HYOGA
-¡Con ese culo has de c@g@r bombones, mamacita! -Un joven albañil de pelo marron y camisa roja halaga a una bella chica apenas ella baja de un lujosos Toyota. La joven no sabe que le indigna más: el horrible edificio que se construye donde ella paso su infancia, el insulto del obrero o la indiferencia de su acompañante.
-¡Me ha traído a ver como destruyen mis recuerdos! –gruñe a su escolta-. ¡Y además permite que ese pelafustán me insulte sin decir nada! En verdad usted es todo menos un caballero Hyoga.
El muchaco de cabellera rubia sale del convertible sin importarle la indignación de la chica -Soy rico –responde cínicamente-, puedo hacer lo que quiera. La mansión Kido fue el símbolo de todo lo malo y retorcido –continua mientras mira al capataz regañando al grosero trabajador-, representó el miedo y el sufrimiento de todos los niños y mujeres a los que lastimo su abuelo. El edificio que se construye en su lugar es una nueva esperanza, un renacimiento de esta podrida ciudad. Si la traje a este lugar no fue con la intención de agraviarla, pero disfruto que así sea.
-Debo recordarle que el hombre al que insulta fue quien le dio la vida –increpa la hermosa doncella-. Aunque crea todas las calumnias que se le imputan, usted debe honrar su memoria con el respeto que merece un padre de su hijo.
-Dentro de poco la fortuna Kido me pertenecerá –Hyoga ignora el regaño-, y usted tendrá que renunciar al acomodado estilo de vida que lleva, por lo que le estoy ofreciendo un modo de subsistencia. Entiendo que usted siguió auspiciando las causas benéficas que favorecía el viejo antes de su caída, por lo que la filantropía no le es ajena… señorita Kido: ¿Quisiera ser la directora de mi institución?
-Agradezco su condescendiente preocupación –responde con evidente desprecio-, pero la herencia aún está en juicio y hare lo posible porque el legado de mi abuelo no caiga en sus torpes manos, ni en las de su madre. Por otro lado, si ya hacen uso del suelo donde mi abuelo erigió su hogar, por lo menos el edificio debería llevar su nombre. Mitsumasa Kido fue un gran hombre, bondadoso y caritativo, por lo que sería lo mínimo que podría hacerse para recordarle.
-Ese monstruo escapo a la justicia como un cobarde –el ruso contesta cruelmente-. No merece más reconocimiento que el de los gusanos que devoran su carne. En cuanto al edificio, se llamara “Torre de Cristal” y el nombre de la institución que presidirá, si acepta, tampoco cambiara de nombre: Fundación de auxilio a mujeres abusadas, huérfanos maltratados y niños que no pueden leer bien “Mama de Hyoga”
-¡Esos nombres son absurdos! –Saori alza la voz-. ¡Que hayas derribado la mansión de mi abuelo es una cosa, pero pretender gastar su fortuna en esta tontería, además de pedirme dirigirla es la cosa más estúpida e insultante que he escuchado!
-Esa mansión -Hyoga contesta fríamente-, le fue otorgada por la ley a mi madre como retribución a su maltrato, hace años que dejo de pertenecerle a su abuelo. Sobre mi propuesta, la fundación le proveería un medio de sustento. Yo no le haría esta oferta si no fuera una petición de mi madre, que es tan buena mujer que a pesar de saber de su apellido sintió lastima por usted. Lo menos que podría demostrar seria gratitud señorita Kido.
Por fortuna para Hyoga las miradas no pueden matar. Saori no puede ocultar su rabia, las arrugas del coraje y el odio distorsionan sus delicadas facciones, el aire circundante comienza a cargarse de estática y pareciera que su largo cabello comenzara a ondear.
-¡No puede estar pasando! –exclama Hyoga al entender que no es una alucinación lo que ve. Saori está envuelta en un aura dorada y agresiva, el ambiente pesado próximo a la chica hace que Hyoga retroceda cubriéndose la cara.
-Debo irme, mi planeta me necesita –pronuncia serenamente la chica mientras se eleva para desaparecer en el cielo envuelta en luz dorada. Hyoga está perplejo, de manera instintiva voltea hacia el obrero, el también presencio el extraño fenómeno y está igual se sorprendido.
Albañil y millonario quedan en silencio después de lo sucedido. Ambos pasan 10 minutos inmóviles, como esperando a que alguien viniese a explicarles lo sucedido. -¡Seiya! ¡Ponte a trabajar holgazán! –El grito del capataz devuelve a los chicos a la realidad, el obrero regresa a preparar concreto mientras Hyoga sopesa lo ocurrido subiendo a su lujosos auto.
El joven millonario marcha a su hotel a gran velocidad, su intención es bañarse en agua helada y dormir un poco, pensando que todo tendría una explicación después de descansar. Hyoga está distraído y no se percata que acaba de pasarse un alto. Frena abruptamente al darse cuenta que está a punto de arrollar a un peatón que cruza la calle.
-¡Chico, estas bien! –Después del golpe, Hyoga baja del auto tratando de auxiliar al muchacho que victimo. Esta tan alterado que no se le ocurre llamar a emergencias por el teléfono de su auto.
-¿Eres un ángel?... debo estar en el cielo. –Pronuncia el joven maltrecho antes de perder la conciencia en los brazos de Hyoga. Su boca sangrante y sus piernas torcidas no dan esperanzas de que sobreviva.
A quince metros de altura de la intersección de la calle aparece un vórtice oscuro. De su interior se arrastran figuras grotescas: son individuos vestidos de metal negro que aúllan insultos y carcajadas. Merodean, olfatean y escudriñan hasta dar con la pareja. Hyoga les mira con horror.
-El alma pura parece pertenecerle a uno de estos dos. –El engendro que encuentra a los chicos se dirige a su superior-. Matemos al que no nos sirva
-¡Solo cumple las órdenes de la señorita Pandora! –el líder regaña a su subordinado-. ¡No pierdas el tiempo, llévate al herido!
Los espectros arrancan al chico inconsciente de las manos de Hyoga. Tan rápido como se presentaron, desaparecen. A mitad de la calle, un chico rubio se encuentra de rodillas, está en shock, los acontecimientos del día son suficientes para fundirle el cerebro. Finalmente exclama al cielo, iracundo: ¡¿Que rayos pasa con este maldito país?!