Aqui vamos con el episodio 3 de este fanfic. Enjoy =D
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En Cabo Sunión existe una cárcel que, desde tiempos mitológicos, fue ocupada por hombres y mujeres que durante las guerras se opusieron a Atena, la diosa de la sabiduría.
El peligro real dentro de la tormentosa prisión llega cuando la marea sube, llenando la cueva casi totalmente de agua; sumergiendo en desesperación y agonía a todo aquel que enfrenta allí una sentencia.
Se dice que de Cabo Sunión no hay escape, salvo que la voluntad de algún dios decida apiadarse de tu alma; hasta que Atena misma te conceda el perdón.
Sugita ha luchado sin descanso contra la violenta marea que noche tras noche la luna ha mecido inmisericorde contra la cueva; mas el chico estaba empeñado en vivir aun cuando sus fatigados pulmones le pedían lo contrario. Estaba tan agotado que sus manos apenas podían aferrarse a los gruesos barrotes que le han servido como apoyo para mantener la mitad del rostro fuera del agua en las horas difíciles. Su cara tenía numerosos raspones a causa del techo áspero contra el que ha tenido que respirar. El frío del agua salada adormecía su cuerpo y mente, mas el ardor en sus ojos y el mal sabor de boca evitaban que cayera inconsciente.
El prolongado encierro y la falta de respuesta a sus esfuerzos comenzó a convencerlo de que tal vez Atena no lo consideraba apto para ser uno de sus santos. ¿Pero por qué? ¿Existía algo en él que ella despreciara? ¿Algo que sin importar cuanta devoción estaba dispuesto a darle no lo hacía merecedor de su gracia?... ¿O todo esto no era mas que una cruel y despiadada farsa ideada por el que se dijo santo de Géminis?
Mientras cavilaba con pesimismo, una gran ola chocó contra la prisión, alejándolo de la entrada hasta el fondo de la cueva. Nadó hacia arriba, buscando algún punto donde aún podía haber un poco de aire, mas no encontró ninguno, ni siquiera aquel cerca de los barrotes en el que se había refugiado todas las noches.
Le constaba que allí dentro su fuerza no lo salvaría, pues días atrás comprobó la resistencia sobrenatural de la cárcel, asombrándole el que sus técnicas no lograron ningún rasguño en los muros ni en la reja.
Sugita decidió esperar, mas no hubo cambios en la altura del agua— ¿De verdad voy a morir aquí? —pensó apesadumbrado, sintiendo que el mundo entero conspiró para alejarlo de su añorada meta.
Cerró los ojos conforme las últimas burbujas de oxigeno salían de su cuerpo. Pensó en su maestro, en su padre... en todo aquello que no lograría hacer en la vida.
Cuando estaba a punto de resignarse a morir, un sonido lo obligó a abrir los ojos.
Pese a que el agua lo cubría todo, sus oídos captaron una melodía que ahuyentó a la muerte que lo rondaba; era una tonada muy bella que le transmitió una indescriptible sensación de paz, no sólo a su espíritu, sino al mismo mar.
La marea respondió a las notas musicales que viajaban en el viento, obedeciendo una orden incapaz de contradecir. El oleaje disminuyó, el océano retrocedió lo suficiente como para que Sugita pudiera sacar la cabeza del agua.
El apuro del muchacho fue tanto que no midió bien la distancia, golpeando su frente con la dura roca que le abrió una herida de la que rápidamente brotó sangre. Sugita tosió toda el agua que había tragado, aspirando aire con suma desesperación y dolor. La música cesó de repente, siendo suplida por una voz masculina que escuchó con claridad.
—Joven de oriente que busca la atención de una diosa ausente, ¿por qué te castigas de esta forma tan infrahumana?
—¿Quién eres? —preguntó Sugita, inseguro de que sus palabras puedan ser oídas por la entidad invisible para sus ojos.
En el exterior, justo encima de Cabo Sunion, donde los viejos pilares de un antiguo templo dedicado a Poseidón se alzaban, un hombre de mirada tranquila contemplaba el mar tras apartar una delgada flauta musical de sus labios.
—Mi nombre no es importante en comparación al del señor a quien sirvo. Soy un simple vocero de su voluntad, y puedo decirte que mi señor se ha angustiado por tus ignorados esfuerzos —respondió el hombre de cabello claro que empleaba su cosmos para comunicarse con el prisionero—. Dime joven guerrero, ¿por qué continúas con ésta batalla mortal? Es una pena que alguien tan devoto deposite su lealtad a una diosa que no ha respondido a sus sacrificios. ¿Por qué? Me pregunto ¿Qué te obliga a este martirio? ¿Por qué Atena y no un dios en el que has despertado un aprecio por tu lucha constante?
—¿Un dios...? — Sugita repitió muy consternado.
— De tu prisión sólo un dios puede liberarte —recalcó paciente—. Buscas que Atena sea quien responda, mas ella guarda silencio y tal vez ni siquiera se encuentre observando; sin embargo, mi Emperador ha escuchado tus lamentos, el mar le transmitió tus pensamientos, y como prueba de ello es que estoy aquí.
El chico guardó silencio por largos segundos, apenado por el que un desconocido conociera su pesar y decepción.
— ¿Qué dices joven guerrero? ¿Responderás a este acto de piedad? ¿Cuál es la respuesta que debo llevarle a mi señor? —insistió el heraldo del benevolente dios.
Sugita se palpó la frente, observando su mano ensangrentada por unos instantes. Sería fácil aceptar una proposición como esa, pero...
—Puedes decirle a tu Emperador que en verdad agradezco mucho su bondad —dijo sonriente, con la barbilla sumergida en el agua—. Aunque no tengo el gusto de conocerlo, el que se preocupe por un simple mortal como yo significa mucho, mas temo que debo rechazar su oferta. Mí lugar está con Atena.
El flautista entrecerró los ojos, siendo evidente que no era la respuesta que esperaba— ¿Puedo saber la razón? ¿Qué le debes a Atena aparte de los sufrimientos de los últimos días y la herida que sangra ahora en tu frente? ¿Por qué crees pertenecer al Santuario y no a otro lugar?
—... Voy a servir a Atena porque— dudó, no sabía si era correcto abrir el corazón al sirviente de un dios ajeno al Santuario— ... esa fue la creencia con la que murió mi madre.
Los ojos del flautista brillaron con nostalgia.
—Ella creyó... no, más bien, ella vio que yo serviría a Atena. No me gustaría romper con esa única ilusión que tuvo para mí—Sugita explicó alegre—. Mi padre también lo cree, por eso buscó un maestro que me entrenara desde muy pequeño... Y además —se apresuró a decir—, porque Atena es la justicia en este mundo. Ella siempre ha velado por los seres humanos a diferencia de otros dioses que han intentado hacernos daño. Es posible que no vaya a conocerla en persona pero, me basta recordar la forma tan cálida en la que mi maestro siempre habló de ella para querer protegerla y ayudarla en su misión.
—Tu madre —musitó el flautista, dando unos pasos hacia la orilla del risco, permitiendo que la luna iluminara la majestuosidad de su scale dorada—… conoces tan poco sobre ella que te sorprendería saber lo que realmente te ata al mundo submarino. Pero está bien, el Emperador accedió a no insistir, mas en esta ocasión se sintió obligado a extenderte una mano amiga.
—¿Eh? ¿Qué quieres decir con eso? ¿Q-qué sabes tú de mi madre? —el muchacho preguntó alarmado—. ¡Contesta! —pidió.
—Cualquier respuesta carece de importancia, has tomado una decisión y la respetaremos. Es probable que nuestros caminos vuelvan a cruzarse en el futuro, por lo que hasta entonces, santo de Atena— se despidió, desapareciendo del lugar, llevándose con él la fuerza que aplacó al océano por breves instantes. Nuevamente libre, la marea se alzó con fiereza, volviendo a inundar por completo la prisión.
Capítulo 3
Encuentros dorados. Parte III
Elección y lealtad
Anochecía, los últimos rayos del sol eran observados por distintos habitantes del Santuario.
Para los reclutas que ponen a prueba sus fuerzas diariamente, era la señal del merecido descanso. Según el último censo, el número de jóvenes no superaban los doscientos, pese a que alguna vez fueron más de quinientos.
Se consideraban reclutas a todos aquellos que llegaban al Santuario dispuestos a someterse a las arduas pruebas para ganarse un lugar entre los santos. Eran instruidos en grupo bajo la tutela de los santos de bronce Jabu, Ban, Geki, Nachi e Ichi.
Cuando uno de los reclutas sobresale por su habilidad o desempeñó se gana el título de aspirante, obteniendo un aprendizaje a manos de un instructor personal. Estos individuos se vuelven la envidia de los reclutas, pero a la vez una imagen a seguir que impulsa a otros a no quedarse atrás.
Para Shaina, pasear por los campos de entrenamiento la llenaba de nostalgia. Todo a su alrededor se asemejaba al antiguo Santuario, pero libre de la barbarie que en los tiempos de Arles se implementó.
El Patriarca en turno se ha asegurado de que los habitantes del Santuario vivan bajo reglas inspiradas en el respeto, la justicia y la generosidad, por lo que se vivía en una relativa tranquilidad en el que podían escucharse las risas de los jóvenes que, pese a las exigencias y adversidades, disfrutaban su estancia allí.
La amazona subió por una pendiente hasta llegar a la cima, donde encontró a un compañero que observaba sin mucho interés el área en la que muy pocos estudiantes todavía practicaban. Ese lugar era el que mejor se prestaba para inspeccionar los campos de entrenamiento y a los reclutas.
El guerrero Souva solía estar allí con frecuencia, pues una de sus tareas era encontrar el potencial de los estudiantes para encaminarlos al siguiente nivel, mas aquel día no se sentía concentrado, por lo que decidió fingir que lo estaba.
—¿Mal día? —la amazona le preguntó al distraído santo, quien se sobresaltó al no haber percibido la presencia de Shaina hasta ese momento.
—¿Ah? No —carraspeó, manteniendo la manos dentro de los bolsillos de su atuendo oscuro—, estoy bien, sólo un poco… —no encontró pronto la palabra correcta que definiera su sentir.
—Preocupado —completó la amazona.
Souva asintió—. No puedo evitarlo, ese odioso de Albert se aseguró que sintiera este remordimiento, maldito engreído —musitó resentido.
—Cuida tu lengua, Souva. No hay nada que puedas hacer al respecto, no cuando el Patriarca le ha dado cierta autoridad —le recordó Shaina.
—Mi único consuelo es la corazonada de que ese chico superará la infame prueba y Albert tendrá que admitir su mísero error. Y yo pienso estar ahí para atestiguarlo e impedirle que lo olvide con facilidad —asintió, jurándoselo a sí mismo.
Shaina reprimió una risita—. En verdad que esa situación te ha afectado, no has intentado molestar a ninguna de mis chicas en los últimos días. Es bueno ver que hay cosas que puedes tomar en serio y comportarte como el santo que eres.
El guerrero la miró, sonriendo de manera traviesa—. Ya lo decía yo, me extrañan —rió—, aunque me traten tan mal, en el fondo están loquitas por mí—siseó con arrogancia y galanura.
—Desvarías —Shaina se indignó, dándole la espalda.
—Pero la bella maestra es la verdadera razón por la que me aventuro y arriesgo la vida en cada una de mis visitas —continúo Souva con aire dramático, atreviéndose a tomar la mano de la amazona—. No hay lamentaciones, sólo dicha cuando eres tú quien viene a mí. ¿Hasta cuando piensas seguir engañando al santo de Pegaso? Sabes que nos pertenecemos.
—No me obligues a lastimarte, Souva —advirtió con paciencia la mujer. Jamás podría tomar en serio las insinuaciones del santo, pues en el Santuario es reconocido por ser un enamoradizo.
—Entre más me rechazas más es lo que siento por ti —bromeó, sabiendo cuál era la línea que nunca debe cruzar con la amazona de Ofiuco si es que deseaba seguir viviendo.
Shaina y Souva callaron al divisar dos estelas luminosas cruzando el cielo.
—El Patriarca ha regresado —dijo Shaina, siguiendo las luces con la mirada.
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Las dos estelas fugaces cayeron frente a la gran estatua de Atena que coronaba la cumbre de las Doce Casas. Dos hombres fueron visibles una vez que el resplandor se desvaneciera.
—Al fin en casa —dijo uno de ellos, poseedor de largo cabello café que vestía una túnica roja como si fuera un noble de la antigua Grecia. Estiró los brazos para resaltar lo cansado que se sentía por el viaje, sonriendo con buen humor al saber que pasarían varios días en los que podría olvidarse del estrés—. La próxima vez no esperes que te acompañe.
El segundo hombre disfrutó en silencio el cálido viento de Grecia acariciando su rostro como una bienvenida.
— No es como si te hubiera obligado a acompañarme, Seiya —repuso el individuo en cuya cabeza descansaba el casco dorado que un único hombre en la Tierra tiene permitido portar—. Que yo recuerde estabas más que listo para partir antes de que te hiciera la invitación —comenzó a andar, con el viento remolineando su cabello negro y la fina toga blanca que lo cubría desde el cuello hasta los pies.
—Shiryu, sabes bien que el Patriarca no puede andar por ahí solo sin alguien de confianza acompañándolo —agregó el sobreprotector santo de Pegaso.
—En otros tiempos entendería tu cautela, —el Patriarca Shiryu sonrió agradecido —, pero siempre es un placer compartir un viaje contigo.
Hace quince años no fue difícil decidir quién, de entre los santos sobrevivientes a las guerras santas, debía ser el nuevo dirigente del Santuario. Fue una decisión unánime en el momento en que Seiya lo propuso. Nadie objetó el día que Shiryu tomó las riendas de la orden, ni en la actualidad, pues ha sido gracias a su guía que el Santuario logró resurgir cual era el deseo de todos.
Mas el ahora Pontífice no era la clase de hombre que aceptaba todos los cumplidos, sabía que el logro estaba lejos de ser sólo suyo, que de no ser por el apoyo de sus hermanos y amigos los quince largos años de trabajo habrían sido en vano. Es por el esfuerzo de todos que tenían un Santuario renacido, mas eran conscientes de que su labor estaba lejos de terminar.
Cuando el sol abandonó por completo el cielo, Shiryu y Seiya bajaron hacia el Templo del Patriarca, donde una mujer de rasgos asiáticos los recibió con una cálida sonrisa. Vistiendo una sencilla toga holgada, la dama saludó con respeto a los recién llegados.
—Bienvenidos, se les echaba de menos.
Seiya respondió el saludo con la mano antes de añadir —: ¿Ves? Sano y salvo —decidido a pasar de largo para abandonar el salón lo antes posible, no queriendo robar minutos preciosos que el Patriarca tendría para reencontrarse con su esposa después de un largo viaje y antes de que algún otro santo solicitara alguna audiencia urgente, como solía ocurrir a su regreso.
—Es un gusto estar en casa —el Patriarca tomó las manos que la mujer le ofreció, besándolas con caballerosidad.
— ¿Cómo te fue? —se interesó ella.
— Todo perfecto. Hilda te envía saludos y agradece las atenciones que tuviste para el príncipe.
—Me alegra escucharlo —se alzó en puntillas para darle a su esposo un dulce beso en los labios.
Aunque a ella le agradaría entretenerse durante horas en conversaciones amenas, ser la esposa del Patriarca tenía sus deberes y sacrificios. Shunrei tenía la prioridad de enterar a Shiryu de las novedades suscitadas en el Santuario durante su ausencia—. Aquí las cosas han estado relativamente tranquilas. Albert se tomó muy enserio su puesto, ha hecho un buen trabajo… aunque Souva te dirá que exageró— comentó con timidez.
El escuchar esos dos nombres en el mismo enunciado llevó a Shiryu a suspirar una vez que se sentó en el trono dorado.
—Ese par —murmuró con fatiga, previendo que pronto tendría que lidiar con una jaqueca. Apreciaba mucho a esos jóvenes, mas sus personalidades, como convicciones, solían ser tan opuestas como el día y la noche.
—Souva me hizo prometer que lo atenderías en cuanto volvieras, justo después de que Albert me pidiera lo mismo. Para evitar conflictos, lo mejor será que recibas a ambos, tengo entendido que tratarán el mismo tema —Shunrei intentaba no mostrar favoritismos, mas su corazón de madre incapaz de tener hijos propios se lo dificultaba.
Tal vez los dioses no la bendijeron con la capacidad de dar a luz, pero a cambio la convirtieron en madre de muchos chicos que quedaron sin padres y que estaban en el Santuario para convertirse en personas de bien.
—Me intrigas, ¿qué es lo que pasó? —el Patriarca preguntó con interés.
—Según escuché, alguien intentó irrumpir en el Santuario. Fue detenido, no hubo heridos, ni bajas y —pausó un segundo, temiendo la reacción de su esposo—, se dio la orden de que lo confinaran en Cabo Sunión.
— ¿Qué dices?—musitó Shiryu, incrédulo.
— Albert dijo tener una explicación válida, pero que sólo la compartiría contigo.
Shiryu meditó las posibles razones que llevarían al santo de Géminis a tomar tal decisión—. ¿Podrías llamar a ambos? Deseo verlos inmediatamente.
—En seguida.
Han pasado casi diez años desde que Shunrei dejó su hogar en los Cinco Picos. Recuerdos de esa vida ordinaria y pacífica solían confortarla en tiempos difíciles, pero nunca se arrepentiría de haber aceptado la propuesta de Shiryu.
El día en que el santo de Dragón llegó con la noticia de que sería nombrado Sumo Pontífice del Santuario, ella pensó que sería el adiós definitivo, mas la falsa alegría que se obligó mostrar se convirtió en una sorpresa enorme cuando su amado le pidió que lo acompañara a Grecia y se convirtiera en su esposa.
Lo admitía, han sido años duros, de constantes desvelos en los que acompañó a Shiryu en sus preocupaciones. Ella no nació para ser una guerrera, ni liderar una organización, mas sí podía ser un apoyo incondicional para el Patriarca.
Debió aprender a organizar a un gran número de personas, a asegurarse de que siempre haya alimento, medicinas y ropa suficiente para los habitantes del Santuario; en otras palabras, a cuidar de una enorme familia.
Familia, eso es lo que cada miembro del Santuario era para ella, siendo la razón por la que se ganó el cariño y respeto de todos.
Tras salir del salón, Shunrei no caminó demasiado por el corredor cuando divisó a dos hombres portando armaduras doradas. La mujer se detuvo, esperando a que se aproximaran.
Los santos de Géminis y Escorpio anticiparon el llamado del Patriarca, mas no pensaron que se encontrarían el uno con el otro en el camino.
Shunrei los saludó, a lo que ambos respondieron inclinando un poco el mentón. Al verlos allí juntos, la mujer no pudo evitar sonreír al recordar cómo es que conoció a cada uno.
Albert llegó al Santuario cuando era un niño, por lo que ha tenido la oportunidad de verlo crecer y superar su pasado para convertirse en un talentoso santo de Atena que todos respetan por su poder, pero que también era temido por su estricta disciplina.
Souva llegó años después, un adolescente de alma libre y muy servicial que su maestro entregó al Santuario para servir a Atena. Su carácter afable le ha hecho ganar numerosas amistades que no dudarían en apoyarlo en cualquier campaña.
—Son más coordinados de lo que quieren admitir —se le escapó decir a la mujer.
—¿El Patriarca podrá recibirnos? —inquirió Albert, ignorando el comentario.
—Los recibirá sin preámbulos. Le resumí lo ocurrido, será su deber aclarar los detalles. Por favor, escojan sabiamente sus palabras —Shunrei pidió, sabiendo lo soberbios que podían ser.
—No tema señora Shunrei —el santo de Escorpio sonrió despreocupado—, lo más grave que puede pasar es que terminemos compartiendo la misma celda por uno o dos meses, ¿no lo crees, Albert? —preguntó sarcástico.
—Si nos disculpa, pasaremos de una vez —Albert volvió a ignorar las triviales palabras de Souva, despidiéndose cortésmente de Shunrei para continuar con su recorrido inicial.
El santo de Escorpio apartó la careta dorada de su cabeza, reteniéndola bajo el brazo para seguir a Albert de cerca.
—Souva, lo digo en serio —insistió la esposa del Patriarca cuando éste le dedicara una mirada sobre el hombro. El santo alzó el pulgar prometiéndolo, o cuando menos trataría de hacerlo.
Al adentrarse al Gran Salón, ambos santos pegaron una rodilla sobre la alfombra roja, inclinándose respetuosamente ante el Sumo Pontífice. Al mismo tiempo alzaron el rostro para mirar a quien al final de la escalera reposaba en el trono dorado.
—Es un gusto que haya regresado sano y salvo, su Santidad —comentó Albert con humildad, secundado por un cabeceo de Souva.
—Gracias por su preocupación caballeros, también me complace estar de vuelta. Por favor, acérquense, necesitamos hablar —pidió a los santos.
Géminis y Escorpio subieron la escalera, cada uno colocándose en flancos opuestos del trono papal.
—Me atrevo a suponer que está al tanto de lo ocurrido —dijo Géminis a su mano izquierda.
El Patriarca asintió—. Una vida está en riesgo mientras nosotros discutimos si la razón es justificable o no —dijo en cuanto lo sintió a su lado—, por lo que les suplico que seamos breves. Albert, en mi ausencia te di autoridad para tomar ciertas decisiones, pero una sentencia a Cabo Sunión es demasiado atrevida, es inaceptable.
Souva de Escorpio no ocultó la sonrisa triunfante que le dirigió a Albert. Una de las ventajas de que el Patriarca fuera invidente, es que no se percataba del intercambio de gestos descarados.
—Espero un buen argumento— insistió Shiryu ante el silencio del santo de Géminis.
—Patriarca, el sentenciado fue atrapado en su intento de entrar al Santuario, agrediendo a uno de los reclutas en el proceso.
—Pero el chico no fue lastimado, está ileso —se apresuró a decir Souva, manteniéndose a la mano derecha del Pontífice.
—Sólo porque Shaina de Ofiuco y un escuadrón de guardias arribaron en el momento justo, de lo contrario quien sabe lo que hubiera podido ocurrir con el joven— añadió Albert con tranquilidad.
—Pensé que únicamente podías leer la mente Albert, ¿ahora también ves el futuro?— inquirió Escorpio con sorna.
—Si tanto deseas inmiscuirte en mi explicación, supongo que pasaré a la parte en la que tal intrusión al Santuario es responsabilidad tuya, Souva.
—¿Cómo es eso? —Shiryu fingió no estar enterado de las actividades del santo de Escorpio.
—Siempre ha incitado a pobres crédulos a la desventura de cruzar el camino de riscos y precipicios, sólo que esta vez aconsejó a la persona equivocada —Géminis explicó.
—No tendría que hacerlo si fueras más flexible con las personas que buscan servir a Atena. Esos chicos viajan desde lugares lejanos, incluso algunos abandonan a sus familias buscando una oportunidad, ¿y qué es lo que haces tú? Le cierras las puertas en las narices— espetó Souva con el ceño fruncido.
—Ninguno de los individuos de los que hablas mostraron una actitud apropiada. No han sido más que chiquillos que creen que aquí tendrán una vida fácil, un techo y comida. Se ha desperdiciado mucho en esas oportunidades, como tú las llamas.
— Patriarca, usted siempre ha elogiado mi capacidad de encontrar el potencial latente de los reclutas—aclaró Souva, ofendido por las palabras de Albert—, muchos de ellos lograron convertirse en excelentes santos.
—Y tuviste razón respecto a este último, no lo negaré —intervino Albert—. El chico tiene habilidad, la suficiente para ser un peligro. En su inofensivo aspecto se oculta el asesino perfecto.
—¿Asesino? —repitió Shiryu.
Escorpio sacudió la cabeza con fastidio— Albert, dile al Patriarca la verdad, ¿qué es lo que viste en la mente del chico que te asustó tanto? Tal vez si dejas de actuar como un engreído hasta yo te daré la razón, anda— exigió, recordando los eventos de aquella noche.
—Créeme Souva, una parte de mí creyó que podría estar malinterpretando lo que percibí, pero los hechos hablan por si mismos — mostró un libro que había mantenido bajo el brazo hasta entonces—. Tras mi investigación puedo defender mis motivos y estos son indiscutibles.
—¿Cuándo dejarás de parlotear e irás al punto? —Escorpio miró con interés el malgastado ejemplar de pasta azul que el santo de Géminis sujetaba.
De las hojas amarillentas sobresalía un cordón como separador, mismo que Albert de Géminis empleó para abrir el libro con cautela.
— Creyendo que mi habilidad me permitiría confirmar la inocencia del prisionero, el sondeo mental sólo terminó por condenarlo. Descubrí un oscuro secreto que se remonta a su nacimiento. Él desciende directamente de la familia Mizuki, la cual antiguos escritos aseguran son una familia oriental al servicio del Emperador de los Mares desde épocas remotas.
Sabiendo que el Pontífice era incapaz de comprobar la veracidad de los textos, Albert Albert le tendió el libro al santo de Escorpio, quien lo tomó con brusquedad.
Los ojos de Souva se movieron sobre las letras griegas hasta que encontró algo relacionado, leyendo:
—…Y cuando la ira del dios de las mareas y el océano se desató sobre sus tierras, los reyes de oriente decidieron ofrendarle y someterse a su voluntad. Sacrificaron entonces a la luna en su nombre, y todos sus hijos quedaron consagrados a servirle por la eternidad… —detuvo la lectura, cerrando el libro con fuerza—. No puedes hablar en serio…
—A mi me convenció —aclaró el santo de Géminis —. Aunque se trate de una trascripción, su valor es absoluto.
El Patriarca sabía lo mucho que Albert pasaba en la biblioteca del Santuario. Adquirir conocimiento siempre ha sido su obsesión, siendo capaz de almacenar libros enteros en su cabeza y hasta memorizar sus ilustraciones.
—¿Entonces es eso? ¿Descubriste que sirve a Poseidón y está aquí para asesinar al Patriarca? ¡¿Por qué demonios no lo dijiste entonces?! —reclamó molesto, intuyendo que tal información se lo había reservado para hacerlo parecer un idiota ante el Patriarca.
—No exactamente. La verdad es que el muchacho no tiene conocimiento de esto — confesó con indiferencia.
Para Escorpio, escuchar tal cosa avivó una ira indescriptible en su ser.
—Albert, ¿estás diciendo que deliberadamente enviaste a ese joven a Cabo Sunión sabiendo de su inocencia? —el Patriarca frunció el entrecejo con total desaprobación.
—¿Qué pretendías con tal disparate? — exigió saber Souva, compartiendo el mismo sentir del Patriarca.
—Mi señor —Géminis se arrodilló ante el Sumo Sacerdote, aceptando de antemano cualquier castigo si es que en verdad merecía recibir alguno—, el muchacho dice querer servir a Atena. Aunque posea todo lo necesario para lograrlo, creo de corazón que esa decisión es algo que debe ser tomada por nuestra diosa —explicó, sin intenciones de disculparse.
— Enviándolo a Cabo Sunión podremos comprobar varias cosas. En primer lugar la autenticidad de su fortaleza, no sólo de cuerpo sino también de espíritu; el que continúe con vida es admirable. La segunda, si su herencia es verídica y Poseidón es quien interviene para abrigarlo bajo su manto, no tendremos ningún altercado con la frágil diplomacia que mantenemos con el reino submarino; estaríamos ayudando a que el joven Sugita cumpla con su verdadero destino. La tercera, si aún ocurriendo lo anterior, él rechaza voluntariamente la ayuda del Emperador del Mar, demostrará que su corazón y alma están consagrados a Atena como ha jurado —pausó unos segundos en los que miró el semblante del Patriarca—. Sé que es una prueba cruel, mas sigo creyendo que fue la decisión más acertada. Mi único propósito es librar al Santuario de problemas innecesarios, y al tratar con el dios del mar se debe actuar con extrema precaución.
Sabiendo que Souva protestaría, Shiryu lo impidió al ponerse de pie, una acción que obligaba a ambos a guardar silencio. En el rostro del Patriarca había una sola resolución.
—Albert, liberarás al muchacho en este instante —ordenó, sin esperar objeciones.
— P-patriarca, ¿acaso no escuchó…? —el santo de Géminis balbuceó, consternado—. ¿Piensa ignorar mis advertencias?
—Es inadmisible —aclaró Shiryu con desilusión—. A lo que tú llamas prueba, yo lo considero tortura. Intenté comprender tus razonamientos, pero en el momento en que admitiste conocer la inocencia del prisionero me fue imposible. No me interesa si es o no un sirviente del emperador Poseidón, lo liberarás, ahora —repitió.
—Patriarca… Yo… —Albert permaneció acuclillado, oprimiendo sus puños con fuerza extrema.
—¡Señor Albert! —tal grito atrajo la atención de los tres hombres, quienes vieron a un soldado irrumpir en el salón sin respetar el protocolo. Presuroso, el soldado se hincó al pie de la escalera, esperando el permiso de algunos de los señores ahí reunidos para hablar.
El santo de Géminis se levantó, mirando al soldado a quien no podía recriminar nada, pues él mismo le dio una orden estricta.
—Señor, recibimos una señal de alerta, algo ocurrió en Cabo Sunión.
Souva se mostró sorprendido y preocupado.
Shiryu por su parte permaneció tranquilo, expectante, como si pudiera ver lo que aconteció en dicha prisión—. Souva, Albert, vayan de inmediato —les pidió, volviendo a sentarse en el trono—. Deseo conocer a ese muchacho, tráiganlo ante mí.
—De inmediato —respondió Souva apremiante, siendo el primero en marcharse olvidado la debida reverencia, algo que Albert desaprobó antes de seguirlo sin prisa alguna.
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Recorrer los páramos del Santuario también despertaba una abrumadora nostalgia en Seiya de Pegaso. Él solía aprovechar ciertas tardes en las que los entrenamientos terminaban a temprana hora para caminar por ahí sin demasiadas interrupciones, pues en el Santuario admiraban a los santos que lograron sobrevivir a la última guerra santa, sobre todo al gran héroe que desafió a los dioses en nombre de Atena.
La popularidad es algo que Seiya habría gozado hace mucho tiempo, pero ya no era el chiquillo arrogante que solía ser.
Una galería de recuerdos se pintaban a su alrededor conforme avanzaba por las zonas donde solía entrenar bajo la instrucción de Marin; recapituló varias de sus enseñanzas como si estuviera escuchándolas de la voz de la amazona; recordó las veces en las que Aioria transitaba por el campo de entrenamiento dando palabras de aliento a los aprendices que perdían la confianza en si mismos.
La caminata lo llevó hasta el Coliseo al que decidió entrar para proseguir con el recorrido de memorias. El edificio, restaurado como el resto del Santuario, conservaba el aspecto rústico de siempre, una estructura firme capaz de resistir combates sin paragón, así como albergar a una gran multitud en sus gradas.
Se paró en medio de la arena, siendo el sitio en el que se decidió quién sería el nuevo regente del Santuario.
Recordaba a la perfección esa tarde en la que le hicieron una propuesta que sacudió su mundo entero…
—¿Escuché bien? ¿Quieren que yo sea el Patriarca? —Seiya repitió más asustado que incrédulo ante la inesperada petición.
Con la noche subiendo por la bóveda celeste, nueve de los diez santos de bronce de su generación se habían reunido en el centro del Coliseo. Después de algunos años de búsqueda, estudio, trabajo y reorganización, era justo que alguien tomara el liderato que se requería para llevar al Santuario por buen camino.
—No es que me guste del todo la idea —se apresuró a comentar Jabu, santo de Unicornio, con un gesto cínico—, pero hay algo que nadie aquí pone en duda Seiya, y es el que tú eres el guerrero más fiel a Atena. Todos tus méritos y hazañas te convierten en el candidato más apropiado— no le costó admitir—. Te lo has ganado.
Ichi, santo de Hydra, asintió repetidas veces antes de agregar—: Sin mencionar que de entre todos nosotros eres el más fuerte de la orden.
—Muchachos—musitó Seiya, quedándose sin palabras. Le sobrecogió la confianza con la que sus camaradas lo miraban—... Yo… realmente no sé qué decir.
—Sencillo, di que aceptas. Estamos dispuestos a seguirte a dónde sea —aclaró Shun con entusiasmo—. Estoy seguro que la misma Atena lo aprobaría.
El santo de Pegaso se llevó las manos a la cintura, meditando un poco sin mirar a nadie en particular.
—Amigos… de verdad aprecio su voto de confianza, pero vamos, ¿realmente me quisieran de Patriarca? —los cuestionó sonriente y la vez avergonzando por tanta atención—. Ustedes saben cómo soy, imprudente, nada paciente y muy impulsivo.
—Y te faltó decir testarudo y creído —agregó Jabu medio en serio medio en broma.
—El punto es—Seiya prosiguió aun cuando le temblaban las cejas por la indignación que le causó el comentario del santo de Unicornio—, que no es así como el Patriarca del nuevo Santuario debe ser. En mi opinión, cualquiera de ustedes serían mejores candidatos que yo.
—Seiya, no estarás intentando evadir las responsabilidades del título, ¿verdad?—inquirió Hyoga de pronto.
Aunque no lo admitió ese día, Seika, su hermana, fue un punto importante para tal decisión. Después de tanto tiempo añorando su presencia, finalmente se habían reencontrado; si se convertía en Patriarca mucho de eso cambiaría…
Pero por encima de su vida personal, estaba ese otro problema al que no ha podido encontrar solución. Los extraños espasmos que sufría por un intenso dolor en el pecho salido de la nada que casi lo han hecho desmayar. Un secreto que ha mantenido oculto para todos, considerándolo un defecto que en tiempos de guerra le podrían ocasionar una muerte prematura en el campo de batalla. Si algo llegara a ocurrir en el futuro, su delicada condición sería un estorbo y pondría a muchos en peligro.
—No es eso —mintió, sin poder engañar a los santos de Cisne y Unicornio—, pero si realmente confían en mí como para aceptarme como el nuevo Patriarca, debo hablar con sinceridad y admitir que no me siento capacitado para ello —confesó, sin un atisbo de pena—. Por favor entiendan, no quiero defraudarlos, pero los cimientos de la nueva orden deben ser fuertes, se necesita a un hombre reflexivo, sabio y extraordinario que esté por encima de los demás liderando con justicia —explicó a los ocho hombres que lo escuchaban con suma atención —. Si me lo permiten, desearía postular a este gran guerrero para llevar el título.
Shiryu se sorprendió al sentir que el santo de Pegaso posó su mano sobre su hombro izquierdo —… ¡Pero Seiya…!
—Seamos francos, ¿hay alguien aquí que se atreva a negar que Shiryu es el candidato por excelencia? —Seiya cuestionó al resto, quienes inmediatamente callaron por el inesperado giro de eventos—. Posee la sabiduría del maestro Docko de Libra al haber sido su mejor alumno; es portador de Excalibur, la espada de la justicia, la que se dice ser el arma que Atena entrega únicamente a su santo más fiel; es nuestro inseparable camarada y todos conocemos su noble corazón. Ha luchado arduamente a nuestro lado superando dificultades únicas y por la cual se ha ganado nuestra admiración. Si Shiryu fuera el Patriarca estoy seguro que las cosas funcionarán increíblemente bien —lo alentó, sin soltar su hombro —. ¿O es que acaso todo lo que he dicho son mentiras, Shiryu? ¿Te he estado sobrestimado todos estos años?
—Seiya, es un honor que hables así de mí y me tengas en tal alta estima—respondió el santo de Dragón, cuyos ojos permanecían cerrados—. Pero lo cierto es que considero que es tuyo el derecho de ser el representante de Atena en la Tierra, pues has sido tú quien llevó a cabo cada milagro que salvó su vida. Nos diste valor en cada una de nuestras batallas, fuiste la razón por la que muchos continuamos luchando en un intento por no quedarnos detrás de ti. Nos impulsaste a llegar tan lejos… me entristece que no puedas ver eso. Pero si tú me lo pides, confiaré en ti. Y si el resto está de acuerdo, me honraría aceptar el cargo.
—Son palabras como esas por las que mereces el trabajo— se alegró Seiya—. No iré a ninguna parte compañeros, deseo que el sueño de Atena se cumpla tanto como ustedes.
—Sabía que te encontraría aquí —Seiya escuchó repentinamente una voz ajena que rompió las imágenes del pasado que se recrearon dentro del Coliseo para él. Recuperó el sentido del tiempo en cuanto la esbelta silueta de la amazona de Ofiuco apareció entre las gradas, saltando hacia el círculo de arena.
En otros tiempos, las apariciones de Shaina significaban problemas y peleas. Impulsada por costumbres violentas de épocas remotas que obligaban a las amazonas a decidir entre matar a un hombre o amarlo si este veía su verdadero rostro, Shaina lo persiguió con un único propósito.
Sin embargo, ahora podían encontrarse frente a frente y sentir alegría, pues no existían barreras que les impidiera acercarse. Todas esas asperezas del pasado desaparecieron, la timidez de la juventud no existía.
Shaina se abrazó al santo de Pegaso, dándole así la bienvenida después de sus días de ausencia. Ella permaneció contra su pecho, mirándolo a los ojos.
—Ya era tiempo de que regresaran —dijo ella sin temor a ser descubiertos en su momento romántico —. ¿Todo está bien?
El santo asintió—. Ya sabes cómo son estas cosas. Para mantener las buenas relaciones con las demás naciones se necesita de este tour diplomático de vez en cuando. Shun te envía saludos por cierto.
—Parece que no hubo contratiempos, me alegra.
—¿Cuándo los hay? —dijo él, sonriente—. ¿Cómo la pasaron sin nosotros por aquí?
—Nada fuera de lo ordinario, hay muchos líos cuando juntas a muchos niños en el mismo lugar, pero nos las hemos arreglado. La enseñanza se me da muy bien y lo sabes —le palpó el rostro con cuidado.
—Hay cosas que jamás cambiarán aquí pese a que lo hemos intentado —Seiya buscó retirar la máscara que escondía el rostro de la mujer, mas la amazona retuvo su mano con sutileza.
—Hay ciertas tradiciones que deben conservarse. De por si es difícil que estos chicos se concentren, las mujeres pueden ser una distracción más —explicó—. Aunque, los pequeños cambios también son buenos —apartó la máscara plateada ella misma—. Y los hemos sabido aprovechar, ¿no es cierto? —enganchó sus brazos alrededor del cuello de Seiya para besarlo con ternura.
Su relación no era un secreto, pero se intentaba que las intimidades personales entre santos y amazonas se llevaran a cabo con discreción.
Seiya de Pegaso correspondía los sentimientos por los que la amazona arriesgó numerosas veces su vida. Fue un proceso lento, Shaina no lo dejará mentir, pues en el corazón del santo de Pegaso siempre existirá un espacio en el que su amor por Saori Kido era absoluto.
Mas la vida debía continuar, es lo que muchos le aconsejaron conforme pasaban las estaciones. Compartir el lecho con una extraordinaria mujer como lo era Shaina es algo que muchos envidiarían.
—Demasiado bien —respondió él hasta que sus labios se separaron. Tomados de la mano se encaminaron hacia las gradas donde tomaron asiento.
—¿Volvieron con las manos vacías? —preguntó Shaina, interesada por la auténtica razón por la que Seiya y Shiryu partieron.
—Temo que sí —musitó después de un rápido bostezo—. Hyoga, pese a ser el único maestro de cristal, no tiene ninguna pista sobre el paradero de la cloth dorada de Acuario. Creímos que la tendría bajo custodia ya que entrena a varios jóvenes en Asgard.
—En ocasiones las cloths son caprichosas, seguramente ha encontrado a alguien digno, alguien a quien Hyoga ha pasado por alto.
—Eso lo entiendo. Lo mismo pasó con Shun, tampoco sabe nada al respecto, nos prometió que contactaría a Ikki para pedirle su ayuda, pero incluso en estos tiempos Ikki prefiere permanecer independiente y distante en alguna parte de África. Y ni siquiera Kiki, quien es el candidato ideal para Aries y el maestro de Jamir, conoce el paradero del resto de ellas.
—Aries, Leo, Virgo, Libra, Acuario y Piscis… seis cloths desaparecidas, seis santos ausentes —contó nuevamente Shaina conforme observaba las estrellas—. Podría decirse que el Santuario posee únicamente la mitad de su verdadera fuerza.
—Es extraño que las armaduras hayan decidido buscar a otros candidatos fuera del Santuario. ¿Acaso nuestros esfuerzos pasan desapercibidos para ellas? Los jóvenes que instruimos para servir a Atena deberían ser la primera opción, ¿no lo crees?
Shaina lanzó una risita al cubrirse ligeramente los labios—. No intentes resolver todos los problemas a la vez, Seiya. Las cloths saben bien la clase de personas a las que quieren de su lado, poseen una experiencia milenaria para juzgar las almas de los mortales. En ocasiones pueden aceptar sugerencias y se permiten ser cedidas a jóvenes que el Patriarca cree justos, pero otras impondrán su voluntad. ¿Por qué es tan difícil de entender?
Justo antes de que Seiya respondiera, un destello fugaz cruzó el cielo nocturno. La radiante cola del cometa marcó con claridad su trayecto en el firmamento.
Seiya se alzó de inmediato, sabiendo que al final de aquel camino se rebelaría la identidad de un nuevo santo de Atena.
—Por la trayectoria, todo indica que será cerca de aquí —calculó la amazona una vez que volviera a cubrir su rostro.
— ¡Es una estrella fugaz!
— ¡Sí, salió de los aposentos de Atena!
— Caerá cerca, ¿a dónde se dirige?
Exclamaban los habitantes del Santuario que fueron testigos del nítido resplandor que surcó por entre las demás estrellas.
Albert se aproximó a los centuriones que dejó custodiando la prisión desde la costa. Estos le explicaron cómo es que un rayo de luz cayó sobre la cárcel, iluminándola como si el mismo sol estuviera dentro de ella por unos segundos hasta que la oscuridad volvió a reinar.
—Debido al violento oleaje no pudimos acercarnos para ver la condición del prisionero —terminó de decir el guardia—. El señor Souva escuchó esto y enseguida se marchó.
Albert mantuvo silencio, cerró los ojos unos segundos, tratando de localizar la mente del niño del que ya conocía su sintonía mental. Se intrigó al no detectarlo, mas no se apresuró a sacar conclusiones, seguramente debía estar inconciente. Miró hacia el lugar donde la celda debía encontrarse, cubierta en ese momento por el océano. Levantó un poco más la barbilla, fijando los ojos en las ruinas que se encontraban sobre la prisión, decidiendo ir hacia allá.
Con algunos segundos de ventaja es que Souva arribó al lugar al que Albert no tardaría en llegar.
Siguiendo el resplandor, el santo de Escorpio se detuvo al confirmar cómo es que el cuerpo del joven se encontraba protegido por una armadura dorada. Sugita yacía en el suelo, boca abajo y completamente inmóvil.
Tras un paso más que dio el santo de Escorpio, la armadura de oro brilló nuevamente y se separó pieza por pieza del muchacho, uniéndose en la forma que revelaba su signo guardián.
Souva se inclinó sobre el inconsciente chico, colocando la mano sobre su espalda en espera de sentir el bombeo de su corazón.
—¿Cómo está? —apareció Géminis de entre las sombras de los pilares.
—Sólo está desmayado —Souva suspiró aliviado.
Albert avanzó hasta que su rostro se reflejara en la superficie del tótem dorado—. Así que Capricornio —murmuró para si mismo—. Un rango demasiado alto para un principiante— pensó intranquilo y hasta molesto.
—Ya estarás contento, ¿no? ¿Es suficiente prueba para que lo dejes tranquilo? —inquirió Escorpio, cargando en hombros al joven.
—Soy un hombre que cumple sus promesas —respondió con desdén—. Pero eso no evitará que mantenga un ojo sobre él —pensó, todavía desconfiando.
—Como sea— Souva miró con seriedad al santo de Géminis—. Voy a advertirte esto una única vez, Albert— aclaró antes de marcharse—: yo tomaré al chico bajo mi protección. Dejarás a un lado tus tontos libros y omitirás todas tus investigaciones, ¿quedó claro?
Albert miró hacia el océano, guardando silencio. No pensaba discutir con Souva ahora.
—Pero —continuó el santo de Escorpio—… si todo lo que dijiste llegara a ser verdad… te juro que yo mismo me encargaré de él. Hasta entonces, lo tratarás como al resto de los demás.
—Es de las pocas veces que te escucho decir algo racional. No olvides tu promesa, Souva —musitó Géminis—. Mas no te confundas, aceptaré lo que hoy ha ocurrido pues ha sido la voluntad de la armadura quien escogió a este niño… Ya veremos qué es lo que opina Atena al respecto una vez que lo conozca.
FIN DEL CAPÍTULO 03
*Mizuki: (Mi: Bella, hermosa/ zuki:Luna)
Aquí el diseño más actualizado de:
El diseño más actual de SOUVA DE ESCORPIO
Editado por Seph_girl, 17 abril 2020 - 13:48 .