y el Santuario no lo sabe, ni que son manipulados por mi dí scípu lo. Mo ri ré pronto, ojalá que quien en c uen tre est…

 

No. No se rendiría. Incluso si no tenía el poder para enfrentar al usurpador, no permitiría que se hiciera más injusticia en ese mundo. Las niñas que Rigel quería salvar se tenían a sí misma, pero morirían juntas, una primero, y la otra cuando ellos mismos la asesinaran para salvar al mundo. Si había tiempo, podrían salvarlas a las dos, y para eso tenía que ponerse de pie una vez más. Levantó a Ponos con toda la potencia de su brazo, estrechando la bota de su Hoja hasta que la trisó y le sacó quejidos de dolor.

—¿¡Qué intentas miserable!? ¿Acabar conmigo? Soy un Hamadríade, un hijo de la Discordia.

—¿Supongo que ninguno de esos es capaz de morir, entonces?

Ponos recordó fugazmente a Algos del Dolor. Había muerto, según Neikos, aunque eso no tenía sentido… pero había muerto. ¿También él? Daidalos observó la duda en sus ojos negros y concentró su fuerza en su mano derecha libre, dejando en sus rodillas todo el peso de ambos titanes.

—Ustedes son unos asesinos sin piedad —dijo Ponos, reuniendo energía en ambas manos—, ¡unos rebeldes que van contra los dioses!

—Ja, ja, ja, ja, qué hipócrita —dijo Daidalos, con lágrimas aun surcando sus mejillas y el dolor en el pecho intensificándose. Con ese Cosmos despierto, entendía perfectamente el mundo y sus sensaciones, y gracias a eso previo que el próximo ataque iría a su pecho.

Así, aunque se trisó el peto, Daidalos ya sabía cómo aguantarlo, por más que la sangre ahora lo cubriera. Golpearía duro y preciso con todo lo que tenía, una sola vez, aunque el próximo ataque de Ponos, destinado a su cabeza, lo hiciera picadillo.

La luz era normal para ellos, alcanzaban una velocidad que les permitiría ver las partículas de luz y destruirse a la vez… pero Daidalos no quería morir tampoco. No todavía, cuando había tanto que hacer. Soltó a Ponos para que la gravedad lo hiciera caer, concentró todo su poder en el puño derecho y el Dríade hizo lo mismo antes de golpearse al mismo tiempo. A la vez también se hicieron a un lado para esquivar el golpe, y a la vez fueron impactados en el hombro izquierdo. El de Cefeo estaba desprotegido, por lo que un rugido de dolor lo mandó al suelo, mientras su golpe apenas rozó el cuello de Ponos. Daidalos cayó al suelo de boca, agotado.

—Eso fue increíble, Santo de Plata, debo admitirlo. Casi me tienes. —Ponos retrocedió unos pasos y se detuvo para mirar detenidamente al hombre en el suelo, que apenas y respiraba—. Ahora quedará claro tu lugar. Por más que alcanzaras mi velocidad por un instante, no fue suficiente para superarme… Aunque reconozco el poder que tienes, y por eso te dejaré vivir.

—Ah… no hablas… en serio… —musitó Daidalos desde el piso, tragando un poco de tierra sin poder ni usar su cuello o brazos para evitarlo.

—Te lamentarás por años por tu derrota, y me alimentaré personalmente de esa tristeza en tu corazón. De todas formas, no serás capaz de nada más.

Dicho eso, el Hamadríade comenzó a flotar, poniéndose por encima de los Santos y los humanos. Tenía una misión que cumplir también, le informaría a sus hermanos y hermanas que el Sumo Sacerdote del Santuario era un usurpador, que los Santos tenían muchos más problemas de los que parecía.

 

En el camino arriba se encontró con su hermana Hismina, que acababa de dar fin a su batalla con el Águila de Plata, y contaba con magulladuras en la cara y una fisura en la pernera izquierda de la Hoja. Ambos hermanos se miraron antes de acercarse en medio del aire.

—Así que la mataste, Hismina.

—No fue tan difícil, pero me tomó tiempo, era muy escurridiza. Acabo de despedir a mis gemelas de la Batalla, Kydoimos les dijo en nombre mío que fueran al Santuario, pero necesito aún encontrar a mi presa. ¿Tú qué haces aquí?

—Hermana, avísales a tus gemelas, hay algo importante en el Santuario de lo que debemos…

—Antes de eso, Ponos. ¿Qué tienes en el hombro? —La Hamadríade de la Pugna apuntó con su largo dedo al brazo, y su expresión era pura confusión.

—¿Qué? —Ponos se observó y notó una esfera de luz roja en su hombro, como si estuviera pegada. Era muy extraño, vibraba con destellos y parecía contener demasiada energía reunida—. No puede ser.

—Ponos, hermano… ¿Quién te…? —Hismina retrocedió por puro instinto mientras la Tristeza se golpeaba el hombro donde Daidalos lo había rozado apenas, pero la bola de energía estaba al interior de su piel.

—Maldición, no, no yo… Hismina, ¡no quiero! ¡Maldición! —No había sido la Piedra de Salomón, sino el Presagio Solar, cuya cuenta atrás había llegado a su fin, la que Daidalos pegó en el hombro de Ponos. Antes de estallar, el Hamadríade estaba muy triste, sus lágrimas eran de un maloliente líquido negro, mientras que su sangre, al contacto con el Séptimo Sentido de Cefeo, salpicó de verde a su hermana, quien apenas alcanzó a gritar de horror y furia mientras su hermano era destruido desde adentro por haces de luz que, en primer lugar, le cortaron la cabeza.

14:30 p.m. del 11 de Junio de 2010. Santuario de Atenas, Grecia.

—Así que ella es —dijo el Sumo Sacerdote—. Buen trabajo, Taurus.

—Los guardias y Santos de Bronce hicieron el trabajo de cargarla hasta aquí, Su Santidad, yo solo subí estas escaleras —se apresuró a corregir con humildad el Santo de Oro de Tauro. Todavía habían dudas en su corazón, vio algo raro en ese féretro, presintió algo confuso en el ambiente, y por eso había solicitado a los Santos de Plata que lo escoltaran desde lejos, pero nada había sucedido… ¿Acaso se había equivocado? En cualquier caso, el Sumo Sacerdote podría encargarse.

—Puedes regresar, Aldebarán, yo me haré cargo —le ordenó Sion de Aries con su voz grave por la edad, emitiendo una ligera sonrisa de confianza.

—Su Alteza, ¿puedo preguntar qué hará con ese cuerpo? —preguntó el Toro de Oro—. Me gustaría que su familia en Japón lo recuperara, y querría informar su estado previo, actual y posterior.

—Por supuesto, Su Santidad cuidará de esa mujer, Aldebarán —intervino el Pez, Aphrodite, oliendo una rosa roja desde el pasillo lateral, luciendo su hermosa y bien cuidada capa dorada—. No deberías preocuparte de nada.

—¿Es así, Su Alteza? —interrogó el Toro apartando su mirada del lamebotas de Piscis. No podía decirlo jamás en voz alta, y confiaba plenamente en ese hombre en batalla, pero a veces le hastiaba esa suprema devoción, más dirigida al hombre que a la diosa tras la cortina.

—Así es. Regresa al Templo del Toro, Aldebarán, no hay nada que temer. Y tú también, Aphrodite.

—¿Q-qué? —La boca del guardián del último Templo no parecía capaz de poder cerrarse.

—Voy a usar todas mis habilidades para entender qué pasó con esta mujer, y quizás incluso salvar su alma, pero requiero concentración. Solo necesitaré a uno de mis Santos, nadie más.

—Y ese sería yo, ja, ja, ja. —El más complicado de los Ochenta y Ocho, el Santo de Cáncer, ingresó por el pasillo opuesto vistiendo una capa negra en lugar de la usual dorada manchada de sangre. En uno de sus dedos giraban pequeñas flamas azules—. El médium profesional está aquí, la puerta es bastante grande para ustedes dos, señores. Sí, incluso para ti, Toro.

—DeathMask… —farfulló Aphrodite antes de imitar a Aldebarán en una reverencia rápida y salir del salón.

Tras cerrar la puerta tras de sí, el Sumo Sacerdote se quitó el yelmo de águila para mostrar su larga cabellera llena de canas, que pronto desaparecieron y se tornaron negras. El rostro anciano se volvió joven, y sus ojos se elevaron con fulgor rojo para mirar a su compañero.

—No es fácil mantener la fachada.

—¿Quieres que comience ya, Saga?

—Sería muy útil. Habla con ella, DeathMask, quiero saber qué traman todos los dioses del Olimpo.

—La Discordia es odiada por todos ellos, desde el Rayo hasta el Herrero, así que te dirá sobre ellos todo lo que quieres saber, de seguro, ja, ja, ja. —DeathMask invocó sus llamas azules y las hizo girar alrededor del féretro hasta que brilló cual zafiros—. Oh sí, esto será fascinante.

—¿Estás seguro de que me ayudarás?

—Más que ayudarte quiero ver el mundo arder. Además, si quisiera ir en tu contra, mi lengua se habría soltado hace mucho con los Santos de Oro. Y sumando a todos… —La sonrisa traviesa de DeathMask brilló con el resplandor azul de sus juguetonas flamas, pero la expresión de Saga de Géminis no tenía pizca de simpatía.

—¿Qué pasaría? Ninguno es tan fuerte como para doblegarme.

—Ja, ja, ja, sí, eso debe ser.                   

Cáncer fundió sus llamas con el féretro, y súbitamente la silueta de una mujer aterrada se apareció frente a los Santos de Oro, mirando hacia todos lados mientras flotaba sobre su propio cuerpo. De pronto, la muchacha clavó sus ojos en el Santo de Géminis.

—¿Eres tú el líder de los Santos? —preguntó la silueta, rodeada por llamas que iluminaron de azul todo el salón.

—Mi nombre es Gemini Saga. Quisiera negociar algo contigo, Discordia.

—Saga Laskaris te llamas. Ya negocié contigo en el pasado. —La figura elevó los brazos y DeathMask cayó al piso impulsado por una sobrenatural, desconocida y sublime fuerza—. ¿Pero qué tal si me presento como debe ser, para que hablemos?

—¡DeathMask! ¿Qué sucede? —preguntó Géminis, apartándose mientras encendía su Cosmos. ¿Debía utilizar su poder? Eso haría temblar todo el Santuario, y enviarla a Otra Dimensión no parecía la mejor vía—. ¿No puedes controlar a la chica muerta, acaso?

—El alma aún está vinculada completamente al cuerpo.

—¿Qué dices? —Saga de Géminis apoyó una mano sobre el trono y observó con atención. El espíritu desnudo que oscilaba entre flamas azules, brillaba como los muertos no deberían.

—¡Digo que esta mujer no está muerta! —exclamó el Cangrejo, que esquivó entonces un pedazo del féretro cuando este se abrió de golpe.

—Exactamente, Santino Di Siero… exactamente.


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#514 Tsakam Chuch

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Publicado 25 enero 2017 - 14:59

buen capitulo 



#515 Presstor

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Publicado 25 enero 2017 - 16:53

hola felipe,que tal todo?

debo decir que es muy epico cuando un caballero despierta el septimo sentido

muy buena esa batalla de maestro de shun,es de gradecer lo mucho que estas dignificando a los de plata

muchas ganas de seguir leyendo tu historia

un saludo



#516 Patriarca 8

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Publicado 04 febrero 2017 - 22:37

Lo bueno:

 

Que se explora el pasado y las motivaciones de los plateados

 

Las técnicas de algunas de las Dríades 

 

 

 

Lo no tan bueno:

 

Las personalidades de algunas de  las Dríades 

 

 

 

PD:

 

Cuantos capitulos mas faltan para que empiece la saga de Hades en este fic


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Publicado 06 febrero 2017 - 22:59

Amigo Felipe, aquí estoy, opinando de nuevo. La verdad, el fic está muy bueno, con grandes batallas, y una épica demostración de coraje y valentía por parte de los santos de plata. Aunque esas/os Hamadríades, debo decirlo, son bastante desagradables. Y poderosas, por cierto. Aunque creo que Saga o Shaka podrían barrer con todos, jjejejeje. Hablando de Saga, no sabía que era discípulo de Nicole de Altar. Probablemente lo dijiste, y como me ha pasado muchas veces, no lo recordaba. Eso lo hace el más poderoso de los santos de plata?? (cuando estaba vivo, obvio) Sabe usar también la explosión de galaxias?? Me quedó esa duda. Y además hiciste a Deathmask su confidente. <eso me pareció interesante. Me pareció ver una rivalidad entre Afrodita y Deathmask?? Afrodita también sabe la identidad de Saga o no? Fue muy intrigante lo que pasó al final del capítulo, tal vez ando un poco lento, pero no me quedó claro lo q pasó ahí. Me alegro de que por fin mataste a una de las Hamadríades, ya quería que empezaran a caer, son molestas, desagradables y pedantes. Eso no es una crítica, al contrario, pienso que es tu objetivo plasmarlas así. Pero pobres plateados, están teniendo el complejo de Seiya y sus camaradas, jajajaja. Lo que no me cuadró es que varias veces vi que la armadura de Cefeo se rompía, rompía, y seguía rompiéndose. Y no se destruía nunca. No se si quedó algo de ella. Y la forma de despertar el séptimo sentido, y la muerte de Ponos, simplemente una obra maestra. Última duda (creo q mi memoria es un desastre, jajajaja), se vio el final de la pelea de Hismina con Marín, o hay un vacío que aún no has revelado?? Lo último que me acuerdo es q estaba rompiéndole algo a Hismina, al final de un capítulo. Te agradeceré me lo recuerdes. Espero con ansias la continuación, saludos!!



#518 -Felipe-

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Publicado 08 febrero 2017 - 11:36

buen capitulo 

Gracias :)

 

 

hola felipe,que tal todo?

debo decir que es muy epico cuando un caballero despierta el septimo sentido

muy buena esa batalla de maestro de shun,es de gradecer lo mucho que estas dignificando a los de plata

muchas ganas de seguir leyendo tu historia

un saludo

Gracias Presstor. Los de Plata lo merecían, y en especial Daidalos, tan olvidado.

 

Un saludo, amigo :D

 

 

Lo bueno:

 

Que se explora el pasado y las motivaciones de los plateados

Hola T, pensé que no te vería mucho por acá por eso de que creías que aquí salían las Saintias. Es un gusto tenerte por aquí de nuevo. Tienes razón en que, si bien me esforcé con las técnicas, en cuanto a personalidad son algo cliché, típicas malas, pero es porque no son humanos como para tener conflictos, son solo espíritus creados para servir a su Madre. No quita eso que sean desagradables, claro.

En cuanto a tu duda, calculo que quedan unos 10 capítulos más o menos. La Saga de Hades empezaría, si no me equivoco, a mitad de año.

 

Amigo Felipe, aquí estoy, opinando de nuevo. La verdad, el fic está muy bueno, con grandes batallas, y una épica demostración de coraje y valentía por parte de los santos de plata.

Hola, Carlos, un gusto leerte. Las Dríades son malvadas por naturaleza, muy desagradables la mayoría, pero como dices, muy fuertes también, aunque no tanto como ellas mismas creen.

Mencioné que Nicole había entrenado a Saga (y Kanon) en el larguísimo flashback del último, casi al final de la saga de Poseidón, pero como siempre digo, con un fic tan largo es normal olvidar eso. La única técnica que mostró poseer en ese flashback fue el Ars Geminga, que ninguno de los gemelos demostró, pero que tampoco es la técnica característica de la armadura de Altar. Lamentablemente no sé si podré mostrarlo en batalla, pero sí te puedo confirmar que en algún momento fue el más poderoso de los Santos de Plata, aunque en sus últimos años bajó mucho su nivel por dedicarse a otros (su rol en la Biblioteca, como maestro y como asistente del Patriarca).

 

No es que haya rivalidad, es que, por un lado, todos odian a DM, y en segundo, Afrodita es demasiado fan del Pope y quiere ser su Santo más cercano, por eso esos problemas entre ellos. En este fic, nunca supo que era Saga, tampoco Shura, solo el Cangrejo se enteró.

Lo que ocurrió al final, lamento que quedara difuso, es que Saga le pidió a Santino (verdadero nombre de Cáncer) extraer y controlar el alma de Hanako como Eris para preguntar cómo vencer a los dioses, pero descubren que Hanako en realidad sigue viva (cosa que Aldebarán había intuido), por lo que DM no puede controlar ese alma. Así que están jod*dos, básicamente xD

 

Mi objetivo es que las Dríades sean desagradables, no te preocupes, es normal odiarlas. Opté por enemigos genéricos en esta ocasión para evitarme trabajo jeje y para darle más peso a los protagonistas. Son malas clásicas nomas, solo que con habilidades vistosas.

 

Que bueno que te gustara lo de Daidalos. La Armadura de Cefeo está muy dañada, pero no destruida completamente. Sí perdió algunas piezas, como el casco, pernera, hombrera, pero lo demás es más daño superficial. Sobre tu duda, no mostré la pelea con Marin ni lo pienso hacer, Hismina misma explicará algunas cosas sobre ello, pero en general quedará en el aire qué sucedió realmente.

 

Saludos Carlos, muchas gracias por tus comentarios :D

 

 

 

 

 

 

 

 

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Ahora, el siguiente capítulo (lamento la tardanza, estaba de vacaciones por lo que no tenía el texto a mano).

 

CAPÍTULO 18

 

LA PASIÓN DEL ARTISTA

 

01:00 a.m. del 11 de Junio de 2010. Nivel dos del Templo de Eris.

—¡Orphée! —Mayura estaba completamente mareada; a pesar de no ver, no tenía idea del norte o el sur, ni siquiera de arriba o abajo o de sí misma, pero todavía tenía consciencia del estado de su compañero y una lengua y pulmones para gritar y preocuparse por él.

Orphée de Lira fue hecho prisionero por un Dríade enorme, y ella no había podido evitarlo, uno de sus compañeros había sido vencido frente a sus ojos y quizá estaba muerto. No, no compañero, un hermano.

—Tu alma es impura, la balanza se inclina hacia la suciedad —declaró Adikia de la Injusticia, ciega y asimétrica, con una báscula hecha de ramas. En uno de los platillos flotaba una luciérnaga índigo, y en el otro una pequeña manzana amarilla—. Eres incluso peor que nuestras Manzanas, pensar que nos consideran malvados.

—No tendremos esta discusión otra vez —farfulló Mayura, intentando con todas sus fuerzas rastrear a Adikia, Kydoimos u Orphée, en el flujo del Cosmos, los cambios que se percibían sin necesidad de los sentidos físicos… pero no los hallaba ahí—. Rayos…

—En el centro de la batalla solo hay caos, nadie sabe a dónde va a parar y se olvidan de dónde vienen. Los humanos mueren sin que se enteren, asesinan miles de hombres en la vorágine, a veces pueden dañar a algún aliado, pierden toda noción del tiempo y el espacio, y se destruyen durante el desconcierto.

No supo dónde estaba quien dijo eso, pero obviamente debía ser Kydoimos, semilla de Hismina y una líder entre las Dríades. Etón se había comido a Orphée y ahora, junto a Fames, iban por ella. ¿Podría con cuatro a la vez por sí sola?

Pero no estaba sola, descubrió. Percibió a Orphée durante un segundo en el flujo del Cosmos, tal como su maestro le había enseñado, tal vez bajo algún tipo de sopor externo, pues no se había movido en esa fracción de tiempo; necesitaba solo de un empujón, probablemente.

—¡¡¡Despierta, Orphée!!!

 

Orphée oyó esa voz y sus cuerdas reaccionaron con el abrir de sus ojos. Al principio no vio nada, pero el arpa brilló y con eso pudo verse flotando sobre algo pulposo, maloliente y ácido que roía su armadura poco a poco. No veía entrada o salida a ese lugar, y tarde o temprano su cuerpo sería destruido… o podía intentar contraatacar. Aquel horrible hambre que sentía ya había cesado, y su conexión con el Cosmos, si bien había disminuido mucho allí adentro, seguía presente. ¿Cómo salir de una prisión sin puerta alguna? Le había prometido a su Eurídice que volvería con ella, y jamás había fallado a una promesa, así que la hallaría.

No sabía cómo explicarlo, pero lo que la princesa Alexandra le provocaba era un combustible que parecía infinito, como si fuera capaz de cualquier cosa. Antes de conocerla no se había preocupado demasiado de nada, luchaba solo para sobrevivir y evitar que otras personas salieran dañadas porque detestaba el llanto y la tristeza. No sabía si considerar eso altruismo o egoísmo…

Fue tres años atrás, cuando llevaba la misma cantidad como Santo de Plata, cuando la conoció. El gobierno griego solicitó al Santuario, en su calidad de ente políticamente neutral, que mediara en una reunión importante que tendrían algunos de sus representantes con sus símiles de Turquía, con quienes mantenían conflictos que perduraban por siglos. Orphée asistió en calidad de guardia que actuaría solo si el Sumo Sacerdote o las familias reales sufrían algún percance. Fue ese día de junio cuando las Sombras de Reina de la Muerte decidieron atacar el palacio griego para generar conflicto y dudas entre los países. Una de las princesas griegas fue la primera en indicar los extraños que se acercaban al patio, evitando el caos, pero así también se volvió blanco de aquellos mercenarios vestidos de negro. Orphée la salvó en un parpadeo de tiempo, luego aniquiló a dos Sombras mientras el Pontífice llamaba a la calma. La rescató junto a tres guardaespaldas y cinco doncellas, todos le parecieron igualmente importantes. Que una familia tuviera más o menos recursos no le parecía relevante, sino la vida, aunque su obligación fuera ser más selectivo… El resto de enemigos escapó porque tardó demasiado en ayudar a más de una persona.

Pero allí, en el suelo detrás del estrado, fue cuando la princesa Alexandra le sonrió por primera vez, y él se sonrojó. ¿Cuándo diablos se había sonrojado antes? En principio, pensó que se molestaría por no tenerla como prioridad, pero poco después, la joven de cabellos platinados y ojos negros como ébano, solicitó que el Santo la escoltara al palacio. Y él aceptó sin dudar.

En el camino ella le habló cordialmente, y él asintió con respeto a todo. Ella le preguntó por qué no había cumplido con su deber de ayudarla solo a ella para así exterminar a los enemigos, como le habían ordenado, y él contestó que las reglas no siempre se acataban al pie de la letra. Su juramento había sido protegerlos a todos, al fin y al cabo. Ella volvió a sonreír y comentó algo sobre lo bello que era el arpa que sostenía, y le preguntó si algún día podría asistir a palacio a tocar. Algo nerviosa, la princesa se puso a hablar de los miembros de la familia real que asistirían al evento, y dibujó sus caricaturescos rostros en la yema de sus dedos con distintas expresiones faciales… Orphée rio como no recordaba haberlo hecho.

Tres meses después, luego de unos paseos con escolta y un par de recitales privados ante su ventana, se besaron por primera vez. Así comenzó la más grande y peligrosa aventura de su vida. No iba a acabar solo por esa aspiradora humanoide. No cuando ella todavía existía y significaba tanto para Orphée. ¡El mundo!

Invocó la Museta con toda su pasión, ya nada le importaba, ni el espacio ni el tiempo. Si solo había oscuridad sin puertas, se construiría unas propias con sus hilos de luz de luna. Las cuerdas se extendieron mientras tocaba con velocidad, pero no tocaban muro o techo alguno.

«Alexandra». Eso pensaba, una y otra vez. Ni siquiera la imposibilidad lo iba a detener. Con su Eurídice podía ver el mundo en un grano de arena que ella pisara, y el cielo en una flor silvestre que oliera. Orphée encendió aún más su Cosmos, sus pies ardían de dolor y calor, pero no pararía hasta verla de nuevo. La eternidad yacía en los dedos de sus manos, el infinito era solo una hora con su rostro al frente.

¿Qué haría sin ella? Ni el Rey del inframundo la alejaría de él. El camino de los Santos concluía en la muerte, pero lo que más deseaban, irónicamente, era vivir, como siempre decía su maestra. Lyra reaccionó y las cuerdas del arpa se convirtieron en dulces y penetrantes filos infinitos, enamorados de los frutos del tiempo.

—¡Resuena, Cosmos! —gritó Orphée.

Antes de que Mayura pudiera abrir la boca de la sorpresa, el cuerpo del enorme y macizo Dríade se abrió por la mitad, una cuerda brillante salía de su cuello para separarlas, y luego una multitud más empezó a destruirlo a una velocidad difícil de seguir.

—¡Etón! —exclamó Fames, horrorizado, y tanto Adikia como Kydoimos se detuvieron en su ataque para contemplar al Santo que surgió, agotado y empapado, de entre los pedazos del Dríade de la Gula que caían por doquier.

Pero Etón aún podía contraatacar usando sus gigantescos brazos, aunque hubiera perdido casi la mitad del cuerpo, por donde Orphée salió. Gritó, su Cosmos ardió como una llamarada.

—Tonto Santo, ¡tonto Santo, me duele!

—¡Todavía puedo! —Libre de las ataduras, y antes de que cualquiera de los otros Dríades pudiera mover un músculo, rasgueó las cuerdas que recuperaron su longitud habitual y entonó el Nocturno, cuyos relámpagos terminaron de pulverizar a la bestia de estómago casi infinito.

El grito de Etón fue breve, y su cuerpo pesadísimo se estampó contra el gris piso cuando los otros pedazos aún se estrellaban. Nadie podía entender nada.

—Imposible, no se puede escapar de esa prisión —declaró Adikia. Aunque ciega, sus oídos escuchaban la caída de miembros en las ramas secas.

—En su interior solo hay oscuridad —dijo Kydoimos, exaltada—. ¿Cómo pudo encontrar una salida?

—¿Cómo pudo siquiera aguantar los ácidos allí? —preguntó Fames, a su vez. Probablemente no estaban tan al tanto de las capacidades de los Mantos Sagrados construidos en Mu tantos siglos atrás.

—Ah… nada detiene… a un Santo —suspiró Orphée, quitándose un líquido viscoso, verde, del cuerpo y la armadura con las manos. El arpa yacía en el suelo, rodeado por un Cosmos blanco que se evaporaba—. Nada es imposible cuando la motivación es… tan fuerte.

—¡Hum! Pero nada podrá hacer en ese estado…

—Es lamentable.

—¡Orphée! —gritó Mayura, recuperando momentáneamente su sentido de orientación tras la distracción. Las palabras de su compañero le habían entregado el impulso que requería—. Vete.

—¿Qué? ¿También te burlarás de mí, Mayura?

—No, no es eso. Recuerda que tenemos una misión, y no es quedarnos aquí luchando, sino acabar con Eris. —Eso sacó algunas risas de Fames y Adikia, pero Mayura continuó—. Asegúrate de que Rigel no haga algo estúpido, eres de confiar. Nos vemos después.

—Pero…

—Sé un Santo. Yo me encargo de estos tres.

—E-está bien. —Había demasiada seguridad en las palabras de esa mujer, y él confió totalmente en ellas de una sola vez. ¿Por qué sería?

Nuevas risas ascendieron con aquellas palabras, y cuando Orphée, raudo, se fue hacia la parte elevada del terreno para saltar. Cuando Fames intentó detenerlo, Mayura encendió su Cosmos y lo manipuló para que formara una barrera que les impidió el paso.

—No seguirán.

—Ja, ja. Será interesante, de todas maneras —dijo Kydoimos, elevando su Cosmos nuevamente para confundir sus sentidos. Lo último que Mayura consiguió sentir fue el batir de las hojas, y una bala de cañón iracunda que surcó el cielo y pasó a llevar su cabello con solo el viento que agitó. Una fuerza de la naturaleza difícil de controlar, incluso para la compañera de Plata que aparentemente había fallado.

—¡¡¡Orphée!!! —consiguió gritar antes de caer de rodillas por el incontrolable hambre que le asaltó.

—¡Tú eres el que mató a Alala! —exclamó la Hamadríade Hismina que, con el puño en alto, se acercaba a toda velocidad al Santo de Plata que se preparaba para saltar—. ¡También mataste a Ponos, ¿verdad?!

No. Ese había sido Daidalos, pero a la Dríade de la Pugna poco le importaba mientras pudiera destruir. Sin embargo, lo que hizo contacto con su puño fue un fantasma, la ilusión creada por la Fantasía del Santo de Lira.

—¡Es una ilusión barata, mi señora! —alertó Kydoimos, que no tenía que ni mover un músculo para desorientar a Mayura, ahora pateada en las canillas por un iracundo Fames, y en el estómago por Adikia, quien sostenía una balanza con un rastro índigo de Cosmos de Pavo—. Probablemente subió al tercer nivel.

—Encárgate de ella bien, Kydoimos.

—¡Sí, mi señora!

Hismina desapareció de un salto mientras en el segundo nivel la golpiza no cesaba. Limos podría bajar a cuidar su puesto, pero confiaba completamente en que la Dríade de la Confusión Bélica se haría cargo, así como mantenía o mantuvo su fe en Alala, Homados, Palioxis y Proioxis. Eran las manifestaciones de la guerra que incomodarían incluso a Ares, y por supuesto a la inútil de Atenea.

 

Orphée había saltado impulsándose por sus propias cuerdas, que de alguna manera se había ingeniado para que sirvieran de trampolín.

«De no ser por la advertencia de Mayura, esa mujer me habría arrancado la cabeza de un solo manotazo». No le gustaba escapar, pero no sabía en qué líos pudo meterse Rigel y necesitaba asegurarse de que no arruinara todo. Tenía más trucos en su arpa de los que había usado durante esa batalla, y quizás aquella que utilizaba para dormir a otros…

De todas maneras no pudo seguir pensando en eso cuando el manotazo sí apareció, dirigido no a cortarle la cabeza sino a estamparlo contra la parte baja del nivel tres del Templo, que se había visto muy lejos aún, pero lo había golpeado con tal intensidad, que la distancia se convirtió en un parpadeo y el tiempo en un suspiro minúsculo. Su hombro derecho y el costado de su tronco dolían como mil diablos, y todo le daba vueltas mientras volvía a ser atrapado por la gravedad. Había tocado el nivel tres, pero no como esperaba.

—Ah… ah… —También se le dificultaba hablar. ¿Tan fuerte era esa bestia? Ni los Santos de Oro parecían tan monstruosos. Y no quería pensar en qué había quedado de su hermana, el Águila.

—¡Mataste a mi hermano Ponos!

—¿Q-qué? —Ponos era el Hamadríade que dejaron en el nivel uno, lo que significaba que Daidalos lo había derrotado. ¿Acaso su compañero también había muerto y por eso Hismina buscaba culpables?

—¡Lo mataste!

—Yo no… —Orphée se interrumpió para toser sangre antes de caer en los brazos de la Hamadríade, que volvió a estamparlo contra el techo que era el tercer nivel—. ¡¡¡Ahhhhh!!!

—¡Y mataste a Alala, lo confesaste!

Eso sí lo había hecho, pero en todo rigor se había defendido. ¿No entendían eso los espíritus nacidos de los pecados humanos? ¿Eran la maldad en todo sentido, incluso la indiferencia y la irracionalidad?

No podía preguntar. Cada vez que intentaba abrir la boca lo elevaban con un puñetazo, impactaba contra la roca de esa tierra flotante, y luego caía para recibir el siguiente. Ningún golpe lograba quitarle la vida, y no era por falta de ganas, sino por la más básica forma de tortura. Constantemente se repetía la pregunta.

—Sí… —respondió una sola vez Orphée, la octava vez que lo azotaron. Esta vez, el relámpago que era la mano de la Hamadríade resplandeció más intensamente, y su potencia se multiplicó. Lo próximo que supo el Santo de Plata, a pesar de que cada músculo de su cuerpo era un infierno, fue que habría atravesado toda la isla y se hallaba sobre la misma.

—¡Morirás! —gritó la mujer, desde abajo. Y Orphée vio un destello breve de esperanza para no acabar aplastado.

Por una fracción de segundo se habían perdido de vista mutuamente. Por un breve instante, Orphée supo que tampoco quería morir de esa manera. Por un corto parpadeo de tiempo, estuvo seguro de que su vida era Alexandra, y ella no estaba en esa isla, así que debía regresar con su Eurídice vivo. Por un momento, Orphée de Lira vio la posibilidad de contraatacar, y todos sus músculos agarrotados se tensaron al tiempo que su Cosmos despedía luces albas. El brazo izquierdo logró sujetar el arpa, los dedos de la mano derecha se soltaron lo suficiente, con sus piernas ejerció fuerza para no caer por el mismo agujero e impulsarse a un lado. Su oportunidad era solo una, no habría otra más.

 

14:55 p.m. del 11 de Junio de 2010. Santuario de Atenas, Grecia.

—¿Hm? —Aldebarán se detuvo de golpe, tras salir por el portón delantero del Templo de los Peces, donde los riachuelos, las estatuas de querubines y el olor a rosas eran abundantes.

—¿Sentiste eso, Aldebarán? —Aphrodite se había quedado en su habitación, pero salió rápidamente a buscar a su compañero.

«Maldita sea, lo sabía».

—¡Es en el Ateneo! —exclamó Aphrodite, que lo esperó hasta que estuvieron a la misma altura.

—El Sumo Sacerdote y DeathMask podrán encargarse —titubeó el Toro de Oro, deteniéndose a pasos de su compañero.

—Sí, tal vez deberíamos esperar. Alerta a los demás.

—¡Sí!

Aldebarán se volteó, y cuando estuvo a punto de bajar el siguiente escalón, se dio vuelta nuevamente para detener el golpe sorpresivo del Santo de Oro de Piscis. O de quien se había disfrazado de él, al menos. Un brazo potente que emitía un olor a plantas, pero no el aromático usual.

—¿Cómo…?

—¿De verdad creíste que alguien como Aphrodite bajaría a buscarme en vez de ir por el Sumo Sacerdote?

—¿Qué? —El falso retrocedió dos pasos, pero Aldebarán lo detuvo con la mano alrededor del cuello.

—No sé quién o qué quieres, pero no vas a engañarme con un disfraz, por más bien que esté hecho. Me dejarás pasar o serás eliminado.

—¿Eh? Uh… ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, JA, JA, JA, JA! —rio la criatura con la apariencia de Aphrodite. Cada sílaba venía con una expresión facial distinta.

—¿Qué demonios te pasa?

—Madre no quiere que la molesten. ¡Rosas Piraña!

Aldebarán tuvo que requerir de cada partícula de su Cosmos para moverse con agilidad y esquivar las potentes rosas negras de las que hizo gala el usurpador, pero unas cuantas le rozaron la cara, lo único descubierto por su armadura. Con el Brazo de Acero apartó a “Aphrodite”, un puñetazo directo al estómago que hizo rugir de dolor al enemigo.

Luego éste se volvió a reír y su rostro se contorsionó en una mueca eufórica, que azotó con su mano abierta mientras se peinaba el cabello dorado hacia atrás. El raro Cosmos en el Ateneo seguía creciendo, y parecía haber comenzado una batalla.

—¿Quién rayos eres?

—Una Hamadríade —contestó la criatura, saltando y aterrizando sobre su mano, mientras extendía las piernas hacia arriba y observaba con una expresión grotesca a su oponente—. Manía de la Locura. ¡Rosas Daga! (Dagger Roses)

Aquella técnica no era muy usual. Las rosas de pétalos azules requerían una siembra especial, y Aphrodite solía optar por las negras, pero esos cuchillos afilados tenían la característica de seguir a su contrincante hasta que se clavaban en su piel, fuera donde fuera.

—Esto me tomará tiempo —sentenció Aldebarán, cruzándose de brazos. Y en este instante sintió como el Santuario se movilizaba hacia una batalla.

 

—¡Gliese, la Nube! —ordenó el Santo de Delfín, en las escaleras que llevaban al Templo de la Cabra. Shura de Capricornio les informó que iría al Ateneo con el Santo de Acuario, y ordenó que ellos bajaran a la periferia, justo cuando empezaron a salir unas siluetas negras desde el piso, con masa, pero casi transparentes. La Nube  de la Santo de Tucán podía darles tiempo para atacar con mayor facilidad, pues los cubría completamente y, entre los tres, sabían exactamente cómo defenderse allí.

—¡Mi turno! —Izar usó la Cosecha de Sangre (Aíma Synkomidi), el arte más antiguo para cortar, perforar y rebanar con la hoz incorporada en su armadura, y se deshizo de las Sombras a su alrededor para hacerse paso. La pregunta era a dónde.

—Venator, ¿a quién seguimos? —preguntó Gliese.

El Santo de Delfín lo pensó muy detenidamente, pues dos Santos de Oro les habían dado órdenes diferentes: seguir a Aldebarán de Tauro, o bajar a la periferia, donde ya se alumbraba un caos que probablemente controlarían Can Mayor, Mosca y Hércules. Arriba se hallaba el cuerpo de quien debían escoltar, pero en las seguras manos del Sumo Sacerdote y al menos cinco Santos de Oro. ¿Qué hacer? Había una opción mejor que los demás.

—Vamos con los señores Saga, Aiolia y Shaka. Eliminemos los que brotaron en la Eclíptica —ordenó Venator, y procedió a usar el Chapotazo del Ángel (Angel Splash) para hacerse paso hacia abajo, una patada tan potente que podía partir olas.

 

En la parte baja ya se hallaban las gemelas de la Batalla, Proioxis del Avance y Palioxis del Retroceso, con sus Cosmos encendidos, las manos abiertas como sus brazos, y las Sombras que plantaron rodeándolas. Frente a ellas, los tres Santos de Plata se hallaban inmóviles.

—¿Por qué no puedo… moverme? —dijo Dío. Era una sensación extraña, no como estar paralizado, pero cada vez que intentaba avanzar, algo lo bloqueaba, y al hacerse hacia atrás era empujado adelante.

—Estamos entre la espada y la pared —dijo Sirius, reflexivo y preocupado.

—Somos un emparedado, ya me quedó claro —gruñó Algheti, tensando los músculos sin éxito.

Otros Santos de Bronce, por allí y por allá, se enfrentaban a más problemas hechos Sombras. El resto de Santos de Platas se habían repartido por el mundo en diversas misiones, y solo un par de los más jóvenes estaban en los alrededores como posibles refuerzos, pero todavía no llegaban. Los oficiales habían ido a resguardar a los reclutas en las cabañas, no podían arriesgarse a la batalla todavía, con excepción de algunos que sufrían contra las Semillas.

—¿Quieren avanzar? —preguntó Palioxis.

—¿O retroceder? —siguió Proioxis.

—Lo que sea que hagan no nos podrán vencer —terminaron al unísono. Dío se hubiera reído en otro momento, pero ahora solo estaba hastiado. Sirius buscaba una salida y se preguntaba por qué Géminis, Leo y Virgo no estaban ya con ellos. Y en cuanto a Algheti, solo incrementaba su Cosmos una y otra vez.

—Ah… ah… ¡no me van a detener estas cosas!

—¡Algheti! —El Santo de Hércules, con una fuerza difícil de creer y un aura verde oscuro que derramaba rayos de luz por doquier, había comenzado a dar unas primeras zancadas hacia adelante con sudor en la frente.

—¿Se está moviendo? —preguntaron las gemelas antes de mirarse una a la otra con una mueca de enfado—. ¡Es tu culpa, pon más empeño! ¡No, no es la mía, es la tuya!

—¡Que se callen, maldita sea! —rugió Algheti, invocando el Vigor Olímpico para aplastar y atropellar a los espíritus de Eris o lo que fuera que tuviera en frente.

 

En el Santuario de Atenea no había diosa que los protegiera. El guardián que se hacía pasar por Sumo Sacerdote, Saga de Géminis, junto a los Santos de Oro, se enfrascaba en una resistencia fatídica contra la diosa de la Discordia en el cuerpo de una joven de Japón. En la Eclíptica, Venator de Delfín y dos Santos de Bronce más se dirigían a Templo de la Doncella para reunirse con Shaka de Virgo, sin saber que no lo hacían para proteger a una diosa. En los alrededores de la montaña, los Santos de Plata dirigidos por Sirius de Can Mayor peleaban como hermanos ante la cruel adversidad, una familia bañada de luz de luna, ignorantes de la verdad que el mayor de ellos, Nicole de Altar, descubrió diez años atrás. Y en el Templo de Eris, cuatro guerreros se enfrascaban en las batallas más importantes de sus vidas… a diferencia de los demás, sus motivos iban más allá que los sentimientos por Atenea…


Editado por -Felipe-, 08 febrero 2017 - 11:37 .

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#519 Presstor

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Publicado 13 febrero 2017 - 16:21

vaya,no pensaba que se iba a liar asi al parecer eris a decidido ir con todo

en estos momentos debo decir que me gusta la idea de los dorados saliendo a repartir palos

 

sobre mayura todavia no se que pensar,hasta ahora me resultado un tanto plana...demasiado parecida

a marin en contexto,haber como la desarrollas....la veremos con seiya y compañia?

 

orpheo,un caballero enamorado  jaja eso la verdad no se ve mucho...pero un pelin cliche  no? jaja

yo soy mas de romances mas locos,tipo fenix y pandora jaja

aqui debo decir que saint seiya y sus historia pueden tener un trasnfondo muy romantico en su base

 

hasta medianos de años no tendremos la primera parte de la saga de hades? pues bueno a esparar toca

tomate tu tiempo de momento seguire por aqui apoyando tu fic,que me tiene enganchado

 

un saludo, compañero



#520 -Felipe-

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Publicado 22 febrero 2017 - 11:28

Como me fui de vacaciones sigue mi idea de vaguear, soy un desastre, como dice Killcrom xD

 

Presstor, un gusto de nuevo. Me alegro que te gustara la idea, porque si bien los protas son los Platas, por lógica tienen que participar los de elite de alguna manera, así como los Bronces, que juegan aquí más al "carne de cañón".

 

La verdad he notado eso que mencionas, que Mayura y Marin se parecen demasiado. La verdad, mi idea era que Marin fuera misteriosa, enigmática, silenciosa, mientras Mayura fuera seria, dura, líder... pero claramente eso es similar. Intentaré en lo posible, en los próximos capítulos, que se distancien más, pero creo que ya no será posible tanto. Lamento eso, va contra mi idea original... el capítulo de hoy tendrá de prota a Mayura, en todo caso.

 

Orphée es un enamorado cliche, sin duda, pero es que a veces las relaciones son así. En mi fic he construido varias relaciones de pareja, Shiryu y Shunrei son más dulces; June siente por Shun algo más loco (no está claro si correspondido); Hyoga y Freya fue más algo carnal; Ikki y Esmeralda fue trágico; mientras que lo de Lira y Eurídice es más... no se, empalagoso e irracional, tal vez, tal como suele ser el amor (de lo que no me quejo, a veces -la mayoría de las veces- somos así con mi pareja xD).

 

Ahora que lo pienso, Hades podría empezar incluso antes. Saludos compa :D

 

---------------------------------------------------------

 

Con ustedes, un capítulo protagonizado por Mayura de Pavo, y en menor medida por Shaka y Aldebarán. Saludos a todos.

 

 

 

CAPÍTULO 19

 

 

EL FRAGOR DE LA VORÁGINE

 

01:40 a.m. del 11 de Junio de 2010. Nivel dos del Templo de Eris.

En el segundo nivel, Mayura se hallaba de rodillas con el cuerpo retorcido por el hambre que le provocaba Fames. A sus lados, Adikia preparaba una balanza desde sus ramas y Kydoimos, plácida, confundía y distorsionaba los sentidos de la Santo de Plata.

—Nosotros nos alimentamos de los pecados e impurezas humanas, cada vez más abundantes. Nunca nos falta —dijo la voz grotesca y chillona del Dríade del hambre—, pero ustedes los humanos necesitan de otras cosas, no pueden vivir sin ellas. Alimentarse es una necesidad imperiosa, ¿verdad?

—¿Qué hacemos con ella? —preguntó Adikia, ciega pero juiciosa. La balanza se inclinaba supuestamente a la oscuridad de su alma.

—Morirá de hambre, Fames tiene la misma habilidad que la señora Limos, a menor escala —explicó Kydoimos—. Los dioses y nosotros llevamos siglos sobre la Tierra resistiéndonos a todo, pero los humanos son criaturas temporales y débiles.

—No aguantará demasiado más, ya se está poniendo pálida —susurró Fames del Apetito, feliz de su éxito. Se acercó al rostro de Mayura, a la venda que llevaba cubriendo sus ojos por años. La Santo de Plata cerró el puño con fuerza. ¿Qué más importaba si no sabía dónde estaba su enemigo? Le habían enseñado que era capaz de borrar todo mal de la faz de la Tierra, ¡ese era el propósito de los Santos!

 

“La luz está adelante, aunque no se vea”.

A los siete años vivía como una esclava ucraniana en India con su dueño, el hombre de la armadura negra, un monje calvo que había perdido el camino, deseoso de cazar almas y reinar en el infierno, que usaba un traje de acero con mil brazos en la espalda. Un psicópata que la dañó constantemente hasta que, frente a la ribera del Ganges, mientras limpiaba las heridas de sus muslos e ingle, y las marcas de manos en sus pantorrillas, Mayura conoció a Shaka de Virgo, el hombre más cercano a los dioses, que en ese tiempo era solo un niño prodigio de diez años que entrenaba para obtener su propia armadura bajo la tutela de monjes auspiciados por el Santuario. Utilizando unas ilusiones que a ojos de Mayura parecieron más reales que la realidad misma, Shaka engatusó al hombre de negro y la salvó de allí. Sanó su mente, dándole la calidez de una compañía que no se aprovechaba de su cuerpo, y por seis años compartieron en un hogar humilde al otro lado del río. ¿Vivió cómodamente?

Para nada. Mayura pasó muchísima hambre y frío, típicos de la pobreza, y cuando Shaka obtuvo su Manto de Oro a los trece años fue todavía peor, pues para entrenarla la hizo pasar más hambre aún, además de enseñarle a bloquear sus cinco sentidos para no depender de ellos. Eran seres humanos, no podían no comer, pero durante los cinco años que sufrió aquel arduo entrenamiento, Mayura logró ayunar y abstenerse de todo deseo por una semana entera, sobreviviendo a base de agua y el constante ejercicio mental.

—No sé dónde estás, pero poco importa. —El Cosmos de Pavo comenzó a elevarse y Kydoimos tomó cartas en el asunto incrementando su sufrimiento.

—Tiene problemas para rendirse, pero la oscuridad del corazón humano se elimina con la erradicación —sentenció Adikia con su doble voz. La balanza, que ya se inclinaba totalmente a la izquierda donde yacía la luz índigo, se convirtió en una esfera llameante que la Dríade se preparó para arrojar—. Tu pecado no pasará por alto a la Dríade que evalúa la injusticia en el planeta.

—¡Espera la muerte, Santo de Atenea! —exclamó Kydoimos, juntando las manos por sobre su cabeza para canalizar su Cosmos oscuro en una estrella de calor humeante. Fames, sin miedo, saltó sobre la Santo para destruirla a golpes.

—Hambre… he pasado hambre desde que nací… ¡esto no es nada!

Elevó su Cosmos, y a la máxima velocidad que pudo, intentó sentir todos los movimientos existentes en el flujo de energía en el universo, donde las Ruedas del Samsara y Karma siempre giraban, y la Rueda del Dharma se preparaba para una nueva enseñanza del próximo Buda con el conocimiento absoluto. En eso se había entrenado por tantos años que sufrir allí parecía una broma de mal gusto.

Se levantó rauda, arrojando Plumas Silvestres que se clavaron en alguna parte de Fames, dado su aullido. No sabía de dónde provenía la llamarada de Kydoimos, pero estaba a nivel del suelo, así que saltó aunque no tuviera sentido del «arriba», por solo tensar sus piernas, y se mantuvo allí una milésima de segundo en la que enfocó su Cosmos, notando de inmediato que Adikia le había robado fracción del mismo con la balanza hace un rato, haciéndola pasar por un trozo de alma. Solo necesitaba otro ínfimo instante para recuperar sus sentidos, ignorando los gritos de dolor de Fames y los quejidos de las otras dos Dríades.

Construyó una prisión de roca entre ellos que detuvo momentáneamente la bola de fuego de la Injusticia, solo guiándose por el calor. Ubicó rápidamente a sus enemigos y descendió con toda la furia de su Cosmos, tanto como para obligar a la dichosa Rueda a girar. Shaka le había enseñado mucho, desde luego, pero Mayura aprendió mucho más por sí misma.

Fames subió por la Roca de la Eternidad con algunos dardos todavía clavados, y Mayura aplicó algunos más en los puntos que parecían vitales para terminar con él, aunque recibió un potente ataque en el pecho al mismo tiempo, que debió resistir para evitar los ataques de las otras Dríades que parecían más definitivos. Al aterrizar las encaró con una bola de Cosmos en cada mano, cuando Fames seguía cayendo.

—¡Atrápalos, Adikia! —ordenó Kydoimos, y la Injusticia materializó con sus ramas la balanza siniestra con la que robaba Cosmos.

—¡No escaparás! —gritó la Dríade de Limos, mientras la Confusión Bélica encarnada intentaba contraatacar por el costado, desviando la atención de Mayura al otro lado.

Pero el Cosmos siempre viene de alguna parte al transmitirse, no se origina de la nada, pues está en todos lados y se canaliza en un punto. Antes de que el caos en sus sentidos desviara la cabeza de Mayura a la derecha, un destello de Cosmos se engendró a la izquierda, distinto al vendaval que tragaba sus energías.

Evitó los miles de golpes por segundo desde la izquierda y utilizó el Exorcismo Destellante para eliminar la maldad en la balanza y recuperar su Cosmos completo, justo cuando —lo que debía ser— detrás de ella, Fames tocó el piso seco. El ataque se potenció a tiempo, y Adikia fue extinguida por la intensa luz.

Mayura saltó y levantó ambos brazos y una rodilla en posición de guardia, sin saber por dónde la atacaría Kydoimos, que ya le había hecho perder toda noción del espacio. Por lo que sabía, ya podía estar de cabeza.

De todas formas, lo que más le entrenó Shaka fue el poder del corazón, alma y mente, su pensamiento debía ser más veloz que cualquier cosa después de tantas horas, días, semanas, meses y finalmente años en meditación, buscando la verdad en lo profundo de su espíritu. Kydoimos no era como los demás Dríades, entendió de pronto Mayura, era la más fuerte, muy cercana en poder a una Hamadríade, y por lo tanto, extremadamente rápida. Más que ella, seguramente. Al verla en esa postura de defensa, la atacaría por la espalda con una llamarada que seguramente ya ardía sobre su cabeza… Solo quedaba pisar con el pie libre, girarse e intentar aguantar la mayor parte del ataque con un hombro y el brazo.

“La luz está adelante, aunque no se vea”. Eso le dijo siempre Shaka de Virgo. Siempre debía enfocarse en el presente, alistando el futuro y conservando el pasado solo en sus recuerdos. El enemigo estaba al frente, y como guerrera, le debía respeto concentrándose en una batalla con él hasta eliminarlo. Shaka tendía a subestimar al rival, dado su grandioso poder, pero ella desde pequeña se había acostumbrado a sobrevivir dando todo de sí.

Se sorprendió muchísimo cuando logró completar la vuelta para detener la llamarada con ambas manos al frente, y todavía más cuando consiguió repelerla con su Cosmos, que brillaba tanto que lo veía a pesar de la venda. ¿Qué era aquello? Sus sentidos estaban al tanto de todo, el universo rendido ante ella, nada era inadvertido, percibía los movimientos y los cambios de las esencias, la vida y los pensamientos.

«Séptimo Sentido», la esencia del Cosmos, el dominio de la fuerza universal en toda criatura viva. Mayura atravesó la llamarada con su cuerpo cubierto de aura índigo, y utilizó el Dios de Mil Brazos contra una lluvia interminable de golpes de parte de Kydoimos. Fames terminó de aterrizar, detrás de ellas.

—Es solo un parpadeo, ¡ese Cosmos no durará demasiado! —se burló el ente que gobierna la Confusión Bélica.

—Solo necesito que durante ese instante, sea superior al tuyo. —Mil golpes por segundo, dieron paso a cien mil en el siguiente y tres millones en el tercero, que se incrementaban progresivamente. Ciento ocho golpes impactaron en Kydoimos, contra treinta que conectaron en la Santo. La Dríade retrocedió y resistió el dolor, antes de encender su Cosmos mientras la sangre salía a borbotones por su cuello, rostro, muslos y codos. Pavo la imitó, todavía absolutamente mareada, pero con sus sentidos tan alertas sabría al instante si su enemiga, de la que sabía estaba al frente, se movía un milímetro. Lo siguiente sería el asalto final, y eso esperaba Mayura, pues ese Cosmos tan alto que había obtenido gracias a sus batallas por tantos años, no duraría para siempre.

Ciertamente la luz estaba delante. No había decidido copiar la Danza de la Rueda Divina de su maestro, aquella técnica que privaba de los sentidos y limitaba los movimientos del enemigo, pero optó por un camino propio que la llevara a Nirvana en espíritu utilizando el corazón de su cuerpo terrenal. Esa combinación era la que liberaba destellos explosivos que hacían juego con su Cosmos.

—¡Conoce el aleteo más intenso del Pavo Real!

—¡No cantes victoria, Santo de Atenea! —Las ramas de su Hoja se liberaron y dispersaron por doquier, atacando como látigos a la par del caos de su Cosmos.

El choque fue devastador. La isla entera tembló al tiempo que Pavo se sentía satisfecha de haber tocado al enemigo aunque no la hubiera visto en los tres asaltos anteriores, donde se esquivaron con habilidad. La armadura de Plata sufrió severos daños en los brazales y hombreras, y menos en el peto y falda. La última partícula de Adikia se extinguió, y solo en ese instante Mayura se vio en condiciones de utilizar la Danza del Aleteo Brillante (KenYoku TenBuSho), o al menos una versión de ella. Consistía en un vendaval explosivo y luminoso que arrojaba con un manotazo bravo de revés y una concentración absoluta, tanto como para privarse ella misma de sus sentidos durante esa fracción de segundo. Una versión inversa de la técnica de su maestro cuyo poder dependía de cuánto sacrificio, esfuerzo y enfoque pudiera poner en un solo parpadeo, no de la arrogancia o la percepción de superioridad divina. No escuchó nada ni palpó el aire en su piel, o siquiera la respiración de Pavo, su Manto.

El entrenamiento había rendido frutos y, aunque con daños, venció a la más poderosa de las Dríades bajo los Hamadríades. Cayó de rodillas mientras el entorno oscuro tras el chispazo, y el tiempo después de batallas tan veloces, con un suspiro volvían a la normalidad.

—Ahora… solo queda encontrar el corazón de este sitio… —Mayura estuvo tentada a quitarse la venda para recuperar con mayor facilidad el uso de sus sentidos, privados por su técnica y confundidos por la de Kydoimos, pero desistió a tiempo. Podía servirle más adelante, tal vez muy pronto en una batalla tan ardua—. ¿Dónde demonios está?

—Parece que todo te da vueltas, ¿eh?

En ese momento, Mayura sintió como si su estómago desapareciera; lo buscó con las manos pero cayó de bruces al piso lleno de ramas secas. Líquidos asquerosos comenzaron a salir por entre la comisura de sus labios.

—¿Q-qué demonios? Ah… —Jamás se había sentido tan enferma en su vida, y el Cosmos emitido por la criatura en sus espaldas era mayor al de Kydoimos, muy similar al de un Santo de Oro. El dolor no cesaba, no podía concentrase, no sentía nada más que un hambre imposible, como si jamás hubiera comido en su vida, pero fuera incapaz de morir de inanición.

—Sentí la muerte de Etón, y bajé para encontrarme con que mataste también a Fames. ¡Dos de mis queridas Dríades! —rugió la nada esbelta y muy furiosa Limos del Hambre, consciente de la caída de Kydoimos de la siembra de Hismina, y Adikia de la de Disnomia, pero poco le importaba—. ¡Estás muerta!

 

15:18 p.m. del 11 de Junio de 2010. Santuario de Atenas, Grecia.

—Fu, fu, fu, ¿qué tenemos aquí? —preguntó, riendo, la sinuosa Hamadríade que se acercó al cementerio del Santuario, invisible a ojos humanos, mientras en la montaña y sus alrededores, la batalla había dado inicio y se hallaba en caos. Santos y soldados rasos enfrentados a Dríades y sus propios pecados y desesperanzas, ¡era un hermoso panorama!

En la ciudadela de la periferia, tres Santos de Plata intentaban resistirse a los embrujos de Palioxis y Proioxis, mientras un ejército de Santos de Bronce sangraba en combate contra Semillas mientras vivían engañados. ¡Oh, la maravilla! Porque Disnomia del Engaño había descubierto muchas cosas mientras se disfrazaba en el Santuario de una simple campesina. Ella era capaz de eso, Manía tal vez era capaz de transformarse mejor, pero no era tan astuta.

Disnomia era la más similar a Ate en apariencia, con sus orejas largas, mirada seductora, piel tersa y pálida, y cabello negro, aunque en su caso era largo y sedoso, puntiagudo en la corona. Bajo el ojo izquierdo lucía dos pequeños lunares, y sobre el cuerpo, una capa negra que impedía contemplar la Hoja que le correspondía, aunque podían admirarse salientes afiladas en su cuello, adornadas por esmeraldas. Tenía labios verdes eternamente sonrientes, dichosos ante la vista de su objetivo.

En la entrada del cementerio, en el área este y antes del Observatorio, había dos estatuas de mujeres antiguas al interior de columnas dóricas, que escoltaban el paso sinuoso hacia el acantilado lleno de piedras y tumbas que se acompañaba del aroma a rosas que lo rodeaba desde la era mitológica, cuando el primer Santo murió en la Guerra Santa original contra Poseidón, Orrín de Serpiente.

Justamente en honor a él se nombraba como Oficial a cargo del cementerio a aquel que portara a Serpens, uno de los cuatro con cargos especiales como Ave del Paraíso, Altar y Sextante, y que en este caso, era un hombre llamado Golge. El Santo no emitía demasiados sentimientos de los que Disnomia pudiera alimentarse, y si lo mataba despertaría las alarmas a ese lugar. ¿Asesinarlo silenciosamente sería tal vez una alternativa?

De alguna manera, el enterrador clavó sus ojos grises, taciturnos y ojerosos en ella, a pesar de su invisibilidad. Era una mirada apagada, cansada, pero férrea y en parte astuta, lo que se explicaba por la evidente experiencia del Santo de Bronce. Su cabello rizado era negro, su piel oscura, su nariz ancha, era bajo y desgarbado, como si no quisiera destacar se movía inclinado. Llevaba una armadura verde oscuro bajo una túnica gris.

—¿Quién es? —preguntó el enterrador con voz queda, nada alarmada.

—¿Puedes verme? —inquirió a su vez Disnomia, entre curiosa y asombrada.

—No, pero sé cuando alguien se acerca a este sitio sagrado. Por favor, vete.

—¿No sientes mi Cosmos, acaso? Podría eliminarte de una sola vez.

—No me interesa —resopló Golge, arrastrando los pies para acercarse hacia lo que no podía ver—. Aquí descansan almas de hombres y mujeres que lucharon por la justicia. Juré proteger su hogar. Por favor, vete —repitió el Santo.

—Fu, fu, fu, interesante sujeto. Vives engañado por una falsa sensación de seguridad, será un encanto arrebatarte la vida aunque llame a todo el Santuario aquí.

Golge encendió su Cosmos y comenzó a levantar la guardia, pero al segundo desistió y recuperó el relajo, ante la sorpresa y decepción de Disnomia. El Oficial a cargo del cementerio tomó una pala del suelo y se alejó en dirección a la zona norte, ignorando completamente a la Hamadríade.

—¿Qué? ¿Te acobardaste, gusano?

—Ya no tengo que hacer nada… —susurró Golge, más para sí mismo que su enemiga, y se perdió tras un cerro.

—Fu, fu, pero qué patéticos son los humanos. Pensé que me divertiría.

En el cementerio había un sinfín de lápidas de piedra rayadas en su superficie con el nombre, rango y constelación de quien hubiera muerto, con excepción de los guardias, que solo contaban con su nombre y apellido. No estaban ordenadas por jerarquía, así que un Santo de Bronce podía estar junto a tres soldados y dos Santos de Oro sin ningún problema. Disnomia leyó nombres como «Albafica», «Écarlate», «Kaiser», «Jasón», «Dióscures», «Croma», «Deuteros», «Itia», «Caliopoeia», «Ánima», «Tournesoul», «Louis», «Tsubaki», «Yugo» y otros de distintas historias y rangos.

Todos útiles para ella.

—Cadáveres de Santos… algunos con deseos tan intensos al momento en el que sus vidas se extinguieron que me cuesta resistirme. Se convertirán en hermosos semilleros —susurró Disnomia como si pudieran oírle—. Oh, qué maravilla…

¿Y qué piensas hacer con ellos?

Disnomia estuvo a punto de voltearse, pero trató de mantener en lo posible la compostura. ¿Quién diablos le había hablado así? Que el enterrador pudiera verla por su falta de emociones era una cosa, pero ahora era diferente. ¡Había alguien ahí que ella no había percibido!

—¿Quién eres?

Demonios que imitan a los humanos y se alimentan de ellos… aun así me sorprendo de que llegaras a este sitio santo, evitando a los guardias y las barreras, eres algo digna de admirar.

¿Qué es esto…? —Frente a ella se comenzó a materializar una figura llena de luz, una silueta sentada sobre el aire, flotando en el centro de un halo brillante—. Ya veo, eres tú… el hombre más cercano a los dioses, ¡Virgo Shaka!

—He venido siguiéndote la pista hace un buen rato, Dríade —explicó Shaka con voz calma, los ojos cerrados y el cabello rubio elevándose al son de su Cosmos, dorado con destellos rojos—. Te escondiste muy bien, sin duda.

—Tú le dijiste a Serpens que me diera el paso, ¿verdad? Muy inteligente. Sin contar con hacer de tu presencia algo nulo, incluso en mi propia cara.

—Vuelvo a preguntarte: ¿qué haces aquí? ¿Qué podrías desear con simples cuerpos terrenales? —Obviamente Shaka no estaba atemorizado ante su presencia. Disnomia se preguntó si realmente era tan fuerte como decían. Las Hamadríades ya podían ser superiores a los famosos Santos de Oro.

—Convertirlos en semilleros, desde luego —respondió con la misma soltura el espíritu. Se lamió entonces la punta de los dedos con delicadeza—. El cuerpo de un guerrero nacido para pelear es el mejor material para ello, una exquisitez que no todos saben apreciar…

—¿Dices que las sombras que trajeron ustedes son almas humanas?

—No, pero nacieron de un conjunto de ellas. Los muertos liberan energía de muerte, la que se usa en la creación de Semillas. Y cuando es un cadáver fresco… —La Dríade abrió bien los ojos malditos, y de un salto se acercó a Shaka con la garra abierta—. ¡Es mucho mejor!

—Ridículo.

El ataque no prosperó, y el ataque se contuvo por una barrera de energía tan resplandeciente que Disnomia se vio tentada a cerrar los ojos. No podía atravesarla, por más que se impulsara la barrera era como un muro de hierro a pesar de su suave apariencia, una burbuja de luz. Al interior, el Santo de Oro vistiendo una armadura que relucía como el mismísimo sol, estaba inmóvil y no indicaba el menor esfuerzo.

—Eres… fuerte… —se oyó la Dríade decir, presa de la sorpresa.

—Levantar tu mano contra mí sin siquiera presentarte… qué mala educación tienes. Este tipo de conductas tan repugnantes son las que más detesto. Te llevaré a lo más lejos para que puedas empezar de nuevo. Om…

Y el Exorcismo se desencadenó con tanta fuerza que todos en el ala este del Santuario lo vieron relucir. Golge de Serpiente continuó obrando en las tumbas, a sabiendas de que pronto tendría que enterrar a más personas. Era una guerra de los dioses, después de todo.

 

Mientras tanto, la Hamadríade que se hacía pasar por Aphrodite no era capaz de atravesar la defensa de Aldebarán por ningún medio. Rosas rojas, negras, azules y un montón de enredaderas. El Toro dorado ni siquiera se inmutaba, pero aun así las flores eran pulverizadas a diez centímetros de la portentosa armadura de Oro.

—¿Por qué? ¿Por qué no funciona? —exclamó Manía, todavía con la sonrisa enfermiza en la cara.

—Supongo que su plan era infiltrarse en el Santuario, pero dudo que puedan acercarse a la diosa Atenea, o siquiera al Sumo Sacerdote.

—Qué tontería, su maldito Pope está en problemas, su Cosmos se desespera en la locura, ¡ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!

—Y ni tú sabes con quién pelea, ¿verdad? —Aldebarán lo sabía, y sabía que ella lo sabía. Fuera quien fuera que luchaba contra el Sumo Sacerdote estaba más allá de los cálculos de los Dríades, ya lo había sospechado desde hacía rato, desde que el féretro captó su atención. No podía dejar de pensar en ello mientras bajaba desde el Templo Corazón… En todo caso, el Sumo Sacerdote podría proteger a Atenea con el verdadero Aphrodite, se decía que nadie podía vencer a Sion de Aries.

—No es importante. Las Hamadríades somos más poderosas que ustedes, no te des tantas chances de victoria, miserable. —Manía comenzó a reír como salvaje nuevamente, saltando de un lado a otro a una velocidad imposible de seguir para las personas normales, mientras arrojaba rosas de todos los colores desde todo posible ángulo de tiro.

Por supuesto, Aldebarán de Tauro no era normal. De alguna manera Manía era capaz de imitar el efecto de las técnicas del verdadero Aphrodite, se aguantaba el veneno de los pétalos rojos y movía las manos a la velocidad máxima para destruir los tallos azules y las espinas negras, pero pronto perdería los sentidos aunque diera una impresión contraria. Claro que eso no ocurriría, de todas formas.

—Tus chances se acabaron en el momento en que intentaste imitar a uno de los Santos de Oro con más experiencia en el Santuario. Podrás copiar sus técnicas y apariencia, pero el Cosmos…

—¿Qué demonios? —La Hamadríade dio un paso atrás, súbitamente llena de temor, como si su mundo se hubiera roto al comprobar que lo que decían podía ser verdad en relación a Tauro: sus batallas no eran muy dinámicas, las terminaba en un solo movimiento de brazos. ¿Pero cómo podía ser tan efectivo algo así si era famoso por ello? Y sin embargo, allí estaba el temor… Las rosas blancas en las memorias de Aphrodite eran claras, mas no podía canalizarlas.

—¡El Cosmos viene del corazón! Por eso no has sido capaz de arrojarme una rosa de pétalos blancos, porque pertenece al verdadero dueño de Piscis. Tenemos todos un espíritu guerrero único, una firma marcada en nuestras cicatrices con fuego ardiente… ¡cometieron un enorme error al intentar infiltrarse en territorio de la diosa Atenea!

Manía captó un veloz movimiento de brazos. Aldebarán los extendió hacia adelante rompiendo la postura defensiva que había conservado hasta ese momento. La Dríade lo vio, y aun así, con esa velocidad no sería capaz de defenderse ni evitar el impacto. El Gran Cuerno le daría de lleno… ¿De verdad ese poder provenía de su origen en el Cosmos?

—No lo entiendo… mi habilidad me permite tener la misma fuerza que la de quien imito, ¿cómo puede estarme superando su técnica?

Manía intentó con todas sus energías detener el choque del Gran Cuerno, pero sus pies eran arrastrados, en un momento u otro fallaría. Le habían advertido que de los Santos, los de Oro eran lo más cercano a los dioses, pero jamás pensó que habría diferencia entre ellos… Aunque cuando estudió a Aphrodite, Manía no vio distancia entre él y el hombre que ahora enfrentaba.

—Podrás parecerte todo lo que quieras al Pez de Oro, pero no luchas como él. No aspirar el polen de las rosas rojas, romper los tallos de las negras y desviar el camino de las azules. Las blancas no podrás usarlas hasta que se me considere digno, aunque en este caso sería a la inversa. —Aldebarán cruzó los brazos otra vez antes de volver a extenderlos, pero a los ojos de Manía, se mantuvo siempre en la misma postura. Descargó un segundo Cuerno—. Con el verdadero Piscis entraríamos en una Guerra de Mil Días, pero contigo no duró más de un minuto.

—¡Ah! No puede ser, me está superando…

—La próxima vez usa tu propio poder y apariencia para pelear conmigo, no la otros. El Cosmos viene del corazón.

Aldebarán sabía lo que ocurriría. Destruirla de una sola vez no sería fácil, era consciente de que escaparía y sobreviviría… pero no le importaba mientras estuviera lejos de su diosa.

 

02:10 a.m. del 11 de Junio de 2010. Nivel tres del Templo de Eris.

La tonada que invadía los sentidos de Hismina era desesperante, una melodía suave y melancólica, llena de tristeza y ternura sin igual. ¿Por qué no había acabado con esa cucaracha que mató a Alala y Etón? En su lugar, lo tenía relajado tocando música, burlándose de ella. Lo cierto era que pronto todo acabaría, solo era materia de encontrarlo. No percibía su presencia en los alrededores, la música confundía sus sentidos y parecía que su cuerpo… se cansaba… De pronto, ya no podía ver bien y empezó a arrastrar los pies, que como su propia Hoja, parecían pesar una tonelada. Hismina encendió su Cosmos, y al tiempo sus rodillas se tambalearon.

—¿¡Qué diablos pasa aquí!? —gritó.

Desde un escondite entre algunos árboles negros de la tercera isla, Orphée de Lira pronunció las palabras que juró repetir cara vez que entonara aquella Serenata (Serenade), el arma secreta de la Lira que llevaba a los enemigos a un viaje mortal.

—Los dioses dejarán de charlar, las aves dejarán de cantar, incluso los astros dejarán de brillar… En medio del encanto todos los humanos sucumbirán al sopor, envueltos en dulce embriaguez… Un breve momento en que el tiempo se detendrá en el universo entero y todo ser en la tierra y en el cielo se irá durmiendo… se irá durmiendo… se irá durmiendo…

—N-no puedo quedarme dormida por algo así. ¿Qué demonios pasa? ¿Cómo lo hace ese miserable? —Hismina desplegó su Cosmos de manera brutal intentado destruir todo, incluyendo a Orphée, pero sus piernas se agotaron a medio camino y desistió, cayendo de rodillas. Su cuerpo se negaba a herir el corazón del árbol…

Y ciertamente no era un truco fácil. Requería enfocar casi la totalidad de su Cosmos en ello y el resto en ocultar su presencia, además de recitar ese mantra. No podría hacerlo en plena batalla, pero los resultados eran fascinantes, lo supo desde que su maestra Laskine lo durmió con esa melodía una y otra vez.

Ejecutada correctamente, la mente del oponente podía terminar vagando en sus sueños por diez días enteros.


Editado por -Felipe-, 22 febrero 2017 - 12:26 .

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