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-* El Legado de Atena *- (FINALIZADO)


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#141 Seph_girl

Seph_girl

    Marine Shogun Crisaor / SNK Nurse

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Publicado 14 enero 2013 - 01:35

¡¡¡Saludos!!!!
Antes de iniciar aprovecho para desearles a todos un buen inicio de año =) y ojalá que todo lo que se propongan les salga bien n__n
Espero este año avance mas la historia y lleguemos a un final, aunque la verdad ni yo estoy muy segura, tengo aún mucho que quiero contar y escribir por lo que daremos tiempo al tiempo.
Ojalá les guste este episodio porque es el Ultimo de la Temporada de Asgard =). Un saludo a todos!!! Y gracias por leer!! y sobretodo por comentar n___n

*************


Escuchar a su hijo llamarlo con tanta desesperación destrozó el alma de Bud, con mucho más dolor que con el que las rocas habrían deshecho su cuerpo.
Bien se dice que cuando la vida está a punto de terminar, todo transcurre frente a tus ojos, ayudándote a recordar las razones por las que podrías ser admitido al paraíso, o las que te condenarían a los martirios de algún infierno.
Pesó en su corazón ese tiempo perdido en que odió a sus padres y a su hermano, pero decidió confortarse en los recuerdos más felices de su vida, siendo los últimos años los más dichosos, aquellos que compensaban con creces toda la tristeza de su nacimiento. El haber ganado el corazón de Hilda y compartido con ella la dulzura del matrimonio; la dicha de convertirse en padre, ese día en especial cuando su hijo nació y se decidió llamarlo Syd, en honor a su gemelo.
Bud aceptó el final aunque en su pecho lo embargara la angustia de abandonar a Hilda y a Syd ante el peligro que ensombrecía a Asgard, pero no podía hacer más por ellos… Lo lamentaba.
— Bud de Mizar, aún no es tiempo de que las puertas del Valhalla se abran para ti.
Escuchó Bud, una vez que la sensación de caer en el vacío desapareciera. Tras perder sus cinco sentidos por la cercanía de la muerte, lo único que pudo hacer fue escuchar esa voz que le hablaba directamente a través de su moribundo cosmos.
Tales palabras lo obligaron a darse cuenta que su corazón aún latía, débilmente. Ese bombeo era la señal que le indicaba que, de algún modo, se mantenía con vida.
— ¿Quién es… a quién pertenece este cosmos? —pensó, al ser incapaz de hablar para expresar su duda.
Tu destino está lejos de terminar dios guerrero de Mizar. Enciende tu cosmos una vez más y prosigue con tu sagrada misión.
— ¿Misión…?— Bud repitió confundido a la profunda y fantasmal voz, intentando darle una forma. De algún modo, como si un susurro le hubiera revelado la verdad clamó— … ¡Odín!... —sintiendo que el cosmos omnipresente del poderoso señor de Asgard se adentraba por sus poros, reanimando cada átomo de su cuerpo, regresándole el aliento perdido.
El pueblo de Asgard ha sufrido desde épocas remotas. Demasiada sangre y lágrimas se han derramado sobre nuestra patria, y ahora que finalmente se ha llegado a una era de paz y prosperidad, no permitiré que nada interrumpa su curso.
Bud cerró los puños con fuerza, las palabras de Odín estaban llenas de verdad. La gente de Asgard ha superado muchas dificultades, y después de siglos de decadencia, la retribución los había alcanzado… Nadie iba a cambiar eso… ¡Nadie va a apartar la luz que le ha permitido a Asgard brillar como nunca antes!
Adelante dios guerrero, levántate y enciende tu cosmos en mi nombre, como tu dios lo exijo, con mi corazón te lo imploro… Abandonar a Asgard no debes, el peligro acecha a aquellos que amas. Mi travesía a tu lado no terminará aquí, enséñame el coraje de los hombres, el valor que los impulsa a crear milagros… ¡Padre, levántate!



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Capitulo 33. El vórtice de la tormenta. Parte IX.
Cese.

La sensación de caer en el vacío de la muerte no le fue desconocida a Bud, por eso no temió. Ya se lo había dicho la norna Skuld, dos veces ha tenido que morir pero dos veces alguien ha intervenido. Nadie podría ser tan afortunado para salvarse una tercera ocasión, o eso pensó en el momento que se entregó al sueño eterno.

Una vez más fue bendecido. Su cuerpo fue cubierto por la legendaria armadura de Odín, la cual borró todo mal de su ser, regresándole vitalidad y salud; reavivó la llama de su cosmos, devolviéndole todos los sentidos con un propósito: Debía proteger a Asgard y erradicar el mal que los invasores trajeron consigo.
Tal proeza podría resultar imposible de lograr si continuaba luchando por cuenta propia… pero ya no estaba solo. Bud sujetó la espada Balmung con ambas manos, alzándola en posición de ataque.

Caesar, Patrono de Sacred Python, observó detenidamente al dios guerrero, teniendo las mismas dudas que Dahack y Masterebus.
Los guerreros se reagruparon alrededor del Patrono de Sacred Python, buscando respuestas.
— Caesar… no me digas que él… es… —musitó Dahack.
— No —Caesar se adelantó a su conjetura—. Áxalon está reaccionando, pero no por él… El chiquillo sigue siendo su deseo —explicó, seguro de lo que le transmitía la espada al empuñarla con firmeza—. Yo me encargaré. Ustedes ya han hecho suficiente, apártense.
— Sí así lo prefieres… — el Patrono de Arges accedió a hacerse a un lado, a diferencia de Masterebus quien permaneció en su sitio.

Caesar avanzó hacia Bud, sosteniendo su espada dentada, la cual no tenía nada que envidiarle a la legendaria Balmung.
— Tú… Fuiste tú quien luchó contra Elke —supo Bud al estudiar su cosmos.
— Así que “Elke” era el nombre de esa mujer. Admiré su determinación al querer vencerme, y parte de mí lamenta que su sacrificio haya sido en vano —comentó Caesar para confusión de Bud—. No siempre se encuentran seres humanos con tal nobleza.
— No tienes por qué lamentarte, yo acabaré lo que ella inició —aclaró Bud—. Pero primero debo cumplir una promesa que hice antes —lanzando una mirada hacia Dahack quien le devolvió una sonrisa socarrona.
Caesar intuyó su deseo, mas permaneció como un muro que se lo impediría— Seré yo tu oponente.
El dios guerrero lo miró de reojo—. No desesperes, no me pienso olvidar de ti— dijo antes de impulsarse a la velocidad de la luz en su dirección. Caesar se alistó para confrontarlo pero le sorprendió que su enemigo se hubiera desviado en el último segundo hacia otro objetivo.
Dahack se supo blanco del feroz y resentido tigre de Zeta, por lo que se preparó para reanudar la confrontación.
— Veo que quieres que terminemos el juego. Me parece bien, ¡porque no importa qué clase de armatoste lleves encima, el resultado será el mismo! —espetó el Patrono, moviéndose a su súper velocidad, confiado de no poder ser alcanzado por Bud.

Caesar chasqueó los dientes, un tanto sorprendido por no haber podido interceptar al dios guerrero de Zeta. Sabía que si dejaba solo a Dahack éste moriría, era demasiado distraído para darse cuenta que no trataba con el mismo oponente de antes. Se dispuso a ir en su ayuda cuando el sonoro aullido de un lobo le alertó de un inesperado arribo.
El Patrono de Sacred Python habría reaccionado con violencia, pero pareció petrificarse en cuanto Sergei, dios guerrero de Épsilon, se plantara en su camino.
—Dejemos que ellos peleen por ahora, ¿por qué no dejas que sea yo tu oponente? — Sergei cuestionó con gesto hostil y desafiante.

Dahack y Bud se desplazaban en zigzag por la vasta explanada, el Patrono evitaba el combate directo con una sonrisa cínica mientras Bud permanecía centrado e impasible yendo detrás de él.
— ¿Qué sucede? ¿Acaso no puedes alcanzarme? —se mofó el veloz Patrono.
— Al contrario, creo que ya nos hemos alejado lo suficiente —respondió.
— ¿Qué quieres decir? —Dahack cuestionó.
El dios guerrero no respondió con palabras, en vez de eso desapareció de cualquier vista tras convertirse en una figura borrosa.
Dahack quedó pasmado al ver la estela fantasmal que lo atravesó y pasó de largo, resintiendo una intensa sensación gélida en el cuerpo que tardó en entender. Al mirar por encima de su hombro, vio la espalda del guerrero Bud mientras la visión se le nublaba.
En cuanto Bud sacudió la hoja de su espada para limpiarla de la sangre, Dahack lanzó un potente alarido, al mismo tiempo que su armadura estallara en pedazos y en su cuerpo se abrieran múltiples heridas sangrantes, cada una de ellas mortales.
Dahack cayó muerto al suelo para sobresalto de los presentes, envuelto por una lluvia carmesí generada por su propia sangre.
— No pensaba dejar que tu asquerosa sangre manchara la pureza de Odín en la Tierra —Bud musitó, instantes antes de buscar con ojos de desprecio a Masterebus. El guerrero oscuro entendió la indirecta por lo que aceptó continuar con la lucha que constantemente ha sido interrumpida.

Caesar contempló el acto en la distancia, irritado por ver morir a un compañero. No porque él apreciara al fallecido Dahack, sino por lo que tal pérdida podría causar en su señor.
Le asombró que el dios guerrero haya podido destruir la Stella de Arges con tal facilidad, se preguntaba si su propio Zohar podría ser dañada por el filo de la Balmung.
Cuando Sergei lo atacó de manera repentina, el Patrono sintió el leve roce en su mejilla, pero logró girar sobre sus pies para evitar el impacto y a su vez darle un codazo a su enemigo en la espalda.
Sergei dio unas volteretas hacia el frente para evitar caer, dándose media vuelta para atacar.
Caesar retrocedía y bloqueaba cada golpe con los brazos. Era una estupidez tener a un enemigo que lo atacara con las manos desnudas y sin protección de algún ropaje ¿era sólo valiente o estúpido?
Conforme Sergei continuaba atacando con simples golpes y patadas, comenzó a sentirse atrapado en un extraño Déjà vu. La manera en la que su enemigo contenía sus movimientos y respondía a sus ataques le transmitió viejas sensaciones e imágenes.
En un lugar como este, rodeado por altas paredes de concreto y metal, con nieve bajo sus pies, con un cielo gris perpetuo sobre él… un combate constante, el mismo oponente de todos los días…

Caesar esquivó el gancho derecho de su rival al agacharse. El brazo de Sergei perdió su blanco por lo que el Patrono estiró su mano y lo sujetó por la garganta, dándole un fuerte apretón con el cual lo alzó lejos del suelo.
Los ojos de Sergei se abrieron con asombro, sus labios temblaron en un rictus de completa perplejidad en cuanto el Déjà vu dejó de ser un recuerdo y se situó en su tiempo presente, hasta el ladrido lastimero de su lobo Aullido ocurrió tal cual en el pasado.
El dios guerrero sujetó la muñeca de Caesar en un vano intento de que lo soltara, la fuerza física del Patrono era superior.
Caesar tenía la capacidad para destrozarle el cuello tal y como lo hizo con la guerrera de Odín a la que enfrentó antes, pero el escuchar los constantes ladridos del lobo, tuvo un conflicto de emociones por las que terminó azotando a su enemigo contra el piso.
El impacto en su cabeza fue severo, Sergei sintió como el suelo firme se cuarteó bajo su cuerpo.
Con la vista descuadrada, miró al hombre que aún lo tenía sujeto del cuello, éste le dijo algo pero la contusión le impidió escucharlo con claridad, conmocionándose al ver cómo el Patrono se rascó una mejilla con mucha naturalidad y de manera muy discreta trazó una equis con los movimientos de sus dedos.
— ¡¿D-de verdad… e-eres tú?! —Sergei se esforzó en decir, espantado como si estuviera viendo a un fantasma.
En respuesta, Caesar lo volvió a levantar, sólo para arrojarlo bruscamente contra el muro más cercano.



Masterebus volvió a dividir sus alas en numerosas cuchillas que buscaron herir a Bud, mas el dios guerrero elevó su cosmos esgrimiendo la espada Balmung para defenderse. La espada sagrada repelió cada una de las afiladas extensiones, y con certeros movimientos Bud las cortó.
El guerrero con armadura de murciélago rugió adolorido, perplejo al ver que los trozos de sí mismo cayeron al suelo y se marchitaron hasta volverse polvo negro.
El peligro volvió a sacudir su ser, llevándolo a retroceder unos cuantos pasos al saberse herido y vulnerable.
Bud sujetó la Balmung en posición defensiva, estudiando a su rival con cuidado.
— No he olvidado que pese a que perforé tu corazón posees otro escondido en algún lugar de tu ser —dijo Bud con tono analítico—. No sé qué clase de criatura seas, has logrado sobrevivir sin importar cuánto te han herido… pero es bueno descubrir que eres incapaz de eludir el poder de los dioses.
Masterebus bufó como un animal rabioso, haciendo que su armadura comenzara a presentar nuevos cambios para compensar lo perdido. Las garras que cubrían las manos del guerrero oscuro se alargaron todavía más hasta la medida de una katana.
Completamente desenfrenado, Masterebus se precipitó sobre Bud, quien lo enfrentó en un duelo veloz de espadas y cuchillas.
Aunque Masterebus intentó repetidas veces desarmar a su rival empleando agarres repentinos, el dios guerrero lo evitaba respondiendo con agilidad.
Al chocar sus espadas, volvieron a entrar en una competencia de fuerza muy reñida, en la que Bud se sobresaltó al ser atacado por poderosas llamas negras que emergieron de los ojos destellantes de su oponente.
Las llamas oscuras lo cubrieron, girando violentamente a su alrededor. Bud se perdió momentáneamente dentro de ese tornado de fuego hasta que emergió después de un largo salto.
El dios guerrero tosió al sentirse sofocado después de eso. Admiró nuevamente la bendición de la armadura de Odín, pues se encontraba ileso pese a haber recibido el ataque de manera tan directa.
Masterebus no estaba complacido por ello, por lo que prefirió guardar distancia y desplazarse alrededor de su enemigo, buscando el momento justo para atacar.
Bud lo imitó, avanzando con cautela. Centró todos sus sentidos para ubicar sus latidos, sabiendo que debía acabar pronto con la pelea; Sergei no podrá frenar por demasiado tiempo al otro espadachín.
Sus pensamientos causaron cierta reacción en el ropaje y espada de Odín cuando éstos lo obligaron a elevar su cosmos. Bud pestañeó incrédulo en cuanto su vista transformara al hombre frente a él en un ser de estelas y humo negro; todo un remolino de caos girando alrededor de un cuerpo que carecía de un brazo y con un amplio boquete en el pecho.

Masterebus notó el extraño brillo en uno de los ojos del dios guerrero, decidiéndose a atacar al ver confusión en su oponente. Volvió a prenderse en llamas, transformándose una vez más en un ente de fuego negro.

Bud vio como ese tornado venía en su dirección, estaba inseguro de lo que debía hacer, pero en cuanto notó un fulgor rojo sobresaliendo de las sombras entendió todo. El dios guerrero corrió al encuentro de ese vendaval, sin temor de ser devorado por el vórtice oscuro.
Luz y oscuridad se estrellaron una vez más. Las sombras y destellos se esparcieron por el cielo acompañados de un apabullador alarido.
Bud clavó con fuerza la espada Balmung en el cuello del enemigo, y en cuanto la punta perforó ese punto, emergiendo por la nuca, una llamarada roja fue visible. Dicho resplandor escarlata se extinguió en un santiamén al mismo tiempo que el brillo en los ojos de Masterebus.

Masterebus se retorció de dolor unos breves momentos antes de que Bud extrajera la espada con un violento movimiento, preparando un golpe vertical con el que le daría fin.
La hoja de la espada Balmung dejó una línea de luz que se marcó en el cuerpo de Masterebus. De la resplandeciente herida crecieron fisuras luminosas que se extendieron por toda la armadura oscura del guerrero que crujió hasta que se convirtió en cenizas.
A los pies de Bud cayó el cuerpo inerte y sin vida de un hombre pelirrojo, el cual rápidamente comenzó a secarse hasta quedar como una momia totalmente marchita.


En cuanto Caesar se supo blanco de la mirada del dios guerrero de Mizar, dejó de darle importancia al tullido Sergei, quien emergió de la destrozada pared con dificultad.
— Listo, tienes toda mi atención —dijo Bud, procurando atraer a su rival hacia él.
— Vaya… tu espada es impresionante. Eliminaste a Dahack, uno de mis aliados —comentó Caesar, mirando los cuerpos de los caídos—. Y también a esa criatura… me dijeron que no podía morir, pero es claro que la inmortalidad es sólo una ilusión.
— Esto es entre tú y yo ahora.
— Parece que confías en que obtendrás la victoria, pero no eres el único que sabe cómo utilizar una espada —el Patrono aclaró, levantando su arma dentada.
— La victoria es segura cuando tienes a un dios de tu lado. No hay nada que la espada de Odín no pueda vencer.
Caesar intentó permanecer serio pero terminó por soltar una risa burlona—. Ya veo, así que es por eso que mi espada se encuentra tan ansiosa por cortarte… Está bien, habría preferido que el dios del que hablas dejara de esconderse y enfrentara su destino, pero en vez de eso decidió entregarte esa responsabilidad a ti... “Que los mortales peleen mientras yo observo”, típico de ellos —Caesar colocó su arma frente a él, cerrando la mano alrededor de su filo hasta sangrar—. Por el poder otorgado a mí, libero el primer sello —la sangre de Caesar provocó que de la espada naciera un intenso resplandor azul—… Áxalon, te privo de una de tus cadenas, ¡muestra tu furia!
Un estruendo alertó a Bud del nacimiento de un gran poder. El cosmos que emergió de la espada del Patrono dejó perplejos a todos los que se encontraban en la redonda.
Bud, Hilda y Sergei quedaron consternados al escuchar una serie de lamentos y gritos provenientes del interior de esa luz.

El Patrono elevó su cosmos, el cual armonizó con las flamas de su espada — ¿Te sientes intocable por estar respaldado por un dios? —preguntó, tomando una posición ofensiva—. Imagina cómo me siento yo al ser seguido por un ejército que ansía su destrucción.

Balmung y Áxalon chocaron en un primer y estruendoso golpe. Las espadas se repelieron con tal fuerza que casi escaparon de las manos de sus respectivos espadachines, pero tras un rápido giro ambos volvieron a recobrar equilibrio para impulsarse contra el otro.


Sergei de Épsilon avanzó hacia donde Hilda de Polaris se encontraba, sujetándola a ella y al príncipe para alejarlos del lugar. Los constantes golpes de espada desplegaban ráfagas de gran presión que estaban causando daños y vibraciones por la explanada, hasta las montañas parecían crujir por el enfrentamiento de ambos titanes.
El dios guerrero de Épsilon deseó ir en ayuda de su superior, pero Hilda se lo impidió, diciéndole que debían confiar en Bud y en la voluntad de Odín. Pero aun ante la petición de Hilda, Sergei no podía dejar de sentirse ansioso por sumarse a la batalla.
Le parecía una locura pensar que conocía la identidad del guerrero enemigo, ¡era imposible! Sin embargo, ¿sería el mismo sujeto que lo salvó de morir en el agua helada? ¿Aquel que lo llevó a casa de Asdis y vio por su bienestar? Si resultaba así… entonces existía una gran posibilidad de que un espectro de su pasado haya podido volver a la vida.


Caesar y Bud se movían con una agilidad y fuerza que como oponentes admiraron y respetaron. Mientras Bud era mucho más ágil, Caesar poseía un mejor dominio con la espada, llevándolos a lidiar con un duelo muy parejo. Los cortes luminosos desgarraban el aire, los choques metálicos resonaban por doquier. En un ataque simultáneo, Bud y Caesar terminaron pasando uno junto al otro, esperando que sus espadas hayan herido a su respectivo rival.
Bud fue el primero en darse cuenta que en su brazal derecho apareció una delgada fisura.
El Patrono sonrió complacido al comprobar que el filo de Áxalon era capaz de rasgar una armadura como la que ahora protege al dios guerrero.
Bud por su parte no cambió su expresión para agregar— No sonreiría tanto si fuera tú —apuntando su espada hacia el pecho de Caesar—, yo estuve más cerca.
El Patrono miró pasmado el largo rayón que se trazaba en su ropaje, desde su costado inferior derecho hasta su hombro izquierdo. El fino trazo resaltaba en su armadura negra, Caesar supo que pudo haber sido un golpe fatal bajo otras circunstancias.
— Por tu expresión es evidente que es la primera vez que te pasa algo como eso.
— Mi Zohar… Ni siquiera los guerreros del Santuario fueron capaces de causarle un raspón a nuestras armaduras —Caesar palpó la marca en su peto.
— Haces mal en compararnos con el Santuario.
— ¿Y por qué no? Ambos son regímenes que veneran cosas absurdas —Caesar se mofó, alzando a Áxalón hacia el cielo con ambos brazos extendidos—. El hombre tiene la oportunidad de recomenzar su historia en esta nueva era, pero sus despreciables creencias se niegan a desaparecer… ¿Acaso no fueron los dioses quienes comenzaron con las guerras santas desde la antigüedad? ¿No fueron ellos quienes les mostraron a los mortales la habilidad de despertar sus cosmos? ¿Todo para qué? Para que los mortales bailen en su escenario mientras ellos observan cómo nos destazamos entre nosotros… Si fueran tan poderosos tal cual presumen, ¿para que necesitarían que hombres como tú los protegieran?...— cuestionó Caesar, concentrando su energía cósmica.
Bud contuvo la respiración al no saber qué contestar.
— ¿No puedes responderme cierto? Nadie ha podido… —el Patrono masculló con sorna.
El dios guerrero imitó a su oponente, elevando al máximo su cosmos— Estás queriendo decirme, ¿que tu objetivo es eliminar a todas las órdenes sagradas que existen? —indagó.
— Desde hace años ese plan se ha puesto en marcha —Caesar sonrió con malignidad, causando cierto temor en Bud—. Son pocos los que quedan, ¡y hoy llegó su turno!
Caesar estuvo a pocos instantes de descargar todo su poder contra Bud, con el cual esperaba fulminarlo. Sin embargo una aparición le impidió cumplir su deseo.

— Lo siento pero… temo que eso tendrá que esperar —fueron las palabras que congelaron la situación.
Caesar quedó inmóvil ante la susurrante voz que sopló sobre su oído. Bud frenó su embestida al ver a una figura sombría que de algún modo se abrió paso hasta allí, justo a un costado del Patrono, sin que nadie lo hubiera detectado.
Fue demasiado imprevisto, Caesar no logró reaccionar de manera correcta para evitar que esa persona lo atrapara.
Un tornado de sombras nació de los pies del misterioso individuo, desatando vientos huracanados a su alrededor.
Dentro del vórtice de la sombría tormenta, Caesar quedó inmovilizado por la terrible presión que engarrotó su cuerpo. El suelo se volvió completamente negro, donde un sinnúmero de manos negras lo sujetaron por las piernas y brazos.
El joven movió el brazo de manera diagonal, siendo la orden que forzó a todas esas extensiones a actuar.
— ¡¿Qué es esto?! —Caesar alcanzó a gritar lleno de frustración, viendo cómo es que esas extremidades estaban hundiéndolo rápidamente en el piso oscuro como si fueran arenas movedizas. Luchó por resistirse pero entre más lo hacía más extensiones negras lo envolvían y lo jalaban.
— ¡¿Quién eres?! —bramó al joven que se encontraba de pie como el centro de tal tempestad. El Patrono no llegó a comprender la razón por la que sus poderes resultaban inútiles, como si hubieran sido sellados de manera abrupta por ese maléfico entorno.
El joven no respondió, contempló en silencio cómo Caesar se perdió en las profundidades de la oscuridad que pisaba.

Bud retrocedió, expulsado por la energía oscura que emergió del cuerpo del misterioso guerrero. No pudo ver más allá del denso torrente negro que envolvió al Patrono y al extraño individuo, por lo que cualquier acontecimiento ocurrido entre ellos quedó fuera de su conocimiento.
Intentó acercarse, pero lo repelió una fuerza electrizante que tensó su cuerpo. Abrumado por tal sensación, Bud prefirió desistir y esperar algún cambio.

El tornado de sombras fue perdiendo intensidad y altura, succionado por el suelo que había sido cubierto por la oscuridad. Una vez que se desvaneció, la capa negra del piso fue achicándose hasta volver a su forma original: la sombra del misterioso joven.
Pero para Bud, Sergei e Hilda dejó de ser un extraño, aún en la distancia reconocieron el perfil y la complexión de uno de los suyos.
— ¿Aifor? —preguntó Bud, siendo el más cercano a él.
El joven tardó en reaccionar ante ese nombre, y con extrema pasividad giró el rostro hacia su superior.
En efecto se trataba de Aifor de Merak, quien por alguna razón había perdido su armadura sagrada. El chico lucía un poco sucio, pero ileso pese a que sus ropas maltratadas mostraban residuos de una cruenta batalla.

— Aifor… ¿cómo es que tú…? ¿Qué hiciste, dónde está el enemigo? —Bud preguntó, contrariado al no ver o sentir algún vestigio de su presencia.
— ¡¡No!! —escuchó a Sergei gritar al mismo tiempo en que el lobo Aullido ladraba de manera feroz. El animal corrió hacia Bud, impidiendo que se acercara al muchacho— ¡No se confíe, algo no está bien en él…! —Sergei no podía explicarlo pero, compartía con un Aullido el mismo presentimiento.
El lobo fue mucho más sensible a las fuerzas que ahora dominaban el cuerpo del dios guerrero de Merak, por lo que Sergei pudo percibirlo también a través del vínculo existente con Aullido.
Hilda estaba tan confundida como su esposo, pero entendía que algo estaba fuera de lugar. Aifor poseía grandes dones, es cierto, pero ¿llegar a tal alcance en tan poco tiempo?
— ¡Él no es Aifor! —terminó diciendo el dios guerrero de Épsilon.
Bud e Hilda miraron con asombro al silencioso joven.
Aifor prefirió sonreír con tranquilidad ante tal acusación —Me evitan la molestia de tener que mentir, es bueno porque me encuentro algo cansado.
— ¿Qué estás diciendo Sergei? —preguntó Bud, consternado al no creer lo que escuchó.
— Él tiene razón, no pensaba ocultarlo de todas formas —respondió el joven con la voz de Aifor de Merak—. Pero no tienen que preocuparse por mí, ya he terminado mis asuntos aquí, Asgard ya no tiene nada que sea de mi interés.
— ¡Espera! —clamó Bud, desplazándose con rapidez. Colocó el filo de Balmung junto al cuello del muchacho—. No vas a hacer nada hasta que me expliques qué significa todo esto —dijo irritado—. Si no eres Aifor, entonces ¿quién eres? ¿Qué fue lo que hiciste?
El chico miró sin temor alguno al dios guerrero que portaba la majestuosa armadura de Odín— Los he salvado a todos ¿no lo ves? —inquirió con sorna—. Ese hombre los habría matado al final… deberías agradecerme en vez de querer agredirme, humano.
— ¿Humano? —Bud repitió extrañado.
— Les he dado tiempo para que laman sus heridas. Por supuesto que no puedo garantizar que sus enemigos no regresen a continuar con su tarea, pero por hoy los dioses guerreros de Asgard se llevan la victoria. Yo se las he concedido, no lo olvides nunca —musitó prepotente.
— ¿Por qué harías algo como eso? ¿De qué lado estás? —Bud cuestionó, impaciente.
— No del tuyo por supuesto —Aifor respondió—. Mas no tengo interés en ustedes, no planeo siquiera volver a verlos. Lo que les suceda de aquí en adelante ya no me incumbe… Ese fue el trato —masculló airoso.
Aifor desplegó una corriente eléctrica que le permitió alejarse del alcance de Bud. Se percató del intento de Sergei de Épsilon por atraparlo, mas lanzó al suelo un poderoso torrente de llamas anaranjadas y negras que se alzaron como un campo protector a su alrededor, impidiendo que tanto Bud como Sergei pudieran acercarse.
— En vez de preocuparse por mí, deberían estar más interesados en socorrer a aquellos que yacen moribundos por el palacio —decidió recordarles—. Para mí ustedes no son nada, no tengo obligación alguna de satisfacer sus dudas… aunque podrían intentarlo con Clyde, claro si se atreve a contar la verdad.
Las paredes de fuego se cerraron como cortinas alrededor del joven, girando hasta transformarse en una nube de llamas, azufre e intenso calor que obligó a los guerreros asgardianos a cubrirse.
El cúmulo de fuego se alzó en el aire como un cometa, perdiéndose entre las nubes grises del horizonte.

Para cuando el calor intenso se aplacó, todo quedó en silencio. Sólo Sergei siguió inquieto, buscando con desesperación algo.
Bud aún se sentía inseguro y lleno de dudas ¿de verdad todo había terminado de manera tan abrupta? ¿Qué fue eso último? ¿Qué sucedió con el guerrero de Merak? ¿Qué tenía que ver Clyde en todo esto? Se preguntaba al escudriñar con sus sentidos el entorno. Como una respuesta afirmativa a la principal interrogante, el ropaje sagrado de Odín comenzó a brillar, anunciando la inminente separación.

La armadura divina abandonó el cuerpo de Bud, armándose en su forma original sobre el derruido altar, a los pies de la inmaculada estatua de Odín.
Cuando la espada Balmung tomo su lugar correspondiente, el estruendo simuló un cerrojo que le permitió a Hilda y a Bud saber que estaban a salvo… por ahora.

Las nubes de tormenta comenzaron a alejarse hasta perderse en el cielo, como si huyeran del brillo de la armadura de Odín, la cual permanecería allí hasta que el último de sus enemigos fuera derrotado.



FIN DEL CAPITULO 33

 

 

***********************************************

 

Durante la dinámica de Fics -2017, Bud de Mizar fue el ganador en la categoría de "Mejor guerrero de Asgard"
(Fue el único candidato inscrito de hecho pero pues... el reconocimiento está XD)
Muchas gracias a todos. Aquí el premio:

 

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Editado por Seph_girl, 15 febrero 2017 - 11:28 .

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#142 ƊƦąğoɳ_ǤįƦȴ

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    Doncella Dragón

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Publicado 16 enero 2013 - 00:19

Excelente capítulo, ya que le diste un final muy acertado para esta saga de Asgard, me gustó mucho el final, bueno desde el cap anterior estuvo buenísimo el descenlace.
Espero que este año puedas tener suficiente tiempo para que puedas escribir todo lo que tienes planeado.... sería una pena que excluyeras algo ^_^
Te deseo lo mejor para este año!
Saludos!

SOCIEDAD DE LA BALANZA

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Even if you can hear my voice, I'll be right beside you

 


#143 Lunatic BoltSpectrum

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Publicado 16 enero 2013 - 00:23

como siempre excelente capitulo

estuvo genial esta parte en Asgard

saludos

:s50:

#144 Seph_girl

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Publicado 26 febrero 2013 - 10:57

¡Hola a todos!
Vaya que esta vez si me tardé, pero hubo algunas cosas que me retrasaron pero ya aquí traemos un episodio más. Esta vez más tranquilo pues hay que acomodar las piezas y escenarios para que continúe la acción.
Espero les agrade y un agradecimiento para aquellos que aún ronden esta historia y la están leyendo n.n, los comentarios siempre motivan y se agradecen.
Gracias y disfruten el cap =)



************


Asgard, Palacio Valhalla

Para cuando Sergei de Alioth llegó al lado de Freya, le impresionó su palidez y la gran mancha de sangre que brotaba de la herida en su pecho.

El patio frontal del palacio se encontraba en ruinas gracias a la batalla allí suscitada. Sólo encontró dos cuerpos, el de la pelirroja y el de Clyde de Megrez, quien aún respiraba. Ambos estaban en un estado crítico, pero Sergei sentía mucha más obligación en ayudar a la joven Freya, mientras Aullido merodeaba olfateando el lugar.
Sergei contempló el ropaje de Merak que se erigía como un guardián silencioso de la guerrera desvalida. El dios guerrero se atragantó al no entender todavía lo que le había sucedido a Aifor… Se sentía culpable por no haberlo podido detener, pero si lo que dijo antes de marcharse era cierto, de Clyde obtendría respuestas importantes.

Sergei no sabía nada de medicina excepto lavar su herida y envolverla con una venda, sin embargo era visible que el daño que recibió Freya era grave, su corazón podía estar implicado, ¿cómo seguía con vida? Se preguntaba, admirado por la fortaleza de su compañera.
Sergei se extrañó al notar el collar que Aifor siempre llevaba consigo ahora colgado en el cuello de Freya. Por reflejo, estuvo a punto de cogerlo cuando una voz lo tomó por sorpresa, haciéndolo girar como un feroz animal que había sido sorprendido.
— No tocaría eso si fuera tú —dijo la voz de un hombre encapuchado—, aunque no lo creas es lo que le permite seguir en este mundo.
Sergei de Épsilon desconfió en extremo. A la entrada del palacio se encontraba un hombre envuelto por una capa y capucha de viajero que le ocultaba el rostro. Pronto aparecieron otros dos individuos vistiendo de la misma forma.
Amo y lobo se pusieron en guardia — ¡¿Quiénes son ustedes?! —cuestionó en alerta.
El más alto de los individuos fue el único que habló —Amigos, vinimos desde lejos al saber que necesitaban ayuda.
Sergei y Aullido no sintieron malas intenciones del grupo de encapuchados. El dios guerrero se permitió dudar, pero finalmente creyó en la sinceridad de sus palabras, sobre todo cuando un cuarto sujeto apareció trayendo consigo a Alwar de Benetnasch, inconsciente pero vivo.
El líder del grupo se apartó el manto de la cabeza para decir— Mi nombre es Vladimir*, y ellos son mis discípulos. Nos gustaría hablar con sus gobernantes, queremos ofrecerles nuestra ayuda.

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Capitulo 34.
El futuro no está decidido. Parte I


— Brrr, este clima no es de mis favoritos. Prefiero mil veces una playa soleada que esto. ¿Por qué tenían que enviarme a mí sabiendo que soy intolerante al frío?— Souva de Escorpión se quejó durante el corto trayecto que les tomó subir las escalinatas hacia el palacio del Valhalla. Se había envuelto completamente con la capa carmesí que colgaba de su cloth dorada, a diferencia de Terario de Acuario cuya resistencia al ambiente glaciar la tenía bien grabada en la piel.

Cuando el Patriarca les informó de lo acontecido en las tierras de Odín durante la Reunión Dorada, le encomendó a Terario la tarea de viajar al hogar de los dioses guerreros para apoyarlos en tal momento de vulnerabilidad.
Asignaron al santo de Escorpión a que lo acompañara, así como a un par de amazonas, ambas aprendices del templo de Curación.

En cuanto arribaron a la entrada del palacio, los escombros y los daños revelaron grandes enfrentamientos, incluso aún había rastros de sangre seca en algunas zonas del suelo.
Nadie los recibió, por lo que se animaron a entrar al lugar, divisando a una que otra persona corriendo por los pasillos llevando agua, fomentos y demás utensilios.
Los que llegaban a ver a los forasteros se sobresaltaban y cambiaban de dirección, posiblemente temerosos de que fueran más enemigos.

No encontraron a ningún guardia, sólo mujeres y hasta niños que les dedicaban miradas recelosas. El santo de Escorpión confió en sus habilidades sociales, pero ni su mejor sonrisa pudo lograr algún cambio.
— Lo mejor es que aguardemos aquí. En cuanto se corra la voz, alguien vendrá —dijo el santo de Acuario con tono paciente.
— Esto es lamentable —comentó Souva al estudiar el entorno, encontrándolo deprimente—… primero Egipto y ahora Asgard… Aunque el Patriarca tenga la intención de impedir que esto continúe, no tengo idea de dónde podríamos comenzar a buscar —comentó, cruzándose de brazos—. Son enemigos muy escurridizos.
Acuario meditó por unos segundos para decir— Quizá la mejor opción será anticipar su siguiente movimiento. Tienen un objetivo claro, y el Santuario es un blanco que está dentro de sus planes.
— Quien dijo que esta sería una era pacifica no sabía de lo que hablaba ¿verdad? —Souva comentó, sarcástico.

Terario fue el primero en percibir que alguien venía hacia ellos. El santo de Acuario habría esperado encontrarse con cualquier desconocido, pero en cambio un rostro familiar es quien estaba allí para darles la bienvenida.
— ¿Terario?... ¿Eres tú? —un joven preguntó azorado, en cuyo rostro resaltaba un parche negro sobre su ojo derecho.
Aunque no había sido mucho el tiempo desde que abandonó Siberia, el santo de Acuario se sorprendió de ver allí a — Velder —su antiguo compañero de entrenamiento—… ¿qué es lo que haces aquí?
El joven avanzó y con gran camaradería saludó de mano a su hermano. Terario respondió el apretón y una leve sonrisa se vislumbró en su cara.
—Lo mismo podría preguntarte, creo que estas muy lejos de Grecia ¿no? Pero… mírate nada más —Velder dio un paso hacia atrás, admirado por el ropaje dorado que cubría a su amigo—, de verdad eres todo un santo dorado, espera a que Natasha te vea.
— ¿Natasha? ¿Ella está aquí también? —el santo de Acuario preguntó preocupado.
Velder asintió —También Singa y el maestro Vladimir. No me preguntes por qué pero, el maestro sólo nos dijo que teníamos que acompañarlo, y nos trajo hasta aquí. Desde que llegamos hemos estado ayudando a los heridos y enfermos.
— El Patriarca fue notificado de los eventos que aquí ocurrieron, por eso nos envió. Traemos con nosotros algo que quizá sea de gran ayuda para el pueblo de Asgard —Terario explicó, señalando a una de las amazonas que cargaba en sus hombros una caja cubierta con un manto blanco.
— El señor Bud me comentó algo al respecto, espero lo disculpen pero él está atendiendo algo importante justo ahora. Puedo llevarlos a donde nos encontramos atendiendo a los heridos, estoy seguro que Natasha estará muy feliz de verte.
— No tengo dudas de que Natasha está haciendo un excelente trabajo cuidando de los enfermos, lo último que quisiera es que se distrajera por mi presencia, ya habrá tiempo de saludarnos después.
Souva miró con intriga a su compañero dorado.
Aunque a Velder le molestó la actitud de Terario, entendía sus palabras. Natasha usualmente es una joven muy centrada, pero en cuanto el pelirrojo estaba cerca o era el centro de sus pensamientos, tendía a volverse muy descuidada.
— Como quieras. Sólo espero que no quiera golpearme porque le oculté tu llegada —fue lo último que dijo antes de emprender el camino seguido por las dos amazonas.

— Vaya… de pronto el ambiente cambió. ¿Quién es Natasha? —Souva preguntó con picardía—. Te pusiste un poco nervioso en cuanto escuchaste su nombre.
Terario le lanzó una mirada gélida al Escorpión, pero éste lejos de intimidarse se sintió más intrigado y comenzó a deducir una historia de amor.
— Lo imaginaste.
— Como digas… — sonrió el Escorpión en cuanto Terario diera vuelta y marchara hacia la dirección opuesta a la de Velder—. Y ya que ambos somos malos para atender heridos, ¿qué haremos mientras tanto? —preguntó, siguiéndolo.
— Esperar hasta que podamos hablar con alguno de los gobernantes. Tengo entendido que la señora Hilda de Polaris quedó en un estado de salud delicado, pero entre los cuidados de Natasha y la armadura de la Copa, ella y todos los demás se recuperarán pronto.
— Me sorprendió que el Patriarca permitiera sacar un tesoro como ese del Santuario, sobre todo en tiempos de guerra, pero eso refleja la buena relación que se tiene con estas tierras. Vaya que fue difícil para Calíope dejar que nos la lleváramos —Souva rió, recordando a la amazona de Tauro y todas las amenazas que les lanzó antes de entregarles la caja. Una de las condiciones fue que dos de sus más confiables aprendices los acompañaran, pues ellas sabrían cómo utilizar las bendiciones del ropaje a favor de los enfermos.
La armadura de la Copa es el tesoro que se resguarda celosamente en el templo de Curación. Las amazonas allí conocen sus secretos, y están asignadas a su cuidado y preservación.
— ¿Sabes? Se dice que si te ves en el reflejo del agua que emana la armadura, puedes ver tu futuro —comentó Souva—. Nunca lo he podido comprobar, Calíope no me lo ha permitido, quizá sea una buena oportunidad —se detuvo, sosteniéndose la barbilla con gesto pensativo—. Con ella tan lejos… y ¿por qué no? Conocer a tus amigos, Terario, tengo curiosidad —lo dijo con una doble intención que Terario percibió.
— Haz lo que quieras Souva, te buscaré en cuanto te necesite. Pero pese a todo, no bajes la guardia, no podemos asegurar si los ataques aquí cesarán o sólo se tomaron un descanso.

*-*-*-*

El Santuario de Atena, Grecia. Cuarta casa del Zodiaco.

Por el templo de Cáncer deambulaban extraños olores provenientes de una fogata encendida en el Cuarto de Batalla. Allí el santo de Cáncer había colocado las herramientas necesarias para llevar a cabo su extensa labor.

Muchas agujas, cuencos con pasta de color, cubetas con agua, vendas y paños limpios era todo lo que necesitaba para trabajar. Una vez que tuvo la autorización del Patriarca Shiryu se prestó a ser el primero en sentarse, siguiéndolo algunos santos de oro después.

— ¿Y esta tontería en qué exactamente va a ayudarnos?— Nauj de Libra cuestionó malhumorado mientras Kenai de Cáncer le tatuaba un símbolo al lado izquierdo del pecho.
— Me lo agradecerás el día en que llegues a enfrentarte a algún ejército de espectros. No es algo que le desee a nadie, pero hay que ser precavidos —contestó sin distraerse, limpiando la sangre que brotaba—. Esto mi querido amigo protegerá tu alma de espíritus que quieran someterte o devorarte.
Nauj se reservó cualquier comentario. En otros tiempos no se dejaría arrastrar hacia las supersticiones ni a la brujería, pero era claro que las fuerzas enemigas dominaban artes sobrenaturales contra las que no podía combatir por su cuenta. Sólo por eso es que se prestaba a ser partícipe en el ritual.
— ¿Y de verdad funcionará? —preguntó todavía escéptico el joven Leo, quien aguardaba su turno.
— Tenía la opción de confeccionar un amuleto, pero esos son fáciles de detectar y destruir. Confíen, será cien por ciento eficaz. Cualquiera en mi tribu podría hacer esto en pocos minutos, pero al tratarse de un sello de protección de alto nivel requiere más dedicación y energía. Yo mismo hice los míos hace años, y hasta el momento han funcionado bien —respondió, señalándolos con orgullo.
Jack de Leo tenía sus dudas pese a que ha visto todo el proceso. Nauj lo ocultaba bien, pero de seguro era muy doloroso recibir tantos pinchazos en la piel… o tal vez para él no. Cuando el santo de Libra se quitó la camisa para comenzar con el tatuado, pudo ver las horribles cicatrices que le marcaban la espalda y el cuello. Le embargó una clase de lástima tratando de imaginar el origen de ellas, quizá un evento remoto por el cual formó una actitud agresiva hacia el mundo y para los que estaban en él.
— ¿El dibujo es el mismo para todos? —el santo de Libra preguntó, manteniendo los ojos cerrados.
— Las prisas no me permiten trabajos personalizados, lo siento —bromeó—. Tuve que diseñar una estructura correcta con los conjuros adecuados. Mi primera idea fue un cangrejo —dijo sonriente—, pero obviamente Albert casi me manda a otra dimensión cuando lo supo, así que opté por algo más adecuado, supuse que sería lo mejor.

El santo de Cáncer pasó un paño húmedo sobre el tatuaje terminado, dejando a la vista el símbolo de Nike con el que Atena por siglos ha liderado a los santos siempre a la victoria. Kenai aplicó una delgada capa de ungüento sobre el dibujo, manteniendo la mano sobre éste. Cerró los ojos al recitar un canto en voz baja, ni Nauj ni Jack entendieron el lenguaje.
El santo de Libra se tensó al resentir un extraño dolor recorriéndole el cuerpo, estuvo a punto de apartar a Kenai de un golpe, pero intuyó que era parte de la hechicería de la que tanto pregona.
El cosmos del santo de Cáncer se encendió, inyectándolo sobre la imagen.
— Debo advertirles un par de cosas antes. El tener este sello no significa que serán completamente inmunes o invencibles para un shaman; impedirá que espíritus carentes de un cuerpo puedan hacerles daño, incluso evitará que puedan ser poseídos. Será de utilidad al enfrentarnos a alguien con el poder del Cetro de Anubis que es capaz de invocar batallones de espectros. Sin embargo, no aplica para aquellos espíritus que conservan su cuerpo físico ni mucho menos contra un guerrero shaman. Tengan en mente eso.
— Con eso será suficiente —Nauj comentó, confiado—, con que me eviten molestias invisibles basta.

Kenai de Cáncer bajó la mano y suspiró con claro cansancio. Le dio un par de vendas al santo de Libra con las que esperaba él mismo se pudiera vendar.
— He terminado, para mañana ya no te causará molestia alguna.
Nauj se levantó del banquillo, mirando el resultado final— ¿Será permanente? —cuestionó.
— Lo tendrás toda la vida… a menos que un día decidas arrancarte el trozo de piel o algo por el estilo —explicó con desenfado, alistando todo para continuar con Jack.
— Quizá debas tomar un descanso —aconsejó Leo en cuanto se sentara frente a él.
— Aún tengo mucho que hacer, ya habrá tiempo para descansar. Afortunadamente mis discípulos se están encargando de otras tareas mientras me centro en esta… ¿Me pregunto si realmente te preocupas por mí o sólo quieres retrasar que te oprima con una de éstas? —preguntó divertido, alzando una de las agujas negras.
— No digas tonterías —respondió molesto, quitándose la playera—. Sólo me preocupa que no hagas bien tu labor, es todo.
— Tranquilo, puedo hacer esto hasta con los ojos cerrados —Kenai hizo malabares con la filosa herramienta—. Sólo duele los primeros minutos, pero ya te acostumbrarás.

Nauj no se quedó, en cuanto pudo abandonó el recinto del Cangrejo para volver a su propio templo. Jack de Leo intentó no hacer muecas, pero sintió mucho dolor, aunque para su suerte el shaman no mintió al decir que era muy diestro en tal asignatura.
— ¿Qué crees que suceda ahora, Kenai? —el santo de Leo preguntó, optando por hablar al saber que sería una buena distracción para su mente.
— El Patriarca ya nos avisará. Se ha tomado estos últimos días para decidir los siguientes movimientos —Kenai de Cáncer respondió sin detener su labor—, con Terario y Souva en Asgard, es posible que envíe a los santos de Plata a buscar a los santos de oro que continúan ausentes.
— ¿Y ya saben dónde se encuentran?
— Sí, pude averiguarlo. El Patriarca ya está enterado por lo que no tardará en asignar a alguien. Me habría gustado seguir con esa misión, era mía después de todo, pero aquí vaya que tengo muchas cosas que hacer —suspiró, pero conservó una cara alegre—. Supongo que es ahora cuando se alegran de haberle permitido a un shaman formar parte del Santuario, recuerdo que había muchos quisquillosos por aquí cuando recién ingresé —comentó, recordando lo mucho que el señor Seiya y Albert de Géminis le insistieron al Patriarca de ser cuidadoso con las admisiones al Santuario.
— Entiendo. Por mi parte puedo decirte que no creo en juzgar a todos por igual. Quizá seas un shaman pero no significa que seas un enemigo… Creo que era tu destino estar aquí con nosotros —el santo de Leo dijo con tono amistoso.
— Es bueno escuchar eso —el santo de Cancer ocultó bien su preocupación. Le acongojaba la idea de que estuvieran al borde de una guerra en la que los shamanes quisieran tomar el control de este mundo… pero se negaba a acusarlos de esa manera, siendo ellos los hijos más cercanos a la madre tierra, no era posible que decidieran profanar esta era de paz con más sangre.


El Santuario de Atena, Grecia. Templo de Atena.
En el templo de la diosa ausente, el Patriarca había tomado sus decisiones después de meditar la información dada por sus allegados. Una vez que compartió sus ideas con el santo de Pegaso, sólo faltaba asignar las tareas a las personas correctas.
Pero con tanto peligro y devastación rondándolos últimamente, cierta congoja comenzó a crecer en el pecho del Patriarca, por ello llegó a decir — Seiya, si algo llegara a pasarme, espero que seas tú quien tome mi lugar. El Santuario necesitaría de tu fuerza para no sucumbir a estas adversidades.
Seiya de Pegaso se extrañó ante las repentinas palabras del Patriarca, pero sabía exactamente cómo responder a ellas.
— Lo siento Shiryu, eso jamás pasará —aclaró seriamente ante la sorpresiva expresión del Pontífice—. Porque para que llegaras a morir, primero tendrían que pasar sobre mi cadáver— dijo tranquilo y sonriente—. Y un muerto no puede liderar a nadie, tendrás que pensar en alguien más.
— Seiya, esto no es ninguna broma —recalcó el Patriarca con seriedad, caminando hacia donde la estatua de la diosa sujeta a Nike y el escudo de Atena. Un recinto que suele visitar cada que necesita un tiempo de serenidad.
— Yo tampoco estoy bromeando —Seiya aclaró—. No pongas esa cara Shiryu, ambos sabemos que así será. Dime, ¿realmente nunca has pensado en quién podría ser un buen sucesor llegado el momento?
— Por supuesto, y jamás saldrá de mi cabeza que debes ser tú… Pero si ambos tenemos la dicha de envejecer en el Santuario sirviendo a Atena, no tendría ningún sentido que un viejo le diera el cargo a otro viejo.
— Tú lo has dicho.
— Aunque el nuevo Santuario y nosotros mismos aún somos jóvenes, lo pienso en ocasiones… tal vez más de lo acostumbrado desde que comenzó todo esto— el Patriarca confesó—... Quizá me precipite, o todavía no conozco a los demás lo suficientemente bien como para cambiar de parecer, pero basado en lo que he vivido y compartido con cada uno de los miembros del Santuario, si algo llegara a pasar, escogería a Souva de Escorpión como mi sucesor.
— ¡¿Souva?! —el santo de Pegaso se contrarió—. Oh, no esperaba esa respuesta.
— ¿Crees que lo juzgo mal? —Shiryu se interesó en la opinión de su amigo.
— No… bueno, tengo mis reservas pero —Seiya dudó—… me extraña, eso es todo, por un momento creí que escogerías a alguien como Albert, tal vez.
— Ah, Albert es un hombre muy dedicado, con muchos conocimientos, podría decirse que es como mi hijo pues fui yo quien lo encontró aquel día y lo traje aquí al percibir su talento —Shiryu explicó, recordando a ese grosero niño que encontró en las calles hace tantos años—. Su disciplina y dedicación me impresionan y lo harían acreedor a tomar mi lugar… Sin embargo, temo que esa disciplina es excesiva, lo ciega de vez en cuando, tal vez ocupa trabajar un poco su empatía hacia los demás. En cambio Souva, él es sabio a su manera, fuerte, tranquilo y percibe al mundo y a las personas desde otro ángulo; es reconocido por todos por su amabilidad y corazón justo —sonrió al ser las cualidades que más admiraba en los santos—. Es cierto que a veces causa conmociones por aquí, pero cuando el momento lo requiere ha sido un santo ejemplar. Además, ser Patriarca no significa sólo acatar reglas o imponer castigos, es saber cómo cautivar y dar aliento a todos los que viven en el Santuario.
— El corazón del Santuario —secundó Seiya, aprobando las palabras dichas por Shiryu.
— Exacto.
— Debo decir que no objetaría demasiado llegado el momento, pese a todas las veces en las que se le ha insinuado a mi mujer— Seiya bromeó—. Lo considero un buen prospecto por ahora. Aunque si aparece alguien más también estará bien —era claro que no estaba muy convencido con la elección, pero tenía que confiar en Shiryu.

Los nudillos de Albert se pusieron casi blancos por la fuerza con la que cerró sus puños al escuchar tal conversación.
No había sido su intención, el Patriarca solicitó su presencia en el sagrado templo de la diosa, cuyo acceso estaba restringido para la mayoría de los habitantes del Santuario. Siempre se había sentido honrado por ser de los pocos privilegiados que contaban con el permiso del Patriarca para ello.
Al entrar solo escuchó las voces, y conforme avanzó por el amplio pasillo de grandes ventanas, comenzó a entender el tema de la charla entre el Patriarca y el santo de Pegaso. Por educación debió haberse hecho notar o anticipar su llegada, pero no lo hizo, estaba curioso por la respuesta del Patriarca, la cual lo sacudió más allá de lo que hubiera podido pensar.
¿Souva de Escorpión un mejor candidato para suceder al Patriarca…? ¿Cómo podría ser eso posible? Escuchó cada palabra, sintiendo que cada una de ellas se le clavaba en el pecho como cuchillos. Ardía en deseos por emerger de la oscuridad y cuestionar abiertamente tal decisión, pero prefirió contenerse. No podía mostrar tal descontrol ante el Patriarca por esa situación.

Usando todo su autocontrol, Albert de Géminis logró serenar su rostro, retrocediendo varios pasos y fingiendo su reciente llegada al templo.
El Patriarca y el santo de Pegaso le dieron la bienvenida, sin sospechar que hubiera sido oyente de su conversación.

— Dime Albert ¿cómo van las cosas dentro del Santuario? —el Patriarca preguntó con interés.
— El trabajo de Kenai de Cáncer y sus pupilos marcha bien, tal y como usted lo dispuso Patriarca. Sabemos que la condición de Asgard se ha equilibrado, pero no hemos recibido detalles de la situación.
— Confío en que Terario y Souva puedan manejarlo. Si las cosas están marchando bien deberé pedirle a uno de ellos que regrese lo más pronto posible, no podemos dejar nuestras defensas tan abiertas, considerando que planeo enviar a otros santos de oro a diferentes misiones —Shiryu dijo para sus dos allegados—. Me he convencido que para afrentar esta amenaza los doce caballeros dorados deben reunirse en el Santuario. Gracias a Kenai tenemos dos localizaciones precisas del lugar donde las armaduras se encuentran.
— ¿Es eso cierto, Patriarca? —Albert cuestionó.
— La armadura de Piscis parece reposar en un lugar en Albania, pienso enviar a las amazonas Calíope de Tauro y Elphaba de Perseo. Confío en que ellas lograrán establecer contacto con la persona que la armadura de oro ha elegido y la traerán hasta aquí. Pero esa tarea no es la que me mortifica —Shiryu mostró un gesto preocupado.
— ¿Qué es lo que ocurre? —Géminis se atrevió a preguntar.
— Para nuestra mala suerte —Seiya decidió responder—, todo indica que hay una armadura de oro en las profundidades del océano.
— Eso quiere decir que… —Albert musitó perturbado.
— Se encuentra en el Reino Submarino de Poseidón —Shiryu continuó—. Desconocemos la razón… y Kenai parece muy seguro de su descubrimiento. No tengo porque dudar de su investigación. ¿Acaso un marino habrá sido elegido por la armadura?, ¿la persona elegida vivirá allí? o ¿el ropaje se encuentra allá en contra de su voluntad? —eran las posibles respuestas que encontraba, después de todo no sería la primera vez…
— Entiendo que es una situación delicada. Pese a que tengamos una relación neutral con el Reino Submarino, solicitar entrar para una búsqueda como esa podría resultar un insulto para ellos… —meditó Albert en voz alta.
— Lo más correcto es que yo mismo acudiera, pero temo que en mi ausencia algo pudiera pasar, y aunque Seiya se ha ofrecido, tampoco lo creo apropiado. Pienso enviar un comunicado, anunciado de la visita de dos de nuestros santos y solicitando una audiencia con el Emperador.
— Envíe a Sugita —se adelantó a decir Albert.
Seiya ya se encontraba al tanto del vínculo existente entre el actual santo de Capricornio con el Reino Submarino, por lo que tal sugerencia le parecía poco recomendable.
— ¿Qué clase de sandeces estás diciendo? —Seiya cuestionó con severidad.
Pero el santo de Géminis no se dejó intimidar — Dígame si no lo ha pensado Patriarca. No creo que el Emperador desconozca que uno de los suyos se encuentra dentro de nuestras filas, y si no ha habido ninguna clase de represalia por ahora quizá podamos ver esto como una oportunidad. Qué mejor emisario que él.
— Entiendo tu punto Albert —Shiryu dijo, no muy cómodo al saber que el santo de Géminis veía a Sugita de Capricornio como un anzuelo para sus propósitos—, pero me preocupa que ocurra todo lo contrario… Qué tal si es recibido y tratado como un traidor. Una vez dentro, habría pocas cosas que pudiéramos hacer por él.
— Creí que yo era el pesimista, Patriarca —dijo Albert.
— No es una decisión fácil… pero veo las grandes posibilidades de éxito si le encomendamos a Sugita de Capricornio tal tarea —Shiryu meditó—. Por supuesto que no le permitiría ir solo, Sugita es inexperto… quizá Aristeo de Lyra deba acompañarlo, es mucho mejor orador y sabría cómo llevar la situación de una manera diplomática.
— Sería prudente que Aristeo estuviera enterado de nuestros temores… quizá hasta Sugita deba ser advertido—aconsejó el santo de Pegaso.
— Eso si es que continúa sin saberlo —comentó Albert, creyendo que el paso del tiempo podría haberle dado al santo de Capricornio conocimiento sobre sus orígenes.
El Patriarca avanzó un poco por el recinto con gesto pensativo— No es correcto enviar a dos de nuestros santos sin la información apropiada. Dejaré que Sugita decida, después de todo es su vida la que entraría en juego. Yo hablaré con él— decidió al fin.
Albert de Géminis sonrió para sus adentros, ¿cómo podría el Patriarca considerar a Souva como un mejor sucesor después de que él siempre le ha dado atinados consejos y sugerencias?
— Yo iré en su búsqueda, Patriarca —Albert se acomidió.
Shiryu se lo agradeció, y tras una leve reverencia el santo de Géminis partió.

Albert dejó atrás el Templo de Atena, sintiendo esa incómoda y desagradable presencia conforme descendía hacia los aposentos del Patriarca.
Esto comienza a serme más y más familiar, ¿no lo crees Albert? —escuchó de esa voz burlona que reconocería como la suya propia.
El santo prefirió callar, continuando su camino.
Oh Albert, no me esfumaré sólo porque me ignores… Debes admitir que la Historia es un ciclo que tiende a repetirse, eres la prueba viviente ¿Qué no lo ves? —cuestionó sarcástico—. De nuevo aquí está, un santo de Géminis devoto, fiel, sabio, poderoso, con un corazón ansioso y lleno de esperanza para un día ascender a Patriarca… Cree ciegamente que el puesto será suyo, pues todo el tiempo, esfuerzo y sangre que ha dedicado a ello lo harían acreedor a tal sucesión… pero entonces descubre la traición de los que más respeta, pues es otro quien está siendo considerado para tomar ese lugar. De nuevo el escenario trágico se muestra, me pregunto si Souva de Escorpión terminará siendo expulsado del Santuario como un traidor, ¿enviarías al santo de Capricornio también como lo hizo Saga? —rió.
Albert se detuvo, tomando una gran bocanada de aire para mantenerse sereno.
— ¿Por qué me atormentas siempre con lo mismo? ¿Acaso no has entendido que jamás me convertiré en lo que pregonas? —cuestionó, animándose a mirar el casco que lleva en sus manos, para contemplar su reflejo en el rostro sonriente de la armadura.
No soy yo quien mueve los hilos, pero las coincidencias no existen tampoco —dijo su reflejo con gesto prepotente y malévolo—. Quizá es el destino el que conspira para que triunfes donde otros tantos han fracasado y muerto con el estigma de traidores… Una última oportunidad para reivindicar el signo de los Gemelos, como sueles decir…
Albert desconfió —Y lo haré, a mi manera, no a base de mentiras y asesinatos.
Si fueras de pensamientos tan puros, ¿por qué nunca le has hablado a nadie sobre mí? —cuestionó, sin recibir respuesta del santo de Géminis—. Temes las consecuencias… el rechazo o incluso que crean que te has vuelto loco… y quizá hayas perdido la cordura Albert, tu obsesión por el poder y el conocimiento pudieron haberme creado… Lo que tú creas depende de ti, pese a que te he revelado mi identidad te niegas a aceptar la verdad… si es más fácil para ti creer que has perdido la cordura, está bien, te ayudaré —volvió a reír con aire desquiciado.
Albert se palpó la frente, sintiéndose confundido y cansado por ese juego funesto por el que siempre termina envuelto.
— A estas alturas… creo que es momento de que descubramos la verdad. No puedo continuar así… si en serio eres quien dices ser, entonces pruébalo —pidió el santo.
¿Le pides pruebas a un dios?
— Negarte sólo prueba tu mentira…
Entiendo, olvido que los humanos sufren de una carencia de fe… Ya antes te ofrecí revelarte algo de sumo poder escondido en el Santuario, pero te negaste, ¿qué podría decirte que fuera de mayor interés para ti? —el ser espectral meditó unos instantes en los que Albert guardó silencio—. Si poder no es lo que buscas, quizá la oportunidad de una gran hazaña te resulte más tentadora…
— ¿Una hazaña? —Albert repitió confundido.
—respondió la voz maliciosa—, ¿qué harías si te diera la ubicación exacta en donde encontrarás a la persona responsable de todas estas batallas?
— ¿Qué estás diciendo? —Albert se sobresaltó.
Así es Albert, yo puedo decirte donde se encuentra. ¿Te interesa? —cuestionó.

*-*-*-*-*-*

Grecia. Villa Rodorio.

Sugita no deseaba verse demasiado ansioso, pero eso no evitó que sus pies trotaran todo el camino desde que salió del Santuario hacia villa Rodorio.
Sonreía entusiasmado de encontrarse con la persona que le escribió la nota que llevaba en el bolsillo.
Cuando la recibió a manos de uno de los guardias, le causó gran extrañeza, llegó a pensar que había sido una equivocación, pero en cuanto leyó su contenido quedó sorprendido y a la vez asustado.

Una vez que arribó a la villa, preguntó por el establecimiento donde debería encontrarse con dicha persona; un pequeño restaurante que es famoso por su té y panecillos según decían. Fue fácil de encontrar por la fachada pintada de color rosado, las plantas, las sillas y mesas fuera del establecimiento donde algunas personas se encontraban merendando. Avanzó hacia allá pero se detuvo aún a lo lejos al distinguir entre las demás personas a una en particular.
Allí estaba él, sentado junto a una mesa circular, fumando esa larga pipa que le gustaba tanto. En verdad se trataba de su padre, los años no lo han desfavorecido; continuaba con ese porte y apariencia distinguida que sus anteojos acentuaban. Su largo cabello blanco estaba sujeto por un delgado listón, vestía un traje negro que resaltaba la blancura de su piel y el azul intenso de sus ojos… parecía todo un noble.
Sólo entonces Sugita se sintió nervioso, se miró a sí mismo y pensó en que quizá hubiera sido mejor traer unas mejores prendas que las que llevaba. Pero tras despejar su garganta y limpiar el sudor de su cuello, decidió ir hacia él.
¿Él lo reconocería? Se preguntaba a cada paso. ¿Le gustará en lo que se ha convertido? ¿Aprobará la clase de persona que es ahora?

El padre de Sugita ladeó la cabeza un poco, descubriendo al joven pelirrojo que se tensó en cuanto sus miradas se encontraron. El hombre de cabello blanco lo miró, reconociéndolo de inmediato aun después de diez años, y su primer pensamiento fue— Se parece tanto a su madre…
Inseguro de cómo actuar, Sugita permaneció tan firme como si estuviera ante un general de altísimo rango, con la misma rigidez terminó por llegar a su lado para decir con claro nerviosismo— ¡Me alegra que esté bien, padre! —casi gritando, lo que causó gracia a un par de viejecitos que estaban cerca. Sugita realizó una reverencia oriental, en espera del permiso de su padre para poder tomar asiento.
El hombre de cabello blanco lo miró con ojos cálidos, y tras exhalar un poco de humo dijo —Veo que has crecido bien, Sugita. Tienes buen aspecto, parece que Deneb hizo un buen trabajo educándote. Por favor, siéntate.
— Gracias— Sugita se enderezó y terminó por tomar asiento en esa misma mesa, notando el juego de té puesto sobre el mantel, una canasta con panecillos y un cenicero.
El santo de Capricornio contempló a su padre y éste únicamente guardó silencio, observándolo fijamente. Sugita recordaba poco de él, pero la sensación de que siempre fue atento y amoroso estaba en su mente… Sin embargo ya no era un niño de cinco años que pudiera lanzársele a sus brazos y esperar que éste le respondiera, así que optó por comportarse como si estuviera ante su maestro, el hombre que lo crió e instruyó durante todos esos años.
— No tienes por qué estar tan nervioso —dijo el peliblanco con un gesto sonriente—, pero entiendo que mi visita te resulte repentina.
— Lo siento… —se disculpó el chico, viendo como su padre le sirvió un poco de té en una taza.
— Dos cucharadas de azúcar según recuerdo, y unas gotas de limón —comentó el hombre de anteojos al preparar la bebida.
El joven santo se sorprendió, aunque por muchos años vivió lejos de poder tomar un buen té, así es como solía gustarle si se presentaba la oportunidad. ¿Por qué recordaría eso el hombre que lo entregó a un desconocido para que entrenara lejos de un hogar y una familia, el mismo que jamás respondió alguna de sus cartas?
Sugita le dio un sorbo, pero sus manos seguían tensas sosteniendo la taza.
— Padre… la verdad es que estoy sin palabras, no creí que… ¿por qué esta aquí? —preguntó finalmente.
El hombre buscó entre el bolsillo de su traje y sacó un sobre con el sello roto que Sugita reconoció como suyo.
— Me escribiste hace tiempo, ¿acaso lo has olvidado? —respondió—. En ella decías que finalmente te habías convertido en un santo del Santuario y bueno, quise venir a visitarte y felicitarte por ello. Estoy orgulloso, tu madre también lo estaría.
— Es bueno escuchar eso —Sugita dijo, pudiendo sonreír—. Y me alegra que estés aquí porque, hay algo que no he podido decirle a nadie y… creo que tú eres el indicado.
— Dime.
— Padre, yo… conocí a alguien que me habló sobre mamá— el peliblanco se mostró interesado—. No fue muy claro y no me encontraba en una posición que me permitiera insistir pero —Sugita comenzó a mostrarse inquieto por una creciente desesperación que al fin se sentía en confianza de liberar—… dijo palabras que me preocupan, como que hay cosas que no conozco sobre ella, cosas que me atan al Reino Submarino. He pasado muchas noches en desvelo, y por más que lo pienso sigo sin entender lo que quiso decir —su respiración comenzó a sonar irregular—… ¿acaso yo debería ser…? —un repentino dolor lo sobresaltó y sacó de su angustia existencial cuando su padre lo quemara con la cazoleta de su pipa, permitiendo que lo caliente del hornillo le hiriera la piel en un punto de su cuello.
El grito de sorpresa no se hizo esperar, por lo que con ojos asustados miró a su padre quien permaneció impasible.
— ¡P-pero…! ¡¿Por qué hizo eso?! —Sugita exclamó malhumorado, cubriendo con su mano la quemadura que dejaría cicatriz.
— Si no te calmaba seguramente te ibas a hiperventilar como cuando eras un niño, ¿acaso has olvidado esas crisis tuyas? —cuestionó el hombre de manera despreocupada—. Antes tenía que cargarte y cantarte una canción, ahora creo que yo estoy demasiado viejo para intentarlo y tú demasiado grande como para que me lo permitas, así que probé ese método, parece que funcionó.
Sugita hizo una mueca de desagrado y a la vez vergüenza— Eso ya no me sucede.
— Veo que sigues preocupándote demasiado —el peliblanco suspiró—… Entiendo tu posible angustia al respecto, pero no tiene sentido que te sientas así, pronto la verdad te alcanzará.
— ¿La verdad? ¿Significa que sí hay algo que me has ocultado sobre ella? —Sugita preguntó, esperanzado.
— Yo no diría “ocultar”, sólo que eras muy pequeño como para que lo entendieras o que fuera necesario que conocieras. No era el tiempo Sugita, pero en vista que has llegado hasta aquí, es tu derecho saberlo.
— ¿Vas a decírmelo entonces?
El peliblanco fumó un poco más y después dijo —No, no soy yo quien lo hará.
— ¡¿Pero por qué no?! ¡Eres mi padre! ¡Es tu obligación!
— Lo sabrás pronto, ¿por qué eres tan impaciente? —dijo el hombre con gesto risueño—. Lo he visto, no tienes que mortificarte.
Sugita calló en cuanto escuchó esas palabras, sabiendo que su padre tenía un poder excepcional y que podía conocer el futuro de las personas, un poder mucho más desarrollado que el de su propia madre —Vas a estar bien… y si tu temor es que no seas mi hijo natural, puedo decirte que no tienes tanta suerte, yo soy tu padre te guste o no.
— No quise decir eso… pero me alegra escucharlo… —Sugita se apresuró a decir, sintiendo un gran alivio.

— Sé que no he sido el padre que mereces, pero sí el que necesitabas para llegar a este punto de tu vida —el hombre dijo tras un prolongado silencio en que el joven santo comió un trozo de pan. Sugita lo miró con los ojos bien abiertos. ¿Por qué estaba aquí realmente? Todo de él sonaba a una clase de despedida.
— Lamento haberte alejado de mí, pero necesitabas un guía diferente en esta cruzada. En todo momento pudiste haber renunciado pero, decidiste proseguir el camino que se te mostró, no desafiaste tu destino pese a que diversas oportunidades se presentaron. Naciste con el corazón de un santo ateniense y eso lo has probado, jamás pongas en duda que tu sitio está allá —dijo al lanzar una mirada hacia las montañas donde se encuentra oculto el majestuoso Santuario de los guerreros de Atena.
— Eso ahora lo sé padre— el santo de Capricornio lo imitó, mirando con orgullo hacia ese lugar, pero entonces se le ocurrió preguntar—. Cosas muy graves están sucediendo en el mundo… ¿sabes algo al respecto? Después de todo tú eres… —pero calló en cuanto descubrió lo osado de su intento.
El peliblanco llevó la taza de té a su boca, bebió dos pequeños tragos para decir— Hace tiempo que me limité a sólo observar el presente, Sugita. No es divertido, y en ocasiones no es nada grato ver lo que ocurrirá con antelación… Contigo hice una excepción ya que… bueno, se lo prometí a tu madre, que cuidaría de ti.
— Entonces… ¿has visto mi futuro? —sintió curiosidad por preguntar.
— El futuro es como un río que siempre está en movimiento, uno puede ver imágenes en sus aguas pero por ligeros cambios y obstáculos en la corriente, las imágenes se distorsionan y muestran algo totalmente diferente… No puedo garantizar que lo que he visto se cumplirá tal cual mi visión. No puedo decirte qué ocurrirá, eso es hacer trampa, pero sí puedo asegurarte que pase lo que pase llegarás a la edad como para darme uno o dos nietos, eso me hace feliz —comentó, sonriendo.

Qué misterioso era su padre, en eso pensaba Sugita al escucharlo hablar. Sabía de boca de otros sobre su alta posición en el circulo de hechiceros en Europa… él recordaba pocas cosas en realidad, pero nunca fue testigo de su verdadero poder…
Aunque su padre continuó hablando de pasajes nostálgicos y otros más personales, como el que volvió a casarse con una mujer japonesa con la que tenía una hija de pocos meses de nacida, el santo de Capricornio lo interrumpió diciendo:
— ¿Serías nuestro aliado?
A lo que el peliblanco calló, mostrando un gesto serio— En eso no te pareces en nada a mí. Aquí estamos después de diez largos años de no vernos y prefieres hablar sobre situaciones adversas— suspiró con desilusión.
— Esto es algo que también les concierne. Dos reinos han sido atacados y sumidos en la aniquilación ¿acaso tú y los demás esperarán a que suceda en sus propios hogares para decidirse a actuar? —Sugita recriminó.
— Nuestra sociedad está dispuesta a actuar para defender este mundo si la situación así lo requiere, Sugita. Pero no es tan sencillo como crees… Si los Santos del Santuario, los Apóstoles en Egipto y los Dioses Guerreros en Asgard no han sido capaces de mermar a ese grupo bélico, que otros se inmiscuyan podría terminar con miles de personas muertas en vano.
— ¿Entonces están dispuestos a esperar a que nos aniquilen a todos primero? —el santo cuestionó molesto.
— Las cosas son como deben ser. ¿No te preguntas por qué tu Patriarca no ha buscado aliados? Él sabe que si sus fuerzas no son capaces de detener esta amenaza, hay pocas esperanzas de que los otros triunfen.
— Pero la unión hace el poder —el joven insistió.
— Esas decisiones no te competen, Sugita. No te fijes en lo que los demás hacen o no hacen, concéntrate en lo que tú puedes lograr para llegar al final de esta situación. Algún día comprenderás que el destino se labra con las acciones de todos los individuos de este mundo, sin importar lo insignificantes que estas acciones puedan parecer. Estar sentado aquí, frente a mí bien puede haber cambiado tu destino y el de otros… Debes confiar en que todo se da por una razón, no existen las coincidencias, sólo lo inevitable —el peliblanco susurró, recordando con afecto a la persona que solía decírselo tanto—. Esas siempre fueron las palabras de tu madre, recuérdalas a partir de hoy.

FIN DEL CAPIRTULO 34



Vladimir*: Es el nombre del Maestro de Terario de Acuario. Apareció en el Capitulo 2.

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#145 Lunatic BoltSpectrum

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Publicado 26 febrero 2013 - 22:36

como siempre buen capitulo

esta vez me perdi un poco aunque tal vez sea por la hora a la que lo lei :lol:

esperando la proxima mini saga xD

saludos

#146 Seph_girl

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Publicado 27 febrero 2013 - 11:26

XD ay me alarma leer eso Bolt, hmm podría ser igual que me tardé en escribir y se nos olvidan las cosas a corto plazo jajaja pero bueno,e spero el próximo no te pase lo mismo =)

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 27 febrero 2013 - 18:44

Me estoy leyendo tu historia desde el principio, y he de decirte que me encanta, en serio, eres muy buena, sigue con esto hasta el infinito, (aun voy por el capitulo 3 y me da una mezcla de: ¿porque porquerias hay tanto? y ¡OMG, esto es buenísimo!) me gustaría que llevases más de los 34, aunque me quedan muchas lineas por leer mis primeras impresiones son muy positivas, ¿Has pensado en dedicarte a la escritura? creo que sería una opción para sacarte algún dinero extra en el futuro, escribes muy bien.

#148 Seph_girl

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Publicado 03 marzo 2013 - 15:27

¡Saludos Reiro!
Bienvenido y gracias por comenzar a leer esta historia.
Que gusto que lo estés aguantando ajajaja veremos si llegas a alcanzar el capitulo en el que voy =)
Me alegra que te hayas dado una oportunidad para leer n___n

Jejeje gracias por tus halagos, la verdad no escribo tan mal pero tampoco tan bien como para pensar en algo profesional, eso se lo dejo a personas que de verdad han estudiado y esmerado en el ámbito de la escritura (por el foro hay muchos n.n).
Esto lo escribo por motivos de hobby y gusto propio, nada mas =), intentamos mejorar cap con cap y recibo la ayuda de un buen amigo que se encarga de señalarme las faltas ortográficas que a mí se me pasan jejeje.

Gracias por leer y comentar!
Un abrazo!!! :lol:

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#149 ƊƦąğoɳ_ǤįƦȴ

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Publicado 03 abril 2013 - 22:56

Hola!!

Después de un largo rato de no pasar por este rumbo me da gusto poder leer un cap más. 

 

Tuve que hacer memoria para recordar los nombres de los caballeros de oro, es que como los últimos capítulos fueron de Asgard me acostumbré a los dioses y deje un poco olvidados a los otros. Lo bueno es que ya los estamos viendo en acción otra vez :) 

 

El cap me pareció adecuado, presentando la angustia del Patriarca ante el panorama tan asolado y fúnebre, poco a poco nos vas llevando más a fondo de esta gran historia. 

Algo que siempre me ha gustado y que te lo he mencionado anteriormente, es que a cada personaje tuyo, le dedicas una parte, le creas su historia y eso permite que nos encariñemos más con tus personajes! 

Por último, quiero resaltar la frase que usaste para finalizar: no existen las coincidencias, sólo lo inevitable..  me encantó, sencillamente es muy acertada. 

Espero que traigas pronto el cap que sigue porque ya quiero saber qué sucederá

Saludos!!


SOCIEDAD DE LA BALANZA

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Even if you can hear my voice, I'll be right beside you

 


#150 Shiryu

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Publicado 04 abril 2013 - 06:24

esta muy bien pero donde están los caballeros shun ikki hyoga shiryu y seya que no aparecen nada salvo al comienzo pienso que les deberías darles a ellos darles 5 de las armaduras de oro ademas de que sean maestros


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#151 Seph_girl

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Publicado 08 abril 2013 - 22:25

Saludos mis lectores!
Como están?? Espero que la demora no los haya ahuyentado, pero aquí estoy una vez más para traerles un nuevo episodio.

Muchas gracias Dragon girl por seguir por aqui =) y que bueno que aprecies que cada santo llega a tener pues algo más de historia, es cierto que con unos puedo alargarme más, con otros no pero ahi la llevo.

Shiryu, bienvenido, entiendo que como fan de SS esperas más participación de los de Bronce pero.... bueno como es una nueva generación, quiero explorar más con los nuevos personajes. Shiryu ha tenido buen papel, Seiya aparecido en ocasiones, Ikki tambien tuvo una escena importante en Egipto, y cosas así seguirán sucediendo por la historia, lamento si no es suficiente.

Bueno, ya sin mas demora, les colocó el capitulo nuevo. Gracias a todos los que continúen leyendo y recuerden que los comentarios no se cobran jejeje.


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— ¡¿Dónde está?! —resaltó una voz femenina por encima de las demás que murmuraban en la oscuridad — ¡¿Cómo está ella?!

Una joven apartó al resto de las siluetas oscuras, abriéndose paso hasta ser alcanzada por la luz de la cueva.

Alrededor de la fuente cristalina, sólo otras dos personas se dejaban iluminar por la luz: el guardián de mascara gris y una mujer de edad madura. Esa mujer portaba una armadura platinada con bellas incrustaciones de jade, su cabello llegaba hasta su cintura y cada hebra poseía el color del cielo azul.

— ¿Danhiri? —dicha mujer le preguntó a la joven recién llegada— ¿Qué es lo que haces aquí? Deberías estar llevando a cabo tu misión —le recordó con severidad.

— Sé cuál era mi deber, madre. Aceptaré cualquiera que sea tu castigo, pero ahora lo más importante para mí es Tara —respondió la joven con valentía, una guerrera que era idéntica a la chica vidente que habitaba dentro de las aguas de la fuente. Pero Danhiri no poseía gestos gentiles ni pacientes, sus facciones expresaban frialdad y furia de una mujer que seguía el camino de la violencia. Su cuerpo estaba cubierto por una llamativa armadura roja que resaltaba la blancura de su piel y el azul de su largo cabello.

— Tu sanción llegará, no por mi mano— le aseguró su madre—. Después hablaremos tú, yo y el señor Avanish, por ahora hay cuestiones más importantes que debemos tratar.

— La señora Hécate tiene razón —intervino el enmascarado—, Dahack está muerto, y desconocemos el paradero de Caesar y la localización de la Áxalon.

— ¡¿Qué has dicho, Ábadon?! —Danhiri exclamó—. ¡Eso no puede ser!

El llamado Ábadon asintió con pesar.

— Pero si Asgard estaba destinada a caer, ¿cómo es eso posible? ¡¿Cuál fue el fallo?! —la joven Danhiri deseó saber.

No lo llamaría ‘fallo’ —en respuesta, se escuchó la voz de la persona a la que siguen y obedecen—, sino un milagro… Una vez más la voluntad humana sobrepasa la fuerza del destino y transforma el futuro —sus palabras hicieron eco en cada rincón de la caverna.

Danhiri buscó a su señor donde suele sentarse, mas no se encontraba allí. Notó cómo es que Hécate y Ábadon miraban hacia el interior de la fuente, por lo que al acercarse un poco pudo encontrarlo.

Él estaba allí dentro, acunando a una durmiente Tara, quien permanecía en un sueño profundo forzado por su mano. De lo contrario, su joven vidente habría cometido más de un acto insensato sólo por amor. Su responsabilidad hacia ella era grande como para dejarla cometer equivocaciones.

— Es algo que ocurrirá con frecuencia a partir de ahora… Es común en las guerras de los hombres, donde las pasiones y los deseos determinan el rumbo de la historia. Pero no teman, esto no aplica sólo a nuestros adversarios, nuestros propios corazones pueden  lograr esos mismos milagros.

Las palabras de Avanish tranquilizaron a más de un alma dentro de esa cueva. Lo acontecido en Asgard despertó un miedo incomprensible en más de alguno de los presentes, pero terminó desvaneciéndose por el sentimiento de la esperanza.

Es lamentable lo que ha sucedido con Dahack… Pero Caesar vive.

— ¿Es cierto eso? Dígame donde encontrarlo y yo iré a su encuentro —Danhiri pidió con impaciencia.

No hay necesidad, ya lo han traído hasta aquí —fueron las palabras que extrañaron a los Patronos, tomándolos por sorpresa una serie de pasos que resonaron por el recinto.

Los guerreros allí reunidos se sobresaltaron como si un enemigo hubiera entrado a su recinto sagrado, un sitio que pocos son capaces de encontrar e imposible de penetrar para otros, a menos que cuente con la aprobación de alguien de dentro.

Los ensombrecidos Patronos reaccionaron rodeando al extraño, sólo Danhiri y Hécate permanecieron en la luz.

 

Las sombras parecieron más densas alrededor del individuo, pero a la altura de sus ojos un par de puntos electrificados era visible.

— Pueden dejar de contener el aliento, no vengo aquí a lastimarlos —fueron las palabras que emergieron de una boca que mostró dientes centellantes.

— ¡¿Tú?! ¡¿Cómo pudiste llegar a aquí?! —Danhiri exigió saber.

— Tomé de su amigo la información que necesitaba —respondió el invasor con clara despreocupación. No se sentía amenazado pese a que se encontraba rodeado por toda una élite de guerreros poderosos—. El resto fue fácil.

— No se precipiten, yo lo invité a entrar —intercedió el llamado Avanish, quien permanecía fuera de la vista de todos.

— ¿Qué? ¿Pero por qué? —Danhiri preguntó incrédula.

— Quizá porque tengo dos cosas que seguro extrañan —musitó el invitado en cuanto una serie de relámpagos borbotearon del suelo junto a sus pies, marcando un portal del que salió despedida una masa amorfa que cayó aparatosamente justo sobre la alfombra de flores que rodeaba el manantial.

Los Patronos se sorprendieron, pero se mantuvieron en espera, sólo uno de ellos no se pudo contener y respondió ante lo que consideró una afrenta. Ábadon  alargó el brazo hacia el misterioso hombre, y del brazal de su armadura gris emergió una cadena de oro con la que lo aprisionó.

El sujeto no se resistió, permitió que la cadena lo envolviera un par de veces, dejándole inmóviles los brazos.

Danhiri y Hécate observaron cómo esa masa se movió, comenzando a derretirse en gruesos hilos de sustancia oscura. Aquello batalló para abandonar el suelo, intentó incorporarse, pero sin piernas o brazos visibles parecía todo un reto.

Les resultó una criatura grotesca de la que empezaron a escucharse quejidos reprimidos, llenos de desesperación.

Las mujeres quedaron estupefactas cuando un brazo humano emergió triunfante de ese extraño capullo, y como otra le siguió, uniendo el esfuerzo de ambos brazos para romper la nefasta estructura que lo rodeaba.

Todos reconocieron a Caesar, quien gritó enfurecido y con un gesto desquiciante. El Patrono de Sacred Python inhaló aire con dificultad, cayendo de rodillas y manos al suelo.

Danhiri se apresuró a postrarse junto a él. Hécate vio con desagrado los restos de aquello que aprisionó a Caesar, sólo bastándole un soplido de sus labios para que tan nauseabunda sustancia fuera purificada por el rocío que existía entre el césped y las flores.

Aunque Danhiri lo llamó repetidas veces por su nombre, y hasta lo sacudió un poco, Caesar continuó sólo recuperando el aliento, mostrando una mirada muy perturbada por la experiencia que había sufrido.

— Denle un poco de tiempo, quizá recupere el habla en uno o dos días —comentó el invitado con tono burlón.

— Entonces fuiste tú, aquel que intervino en nuestra batalla contra los dioses guerreros en Asgard —lo acusó Ábadon.

— ¡Tú! ¡¿Qué fue lo que hiciste?! —Danhiri clamó furiosa, dispuesta a iniciar un combate que muchos allí lamentarían.

Todos, guarden la compostura —se escuchó la voz suave de Avanish en cuanto decidió abandonar el interior del manantial. El manto y capucha con el que se cubría brilló por el sol que recaía sobre sus hombros, como si estuviera echa de plata u otro metal precioso.

Los Patronos se sometieron a las palabras de su señor. Avanish caminó hacia Caesar, obligando a la joven Danhiri a apartarse de él.

Avanish puso la mano sobre la cabeza de su allegado y eso bastó para que el Patrono volviera en sí.

Consciente de sí mismo, Caesar levantó el rostro en cuanto su respiración agitada volvió a tonarse calma. Miró a su señor y al reconocerlo sintió que el peligro había pasado, aunque la vergüenza por su fracaso lo hizo devolver la vista a sus pies.

— Señor Avanish, permítame encargarme de este intruso —pidió Ábadon.

No —respondió con voz pasiva, dejando atrás a Caesar y avanzando hasta la línea circular que dividía la luz de la oscuridad en el recinto—. Si lo invité a pasar es porque yo mismo quería tratar con él. Libéralo.

Ábadon tuvo sus deseos por replicar, pero le bastó una mirada de su señor para obedecer.

Una vez que la cadena fue apartada de su cuerpo, el extraño invitado realizó una osada pero apropiada reverencia.

— Como te prometí, ambas posesiones tuyas han regresado sanas y salvas ¿será suficiente para que creas en mis palabras? —cuestionó el de ojos relampagueantes.

Actuar contra mis hombres es interponerse a mis deseos, ¿por qué debería permitirle a una criatura como tú servirme? —Avanish cuestionó, intrigado.

— Si interferí con tus designios fue para llamar tu atención, y ha funcionado ¿no es así?

¿Entiendes que podría destruirte justo ahora? —Avanish musitó sonriente—. También podría anular el contrato por el que estás dentro de ese cuerpo humano… no sé cuál de las dos situaciones sería más apropiada para ti.

— No dudo que pueda hacerlo, por eso es quien es —comentó la criatura—. A través de mi hermano que murió en Asgard, supe de la existencia de seres interesantes en éste mundo que me es desconocido y del que fui expulsado…  Mi única manera de encontrarlo era siguiendo a sus allegados, pero si los dejaba morir a todos, habría tardado más en celebrar esta reunión.

— Tenemos entendido que Caesar estaba destinado a acabar con todos en Asgard —dijo una de las figuras ensombrecidas—. Hasta que llegaste tú y arruinaste todo.

— ¿Será eso cierto? —la criatura reprimió una risa—. No, y lo sabes —se dirigió únicamente a Avanish—. Éste chiquillo cambió el futuro —palpándose el pecho—. El destino que veía terminaba en sangre y muerte, lo que ustedes buscaban… En ese momento yo desconocía todo esto, lo único que me importaba era sobrevivir, por lo que no dudé en tomar mi oportunidad. Una vez que él me dio el control de todo lo que le pertenece, fui capaz de ver el nuevo futuro que nuestras acciones ocasionarían, y puedo decir que incluso aquel hombre —señalando a Caesar—, iba a ser derrotado.

Los Patronos guardaron silencio, algunos deseando que su señor pulverizara al entrometido individuo, otros preguntándose si sus palabras eran ciertas.

— Como ves, intercedí por ti… y no pareces ser un hombre que no recompense dichas acciones.

— Cómo te atreves… —Danhiri susurró furiosa, frenando sus impulsos por una señal de su señor.

— Te doy la razón, criatura del abismo, haz hecho algo por mí de gran importancia. Las personas de buenos modales no esperarían nada a cambio, pero tú —calló de pronto, meditando cuidadosamente su decisión—… olvido con quien estoy tratando. Con un exiliado… un desterrado… Aunque nuestros orígenes difieren, eres como todos los que están aquí reunidos —Avanish alzó los brazos como si deseara alcanzar con ellos a todos los presentes—. Es posible que tengas razón, no existe un mejor lugar en el mundo en el que puedas ser bienvenido más que aquí.

— Señor Avanish, no estará accediendo a… —uno de los Patronos buscó intervenir, pero de nuevo fue silenciado por la presencia de su líder.

Todos ustedes han sido testigos de mi bondad en el pasado. Conocen en gran medida lo que es el abandono, la traición, la desesperanza —de manera fugaz recordó los momentos en que se topó con todos sus seguidores—… la soledad. Por lo que no está en mí negarle a una criatura perdida un refugio…

Avanish le dio la espalda a la oscuridad y miró con gentileza a Hécate, quien le respondió de la misma manera, aunque en sus ojos había un deje de preocupación e inseguridad.

Él me llamó desde la lejanía, me buscó y vino a mí. Está dispuesto a someterse a mi voluntad pese a que no estoy complacido con sus recientes acciones… Me ha pedido asilo, dirección, como todos ustedes alguna vez lo hicieron… Por lo que accedo a cubrirlo bajo mis alas.

 

Ehrimanes inclinó la cabeza, avanzando hacia la luz que fue borrando sus rasgos inhumanos y espectrales hasta iluminar por completo a un jovencito de cabello ocre que vestía ropas del reino de Asgard.

Ante los ojos de los presentes, inclinó una rodilla y la postró en el lecho de flores— Viviré para ver realizados sus deseos. Expulsemos de este mundo a los indignos y a los traidores. Los dioses tuvieron su oportunidad, no les permitamos arruinarlo de nuevo—Ehrimanes dijo, ocultando una tenebrosa sonrisa.

 

 

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Capitulo 35

El futuro no está decidido. Parte 2

 

Asgard, Palacio del Valhalla.

 

Las mazmorras en el Palacio de Odín habían permanecido vacías y sin uso desde que la guerra civil fue mermada y los prisioneros fueron exiliados por decreto de Hilda de Polaris años atrás. Todo el lugar estaba polvoriento, y descuidado, sólo las antorchas empotradas en las paredes iluminaban los muros, las telarañas y algún que otro insecto o animalejo rastrero que terminaban escondiéndose ante los sonidos de pasos que avanzaban por el lugar.

Bud de Mizar caminaba por el solitario corredor de celdas, dirigiéndose a la única resguardada por un guardia de aspecto joven e inexperto. Le causaba pesar, pero la mayoría de los soldados del reino fueron asesinados durante la batalla contra los Patronos.

El pueblo de Asgard ha reaccionado con valentía y resignación, llorando a sus muertos pero también esforzándose por mantener vivos a los heridos, sanar a los enfermos y apoyar a sus gobernantes. Jóvenes como ese tomaron la iniciativa de cambiar sus herramientas de carpintería o caza por escudos y espadas. Bud sólo podía hacerse el propósito de impedir que el peligro volviera a sacudir a Asgard de manera tan trágica.

 

El dios guerrero ordenó que lo dejara pasar, aguardando a que los seguros fueran removidos. Tomó una antorcha bañada con aceite, encendiéndola con el mismo fuego que estaba a su alcance. Esperó hasta que la puerta fuera sellada una vez más para mirar el interior de la celda.

El lugar estaba hundido en la oscuridad, sólo las flamas en su mano iluminaron un poco el entorno. Avanzó, conociendo la instalación a la perfección como para saber donde arrojar el leño encendido para prender un lamparón de aceite que generó el fuego necesario para su propósito.

 

En lo profundo de la celda, un hombre fue alcanzado por la luz anaranjada. Gruesos grilletes aprisionaban sus manos y cuello, mientras que las cadenas estaban firmemente sujetas a los muros.

El prisionero no reaccionó ni siquiera un poco ante su visita, permaneció sentado como un mendigo recargado en la pared, con la cabeza colgante entre sus rodillas. Tenía el cabello desmarañado que le cubría el rostro, mientras el resto de su cuerpo se encontraba cubierto de vendajes.

— Me enteré que habías recobrado el conocimiento. Si no has intentado escapar de aquí significa que aceptas que despertaste en el lugar correcto, Clyde —Bud habló, acercándose al prisionero.

Clyde, dios guerrero de Megrez, continuó con su inmovilidad y silencio.

Bud de Mizar no podía negar su amistad con Clyde, después de todo, fueron los únicos dioses guerreros que estuvieron al servicio de Hilda en el pasado, por lo que lo conocía lo suficiente como para tenerle estima.

— Alwar me contó todo —Bud prosiguió en vista de no escuchar respuesta—. Decidiste traicionar a Asgard, atacaste a dos de tus compañeros y ahora Freya está luchando para mantenerse con vida después de su enfrentamiento. Dímelo Clyde, dime ¿por qué? —Bud reclamó, enojado—. ¿Qué te llevó a traicionarnos en el momento en que más te necesitábamos de nuestro lado?

Ni una palabra salió de boca de Clyde.

Bud se sentía lo suficiente molesto como para permitirse golpearlo, pero se abstuvo, decidió intentar algo más—. Clyde, ¿Qué fue lo que le sucedió a Aifor? —cuestionó, con éxito.

El dios guerrero de Megrez meció un poco la cabeza, como si le incomodara el tema.

— Antes de que la batalla terminara, se comportó de una manera extraña, ninguno de nosotros lo comprendió. Sergei asegura que no se trataba de él pero… antes de marcharse dijo que tú tenías respuestas, y sólo por ellas es que no he dejado ir sobre ti la verdadera ira que siento —le dijo con evidente advertencia.

Bud aguardó paciente, mirando a su camarada caído en desgracia. Le resultaba toda una ironía que aquel quien con más fiereza cazó a los traidores de Odín en el pasado, ahora se haya transformado en uno.

Para el dios guerrero de Mizar sería fácil no buscar pretextos para las decisiones que tomó Clyde, pero Hilda le pidió que no se precipitara, que el deber de ellos como dirigentes de Asgard era buscar la verdad. Si existía una conexión entre lo que le ocurrió a Aifor y las acciones de Clyde, él debía averiguarlas.

 

Cuando Clyde abrió los ojos después de su última pelea, se lamentó de saberse con vida. En algún momento, rodeado por toda esa oscuridad, creyó que estaba muerto y su estancia en el infierno no había hecho más que comenzar. Pero en cuanto un joven soldado entró para darle de comer supo que no era tan afortunado…

Si se mantenía en esa celda era porque así era su deseo. No le temía a Bud, ni siquiera a la ira de los dioses.

Clyde no pudo detener los recuerdos en cuanto le preguntaron sobre Aifor… No importaba si mantenía abiertos o cerrados los ojos, su imagen lo acompañaba, esa mirada que siempre lo caracterizó y la manera en la que, pese a todo lo ocurrido, le agradeció tantos años de cuidado.

 

¡Quiero hacer un trato contigo! —se escuchó la retumbante voz de Aifor, quien encaró al monstruo relampagueante.

¿Un trato? —Ehrimanes repitió, consternado.

Aifor de Merack asintió— A cambio de que abandones el cuerpo del maestro Clyde, y erradiques a los invasores que han invadido la tierra de Odín, yo te daré el mío.

¿Acaso he escuchado bien? —Ehrimanes cuestionó, sorprendido por tal propuesta—. ¿Me lo entregarás si te ayudo a deshacerte de esos sujetos?

Si la situación no sufre un cambio pronto, el futuro de Asgard será desastroso… ¡Todos van a morir! ¡No puedo permitirlo! Está en mí cambiarlo, pero para lograrlo necesito de tu ayuda —Aifor explicó sin temor o dudas—. Por eso estoy dispuesto a hacer un contrato contigo, en el que ambos saldremos beneficiados, ¿te interesa?

¡N-no… de… de-tente… n-no lo… hagas! —pidió Clyde de Megrez, notándose en sus gestos el esfuerzo supremo que se ejercía para poder mantenerse consciente y hablando, incapaz de levantarse del suelo por las severas heridas sufridas—. ¿Qué no entiendes… q-que… eso es… lo que él quiere?!

¿Un contrato? ¿Tú? ¿Te sientes con la capacidad para hacerlo? —cuestionó la criatura—. Hasta ahora me has sorprendido más de lo esperado, ya entenderé la razón por la que has podido hacer todo esto —meditó sus opciones y el extraño giro de los acontecimientos—… Tienes suerte, mi contrato actual con Clyde es complicado pero no irrompible… En vista que apareció ante mí alguien que con su entera voluntad me ofrece un cuerpo, tengo la libertad de aceptarlo.

Aifor escuchó a Clyde perfectamente, pero decidió ignorarlo para proseguir.

¿Entonces aceptas mis condiciones? ¿Dejarás al maestro y nos ayudarás a resolver esta situación?

Está bien, de cualquier forma Clyde ya no es apropiado para mí —Ehrimanes siseó con malicia—. Te ayudaré como me pides a lidiar con los invasores y sacarlos de Asgard… Pero después de eso, lo que yo haga es asunto mío —aclaró.

— ¡Basta…! ¡Para! —el guerrero de Megrez siguió insistiendo con desesperación, mas su pupilo no planeaba escucharlo. No lo iba a permitir.

Con sus últimas fuerzas, sacó de entre su cinturón una pequeña daga, intentó ser discreto pero fue difícil con los torpes movimientos de su cuerpo magullado. Sólo tenía que cortarse el cuello y entonces esa pesadilla terminaría, como debió haberlo hecho hace tantos años, pero nunca tuvo el coraje necesario para atreverse… hasta hoy.

Aifor y Ehrimanes se dieron cuenta, mas el dios guerrero de Merak se abalanzó sobre Clyde y lo detuvo, pudiendo desarmarlo con facilidad.

¡Eres… un tonto! ¡Mocoso… idiota! ¡No cometas… una estupidez! —Clyde aprovechó el acercamiento y lo cogió por el cuello, mas sus fuerzas no eran suficientes como para ser una amenaza.

Aifor tenía el rostro acongojado, pero no se atrevió a dirigirle palabra a su mentor. Todo estaba decidido y nada lo haría cambiar de parecer.

¡Mírame… mírame bien! ¡No puedes… confiar en él…! ¡Este es… tu futuro… quizá has elegido uno peor…! ¡Recapacita Aifor…! ¡Todo este tiempo… yo…! ¡¿Por qué?! ¡No necesito que… hagas esto, no necesito que me salves…! —se enfurecía a cada segundo que pasaba y su alumno no le respondía.

No había cosa que detestara mas que le dedicara esa mirada de cordero a medio morir.

¡¿Acaso no lo entiendes?! ¡Todo este tiempo… todo fue una farsa! ¡Ese día… en que te encontré… no dudé en utilizarte para mi propia supervivencia! ¡Lo único que tenía que hacer… era mantenerte vivo y prepararte para este día! ¡Y ahora que lo sabes… tú…! —Clyde tosió sangre por el esfuerzo, a lo que su joven alumno le sujetó la mano con la suya para decir algo al fin.

Quizá todo haya comenzado de esa manera… pero escúchese ahora, mire lo que está dispuesto a hacer para evitarlo —Aifor miró la daga y sonrió conmovido—. No puedo odiarlo maestro, por más que lo intentara no podría. El destino cruzó nuestras vidas en aquel entonces, quizá ésta es la razón por la que aparecí en su camino ese día en la nieve… No importa las razones por lo que lo haya hecho, usted me salvó y es el único padre que he conocido —compartió los sentimientos que siempre ha albergado.

Clyde quedó muy asombrado al escucharlo, las palabras ya no podían fluir de sus labios.

Pero por otra parte… esto va más allá de lo que sintamos usted y yo. Confíe en mí, esta decisión cambiará su destino, el del señor Bud, la señora Hilda, el del príncipe Syd, el de todos los habitantes de Asgard. Mi deber como dios guerrero es proteger esta tierra y a su gente, y pienso hacer honor a ello —Aifor volvió a ponerse de pie, dedicándole una última mirada gentil al hombre al que respeta y ama como a un padre.

 

Ehrimanes observó todo en silencio, entendía la delicada línea que lo separaba del éxito y desaparecer. Celebró la derrota de Clyde, quien no pudo cambiar la decisión del joven Merak.

No demoremos. Acepto tu propuesta, pero debes prometer algo más —dijo Aifor con desafío—. Serás libre de hacer lo que se te plazca excepto volver a pisar esta tierra, nunca volverás a entrar al reino de Odín.

Eso es aceptable —la criatura respondió con tranquilidad, no tenia interés en ese reino devastado.

Y jamás podrás hacerle daño a mis camaradas, nunca —agregó.

Oh, y ¿qué esperas que haga si se atreven a levantar su puño contra mí? —Ehrimanes cuestionó sarcástico.

Cuando te unas a mí, estoy seguro que tendrás las herramientas para evitar dichos encuentros —Aifor respondió de inmediato—. No es mucho lo que te pido si consideras que voy a dártelo todo. Al final tú sales ganando.

En eso te doy la razón. De acuerdo pequeño Aifor, yo Ehrimanes acepto hacer un pacto contigo —la sombra se ensanchó dentro de la jaula de luz dorada que lo aprisionaba—. Debes abandonar todo lo que te ata a tu vida pasada y sellar nuestro acuerdo.

Aifor asintió, con un pensamiento la armadura de Merak se separó de su cuerpo. Cada trozo volvió a ensamblarse hasta formar la figura del caballo de ocho patas.

Eso también —Ehrimanes señaló con una mano brumosa.

El joven tomó el brillante medallón de su cuello. En contra de lo pensado, Aifor dio media vuelta y se aproximó a la agonizante Freya quien ya había perdido el sentido,  pero algo de vida todavía alzaba su pecho de manera errática.

Con cuidado, Aifor colgó su reliquia en el cuello de la pelirroja quien, de algún modo, dejó de sentir dolores, pudiendo descansar.

 

El joven volvió a pararse frente a la jaula dorada, dentro de la que se arremolinaba un tornado negro.

Yo, Aifor de Merak Eta, accedo al pacto establecido contigo Ehrimanes. Cualquier falta a las condiciones establecidas terminará con dicho contrato— el joven se hirió la mano que aún podía mover con libertad utilizando la daga que tomó de su maestro— Que mi sangre selle este tratado…

Los barrotes luminosos  se desvanecieron al término de tales palabras. La sangre que Aifor ofrecía fue manipulada por el viento hasta formar un delgado hilo que unió a ambos seres.

¡¡¡Aifor!!! —clamó Clyde en cuanto vio desvanecerse su conexión con Ehrimanes.

El joven Merak cerró los ojos, siendo golpeado por la feroz corriente que lo envolvió en sus tormentosas cortinas.

El torbellino oscuro perdió rápidamente intensidad, conforme los relámpagos circulaban alrededor del joven guerrero. Las centellas parecieron curar el herido y fatigado cuerpo de Aifor, pues su brazo roto dejó de estarlo y todas las otras lesiones desaparecieron.

Cuando la ventisca se desvaneció, el joven permaneció con los ojos cerrados unos segundos en los que Clyde continuó llamándolo con persistencia. Pero cuando el dios guerrero de Megrez vio una siniestra sonrisa marcada en esa cara, supo que Aifor fue llevado a un lugar lejos de su alcance.

¡¡No!!... ¡Maldito… mil veces maldito! —Clyde buscó arrastrase hacia él, motivado por la furia en su corazón, pero todo era inútil, no pudo avanzar.

Ehrimanes subió los brazos, los cuales observó detenidamente, cerrando las palmas de las manos un par de veces—  Ah, la sensación es totalmente diferente. Un cuerpo que no pelea, que no se resiste —rió un poco—. ¡Esto es maravilloso!

Ehrimanes caminó hacia su viejo recipiente, dichoso de verlo en ese estado de completa desesperación— Tengo que agradecértelo Clyde, después de todo cumpliste con tu parte del trato —rió con la voz del joven Merak—. ¡Ahora eres libre! ¡¿No estás contento?! —se mofó entre carcajadas—. Las cosas resultaron mejor de lo que creí. Lo di todo por perdido cuando este chiquillo demostró su verdadero poder, pero el destino tenía algo mucho más grande planeado para nosotros.

— ¡Voy… a matarte! ¡No vas a…!

Ha sido un trato justo —Ehrimanes se anticipó—. Obtuviste tu libertad, yo obtuve un cuerpo perfecto, y el chiquillo logró salvarte. ¡Todos ganamos!

Clyde logró sujetar el tobillo del joven, apretándolo con las fuerzas que le quedaban.

Qué lástima me das Clyde —dijo con cinismo—. Ojalá pudiera acabar con tu vida para que dejaras de sufrir, pero me han atado las manos. Si quieres morir tendrás que hacerlo tú mismo —con el pie situó la daga a una corta distancia del dios guerrero—, ya no habrá nadie que te detenga.

 

Ehrimanes dio media vuelta, zafándose con extrema facilidad del agarre de Clyde —Ahora vayamos a cumplir el último deseo de Aifor… Porque después hay una persona a la que deseo conocer. Hasta nunca, Clyde. Fue divertido….

 

 

— Clyde —lo volvió a llamar Bud.

— No tengo nada que decirte a ti… —el dios guerrero de Megrez dijo finalmente—. Si debo hablar con alguien… será con la señora Hilda —aclaró, levantando un poco el rostro, mirando a Bud de manera desafiante.

— No estás en posición de exigir tal cosa. Tendrás que decírmelo a mí y yo juzgaré si mereces tal consideración o no.

— Aunque te lo dijera, no me creerías… siempre has sido un hombre muy escéptico— le recordó.

— Pruébame. Sergei dijo que “Aifor dejó de ser Aifor”… Suena confuso pero estoy dispuesto a creer que algo extraño pasó. Después de enfrentar a esos individuos con habilidades tan especiales, podré abrir mi mente — Bud aclaró—. Por lo que comienza de una vez.

Clyde recargó la cabeza  en la pared, permaneciendo sentado en el suelo— Creo que tienes mejores cosas que atender que perder tu tiempo aquí.

— Eso lo sé bien—dijo resentido—. Nuestras tropas han sido diezmadas, hay muchos enfermos y moribundos, y no tenemos suficiente gente para darnos abasto. Para colmo, Sergei se ha marchado sin dar razones. De vernos amenazados nuevamente, sólo puedo contar con Alwar para defender el Valhalla.

— Nadie dijo que compartir la cama de la sacerdotisa de Odín sería fácil —Clyde se mofó.

Bud paró a Clyde, jalándolo por la cadena que le sujetaba el cuello.

— ¡Escúchame bien, pese a todo te sigo considerando mi amigo Clyde, pero no tientes tu suerte! —le advirtió con dureza—. ¡Si Aifor está en problemas, deberías ser el primero en querer ir en su búsqueda!

Clyde no opuso resistencia, pero tampoco se dejó amedrentar— No es algo que se pueda reparar… Ni tú, ni yo podemos hacer nada —respondió irritado.

Ante la tensa situación, el sonido de la puerta de la celda abriéndose contuvo la discusión. A Bud le extrañó ver allí al hombre llamado Vladimir, quien arribó a Asgard con sus discípulos e hija con la intención de ayudarles.

— Señor Bud, los emisarios del Santurio han llegado, creo prioritario que acuda a verlos —fueron las palabras de Vladimir.

La pasiva mirada del invitado lo llevó a calmar su mente, por lo que Bud terminó soltando a Clyde.

— Tienes razón, hay otras prioridades —masculló el dios guerrero de Mizar, saliendo del lugar.

— ¿Le importa si me quedo con el prisionero? —Vladimir preguntó sin intención de acompañarlo.

— Como prefieras, y si de paso puedes obtener alguna información útil de él, lo agradeceré —respondió Bud, abandonando la celda.

 

Clyde nunca había visto a ese sujeto, por lo que le contrarió que se tomara tantas libertades con el tigre de Zeta. Había algo en su mirada que no le agradaba y  lo hacía sentirse incómodo.

— Estás manchado —dijo repentinamente Vladimir para confusión de Clyde—. Aunque la corrupción ha abandonado tu cuerpo, ha dejado una mancha imborrable en tu alma.

— ¿D-de qué estás hablando? —Clyde se sorprendió.

— Lo que pasó con tu discípulo es lamentable, pero cuando te topas con una criatura del abismo, la desgracia está garantizada —Vladimir prosiguió.

— ¡¿Cómo es que tú…?!

— Hubo muchos ojos y oídos que estuvieron como espectadores de las trágicas batallas. Sólo tuve que preguntarles y ellos me relataron lo que alcanzaron a comprender, el resto… bueno espero tú me lo cuentes —Vladimir se acuclilló para estar a la altura del guerrero de Megrez.

— Tú… ¿acaso eres…?

— No eres el único capaz de hablar con los espíritus, Clyde de Megrez.  Aunque a diferencia de ti, yo soy un experto. Por ello estoy seguro de poder ayudarte.

— ¿En qué podrías ayudarme?— inquirió con desconfianza.

— Lo que tú y tu discípulo han hecho es algo que no puedo deshacer, sin embargo hay alguien que sí puede…

Clyde dudó pero tras unos segundos de silencio hizo la pregunta — ¿De quién hablas?

— Del hombre al que tengo el gusto de llamar “Señor”.

 

*-*-*-*-*

 

El Santuario de Atena. Décima casa del Zodiaco.

 

Cuando el Patriarca le confesó el motivo por el cual lo había llamado, Sugita de Capricornio calló, pensando en todo lo que dijo su padre minutos antes. En verdad que viajó hasta Grecia anticipando este justo momento.

Al no detectar ninguna clase de sorpresa o sobresalto por parte del joven, Shiryu intuyó que su origen no le era desconocido.

— ¿Lo sabías? —preguntó con voz apacible.

Los ojos de Sugita temblaron por la necesidad que sentía por mentir, pero al final terminó agachando la cabeza para decir — Sí… lo sabía…. Pero fue algo reciente, yo… no era mi intención ocultarlo —dijo con rapidez, temiendo que el Patriarca lo desterrara.

— ¿Desde cuándo? —Shiryu quiso saber.

En el salón de batalla del templo de Capricornio, sólo ellos dos se encontraban. La estatua de Excalibur era la única oyente de la conversación.

— La última noche que pasé en Cabo Sunión —confesó—. En ese momento no lo comprendí, pero mi padre me lo acaba de confirmar el día de hoy.

— ¿Tu padre? Entonces es cierto, de verdad tienes un vínculo con el reino de Poseidón.

— ¡Pero mi lealtad es con ustedes y con nadie más! —Sugita se apresuró a decir—. La verdad no entiendo qué es lo que me ata a ese lugar pero, no significa nada para mí.

— Y no pongo en duda tu lealtad —le dijo con gesto pasivo al percibir su miedo e incertidumbre—. Sugita, si estás aquí es porque has pasado todas las pruebas necesarias para ser reconocido como un santo de Athena. Ella misma te confió preservar su legado, por eso yo confío plenamente en ti.

El santo de Capricornio guardó silencio, aliviado por escucharlo decir eso.

— Al confirmarme tu origen, ¿entiendes lo importante y a la vez delicada situación de esta encomienda? —cuestionó Shiryu, quien ya le había explicado sobre el paradero de una de las cloths.

— Sí —respondió—. No tema Patriarca, yo lo comprendo bien. Estoy dispuesto a llevar a cabo esa tarea, sin importar lo que llegue a pasar —dijo, pensando que quizá esta era su oportunidad para poder descubrir la verdad que su madre no pudo decirle, y que su padre dijo no ser la persona apropiada para hacerlo.

— Tienes mi gratitud. Le he pedido a Aristeo de Lyra que te acompañe. Puedes confiar en él, ya está enterado de todo, por lo que sabrá actuar con propiedad.

— No fallaremos.

— Sé que no lo harás —dijo Shiryu, ocultando su preocupación por el incierto futuro del muchacho.

Shiryu pensaba en preguntarle algo más pero, el graznido de un cuervo llamó la atención de ambos. Sonó tan lastimero e insistente que el Patriarca entendió que algo estaba ocurriendo.

Extendió sus sentidos mas allá de la casa de Capricornio, encontrándose con un escenario que requería su atención inmediata.

 

*-*-*-*-*

 

Esa tarde, poco antes del cambio de guardia, los dos custodios de la puerta principal divisaron a alguien venir por el camino. Lo reportaron con rapidez como precaución.

Hasta que se acercó lo suficiente, pudieron reconocer que se trataba de un hombre, y no uno cualquiera pues vestía una llamativa armadura de oro. Su caminar era pausado y torpe, incluso lo vieron tambalear en la lejanía.

Sin la autorización necesaria no podía hacerse nada. Los custodios debían aguardar a que alguno de los santos se presentara, pues el señor Albert abandonó temprano su puesto sin dar muchas explicaciones.

 

La primera en acudir fue la amazona de Tauro, Calíope.

Se permitió salir al encuentro de ese hombre, al que a simple vista se le veía herido y al borde del colapso. Su armadura tenía severos daños marcados, incluso había perdido grandes trozos del peto, hombreras y un brazal. Una de las cosas que más llamó su atención fue el par de alas metálicas que colgaban de su espalda.

A su paso dejaba un débil camino de sangre que goteaba de sus múltiples heridas. Pero lo más intrigante era lo que llevaba en brazos, el cuerpo de un niño que no se movía para nada.

 

El hombre se detuvo en cuanto percibió a la mujer en su camino. Calíope no sintió un cosmos maligno, pero su sexto sentido le alertó que debía tomar precauciones y no acercarse.

Se sintió respaldada cuando una docena de cuervos comenzaron a aparecer por el lugar, todos negros excepto uno de plumaje gris que parecía liderar la parvada, sabía que Kenai estaba al tanto.

En cuanto Calíope se preguntó si de verdad se trataba de un santo de oro, vio como su armadura se encendió con un débil resplandor, al mismo tiempo en que lo hizo el dañado ropaje de aquel hombre. Fue un suceso de corta duración, pero le permitió a ella y a otros que lo percibieron en la distancia, saber que, en efecto, se trataba de un santo dorado.

 

El hombre de piel morena y cabello blanco levantó un poco el rostro ensangrentado por un par de líneas escarlatas, mostrando sus ojos negros.

Calíope sólo tuvo que mirarlo a los ojos para comprender su estado.

— ¿…..Es este… el Santuario… de Atena? —logró pronunciar el hombre herido, con un tono carente de emoción.

— Así es. ¿Quién eres tú? —preguntó la amazona.

El hombre cayó de rodillas al suelo, permaneciendo sentado sobre sus piernas continuó aferrado al pequeño de cabello rubio.

— El Patriarca… tengo que… verlo —fueron sus palabras antes de bajar la mirada, repitiendo muchas veces el mismo enunciado.

Calíope intentó acercársele, pero al percibir cómo el hombre incrementó su cosmos y tensó el cuerpo con la intención de defenderse, se detuvo. En cuanto ella decidió retroceder, el individuo volvió a la calma.

 

Los murmullos detrás de la puerta de la fortaleza alertaron a la amazona del arribo esperado. El Patriarca se abrió camino por entre sus súbditos, mientras Sugita de Capricornio permaneció como protector de la entrada.

Calíope de Tauro se apresuró a detener los pasos del Pontífice —No recomiendo que se acerque mucho más.

— ¿Cuál es la situación? —Shiryu preguntó, no pudiendo conocer los detalles del escenario por su invidencia.

— Aparentemente es uno de los nuestros, este hombre porta la que creo yo la armadura de Sagitario. Está herido y trae consigo a un niño al que no puedo decirle si vive o no —explicó la amazona—. No me he atrevido a acercarme…

— ¿Cuál es la razón? —Shiryu escuchó con atención.

— Este hombre está en un estado de inconsciencia —ella dedujo—. Había escuchado sobre guerreros que continúan peleando aunque los noqueen en una pelea. Cualesquiera que hayan sido los problemas por los que pasó para llegar hasta aquí, lo que sigue moviendo a este hombre es su espíritu de lucha. Cuando quise acercarme, sentí que podría atacarme, por lo que desistí.

— Aun en ese estado… —musitó Shiryu con clara admiración.

— Es peligroso, sobre todo sin saber la condición del niño al que parece proteger. No para de repetir que debe ver al Patriarca —Calíope dijo, pese a que la voz del peliblanco fue haciéndose cada vez más débil y difícil de entender.

 

Shiryu avanzó, comprobando que los sonidos de sus pasos lograron una tensa reacción en aquel hombre, tal y como dijo Calíope.

— Me han dicho que has viajado hasta aquí buscándome. Yo soy el Patriarca —Shiryu volvió a detenerse, sintiendo la penetrante mirada del guerrero dorado, cuyos ojos tan inexpresivos delataban su trance—. Santo dorado de Sagitario, puedes descansar. Aquí estás a salvo.

Shiryu dejó fluir su cosmos tranquilo, envolviendo al santo de oro. De alguna manera, tal conexión le permitió al herido santo reconocer la autenticidad de Shiryu como el Patriarca. Tras saber logrado su objetivo, el hombre terminó por relajarse y con cuidado depositó al niño en el suelo.

— Hay que protegerlo… de ellos… Ellos querían… matarlo… —fue su último susurro antes de caer inconsciente al suelo.

Shiryu se acuclilló, tocando la cabeza del pequeño al que escuchaba respirar a sus pies. Calíope corrió a verificar la condición de ambos. El niño parecía estar bien, sólo un poco deshidratado, pero el santo de Sagitario estaba en una grave condición, por lo que fue su prioridad. Ordenó a los soldados que lo llevaran de inmediato al templo de curación con una estricta vigilancia, cuando menos hasta que se aclarara la situación.

Shiryu levantó del suelo al pequeño, llevándolo consigo al interior del Santuario. No podía verlo en su rostro, pero si sentir un corazón afligido palpitar en ese pequeño cuerpo.

 

FIN DEL CAPITULO 35

 


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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 10 abril 2013 - 13:14

como siempre excelente capitulo

 

me gusto como aparecio el caballero de sagitario

 

y los eventos en asgard en esta parte de la historia

 

saludos


Editado por Shadow Boltspectrum, 10 abril 2013 - 13:14 .


#153 Efebo Abel

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Publicado 15 abril 2013 - 22:58

Me he perdido mucho de esta historia despues de mi larga ausencia, espero pronto ponerme al dia colega...


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#154 ƊƦąğoɳ_ǤįƦȴ

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Publicado 17 abril 2013 - 00:24

Fue un capítulo bastante revelador, me alegro que por fin sepamos lo que tramaba la criatura de las tinieblas. 

Por otro lado, el pobre Clyde se encuentra desolado pero con la sorpresa de la aparición de Vladimir, imagino que existe una pequeña esperanza. 

El caballero de Sagitario todo un misterio y más con el niño que trae en brazos.

Todo esto se pone muy interesante, espero que pronto traigas más!!

Saludos!  


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Publicado 17 abril 2013 - 13:16

FANTÁSTICO FELICIDADES


  el poder humano no tiene limite su vida si arde cosmo consume mi vida y la del enemigo


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Publicado 20 mayo 2013 - 13:56

Saludos chicos!!!

Aqui les traigo un episodio más de EL LEGADO DE ATENA.

Agradezco sus visitas y su lectura, pero sobretodo sus palabras de animo.

Espero este cap sea de su agrado, y ya aquí se define bien qué espera el equipo de villanos de esta trama, pero aún así hay muchos misterios que faltan por resolver aún.

 

Igual los invito a leer mi otro fanfic que he comenzado a publicar en este foro... no es de Saint seiya pero pues por si les da curiosidad qué otras cosas locas soy capaz de escribir, link directo en la firma.

 

**************

 

La creencia popular dice que los cuervos son aves que traen infortunios y su existencia está muy asociada a las desgracias, por lo que seguir el vuelo de un cuervo sólo podía llevarte por un camino hacia la tragedia o a la tierra de la muerte. En ello pensaba Elphaba de Perseo durante su caminar, intentando no perder de vista al ave negra que les ha servido de guía.

 

La amazona de plata se detuvo al pie de la colina, en cuya cima se distinguía una clase de poblado. Bajo el sol del mediodía, aguardó a que su compañero la alcanzara, mas el santo de Leo parecía tomar todo aquello como una excursión. Elphaba admitía que el paraje era bello, con mucha vegetación y árboles a diferencia de los paisajes montañosos y secos que rodeaban el Santuario, pero no por ello iba a distraer su atención de la misión.

 

Por los últimos acontecimientos en el Santuario, Jack de Leo fue el elegido para suplir a Calíope de Tauro en la encomienda de viajar en búsqueda de una de las cloth perdidas. Ésta era su primera tarea como santo, por lo que sentía algo de inseguridad.

 

— ¿Por qué demoras tanto? ¿Percibes algo malo? —cuestionó la amazona, cuyo rostro se mantenía oculto por una máscara ordinaria mientras la máscara de Medusa dormía en el interior de la caja de pandora.

— No, es sólo que este lugar me recuerda mucho a la villa donde nací, me trajo algunos recuerdos —explicó, sujetando las correas que sostenían la caja dorada a su espalda.

— Entiendo —Elphaba señaló hacia la cima de la colina —. Parece que es por allá, pero no percibo movimiento alguno.

— Avancemos despacio, usualmente las personas que viven en aldeas como ésta suelen desconfiar de los forasteros — Jack aconsejó antes de proseguir su camino.

 

Subir la empinada colina no fue un gran esfuerzo. Al llegar, quedaron confundidos al encontrarse con una aldea pero ningún ser humano habitándola. Había numerosas casas, las más grandes de dos niveles de alto, las calles bien trazadas con pavimento de piedras coloridas, pero lo más enigmático y a la vez hermoso, era ver cómo es que los muros de cada construcción estaban cubiertos por altos y frondosos rosales, cuyas hojas y flores parecían incluso crecer desde del interior de las viviendas al emerger por ventanas,  chimeneas y puertas.

— Pero… ¿qué es todo esto? — preguntó Elphaba, completamente desconcertada al sentirse en un laberinto.

Jack buscó algún indicio de vida humana, pero ni siquiera encontró la presencia de algún animal, sólo el cuervo que les acompañaba descendió sobre el pozo que estaba en medio de la calle.

 

Elphaba se acercó a las rosas con curiosidad, todas de un radiante color rojo. Habría querido entrar a alguna de las viviendas, pero todos los accesos estaban obstruidos por los rosales espinosos.

Ella alzó un brazo para tocar una de las rosas pero, detuvo su intención cuando un extraño escalofrío le advirtió que desistiera. Al mirar cómo es que Jack estuvo a punto de hacer lo mismo, lo frenó con una advertencia —¡Espera, no las toques!

El santo de Leo  bajó la mano de manera inmediata.

— Puedo sentir… que algo muy malo sucedió en este lugar, hace mucho tiempo… —Elphaba dijo, guiada por su sexto sentido.

El cuervo pareció concordar con ella, ya que después de unos segundos voló hacia uno de los rosales, usando sus picos y patas contra las ramas.

La inesperada acción obligó a los santos a acercarse, aguardando a que el ave se detuviera o les mostrara la razón de su tarea.

Finalmente, algo comenzó a mostrarse. Jack y Elphaba quedaron sorprendidos al ver un cráneo humano oculto dentro de los muros de rosas, pero no sólo se trataba de la cabeza, el esqueleto entero estaba allí, envuelto por espinas y lianas de las que florecían las despampanantes flores color escarlata.

El ave graznó antes de volar a otro rosal para repetir el mismo proceso, descubriendo un segundo esqueleto que terminó por revelar que en todo ese jardín seguramente se hallaban muchos más cadáveres.

— No puede ser… ¿acaso todos en este pueblo fueron…? —Elphaba musitó, consternada.

 

— ¿Se puede saber quiénes son ustedes? —preguntó una voz desconocida, que tomó por sorpresa a los santos.

Jack de Leo y Elphaba de Perseo voltearon para descubrir una figura junto al pozo. Se trataba de una mujer, cuya ropa ajustada dejaba ver un cuerpo escultural pocas veces visto incluso en el Santuario. Lo que delató su identidad fue la máscara de oro que resguardaba su rostro.

La mujer de largo cabello esmeralda no dijo nada más al esperar una respuesta, pero los recién llegados parecían tan absortos en sus propios miedos que prefirió continuar —Usas una máscara similar a la mía, y las cajas que traen consigo —señaló con curiosidad—… ustedes son como yo.

— No puedo garantizarte eso aún — se adelantó Jack—. Pero mi nombre es Jack y ella es Elphaba, hemos venido desde Grecia. ¿Podrías decirnos tu nombre?

La mujer de máscara dorada se mantuvo tranquila —Me llamo Adonisia, es un placer conocerlos—respondió. Vestía un traje desmangado de color violeta, totalmente ajustado a su cuerpo, en su cintura llevaba atada una estola larga de color blanco. Cualquier hombre la admiraría y muchos se sonrojarían al sólo contemplar sus perfectos atributos, incluyendo a Jack, quien sentía que era la primera vez en que una mujer lo intimidaba con su sola presencia.

Elphaba era inmune a tales impresiones, por lo que fue fácil para ella decir —¿Qué es lo que sucedió aquí? ¿Quiénes atacaron este pueblo? ¿Tuviste algo que ver?

Adonisia no respondió, avanzó hacia los forasteros diciendo — Sabía que algún día me visitarían personas como ustedes.

La voz de Adonisia sonaba tan suave y mística, como si se tratara de una sirena.

— Entonces tú debes ser la poseedora de lo que estamos buscando, la armadura de Piscis — el santo dijo.

Adonisia asintió una vez que llegara junto a Jack, un movimiento que Elphaba desaprobó, pero el santo de Leo no lo consideró peligroso.

La armadura de Piscis —Adonisia repitió, como si fueran palabras desconocidas para ella—… sí, ella vino a mí hace un par de años, me auxilió cuando más la necesitaba —dijo con gratitud, andando hacia el rosal más próximo del que tomó una de las flores con dulzura, por el recuerdo—. Y desde entonces he aprendido muchas cosas… Sabiendo que algún día otros como yo vendrían en mi búsqueda. Ese día al fin ha llegado.

Elphaba y Jack se miraron sintiéndose confundidos. La mujer delante de ellos hablaba de una manera extraña.

— Parece que no estás al tanto de tu verdadera posición ahora —prosiguió Jack, sintiendo que debía acoger a tan ignorante mujer—. Si la armadura te ha tomado como su dueña, entonces tú eres la amazona dorada de Piscis, y el deber de ambas es regresar con nosotros al Santuario, hogar de los santos de Atena, la orden a la que sirven.

Atena —Adonisia repitió con extrañeza, al momento en que el aire arrastró un poco del rocío de las flores por todo el lugar—. Bien, si ese es mi destino, los acompañaré con gusto.

— Espera Jack —Elphaba le pidió en voz baja, jalándolo para que retrocediera—, no podemos arriesgarnos… hay algo que no está bien con ella. No creo que sea correcto exponer al Santuario a su presencia, sobre todo si consideramos este laberinto de muerte.

Jack lo meditó, y en parte compartió esa misma preocupación.

— Temo que antes deberás explicarnos qué es lo que sucedió en este poblado —el santo de Leo volvió a preguntar—. Quizá no quieras explicarnos a nosotros, pero es probable que tendrás que hacerlo ante el mismo Patriarca, el líder de….— la lengua de Jack pareció haberse paralizado pues le fue imposible continuar cuando Adonisia habló.

— Por favor, no insistas —dijo la enmascarada, sin siquiera mirarlos fijamente—. Ya hablaré yo con el Patriarca si así gustas….

— … Está bien… —respondió Jack para contrariedad de Elphaba.

— ¿Jack? —la amazona de Perseo iba a recriminarle cuando notó algo extraño en la mirada de su compañero, de algún modo había sido puesto en un estado de trance del que no era consciente —¡¿Qué es lo que le has hecho?! —exigió saber.

Adonisia se volteó hacia ellos, colocando la rosa entre su llamativo cabello esmeralda— No tienes de qué preocuparte, no pienso hacerles daño —aclaró con una calma en su voz que estaba lejos de sonar como una amenaza—. Además, noté que esperabas que ese hombre fuera tu vocero, ¿por qué no me hablas directamente? ¿Acaso me temes? —cuestionó.

— Lo que estás haciendo puede considerarse como una agresión, basta ya —Elphaba exigió, decidida a proteger al santo de Leo.

Adonisia rió de manera melodiosa— Nadie los invitó a entrar a mi jardín. De haberse anunciado les habría alertado de las precauciones que debían tomar. Tienes suerte, tu máscara te da algo de protección, pero aun así, exponerse al rocío de mis rosas es algo que no aconsejo— Adonisia avanzó hacia ella, sin señales de agresión—. Lo más recomendable es que salgamos de aquí, el efecto aún es reversible… Vamos Jack, muéstrame el camino.

Acatando esa orden, el santo de Leo se giró hacia la salida del pueblo. Elphaba quedó estupefacta al ver la gran influencia que Adonisia logró en su compañero. ¿Qué clase de embrujo domaría con tal facilidad a un santo dorado? Miró a la enigmática mujer y sintió algo de miedo ¿qué es lo que debía hacer? ¿Enfrentarla?

Es cierto que no los ha herido pero, ¿era correcto abrir las puertas del Santuario para ella?

La amazona de Perseo buscó al cuervo que los acompañó en el viaje, éste voló hacia ella y se posó sobre su hombro, como si fuera la mano de Kenai de Cáncer quien detuviera su intención de comenzar una batalla.

De tal manera, Elphaba se tranquilizó, le alegraba que alguien en el Santuario estuviera al tanto de la situación, así podría informar a los otros para tomar las precauciones necesarias.

— ¿Vienes? —Adonisia le preguntó.

Elphaba asintió, ligeramente nerviosa, algo que no pasó desapercibido para la amazona de oro.

— Sé que no comenzamos con el pie derecho… pero lo que los alarma… lo que les interesa saber sobre este sitio es una cuestión muy personal —Adonisia dijo con tono comprensivo—… Pero puedo garantizarte algo,  lo que sucedió aquí, ellos se lo merecían…

 

 

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Capitulo 36. La verdad

 

En algún lugar de Rusia.

 

Sergei de Épsilon lo meditó poco, pues sus instintos lo impulsaron a abandonar el Valhalla aun cuando el momento era el menos indicado. Decidió no decírselo a nadie, ni mucho menos pedir permiso ya que sabía que se le sería negado, y quizá hasta intentarían aprovecharse de ello para alguna táctica.

Sólo Aullido lo acompañó en ese viaje, por lo que su carrera entre la nieve fue silenciosa, permitiéndole vacilar sobre lo que estaba haciendo.

Frenó varias veces, pensando en desistir y regresar al lado de la señora Hilda, pero ¿qué tal si lo que presentía era cierto? Tenía que salir de dudas, no podía sólo ignorar la posibilidad de reencontrarse con un viejo amigo que creyó que nunca volvería a ver.

Su mente luchó demasiado con la idea pero, ¿quién más podría conocer esa seña secreta? ¿Si no fuera él, quién más pudo salvarlo de morir ahogado en el lago aquel día? ¿Quién sino el verdadero?

 

Se enfurecía cuando sus dilemas entraban en conflicto, pero al final sus pies no dejaron de avanzar a extraordinaria velocidad, convencido de tomar la oportunidad pese a que fueran pocas las posibilidades, sólo así encontraría paz en sus pensamientos y quizá descubriría información importante sobre los enemigos que atacaron el reino.

 

Le resultó desagradable darse cuenta de que aún recordaba el camino a ese lugar perdido entre la nieve, donde durante años se alzó una base militar secreta, dentro de la que vivió la mayor parte de su infancia y adolescencia.

Al volver después de más de quince años, imaginó con claridad cómo lucían los edificios que la naturaleza ha borrado y cubierto con la nieve, sólo algunos vestigios de lo que hubo ahí persistían como monumentos.

Sergei avanzó con lentitud por ese lugar donde algunos muros de metal se alzaban del suelo como estalagmitas de acero. Sus sentidos se sobrecargaron por los recuerdos, tanto que llegó a recordar los sonidos, los soldados, los científicos, las pruebas a las que fue sometido, la sangre que perdió y las heridas que infligió a otros. Escuchó un grito que lo obligó a taparse los oídos al ser atormentado por los intensos recuerdos. Cayó de rodillas bastante perturbado, mas los ladridos lastimeros de su lobo lo regresaron a la realidad.

Aullido lamió la mano de su amo y éste le regresó una breve caricia en la cabeza antes de ponerse de pie.

— Lo sé Aullido, lo sé —Sergei musitó—… Habría dado lo que fuera para no volver nunca a este lugar pero… tengo que estar seguro…

El dios guerrero avanzó con mayor seguridad, intentando ubicar el lugar donde anteriormente se situaba el edificio C. Se le dificultó un poco pues casi todo había sido cubierto por la nieve, sólo distinguió lo que quedaba de la antena que coronaba el techo de dicho edificio.

Se sujetó a esa asta de metal con fuerza, donde aguardó en silencio conforme veía a su alrededor.

Sergei sonrió con amargura al sentirse un completo idiota. ¿Cómo podría haber pensado siquiera que ese hombre en Asgard era él? Se aferró a una esperanza ilusa, y eso lo enfureció.

— Maldición… —musitó con coraje, dando un golpe a la antena que se sacudió con violencia.

 

La nariz de Aullido lo percibió primero, Sergei tardó un poco pero terminó detectándolo de la misma manera. El dios guerrero se giró de manera violenta, extendiendo las manos en reacción de ataque. Aunque no contaba con su ropaje sagrado, estaba listo para pelear si era necesario.

 

Ambos, hombre y lobo se mantuvieron tensos ante la macabra silueta que se desplazaba por entre las sombras de los muros derruidos. Sus pisadas se detuvieron a un paso fuera de la sombra más cercana, permitiendo que la luz del día iluminara una armadura violeta y oscura.

Sergei reconoció de inmediato a uno de los guerreros que atacó la tierra sagrada de Asgard, el mismo que estuvo a punto de aniquilar a sus compañeros. Intentó verle el rostro, pero el casco que le cubría la cabeza se encargaba de ensombrecer gran parte de éste.

Ambos permanecieron en silencio, mirándose fijamente, en espera de quién de ellos se atrevería a ponerle fin al misterio.

 

Los gruñidos lastimeros del lobo llamaron la atención de Caesar, Patrono de Sacred Python. El Patrono decidió romper su silencio, extendiendo despacio la mano derecha hacia adelante— Llegué a pensar que no recordarías nuestra vieja señal —dijo, para asombro del dios guerrero.

Sergei no articuló palabra, pues esa voz al fin le resultó conocida, quizá por efecto de haber regresado a un sitio de su pasado. Parte de él quería negarse a la verdad, pero al ver como el Patrono volvía a trazar con sus dedos una cruz sobre su mejilla lo estremeció todavía más.

El lobo se aventuró a acercársele aun en contra de lo deseado de su amo, pero el Patrono se mantuvo inmóvil y no temió a los resplandecientes colmillos de Aullido. Sabía que el lobo sería capaz de arrancarle los dedos de un solo tajo si se lo propusiera, sin embargo, cuando el hocico del animal estuvo a escasos centímetros de su mano no le mostró rechazo o temor.

Sergei sintió el gozo en el que Aullido se encontraba sumido.

El lobo lamió un par de veces la mano del Patrono y éste sonrió con amabilidad, animándose a acariciarle las orejas.

— Siempre tan buen chico, Aullido —dijo el Patrono.

Aullido permaneció junto al que se presentó como un enemigo en Asgard, transformándose por un instante en el cachorro que alguna vez fue, uno que buscaba la atención y jugueteos que sólo una persona en todo ese maldito lugar le daba.

— …¿Caesar…? — Sergei se atrevió a pronunciar ese nombre del pasado. Sus brazos y piernas se engarrotaron por la impresión de su descubrimiento, todavía más cuando el sujeto frente a él se privó de su casco, permitiendo que su rostro y cabellera se liberaran de la oscuridad.

Su cabello corto era tan blanco como la nieve del suelo; tenía la piel pálida y ligeramente rosada; poseía ojos grandes de un  color verde traslúcido que le cedían una mirada extraña, casi sobrenatural.

— Mi amigo —pronunció Caesar con nostalgia—… Tal pareciera que fue sólo ayer la última vez que nos vimos en esta azotea — esbozó una sonrisa, pues la dicha de reencontrarse con tan querido amigo le alegró el corazón.

— Esto no puede ser —Sergei susurró, pasmado—… Creí que habías muerto… ¡Me dijeron que habías muerto! — todavía negándose a creer que tal reencuentro fuera posible, obligándose a retroceder algunos pasos sin abandonar su posición ofensiva— ¡Esto no es más que una treta…!

— ¿Y quiénes te dijeron que había muerto? —Caesar cuestionó, sin moverse de su lugar, acompañado por el lobo que decidió permanecer a su lado—.  ¿No fueron acaso los mismos hombres que nos encerraron durante años en este complejo, los mismos que experimentaron con nosotros, el mismo padre que te engañó para llevar a cabo sus fines? —le recordó con rudeza—. ¿Creerás las palabras de unos desdichados como ellos o creerás lo que ves con tus propios ojos?

Sergei miró a Aullido, le pidió regresar a su lado, mas el lobo se impuso y aguardó junto al Patrono.

— ¡No sería la primera vez que alguien intenta jugar con mi mente! —el dios guerrero alegó con desconfianza.

— Sé que estás confundido, ya pasé por lo mismo —Caesar sonó comprensivo—… Pero no estoy aquí para pelear, en este momento no soy  tu enemigo —aseguró con sinceridad ante el rechazo que sentía del guerrero de Asgard—. No confíes en mí entonces, confía en Aullido quien jamás te ha defraudado. Y si eso no basta, entonces arriesgaré mi vida para que creas en mis palabras —un pensamiento fugaz, y la impenetrable coraza que se dice irrompible se desvaneció del cuerpo de Caesar. Bajo la temible armadura se escondía un joven albino, un traje ajustado de color negro cubría su  delgado cuerpo y fornida musculatura, sobre la que resaltaba un pendiente dorado con tres gemas color jade que colgaba de su cuello.

Caesar se encontraba realmente indefenso, si Sergei lo atacara, bastaría un ataque para herirlo de gravedad — Ahora ambos nos encontramos en las mismas condiciones.

Sergei debía sentirse dichoso por hallar la verdad que esperaba encontrar, mas su instinto se encargaba de alertarle de todos los posibles escenarios peligrosos, quizá todo esto no era más que una trampa… Pero pese a todas esas posibilidades, Sergei no podía sentir odio por el enemigo que se ocultaba detrás del rostro de un querido amigo.

Aullido se acercó cuidadoso a su amo, y con un leve gemido suplicó su atención.

Sergei miró a su fiel amigo a los ojos, y tras unos instantes es que el noble animal disipó las dudas de su amo. Finalmente, el guerrero de Odín bajó los brazos y aceptó con sumo pesar la realidad.

— Nunca creí, ni en mis sueños más profundos, que te encontrabas con vida —Sergei confesó, oprimiendo los puños—. No en este lugar en donde la gente moría continuamente… Recuerdo perfectamente ese día, pues fue cuando decidí que esa misma noche intentaría escapar de esta maldita prisión. Es de lo que siempre hablabas ¿lo recuerdas? — Sergei lo miró a los ojos, afligido por la frustración del pasado que no se puede cambiar.

— Sí, te decía que debíamos volvernos más fuertes, cooperar de buena forma con esos hombres y aprovechar todo lo que ellos nos enseñaban para algún día utilizarlo en su contra y salir de aquí... Pero nunca te sentiste listo —Caesar le recordó, sonriendo de manera fraternal y sin resentimientos.

— ¡No sabes lo mucho que me arrepentí por eso…! — el dios guerrero se apresuró a decir — …Si lo hubiéramos hecho, los dos… no hubieran podido detenernos. Fue muy tarde Caesar, y siempre quise decirte cuanto lo siento… Mi cobardía evitó que cumplieras tu sueño, es por eso… que intenté hacerlo por ti, pero fracasé… No pude hacer eso siquiera por ti.

— Ese día —el albino entrecerró los ojos con tristeza—… Lo que realmente pasó ese funesto día me perseguirá por siempre —su mente se pobló con imágenes de guardias entrando a su celda de manera estrepitosa, llevándolo a rastras por túneles subterráneos del complejo de los que no tenía conocimiento que existían, cómo lo sujetaron a un asiento con amarras, los científicos con cubre bocas, las luces blancas y brillantes que ocultaron los rostros de todos los implicados, el tirón de cabello que lo obligó a alzar el cuello, la inyección que se adentró en su yugular y le privó de toda su fuerza — No fui más que una rata de laboratorio Sergei… No tuve conciencia de lo que estaban haciendo conmigo, sólo sé que al despertar yo había crecido. Me encontraba suspendido como un maldito animal de pruebas en un contenedor del cual pude salir, encontrando a mi despertar todo esto en ruinas —recordó, susurrando—… No había forma en la que pudiera saber lo que ocurrió, fui como un recién nacido sin padres que recibieran mi nacimiento.

Sergei sintió una pesadez en el corazón que no lo dejaba respirar. Se alarmó cuando el albino comenzó a dar pasos cortos hacia él. Sus sentidos de supervivencia lo obligaron a que alzara los brazos, tensando la dentadura como la de una bestia esperando ser atacada.

Caesar se detuvo y lentamente posó su mano sobre el puño del guerrero de Alioth, quien lo amenazaba para que no diera ni un paso más— Tú también fuiste victima de esos lunáticos, puedo saberlo a simple vista— los colmillos ligeramente alargados de Sergei, las respuestas corporales que mostraba ante las situaciones, los ojos alargados y salvajes le recordaban a los del mismo Aullido.

— He aprendido a controlarlo… — el dios guerrero permitió que Caesar apartara su mano, quedando al fin frente a frente.

— Me alegra verte de nuevo, a ti y a Aullido. Estoy sorprendido… El haberte encontrado en Asgard fue toda una sorpresa, mírate ahora, eres un guerrero de esas tierras congeladas…— se animó a ponerle las manos sobre sus hombros como muestra de camaradería.

Sergei pudo haberse dejado llevar por la nostalgia del pasado, incluso pensó en abrazar a ese hombre que fue como un hermano mayor para él durante su infancia, sin embargo, su deber como dios guerrero apartó de forma abrupta esos pensamientos para decir— Debo preguntarte… Caesar ¿qué haces vistiendo esa extraña armadura? ¿Por qué atacaste a los míos? —siseó con algo de resentimiento—. Una de las cosas que me hizo dudar de que fueras realmente tú es que el Caesar que yo conozco jamás se prestaría a dañar inocentes. ¿Qué significado tiene para ti declararle la guerra a mi pueblo? —gruñó al reprochar.

El semblante del albino se torno serio, frunció el entrecejo por tales cuestionamientos—  No soy yo quien decide el orden en que deben llevarse a cabo las cruzadas —dando algunos pasos hacia atrás—. Sirvo a alguien más grande, al sabio hombre que vino en mi ayuda. Él, quien me salvó y liberó, permitiéndome ver de nuevo la luz del sol y el turquesa de los cielos —habló con admiración y agradecimiento.

— ¿De quién estás hablando? —Sergei se interesó, afligido al imaginar por todo lo que su amigo debió pasar.

Un sentimiento de culpa comenzó a abrumarlo, después de todo él estuvo aquí cuando la organización fue destruida por el ahora Patriarca del Santuario… Si hubiera sabido… si hubiera decidido buscar un poco más habría podido salvar también a Caesar— ¿Se trata acaso de algún dios? Dime Caesar ¿a quién sirves?

El albino rió inesperadamente— ¿Un dios? No seas estúpido, ¿sabes cuál fue el origen de este laboratorio? —cuestionó—. Lo debes de saber bien pues tu padre fue el encargado de este lugar —Sergei se avergonzó—. Crear guerreros que pudieran lidiar con la fuerza de los santos, dioses guerreros, marinos y demás órdenes fascistas que sirven a esas entidades milenarias y que se dicen inmortales. ¿Crees que yo serviría a un dios? Temo que iría en contra de todo lo que hicieron conmigo. Fastidiaron todo lo que éramos sólo para cumplir con ese objetivo…

— ¡¿Acaso eres tan débil?! —Sergei espetó furioso al escucharlo, pues fue como haber revivido el instante en que su padre le confesó la horrible verdad— ¡¿Acaso me ves a mi continuar con el infame legado de esos sujetos y su vacía ambición?!  ¡¿Me estás diciendo entonces que planeas llevar a cabo esa absurda idea?! ¡Ellos ya no existen! ¡No estás obligado a proseguir con esas tonterías!

— No, te veo como un lobezno huérfano que tuvo la buena suerte de encontrar afecto y cariño de otros, el calor de un hogar… Tú puedes negar tu programación fundamental por la pacífica vida que te tocó vivir —le apuntó acusadoramente con el dedo—… Pero no aplica lo mismo para mí. Mi señor, el gran Avanish, me encontró cuando toda esa ambición se encontraba implantada ya en mi mente, tan profundo, tan irreversible que… en ocasiones me cuesta pensar en otra cosa que no sea cumplir con el objetivo que esos malditos dejaron aquí —se tocó la cabeza sonriendo de forma sarcástica.

— ¡Lucha! ¡Debes luchar entonces contra esos pensamientos que no son tuyos! ¡Tu voluntad siempre ha sido fuerte! —le pidió, sabiendo de los drásticos experimentos mentales que solían realizar en ellos.

— Temo que es algo imposible—el Patrono susurró con amargura y resignación—… Porque ya lo he aceptado, el señor Avanish ha transformado mi tragedia en una misión, me ha dado un propósito por el que deseo permanecer un poco más en este mundo… Pues alguien como yo sólo encuentra el descanso y la paz en la tumba…

– ¡No Caesar, estás equivocado! ¡Pasaste todo ese tiempo siguiendo órdenes, y encontraste la libertad sólo para volver a someterte! ¡¿Es eso correcto?!

— No es justo… lo sé —concordó—. Pero el señor Avanish me ha dado una razón para que todo ese sufrimiento y dolor signifiquen algo. A diferencia de ti, yo jamás podría fingir que eso jamás pasó, hombres como yo no deberíamos existir en esta época de paz, pero… todavía quedan cabos sueltos que deben ser erradicados, y eso es lo que intentamos reparar. La era de los dioses terminó, y los muy canallas han decidido mezclarse entre los mismos hombres a los que han buscado exterminar y someter desde épocas remotas —explicó con rencor.

— ¡¿De qué diablos estás hablando?!

— Ja, parece que no te has dado cuenta… Incluso tu suprema princesa asgardiana no les ha revelado el pequeño secreto —se mofó—. Pero estoy aquí hoy, Sergei, para contarte la verdad, para advertirte que esta paz es sólo superficial,  que los dioses estratégicamente están volviendo a este mundo —alzó los brazos de forma diagonal sobre los hombros, contemplando el cielo que comenzaba a verse habitado por nubes de tormenta—. Fingen acatar el orden que se ha logrado imponer gracias al actual Shaman King, pero los dioses son obstinados y jamás permitirán que los humanos seamos libres, es por eso que los exterminaremos, nos aseguraremos de que jamás vuelvan a poner un pie en nuestro mundo para ocasionar guerra y atrocidades sólo por egoísmo.

— Espera… ¿Me estás diciendo que…? —murmuró Sergei, quien comenzaba a entender.

— Sigues sin comprender me parece —Caesar dijo al verlo tan desconcertado—, al señor Avanish le importan muy poco esas tierras heladas de Asgard, nuestro objetivo era eliminar al dios Odín quien apenas es un niño y es el príncipe heredero de lo que llamas tu pueblo.

— ¡No te creo, Syd no puede…! —Sergei exclamó, apenas podría creerlo, el príncipe Syd nunca demostró ser diferente a los demás, ¿cómo podría ser que posible? ¿Qué razón tendría la señora Hilda de ocultarlo, a ellos, los dioses guerreros de Odín?

— No tienes que mortificarte, algún día regresaré a reclamar su vida…

— ¡No…! ¡No! ¡Nunca te lo permitiría! ¡Sea un dios o no, no tienes derecho! ¡¿Qué mal  te ha hecho a ti Caesar?! —Sergei se opuso,  tenso y totalmente iracundo. El animal dentro de él estaba tomando control de su ser.

— Es precisamente eso lo que pienso evitar, que ni él, ni ningún otro de su especie vuelva a causar daño… En este momento parecen frágiles e indefensos ¿pero qué sucederá cuando vuelva a ser consciente de sí mismo? ¿Crees que no ha sucedido antes? ¡Es un círculo interminable que debe ser destruido!

Sergei se impulsó contra Caesar en un intento de golpearlo, el Patrono se hizo a un lado y bloqueó el puñetazo que estuvo por atinarle en el pecho. Caesar le propinó una fuerte patada en la mejilla, mas el guerrero de Asgard alcanzó a jalarlo del tobillo para hacerlo perder el equilibrio y caer en la nieve.

Sergei cayó sobre él, en un intento por clavarle los dedos en los ojos o estrangularlo, mas Caesar le sujetó las manos e igualó su fuerza para evitarlo.

— ¡Caesar, ya no te reconozco! —espetó el dios guerrero sin abandonar su intento—. ¡A pesar de todo yo… no puedo dejarte con vida si eso significa más muertes!

— Lo dice aquel que se ha vuelto más animal que hombre… ¿Crees que eres diferente a mí? —cuestionó, manteniéndose sereno pese a encontrarse en una situación peligrosa—. Sólo porque has encontrado la forma de apaciguar tu programación no significa que no seas un arma homicida…

Sergei gruñó de frustración al escucharlo— ¡Sólo quiero saber una cosa…! ¡¿Por qué… por qué me salvaste si sabías que seríamos enemigos?! ¡¿Acaso creíste que me uniría a tu causa?! ¡Qué equivocado estabas!

Caesar tuvo más destreza y con un rápido movimiento de sus pies lanzó al dios guerrero hacia atrás, dándole el tiempo suficiente para acuclillarse. Sergei rodó en el suelo, pero rápidamente se volvió hacía su oponente, optando por una postura semejante a la de un verdadero lobo.

Ambos se miraron de manera desafiante. Hubieran colisionado nuevamente de no ser por Aullido, que saltó como mediador entre ambos, ladrando y gruñendo para impedir que un derramamiento de sangre diera inicio.

Tal situación fue una recreación de su juventud, cuando discutían o entrenaban excediendo los limites, era Aullido quien les recordaba quienes eran y su amistad.

Caesar fue el primero en abandonar todo intento de agresión, levantándose sobre sus dos piernas a diferencia de Sergei, quien permaneció a la defensiva.

— Al verte luchar tan ferozmente como un guerrero de Asgard, entendí que nunca abandonarías a los asgardianos, por lo que jamás pasó por mi cabeza el pedirte que te unieras a mi causa —respondió Caesar—… No sé la razón por la que el destino nos llevó a encontrarnos en estas circunstancias, Sergei, pero… en ese momento en que estuvieron a punto de morir, pensé que de mi pasado, sólo tú y Aullido eran lo único que merecía preservarse… —respondió, para sorpresa del dios guerrero, cuya mirada se suavizó sólo un poco.

— Por la amistad que existió entre nosotros, es por lo que me he arriesgado a este punto… desearía que tomaras la oportunidad que te di para que cambiaras tu vida y te alejaras de los dioses guerreros, ya que tarde o temprano volveremos con la misma intención… No repetiré el mismo acto de misericordia, por lo que deberías reconsiderar tu posición…

— No tengo por qué considerar nada… yo… ya he elegido cual es mi lugar… el que pudo haber sido también el tuyo si tan sólo yo… si yo hubiera podido… —Sergei se lamentó el no haber podido hacer nada por él— ¡Maldición! ¡¿Por qué tuviste que elegir este camino?! ¡Es una locura! ¡¿Atentar contra la vida de un dios?! ¡¿Acaso no ves las repercusiones que hay en eso?! ¿Crees que ellos se quedaran  de brazos cruzados mientras los suyos son asesinados por los mortales? ¡Ustedes son los que darán inicio al desastre, a la destrucción de este mundo, no ellos!

— Cada uno de nosotros es sólo un engranaje que mueve el futuro, hasta tú Sergei… Mi tarea es llevar la muerte a los inmortales, sólo eso… lidiar con las consecuencias será de alguien más —explicó con total indiferencia.

— Caesar… en verdad que te has vuelto un ser inhumano… Yo… no puedo permitirte seguir viviendo de ese modo —Sergei se decidió a hacerle frente, elevando su cosmos aun ante los reclamos de su lobo—. Tarde o temprano tendremos que enfrentarnos ¿no? ¿Por qué retrasarlo?

Caesa calló, permaneciendo inmóvil.

— Sigues siendo tan testarudo como siempre —el Patrono musitó, envolviéndose con energía violácea—. Sabes cómo terminará esto… jamás has podido vencerme, mucho menos ahora —advirtió.

— ¡Eso nunca me ha detenido! ¡Garra Nocturna! —Sergei clamó, liberando una serie de medias lunas cortantes que fueron directo hacia Caesar.

El Patrono de Sacred Python extendió el dedo índice de su mano, dejando que un fino rayo de luz emergiera, tan rápido, casi invisible, que el dios guerrero quedó perplejo cuando le atravesó el lado izquierdo del pecho.

Con los ojos desorbitados, Sergei cayó al suelo, donde un charco de sangre comenzó a formarse entre la nieve.

Caesar fue alcanzado por la energía cortante, múltiples y profundas heridas se marcaron en su cuerpo, mas permaneció de pie sin verse afectado físicamente por ellas.

El Patrono vio cómo Aullido buscaba reanimar a Sergei, pero éste no parecía reaccionar. Dio media vuelta en un intento por retirarse cuando escuchó — E-espera… aún sigo aquí.

Caesar no se sorprendió, continuó dándole la espalda al dios guerrero, quien se había levantado sobre sus rodillas.

— Fallaste… —musitó sonriente, presionando la herida sangrante en su pecho, un poco más y el golpe le habría perforado el corazón. Pero aunque no hirió ningún órgano vital, esa herida lo debilitó lo suficiente como para saberse incapaz de vencer a su oponente.

— ¿De qué hablas? Con ese golpe acabo de matar a mi amigo —añadió Caesar, sin mirarle —, y él acabó con el suyo… sus cuerpos finalmente quedarán sepultados con el resto de sus compañeros en este sitio, dejemos que sus almas y recuerdos descansen aquí, en paz —musitó de manera respetuosa—… Sólo quedamos un Patrono y un dios guerrero como testigos de tal batalla, y en honor a los caídos es por lo que yo, el Patrono de Sacred Python, me marcharé sin tomar la vida de mi enemigo… pero si nos llegamos a encontrar de nuevo, no habrá tregua —aclaró de manera amenazadora.

Su cosmos lo rodeó, y al instante el zohar oscuro cubrió su cuerpo nuevamente. Sergei no fue capaz de decir nada más, bajó la cabeza, afectado por el malestar en su cuerpo y en su alma. Cerró su mano sobre la nieve, entendiendo el significado de la acción… Caesar no lo mató porque hubiera errado el disparo… y no esquivó no porque no hubiera podido sino que se dejó alcanzar por sus garras… con tales acciones, Caesar cortó ese hilo que los unía, ya eran libres de toda promesa o consideración.

El Patrono extendió las alas de su zohar, alzando el vuelo, frente a él se abrió un oscuro portal al cual se dirigió sin mirar atrás, desapareciendo del lugar.

 

El aullido que su lobo soltó sonó como un profundo lamento, Sergei maldijo repetidas veces golpeando el suelo con furia. Resintió tanto odio e impotencia en su cuerpo que bien podría perderse en ese mar de instintos salvajes para ir en busca de un desquite, pero un fugaz pensamiento mitigó tal furia, sabía que su deber era regresar a Asgard, alertar a todos de lo que realmente buscaban sus enemigos… La pesadilla para su pueblo estaba lejos de terminar, el futuro cada vez se tornaba más sombrío.

 

*-*-*-

 

Asgard, Palacio del Valhalla. Salón del trono.

 

El trono de Asgard permaneció vacío pese a que un grupo de personas debatían y se informaban sobre lo ocurrido en el país. La princesa Hilda aún se encontraba delicada de salud, por lo que Bud de Mizar les dio la bienvenida a los emisarios del Santuario: los santos de Acuario y Escorpión.

Terario de Acuario expresó los deseos del Patriarca de apoyar a Asgard, por lo que estaban allí para prestar su ayuda.

A Bud no le gustaba la idea de tener que depender del Santuario, más la situación por la que pasaban no le dejaba otra alternativa.

— Agradezco sus intenciones, santos de Atena. Es mi deseo y el de Hilda que nos centremos en proteger a nuestra gente —Bud dijo—. Como han notado, nuestras defensas han sido destruidas, y pocos son los guerreros que podrían asistirnos si algo más se llegara a suscitar.

— Pondremos nuestras habilidades en ello —accedió Terario.

— Son muchas las preocupaciones que tengo en este momento, pero me atreveré a compartir una de ellas con ustedes. Se trata de Bluegrad.

— ¿Bluegrad? —repitió Souva de Escorpión, al serle desconocido.

— Es la ciudad azul, hogar de los llamados Blue Warriors, en Siberia —respondió el santo de Acuario—. Mi maestro me habló sobre ellos, allí habitan guerreros que originalmente fueron devotos a Atena, pero por diversas circunstancias se desligaron del Santuario. Entiendo que ahora están bajo la protección y servicio del emperador Poseidón, el dios del mar.

Bud asintió —Gracias al trabajo del santo del Cisne, Hyoga, contamos con una alianza con ellos. Sin embargo, antes de que todo esto diera inicio, el dirigente de Bluegrad, Alexer, solicitó su presencia allá. En otras circunstancias no sería algo de lo que habría que preocuparse, era algo frecuente, pero… no hemos tenido noticias de él desde que partió, justamente el día en que fuimos atacados por los Patronos.

Los santos de oro comprendieron la sospecha existente.

— Estoy seguro que con la ayuda del santo del Cisne, las batallas anteriores habrían sido menos desafortunadas —a Bud no le molestó admitirlo. Hyoga era un guerrero poderoso al que aprendió a respetar.

— Hyoga no es la clase de hombre que se ausentaría de esta manera, y menos si su familia corría peligro —añadió, ocultando la pena que lo embargaba al pensar en Flare, quien se encontraba desconsolada por la pérdida de su hija más pequeña… necesitaba de Hyoga para confrontar su muerte.

— Entonces cree que Bluegrad se ha aliado con las fuerzas enemigas —Terario indagó.

— O quizá los hayan aniquilado a todos antes de venir a Asgard —el santo de Escorpión meditó.

— No me he atrevido a enviar a algún mensajero para confirmarlo, y los dioses guerreros se encuentran heridos e imposibilitados… Creo que en Bluegrad se encuentra  una pista sobre nuestros enemigos que no podemos ignorar.

— Es una manera sutil de decir que quiere que vayamos a la boca del lobo, ¿no lo crees Terario? —dijo el Escorpión.

— Si pudiera ir, yo mismo lo haría —el dios guerrero aclaró—. Pero si es demasiado para ustedes…

— Iremos —Terario aclaró—. Investigaremos si algo extraño ha ocurrido en Bluegrad.

Bud asintió, agradecido —Si ven necesario que alguien más los acompañe, tienen la libertad de pedirlo.

— No será necesario, iré yo solamente —intervino el santo de Escorpión.

— ¿Qué estás diciendo? ¿Qué sucederá si en verdad te encuentras con enemigos allá? —cuestionó el santo de Acuario.

— ¿Y qué pasará si uno de ellos llega hasta aquí y ninguno de los dos estamos para ayudarlos? —preguntó Souva, desafiante.

Terario no objetó.

— Si tanto te mortifica, podría llevar a alguno de tus amigos conmigo, así, si algo malo de verdad está pasando allá, podrá venir a advertirles.

A Terario no le agradaba la idea de tener que arriesgar de tal manera a uno de sus camaradas, sin embargo, debía apartar lo personal de su deber.

— Es arriesgado, y no lo apruebo… pero entiendo que quizá no haya remedio —Terario accedió.

— Permíteme ir, además este lugar es muy aburrido, la caminata entre la nieve es preferible a estar aquí sin hacer nada —el Escorpión se cruzó de brazos, pensativo—. No hay nada que hacer, todas las chicas parecen tan atareadas que apenas me prestan atención de todos modos.

Terario se avergonzó de escucharle decir eso, miró discretamente a Bud, quien permaneció inexpresivo.

 

— Si no tomas esto con seriedad no creo que deba dejarte ir —Acuario comentó, acompañándolo fuera de la sala del trono una vez que Bud les autorizara la partida.

— No te preocupes tanto, además, si me quedo aquí seguro que la linda enfermera de cabello dorado terminaría enamorada de mí, no puedo interferir entre ustedes dos —Souva bromeó con total descaro.

— ¿Cómo es que alguien como tú terminó como un santo de oro? —Terario se preguntó en voz baja—. Escucha, quizá sea difícil para ti pero sé precavido, no te expongas inútilmente, ni tampoco arriesgues la vida de la persona que te acompañará. Si confirmas la presencia de los Patronos en ese lugar actúa con prudencia, retírate si ves que no tienes oportunidad. En todo caso sería una misión de reconocimiento, nada más.

— Sí, sí —el Escorpión puso gesto de fastidio, como el de un joven que reniega con su padre—. Ya suenas como el Patriarca… de acuerdo, espero que seas tú quien elija a mi compañero. Lo esperaré en la salida principal —Souva se alejó, alzando la mano en señal de despedida —Ah, y por cierto, eso que te conté de la armadura de la copa parece que no eran más que mentiras, no vi nada, ni siquiera mi propio reflejo, eso sí fue extraño —comentó con desilusión, pero de inmediato abandonó sus lamentaciones y prosiguió su camino.

 

*-*-*-*

 

Grecia. Santuario de Atena. Templo de Curación.

 

— ¿No ha despertado? —preguntó el Patriarca una vez que Calíope lo condujera a la habitación donde el santo de Sagitario estaba recibiendo tratamiento.

— Temo que no —fue su respuesta, mirando a lo lejos la cama donde el herido yacía inconsciente—. Llegó con heridas graves pero ahora se encuentra estable, se recuperará. El proceso sería más rápido si contáramos con el ropaje sagrado, pero usted dispuso que fuera enviado a Asgard —le recordó con un leve reproche en su voz.

Shiryu sonrió, pasándolo por alto. Entendía que Calíope era muy devota a sus deberes como sanadora.

— ¿Y el pequeño? —preguntó Shunrei al ver la cama donde lo había visto dormir y que ahora se encontraba vacía.

— Mejor, pero continúa sin hablar —respondió la amazona de Tauro—. Seguro aún se encuentra muy afectado por las experiencias que tuvo que pasar para llegar hasta aquí.

Shunrei lo recordó, creyó que cuando despertara el niño estaría tan asustado que lo mejor era que un rostro amable estuviera a su lado en ese momento, por ello permaneció junto a él. Pero cuando abrió los ojos, ese niño no expresó ningún temor, de hecho, no reaccionó para nada, ni siquiera quiso probar bocado. Era todo un muñeco que sólo se limitaba a parpadear y a veces mover la cabeza.

Intentaron comunicarse utilizando varios idiomas, pero él no respondió de ninguna forma, por lo que Calíope intentó algo diferente…

— La presencia de ese niño que Terario de Acuario cuida, Víctor, ha sido positiva —la amazona explicó—. Lo ha cuidado bien, incluso lo convenció de salir del templo a jugar. Se los permití sabiendo que es lo mejor para su recuperación.

— Es un alivio que haya respondido a la amistad de Víctor —comentó Shunrei.

Calíope asintió— No podemos presionarlo, la psique de un niño es delicada y a la vez complicada… confío en que tarde o temprano se abrirá. Mi preocupación sigue con este hombre… Patriarca ¿cree que haya tenido un enfrentamiento con nuestros enemigos? ¿O serán eventos que no se encuentran ligados?

— Es probable que sea algo relacionado —Shiryu respondió—. Debemos estar alerta, si este hombre los enfrentó y llegó hasta aquí con ese pequeño, nuestro deber es protegerlos hasta que puedan contarnos su historia… Continúen vigilándolo. Calíope, agradezco tu trabajo, lo dejo todo en tus manos.

La amazona asintió, permaneciendo en el cuarto mientras el Patriarca y su señora abandonaron el lugar.

 

Shiryu tenía interés de conocer al niño ahora que estaba despierto. Shunrei se lo había descrito, tenía alrededor de ocho años, máximo diez por la destacada altura y lo delgado de su cuerpo. Tenía el cabello rubio ligeramente rizado y los ojos azules más tristes que jamás ha visto.

Los buscaron en las cercanías del templo de curación, mas nadie logró darles señales de ellos, por un momento se preocuparon pero un soldado les confirmó el camino que tomaron.

Les resultó extraño, pero encontraron a los niños en el área del cementerio, donde numerosas placas con nombres y signos de difuntos santos se alzaban como un ejército alrededor de una estatua conmemorativa de la diosa Atena.

Shunrei vio cómo Víctor iba y venía cargando piedras  pequeñas y las más grandes que pudiera encontrar y cargar. Dejaba las piedras a un lado del otro niño sin nombre, el cual las estaba apilando.

Cuando Víctor los divisó, los saludó animosamente en la distancia, apresurándose a correr a su encuentro. Estaba todo cubierto de tierra, pero con propiedad se inclinó ante ellos.

— Víctor, los estábamos buscando ¿qué es lo que hacen aquí? —Shunrei preguntó.

El pequeño hizo muecas que delataban sus esfuerzos por entender y buscar las palabras correctas para responder, después de todo su japonés y griego aún no eran muy buenos.

Arun quiso venir aquí… dijo que… tumbas para sus muertos —le costó decir.

— ¿Se llama Arun? —preguntó Shunrei, a lo que Víctor asintió con la cabeza— Te ha hablado entonces —a lo que volvió a asentir.

No habla  mucho, pero lo ayudo con piedras — se giró sonriente hacia donde su amigo continuaba trabajando—, iré a buscar flores —dijo animadamente, corriendo lejos de allí.

 

Shiryu se aproximó al niño rubio, quien estaba trabajando en un sencillo montículo con las rocas. Arun no detuvo su actividad pese a saberse acompañado por alguien más, ni siquiera le dedicó una mirada cuando ya había comenzado la quinta de esas torrecitas de piedras.

El Patriarca se acuclilló, y tras un corto silencio tomó una de las piedras para colocarla sobre lo que el niño construía. Arun  se detuvo unos instantes, pero accedió a permitirle su ayuda.

— ¿Son para tu familia?— Shiryu se aventuró a preguntar, recibiendo una tardía respuesta cuando el niño asintió con la cabeza.

— ¿Tus padres? ¿Tus hermanos?... — el Patriarca deseó saber.

— Mamá… Papá… Giovanni…. Josquin y… Thomas —dijo, palpando el último de los cinco montículos que había terminado. Permaneciendo de rodillas sin quitarles la vista de encima.

— Descansarán bien aquí —Shiryu dijo con amabilidad, permaneciendo a su lado en un intento por lograr alguna conexión.

 

Pasaron algunos minutos, cuando Víctor regresó, pero esta vez acompañado de la pequeña lemuriana, Ayaka, la aprendiz de Kiki.

Arun se mantuvo impávido pese a que Víctor le presentara a esa otra niña que traía unas cuantas flores en las manos. Dividió las flores en cinco pequeños racimos, los cuales colocó respetuosamente en las tumbas.

Ayaka y Víctor se trataban como buenos amigos de juegos, después de todo eran quizá los únicos niños que vivían actualmente en el Santuario. Víctor era el más entusiasmado por la idea de contar con un tercer miembro dentro de su grupo.

Shunrei llamó a ese par en un intento de permitirle a Shiryu tratar a Arun en privado.

 

Arun los siguió con la mirada, viendo cómo se fueron, y la manera en la que la señora les extendió las manos como una madre a sus hijos. Ver tal escena lo llevó a girar el rostro hacia otro lado con gran pesar.

Fijó la mirada en la escultura que se erigía en medio del cementerio, encontrando algo de paz en el serio rostro de esa mujer.

— ¿Quién es ella? —preguntó apenas en un susurro.

— Ella es Atena, la diosa a la que servimos aquí en el Santuario —Shiryu explicó.

— Una diosadiosa —repitió en voz baja conforme su rostro poco a poco comenzó a mostrar un gesto perturbado—… un dios… yo no… soy uno… yo no soy un dios… —masculló para extrañeza de Shiryu.

Los ojos de Arun se abrieron con horror como si ante él escenas atroces se recrearan. Sus memorias, una tras otra lo hicieron temblar conforme continuaba hablando— Soy… sólo soy el hijo de dos humildes músicos... Nada más —sonrió, con lágrimas en los ojos—… Nada de lo que ellos dijeron tiene sentido— rió de manera nerviosa—. Debe haber alguna clase de error… Thomas, Giovanni y Josquin trabajaban para mi padre… yo los ayudaba a cuidar las ovejas… ¿cómo un pastor puede ser un dios? —preguntó con ironía— ¡No puede ser cierto! —gritó, llevando sus brazos al suelo sobre los que precipitó su rostro para llorar con fuerza.

Shiryu tardó un poco en confortarlo, pues sus palabras le causaron conmoción ¿podría ser cierto? ¿Arun era el avatar de un dios?

 

FIN DEL CAPITULO 36


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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#157 Shiryu

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Publicado 21 mayo 2013 - 17:22

muy bueno sigue asi lo que mas me sorprende es que no tengas a Seiya como caballero de Oro


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Publicado 28 mayo 2013 - 12:27

como siempre EXCELENTE capitulo

 

espero leer pronto la continuacion

 

saludos

 

:sonaro:



#159 ƊƦąğoɳ_ǤįƦȴ

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Publicado 30 mayo 2013 - 00:48

Que tal! veo que ya hay una actualización....

Este capítulo estuvo buenísimo, muy revelador, todo el encuentro de los amigos fue estupendo, muy bien logrado ese enfrentamiento, una idea genial poner al enemigo como un viejo amigo de uno de los guerreros de Asgard. 

Por otro lado, me alegra que ya estén saliendo a la luz los verdaderos propósitos de los malhechores, cada vez me intriga más tu historia. 

El pequeño Arun me lo tenía ya sospechando que sería recipiente de algún dios, pero la pregunta sería ¿de cuál se trataría? 

Saludos! 


SOCIEDAD DE LA BALANZA

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Publicado 01 julio 2013 - 02:11

Hola a todos! Ahora sí que me he tardado, pero bien aqui les traigo el primer capitulo que da inicio a una nueva Arc XD espero sea de su agrado y sea igual y un poco más intensa que las anteriores.

 

*-*-*-*-*-*-*

 

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Capitulo 37. Imperio Azul. Parte I.

Cara a cara.

 

En la nueva era, no existe una comunidad más grande y próspera que la lograda por el emperador Poseidón, gobernante del reino submarino conocido como la Atlántida.

 

Consciente del fenómeno que alteró el mundo y cambió la Tierra, el dios del mar actuó con gran generosidad y benevolencia, acogiendo a todos aquellos que  necesitaran de guía y protección; humanos dignos que reconocieran su divinidad y trabajaran arduamente para lograr la utopía que, desde tiempos remotos, ha deseado.

 

Con sus recursos debidamente administrados, le ha dado comida y cobijo a centenas de personas que habitan sus ocho ciudades en la superficie y otras pocas que residen en el glorioso reino bajo el mar.

La Atlántida se convirtió rápidamente en un reino autosuficiente, mas ha procurado tener lazos diplomáticos con otras comunidades u organizaciones. Al mismo tiempo, intentando olvidar las viejas rivalidades con el Santuario y Asgard.

 

El Emperador se ha mostrado cooperativo durante todos esos quince años, algo que asombraba a sus viejos enemigos. Pero sus intenciones eran auténticas, el mismo Shaman King lo afirmaba.

No había formado un reino con intenciones militares, sino uno lleno de riquezas culturales y comerciales… sin embargo, la existencia de los marines shoguns y otros guerreros marinos continuaba siendo necesaria como guardianes y protectores del reino. Cada marine shogun era responsable de mantener la paz y el orden en su respectiva ciudad, ubicada en una isla correspondiente al océano que protege.

 

Aristeo de Lyra y Sugita de Capricornio navegaban por el Mar Mediterráneo en un barco cuya tripulación se ofreció a llevarlos. Su destino, la isla llamada Gadiro, una extensión de tierra que emergió de las profundidades por voluntad y poder del emperador Poseidón para que sirviera a sus fieles como un hogar  en el que pudieran cultivar su sociedad.

Los santos decidieron no esconder quienes eran, por lo que sus cloths de plata y oro destellaban por el sol de aquel atardecer.

Tuvieron que viajar de manera tradicional al ser la manera más apropiada, después de todo era la primera vez que un santo del Santuario se atrevería a pisar el reino de Poseidón en esta nueva era.

Fue un viaje silencioso en el que Aristeo respetó la privacidad de los pensamientos de Sugita, por lo que se entretuvo tocando algo de música para deleite de los hoscos marineros, quienes fueron capaces de disfrutar tan bellas melodías.

Tras haber estado tan cerca de la muerte y recuperado de ello, Aristeo sentía que percibía todavía mejor el mundo pese a su ceguera. Eran sensaciones gratas y de gran paz, sobre todo allí en el inmenso mar. Le alegraba haber sido elegido para viajar a la Atlántida, aunque en su cabeza aún resonaban las súplicas de su amada por que permaneciera con ella en Grecia.

 

El joven santo de Capricornio  nunca se había sentido incómodo en el mar, pero tenía que admitir que ahora tenía algo de miedo.

El viento fuerte y la marea tranquila, el dios del mar debe estar de muy buen humor —escuchó decir de  los marineros que hablaban entre ellos.

— Los pescadores tienen un buen concepto del dios Poseidón —comentó Aristeo, quien permanecía sentado sobre unos barriles, evitando estorbar de cualquier forma a la tripulación—. A diferencia de lo que percibo del Patriarca y del santo de Pegaso, las personas le tienen aprecio, no creo que haya que temer. Sólo basta escuchar lo que dicen los súbditos más humildes de un reino para conocer la verdadera naturaleza del soberano.

Aristeo estaba enterado del toque personal que para Sugita de Capricornio tenía esta misión. Confiaba en que fuera algo que de verdad los beneficiara para cumplir con la investigación encargada.

 

Sugita miró de reojo al santo de plata antes de regresar la vista al mar— Sí, seguro debe ser una buena persona… —musitó, recordando que en efecto él ya ha sido  oyente de su buena voluntad; en Cabo Sunión fue la prueba.

El cuervo negro que reposaba sobre su hombro permanecía en completo silencio. Por insistencia de Kenai de Cáncer accedieron a llevar con ellos a una de sus misteriosas aves. Kenai les aseguró que no tendrían que preocuparse por ella, era bastante dócil y no les causaría problemas, además de que a través del cuervo podría saber si se meten en algún lío.

 

Estaba por  anochecer cuando divisaron tierra. La isla se alzaba todavía más metros por encima del nivel del agua. Rodeada por peñascos y acantilados, el único acceso fácil y seguro era el puerto de la bahía.

Allí, pocas embarcaciones se encontraban ancladas, pero las luces de la playa llamaban la atención.

Los santos, el capitán y un par de marineros subieron a un bote  para llegar a la orilla. Desde la distancia, otros marineros saludaban a los recién llegados, delatando camaradería e incluso reclamos sobre deudas de dinero.

Para cuando pisaron el muelle, el capitán y sus hombres se despidieron de los santos, por cortesía los invitaron a acompañarlos a la taberna, mas fue obvia la respuesta del santo de Lyra, quien agradeció su ayuda.

 

Una vez solos, Aristeo y Sugita esperaron a que algo sucediera. Los lugareños los miraban con curiosidad, pero pasaban de largo para proseguir con su camino.

— Supongo que debemos esperar a que alguien nos dé la bienvenida —dijo Aristeo.

— Creí que el Patriarca había enviado un aviso de nuestra llegada —Sugita comentó.

— Sí, pero no especificamos cuándo sucedería —respondió.

Sugita contempló el puerto con curiosidad, cómo es que en esa media luna que formaba la bahía numerosas construcciones con arquitectura griega se levantaban rodeadas de arbustos y árboles. El muelle de roca sólida estaba decorado con lamparones decorativos y velas. Había algo de bullicio, pero se respiraba una convivencia sana y pacífica entre la población.

 

Pasó poco tiempo para que alguien se le acercara con confianza y naturalidad, se trataba de una mujer de hermosos ojos azules, de piel blanca y un extenso cabello rubio. Traía puesto un vestido blanco que le cubría hasta por debajo de las rodillas sobre el que resaltaban los aretes, collares y pulseras rojas que portaba.

— Bienvenidos —dijo con amabilidad—. Ustedes deben ser los emisarios del Santuario que buscan una audiencia con el emperador Poseidón.

— En efecto, somos nosotros —dijo el santo de plata, inclinándose de manera caballerosa hacia la dama, un acto que Sugita imitó—. Lamentamos no habernos anunciado con propiedad pero no era posible especificar el día de nuestra llegada. Espero no sea un inconveniente.

— Ninguno. Los estábamos esperando —la mujer respondió—. El Emperador autorizó dejarlos pasar. Por favor, acompáñenme. Mi nombre es Tethys y seré su guía —sonrió.

 

 

Aristeo y Sugita siguieron a la mujer, que los condujo por la ciudad. Todo tenía un toque ancestral, una recreación exacta de la Grecia antigua, incluso las personas vestían de esa manera holgada y sencilla.

 

Aristeo pensaba en que era extraño que sólo hubieran enviado a una mujer a recibirlos, esperaba a un guerrero. Sin embargo, también cabía la posibilidad de que esa mujer fuera más de lo que aparentaba.

 

El edificio que se encontraba por encima de todas las demás construcciones era un gran templo ceremonial, el cual estaba custodiado por soldados que los miraron sin hostilidad alguna.

En su interior había hermosas esculturas de seres marinos como sirenas y dragones de agua, pero lo más destacable era la estatua del mítico dios del mar vestido con su armadura, sujetando su tridente como un escudo frente a él y un violento oleaje a sus pies. En la base de donde se erigía la obra maestra, se encontraba plasmado el símbolo del Emperador, hacia el cual Tethys parecía llevarlos.

 

Sugita miró la gigantesca estatua con asombro, pues mientras la de Atena transmitía solemnidad y paz, la del Emperador demostraba fuerza y rectitud.

— La isla Gadiro es sólo un punto de encuentro. El Emperador los espera en su templo bajo el mar —la mujer explicó, tocando con la punta de los dedos el símbolo en el muro, sobre el cual se marcó una línea vertical de manera simétrica, abriéndose una puerta de la que emanaba una gran luz blanca.

— Por aquí —pidió ella, siendo la primera en perderse dentro de ese portal luminoso. Los santos la siguieron momentos después.

 

Sugita quedó cegado durante unos segundos por la luz tan brillante, pero en cuanto recobró la visión se vio dentro de un templo diferente, en cuya pared interior había otras siete grandes compuertas con el mismo símbolo de Poseidón.  La puerta a su espalda se cerró de manera estruendosa.

Frente a ellos se veía la hilera de columnas blancas que sostenía la bóveda de la construcción, mas entre ellas se vislumbraba la hermosura de una ciudadela de la que se alzaba un gran pilar que llegaba a tocar el cielo.

Alrededor de dicho pilar, la estructura de un palacio estaba presente. Desde la altura y distancia en la que se encontraba, Sugita de Capricornio quedó maravillado por el paisaje frente a sus ojos.

El palacio del Emperador lucía como toda una fortaleza blanca que resaltaba entre las veredas rocosas y el inmenso azul del cielo que no era más que el mismo océano sobre sus cabezas.

— Bienvenidos sean a la Atlántida —dijo la mujer, señalándoles las escaleras que debían descender para llegar al Templo de Poseidón—. Aquí es donde recibimos a los viajeros, tendremos que caminar un poco más para llegar a donde se encuentra el Emperador —explicó, comenzando a bajar los escalones.

Aristeo esperó a que Sugita se pusiera en movimiento, pero el joven santo tardó en reaccionar. El santo de plata envidió no poder ver la maravillosa visión del reino submarino, por lo que se limitó a sondearlo con sus otros sentidos.

 

Las escalinatas los llevaron por un camino de pronunciadas curvas y arrecifes, rodeado por exótica vegetación marina como corales de radiantes colores, estrellas de mar y caracoles incrustados en las rocas. Momento que Aristeo de la Lyra eligió para indagar un poco sobre la Atlántida.

— ¿Acaso hay civiles que viven en el reino submarino?

La mujer volvió un poco el rostro sin dejar de caminar — Así es, aunque la mayoría de ellos residen en las ciudades del exterior, algunos han preferido permanecer aquí para servir devotamente al Emperador.

— Con la extensión de su reino, es seguro que debe requerir de un gran número de soldados para cuidar de él.

— Cada ciudad está a cargo de uno de sus más leales súbditos, los marines shoguns. Su deber es impartir orden cuando las situaciones lo requieren, así como defender a la población de cualquier amenaza.

— ¿Por qué no vimos a uno en la isla Gadiro? —preguntó Sugita, meditando.

— ¿Qué te hace pensar que no estás viéndolo? —cuestionó ella, mostrando un gesto travieso.

Sugita no supo qué decir, robándole así una risita a Tethys— Sólo bromeo. La ciudad de Gadiro está bajo el cuidado directo del Emperador, yo sólo soy su vocera.

 

Los tres llegaron al fin al palacio, de muros y columnas tan altas que empequeñecían a todos los caminantes.  Los recibieron algunos soldados vistiendo sus armaduras, quienes se mantuvieron como estatuas rígidas en sus puestos.

Antes de entrar, Sugita se desconcertó cuando el cuervo de Kenai abandonó su hombro para emprender el vuelo.

— Pero… ¿A dónde va? —se preguntó al seguirlo con la mirada.

— Déjalo, ya volverá —Aristeo sugirió.

Siguieron un camino alfombrado por el que miraron mujeres deambular. Ellas saludaron a los invitados con propiedad para después proseguir con sus labores.

 

Tethys los condujo hacia una gran puerta, custodiada por otros dos hombres. Los centinelas agacharon respetuosamente la cabeza ante la mujer cuando ésta se detuvo. Ella se giró hacia los santos para decir —Hemos llegado. Mas debo informarles que sólo uno de ustedes podrá pasar.

— ¿Sólo uno? —repitió Aristeo con cierta desconfianza.

Tethys asintió — Es parte del protocolo.

— De acuerdo —el santo de plata supo que no tenía muchas opciones—. Seré yo quien pase a la audiencia.

Sugita no objetó, por un lado le alivió tal situación.

 

Tethys dio la orden para que abrieran la puerta que mostró más escaleras. El santo de Lyra entró no sin antes aconsejar a su acompañante —Sé prudente— ocultando el mensaje real —Ten cuidado.

 

Cuando la puerta se cerró, Sugita de Capricornio creyó que permanecería allí, en espera de noticias de Aristeo, sin embargo, Tethys se ofreció a darle un recorrido. No percibía malas intenciones en tal propuesta, además pensó en que quizá podría encontrarse con esa persona que le habló en Cabo Sunión. Sólo por ello es que aceptó.

 

Tethys lo acompañó hacia una estancia exterior, donde de los muros resbalaba el agua como fuentes decorativas. Era una explanada amplia en la que había  bancas donde  hombres y mujeres descansaban mientras los niños jugueteaban, como si fuera un parque. Se respiraba tanta tranquilidad y armonía que Sugita pensó que aquello era lo más cercano que haya visto a una utopía.

Miraba con discreción a las personas, buscando, aunque cuando lo razonaba se reprendía a si mismo ¿cómo encontraría a alguien a quien ni siquiera le vio el rostro?

De un momento a otro, encontró a alguien que retuvo su atención. Se trataba de un hombre que en solitario estaba sentado en una de las bancas. Vestía una túnica blanca con adornos dorados en el cuello y  hombros. Él estaba leyendo un libro con interés, pasando los dedos constantemente sobre la pulcra y corta barba que cubría su mentón.

A simple vista no era nadie extraordinario, sin embargo Sugita no pudo quitarle la vista de encima, incluso se detuvo para contemplarlo. Tethys lo notó, por lo que de igual forma aguardó. Ella miró hacia la dirección en la que lo hacía el santo de Capricornio, sonriendo ante la visión de sus ojos.

Aun en la distancia, el hombre de largo cabello azul pareció percatarse de la situación. Al alzar la vista, dirigió su mirada color esmeralda al joven santo.

Sugita quedó impresionado por la fuerza que percibió dentro de esos ojos. Con el simple hecho de verlo sentía la necesidad de acudir a su lado y pedirle permiso para siquiera respirar.

Con ese único gesto, el hombre de ojos verdes pareció escudriñar cada parte de su alma y pensamientos. Tal estupefacción sólo la ha sentido una vez… y fue en el Santuario, ¿acaso ese hombre podría ser…?

Sugita se sintió totalmente indefenso y vulnerable al ser blanco de esos ojos verdes; lo que desconocía su mente lo sabía otra parte de su ser.

 

Pero toda esa tensión desapareció en cuanto un sonido lo sacara de su estupefacción. Sugita reconoció tal tonada, por lo que pudo desviar los ojos a otra dirección. Buscó el origen de la melodía, pudiendo ver en esa misma explanada, junto a una fuente circular a lo lejos, la espalda de un hombre rodeado por un grupo de niños que festejaban la música.

Los adultos se contagiaban de las sonrisas de los pequeños, por lo que con alegría contemplaban la manera en la que bailaban y canturreaban junto al flautista de cabello lila.

Sugita se giró nuevamente hacia el hombre de ojos verdes, pero él había vuelto a su lectura de manera despreocupada. El santo titubeó sobre lo que debía de hacer, mas Tethys le facilitó las cosas.

— Creo recordar que dijiste que querías conocer a uno de nuestros marines shoguns —dijo, tocándole el hombro—. Ven, te presentaré —guiándolo hacía allá.

— Sí… pero yo…

— ¿Ocurre algo? —inquirió ella.

— Es sólo que —miró una última vez al hombre de pelo azul—… No, no es nada —acobardándose al final.

Tethys lo acercó a donde la mayoría de las personas que estaban esparcidas por la explanada ya se encontraban aglomeradas. Ese pequeño concierto se alargó algunos minutos en los que el flautista no perdió concentración ni ritmo. Permaneció con los ojos cerrados hasta el último soplido. Cuando sus ojos se abrieron, los aplausos de los oyentes se hicieron escuchar.

Sugita observó detenidamente a ese hombre de llamativo cabello, no portaba una armadura sagrada que lo distinguiera, en vez de eso llevaba puesto un elegante traje blanco de camisa y pantalón.

 

Poco a poco cada una de las personas regresó a sus actividades, por lo que finalmente el flautista pudo acercarse a las únicas dos personas que lo estaban esperando. Había decidió no actuar como si no supiera a quién tenía de frente, por lo que le sonrió con naturalidad.

— Te presento a Sorrento de Siren, protector del Pilar del Océano Atlántico Sur y la isla Autóctono —Tethys presentó—. Sorrento, él es Sugita de Capricornio, santo de oro al que el Emperador ha permitido visitar nuestro reino.

— Sabes que no hacen falta las presentaciones Tethys. Sugita y yo ya nos conocíamos, sólo que es hasta hoy que nos vemos de frente —Sorrento aclaró.

— Quería que fuera más fácil para el chico, pero si quieres manejarlo entonces lo dejo en tus manos —dijo Tethys, sonriendo con complicidad.

— Acaso ¿usted ya lo sabía? —Sugita cuestionó a la mujer rubia, quien se limitó a mostrar un gesto risueño en vez de responder—. Entonces es cierto, tú eres la persona que esa noche estuvo allí… Sorrento de Siren —Sugita repitió.

Una sonrisa se dibujó en los labios del marino— Me alegra que me recuerdes. Sabía que nos volveríamos a ver. Es  un alivio que no sea en el campo de batalla.

Los ojos del marino se mostraron nostálgicos, mientras los del santo temblaban por las ansiosas dudas que latían en su pecho.

— Te prometí que nos volveríamos a encontrar, ¿no es así? —Sorrento lo observó con detenimiento, era la primera vez que lo veía cara a cara, por lo que estudió cada línea de su rostro, sus ojos y labios, encontrando el parecido con la imagen de la mujer que estaba en su memoria—. Veo que tu prueba fue exitosa y Atena te ha dado su bendición… Un santo de oro, no esperaba menos del hijo de la señorita Mizuki —comentó con alegría—. Ya que has venido hasta aquí, supongo que tendrás muchas preguntas, y como prometí aquel día las pienso responder. Acompáñame, tu amigo demorará un poco, por lo que tenemos tiempo para charlar.

Sugita no dudó en seguirlo, despidiéndose de Tethys, quien tomó un camino diferente.

— Te encuentras tan confundido como antes, ¿en verdad no tienes idea de tu vínculo con nuestro reino?

Sugita negó con la cabeza— No del todo, pero dijiste haber conocido a mi madre…

— Sí, ella fue una gran dama… Te agradezco por haber venido, el Emperador está complacido y me ha permitido hablarte sobre algo que tienes derecho a saber. Pero este no es el lugar apropiado, sígueme— dijo con tono gentil.

 

Tethys volvió junto al hombre de cabello azul quien continuaba con su pasatiempo.

— Y ¿qué es lo que  piensa del muchacho? —ella preguntó.

— Hay mucho de su madre en él —respondió con tranquilidad.

— ¿No le hablará?

— No hay necesidad, he saciado mi curiosidad. Le queda mucho qué aprender, pero su potencial es claro… Aunque continúa decepcionándome su elección, mantendré mi promesa.

Tethys sonrió al escucharlo.

El hombre de ojos verdes se levantó tras cerrar el libro, que conservó bajo su brazo— Me retiraré a mis aposentos. Cuando Enoc termine, que me informe sobre la situación, quiero escuchar qué es lo que el Santuario espera con este repentino interés en mi reino.

— Así se hará, Emperador.

 

*-*-*

 

Aristeo de Lyra caminó por el suelo de baldosas negras que reflejaban su imagen con claridad.

El sonido de sus pasos hacía eco por el lugar, permitiéndole guiarse por las ondas sonoras para imaginar el amplio y encerrado espacio del salón.

Se adentró lo suficiente para darse cuenta de que se encontraba solo. Sus ojos ciegos no pudieron contemplar la gloriosa vista que se mostraba por el muro que enmarcaba el gran soporte principal. El trono del emperador de los mares se encontraba vacío, por lo que Aristeo intentó averiguar la razón. Se preocupó un poco al imaginar que esta fue la forma más sutil de separarlo del santo de Capricornio… mas en cuanto se giró con la intención de regresar por donde vino, una presencia se hizo presente, cuya voz lo obligó a volverse.

— ¿Partes tan pronto, santo de Atena?

Aristeo permaneció a la expectativa al reconocer el poderío de ese cosmos. No era tan magnánimo como para creer que le pertenecía al emperador Poseidón, pero sí competía fácilmente con el de un santo dorado.

— No todos los días se les concede a antiguos enemigos del reino de Poseidón una audiencia con su excelencia. Sería imprudente de tu parte abandonar la sala de esa manera.

— ¿Quién eres tú? —preguntó Aristeo, sintiendo cómo ese hombre  se detuvo a pocos pasos frente a él.

— Me llamo Enoc, custodio del pilar del Océano Atlántico Norte —respondió el hombre de voz profunda—. Devoto sirviente del Emperador, quien me ha pedido recibirte.

Ante él se encontraba el marine shogun que vestía la scale del dragón del mar. Era un hombre alto, de cabello rojo y ojos color violeta. Lo que más destacaba eran las tres cicatrices que marcaban su cara, las cuales no lo deformaban pero sí le daban un aspecto inquietante.

— ¿El Emperador no asistirá a esta reunión? —Aristeo cuestionó.

— Todo lo que desees consultar con él podrás decírmelo a mí, después seré yo quien le transmita tus palabras si las encuentro dignas de ser escuchadas por su excelencia —Enoc explicó, conservando un tono frío e indiferente.

Aristeo desconfió, mas tenía que conservar la calma al encontrarse en un reino desconocido.

— Si así es el protocolo, entonces lo aceptaré. Mis disculpas —el santo accedió—. Puedes llamarme Aristeo, santo de plata al servicio del Santuario… Agradezco el que me permitas intercambiar algunas palabras, las cuales creo serán de interés para el Emperador.

— Puedes hablar.

— Desconozco si están enterados sobre recientes ataques en la superficie, más propiamente dicho en Meskhenet y en Asgard.

— Hemos escuchado rumores sobre la situación en Egipto —Enoc dijo, recordando lo dicho por los marineros que navegaban por tal ruta marítima, y de la misma marine shogun que protege el océano Índico—. Tenemos entendido que un conflicto interno devastó el reino del desierto, y aunque intentamos acercarnos, Meskhenet ha decidido mantener la situación bajo puertas cerradas, diciendo que todo fue resultado de una insurrección que logró ser frenada, aunque con terribles resultados… Por supuesto que creemos que es un intento por ocultar una verdad más compleja —el marine shogun explicó con perspicacia—. Desistimos al respetar los deseos de dicha nación… pero Asgard es un tema diferente… desconozco lo ocurrido —Enoc musitó, pensando en que si de verdad se suscitó algo, era obligación del guardián del océano Ártico informarles.

Aristeo se prestó a relatar con detalles conocidos sobre el ataque a Meskhenet en Egipto y la forma en que el Santuario fue involucrado. De la existencia de la orden de guerreros responsables de tal ola de destrucción y muerte que alcanzó en días recientes al reino de Odín. El cómo es que ahora se encuentran buscando a esos hombres y la posibilidad de que la Atlántida pudiera ser uno de sus próximos objetivos.

 

Enoc escuchó atentamente, limitándose a algunos comentarios cortos que no interrumpieron el relato, hasta que...

— Patronos… zohars… La devastación de Meskhenet y Asgard son sucesos difíciles de creer. Aunque la condición actual de Egipto no me permite poner en duda tu palabra, pero Asgard… nuestro hombre en Bluegrad no ha reportado nada de lo que has mencionado —comentó, con un deje de desconcierto.

Aunque Bluegrad se convirtió en una de las ocho ciudades del reino de Poseidón, tuvo permitido el amistarse con Asgard sin ninguna clase de represalia… podría decirse que son aliados, por lo tanto si algo de tal gravedad ocurrió con los dioses guerreros, Alexer debió haber informado de esto, incluso apoyado.

Sólo encontraba dos alternativas, o el santo de Lyra mentía, o Alexer prefirió callar. No tenía razones para desconfiar del regente de Bluegrad, pese a todo el Emperador lo acogió bajo su protección y lo nombró marine shogun entregándole la scale de Kraken. Pero tampoco creía tan inconsciente al santo de plata como para venir hasta la Atlántida sólo para decir mentiras que lo condenarían.

— Quizá tenga sus motivos, pero no es algo que he inventado. Podrías comprobarlo en el momento que desees. El Patriarca nos pidió venir y advertir al Emperador de esta amenaza, por lo que hemos visto no creo que estén exentos de un ataque, después de todo una de sus motivaciones es destruir las antiguas órdenes de guerreros que quedan en el mundo.

Enoc no parecía muy afectado por tal amenaza, por lo que prosiguió —¿Y qué esperan ustedes a cambio de tal información?

Aristeo calló ante la repentina pregunta.

— Hay demasiada sangre en la historia que vincula al Santuario con la Atlántida como para esperar que no buscan un beneficio propio… En los últimos años el Emperador y su Patriarca han mantenido una relación neutral, ¿por qué ahora el interés? —cuestionó, imaginando que para el Santuario lo más conveniente sería la destrucción de la Atlántida.

— Eres injusto, en todos estos años  ha habido paz entre nosotros —Aristeo no toleró tales insinuaciones—. Debes recordar que ustedes tampoco se han mostrado deseosos por lograr una mayor cooperación. Es cierto que los santos y los marinos hemos sido enemigos desde la época del mito, pero no significa que eso no pueda cambiar. El primer paso lo han dado nuestros líderes al respetar la coexistencia de ambos reinos en esta era; el resto dependerá de cada individuo que los forman para labrar una mentalidad menos fanatizada con el pasado.

— ¿Y crees que utilizando a ese chico que trajiste contigo podrás lograrlo? —Enoc cuestionó con seriedad—. Sí santo de Lyra, estoy al tanto de la historia que rodea a ese joven, y aunque el Emperador es un ser misericordioso, mi deber es ver a través de las intenciones de todos aquellos que buscan su bondad con mezquinos propósitos.

— Haces bien en proteger a tu señor, pero nuestras intenciones son sinceras. Sería desastroso que un reino tan próspero como este cayera bajo el yugo de los Patronos. Son muchos los inocentes que se verían afectados, y lo que ha ocurrido en Meskhenet y Asgard no debe volver a ocurrir.

— No creo que se atrevan, el poder del Emperador es reconocido en este mundo. De decidir invadirnos sería un acto suicida.

— No cometas el error de subestimarlos —se apresuró a decir Aristeo—. Tienen sus recursos y aún desconocemos el alcance real de su  poder y sus propósitos…

— Tomaré en cuenta tus advertencias y transmitiré las preocupaciones del Santuario a mi señor —Enoc dijo, dándose la media vuelta—. ¿Eso es todo lo que tienes que decir?

— No, aún hay algo más.

Enoc se volvió un poco— Te escucho.

— Lo ocurrido en el exterior ha obligado al Patriarca a reunir al mayor número de santos en el Santuario… sin embargo, la búsqueda de ellos y las cloths ausentes nos ha llevado a descubrir que una de ellas se encuentra aquí, en algún lugar de la Atlántida.

— ¿Qué patraña estás diciendo? —musitó el dragón marino.

— Sé que puede sonar absurdo…

— ¿Cómo pueden estar seguros de eso? ¿Confirmas que tienen espías en nuestro reino? —Enoc sospechó.

Aristeo negó con la cabeza —Por mi honor juro que no es así. Sin embargo, en el Santuario contamos con un aliado de habilidades especiales, un shaman que pudo alertarnos de tal descubrimiento. Desconocemos la razón por la que puede estar aquí… pero no es tan descabellado considerando que un marino se enlistó en las filas de los guerreros de Atena… quizá aquí pudo suceder algo similar.

— No confío en lo que dices.

— Es evidente que desconoces de lo que hablo, significa que incluso para ti permanece oculta pero… me dieron algunas señales sobre su ubicación: se encuentra dentro un lugar oscuro, una gran caverna de paredes ensombrecidas, pero en el punto más alto hay un gran resplandor, un remolino que arrastra ferozmente el agua clara como si fuera un portal hacia otro mundo… en ese lugar hay un templo derruido por el tiempo, donde un sinnúmero de estatuas han sido deformadas por los golpes de una vieja batalla… pero la más representativa  es una gigantesca imagen de mármol cuya cabeza y brazos fueron pulverizados, dejando el torso y piernas de una figura masculina que se encuentra sobre un pedestal y en él se haya marcado el deteriorado símbolo de Poseidón.

Enoc buscó en su mente algún lugar dentro de la Atlántida que se le pareciera— En todos mis años de servicio al Emperador, jamás he visto un escenario como el que describes…

— El mismo Emperador podría saberlo… por favor, es importante para nosotros dar con esa cloth y su posible dueño.

— Así que después de todo sí buscas algo a cambio…

Aristeo suspiró, implorando paciencia— No tienes que deformar mis palabras de tal manera. No queremos molestarlos con tal petición, pero estaríamos en deuda si nos brindaran su ayuda. Para ustedes esa cloth carece de valor, pero para nosotros es importante… No sé por qué está en este lugar pero con gusto nos la llevaremos.

— Tendré que consultarlo… el Emperador decidirá cuál será nuestra postura al respecto. Supondré que has terminado.

— Sí, eso es todo lo que el Santuario tiene que decir.

— Aguarda aquí, enviaré a uno de los sirvientes a que te escolten y te llamaré en cuanto haya una resolución al respecto. Mientras tanto no cometan imprudencias —el dragón marino advirtió, abandonando el salón del trono.

 

Enoc, dragón del mar, salió por un acceso secundario que lo llevó por un largo pasillo hacia el exterior. Durante su andar, una silueta apareció de entre las columnas, acompañándolo en su caminata.

— La conversación con ese santo ha perturbado tu espíritu Enoc —dijo la mujer a su lado—. ¿O es que acaso te sientes decepcionado porque no te diera algún motivo para comenzar una contienda?

Enoc respondió sin detenerse —Tú lo escuchaste también, Behula.

La mujer de piel oscura y largo cabello negro asintió— ¿Dudas de Alexer? —preguntó, siendo su mismo pensamiento tras haber estado de manera inadvertida en el salón del trono.

— Me desconcierta que no haya reportado nada sobre eso…

— ¿Se lo dirás al Emperador?

Enoc se detuvo, mirando los ojos color almendra de la marine shogun de Chrysaor.

— No puedo desacreditar al Santuario sin pruebas… pero jamás podría ocultárselo al Emperador. Necesito que envíes por Alexer, deseo hablar con él sobre estos sucesos cuanto antes.

La mujer asintió— Enoc, entiendo que te moleste tener que lidiar con antiguos enemigos del Imperio pero… no debes cargar con esos sentimientos de épocas remotas en las que ni siquiera fuiste partícipe.

Enoc la miró con frialdad, sin poder confesar el resentimiento personal que tenía hacia el Santuario. Después de todo fue uno de sus miembros quien le arrebató su lugar y destino en la última guerra santa entre Atena y Poseidón.

— Supongo que concuerdas con lo que dijo el santo de  Lyra —Enoc comentó.

— Tuvo buenos argumentos —respondió al ser creyente de la coexistencia pacífica entre los reinos—… Pero también entiendo que consideres tu trabajo desconfiar de todos los que son del exterior para proteger a tu gente.

— No me malentiendas, sé cuándo dar mi confianza y cuándo no… quizá te alegre saber que no creo que el santo de Lyra mienta… pero eso significa que es Alexer quien oculta algo y quiero saber por qué… Jamás toleraría una traición de su parte.

— No nos precipitemos —pidió la mujer tras apoyar su lanza en el suelo—. Démosle la oportunidad de explicarse, además esos juicios no te competen, Enoc —le recordó.

Enoc contempló a Behula en silencio. De entre todos en la Atlántida ella es quien más lo ha apoyado y tolerado. Se ganó su aprecio no porque concordara siempre con él, al contrario, es quien siempre lo enfrentaba y lo obligaba a  considerar el otro lado de la moneda en cada situación. Aunque muchos los creían rivales acérrimos, la verdad era totalmente diferente, juntos se complementaban y eso los volvía los marinos más importantes dentro del reino submarino.

— Eso lo sé… Bien Behula, te dejaré el resto a ti, iré a ver al Emperador y ya veremos cómo procederemos.

— Como ordenes— dijo ella, reconociendo su liderato.

 

*/*/*/*/*

 

En algún lugar de Irlanda.

 

Sentado en una vieja silla de cedro, de finos acabados como para haber pertenecido a un noble, un hombre aguardaba en paz y quietud.

Parecía dormir al mantener su cuerpo inclinado hacia la derecha,  donde su brazo se mantenía rígido al servirle de almohadilla a su mejilla. El hombre de ropaje blanco permanecía con los ojos cerrados con un gesto que revelaba un sueño placentero.

 

— ¿Estará fingiendo?— pensó Albert de Géminis conforme avanzaba sigilosamente por el suelo de madera carcomida.

 

Se arriesgó a seguir las indicaciones de la entidad que lo ha acompañado durante tantos años. Decidió abandonar el Santuario sin dar mayores explicaciones. Ocultó la verdad al saber lo absurdo que sonaría confesar tal historia… No estaba dispuesto a ser el hazmerreír si resultaban ser sólo alucinaciones de su mente, pero también cabía la posibilidad de que fuera cierto y el viajar hasta allí le permitiría encontrar al hombre que estaba detrás de los ataques a Meskhenet, al Santuario y a Asgard.

Comprobar si de verdad sufría de un desorden mental o no, era algo que debía averiguar por sus propios medios, sin importar el peligro.

Pese a todo, no fue tan insensato como para viajar solo, trajo consigo a dos santos de plata a los que les pidió aguardar en un lugar seguro, pero lo suficientemente cerca para que se percataran de los sucesos si una batalla se daba inicio.

Confiando en que si llegaba a fallar en su cometido alguien alertaría al Santuario, es por lo que Albert entró sin demora a ese lugar.

 

Para su alivio, la guía de su invisible benefactor lo llevó realmente allí, a una vieja mansión que estaba haciéndose pedazos, envuelta por la hiedra y musgo que paulatinamente se han apoderado del lugar, incluso había un riachuelo que pasaba por debajo de los tablones podridos del suelo.

La naturaleza se abrió camino por la construcción y se amalgamó con ella, dándole un aspecto mítico por la luz que entraba por las ventanas aún adornadas con vitrales coloridos.

 

El santo de géminis no daba crédito a la clase de enemigo que allí encontró. Imaginaba que detrás de esos monstruosos guerreros se escondería un dirigente mucho más temible e incluso intimidante, pero en vez de eso se topó con un hombre de frágil aspecto. Sólo podía ver su mentón descubierto, su rostro permaneció ensombrecido por la capucha que le cubría la cabeza.

No sintió ninguna presencia custodiándolo… Tampoco percibía algún cosmos en él… ¿acaso podría ser un espejismo? No… Tenía que ser cierto, por lo que consideró esa la oportunidad perfecta para deshacerse de ese monstruo que ha causado tantos estragos en la nueva era.

Si fingía o no, no le interesaba. No había una ostentosa armadura protegiendo su delgado cuerpo, ni tampoco era un dios ¿qué podría ser ese hombre como para subyugar a los Patronos? Estaba por averiguarlo…

 

Albert preparó su mejor técnica, concentrando el poder de las galaxias en su mano. Liberó la violenta onda cósmica que en un santiamén redujo todo a su paso a simple grava.

La parte posterior de la mansión se evaporó tras la retumbante explosión, dejando solo una cortina de humo que poco a poco volvía al suelo. Albert aguardó unos segundos, esperando que se disipara la bruma.

Cuando sucedió, el santo dorado se sorprendió. Su técnica acabó con la parte trasera de la construcción y barrió con gran parte del terreno, mas una pequeña zona alrededor de la silla se mantuvo intacta, incluyendo a la persona que estaba en ella.

Inmediatamente, ese hombre abrió los ojos, enderezando su posición  en el viejo mueble.

— Eres muy osado santo de Atena. Creí que los de tu clase siempre buscaban un combate justo, pero en vez de eso decidiste atacarme cuando más indefenso me encontraba… —el encapuchado comentó sumamente tranquilo. Albert alcanzó a distinguir un color rojizo en sus ojos, los cuales mostraban una expresión cansada y aburrida—. Es claro que no eres como los demás.

Albert lo miró desafiante, sin retroceder.

— No tolero que intenten jugar conmigo —el santo aclaró con soberbia— Lo último que tenía ante mí era a un hombre indefenso. ¡Basta de juegos! ¿Eres Yoh Asakura? —cuestionó.

— ¿Yoh… Asakura? —repitió—… que graciosa comparación. Aunque no está muy lejos de la verdad —comentó, siéndole gracioso—. Bueno, estamos en una encrucijada… ya me has encontrado, ¿qué planeas ahora que estás frente a mí?

— ¿Y todavía lo preguntas? Por supuesto que he venido a detenerte— Albert volvió a encender su cosmos, concentrándolo en los puños.

— Así que esa es tu respuesta, violencia para la violencia… Atena no estaría complacida —el hombre comentó sin abandonar la relajada posición en su asiento.

— Ella entendería, al final son sujetos como tú los que hacen imposible la paz duradera. Ahora vas a decirme todo lo que quiero saber —Albert respondió con altivez.

— ¿Y cómo planeas hacer e…? —el hombre nombrado Avanish calló de repente, cerrando los ojos cuando un delgado rayo de luz atravesara su frente.

— Ahora —Albert permaneció con el dedo extendido hacia Avanish— estás bajo la influencia de mi técnica. El Satán Imperial te obligará a hacer lo que yo te ordene. Así que tendremos una larga charla tú y yo, y no podrás mentirme.

Avanish entreabrió un poco la boca, como si hubiera entrado en un estado de shock, sin embargo rápidamente sus labios volvieron a curvearse.

— Si querías la verdad, no había necesidad de tanta rudeza —dijo con serenidad — Bastaba un sutil “por favor” —sonrió ante la incredulidad del santo dorado—. Tenía entendido que sólo el Patriarca del Santuario tiene derecho a usar esta técnica… ¿Acaso él te permitió aprenderla?... ¿O no sabe que has quebrantado la ley? —preguntó, masajeándose un poco la frente.

— No tiene caso que te resistas, el efecto es irreversible…

— ¿Irreversible dices? Por supuesto que no me dirás la forma de poder librarme de esta técnica maldita, únicamente tendría que morir… o matar a alguien ¿no es cierto? —cuestionó sonriente, llevando su dedo índice a tocar el punto medio de su frente. Presionó unos segundos hasta que lentamente comenzó a apartarlo, en la punta de su dedo se acumuló una chispa electrizante de color dorado.

— Observa bien santo de Atena, a esto se reduce el esfuerzo en el que depositaste toda tu confianza y con lo que intentaste someterme.

Albert se sobresaltó. Jamás creyó que llegaría el día en que conocería a un humano con tales capacidades. El Satán Imperial en la punta de sus dedos ¿es eso posible?

— Este poder me es desagradable —dijo Avanish mientras observaba la pizca de sol que tenía bajo su control—… con esto apartas el libre albedrio de las personas —musitó con leve resentimiento— Deberías avergonzarte…

El santo de géminis se sintió frustrado por su fallo, por lo que se lanzó ferozmente al ataque contra esa enigmática entidad.

Albert avivó todavía más su cosmos para atacar, pero al primer paso que dio para iniciar la ofensiva, una silueta se interpuso en su camino, la cual liberó una ráfaga destructiva que lo frenó. Ante la  inesperada interrupción, el santo dorado quedó parcialmente ciego por unos segundos en los que recibió una brutal patada en la quijada.

El santo de Géminis giró sobre sí mismo, resintiendo el golpe que lo obligó a caer de rodillas  unos segundos antes de volver a incorporarse. Alzó inmediatamente el rostro, limpiando los hilillos de sangre que salieron de su boca.

— Parece que en persona eres mucho más desagradable de lo que llegué a pensar —dijo el guerrero frente a él.

Albert tensó el entrecejo con frustración, pues enfrentaba a un hombre con su mismo rostro y voz. Sacudió la cabeza creyendo que estaba desvariando, mas la imagen no desapareció.

— Debo admirar tu determinación Albert, haber llegado hasta aquí buscando a tu enemigo pese a los riesgos, pero aquí estás, con tu entera voluntad seguiste mis indicaciones… Sabía que lo harías, sólo tenía que esperar el momento adecuado.

— Tú eres… —Albert reconoció esa altanería con la que el ser espectral se manifestaba y comunicaba con él. Pero ahora estaba allí, no era un fantasma ni una alucinación, era de carne y hueso — ¿Qué significa esto?

— ¿No te alegra Albert? Después de todo no soy un producto de tu imaginación —rió divertido el guerrero de mirada maligna—. Ahora puedes descartar la locura, ya que ha sido sólo tu ambición la única causa de tu enfermedad —dijo la copia de armadura gris, permaneciendo en medio de Albert y Avanish, quien contemplaba impasible el evento.

— Ni tampoco eres un dios… al fin lo sé —el santo de oro masculló con resentimiento.

— ¿De verdad creíste que un dios mostraría interés en ti? —su doble rió todavía más escandalosamente—. Ah, sí que eres bastante gracioso. Fuiste lo suficientemente ególatra para creer en la minúscula posibilidad de poder ser tentado por un dios o una entidad poderosa… Has sido un buen títere, Albert — su voz comenzó a deformarse, cambiando de tono al mismo tiempo en que su rostro se desvanecía para mostrar otro—. Aunque hubo momentos en los que me dificultaste las cosas. Me tomó años el que llegaras hasta aquí.

— ¡¿De qué demonios hablas?! —exigió saber.

Aquel que había tomado su imagen regresó a su aspecto original, un hombre pálido y delgado portando una armadura azul. Tenía una feroz mirada de color verde  y una melena corta café. Una barba enmarcaba su sádica sonrisa — Mi nombre es Iblis, Patrono de la Stella de Nereo, apréndetelo bien pues soy el hombre que piensa abrirle las puertas del Santuario al señor Avanish, siendo tú la llave.

— ¿Acaso estás demente? ¡Jamás traicionaría al Santuario!

— Oh, eso es lo que dices, pero sabes bien que conozco tu verdadero secreto… Amas ese pedazo de tierra con todo tú ser y matarías por la oportunidad de estar al mando de él.

— No sé quién o qué seas, pero jamás me prestaré a tus maquinaciones —Albert espetó, volviendo a elevar su cosmos para reiniciar la batalla.

— Pero ingenuo muchacho, ya lo hiciste —el Patrono sonrió victorioso—. Mientras mis compañeros se preparaban para sus respectivos movimientos, yo aspiré a lograr el éxito sobre el Santuario que mi señor Avanish deseaba. Necesité esperar hasta que el indicado arribara,  tenía que encontrar al eslabón más débil ¿y adivina qué Albert? Fuiste tú.

— ¡Silencio, imbécil! ¡Sabes bien que mi fuerza supera a la del resto de los santos dorados!

— Te sobreestimas Albert, y es ese exceso de confianza lo que te vuelve inferior. Yo encontré las dudas que habitan en tu corazón y pude manipularte a través de tus miedos —rió una vez más— ¿Y adivina qué? Yo ya he decidido tu destino, y es el mismo que más temes.

— ¡Cállate! —Albert exclamó al liberar la explosión de galaxias.

Iblis no logró moverse para evitar el ataque que lo alzó con violencia hacia el cielo. Albert esperó a que ese cuerpo regresara por efecto de la gravedad y cayera a sus pies, más en ese lapso, instantes antes de escuchar el impacto en el suelo, Albert advirtió un inesperado resplandor que estaba por golpearle el rostro.

 

FIN DEL CAPITULO 37


Editado por Seph_girl, 09 agosto 2013 - 21:15 .

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"





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