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Los Caballeros del Zodiaco Corazón Bárbaro

Asgard Poseidon

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#1 Mermelada de Memorias

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Publicado 16 marzo 2024 - 21:53

LOS CABALLEROS DEL ZODIACO

CORAZÓN BÁRBARO

 

 

 

Capítulo 1 Autorretrato de Julián Solo

 

Año 2005, Galería Nacional de Grecia.

 

La exposición permanente del sitio contiene obras pictóricas, elementos decorativos, esculturas y pinturas pertenecientes en su gran mayoría a grandes artistas griegos.

 

Recientemente, ha captado el interés público con la exposición de una Muestra de Arte Internacional, donde la gente comienza a llegar desde muy temprano.

 

 

Beben vino, platican, miran las pinturas, caminan… entonces entra en escena Julián Solo de 36 años seguido por sus guardaespaldas; las mujeres jóvenes comienzan a cuchichear y algunas se acercan a Julián, pero son repelidas por su escolta. Julián, absorto, observa la exposición acompañado muy de cerca por sus guaruras, mientras las mujeres lo miran a una distancia prudente.

 

Julián lleva unos anteojos de sol, la barba recortada, smoking blanco, sombrero blanco, un suéter azul con cuello de tortuga y un bastón que enaltece su porte. Se pasea mirando las obras: una pintura de una mujer victoriana en un bosque; una escultura de una cantante con micrófono que tiene una capucha cubriendo su cara, aunque más que un rostro parece un vacío; un retablo peruano de un padre enseñando a su hijo cómo hacer figuras de arcilla; un conejo de peluche encima de una torre fabricada por escaleras; una obra, al final, lo fuerza a quitarse los lentes de sol. 

 

El tiempo pasa, la gente comienza a irse y Julián Solo ha permanecido embelesado durante todo ese transcurso viendo aquella misma pintura: una mujer mirando su reflejo en el mar. Julián cierra los ojos y suspira. En ese momento, el artista que realizó la pintura intenta acercarse a Julián.

 

 

―Hola… solo quería presentarme, soy el autor de la obra ―dice nervioso. Pero la escolta lo hace desistir. Julián Solo vuelve a ponerse los lentes y sin dirigirle una palabra al pintor se retira a la salida. Todos se marchan… el pintor se queda viendo su pintura, algo desanimado, sólo… apagan las luces de la exhibición.

 

 

Afuera, cuando el pintor está a punto de partir, toma las llaves de su auto “Trabi”, abre la puerta, se sienta y justo antes de cerrarla de nuevo, una mano la detiene. Es la mano de un hombre viejo, en traje, bien vestido.

 

 

―Disculpe, yo soy Winston, el mayordomo del  amo Julián Solo. Él se interesó en su pintura y desea que le haga un retrato.

 

 

El pintor se pone nervioso.

 

―Yo… ¡Claro! Será un honor pintar al caballero Julián Solo. Cuando quieran, pueden hacer una cita para llevar mis materiales y mi equipo.

 

―Ahora mismo

 

―¿Ahora mismo? 

 

 

El anciano toma un cheque y le dice al pintor:

 

―Puede poner la cifra que desee. El dinero no es ningún problema.

 

El pintor se sorprende con el cheque.

 

―pero… no tengo mis materiales.

 

―podemos pasar por ellos.

 

El anciano le da la espalda y cruza la calle. El pintor se queda sin saber qué hacer, sale del coche y lo cierra. Sigue al anciano, quien le abre la puerta de un Bentley mulsanne, uno de los carros de lujo que sirven de escolta a la limosina que lleva a Julián Solo.

 

El pintor sigue nervioso en el camino. Les da indicaciones del lugar donde está su taller de pintura. Mira por una ventana y ve una moto, posiblemente de la escolta, que los sigue de cerca. Voltea a la otra ventana, ve otra moto, gira hacia atrás y ve que los sigue de cerca otro Bentley mulsanne acompañado también de motociclistas a cada lado. Luego, ve que la limosina, los demás coches y las motos se van hacia otra dirección.

 

 Llegando al taller, el pintor se apresura, toma los materiales, regresa al coche y se dirigen a la mansión de Julian Solo que se ve, desde la distancia, imponente sobre unos barrancos. El pintor la observa a través de su ventana del asiento trasero del Bentley antes de llegar.

 

El anciano y el pintor suben por unas escaleras que dan a una terraza donde los espera Julián Solo. Desde las escaleras el pintor lo saluda mientras Julián se retira sin devolver el saludo; el clima es agradable pero está comenzando a oscurecer.

 

 

Entran el mayordomo y el pintor a la mansión, que es enorme pero luce vacía. No está iluminada y las sombras predominan. Desde esas sombras Julián se acerca al pintor.

 

―Disculpe por mi insistencia, quedé fascinado por su trabajo; tengo algunos discos de música, por si quiere escuchar algo mientras pinta.

 

Julian Solo lo lleva a una habitación donde le muestra su colección.

 

―¡Wow!, no está mal… ¿puedo?

 

―Adelante.

 

El pintor mira los álbumes y entre los discos de vinil, uno le llama la atención: “Natasha, del país del hielo”

 

―¡Oh!, no puedo creer que tenga este, yo intenté conseguirlo, es una pena lo que le pasó.

 

―Ciertamente es una verdadera tragedia, si sirve de consuelo, al menos podemos atesorar su voz.

 

 

Julián pone el disco en el aparato y se sienta en una silla que da a la terraza. El pintor acomoda su atril y sus pinturas.

 

 

Toma un pincel y cuando lo acerca al lienzo las cerdas se yerguen hacia arriba; el pintor se extraña, mira su pincel y trata de acomodar las cerdas. Julian Solo le pregunta.

 

―¿Está bien esta posición? ¿La luz está bien?

 

 

El pintor lo mira

 

―Si, la iluminación está perfecta― responde, mientras juzga cuidadosamente el encuadre de la escena observando a Julián. Súbitamente, los iris de sus ojos se desvían a los extremos opuestos, impidiendo enfocar su mirada; se sobresalta, frotando los ojos con sus manos.

 

―¿Se encuentra bien? Puedo hacer que le traigan una bebida.

 

―No, estoy bien, no se preocupe― el pintor cesa de tallar sus ojos, mira el lienzo y enfoca la vista en su mano. Vuelve a mirar a Julián y su vista se vuelve nublosa, pero cuando la aparta de Julián, su vista vuelve a la normalidad.

Comienza a poner unos trazos y le tiemblan las manos. El dibujo no tiene forma, mira a Julián de nuevo y solo hay una oscuridad que se va extendiendo.

 

 

El pintor mira el lienzo… está sudando, respira profundo, tratando de mantener la calma; cierra sus ojos e intenta recrear la imagen de Julian Solo en su cabeza. Es una imagen que pasa a oscurecerse y luego se desvanece atrayendo consigo todo el pensamiento e imaginación del pintor. Este abre los ojos con un escalofrío que le recorre todo el cuerpo y hace que los vellos de su brazo y su nuca se ericen.

 

 

Julian Solo comienza a perder la paciencia. Con el dedo comienza a golpear el apoyabrazos de la silla. La música que suena en el tocadiscos comienza a distorsionarse. Empiezan a escucharse en la lejanía rayos y truenos: una tormenta que se aproxima.

 

 

Empieza a llover de golpe, fuerte, empapando a Julián, quien no se mueve de la terraza.

 

―Su nombre― dice Julián

 

―¿Mi nombre?― pregunta el pintor mirando los pocos garabatos que pudo forzar en el lienzo. Entre esos garabatos encuentra una forma de cara que se deforma y le responde.

 

―Exactamente, su nombre: por el que tanto ha trabajado para ser reconocido, dependerá de este trabajo. Da igual cual sea, pero si falla me aseguraré que ese nombre no vuelva a escucharse en la radio, en los periódicos, en la televisión, en las galerías de arte, entre su lista de clientes. Ese nombre, le garantizo que jamás volverá a ser pronunciado por ningún mecenas y si eso ya le parece mal, le aseguro que todavía puedo llegar mucho más lejos― en este punto los garabatos se extienden por el lienzo cubriendo todo de negro para después palidecer gradualmente hasta volver al blanco.

 

El pintor se atraganta, cierra sus puños con fuerza sosteniendo sus pinceles e intenta respirar. El disco está rayado, repitiendo una y otra vez el mismo fragmento retorcido de música. El pintor mira a Julián e intenta enfocar la vista, pero sus ojos le traicionan y el iris oscila en todas direcciones alrededor de la cuenca del ojo; el pintor hace un esfuerzo para alinear su vista y vuelve a mirar de frente a Julián.

 

 

El iris aún tiembla en un radio mínimo cuando comienza a pintar, pero el túnel carpiano en su mano se desgarra, inutilizándola. El pintor grita de dolor y el pincel se cae; recoge el pincel e intenta pintar nuevamente con su mano izquierda, pero el pincel es repelido por el lienzo como si tuvieran polos opuestos.

 

 

El agua comienza a inundar la habitación y a mojar los zapatos del pintor. Sus ojos giran para todas direcciones. Su mano se mueve casi por instinto forzando al pincel a entrar en contacto con el lienzo… el pincel se quiebra.

 

 

Luego de que todos sus pinceles quebrados yacen en una montaña a sus pies, el pintor se arranca su cabello, improvisando una grotesca brocha. De pronto, se escucha un crujido y un hueso se le desprende del brazo, rasgando su piel.

 

 

Fuera de la habitación, solo se escucha el disco rayado, los truenos, la lluvia, golpes y finalmente gritos.

 

 

El mayordomo entra y encuentra al pintor tirado en el piso convulsionando. Sus ojos están derretidos como la cera de una vela y sus brazos están destrozados. El cúbito de ambos se desprendió del radio desgarrando la piel. Los huesos sobresalen, los dedos están aferrados a mechones de cabello arrancados y cubiertos de pintura que mueve pintando el suelo. Se ha mordido la lengua y se está ahogando en su sangre.

 

 

Julián Solo está viendo la obra. La pintura es monstruosa, tiene múltiples ojos y bocas; dientes y cabello incrustados en la piel. Julián Solo examina la pintura y compara las facciones del lienzo palpando su cara mojada por la lluvia. El mayordomo agarra por los pies al pintor, que sigue convulsionando, y lo arrastra afuera de la habitación. El disco sigue rayado, la lluvia no deja de caer y los rayos avasallan con violencia muy cerca.

 

 

Julián sigue apreciando la pintura. Hay una luz que refleja ondas de agua alrededor de la habitación: es el cosmos de Julián Solo, el Dios de los mares, Poseidón.

 

 

Nota de autor: Saludos a todos espero que hayan disfrutado este primer capítulo de varios que siguen. En las obras citadas de la Galería de Arte, hay algunas referencias entre las que están el cómic mexicano “El Violín Negro” de Aurea Freniere, la película argentina “La Antena” de  Esteban Sapir, la película peruana “Retablo” de Álvaro Delgado-Aparicio y la película mexicana “El Incidente” de Isaac Ezban.

Me inspiré en el episodio “Modelo” de la serie “El Gabinete de Curiosidades” de Guillermo del Toro y el manga de “Tomie” de Junji Ito. Historia: Rubio Masa. Edición: Medicine Witch y Patricia Valdés.  :aa96a4: 

 



#2 Mermelada de Memorias

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Publicado 25 marzo 2024 - 02:43

                                                                                                                                                     Capítulo 2:

Orígenes

 

 

Año 2003, Grecia. Es de noche, aunque el cielo estrellado y la luna iluminan tenuemente el paisaje neblinoso sobre las antiguas ruinas griegas.

 

 

 

Mitzumasa Kido, un hombre japonés entre los 50 años, de barba, peinado corto tradicional, con algunas canas y arrugas que comienzan a avejentarlo, viste un impecable smoking negro a la medida, camisa vino tinto y corbata negra. Trae consigo una cámara fotográfica Nikon SLR F70 colgando en su cuello y se pasea entre las ruinas griegas tomando fotos y fumando puros.

 

 

A esas horas apenas hay personas. Entre los monumentos históricos, llaman su atención unos escombros que parecen ser más recientes; inspeccionándolos se percata que hay un brillo dorado adentro y un grito de bebé que proviene del interior lo alarma.

 

 

―¡No puede ser! ¡Resiste! ―Mitzumasa mueve los escombros con toda su fuerza, mientras escucha el llanto del bebé. Su traje se mancha del polvo de los escombros y rastros de sangre.

 

 

―¡No es posible! ¡Ayuda! ―No hay nadie cerca que lo auxilie. El llanto del bebe cesa y teme haber movido mal algún pedazo de escombro.

 

 

Finalmente, queda una placa de concreto que es muy pesada para moverla sin ayuda, pero aun con todo en contra, se pone en cuclillas, toma aire y sostiene la placa intentando levantarse, moviendo apenas unos pocos centímetros, entonces… siente que una fuerza surge del interior, desplazando sin dificultad la losa, que fácilmente sobrepasa una tonelada.

 

 

 

Mitzumasa retrocede y la placa es empujada a sus pies, revelando a un hombre de unos 38 años, con muchas heridas profundas que están abiertas, desangrándose; sostiene a una bebe y está apoyado en una caja dorada de metal sujeta con correas de cuero, que facilitan su traslado.

 

 

―¿Se encuentra bien? ¡Resista! Llamaré a una ambulancia. ―Mitzumasa toma su celular pero el desconocido lo mira fijamente y este se destruye…

 

 

―¡Escúcheme! ―Gime aquel hombre, agitado, quien apenas puede respirar― Ya no me queda mucho tiempo, Soy Aioros de Sagitario, esta niña… ¡Sálvela! Esta es una caja dorada de Pandora que resguarda la armadura de Sagitario. ¡Ocúltela, se lo ruego! Vaya a China, un lugar llamado Lushan… el pico de los cinco ancianos; allí encontrará a un anciano: Dohko, él le dirá quién es esta niña y qué debe hacer. El destino del mundo está en sus manos ―dice Aioros dándole a la bebé.

 

 

Mitzumasa recibe a la bebé y los brazos que se extendieron para entregarla caen lánguidos y sin vida.

 

 

Él cuerpo de aioros esta golpeado y bañado en sangre, Mitzumasa se aproxima para tomar su pulso… no tiene vida. Le cierra los ojos y reflexiona por un breve momento.

 

 

Recuesta a la bebé en el suelo con sumo cuidado y toma la caja dorada que Aioros le encomendó intentando cargarla con las correas de cuero sobre su espalda, pero resulta muy pesada para él. Entonces, decide  colocar a la bebé sobre la caja y comienza a tirar de ella con mucho esfuerzo por el suelo. La bebe se sonríe, mirándolo y Mitzumasa le da un puro apagado para que juegue, sonriendo también, aunque por dentro está muy preocupado por lo que acaba de pasar.

 

 

Desde lejos, se escuchan los gemidos de Mitzumasa, quien debe hacer breves pausas,  ante el gran esfuerzo de arrastrar la caja dorada.

 

 

―¡Qué bueno que no hay nadie!, debo verme ridículo. Tengo que apurarme, antes de que amanezca ―dice en voz alta, asombrando a la bebé, quien balbucea para llamar su atención―. Si tan solo te hubiera encontrado treinta años antes… soy un hombre muy viejo para hacerme cargo de una pequeña ―dice Mitzumasa a la bebé. 

 

 

―Ese hombre… ¡Pobre!, no me dijo cómo te llamas, no creo que sea apropiado que yo te ponga un nombre, ¿o sí? ―suspira― aunque, de momento, tampoco es apropiado que una bebe tan linda no tenga uno. ¿Te parece que te ponga uno provisional? ¿Te gusta Saori? Significa florecer. ―La bebé hace pucheros― ¿Muy japonés para ti? ―Mitzumasa ríe.

 

 

―No creo que sea correcto que me encariñe contigo, no puedo cuidarte. Lo más razonable sería… primero, que te revise un doctor; luego, buscar a tus padres, ―la bebé se ríe―. En ese momento se encuentran afuera de las ruinas del templo de Zeus.

 

 

―Después, nos encargaremos de cumplir la última voluntad de Aioros para que su espíritu descanse en paz. 

 

 

Mitzumasa se quita su saco y lo acomoda por debajo de la bebé, encima de la caja de Pandora; se arremanga las mangas de su camisa y empuja la caja, cuidando que la bebé no se caiga.     

 

Historia: Rubio Masa. Edición: Medicine Witch y Patricia Valdés. :a69: 



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Publicado 03 abril 2024 - 02:04

Capítulo 3:

Chismes del Santuario

 

Año 2019, Grecia.

 

Noche, en la Taberna del Zodiaco: un antiguo establecimiento ubicado muy cerca de las ruinas del Oráculo de Delfos.

 

La taberna presume, enmarcadas en sus paredes, fotografías ―en su mayoría en blanco y negro― de avistamientos de ovnis, artículos de lo paranormal, pie grande, el yeti, el monstruo del lago Ness, gnomos, brujas y… entre toda la parafernalia, resalta una fotografía a color, de forma que es la primera que se ve al entrar; está tomada por una polaroid en el año 2003.

 

Es el caballero Shura, con 29 años, en una toma cowboy shot de espaldas cerca de las ruinas del templo de Zeus. Viste su armadura dorada de Capricornio y su capa blanca suspendida en el aire da la impresión de que paró súbitamente. Quien tomó la foto parece haberse ocultado entre las columnas griegas del templo. En la actitud de Shura, con la mirada inquisitiva, se advierte que está buscando algo. Otra foto colocada en un lugar menos privilegiado del restaurante tiene el mismo encuadre, solo que se ve borrosa porque Shura está en pleno movimiento dejando una estela dorada donde apenas se reconoce un cuerpo humano.

 

La dueña de la taberna es Ilena, una mujer mayor, robusta y canosa que domina las artes culinarias de la región y en ciertas ocasiones especiales se toma la libertad de cerrar más tarde.

 

 La Taberna del Zodiaco es muy frecuentada entre los médicos del Hospital de la fundación Graad que está por la zona. Se dice que ese hospital recibe a los aspirantes a caballeros o a los mismos caballeros que viven en el santuario, el cual es un lugar de leyenda cuya existencia está en duda entre la gente común.

 

Esa noche Ilena atendió personalmente a los médicos que llegaron de un día de trabajo duro y seguían con sus uniformes puestos. Corban, un internista obeso que está entre los 50, igual que Claus, el cirujano, aunque se conserva un poco mejor… solo un poco; Arene la enfermera de planta de unos 30 años; Alicia la psicóloga de 36, quien contrasta por vestir más formal; Calix, el cardiólogo, que está en forma y tiene 47, pero con una apariencia de ser “traga años”; Bemus el Radiólogo, con 26 años, es el más joven entre todos, pero el que tiene las ojeras más pronunciadas. No deja de toser y su aliento apesta porque fuma dos cajetillas al día, mínimo.  

 

Ilena les sirve en su mesa tres peces escorpión a las brasas que acompañan con una vinagreta de aceite con limón, tzatziki ―una salsa echa a base de yogurt griego mezclado con ajo, jugo de limón, hojas de menta, pimienta y pepino troceado― y complementando el plato fuerte, una canasta de pan horneado. La bebida  va por cuenta de la casa, para que se les vaya soltando la lengua: un Ouzo de la barrica personal de la misma Ilena.

 

―Esos jóvenes que llegaron ¿Quiénes son? ―pregunta Alicia.

 

―No lo sabes, porque te acaban de transferir ―contesta Corban, untando un pedazo de pan con el tzatziki.  

 

―Son los santos de Athena ¿tengo razón? En algunas regiones se refieren a ellos como Caballeros del Zodiaco. Cuenta la leyenda que sus puños son capaces de desgarrar el aire y sus patadas de romper la tierra ―dice Ilena, emocionada, sentándose a horcajadas en una silla vacía usando el respaldo para apoyar los brazos.

 

Todos se ríen a excepción de Alicia, quien permanece incrédula.

 

―Santos de Athena, ¿nuestra diosa griega? ¿Es alguna clase de culto raro? ―pregunta Alicia. 

 

―Y muy secreto, no se sabe mucho de ellos; su sede es el Santuario. Aquí mismo, en Grecia, no aparece en ningún mapa conocido, ni tampoco puede encontrarse por satélites avanzados ―responde Bemus, tomando un sorbo de Ouzo.

 

―¿No deberíamos llamar a la policía? Lo digo por los jóvenes que acaban de llegar ―pregunta Arene

 

―Puedes hacerlo si quieres perder tu trabajo. La joven que está con ellos, Saori Kido, es la heredera de Mitzumasa Kido: es dueña de la fundación Graad… por ende, nuestro hospital ―aclara Corban.

 

―¡Cuenten! ¡Cuenten! He oído que han muerto muchos dentro del santuario. Los aspirantes a caballeros mueren por las terribles pruebas ―dice Ilena, exaltada.

 

―¡Qué horror! ―exclama la psicóloga.

 

―Solo hay que ver las condiciones en que llegaron esos jóvenes. El rubio, Hyoga, parecía haber recibido a quemarropa una ráfaga de balas, pero las radiografías no mostraban orificios de salida ni balas incrustadas dentro, aunque tampoco había signos de que las hubieran extraído ―dice Bemus.

 

―¿Y que dices de su temperatura? -89°C… y no subía. Ni mi refrigerador se mantiene así, me extraña que mostrara signos de vida ―agrega Corban.

 

―Por otro lado, Shiryu tenía su brazo en 70°C, como si hubiera caído en caída libre de la estratosfera ―menciona Claus.

 

―No exageres, si ese fuera el caso, su brazo estaría carbonizado ―contradice Bemus.

 

―No estoy jugando, su brazo tenía 70 grados y no estaba carbonizado, también tenía muchos cortes por todo el cuerpo. Lo hicieron picadillo ―confirma Claus.

 

―También tenía algo extraño con los ojos. Los tenía cerrados, pero los estaba moviendo hacia todos lados de una forma que no era normal y… ya lo saben, yo no soy un hombre de fe, pero esa niña: Saori ―que me da escalofríos― se acercó y puso su mano en sus ojos y dejaron de moverse ―dice Corban.

 

―Corban, ya te veo siendo parte de ese culto extraño ―dice la enfermera.

 

Todos se ríen.

 

―Shun, el más pequeño de todos, tenía una condición que jamás he visto en toda mi vida: como si hubieran plantado una flor en su corazón que le drenó la sangre ―cuenta Bemus.

 

―No hables de la sangre, en todos los casos hay algo muy raro con la sangre. Shiryu, en ese sentido, fue el más perjudicado de todos: le faltaba la mitad de su sangre antes de recibir todas esas heridas. No entiendo cómo sigue vivo ―dice Corban.

 

―Una muchacha se llamaba… Shun li, Shun rey o algo así, no sé si sería su novia o hermana. Le dio transfusión porque era 0 negativo pero no fue suficiente y seguimos buscando candidatos no solo para él, para todos ―menciona Calix.

 

―Hyoga ya no necesita. Un tipo raro ―fan de Kiss― con un mohicano blanco, era compatible y le dio su sangre. Deben ser muy amigos ―señala Claus.

 

―Vaya tipos raros que llegan… parece un carnaval: tipos con armaduras doradas, mujeres con máscaras de plata, fans de Kiss ―refiere Alicia.

 

―Seiya también recibió muchísimo daño, como si una persona normal se hubiera estrellado en su coche tres veces seguidas ―dice Corban.

 

―Si una persona normal hubiera recibido ese daño sería una plasta de huesos y carne que parecería una costra en el asfalto ―insinúa  Claus.

 

―¿Notaron algo raro en las articulaciones de sus rodillas? Estaban como si hubieran hecho un maratón sólo de subir escaleras. En el santuario… seguro no tienen elevador ―dice Arene.

 

―La verdad es que sus rodillas serían un grave problema, pero en contraste con todo lo demás, es lo menos urgente que atender. Una vez que estén más estables tendrán que hacer mucha rehabilitación si no quieren terminar en silla de ruedas ―añade Corban.  :a70: 






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