vaya seiya le dio muy buena pelea al poderoso drogado dorado de géminis,aunque con
un poco de ayuda de todos.
que me late que cuando saori se sienta mejor solo le va agradecer exclusivamente a el XD :t420:
De verdad Athena es despreciable a veces, ojalá que la mía no resulte tan así jaja
este es el combate final que me hubiese gustado ver en la leyenda del santuario
me ha resultado muy epico,aunque creo que deberias haber dejado el cuerpo del fenix
(esi si,con el cuerpo hecho papillaXD) para no abusar de esa "inmortalidad" como hace kuro. hace al personaje
demasiado poderoso...y sobre todo nunca lo ha explicado bien ni que riesgo conlleva
por semejante poder deberia tener un precio....
y hablando de poderoso, que bestia es saga siempre me ha parecido el mejor villano de esta serie
cuando escribes que seiya no era capaz de seguir los movimientos de ambos
me eh imaginado el ecenario , solo viendose las ondas espansivas del intercambio de golpes(al estilo dragon ball) ah estado bastante bien.
aqui reflexciono como podrian sentirse los que estan subiendo por la eliptica
y vean el rastro de caos y destrupcion que han dejado 5 jovenes de bronce
los dorados admiracion,viendolos como sus iguales, aqui espero que no les bajes
el poder y sigan con sus septimos sentido despertado y los de bronce
antre la admiracion y un poco de envidia.
aqui siempre me ha gustado el punto de vista de gente normal que se topan
con situaciones que sobrepasan cualquier logica.
como esa yuli de sextante una jovencita de bronce sin mucha capacidad de lucha
vea a alguien tan magestuoso como shaka en su posicion de loto
y toda la casa de virgo este hecha un solar...
....eh disfrutado bastante tu version de la batalla de las doce casas
asi que tengo ganas de leer ese arco que estas preparando
un saludo y hasta el capitulo final.
La "inmortalidad" de Ikki tiene una explicación que se va a revelar más adelante, MUCHO más adelante, pero de que se va a mencionar, se va a mencionar. Solo ten paciencia (aunque no sé si la explicación convenza a todos)
A mi me gustó mucho escribir esa parte de la pelea que Seiya no puede ver, qué bueno que no fui el único.
Bueno, el último capítulo será de Saori, así que no saldrá qué piensan exactamente los otros Golds, pero se harán algunas menciones.
Muchas gracias por haber seguido esta historia hasta acá.
El último capítulo, como dije, será de Saori Kido (así como el último de la primera parte). Curiosamente aquí resultaron 40 capítulos, uno menos que la parte anterior.
Para continuar la historia me dará un breve tiempo, ya que estoy un poco ocupado con el trabajo, y tengo que arreglar algunos detalles (además de que por fin terminaré mi otro fic), así que pido paciencia.
También paso a mencionar que dejaré una guía en el primer post, donde saldrán los links y muy breves resúmenes de cada capítulo, por si quieren leer alguno en particular, vayan directamente desde allí :)
Ahora sí. Un capítulo que, a diferencia de los previos, está más basado en el animé que en el manga.
SAORI II
22:25 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.
—Seiya, ¡Seiya! —gritó, desesperada, al verlo tirado, destrozado y manchado de sangre en el piso. Ese chico arrogante que de niña lo desesperaba, ese joven que había odiado a su abuelo, y que perdido a su hermana por las malas decisiones, por el designio implacable de las estrellas.
La había rescatado de las sombras de la muerte junto a los demás, tal como había visto en el Oráculo. La bestia de feroces colmillos que ascendía a los cielos era Shiryu, pero de alguna forma había regresado a la Tierra. Estaba quebrado, no podía respirar, tenía graves y muy profundas heridas en todo el cuerpo. Le suplicó que no usara esa técnica suicida, pero era demasiado noble, aunque aún tenía esperanza de que la inmolación no se completase. Lo dejó a cargo de Jabu y Ban.
El ave que salía del ánfora era Hyoga. Cuando lo vio, entendió que había creado más hielo que nunca, y que lo usó para vencer a su maestro Camus; pero su corazón no latía, estaba congelado, igual que el resto de su cuerpo. Ichi y Geki se lo llevaran inmediatamente a un sitio cálido.
La doncella que se cortó con una espina era la princesa etíope representada por la constelación guardiana de Shun. Saori le rogó con todas sus fuerzas que se levantara, pero no que muriera luchando. Estaba desangrado, envenenado y delgado hasta los huesos, había gastado todo lo que tenía para acabar con el Santo de Oro cubierto por rosas multicolores. June se lo llevó tan rápido que no tuvo tiempo para saber si estaba aún vivo, y Nachi la acompañó.
El caso es que no quería creer que estuvieran muertos. De ninguna manera podía ser cierto, era injusto, triste, y cruel. ¿Por qué el Señor del Cielo le había dado una misión tan miserable? Aceptó en Delfos que era una diosa con un objetivo, pero no aceptaría que para cumplirlo, esos chicos tuvieran que sufrir así. Tres de ellos le abrieron el paso a Seiya a costa de sus vidas, Ikki también había regresado, pero no hallaba rastro de su Cosmos; y todo para que ese chico también sucumbiera frente al Santo de Géminis, perdido en el firmamento.
—Seiya, despierta por favor, ¡Seiya! —Se arrodilló para tomarlo en sus brazos y acunarlo como a un bebé. Hubiera deseado hacer eso con todos sin importarle qué dirían, pero de Seiya al menos sabía que seguía vivo, su corazón aún latía y se notaba en su aura su terquedad para no morir bajo ninguna circunstancia.
Al tocar sus manos con las suyas, recuperó el Cosmos que le había prestado cuando se rindió, a diferencia de él. Se unía al que había vuelto a su corazón después de que destruyera la flecha en su pecho. Seiya de Pegaso, el corcel blanco que según el Oráculo la llevaría sobre su lomo, y que siempre estaría allí con ella.
¿Se le permitía pensar así sobre uno o más de sus Santos? No lo sabía, no lo preguntó en Delfos... y no le importaba. Para Saori, en ese momento, esos cinco jóvenes eran lo más querido de su alma, quienes se sacrificaron para protegerla y le dieron sus vidas solo por ser una diosa.
—No fue solo por eso, Saori —le susurró Seiya. Pero no había movido los labios ni abierto los ojos. Con sus manos sujetaba su rostro cubierto por las lágrimas que derramaba su corazón. ¿Le había hablado a su Cosmos por la conexión que habían tenido en la última batalla? ¿O había sido su imaginación?
—No hables, Seiya —sollozó—. Ahora debes descansar, por favor.
—No puedo creer que lo lograra. Inconcebible —admiró Milo de Escorpio, uno de los Santos de Oro sobrevivientes. Hizo una magnífica reverencia apenas la vio llegar a su palacio, pero se notó avergonzado, como si se sintiera culpable.
Tal vez los demás sentían lo mismo, pero Saori no era quien para juzgarlos, habían actuado engañados. Se limitaron a exclamaciones de asombro similares.
—Sigue sin estar bien. Mira a Seiya, está destrozado, apenas deben funcionar sus órganos internos; no le queda mucho tiempo, y todo porque no supimos ver a nuestro enemigo frente a nuestras narices —masculló enfurecido Aiolia, cerrando los puños. Quien le había jurado lealtad en el bosque junto al hospital, se arrodilló junto a ella, quizás temiendo que no pudiera mantenerse en pie todavía—. ¡No fue justo que pasaran por todo esto!
—Son Santos —replicó Shaka de Virgo, un hombre misterioso que mantenía los ojos cerrados. No había dicho ni una palabra hasta ese momento—. Al igual que nosotros saben que su vida estará llena de peligros y riesgos.
—¿¡Y eso qué!? ¡Van a pelear, claro, pero no contra nosotros, Shaka! Tú, yo y ellos, ¡todos remamos para el mismo lado!
—Ya basta —interrumpió Aldebarán de Tauro, que la había cargado todo el camino mientras iba despertando y recuperando vitalidad, viendo a los chicos que amaba al borde de la muerte—. Hay que llevar a Seiya a urgencias, o a la Fuente, lo que sea. Lo demás lo discutiremos después.
—¡Uy, dejen de llorar, me dan náuseas, niñitas! —clamó alguien desde la oscuridad de la noche.
—¿Pero qué...?
—¿¡Quién...!?
—¡No puede ser!
Un hombre de armadura dorada cayó junto a ellos como una estrella fugaz, dejando un cráter en la plaza cuyos escombros fueron repelidos por las capas de los Santos de Oro. Era alto y robusto, tenía largo cabello negro y ojos de sangre, como un demonio iracundo que volvía a cobrar su venganza.
Gemini Saga, a quien Seiya supuestamente había derrotado, estaba frente a ellos con varias heridas en el rostro, algo de sangre coagulada en la frente... y poco más. El relajo que se sentía en el ambiente se destruyó como el cristal, aplastado por un tanque hecho de fuego y ruina que se burlaba a carcajadas de su infortunio.
—¡Saga! ¿Cómo es que...?
—Ja, ja, ja, ¿de verdad pensaron que un simple escupitajo de un Santo de Bronce moribundo acabaría conmigo? —se mofó el Santo de Géminis, limpiándose la cara. Su Cosmos salía de sus poros... y era extraño.
—Tal vez él no, pero te juro que no correrás la misma suerte conmigo, Saga —amenazó Aiolia, dejando una estela de furiosa electricidad en su avance.
—¡Aiolia, no tan cerca de Atenea! —advirtió Muu, y el viejo amigo de Seiya se vio forzado a detenerse. Nuevamente por su culpa.
¡Su culpa!
—Ja, ja, ja, ve con cuidado, León, no querrás dañar a la princesita; además, recuerda que puedo convertirte en mi esclavo nuevamente, y tu hermanito no va a estar... m-muy orgulloso de... —Las palabras le salieron a tropezones, sudó su frente sin verse tan cansado.
«¿Qué pasa? Presiento algo, pero no sé qué es.»
—Saga, lo que has hecho no tiene nombre ni perdón, ya sabemos que nos has engañado todos estos años —dijo Aldebarán, delante de Saori.
—¿Ah, sí? —El Santo de Géminis sonrió con sorna—. No lo entienden. Soy el más apto para hacerme cargo de este mundo y defenderlos, ¿o realmente confiarás en esta niña, Toro?
—¡Claro que sí! —repuso el aludido, y chocaron chispas entre sí.
—Soy el más fuerte, y por tanto el mejor capacitado para dirigir al Santuario contra las invasiones del Olimpo, ¡no importa nada más!
—Ella está colmada de bondad y justicia, pero en ti siento solo avaricia y arrogancia —repuso Shaka, adelantándose con los ojos cerrados, pero pisando con precisión, sin tocar una sola piedra.
—No opinaste lo mismo estos dieciséis años, Virgo.
—¡Deja de burlarte! —tronó la voz del León—. Primero asesinaste al Sumo Sacerdote, luego trataste de matar a un bebé, ordenaste la muerte de mi hermano, y finalmente hiciste lo mismo con los Santos de Bronce. —Del puño dorado de Aiolia saltaban chispas con tanta ira contenida que Saori tembló, y que si liberara podría destruir todo a su alrededor, sin importarle nada con tal de acabar con el asesino de su hermano—. ¡No hay forma de que te dejemos vivo, gusano!
—¿Qué? Lucen furiosos, ¿van a enfrentarse todos contra mí a la vez? Qué valientes, ¡ja, ja, ja, ja, ja! —Saga caminó de un lado a otro, como si estudiara a sus oponentes, y meditara a cuál atacar primero—. Supongo que teniendo a la verdadera Atenea tan cerca de mí, sería cosa de buscar la Daga y aprovechar la oportunidad de asesinarla, para convertirme en un dios —dijo más para sí mismo que a los otros.
Saori observó la estatua, una representación de sí misma en la que no quiso tomar mucho reparo, pero notó un vaho oscuro humeando desde una parte de ella. Un aura negra como una nube tormentosa.
—¿¡Eso tramas!? —Aiolia dio tres pasos al frente y Milo lo siguió. La tensión era tan delicada que podía cortarse con un cuchillo, pero Saori veía algo más. Lo estudió, aprovechando que Saga estaba más atento a los Santos de Oro que a ella.
—A ustedes dos, tarados sin cerebro, los haré caer en Otra Dimensión. Les seguirás tú, Toro; y a los otros dos, que poco se han atrevido a decir, los exterminaré con la Explosión de Galaxias por traicionarme.
—Puedes intentarlo, Saga. —El Santo de Escorpión hizo crecer una de sus uñas y la cambió a un tono carmesí refulgente—. Me dará gusto hacerte sufrir.
—No nos subestimes, Géminis —amedrentó Aiolia, colérico.
—Esperen, por favor, Milo, Aldebarán —decidió ordenar.
Se puso de pie tratando de parecer firme, pues casi no tenía fuerzas, y tras dejar a Seiya suavemente recostado, tomó el báculo que traía Muu. No dudaría. Si alguien tenía que pelear con ese monstruo de dos rostros, sería ella, no iba a permitir que más personas intervinieran en un trabajo que le correspondía por derecho.
—¿A-Atenea? ¿Q-qué intenta? —preguntó Aldebarán, trémulo.
—¿Debería tenerte... miedo, Atenea? —Nuevamente el titubeo en su cara y el sudor más abundante. Esta vez se sumó un tic en el ojo.
—Dices que el más fuerte es el más apto para gobernar, sin importar el amor y la justicia igualitaria. ¿Esa es tu forma de pensar, Géminis? —Saori se adelantó a Aldebarán, que apoyó su gigantesca mano sobre su hombro.
—Atenea, p-por favor, n-no se le acerque más.
—Gracias por preocuparte, pero no temas, no me pasará nada —le aseguró. El Santo de Géminis optó por reírse nuevamente.
—¡Ja, ja, ja, ja! Amor, sentimientos, justicia, ¿crees que esas cosas le importan a tipos como Hades o Ares, o incluso Poseidón? ¡No seas ilusa, chiquilla de porqueria! Apenas te puedes limpiar sola el culo, ¿y vienes con que puedes liderar un planeta entero? ¡No seas imbécil!
—¿Cómo te atreves a insultarla así? —rugió Aiolia, y junto con Aldebarán y Milo hicieron el ademán de atacar, pero los detuvo con la mano.
Saori no recordaba que alguna vez la hubiera insultado así, ni siquiera Seiya en su niñez cuando lo torturaba como una malcriada, pero por alguna razón no le afectó en lo más mínimo. Al contrario, le ayudó a esfumar su cansancio y mostrarse más resuelta.
—Creo firmemente en ello, así como en que tú deberías ser eliminado.
—¿Qué? —preguntó Saga, bloqueado momentáneamente por su decisión, como había esperado. El otro debía aprovechar la situación, era el momento preciso.
—¡A-Athena! —se sorprendió Milo, y Aldebarán contuvo un gemido.
—No hay forma de que obtengas la victoria. Cinco jóvenes Santos de Bronce ya lo han comprobado —continuó, acercándose cada vez más con el bastón dorado de la Victoria en alto—. Tu derrota fue inevitable desde que pisaron el Santuario.
—Niké... s-si obtengo a N-Niké... —Saga extendió la mano temblorosa hacia el cetro, como lo había planeado. Sus ojos tenían tamaños distintos, el tic no paraba.
—¡Atenea! —advirtieron Aiolia y Aldebarán, inquietos.
—Tranquilos —les detuvo Muu con calma. Debió descubrir la treta—. Saga es capaz de atacar a la velocidad de la luz como nosotros, ya debería haber llegado al báculo, ¿no les parece?
—¿P-por qué...? ¿Por qué no puedo...? —Como si un lazo invisible tirara de su brazo en alto, el Santo de Géminis estaba inmovilizado. Se llevó la otra mano a un costado de la cabeza y se la agarró vehemente, como si le doliera—. Ah... ¡Ahhh!
—Saga, ¿no lo entiendes aún? ¿No te sientes mal?
—¿Qué le pasa? No me digan que se viene a acobardar a estas alturas.
—No es eso, Aiolia —intervino Muu—. Mira el escudo.
—¿El escudo? Qué debo... ¿¡Pero qué es eso!? —exclamó el León cuando notó el Cosmos oscuro, concentrado en el borde de la Égida.
—Cuando Seiya lo golpeó, impactó con eso —explicó Shaka, que podía ver perfectamente a pesar de sus ojos cerrados, al parecer.
—P-pero... e-eso... —El brazo derecho de Saga decaía, no parecía listo para atacar, aunque se rompió un vaso por luchar contra sus propios músculos y empapó el suelo de sangre—. I-imposible... n-no puede ser...
—Así es, Saga, se supone que este escudo elimina todo el mal, lo oí en los pensamientos de Seiya cuando nos conectamos —dijo Saori, inclinando el cetro a centímetros de los dedos de Géminis—. ¿Cuántas veces lo trató de hacer tu otro yo?
—¡Siempre lo detuve! No es justo... ¡no es justo! —chilló Saga, que derramó lágrimas carmesí, en su luchaba incesante consigo mismo.
—Tu enfermedad no es común, es como si hubieran metido impurezas en tu alma que no puedo explicar, pero lo sé —reflexionó Saori antes de mirar hacia atrás, al chico agónico en los brazos de Aldebarán—. La Égida debilitó tu lado maligno, Seiya te dañó mucho más de lo que crees, y el otro al fin ha logrado escapar de la prisión en la que lo pusiste y retomar el dominio de tu cuerpo, así que... tú, Saga de la constelación de Géminis...
—No..., no, no... ¡No! ¡¡¡Cállate!!!
Saori proyectó su Cosmos por el cetro —no supo cómo, pero resultó fácil— y emitió un resplandor con la intención de exorcizar a su enemigo y ayudar a su lado bueno a recuperarse.
—Vuelve a ser tú mismo. Pelea junto a mí.
Por un breve lapso vio a otra persona junto a Géminis, un doble casi exacto de no ser por los ojos de otro color. La visión se desvaneció cuando el guerrero de ojos de fuego los hizo arder como erupciones de magma, y la atacó.
Saori se había acercado tanto que los otros Santos de Oro no alcanzarían a llegar para escudarla, y cerró los ojos por reflejo. Conocía el resultado de la acción impulsiva de la mitad endemoniada de Géminis, o al menos creía conocerlo...
—¡Cuidado, Atenea! —advirtió Milo.
—¡¡¡Te destruiré, Saga!!! —gritó Aiolia.
—¡Tranquilos, todos! —calmó nuevamente Muu. Saori sintió el calor de los Mantos de Oro a su alrededor, y abrió los ojos para ver el lado bueno de Saga en completo control—. Esto se acabó.
«¡No!». No había esperado eso. Pensó que solo se detendría, que en el último momento se convertiría en el hombre de la justicia de antaño, eso fue lo que creyó. Pero lo que enfrentó fue tan... triste, tan cruel, y tan emotivo que la hizo llorar sin detenerse, llevándose la mano a la boca para no gemir.
—¡Saga! ¿P-por qué tú...?
—Atenea, p-perdón... Atenea, yo...
Era un hombre de hermosos y tristes ojos verdes, cuyo puño derecho estaba a centímetros de su rostro, pero el izquierdo yacía al interior de su propio pecho desnudo, cubierto por una manta roja que se derramaba por el Ateneo. El peto de Gemini, adornado con lunas y soles, se había separado de él en el interludio de su parpadeo, y ahora era una placa dorada en el piso mecida por el viento.
El Santo de Géminis original, un guerrero justo y valiente, retiró la mano que había destrozado su corazón causando una hemorragia caudalosa, cayó de rodillas, y Saori con él para sostenerlo. Saga lloraba desconsolado, y la abrazaba con su brazo sin sangre pidiendo sus disculpas, sin cesar.
—Perdóneme, Atenea, t-traté de hacer t-todo lo que pude, p-pero...
—Tranquilo, calma —sollozó Saori, acariciando su cabello, intentado que sus últimos segundos fueran en paz.
—T-traté de detenerlo... L-lo intenté tantas veces, y nunca p-pude decir...
—Calla, Saga. No digas nada.
¿Por qué todos tenían que morir en nombre de la diosa Atenea? Seguía sin recordar qué le llevó a decidir reencarnar como humana, a sabiendas de que todos podían perder sus vidas por ella. ¿Qué clase de desalmada era en realidad?
—C-con esto no se repararán mis errores, p-pero siempre... quise... —Sus latidos caían con suerte cada tres segundos, y hacía lo posible por alejar el caudal de su sangre de ella para no ensuciar su camisa, aunque ésta ya tenía manchas por culpa de la saeta. Ese hombre... ¿Quién pudo convertir a ese hombre tan sincero y gentil en un monstruo tan despiadado?
—Te creo, tranquilo... Saga de la constelación de Géminis... —Trató de hallar las palabras y las encontró de repente, como si siempre las hubiera sabido. Tal vez era el caso, un recuerdo de su vida pasada—. Saga, puedes descansar en paz como el noble guerrero que terminaste siendo. Ya eres libre.
Aquel que había hallado las fuerzas necesarias para derrotar a su otro yo y ordenarle a Gemini que se apartara de su corazón en menos de un suspiro, le sonrió por última vez, cerrando los párpados con lentitud.
—G-gracias, mi querida diosa... Perdóname, Aiolos...
Y finalmente, expiró.
***
Epílogo
Hicieron un minuto de silencio que se hizo eterno; solo el viento frío sobre ellos existía, soplando con agonía, reflejo del vil destino que se pagaba por luchar contra las maldades de la humanidad.
—Saga de Géminis —rezó Muu—, padecías de una doble personalidad tan grave que tal vez fuiste quien más sufrió en esta guerra, confinados tus deseos de justicia por un hombre sumido en la maldad.
—¿Pero quién...? —musitó Milo—. ¿Quién pudo causarle esto de la noche a la mañana?
—Eso no importa ahora, esto terminó.
—Hay que llevar a Seiya a un hospital. ¡Vamos, Aldebarán!
—Iré con ustedes...
—Lo siento, Atenea, no puedo permitírselo —la atajó Aries cuando trataba de bajar tras Aiolia y Aldebarán.
—¿Por qué me detienes?
—Por muchas razones. —Muu agachó la cabeza con tristeza, inquietud... y algo de notoria culpa—. Pero la principal es que debemos presentarla al Santuario lo antes posible, o la incertidumbre de los soldados hará que todo se salga de control.
—¿Presentarme? Pero, Seiya... ¡debo estar con ellos!
—Usted es Atenea, en realidad no puedo oponerme a sus órdenes o deseos —reconoció Muu, levantando la mirada y clavando sus ojos verdes, quizás juiciosos, en ella—. Solo le sugiero que piense bien su decisión.
Y ella estaba de acuerdo. Sabía perfectamente que Muu de Aries tenía razón, lo prometió en el Oráculo de Delfos, juró a su padre celestial que se haría cargo de sus deberes divinos, de proteger a la Tierra. Pero no por eso dejaba de ser injusto.
—¿Qué decide? —preguntó Shaka, algo cortante tal vez. En su mano llevaba el rosario que encontraron tirado en el piso.
—Hace unas horas te pedí que me ayudaras, Muu —rememoró Saori con ojos llorosos—. Así que dime ¿qué debo hacer?
—¿En palabras sencillas? Lo que indique su corazón.
Comprendió perfectamente las palabras de Aries. «No haga lo que dicta su corazón, sino que lo correcto para el mismo».
00:01 a.m. del 12 de Septiembre de 2013.
“¡Por la diosa Atenea!”
Ese fue el grito que resonó como un eco desde las gargantas de cada uno de los Santos y soldados que se reunieron en el Santuario. Aldebarán se encargó de proclamarla como la nueva gobernante del recinto sagrado en medio de los vítores de quienes se alinearon en el Coliseo.
Tras asegurarse de que los Santos de Bronce ya descansaban en un hospital cuyo nombre no mencionaron, se presentó a las doncellas que le servirían como acompañantes. La vistieron con un delicado y bello vestido de seda blanco, una tiara dorada con alas en los costados y un adorno de corazón en la frente, y sandalias de estilo griego mientras intentaba recordar sus nombres, aunque se le hizo sumamente difícil con todo lo que había ocurrido, y no pudo más que sentirse culpable por ello.
Kiki, el pequeño discípulo de Muu, le entregó el báculo cuando se subió a la tarima en el área alta del Coliseo. Los cinco Santos de Oro se arrodillaron delante de ella e hicieron sus juramentos en nombre de los Santos de Plata, Bronce y guardias que imitaron la reverencia, alumbrados por la luz de decenas de antorchas apostadas en las galerías, y la luz de la luna, llena y rodeada de estrellas.
—Yo, Aries Muu, me encomendaré a repeler todo mal que se le acerque, y asistirla en lo que requiera.
—Yo, Taurus Aldebarán, prometo cuidar de usted, y en su nombre, proteger a los habitantes de este planeta.
—Yo, Leo Aiolia, juro dar hasta mi vida por usted y su causa, e iluminar toda oscuridad que alcancen mis colmillos hasta extinguirla.
—Yo, Virgo Shaka, la guiaré por el camino de la justicia y la verdad para el bien de nuestra gente.
—Yo, Scorpius Milo, me encargaré de exterminar las fuerzas que acechen al Santuario, y así mantener la paz.
—¡Por Atenea! —terminó gritando el Toro, poniéndose de pie y dirigiéndose a la multitud con un vozarrón que sacudió todo el recinto.
—¡¡¡Por Atenea!!! —corearon todos aquellos de los que sería responsable; entre ellos logró ver a Jabu, Geki y tal vez a Nachi. Los cuervos negros que alguna vez la habían raptado ahora volaban por doquier celebrando su divinidad.
Saori no pensaba con claridad, sufrí un bombardeo de ideas y sensaciones, pero sabía perfectamente qué hacer: sería la diosa protectora de la Tierra, defendería a los habitantes de aquellos que acecharan su libertad, mantendría la paz y traería la justicia a quienes carecieran de ésta. Ese era su deseo, su propósito, su misión en la vida, su objetivo con tal de que nadie más sufriera...
Pero su corazón humano tenía una petición, y alzó la voz para compartirla al tiempo que la mayoría cesó sus vítores. Sabía perfectamente lo que tenía que decir, aunque se le ocurrió un segundo antes de abrir la boca.
—Como ya saben, no me crie en el Santuario, hay mucho que desconozco y, siendo honesta, necesitaré de todos ustedes para llevar a cabo mi labor —confesó el primer punto importante. No sería tan hipócrita como para aparecer frente a todos ellos como si nada hubiera pasado. Era preciso dejar eso en claro, aunque tal vez no esperaban ese comienzo, dado el silencio tan... no supo seguir ese pensamiento—. No será fácil, el poder es una gran responsabilidad, a veces causa tentación, el mal puede apoderarse de nuestros corazones y puede conducirnos por un mal camino en cualquier momento, como han atestiguado estos años. —Recordó los rostros de sus amigos, de Hyoga con las manos entrelazadas, Shiryu elevándose, Shun con una rosa clavada en el pecho, la sonrisa de Seiya. Eso le dio la inspiración que necesitaba—. Quiero compartir una lección de vida que deseo todos atesoren. Esa lección vino de los Santos encargados de mi seguridad. Su Cosmos los hace fuertes, sí, pero además poseen gentileza, poseen nobleza, y esa cualidad es para mí invaluable, algo único. Así que... —Era el momento de ser sincera, de compartir su humanidad—. Sépanlo, usaré siempre el corazón, como Atenea, nada es más importante para mí que eso. Voy a cuidarlos antes que cualquier cosa, porque nadie merece sufrir como tantos ya han sufrido por las tentaciones de la oscuridad. Es una promesa, ¡mi misión de aquí en adelante será protegerlos!
Y dichas esas palabras, para su incomodidad, no recordó de dónde habían salido, ni si podría replicarlas en el futuro, se oyó tan fácil, a pesar de su honestidad. El silencio la dejó en blanco, e irónicamente se le subieron tonos rojos al rostro; ¿quizás esperaban un grito de guerra? ¿O tal vez no le correspondía decir nada?
«¿Qué diría Seiya?». Para su sorpresa, fue la voz de Jabu la que se alzó sobre todos desde la primera fila.
—No diga esas cosas, señorita, ¡es nuestra misión el protegerla! ¡Estaremos siempre con usted!
Los demás aplaudieron, prometieron cosas similares, y tres o cuatro guardias silbaron. Saori no pudo sentirse más agradecida, les pagaría su apoyo hasta que sus fuerzas la abandonaran. Después de todo, hace unas horas habían estado intentando matarla, pero tuvieron que reconsiderar todas sus creencias, y aun así le juraron su apoyo. Esos eran los hombres y mujeres que dejaban de lado sus vidas normales por la causa del Santuario, seres humanos nobles que ponían al mundo en primer lugar.
Encendió su Cosmos por última vez, tal como le había pedido Muu, y ellos bajaron la cabeza, preparados para continuar con sus labores. Era incómodo que tanta gente la tratara como diosa, tener esa atención, muy distinto a ser simplemente la dueña de las empresas Kido, pero supuso que era normal y debía acostumbrarse, aunque no estaba en sus planes una lejanía en la jerarquía. Todos tenían los mismos derechos, al fin y al cabo, así la educó su abuelo.
Finalmente bajó del podio y se acercó a quien la había comprendido mejor durante la guerra, que hizo el ademán de arrodillarse hasta que lo detuvo.
—Sé que hay mucho que hacer, Muu, pero...
—La entiendo —respondió él, adelantándose a su petición con una tenue sonrisa—. Nos haremos cargo mientras tanto.
—Solo serán unos días, lo prometo.
—Debe arreglar los asuntos de su vida como heredera de los Kido, y además quiere ver a Seiya y los otros —adivinó Aiolia, con una expresión alegre digna del Santo de Pegaso—. Créame, también yo, pero en su caso es mucho más importante.
—Tómese su tiempo, Atenea, nosotros cinco nos haremos cargo —prometió Milo, intentando reparar aún sus errores del pasado.
—Se los agradezco de todo corazón.
Los Santos de Oro muertos fueron enterrados, incluyendo a Saga, con todos los honores, en el cementerio del Santuario. También los guardias asesinados en el conflicto de sus dos personalidades, y el antiguo Sumo Sacerdote, que fue bajado del Monte Estrellado por Muu con ayuda de una bendición de Saori y del rosario que alguna vez le perteneció.
Shiryu de Dragón, Shun de Andrómeda, Hyoga de Cisne, y Seiya de Pegaso no contaban entre los decesos. Y eso no podía poner más feliz a Saori Kido.
***
Fin del Volumen 2
Editado por -Felipe-, 20 febrero 2016 - 15:09 .