Bueno, bueno, bueno. Otro capítulo nuevo de mi querido fanfic.
Antes que nada agradecer a T y a Felipe por sus comentarios, que me alegran cada vez que los leo. :lol:
@Felipe: Que no soy amarillista... solo que son los personajes que mejor tengo desarrollados, ... por ahora..., y los aprovecho para que la historia tome forma. Nada más...
Solo por esta ocasión no voy a hacer tan larga la introducción (?) Y paso a mencionar que este es otro de los capítulos que me gustan y que más disfruté escribir de los 14 :ninja: sobretodo porque la narradora es mi personaje fav... No Sagen, no. Con favoritismos NO. Recién vas 14 caps... NO HAGAS LA KURU. Como decía, porque es narrado por el personaje que me parece tiene mucho que dar. (Así sí, Sagen. Que si no la siguiente guerra serán entre Nadekistas y Kyoukistas, comandada por el tal Felipe). (?)
Bueno, aqui el cap.
(Me disculpo si me olvidé remarcar en cursiva algún término... Problemas del proceso de copiado y pegado...)
ARCO DEL AMANECER DE LA LUNA ROJA
XIV – Kyouka. El descenso de Athena.
Aun puedo ver cómo la Señorita Ariadne observaba con sus propios ojos la verdadera crueldad del mundo en que nos vimos involucrados. Estaba horrorizada. Supongo que yo también lo habré estado cuando vi por primera vez una muerte frente a mis ojos, pero eso pasó hace tanto tiempo que ya ni recuerdo qué pensé en aquel entonces. No me quedaba más motivo que ser comprensiva con su actuar, pese a que al aceptar el trato del dios del engaño era sabido que ésta era la letra pequeña.
Se cubría la boca con las manos, tosía intempestivamente, y gesticulaba como si tuviese un súbito ataque de náuseas. Le veía y cada vez más me rompí por dentro, algo que si fuese otra persona podría obviar, pero se trataba de Ariadne. Los gestos solo quedaron en gestos y tras un momento difícil para su respiración, se recompuso. Cómo pudo adaptarse tan rápido es algo que desconozco y eso es mucho decir, pues conozco a tan variada cantidad de personas en mis veinticuatro años, que debería haber siquiera un caso así en mi memoria. No lo hay, estoy segura.
—Ariadne… —murmuré para mí misma.
En los casi quince años que conozco a nuestra joven Diosa, nunca le había visto así de decidida. Tan decidida que en sus pensamientos obvió que la muerte danzó alrededor de tres de sus Santos y se los llevó de una manera horrible. Siempre había sido una niña —ahora persona en edad de la pubertad… psicólogos decídanse de una maldita vez…—. Siempre había actuado como tal y por eso me extrañaba. Creo que debía suponer que en algún momento iba a crecer. No hacerlo fue mi error y el de Loki.
* * *
Aquel día desperté como si fuera uno más en mi incierta corta o larga vida. En ese entonces, nosotros cinco dormíamos en una casa alquilada a las afueras del Santuario, en plena villa Rodorio. Aún la recuerdo, allí apenas había unas contadas seis habitaciones, contando dos baños, dos dormitorios, una cocina y una pequeña pero acogedora sala. Creo que está demás la aclaración de que había habitaciones para cada género. En un dormitorio, el que consideraba el más cómodo y espacioso, dormíamos nosotras tres. En ese tiempo no había resentimiento alguno que se interponga. El otro lo ocupaban Aiza y Shiou.
Como acostumbraba cada semana, daba un paseo a primeras horas de la mañana los domingos e iba caminando por cada sendero que formaban las construcciones de aquel viejo lugar que había acogido a varias generaciones de Santos de Athena. Conocía cada ruta, letrero, cada piedra en el camino. Nada me resultaba nuevo, aunque me gustaba pues me ayudaba a despejar la mente de los entrenamientos a los que nos sometía el Patriarca.
Me demoraba mis buenas dos horas en dar una vuelta completa por cada rincón existente de Rodorio. Antes de que el sol cubriese de luminosidad yo ya me encontraba fuera de aquella casa y volvía para la hora en que habíamos acordado preparar juntos el desayuno con una flor en la mano, regalo del señor dueño de la floristería.
—Ya volví —comenté al momento de abrir la puerta. Esperaba encontrármelos caminando de un lado a otro en ese frenesí que llamábamos cocinar.
Los cuatro estaban apretados sentados sobre el mismo sofá que estaba posicionado frente a la puerta, el antiquísimo televisor y un asiento de cuero que generalmente se encontraba vacío. Pero ese día no lo estaba. Se encontraba justo en la esquina, por lo que no pude ver que sucedía, aunque por cómo actuaban ellos intuía algo.
—Ah, Kyouka. Justo te estaba esperando. Vayamos todos al Santuario —saludó el Patriarca. En ese momento se ponía de pie y se colocaba el casco tan característico que venía con su cargo.
—¿Al Santuario, padre? Hoy no es día de entrenamientos. ¿Sucede algo? —comenté.
—De camino hacia ese lugar les contaré todo. Ya saben que hay demasiado tiempo de este punto al otro.
—No quiero ir al Coliseo, padre. Ya hemos tenido toda la semana de entrenamiento. Shiou ya puede usar su cosmos, Aiza ya fue aceptado por su armadura y Nadeko ya puede lanzar destellitos por las manos. ¿Un día de descanso es tanto pedir?
—Ay, Kyouka… Yo en ningún momento les dije que iríamos al Coliseo —mencionó con una sonrisa dibujada en su rostro. En aquel tiempo aún no tenía tantas arrugas como las que hoy presumiría.
¿En verdad había insinuado lo que yo pensaba? Desde hace mucho tiempo mi sueño había sido adentrarme en las profundidades del Santuario de Athena. Recorrer como era debido cada uno de los doce templos que protegían a la diosa de la que tanto habíamos escuchado. Conocer cada monumento que Veiss, un viejo compañero del Patriarca, contaba en una historia. Pero, sobre todo, la estatua de Athena con Nike y escudo en manos. Varias leyendas se forjaban a su alrededor.
Apenas salimos de la casa, y mientras nos dirigíamos a las entradas del Santuario, cada uno de los habitantes saludaba con la mano a nuestro “padre”. Todos conocían —o tal vez no lo conocían, sino que le saludaran por su imponente y característica forma de vestir. Como si cada generación dijese a la siguiente: “Saluda con una sonrisa a todo el que vista así”. —, que él era el Patriarca, protector de las tres aldeas circundantes a la montaña en la que se encontraba el misterioso Santuario. O tal vez lo saludaban por ser una persona valiente por llevar a la intemperie un casco de oro sabiendo que en los últimos tiempos ha habido un incremento en el valor del oro. Mucho más en el que ya está trabajado. Aunque si les dijesen a aquellos que osaran siquiera robarla que es una aleación con polvo de estrellas dudo que pudiesen calcular el verdadero valor de esa protección áurica.
El camino hacia el templo de Athena era largo y muchas veces tedioso, pues debíamos subir una cantidad inhumana de escalones tan solo entre una casa y otra. Y las vistas no eran muy diversas, siendo sincera. Una montaña aburrida, con unos ciertos rastros de sangre en ciertos puntos —espero no hayan sido producto de cabezazos que gente se dio al caer en la desesperación más absoluta tras haber recorrido un largo trayecto y apenas vislumbrar el emblema del templo de Géminis— y del otro lado un abismo sin fondo visible.
—Como sabréis desde hace un buen tiempo, nuestra diosa, la grandiosa Athena quien antepuso su corazón bondadoso hacia la humanidad a su orgullo como diosa. Ella fue quien fundó este Santuario hace más de dos milenios junto con hombres a los que ella dio la confianza y el poder para ser sus guardianes —comentó el Patriarca mientras descansábamos sentados en la habitación secreta que había en la casa de Géminis.
—Eso ya nos lo ha contado muchas veces Patriarca. ¿Qué tiene que ver eso con que nos haya traído? —preguntó Aiza, el mayor entre nosotros cinco.
—Athena, al ser una diosa, no puede estar siempre en el mundo humano y es por ello que cada cierto tiempo desciende en forma de una niña recién nacida.
—La trae la cigüeña, ¿no es así? —comenté inocente.
—Ehm… En este caso no… —en su rostro se veía que ocultaba algo por cómo desorbitaba la mirada—. Athena con su poder divino, desciende suavemente de entre las nubes y con una aureola arcoíris y aparece frente a la imponente estatua de piedra esculpida grandiosamente por los artesanos más grandes que este Santuario pudo albergar nunca.
—¿Usted ya ha visto eso con sus ojos Patriarca? —intervino tímidamente Tiana, quien tendría más o menos mi edad.
—No seas así, pequeña. Athena desciende una vez cada doscientos años aproximadamente. Eso quiere decir que, si yo la hubiese visto antes, yo tendría unos doscientos treinta y algo años —respondió con una sonrisa—. No me veo de esa edad, ¿no?
—Por cómo lo describe usted, parecería que ya lo hubiese visto antes —dijo entre risas Nadeko.
—Entonces, ¿cuándo se cumpliría el lapso, padre? —preguntó Shiou.
—Esta noche —respondió rápidamente el Patriarca.
—¡¿Esta noche?! ¡¿En serio?! —gritamos todos al unísono. La sorpresa nadie se la esperaba, pues nuestro padre Haloid siempre se iba por las ramas cuando hablaba así, ¿quién hubiera pensado esto?
—Sí. Las estrellas me lo dijeron hace poco y pensé que sería una gran idea traerlos para que lo presencien con vuestros propios ojos. Después de todo, ustedes cinco formarán parte de su élite.
Me había quedado sin palabras. Era demasiada información para procesar en tan poco tiempo. Athena descendiendo hoy. Yo siendo parte de la élite. Explorar el Santuario entero. Era simplemente maravilloso, esperaba que no fuese un sueño que me hubiese envuelto tan profundamente.
Continuamos con nuestra caminata sin dar mucha más conversación. Unos cuantos comentarios que a todos nos parecían graciosos por parte de Nadeko amenizaban la larga travesía hasta la cima de la montaña. Habíamos partido poco después del amanecer, y ya eran las seis de la tarde y apenas íbamos por el templo de Capricornio. El Patriarca podría haber llegado hace mucho tiempo, pero había decidido mantenerse a nuestro lado todo el camino.
—Patriarca. ¿Usted sabe de la existencia de esos maravillosos inventos llamados ascensores? Nos hace falta uno aquí.
—Nadeko, tú más que nadie deberías recordar la influencia de las ondas electromagnéticas en esta montaña y su influencia directa en los artefactos metálicos que necesitan de electricidad para su funcionamiento.
—Ah, claro, claro… ¿Cómo pudo habérseme olvidado? —Por su tono sabíamos que no había entendido ni la mitad de lo que el Patriarca dijo, pero aun así fingía.
Llegadas ya las nueve de la noche, llegamos a la entrada del templo de Athena. Imponente como siempre lo habíamos visto desde hacía varios años —aunque ese “siempre” es en realidad dos o tres veces—. Nos adentramos en la construcción que era sujetada por grandes pilares cilíndricos cuyos laterales poseían un relieve particular, casi similar al de esas cartulinas que le gustaba usar a Tiana para sus manualidades y que me encargaba comprarle porque no le gustaba hablar con desconocidos. Aunque si no hablaba con ellos, seguían siendo desconocidos, así que… ¿quién podría entenderla?
El salón del Patriarca, donde nos había dicho muchas veces que se celebraban ahí las reuniones doradas, estaba arreglado con una larga alfombra roja carmesí que se extendía desde la entrada hasta el trono ubicado simétricamente en el centro de la habitación apenas a un metro de la pared posterior. El trono medía casi metro y medio —tan solo unos decímetros más bajo que el Patriarca mismo—, cuya mayor altura correspondía al respaldar. Estaba completamente hecho de piedra, pulido cada uno de los bordes de este. Poseía unos cuantos encajes de piedras preciosas de bellos colores.
—Esto es… alucinante… —murmuré.
—Whoa… —mencionó Shiou con cara de atontado.
—Asombroso, ¿no les parece?
Salimos por una de las puertas traseras del templo, que se ocultaba tras una serie de pasillos que conducían a numerosas habitaciones de distintas funciones. El tono purpura del que se había tornado el cielo en este día era muy particular. Frente a la estatua de nuestra diosa, cada uno de nosotros se postró y mostró su devoción a ella con una reverencia uno por uno.
Nos sentamos en el suelo esperando a que ocurriese lo que tuviese que pasar. El Patriarca no nos había mencionada una hora exacta, solo había dicho aproximadamente a las doce, cuando acababa el día. Tal parece que el entender el lenguaje de las estrellas que podían verse desde Star Hill no significaba que te den una hora exacta.
—Durante estos meses que sigan, sus entrenamientos van a ser más enfocados al autodidactismo. Así que descubrid por vosotros mismo lo que podéis hacer. Vuestro potencial interno —dijo de repente Haloid.
—Patriarca, ¿no es que acaso usted va a darse un tiempo libre de nosotros para cuidar de una infanta? Díganoslo de frente, por favor.
—Bueno. Aiza tiene razón. Voy a dejar de ser su maestro por el momento, dado que alguien debe ser responsable de cuidar al dulce bebé que desde ahora será responsabilidad mía —añadió.
—Es razonable. A pesar de ser la reencarnación de una… no, de nuestra diosa, ella sigue siendo una infanta. Indefensa de los innumerables peligros que habitan este mundo —comentó en ese entonces Nadeko.
—En algún punto ustedes también hubiesen tenido que entrenar solos. Creo que será una buena oportunidad para que descubran sus técnicas propias. Aquellas por las que vuestra constelación guardiana velará de ahora en adelante. Aiza, ya que conoces tu constelación guardiana mantente vigilante ante cualquier cambio en el cielo o en la tierra. Proteger a Athena es, desde ahora hasta nuestros últimos atisbos de vida, nuestra misión primordial.
—Como ordene Patriarca.
Aiza se separó de apartó y se sentó frente aún más cerca de la estatua de piedra que representaba una imagen de nuestra deidad. Quién sabe si en alguna reencarnación fuera semejante a como la habían modelado.
El Patriarca aclaró su voz tosiendo unos cuantos segundos antes de hablar.
—Nadeko, tú serás la guardiana de Aries, el carnero. Tienes la misión de proteger e impedir que cualquier persona traspase el primer templo que conforma al Santuario. Confío en que harás un espléndido trabajo. Continúa entrenando para ser digna de la armadura que te corresponde.
—No le defraudaré, Patriarca. Se lo juro —respondió Nadeko con una convicción envidiable.
—Shiou, tu constelación guardiana corresponde a Cáncer, el cangrejo. Tu misión es proteger al Santuario y serle leal a Athena ante cualquier motivo. Sé un digno sucesor de quienes portamos orgullosos esa armadura tiempo atrás. Sé uno de los pilares que sostengan la paz en nuestro planeta.
—Como usted diga, maestro —Shiou se sentía contento, pero en ningún momento exteriorizó ese sentimiento más que soltando unas cuantas lágrimas de alegría.
—Tiana, el Templo de la Virgen, Virgo, te corresponde a ti. Confío en que con el pasar de los años podrás reconocer todo el potencial que veo que posees. Serás la encargada de guiar a Athena y ser una de las personas más cercanas a ella. No lo veas como una misión, sino más bien como una invitación a que le abras tu ser a la pequeña. Sé que lograrás mucho si es que te lo propones.
—Gra-gracias pa-padre. —Quizá tartamudease por no haber esperado algo así, pero se le notaba muy emocionada.
—Por último, tú, Kyouka. Serás la inamovible protectora del octavo templo, Escorpio. Aún te falta mucho camino que recorrer, pequeña, pero confío en que pronto este puesto lo ocuparás merecidamente. En algunos años más te daré tu misión, pero ahora disfruta de tus entrenamientos y trata de ganar toda la experiencia posible.
Por más que quise responder, mi voz no llegaba a exteriorizarse. Quizá estaba muy tensa y había caído en shock. Pero dentro de mí solo cabía una respuesta…
—¿Estás bien Kyou…? —Padre había colocado su mano encima de mi cabeza, acariciándomela para no sentir miedo.
—¡Sí! ¡Prometo defender a nuestra diosa a toda costa! Sentía que detrás de mí habían quienes sonreían dando aprobación a mis palabras.
—Bien. Me alegr…
—Patriarca, debería venir. Ustedes también chicos. Bueno… chicas y Shiou.
Un enorme pilar de luz blanca y brillante se extendía desde los cimientos de la Estatua de Athena hasta sobrepasar la altura de las nubes y perderse entre ellas. Tras unos segundos esta desapareció y a los pies de Athena estaba una niña recién nacida, envuelta en una manta blanca. Nos acercamos hasta tenerla casi al alcance de nuestras manos.
—Es… preciosa — alcancé a murmurar.
Con una pequeña y tierna sonrisa en su diminuto rostro ella irradiaba un haz de luz dorado y un cosmos cálido que nunca antes pude sentir. Era una ternura ver como un ser tan frágil podía tocar nuestros corazones apenas verla. Cuando Tiana le acarició tímidamente su mejillita, ella sonrió.
—Padre. Una duda, ¿cómo se llamará? —preguntó enrojecida Tiana.
—Es verdad. No lo he pensado aún. Pensé que la primera palabra que dijera sería suficiente indicativo para darle un nombre adecuado.
—No creo que “Aguahagg” sea un nombre adecuado para una diosa de la Sabiduría —comentó sarcástica la recién nombrada guardiana de Aries.
—Buen punto. Alguno tiene una idea.
—Esto… Un buen nombre podría ser… Ariadne —comentó Tiana— Como la del mito del minotauro.
Aquella que con su luz nos guie a pesar de habernos perdido en la más oscura oscuridad.
Todos reímos y por ello se avergonzó, trató de excusarse y de retirar lo que había dicho, pues le parecía que todos pensaban que era una tontería. Aunque simple y llanamente nos reímos por esa “oscura oscuridad”.
—Descuida, creo que es una gran idea. ¿Quién más lo cree así? —preguntó el Patriarca.
—De hecho, es una maravillosa analogía Tiana. No debes ruborizarte por ello. Ni a mí se me hubiese ocurrido un nombre tan perfecto —dijo el guardián de Libra.
—Por mí está bien —añadió Shiou. Los demás nos limitamos a asentir.
Entonces el Patriarca se llevó a la pequeña niña adentro del Templo de Athena. Nosotros le seguimos a través del laberíntico espacio que existía tras el salón del trono. Entró en una espaciosa habitación con una gran cantidad de sábanas de seda y de las más finas telas que podrías encontrar en la faz de la Tierra adornando la cuna en la que pasaría sus primeros años la joven Ariadne.
—Espero me disculpen —dijo el Patriarca casi en silencio mientras arropaba en su cuna a la bebé—. Sobre todo tú, Shiou.
—Descuide. Ahora nos vamos.
—Descansen aquí esta noche, vais a resfriaros si vuelven a estas horas a Rodorio. Coman algo y échense a dormir. Hay un par de habitaciones para invitados al final del corredor.
—Nos levantaremos a primera hora y volveremos a casa. Gracias por su hospitalidad, padre.
* * *
—Vayámonos de este lugar mientras podamos. Ahora no hay opción a fallar. No podemos dejar que el sacrificio de ambos sea en vano —ordenó la Señorita.
—¿Qué su sacrificio sea en vano? Si ellos siete fueron traidores a nuestra causa. Athena, no puede decirlo en serio —exclamó el Santo de Mosca, un joven no tan destacado que ostentaba una armadura del más bajo rango.
—Aun cuando no hayan querido seguir con nuestra empresa, sus vidas son y serán mi responsabilidad mientras estemos en este lugar. Es mi culpa el haberlos involucrado en esto —se lamentó Ariadne.
No podía hacer nada más que sentir lástima por nuestra Señorita, pues, a pesar de todo, seguía culpándose una y otra vez por lo acontecido. Fuimos nosotros quienes aceptamos seguir este juego junto a ella. Tenemos la misma carga que ella, pero no quiere que lo sintamos así. Sé que es parte de ella el velar por nosotros, mas no deseo que ella se clave todas las estocadas sola. Me mantuve cerca de ella.
—Señorita, estoy aquí para servirle. Así que, si se siente sin las fuerzas necesarias para seguir adelante, debe decírmelo —dije.
—Está bien, Kyouka. Ya me siento algo mejor. —A pesar de ello, sus lágrimas derramadas acompañadas de una sonrisa hipócrita hacia sus sentimientos me hacían preocupar.
Editado por Sagen of Atenas, 19 agosto 2018 - 17:01 .