Muchacho, que bueno ver que avanzas en esto de un modo u otro XD
Te lo agradezco =3, que gastes algo de tu tiempo leyendo mis ocurrencias XD jajaja y sobretodo que las aguantes (hasta ahora)
Sobre la pronunciación de "Sugita = Suyita" pues para mi es así... el dia que descubra lo contrario, te informo jajajaja xD
Todavía hay muchos personajes que van a aparecer.
ALBERT tiene ese nombre no por ALBERT CAMUS, y si le puse un libro en su ficha es porque es un ratoncito de biblioteca (cuando vi a Degel en Lost canvas dije 'diablos....', pero lo hecho hecho ya estaba XD)
Y... creo que en el primer episodio no dije que signo es SOUVA, pero te aseguro que Acuario no es, a ese lo conoces en el episodio dos.
Bueno, se me juntaron dos meses asi que traigo dos episodios XD
Tendré que hacer doble post por la organizacion, asi que no se molesten XD
*********
Hace 13 años, en el desierto del Sahara.
El viento silbaba frenético e imparable sobre el desierto. El cielo de la noche se perdía entre nubarrones de arena que azotaban las viviendas y carromatos de la caravana que aparcaba junto al oasis.
El sonido del aire se confundía con lamentos de alguien que sufría de terribles torturas.
Una niña que dormía dentro de uno de los carromatos junto a su familia, se despertó asustada y sudorosa por los gritos de agonía que lanzaba el desierto sobre ellos.
Valientemente, optó por encogerse en la esquina donde había echado sus cobijas para dormir.
Allí permaneció, silenciosa en la oscuridad, acongojada por todo sonido y el crujir de la madera de todo el vehículo.
—Eh, Yumma ¿no puedes dormir? —escuchó de una vocecilla traviesa. Una débil vela se encendió momentos después, iluminando tenuemente la vivienda.
La mano de su hermano mayor sujetaba el fuego, mientras sus padres dormían plácidamente un poco más allá junto a los barriles de agua.
La niña morena negó con la cabeza, abrazándose a si misma mientras las numerosas trenzas de su cabello oscuro se sacudieron.
—¿Tienes miedo? —Hasan, quien sólo era mayor por dos años, preguntó con un gesto adormilado.
Yumma negó nuevamente, ocultando su temor, pues le molesta que Hasan se burle de ella.
—Bien, entonces ¿quieres que te cuente una historia para que puedas volver a dormir? —se ofreció, gateando hasta llegar a donde Yumma quien alzó los hombros con indiferencia.
Volteó para asegurar que sus padres continuaran durmiendo, comenzando el relato con voz baja— ¿Has escuchado la historia del príncipe olvidado del desierto? —Yumma volvió a mover la cabeza de arriba hacia abajo, logrando que Hasan sonriera—. Me tocó escucharla una vez, junto a la fogata. El viejo Dakarai contó que hace mucho mucho tiempo, cuando las pirámides eran nuevas, un príncipe levantó un ejército para hacerse del poder del rey. Devastó ciudades, aniquiló en su totalidad a las tropas reales y a toda persona que no se inclinó ante él —adornó el relato con movimientos de manos y brazos, imitando los ajetreos de espadas, escudos y lanzas.
Yumma siempre ha sido fácil de impresionar, por lo que las densas sombras dentro de la vivienda cobraron vida y pintaron escenarios escalofriantes.
—Cuando estaba a punto de tomar la ciudad principal y asesinar al rey, un bravo guerrero de otras tierras apareció, venciendo al príncipe y diezmando a su feroz batallón con un soplido de su fuerza —sus labios emitieron el sonido de una explosión.
Yumma sonrió ante la aparición del héroe en la historia, mostrándose entusiasmada— Así se logró la paz y la calma una vez más. Pero la historia no termina ahí, no ¿Qué crees que sucedió con el príncipe?
Yumma pronunció un leve— No lo sé…—descartando su mudez.
—El príncipe recibió un duro castigo, fue enterrado vivo en algún lugar oculto de este desierto. Su espíritu errante se encuentra atado a él.
Yumma comenzó a encogerse de nuevo, apretando los labios para no gritar— Las tormentas de arena son una forma en la que el desierto acalla sus gritos de auxilio, su agonia y furia… Por eso, cuando el viento sopla así creemos escuchar llantos y lamentos. La verdad es que es la voz retumbante del príncipe que exige ser liberado… —se inclinó a su hermana, bajando la voz todavía más—. Y se dice que un día él volverá tan hambriento, que lo primero que querrá comer es la carne de pequeñas niñas que merodeen por sus dominios…
Un inesperado y sonoro grito hizo saltar al matrimonio de su colchón. Retiraron con prisa las mantas sólo para correr hacia Yumma quien lloraba escandalosamente, mientras Hasan reprimía su risa detrás de unas cajas de víveres.
—¡¿Hasan, qué has hecho?! —recriminó el padre, reconociendo bien la travesura de su hijo—. ¿Cuántas veces tendré que decirte que no alteres así a tu hermana? Es malo para su salud y lo sabes —lo sujetó por el brazo para sacarlo de su escondite.
La madre consolaba a la pequeña que preguntaba una y otra vez si la historia era verdad o mentira.
—No fue mi intención padre, Yumma no podía dormir, yo únicamente le conté un cuento, no es mi culpa que sea una miedosa —renegó Hasan, no temiendo a los golpes que de seguro recibirá de su padre.
El viento continuaba golpeando el toldo del carromato y las ventanas tableadas. De pronto, el aullido del viento se transformó en verdaderos gritos de agonía. La familia escuchó un gran barullo en las afueras. Los animales mugieron y relincharon histéricos. Sonidos de maderos estallando los conmocionó. Las aguas del oasis convertidas en olas que rompían contra la orilla los hizo temblar.
Hasan buscó refugio inmediato junto a su madre quien lo abrazó presa del pánico.
El hombre caminó despacio hacia una de las ventanas, quitando el seguro, alzando ligeramente la protección para mirar por una delgada fisura. En el exterior todo era un caos, incluso pudo distinguir algo de fuego en la vivienda de enfrente. Vio a muchos de sus amigos y socios correr despavoridos, estos caían al suelo machacados por una fuerza invisible que destrozaba sus cuerpos y los mataba al instante. El viento levantaba el fluido carmesí de los despojos, convirtiéndolos en hilos que subían y se unían para formar esferas de sangre.
El hombre sudó frío cuando una silueta tenebrosa apareció caminando por encima de los cadáveres, la misma que reunía la sangre que se acumulaba alrededor de las dos alas demoníacas que crecían de su torso.
Cayó de espaldas cuando el fulgor rojo de esos ojos lo encontraron. Se arrastró hacia su familia a la que abrazó en un intento por protegerla, mas sabía bien que no tendría ninguna oportunidad.
Mas ese hombre no tuvo que probar su valía. El carromato fue comprimido por una fuerza sobrenatural que trituró todo lo que había en su interior. Debajo de los maderos y restos, emergió el fluido vital, formando otra esfera escarlata.
Todo el caos se desvaneció en cuanto el viento dejó de silbar. Se despejó el cielo, pero la luna permaneció oculta, tal vez por miedo al escenario bajo ella.
La ensombrecida entidad contempló complacida la cantidad de sangre que ha recolectado, vanagloriándose de ello. Sus alas se batieron un par de veces para emprender el vuelo, perdiéndose en la oscuridad.
Capitulo 8
Lazos
Grecia, Santuario de Atena. Tiempo actual.
—¡No peleen más! —se impuso el pelirrojo, clavando miradas iracundas a los extranjeros. Sieg se plantó entre las fuerzas defensoras e invasoras del Santuario—. Santos de plata, les suplico que dejen que me encargue de esto —pidió, de espaldas a los guerreros plateados.
Los aludidos se exaltaron, siendo el Centauro quien alzó la voz en medio de carcajadas— Un pobre novato como tú debería saber cuál es su lugar… Apártate maldito inconsciente, que si no, te quitaré yo mismo… —los pocos pasos que dio fueron torpes, y no pasó desapercibido por nadie.
—Inconsciente sería dejarte continuar peleando —añadió Sieg, apartando su respeto e interés en el plateado—. Escuchen guerreros de Asgard, ¿cuál es el significado de este atropello? ¿Acaso Odín los ha enviado a iniciar una absurda guerra santa, o las estepas de hielo se han vuelto insípidas y están actuando por cuenta propia? —encaró con frialdad a Sergei y Aifor quienes se pusieron de pie y sostuvieron la fuerte mirada de su compatriota.
El impaciente y tuerto Centauro bien pudo extender su cosmos y reanudar el combate, mas el sensato Vergil ya lo había detenido al aparecer frente a él. La condición de Nimrod era crítica, pero su orgullo y coraje le impedían darse cuenta de lo cerca que estaba de morir.
—Después de tanto tiempo, ¿así es como nos trata, comandante? —el joven manipulador de fuego y hielo se limpió el rostro, dejando ver claramente su cara joven y bonachona.
La amazona de Perseo cubrió su rostro con una máscara provisional, la misma que utiliza cuando no porta la cloth de plata.
Al revelarse el vínculo del aprendiz con los invasores, Elphaba miró rabiosa a Sieg. La traición es algo que no toleraba.
Ahora sabía que se trataban de dioses guerreros de Asgard, la misma orden de guerreros sagrados que su maestro Seiya y amigos enfrentaron años atrás. ¿Por qué estarían realmente en el Santuario?
—Dejé de ser su comandante hace tiempo, y sólo por eso es que les daré la oportunidad de explicarse, Sergei de Ariotho —miró acusadoramente al de ojos salvajes—, Aifor de Merak —y al joven cuyo brazo se mantenía petrificado—, no me obliguen a pelear contra ustedes —les advirtió seriamente.
—No habrá necesidad de hacerlo —aclaró la pacifica voz que desconcertó a los ahí reunidos—. Guerreros Sagrados, agradezco su asistencia —dijo el recién llegado Patriarca para sorpresa de sus guerreros.
Tanto santos como guardias y aprendices que permanecían en la zona se consternaron al ver al Patriarca apareciendo junto a sus maestros y algunos santos dorados.
Sergei y Aifor cruzaron un brazo sobre el pecho e inclinaron levemente la cabeza, dejando toda hostilidad a un lado.
—¿Pero qué…? —calló Sieg cuando el Patriarca le tocara el hombro suavemente.
—Descuida, todo está bien —Shiryu buscó tranquilizarlo—. Por favor, encárguense de los heridos —pidió Shiryu a los maestros que se separaron para confortar a sus alumnos abatidos, mientras los tres santos de oro vigilaron a sus camaradas de plata.
También apareció un pequeño grupo de amazonas con algunos suministros médicos. Fueron hacia aquellos que necesitaban de atención.
Entre dos chicas enmascaradas lograron sentar al Centauro y únicamente porque sus piernas fallaron es por lo que lograron darle acomodo en la rudimentaria camilla. Estaba totalmente adolorido por las serias quemaduras en su piel, y no había muchas esperanzas para su ojo derecho.
Elphaba se negó a la atención de una de ellas, pero hasta que su maestro le recriminó con un gesto autoritario, es que se abstuvo de interferir.
Vergil fue el que cayó instantáneamente a los brazos de otras dos mujeres al sentirse desfallecer por el dolor asfixiante en su pecho.
El Patriarca permaneció con los tres asgarianos un poco más, siendo Aifor quien sintiera un poco de remordimiento al ver a los plateados heridos y dijera— No era nuestra intención llegar a tanto… Lo sentimos.
—Nada de eso, soy yo quien debe disculparse. Lamento mucho haberlos puesto en esta situación que, aunque drástica, fue reveladora —no había resentimiento en la voz del Patriarca, sino la misma actitud amable y honesta que lo volvían querido en las tierras de Odín—. Aifor, has crecido bien, no tenía idea de que Hyoga pudiera ser tan buen maestro.
—Gracias por el cumplido, pero aún me falta mucho. Le agradezco por la oportunidad de probar mis habilidades fuera de Asgard, fue toda una experiencia —respondió el joven sin demasiado alarde.
—Sergei, mi amigo —el rostro aguerrido del guerrero de Épsilon era otro cuando trataba con el Patriarca, tan humano como el de cualquiera de los que estaban por allí—, no me equivoqué contigo cuando nos conocimos en Rusia, eres un buen sucesor a tu estrella guardiana. Disculpa si fue rudo para ti...
—En lo absoluto —respondió el guerrero divino con un respeto genuino hacia el hombre que le había salvado la vida en el pasado—. Pero ¿qué pasará con Aullido? —se mostró preocupado por su compañero cuadrúproblema.
—Y también Elke —secundó Merak, observando hacia donde la estatua de su compañera continuaba de una pieza.
Shiryu dio media vuelta y se dirigió a sus tres santos de plata, quienes eran tratados para ser llevados al templo de curación.
—Espero y me perdonen caballeros —habló para ellos, buscando su atención—. Debo dejar las cosas en claro, pues fui yo quien pidió a los dioses guerreros que vinieran y atacaran el Santuario.
El Centauro sonrió sádicamente con los ojos cerrados, mientras que Elphaba permaneció muda y Vergil cuestionó débilmente la razón, ya que no alcanzaba a comprenderla del todo.
—Deseaba saber que tan bien nuestra gente podía responder a un atentado de esta índole, por lo que entre más real pareciera para ustedes, mejor sería su desempeño y el resultado… Sin embargo, estoy un poco decepcionado por la facilidad en la que tres guerreros pudieron superar las barreras del Santuario.
—Ah, yo los llamaría creativos, lo del hielo nunca se me hubiera ocurrido —comentó el animado Souva quien fue reprendido por los ojos acusadores de Albert.
Aifor se rascó la cabeza un poco apenado.
—Es deplorable la forma en la que fueron inutilizados… Mas eso ocurre cuando hombres ordinarios enfrentan a guerreros de elite —masculló Géminis con soberbia.
—Pero mi admiración permanece con ustedes tres, santos de plata —prosiguió el Patriarca—. Vergil, tu maestro puede estar orgulloso, has aprendido de él a utilizar tu fuerza y también a mantener un corazón noble palpitando en tu pecho, una cualidad de gran valor en un caballero estos días.
Cerbero sonrió débilmente, dichoso por saber que el Patriarca se sentía satisfecho con su labor.
—Nimrod, no discuto el gran poder que has labrado, me recuerdan a las terribles flamas del Fénix, por lo que eres un fuerte aliado. La potencia de tus llamas se alimentan de tus pasiones, pero debes recordar que la ira y el deseo no son tan fuertes como la justicia y el honor.
El santo del Centauro se tragó sus comentarios, no iba a discutir con el Patriarca, mucho menos en su deplorable estado y con una derrota manchando sus méritos.
—Y finalmente Elphaba, tu habilidad es indiscutible y tu poder tremendo. Eres digna protectora del tesoro de Atena, el escudo de Medusa. Seiya te ha enseñado bien —le sonrió en complicidad al Pegaso—, y por ello es que a partir de ahora te confío que seas la custodia de las puertas del Santuario. Un puesto que ocuparás una vez que sanen tus heridas.
Elphaba separó los labios sorprendida, pero no fue capaz de emitir palabra por unos momentos.
El corazón de Seiya bombeó con genuino orgullo, tenía una discípula extraordinaria.
—Gran Patriarca… no defraudaré la confianza que deposita en mí, ni tampoco a usted maestro —sonrió Perseo cálidamente a ambos señores del Santuario.
—Sé que harás un buen trabajo. Ahora, si no es mucho esfuerzo para ti desearía que desvanecieras el efecto de Medusa de nuestros visitantes ¿crees poder hacerlo?
Elphaba no dudó—Si el Patriarca lo ordena, así se hará —con claro sobreesfuerzo, la joven de tiesos cabellos negros cerró los ojos. Apareció un sutil destello verdoso alrededor de su armadura, haciendo reaccionar a la congelada máscara de Medusa. Los peligrosos ojos de la máscara se abrieron, liberando una tenue luz aguamarina de la surgieron dos pequeñas esferas (una por cada ojo) que sobrepasaron el cristal y sobrevolaron alrededor del lobo petrificado, cubriéndolo con un suave resplandor. Siguió la guerrera de Phecda y a los infortunados aspirantes a caballeros. Finalmente se encargaron del brazo de Aifor y de los vestigios de roca en las armaduras divinas de Ariotho y Merak.
No ocurrió una reacción inmediata, mas a lo pocos segundos, la dura capa de piedra comenzó a desmoronarse y los colores vivos volvieron a ser tocados por el sol.
Como si pudiera leer la mente de su joven amigo, Souva explicó a Sugita— Es la primera vez que lo veo, pero ya había escuchado que la amazona de Perseo logró dominar el poder de Medusa a niveles nunca antes visto. Desde la mitología, la Gorgona Medusa no tenía control sobre su propia maldición y poder, lo mismo ocurre con los santos de Perseo. Sólo hasta que ellos mueren es que la maldición se termina… pero parece que Elphaba proviene de una familia de antiguos hechiceros, por lo que puede darse el lujo de equivocarse y reparar su error ¿sorprendente, no lo crees?
Sugita sólo asintió un par de veces, maravillado por tal habilidad que le despertó una mezcla de temor y admiración.
Sergei se dirigió a donde su inseparable amigo volvía a la normalidad poco a poco, hincándose a su lado para confortarlo. El lobo respiró de forma agitada en su regazo, pero se encontraba ileso. Épsilon le acarició la cabeza con cuidado— Hiciste un buen trabajo amigo, lamento que hayas tenido que pasar un mal rato —le dijo, exponiendo una mirada suave.
El lobo alzó la cabeza y lamió un par de veces la mejilla de su amo.
Aifor y Sieg corrieron hacia Elke, mientras Souva y Sugita acudieron a sostener a los mareados y desorientados aprendices.
Elke se tambaleó hacia atrás cuando los brazos de Sieg la sostuvieron con fuerza, reteniéndola a su lado.
Los ojos de la guerrera de Phecda se abrieron un poco, reconociendo el rostro junto a ella al que llamó— ¿Freya… eres tú? —aturdida, la guerrera parpadeó con pesadez.
El que se hacia llamar Sieg en el Santuario asintió, logrando que Sugita se sobresaltara y mirara cuidadosamente al que desde el inicio creyó un hombre.
Souva chifló divertido mientras uno de los estudiantes se aferraba a su hombro.
—¿Eres una chica? —se le escapó decir al joven Capricornio, ruborizándose al saber que su pensamiento salió de forma indiscreta.
Aquella quien en Asgard respondía el nombre de Freya, asintió malhumorada— Supongo que no tiene caso seguir fingiendo con ellos aquí… —musitó con desgano.
—¿Una mujer? —se sorprendió Shaina al escucharlo de Shiryu.
Las amazonas partieron con los heridos hacia el templo donde recibirían tratamiento.
El Patriarca asintió para los ojos curiosos de Seiya y Albert quienes mostraban interés en el tema— Hará alrededor de dos años que la reina Hilda envió a Sieg ante mí, pidiéndome que le dejara entrenar en el Santuario y lo adiestrara un poco en las técnicas del dragón. Con el trato diario descubrí que no era lo que aparentaba, y cuando cuestioné sus razones me pidió que le permitiera continuar así, pues no deseaba recibir un trato diferente sólo por ser mujer.
—Es evidente que no tiene idea de lo duro que puede ser el entrenamiento de una amazona —agregó Shaina, claramente ofendida.
—Te ruego me disculpes Shaina, pero al tratarse de un favor especial no pude negarme.
—¿Tú lo sabías? —la amazona reprendió a Seiya quien, con la vista, trataba de encontrar el cuerpo de una chica debajo de los holgados ropajes con los que Freya escondió bien su identidad.
—¿Bromeas? Por supuesto que no —respondió el Pegaso, temeroso de la hostilidad que sentía de su mujer—. Pero de que Hilda la envió es cierto.
—Un dios guerrero de Asgard entrenando dentro de nuestras propias filas… —meditó Albert—. Con el debido respeto Patriarca, ¿acaso no ve la peligrosidad que puede implicar? ¿Por qué confía tan ciegamente en quienes fueron sus mortales enemigos en el pasado? Primero un marino y ahora dioses guerreros ¿qué seguirá?
—¿Un marino? —Seiya no estaba enterado de tal cuestión.
—Basta Albert, este no es el lugar para discutirlo —aclaró el Patriarca, girando el rostro hacia donde su santo dorado le miraba con oposición—, pero sabes bien que uno de los fundamentos principales de ésta nueva orden de caballería es la de mostrar hermandad y crear lazos diplomáticos con el resto de los guerreros que existen en el mundo… Esos fueron los deseos de Atena.
—Y lo entiendo, pero no acosta de… —Albert calló cuando el Pegaso respaldara al Patriarca, y con un gesto severo le recordara quién era él y quienes ellos.
Ante el abrupto silencio de Albert, el Patriarca prosiguió— Traten a los heridos y que todos se tomen el resto del día libre —ordenó—. Y les pido que traten a nuestros visitantes como invitados. Ya Shunrei debe tener listo sus aposentos ¿Seiya, me acompañas? —pidió conforme dio unos pasos, esperando que él le siguiera.
El Pegaso y el Dragón partieron sin séquito alguno, empezando su camino hacia el gran salón.
—Estás pensativo mi amigo ¿qué ocurre? —inquirió Shiryu deteniéndose en los peldaños. Sabía que el silencio de Seiya sólo era equivalente a la preocupación que lo embargaba en su momento.
—¿Yo preocupado? —repitió tras un respingo—. Debería preguntártelo yo a ti
El antiguo dragón sonrió en confianza para decir— Tú primero.
—Bien, bien —accedió, resoplando—, me molesta que Géminis se tome tantas libertades para hablar de esa forma, parece que olvida quién es el Patriarca aquí…
—Curioso, siempre he visto mucho de ti en Albert —siempre le ha molestado la comparación, por lo que fue intencional—. ¿Será eso por lo que le demuestras tan poca fe?
—Por favor Shiryu, ese no es el caso y lo sabes —añadió el Pegaso seriamente—. Si tuviera otra clase de comportamiento no sentiría ésta preocupación, pero cada vez que soy testigo de la forma en la que trata de imponer su autoridad, incluso por encima de la tuya es… —explicó frustrado, recuperando compostura casi al instante—. ¿Tú me entiendes no es así? No desearía ver que todo eso se repitiera nuevamente y terminaras como Shion.
—Sabes que te entiendo mejor que nadie… Es desconcertante que nuestro Géminis posea ese inquietante espíritu por el que se crean malentendidos. Sin embargo, descubrí que no por esas coincidencias es que debo desconfiar en Albert; el miedo infundido por lo que ocurrió en el pasado no debe controlar el futuro. Saga de Géminis fue responsable de muchos actos atroces, pero también debes recordar que al final fue un héroe, justo como el resto de los santos dorados. También, Albert fue mi discípulo desde temprana edad y por eso tengo confianza en él.
—Eso lo sé… —Seiya musitó no muy convencido.
Shiryu sonrió para agregar— Mi amigo, no te distraigas por detalles insignificantes, ya he tomado precauciones. No uso máscara ¿cierto? —reanudó su marcha.
—Ja- ja- ja eso no es gracioso —añadió Seiya arrugando la frente—. Tu turno —pues así fue el acuerdo que pactaron hace años, compartir todas sus mortificaciones, buscando hacer más llevaderos sus cargos dentro del Santuario.
Shiryu volvió a detenerse, inclinando el rostro hacia la calidez del sol, y sin más respondió— Comienzo a creer que estamos errando el camino por el que formamos a nuestros santos —confesó con tristeza.
—¿Qué estás diciendo? ¿Por qué dices tal cosa? —se extrañó el Pegaso—. No lo entiendo Shiryu, inculcar la disciplina, justicia y el honor han sido conceptos fundamentales para su formación. Se les da un propósito que los hace formar metas y sueños. Se vuelven hombres honestos y de bien… ¿qué es lo que está mal con eso?
—¿Se convierten en santos y después qué hay para ellos? —deseó escuchar de su compañero.
—Velar por las personas, por el Santuario, mantener la paz.
—La paz que Atena logró fue a base de guerras y sangre… —se giró Shiryu cuando el viento soplara en dirección al Pegaso—. La que respiramos estos días debe prevalecer pero no con la violencia como respuesta a todos los contratiempos… Y aún así, con lo que vi el día de hoy, descubro con pesar que muchos de nuestros guerreros más experimentados reaccionaron con alegría por el que invadieran nuestro hogar, con éxtasis por pelear con enemigos desconocidos, júbilo por la batalla sin cuartel…
Seiya dudó qué responder ante esas observaciones, pero al final habló— La actitud de Nimrod de Centauro no significa que todos terminarán o sean así.
—No lo digo sólo por él… —no deseó nombrar a otros— Le estamos dando poder a estos jóvenes, pero algunos llegarán a sentirse insatisfechos cuando lo obtengan. Se preguntaran qué hacer con el. Aplicarlo en la vida diaria es difícil y a la vez tentador... El conocimiento sobre el cosmos es vasto y bondadoso, pero únicamente en la batalla es que puede desatarse en su máximo esplendor… Estamos creando guerreros Seiya, no importa cómo lo veamos —sentenció cabizbajo el Patriarca.
—Shiryu… —no sabía qué decir para alentar a su camarada.
—Creo que ha llegado el tiempo en que los santos de Atena se involucren más con las personas y con el mundo —agregó inesperadamente el Patriarca con una sonrisa—. Y Rodorio es muy pequeño para ello —una idea comenzaba a vislumbrarse en su mente—. No sólo haremos el bien para ellos al filo de los conflictos, hay otras formas de pasar los días que en entrenamientos o meditaciones.
—¿Shiryu, qué planeas? —intentó saberlo, mas el Patriarca apretó el paso hacia su templo y debía hacer lo mismo para darle alcance..
Cayó la noche dentro del Santuario, el cielo despejado permitía un espectáculo estelar inspirador y de ensueño. Algunos de los habitantes abandonaron las barracas para admirar el panorama. Amigos se reunieron alrededor de fogatas en una improvisada cena. Algunos enamorados buscaban un lugar alejado y privado donde pudieran pasar un tiempo a solas.
Eran jóvenes, la bondad de los señores del Santuario les permitía tener ciertas libertades mientras se mantuviera el orden y cero exhibicionismo.
Desde la ventana, un joven asgariano mira fijamente hacia las oscuras formaciones rocosas, sobretodo hacia los puntos donde se alzan las fogatas que emiten luces anaranjadas, risas y diversión. Con gesto aburrido es que apoyaba su codo sobre el marco de madera, resoplando al escuchar la incesante charla que ocurría en el interior de la cabaña en la que les permitieron hospedarse.
Sin llevar su armadura divina, Aifor de Merak no era tan diferente a los chicos de allá afuera. Quince años (tal vez un poco menos) se reflejaban en la delgadez de sus músculos y sus gestos todavía algo infantiles. Su cabello largo se removió un poco por la gentil brisa nocturna que lo obligó a bostezar, bien podría quedar dormido allí mismo. Vestía ropas ligeras de colores rojos y blancos, con ciertos bordados oscuros muy propios de las tierras de Asgard. De su cuello colgaba una cadena de oro donde un dije circular colgaba a la altura de su diafragma.
Cansado del parloteo femenino de sus dos compañeras, Aifor silenciosamente se trepó a la ventana. De un movimiento sigiloso subió al techo de la vivienda donde ya se encontraba otro par.
—¿Les molesta si los acompaño? —dijo sonriente, acomodándose entre las vigas de madera del tejado inclinado. Aifor palpó la cabeza del lobo que en esos momentos se comportaba como si fuera un amigable perro casero.
Sergei contemplaba la luna menguante en el firmamento. Estaban tan lejos de casa que le provocaba nostalgia no encontrar las estrellas que suele admirar por las noches.
Pese a que posee un aspecto desaliñado por sus peculiares ojos dorados, el guerrero de Épsilon viste bien. Con un atuendo oscuro y azul ceñido al cuerpo, podría fingir ser hijo de algún noble.
El joven Merak vio los vendajes en los brazos de Sergei y preguntó —¿Te encuentras mejor?
Saliendo de su transe, el guerrero de Ariotho miró de reojo a su hermano asgariano— No es nada de lo que deba preocuparme, en peor estado terminaron los hombres del Santuario.
—Sí… creo que peleamos con mucho entusiasmo…
—Error — Sergei dijo precipitadamente, carente de remordimientos por sus acciones en batalla—, fueron ellos quienes lo hicieron así, obligándonos a imitarles. Nos habrían matado de haber podido, sobretodo la bruja con su poderosa magia.
—En eso no pienso discutir —Aifor se recostó sobre el tejado, siendo una invitación para que el cuadrúproblema se acercara para juguetear—, pero fue muy interesante. Lo que el señor Hyoga dijo sobre el Santuario es cierto, son guerreros sobresalientes. Me alegra seamos aliados y no enemigos… sería una lástima tener que enfrentarnos a gente como ellos en una batalla de verdad.
Sergei observó con atención a Aifor y a Aullido jugando como si pertenecieran a la misma camada. Ese cuadro lo hizo sentirse afligido por una memoria reprimida que intentaba materializarse frente a sus ojos, mas Sergei cerró fuertemente los parpados y extinguió dicha ilusión.
En el interior de la vivienda, las voces de dos mujeres se rehusaban a cesar. Ni siquiera se percataron de la discreta huida de sus otros compañeros.
Sobre una de las cuatro literas que había junto a la pared, la guerrera de Phecda se encontraba recostada, cuestionando a la pelirroja. Freya parecía un animal recién enjaulado, caminaba de un lugar a otro dentro de las cuatro paredes.
—¡No pienso regresar todavía y es definitivo! —repitió nuevamente, con los brazos cruzados.
Tras asearse, el rojo de su cabello se intensificó y las puntas de su bien peinada melena terminaban en un sutil rizo que realzaba lo fino de su blanco rostro. Sus ropaje, a insistencia de los suyos, volvían a ser los de una guerrera de Asgard: un uniforme ajustado color azul y mallas blancas.
—Sí que eres testaruda —comentó osada la mujer tras morder una jugosa manzana. Su aspecto denotaba algunos años más que los que poseía Freya, como si fuera una especie de hermana mayor de la misma—, pero qué podía esperar después de todo éste tiempo fingiendo de varón, incluso olías como uno —sonrió divertida, masticando con placer la fruta roja— Te diste una buena vida, ¿no es así?
—Sabes perfectamente que mi estancia aquí es para entrenar, y la señora Hilda lo aprobó —recalcó, arisca.
—Así es, pero lo que se convirtió en seis meses se volvió un año, y ahora dos, ¿crees que no hay cosas que hacer en casa? Además el Patriarca es un hombre muy ocupado, es tiempo de que dejes de ser una molestia —agregó con severidad—. Por otro lado, tu padre envejece cada día más, debes responsabilizarte de los asuntos de tu familia.
Ser hija única de una familia tan acaudalada siempre ha sido un peso que se esforzaba por sobrellevar. Y siendo mujer sus esfuerzos debían triplicarse para hacer honor al linaje familiar, sobretodo ahora que era la heredera legitima de grandes riquezas.
—¿No piensan dejarme otra salida verdad? —cuestionó, comenzando a resignarse.
—Es el momento ideal Freya, vinimos hasta aquí a cumplir con esta pequeña tarea, no nos marcharemos con las manos vacías —se levantó la alta mujer para encarar de cerca a su indecisa camarada—. La señora Hilda desea que vuelvas a casa, por tus padres.
A lo lejos, entre la oscuridad, un hombre vigila la cabaña. Estaba en su naturaleza ser desconfiado pese a que se le acusara frecuentemente de severo o paranoico.
—¿No crees que estás exagerando? —alguien le preguntó, apareciendo en las cercanías.
El caballero de Géminis observó al Escorpión trayendo consigo dos vasos de cerámica llenos de una bebida rojiza. Souva le extendió uno de ellos, aceptándolo.
Souva se sentó al filo del camino y bebió tranquilamente el ponche que le obsequiaron por ahí.
—No está demás tomar precauciones… Especialmente por si algún orgulloso plateado decidiera buscar un desquite.
—Comparto ese sentir —dijo el Escorpión, algo sorprendido por el que Albert pensara en eso y no en que los guerreros de Asgard tramaran algo—, pero no creo que Calíope les permita abandonar la enfermería hasta reponerse por completo, y tú sabes cómo es ella —añadió, sintiendo lástima por la pobre alma que se atreva a contradecir a la dichosa amazona—. Es una pena que no pudiéramos participar, me habría fascinado enfrentarme a la mujer —comentó tras un suspiró de resignación.
—No me sorprende —musitó Géminis. Atraído por el eleve aroma a licor que había en la bebida, dio un trago que le resultó completamente amargo.
Los ojos de Souva descubrieron una silueta que caminaba rumbo a la choza. Albert lo identificó primero y no pudo evitar preguntarse qué es lo que tramaba el chico.
Souva silbó descaradamente, se sintió igualmente intrigado— Creo que está comenzando a aprender de mí —sonrió divertido.
Sugita tocó a la puerta un par de veces y aguardó una respuesta.
—¿Si? —escuchó desde un punto alto. El joven miró hacia arriba y encontró al guerrero de nombre Aifor en el techo. Retrocedió un poco por los plateados colmillos del lobo que estaba a su lado.
Capricornio y Merack eran casi de la misma edad. Por la insignia que llevaba en el cinturón, Aifor supo que trataba con un santo de oro. Le pareció extraño, pero a la vez familiar, encontrar a alguien tan joven en un rango tan alto.
Sugita sintió lo mismo, de alguna forma ya no se sentía tan preocupado por tal insignificancia. No pudieron evitar sentirse identificados uno con el otro.
—Disculpa, quisiera hablar con Sie… ¡es decir, Freya! —se apresuró a corregir.
—¿A la comandante? —preguntó extrañado el asgariano.
No hizo falta ir a buscarle, pues la misma Freya abrió la puerta de la vivienda al escuchar el barullo. Sugita se sonrojó al no ver más al joven cascarrabias que conoció. Era increíble como unas vendas, ropa holgada y un peinado podían convertir a una chica de tan buena figura en un varón. Vestía ahora un atuendo que se pegaba a sus curvaturas, y un escote que le marcaba perfectamente el busto.
Seguro muchos en el Santuario se sentirán unos completos idiotas por no haberlo descubierto hasta ahora.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó ella con fastidio. Fue claro que su carácter seguía siendo el mismo, eso nunca lo fingió. Pero por alguna razón, ahora era mucho más intimidante.
—Vaya comandante, ¿es esta la razón por la que no quiere volver a casa? —bromeó sarcástico el guerrero de Merack.
—¡Cierra la boca Aifor, o tendré que darte una tunda como cuando eras un chiquillo! ¡Y no me importaría hacerlo delante de él! —le advirtió, impaciente.
—Hmm mejor los dejo solos, de todas maneras ya me dio hambre —dijo inmediatamente el chico con un rictus de pánico.
—Y nada de estar fisgoneando— le aclaró aunque lo haya perdido de vista.
Freya se mantuvo en silencio sólo hasta que comprobó que todos habían vuelto al interior de la cabaña. Cerró la puerta esperando tener una conversación más privada en el exterior— ¿Y bien? ¿Qué pasa?— preguntó.
—Yo sólo….— Sugita dudó un momento, pero aunque fuera una insignificancia, tenía que decirlo para tener la conciencia tranquila—, lamento no haberme dado cuenta antes. Disculpa si en algún momento te agredí con mi comportamiento.
Freya se cruzó de brazos y frunció el entrecejo— Es por esas actitudes que decidí vestirme de hombre y entrenar como tal —explicó ella—. No importa que tanto digan que pelearán en serio contra una mujer, una parte de ustedes manda órdenes subconscientes a su cerebro y eso los reprime. Si en verdad iba a mejorar mis capacidades, no quería esa clase de cadenas alrededor de mis compañeros.
—Eres valiente Sieg… digo, Freya, te admiro por tu tenacidad —dijo el santo con clara honestidad—. Supongo que cuando nos conocimos no me enfrentaste con todo tu poder, después de todo eres una guerrera divina de Asgard.
—Como ya te lo he dicho, te subestimé y jamás va a volver a repetirse —aseguró ella con vanidad.
—Eso lo sé —sonrió—. Ahora que tus compañeros han venido hasta aquí, supongo que volverás a tu tierra, ¿no es así?
—Tengo qué… Parece que es hora de que reclame mis deberes familiares y mi posición ante la señora Hilda —respondió no muy emocionada. Freya calló de pronto, lanzado una feroz mirada a Sugita ¿cómo podía responderle todo con esa facilidad? Ha golpeado a muchos otros por menos atrevimiento que el suyo—. No sé porque te cuento éstas cosas —añadió con apatía.
—Tal vez porque has aprendido a confiar en mí— sonrió más todavía—Es bueno que vuelvas a casa. Aunque es una pena, uno de los pocos amigos que he hecho aquí se marchará.
La asgariana no dijo palabra. A decir verdad no había considerado a Sugita como su amigo, pero tampoco le desagradaba como para rechazar su amistad.
En esos dos años que fue Sieg, convivió con otros jóvenes pero evitó algún lazo con ellos, pues sabía que la charada no duraría para siempre, y no deseaba lastimar a nadie con su engaño.
—Yo quisiera partir cuanto antes, pero el Patriarca ha insistido en que permanezcamos unos días más —explicó Freya, entrecerrando los ojos— Mis compañeros han aceptado, quieren disfrutar del sol, dicen —suspiró con fuerza.
—No pareces muy entusiasmada —comentó el santo.
—Si los conocieras como yo, me comprenderías y compadecerías. Pero son mis amigos, y juntos protegemos Asgard.
Sugita envidió por un momento esa unión que Freya sentía con los demás dioses guerreros. Es cierto que él no llevaba mucho tiempo viviendo en el Santuario, pero era claro que la mayoría de los santos han trazado una línea que divide lo personal de los deberes, difícil de cruzar o distinguir. Esperaba que algún día pudiera sentirse de ese mismo modo con ellos, después de todo eran hermanos de lucha y debían confiarse la espalda unos a otros.
La puerta de la cabaña se abrió para sorpresa de ambos. Elke se apoyó en la pared y vio de arriba a abajo al joven santo, sonriéndole al final.
Capricornio se atragantó ante tan atractiva mujer que se colocó al lado de Freya. Sus espectaculares ojos verdes eran hipnóticos, sin mencionar esas piernas largas y fuertes que cualquiera desearía poder tocar.
—Freya, ¿por qué eres tan descortés? Parece que te será difícil volver a ser una dama de sociedad —bromeó Elke—. No seas penosa, si este joven es amigo tuyo ¿por qué no lo invitas a pasar?
—Èl ya se iba ¿verdad? —dijo con una mirada amenazante hacia Capricornio quien ya estaba a punto de abrir la boca para inventar una excusa, mas la mano de Elke le sujetó la muñeca y lo jaló hacia dentro de la vivienda.
—Nada de eso, ya que estamos aquí queremos conocer a tus amigos y saber los líos que has armado durante tu estancia —explicó la mujer, encaminando al inesperado invitado hacia la mesa donde los otros dos dioses guerreros ya esperaban sentados frente a varios platillos—. Anda pequeño, te invitamos a cenar.
—La verdad es que yo no sé mucho sobre… —no sabía cómo zafarse del lío en el que se había metido.
—No seas tímido —lo interrumpió—. No aceptaré un no por respuesta— aclaró al ya sentarlo junto a Sergei quien le clavó una mirada que consideró peligrosa.
—Freya ¿acaso vas a quedarte en la puerta? Qué modales jovencita, tu madre apenas y te reconocerá cuando te vea—comentó burlona la guerrera, logrando que Aifor riera encantado.
—Ya extrañaba yo estas reuniones— musitó él por lo bajo.
—¿A dónde tienes pensado ir?— Albert preguntó al Escorpión quien estaba por deslizarse montaña abajo.
Souva le dedicó un gesto cínico para responder— ¿A dónde más? Yo también tengo hambre. Jamás he probado la comida asgariana.
Entendiendo perfectamente sus intenciones, Géminis se tocó la frente, implorando paciencia— Eres una vergüenza para la orden ¿lo sabes?
—Sí. No te cansas de decírmelo —respondió el sinvergüenza. Sabe que debe aprovechar la brecha que su amigo ha abierto para entablar amistad con los asgarianos, una oportunidad que no iba a desperdiciar.
***
En el Himalaya existe una zona por la que ningún habitante se atreve a cruzar.
Con el paso del tiempo, la gente de las aldeas han visto a un sin numero de foráneos buscar rutas hacia las tierras de Jamir. Cabe decir que han sido escasos a los que vieron volver de su peregrinaje.
Kenai pisaba con seguridad el estrecho y frágil puente de roca, mientras Kraz lo hacía cuidadosamente, temeroso ante cada crujido. Abajo del puente se alzaban afiladas estalagmitas que como espadas se clavarían en cualquiera que llegase a caer.
—¿Percibes algo, Kraz? —el santo dorado giró inesperadamente sobre sus talones, decidido a probar a su antiguo pupilo.
—Un poco… —respondió el santo plateado, tragando saliva por el leve vértigo que sentía—, independientemente de que el aire sea más delgado por la altura, siento mucho frío —ambos sabían de la clase de frío de la que hablaba, ese que los muertos poseen y transmiten cuando merodean a los vivos.
Kenai asintió, satisfecho de saber que Kraz todavía era sensible a los ecos del más allá— Correcto. Por muchos años ésta entrada estuvo repleta por espíritus de caballeros caídos que protegían el castillo que está adelante. No había forma de pasar mas que enfrentándoles, o que el amo de Jamir permitiera la entrada. Esas almas encontraron la paz y se les permitió partir; pero aún así, su presencia quedará perpetua en estos abismos. En un caso hipotético, si siguiéramos dichas presencias te aseguro que nos llevarían hacia el más allá, pues han dejado un hilo detrás de ellos que sólo pocos podemos ver.
—Ya veo, en Jamir espera encontrar esos hilos que lo lleven hacia las cloths de oro ¿cierto? —inquirió el Cuervo, haciendo que Kenai asintiera una vez más.
Kenai volvió a prestarle atención al camino, andando por la plataforma— Las cloths están vivas, tiene un aliento, poseen un alma que responde a la del santo a quien deciden acompañar. Al ser el lugar donde la mayoría de ellas renacen, Jamir es un punto con gran energía espiritual. Estoy convencido que encontraré el rastro.
Ambos santos llegaron junto a una elevada construcción, una torre edificada por y para los restauradores de las armaduras de Atena.
Al no ver a nadie que los recibiera, Kenai entró por la puerta que encontró abierta.
No era la primera vez que el santo de Cáncer pisaba esos dominios, por lo que sentía la confianza de poder entrar como si fuera su propia casa. En cambio Kraz permaneció afuera, desaprobando la desvergüenza de su maestro, pero desde allí mostró instantáneo interés por los pedazos de metal que se encontraban acomodados en los anaqueles de las paredes, así como por las herramientas junto a ellas.
En la primera planta de la torre, se encuentra el taller en el que los artesanos reparan las cloths. Las pequeñas ventanas cuadradas a lo alto de los techos permiten que la luz entre en diagonal y mantenga bien iluminado el cuarto limpio y perfectamente ordenado.
Para cualquier visitante estaba prohibido avanzar más allá del taller y de la cocina situada en la próxima estancia.
Kenai gritó un par de veces “¿Hola?” “¿Hay alguien?”, pero no hubo respuesta. Le pidió a Kraz que entrara, que no fuera penoso.
El santo del Cuervo accedió, mas en cuanto dio unos pocos pasos dentro del complejo, de golpe resintió el peso de la energía espiritual que circulaba en el interior de la construcción. Se cubrió la nariz al saber que sangraba, acompañado de unas horribles nauseas que lo obligaron a sentarse en el piso. Lanzó una mirada asustadiza a su maestro quien no era afectado por el mismo mal.
—¿Es todo un fastidio cierto? —Kenai le preguntó, leyendo el miedo en los ojos claros de su discipulo—. Tranquilízate, tus sentidos no estaban preparados para ésta sorpresa. No sufrirías sobrecargas sensoriales si me dejaras entrenarte correctamente —reprochó con sarcástico—. Pero eres demasiado terco —se acuclilló a su lado.
El santo de plata lo miró con furia, pensando en que esto es algo que Cáncer planeó desde el principio para él.
Kenai descubrió entonces el cordón colgándote en el cuello de Kraz, el que sostenía una pequeña pieza de madera con la forma de un águila. La tomó entre sus dedos, recordando que fue algo que él mismo talló con una navaja.
—Vaya… no imaginé que conservaras esto —dijo con tono de burla.
Kraz se lo arrebato de las manos y volvió a guardarlo bajo sus ropas— Me es de utilidad todavía —aclaró, ocultando su sonrojo.
Kenai volvió a recordar esos primeros días en que lo entrenó. Para ganarse su confianza y creyera en sus habilidades, talló esa águila como un amuleto con el que le aseguró que los espíritus dejarían de molestarlo mientras lo llevara consigo. Por supuesto que en ese entonces empleó un conjuro de lo más sencillo, pero sirvió para su propósito.
—Eso no va a servirte aquí —le explicó—. Una persona común y corriente no se percataría siquiera de lo que tú estás sintiendo. Pero estarás bien en unos minutos, sólo concéntrate, enfócate, no quieras repeler la energía que te rodea, tú eres el intruso aquí, tienes que volverte uno con ella para que no te lastime.
Kraz asintió, cerrando los ojos tras un suspiro, buscando la calma que necesitaba.
—¡Son unos atrevidos! ¡¿Acaso en el Santuario no les enseñan modales?! —espetó repentinamente una vocecilla, proveniente del fondo de la estancia repleta de metales y herramientas.
Allí, con una escoba en mano, una niña de diez años los veía con evidente fastidio por el allanamiento.
—¡Ayaka, cómo has crecido! —exclamó alegre el santo dorado quien recibió un inesperado escobazo en el rostro—… También me da gusto verte —terminó de decir, apartando el penacho de ramas. El shaman mantuvo una sonrisa sincera para la pequeña.
—Lo mismo digo —fue claro el sarcasmo de ella, pues mantuvo el ceño fruncido. Ayaka poseía cabello corto de un bello violeta oscuro, ojos grandes y expresivos de color miel. En su frente se situaban dos lunares circulares que la volvían miembro de una raza ancestral. Vestía un conjunto anaranjado que mantenía sus brazos desnudos para trabajar libremente, pero un largo y bombacho pantalón que cubría enteramente sus piernas.
—Lamento que llegáramos sin avisar. ¿Se encuentra tu maestro? —preguntó Kenai con amabilidad.
—El maestro partió ayer por la mañana —respondió secamente—, dijo que se ausentaría uno o dos días. Estará aquí al anochecer, sino es que antes… Aunque podría tomarse una semana entera. Quien sabe, tiende a desviarse con frecuencia.
—Vaya, es una lástima… Aguarda un momento, ¿deja a una pequeña como tú en medio de la nada, sola? —abrió los ojos mostrando algo de preocupación.
—Nadie viene a Jamir a excepción de emisarios del Patriarca. Además, puedo cuidarme sola —le recordó con enfado. Echó un vistazo al otro caballero que permanecía silencioso y distraído—. ¿Qué le pasa a tu amigo? —inquirió con curiosidad, no le veía un buen color.
—Nada de lo que debas preocuparte, pero te agradecería que le dieras un poco de agua si no es mucha molestia —pidió cortés—. Escucha Ayaka, el Patriarca me ha dado una misión y aquí en Jamir es dónde podré iniciarla. No necesito nada más que tu permiso para permanecer un tiempo aquí, debo meditar.
—De nuevo con tus extrañezas, Kenai —dijo irrespetuosa, pero así era la relación existente entre ellos dos pese a los regaños de su maestro—, pero si el Patriarca te ha encomendado algo y necesitas nuestra ayuda, no tengo porque negarte la estancia aquí —respondió la custodia de la torre—. ¡Pero ni creas que seré tu sirvienta o algo parecido! —aclaró de inmediato, enfatizándolo con un golpe que dio al suelo con el palo de la escoba.
—Jamás me pasó la idea por la cabeza —se apresuró a decir el santo.
Descansaron un poco antes de iniciar cualquier actividad. Kenai se las ingenió para convencer a Ayaka que les permitiera tomar algo de comer. Kraz logró acostumbrarse al entorno, aunque persistió un ligero dolor de cabeza muy molesto.
El shaman tomó asiento en medio del taller donde colocó un recipiente dentro del que colocó algunas plantas e inciensos a los que arrojó una rama encendida.
Colocó la caja de su armadura de oro delante de él, dejando el cuenco humeante en medio de ambos.
—Iré yo solo. Kraz, no sé cuánto me tomará, por lo que no te preocupes demasiado. Cuida de todo por aquí, te confío mi vida —le dijo con tranquilidad, a lo que el Cuervo asintió.
—Vaya sin cuidado. Haré guardia hasta que regrese.
Kenai cerró los ojos, dando un tremendo suspiro. Se centró en armonizar todos sus sentidos a los latidos de su corazón. El cosmos lo rodeó en un nítido resplandor dorado.
El santo de oro abrió los ojos lentamente. Se encontraba todavía en la torre, pero había traspasado el velo hacia el umbral en donde los espíritus habitan. Ese entorno continuaba transmitiéndole la idea de estar dentro de una pintura hecha con acuarelas, cuyos colores se ondeaban como si fueran de agua o nubes que se transformaban lentamente por el soplido del viento.
Estaba desnudo, todo lo material se quedaba en el plano físico. Permaneció sentado, sonriendo a la criatura que ya se había manifestado delante de él. En el lugar donde dejó la caja de su cloth, de pie se hallaba un ser de luz dorada. Estaba hecho de fuego, su cuerpo imitaba la forma que la armadura de Cáncer toma al estar ensamblada a un cuerpo humano.
Miró sobre su hombro y allá atrás vio a otra entidad similar, mas sus flamas eran de plata. Era la cloth del signo del cuervo, pero siempre ha sido muy reservada por lo que prefirió no molestarla.
—Luces nostálgico — Kenai le comentó a la criatura de oro, no siendo su primer encuentro o charla—. Supongo que me sentiría de la misma forma si volviera a mi hogar en Alaska.
—Memorias… Imágenes y sensaciones suspendidas en el tiempo… Este lugar me hace recordar todas las veces en las que he sido separado de mi propietario… —pese a no tener labios para hablar, se daba a entender a través de los murmullos del aire—, cuando todos ellos han muerto, cuando los he acompañado al más allá. Pero yo siempre vuelvo a despertar, y es aquí donde todo reinicia. ¿Acaso planeas abandonarme tan pronto?
El shaman sonrió y negó con la cabeza— Yo aún espero pasar más tiempo contigo. No te desharás de mí tan fácil.
Kenai se levantó, dirigiéndose hacia una de las muchas nebulosas plateadas que hay por los alrededores. De todas salía una estela que se pierde entre las paredes y colores. Con su mano sujetó con cuidado uno de los lazos, tal conexión provocó que en su mente se visualizaran imágenes de los parajes de Grecia, del Santuario con más exactitud. Fue como ver el recorrido que tendría que seguir desde Jamir hasta allá para encontrar al caballero de plata que le mostraban. Soltó el delgado cordón sintiéndose algo aturdido, pero nada que no pudiera controlar. Aspiró con fuerza y tomó otro que estaba a su izquierda, pudiendo ver a uno de los santos de bronce.
—Esto llevará tiempo —descubrió, rascándose la frente preocupado.
Continuará...
Editado por Seph_girl, 12 septiembre 2009 - 00:00 .