Gracias por vuestros comentarios T, Felipe y Girl. En serio se les agradece mucho que sigan esta historia. :lol:
Una aclaración antes de comenzar. Cosa que se me pasó por la cuestión de ser "el que lo sabe todo de la historia" y una clase ególatra de "todos saben lo mismo que yo".
Nasch no es el enemigo al que Aiza y compañía se encuentran, sino Giragu, el otro tipo que también fue enviado ahí.
El indicio que había en el capítulo 4 es que uno debía elegir a qué camino ir y el otro iba a esperar en otro punto. Punto es la palabra clave. Bueno, no es mayor spoiler pues eso se sigue en este capítulo. Es comprensible perderse entre tantos nombres y frases irreevantes :ninja:
Así que sin más preámbulo, les dejo el capítulo que debería haber posteado ayer :unsure:
Espero les guste.
ARCO DEL DÍA PRIMO
VI – Nadeko. La doncella del laberinto.
“…Juzgar es algo que no podemos hacer. Todo tiene una causa y un efecto. Dependiendo de la situación es que se vuelve oportuno o no…”
Mi misión es sencilla: cruzar este laberinto y/o proteger tanto a Ariadne como al Patriarca en caso de encontrarlos. En términos generales es algo fácil. Lo único que no me gusta es que me nombren a mí como la comandante de este grupo. Pero aun así no tenía otra opción, pues Parsath generalmente era de pocas palabras y por ello había una incertidumbre en cuanto a su ser. Unos le temían y otros no, dejándolo en términos simples.
Con Dreud no pasaba ello, él podía haber sido un mejor comandante que yo, pero a él no le interesa dar órdenes ni nada de ese estilo. Y la única que quedaba para el puesto era yo, y por descarte me habían designado como tal.
El Pasillo del Norte, al igual que los otros tres era aburrido. Solo era un enorme camino con paredes, bifurcaciones al final de los caminos, y bifurcaciones más allá de esas primeras bifurcaciones. Avanzábamos por sus caminos a paso tranquilo. No con una calma abrumadora, lo cual me habría estresado mucho más, pero tampoco con una velocidad como la que me hubiese gustado si estuviese yo sola.
—Y… ¿Se conocen alguna canción para amenizar el camino? —pregunté con un tono que se podría decir era animado.
—No —respondieron algunas voces detrás de mí.
—Venga ya, Orfeo, toca algo. ¡Hay que improvisar! —Comenté con una cierta alegría falsa, pero aun así eso animaría a alguno en esta situación.
Orfeo era mi alumno y por ello podía tener una cierta familiaridad en mi trato hacia él. Su constelación guardiana correspondía a Lira y, aunque eso no lo hacía obligatoriamente un músico que envidiar, era un músico a gusto propio. Su pasión por la música se remontaba a muchos años en el pasado, incluso desde antes de venir al Santuario. Lo rememoraría ahora, pero prefiero recordar aunque sea la melodía de alguna canción.
Comenzó con sus toques de lira. Sus melodías eran hermosas. Era su maestra referente a su manejo de cosmos y las técnicas que el use, pero nunca lo he sido en el ámbito musical. Sus aprendizajes eran producto de unos cuantos libros que me vi obligada a comprarle, de su propia práctica y su personalidad autodidacta.
—Yo quiero encontrar mi razón de ser. Basta de jugar a no perdeeer…
Por supuesto yo no era la octava maravilla del mundo en cuanto a canto se refería. Aunque emitía más agudos que un soprano en plenas funciones, con la única diferencia de que uno era más desafinado que el otro.
Dreud y Parsath por su parte hacían un gran trabajo ignorándome. Era una demostración muy importante de resistencia mental e impedimento del sentido auditivo. Como siempre, mis buenos compañeros de rango enseñándoles lecciones valiosas a los demás. ¡Qué generosos! ¡Compartiendo sabiduría!
Seguimos avanzando mientras todos, exceptuando a mis dos compañeros ya mencionados y, por ello, “queridos”, entonaban aquella canción que era casi popular por el Santuario y sus alrededores. Aunque decir alrededores implicaba decir la aldea Rodorio y otros dos pueblos más pequeños que se encontraban en las cercanías.
No entendía por qué Dreud miraba con tanta atención los murales que cubrían por completo las paredes. Encima, obviando que eran unas pinturas bien feas, les observaba con una atención casi inalterable. De seguro habría descubierto algo que yo no. Sí, eso era lo más seguro, después de todo, a él le gustaba este tipo de cosas y a mi otro tipo de cosillas.
—… ¡Nos llevarán al Reino de Athen-aaatchís!
Estornudé. Era un momento bastante inoportuno. Volteé y miré a los chicos. Les lancé una amigable sonrisa y, mientras continuaban cantando esa melodía, les dije:
—Si a alguno de ustedes se le ocurre o si se le pasa siquiera por la cabeza e remedar mi estornudo, le parto la mandarina.
—Espera, Nadeko, detente. ¿No sientes que la temperatura ha descendido en comparación de hace algunos minutos? —me comentó Parsath con voz baja, pero perceptible para mis oídos.
—Ahora que lo dices es cierto. Y creo que el frío aumentará en magnitud según vayamos avanzando. Lo presiento.
A pesar de que aquel frío era paralizante, avanzamos paso a paso. Como comandante, era mi misión el encargarme del bienestar de los demás. Por orden mía nos colocamos nuestras armaduras, pues nuestras ropas, si bien nos protegían de las bajas temperaturas que por estos días asolaban al Santuario, estas tenían un límite. Portando las armaduras este límite aumentaba gradualmente según el rango al que cada una de estas.
El frío no hacía más que incrementar progresivamente con cada paso que dábamos. Unas centésimas de grados menos, unas décimas, grados enteros incluso. Cuando llegamos al otro extremo del camino, donde habíamos empezado a sentir el descenso de temperatura, comenzó la ventisca.
—Maldición.
Pasillo tras pasillo que recorrimos a partir de ese punto acumulaban una cantidad inimaginable de nieve. Y no inimaginable porque alcanzase proporciones épicas. Todo lo contrario, pese a que la ventisca asolaba muy fuerte contra nosotros, podría decir sin equivocarme que la nieve no variaba ni en lo más mínimo en su volumen. No aumentaba, pero tampoco disminuía.
Era como una bola de nieve. Me refiero a esas que se ven tan comúnmente por fechas navideñas y que si las agitas, la escarcha en su interior, que simula ser nieve, se vuelve a elevar y cae nuevamente.
Vagamos sin un rumbo fijo, doblando por donde se me daba la gana porque ver tanta nieve me desesperaba. Blanco. Blanco. Blanco. ¡Quiero color en mi vida! La ventisca impedía mucho la labor de mis ojos. Por ello cuando vislumbré lo que parecía una apertura en el laberinto, animé a los demás a que vayamos con prisa hasta allí.
Vaya decepción me llevé. No era una salida, sino una habitación. Una amplia habitación sin un techo que le resguarde. Pero vaya sorpresa fue una: Ahí, a pesar que la ventisca seguía arreciando sobre nuestras cabezas, parecía que amainaba únicamente en un determinado perímetro. Cualquiera que no sea habitual en este mundillo diría que era magia.
—¿E-eres tú, Na-Nadeko? —Una voz tiritando trataba de hablarme. Sin duda alguna era la voz de Ariadne.
—¡Ariadne! ¡Ariadne!
Fui corriendo. Me importaba bien poco entrar en territorio extraño. Mi misión primordial como ateniense es, por supuesto, servir y proteger a Athena. No. Esto no viene solo por ser una misión impuesta por un cargo, es mucho más que eso. Si le preguntase a cualquiera que llevase más de quince años en el Santuario, sin dudarlo diría que la única razón por la que se quedase allí sería Ariadne.
—¡Na-Nadeko! ¡Brrr!
Ariadne estaba apoyada en un troco seco que se encontraba a unos cuantos pasos de mí. Una parte de ella, estaba cubierta por un poco de nieve. Se notaba que ella había estado tratando de quitarse la nieve de encima, pero o bien sus esfuerzos habían sido muy pocos o bien sus resultados eran desproporcionales.
—Tranquila Ariadne. Ya estamos aquí —Con un gesto que hice con la mano llamé a Parsath. Si Ariadne sufría de hipotermia él era el único que podría haberle ayudado en aquel entonces.
—Na-Nadeko, a-allí hay o-otra pe-pe-persona —dijo señalándome hacia una columna inclinada que estaba clavada en la nieve.
Ella dijo persona. Nunca se referiría al Patriarca así. Ella preferiría llamarle padre Haloid —como algunos acostumbrábamos hacerlo, me incluyo en este grupo—. Por ello sabía que no era uno de nosotros. ¿Un prisionero más de Loki? No, lo más probable un mercenario enviado por él.
Giré mi mirada de un lado a otro, siempre observando hacia la dirección que me había mostrado Ariadne. Les hice señales a los demás para que me acompañasen a buscar a la misteriosa persona que se escondía entre las sombras.
—Parsath, quédate aquí con la Señorita —le dije mientras avanzaba con dificultad por una empinada montaña de nieve.
—No te lastimes. No tengo suficientes medicamentos para todos, así que deja de ser egoísta y pide ayuda de vez en cuando —me respondió.
Por supuesto que no me voy a lastimar, Parsath tontito. Eso fue lo que pensé gracias a su comentario.
Con los demás nos acercamos al pilar. Cuando llegamos a él, desde la punta del pilar bajó una persona. Saltó desde unos cuatro metros de altura hasta clavar las suelas de su armadura —la cual no había visto, pero suponía que tenía— en la nieve. Estaba cubierto por una capa que ocultaba todo su cuerpo, y lo único que dejaba ver era su rostro. Pero quien se encontraba frente a nosotros se encargaba de agachar su cabeza para no ver sus facciones.
—¿Quién eres y porque te presentas así frente a nosotros? Déjame adivinar. Te envió Loki a impedir que avanzáramos más allá de este punto, ¿o me equivoco?
—No fui enviada por nadie, vine porque quise. Incluso a este lugar porque tuve la opción y pude. Solo es eso. Lo único en lo que no te equivocas es que vine a zanjar sus vidas con mis propias manos.
Su voz era delicada. Tanto eso como unos largos rizos de cabello anaranjados me indicaban que era una mujer. Si su objetivo al ocultar su rostro era que no supiese que era un ella, pues había hecho un mal trabajo ocultándolo.
—No entiendo por qué sigues tratando de ocultar tu cara. Ya descubrimos que eres una mujer.
—Nadeko, sigues siendo la misma de siempre, ¿no? Con unos sinsentidos como palabras y unas idioteces como argumentos.
—E-Espera, ¿cómo sabes mi nombre? Aunque, podrías saberlo porque Ariadne lo dijo hace unos momentos y tú pudiste haber estado observándonos. Pero por tus palabras puedo pensar que ya nos conocíamos de antes. Solo que no tengo ni ide…
—Muere —susurró, quizá no era su idea, pero eso fue lo que finalmente hizo.
—¿Dijiste algo? —pregunté tontamente. Había estado distraída recordando quién podría ser que no escuché sus palabras.
—¡Que te mueras, maldita seas!
Ella elevó su anaranjado cosmos el cual se emitía con una ira sin precedentes. Era comparable a una llama de fuego, pero esta combinaba la luminosidad del naranja como el calor del azul. Cogió algo que llevaba bajo su capa. A primera vista no sabía bien qué era, hasta que me atacó con ella. Era una preciosa lira de ébano de un impecable color negro. Sus cuerdas se desprendieron de una de sus ataduras, aumentaron su largo, y con ello me atacó, primero rozándome una mejilla —la izquierda—, así como la única parte del brazo que tenía desprotegida.
Durante una fracción de segundo pude verle el rostro mientras lanzaba su ataque. Y solo por ello pudo superar mi velocidad, porque pude averiguar su identidad. Sus rizos naranjas me dieron una pista y redujeron mucho el amplio espectro de conocidos que poseía. Pero lo que pudo completar mi deducción fue solo una cosa, algo que en muchos casos sería obviado, pero en ella la hacía única. El color de sus ojos.
—Bien Nadeko, ya que aún no sabes quién soy, ¿no crees que tengo una ventaja aquí? Además, ya estás herida y la sangre fluye sobre tu armadura.
—Yo no diría eso, después de todo, me atacaste mientras estaba distraída. Por ello no puedes afirmar que en una batalla contra mí podrías salir victoriosa así como así. Además, tienes razón. No sé quién eres. No sé quién es mi oponente, así que no sé a lo que me enfrento —observé que una sonrisilla se asomaba bajo su capa—. ¿O me equivoco, Violet?
La confiada sonrisa que me había mostrado hace unos momentos desapareció, quizá porque le arruiné su fantasía. Pareciese que el que hubiese descubierto su identidad frente a todos hacía que su capa fuese inútil. Se despojó del oscuro manto morado que le cubría y un fuerte viento la mandó a volar muy lejos, tanto que la perdí de vista.
Cuando ella develó su rostro frente nosotros, muchos del grupo de cavernícolas que comandaba se asombraron de la belleza de quien se encontraba frente a nosotros. Y es por ello que la humanidad no avanza… Y claro, quienes no hacían ello, solo éramos unos contados: Yo, por supuesto; Orfeo; Dreud; y las demás chicas en el grupo, unas tres.
Vi como Chris le daba un buen golpe a su compañero Loke en la cabeza. Quizá su fuerza no era tanta, pero ya se conoce que con las emociones que uno posee, esta puede cambiar de un momento al siguiente. Ambos, siendo los únicos alumnos de Parsath, entrenaban juntos y por ello su fuerza no se distanciaba mucho. Aunque claro, sus estilos de pelea eran muy diferentes y uno siempre estaba por encima del otro.
Entre quienes no estaban cautivados por los encantos femeninos, Orfeo destacaba. Conocía bien las razones de porqué él estaba tan extraño, sobre todo después de haber escuchado el nombre de nuestra oponente. Era una historia muy larga a la cual trato de no recordar ahora, pues más importante es el salir con vida de este lugar.
—Violet, ¿a qué has venido a Mannaheim? Por tu… ejem… armadura, puedo deducir que eres una guerrera de ese dios nórdico. ¿No es así? ¿Por qué caes tan bajo?
—Yo solo vine por algo que era mío y trato de recuperarlo. Lo recuperaré aunque eso implique asesinarte, Nadeko.
—¿Y se puede saber qué es eso tan importante como para renunciar a tu libertad? ¿Es un objeto o algo así? No creo que la chica que conocí sea tan estúpida como abandonar su vida normal por una sincera idiotez. ¿Acaso es porque sabías el plan de Loki? Sabías lo que ello implicaría y que él estaría aquí. ¿O me equivoco, Violet?
—N-no, te equivocas Nadeko.
—Tu forma de hablar te delata, Violet querida. Y si no fuese así, serías una idiota, el más bajo nivel intelectual que describió alguna vez la psicología.
—¿Y si es así qué? —Su cara se sonrojaba mientras su enojo, ¿crecía? Nunca entendí estos amores tan extraños—. No digo que lo sea, pero si fuese así, ¿qué problema habría?
—Ninguno en verdad, solo tienes que ser sincera contigo y di porque estás aquí. Dependiendo de tu respuesta puede que sea más o menos generosa contigo. Tic… Tac… Mi paciencia acaba… Tic…
—Vine… ¡a detener su avance y matarlos!
No me dejó más opción, pues se lo advertí. Mientras ella se preparaba para lanzar una gran cantidad de cuerdas con su técnica con la lira, me permití darle un golpe en la zona del vientre. Con una fuerza sobrehumana pero sin llegar a ser mortal. Aún en territorio enemigo, tenía piedad de mi oponente, quizá eso en algún momento me cueste la vida, pero sé que ese momento no es ahora.
—Señorita Nadeko —me dijo, su voz no se oía debilitada tras el golpe—, quizá sea usted la que deba observar mejor.
Ella no había recibido el golpe que supuestamente debía noquearle. Un solo segundo antes de que le impactase, ella había colocado su lira como obstáculo. Su lira sorprendentemente no sufrió mucho daño. Su material debía ser muy resistente o…
Su dedo. A pesar de haber tratado de defenderse del golpe con su instrumento, ella había antepuesto uno de sus dedos para que su lira no sufriera un daño considerable. Estaba sangrando, y no sé que tan dañado se encontraba.
—¿Por qué Violet? Si ya habías esquivado el golpe, ¿por qué lo recibiste? Idiota —estaba enojada… conmigo misma.
—Un músico no debe permitir que su instrumento se dañe. Su instrumento es su ser, su vida. Espero entiendas mi decisión, Nadeko —me decía con una mirada llena de confianza. No solo era confianza, era un desafío.
—Está bien. No impediré que lo veas. Puedes quedarte aquí a charlar con tu querido amigo, pero a ninguno de los demás los toques, pues ellos son externos a nuestra situación. ¿De acuerdo?
—Está bien, Nadeko. Pero si Cyan muere por mis manos, iré tras ustedes para continuar con mi misión.
—Si eso te complace, hazlo. Por mí no hay ningún problema. Puedes morir sin que yo tenga que manchar mis manos de tu sangre ni de culpa.
No quería que ella muriese. Creo que ella es una oveja que ha ido por el mal camino. La maldad en su corazón no existe, sino que es un acto desesperado el que comete. Hasta cierto punto era comprensible, pero como la comandante del grupo en todo momento debía mostrarme fuerte.
Les indiqué a los demás del grupo que avanzasen sin mí y sin Orfeo. Yo me quedaría tan solo un rato más, volviendo sobre mis pasos y avisándole a Parsath que avancemos en nuestro camino. Él cargando sobre sus hombros a Ariadne, quien cubierta por la arrancada capa del toro, se veía del todo cansada y destrozada.
Junto a Parsath y Ariadne pasé frente a la joven Violet. Ella me vio y a pesar de que yo no debía importarle, se acercó a mí y me detuvo por un momento.
—Por cierto, Nadeko. Tan solo para darles alguna esperanza les diré una cosa. Cada uno de los caminos iniciales tiene una salida por un mismo punto del laberinto. Tan solo es… para que sepan que no van en una empresa sin sentido.
No dije nada. Le hice un gesto, que supuse que entendería como un “gracias”. Y me fui, dejando solo a mi alumno y a nuestra oponente. Quizá no fue una decisión inteligente, pero aun así me marche de ese futuro escenario.
En cuanto volvimos a pisar un pasillo avanzamos con tranquilidad y, aunque me preocupaba lo que pasase con Orfeo, no miré atrás y tan solo avancé.
Cubrí mi oído derecho con la mano del mismo lado y me concentré. Traté de que mis sentidos se unieran y que los demás se unan. Inicié una comunicación telepática, la cual ni tenía idea de si funcionaría en este laberinto. La respuesta fue que sí funcionó, para suerte nuestra.
—¿Me escucháis? ¿Aiza? ¿Shiou? ¿Miare? ¿Alguno de ustedes puede entender mis palabras?
El silencio único que diferenciaba a las comunicaciones telepáticas de las normales era infernal. No sabía con certeza si estaba funcionando o no, hasta que de pronto Aiza habló.
—Sí Nadeko. Es un grato placer que tu inusual comunicación telepática funcionase. En este momen…—fue interrumpido… por un desagradable ser, al que prefería no considerar humano.
—Tonta, di rápido qué es lo que quieres. Aquí tenemos una situación complicada.
—Miare. Como siempre tan fastidioso. Nadeko, nosotros ya llegamos a la salida. Espero que no tengan que retroceder —comentó Shiou.
—Tonta incomparable, apresúrate… estoy apurado —continuó Miare con su tono molesto de siempre.
—Escuchen compañeros —dije— todos y cada uno de los caminos que elegimos tienen una salida en un mismo punto, eso implica que unos caminos sean más largos que otro, pero eso no les debe quitar esperanzas. Me alegra que ya hayas encontrado la salida, Shiou. ¿Los demás en qué situación se encuentran?
—Si eso es todo ya me retiro de esta conversación… rayos… —seguía comentando fastidiado Miare.
—Miare, no sé qué te aquejará, pero yo creo que voy a demorar un rato más dentro del laberinto. Estoy seguro de que Ariadne sigue por estos lares, escapa de nosotros como si fuésemos cazadores y ella nuestra indefensa presa. Espero poder alcanzarla y que escuche lo que le decimos —intervino Aiza.
—Aiza, Ariadne está con nosotros —le dije en un tono serio y sin rastro alguno de burla—. No sé qué estarás persiguiendo, pero desde ya te aviso que no es lo que crees.
—Me irritas. Corta ya la conversación conmigo. No me dejan pensar —seguía diciendo el Santo de Piscis.
—¿Qué es tan importante que te obliga a usar más de la neurona única y habitual que siempre usas? —comenté.
—El Patriarca fue envenenado.