Como él lo entiende, todos y cada uno de los observatorios albergan una réplica funcional de la nave recreacional del Emperador. Los observatorios también funcionan como receptáculos de antiguos artefactos sith, y las naves recreacionales cumplen la función de moverlos en caso de ser necesario.
Lentamente, su transporte se estaciona en el pozo del valle y se posa sobre la piedra barrida. El Observatorio espera. Desde ese lugar, el Observatorio es sólo una puerta ancha a un costado de una duna. El resto se encuentra oculto por debajo de Jakku.
—Sigo sin entender qué sucede —dice Hux.
—Este Imperio está acabado. Uno nuevo debe comenzar. —«El demesne está despejado y se debe crear uno nuevo», piensa—. Toma a tu hijo y a los otros niños. Ve al Imperialis. Prepara la nave para el despegue.
—¿Cómo puede formarse un Nuevo Imperio? —pregunta Brendol—. El Imperio que teníamos ya no existe. No tenemos números suficientes para empezar desde cero…
—Hay otros allá afuera —dice Tashu casi cantando.
—Una vez que tuvimos los cálculos mandamos una nave.
—¿Cálculos? ¿Qué cálculos? ¿A qué te…?
—Brendol, por favor. El tiempo pasa deprisa, volando. Ve a la nave. Te encontraré ahí. —Y por si acaso, Rax pone su mano en el hombro del hombre de forma gentil pero amenazante—. Entiende que tú ayudarás y serás un arquitecto del futuro que se aproxima. Eres un visionario y por eso estás aquí, solo. No es momento de ponerme a prueba, es momento de confiar en mí. ¿Confías en mí?
El hombre, sonrojado y con un evidente temor, asiente con la cabeza.
—S… sí.
—Bien. Ahora ve, corre como un skittermouse. —Voltea con Tashu y le dice—: ¿Estás listo para cumplir con tu destino, Consejero Tashu?
Tashu lame sus dientes y se estremece, como si esperara un placer onírico.
—Toda la gloria a la Contingencia. Toda la gloria a Palpatine.
—Sí —dice Rax imitando la misma sonrisa adulatoria—. Toda la gloria.
Se requieren las huellas de ambos para abrir la puerta. Tashu de un lado y Rax del otro. Los escáneres brillan alrededor de las huellas de sus manos. Detrás de la puerta, un mecanismo se enciende y hace ruidos y movimientos.
La puerta, dorada como el sol, se abre lentamente hacia arriba.
Cuando entran, la puerta se cierra detrás de ellos.
Rax camina frente a Tashu y se dirige al fondo de la habitación con un caminar confiado. El pasillo pentagonal desciende lentamente con un ángulo amable. Está formado de metal bruñido y vidrio negro con líneas de luz roja encuadrando cada esquina y ángulo. Cada diez pasos hay un pilar que sostiene el mundo, y previene que las arenas aplasten y se traguen el observatorio.
Todo está limpio e inmaculado por la suciedad de este planeta. Como ironía, Rax pasa su mano por la pared y deja un rastro casi imperceptible de grasa y sudor. «Listo, ahora el mundo ha dejado su marca», piensa.
No. Él no es de este mundo, y eso se repite a sí mismo. Lo ha trascendido, Palpatine vio eso. Sí, el viejo deliraba acerca de las fuerzas místicas que gobernaban la galaxia, y les daba demasiado crédito. Creía que sólo porque él tenía habilidades superiores a las del resto de los mortales todas las cosas partían del mismo poder. Que en realidad es una locura. Es la actitud primitiva de una criatura que está descubriendo el fuego, que está segura de que el fuego que esta encendió es el único poder que gobierna la galaxia.
Y, aun así, Palpatine no deliraba cuando se trataba de la galaxia y del rol del Imperio. Aunque llenaba su discurso con una gran cantidad de palabrerías mágicas, era un táctico maestro y sabía cómo jugar un juego tan extenso y complejo que la línea del horizonte para él era la línea de inicio.
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Delante de ellos, el pasillo se abre y revela una cámara de ocho lados. Al centro hay un banco de sistemas computacionales que imita la forma del cuarto, pero no son sistemas como los que encuentras en un destructor estelar o incluso en la Estrella de la Muerte. No, estos son mecanismos computacionales antiguos de una civilización anterior. Rax no puede decir la fecha exacta, tal vez es de la Vieja República o del Imperio Sith caído. No lo sabe y no le importa mucho. La historia no es relevante.
Sólo importa el presente.
Arriba de las computadoras hay una proyección de un plano estelar tridimensional que no coincide con ningún mapa conocido aquí en la galaxia, lo cual tiene sentido porque esta máquina no crea planos de la galaxia conocida. ¿O sí?
Por décadas, estas computadoras han estado planeando un viaje. Afuera de la galaxia conocida existe una infinidad inexplorada, como explicó Palpatine, una infinidad trazada por un laberinto de tormentas solares, magnetósferas rebeldes, hoyos negros, pozos gravitacionales, y demás cosas extrañas. Los que han intentado conquistar ese laberinto no han sobrevivido. Las naves fueron aniquiladas o las regresaron a la galaxia sin sus tripulantes. La comunicación de esos exploradores era incomprensible, ya sea tan llena de estática que resultaba en un audio inservible, o repleta de un balbuceo incesante que era prueba de que el explorador había perdido la cabeza debido a la insolación. Pero Palpatine tenía un elemento en su flota que conocía un poco sobre las Regiones Desconocidas: el Almirante Thrawn, un alienígena de piel color azul hielo que venía de afuera de los límites de la galaxia conocida. Palpatine sólo lo mantenía cerca por sus conocimientos en navegación a través de esos rumbos mortales. Mucho de lo que sabía Thrawn se fue directo al diseño de esta máquina.
Palpatine dijo que esta galaxia sería suya, pero que sólo era una galaxia de muchas. De nuevo resonó esa frase: el infinito inexplorado. Esto, como notó, era su campo. La galaxia era su demesne.
Si perdía este juego, el tablero se partiría por la mitad y sería descartado. Entonces tendrían que buscar un nuevo campo.
Las computadoras de este lugar han estado buscando por mucho tiempo una manera de cruzar las tormentas y los espacios negros. Lento, pero seguro, han ido armando un mapa: una travesía a través del caos. El Imperio ha mandado droides de sondeo para probar los datos que las computadoras han formado. Muchos de esos droides nunca regresaron.
Pero hubo otros que reportaban información, haciendo muestreo con el transpondedor. Cada droide que lograba llegar un poco más lejos contribuía con el mapa. Y con la distancia lograda, las computadoras, mediante los droides de escaneo, continuaban trazando el camino y analizaban las próximas ramas de navegación.
Antes de la caída de Palpatine a manos de los rebeldes, las computadoras habían terminado sus cálculos y encontraron una ruta a través de lo desconocido. El Emperador estaba convencido de que algo lo esperaba allá afuera: algún origen de la Fuerza, alguna presencia oscura hecha de una substancia malévola. Él decía que podía sentir las ondas de aquella cosa irradiando hacia él una vez que el camino estuvo despejado. El Emperador dijo que eso era una señal. Convenientemente, Vader parecía obtuso a esto y también se decía un maestro de la Fuerza Oscura, ¿no? Rax creía que Palpatine había perdido la cabeza, y que lo que «percibía» no era más que sus propios deseos redirigidos haca sí mismo: un eco de su propia invención. Creía que algo esperaba por debajo de la superficie, y eso se volvió su obsesión particular. (Cuando crees en la magia, es fácil ver todo el universo como evidencia de lo mismo).
Ahora que Palpatine no está, podemos mantener el propósito original del Observatorio. Ya perdimos este juego. Es hora de retirarnos y encontrar un nuevo demesne.
El Imperio está muerto.
Pero el Imperio puede resurgir con Rax.
Aunque, primero que nada, debe haber preparativos. Atrás de la cámara de mapas hay otro pasillo, este tiene escaleras que conducen hacia abajo. Mientras Rax pasa al lado de las computadoras, logra ver del lado derecho un regalo que le dejó Palpatine.
Es un tablero roto de Shah-tezh. Está en el suelo y partido por la mitad. A su alrededor se encuentran las piezas, que también están rotas. Sólo dos piezas quedan enteras: El Imperator y el Exiliado. Se pregunta si esa es la forma en la que Palpatine lo veía, como un Exiliado. Esto es nuevo. Gallius nunca lo supo. Le viene como una cachetada. Quiere luchar contra la sensación de que él fuera una especie de exiliado a los márgenes del Imperio…
Pero no lo era, ¿o sí? Rax siempre se mantuvo a la distancia. Su rol nunca fue preservar el Imperio, sino destruirlo.
Agarra las dos piezas del suelo. Con una maniobra de sus dedos les da vuelta a ambas piezas en la palma de su mano. No importa lo que Palpatine pensara de él antes, ya no es el Exiliado. Ahora Rax es el Imperator.
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Más allá de este pasillo se encuentra el pozo. El pozo es un canal excavado a través del esquisto y el manto de Jakku, y perfora tan profundo que toca el centro del planeta. El pozo brilla con haces de color azul que se elevan sobre una luz incandescente color naranja. La luz pulsa y vibra como si fuera un ser viviente. Palpatine le dijo que alguna vez este mundo había sido frondoso, repleto de bosques y hogar de océanos. Dijo que a pesar de que la superficie del planeta había perdido todo rastro de verde, el centro del planeta todavía conservaba esa chispa vital de la esencia de la vida que fue. Y añadió que «esa esencia le disgustaba».
Tashu pasa por enfrente de los artefactos, con sus dedos danzando sobre las vitrinas que los albergaban. Empieza a murmurar algo para sí y Rax ve que ha mordido tanto sus labios que le empiezan a salir gotas de sangre.
—¿Estás listo? —le pregunta al antiguo consejero de Palpatine.
—Lo estoy —dice Tashu, dando la vuelta para verlo. Sus mejillas están húmedas por lágrimas y sus dientes tintados de rojo—. Palpatine vive. Lo encontraremos algún día allá afuera, en la oscuridad. Todo se está acomodando como lo predijo nuestro Maestro. Todas las cosas se mueven y se organizan según un diseño superior. Ya se hicieron todos los sacrificios necesarios.
«No todos», piensa Rax.
—Debes estar vestido con las ropas de la oscuridad —dice Rax—. El manto del Lado Oscuro es tuyo para que lo vistas, por lo menos por un tiempo, hasta que podamos encontrar a Palpatine, revivificarlo y traer su alma de regreso a una nueva carne.
Todo esto es una mentira, por supuesto. No cree en nada de lo que dice. Es una treta que le vende a Tashu. Las mentiras son como correas. Tira de ellas lo suficiente y todo quien quiera creerlas las creerá.
Y ese lunático le cree porque los lunáticos siempre creen en las cosas que confirmen su cosmovisión. La creencia de Tashu es que el Lado Oscuro lo es todo, que Palpatine era el Maestro no sólo del Imperio, sino de todos y todo, y con todo esto, el Lord Oscuro revivirá.
Bien. Deja que crea en eso.
Rax le ayuda a cargar la lanza y el estandarte. Él coloca con cuidado la máscara en la cabeza del hombre y la ajusta con las correas de cuero y la hebilla de cromatita vieja y desgastada. Tashu tiene muchas máscaras, y cree que todas contienen algún fragmento del Lado Oscuro. Pero nunca antes había usado una como esta: es una cosa atroz y bestial con colmillos de acero negro y ojos de cristal kyber color rojo sangre. Mientras la máscara se acomoda sobre su cara, Tashu tensa su cuerpo, con un gemido voraz atorado detrás de su quijada apretada.
—La pieza final —dice Rax y le da a Tashu el holocrón. Incluso cuando el hombre lo toma, parece que consume la luz de alrededor. Tashu empalidece mucho más cuando lo toca. Las venas de sus manos se ven oscuras y contrastan con su piel.
—Sí —dice Tashu. Una palabra. Corta, estática, entrecortada. Se estira y sus manos tiemblan—. Sí. Puedo sentirlo. Soy un cúmulo de energías oscuras. Toda la muerte y destrucción del mundo se filtran por mi ser. Lo puedo sentir en mi lengua. Está atrapado en mi boca como una polilla que revolotea…