LOS CABALLEROS DEL ZODIACO
CORAZÓN BÁRBARO
Capítulo 1 Autorretrato de Julián Solo
Año 2005, Galería Nacional de Grecia.
La exposición permanente del sitio contiene obras pictóricas, elementos decorativos, esculturas y pinturas pertenecientes en su gran mayoría a grandes artistas griegos.
Recientemente, ha captado el interés público con la exposición de una Muestra de Arte Internacional, donde la gente comienza a llegar desde muy temprano.
Beben vino, platican, miran las pinturas, caminan… entonces entra en escena Julián Solo de 36 años seguido por sus guardaespaldas; las mujeres jóvenes comienzan a cuchichear y algunas se acercan a Julián, pero son repelidas por su escolta. Julián, absorto, observa la exposición acompañado muy de cerca por sus guaruras, mientras las mujeres lo miran a una distancia prudente.
Julián lleva unos anteojos de sol, la barba recortada, smoking blanco, sombrero blanco, un suéter azul con cuello de tortuga y un bastón que enaltece su porte. Se pasea mirando las obras: una pintura de una mujer victoriana en un bosque; una escultura de una cantante con micrófono que tiene una capucha cubriendo su cara, aunque más que un rostro parece un vacío; un retablo peruano de un padre enseñando a su hijo cómo hacer figuras de arcilla; un conejo de peluche encima de una torre fabricada por escaleras; una obra, al final, lo fuerza a quitarse los lentes de sol.
El tiempo pasa, la gente comienza a irse y Julián Solo ha permanecido embelesado durante todo ese transcurso viendo aquella misma pintura: una mujer mirando su reflejo en el mar. Julián cierra los ojos y suspira. En ese momento, el artista que realizó la pintura intenta acercarse a Julián.
―Hola… solo quería presentarme, soy el autor de la obra ―dice nervioso. Pero la escolta lo hace desistir. Julián Solo vuelve a ponerse los lentes y sin dirigirle una palabra al pintor se retira a la salida. Todos se marchan… el pintor se queda viendo su pintura, algo desanimado, sólo… apagan las luces de la exhibición.
Afuera, cuando el pintor está a punto de partir, toma las llaves de su auto “Trabi”, abre la puerta, se sienta y justo antes de cerrarla de nuevo, una mano la detiene. Es la mano de un hombre viejo, en traje, bien vestido.
―Disculpe, yo soy Winston, el mayordomo del amo Julián Solo. Él se interesó en su pintura y desea que le haga un retrato.
El pintor se pone nervioso.
―Yo… ¡Claro! Será un honor pintar al caballero Julián Solo. Cuando quieran, pueden hacer una cita para llevar mis materiales y mi equipo.
―Ahora mismo
―¿Ahora mismo?
El anciano toma un cheque y le dice al pintor:
―Puede poner la cifra que desee. El dinero no es ningún problema.
El pintor se sorprende con el cheque.
―pero… no tengo mis materiales.
―podemos pasar por ellos.
El anciano le da la espalda y cruza la calle. El pintor se queda sin saber qué hacer, sale del coche y lo cierra. Sigue al anciano, quien le abre la puerta de un Bentley mulsanne, uno de los carros de lujo que sirven de escolta a la limosina que lleva a Julián Solo.
El pintor sigue nervioso en el camino. Les da indicaciones del lugar donde está su taller de pintura. Mira por una ventana y ve una moto, posiblemente de la escolta, que los sigue de cerca. Voltea a la otra ventana, ve otra moto, gira hacia atrás y ve que los sigue de cerca otro Bentley mulsanne acompañado también de motociclistas a cada lado. Luego, ve que la limosina, los demás coches y las motos se van hacia otra dirección.
Llegando al taller, el pintor se apresura, toma los materiales, regresa al coche y se dirigen a la mansión de Julian Solo que se ve, desde la distancia, imponente sobre unos barrancos. El pintor la observa a través de su ventana del asiento trasero del Bentley antes de llegar.
El anciano y el pintor suben por unas escaleras que dan a una terraza donde los espera Julián Solo. Desde las escaleras el pintor lo saluda mientras Julián se retira sin devolver el saludo; el clima es agradable pero está comenzando a oscurecer.
Entran el mayordomo y el pintor a la mansión, que es enorme pero luce vacía. No está iluminada y las sombras predominan. Desde esas sombras Julián se acerca al pintor.
―Disculpe por mi insistencia, quedé fascinado por su trabajo; tengo algunos discos de música, por si quiere escuchar algo mientras pinta.
Julian Solo lo lleva a una habitación donde le muestra su colección.
―¡Wow!, no está mal… ¿puedo?
―Adelante.
El pintor mira los álbumes y entre los discos de vinil, uno le llama la atención: “Natasha, del país del hielo”
―¡Oh!, no puedo creer que tenga este, yo intenté conseguirlo, es una pena lo que le pasó.
―Ciertamente es una verdadera tragedia, si sirve de consuelo, al menos podemos atesorar su voz.
Julián pone el disco en el aparato y se sienta en una silla que da a la terraza. El pintor acomoda su atril y sus pinturas.
Toma un pincel y cuando lo acerca al lienzo las cerdas se yerguen hacia arriba; el pintor se extraña, mira su pincel y trata de acomodar las cerdas. Julian Solo le pregunta.
―¿Está bien esta posición? ¿La luz está bien?
El pintor lo mira
―Si, la iluminación está perfecta― responde, mientras juzga cuidadosamente el encuadre de la escena observando a Julián. Súbitamente, los iris de sus ojos se desvían a los extremos opuestos, impidiendo enfocar su mirada; se sobresalta, frotando los ojos con sus manos.
―¿Se encuentra bien? Puedo hacer que le traigan una bebida.
―No, estoy bien, no se preocupe― el pintor cesa de tallar sus ojos, mira el lienzo y enfoca la vista en su mano. Vuelve a mirar a Julián y su vista se vuelve nublosa, pero cuando la aparta de Julián, su vista vuelve a la normalidad.
Comienza a poner unos trazos y le tiemblan las manos. El dibujo no tiene forma, mira a Julián de nuevo y solo hay una oscuridad que se va extendiendo.
El pintor mira el lienzo… está sudando, respira profundo, tratando de mantener la calma; cierra sus ojos e intenta recrear la imagen de Julian Solo en su cabeza. Es una imagen que pasa a oscurecerse y luego se desvanece atrayendo consigo todo el pensamiento e imaginación del pintor. Este abre los ojos con un escalofrío que le recorre todo el cuerpo y hace que los vellos de su brazo y su nuca se ericen.
Julian Solo comienza a perder la paciencia. Con el dedo comienza a golpear el apoyabrazos de la silla. La música que suena en el tocadiscos comienza a distorsionarse. Empiezan a escucharse en la lejanía rayos y truenos: una tormenta que se aproxima.
Empieza a llover de golpe, fuerte, empapando a Julián, quien no se mueve de la terraza.
―Su nombre― dice Julián
―¿Mi nombre?― pregunta el pintor mirando los pocos garabatos que pudo forzar en el lienzo. Entre esos garabatos encuentra una forma de cara que se deforma y le responde.
―Exactamente, su nombre: por el que tanto ha trabajado para ser reconocido, dependerá de este trabajo. Da igual cual sea, pero si falla me aseguraré que ese nombre no vuelva a escucharse en la radio, en los periódicos, en la televisión, en las galerías de arte, entre su lista de clientes. Ese nombre, le garantizo que jamás volverá a ser pronunciado por ningún mecenas y si eso ya le parece mal, le aseguro que todavía puedo llegar mucho más lejos― en este punto los garabatos se extienden por el lienzo cubriendo todo de negro para después palidecer gradualmente hasta volver al blanco.
El pintor se atraganta, cierra sus puños con fuerza sosteniendo sus pinceles e intenta respirar. El disco está rayado, repitiendo una y otra vez el mismo fragmento retorcido de música. El pintor mira a Julián e intenta enfocar la vista, pero sus ojos le traicionan y el iris oscila en todas direcciones alrededor de la cuenca del ojo; el pintor hace un esfuerzo para alinear su vista y vuelve a mirar de frente a Julián.
El iris aún tiembla en un radio mínimo cuando comienza a pintar, pero el túnel carpiano en su mano se desgarra, inutilizándola. El pintor grita de dolor y el pincel se cae; recoge el pincel e intenta pintar nuevamente con su mano izquierda, pero el pincel es repelido por el lienzo como si tuvieran polos opuestos.
El agua comienza a inundar la habitación y a mojar los zapatos del pintor. Sus ojos giran para todas direcciones. Su mano se mueve casi por instinto forzando al pincel a entrar en contacto con el lienzo… el pincel se quiebra.
Luego de que todos sus pinceles quebrados yacen en una montaña a sus pies, el pintor se arranca su cabello, improvisando una grotesca brocha. De pronto, se escucha un crujido y un hueso se le desprende del brazo, rasgando su piel.
Fuera de la habitación, solo se escucha el disco rayado, los truenos, la lluvia, golpes y finalmente gritos.
El mayordomo entra y encuentra al pintor tirado en el piso convulsionando. Sus ojos están derretidos como la cera de una vela y sus brazos están destrozados. El cúbito de ambos se desprendió del radio desgarrando la piel. Los huesos sobresalen, los dedos están aferrados a mechones de cabello arrancados y cubiertos de pintura que mueve pintando el suelo. Se ha mordido la lengua y se está ahogando en su sangre.
Julián Solo está viendo la obra. La pintura es monstruosa, tiene múltiples ojos y bocas; dientes y cabello incrustados en la piel. Julián Solo examina la pintura y compara las facciones del lienzo palpando su cara mojada por la lluvia. El mayordomo agarra por los pies al pintor, que sigue convulsionando, y lo arrastra afuera de la habitación. El disco sigue rayado, la lluvia no deja de caer y los rayos avasallan con violencia muy cerca.
Julián sigue apreciando la pintura. Hay una luz que refleja ondas de agua alrededor de la habitación: es el cosmos de Julián Solo, el Dios de los mares, Poseidón.
Nota de autor: Saludos a todos espero que hayan disfrutado este primer capítulo de varios que siguen. En las obras citadas de la Galería de Arte, hay algunas referencias entre las que están el cómic mexicano “El Violín Negro” de Aurea Freniere, la película argentina “La Antena” de Esteban Sapir, la película peruana “Retablo” de Álvaro Delgado-Aparicio y la película mexicana “El Incidente” de Isaac Ezban.
Me inspiré en el episodio “Modelo” de la serie “El Gabinete de Curiosidades” de Guillermo del Toro y el manga de “Tomie” de Junji Ito. Historia: Rubio Masa. Edición: Medicine Witch y Patricia Valdés.