este capitulo fue muy intrigante y me genero 2 dudas:
-Camus en verdad maneja el Cero Absoluto ?. :wacko:
bueno en la saga de hades puede ser pero en la saga de las 12 casas el mismo afirma que no
-cuando dice No sé qué piensa el Escorpión
sera que como afirma cierto respetable compañero del foro que no piensa como yo ,Camus nunca fue amigo de milo
esperando el prox capitulo
-Sobre lo primero, sí, incluso lo mencioné en la pelea en Libra, pero imagino que pasó algo desapercibido. Siempre se infravalora a Camus por eso, porque es el único dorado que no maneja la totalidad de su estilo de combate.
Pero que quede claro, en este universo, el tener el Cero Absoluto no es tan determinante de una batalla entre dorados como es supuestamente en el kuruverso. Lo más importante es que Camus SOLO puede llegar al Cero Absoluto cuando eleva su Cosmos al máximo, y ÚNICAMENTE a través de la Ejecución Aurora, no es simple, la mayor parte del tiempo está en el nivel clásico (al borde del o Kelvin).
Para ganar en una pelea entre Santos de hielo, primero hay que igualar el nivel de congelación, y luego superar el nivel de Cosmos.
-Sobre lo segundo, en este fic Camus y Milo tienen en realidad un cierto respeto entre sí, ya que les tocó pelear juntos durante la Titanomaquia, por así decirlo, hacer equipo. Se comprenden mejor el uno al otro, pero no es la amistad que sueñan las fangirls ni nada, ni menos lo que se ha dado entender en la saga de Hades, el G, o LC, es algo más de respeto que amistad, principalmente porque Camus es casi incapaz de sentir ese tipo de emociones.
Me encanto, sinceramente ese toque del diseno de las casas y sus alrededores siempre me va a gustar, y lacasa del Anfora dimplemete due magnifico, pones a Camus muy sabio, por un momento me rocordo mas a Degel que el propio Camus, pero bueno, normal. La pelea bastante genial, otra cosa que me gusta es que haces mas fuertes a todos los dorados, esperare el "Mito de Poseidon" mira que esa Saga necesita arreglo urgente XDDD Saludos!!!
Gracias por tu review :)
Sobre lo de Poseidón... bueno, este es mi plan:
-La saga de las Sombras fue un remake.
-La Saga de Plata fue un cambio ligero al clásico.
-La Saga de Oro cambia solo algunos detalles, no sentí que iba a cambiar mucho.
-La Saga de Poseidón será un remake. Tal como dices, necesita muchos arreglos, y tengo varios planes sobre ella.
-La Saga de Hades será prácticamente un reboot, cambiaré casi todo xD
Ahora... Shiryu.
SHIRYU VI
19:30 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.
—Has perdido tu armadura —dijo Shura. Pero Shiryu ya lo sabía.
—E-eso es... no significa... —Le dolía hasta hablar. El impacto de la espada legendaria Excálibur había hecho trisas las piezas de Draco, así como sus músculos y huesos. Estaba muy débil.
—Significa que el próximo corte no lo podrás bloquear, y será el definitivo. Aunque no te quite la vida gracias a tus milagrosas esquivadas, perderás alguna parte del cuerpo, quizás una pierna o un brazo. Morirás ya sea por la pérdida de sangre o porque solo quede tu cabeza rodando por ahí.
—Shiryu..., susurró Saori, de pie delante de él, a pesar de que sus ojos físicos no eran capaces de verla.
—¡No voy a morir aquí, no todavía! —Trató de dar un puñetazo que Shura esquivó con toda facilidad.
—Qué tonto, apenas puedes quedarte de pie y vas a... ¿Pero qué es eso? ¡Hay un dragón en tu espalda!
Al fin se había manifestado, y Shura lo había visto. La esencia del LuShanRyu que prueba el fin del entrenamiento, y la adquisición de una armadura de Atenea: el Tatuaje Tao[1] del Dragón.
—¿Lo ves, cierto? —preguntó sin girarse. Percibía el fuego del dragón libre de las ataduras de la armadura de Bronce. Habiéndola perdido, solo podía valerse de su propio poder—. Es el Tao que recibimos los que entrenamos bajo las enseñanzas de Dohko de Libra, aparece en mi espalda cuando mi Cosmos alcanza su límite.
—Ya entiendo, había oído que los practicantes de cierto arte marcial usaban ese método de los tatuajes especiales, ¿pero se supone que debo temerle a eso?
—Mi Cosmos arde con más fuerza que nunca, no deberías confiarte.
Con los brazos en condiciones deplorables, tuvo que usar sus piernas para atacar. Cada patada era bloqueada fácilmente por los brazos durísimos de Shura, que solo se movía de un lado a otro con pasos cortos. Ambos aumentaron la velocidad de combate, Shiryu seguía embistiendo mientras Shura se defendía. Estaban casi a la par, una situación totalmente inesperada para los dos contendientes. Los combates recientes habían dado sus frutos.
Enfócate en entrenar y condicionar el cuerpo. Ese era el primer fundamento del arte marcial de los Taonia.
—Increíble, te mueves rápido. Creo que despertaste el Séptimo Sentido —dijo Shura, pero no había sorpresa en su voz.
—Te oyes tranquilo, no pareces afectado por eso. —Sus piernas estaban perdiendo fuerza poco a poco, aunque su Cosmos aumentaba.
—Es que no tiene importancia —afirmó Shura.
—¿¡Qué cosa!?
—Es muy claro. Tus brazos han quedado casi inutilizados, especialmente el izquierdo, y tus piernas están temblando. —Lanzó una ráfaga de aire que azotó sus rodillas, lo hizo tropezar con el olor de la sangre subiendo a sus fosas nasales. En un abrir y cerrar de ojos perdió sus piernas—. Se acabó también. No te queda nada, tu defensa fue destruida, esa última técnica tuya es fácilmente evitable, y tu principal golpe fue anulado. Más aún, si lo usas de nuevo solo será cosa de golpear tu corazón o tus pulmones, y será el fin. No tienes nada que ofrecer a este combate.
—-¿Quieres que me rinda?
—Con tu Séptimo Sentido te has vuelto muy poderoso, pero no tienes nada para canalizarlo —explicó el Santo de Oro—. Deja que te corte la cabeza, prometo que será rápido e indoloro, mi brazo es el más preciso de la orden de Atenea. Fue el que tuvo el honor de acabar con Aiolos de Sagitario.
—¿Honor? —¿De qué diantres estaba hablando?
—Aiolos me ayudó un par de veces con mi entrenamiento —rememoró la voz de Shura, en el pasado—. Le tenía un gran respeto, era poderoso, amable, honorable, leal y justiciero, me costó creerlo cuando nos traicionó, pero terminé con su vida con el honor que merecía; lo corté con todo mi poder para hacer valer su orgullo. Lo mismo haré contigo.
Sé recto y defiende tu honor. Era la segunda enseñanza fundamental.
—¡Jamás!
Nunca se rendiría, sería una ofensa a su maestro, a sus amigos, y a su propio corazón. Si Shunrei recibía su cadáver en LuShan, debía ser producto de la batalla, no quedar sin cabeza por lástima.
—Como quieras, aquí va el último golpe. Fuiste un buen guerrero, Dragón, te rendiré honores.
«Permíteme ver la técnica de Capricornio, Atenea, por favor... Una vez más, solo una vez más».
Shiryu abrió los ojos y encontró solo sombras... Pero entre esas sombras, se asomó una luz vertical, un resplandor dorado con forma de hoja de espada que se acercó como un relámpago entre nubes umbrías. «Gracias, Saori».
Trató de esquivarlo, la velocidad que le brindaba su Séptimo Sentido se lo permitiría, pero sus piernas no respondieron a tiempo; estaban cortadas y con una abundante hemorragia. Pensó rápidamente como resolverlo.
Cerró las manos sobre la hoja brillante que iba hacia él, se le rompieron los huesos de ambas manos y se le quemaron ambas palmas, igual que las plantas de sus pies mientras la Excálibur lo arrastraba varios metros atrás. En el viento percibió la cercanía de un precipicio, no supo si uno de los naturales o alguno de los fabricados por el filo de la espada.
Se desgarró la garganta con un grito desesperado, y sus piernas respondieron al fin. Se detuvo y separó las manos cuando el efecto de la técnica se apagó, y en ese instante, entre las sombras de su ceguera, vio una cabra de monte brillante como el oro en estampida hacia él. Su cuerno izquierdo era enorme...
Sus brazos no respondieron, así que enfocó su Cosmos en el torso. El cálido filo de la espada sagrada se incrustó en su pecho, sintió los dedos ardientes de Shura penetrando su carne, abriendo sus costillas. Shura había cambiado el corte vertical del brazo derecho con un embate de esgrima con la izquierda.
—Bien hecho —felicitó con voz sincera—. Lograste detener la presión de la hoja Excálibur con las manos desnudas, gracias al despertar del principal Cosmos. La mano de Shura estaba a centímetros de su corazón, firme y punzante, dolía más que nada en el pasado, lo hacía desfallecer—. Pero te deshiciste de la última carta que te quedaba, tus manos aún eran útiles, pero ahora son tan inservibles como tus brazos y piernas. ¡Recuerda lo que te dije! Mi Excálibur puede golpear otro punto o ser bloqueada, pero nunca falla, es el sable que corta todo lo que se le atraviesa, el arma destructora de la materia que solo algunos elegidos pueden retirar de la piedra, y que se hereda entre los más dignos. —El orgullo de Shura le impidió darse cuenta de la lentitud de sus pensamientos en ese momento crítico—. Con mi brazo izquierdo en tu corazón, te quedan pocos segundos de vida —informó erróneamente.
—Aún no acabas conmigo, Capricornio.
—¿Qué dices? Si he atravesado... ¡No puede ser! —fue la exclamación que indicaba que Shura caía en cuenta de la treta.
—Aún hay cartas en la mesa: mi cuerpo es un arma en sí mismo, así me lo inculcó mi maestro. —Dio una patada directamente al codo tensado de Shura, que soltó una maldición de pesar. Le trituró todos los huesos del brazo izquierdo.
Shiryu se tambaleó y volvió a caer de rodillas, escapándose de la mano en su pecho que resbaló afuera. El viento de las montañas lo azotó como un tornado, le indicó que no le quedaban armas, y que solo estiraba el tiempo como una goma; el final era inevitable.
Un brazo menos no era nada comparado con su situación. Shura aún llevaba su Manto de Oro puesto y no cometería el mismo error dos veces. Sin embargo...
—Admirable, de verdad admirable —apremió Capricornio, que se sobaba el brazo metálico—. Tras perder el Cosmos en tus manos, concentraste el resto en tu pecho para que mi mano no tocara tu corazón, luego lo guiaste a tus muslos para la patada, y finalmente en el pie para romperme el brazo. Eres un digno guerrero, me enorgullece luchar contra ti. Es una lástima que estés en contra de Atenea y que te deba matar, pero no dudaré ni un segundo.
—No estoy en su contra —replicó Shiryu por enésima vez. Ya comenzaba a molestarle esa terquedad—. Si p-pudieras sentir s-su Cosmos sabrías que d-digo la verdad, igual que Aiolos.
—Lo vi con mis propios ojos, escapando con las heridas de batalla causadas por tres Santos de Oro, de pie frente a uno de los muros del Templo del Centauro, sin atreverse a negar la verdad. Su traición era evi...
—E-en ese muro escribió su testamento —le detuvo—. Sus últimas palabras.
—¿Qué?
—«A los que jóvenes que han llegado hasta aquí les encomiendo el cuidado de Atenea». E-eso decía el t-t-testamento. ¡Él sí era un verdadero Santo!
—He pasado cientos de veces por ese palacio y jamás vi tal cosa.
—Parece que solo se revela a aquellos dignos de servir a Atenea, de velar día y noche por ella. I-imagino que no eres tan d-digno dices ser.
—¡Miserable! —protestó Shura, presa de la ira y el orgullo herido—. ¿¡Cómo te atreves!? Soy un Santo de Oro, uno de los doce guerreros de élite que protegen a la diosa Atenea, intachable como todos ellos, el único capaz de retirar la Excálibur de la piedra legendaria.
—A-Aiolos también e-era uno de esos d-d-doce, ¿no?
Shura cortó la tierra, furioso, hizo desaparecer el piso bajo las rodillas de Shiryu, que tuvo que brincar sobre uno de los escombros en caída libre para escapar de la muerte. Llevado por sus instintos, se agarró de las rocas hasta escalar a un sitio firme nuevamente, y allí recibió el castigo por su osadía.
Un golpe duro y potente en su rostro, una patada sobre el Tao del Dragón, que lo azotó. Un pisotón en ambos pies terminó con las armas que le quedaban, y la herida abierta en el pecho se derramó y propagó hasta acariciar su rostro. Sabía horrible. Comenzó a perder el conocimiento mientras Saori le pedía que se pusiera de pie, que no muriera en ese lugar.
—Levántate, Shiryu, por favor...
—Lo siento, Saori, no voy a poder ayudarte. No tengo energías.
—El dragón no puede cansarse, siempre debe elevarse a las estrellas. No quiero que nadie muera en esta batalla, no debes...
—Lo siento... —repitió Shiryu, con lágrimas en sus ojos.
Y en un breve instante, recordó las enseñanzas de su venerado maestro. Eso fue lo que debió recordar desde el principio.
***
Desde tiempos inmemoriales el clan de los Taonia, una orden de guerreros que protegía la paz con la fuerza de la naturaleza sin usar la violencia, entrenaban en LuShan, al sureste de China, los talentos del LuShanRyu, simbolizados por las cinco montañas alrededor de la Gran Cascada, una por cada punto cardinal y la quinta al centro. Dohko de Libra era el último maestro de la doctrina.
Al norte estaba el monte de la Permanencia, cuyo talento de las Flores quedó plasmado en su Dragón Volador, la técnica que convertía a su cuerpo en un bólido de fuego para devorar al oponente, y que Shura destruyó con sus brazos de oro.
Al este se hallaba el monte de la Tranquilidad. El talento del Inmortal estaba inscrito en su brazo izquierdo. El Dragón Eterno bloqueaba cualquier ataque como un escudo en diamantes. Lo aprendió a los tres años allí, y fue lo primero que perdió bajo el filo de Excálibur.
Al oeste se encontraba el monte del Esplendor, cuyo talento de la Espada representaba el Dragón Ascendente, la técnica principal del estudiante que se orienta en la ruta del Dragón, y que es tan intenso que hace hervir al revés la sangre, como el flujo de la cascada. La desarrolló al culminar su entrenamiento, y la perdió cuando Shura descubrió su debilidad.
Al sur estaba el monte del Balance, que contenía conocimientos avanzados no otorgados hasta que el maestro considerar que su nivel en las artes del Dragón hubiera alcanzado un honor máximo. Pero había uno más...
—¿Qué pasa con el monte de la Nobleza, maestro? —le preguntó una vez, cuando perfeccionaba su Dragón Ascendente. Genbu los había abandonado justamente por esa montaña, de donde caía el agua de la vía Láctea.
—No es importante —respondió su anciano tutor con un tono de voz que nunca le había escuchado, molesto e indiferente al mismo tiempo.
—¿Cómo no va a ser importante? Usted dijo que son cinco los fundamentos de la lucha en estas artes marciales.
—No es importante si dominas el Dragón Volador, el Dragón Eterno y el Dragón Ascendente —aclaró Dohko, aunque no lo convenció.
—¿Qué me oculta, maestro?
Por unos minutos solo se oyó el rugido de la Gran Cascada. Los cabellos blancos del anciano danzaban al son marcado por la melodía de las aguas chocando contra las rocas al fondo, donde reposaba la armadura. Dohko le había inculcado ser paciente, así que esperó lo necesario para que le contestara la pregunta, a sabiendas de que lo haría.
—En el monte de la Nobleza reside el talento del Cielo, que contiene los conocimientos del Dragón Celestial[2].
—¿Dragón Celestial? ¿Por qué no me ha enseñado eso? —se ofendió Shiryu. ¿Acaso no lo consideraba un alumno digno?
—No necesito enseñarte porque ya conoces esa técnica, Shiryu, pero a la vez, como tu maestro, te la prohibí hace años.
—¿Qué? —No comprendía cómo podía conocer una técnica que nunca le habían enseñado, que recordara, y que a su vez estaba prohibida.
—Solo podrías hacerla una vez —reanudó su maestro—. Mezcla el poder de los otros tres talentos que conoces, te convierte en un bólido de fuego, te cubre de diamantes y te eleva hasta el cielo. ¿Sabes lo que significa «Dragón Celestial»?
—Un dragón que ya descansa en el cielo después de ascender —contestó sin dudar—. Un dragón que ya ha muerto.
—Exactamente —aprobó Dohko—. Usar ese truco significa que has muerto antes de usarlo, ya que tu Cosmos y tu sangre hierven hasta la fatalidad. Solo debería utilizarse cuando no hay otra alternativa y estás dispuesto a sacrificar todo, hasta tu vida, por un bien mayor. El poder desatado te eleva junto con tu contrincante al cielo, y ambos mueren en una explosión al cruzar la atmósfera. Por eso te prohíbo utilizarla, Shiryu.
—¿Es una técnica suicida?
—La más espléndida conocida, fatal para ambos, sí. El dragón se eleva hasta morir sin arrepentirse. Te convierte en un hombre capaz de derrotar a cualquier rival que desees, ni siquiera un Santo de Oro sería inmune, pero el pago es tu propia vida. —Otros muchachos se sentirían desafiados al oír eso e intentarían practicarla, pero su maestro lo conocía muy bien; Shiryu entendió la lección perfectamente. Era una técnica que nunca debería utilizar.
—Comprendo, maestro. Sellaré ese conocimiento en mi corazón.
—Así es, Shiryu. El Dragón Celestial te recuerda el precio de la vida, así como su belleza, por eso debes sellarlo, para valorar más lo que te rodea.
Honra a tu maestro era la tercera enseñanza del Dragón.
***
Shiryu se levantó impulsado por una fuerza invisible. No había pasado ni un segundo sumido en ese extraño sueño, quizás un recuerdo vago, pero Shiryu supo qué hacer cuando Shura dio un paso más en dirección contraria, pensando que había culminado la batalla y que tenía permiso para matar a Seiya, Hyoga y Shun como lo prometió. Era tan obvio, pensó Shiryu. Su misión era evidente, ni siquiera dudó para decidir su destino.
—¡Shiryu! —se sorprendió Shura—. ¿Sigues vivo? Estás cubierto en sangre, ¿cómo es posible que...?
—Si uno de nosotros sigue vivo, la batalla no ha acabado.
—Sí, creo que lo mismo diría Aiolos —dijo Shura, todavía nostálgico—. Eres un guerrero interesante, Dragón, pero lamentablemente no tienes con qué pelear, y noto tu Cosmos apagarse, igual que tus sentidos. Tus piernas no te sostienen bien, y tus brazos están rotos.
—Igual que el tuyo...
—Durante la Titanomaquia también se rompió —repuso Shura, orgulloso—. Originalmente era Caliburn, «Acero», pero cuando el titán Críos la quebró, recibió el nombre de Excálibur, que significa «Liberada del Acero», cuando volví a forjarla a favor de la justicia. No me es difícil reparar mi espada si mis pensamientos son los correctos. No lo fue entonces, no lo será ahora.
...Pero no lo había hecho. No quería repararla. O no podía. Fuera cual fuese el caso, Shura aún tenía el otro brazo en perfecto estado, pero a Shiryu le restaba una sola opción.
—Maestro... perdóneme, por favor.
—No, por favor, Shiryu —sollozó Saori desde su lecho agonizante.
—P-perdóname tú t-también, Saori —se excusó, antes de ponerse en la más deplorable de las guardias.
—¿Con quién diablos hablas?
—Tu último golpe no funcionará, Shura —se dirigió esta vez a su oponente, cuya ubicación conocía perfectamente a pesar de la ceguera.
—Hasta el momento jamás he fallado en mi vida, todos los humanos que he enfrentado han recibido de una forma u otra el filo Excálibur, ¿y dices que en esas condiciones bloquearás esta técnica? No me hagas reír.
Shiryu vomitó sangre. Su cuerpo ya no daba más, solo le quedaba un recurso antes del final: el de aquel que ya ha muerto. El Cosmos de Libra se conectó con él una vez más, como en el Templo del Cangrejo, tras ese fatídico pensamiento.
—¿¡Qué haces, Shiryu!? Te prohibí que...
—Lamento desobedecerlo así, pero honraré sus enseñanzas.
Encendió todo el Cosmos que le quedaba hasta las cenizas, acompañado de un grito tan enérgico que el dragón de su espalda amenazó con abandonar su cuerpo y ascender hasta las estrellas que ya se asomaban débilmente en el cielo nocturno.
—¿¡Qué demonios es esto!? —gritó Shura, tal vez amenazado. Concentró su Cosmos una vez más en su brazo derecho. Excálibur estaba lista.
—Si logro vencerte, significará que yo tenía la razón. Y también Aiolos.
—¿Qué?
«Atenea, bríndame tu apoyo una vez más».
—Shiryu, no...
Pero ya no había vuelta atrás. Shura cruzó los brazos y dos cortes brotaron afilados del calor de las leyendas, y Shiryu contraatacó con vigor.
—¡Arde, fuego de dragón!
—Esta es la Danza de Excálibur, no podrás hacer nada para evitarla, mi último corte será fatal, y luego terminaré con los demás traidores a Atenea. ¡Toma esto y muere, Dragón!
—El Dragón Celestial, aquel que ha muerto de antemano por un bien mayor, el camino del sacrificio. ¡Ruge!
Los ojos no fueron impedimento para que viera los múltiples cortes de luz que lanzó Shura convertidos en un enjambre de oro. Sus pies le respondieron una última vez, y se tornó en un dragón de diamante para esquivarlas sin recibir daños. Cruzó a través de las ráfagas brillantes mientras el aire se chamuscaba y se fundía con la sangre salpicada, pero Shiryu, solo consciente de que todavía tenía sus brazos y piernas, logró llegar hasta su oponente.
Shura arrojó un corte directo al cuello una última ocasión, desconcertado al fallar por primera vez en su vida, pero Shiryu le detuvo el brazo antes de que la hoja brillara con todas sus fuerzas restantes y lo dobló atrás, esquinzándole el hombro y trisando a Capricornus, una sinfonía que tronó.
—¿¡Ah, qué diablos estás...!?
—Si muero te llevaré conmigo, Capricornio.
Lo agarró velozmente bajo las axilas, impidiendo sus movimientos y le dobló las rodillas con las suyas para alzarlo del suelo y limitar la resistencia. Hizo estallar bruscamente su Cosmos dispuesto a llevarlo a la más lejana estrella del firmamento.
La imagen de una joven de ojos azules apareció en su mente. «Perdóname de todo corazón, mi amada Shunrei».
—¡¡Dragón!! —gritó Shura, atormentado con sus fuerzas físicas reducidas, sin posibilidades de generar la Excálibur.
—¡Seiya, Shun, Hyoga, les encomiendo el cuidado de Atenea y la Tierra que amo! —Con el mismo principio en mente del Dragón Ascendente, Shiryu desató todas sus fuerzas y sin brincar, se despegó del suelo que se hizo pedazos en una melodía ensordecedora de temblores y piedras saltarinas.
Sé honesto con los otros y trata a tus amigos con lealtad. Esa era la lección final de la ideología del LuShanRyu. Hacía lo que hacía por sus amigos, era por ellos al fin y al cabo. Sin madre, padre o hermanos, además de Shunrei y Dohko, lo más amado que tenía eran sus amigos; sin ellos nunca habría logrado nada, y les pagaría su amistad quitándoles de encima a Shura, que buscaría cazarlos con una espada rota.
Comenzaron a ascender sin control bajo el estruendo caótico del patio del palacio desmoronándose. Shura no pudo hacer nada para resistirse con sus brazos rotos y su Cosmos superado por el Séptimo Sentido de Shiryu. Y maldecir, pero ya apenas lo oía.
Shiryu no podía ver, pero de alguna forma admiraba claramente las montañas y los mares del mundo, maravillosos, que se hacían más grandes mientras se alejaba de ellos. Quizás era su imaginación...
—¡Suéltame, imbécil! También vas a morir, ¿no te das cuenta?
—No me importa morir si así evito que mates a mis compañeros —replicó convencido—. Así también te enseño una buena lección.
—¿¡Qué dices!? —La voz de Shura indicaba su desesperación creciente, no era inmune a la muerte, también sufría las consecuencias del fuego de jade.
El aire era un agente casi ausente, el frío se asomaba tímidamente dentro del fuego que estallaba de su cuerpo como volcanes de magma esmeralda. Dohko de Libra, desde China, decidió sermonearlo una vez más, conectando su Cosmos aún a esa distancia. Era como su segundo padre. No..., su único padre, contra quien se rebeló en su última acción de vida. Shura también lo percibió.
—Este Cosmos es de...
—¡Maestro! —gimió Shiryu, sin saber cómo reaccionaría.
—Shiryu, al final lo ejecutaste.
—¡Perdóneme, maestro!
—Es... ¿Dohko de Libra?
—Te prohibí el Dragón Celestial con el presentimiento de que algún día tu nobleza te llevaría a utilizarla de todas formas; por eso me negué tanto a revelarte su existencia. Pero creo que es el destino de un hombre que sabe qué es lo correcto y que da hasta su vida por los que ama, y se convierte en un dragón libre de las ataduras... E-es algo admirable, p-pero también... t-también es muy triste, Shiryu...
La voz de su maestro tembló. Jamás lo había oído así. ¡Estaba llorando! Y, en cualquier caso, Shiryu solo tenía una petición como despedida.
—Maestro, cuide de Shunrei, por favor, ¡pídale disculpas en mi lugar!
El Cosmos de su tutor se desvaneció, inalcanzable a tanta altura incluso para él. A diferencia del Dragón Celestial que prácticamente ya actuaba por sí solo, Shiryu perdía fuerzas, en cualquier momento se rendiría y moriría... Pero también aquel que cazó a Aiolos hasta darle muerte.
—El calor a esta altura nos calcinará apenas salgamos fuera de la atmósfera, pero como llevo a Capricornus y tú no nadas, morirás primero que yo. ¡No me verás caer, Dragón! —trató de insultar una última vez Shura, cosa que solo era muestra de su desesperación y confusión.
—No importa. Tendremos el mismo destino —le aseguró.
—Vencer aunque se te vaya la vida en ello. ¿Qué ganas con esto? ¿Qué ganas con perder tu vida si no vas a...?
—No lo hago por mí —interrumpió. No tenía control sobre su cuerpo, solo ascendía y ascendía sin parar, cubriéndose de cada vez más fuego que lo quemaba poco a poco—. Lo hago por lo único que importa.
—¿Lo que importa?
—Siendo el Santo leal que dices ser, deberías saberlo... ¡Por Atenea!
—¿Atenea? —su voz se quebró en un sollozo incontrolable.
—Ella representa la paz sobre la Tierra y los ideales que apoyan el valor de las personas viviendo en ella, gente libre que no desea ser controlada por un tirano como el Pontífice, sediento de poder.
—¿Sigues hablando así de él? ¿Qué clase de Santo eres? No puedo creer que yo, que vencí a un titán, muera por culpa de un traidor como tú —rezongó Shura, olvidándose de sus alabanzas precias—. ¡Debe ser una broma!
—¿Traidor? No lo soy ni he sido jamás, soy leal a mis convicciones y mis seres queridos, tal como lo fue Aiolos.
—¿¡Aiolos!? —Y otra vez se le quebró la voz.
—Sí, él protegió a la diosa Atenea más que tú. Dio su vida por ella sin dudar un segundo, porque sabía lo que era lo correcto.
—¿Sigues hablando de la falsa Atenea que ustedes siguen? —Se hizo extraño, las voces ya no se oían bien a esas alturas.
—La diosa nace cada doscientos años para pelear contra el mal, y su victoria significa que no habrá niños como nosotros que se vean forzados a pelear hasta la muerte, y que gente como tú, yo o Aiolos sean libres. Ese es mi deseo. —Recordó el centro de artes marciales que quiso construir cuando arribó a hablar con Mitsumasa Kido en Japón. Nunca lo logró, pero su victoria significaba algo cercano.
—¿Dejarías tu vida en el camino para cumplir ese deseo? ¿Harías algo así?
—Es un precio bajo, pero justo.
Las llamas empezaron a quemarlos, pero Shiryu no sentía dolor. Solo se dejó llevar por su decisión, feliz de sus consecuencias.
—Ja, ja, ja —rio Shura, sin burla o arrogancia—. Sí que te pareces a Aiolos, él tenía el mismo deseo que tú, siempre hablaba de eso, ja, ja. Vaya, creo que me equivoqué, no debí acatar órdenes sin dudar, debí confiar en Aiolos. En su cara tan llena de sinceridad y justicia, ¡debí escucharlo! —Shura se calló mientras una ducha cálida los cubría, salió de la nada y alivió los fuegos mientras los sumía en el final—. Este Cosmos que nos rodea... es el de Atenea, ¿me equivoco? La verdadera.
Por la falta de aire y la pérdida lenta de la consciencia no lo había notado, pero allí estaba. Era Saori quien los reconfortaba en sus últimos momentos.
—Sí.
—Entonces tú tenías la razón, igual que ese tonto y honorable arquero. Solo alguien protegido por este Cosmos tan magnánimo podría tener la razón y esquivar a la espada mítica... Solo alguien protegido por la verdadera diosa, no la invención a la que yo que le rezaba. Por eso no pude volver a forjar la Excálibur. Tú no deberías morir, ojalá pudiera soltarte de esta técnica pero con tu Cosmos impresionante, creo que ni siquiera siendo un Santo de Oro podría liberarte. ¡Perdóname Shiryu! Y tú también... Perdóname, Aiolos. —La voz de Shura se oía distante, y Shiryu apenas podía mantener los brazos arriba. Si lo soltaba ¿qué pasaría?
Probablemente nada, el poder del Dragón Celestial era superior a ellos.
—Shura...
—Gente como tú o Aiolos es la que debería seguir viva. Si lo pienso, quizás hubieras sido capaz de sacar la espada de la piedra con mucha más facilidad que yo. Pero ya es tarde, nos haremos pedazos por la fricción y nos convertiremos en polvo cósmico en pocos segundos... —Apenas le escuchaba, ¿por qué hablaba tan bajo?— Quizás podríamos hacer otra cosa por la Tierra. ¿Te parece si cuidamos a Atenea desde las estrellas? Me parece una...
Un eco de la última palabra fue lo último que Shiryu escuchó.
[1] Quin Dao, en chino. El Tao representa el aspecto fundamental del universo.
[2] KouRyuu, en japonés. Por separado, los kanji se leen como «Dragón de los Espíritus Altos».
Editado por -Felipe-, 20 febrero 2016 - 14:58 .