Qué raro que se nos pasara esa parte repetida. Culpo a Google Drive de eso. Muchas gracias por notarlo y por seguir pasando, estimada Raissa! Y también lamento responder tan tarde. De hecho, pensábamos que ya habíamos publicado la parte 3 de Escorpio hace tiempo, pero ahora veo que no xD
A nosotros también nos gustó como quedó Melantha. Ella va moldeando a Milo a que sea como lo conocemos, y es un honor que te parezca de las mejores. Sí, es cliché, pero que no lo es en SS? jaja
Un extra de Shion no se nos había ocurrido. Aunque él aparece en todas las historias hasta ahora, pero quizás estaría bien algo más personal. Lo pensaremos, y quizás vaya después de Piscis.
Un saludo!
Parte 3
Agosto de 1998, Grecia.
Agosto era el mes más caluroso del año en Grecia. 1998, además, fue un año particularmente seco, y lo más común era escuchar a los helenos quejándose constantemente por el calor, o ver la frase “ola de altas temperaturas” en las noticias. Muy pocos se sintieron cómodos con el calor infernal, pero para esas excepciones no sólo era acogedor, sino que se disfrutaba. Esas excepciones eran Melantha, la Santo de Bronce de Horno, y su discípulo, Milo, que aspiraba a la armadura de Oro de Escorpio.
—Vamos, ataca.
—¡No te arrepientas después, maestra!
Ya se había apropiado del nombre ‘Milo’, y hablaba perfectamente el griego, sin más trabas. Se había convertido en un adolescente de mirada penetrante, fornido, casi tan apasionado como su tutora, con una capacidad increíble para dominar la Aguja Escarlata de los Santos de Escorpio. Tras siete años de duro entrenamiento, ya estaba preparado para cualquiera fuera la prueba que le dieran para volverse un Santo de Oro. Solo necesitaba saber qué era.
Milo clavó cinco Agujas en Melantha, y esta contraatacó con su fuego, riendo mientras lo hacía. No era el protocolo, y así se lo hicieron notar los presentes que se encontraban atestiguando la pelea en el Coliseo, pero a Melantha no le importó. Si no se había sentido ni un mínimo de incómoda por los comentarios malintencionados sobre cómo podría una simple Santo de Bronce entrenar a un futuro de Oro, menos todavía le iba a prestar relevancia a la gente demasiado seria que no sabían disfrutar de vivir la vida al máximo.
Al final, fue Melantha la que cayó fuera del círculo improvisado que habían armado, y aceptó su derrota con una sonrisa triunfante. Había convertido a un niño tímido, inseguro y con traumas en un joven hábil y tenaz, que gozaba de los eventos de la vida. No tanto como ella, pero bastante, y más en una edad conflictiva, los catorce años. Estaba listo para tomar la prueba de la armadura.
—¡No me arrepiento de nada, jaja! —exclamó Melantha, que aparte de reír también sufría por las picaduras de escorpión en su cuerpo. Retsu de Lince, otro Santo de Bronce, le ayudó a ponerse de pie, mientras Milo corría hacia ella.
—¿Estás bien, maestra? —le preguntó el chico, quitándose el cabello del rostro, con apenas un poco de sudor y quemaduras leves. Le tendió la mano, pero ella se lo rechazó con amabilidad.
—Tranquilo, Milo, estoy bien, nada que una buena pomada y mucha, mucha agua (o cualquier trago, para ser honesta) no puedan solucionar. Lo importante es que estás listo.
—¿L-listo? U-usted se refiere a… —El muchacho retrocedió con las manos temblorosas. Una sonrisa brillante se fue formando en su rostro.
—Pensé que ya habíamos dejado atrás esa etapa del balbuceo, Melos. ¡Tendrás tu prueba para recibir tu Manto Sagrado de Oro! —anunció Melantha, lo que le hizo ganar exclamaciones diversas del público, incluso de los que habían hablado mal de ellos antes. La prueba para un nuevo Santo de Oro era así de esplendorosa siempre—. Así me lo confirmó el Sumo Sacerdote hace unas horas.
Milo sentía que brillaba. Se sentía observado por bampá y mamá, al fin capaz de tomar todo lo que había perdido, y devolverle a sus almas el resplandor que le habían dejado. Las enseñanzas desde el más allá, el destello rojo de saber que sería capaz de proteger a otros y de derrotar a los que cometieran injusticias en el mundo. Todo ello se tradujo en el carmesí de sus mejillas.
—E-estoy algo nervioso…
—No lo estés, o las chicas de Rodrio van a notarlo, chico —le calmó Melantha, hablándole en voz baja, con una mano sobre su hombro levemente quemado. Le dolía todo el cuerpo, pero nada se comparaba con aleccionar al estudiante—. Prepárate, nos reuniremos en la playa, en tres horas.
—¿Pero qué tengo que hacer?
—Para ti, algo fácil. Tienes que hacer arder tu Cosmos hasta que evapore el agua de la bahía. Tienes que quemar tu Cosmos más caliente que el mío. Tienes que brillar mucho más que yo.
La bahía de los Santos no lo era propiamente tal, pues incluso los seres humanos normales, los que no sabían manejar el Cosmos, podían ir allí como a cualquier playa de Atenas. Sin embargo, era una propiedad legal del Santuario, solo que no se molestaban porque apareciera más gente… y cuando era necesario algo privado, como lo que iba a ocurrir con Milo Rodias y Melantha, simplemente se cerraba al público aduciendo que las olas estaban peligrosas.
Milo ya estaba en el agua diez minutos antes de que llegaran Melantha y el Sumo Sacerdote, que iba, además, acompañado por Death Mask de Cáncer, Shura de Capricornio y Aphrodite de Piscis. Milo fue capaz de divisar, a lo lejos, a Saga de Géminis, que se había convertido en un hombre muy apático, nada propenso a ser visto en estas actividades, a no ser que fuera muy urgente. Milo, en cambio, gustaba de brillar como una bengala incandescente.
—Los estaba esperando. —Milo se arrodilló con sumo respeto, y Melanthe comprendió cuánto había aprendido durante esos años.
—Milo, ¿serás hoy capaz de convertirte en un guerrero digno y noble, que proteja la felicidad de la gente, que luche contra las fuerzas del mal, y que brille como la estrella Antares? —comenzó el Sumo Sacerdote, sin mayores protocolos, mientras Melantha se adentraba en el agua con la armadura de Horno puesta—. ¿Seremos hoy testigos de la aparición de un nuevo Santo en las fuerzas de Atena?
El Pontífice no esperaba que alguien le respondiera, era un asunto de protocolo. Con una señal, dio el paso a Melantha, para que iniciara la prueba cuando gustase.
—¿Listo, Milo?
—Sí.
—Entonces, ¡brilla!
Y así lo hicieron. Ambos. Milo y Melantha encendieron sus Cosmos y, casi de inmediato, el público tuvo que apartarse por el infernal calor que salió del mar donde se hallaban. El vapor era como nubes perfectamente blancas, e incluso el Sumo Sacerdote comenzó a sudar, pero no se quitó ni una de sus ropas. Aphrodite estuvo toda la prueba quitándose el cabello del rostro y secándose con un pañuelo, maldiciendo por lo bajo, mientras que Shura era sencillamente una estatua perfecta e imperturbable. En cuanto a Death Mask….
—¡Estúpidos, se me queman las manos!
—Pues retrocede entonces, cangrejo miserable —le reprochó Aphrodite.
Así estuvieron un buen rato. El calor era sofocante, pero bien manejado, como un incendio controlado por el agua. Casi diez minutos… hasta que Melantha se detuvo, detrás de una cortina hecha de vapor blanco, sobre la arena, pues el mar se había esfumado en su lugar. Los presentes dirigieron la mirada a donde ella lo hacía también.
A su lado estaba Milo, todavía en el agua, con su Cosmos elevado como una tibia llama roja, sin conseguir, ni de cerca, tanto vapor como Melantha.
—N-no pude… no entiendo por qué, pero… no pude… —musitó Milo, por lo bajo, con el caótico cabello oscuro cayéndole por el rostro. Elevó la mirada, y encontró la decepción detrás de la bruma en la expresión de Melantha. ¿O era miedo? ¿Tristeza? No podía pensar muy bien, todavía tenía la cabeza caliente.
Alrededor, los testigos también tenían rostros similares, le pareció a Milo. Solo Death Mask era diferente, pues se estaba burlando de él con su risa estridente.
—Pfff, yo se lo dije, no está al nivel de nosotros, jajajaja
—Silencio, Cáncer —ordenó Shura, el asesino de Aiolos.
Milo golpeó el mar con todas sus fuerzas, y apenas logró agitarlo un poco. No quería saber nada de nada, pero la voz de Melantha se elevó por sobre cualquier otro ruido.
—Aún no brillas, ¿eh? ¿Aún tienes tanto dolor guardado que te impide resplandecer?
Dolor. Dolor por su niñez, en la que todos se burlaban de su forma de hablar. Dolor por su madre que murió cuando él todavía no entendía qué era la muerte. Dolor por su padre que también lo había dejado para irse a la tumba. Dolor por aquellos leones muertos. ¿No los había dejado atrás? ¿No era, de todos modos, algo natural? ¿Qué tenía que ver todo eso con brillar y encender el Cosmos?
Milo ya no quiso saber más. Salió del agua y corrió por la orilla, a pesar de que escuchaba muy claramente cómo le gritaban algo del tipo “no es protocolar”. También alcanzó a oír a Melantha pedir disculpas en su honor, por su conducta, al Sumo Sacerdote. ¡Era una vida miserable!
Había pasado por tanto… había vivido tantas cosas durante su niñez y adolescencia, que no comprendía por qué le afectaba si su presente y futuro habían lucido tan bellos. Tan espectacularmente brillantes, y sin embargo, no había conseguido nada con ellas. Habían vuelto a reírse de él… otra vez lo habían mirado con aquellos ojos que rezaban “¿...Por qué?”
Milo se encontraba detrás de la Biblioteca del Santuario, en el lado oeste de la periferia. Los soldados solo hacían su paseo rutinario por allí, pero nunca realmente vigilaban, pues no les interesaba la biblioteca, en realidad. Y a esa hora, cerca de las diez de la noche, tampoco es que paseara demasiada gente. Eran tiempos de relativa paz tras el intento de asesinato a Atenea, el bebé que supuestamente dormía tan plácidamente en el Templo Corazón, en la cima del Santuario.
Por supuesto, no había hablado ni con Melantha ni con nadie. Tampoco con Aiolia, que se había distanciado desde el año pasado, cuando su hermano fue descubierto como traidor. Él también debía estar sufriendo, en silencio… ¿debía hablar con él? Pero si lo hacía, ¿de qué hablarían? ¿De haber fallado la prueba, o de Aiolos, a quien ambos admiraban? Ninguno de los soldados rasos parecía estar buscándolo, así que el Pontífice no estaba interesado en su paradero ni enfadado por haber salido corriendo lejos de él como un idiota. Eso significaba que Milo podía hablar consigo mismo todo el tiempo que quisiese, no necesitaba los demás.
—Si crees que esto es una especie de baño, acabaré contigo —le amenazó una voz intimidante que lo paralizó. Luego, Milo recordó de quién era la voz, se calmó y se largó a reír, antes de voltearse a mirar a quien sí era el único idiota que daba paseos por la biblioteca.
—No vengo a eso, Camus, solo estoy descansando, así que ve a meterte en tus libros o a lo que quieras —dijo Milo, restándole importancia al asunto. ¿Qué estaba haciendo? ¿Burlarse de otra persona para sentirse bien después de que hicieron eso con él? Quizás bampá no estaría nada orgulloso, pero no se sentía mal.
—Ya veo. ¿Entonces viniste a llorar tras tu fracaso en la prueba? Bien por ti —clausuró Camus la plática con su habitual tono helado y aura congelante. Lo peor era que Milo sabía que el francés no estaba tratando de insultarlo ni burlarse de él, sino que de verdad era lo que pensaba, y no le interesaba en lo más mínimo lo que Milo respondiese.
—Eres insoportable.
—Hm.
Y Camus abrió la puerta de la biblioteca. Al mismo tiempo, Milo le agarró el brazo y jaló al que acababa de convertirse en Santo de Oro de Acuario hacía tan solo un par de meses.
—¿Tú qué quieres… tú? —preguntó Camus, sin parecer sorprendido o molesto porque alguien le interrumpiera la rutina de sacar una montaña de libros de la biblioteca para copiarlos.
—¿Ni siquiera te sabes mi nombre?
—¿Qué quieres? —repitió.
—¿Cómo lo haces? —inquirió Milo, dejando que su orgullo se esfumara como el mar alrededor de Melantha—. ¿Cómo lo haces para que de verdad no te importe nada y dejar de lado tus emociones y todo lo demás? ¿Cómo diablos lograste cerrar así tus sentimientos?
—¿De qué hablas? Yo no “hago” nada, simplemente me desvinculé de lo innecesario para mis propósitos. Hablas de sentimientos y demás, pero ¿de qué te puede servir eso para acabar con el mal de la Tierra y proteger a Atenea?
—¡Porque somos humanos! Tenemos sentimientos porque así es como somos, ¿pero cómo los dejas de lado?
—Ser humano no implica que siempre debamos ser afectados por lo que produce el sistema límbico y la amígdala. Para eso hay cerebro. —Camus entrecerró los ojos y miró de nuevo la puerta de la biblioteca, como si le molestara que estuviera abierta y no entrara—. En fin. Buenas noches.
—Buenas n… ¡oye, espera un momento! —Esta vez, Milo se movió rápidamente, encendió su Cosmos, y se interpuso en el camino de Camus hacia el interior del salón—. Todavía no puedes irte.
—¿Hm? ¿Y eso por qué?
—Porque he pasado por demasiado para estar aquí. Me conoces desde hace unos años, y yo a ti. Sé que no estás fingiendo, eres realmente un pedazo de hielo. Quiero que me enseñes a dejar de lado mis recuerdos y sentimientos.
—¿Recuerdos? Nada de eso existe, es ridículo conectarlos a una emoción cuando quedaron ya muy atrás en el tiempo. Solo pueden servirte de aprendizaje… ¿Puedes ya hacerte a un lado?
—No hasta que me digas cómo dejar todo eso de lado.
Camus realizó un movimiento sublimemente rápido, tomando a Milo por sorpresa. Lo arrojó hacia un árbol, y luego lo lanzó detrás de la biblioteca. Dolorido, Milo pensó en contraatacar, pero se preguntó si todo eso era parte de algo mayor.
—¿Cómo superarías mi hielo? —preguntó Camus, inquisidor, procediendo a lanzar ráfagas de hielo sobre su cuerpo sobre el césped. Eso llamó la atención de algunos soldados, pero cuando vieron que era Camus (y notaron su gélida mirada sobre ellos), rápidamente retrocedieron.
—¿Q-q-qué dijiste? —Se estaba enfriando rápidamente. Moriría congelado si no hacía nada. ¿Qué diablos estaba haciendo ese psicópata?
—¿Cómo superarías mi hielo? Tu Cosmos genera calor, y si quieres pasar la prueba tienes que generar más calor. Dime, ¿cómo lo harías si tu vida estuviera en riesgo?... ¿Cómo ahora?
Mamá.
—¿Me estás diciendo que si enciendo mi Cosmos con mis sentimientos dejados de lado, podré encender mi Cosmos tanto que destruiré este hielo? —Milo no sabía cómo diablos hacer algo así. ¿Iba a olvidarse de su madre? ¿De su cuerpo conectado a tubos?
—No te he dicho nada, pero si no encuentras la solución, morirás. Solo así podré entrar a hacer mi trabajo, y no me interesa decirle nada al Santuario.
¿Qué dijo? Milo casi tiene su corazón detenido. ¿Qué clase de broma era esa? ¿De verdad tenía intenciones de matarlo por congelación? Trató de moverse para detenerlo, pero no pudo, ya era muy tarde para eso. ¿¡Por qué carajos había confiado en ese sociópata sin remedio?
Bampá.
—Oye, oye, ¡para, estúpido! —gritó Milo, pero sintió que la voz no le salió realmente. Nadie iría en su auxilio. Papá y Mamá ya no estaban con él, ni podrían ayudarlo. Nadie podía salvarlo.
¿Cómo había llegado a ese punto? Olvidar a sus seres queridos implicaría dejar de sufrir por ellos, cuando ya no estaban. Eso conllevaría a que su Cosmos creciera, porque se enfocaría totalmente en ello, en ser como un Santo. Eso, a su vez, significaría que se salvaría el trasero de ser congelado, y le podría dar una paliza a Camus en lugar de dejarse atacar como un idiota.
No era difícil, ¿verdad? ¿Olvidar?
Los consejos de bampá en frente de aquel fuego tan brillante.
La mano de mamá en su cabeza, revolviéndole el cabello.
Ambos le decían que era especial. Melantha también lo decía, pero esta vez le había puesto la misma cara que los otros niños… ¿no? Un momento… ¿pudo siquiera ver su cara o lo pensó?
Se estaba convirtiendo en hielo. No podía mover ni los brazos ni las piernas ya, pero eso le dio tiempo para limpiar la mente y pensar un poco, que para eso le habían enseñado a usar la cabeza como correspondía a un muchacho como él. Estaba en medio del vapor, lejos de la arena, y Melantha estaba detrás de aún más humo. Vapor provocado por su calor, por su manera incandescente de brillar, por su deseo imparable de vivir la vida al máximo como quisiese. ¿De verdad había visto sus ojos? ¿O los de los demás? ¿Durante toda su vida había habido tanto vapor?
No era difícil, ¿verdad? ¿Olvidarlo todo?
“Te aseguro que tus habilidades deben ser algo extraordinario, hijo. Tú serás extraordinario.” ¿Cómo iba a olvidar algo así? ¡Imposible olvidar palabras así! Milo ya no podía mover la lengua, pero imaginó que gritaba de frustración. ¿Cómo dejar de lado sus sentimientos por su padre para volverse fuerte, superar a Melantha (una Santo de Bronce, para peor…) ¡Él sería extraordinario, un Santo de Oro, no uno de Bronce! No había nada de malo en ello, pero si quería brillar...
Él entendería cómo funcionaba el mundo cuando se volviera fuerte. Cuando se volviera grande y sus padres pudieran verlo. Iantha lo había prometido, y también Nikolos. ¿Cómo iba a olvidarlo?
Pero no era difícil, ¿verdad? ¿Olvidarlo todo para arder?
“Siempre te estaré mirando con tu madre. Voy a buscarla, y si nos necesitas, es cosa de que nos encuentres en tus sueños”, le había dicho. Ahora estaba practicamente dormido y no los veía. ¿Los iba a olvidar para salir del hielo de Camus? ¿Lo estaba logrando? Porque no estaban ahí…
—Por supuesto que sí. Solo tienes que pensar en nosotros y acudiremos cuando sueñes. Solo debes recordar alejarte de los otros sueños, los malos y llenos de dolor, y podrás vernos cuantas veces desees, hijo mío.
¿Eso fue un recuerdo o lo escuchó? ¿Estaba perdiendo la cabeza?
Mamá. Bampá. El calor de sus manos estaba en las suyas, podía sentir que le ayudaban a mover los dedos, aunque tuviera los ojos tan llenos de carámbanos que no pudiera abrirlos. No, un momento, esa voz le permitió mover los dedos. Antes no podía…
Antes no podía hacer muchas cosas, y por eso la gente lo trataba mal. Era gente malvada que no tenía un juez que corrigiera su camino. Con la madre leona que había perdido la vida años atrás, había aprendido que si quería brillar, debía hacerlo con tanta intensidad que pudiera apagar cualquier chispa de aquellos que no merecieran seguir en el mundo. La justicia era incandescente, y él se había jurado que lo llevaría a cabo. Melantha le había enseñado eso. ¿Tenía que olvidarse de ella también, aunque fuera un Santo de Oro y ella de Bronce?
Todos brillan, y el tuyo es un resplandor rojo tan ardiente o más que el sol, pero cuando estás triste, tu brillo se apaga. Y no me gusta la gente apagada; me gusta que brillen al máximo día a día, dando todo de sí mismos, ardiendo igual que las estrellas escarlatas. Si tú brillas, entonces tú estás viviendo. Si brillas, te estás dando una razón a ti mismo de por qué estás vivo.
Eso definitivamente era un recuerdo, palabras de Melantha. Sin embargo, la tenue voz de mamá no era un recuerdo, sino que la oía junto a la filosofía de Melantha en su cabeza. Eso le permitía mover sus brazos, los pies, y hasta las orejas (el movimiento secreto que solo sus papás conocían). Lo hacía más y más, a medida que iba entrañando sus recuerdos, que memorizaba sus palabras y sentía que ellos lo observaban con una sonrisa, no con decepción ni ira ni tristeza. Nadie lo hacía, en realidad, solo eran ilusiones detrás del vapor de su propia inseguridad, que era momento de descartar.
¡Eso era! No tenía que olvidar a nadie ni dejar de lado ningún sentimiento. ¡Lo vital para arder y brillar como la estrella escarlata, era dejar de sentir culpa por sus muertes! La muerte era natural, pero los muertos no pensaban en que los vivos sufrieran por ellos, sino que vivieran sus vidas al máximo.
Al darse cuenta de ello, Milo rápidamente se puso de pie y le dio un puñetazo a Camus, que este evitó dejando que pasara de largo. No sonrió ni nada, obviamente, pero parecía satisfecho.
—Bien. Ahora, ¿puedes irte a hacer tus asuntos...?
—Es Milo.
—Como digas.
Suplicó, con Melantha al lado (que no le dijo absolutamente nada con palabras… solo le sonrió, como solo ella podía hacerlo), al Sumo Sacerdote que pudiera tomar la prueba de nuevo. También pidió perdón y juró que, si lograba convertirse en Santo, haría todo lo que el Pontífice quisiera si era en honor de la justicia. Estaba completamente decidido a ello. En ningún momento titubeó o le tembló la voz, se sentía renacido.
Y durante la prueba fue completamente otra persona. Pensó en aquellos que le habían enseñado y le habían ayudado a crecer incluso desde los cielos, y ardió y resplandeció hasta que Death Mask maldijo a todos sus muertos en su idioma natal, lo cual era lo que varios habrían esperado. Hasta el serio Pontífice esbozó una sonrisa. La armadura de Escorpio era suya por derecho, todos lo sabían… solo había tenido un contratiempo debido a sus propias inseguridades.
Él era especial. Era brillante y viviría la vida hasta su último suspiro, como quisiese, con todas sus fuerzas. Nadie ni nada podría detenerlo. Era Milo, el Santo de Escorpio.
FIN.
Editado por -Felipe-, 23 marzo 2019 - 12:54 .