Capítulo nuevo en menos de un mes! Yes!
CAPÍTULO 12
LA NATURALEZA DE LA PENA
—Mayura…Mayura…
Cuando era niña le encantaba esa voz, era suave, pero profunda; parecía que proyectaba sabiduría y una paz absoluta, aunque había sido testigo de lo que ocurría a los impuros, con quienes la voz se transmitía como un juicio celestial hacia diablos y fantasmas. No la había oído en casi dos años, durante los cuales Mayura de Pavo se recluyó en Birmania para maximizar su Cosmos utilizando el método de Virgo, privándose del sentido de la vista.
—¿Maestro Shaka? —Se hallaba bañándose en una laguna cuando oyó el llamado a su Cosmos. Unos años antes, la situación le hubiera incomodado, y de niña incluso habría pensado mal de Virgo—. Ha pasado mucho tiempo, maestro.
—Sí, lamento molestarte. Sé que nuestra relación no acabó en buenos términos, Mayura. —¿Acaso le importaba? Definitivamente era palabrería protocolar, pues ambos eran bastante conscientes de las razones en su decisión.
—¿Qué sucede?
—Le he solicitado al Sumo Sacerdote que se respete tu decisión de alejarte del Santuario bajo la excusa de que, al vernos en crisis, acudirás como una poderosa aliada que ha magnificado su Cosmos y ha tocado la Iluminación. —Solo la tocaba, nunca la alcanzaba. Shaka jamás había tenido demasiada fe por considerarla «poco coherente en sus pensamientos y sentimientos». No es que importara tanto a estas alturas, pero ya debería ser capaz de sentir el alcance de su energía.
—No es el Nirvana mi principal prioridad —dijo Mayura, de todas formas.
—Lo sé, y por eso te permití renunciar temporalmente al Santuario —mintió, claro. No le importaban los humanos como individuos, ninguno de ellos. Además, los permisos los otorgaba el Sumo Sacerdote, no él—. Puedo notar el gran alcance de tu Cosmos en estos momentos.
—¿Para qué me requiere?
—La crisis de la que te hablé. Necesito que vayas a Japón.
***
11:00 a.m. del 10 de Junio de 2010, Kyoto, Japón.
Lamentó no llegar antes, una vida se pagó por ello, pero no podría cambiar el tiempo. La Rueda ya había girado, aunque siempre podría construir un mejor futuro. Incluso aquellas almas nacidas bajo una estrella maldita tenían esa posibilidad.
Había nacido en Ucrania, pero vivió desde muy joven en los países de la Indochina, donde abrazó el budismo, y gracias a ello había conocido distintos tipos de cultura. En ninguna de estas, la criatura que tenía al frente sería considerada algo que rescatar; era un engendro de la misma humanidad que Mayura de Pavo estaba dispuesta a erradicar.
—¿Intentarás pelear contra un Dríade de Ate? No me gusta hacerlo, pero parece que contigo será imposible evitar la lucha, ¡Mayura de Pavo!
—No escaparás otra vez, ya he visto suficiente de ti. Te detendré para toda la eternidad. —No tenía tiempo que perder; a diferencia de su maestro, no le gustaba torturar o jugar con sus oponentes, sino que cumplía sus misiones lo más pronto posible. Por eso, aunque recibió su adiestramiento, nunca intentó imitar sus técnicas.
La que realizó se llamaba Roca Antigua de la Eternidad (Bangousenseki), y consistía en la manipulación del corazón de la tierra, usando sus componentes para encerrar a la maldad en una enorme prisión de piedra. Le bastó extender ambas manos a los lados y hacerlas chocar sobre su cabeza para que dos caras cóncavas y gigantescas de barro y rocas atraparan a Ampelos como una planta carnívora a una mosca. Requería un Cosmos acompañado de solo pensamientos positivos, lo que requirió muchos años de entrenamiento; ahora era fácil «no odiar» a su oponente cuando la utilizaba.
—La Roca de la Eternidad está diseñada como un sello para contener a los espíritus malignos de la Tierra —le informó Mayura en voz alta, mientras empezaba a retirarse, evitando con precisión las pozas, aunque él apenas podría oír desde adentro—. Nada puede escapar, así que no dudo de que tendrás mucho tiempo para pensar en tus faltas. Si no necesitas aire o comida para sobrevivir, como la alimaña que eres, entonces tendrás una eternidad poco agradable.
—¿En serio lo crees? —dijo Ampelos, desde adentro, aunque su voz se oyó en todo el bosque. Mayura ya estaba a seis metros de distancia.
—¿Qué?
Tantos años con la venda no habían sido en vano, no necesitaba los ojos para evitar la furibunda serie de rocas que se desprendieron cuando la Roca de la Eternidad estalló en miles de pedazos. A pesar de la sorpresa, evitó con galantes giros y toreos hasta los más pequeños proyectiles.
El Dríade del Lamento descendió rápidamente, y se acomodó el cabello. Sus ojos emitían orgullo y burla a pesar de su expresión general melancólica. La lluvia empapaba constantemente su armadura, que parecía llorar tanto como la gente que él provocaba.
—Buen intento, Mayura de Pavo.
—¿Cómo es posible? Ese sello captura a todo mal, y no lo deja escapar.
—Quizás no soy realmente malo, ¿verdad? —Ampelos encendió su Cosmos mientras, casualmente, se quitaba las piedras de las hombreras—. Soy un espíritu de la naturaleza; igual que mis hermanos y hermanas, no puedo ser malvado. Solo soy.
«¿Que no es malvado? No creeré semejante patraña». La Santo de Pavo no se dejó amedrentar, y se puso en guardia: la pierna izquierda iba adelantada igual que el brazo correspondiente, formando un ángulo recto, mientras las extremidades de la derecha guardaban vigilante reposo.
—Tu poder debió ser superior al que utilicé en la Roca, tan simple como eso.
—Claro, lo que digas, humana. Tal parece que no te agrada perder el tiempo, así que yo tampoco lo haré. ¡Llora para mí, hasta la muerte!
Mayura cayó de rodillas. Recuerdos dolorosos comenzaron a pasar por su mente, y casi grita. ¡El poder de ese Dríade era increíble, de muy veloz arranque! Su pasado en Ucrania; el hombre de armadura negra que la vulneró de niña; sus padres; el trabajo al que debió recurrir antes de que la hallaran los del Santuario; su primera misión, que fue también su primer fracaso; los años entrenando, pasando hambre, sed, eliminando los rastros de humanidad para alcanzar un hipotético nivel superior; los cadáveres en el río, incluyendo aquellos que fueron presa de su mano.
Sin embargo, sabía que el «antídoto» en su cabeza se activaría tan rápido como eso, e impediría que llorara. Fue una de las mejores ideas de Shaka de Virgo.
“La luz está adelante, aunque no se vea”.
Era como un mantra, y siempre funcionaba, aunque su maestro esperaba que memorizara algo más «místico». Fuera como fuese, le permitió ponerse de pie y enfrentar al demonio que tenía delante. No podía verlo, pero con eso bastaba, ya se había acostumbrado. El pasado ya no existía en su mente más que como recuerdos, y los recuerdos eran solo penumbras de algo que jamás la harían sucumbir como cuando era más joven. ¿Por qué entristecerse por ello? Para los humanos normales estaba bien, pero para los Santos, todo lo que debía importar era el futuro.
—Imposible, ¿acaso no te afecta mi poder? Pero…
—Cállate.
Una vez más levantó la Roca Antigua de la Eternidad, y Mayura percibió como Ampelos evitaba la prisión apartándose a un lado. En esa zona creó una más, que el espíritu también esquivó, hasta que debió notar que estaba en un enjambre de jaulas de roca.
—¿Qué intentas? Incluso si me atraparas, escaparía fácilmente —empezó diciendo el Dríade desde la copa de un árbol, aunque terminó la oración sobre una colina mientras huía de las Rocas—. Existo desde el principio de los tiempos del hombre, soy una presencia que canaliza una de las emociones más arraigadas en los corazones humanos, no un ente malvado.
—¿Te basas en tu naturaleza para justificar el daño en personas buenas de corazón? —Había calculado un espacio donde Ampelos estaría mientras esquivaba los demás ataques, y saltó a ese punto tres segundos atrás para plantarle una patada que el Dríade bloqueó con un brazo tan duro como el acero. Descubrió que no solo era peligroso por su técnica, sino también por su fuerza corporal.
…Así como su Cosmos. Incluso en una posición incómoda, y pregonando que no gustaba de luchar, descargó un haz de luz que Mayura evitó a duras penas. Atrás, percibió el derrumbe de una serie de árboles por ese poder.
—¿Buenas de corazón? —espetó el demonio con voz triste, disparando tres cientos trece veces más en menos de un segundo—. Fue una humana la que abrió la caja que nos liberó, y no estaríamos vivos de no ser por la maldad intrínseca de los hombres. Son la aflicción, el llanto, la angustia y la lástima los que me mantienen en estas condiciones de vitalidad.
Mayura, evitando los asaltos, no dejaba de crear monolitos de piedra, incluso si sabía que algunos no tendrías posibilidades de capturarlo. No eran al azar, y llegó a crear algunos con los previos como base, construyendo jaulas más y más grandes. El Dríade se dedicó a evitarlos con presteza, cerrando progresivamente la distancia entre ambos.
—No podrás escapar por siempre —amenazó la Santo de Atenea.
—Ya te dije que será inútil, ¡es lo mismo para todo aquel que enfrente a mi Madre! —exclamó Ampelos, levantando la voz.
—¿Entonces para qué sigues esquivando mis trampas?
—No sé qué trucos tendrás, no me conviene confiarme si soy atrapado.
Finalmente un rayo de luz chocó contra la bota de la mujer y le hizo perder el equilibrio. Tres de los siguientes impactaron directamente y la arrojaron al húmedo suelo, usando sus brazos como escudo.
—Eres peligroso, como pensé. —A pesar de eso, el dolor no era tan intenso. Todavía tenía energías, le permitieron ponerse de pie.
—No puedes atrapar un espíritu eterno con una jaula contra el mal, pues en sí mismo, los Dríades no somos malvados, ya te lo dije. —Ampelos descendió por una de las Rocas y se detuvo a un metro de ella, encarándola—. Solo malgastas tus fuerzas. Me alimento del llanto y el dolor, así que, ¿por qué no te rindes ante ello?
—Me niego a creer que no sean malvados. Puede ser que los humanos los hayamos creado, pero entre ellos hay buenos y malos.
Su maestro le había dicho lo contrario, que no había bien ni mal perfectos, pero ella no podía convencerse. Aquellos que le habían hecho daño en el pasado, los crueles que contemplaba en sus meditaciones eran prueba de la maldad, y la misma Atenea atestiguaba la bondad, reencarnada como humana.
—No somos buenos o malos, solo somos. Noto una pizca de lamento en ti, y tal parece que proviene del pasado triste que te niegas a asumir.
—El pasado está enterrado.
—¿Y qué hay del presente?
Mayura fue petrificada en el acto por imágenes que jamás había presenciado. Hacía tiempo que había dejado todo rastro de su visión, hasta se negaba a imaginar para fortalecer eso. Así que era raro presenciar visiones, y aún más cuando se topó con el sufrimiento actual: violaciones, torturas, crueldades, muertes, y cada horrible pecado alrededor del mundo del que su maestro tanto le había enseñado; ya había aprendido a sobreponerse a ello…
¿Pero esos hombres del Santuario siendo desgarrados y destripados por las ramas de un árbol gigantesco? ¡Eran los soldados rasos que fueron a Kinsasa unos días atrás! Guerreros honestos que solo vivían para proteger a sus familias, personas normales con un trabajo muy difícil. A uno lo atravesaron frente al Santo de Bronce de Octante, que nada pudo hacer. Le siguió Mesa, frente a una odiosa Dríade.
¿Y aquellos? Los que luchaban codo a codo contra un ejército de demonios, que tan bien se conocían, permitiéndole escapar a Pez Austral. Los recuerdos se agolparon en sus retinas cerradas, y entonces notó que estaba de rodillas.
***
Recordó el primer día tras obtener el Manto de Plata, cuando la recibieron cálidamente en el comedor, seis años atrás; era otra generación de Santos, de los que permanecían solo Babel, Jamian, Sirius, Daidalos y, por supuesto, el asistente del Pontífice, Nicole de Altar, a quien alcanzó a ver solo un par de veces. Se le dificultó incluirse, pero lo consiguió, y quienes más la ayudaron fueron Georg y Yuan, a quienes estaba viendo ser destruidos por el magnífico poder de las Dríades.
—A nadie le importa como seamos, o de donde vengamos —le dijo el Santo de Cruz del Sur esa vez, cuando no se dejaba tan larga la barba—, ni siquiera cuál es nuestra perspectiva religiosa o con la sociedad, o lo que sea. Mientras protejamos a Atenea, la Tierra y su gente, los Santos de Plata trabajamos juntos y nos aceptamos mutuamente. —Al concluir, podía recordar vívidamente como Yuan brincaba desde la silla y subía a la mesa, pues no usaba la venda todavía.
—Los de Bronce son demasiados, y van a todos lados por separado, ni qué hablar de los de Oro, un montón de solitarios vestidos de patito de hule. —El Santo de Escudo hizo reír a los presentes en esa mesa, menos Sirius y Georg, que taparon sus rostros con las manos—. Sí, sí, nosotros somos familia, Pavo.
—Lo que mi compañero quiere decir es que no importa tu pasado, pues no juzgamos a nuestros hermanos y hermanas. Si fuiste elegida es porque eres digna de proteger la paz. Es igual para todos.
—Menos Jamian, claro. —Y esa pelea entre el Cuervo y el Escudo se repitió decenas de veces, al desayuno, almuerzo y cena. Georg y Yuan, que se convertían en humo, fueron vaporizados por una manzana dorada. ¿¡Eso debía entristecerla!? No, era absurdo, sus almas no deseaban eso.
***
—¿Crees que ellos quieren verme llorar sus muertes? —preguntó antes de golpear el piso y crear media docena de Rocas de la Eternidad más. No derramó ni una sola lágrima que empañara su venda.
—¿Qué es lo que sucede contigo, Mayura de Pavo? —preguntó Ampelos, en un espacio todavía más cerrado, esquivando solo un par de las jaulas—. No siento tus lamentos.
—Ni los míos ni los de nadie. —La Santo brincó y se ubicó a la altura del Dríade, siguiéndolo solo por el rastro de su presencia oscura, y mientras lo hacía, sus brazos parecían haberse multiplicado con solo moverlos de arriba a abajo—. Los muertos no quieren la tristeza de los vivos, sino su felicidad. Puede que los Dríades se hayan alimentado de los sentimientos y actos negativos de los seres humanos por eones, pero si no han vencido es gracias a los positivos.
—Una tontería; cuando Pandora abrió su caja, solo salieron las emociones que nos alimentan, los males del mundo, y Elpis[1] se acobardó en su interior.
—Claro, claro, todo es culpa de una mujer.
—¿¡Qué es esto!?
La respuesta era Dios de Mil Brazos (Senjushin), una técnica milenaria de los guerreros tibetanos que le permitía mover los brazos tan velozmente que parecían ser miles. Ampelos no sabía cuántos recibía, pero la ilusión era intensa, y su Hoja, de a poco, comenzó a trisarse. Cuando intentaba retroceder, era detenido por las Rocas de la Eternidad aún erigidas. Su sangre maléfica, de un tono verde distinto al de su piel, salpicaba sobre los puños y el rostro de la Santo de Pavo.
—Ju —se le soltó a Mayura. No solía ocurrir, pero ya estaba previendo hacia dónde iría la batalla.
—¿Para eso levantaste tantas de estas cosas? Fue un gasto de energía inútil, Mayura de Pavo, todavía hay mucho espacio por donde puedo moverme, no podrás atraparme con ellas.
Mientras no lamentara el pasado o el presente, seguiría haciéndose más y más fuerte, pues su deber era construir el futuro. Entristecerse por lo perdido ocasionaría solo más pesar, recordar las bondades de los caídos y utilizar las memorias ayudaría a no cometer los mismos errores y reparar el mundo, piedra sobre piedra. Así había aprendido en su entrenamiento.
Ampelos, de a poco, logró acostumbrarse a los golpes, y esquivar cinco para apartarse, evitando las Rocas y tomar un respiro. Mayura lo aprovechó de prisa.
Levantó, ante el asombro del Dríade, una decena trampas de piedra más bajo la lluvia, encima de las demás, cuando Ampelos recuperaba una postura de guardia, encendía su Cosmos y se limpiaba sutilmente la sangre que se deslizaba de su boca. La Santo de Plata, en seguida, tomó una gran cantidad de aire, y con un golpazo bañado de luz violeta, arrojó un rayo a la vez que brotaba la penúltima jaula que tenía pensado construir, muy por encima de las demás.
Ampelos del Lamento esquivó el disparo fácilmente, pero retrocedió los tres pasos que Mayura necesitaba. Allí, al perder de vista tanto a su contrincante como a los árboles y la lluvia, se dio cuenta de lo que sucedía, y usó su Cosmos en los ojos para captar el paradero de la mujer, que había dispersado su energía para formar una serie de ilusiones clónicas de su figura.
—No ha dejado de llover ni ha oscurecido, como pensé, ¿verdad?
—No —contestó Mayura en un susurro, cuidando de que su paradero real no se hiciera evidente a través del sonido. Acostumbrada a la oscuridad, se hallaba en una suerte de ventaja frente a su oponente. Con sus Rocas Antiguas de la Eternidad en un radio tan amplio, se había encerrado junto a su enemigo en una gigantesca cárcel de piedra que los sumió en la total oscuridad, donde la lluvia ni siquiera se filtraba, y el aire era escaso.
—Pensé que habías comprendido que no moriré por falta de luz o aire, o que no te encontraría en un par de segundos más.
—Necesito menos que eso —dijo Mayura, con la voz apagada.
Desde la penumbra, la chica proyectó nuevamente al Dios de Mil Brazos, clavó a Ampelos contra una de las prisiones de tierra que habían quedado al centro de la burbuja. Usó tanta potencia que con cada puñetazo sintió como rasgaba la carne y deshacía el material desconocido del que estaban hechas las Hojas, suave y duro al mismo tiempo. El cuerpo del Dríade fue enterrado, con el dolor atestiguado en las manchas de sangre en todo su cuerpo, prueba de su Cosmos ardiente.
—¡Ah! Eso fue… un buen movimiento… Atravesaste no solo mi Hoja, sino mi cuerpo c-con facilidad…
—Dejé pasar demasiado tiempo… M-morirás en unos segundos… —Pavo, cansada por la falta de aire, extendió las manos y concentró su Cosmos en ellas.
—¿T-todo esto para asegurarte de encerrarme? Ya salí antes, no puedes sellar algo que sabes que no es malvado con esa técnica.
¿Existía el bien y el mal? Su maestro solía aducir que no, pero Mayura jamás siguió al pie de la letra sus enseñanzas, y de la filosofía de Virgo produjo la suya, una que le parecía más adecuada a la realidad que había experimentado, donde no solo había grises más cercanos al negro o al blanco, sino que aquellos valores provenían de la naturaleza.
Si una persona le hace daño a otra sin razón o merecimiento, entonces aquel individuo está haciendo el mal. Si alguien, sin buscar gloria o afecto, ayuda a otra a salir adelante, alguien que lo merece, entonces hace el bien. Mal y bien podían ser las dos caras de la moneda humana, complementándose mutuamente para que la rueda del Darma se moviera hasta que pueda completar otro giro, algún día.
El mundo funcionaba así, y por eso podría asumirse que eran fuerzas de la naturaleza contradictorias, que el mal y bien podían juzgarse según el punto de vista. Pero la vida no le había enseñado eso.
“La luz está adelante, aunque no se vea”. Había luz y penumbras en todas las personas, y su deber como Santo era evitar que la oscuridad de unos apagara la luz de otros.
—Desaparece, monstruo. —Mayura cerró las palmas sobre su cabeza, y con ayuda de la poca tierra que había quedado, erigió una nueva prisión para Ampelos, que nada pudo hacer para evitarlo, aunque soltó una risa indicando su seguridad en que escaparía nuevamente.
Pero eso no sucedería. Lo comprobó tras unos segundos.
—¡IMPOSIBLE! —A pesar de la falta de aire, el Dríade logró proyectar su grito desgarrador a través del Cosmos, al notar que le era imposible salir de la jaula.
—La Roca Antigua de la Eternidad evita que todo mal salga de su interior, pero también impide que lo alcance el del interior. —Mayura se acercó a paso lento, presa de la falta de oxígeno, aunque suficientemente lúcida como para reunir una fuerza desgarradora en su mano zurda abierta, de la que brotaban chispas incandescentes como las de una llama enfurecida—. Te alimentas del lamento de los seres humanos en los alrededores, pero allí adentro no puede llegarte nada; la única razón por la que pudiste huir antes fue porque eras más fuerte, no porque mi técnica no funcionara.
—… Otros… liberar… —Mayura no pudo entender muy bien lo que dijo Ampelos, pero asumió que estaba convencido de que otros Dríades lo liberarían de su encierro. El asunto es que ella ya era consciente, y no permitiría darle esa opción.
—Antes había pensado dejarte allí para la eternidad, pero viendo que estás tan apresado, podría aprovechar de eliminarte con un truco algo difícil de controlar, que extingue el mal como el mejor antídoto espiritual.
Exorcismo Destellante (Hayaku Choubuku), un vórtice de luz que consumía las sombras de todo lo que tuviera enfrente, aunque gastara una gran cantidad de sus fuerzas. El haz surgió del suelo cuando Mayura levantó el brazo, y la tierra y la Roca temblaron como ante un terremoto, que proporcionaba un tifón luminoso. El cuerpo de Ampelos tal vez resultaría intacto, pero su espíritu maligno desaparecería de la Tierra, o tal vez también se iría con el destello…
No le interesaba comprobarlo. Nadie lloraría por él, de todas maneras.
[1] Espíritu que personifica la Esperanza en la mitología griega.