Aunque crean que ha pasado una infinidad desde la publicación del último capítulo, solo han pasado 3 semanas.
Eso es causado de que casi no hayan comentado (?)
Bueno, agradezco el comentario de T antes que nada y ahora procedo a postear el capítulo. Ando un poco justo de tiempo y por eso disculpa no poder responderlo debidamente.
ARCO DEL AMANECER DE LA LUNA ROJA
XIX – Cyan. El caer de la luna roja.
“…Ah, las hojas escarlata caen una tras otra tristemente y yo solo quiero verte a ti, mi enamorada. Las frágiles hojas escarlata lloran sin cesar mientras yo te sigo esperando en este lugar…”.
Es de noche y acabo de despertar. No recuerdo cuando fue que me quedé dormido, mis recuerdos sobre aquello son muy vagos. Aunque tengo el presentimiento de que Violet está tras de ello. Es más, ahora que lo recuerdo, ella me dio algo en la boca justo antes de que mi memoria no tenga información sobre ello. Una pastilla, eso era. Fui un estúpido por dejar que ella lo hiciera.
Ella no está, ella ahora se ha ido de mi lado. Quién sabe lo que pueda pasarle, me preocupa mucho ella, pues ahora se encuentra rodeada de personas que quieren verla muerta para sentir seguridad en este inhóspito lugar.
Las hojas rosadas de los sakuras alrededor mía caían inspiradoramente, pero no era tiempo para pensar en ello. En medio de la noche cualquier sitio es inseguro y es mi deber como su… amigo, preocuparme cada vez que ella esté en esta situación. Me puse de pie en dicho momento, aunque mis piernas me lo impedían, pues aún se encontraban medio dormidas. Maldita Violet, ¿por qué haces mi trabajo más difícil?
—¡Violet! ¡¿Dónde estás?! —exclamaba yo mirando de un ladoa otro, pero era inútil, ella no estaba por ninguna parte.
En cuanto intenté volver a llamarle por su nombre, sentí cerca mío el sonido de las hojas moviéndose. Me escondí como pude tras el árbol más próximo y observé desde la lejanía lo que estaba pasando varios pasos más allá. Allí estaban ellas dos, Nadeko y Violet, juntas. Mi maestra iba apoyando su brazo sobre ella. No comprendía bien qué era lo que ocurría, pero se dirigían hacia un lugar, eso era seguro. Les seguí de cerca procurando que no notaran mi presencia.
—Violet, hiciste aquello que te pedí, ¿no es cierto? —preguntó mi maestra con un tono sombrío que nunca pensé viniese de ella.
—Sí, él ahora está dormido. Todo va de acuerdo a sus órdenes, señorita Nadeko —respondió ella.
En mi cabeza lo único que pensaba en dicho momento era en que tanto mi maestra como ella estaban involucradas en algo. Tramaban algo dejándome a mi fuera de ello, como si no pudiese ayudarlas, como si fuese solo un estorbo. Iba acercándome más, pero no podía saciar mi curiosidad con solo ello. Necesitaba más para saber qué era lo que no podían hacer conmigo allí.
Ambas se dirigieron hacia una vieja construcción, parecía un templo antiguo, de madera ya roída, construido adrede en medio de un claro rodeado por sakuras de diferentes tonalidades, unos de hojas más oscuras y otras de tonos más claros y pálidos. Justo en el punto donde me encontraba estaba frente a un gran escenario tras —o delante— de aquella construcción. Sobre ella esperaban tres personas a las que no pude reconocer en el momento, por lo que fui avanzando en dirección antihoraria, de forma que la luz de la luna revelase ante mis ojos sus rostros.
—Pe-pero ellos son… —la impresión de aquél momento me había dejado atónito. No pensé que ellos se involucrarían en los planes de mi maestra. Mis planes casi se habían visto arruinados por el grito que iba a escapar de mi boca— Nereida de Acuario… Parsath de Tauro… y… ¿Kyouka de Escorpio? ¿Qué hacen ellos reunidos con Violet? ¿Qué es lo que piensan hacer con ella?
No podía mantenerme quieto en mi lugar, pues siempre tenía en mente la escena donde encontré a Violet tras su interrogatorio con aquella amenazante y temible Santa Dorada, Kyouka. Era extraño que precisamente ella y el médico de nuestro Santuario se reuniesen frente a alguien que era una enemiga nuestra hace poco más de un día. Pero… ¿Nereida? ¿Qué era lo que necesitaba hacer allí? Aunque la pregunta más importante era: ¿porqué mi maestra aprobaba esto? ¿Es que acaso ella considera que no han sacado suficiente información a Violet?
No. Si me mantenía parado en ese lugar esperando a que los sucesos ocurriesen sería peor. Debía actuar, y pronto. Estoy seguro de que no traman nada bueno entre manos. Creo que esta será la primera ocasión en que desafíe las decisiones de mi maestra y le ataque tanto a ella como a los otros tres santos dorados. Si no lo hago, será demasiado tarde para Violet.
—Es el momento preciso… de que tanto el sol como la luna caigan en un profundo trance que no se desvanece y permanece en silencio... Ni los insectos se moverán, ni las aves cantarán… Y tanto el día que nos alegra, como la noche que nos cubre con su manto serán hoy presa de mis melodías... Serenata Mortal
Tras empezar a tocar cada nota que componía mi técnica, que debería dejar dormidos a todos aquellos que yo desease, observé como mi maestra tomó mi mano, deteniéndome en el acto sin dejarme tiempo a pensar que aquello era obra de su velocidad característica. Ella me observó a los ojos con una sonrisa que me dejó desconcertado y colocó su brazo, rodeándome y acercándome a donde ellos cuatro y Violet se habían reunido. Caminábamos lentamente y eso le dio tiempo a hablar conmigo antes de llegar a ellos.
—No me esperaba que el somnífero hubiese sido inservible contra ti —dijo ella tranquilamente y mostrándome su sonrisa, pero observaba con curiosidad su mirada perdida. Eso no era buen indicio—. Supongo que el destino quiere que estés aquí.
—Maestra, por favor respóndame… ¿qué es lo que trata de hacer?
—Quería que no lo supieses. Esperaba que durmieses apaciblemente mientras los hechos acontecían y que, al acabar esto, pudiese hablar más tranquila contigo. Pero no fue así, y si te dejo tirado aquí, inconsciente, me odiarás más e incluso serías un estorbo para nosotros, es por eso que te traigo. Para que escuches las palabras que nunca comprenderías de mi parte y que quizás puedan tranquilizar tu ser. Palabras... que provengan de una voz que podría quedar solo en tu memoria si fallamos…
Aquella maestra que me había acogido los últimos siete años bajo su tutela y crianza, aquella a quien admiraba, respetaba e idolatraba… ¿cómo había sido capaz de decir todo ello con una sonrisa? Comprendí allí que quizás yo no fuese el que se sentía más impotente de esa escena. Trataba de mantenerse fuerte, al igual que muchas veces en el pasado había observado, pero esta ocasión no lograba vencer esos sentimientos que le causaban debilidad. Maestra…
—Debe ser duro para tí, Cyan, y quizás esto te haya dejado desconcertado, pero a pesar de que lo pienses así, nosotros no nos hemos congregado para despojar a una enemiga de su vida. Hemos venido a salvar la vida de nuestra camarada.
—Maestra… —No sabía qué decir, tampoco a qué se refería con “vida”, pero estaba seguro de que la respuesta no me gustaría.
El camino lento y tortuoso hasta llegar a aquella plataforma desde donde nos observaban me confundía cada vez más. Y con cada palabra de mi maestra, un nuevo término se añadía a la tormenta de ideas que asolaba mis pensamientos. Trataba de relacionar todo, pero mis conclusiones no llegaban a ninguna parte y en todas ellas hacía ver a mi maestra como una enemiga que iba cometer un acto que me afectaría tanto a mí como a Violet.
Subimos los nueve peldaños de madera que separaban al escenario del césped que crecía alrededor. Los tablones varios de madera que cubrían uniforme el suelo bajo nuestros pies se veían sucios y llenos de polvo, pero en buen estado y de una resistencia considerable. Las vallas que cercaban el perímetro de la plataforma tenían alrededor de unos tres pies y medio de altura y estaban compuestas por originalmente dos tablones colocados horizontalmente que habían sido labrados y componían figuras que se repetían cada dos o tres secciones.
En el centro de todo ello se encontraba Violet, tan bel… tan única como solo ella puede ser. Ella estaba con los manos juntas, entrelazando sus dedos, esperando a que volviese Nadeko de lo que había ido hacer tan solo un minuto atrás. Creo que se sorprendió al verme allí y se entristeció. Era extraño pero, de todo lo que había pasado hasta ahora, solo me deprimió ver como aquella a la que consideraba musa de mis melodías se destrozaba con mi presencia.
—Cyan, tú… —escuché salir de boca de Violet—. Imposible...
Ella se aferró a mí en cuanto estuve cerca suyo. Lloró sobre mi hombro y me nombró varias veces antes de separarse de mí. Me odiaba a mí mismo en ese momento, pues no podía hacerle feliz de ninguna manera y solo podía estar ahí, parado sin decir palabra alguna. Se tomó su tiempo, pero me explicó como pudo todo lo que le había ocurrido hasta llegar a este punto. Lo ocurrido con su madre, lo que ella sufrió estos siete años, y sobretodo, su enfermedad…
—Lamento no habértelo dicho antes de esto, Cyan. Por favor, perdóname —dijo ella con lágrimas en sus ojos. Me sentía un tonto por haber irrumpido en todo esto.
—No, discúlpame tú a mí. Soy un idiota por no haberlo notado antes. A decir verdad, debo reconocer que te extrañé estos últimos siete años. No quisiera perder tu compañía los días que me quedan…
—Cyan…
—Bonita conversación, pero… ¿nos apuramos? —dijo interrumpiéndonos Kyouka—. Los demás no tardarán en advertir nuestra ausencia.
La ceremonia estaba a punto de comenzar. Tanto Parsath como Nereida estaban posicionados tal como Kyouka lo había planeado. La brillante y blanca luna había ascendido a su punto más alto en aquel momento.
Aconteció un estruendo tras de nosotros, en dirección al campamento improvisado que habíamos armado hace apenas unas horas. Volteé a ver la luna nuevamente, pero ahora estaba distinta, podía notar cómo poco a poco esta comenzaba a teñirse de un color rojo casi igual que el de las manzanas rojas. Que quede constancia que lo mío es la música y no las analogías de último minuto. El punto es decir que nos llamó la atención tal evento e hizo que dejáramos de lado nuestras acciones en dicho momento.
Varios gritos desesperados se acercaban hacia nosotros, y unos cuantos se vieron opacados por el silencio tétrico que les acompañó luego. Alguien estaba emboscándonos. Estaban acabando con nuestros compañeros de armas, pero no podíamos hacer nada. Debíamos continuar aquí pase lo que pase, era una cuestión de vida o muerte para Violet. Habían árboles precipitándose unos cuantos cientos de metros cerca nuestro, desde aquel lugar podíamos ver muy poco de ello, pero las torres de polvo que levantaban eran más que notorias.
Se escuchaba como gente venía, algunos por tierra, otros por encima de las ramas de los árboles. Más tarde que pronto veíamos cómo uno de nuestros compañeros se arrodillaba y exhalaba frente a nuestra ubicación, pero un haz de luz que era más veloz que mi vista le arrebató la vida en aquel momento al decapitarle parcialmente la cabeza. Se escuchó el crujir de los huesos de su cuello al casi ser partidos en aquel impacto. En cuanto se desplomó por completo, pudimos observar que aquello que le causó muerte había sido un hacha de doble filo, con un borde afilado y plateado reluciente —ahora manchado de sangre—, y un mango de diferente composición que morado y contenía grabados varios detalles que no describiré ahora. La diadema del Eridanus se encontraba a unos cuantos centímetros de su portador, quien ahora yacía sin vida en el suelo, producto del impacto.
—¿Qué rayos está pasando allí? —Volví la mirada hacia el lugar donde estaban muchos de nuestros compañeros. Estaba atónito, los ojos no los podía cerrar del miedo. No podía tranquilizarme.
Oleadas de nuestros compañeros aparecían rodeándonos, aunque más bien rodeaban el camino que había seguido nuestro camarada caído. El único que siguió dicho camino era un desconocido. Un muchacho alto, de contextura bien proporcionada que protegía su cuerpo con una armadura morada, del mismo tono que el arma homicida, y que, en su mano izquierda, cargaba un hacha a juego con la que descansaba en el cuerpo inerte de quien no había sido más que un conocido en aquellas inhóspitas tierras del Santuario, pero aún así había sido otro Santo al fin y al cabo. Era uno de ellos, un Slyther.
Nuestro enemigo llevaba su cabello moreno y corto, pues apenas podía verse fuera de aquel casco raro que tenía dos grandes ojos rojos y varios pequeños cuernos, que de su centro bajaban en hilera hacia atrás, que protegía su cabeza.
—Así que aquí estás Nasch… —dijo él mientras recogía el hacha del cadáver que yacía ante sus pies. Lo arrancó a la fuerza y la sangre salía goteando de aquella arma asesina—. Solo he venido por ella, Santos. No se entrometan en mi camino a menos que quieran morir.
—Oh vaya, un nuevo Slyther se muestra ante nosotros. Oh, asesino cuya arma dio fin a uno de nuestros camaradas ahora caído en plena batalla injusta —se burló Kyouka dando unos pasos hacia él—, ¿cuál es el nombre de aquel impresentable que osó atentar contra una vida en base a cobardía?
—Eso no es de tu incumbencia —esas palabras habían hecho divertir, por ello llamó a Escorpios para que el individuo temiese—. Vaya, así que eras una de los doce que brillan con la fuerza del sol… Es una lástima que no sea mi política asesinar mujeres. Una pérdida. Pero mira qué tenemos detrás… Un toro dorado.
—Nereida, Nadeko, Kyouka. Ustedes ocúpense del asunto al que vinimos, creo que es momento de que les gane algunos minutos —dijo con una sonrisa en labios Parsath, quien pese a que ostentaba el mismo rango que mi maestra nunca había visto en combate.
—No tan rápido amigo mío, Parsath. Escuché por ahí que la hora de la cena se arruinó por culpa de este engendro. Déjalo todo en mis manos —comentó uno de los recién llegados, aquel Santo que responde al nombre de Mizael.
Sobre la rama de un árbol, oculto entre las sombras que formaba el intenso follaje, se encontraba el cocinero de nuestro Santuario, vistiendo la impecable camisa blanca que se jactaba de usar siempre y el delantal pulcro con el que había preparado la comida que habíamos ingerido. Mizael, el Santo de Capricornio llamó a su armadura en ese instante, justo antes de saltar y colocarse a tan solo un metro de nuestro enemigo.
—Acaso no sabes que la hora de cenar es sagrada —comentó él con su ánimo calmado, pero un temperamento increíble—. ¡Excalibur!
Lanzó su ataque como un tajo vertical. Su ataque se veía potenciado ante aquella acción del enemigo que consideraba una osadía hacia su arte. Tres o cuatro árboles más allá del escenario donde estábamos tuvieron la mala suerte de ser podados ante el incomparable poder de la legendaria espada de Arturo. Tan solo ese corte marcó profundamente el suelo de la plataforma donde estaba parado el Slyther. El templo detrás nuestro tras ello comenzó a destruirse en ciertos puntos, y más allá de lo que podíamos observar. Era un ataque impresionante.
—¿Eso es todo lo que tienes Caballero Dorado? —dijo con cierto aire de superioridad.
—Ja, ja. Sí, es todo —contestó Mizael dejando su mano derecha tras de él.
Había sido un esfuerzo inútil el del señor Mizael. Pese a aquel potente y deslumbrante ataque, no había sufrido casi ningún daño su oponente. Detrás mío, los cuatro Santos Dorados continuaban con lo suyo, tratando de concretar el plan que habían tramado con tal de salvar aquella vida que tan solo mi maestra Nadeko y yo apreciábamos realmente.
—Orfeo, muévete —dijo bruscamente Nereida—. Mi técnica quizás le afecte, por ello mejor es que la sedes. Usa aquello que ibas a emplear con nosotros hace un rato. Puede que nos ayude.
—No… Voy a estar bien, señorita… —murmuró mi amiga haciendo un espacio pues no sabía el nombre de quien estaba frente suyo.
—Nereida —respondió fríamente—. Entonces, no me haré responsable si sufres mientras se crea alrededor tuyo el ataúd. Avisada estabas, Slyther. No sé ni porqué me molesto en cooperar con esa infeliz de Kyouka…
Parsath tomó el pulso de Violet en aquel momento, e hizo unos rápidos cálculos en la cabeza por lo que me pude imaginar, pues lo siguiente que dijo fue…
—Nere, date prisa, tenemos poco menos de dos horas.
Comandados por el Santo Shiou, y por su Santidad, llegaron los demás atenienses que habían rodeado el claro para evitar ser atacados y se mostraron frente a nosotros y, por supuesto, frente al enemigo. La Señorita Ariadne llevaba a Nike en manos, y usaba su cosmos para apaciguar nuestra intranquilidad frente a este problema. Ella se acercó a nosotros y dialogó con Kyouka sobre lo que ocurría con Violet. Ella comprendió fácilmente y se quedó junto a sus cuatro guerreros de élite.
Con un chasquido de Shiou, tanto Dreud como sus alumnos, quienes representaban a los tres canes — y que por dicho motivo habían sido nombrados como equipo bajo un apodo curioso—, llegaban con los cuerpos de los caídos en combate que escuchamos gritar con desesperación hacía un rato, sus cuerpos tenían consigo varios cortes de hacha y algunos habían sangrado tanto que me era imposible reconocer sus identidades de no ser por sus armaduras. Llevaban consigo los cadáveres, pues pese a ser ahora un estorbo, en vida habían sido guerreros leales a nuestra diosa y merecían el respeto póstumo que no habían tenido en sus últimos minutos de vida.
—Tenemos cuatro… cinco bajas —comentó el Santo de Cáncer tranquilamente luego de ver a nuestros pies el quinto cuerpo— ¿Te estás divirtiendo por allá, Mizael?
—Como no te imaginas, Shiou —comentó con una sonrisa en labios, mientras tiraba su casco con cuernos que le había cubierto en cuanto llamó su armadura. Argumentaba que no era su estilo usar casco simplemente.
Ambos eran, por decirlo así, “enemigos” pues en cada contienda a la que me llevaba mi maestra a contemplar, siempre habían estado en equipos diferentes, mas en aquel momento, como siempre acostumbraban a hacer durante una crisis, los doce Santos Dorados olvidaban cualquier diferencia que hubiese entre ellos en tiempos de paz.
—Orfeo, espero comprendas ahora todo lo que ha sufrido tu maestra Nadeko por llegar a este punto. Ni ella lo ha querido así, pero es lo único que le queda —me dijo el señor Shiou— La sombra que se forma sobre ella ahora es muy grande. Su vida pende de una única oportunidad, y es por eso que pelearemos nosotros. Ella estará bien. Espero...
Con cada segundo de combate que pasaba, más me preocupaba lo que sucediese con ella. Cualquier técnica lanzada podría dañarle y eso no podía permitirlo. Estoy aquí para ella, y es por eso que podré detener cualquier técnica que ose interferir con la “ceremonia”. Me juego la vida en ello.