Saludos
¡Buen review, sigue así!
Felipe.
Kael´Thas.
Seph Girl.
Patriarca 8.
***
Capítulo 2. Plan de defensa
La aparición de Azrael, que bajaba sin prisa por el puente hasta el puerto, no dejó indiferente a nadie. Hasta Docrates e Icario tuvieron que detener la marcha, pues los caballeros negros parecían recelar de aquel joven de descuidados cabellos rubios. Por el contrario, Faetón mostró una súbita alegría.
—Cuéntales, escudero —exclamó cuando aquel estaba todavía a medio camino—. ¡Cuéntales lo ocurrido en la isla!
—¿No puedes hacerlo tú? —dijo Shaina, como olvidando que llevaba rato ignorándolo.
Faetón abrió y cerró la boca varias veces, buscando sin éxito las palabras que había estado preparando durante el viaje. Por suerte, Azrael llegó antes de que Shaina perdiera la paciencia, solicitando permiso para dar su informe.
—Adelante. A ver si al menos tú sabes hablar.
—La misión original fue un fracaso —sentenció Azrael.
—Exacto —dijo Faetón—. Espera, ¿¡qué!?
A pesar de la máscara, si no es que gracias a ella, Shaina dedicó a Faetón una mirada que le heló el alma. Dando tres pasos hacia atrás y cerrando la boca hasta formar una línea, el soldado se apartó de la conversación.
—Llegamos a Reina Muerte a la hora estimada, no hubo incidentes reseñables, solo una pequeña discusión sobre dónde debíamos soltar anclas y subirnos a los botes. Gracias a que se tomó la decisión correcta, el enemigo no pudo hundir el barco.
—¿El enemigo? —cuestionó Shaina.
—Los caballeros negros le seguían debido a una máscara tribal que le cubría el rostro, que consideré prudente traer aquí. Me temo que no puedo decir mucho más de él, salvo que parecía la encarnación de una fuerza de la naturaleza. De un puntapié abría grietas en la tierra y con un revés de mano rasgaba el cielo, generando tal fricción en el aire que fundía la roca. Con dos golpes conjuraba una lluvia de roca fundida capaz de acabar con un batallón entero —explicó Azrael, sumido en un repentino entusiasmo del que no parecía darse cuenta—. Pude verlo en dos ocasiones.
Shaina asintió, dándole vueltas a la posible identidad del enemigo mientras Azrael continuaba con el informe. Al parecer, Faetón había sido en una sola noche un hombre prudente y valiente, pues tanto había aceptado que el barco estuviera lo más lejos posible de la isla, como se había metido en uno de los tres botes que ordenó enviar. La fortuna quiso que él y Azrael, el único civil que salió del barco, sobrevivieran a una lluvia de magma, roca y fuego que en principio confundieron con una erupción.
Veinte de los mejores hombres en la guardia del Santuario murieron en ese instante, calcinados. A Shaina le sorprendió saber que en esas circunstancias Faetón decidiera nadar hacia la isla en lugar de regresar al barco. ¿No había querido sentirse menos que Azrael, a quien en el Santuario conocían por el sobrenombre de chico de la Fundación? Fuera como fuese, los hechos eran que aquellos dos llegaron a la isla, donde fueron recibidos por los trece caballeros negros que terminarían por reclutar y un hombre vendado desde los pies a la cabeza, semejante a un demonio por la máscara que traía y los gruñidos que profería. Por supuesto, no se les dio tiempo de dar explicaciones, sino que de un momento para otro se vieron en un combate contra el autoproclamado guardián de Reina Muerte. Azrael, desarmado; Faetón, con una lanza muy especial.
—En la batalla lo vi por segunda vez —explicó Azrael—. Lanzó sobre nosotros el mismo ataque que acabó con nuestros compañeros, solo que en menor escala. Si he de ser franco, creo que a él le debemos la mitad de la victoria. Era más fuerte, rápido y resistente que ambos, un hombre desarmado y otro con una lanza que solo podía rasguñarle las vendas así le diera con todas sus fuerzas.
—Si pudo hacer eso que dices, como poco debe haber sido un aspirante a santo —comentó Shaina, mirando luego a Faetón. El soldado había empezado a enrojecer por las palabras de Azrael, ya que según estas la proeza que había realizado y de la que se sentía tan orgulloso pasaba a ser una cuestión de suerte. Y algo más—. Qué afortunado que de entre tres botes y todo un batallón de guardias, la lanza que llevaba en la punta el veneno de Lerna estaba en tus manos, ¿no?
—Así que por eso la tenía envuelta —comentó Geist, que había estado atenta a la escena—. Una lanza envenenada. Ya me parecía demasiado heroico para Faetón.
—No lo sabe usted bien —dijo el lancero.
—¿De qué te vas a quejar esta vez?
—Faetón ha sido mi superior desde que me uní a la guardia. Le gusta dar órdenes, tiene una vista de águila y corre como nadie cuando hay una pelea, en busca de alguien de mayor rango que la pueda resolver. No me lo imagino siguiendo adelante después de perder a la mayoría de sus hombres y sobrevivir de milagro.
—Se unió al grupo de ataque, cuando por cuestión de rango nadie hubiese podido cuestionarle que quisiera permanecer en el barco.
—Le gusta parecer valiente, mientras puede —insistió el lancero, como involuntario vocero de las dudas que incluso Shaina tenía—. ¿Ha oído hablar de Reina Muerte? La sola idea de ir allí nadando haría que se meara encima. ¡Hasta a mí me pasaría!
—Suficiente información —cortó Geist—. Y baja la voz.
Para cerciorarse de que nadie estuviera mirando a aquel imprudente con ojos homicidas, miró a uno y otro lado. Azrael exponía la forma en que convencieron a los caballeros negros de que los acompañaran, dejando la identidad del guardián de Reina Muerte, muerto por envenenamiento, como una incógnita a la que Shaina no dio mayor importancia. Docrates e Icario habían perdido el interés en el informe y siguieron la marcha, liderando una fila de sombras que murmuraba sin cesar:
—A ese le falta un tornillo.
—Te estás quedando corto. Está más loco que una cabra.
—Espero que nos destinen a diez kilómetros de su puesto.
Solo el caballero negro de Cisne mantenía la calma. Siendo el que cerraba la fila, dirigió una última mirada a Azrael, que ya terminaba el informe, y sonrió.
—Aquí hay gato encerrado —comentó el lancero, inconsciente de los peligros que Geist trataba de evitarle—. Se lo digo yo.
—Descansa, soldado —dijo Shaina, cediendo por esta vez a las maneras de aquel chico. Había hecho un buen trabajo—. Con un enemigo así, es un milagro que hayáis salido ilesos. Y tú —añadió, mirando a Faetón—, ¿qué estás esperando? ¿Una medalla?
—Por supuesto que no, señora Shaina. Solo quería que estuviera informada. Y me consta que hay gente en el Santuario que por envidia me tacha de mentiroso.
—Voy a hacer como que no te he oído decir que un chiquillo imberbe es más digno de confianza que tú. Vuelve a tu puesto antes de que digas más sandeces.
—¿A mi puesto, señora Shaina?
—¿Crees que Rodorio se cuidará solo? Hemos destinado a la mitad de la guardia allí. Organiza las patrullas. Ninguna calle debe quedar sin vigilancia. ¿Está claro?
—Cristalino.
Con esa rápida respuesta, Faetón dio media vuelta, todavía aferrado a la lanza tapada como si le fuera la vida en ello, y salió a toda prisa. Cuando pasó de largo a Geist, sin dar muestras de haber escuchado cómo lo ponían por los suelos hacía un momento, Shaina llamó a la amazona con el fin de ultimar unos detalles.
El lancero, de naturaleza curiosa, aguzó el oído en un vano intento de escuchar lo que hablaban. Todo lo ocurrido en el puerto hasta el momento había sido inesperado y quería anticiparse a la próxima sorpresa. Estuvo así un rato, tan distraído en esa tarea que no se percató de que Azrael se le había acercado y, al igual que él, observaba a aquellas mujeres en un silencio que solo rompió al estornudar.
—Ay. ¡Eso de acercarse a la gente sin avisar es de mala educación!
—¿No es aquí donde los soldados rasos deben esperar a recibir órdenes?
—No, sí, ¡no sé! Yo ni siquiera debería estar aquí. Y tú no eres un soldado, eres un escudero, ¿no? Seguro que el santo al que sirves te estará esperando con muy mal humor después de pasar tantos días fuera.
—No comprendo por qué usáis términos como caballeros y escuderos en esta época. La señorita, que debo decir que tiene siempre muy buen humor, me considera su asistente y así preferiría ser llamado, si no es mucha molestia.
—¿No eres muy joven para ser tan formal? ¡Debes tener mi edad, por los dioses! No, mejor no digas nada, tienes cara de querer contarle tu vida al primero que pasa.
Más enojado porque no podía escuchar nada de la conversación de Shaina y Geist que porque de verdad le molestase Azrael, el lancero se apartó de él. Al menos, quiso hacerlo, porque en cuanto levantó el pie este se empezó a reír.
—¿Qué tiene tanta gracia?
—Discúlpeme. Por la batalla a la que por fortuna sobreviví me he estado considerando un soldado más, aunque hasta esta semana no me habían herido nunca. ¿Quiere…?
—No, no quiero que me enseñes tus heridas de guerra, gracias —cortó enseguida el lancero, aunque al final la curiosidad le pudo más—. ¿De verdad te hirieron? Apuesto a que Faetón te usó como escudo humano y aprovechó ese momento para atacar.
—Nada más lejos de la realidad —dijo Azrael, de nuevo riendo—. Fui yo el que acometí en mal momento. ¡Recibí tal paliza que pasé todo el viaje en cama!
Frente a la nueva revelación, el lancero arqueó una ceja, pensativo. En el informe, Azrael había dicho que el guardián de Reina Muerte los atacó a ambos con una técnica basada en roca fundida, eso se podía explicar con que después de ese ataque Azrael se hubiese adelantado y atacado a lo loco, guardando solo bastantes fuerzas para decirles a un grupo de malhechores que ya no tenían que seguir en la isla de la que eran prisioneros. El problema era más bien con el viaje en sí. ¿Faetón había podido por sí solo evitar que cualquiera de los trece caballeros negros a bordo iniciara un motín?
—Claro, la máscara —dijo en voz alta al caer en cuenta en ese detalle—. Los mantuvisteis a raya gracias a la máscara del guardián de la isla, ¿verdad?
—Le pedí al señor Faetón que la vigilase porque no sabíamos cómo usarla. Es lo único que hice en el barco, aparte de dormir y dejarles una nota en la cocina.
—¿Una nota?
—Sí, creo que aún no la he tirado. Sí, sigue aquí.
Azrael sacó un papel arrugado de uno de sus bolsillos y se lo entregó a aquel soldado que estaba a punto de reír a carcajadas.
—Señor Faetón. Es la primera vez que lo oigo en mis años de…
En cuanto el lancero tuvo la nota en las manos y la leyó, ya no pudo decir más.
Ajenas a la conversación de aquel par, Shaina y Geist terminaron la conversación y se separaron. Más que de la estrategia a seguir, buena parte de la charla había sido una reprimenda para la más destacada amazona del Santuario, por traer a un soldado raso a un evento de tal envergadura. Por suerte para Geist, no estaban en la clase de situación en la que pudieran ponerlos bajo arresto a ambos, y si lo hacían bien en la próxima batalla, los méritos harían que ese desliz fuera agua pasada.
—Ya volví, ¿se ha quejado mucho?
—Sin incidentes, señora —saludó Azrael, en posición de firmes.
—¿Qué edad crees que tengo? No importa —decidió Geist, meneando la cabeza—. Ya que es tarde y venís de un largo viaje, vuestra tripulación podrá seguir descansando aquí hasta mañana. ¿Quieres acompañarlos?
—Tengo que informar a la señorita.
—Ya veo. Conociéndola, debe de estar muy preocupada. Mientras nuestros caminos coincidan, no tengo problema en escoltarte.
—Se lo agradezco.
—¿Y tú, chico? ¿Ya has entendido por qué los vigilantes son las últimas personas que tendrían que estar tomándose una siesta?
El lancero, todavía paralizado, dejó caer la nota al suelo, de modo que Geist pudo leerla un momento antes de que el viento se la llevara. «Hay explosivos en el barco. Si morimos estallarán. Vuestro jefe destruyó los botes. Buen viaje.»
—¡Cuide de mí, señora Geist! —terminó soltando, poniéndose de inmediato tras la sorprendida amazona.
—¿¡Qué edad crees que tengo!?
***
Los caballeros negros, ya lejos del puerto y bajo la atenta mirada de Docrates e Icario, empezaban a despojarse de las armaduras negras, que acabarían en una carretilla tirada por dos jóvenes gemelos, cuando Kiki acabó su tarea. Ya todos los durmientes estaban a salvo y bien cuidados, por lo que él pudo volver a la casita que tenía en las afueras de Rodorio para cuando visitaba el Santuario. Allí, en el recibidor, le esperaban las herramientas celestes que había heredado de su maestro Mu, el único herrero en el mundo capaz de reparar un manto sagrado, dispuestas sobre una mesa sobre la que todavía brillaba la luz de la última vela que encendió, unas horas atrás.
Ya que el material para trabajar tardaría en venir, Kiki aprovechó para vigilar con suma atención los últimos eventos en el puerto, apoyándose en los sentidos extraordinarios de los que gozaba como parte del pueblo de Mu. El soldado cejudo y el atolondrado escudero de su hija lo habían hecho bien, incluso si él se había encargado de teletransportarlos a Japón y desde allí habían contado con el barco más rápido de la Fundación, habían hecho un buen trabajo. Se rio a gusto viendo a Faetón correr por Rodorio como alma que lleva el diablo y al lancero escandalizarse por leer una nota, pero el semblante se le ensombreció al fijarse en la tripulación del barco, marineros de gran valor atrincherados en los camarotes más apartados.
—Es él —decidió Kiki, recordando la sensación que tuvo en el hospital, vacío de vida a excepción de un médico y cinco pacientes muy especiales. En el poco tiempo que estuvo ahí, tuvo unas ganas tremendas de marcharse cuanto antes, un terror súbito y sin sentido que enmascaró con que tenía una tarea que cumplir y debía hacerlo deprisa. Todo había ido bien después, mientras viajaba de un rincón del mundo a otro para poner a Seiya y a los demás a salvo, hasta ahora. De nuevo se sentía como un cervatillo observado por un cazador, solo que él no podía huir, tenía que impedir que la guardia del Santuario huyera en desbandada—. Porque la amenaza de este cazador cubre todo este lugar, tal vez si miro al cielo podría verlo, el ojo de un dios vengativo.
Sacudió la cabeza para rechazar aquellos pensamientos. Ese era el peor de los casos, para el que no había esperanza. Aun él, que no había completado su entrenamiento, se consideraba a sí mismo un santo de Atenea de corazón. Como tal, tenía que traer esperanza a la gente. Eso era lo que Shaina hacía a la vez que buscaba la máscara de Rangda en el barco. No daba grandes discursos, no daba palmadas en la espalda, solo avanzaba en la oscuridad enfundada en aquel manto plateado, diciéndoles sin palabras: «Estamos aquí. Los santos de Atenea estamos aquí, con vosotros.»
La última persona a la que Shaina vio fue un muchacho de la edad de Azrael. Vestía un uniforme azul de segurita, gorra incluida, que le quedaba grande, aparte de estar tan arrugado que bien podría habérselo puesto ahora mismo.
—Vaya, no esperaba que los empleados de la Fundación fueran tan pícaros —susurró Kiki, medio riéndose de aquel chiste a la vez que trataba de percibir a la amante, o el amante, del chico—. No hay nadie ahí. Qué raro.
Era un camarote como otro cualquiera, tal vez el que Azrael había usado considerando las vendas que había sobre la cama. El muchacho no tuvo problemas en mostrarle a Shaina la caja en la que estaba guardada la máscara, a lo que esta asintió.
Si bien todo santo de Atenea contaba con un sexto sentido, muy pocos entre ellos podrían argumentar una maestría a la par de la de Kiki. Había, no obstante, un defecto en las habilidades de este, y es que observar los sucesos que transcurren lejos a menudo impide percatarse de lo que ocurre delante de tus narices.
Así, los gemelos habían llegado hacía rato con la dos carretillas llenas de brazales, rodilleras, corazas y otras piezas que los caballeros negros llevaron consigo. En lugar de avisar al pelirrojo, como dictaba el escaso año que llevaban como discípulos de él, decidieron guiarse por la década que habían vivido como chiquillos y susurraron toda suerte de bromas. Y como chiquillos, por supuesto, fueron atrapados al no saber cuándo parar ese incesante parloteo tan parecido al graznido de unos cuervos ociosos.
—Así que queréis despertar el tercer ojo para espiar mujeres —acusó Kiki, apareciendo tras el par de chicos, ahora asustados.
—Solo mujeres bonitas —dijo el más osado de los hermanos.
—¿No es lo que estás haciendo tú? —dijo el otro entre tartamudeos.
Kiki suspiró, creyéndose un maestro terrible solo el escaso segundo que tardó en recordar que tenía una hija muy diligente. Dando la espalda a los chicos, que empezaron a preguntar si no los necesitaba para algo más y podían unirse al batallón del abuelo al que reclutaron la tarde de ese mismo día, señaló a los carros.
—El Santuario no necesita más armaduras —dijo con tono imperioso. Primero una a una y luego todas a la vez, las piezas de metal negro se elevaron de los carros, cubiertas por un aura resplandeciente como el sol. Los gemelos, siempre tan parlanchines, enmudecieron de puro asombro—. Lo que necesita la guardia son armas.
Como obedeciendo esa sentencia, todas las piezas estallaron en mil pedazos.
***
Tal y como había prometido, Geist escoltó a Azrael hasta el Santuario, así como al lancero, que debía volver a su puesto.
Aquel grupo tan singular se detuvo solo una vez en Rodorio, o más bien en las afueras, donde si se prestaba suficiente atención podía oírse el sonido de un martillo y otras herramientas propias de la herrería. Azrael pidió a Geist un momento y fue hasta allá, saliendo en apenas un minuto con un largo maletín plateado y ningún comentario sobre lo que ocurría dentro de la casa. Por prudencia, los demás no le preguntaron.
Más adelante estaba lo que para el común de los mortales eran unas montañas sin importancia. Aun la gente de Rodorio, que conocía la existencia del Santuario, unida a quienes lo habitaban por una relación comercial milenaria, no vería allí más que un bosquecillo que daba a ninguna parte. Al menos, así era por lo general, en ese momento una gran cantidad de hombres se había posicionado por la zona. La mayoría eran soldados protegidos por armaduras de cuero, cascos de hierro y armas de buen acero, miembros de la guardia que siempre iban en grupo. Cada tanto podía verse a algún soldado solitario que podría ser tomado por un campesino, de no ser por la manera tan sigilosa de moverse y el rifle que cada uno cargaba.
—Es un rifle tranquilizante —explicó Azrael la primera vez que vieron uno, adelantándose a la queja del lancero—. Podrían dormir a un elefante con eso.
En las profundidades del bosquecillo estaban Docrates e Icario dando órdenes a un grupo de aspirantes entre los que ya no se podía distinguir a los caballeros negros que llegaron al puerto. También había algunos guardias, no más de cincuenta, que se distinguían del resto por las lanzas que traían, de una punta tan negra como el ébano. Dos de esos guardias estaban custodiando el pasaje que daba al Santuario, oculto para todos los no iniciados en las artes combativas de los santos.
—Aunque he pasado muchas veces por aquí junto a la señorita, sigo sin verlo —observó Azrael mientras Geist pedía a los guardias que le cedieran el paso.
—Solo los que hemos sentido el cosmos arder en nuestro interior podemos —presumió el lancero, cuyo fracaso en la prueba final no impedía que viera con claridad el pasaje en la falda de la montaña—. Menudo escudero estás hecho, como sea que te llames.
—Podemos pasar —dijo Geist, para luego añadir por lo bajo—: Pues claro que podemos. Tanta seguridad me pone de los nervios.
Una vez se adentraron en las montañas, el mundo cambió. Ya no oyeron el vozarrón de Docrates dando órdenes ni a Icario corrigiéndole algún disparate ni a los aspirantes preparándose para la batalla. Tampoco vieron el interior de una cueva, como cabría esperar, sino que las estrellas brillaban en lo alto, iluminando el cielo nocturno sobre una montaña que no tenía nada que envidiar en altura al mismo monte Olimpo.
—¿A que es increíble? —dijo el lancero, viendo la muda fascinación con la que Azrael miraba aquellas tierras—. Nuestro Santuario.
***
¡Hasta el próximo lunes!
Edited by Rexomega, 02 December 2019 - 18:18 pm.