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-* El Legado de Atena *- (FINALIZADO)


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#181 carloslibra82

carloslibra82

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Publicado 09 febrero 2014 - 07:19

Hola, seph, un gusto saludarte, soy nuevo en el foro, y me inscribí especialmente por el extraordinario fic con el que me has deleitado hasta el momento. Es entretenido, original, emocionante, y, pese a lo largo de los capítulos, jamás aburrido. Y además es la primera vez que veo peleas tan bien descritas, y emocionantes. Sinceramente, el mejor fic que he leído. Sigue así, y ojalá lo puedas continuar pronto, porque quiero ver como termina. Un gran saludo!!!



#182 Seph_girl

Seph_girl

    Marine Shogun Crisaor / SNK Nurse

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Publicado 24 marzo 2014 - 18:22

Saludos a todos

¿Qué creyeron? ¿Qué ya no habría más episodios? Pues no, aqui me tienen. Hubo algunos contratiempos por lo que se demoró mucho la publicación de este nuevo episodio.

 

Y pues me tomo unos momentos para agradecer a CARLOSLIBRA82 por dejarme un review, me alegra que este fic sea de tu completo agrado n.n. Es gracioso que me alabes las peleas, ya que honestamente  tengo a veces problemas a la hora de idearlas, pero me esfuerzo por hacerlas lo mejor posible n.n

¡Ojalá puedas seguir leyendo y comentando! ¡Gracias!

 

Y bueno, ya comencemos con la publicación de este emocionante capitulo donde dos batallas dan inicio y una tercera llega a su fin.

 

**************************************

 

Europa central, catorce años atrás.

 

Dentro de la recámara de una amplia mansión, donde los colores opacos de las paredes hacen resaltar los pintorescos juguetes en los estantes, un bebé dormía plácidamente dentro de un moisés,  rodeado por cortinas traslúcidas.

Sus respiraciones e involuntarios respingos eran los únicos sonidos que se escuchaban esa noche, hasta que una sombra, entre muchas, cobró vida, desplazándose con libertad por la habitación. Dio un cuidadoso rodeo hasta asegurarse de que no hubiera nada que delatara su intrusión.

Convencido de no ser descubierto, se acercó a la cuna, apartando con cuidado los velos para contemplar al bebé, que fue iluminado por la tenue luz de la luna que entraba por la ventana.

 

La sombra permaneció allí, de pie, mirando a ese bebé cuyos bracitos se aferraban a un par de muñecos de peluche.

Aún le parecía increíble aceptar que dentro de tan indefensa envoltura se oculte una monstruosa fuerza que sería capaz de cambiar el rumbo del mundo, sobre todo en estos tiempos de confusión.

Alargó los brazos hacia el pequeño con la intención de tomarlo y llevárselo de allí, pero como si el bebé hubiera soñado con el futuro que le esperaba si tales manos se apropiaban de él, bastó un leve sollozo de su parte para que el rugido de una bestia resonara por el lugar.

 

La sombra se apartó repentinamente, evitando que los afilados colmillos de una criatura cuadrúpeda se le encajaran en el brazo. En su sobresalto, tumbó una mesa que a su vez quebró un florero, logrando una reacción en cadena de ruidos que sólo incrementaron los llantos inconsolables del infante, quien  terminó por despertar.

La sombra contempló a la criatura de pelaje negro que había optado por permanecer junto a la cuna, como un perro guardián. Era tan grande como un tigre y sus ojos azules se acentuaban en una mirada hostil.

Para cuando la sombra se decidió a actuar, metiendo una mano dentro de las mangas de sus ropas, se percató de cómo un báculo de oro estaba apuntándole. Entendió que debía detenerse, pues el señor de la mansión había aparecido.

 

En la oscuridad del lugar, la sombra sólo podía distinguir con claridad el oro del largo báculo con la figura de un sol en su extremo superior, y los cristales de los lentes que se acomodaban sobre la nariz del amo de la pantera.

Entre el intruso y el amo hubo un silencio espeluznante, que terminó hasta que el dueño de la mansión habló por encima de los llantos del infante.

— Creí haber sido claro cuando te dije que te mantuvieras alejado de mi hijo —habló con un tono serio—. ¿Sabes la grave falta que has cometido? ¿Entrar a mi casa, sin invitación, con la intención de secuestrar a mi primogénito…? Pasé por alto muchas de tus groserías por respeto y consideración a tu madre, pero esta es una afrenta que no estoy dispuesto a tolerar, Engai.

— No me has dejado otra alternativa Hiragizawa —respondió el ensombrecido, cuyo rostro finalmente se iluminó por la luz del exterior—. Intenté hacerte entrar en razón, pero es claro que quieres quedarte con todo ese poder sólo para ti.

— Ya me cansé de explicarte que la situación no es como la planteas…

— Quizá deberíamos dejar que el consejo lo decida, ¿no te parece? —Engai amenazó una vez más.

— ¿Crees que el consejo te creerá a ti por encima de mi palabra? —Hiragizawa cuestionó.

— Es un riesgo que comienzo a considerar el más viable, sobre todo por tus rotundas negativas —Engai respondió con claro cinismo—. Es probable que no me crean del todo, pero la duda se sembrará, comenzarán las preguntas y tú deberás dar respuestas que desean ocultar a todos los corderos que tienen en sus corrales.

— Tú, como los demás, debiste olvidar… sigo sin entender cómo es que fuiste capaz de permanecer con todo ese conocimiento, pero habría sido mejor para ti perder tus memorias. De ese modo no te habrías obsesionado en buscar la verdad, no te habrías enfocado en mí, ni en mi hijo…

— ¿Sabes? Erras en una cosa, yo sí olvidé, como todas tus ovejas, pero —Engai sacó un reluciente rubí que mantuvo entre los dedos—, hay cosas en este mundo que retienen muy bien los recuerdos —sonrió—. Esto no tiene que llegar a oídos de todos, afectaría mucho a tu reputación y credibilidad dentro de nuestra comunidad, no es algo conveniente para ti, ni para el Shaman King. Todavía creo que podemos trabajar juntos… pero si no es tu deseo, entonces sólo dame al niño y nunca volverá a ser tu problema… Yo guardaré silencio y tú podrás seguir con tu cómoda vida como el líder de los hechiceros —rió.

Hiragizawa calló por segundos que le parecieron una eternidad— ¿A cuántos más se lo has dicho? —preguntó, con desconfianza.

— A los suficientes para asegurarme de que si algo me ocurre, ellos se encargarán de que tu acción no quede impune.

El hechicero que sostenía el báculo de oro como una espada, cerró los ojos por unos instantes en los que Engai creyó que estaba reconsiderando sus palabras.

Para cuando el hechicero Hiragizawa volvió a abrir sus ojos, estos brillaron con una convicción única y peligrosa.

— Siento pena por aquellos a los que has condenado con tu imprudencia —sentenció el hombre, cuyos lentes resplandecieron con una luz dorada, misma que activó un circulo a sus pies que se extendió por todo el suelo de la habitación, subiendo por las paredes y el techo, dejando símbolos y escritos que simularon los barrotes de una jaula. Al paso de todas esas letras y signos, los objetos dentro de la habitación desaparecían sin dejar rastro, incluyendo a la bestia con fisionomía de pantera y el bebé, cuyo llanto se desvaneció como un eco que se perdía en el fondo de una cueva profunda.

— ¿Así que al final has decidido pelear? —musitó Engai, cerrando completamente la mano sobre la joya roja.

— No —respondió de forma inmediata el líder de los hechiceros—, he tomado la decisión de que tendré que ejecutarte.

Engai ocultó su sobresalto ante la sentencia, pero al saberse dentro del kekkai* del líder de la orden, no existía otra forma de salir más que derrotarlo.

— Al fin demuestras tu verdadera naturaleza —el cuerpo de Engai comenzó a emitir una poderosa aura roja que arremolinó su oscuro cabello—. Me permites comprobar que pese a todo, mis afirmaciones son ciertas, no eres más que un tirano que actúa como mesías ante un rebaño lleno de ciegos y crédulos. Sólo un monstruo como tú podría aspirar a engendrar a otro monstruo.

— En toda mi larga vida, hay decisiones que pesan en mi alma. Ésta formará parte de tal listado, pero… por encima de mi propia convicción y moral, está la promesa que le hice a mi esposa. Prefiero ser yo quien se manche las manos a permitir que tú, o cualquiera, convierta la luz que mi hijo puede traer a este mundo en oscuridad.

— ¿Oscuridad? ¿Así es como llamas al intento por defender a nuestra gente? —Engai cuestionó, conmocionado—. ¡Tú mejor que nadie entiendes el peligro que nos rodea en este mundo! —el hechicero liberó una violenta descarga que tomó la forma de un relámpago rojo.

El líder de los hechiceros interpuso el símbolo del sol de su báculo, el cual resistió el embiste constante del ataque escarlata.

—¡No sólo el Shaman King es una individuo poderoso, sino también entidades durmientes e inmortales que no demorarán en despertar! —Engai replicó, incrementando su energía espiritual, la cual generó una estridente tormenta eléctrica dentro de todo el lugar—. ¡¿Crees que alguno de ellos no se levantará queriendo reclamar este nuevo mundo?! ¡¿Convertirnos en sus esclavos?! ¡¿Crees que esta farsa de la que has sido uno de los arquitectos durará para siempre?!

El báculo dorado emitió un resplandor que cubrió el cuerpo del líder de los hechiceros, volviendo el símbolo del sol en un pararrayos que atrapó todas las centellas que buscaban dañarlo.

— ¡Necesitamos prepararnos para el peor escenario, tú, como nuestro líder, deberías comprenderlo mejor que nadie! ¡La fuerza primigenia que has depositado dentro de tu vástago es lo que necesitamos para asegurar nuestra supervivencia, y yo, en este mundo, soy el único que puede transformar esa fuerza en la mejor de las armas! ¡Lo sabes! —clamó, mostrándose cansado por sus vanos intentos en superar la magia de su contrincante.

— Engai, lamento que no seas capaz de vivir con la mente en paz en esta Era que recién empieza, y en la que todos ganamos una segundad oportunidad… una nueva vida. Antes de llevar a cabo la sentencia, es mi deber decirte, sin buscar excusarme, que soy consciente del miedo del que hablas —Hiragizawa dio un leve golpe en el suelo con el extremo inferior de su báculo, siendo el instante en que una línea de escritos y símbolos dorados se despegara de los muros para servir como una cadena que sujetó el brazo derecho del hechicero renegado—, sin embargo, nuestra existencia no puede reducirse sólo a temer aquello que nos rodea.

Engai intentó liberarse, pero otro golpe del báculo de oro en el suelo liberó una segunda cadena que hirió la mano con la que sujetaba su joya roja, obligándolo a soltarla. Tras dos toques más, el hechicero renegado ya se encontraba encadenado y de rodillas ante el líder de la orden, quien entre la oscuridad y el contraste de la luz dorada de su artilugio mágico, revelaba una apariencia intimidante, totalmente distinta a la del hombre amable y paciente que dirigía de forma cabal la Orden de la Hechicería.

Hiragizawa avanzó hacia él, pisando el rubí que estaba en el suelo, rompiéndolo con la facilidad con la que habría pulverizado una ordinaria baratija de cristal.

El joven Engai sudó copiosamente ante la siniestra figura, en cuyos ojos podía verse reflejado por los lentes que portaba.

— Lo único que puedo prometerte es que defenderé a nuestra comunidad a toda costa. Tengo fe en aquellos que ahora lideran nuestro mundo, pero tienes mi palabra de que en el instante en que alguno de ellos busque romper con esa tregua, protegeré a nuestra gente con la misma ferocidad con la que tú me has desafiado —Hiragizawa prometió.

— ¡Podrás engañar a todos con tu hipocresía, pero yo…! ¡¡Ojalá todos puedan ver lo que en verdad eres... maldito!! —Engai escupió en un desesperado arranque, lo que llevó a que otra cadena más se le metiera entre los dientes, impidiéndole hablar, sólo bufar de rabia.

Hiragizawa alzó su báculo con una sola malo, ladeándolo de tal forma en la que los largos y filosos picos que forman los rayos del sol tomaran la función de cuchillas cortantes.

— Es cierto… he mentido, aunque si pudiera olvidar todo lo que sé, lo haría con gusto… pero las fuerzas de este mundo son sabias y han elegido a quienes merecen conservar los recuerdos tortuosos de la vieja Era; a veces como un premio, a otros como un castigo. Para mí es lo segundo. En ambos casos, todos compartimos el mismo objetivo: guiar a nuestra gente, protegerla… —habló de una manera tan suave e impasible, que resultó inesperado el golpe que dio con su báculo.

Engai gorgoteó sangre por la boca cuando el filo más largo de ese sol se le incrustara en la base izquierda del cuello, en un golpe descendente que bien pudo haberle alcanzado el corazón.

— Y es cuando debo repetirte, que por encima de tales maldiciones y obligaciones, siempre —tomó una larga bocanada de aire para musitar—… siempre estará Sugita —con una terrorífica frialdad.

 

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Capitulo 43

Imperio Azul, parte VII

Ventanas al pasado.

 

La Atlántida, reino de Poseidón.

 

Engai, Patrono de la Stella de Fortis, arremetía con ataques rápidos que emergían de dos rubíes que flotaban a su alrededor.

El Patrono había lanzado al aire seis joyas rojas de diferentes tamaños, las cuales permanecieron suspendidas en el aire, formando un halo alrededor de sus hombros. Ante cada ataque a distancia, sólo dos de ellas disparaban ráfagas fulminantes que Sugita se limitó a desviar con el filo de su brazo derecho, ocasionando sonoras explosiones que impactaban contra los duros muros que los rodeaban.

 

El santo dorado se permitía retroceder al sentir curiosidad por la historia que relataba su enemigo, demorando su decisión para contraatacar, pero al mismo tiempo estudiando su estilo de combate.

Los proyectiles del Patrono eran veloces, sin embargo, el santo de Atena era capaz de rebotar dos de ellos en un sólo movimiento.

— Tú padre es un asesino nato que no tuvo clemencia. Y el muy  canalla ocultó su ruin acción sin que nadie pudiera vincularlo con mi desaparición —continuó el hechicero cubierto por una armadura aguamarina.

— Si tus palabras son verídicas, ¿cómo es que pudiste sobrevivir? —cuestionó el santo dorado de Capricornio, utilizando su velocidad para evadir una última descarga.

— Experimenté el frío de la muerte, una sensación que me eriza la piel cada que recuerdo el momento —Engai se frotó las manos por mero reflejo—. Me perdí dentro de un foso de oscuridad y de pronto me encontré en ese limbo blanco donde ahora mora la muerte y te conduce hacia el destino final —el Patrono detuvo su ofensiva, mirando al santo aún desde lo alto—. Es un lugar donde no controlas tu cuerpo ni piensas con claridad, mis piernas avanzaban por sí mismas hacia ese aterrador tornado de luz del que pude escuchar la voz de mi fallecido padre, llamándome —cerró los ojos, golpeado por esas sensaciones que recordaba con claridad—. Admito que sentí una paz abrumadora y un deseo de verlo más allá de mi control, por lo que dejé de pensar en cómo es que había llegado allí, ni temí a la idea de estar muerto. Lo único que piensas es llegar a ese sitio donde alguien amado te espera con los brazos abiertos…. ¡Es sencillamente cruel y aterrador si lo meditas! —Bramó, sonriendo ante lo contrastante de sus palabras con sus verdaderos sentimientos—. Pero cuando todavía ese portal estaba lejos de mi alcance, sentí cómo alguien sujetó mi brazo para detenerme.

Engai estiró su brazo hacia atrás, buscando recrear pobremente el suceso que relatan sus labios—. Y al mirar sobre mi hombro, vi a un hombre sosteniendo mi muñeca, y con su simple tacto, mis pies, controlados por los hilos de la muerte, dejaron de moverse.

El Patrono se quedó mirando el vacío, reviviendo en su mente el instante en que tal presencia hizo contacto con él y lo salvó de la muerte—. Creí que se trataría de la misma parca encarnada, por el halo místico que lo cubría. Pero cuando me preguntó:“¿A dónde vas?”, con tan simples palabras pude despertar de ese trance maligno. Él me soltó, pero con tan sólo haberme tocado, fue como si la muerte ya no tuviera poder sobre mí, o más bien, que temiera ponerme un dedo encima con él presente —sonrió con una mezcla de admiración  y cinismo—. Es cuando pude decidir si continuar con mi camino, o rechazar el final de mis días para caminar a su lado. El señor Avanish me salvó, por eso decidí servirle, sobre todo porque él comparte mi mismo temor… en este mundo de ciegos e ignorantes, sólo pocos estamos dispuestos a hacer lo necesario para salvarlo de los antiguos males, que ni siquiera tanta destrucción ha logrado purgar de este mundo.

Engai suavizó la mirada un instante en que devolvió su atención al guerrero de Atena, quien había escuchado cada palabra. El Patrono se sintió cómo un padre contando una fábula.

— Él me prometió darme poder para lograr mi meta, a cambio de que olvidara mi deseo de venganza contra Hiragizawa… ¿Imaginas lo difícil que fue?, pero logré contenerme, sólo porque él me lo pidió —explicó, como si el tema careciera de  importancia—. Tu padre tiene el poder de la clarividencia, así es como pudo deshacerse de aquellos que fueron mis subordinados antes de que pudieran actuar… Pero es como he dicho siempre, un monstruo sólo puede engendrar a otro monstruo —dijo, dedicándole una mirada acusadora.

Sugita tragó un poco de saliva, sintiéndose muy confundido. Se negaba a pensar que su padre podría ser la clase de hombre que recurriera a acciones tan despiadadas. Le era difícil de creer tras haberse reencontrado con él después de tantos años, sabiéndolo un hombre tan bondadoso y afable.

— Parece que te has quedado sin palabras… lo que admiro es que no estás preguntando por lo que acabo de decirte sobre ti mismo…. ¿O es que acaso ya lo sabías? —el Patrono se mostró curioso.

— No creo que tus palabras sean de confianza —el santo aclaró, con el ceño fruncido—… Eres mi enemigo, y el de mi padre, ¿cómo saber que hay verdad en ellas?

— Entiendo perfectamente tu sentir. Yo… es cierto que mi promesa me obligó a dejar mi absurdo objetivo pero, no significa que haya dejado de observar lo que antes fue mi mundo, mi hogar. Y tras ese día puedo decir con seguridad que tu padre entendió que lo nuestro no terminaría allí. De pronto, el conocido hijo de Hiragizawa desapareció, y el padre alegó que fue entregado a un tutor que se encargaría de su educación hasta llegar a la mayoría de edad… así es como te volviste un rumor que voló lejos de ese círculo… incluso yo te perdí la pista. Al pasar los años, me desentendí por completo ya que había planes mucho más importantes que requerían mi atención… Pero lo último que hubiera imaginado es que te volvería a ver de esta forma… ¡y que te convertirías en un santo de Atena! —Engai celebró la ironía, alzando los brazos—. El destino tiene un sentido del humor extraño… o quizá el señor Avanish lo sabía y por eso me pidió esperar —comenzó a deducir, restándole importancia a la pelea que había pausado—, sabiendo que un día volvería a encontrarte… en un momento justo y mucho más adecuado que hace catorce años.

Sugita de Capricornio recapituló por unos instantes su vida, la corta infancia que vivió con su padre en un sitio inhóspito, el tiempo que entrenó junto a su maestro viajando constantemente por el mundo y cómo es que desde que arribó al Santuario mucho de ese pasado que ignoraba ha buscado alcanzarlo. Sin contar muchos sucesos extraños que lo han acompañado desde que tiene memoria, las voces que suele escuchar y la forma tan rápida que sus heridas sanan a diferencia de todos los demás guerreros. Pese a que creyó que había encontrado la verdad en la Atlántida a través de Sorrento, continuaban los extraños enigmas de su origen… ¿fue tan desafortunada la estrella bajo la que nació, como para tener que cargar con el peso de tantas maldiciones y responsabilidades? ¿Hay alguna razón para que en él se encierren tantos secretos? Y por encima de todo, ¿mantener oculto tales secretos valdrá la pena como para que su padre, un hombre recto y respetado, haya decidido silenciar a todos los que pusieron en peligro la cerradura de tal verdad?

 

Tras sacudir la cabeza de forma negativa, Sugita logró decir—. Es cierto que mi vida ha estado repleta de vacíos que poco a poco se han ido llenando… pero, aunque tus palabras sean ciertas, no me puedo permitir, en este momento, poner en duda mi propia existencia —Sugita dijo con gran determinación—. Sea un monstruo o un humano, un marino o un santo, seré un hombre fiel a los ideales que he aprendido por mí mismo todo estos años —elevó su cosmos dorado, blandiendo el filo de Excalibur en su brazo derecho—. El hombre que soy ahora es lo que importa, lo que aconteció en mi pasado, incluso lo que sucedió antes de mi nacimiento, no va a apartarme del camino que he elegido. ¡Soy el santo de Capricornio, el guardián de la decima casa del zodiaco, y si me enfrento a ti no es por las rencillas que tengas con mi padre, sino por la afrenta que ustedes, los Patronos, han cometido contra el Santuario!

— Valientes palabras —Engai rió—. Si esa es tu posición, disculparás que yo no pueda tratarte con la misma indiferencia… ¡esta es una pelea personal, y con mi triunfo obtendré una gran satisfacción que me ha estado aguardando durante años!

 

El cosmos del Patrono de Fortis desató una tormenta eléctrica, cuyos rayos rojos destrozaban todo lo que tocaban. Sugita se movilizó sagazmente entre ellos, abriéndose camino por la tempestad. Se percató de cómo su capa se deshizo al ser atravesada por un par de saetas.

Buscó una abertura por la que pudiera atacar, lanzando su golpe cortante con gran precisión. La energía dorada viajó a través del suelo y los relámpagos para golpear al creador de la tormenta.

Engai se percató del inminente impacto, pero sólo le bastó un pensamiento para que uno de sus rubíes reaccionara y emitiera un resplandor que se extendió como un manto protector que lo envolvió. La energía cortante luchó por atravesar ese campo, pero terminó dispersándose en inofensivas partículas luminosas.

La sorpresa fue clara en la expresión del santo de Capricornio, lo que obligó al Patrono a sonreír todavía más.

— Con esa clase de ataques tan insignificantes nunca me podrás vencer. Esperaba un poco más de los nombrados santos de Atena, pero sigues siendo un muchacho… tan inexperto —Engai habló, comenzando a levitar por acción de uno de los rubíes. El campo protector lo envolvió hasta crear una esfera perfecta a su alrededor—. Pero no te puedo culpar, yo también fui como tú, cuando ilusamente intenté combatir con tu padre. ¿Me arrepiento? No del todo, pues esa derrota me enseñó mucho y me mostró una vereda por la que he podido pulir mis habilidades —una de las piedras rojas se separó de las demás y se posó sobre el dedo índice de Engai—. Mi magia jamás habría alcanzado estos límites de no ser por ello, pero ya lo experimentarás en carne propia…

En el suelo bajo el que el Patrono flotaba, unas ramas espinosas comenzaron a brotar, delgadas, rectas y zigzagueantes, que cubrieron gran parte del campo de batalla, creciendo como una telaraña torcida en la superficie. Las ramificaciones parecían estar hechas de rubí sólido, pero de alguna manera palpitaban tal cual fueran venas que conducían sangre.

— Comencemos —el Patrono musitó, dejando que su energía fluyera por todas esa estructura carmesí.

 

*-*-*-

 

Sin vacilación, Caribdis de Scylla se arrojó sobre la rival que eligió. La rodeó con sus brazos y tras un impulso de su cosmos la llevó lo más lejos que le fuera posible de los demás.

Leviatán de Coto se dejó arrastrar durante segundos en los que no opuso resistencia, aunque en sus ojos continuaba el desconcierto que encadenaban sus brazos y suprimían su violencia. Mas cuando su confusión se volvió frustración, inmediatamente desplegó su energía para liberarse.

Cuando el forcejeo entre ambas comenzó, Caribdis sólo fue capaz de retenerla un par de segundos más, hasta que la Patrono zafó su brazo derecho y asestó un fuerte puñetazo en el rostro de la marine shogun.

— ¡Ya suéltame! —bramó enfurecida.

Caribdis se alejó sólo para, tras un pestañeo, nuevamente lanzarse a toda velocidad contra su enemiga, a la cual pateó bruscamente por un costado.

— ¡¿Por qué?! —Leviatán bramó con poco aliento, sobreponiéndose inmediatamente al golpe sólo para contraatacar.

Ambas guerreras se enfrentaron con ataques físicos a la velocidad de la luz. El intercambio de golpes las llevó a desplazarse por el interior del palacio hasta que Caribdis sujetara a la Patrono por los hombros y, sin soltarla, la estrellara contra un muro que logró mantenerse en pie.

En respuesta, Leviatán la imitó. Cambiando la situación, ella estrelló a la marine shogun, rompiendo la superficie cuarteada por la que salió como bólido hacia el exterior del palacio marino.

— ¡Basta Karón! ¡Ya basta! — Gritó la Patrono, permaneciendo en el umbral derruido. Miró con furia a la marine shogun, quien a lo lejos ya se encontraba de pie y con la guardia en alto.

— ¡Sé que eres tú, Karón! —insistió la malhumorada Patrono, quien haciendo gran esfuerzo frenaba su instintiva agresividad—. ¡¿Acaso no me reconoces?! ¡Soy yo, Leviatán!

— Tu presentación era innecesaria —respondió la marine shogun con un gesto inexpresivo —. Pero es descortés no decir tu nombre a quien te ha dado el suyo —recordó que alguna vez la reprendió Behula por ello—… mi nombre es Caribdis —terminó diciendo, al mismo tiempo que elevó su cosmos, el cual fluyó como una feroz ventisca a su alrededor —, y me niego a hablar más contigo.

El viento que rodeaba a la marine shogun  tomó inesperadamente la forma de un enorme oso que la silueta de Caribdis parecía controlar desde dentro.

¡Oso infernal!

Leviatán vio a esa gigantesca bestia saltarle encima, no pudo siquiera parpadear cuando recibió un zarpazo en el costado, hiriendo su piel expuesta.

La Patrono fue lanzada hacia el aire, víctima de la potencia de esa fuerza descomunal, tras lo que terminó por  caer al suelo. Lejos de encontrarse aturdida, se incorporó lentamente, palpando su costado herido. Contempló la sangre en su mano manchada para después dedicarle una expresión de indignación a la marine shogun.

— Karón… ¿por qué? ¿Qué es lo que te han hecho? —cuestionó en un hilo de voz, para después exclamar—. ¡¿De verdad no me recuerdas?! ¡¿Es que acaso decidiste traicionar todo lo que juramos?! ¡¿O ese monstruo de Poseidón trastornó tu cabeza para que levantaras tu puño contra tu propia gente?! ¡Respóndeme!

Sin mostrarse afectada por los reclamos, Caribdis elevó su cosmos una vez más, el cual volvió a girar como un tornado a su alrededor para tomar una gigantesca forma.

¡Serpiente asesina!

La serpiente alcanzó a Leviatán, envolviéndola como a una presa a la que buscaba estrangular con fuertes apretujones.

La Patrono lanzó un par de quejidos ante la tortura, reprendiéndose a sí misma por permitirse caer en las técnicas de su enemiga.

La fuerza aplicada en ella buscaba sin duda matarla, por lo que Leviatán entendió que esa chica no estaba fingiendo, ni mucho menos bromeando, en verdad la consideraba su enemiga y estaba peleando para defender al señor de los sietes mares.

Leviatán decidió que no podía dejarse morir sólo porque dudaba en atacar a una antigua amiga. Pero también,  protegió su conciencia pensando en que podría tratarse de alguien que se le pareciese, una impostora, sería fácil sólo creer en ello y combatirla sin compasión… aunque una parte de ella, la que le exigía su yo del pasado, estaba dispuesta a confirmarlo.

 

La Patrono expulsó su energía, la cual actuó como una barrera entre su cuerpo y el viento comprimido que le daba forma a la serpiente, expandiéndose poco a poco hasta que, tras un grito de Leviatán estalló en miles de ráfagas cortantes que desbarataron la imagen del reptil.

Caribdis se impulsó hacia atrás, evadiendo el torrente violento de cosmos. Iba a contraatacar de inmediato cuando Leviatán extendió los brazos hacia ella e inmovilizó por completo su cuerpo.

— He sido amable contigo sólo por el pasado que nos ata… pero llegó el momento de que conozcas mi verdadera fuerza —la Patrono dijo, empleando la telequinesis sobre su rival.

Caribdis sintió la pesadez en su cuerpo y cómo es que sus piernas estaban siendo obligadas a tocar el suelo, pero tras un fuerte suspiro, la marine shogun logró alzar los brazos, imitando a la Patrono y logrando el mismo efecto en ella.

Leviatán abrió los ojos sorprendida al resentir esa fuerza psíquica en su cuerpo, por lo que tuvo que dividir esfuerzos para defenderse y al mismo tiempo continuar con el ataque.

El rostro de Caribdis se mantuvo sereno pese a la batalla mental.

Tras un bufido, Leviatán logró enviar una onda psíquica que golpeó el rostro de la marine shogun. Caribdis resintió una intensa punzada en la frente que separó su casco de su cabeza. Fue un mero momento en que permaneció con la barbilla hacia el cielo, pero al volver a mirar a Levitan, ésta pudo salir de su gran duda.

 

Las escamas rosadas que tupían la frente de la marine shogun de Caribdis confirmaron su alegría, pero a la vez temor.

— Karón, en verdad eres tú… Quizá todo habría sido más sencillo si fueras otra persona, pero el destino decidió divertirse con nosotras. ¡Es momento de que te dejes de juegos! —rugió, superando la fuerza psíquica de Caribdis por unos instantes.

La marine shogun sintió cómo su cuerpo se doblaba hacia atrás, pero logró  mantenerse en pie.

— ¡Dime si realmente no me recuerdas, Karón! ¡Dímelo! —Leviatán exigió, enfurecida ante el rostro indiferente de la guerrera—. ¡O sólo admite que te volviste una traidora!

— Mi nombre… es Caribdis —musitó, instantes antes de que su telequinesis superara la de Leviatán y la alzara violentamente en el aire, rompiendo sus defensas psíquicas y torciendo bruscamente su cuerpo—. El Emperador Poseidón me dio ese nombre.

— Ya veo… parece que ese maldito se encargó de fastidiarte la memoria sólo para tenerte como subordinada —Leviatán llegó a tal conjetura—. Pero no te preocupes Karón, me encargaré de que me recuerdes, ¡aunque tenga que ser a golpes! —empleando gran concentración, Leviatán realzó sus barreras mentales, por lo que se liberó de la telequinesis de su oponente.

Conforme descendía a tierra tras una larga caída, observó cómo la marine shogun se alistó para atacarle.

¡Ataque Vampiro! — el viento que Caribdis manipulaba con maestría, la cubrió hasta tomar la forma de un fiero murciélago que ascendió en su dirección.

— ¡Tonta! ¡¿De verdad crees que el poder de tus miserables bestias se compara con la que me respalda?! ¡Patada de Leviatán! —su cuerpo giró sobre su propio eje, generando un tornado que se extendió hasta adoptar la forma de un dragón de viento.

La colisión de ambas fuerzas causó un estruendo que terminó con la visión de Leviatán encajando ambos talones en el vientre de la marine shogun.

 

La potencia con la que la Patrono arrastró e impactó a la marine shogun contra el suelo resultó devastadora.

Caribdis dio un fuerte grito de dolor, escupiendo sangre. Leviatán la levantó por el cuello usando su telequinesis, estirando sus brazos como si cadenas invisibles la ataran al cielo.

La Patrono arremetió contra ella, dándole sonoros puñetazos por todo el cuerpo.

— ¡Verte vestida con esta armadura me repugna! ¡La hare añicos!—clamó la despiadada chica de cabello azul, sin dejar de arremeter contra Caribdis—. ¡¿Cómo pudiste ser tan débil?! ¡Fuiste reducida a un peón! ¡Pero no te preocupes amiga mía, yo te liberaré, te haré recordar!

Antes de que un severo puñetazo le golpeara el estómago, la marine shogun volvió a retomar el control de su cuerpo, pudiendo atrapar entre sus puños los de la Patrono.

Ambas comenzaron un duelo de fuerza en las que sus manos no se soltaban ni se doblaban por la presión ejercida.

En los ojos de Leviatán de Coto había una mezcla de dolor y odio, mientras que en los de Caribdis de Scylla persistía la calma e indiferencia.

— No tengo nada que recordar…. —la marine shogun musitó, teniendo hilillos de sangre corriendo por su mentón.

Leviatán tensó la mirada aún más, materializando su cosmos torrencial, pero Caribdis fue más rápida y tras un estruendoso cabezazo terminó con el duelo de fuerza.

La marine shogun dio un pequeño salto hacia atrás sólo para expulsar de manera violenta su cosmos huracanado, el cual adoptó la forma de un ave de grandes alas.

— ¡Águila poderosa!

 

Leviatán interpuso las manos, desplegando su propia ventisca para defenderse. El cosmos de Caribdis la empujó varios metros en los que sus pies dejaron trazos en el suelo. La Patrono creyó haberla repelido, pero el águila aleteó bruscamente, generando un aire cortante que partió en dos el campo protector de Leviatán, una brecha por el que logró entrar y golpearla en la cabeza.

Las garras del ave pasaron por el rostro de la chica, volándole el casco en su ascenso.

Leviatán rodó en el suelo, pero con un bufido repuso fuerzas, logrando frenar e incorporarse. Se limpió la sangre que brotó de la profunda herida en su pómulo izquierdo.

— “No tengo nada que recordar” —la Patrono repitió con incredulidad, dedicándole una mirada de desprecio, pasándose la mano por la frente que se encontraba llena de escamas de color zafiro—. Eres una atlante, justo como yo ¿eso lo has olvidado? —cuestionó, mostrándole el mismo rasgo de nacimiento que compartían—. ¿Olvidaste lo que significa eso? ¿Olvidaste nuestra cárcel? ¿Olvidaste nuestro infortunio? —reprochó—. Mi querida amiga, la maldición que ese tirano ha puesto en ti me motiva aún más para desear su muerte y olvido. No sé si aún pueda hacer algo por ti, pero ya que estás en mi camino, no me queda más remedio que apartarte —sentenció.

La energía de Leviatán se elevó a niveles que sobrepasaban los que había mostrado con anterioridad. El resplandor azul de su aura envolvió aquella zona y le dio la apariencia de la lúgubre morada en la que tuvo el infortunio de nacer.

El estremecimiento en el aire no parecía impresionar a Caribdis, quien permaneció muda y en espera.

— Lástima que no lo recuerdes, quizá así te abstendrías de buscar batalla conmigo, pero siempre fui más fuerte que tú, mucho más capaz… y ya que he aprendido a dominar el poder que circula por nuestra sangre, la de nuestro despreciable padre, Poseidón, lo usaré sin remordimiento.

— No deberías hablar de esa forma de tu Emperador —la marine shogun advirtió.

— ¡Yo ya tengo un Emperador! —gritó furiosa, al tiempo en que su cosmos se extendiera aún más, formando una tormenta de fuertes corrientes que incluso removieron el agua sobre sus cabezas.

Cuando un poco de agua salada cayó sobre su rostro, Caribdis frunció el entrecejo al ver cómo es que la tormenta creada por la Patrono deformaba ese pequeño trozo del reino de su señor, y causaba estragos en su palacio.

Los estruendos y centellas que circularon por el aire rezumbaron en los oídos de la marine shogun, quien había sido atrapada por ese cosmos huracanado.

— ¡Y él me ha dado la libertad para devastar este reino hasta sus cimientos si es mi deseo! ¡Karón, contempla el poder que por tanto tiempo buscamos! ¡Aquel que prometimos usar para liberar a nuestro pueblo! —Leviatán cruzó los brazos de manera horizontal para separarlos súbitamente hacia los costados— ¡Tormento Atlántico!

Dentro de la zona de batalla, la tormenta sopló con una fuerza avasalladora de diez huracanes. Aunque la marine shogun de Scylla mantuvo los pies en el suelo por escasos momentos, terminó siendo levantada por la feroz ventisca.

El fenómeno estalló con un rugido bestial, la presión y el golpeteo afilado del viento derrumbó el ala frontal del palacio de Poseidón, arrastrando todos y cada uno de los escombros de la construcción, así como algunos grandes pedazos de piedra que fueron arrancados del suelo y de las cordilleras cercanas.

En el aire, todos esos objetos terminaban por reducirse a polvo por la intensa fuerza que los aplastaba y cortaba.

Caribdis de Scylla gritó adolorida, pero todos los sonidos se perdían dentro del soplido del cosmos de Leviatán.

Sobre ellas, en el techo oceánico, se marcó un enorme boquete que abarcaba la circunferencia de la tormenta que obligó al agua a girar como un remolino marino, succionando todo lo que llegaba a él.

Caribdis sufrió múltiples heridas que inyectaron un abominable dolor por su cuerpo, mientras todos sus sentidos se saturaron por el poder de la monstruosa tormenta. Su scale sagrada terminó por romperse, quedando sólo vestigios de su hermosa estructura cubriendo brazos y piernas.

La marine shogun siguió con la mirada el trayecto de esas piezas doradas y anaranjadas, las cuales se precipitaron a mayor velocidad hacia aquel agujero negro en el mar.

Caribdis abrió los ojos espantada, reviviendo las memorias angustiantes de su pasado, el momento en que enfrentó aquel tétrico portal acuático… Pero en esta ocasión no había una mano firme sujetando la suya con camaradería y confianza.

El terror del pasado la paralizó por completo, por lo que su cuerpo terminó por ser devorado por aquel remolino que, ante sus ojos, eran las fauces de un abominable dragón.

 

*-*-*-*-*-*

 

Enoc, dragón del mar, miró por breves segundos a la inconsciente Behula, a quien sujetaba en brazos. La sabía con vida, pero desconocía por cuanto tiempo.

Allí de pie, lejos del palacio del Emperador, tenía pensamientos confusos sobre cómo es que terminó por dejar su puesto…

Sólo escuchó la voz de Caribdis en su mente, suplicándoselo. Ella le aseguró que protegería el palacio en su lugar, pero tenía que salvar a la marine shogun de Chrysaor, era el único con la posición adecuada para llegar a tiempo. Por supuesto que Enoc rechazó tal ruego, sin embargo, en cuanto una voz masculina fuera quien diera la orden, sus pies se pusieron en marcha.

En ese momento, creyó que se trataba del Emperador, sus sentidos reconocieron la fuerza del cosmos que llegó al suyo, por lo que no lo dudó… No hasta ahora.

Enoc sólo pudo cuestionarse sobre ello tras haber cumplido con ese mandato, el cual entendía no provino del Emperador, ni de nadie que conociera dentro del reino submarino… ¿Cómo es que terminó por caer en esa sujeción?

El marine shogun resintió desconfianza por la situación, pero al detectar que el enemigo al que Behula falló en derrotar, estaba por atacarle, decidió concentrarse en él.

El coloso se movió a una increíble velocidad, llegando hasta donde Enoc se encontraba, mas el enorme puño arremetió contra el aire.

La capa de dragón marino se ondeó en otro lugar retirado, tras haber eludido al enemigo. Depositó el cuerpo de su compañera en el suelo, manteniéndose de espaldas al gigante.

El coloso decidió repetir la acción pese a la ineficiencia del primer intento, pero a medio traslado, a la velocidad del relámpago, la rodilla del marine shogun lo interceptó y frenó en pleno aire al golpearle la cabeza. Fue toda una sorpresa para el robusto guerrero, que terminó siendo arrojado al suelo tras un severo puntapié.

 

Enoc lo contempló en silencio, pacientemente esperó a que se pusiera de pie. El coloso dio un rugido ensordecedor que hizo vibrar el agua y ciertas superficies, mas el marine shogun se mantuvo imperturbable.

Dragón marino entendió que trataba con algo que no podía calificar como humano, el gran y vacío boquete que el gigante tenía en el pecho lo aclaraba. Estaba lejos de comprender por qué Behula, quien siempre fue una mujer habilidosa, terminó siendo vencida por tal enemigo… pero no por nada él estaba por encima de los siete marines shoguns, el resultado sería diferente.

 

Enoc se permitió ser blanco de los ataques de ese gigante, quien al acercarse lanzó una serie de golpes rápidos y potentes.

El marine shogun se limitó a esquivarlos sin ningún esfuerzo evidente. Cuando Enoc lo creyó conveniente, alzó la mano para interceptar el último golpe.

El choque retumbó en los oídos de ambos. Pese a la diferencia de tamaños y dimensiones, el brazal del coloso fue el que se cuarteo tras ese impacto.

Permanecieron inmóviles por unos segundos en los que Enoc mantenía la palma de su mano abierta contra la que el puño acorazado se estrelló y terminó fracturándose.

— Qué lamentable que Behula haya sido derrotada por un enemigo tan diminuto —musitó ante la perplejidad del coloso.

Enoc elevó su cosmos y lo liberó en un torrente luminoso que golpeó de lleno a su enemigo.

El coloso fue arrastrado por ese resplandor que fisuró más piezas de su armadura, quedando humeante y de rodillas en la distancia.

Enoc lo creyó vencido, incluso estuvo a punto de ya no pensar en él cuando volvió a detectar movimientos en esa armadura vacía.

 

Una energía oscura comenzó a emerger como vapor por las grietas de la armadura viviente, ocultándola tras un nubarrón negro del que emergieron sonidos grotescos y chillidos de metal siendo comprimido.

El marine shogun decidió aguardar en vez de sólo arrojarse sobre lo desconocido.

Para cuando el humo se disipó por completo gracias a la lluvia, Enoc se percató de que los daños en el guerrero habían desaparecido por completo. La armadura que lo cubría estaba totalmente renovada, pero lo que realmente llamó su atención era que el guerrero había reducido su tamaño, ahora parecían compartir la misma talla.

Enoc no comprendió la razón de ese cambio hasta que lo tomara totalmente desprevenido que desapareciera de su vista, pudiendo detectarlo sólo hasta que su mano oscura lo sujetó por el casco y lo arrastró por el suelo.

La ranura en el yelmo oscuro se prendió en luz dorada que disparó en un fino rayo sobre Enoc a corta distancia, mas el marine shogun se defendió con un puñetazo que le volteó el rostro a su oponente.

La ráfaga dorada terminó dirigiéndose hacia un montículo de rocas que estalló sonoramente, hasta reducirse a cenizas.

Tras un rápido forcejeo, Enoc se liberó,  empujando a su oponente quien sólo logró quedarse con el casco de su scale.

— Ya veo, redujiste tu tamaño sólo para volverte más rápido —fue la suposición del marine shogun—. Aun así, no tienes oportunidad contra mí —aclaró, lejos de sentirse amedrentado. Si se tomaba la situación en serio, tenía la confianza de continuar superándolo… y no se equivocó.

 

Para frustración de Sennefer quien controlaba a ese muñeco oscuro, el marine shogun seguía eludiéndolo, siendo incapaz de asestar algún otro golpe.

Sus fuerzas se equipararon, eso se comprobó cuando Enoc volvió a atrapar su puño y por un instante se vio obligado a retroceder.

El marine shogun comenzó a atacarlo a corta y media distancia, empleando su cosmos. Lanzó una tras otra esferas que estallaban contra el coloso. La armadura resistía, mas cuando otra descarga explotaba de manera inmediata sobre la misma superficie se creaban fisuras. Lamentable era que estas líneas de destrucción volvían a rellenarse de oscuridad que terminaba por reconstruir cada parte dañada.

 

Enoc no volvió a permitirle a su enemigo el acercarse, persistiendo con su cosmos destructivo. Tras comprobar que sus poderes regenerativos parecían no tener fin, optó por intentar reducirlo a nada con un solo ataque.

 

El coloso intentaba abrirse paso hasta su enemigo, pero los estallidos lo alcanzaban y lo empujaban cientos de metros hacia atrás sin permitirle resistencia alguna. Lanzó ataques energéticos que terminaban siendo consumidos por el brillante cosmos del marine shogun.

Sennefer entendió que su marioneta no podría superar la habilidad del dragón marino, sin embargo, esperaba que, a la larga, la balanza terminara por inclinarse a su favor; después de todo, la energía de un ser vivo no es infinita y termina agotándose en una batalla, mientras que su coloso jamás sufriría de agotamiento. Sólo tenía que esperar a que eso ocurriera… era cuestión de tiempo.

 

El enfrentamiento los había alejado del lugar en donde iniciaron su conflicto. Cuando la lluvia dejó de caer sobre ellos, se percataron de lo lejos que se encontraban de la región del Océano Atlántico del Norte.

 

Enoc detuvo sus ataques unos instantes sólo para concentrar todo su poder en una sola técnica. El coloso permaneció a la expectativa al ser consiente del incremento en la fuerza de su rival.

— Ya he perdido demasiado tiempo en esta insulsa pelea. Pongámosle fin.

Con cierta solemnidad, Enoc colocó sus manos a la altura del pecho, donde nació una esfera incandescente, una estrella que contuvo entre sus palmas.

El gigante esperó a que la lanzara, decidido a eludirla, pero cuando el marine shogun precipitó su poder hacia el cielo, quedó un poco confundido.

Ese meteoro fugaz se perdió en la inmensidad del océano sobre sus cabezas, pero súbitamente un inmenso resplandor brotó del agua y cayó sobre la armadura viviente.

¡Juicio Final!

Enoc precipitó las manos hacia el suelo al mismo tiempo que un resplandor blanco rompiera las barreras del cielo de la Atlántida y se precipitara sobre su enemigo. Esa columna de luz abarcó varios metros de circunferencia, engullendo por completo a la marioneta de Sennefer con una fuerza desintegradora.

Alaridos inhumanos escaparon del interior del cilindro luminoso  que hizo temblar el suelo bajo sus pies, fundiendo las rocas a su paso y expulsando todo objeto que no resistiera los intensos vientos generados.

 

Al final, un tremendo estallido convirtió la luz en estelas de humo que terminaron por ocultar el cielo, que pronto recuperó su apariencia.

Enoc no se movió ni un centímetro, pero al ras de sus botas se encontraba la línea del enorme agujero dentro del que su enemigo había desaparecido.

El marine shogun se limitó a inclinar un poco la vista hasta donde la oscuridad de las profundidades se lo permitió, sin percibir algún movimiento o indicio de vida…

Por precaución aguardó un par de minutos en los que pudo estar conforme con su victoria.

Se dispuso a marchar, por lo que al dar media vuelta se contrarió por ver a alguien más allí.

 

Recargado tranquilamente sobre un montículo de escombros, Nihil, marine shogun de Lymnades había contemplado la batalla. ¿Desde cuándo? Difícil de saber, quizá desde el inicio o apenas llegó a la conclusión… Enoc jamás lo sabría.

— Nihil, ¿qué es lo que estás haciendo aquí? Tenía entendido que el Emperador te dio una misión importante —cuestionó, intentando recordar que eran comunes las apariciones espontáneas del guardián del océano Antártico.

El joven Lymnades lo miró tranquilamente, abandonando el cómodo lugar sobre el que había descansado. En su hombro izquierdo, el cuervo negro que llegó con los santos del Santuario se mantenía como un amigo inseparable.

— La misión se llevó a cabo con éxito, pero con muchas novedades —aseguró Nihil, mirando hacia el abismo —. Al volver a este reino nos enteramos de los desafortunados sucesos, es por eso que decidimos venir y asistirte —dijo, señalando al ave sobre su hombrera.

— Llegas un poco tarde —aclaró Enoc—. Pero percibo que aún hay muchos enemigos a los que podrías atender…

Aunque Enoc avanzó, Nihil y el cuervo permanecieron con la vista en el enorme agujero en la tierra.

— Enoc, eres nuestro líder y respeto tu autoridad, por lo que me apena tener que informarte que estás equivocado —fueron las palabras por las que el Dragón Marino se giró hacia su compañero, dándose cuenta que hablaba con razón.

 

Del gigantesco hueco marcado en el suelo de la Atlántida, comenzaron a emerger esferas de luz azuladas brillando y tintineando de forma espectral. La cantidad parecía incontable, pero todas eran entidades inofensivas que se limitaban a oscilarse en el aire.

— ¿Qué significa esta manifestación? —preguntó Enoc.

— Son almas —Nihil respondió con brevedad.

— ¿Almas? —el marine shogun repitió, escéptico.

— No me gusta ser yo quien te lo diga, pero de haberse tratado de un enemigo más ordinario, tu poder lo habría destruido por completo, de eso no tengo dudas —agregó Nihil—. Pero estamos tratando con una abominación diferente…

 

Esas pequeñas almas se mantuvieron suspendidas sobre el abismo, algunas se movían ligeramente como luciérnagas confundidas, pero cuando parecían haber reunido la autonomía para volar con libertad, de la oscuridad bajo ellas emergieron brazos oscuros y deformes que las retuvieron.

Esos innumerables brazos formaron una red que las contuvo a todas, comenzando a comprimirlas hasta que adaptasen una forma determinada. La red pronto se moldeó hasta formar un cuerpo humanoide, un esqueleto dentro del que toda esa energía espectral se encontraba cautiva, recubriéndola con hilos de oscuridad que rápidamente comenzaron a devolverle la vida al coloso de Sennefer.

 

— ¿Acaso es inmortal? —cuestionó el dragón marino con leve fastidio, sin sentirse intimidado por el regreso del enemigo.

— No precisamente pero, ninguno de los dos contamos con los medios para darle fin—respondió el marine shogun de Lymnades —. Además, mientras sus fuerzas parecen inagotables, las nuestras se debilitan, inconveniencias de nuestra humanidad. Debemos buscar la conclusión pronta de esta batalla —sugirió, sin poder apartar la vista de lo que la oscuridad tejía frente a sus ojos—. De lo contrario, las cosas serán desfavorables para nosotros.

— Si viniste hasta aquí es porque tienes algo en mente —comentó Enoc, confiando en el ermitaño del océano Antártico. Le constaba cómo es que su enemigo no se debilitaba, ni moría, pese a que lo ha atacado con todas sus fuerzas.

— El santo de Cáncer lo ha hecho, en realidad —aclaró el joven marine shogun.

— ¿Y vas a confiar en él? —inquirió Enoc con cierta desconfianza.

— No es cuestión de confianza, sino en elegir el mejor método —dijo Nihil—. Pensé en otras estrategias, sobre todo al saber que mis técnicas sí lo afectarán —eso se lo aseguró el santo dorado de Cáncer—. Pero el camino que él muestra es el mejor para erradicar a nuestro enemigo en el menor tiempo posible.

— Si tan seguro estás, la responsabilidad recaerá en ti —advirtió el dragón marino—. ¿Qué es lo que debo hacer?

 

Para cuando Nihil terminó de explicar el plan que debía seguirse, el coloso volvió a regenerarse, manteniendo su reducido tamaño, pero su armadura lucía mucho más resistente que la anterior.

Del orificio alargado en su yelmo emergieron descargas energéticas que pusieron en movimiento a los dos marines shoguns.

Enoc fue el primero en eludir y precipitarse sobre su enemigo, pero la técnica de Nihil lo alcanzó antes.

¡Cola de Salamandra!

En los brazales del marine shogun de Lymnades se encendieron llamas anaranjadas que se alargaron y tejieron entre si hasta formar dos látigos flameantes atados a sus muñecas, como un par de grilletes infernales. Con ellos, Nihil, arremetió de manera inesperada contra el coloso. El golpe empujó al guerrero violentamente hacia atrás, resintiendo las vibraciones por todo su ser.

Para Enoc, fue inesperado escuchar a su enemigo gemir de la manera en la que lo hizo con ese ataque, a la vista tan sencillo, pero laborioso en su raíz.

Cuando el látigo de fuego tocó la estructura de la armadura oscura, la placa metálica se ondeó por un instante en el que pareció cambiar a un estado gaseoso. Las flamas arrancaron una fracción de esa oscuridad para que instantes después el metal volviera a solidificarse, dejando únicamente una delgada línea de daño, pero el coloso se agitó de manera insufrible.

 

Enoc siguió de cerca su trayectoria, golpeándolo indiscriminadamente con sus puños y cosmos.

El coloso respondía a las agresiones de Enoc, pero en el instante en que lograba imponérsele, Nihil lo atacaba con su látigo de fuego y todo volvía a repetirse.

Para cuando el guerrero de armadura oscura se concentraba en atacar al marine shogun de Lymnades, Enoc se interponía sagazmente y lo embestía con su cosmos.

— ¿Cómo es que eso muestra más dolor hacia tus técnicas que hacia las mías? —Enoc preguntó, intrigado por conocer la diferencia.

Nihil dilató en responder —Mi fuego eterno afecta la mente y el espíritu de un oponente, por consiguiente, el mayor impacto es a nivel mental y espiritual. Si esta criatura es la concentración de miles de almas perdidas, imagina el dolor que se genera dentro de él con cada impacto. Sin buscar desacreditarte, esa es la razón por la que lo hiero de manera más profunda que cualquiera de los residentes del reino.

 

Los tres se mantuvieron en movimiento, desplazándose a grandes velocidades por los páramos del reino submarino, dejando zanjas y boquetes por los arrecifes de corales que con su belleza natural adornaban los escenarios.

 

Para cuando los marines shoguns divisaron uno de los siete pilares del reino de Poseidón a lo lejos, supieron que estaba pronto el momento.

El coloso caía repetidas veces en el suelo, dando giros y destruyendo todo a su paso, sin oportunidad alguna de imponerse. Su armadura resistió mucho más esta vez, pero en ella se marcaban los pasos de las llamas que Nihil empleaba en su contra, las cuales lograron abrir pequeñas grietas que no se cerraban, a comparación de las producidas por los fieros ataques de Enoc.

 

El guerrero oscuro terminó por estrellarse contra el pilar del Océano Ártico, sin causarle ninguna fractura. Resbaló desde lo alto hasta caer aparatosamente a los pies del pilar y rodar por las escaleras.

El coloso se levantó instantáneamente, bufando de furia y agonía. Ante él se encontraba el dragón marino, el obstáculo que no ha podido destruir por más que lo ha anhelado. Tras dar el primer paso para atacarle, los látigos de fuego lo atraparon como si fueran serpientes, dificultándole el moverse.

— Espero hayas guardado las energías necesarias, Comandante —comentó Nihil, empleando todo de sí para mantener inmóvil al enemigo.

— No me contendré, por lo que espero te prepares… —repuso Enoc, elevando su cosmos hasta su punto máximo.

El aura que rodeó al dragón marino hizo que el viento rugiera por la intensidad con la que fue golpeado.

— Yo te expulso del sagrado reino de Poseidón —musitó el dragón marino, manteniendo los brazos a los costados sólo para precipitarlos hacia el cielo con un rápido movimiento—. ¡Cataclismo marino!

El cosmos de Enoc se liberó tras un estruendoso rugido por el que el suelo tembló. Con la fuerza de un despiadado maremoto, su energía se proyectó contra el guerrero de armadura oscura, embistiéndolo brutalmente con esa marejada de poder que subió hasta el cielo marino.

Esa ola atravesó el cielo y sus aguas a gran velocidad. Enoc permaneció con los brazos alzados, siendo empapado por el chubasco que cayó del cielo antes de que volviera a la normalidad.

— Dejo eso en tus manos, Nihil —musitó el dragón marino.

 

 

Lejos de allí, en la superficie, donde enormes glaciares flotan en las aguas gélidas al norte del mundo, la tranquilidad de la tundra se rompe con el estruendoso geiser luminoso que emergió por debajo de los casquetes de hielo.

Con las gotas de agua y fragmentos de cristal cayendo por todos lados, el guerrero de armadura negra terminó por estrellarse sobre el duro suelo recubierto de nieve. Su cuerpo aún se encontraba aprisionado por las largas cuerdas de fuego que permitieron a Nihil acompañarlo en su travesía hacia la superficie, usándolo de trineo en un viaje en el que no sufrió rasguño alguno.

El marine shogun cayó de pie, pero al ser la primera visita al mundo exterior después de muchos años, sintió un desequilibrio incomprensible que lo sobrecogió, provocando que sus látigos flameantes se desvanecieran. Admiró en silencio el lugar al que habían llegado, le recordó a la antesala del más allá por la blancura del suelo, pero el cielo  era una pintura viviente que atrapó por completo su atención.

 

El panorama estaba ligeramente oscuro, pero el campo celeste se veía iluminado por una colorida aurora boreal, un fenómeno de la naturaleza tan hermoso que no podría ser apreciado por la marioneta de Sennefer.

 

Sennefer descubrió la treta tras ese último ataque, pero eran unos ilusos al pensar que no podría lograr que su juguete regresara a la Atlántida de manera triunfal.

Entendía que ese marine shogun contaba con habilidades shamánicas suficientes para enfrentar a la extensión de su voluntad, pero sin la protección del Dragón Marino, sería fácil aplastarlo.

Pensaba en ello al verlo de espaldas, creyendo que se trataba de un intento de provocación, pero Sennefer nunca imaginaría que verdaderamente Nihil olvidó por breves instantes que se encontraba en medio de una pelea encarnizada…

 

El Patrono estuvo a escasos instantes de atacarlo, cuando una voz retuvo todas sus intenciones.

— Así que, tú eres Sennefer —escuchó de pronto, a través de su conexión con la armadura viviente.

 

El coloso giró lentamente el rostro para permitirle a su amo una visión clara, mostrándole a través de la delgada ranura de su yelmo que un santo dorado se encontraba allí, en medio de la inmensidad de la tundra—. Cierto, no exactamente él pero sé que puedes escucharme —corrigió el santo dorado de Cáncer, Kenai.

 

El guerrero oscuro permaneció inmóvil, a la expectativa del santo del que percibía una inusual presencia a diferencia del resto de los guerreros de Atena que ha enfrentado.

 

— Eres muy astuto, utilizar todos esos espíritus para lograr una posesión de objetos de alto nivel. Empleas el Cetro de Anubis para usar la energía de su rabia, estrés y confusión —Kenai comenzó a repetir todo lo que ya había logrado deducir a través de su cuervo—. ¡Por los Grandes Espíritus…! Son demasiados… No dudo que eran muchos más antes de tus andanzas por la Atlántida… toda la fuerza, ira y tormento de tantos hombres en una sola criatura… es monstruoso.

Eso lo explica… ese porte, esa arrogancia… eres un shaman… ¿Qué buscas conmigo, shaman? — dijo la voz de Sennefer, quien finalmente permitió que sus sentidos se conectaran en su totalidad en esa armadura—. Muchos han sido los de tu clase que se presentaron ante mí con el mismo objetivo iluso… ¿Acaso es lo que buscas? ¿La victoria sobre el inmortal? —cuestionó con prepotencia.

— No seré yo quien te venza, Sennefer… pero el espíritu de la muerte te envía sus saludos, y está ansioso por el que acudas a la cita que tienes pendiente con él —el santo explicó, osado—. Yo sólo estoy aquí para ayudar a que se reúnan pronto.

¡Me diviertes, santo de Atena! Pero como tú, muchos han asegurado mi aniquilación y son los que terminan reuniéndose con la muerte en mi lugar —Sennefer se mofó con una voz retumbante y macabra.

— Aquellos que te enfrentan olvidan que eres un espíritu errante, y tomas fuerza de otras almas atrapadas en el cetro de Anubis. No sucederá lo mismo conmigo… lo que has creado aquí debe desaparecer —sentenció el santo, materializando su cosmos.

En pocos segundos, la cosmoenergía de Kenai lo envolvió por completo en llamas de fuego dorado que le cedieron un aspecto espectral e intimidante en el que resaltaban las flamas azules en su rostro

Los santos de Atena son siempre tan osados… no creo que tú… —pero Sennefer no logró terminar de hablar, cuando el caballero dorado se desplazó a una velocidad desconcertante hacia él. El santo no golpeó o atravesó a su enemigo, en vez de eso, logró introducirse dentro de la oscuridad de su armadura.

 

Empleando sus poderes espirituales, Kenai abandonó el mundo de los mortales para sumirse en ese espacio dimensional creado por el cetro de Anubis. El interior de esa armadura viviente era un sitio de oscuridad interminable donde las almas cautivas circulaban frenéticas, y donde sus voces gritaban sin cesar.

El santo de Cáncer resintió la terrible atmósfera, siendo la primera vez que el paso hacia el mundo espiritual le resultaba tan sofocante e hiriente. Sin duda combatía con una fuerza mítica, tanto del objeto que mantiene ese reino existente, como la del hombre que lo sostiene en su mano.

 — Esto sí que es inesperado —escuchó la voz de Sennefer, proveniente de cada rincón y retumbando por encima de la multitud que gemía—. Jamás creí que por voluntad propia decidieras entregarme tu alma —rió—. No tienes salida…

Kenai se sobrepuso a cualquier malestar, impidiendo que las llamas de su cosmos se desvanecieran por la tormentosa presión.

— No deberías tomarme a la ligera… si decidí entrar aquí… fue con un objetivo preciso —aclaró, elevando su poder espiritual—. Si no te venzo, te garantizo que lo pensarás dos veces antes de crear  más de estos guerreros… ¡pues son tu mayor debilidad, y ahora voy a demostrártelo! ¡Posesión de almas! —gritó, estirando la mano con la que atrapó una de las miles de llamas espectrales que revoloteaban como un enjambre a su alrededor—. ¡Fusión de almas!

Las flamas doradas que cubrían su cuerpo comenzaron a absorber una cantidad descomunal de almas dentro de su propio ser.

La risa de Sennefer retumbó en sus  oídos — ¿Acaso buscas apropiarte de estos espectros? Imposible, aunque tu mente, cuerpo y espíritu fueran capaces de albergar esta gran cantidad de almas, jamás desobedecerán mi voluntad, buscarán la forma de volver a mí, su amo y maestro. ¿Sabes lo que eso significa? ¡Te destrozarán por completo!

 

*-*-

 

En el exterior, Nihil de Lymnades se vio obligado a dejar de estudiar el paisaje cuando un cuervo de plumaje plateado se posó sobre su hombro y le picoteó ligeramente el casco que le cubría la cabeza. Sin dejar de graznar, el cuervo exigió su atención.

— Qué ruidoso —musitó con total tranquilidad, girando un poco para ver cómo es que el guerrero oscuro y el santo de Cáncer se mantenían de pie, frente a frente e inmóviles. La batalla entre ambos había pasado a un plano astral diferente, por lo que sus cuerpos físicos parecían haberse congelado.

 

El marine shogun notó que el gesto durmiente del santo de Cáncer comenzó a cambiar a uno de gran congoja y dolor. Nihil se mantuvo lejos de él, sabedor de las horribles sensaciones por las que pasaba Kenai. Si lo prolongaba por más tiempo, el cuerpo del santo dorado terminaría por despedazarse, fue evidente cuando empezó a escupir sangre por la boca, y líneas carmesí salieron de su nariz y lagrimales. Kenai cerró con fuerza sus dientes y puños, sobre exigiéndose para no claudicar.

 

El marine shogun volvió a poner su vista sobre la aurora boreal en el firmamento —Es tal y cómo me lo dijiste, Kenai de Cáncer —musitó, cubriéndose con su cosmos—… En esta ocasión es preferible pedir “perdón” que “permiso” al amo del más allá…

Juntó las manos,  de tal manera en la que sus dedos formaron las aristas de un rombo en cuyo interior acumuló su cosmoenergía.

Es cierto que sus habilidades naturales le permitirían enfrentar a la marioneta de Sennefer, pero eso no garantizaba una victoria; lo mismo aplicaba para Kenai. Sin embargo, ambos concordaron que si trabajaban juntos, triunfarían

Puertas del sueño negro — murmuró al proyectar su energía hacia el cielo, en el que se marcó el perímetro del rombo sobre el manto de la aurora boreal.

 

*-*-*

 

Kenai sentía que su alma estaba siendo desgarrada desde su interior, sobresaltándose tras los instantes en los que perdía conciencia de sí mismo, pues su voluntad intentaba desaparecer para formar  parte de ese ejército de almas.

— Tus esfuerzos son inútiles, jamás podrás purificar estas almas. Termina ya con tu ingenio intento y piérdete dentro de este torrente espectral.

— Como ya dije… no me habría lanzado a esta tortura al creerlo inútil —respondió Kenai débilmente—. No cuando aquí… y sólo aquí… es donde expones totalmente tu alma…

— ¿Qué dices? —Sennefer se intrigó.

— Como escuchas… estas almas son tu fuerza pero también tu mayor debilidad —aclaró—… No esperaba liberarlas de tu dominio, pero ellas tienen un fuerte vínculo con el cetro de Anubis, que a su vez está conectado con tu propia alma… ¡es a través de ellas que he encontrado un camino hasta ti, siendo el Cetro de Anubis el conducto!

El santo de Cáncer abrió los ojos, estirando los brazos hacia la oscuridad.

— El espíritu de la muerte no puede alcanzarte, pero jalando las cadenas con las que atas a estas almas a la tuya, ¡los arrojaré a todos al limbo donde la muerte los estará esperando!

Kenai expulsó su cosmos dorado, junto al que liberó todas las almas que había absorbido dentro de sí mismo, convertidas en cuervos de oro que llevaban consigo interminables cadenas espirituales hacia las tinieblas.

 

*-*-

 

En su lugar de reposo, Sennefer sintió una fuerte opresión en el pecho, como si un gancho se hubiera aferrado a sus pulmones, impidiéndole respirar. Abrió ampliamente los ojos, impresionado por el que el santo de Cáncer hubiera sido capaz de atacarle directamente.

— ¡Esto es… imposible! —exclamó, cuando del Cetro de Anubis seis cuervos dorados emergieron, y a la velocidad de la luz le atravesaron el cuerpo, dejando adheridas a su alma las cadenas que arrastraron en su vuelo.

Sennefer luchó contra la fuerza que estaba jalando su alma para sacarla de su cuerpo. Se retorció de dolor, y por unos instantes el pánico deformó su rostro.

El único testigo de la escena era Ehrimanes, quien con una disimulada sonrisa analizaba qué era lo más conveniente para él.

 

*-*-

 

Nihil mantuvo su posición, esperando paciente e imperturbable pese a escuchar la respiración forzada y atragantada del santo de Cáncer.

 

Fue entonces cuando Kenai abrió los ojos, siendo claro su regreso hacia el mundo de los mortales. Caminó con dificultad hacia el aún inmóvil guerrero oscuro, tocándolo con la palma de su mano izquierda, manteniéndola allí.

Alzó su tembloroso brazo derecho hacia el cielo, pues resentía un dolor devastador. Al contemplar por un segundo el bello campo celeste, su mente le permitió unos segundos de paz y confort al venir a él un viejo recuerdo, protagonizado por él y su abuelo, en los días en que era apenas un niño que gustaba pescar en el hielo y escuchar historias alrededor de la fogata.

 

Una noche como ésta, en Alaska, el sabio hombre le dijo — Hace mucho tiempo ya, mi abuelo me contó que la aurora boreal está formada por los espíritus de la tierra— le aseguró—. Es una ventana hacia el deslumbrante más allá del que algún día formaremos parte.

El entonces pequeño Kenai se maravilló ante la idea— Eso quiere decir, ¿que papá está viéndonos desde allí? —sonrió optimista. El anciano asintió, conmovido por la inocencia de su nieto.

 

Kenai cerró los ojos al serle imposible mantenerlos abiertos por el dolor que lo atravesaba. Concentró toda la fuerza y energía que le quedaba en su ser para mantener el control sobre esas almas. Ignorando la abundante sangre que emanaba por todas partes de su cuerpo y el fuerte bombeo de su corazón y cabeza, logró decir — ¡Nihil, debe ser ahora!

 

— Puertas del sueño negro —el marine shogun volvió a repetir, esta vez con un tono solemne y maximizando su cosmos al límite—… por el nexo de la antigua hermandad entre la muerte y el sueño, ábranse.

Dentro del espacio romboide que mantenía proyectado en el cielo, se creó un portal dentro del que se vislumbraba un paraje perpetuamente blanco.

En cuanto percibió aquella abertura en el velo espiritual, Kenai extendió el dedo índice de su mano derecha, apuntándolo justamente hacia el portal para exclamar — ¡Ondas infernales!

El cosmos dorado de Kenai envolvió por completo a su enemigo, formando una enorme llama de la que se desprendían fragmentos de fuego que simularon plumas arrastradas por la fuerza espiritual de Kenai, y qué seguían el trayecto que el cosmos de Nihil les indicaba.

La gran flama poco a poco se iba haciendo más pequeña, pero Kenai tenía muchos problemas para jalar a aquella que era su prioridad, pues luchaba por permanecer en la oscuridad. El resto de las almas entraron por esas puertas para perderse en su interior.

 

Por un momento fugaz, Kenai sintió que estaba por alcanzar su objetivo, sin embargo, aun con los ojos cerrados, su visión extrasensorial le permitió ver una garra oscura precipitándose contra él.

Espero que te hayas divertido —Kenai escuchó en un rincón de su mente—. Ganaste la batalla, pero tu jueguito se acabó —antes de que una horrible punzada en su cabeza desatara una ola de dolor en su sien y le enfriara el corazón.

 

Nihil percibió una energía maligna, aunque le fue imposible determinar su origen. Se alarmó ante ese disturbio por el que se obligó a cerrar su mente y alma para protegerlas de aquella entidad por la que se sentía acechado, terminando todo vínculo con Kenai y el vórtice hacia el otro mundo, que se cerró tras las cortinas de la aurora.

El marine shogun miró sobre su hombro para ver cómo el santo de Cáncer colapsaba en el suelo, con los ojos abiertos y totalmente en blanco. Lo que había quedado de la armadura viviente se consumió en el aire, desapareciendo al fin.

 

 

FIN DEL CAPITULO 18

 

 

Kekkai*: Se le llama así a una barrera psíquica o espiritual creada por una persona que impide que la gente inocente salga dañada cuando una batalla da inicio, así como que se destruya el entorno donde se suscita. El kekkai puede ser destruido si hieren de gravedad o matan al creador de la barrera, así mismo cualquier daño que sufra el interior del kekkai se verá reflejado en el mundo real si el creador muere.


Editado por Seph_girl, 24 marzo 2014 - 18:25 .

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 25 marzo 2014 - 11:14

Como siempre un excelente capitulo

 

quedaron muy bien las peleas

 

saludos

 

:s50:



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Publicado 26 marzo 2014 - 19:19

Siii, por fin, seph, un nuevo capítulo. Me metía todos los días a la zona fanfic esperando encontrar una nueva actualización. Y no bajas el nivel de la historia. Geniales las tres peleas!!! Espero q Kenai no haya muerto. No sé si corresponde, pero con Hiragisawa, le hiciste un pequeño guiño a Sakura Card Captor?? Tal vez fue sólo coincidencia. Felicitaciones, y no te demores demasiado con el otro capítulo, pq la historia está genial!!! Saludos y sigue así!!



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Publicado 23 abril 2014 - 01:48

Llevo dos días completos leyendo tu fic cada que tengo un tiempito. Ya terminé todos los capítulos hasta ahora y me quedé con ganas de más. Excelente historia compañera, sigue así!!!

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                                                                                                       :aiacos: :golpe:                                                                                         

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Publicado 26 abril 2014 - 17:30

Alo mis lectores =3

Espero hayan tenido unas lindas vacaciones x3, algunos solo tenemos una semana, otros dos, pero como sea, aqui les traigo una probada más de mi historia para que la disfruten este fin de semana.

 

Gracias LunaticBoltspectrum por dejarme siempre tu comentario, nunca falla :')

 

Carloslibra82, la verdad eres (sin contar a mi lector beta) el primero que ha preguntado abiertamente sobre "Hiragizawa"... y debo decir que "No existen las coincidencias, sólo lo inevitable" jajaja es largo de explicar pero un fic viejo mio sirvió para que fuera el PASADO de este fic actual, por lo que no es un personaje que casualmente se llame Igual, sino que es el mismo (pero obvio de un universo alterno muy fumado XD) Seguro en este cap queda medio claro jajaja.

 

Hola Morongo! Mucho gusto. ¿En dos días leiste tanto? En serio?? Sin usar la rueda del mouse? porque eso no se vale jejeje Como sea, que bueno que la historia te haya atrapado lo suficiente para hacer ese esfuerzo sobrehumano o.o wow n,n Muchas gracias por comentar y apoyar esta historia.

 

Y pues les agradezco a todos su apoyo :)

Este capitulo está lleno de acción, pura acción de hecho o.o, ¡¡terminan dos peleas!!!

Disfruten del capitulo 44 y no olviden que comentar es agradecer :D

 

/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-

 

En las profundidades del reino de Poseidón, quince años atrás.

 

Dos jóvenes atlantes descansaban junto a la pequeña laguna donde habían aseado sus cuerpos tras una larga jornada de entrenamiento y búsqueda de alimentos. Una vez limpias, comieron su almuerzo habitual: pescado y agua.

Mientras masticaban, la que poseía el cabello azul miraba con fijeza el firmamento del mundo en el que le tocó nacer, mientras la de cabello rosado veía su reflejo proyectado en el agua.

— ¿Sabes? —la chica de cabello azul reanudó la charla tras un prolongado silencio—. Me enteré que Asteros está hablando con los demás para intentar subir a la superficie.

— ¡¿Qué?! —fue la sorpresiva respuesta de su amiga—. ¿Es cierto lo que dices, Levi?

La joven atlante llamada Leviatán asintió— Sí. Me ha pedido que lo acompañe y… yo le he dicho que sí —confesó.

— Ah, Levi… eso es… yo…

— Ni siquiera se te ocurra intentar convencerme, Karón —intervino la atlante, poniéndose de pie para darle la espalda—, ya tuve suficiente con los sermones de mi madre.

Karón se levantó, intentando acercarse a la jovencita con la que había compartido tanto durante toda su vida.

 

Cuando Karón nació, la mujer que la llevó en su vientre murió durante el parto. Por fortuna, días antes otra joven había dado a luz a una niña, por lo que los ancianos le suplicaron que sirviera de nodriza a la pequeña huérfana, de lo contrario moriría sin más remedio. Por supuesto que muchos alegaron que quizá eso sería lo más piadoso, incluido el padre biológico de la bebé.

Pero la mujer no sólo accedió a la petición, sino que se convirtió en una madre para ella, por lo que fue capaz de criar a ambas como hermanas y grandes amigas.

Aunque las dos niñas crecieron con temperamentos impetuosos, Leviatán sin duda fue la más dominante. No les faltó amor ni cariño de sus padres y su pueblo, pero como todo niño atlante que crecía en cautiverio, fueron influenciables por los relatos de los más ancianos y el rencor de los adultos.

 

— Levi… deberías considerarlo más… ¡Ay, le pedí a Asteros que no te dijera nada, pero el muy truhán no cumplió su promesa! —Karón confesó con tristeza.

Leviatán se giró de inmediato hacia ella, con gesto de reproche — ¡No tenías ningún derecho de hacer eso!

— Sabía que si te enterabas te pondrías necia y querrías embarcarte —Karón explicó, con el ceño fruncido—… Si le pedí que no te lo dijera es porque no tiene caso que las dos nos arriesguemos… porque yo también accedí.

— ¡¿Y pensabas irte sin decírmelo?! —Leviatán cuestionó, molesta—. ¿Creíste que no me iba a dar cuenta?

— Habría encontrado la manera y lo sabes —Karón respondió con un gesto travieso.

— En ese caso no tienes nada que alegar. Las dos iremos —pronunció Leviatán.

— Levi, déjame intentar convencerte…

— No —Leviatán intervino—. Después de todo lo que hemos hablado y soñado sobre ello…  no puedo creer que hayas intentado dejarme atrás —musitó, dolida.

— Sabes que es peligroso y no hay garantía de que suceda algo bueno… Quizá es como dicen los ancianos y sólo sea un suicidio… Los que han subido allí, no han vuelto… —Karón le recordó.

— Lo sé, puede que sólo sea un camino hacia la muerte pero también…es porque no hay forma de volver… —agregó Leviatán.

— Si la hay, te prometo que yo volveré por ti —pidió la de cabello rosado.

Leviatán permaneció en silencio, y aunque solía doblegarse ante la mirada amable de su hermana, esta vez tuvo la fuerza de voluntad para negarse—. Las dos volveremos y liberaremos a los demás. Aunque tengamos que acabar con la vida del tirano que nos encerró aquí.

Karón mostró un gesto asustadizo — ¿Pelear contra un dios? Eso…

— ¡Es posible! —se adelantó Leviatán—. Las historias nos lo dicen, ¿no? ¡Atena y los santos combatieron y lo vencieron! Y el viejo Beulnos lo ha dicho siempre… en nuestra sangre corre la sangre de un dios olímpico —se miró las manos con detenimiento—. Si pudiéramos usar ese poder… seguramente seriamos capaces de eso y más.

— Levi… no creo que la violencia sea la llave que nos libere de aquí —la de cabello rosado dijo con timidez—. Ni el rey Atlas, con todo su poder, fue capaz de liberar a su pueblo de este castigo.

— No tienes porqué mencionar a esa momia inútil —Leviatán reaccionó despectiva.

— Sabes que mi padre es uno de sus custodios y yo… yo lo he visto. Y cuando lo contemplo, pese a ser un muerto en vida, no veo un rostro de angustia sino de completa paz… yo creo que él… está esperando…

— ¿Y qué espera exactamente? ¿La muerte? —Leviatán preguntó de manera irónica—. Se ha tardado.

—  Quizá el perdón o… ayuda. Yo lo he pensado, y si pudiera salir de aquí, buscaría a Atena…

— ¿A Atena? —Leviatán repitió con incredulidad—. ¿Esa bruja que lo hechizó en primer lugar? No me hagas reír. ¿Crees que ella vendría a ayudarnos? ¡Ha tenido siglos para hacerlo y continuamos aquí! ¡No seas incrédula, los atlantes sólo fuimos una herramienta para ella y una vez que cumplimos nuestra parte nos desechó!

— Estos son dominios del Emperador del mar, ella no tiene poder aquí pero… debe haber alguna manera, yo lo sé… —Karón musitó, afligida.

Leviatán suspiró, fastidiada— Eres demasiado idealista. Pero ¿qué sucederá si no hay una forma ‘bonita’ para resolver esto? —cuestionó, sarcástica.

— Si gastamos todos los otros recursos… entonces sí estaría dispuesta a luchar —Karón accedió con una mirada valerosa.

— Cuando me miras así es como verme en un espejo —Leviatán sonrió, dándole ligeras palmadas en la cabeza—. Está bien, en el mejor de los casos, mientras buscas tus respuestas, yo me encargaré de encontrar la forma de despertar nuestro verdadero potencial.  En el exterior seguro habrá mucho que podremos aprender —Leviatán sonrió ampliamente, a lo que Karón respondió casi de la misma forma.

 

Así fue como sellaron un pacto, pero aunque hubieron muchos planes y esperanzas, el principal obstáculo era ese remolino.

Ellas, y otros jóvenes atlantes más, subieron por el pináculo de piedra. Conforme más se acercaron a ese agujero oscuro, más temor causaba. Dos de ellos claudicaron y volvieron, pero el resto prosiguió pese a que los sonidos del agua corriendo ensordecían.

La muerte era una posibilidad en aquel viaje, pero era un temor que no pesaba demasiado en los corazones de esos chicos; en cambio la esperanza de la libertad y un mundo nuevo al cual surgir, los impulsaba a no tener remordimientos.

Para cuando Leviatán y Karón llegaron a la cima, en donde el viento ya levantaba sus ropas y cabellos, se tomaron de la mano.

Karón hizo un fuerte amarre en la que sus muñecas quedaron atadas —Para que no me vayas a soltar —le dijo a Leviatán.

— Nunca —fue su respuesta antes de que ambas saltaran y sus cuerpos sintieran el escalofriante viento que las alzó hacia las aguas oscuras.

 

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Capítulo 44.

Imperio Azul, parte VIII

Más allá del pasado y el odio.

 

 

Atlántida, reino de Poseidón

 

Leviatán, Patrono de la Stella de Coto, respiraba rápidamente como reflejo de cansancio, acompañado por sollozos y algunas lágrimas que mojaron sus mejillas.

Permaneció de pie, sin abandonar la posición en  la que había efectuado su técnica, manteniendo los brazos estirados a la altura de los hombros.

 

Todo a su alrededor estaba devastado, aunque el ambiente recobró su color natural y el cielo sobre su cabeza volvió a mostrarse tranquilo.

 

¿Se lamentaba por atacar a su vieja amiga? Sí, pero había tanta rabia en ella desde que abrió los ojos en la superficie, que no solía escuchar a su conciencia cuando ésta se lo suplicaba.  La voz de su antiguo yo le pidió que intentara ser comprensiva, convencerla de que no era culpa de Karón, que tal vez había sido hechizada, pero en cuanto la marine shogun la atacó y trató como a una enemiga, esa voz se volvió inaudible y sólo siguió los instintos de la bestia a la que le debía su nombre.

 

Cayó de rodillas, lamentando su acción e infortunio. Se cubrió el rostro con las manos intentando ocultar su llanto y acallar sus gemidos de dolor.

Todos estos años en que vivió con el señor Avanish, creyó haber sido la única sobreviviente de ese grupo de temerarios e ilusos chicos que se dejaron devorar por el remolino infernal.

Recordó la horrible sensación, la violenta forma en la que sus cuerpos se golpearon unos contra otros, el modo en que el agua presionaba sus cuerpos. En el vértigo y el sufrimiento, sintió que perdió a Karón, y aunque tanteó desesperada en el agua, no logró aferrarse a nada, ni a nadie.

El aire le fue arrebatado por el frío y los intensos dolores. Pese a que fueron pocos segundos, pareció toda una vida de sufrimiento en la que el mar la castigó. Ensordecida, cegada y muda fue apaleada por esa feroz corriente que tenía el único propósito de arrebatarle la vida a todo aquel que intentara escapar.

 

Algunas veces, contadas en realidad, esa fuerza dejaba una ligera chispa de vida en algunos de los cuerpos destrozados. Esos afortunados, o desdichados,  tenían segundos de paz sumergidos en el vasto mar hasta que finalmente morían ahogados.

Leviatán fue de esos casos excepcionales, pero aún más extraordinario es que su cuerpo logró salir a flote como un tronco fuera del agua.

Estaba muerta, o por lo menos en un estado muy cercano a la muerte, sin embargo, de alguna manera, alguien sopló aliento de vida a su cuerpo y así logró salvarse.

 

No fue el cielo azul o el sol que tanto describían en los cuentos lo primero que vieron sus ojos, no, sus glóbulos oculares no estaban preparados para la luz del exterior por lo que resultó una terrible y agonizante experiencia mantenerlos abiertos.

Totalmente ciega y desorientada, alcanzó a escuchar la voz de un par de infantes y la de un hombre que hablaban en un dialecto extraño para ella.

Aterrorizada y traumatizada por su anterior vivencia, quedó desconcertada cuando alguien le tocó la cabeza y paternalmente susurró — Descansa, estás a salvo —en el idioma de sus antepasados.

 

El señor Avanish la salvó ese día… fue mucha su pena cuando recobró la conciencia y se supo la única sobreviviente de su grupo. Aunque el par de gemelas que la cuidaban y acompañaban intentaban acercársele, ella estaba lejos de sentirse animada o deseosa por entablar amistad, lo único que podía hacer era pensar con rabia y frustración.

Aborrecía la luz que lastimaba sus ojos, por lo que sintió desprecio por ese nuevo mundo al que le perdió todo interés.

La madre de las gemelas se limitaba a darle de vestir y comer, solía colocar bellas flores en su habitación, esperando despertar su curiosidad por salir del cuarto al que decidió confinarse.

Sin embargo, cuando hablaba con el hombre que se presentó como Avanish, todo sonaba diferente. Su amabilidad y carisma rompían con la armadura de frialdad e indiferencia en la que Leviatán intentó ocultarse.

Le sorprendió que él le hablara como si la conociera de toda la vida, y más se impresionó cuando le confesó que sabía todo de ella, su origen y procedencia. Él le regresó el ánimo de continuar con su deseo, le prometió que si lo seguía, le mostraría la vereda por la que sería capaz de lograr sus metas.

Leviatán, motivada por el odio que desbordaba de su pecho, accedió gustosa, prometiéndose que pasara lo que pasara, vengaría a su gente…

 

— No hay marcha atrás —se dijo a sí misma, descubriéndose la cara para mirar al cielo, aún con un deje de arrepentimiento.

Por encima de sus tristezas, debía satisfacer el hambre voraz del monstruo interior que había alimentado todos esos años con sus deseos de venganza.

 

Leviatán se giró hacia la parte del palacio que había destruido, decidida a avanzar por entre las ruinas para dirigirse hacia donde se encontraba Poseidón, cuando un escalofrío le recorrió la espalda y tensó su nuca.

Fue una sensación sofocante, difícil de explicar. Lentamente volvió a alzar la vista hacia el cielo.

— No… esto es… imposible… —susurró.

Una porción del cielo acuático se ondeó, como si algo atrás de la capa de agua empujara con fuerza. Tomó la forma de un globo enorme el cual finalmente reventó, lanzando una gran cantidad de agua, pero al mismo tiempo liberó sonoros estruendos que simularon rugidos bestiales.

Allí, en el aire, saliendo de las aguas de manera gloriosa se encontraba Scylla, montando a sus seis gigantescas bestias encarnadas en cuerpos de aire tormentoso.

El oso y el águila encabezaban la montura, mientras que el lobo y el murciélago se enfilaban a su derecha, dejando a la serpiente y a la abeja protegiendo su flanco izquierdo.

Al principio, el cosmos aguamarina de la guerrera de Poseidón la envolvió con una brisa celestial que la dotaron de la apariencia agraciada y mítica de la ninfa del mar, pero conforme descendía, la imagen de la auténtica marine shogun quedó a la vista. Su cuerpo, aunque magullado y sangrante, permanecía fuerte y digno para combatir.

Scylla y sus bestias permanecieron en el aire, mirando hacia donde Leviatán las admiraba.

 

— Qué poder… —fueron las palabras que escaparon de los labios de la Patrono. Por supuesto que se reprendió a sí misma por sentirse un poco temerosa bajo tal manifestación—. Pero sigues sin estar a mi altura. Las seis bestias que te respaldan no son nada contra la fuerza del poderoso leviatán —dijo de inmediato, apuntándola acusadoramente.

¿No has tenido suficiente? —escuchó la voz de la marine shogun en su mente.

Habría sido más conveniente para ti haber muerto por mi tormenta —la Patrono accedió a entablar un enlace telepático.

Si las dos no morimos hace años dentro de ese remolino infernal, ninguna fuerza marina será capaz de hacerlo —la marine shogun añadió, mirándola fijamente a los ojos desde la distancia—. Levi, detente ya.

Leviatán se sorprendió al escuchar que la llamara de esa forma.

¡Karón! ¡¿Entonces es cierto?! ¡¿Sólo estabas fingiendo no reconocerme?!

Es algo más complicadoque eso, Leviatán. Yo de verdad olvidé —confesó, para desconcierto de la Patrono—, todo. Las moiras tenían un destino para mí, sólo eso puede explicar cómo es que logré sobrevivir. Pero no sólo mi cuerpo se encontraba destrozado, sino también mi mente sufrió graves lesiones —se dispuso a relatar, a como ella escuchó de otras personas—. Unos humildes pescadores me encontraron recién habían abandonado la costa, por lo que al querer ayudarme, regresaron a tierra donde el destino se apiadó de mí, ya que justo en esa playa el emperador Poseidón se encontraba. Él me salvó —aclaró, manteniendo una profunda calma en sus palabras.

— ¡¿Cómo es eso posible?! ¡Mientes! ¡¿Acaso no sabía tu identidad?!

— Aun ahora, es algo que no termino de comprender… no me atrevo a cuestionar a mi dios… Pero a él le debo mi vida.

— Seguro por algún motivo nefasto —comentó la Patrono, incapaz de pensar lo contrario—… es posible que él te haya bloqueado todos tus recuerdos, hasta reducirte a esto.

Estás muy equivocada. Yo iba a morir, eso nadie lo duda, pero el señor Poseidón compartió conmigo una pequeña chispa de su cosmos divino —se palpó el pecho por unos segundos, cerrando los ojos—. Desde entonces, es su propio cosmos lo que me mantiene con vida —explicó—. Y aunque  eso me permitió sanar de mis heridas, cuando recobré la conciencia no tenía idea de mi nombre, ni mi origen… no tenía recuerdos de mi pasado, tampoco podía sentir nada… Alguien me dijo un día, que parecía un cascarón sin alma… pero no por ello me rechazaron, todo lo contrario: me cuidaron, me alimentaron, me dieron un nombre…Caribdis*.

Vaya sentido del humor de tu dios, ¿no te parece? —comentó con sorna.

Me es claro que no has cambiado nada…

¡Pensabas como yo! —Leviatán reclamó.

Con pesar, hay memorias en las que no puedo negarte eso… Pero no miento cuando digo que yo ya no soy “Karón”. Sin memorias, formé una nueva identidad, labré una vida aquí aun con mis limitadas capacidades empáticas. Entonces, hace menos de un año, los recuerdos comenzaron a volver a mí… pero aún ahora los veo y siento que son de otra persona, un sueño de alguien más, una pesadilla… esa era la Karón que tú recuerdas y la que jamás podría volver a ser.

¡Son sólo tonterías! ¡¿Por qué no mejor aceptas que decidiste traicionar a tu propia gente?!

 

Enfurecida, la Patrono hizo estallar su cosmos de manera violenta, expulsando el odio en su ser en forma de saetas cortantes hacia Caribdis.

La marine shogun envió a su águila de viento para que transformara esa violenta ventisca en una suave brisa.

 

— ¡¿Cómo pudiste vivir contigo misma sabiendo lo que debían estar pasando tu padre… nuestra madre?! —Leviatán espetó, desplegando una y otra vez su cosmos huracanado, que era abatido por las alas del águila de Scylla.

Caribdis se mantuvo a la defensiva para proseguir con su mensaje.

Todos esos recuerdos me permitieron experimentar, por primera vez en mi estancia en la superficie, una gran confusión… Me cuestioné, así como me cuestionas ahora, “¿Por qué el Emperador me permitió vivir?”, “¿Cómo tolera tenerme a su lado?”, “¿Por qué a una infiel le daría la scale de Scylla?”. Los relatos de los ancianos se contradecían con las memorias que forjé aquí… la imagen del despiadado y cruel tirano no tenían cabida en la bondad y justicia que visten al Emperador del mar al que yo sirvo…

 

Caribdis pausó, al ver cómo Leviatán se impulsó hacia ella empleando su cosmos torrencial para elevarse al cielo, custodiada por un dragón de aire.

La marine shogun se desplazó velozmente, evitando cualquier colisión.

Por primera vez, conocí lo que era el miedo —prosiguió, pese a los intentos de Leviatán por hacerla callar—… No estaba segura de qué hacer… los recuerdos de Karón entraban en conflicto con los míos… como un espíritu errante que luchaba por poseerme… pero conforme más recordaba de esa chica que nació en el encierro, hay algo en lo que ambas pudimos concordar: tal vez haya una forma pacífica para reparar el pecado de nuestro pueblo.

— ¡¡Sigues siendo una estúpida que sólo fantasea con situaciones ridículas!!¡¡¡Eso nunca pasará!!! —Leviatán gritó con su auténtica voz, la cual liberó un intenso golpe de aire que logró herir a Caribdis pese a encontrarse rodeada por sus bestias —¡¡Es suficiente!! —exclamó furiosa— ¡¡Sal de mi cabeza!! ¡¡No quiero escucharte más!! —exigió, luchando por bloquear la voz que llegaba a su mente.

Soy tu enemiga, no es mi obligación el complacer tus demandas —respondió Caribdis, aferrándose al enlace psíquico—. Sin embargo, para que el fantasma de Karón abandone finalmente mi cuerpo y mente, hay algunas cosas que sé, debo decirte… una vez termine, sólo quedará quien soy ahora y no volveré a pensar jamás en ti.

 

Pese a su explicación, Leviatán no podría frenar sus deseos por matarla. Pero aunque sus ataques energéticos resultaban poderosos, las bestias de Scylla respondían protegiendo a su ama, y  al mismo tiempo contraatacaban para mantener a raya a la Patrono.

—  Yo, estaba dispuesta a confesarle al señor Poseidón la verdad, que había recobrado mis memorias. Me sentí tan avergonzada, no era capaz de reunir el valor… por lo que decidí esperar el momento correcto para pedir por mí, por mi pueblo... Si fue capaz de mostrar tanta piedad por una sola pecadora como yo, quizá había llegado el tiempo en que pudiera hacer lo mismo por sus hijos que sufren en la oscuridad… Pero ahora, tú lo has arruinado todo —dijo, en un claro reclamo pese a la falta de sobresalto.

— ¡No digas idioteces! —gritó la atlante de cabello azul— ¡A diferencia de ti, que has estado jugando a la familia feliz, todos estos años no he hecho más que esperar este momento! ¡Prepararme en cuerpo y alma para ello! ¡No permitiré que me acuses de esa manera!

Tu decisión… sólo ha terminado por condenarnos —sentenció Caribdis—. Traer aquí a tantos delos nuestros con la intención de una guerra… eso él jamás lo perdonará, esta vez su castigo divino será exterminarnos. Tú lo has desencadenado.

— ¡Cállate! ¡Si tanto miedo tienes, entonces deja de luchar contra mí! ¡Unamos fuerzas y terminemos de una vez con su vida! —Leviatán pidió, en un último intento de aferrarse a tan vieja amistad.

— Eso no está a discusión—Caribdis respondió fríamente—… soy fiel al señor Poseidón, y aunque él me ejecute con todos ustedes, cuando menos quiero que la última vez que me presente ante él, sea con orgullo de haber cumplido con mi labor como una marine shogun. Eso no me lo vas a quitar, Leviatán.

 

La Patrono resintió el instante en que Caribdis rompió con el enlace psíquico, de manera tan profunda y personal que fue como revivir el mismo dolor que la abrumó ante su pérdida años atrás.

Con un grito desgarrador, Leviatán dejó que su rabia escapara sin control de su cuerpo, lo que detonó el nacimiento de un nuevo tifón que le dio vida y forma al ancestral monstruo marino, leviatán.

El cosmos de la Patrono se incrementó, sobrepasando los niveles demostrados con anterioridad. Sea de manera consciente o inconsciente, su poder sería capaz de consumir a la marine shogun en su próximo ataque.

— ¡Si así es como lo prefieres, así será! —exclamó la Patrono—. ¡Tú no vas a detenerme más! ¡Mira bien, este es el poder que logré obtener para cumplir nuestro sueño! ¡Desaparecerás con el soplido de mi furia!

— Qué ilusa —habló la marine shogun—, al creer que con tan poca habilidad serás capaz de ponerle un dedo encima al Emperador.

Caribdis cerró los ojos por unos segundos en los que su cosmos actuó sobre las seis bestias de Scylla, las cuales se fundieron en un cúmulo de aire comprimido que adoptó una forma gigantesca y sublime: una espada.

— Te enorgullece decir que has despertado el poder durmiente que la sangre de nuestro Emperador dejó en nuestros cuerpos —musitó la marine shogun, abriendo lentamente los ojos—… pero alguien como tú, que utiliza esa fuerza para ir en contra de los designios del dios del mar, jamás alcanzará la verdadera grandeza de ese vínculo… Éste, Leviatán, es el auténtico poder de un atlante.

La energía cósmica que comenzó a fluir a través de la marine shogun de Scylla se sentía totalmente diferente. Sus ojos resplandecían con un color verde aguamarina que le cedían un aspecto intimidante.

Por un momento fugaz, Leviatán se paralizó ante esa manifestación, pues aunque su mente no lo aceptaba, su cuerpo, sangre y alma sabían reconocer perfectamente el poder que respaldaba ahora a la marine shogun, uno por el cual debería arrodillarse y suplicar clemencia.

Logró salir de su estupor por la misma ira que le estrujaba el corazón, y sin demorar desplegó su ataque mortífero — ¡Cólera de leviatán! —desapareciendo dentro del dragón de viento que se precipitó hacia Caribdis y su espada.

Espada del cielo —Caribdis susurró apenas para sí, como respuesta al inminente ataque.

El monstruo marino se arrojó contra la espada  de viento. El choque de ambas fuerzas provocó una extraña esfera de silencio en el que el tiempo pareció alentarse.

Dentro de ella, el abominable monstruo marino se detuvo cuando la gigantesca hoja de aire le atravesó el pecho.

 

La marine shogun vio cómo la bestia marina se desbarató en fieros ventarrones de aire en un último intento de hacerle daño.

Caribdis pestañeó un par de veces en los que sus ojos volvieron a la normalidad, tras serenar su cosmos. La espada de aire se esfumó como si hubiera sido una mera ilusión. Ocultó su dolor y cansancio físico para permanecer incólume ante la enemiga a la que había derrotado.

El cuerpo de Leviatán se mantuvo suspendido en el aire pese a que ya no hubiera nada visible que la sostuviera en el cielo.

La Patrono se encontraba de una pieza, pero su barbilla se inclinó tanto que casi tocaba su propio pecho.

— Me es difícil creer… que todo haya terminado… de esta forma —musitó la Patrono, sin poder alzar la cabeza o mover su cuerpo, del cual poco a poco su armadura se desprendía en diminutos trozos—. No pude… siquiera… llegar hasta… donde Poseidón se encuentra… —se lamentó, mofándose de sí misma—. Pero… a través de ti… pude… conocer… su lado más temible… e inclemente… —rió un poco, conforme la sangre comenzaba a correr por su piel y ropa vuelta jirones—. Te llamaste a ti misma… ‘una verdadera atlante’… eres una hipócrita… Yo soy la única… que debería ser reconocida así… pues yo… he hecho todo esto… he sacrificado todo… por mi gente… En cambio tú…. tú… —se esforzó por mirarla a los ojos, una última vez— … no hiciste… nada.

Fueron las últimas palabras que terminaron con el aliento de la agonizante guerrera. Su cuerpo se precipitó finalmente hacia el suelo, pero en un último acto de hermandad, Caribdis empleó sus habilidades psíquicas para que su descenso fuera lento, hasta depositarla con suavidad en el suelo.

 

La marine shogun volvió a tierra, permitiéndose respirar con dificultad. No pudo más y su cuerpo la obligó a desplomarse en el suelo.

Allí, tumbada junto al cadáver de su enemiga, contempló la mano abierta de Leviatán por unos segundos. Motivada por sentimientos que reconocía no le pertenecían, sino a su antigua yo, Caribdis alargó su propia mano para sujetarla, como aquel día en que inevitablemente sus caminos se separaron.

Ella no dijo nada, ni siquiera derramó una lágrima…

 

*-*-*-*

 

Sugita de Capricornio apartó la vista de su rival por pocos segundos. Contempló el extraño fenómeno que se suscitaba en el suelo, donde la telaraña carmesí se extendió hasta casi alcanzarle los pies. Él retrocedió, impulsado por el miedo a lo desconocido, pero la estructura espinosa se abrió camino hasta casi abarcar la mayor parte del campo de batalla, obligando al santo dorado a permanecer muy cerca de los límites marcados por las paredes rocosas.

— ¿Qué sucede? ¿Te impresionas con tan poco? —Engai comentó, divertido—.  ¡Vamos, atácame! —lo incitó, sabiéndolo amedrentado—. ¿No? Entonces yo tomaré la iniciativa.

A un pensamiento, una línea de la telaraña se alzó como si fuera una cadena, la cual lanzó velozmente contra el santo dorado.

Sugita atinó a agacharse, sintiendo cómo la ramificación espinosa pasó muy cerca de su cabeza, estrellándose sonoramente  contra el muro, donde dejó una profunda marca.

No tuvo tiempo para meditarlo cuando más de esos látigos espinosos se alzaron en su contra. Sugita era un guerrero de gran destreza, por lo que logró salir ileso. Las ramas  se incrustaban en el suelo en cada golpe fallido, destruyendo la superficie rocosa con tremenda facilidad.

Cuando esos látigos mostraron la intención de encerrarlo en una jaula, Capricornio empleó la luz de Excalibur para abrirse camino. Las ramas carmesí se quebraron fácilmente en numerosos trozos, pero jamás esperó que al momento de hacerlo, cada fragmento generara una explosión. Unidas, resultó un estallido que impactó en el santo, el cual fue lanzado hacia donde las cadenas carmesís se preparaban para atacarlo.

En su aturdimiento, Sugita logró eludir un par de golpes, pero sobre su espalda recibió dos latigazos que lo azotaron contra el suelo. Las ramas se electrificaron con el contacto de su cuerpo, por lo que no sólo debió sufrir por los potentes golpes sino por la energía eléctrica que inyectaron en su ser.

 

Capricornio logró reponerse, elevando su cosmos y empleando una vez más su brazo afilado. Aunque en esta ocasión, pudo impulsarse para evitar la  onda expansiva de las explosiones, alejándose del arbusto viviente repleto de espinas.

Algunas ramas se enredaron entre sí, moviéndose como extremidades de una araña, golpeteando continuamente el suelo para avanzar.

— ¿Lo entiendes ahora? No tienes escapatoria alguna. Mi magia emplea ataque y defensa a la vez, es un sistema perfecto contra aquellos que sólo saben moverse a la ofensiva.

Sugita se mantuvo alerta, estudiando sus opciones.

— Me he percatado que tu mayor habilidad reside únicamente en tu brazo derecho —rió—. Un golpe de espada magnifico, pero en tus manos es apenas un reflejo de la magnificencia que podría alcanzar. Es un desperdicio todo lo que se ha vertido en ti, pero pronto, te prometo que yo despertaré el verdadero potencial que se te ha dado, usándolo finalmente para mis propósitos.

El Patrono desencadenó una tormenta eléctrica sobre la zona, en la que los rayos rojos buscaban calcinar al santo de Atena.

— ¡No sé lo que pretendes exactamente conmigo! ¡Pero jamás serviré al mal! —Sugita clamó, moviéndose velozmente para eludir los relámpagos.

— Niño, lamento decirlo pero, ¡no te necesito vivo! —aclaró el Patrono.

Sugita vio como los relámpagos  comenzaron a girar sobre sí mismos, formando un tornado con sólo diez metros de altura que se precipitó hacia él.

Con su cosmos encendido, el santo de Capricornio fue envuelto por dicho tornado carmesí, el cual se alargó y subió hasta el cielo en cuanto hizo contacto con él, causando un estruendo que le lastimó los tímpanos.

Fue arrastrado violentamente por  esa energía que giraba de modo salvaje y lo elevaba por los cielos. Sentía su cuerpo vapuleado por las numerosas descargas que lo golpeaban sin piedad, rasgando su carne como si miles de garras estuvieran arañándolo.

Aunque perdió por escasos segundos la orientación, esperó encontrarse a la altura suficiente para efectuar un plan.

Elevando su cosmos, Sugita logró romper el flujo carmesí,  desbaratando el tornado rojo, cuyos relámpagos se dispersaron en todas direcciones tras tornarse de color dorado. Sin un suelo bajo sus pies, Sugita sabía que sólo le esperaba una larga caída hacia la muerte.

Engai reflexionó si debía o no interceder por el muchacho, tenía pocos segundos para decidirse, pero al contemplarlo caer, entendió que el chico estaba lejos de estar indefenso.

— A esta distancia, la proyección será más grande —el santo se dijo así mismo al preparar su técnica que esperaba poder efectuar en el aire. Su blanco: la telaraña escarlata que había abarcado por completo la profundidad del arrecife— Excalibur Justice!

La red dorada que creó el santo de Capricornio parecía pequeña, pero conforme se precipitaba a tierra se volvió tan grande que  fácilmente abarcó en su totalidad el campo de batalla.

El Patrono de Fortis miró con cierta sorpresa esa devastadora cuadrícula de oro, en cuyo descenso partió las rocas como si fueran hojas de papel, cayendo como una plancha aplastante que desbarató por completo la telaraña roja y prosiguió su camino hasta niveles profundos del subsuelo.

El campo de protección que cubría al Patrono logró resistir, pero en cuanto vio las centenas de trozos rojizos apunto de estallar en el suelo, y otros más flotando a su alrededor, entendió la verdadera intención del santo de Atena.

Las explosiones, unidas, formaron una luz roja que se disparó como un volcán haciendo erupción.

Aun en el aire, Sugita de Capricornio fue alcanzado por la onda expansiva que detonó dentro del interior del arrecife, empujándolo hacia el norte de tal embocadura del suelo marino.

Cegado y aturdido por la rugiente erupción, el santo de Capricornio cayó pesadamente en el suelo, resintiendo dolores por todo su cuerpo. Se apresuró a ponerse de pie, contemplando la negrura del humeante suceso que le impedía ver el interior del arrecife.

Se negó a bajar la guardia, siendo eso lo que lo salvó de ser golpeado por un rayo escarlata que fulminó el suelo.

Sugita escuchó un leve murmullo— Allí viene —, que le causó escalofríos, pero lo obligó a anticipar la descarga roja.

Engai apareció de entre la humareda que se negaba a disiparse. Su campo de fuerza continuaba manteniéndolo a salvo e ileso.

Sonriente, el Patrono pisó suelo firme y desvaneció la esfera protectora— Aplaudo tu intento, jovencito. Por un instante me preocupé, sin embargo, mientras posea el escudo más fuerte de todo este mundo, ese tipo de estrategias nunca funcionarán —aclaró, tocando con el dedo índice una de las piedras rojas que manipulaba a su antojo—. Mis compañeros me consideran un guerrero inferior dentro de las filas sólo porque no se me bendijo con uno de los Zohars, pero el señor Avanish es sabio y prefirió brindársela a alguien más, sabiendo que yo no la necesitaría —comentó.

Sugita optó por una pose de combate nuevamente—. Si lo que dices es cierto, supongo que ya sé cómo será el final de esta batalla. Tú que dices poseer el escudo más fuerte, y yo que poseo la espada más poderosa, terminaremos por destruirnos mutuamente.

— ¿Tú? ¿La espada más fuerte? —Engai se mofó—. Tus pasados intentos no han causado ningún rasguño en mi barrera, ¿de verdad crees lo que dices?

— Lo intentaré las veces que sea necesario, pese a que te digas invencible, no renunciaré a la victoria.

— Te ves bastante decidido… creo que llegó el momento de borrar esa seguridad que resplandece en tu mirada —Engai invocó con un pensamiento otra piedra roja que se mantuvo a la altura de su pecho, pero era tan pequeña, como una lágrima,  que podría pasar desapercibida de no ser por el resplandor carmesí que emitía.

El santo de Capricornio elevó su cosmos, desenvainando el resplandor de Excálibur, con la cual dio dos golpes de espada que formaron una radiante cruz que se precipitó contra el Patrono.

Engai sonrió ampliamente ante el haz de luz. La lágrima escarlata fundió su aura con la del Patrono, permitiendo que ésta, de algún modo, desvaneciera el ataque dorado, como si hubiera sido absorbido por una puerta, dentro de la cual dio media vuelta para volver a salir por ella.

— ¡Esto no puede ser! —Sugita exclamó al instante en que su técnica le fuera devuelta, y con una intensidad mayor.

El poder de Excálibur golpeó su cuerpo, arrancándole un grito de dolor agonizante, empujándolo sin piedad, resintiendo la energía cortante que se esparcía hasta el interior de sus entrañas.

Ante la aparatosa caída, perdió su casco. Sugita permaneció de espaldas sobre el suelo rocoso por unos instantes en los que escupió un poco de sangre, mientras abundantes líneas carmesí comenzaron a emerger por debajo de su cuerpo.

El santo dorado se movió lentamente, temiendo que alguna de sus extremidades hubiera sido separada de su cuerpo, pero para su alivio y fortuna, continuaba de una sola pieza. Logró apoyarse sobre sus rodillas para, en un rápido impulso, volver a estar de pie, pero  tambaleante.

En su armadura dorada se marcaban algunas líneas de fractura, pero la cloth de Capricornio también se mantuvo unida.

Aunque lo más sensato sería abstenerse de atacar, Sugita alzó el brazo con la clara intención de hacerlo, pero el Patrono se adelantó, diciendo — ¿Acaso eres tan estúpido, muchacho? Si empleas nuevamente tu espada contra mí, ocurrirá exactamente lo mismo.

— ¿Y eso te preocupa? — cuestionó el santo, confundido por la advertencia.

— No me malentiendas… estoy destinado a tomar tu vida, en eso no hay marcha atrás —aclaró, elevándose nuevamente en el aire—. Si fuera sólo cuestión de matarte, no habría fallado hace catorce años, pero mi magia requiere un proceso más complejo que eso. Y ya que he visto el patético límite de tu fuerza, no tengo porqué retrasarlo más.

La energía del Patrono formó un círculo bajo sus pies, el cual se desvaneció momentos después.

 

— Cuando formaba parte del consejo de hechiceros, me llamaban el mago de la sangre, ¿sabes por qué? —cuestionó, respondiendo de forma inmediata—. No porque haya sido el más sanguinario o el más violento, sino porque mi magia toma fuerza extraída de mi propia sangre… pero también de la de mis enemigos —aclaró justo en el momento en que Sugita sintió una horrenda pesadez en su cuerpo.

El santo miró accidentalmente hacia el suelo, encontrando que un círculo perfecto se había dibujado a su alrededor. Intentó moverse pero el esfuerzo que le tomó mover un poco los brazos le resultó un martirio

— Y como ya te has cubierto con tu misma sangre, me has facilitado el trabajo.

Sugita quedó pasmado ante el lacerante dolor que le atravesó el muslo izquierdo y su brazo derecho. Dos ramas carmesí emergieron súbitamente del suelo y como espadas se clavaron en el santo dorado, obligándolo a caer en el centro del círculo, en cuyo interior, la sangre de sus múltiples heridas comenzó a moverse, formando símbolos arcaicos difíciles de comprender.

Sugita buscó desesperadamente ponerse de pie, pero era incapaz de hacer algo excepto respirar agitadamente contra el suelo polvoriento.

— Admito que desde muy joven, mi madre… mi mentora, me explicó que mi sangre no contenía las propiedades necesarias para asegurar hechizos poderosos —comentó, observando desde el aire cómo los trazos en el suelo se efectuaban perfectamente—… Saber eso me devastó. Aunque ella, en su deseo de que nuestra familia permaneciera en lo alto de la comunidad, me enseñó a utilizar esas propiedades de la sangre de otros —Engai acarició con un dedo el pequeño rubí del tamaño de una lágrima—. Era sencillo, sólo esperar a que el enemigo fuera herido, manchaba un poco mis dedos con ese fluido vital y podría emplear ataques mágicos basados en las propias capacidades del  infeliz. Pero pronto descubrí que era un método imperfecto, pues sólo podía emplearla de forma temporal. “¿Embazarla?” pensé, pero fue un fracaso. “¿Transfusiones?” resultaron inútiles. Conservar vivo el recipiente era un fastidio, y la sangre de un cadáver era ineficiente.

El Patrono de la Stella de Fortis materializó numerosos rubíes que parecían haber estado detrás de un campo invisible. Cincuenta, quizá cien, Sugita pudo verlos cuando dejó descansar su mejilla en el suelo.

— Me tomó un tiempo, pero tras mucho esfuerzo y dedicación logré perfeccionar un método infalible y apropiado. En la sangre de cada individuo hay conocimiento, vida, experiencias y sobre todo poder… ideé un proceso que me permite perpetuar todo eso en la forma de estas piedras rojas….

— ¿Qué…? —alcanzó a musitar Sugita, atragantado por el esfuerzo de su cuerpo por moverse—. … ¿Estás diciendo que tú… que todas esas joyas… las creaste con la sangre de otras personas?

— En mi inocente inicio, sí, sólo tomaba una gran cantidad de alguien poderoso y fabricaba estas hermosuras. Lamentablemente, con el tiempo y uso perdían fulgor hasta reducirse a polvo rojo inservible… Estar con el señor Avanish me ha permitido llevar mi magia a otro nivel, él me dio el conocimiento para que estas joyas se conservaran eternamente… El secreto estaba en no desperdiciar ningún mineral ni esencia que reside dentro de cada ser vivo, tenía que mezclarlo todo, fundirlo todo… carne, sangre, huesos, vida y su alma —sonrió siniestramente.

— ¡No…! ¡Eres un monstruo! —el santo clamó, mirando con horror los rubíes que flotaban en el cielo. Pensó en todas las personas que habían sido sacrificadas y reducidas a meros objetos por el anhelo de poder de ese hombre.

— Como entenderás, a partir de ese glorioso momento me he dedicado a encontrar individuos con poderes que me son de utilidad. He tenido que hacerlo de manera muy discreta, el señor Avanish lo pidió… aunque pronto llegará el día que tenga la libertad de elegir a alguien y volverlo parte de mis fuerzas en ese instante —rió, ansioso por ese futuro prometedor—. Pero concentrémonos en un evento más próximo, en éste… ¿Ahora entiendes lo que voy a hacer contigo? Volveré todo lo que eres en poder, un poder del que yo tendré control y lo emplearé a voluntad. Hiragizawa nunca entendió la visión de mi proyecto, pero pronto se lo mostraré, juro que lo aniquilaré con la fuerza que extraeré de ti —volvió a reír, imaginando el momento.

Tras un simple pensamiento, el círculo de sangre en el que se encontraba atrapado el santo, empezó a emitir un fulgor carmesí del que descargas eléctricas chasqueaban sonoramente.

Sugita sintió una horrible sensación que presionó sus órganos internos, casi provocándole el vómito.

— Hace más de quince años, las fuerzas primigenias que le dan equilibrio a este mundo perecieron a manos de los mortales —Engai relató, fascinado por el encontrarse tan cerca de su triunfo—. Los espíritus del Fuego, de la Tierra, del Agua y del Viento sucumbieron a manos del joven que es conocido como el Shaman King de la nueva era, Yoh Asakura. Pocos años después fue el turno del espíritu de la Vida, cuya esencia se trastornó gracias a los mismos seres humanos, volviéndose un peligro que estuvo por acabar con este planeta. Irónicamente el único hilo de esperanza que mantenía en pie este mundo era el espíritu de la Muerte… pero al tiempo fue liberado, y gracias al poder de Hades que se extendía por el globo a causa del gran Eclipse, se convertiría en la fuerza que exterminaría la vida de éste miserable mundo. Supongo que ya debes conocer el resto de la historia…

 

El santo de Capricornio comenzó a gritar de dolor, resintiendo el paso de la magia y el poder del Patrono a través de sus entrañas.

 

— Me has preguntado por qué te llamo “monstruo”, pero para ello tenemos que regresar un poco en el tiempo… al momento en que el espíritu de la Vida fue derrotado, en donde una pequeña fracción de su esencia fue recuperada por tu padre, quien dijo, y cito: al sostenerla en sus manos entendió que tal pureza ancestral no debía extinguirse —dramatizó—. Se sintió culpable ya que él fue uno de los responsables de que haya enloquecido y desatado todo ese mal —Engai juntó las manos y en ellas acunó un objeto imaginario, como si  representara el momento relatado.

— Su esposa entendió su pesar, par de idiotas, por lo que accedió a llevar a cabo el deseo de su esposo. Ella, Kaho Hiragizawa, quien se encontraba con pocos meses de gestación, permitió que se depositara en su vientre esa esencia primordial… limpiando así un poco la conciencia de Hiragizawa y dando a luz, meses después, a un niño al que llamaron Sugita.

 

Pese a la agonía, Sugita logró escuchar claramente lo dicho sobre sus padres, abriendo los ojos con un gesto de sorpresa.

 

— ¿Qué abominación nació realmente de ella? No estoy seguro, en apariencia es como cualquier chico que haya visto en mi vida —Engai habló cínicamente—. Desconozco si es el espíritu reencarnado, si es el inocente ser humano, o una fusión de ambos. ¡Lo único que importa es que pronto todo lo que él es y se esconde dentro de él cabrá en la palma de mi mano!

 

En la mente de Sugita todo se tornó confuso, con tanta información que asimilar, sus propios pensamientos caóticos y el terrible dolor que lo aplastaba, hubo un instante en que perdió el sentido y todo se tornó oscuro, donde un sin número de imágenes se proyectaron una tras otra a gran velocidad. Vio muchos momentos y rostros avanzando, voces incesantes que hablaban al mismo tiempo y no era capaz de entender, hasta que una de ellas resaltó por encima de todas las demás….

 

¡¡Arriba!!

 

El chico de ocho años cayó sobre su espalda tras recibir el violento ken de su maestro, quien caminó por el fango del terreno para aproximarse a él.

— ¡¡Arriba!! —repitió la orden con voz severa y autoritaria.

Sugita rodó sobre sí mismo al ver cómo es que el pie de Deneb se precipitó sobre su cara. El susto lo obligó a levantarse para esquivarlo y retroceder, manteniendo una distancia prudente de su mentor.

 

Tras años de convivencia y entrenamiento, finalmente había dado inicio la etapa de combate. Su mentor no mostraba consideración alguna durante la agresiva instrucción, y pese a las palizas dadas exigía que su alumno se levantara al día siguiente y continuara con el mismo ritmo.

 

Deneb se lanzó hacia él, con su brazo derecho extendido y rígido, al mismo tiempo que Sugita contraatacó imitándolo. Sus brazos chocaron una y otra vez, repeliéndose como espadas, generando estruendos similares, pero la maestría de Deneb sobre la Excálibur era absoluta y su poder era mayor. Eso lo sabía bien el joven discípulo, quien tras cada choque acumulaba profundas heridas en su brazo, después de todo su técnica aún no era lo suficientemente fuerte para igualar o superar a su maestro.

Al sentir que pronto perdería la movilidad de su extremidad, Sugita descuidó a propósito su defensa, permitiendo que su maestro encontrara una abertura para atacar su pecho, siendo su intención atrapar con sus manos desnudas el brazo-espada.

Deneb dejó escapar una ligera sonrisa al anticipar la trampa, pero se permitió caer en ella.

Él mismo le había mostrado no sólo las formas en las que es capaz de emplear su técnica, sino también cómo un rival sería capaz de combatirla. Su alumno ya conocía sus ventajas pero también las debilidades, supuso que era tiempo de enseñarle algo más.

 

Sin permitirle a Deneb liberarse, Sugita utilizó todas sus fuerzas en un rodillazo que quebró el brazo de su maestro, el cual se dobló ante la fractura. Mas ningún grito o gesto de dolor cambió la dura expresión del hombre de cabello oscuro, quien desplegó una patada doble sobre la quijada del muchacho.

Sugita se alejó, visiblemente exhausto pero todavía de pie. Fue capaz de inutilizar la mejor arma de su maestro, por lo que se había deshecho de un gran problema.

Deneb no prestó atención a la rigidez de su brazo, que caía inútil sobre su costado— Muy bien, parece que has entendido tu mayor desventaja a la hora de luchar.

—Es por eso que debemos acabar rápido con nuestros enemigos, ¿cierto? Antes de darles la oportunidad de entenderlo —añadió Sugita, orgulloso tras haber herido a su mentor—. De otro modo la derrota será inminente.

El ceño de Deneb se tensó con enfado— Sólo un guerrero mediocre creería que una incapacidad como ésta será lo que decida el final del combate. Permitir que los demás crean eso está bien, pero… sería deshonroso que todo terminara por un simple descuido.

Ante la expresión incrédula de Sugita, Deneb elevó su cosmos dorado el cual fue visible a su alrededor. El maestro lanzó una patada al aire de la que se liberaron ráfagas cortantes que devastaron el suelo.

El pupilo eludió el repentino ataque a duras penas— ¡¿Con la pierna izquierda?! —inmediatamente la pierna derecha de Deneb se levantó y del mismo modo las estelas cortantes se esparcieron por el aire.

En un intento de contrarrestarlas, Sugita empleó su propia Excálibur, logrando que ambas fuerzas se neutralizaran. De la gran columna humeante, la figura de Deneb emergió de los cielos, siendo su brazo izquierdo el que se abalanzó sobre su aprendiz.

Ante la impresión y la seguridad de que moriría, Sugita tropezó torpemente en el fango, cerrando los ojos con fuerza.

El sonido de pequeñas rocas cayendo del cielo y del escombro abatiéndose por la zona, acaparó todos sus sentidos, pero los segundos pasaban y el bombeo acelerado de su corazón le indicaba que todavía seguía con vida.

— Mocoso, ¿no tienes las agallas suficientes para enfrentar a la muerte como todo un hombre? Sí que te hace falta madurar, chiquillo engreído —escuchó de su maestro.

El niño abrió los ojos, observando los dedos unidos de su maestro  justo a la altura de su frente.

Sugita prefirió callar, creyendo que cualquier error en sus oraciones provocaría tremendas consecuencias.

— Pero tu mediocridad tiene remedio, que esta sea una lección Sugita— Deneb se incorporó sin apartar la vista de su discípulo—. Aquellos que creen que el poder de Excálibur reside únicamente en alguno de nuestros brazos, están equivocados. Excalibur es algo que jamás podrás ver o tocar, pues su poder no reside en una espada como la que Atena entregó a su santo más fiel en la era mitológica; el verdadero poder de ella se encuentra en tu interior —dijo, inclinándose para tomar una roca del tamaño de su puño, con la que jugueteó unos momentos—. La fuerza de esta técnica  se encuentra estrechamente unida y equilibrada a la de tu cosmos, también a tu voluntad y corazón. Es una extensión más de tu cuerpo, de tu alma, y existen muchas maneras en la que puedes emplearla a tu favor.

Deneb arrojó la roca al aire, la cual caería irremediablemente sobre su cabeza por la fuerza de gravedad. En vez de eso, un diminuto relámpago dorado emergió de su cosmos, el cual redujo a la insignificante piedra en polvo.

Sugita se cubrió los ojos ante la llovizna polvorienta que se precipitó sobre él.

— ¿Cómo hizo eso? —pronunció perplejo—… Ni siquiera se movió.

— Ya hemos hablado de que el cosmos es la energía del universo que existe dentro de tu cuerpo. Aquellos que dominen a Excálibur y su propio cosmos serán capaces de utilizar ambos en una armonía perfecta, pudiendo lograr algo tan simple como lo que acabas de ver. Aunque hay una advertencia Sugita, fundir ambos elementos puede darte gran poder destructivo, pero es un arma de doble filo que puede traer consecuencias devastadoras, sobre todo para ti. El hacer estallar tu cosmos interior acompañado por el poder de Excalibur podría destrozar tu cuerpo desde dentro, excederte en ella acabará contigo.

Sugita tragó saliva ante la advertencia, pero asintió al entender el peligro.

— Engaña a tu enemigo todo el tiempo que puedas, permite que caiga en la ilusión de vencerte acabando con la que creerá la fuente de tu poder, porque al final será desagradable para él darse cuenta de su grave error. No emplees esto a menos que sea realmente necesario, ¿has entendido? Morir en una batalla está bien, pero no por cometer estupideces.

— ¡S-sí, fuerte y claro maestro! —respondió rápidamente, un poco asustadizo—… Pero, ¿podría habérmelo dicho desde el principio, no lo cree? —reprochó, entornando un poco los ojos.

— De nada hubiera servido —Deneb dejó escapar una risa amigable—. Has demostrado tu habilidad sobre Excálibur utilizando únicamente tu brazo derecho, realmente creí que descubrirías por ti mismo el resto, pero te di demasiado crédito —murmuró sarcástico, acompañado de una mueca burlona.

Sugita bajó la cabeza, apenado— ¡Ah! Pero ya se lo demostraré, verá cómo es que pronto podré hacer lo mismo que usted, eso téngalo por seguro —se levantó tras desmarañarse los cabellos, demostrando gran entusiasmo.

Deneb asintió, creyendo en que así sería. Ha sido testigo de la perseverancia de su pupilo en estos años y su gran progreso, algo torpe claro, pero realmente cree que será un mejor santo de lo que él alguna vez fue.

 

La imagen de su maestro se nubló poco a poco, mientras forzaba su mente para regresarlo al tiempo y espacio correctos, siendo atacado por el dolor, el cual alejó con un grito con el que expandió su cosmos y apartó las extensiones que lo sometían al suelo, logrando salir del círculo mágico dentro del que se encontraba atrapado.

 

Engai se sorprendió al ver que su magia perdió influencia sobre él.

— ¿Por qué te empeñas en retrasar lo inevitable? —preguntó—. ¿Piensas continuar luchando? ¡¿Con qué?! Tu brazo derecho está deshecho, y aunque tuvieras otra técnica con la cual sorprenderme, yo poseo muchas herramientas con las cuales volveré a someterte. Pero mi favorita sin duda sería ésta —manipuló los rubíes para que la joya más diminuta de todas se moviera hasta la altura de su rostro—. Debería hablarte un poco de esta pequeña preciosidad, es una de las que más admiro, pero que a la vez me entristece —fingió un gesto de tristeza total para después abandonarlo—. Ya has sentido en carne propia su poder, fue un obsequio más de mi amable benefactor. Habiendo terminado mi entrenamiento, el señor Avanish me entregó un pequeño frasco que contenía una sustancia carmesí… a simple vista era sangre, pero me bastó con siquiera sostenerla en mi mano para comprender que no le pertenecía a alguien ordinario. Cuando logré formar una joya con ella, el resultado fue así de diminuto, sin embargo, dentro de ella existe mucho poder…. pues fue forjada con la sangre de un dios.

— ¿Un dios? —el santo repitió con incredulidad.

— O el avatar de un dios, no lo sé —El Patrono comentó con fastidio, omitiendo que también desconocía la identidad del donador—. Es una lástima que sea una joya tan mediocre en comparación del resto que nos rodean. He tratado de utilizarla muy poco para evitar que desaparezca… pero ya no importará, no cuando estoy por obtener la de un espíritu primigenio, y sin mencionar que el señor Avanish prometió darme a alguno de esos pequeños e indefensos dioses que han reencarnado, para fabricar una hermosa joya con poderes perpetuos.

Sugita de Capricornio calló por unos segundos en los que Engai no paró de sonreír— Eres un hombre despiadado que no tiene respeto por la vida de los demás… —el santo murmuró, mirando con lástima las piedras rojas que se mantenían en el cielo—. Juegas con ellas y las sometes a una experiencia tan atroz… eres un maldito que no merece vivir  —sentenció, con una mirada de desprecio que jamás había contaminado sus ojos.

Por un momento fugaz, Engai resintió un escalofrío justo como cuando el líder de los hechiceros lo condenó a muerte. Sin duda, él había heredado la cruel mirada de Hiragizawa.

¿Qué es esta horrible sensación? —se preguntó Engai ante la sensación de deja vu.

 

De forma imprevista, Sugita se despojó de su armadura dorada, la cual se retiró a un lugar lejos de la vista de cualquier de los dos combatientes.

— ¿Hay alguna razón para que  te prives de tu armadura? —cuestionó el mago, confundido por el acto—. ¿Debo tomarlo como una señal de rendición?

— No —respondió el joven santo, cuyo cuerpo magullado lograba permanecer en pie—. Sencillamente… no quiero que sufra más daño por mi culpa —aclaró, manifestando su cosmos dorado—. El Patriarca me entregó esa cloth… lo último que puedo hacer por él es regresarla lo más entera posible.

— Parece que estás preparado para morir —Engai comentó.

— No, de hecho, estoy preparado para tomar mi primera vida… —corrigió. Su cosmos permaneció como un delgado resplandor alrededor de su cuerpo, un halo insignificante en comparación a lo que ya antes ha demostrado.

— Qué lástima, es un privilegio que no pienso darte. No le entregaré mi vida a nadie de la familia Hiragizawa… en cambio, tomaré la de ellos. ¡Todas! ¡La del padre y la de los hijos!

Engai movilizó las ramas carmesí sobre el santo dorado. Sugita no intentó huir, enderezó  la espalda para encarar a la telaraña que buscaba cerrarse sobre él.

En cuanto las puntas afiladas del arbusto viviente se aproximaron a su cosmos dorado, éstas comenzaron a desintegrarse sin lograr su fin.

El mago quedó boquiabierto al ver cómo es que el efecto de desintegración no paraba sólo en los extremos afilados, sino que el recorrido se extendía con rapidez como una enfermedad por toda la estructura escarlata. A su paso, no quedaba ningún fragmento que pudiera estallar como ocurrió en anteriores ocasiones en las que el santo de Capricornio cortó las ramificaciones.

 

Intuitivamente, Engai alejó las que aún no habían sido contaminadas por el cosmos del santo dorado.

— ¡¿Pero qué es lo que has hecho?! ¡Acaso tú…! —exigió una explicación, a lo que Sugita sólo le respondió con una leve sonrisa.

— ¿Qué sucede? ¿Acaso no dijiste que no le temías al filo de mi espada?— cuestionó con ligero cinismo—. Ahora que finalmente la he sacado de su funda, te mostraré el auténtico poder de Excálibur empuñada por mi mano.

Sin permitirle reaccionar, Sugita dio una veloz patada giratoria, liberando una onda invisible que terminó por pulverizar el resto de las ramas espinosas, quedando únicamente un inofensivo polvo escarlata suspendido en el aire.

El Patrono quedó confundido al ver la nube roja que caía sobre su escudo. Sus sentidos no lo engañaban, percibía una transformación en la fuerza del santo dorado que no podía explicar. ¿Acaso era capaz de utilizar el poder que le obsequió su padre antes de nacer?

— Esto no puede ser… ¡¿cómo pudiste cambiar tanto si hace unos momentos estaba a punto de matarte?!

— Admito que eres un enemigo formidable… y en otras circunstancias te habrías salido con la tuya… —explicó con un claro cansancio en su voz—. Pero será tal cual te dije al inicio… el final de esta batalla será el que ambos nos destruiremos mutuamente… y no necesito ser un vidente para saberlo.

El cosmos de Sugita finalmente se engrandeció a su alrededor, cegando momentáneamente al Patrono.

Excálibur no es algo que sólo se encuentre en mi brazo derecho o en cualquiera de mis extremidades —Sugita repitió lo que su maestro le dijo esa vez, mientras su cosmos dorado se volvía cada vez más brillante, casi blanco— … reside dentro del universo que hay en mi cuerpo, es una con mi cosmos... Sola no es más que un arma atrapada en un pedestal de piedra, pero en cuanto mi espíritu la blande, no hay mal que no pueda desvanecer con ella —pausó unos segundos en los que resintió unos cortes que comenzaron a abrirse en su piel a causa de su propio cosmos—. Y tú vas a desaparecer... —sentenció.

El Patrono veía cómo es que el suelo bajo el joven santo comenzaba a destruirse, cómo si un tornado de navajas machacara la dura roca.

— Sólo hasta ahora me permites ver el resplandor de tu auténtica fuerza… —musitó el mago, sobrecogido al saber que eso apenas era un vestigio del verdadero poder que podría obtener. Lo único que se interponía en su camino era la voluntad de  ese chico.

— Esa mirada —Engai sonrió ante el reflejo del pasado, ocultando el temblor que le ocasionaba—… es la misma que tu padre me dio antes de matarme —comentó—. Me es claro que es tu última jugada, si no caigo ante tu siguiente técnica quedarás a mi merced… y aunque tuvieras éxito y me destruyeras, también morirás —rió divertido, dándose cuenta de las lesiones que, segundo tras segundo, se marcaban en el cuerpo del santo, víctima de su propio energía.

— No temo a la idea de morir, pero me aterra que por mi fracaso alguien como tú pueda seguir caminando en este mundo… Tus asesinatos terminan aquí, ¡prepárate! —gritó, sabiendo la fuerza con la que debería lidiar, y las consecuencias.

Engai reaccionó tal cual Sugita esperaba. El Patrono empleó su energía sobre la gema que mantenía en alto su escudo y también sobre la diminuta lágrima carmesí.

— ¡Será un placer verte desaparecer, víctima de tu propia mortalidad! —Engai clamó con un gesto sádico— ¡De tus restos al final obtendré mi deseo!

El santo de Capricornio no titubeó, llevó su cosmos hasta el límite, cuidando de no romper esa barrera hasta visualizar el momento justo— ¡¡Resplandor final!! —gritó, lanzando un golpe de espada con su brazo izquierdo, el cual liberó un volátil y enorme resplandor que se proyectó hacia el Patrono.

Toda esa fuerza golpeó una barrera fuera del campo protector de Engai, aquella que serviría como un espejo que reflejaría toda esa potencia de regreso hacia su ejecutor… o cuando menos es lo que él esperaba.

Del rostro de Engai se borró toda sonrisa ante la demora de su gema a la que miró acusadoramente. Del rubí destellaba un intenso fulgor carmesí, dentro del cual vibraba sin control.

 

Sugita de Capricornio permaneció con el brazo extendido hacia su enemigo, mientras que por su cuerpo continuaba fluyendo todo ese poder devastador que le cortaba la piel tanto del exterior como desde el interior.

 

El Patrono sentía su rostro sudoroso por el duelo de cosmos. Su labor era únicamente concentrar toda su magia en esa pequeña gema. Sintió que le iba a estallar la cabeza, pero en un esfuerzo sobrehumano, ésta comenzó a actuar.

 

Sugita vio con horror cómo es que su energía estaba siendo contrarrestada para serle devuelta en cualquier instante.

— ¡No, no, no! —se dijo a sí mismo, empezando a desangrarse por las profundas heridas que las navajas invisibles le ocasionaban—. Aunque tenga el poder de un dios en la palma de su mano… ¡no es un dios!… ¡no lo es!… Ese poder es limitado—intentaba convencerse, sin claudicar en su ataque—… ¡Mientras el mío es infinito! Lo siento mucho maestro… pero no es ninguna falta morir en batalla por una causa justa, usted lo dijo —meditó al final, dispuesto a atravesar esa barrera que siempre le prohibieron cruzar.

Su cosmos se volvió completamente blanco, cerrando los ojos en un último acto de concentración. Sugita detectó una energía extraña a su alrededor, la cual sintió subir por sus pies hasta abarcar todo su cuerpo. Por un momento se asustó, pero pronto encontró que no era una presencia desagradable, ni desconocida… algo había en ella que le resultaba familiar.

 

Engai vio con horror cómo es que la  diminuta gema empezó a cuartearse, lo que significaba que estaba a pocos momentos de terminarse su poder. Era algo imposible, según sus cálculos aún le quedaba un largo tiempo de existencia, pero al forzarla de tal manera en esta batalla había acelerado su punto de extinción.

— ¡¡No seré vencido por un engendro como tú!! —el Patrono gritó encolerizado, empleando hasta la última gota de su fuerza en devolverle su ataque, ¡lográndolo!

Sugita vio con disgusto que el resplandor volviera a él, pero en un acto reflejo, juntó sus manos como si sostuviera una espada invisible frente a él. Subió las brazos hasta por encima de su cabeza, lanzando un repentino golpe vertical con ella, liberando un torrente mucho más brillante que el anterior, el cual, al golpear contra la energía del ataque reflejado, la empujó hasta fundirse en un solo ataque que volvió a ascender hacia Engai.

El Patrono quedó perplejo ante aquello, pero en cuanto intentó defenderse, se le paralizó el corazón un instante al ver cómo es que la lágrima carmesí se desmoronó frente a sus ojos.

La quiso sujetar entre sus manos, pero lo único que atrapó fue polvo rojo antes de que esa marejada luminosa lo engullera por completo.

Su campo protector no resistió el primer embiste, y el poder del santo de Capricornio barrió con los objetos que en su interior se resguardaban.

Engai vio que el resto de sus gemas desaparecían en el interior de esa luz. Su propio cuerpo comenzó a deshacerse también, pero en contra de lo pensado no sintió dolor alguno… tal vez murió de forma inmediata y su última visión era la de contemplar cómo su cuerpo era reducido a nada. Ni siquiera la Stella que llevaba puesta resistió.

En un último delirio, miró hacia donde el santo de Capricornio debía encontrarse, para decirse a sí mismo— Eso fue impresionante… y aun así… sólo es un débil soplo de su verdadera fuerza…Qué abominable…—desapareciendo dentro del torrente blanco.

 

Para cuando la luz y los estruendos cesaron, en el medio del deteriorado campo de batalla, Sugita de Capricornio permanecía de pie, aún en la posición de esgrima en la que sujetaba una espada inexistente en sus manos. Respiraba con dificultad mientras toda su piel y ropa se encontraban manchadas por su propia sangre.

Indudablemente es el vencedor, pero con un sabor a derrota. La victoria no contuvo la sangre que manaba por sus heridas, ni detuvo su dura caída al suelo, donde cerró los ojos lentamente y se quedó inmóvil.

 

FIN DEL CAPITULO 44

 

 

 

Caribdis*. Es un horrible monstruo marino, hija de Poseidón y Gea, que tragaba enormes cantidades de agua tres veces al día y las devolvía otras tantas veces, adoptando así la forma de un remolino que devoraba todo lo que se ponía a su alcance.


Editado por Seph_girl, 26 abril 2014 - 17:33 .

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 26 abril 2014 - 22:28

Que te puedo decir, seph?? Otro capítulo genial. Por fin empezaron a morir los patronos, ya q ha costado mucho acabar con ellos. Espero q Sugita no haya muerto. Y gracias por responder lo de Hiragisawa. Así q Sugita es hijo de Eriol y la profesora Misuki, cierto??, jajajaja, O alguien parecido a ellos. Muchas gracias, sigue así con el mejor fic q he leído. Saludos!!!



#188 Morongo

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Publicado 27 abril 2014 - 00:15

No Steph, no usé nada del mouse porque lo leí en el teléfono (luego te mando la factura de mi oculista jaja).. excelente capítulo, sigue así. Ya quiero ver qué pasa con Souva porque es mi personaje favorito por muuuuucho, no me lo mates porfa!!! ;)

Saludos

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Publicado 01 mayo 2014 - 16:11

como siempre un excelente capitulo

 

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me encanto la pelea y la historia de capricornio

 

saludos

 

:s50:



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Publicado 16 junio 2014 - 00:23

Saludos a los lectores de esta historia =D

Eme aquí finalmente trayéndoles un episodio más de esta historia que leen y en la que comentan con gusto n.n

Gracias por su apoyo y sus comentarios que siempre logran alegrarme cada episodio que subo.

Disculpen la demora de este capitulo, pero hubo varios factores pero el que más problematico fue es el que no me decidía cómo escribir este episodio.... tenía clara la idea de lo que debía pasar en él pero no el cómo lograrlo... y aquí está.

Es un episodio extenso pues no podía terminarlo sin abarcar lo que me propuse.

Una vez más gracias a mi lector beta por ayudarme con los detalles técnicos n.n

 

Antes de comenzar, debo anunciarles que el Capitulo 46 demorará en salir ya que necesito trabajar en una pequeña Tesis que debo terminar este mes de Junio, así que el tiempo que uso para escribir episodios tendré que usarlo para eso.

Dirán que el final del cap lo dejé muy DUN DUN DUUUUUN pero no fue a propósito, jajaja fue coincidencia aunque en el fic diga que "No existen las coincidencias sólo lo inevitable" 

Pero una vez que me libere de eso, les traeré el capitulo siguiente, prometido :)

 

Ahoraaaaa que disfruten el capitulo n____n

 

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Capitulo 45

Imperio Azul Parte IX

Expiación y poder.

 

 

Caesar, Patrono de Sacred Phyton, giró levemente la cabeza hacia el ahora espacio vacío, donde segundos antes uno de sus aliados se encontraba. Desapareciendo tras un manto carmesí, tal truco de magia se llevó también al santo de Capricornio, dejándolo solo ante aquel hombre de armadura dorada.

 

El Patrono buscó los ojos de su enemigo, pero el casco y cabello del susodicho los mantenían ensombrecidos.

Por la inmovilidad de ambos, durante un mero pensamiento, Caesar llegó a sentirse frente a un espejo, pues sus instintos le advertían que se hallaba ante un igual.

Por más que estudió cuál sería el ángulo correcto por el cual atacarlo en el primer movimiento, no logró decidirse… En esa pose firme y neutral en la que permanecía el santo dorado, sintió que cualquier intento sería ineficiente.

¿Ante quién estaba? Se preguntó con clara curiosidad, y como si sus pensamientos hubieran sido escuchados, el santo dorado al fin demostró vida y entendimiento.

Vos, quien buscáis la sangre del Emperador del océano, debéis abandonar la idea de regresar con vida a la superficie  —sentenció el imponente santo dorado, envestido con la sagrada cloth de Aries.

Por la abertura del casco, era visible piel de un tono similar al de la arena blanca de las playas; por su espalda caía una melena abundante del color del mar sobre sus cabezas. Era alto y de complexión fuerte, toda su postura y presencia era la de un hombre que nació y vive para la gloria de las batallas.

 

— Pareces un guerrero digno —Caesar dijo, invadido por un repentino deseo de pelea, que no había sentido en toda su vida como Patrono—. Será un gusto tener finalmente un oponente apropiado para combatir.

— ¿Digno? —el santo de Aries repitió con desencanto—. No. Ambos somos bestias despreciables, y moriremos como tales…

El santo de Aries manifestó un cosmos aguamarina. El Patrono no percibió agresión hacia su persona, pero al ver que tres círculos luminosos aparecieron en el aire, rodeándolos a ambos, intuyó que algo desagradable ocurriría.

El reino sagrado de la Atlántida no debe ser ensuciado por nuestra sangre inmunda —musitó el santo de Aries, girando constantemente su mano derecha con la sutileza de un director de orquesta—. Acompáñame a un sitio más apropiado.

 

Los halos de luz  se electrizaron súbitamente, encerrándolos en un cilindro resplandeciente que ascendió hacia el cielo.

Caesar perdió toda visibilidad del exterior de aquella barrera blanca, contrariándose al notar que, tras varios parpadeos, se encontraba en medio de un escenario diferente.

La sorpresa lo llevó a dar un par depasos hacia atrás, deteniéndose al pisar el borde de la superficie. El cambio resultó tan repentino que demoró en aceptar que no se trataba de una ilusión.

 

Ahora lo rodeaba un ambiente amplio, quizá infinito, pues el cielo nocturno y estrellado se extendía más allá de lo que sus ojos podían ver, y una enorme luna nueva reinaba el firmamento. El Patrono se supo encima de una gran piedra que se mantenía suspendida en el aire, junto a centenas más, de diferentes tamaños y formas, que flotaban sobre un tenebroso  e interminable abismo nebuloso.

Sin duda, alguna vez todas esas rocas formaron parte de una gigantesca y destrozada ciudadela, siendo escasas las plataformas en las que permanecían columnas o construcciones en eterna penumbra.

 

El santo de Aries se encontraba más allá, sobre otra superficie lejana, esperando paciente a que su enemigo saliera del estupor.

Cuando Caesar le dedicó una mirada, fue para cuestionar su paradero— ¿Qué maleficio es este? ¿Dónde nos encontramos?

Hace mucho tiempo, diseñé este espacio atemporal para librar mis batallas sin exponer la vida de mis aliados y súbditos, ni la seguridad de mi reino —explicó, mirando las ruinas de la réplica de su antiguo palacio—. Después de eras de ausencia, continúa tal cual desde mi último conflicto.

El santo de Aries dio un ligero salto y su cuerpo levitó con libertad como el resto de los fragmentos rocosos.

En pocas palabras, no podréis salir de aquí sin acabar antes con mi vida.

Caesar extendió las alas de su armadura y lo imitó.

— Tomarte tantas molestias para crear una dimensión como esta… significa que eres alguien de gran poder. Dime, ¿de verdad crees que nuestro enfrentamiento será tan titánico, o sólo estás subestimándome?

Reconozco vuestro poderío como para temer por la vida de santos y marinos… —admitió el santo dorado—. Mermar la fuerza del bando enemigo siempre será una táctica aceptable. Sé cuáles son vuestras motivaciones para ser parte de esta afrenta contra los dioses… pero aunque no tengo el derecho de luchar como uno de sus campeones, no permitiré que destruyan esta era de paz y entendimiento, pues es el legado de la diosa Atena, a quien prometí seguir sin importar las consecuencias.

— El legado de tu diosa sólo es una sarta de mentiras e ilusiones que pronto se desmoronará — Caesar creó una pequeña esfera en la palma de su mano, impulsándose a toda velocidad hacia el guerrero dorado.

Su mano estuvo a punto de golpearle el vientre con aquel resplandor, pero a escasos centímetros, la mano del santo de Aries se cerró con fuerza en su muñeca.

El Patrono supo que de no ser por la resistencia de su zohar, le habría pulverizado los huesos con esa simple presión.

La única falsedad aquí es en la que está atrapada vuestra vida —musitó el santo, con un deje de intolerancia.

 

Caesar finalmente logró ver los ojos de su enemigo: la pupila izquierda era del color del oro resplandeciente, mientras la derecha brillaba como la plata pura.

Le urgió zafar su brazo al ver que centellas emergían de la mano del santo de Aries, propagándose por todo su zohar. Apenas  sintió un leve hormigueo por el cuerpo, pero tal detalle fue lo que lo dejó absorto, pues en todo este tiempo que servía a Avanish, era la primera vez que sentía un dolor físico con tan insignificante movimiento.

El Patrono dobló el brazo de tal forma que logró zafarse, lanzando un rápido derechazo que fue atrapado con la misma facilidad por el santo. Aries contraatacó, golpeándolo con la palma de la mano en el rostro.

Caesar retrocedió, admirado y confundido, sintiéndose un chiquillo que había recibido la bofetada de un mayor.

Sois demasiado inocente —añadió el santo ante la reacción—. Creéis que sólo por lanzar un golpe, el enemigo debe caer fulminado a vuestros pies. Quizá así haya sido vuestra suerte hasta ahora por los dones que os fueron otorgados, pero todo tiene un final, hasta la gracia que otorgan las Moiras... Oh, bien que lo sé —musitó, marcándose en su rostro una media sonrisa.

— El único destino en el que me permito creer, es en el que borraremos toda evidencia de Órdenes como ustedes, una panda de títeres de las deidades de este mundo —Caesar respondió, sonriendo—. Hombres que con el paso del tiempo sólo han buscado salvarse a sí mismos al no querer compartir el destino del resto de su especie.

Un nuevo brillo surcó por el cuerpo del Patrono, logrando que su impulso hacia el enemigo fuera más rápido y mortífero que en el primer intento.

El santo de Aries eludió moviéndose un poco, viendo cómo la onda que liberó el golpe fallido de su oponente se extendió hasta una enorme piedra a lo lejos, la cual se pulverizó tras un estruendo.

Ah, no se trata de que los hombres inclinen la cabeza y veneren a los dioses sólo por temor o admiración —Aries mostró su cosmos aguamarina nuevamente—. Está en cada hombre pensar por sí mismo y elegir si servir o gobernar, guiar o ser guiados… Así como vos, que pese a vuestro magnífico poder e ideas rebeldes, seguís a un dios sin importar que contradiga vuestras funciones.

Caesar frunció el ceño, atacando de manera despiadada con su energía violácea. Extendió el dedo índice, del que emergieron innumerables rayos de luz. Cada uno trazó su propio camino, zigzagueante, recto o curvo, mas terminaron por precipitarse sobre el santo dorado, al que atacaron por todas direcciones.

— ¡El señor Avanish es diferente! —el Patrono clamó, furioso al intuir que el guerrero dorado era capaz de escudriñar en su mente.

Las explosiones rápidamente generaron una ventisca y polvareda que apartaron las rocas cercanas, las cuales chocaron contra otras como un juego mecánico hasta adoptar nuevas posiciones en ese espacio de gravedad inconstante.

— ¡Él fue primero un hombre, antes de sobrepasar su propia mortalidad! ¡Él entiende lo que es ser humano y ha sufrido las injusticias de los inmortales!

 

Caesar se precipitó hacia la cortina de humo, esperando encontrar a un magullado santo, pero su cuerpo golpeó  una barrera invisible que lo expulsó hacia atrás, hasta caer sobre el suelo empedrado de un fragmento de la ciudadela.

 

Nos juzgáis mal, guerrero de Avanish —el santo de Aries apareció incólume en el aire—. Aquellos que fuimos designados por las estrellas para luchar en las guerras santas, tenemos la misma libertad de seguir nuestros propios ideales e intereses. Os lo asegura alguien que le dio la espalda a su propio padre al no compartir su misma visión sobre el mundo.

Caesar se alzó tras un fuerte despliegue de su cosmos, volando como un dragón encolerizado que se estrelló contra el santo dorado.

Aries empleó ambos brazos y una rodilla para contenerlo, descubriendo que su rival no le había demostrado aún su auténtica fuerza. Esto era sólo el comienzo.

 

Los guerreros se lanzaron golpes y patadas a extraordinaria velocidad, sin permitirse recibir daño del otro al cubrirse con los brazos, piernas o extensiones de sus armaduras.

Los choques retumbaban por la ciudadela derruida, las resonancias incluso desbarataban las piedras y ruinas cercanas a ellos.

El santo de Aries empleó sus poderes sobre Caesar, quien se contrarió al ver cómo su puño se detuvo a escasos centímetros del rostro de su oponente. Su cuerpo se congeló ante el guerrero ateniense, quien con su fuerza mental frenó sus movimientos sin la necesidad de mover las manos o cualquier otro músculo, a diferencia de la psicoquinesia de la marine shogun de Scylla y la Patrono de Coto.

Fue su pensamiento lo que obligó al Patrono a encorvarse, siendo arrojado hacia los muros derruidos de un viejo templo, el cual atravesó como un bólido, despedazándolo por el impacto.

Caesar permaneció flotando sin poder moverse con libertad, lo único que parecía continuar bajo su control eran sus ojos y párpados.

El santo dorado descendió hasta su encuentro, alistando su mano, la cual revistió con su cosmos aguamarina. Su intención era clara ante el enemigo indefenso, un golpe mortal por la abertura de su casco y el hombre moriría sin importar la dureza de su impenetrable armadura.

Pero al contemplar los ojos de Caesar, sus espíritus entraron en duelo, pues en la mirada  del Patrono había una convicción y fuerza de voluntad que dejaron inmóvil unos segundos al santo de Aries…

 

*/*/*/*

 

La guerra entre Atena, la diosa de la sabiduría, y Poseidón, dios del océano,  había cobrado numerosas vidas en las consecuentes batallas, donde las fuerzas del señor de los mares obtenían victorias aplastantes, con bajas mínimas, a diferencia de las terribles pérdidas del ejército de la que era llamada también la diosa de la guerra.

 

Los guerreros de Atena jamás pudieron recuperarse tras la abominable experiencia de la primera batalla, en donde el Emperador del océano le permitió al ejército terrestre caer en la ilusión de que poseía la fuerza equiparable a la de su ejército de marinos…

La equidad de la batalla se mantuvo un tiempo sólo por beneplácito de Poseidón, hasta que en la playa, donde se libró el feroz combate, apareció un marino como ningún otro se haya visto hasta entonces, revestido por una armadura de colores brillantes, y en la que los golpes de los campeones atenienses no tenían efecto.

Ese único guerrero de Poseidón llegó como un maremoto, devastando la fracción del ejército ateniense que custodiaba esa región de Grecia.

Escenarios similares se repitieron en diferentes puntos de la Tierra hasta casi diezmar las fuerzas de los terrestres.

 

Gracias a la presencia de la elite marina, los marine shoguns, los reyes de la Atlántida no debieron pisar el campo de batalla al inicio de la guerra. Ellos continuaron gobernando sin que la codicia de su dios padre, Poseidón, les mortificara u obstaculizara sus deberes… todos excepto a uno.

 

Atlas fue el primogénito de Poseidón y Clito, gemelo de Gadiro y hermano de ocho varones más que nacieron de dicha unión.

El dios de mar dividió por ellos su reino, la Atlántida. Repartida en diez, los hermanos se convirtieron en reyes y formaron sus propias dinastías. Juntos llevaron a la Atlántida a prosperar rápidamente, muy por encima de los griegos y otras civilizaciones, sin embargo, jamás compartieron sus avances ni recursos con los pueblos del exterior; preferían la admiración por encima de la gratitud. Pronto, los atlantes fueron objeto de envidia y temor, pues en ellos, y sobre todo en su dios, había una pizca de ambición que desató la guerra en cuanto hubo una oportunidad…

 

La partida de Zeus fue lo que hizo estallar el conflicto para el que Poseidón ya se había preparado con antelación. Con su estirpe divina, reinaría no sólo el mar, sino también la tierra.

 

Atlas fue el único de los diez reyes que pidió presenciar las batallas, y dirigir él mismo a sus tropas… Aquella decisión fue su error y condena, pues jamás imaginó que le afectaría tanto ser testigo de tal carnicería.

 

En sus venas corría sangre olímpica, nació para reinar y combatir, gustaba de las batallas y las victorias, pero jamás fue un hombre despiadado… La guerra para él era algo que se efectuaba con honor y donde ambos bandos tenían la misma oportunidad de vencer… Por lo que ante sus ojos, lo que su padre desató no era una guerra, sino una matanza, un exterminio que se extendería hasta los confines del mundo…

Lo escuchó de sus propios labios: la raza humana se había corrompido y la maldad reinaba en sus corazones, debían tomar el control de ellos y exterminar a los malvados, sólo los elegidos tendrían la dicha de vivir en su utopía.

Lo cuestionó y enfrentó. El dios del mar estaba lejos de poder tolerar tal insubordinación, mas por el afecto que aún sentía por Clito, logró mostrarse piadoso. Le ordenó a Atlas abandonar el frente y volver a su hogar.

Mas antes de acatar la orden, Atlas presenció una cosa más que terminó por sellar su destino. Durante su última batalla para Poseidón, un santo de Atena logró darle alcance. Él siempre permaneció en la retaguardia, dirigiendo y vigilando a su armada, pero ese joven salido de la nada, pudo burlar las filas de guerreros atlantes y al mismo marine shogun que lo custodiaba.

Atlas jamás olvidaría su mirada, el valor y la convicción que destellaron en sus ojos era algo a lo que jamás había enfrentado… Tal fue su impresión que lo llevó a tener un pensamiento que lo paralizó por completo, dejándolo en un estado vulnerable: “va a matarme”.

Y tal situación pudo haber sucedido, de no ser por la rápida intervención del marine shogun de Kraken, quien destrozó el brazo del guerrero ateniense con un solo golpe.

Entre ambos guerreros no se efectuó un combate, sino una ejecución que Atlas no fue capaz de frenar, pues en el instante en que logró recuperar su voz, el cuerpo del muchacho terminó deshecho por el cosmos de Kraken.

Su cuerpo retorcido y sanguinolento cayó en la arena, donde se movió un poco, en un imposible intento por ponerse de pie, mas quedó inmóvil cuando la muerte paralizó su corazón.

 

Decidió entonces que esa sería la última batalla que libraría en nombre de su padre, e ideas peligrosas comenzaron a rondar por su mente.

No fue capaz de encontrar paz en sus pensamientos, creyó que se trataba de un sentimiento de culpa que tenía que expiar de alguna manera…

 

Si su padre o cualquier otro de sus hermanos se hubieran enterado, lo habrían desconocido como Rey de la Atlántida desde ese momento.

Sólo sus sirvientes de más confianza lo supieron, ya que necesitó que cubrieran su ausencia.

 

Viajó hasta allí, vestido como un campesino terrestre ordinario, con un manto cubriendo su cabeza, el cual no sólo lo resguardaba del frío de esa noche sin luna, sino que también ocultaba su identidad y procedencia.

Es permitido que tras una batalla, el campo donde se suscitó el duelo pueda ser visitado por hombres y mujeres que buscan a sus muertos entre los cadáveres de los caídos.

Esa noche oscura, arribaron personas de variadas edades, dispuestas a llevar a cabo los rituales mortuorios, tanto para conocidos como para desconocidos.

Atlas logró hacerse pasar por una de esas almas caritativas, sintiendo más pesadumbre al caminar entre los cuerpos destrozados de todos esos guerreros.

Ayudó a un par de ancianas a recuperar los cuerpos de sus tres nietos, a un padre los de sus dos hijos, acercó el cuerpo de un esposo a una viuda que lo lloró en silencio al limpiar su cuerpo ensangrentado.

Llevó el cadáver de un chico desconocido a donde algunas mujeres los preparaban antes de ser llevados a las pilas de madera donde serían cremados. Depositó en un manto limpio lo que quedaba de ese joven.

Atlas permaneció de cuclillas allí al sentirse cansado, física y moralmente. Vio cómo una joven mujer, cubierta por un manto grisáceo, vertió agua sobre el rostro sucio del fallecido para limpiarlo con suavidad.

No tenían ninguna oportunidad, y aun así se lanzan a la batalla sin pensarlo —Atlas musitó, escapando ese pensamiento a través de sus labios.

La mujer pareció escucharlo, por lo que comentó— Cuando tienen algo que proteger, hay quienes gustosos dan su vida—, sin pausar su labor.

¿Aun cuando pueda ser en vano?

La esperanza nunca será algo trivial —respondió la mujer, cuyos labios carmín sobresaltaban en su pálida piel.

La joven colocó una moneda dorada sobre cada párpado cerrado del caído, envolviéndole finalmente la cabeza con la manta en la que enredó todo su cuerpo.

¿Qué es lo que hace una joven doncella como vos aquí? ¿Perdisteis a vuestra familia por la guerra? —Atlas se interesó finalmente en la mujer, quien le respondía con tal honestidad—. ¿No teméis que los marinos vuelvan reclamando los cuerpos de sus enemigos?

Si profanar sus cuerpos hubiera sido su deseo, no habrían abandonado la playa sin satisfacer tal anhelo —respondió la joven, posando sus manos manchadas con suciedad y sangre sobre sus rodillas—. Yo tengo razones para estar aquí, la pregunta más bien debería ser para vos —dijo inesperadamente, ladeando un poco la cabeza, permitiendo que el fuego de las antorchas cercanas  iluminara parcialmente su rostro—. ¿Qué es lo que el primogénito de Poseidón busca entre los cuerpos de sus enemigos? —dijo, ante el desconcertado atlante—. ¿Qué obliga a Atlas, rey de la Atlántida, a asistir a este funeral?

Atlas miró perplejo a la joven, entendiendo que al igual que él, escondía su identidad bajo los harapos y el velo de una simple aldeana.

— Atena… —susurró, en un hilo de voz.

 

*/*/*/*

 

El santo de Aries escapó de los recuerdos que lo enjaularon ferozmente, en cuanto la mirada del Patrono de Sacred Python lo obligó a recordar el camino que ha tenido que seguir para llegar hasta este momento.

 

Pero en esta ocasión no hubo pensamientos clementes, el santo dorado lanzó su golpe mortal hacia el inmóvil guerrero de Avanish, con la intención de matarle.

El Patrono soltó un tremendo grito, tras el cual logró recuperar el control de su brazo, con el que detuvo el del santo dorado.

Atlas de Aries quedó pasmado cuando Caesar le sujetó la muñeca, con una fuerza abrumadora de la que no fue capaz de liberarse.

— ¡Tú! —bramó Caesar, mientras su cuerpo temblaba al combatir con éxito las ondas psíquicas que luchaban por mantenerlo dominado.

El santo dorado vio cómo algo de sangre comenzó a fluir por el brazo del Patrono, proveniente del interior del zohar oscuro.

— ¡Esos trucos baratos… no van a… funcionar… conmigo! —gritó, torciendo el brazo del santo de Aries para exponer su costado— ¡Me entrenaron para matar guerreros como tú! —el Patrono elevó su energía, generando una llama violácea en su mano libre, con la cual golpeó al santo dorado—. ¡No esperes que algo como eso vuelva a funcionar en mí! ¡¡Gravedad Zero!!

 

Atlas de Aries resintió el impacto energético, el cual prendió su cuerpo en inextinguibles llamas violetas, cuyo calor penetró su costado y se extendió por todo su cuerpo. Sintió que sus extremidades y órganos internos se  estiraban y comprimían  consecutivamente y a gran velocidad, ocasionándole severos dolores. Sus ojos ardieron y de su boca emergieron llamas purpuras que acompañaron sus gritos.

Su cuerpo se desfiguró dentro de ese campo flamígero, alargándose y estrujándose de maneras abstractas e imposibles.

 

Caesar se alejó velozmente, y tras unos segundos de disfrutar el espectáculo, con un sencillo chasquido de sus dedos, la llamarada estalló de manera estruendosa.

El torrente de poder arrastró algunas piezas doradas que se perdieron en el infinito, lo que complació a Caesar. Mas al ver que aún continuaba dentro de esa dimensión de bolsillo, entendió que su enemigo se aferraba a la vida.

Imaginó que lo vería moribundo en medio del vacío que generó la explosión, pero al contrario, cuando la humareda se disipó, el santo de Aries se mantenía en una posición firme e intimidante, rodeado por el campo estrellado.

Había perdido su casco, por lo que su cabello  se alzó por producto de la gravedad, y las escamas doradas de su frente aseveraron aún más su rostro; el peto del ropaje dorado fue totalmente destruido, quedando un torso desnudo y sangrante. El resto de la armadura no presentaba daños, mas una protección incompleta carecía de eficiencia…

— Tu rostro —dijo Caesar, notando la peculiaridad de las escamas tupiendo su frente—, es como el de Leviatán… Lo que significa que tú también eres un atlante.

¿Leviatán? —Atlas cuestionó, escudriñando en los pensamientos superficiales del Patrono para obtener una imagen de la susodicha—. Sí, lo soy —respondió, sin que un gesto de dolor cruzara por su cara.

— Ahora entiendo por qué no moriste con mi técnica… En tu cuerpo hay sucia sangre olímpica, lo que te vuelve un poco más difícil de matar —Caesar sonrió.

Existe un gran abismo de poder entre mi descendencia y yo —aclaró Atlas con seriedad.

— No puedo entender, cómo un atlante que sufrió el mismo destino que ella, decida defender la vida de Poseidón —dijo Caesar, dispuesto a hablar sólo por curiosidad—. Si toleré la presencia de Leviatán todos estos años, fue por el claro odio y resentimiento constante que expresa hacia su dios —recordó el momento en que el señor Avanish le confió tal secreto—. Y cuando logró que otros nos acompañaran en esta cruzada, jamás creí que tendría que lidiar con un engendro del mar como tú… que al mismo tiempo viste una armadura de santo… Es claro que tu historia debe ser complicada.

— No tienes idea de cuánto —Aries entrecerró los ojos, simpatizando un instante con su rival.

 

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Las Moiras, madres del destino, le jugaron mal, o quizá lo colocaron en el sitio donde era su deber estar…

En contra de lo pensado, la diosa Atena lo ayudó a continuar con su papel de campesino; algo que confundió al rey de la Atlántida, pues imaginó que en cualquier momento lo desenmascararía ante todos y sus guerreros aparecerían a defenderla.

Ambos pasaron como meros humanos durante los ritos mortuorios, incluso algunos llegaron a creer que eran esposos.

 

Atlas sólo había visto el rostro de la diosa una vez, en los tiempos de paz en que navegaba de incognito, como solía hacer para emprender viajes con marineros expertos y aventureros, un acto que su padre desaprobaba por completo.

Sus naves se cruzaron en el mar Egeo por mera casualidad, la tripulación de su capitán pidió ayuda al navío griego, que accedió a brindársela. Mientras él  trabajaba con las velas, desde lo alto divisó la proa de los griegos, donde contempló a una bellísima doncella que miraba hacia el horizonte. El viento del mar remolineaba sus cabellos rizados y su túnica blanca, con una gracilidad que realzaba aún más su hermosura.

Había visto con sus propios ojos a sirenas y ninfas en el reino de su padre, pero ninguna de ellas lo había cautivado como aquella muchacha. Él no lo supo hasta que los barcos continuaron sus respectivos caminos y ciertos hombres de la tripulación lo comentaron: en ese barco viajaba la misma diosa Atena.

 

Ningún hombre podría olvidar ese rostro de eterna juventud, cuya belleza difícilmente se podría ocultar tras vestiduras oscas y maltratadas.

Él desconfió un poco al principio, no por nada él era hijo de su enemigo en esta guerra cruel…

Hablaron… mucho.

Y no una única vez. Sus encuentros continuaron ocurriendo con el paso de la guerra, siendo pocos los enterados.

Conforme más tiempo Atlas pasaba escuchándola, él fue capaz de compartirle sus propias penas y pensamientos… y ella los suyos.

 

Con el tiempo, estos encuentros se juzgarían de diferentes maneras… Pero la verdad fue que Atlas, y sólo él, tomó la decisión de ayudar a la diosa. Ella jamás lo sugirió, ni siquiera habló de ello.

Para cuando Atena fue consciente del plan de Atlas, ya había quedado sentada una reunión con miembros de la raza lemuriana, quienes conocían las artes necesarias para labrar armaduras con oricalco y polvo de estrellas. Iniciándose los preparativos que llevarían al final de la guerra.

Así, tomando a las constelaciones del firmamento como musas, se construyeron las armaduras de los santos, las cuales fueron otorgadas a jóvenes guerreros que fueran dignos de ellas.

Atena le dio el derecho de portar una de esas armaduras que ayudó a forjar. Al tomarla, Atlas no sólo renunció a sus viejos títulos, también traicionó a su padre, a su dios, a su gente.

—“¿Por una mujer?”— preguntarán muchos. “No”, es la respuesta. Atlas por sí mismo abrió los ojos a la verdad. Él solo se convenció de que lo que buscaba su padre no era lo correcto para el mundo. Por sí mismo vio lo injusto de las batallas y se avergonzó de ser parte de ello. Él concluyó, que si su padre estaba destinado a gobernar, y su justicia era lo que este mundo de verdad necesitaba, nada ni nadie podría cambiar eso, ni siquiera él o Atena con su renovado ejército. Él solo estuvo allí para permitir una guerra justa, y apoyar al bando que, creyó, merecía la victoria.

 

Como el primer santo de Aries en portar la cloth dorada, junto a otros ochenta y siete santos, tomaron por sorpresa al ejército de marinos. Las peleas continuaron siendo encarnizadas, pero al fin hubo una igualdad poética que permitió combates dignos de ser perpetuados en la historia.

Atena y su ejército obligaron a las tropas de Poseidón a retroceder, atrincherándolos en el continente atlántico, siendo donde se suscitó el acto final de la primera guerra entre ambos dioses.

Atlas luchó contra los suyos y dio muerte a otros más. Jamás claudicó. Su regreso a la Atlántida llevó a su dinastía a apoyarlo pese a las circunstancias, por lo que logró sumar una fracción del ejército de Poseidón a sus propias fuerzas.

Mientras Atena y sus santos fueron hasta donde se encontraba Poseidón, él debió enfrentar a sus hermanos, a quienes intentó poner de su lado. En algunos descubrió la duda y un débil deseo por estar de su parte, pero pudo más el miedo y lealtad hacia su sangre que cualquier otra cosa.

Ejecutarlos fue lo más difícil que ha debido hacer en su vida… y cuando el último de ellos murió, los alaridos del dios del mar en la lejanía revelaron la victoria de Atena.

 

Sin el cosmos de Poseidón, la Atlántida se hundió y la mayoría de los atlantes perecieron con ella. Después vino el juicio de los dioses…

El castigo fue terrible, y con justa razón… Atlas no temió por su vida, pero jamás imaginó que su padre lo castigaría con algo peor, pues en su conciencia siempre estaría el dolor que sus acciones les ocasionaron a otros, y por ello toda su dinastía fue condenada junto con él a ese funesto encierro…

 

Atena… nunca la culpó. ¿Se arrepentía? ¿Habría actuado diferente sabiendo lo que sabe ahora? … “No”, seguía siendo la respuesta.

 

¿Amó a esa mujer?  “”, y no como los santos deben amar a su diosa. Dichos sentimientos fueron un impulso, mas no la razón, por el cual llegó tan lejos.

 

¿Fue reciproco?... Difícil de responder, pues ella no le dio su corazón… pero sí le otorgó un don. Uno que le permitiría alcanzar el perdón de aquellos a los que lastimó en el pasado…

 

*/*/*/*/*

 

La vida de un guerrero nunca será sencilla —musitó Atlas, sonriendo—. Sé que la vuestra carece también de sencillez… Me juzgáis por defender al dios que condenó mi existencia, siendo que vos lucháis por el bienestar de la raza humana pese a que fue la que os torturó y sometió a una existencia que jamás deseasteis … Sí, nuestras vidas no son más que ironía tras ironía.

Caesar volvió a mostrarse molesto por la altanería de su rival. Tomó una posición ofensiva al extender las alas de su zohar.

— El pasado no puede cambiarse, pero finalmente tomé las riendas de mi vida y decidí seguir este camino por mi propia voluntad— musitó Caesar, más para sí mismo que para su oponente.

En algo estamos de acuerdo, ambos somos hombres libres que sólo luchan por ideales distintos… Vamos guerrero de Avanish, concédeme una batalla memorable. Después de incontables años de estar postrado en un lecho, necesito recordar cómo luchar —pidió, siendo él quien velozmente se precipitara contra el Patrono.

 

Caesar resintió el fuerte puñetazo que el santo de Aries impactó en su cabeza, respondiendo rápidamente de la misma forma. El Patrono logró golpear el rostro del santo, pero éste no pareció haberle afectado de ninguna forma, ni siquiera retrocedió, por lo que prosiguieron con el intercambio de golpes.

En un principio, Atlas se impuso con una velocidad y potencia aumentadas pese a sus anteriores heridas. Caesar no fue capaz de contener ni la mitad de sus golpes, recibiendo el castigo repetidas veces, mas al incrementar su poder tras un rugido bestial, logró tomar la delantera nuevamente.

El santo de Aries resistió los golpes del Patrono, pero su impasibilidad y falta de gestos no significaban que era inmune al dolor, sino que podía ocultar el sufrimiento físico en otro lugar de su mente, donde no le estorbara durante el combate.

 

El Patrono revistió sus manos con su cosmoenergía violácea, la cual, al impactar sobre el santo,  causaba un daño que podía sentir hasta por debajo de la piel quemando sus tejidos y músculos.

 

Ambos se desplazaban a la velocidad de la luz, reduciendo las ruinas flotantes a mera grava y polvo.

Atlas juntó las manos, golpeando a Caesar en la quijada. El Patrono se precipitó hacia el vacío, pero planeó con la ayuda de sus alas para alzarse una vez más al firmamento. Al sentir el sabor de la sangre en su boca, entendió lo realmente poderoso que ese hombre era. De no encontrarse protegido por su zohar, estaría mortalmente herido. Pensó en utilizar la Áxalon para matarle, pero su orgullo pospuso tal decisión.

 

Caesar se rodeó con su cosmos, el cual formó la silueta de un gigantesca serpiente tras de sí. Extendió las manos hacia el cielo, siendo el espacio entre ellas en los que pareció estallar un big bang que creó un pequeño universo estrellado, sobre el cual la serpiente  sopló y, como si se tratara de un dragón, generó una llamarada oscura que abarcó en su totalidad las dimensiones que ocupaban las ruinas flotantes — ¡Holocausto Estelar!

 

Atlas vio cómo esa avalancha de fuego negro avanzaba velozmente hacia él, notando que todo lo que tocaba era reducido a partículas hasta desaparecer en la oscuridad.

El santo de Aries intentó escapar, pero aun cuando eludía el avance de las llamas, sentía que una fuerza lo jalaba hacia ellas, alentando sus movimientos.

Atlas terminó cediendo, por lo que desapareció en el paso de la lúgubre ola de llamas y oscuridad.

 

El Patrono de Sacred Python contempló el incendio de llamas oscuras, dentro del que aquella ciudadela perdida se desvaneció por completo. Una vez que el manto de oscuridad ardiente abarcara su máximo alcance, permaneció encendido por más tiempo.

Caesar podía sentir todo su poder en las flamas, y se regocijó por ello. Pero la satisfacción no lo acompañó por mucho tiempo al darse cuenta, una vez más, que continuaba dentro de esa dimensión maldita, por lo que sabía que su enemigo seguía con vida…

Más fue su asombro cuando comenzó a percibir un gran cosmos proveniente de la hoguera oscura. Dicha presencia se sintió aún con más fuerza, estallando en cierto punto dentro de ella. El torrente de poder convirtió las llamas oscuras en flamas azules, desbaratándose como un diente de león ante el soplido del viento. El campo de batalla se vio repleto por pizcas luminosas de tonalidades azules y verdes, todas ellas indoloras al contacto, pero que inundaron ese universo con su luz.

 

De las ruinas flotantes no quedó nada, ni un grano de tierra, sin embargo, en medio de todas las gotas luminosas, el cuerpo del santo de Aries fue visible, el cual destellaba con un cosmos aguamarina resplandeciente, mismo que ahora coloreaba la totalidad de sus cuencos oculares.

 

— ¡Este cosmos…! —los sentidos de Caesar lo alertaron de un cambio radical en su oponente, resintiendo un latido, no proveniente de su corazón, que le confirmó su temor.

 

Ya entiendo —habló Atlas, a través de su cosmos para entenderse pese a la distancia—. Os habéis impacientado y ahora deseáis que luchemos como caballeros y no como  bárbaros —el santo abandonó toda pose de combate, permaneciendo con los brazos pegados a los costados.

La energía que revestía al santo de Aries rozaba con el cosmos divino que sólo los dioses inmortales poseen.

Jamás podrá volver a llamarse a sí mismo“hijo de Poseidón”, ya que sería un sacrilegio considerando sus pecados, pero es lo que era…

A diferencia de atlantes como lo son Leviatán y Caribdis, su sangre conserva una pureza inigualable, por lo que el poder era mucho mayor en él…era un semidiós, como lo fueron Hércules, Perseo y más héroes míticos.

 

¿Qué ocurre? —cuestionó Aries ante el mutismo de su rival—. ¿Os he cercenado la lengua sin darme cuenta? Me es desconcertante que, para un hombre que se declara asesino de dioses, este nivel le impresione —comentó el santo, con sus ojos brillantes—. No imagino entonces qué será de vos en el momento en que Poseidón alce siquiera la voz…

— No seas estúpido —respondió inmediatamente Caesar, quien tras meditarlo todo ese tiempo, llegó a la conclusión final. Sonriendo con claro descaro—. Estoy feliz…

¿Feliz? —el santo repitió.

— Será la primera vez que podré usar a Áxalon sin ninguna restricción —respondió, extasiado con la idea.

 

Entenderé eso como que me mostrareis vuestra mejor arma… aquella con la que creéis ser capaz de eliminar a un dios —dijo el santo de Aries—. En ese caso, permitidme que sea yo quien primero muestre su máxima técnica.

 

El cosmos de Atlas de Aries reaccionó sobre los destellos luminosos de todo el entorno, que poco a poco comenzaron a agruparse en grandes enjambres a su alrededor.

La luna negra en el cielo paulatinamente empezó a iluminarse, pasando de una fase lunar a otra con la misma rapidez con la que las manifestaciones se acrecentaban.

 

Atlas comprendió que sus golpes jamás lastimarían seriamente al Patrono, la armadura que lo cubría había resistido todo lo que su fuerza física es capaz de hacer… si quería vencerlo antes de terminar muerto por acumular daños, no tenía más opción que emplear su mejor carta.

Vosotros los jóvenes, malgastáis una gran cantidad de energía en ataques llamativos y resonantes —Atlas dijo, conforme los enjambres comenzaron a tomar formas definidas—. Esta técnica sólo me atrevo a utilizarla en este recinto, por su nivel de devastación… y sólo la he empleado una vez…

Atlas alzó el brazo derecho, extendiendo el dedo índice hacia el cielo, en donde colosales figuras se materializaban.

Con ella eliminé a nueve soberanos de la Atlántida. ¡Consideraos afortunado de caer ante los Pretorianos de Atlantis!

 

Las llamas que formaron esos enjambres se desvanecieron como si hubieran sido cortinas que ocultaban colosales estatuas. En un instante, nueve figuras respaldaban al antiguo rey de la Atlántida.

Se trataba de nueve gigantes, de doscientos metros de altura. Guerreros todos. Tritones, con escamas afiladas y acorazadas en sus colas de color zafiro; armaduras doradas cubriendo sus torsos y brazos humanos; yelmos repletos de joyas, con aletas sólidas a los lados; en cada mano sostenían un largo tridente y un escudo redondo, liso y brillante sobre el que la luna llena se reflejaba con intensidad.

 

El Patrono quedó absorto ante los imponentes gigantes. Sus sentidos le alertaron del inminente peligro, pero antes de que pudiera invocar su espada, ya un par de Pretorianos se abalanzaron sobre él.

 

Los gigantescos tritones se desplazaban en el espacio con la misma habilidad que lo harían en el agua. A una velocidad impresionante, uno de ellos golpeó a Caesar con su escudo. El Patrono salió despedido por el impacto, que quizá no rompió su armadura, pero resintió la terrible colisión que retumbó en su cabeza y quijada.

El segundo Pretoriano se adelantó a la trayectoria que seguía el cuerpo del Patrono, atacándolo con su tridente con un golpe vertical. Caesar recibió el impacto de lleno, gritando ante lo que pudo haberlo partido en dos, mas la resistencia de su zohar lo salvó una vez más, sin embargo, ese afilado tridente generó rayos azules que invadieron su armadura y circularon sobre ella por prolongados segundos, en los que algo de su fuerza pudo colarse para alcanzar al guerrero que se resguardaba en ella.

Invadido por el dolor, Caesar no se rindió pese a que fue golpeado ferozmente por ese par de tritones de los que intentó escapar, pero las dimensiones de sus enemigos no los volvían seres lentos, eran igual de veloces que el mismo Atlas.

 

Atlas contempló la lucha desde la distancia. Los Pretorianos poseían su propia autonomía, por lo que eran capaces de tomar acción y adaptarse a la batalla sin que él se los ordenara de alguna forma.

El santo de Aries se mostró impresionado por el que esa armadura sombría permanecía en una pieza pese a ser golpeada constantemente por sus guerreros. ¿De dónde provendría? Se preguntaba con asombro. Intentaba encontrar la respuesta en la mente del Patrono, pero éste, de alguna forma, lograba negarle el paso a dicha información… sin embargo, sí pudo advertir un pensamiento inmediato dentro de esa mente caótica.

 

En las manos de Caesar se creó una flama azul que inmediatamente se transformó en una larga espada dentada, con la que el guerrero de Avanish logró bloquear el tridente de uno de los Pretorianos.

Con claro esfuerzo, fue capaz de contener la fuerza del tritón y empujarlo, pero de forma inmediata, el segundo de los tritones lo atacó en respuesta. El Patrono sólo alcanzó a interponer la espada para no ser herido, pero salió volando hacia el firmamento sin poder retomar control de su cuerpo.

 

— “Áxalon” —Atlas musitó el nombre de la espada en la que el Patrono parecía confiar su vida.

El antiguo rey de los atlantes centró sus sentidos en esa misteriosa arma, de la que percibía fluir un poder latente y espectral… algo que dormía en el interior de la espada… no, algo que era contenido dentro de ella a la fuerza, y que en cualquier momento podría liberarse.

No… es demasiado peligroso…. —Atlas comprendió que debía matarlo pronto. Con una señal de su mano, otros tres de los Pretorianos desaparecieron de su lado para entrar en la lucha.

 

Caesar logró extender las alas de su armadura, frenando su avance al anticipar el ataque de uno de los tritones. Dio ciertos giros para utilizar el enorme escudo como apoyo para sus pies e impulsarse a la velocidad del relámpago contra el otro tritón que lo perseguía. El guerrero de Atlas movió su cola acorazada, y con ella repelió al Patrono como si se tratara de un mosquito molesto.

El cuerpo del Patrono fue interceptado por el trío de guerreros que se sumó a la contienda, siendo golpeado repetidas veces por cada uno de ellos.

Sacudido por los golpes de los gigantes, Caesar sintió que iba a perder el sentido, pero al escuchar un tronido en su armadura, logró aferrar su conciencia, más al ver que pequeños fragmentos oscuros se desprendieron de su coraza.

— Esto es inaudito —pensó con horror ante esas migajas oscuras que pasaron frente a sus ojos.

 

El Patrono de Sacred Python  cerró la palma de su mano sobre el filo de la espada, dejando que su sangre manche la hoja para decir — ¡Elimino la cadena del primer sello, Áxalon… dame poder! —clamó, segundos antes de que su cosmos estallara con un renovado fulgor que obligó a los gigantes a cubrirse con sus escudos.

En esos breves momentos de distracción, Caesar se precipitó hacia Atlas, quien abrió los ojos con gran sorpresa ante el incremento de velocidad y poder de su enemigo.

 

El santo de Aries intercambió su lugar con uno de los tritones. El gigante lo cubrió con su escudo, el cual fue cortado por el paso de la espada azulada.

— ¡Maldito cobarde! ¡Deja de esconderte detrás de tus monstruos! —bramó Caesar, expulsando su cosmos en una llamarada que repelió un poco a los tritones cercanos.

Pero entre los destellos y llamas, el santo de Aries logró propinarle un severo golpe en la quijada que desprendió el casco de su cabeza.

Insultar a mi armada personal no logrará nada —el atlante repuso con una sonrisa—. Es como si os pidiera que os privarais de vuestra armadura para luchar contra mí. En un verdadero combate, los enemigos deben emplear todos sus recursos para vencer. Vos posees vuestros dones, yo los míos, es lo que vuelve interesante todo enfrentamiento —explicó, atacando severamente a Caesar, sin permitirle esgrimir con libertad su espada. Pese a que el Patrono era un hábil espadachín, Atlas empleaba sus manos y piernas para dificultarle blandirla y entorpecer sus intentos.

Los tritones apoyaban a su rey, atacándolo por los flancos, lo que dificultaba al Patrono deshacerse del santo dorado. Caesar sólo comprendía que matando al santo de Aries, toda esta locura terminaría, pero aun con el primer sello de Áxalon roto, era incapaz de enfrentarlo…

 

Caesar comprendió tardíamente que no es que el santo hubiera dividido su poder en diez, no, de alguna forma su poder y habilidad se mantenían intactos, y sus nueve gigantes eran un reflejo de sí mismo. ¡¿Ese era el poder de la sangre olímpica?!

Al percatarse de que los nueve Pretorianos ya estaban sobre él, Caesar liberó el segundo sello de la espada, permitiéndole desaparecer por unos instantes en los que ninguno de los tritones ni el mismo Atlas lo detectaron, hasta que la luz de la luna llena desapareció.

Al mirar en dicha dirección, encontraron a Caesar con su cosmos en alto y ennegreciendo el cielo estrellado, preparando su técnica.

 

Elevó de nuevo su poder en menos de un instante… ¿cómo puede esa espada incrementar de tal forma su cosmos? —Atlas quedó absorto en tales pensamientos.

 

— ¡Holocausto estelar! —clamó una vez más el Patrono, enviando la oleada de poder  sobre sus enemigos.

 

El santo de Aries elevó su cosmos, al mismo tiempo que sus nueve protectores. La avalancha oscura chocó contra ellos, generando un estruendo como el de una ola golpeando un muro de roca inmovible.

 

El Patrono gritó frustrado al ver que las diez siluetas emergieron de su mar oscuro, tras haber creado una cúpula con sus escudos para protegerse.

Ilesos, los Pretorianos siguieron a su rey, quien velozmente voló hasta llegar donde Caesar, golpeándolo fuertemente en el pecho, seguido por los otros guerreros que arremetieron contra él con sus tridentes y colas

El ataque de los gigantes fue inmisericorde, y tras una última patada en el vientre, Caesar se precipitó hacia el vacío de esa dimensión, sin que nada ni nadie lo frenara.

Su zohar mostraba grandes fisuras por toda su estructura, perdiendo pequeñas piezas cada metro que caía a la oscuridad.

En el instante en que se atragantó con su propia sangre, Caesar abrió los ojos y sujetó con fuerza la espada, quien parecía recriminarle en silencio sus actos.

 

La mente del Patrono de Sacred Python se remontó a ese instante en que Avanish les presentó a Áxalon, una espada que les sería de gran ayuda al enfrentar a los dioses, siendo una de las únicas armas que han existido que sería capaz de acabar con la inmortalidad de sus almas. Su uso les estaba permitido pero, como todo, tenía un precio…

Avanish les ayudó a obtener poder, les dio los zohars y stellas para proteger sus cuerpos, pero nada podían hacer con su frágil mortalidad…

Siempre fueron conscientes de que, si rompen el tercer sello, sus cuerpos serían castigados, pero obtendrían un poder más allá del que hubieran soñado jamás… El tiempo dependería de cada uno de ellos.

 

Caesar no podía prolongarlo más. Tendría que haber utilizado el poder de Áxalon al enfrentar a Poseidón pese a las protestas de Leviatán… pero ahora los planes habían cambiado y deberá utilizar ese tiempo para matar al santo de Aries, hijo de Poseidón. Si no era capaz de eliminarlo, entonces toda su jornada había sido inútil… una mera ilusión…

¡Tenía que hacerlo! Ser tan fuerte como para superar a santos, marinos, asgardianos y muchos más guerreros que sirven a los dioses, ésa era su razón de ser.

El temor de ciertos hombres por el que alguna vez tales fuerzas decidieran conquistar su civilización, fue lo que llevó a que se creara ese centro de investigación donde fue prisionero, donde buscaban crear soldados que pudieran hacerles frente, despertando esas habilidades con los que podrían destruir montañas y causar terremotos…

Arruinaron su vida para tal fin, no permitiría que todas esas vivencias fueran en vano...

 

Con tremendo esfuerzo, Caesar maniobró para detener su caída. Su cuerpo temblaba  sin control, por lo que sostuvo la espada con ambas manos para evitar que cayera al vacío.

Miró con frustración los daños en su zohar… la armadura que el señor Avanish le ofreció para volverlo invencible.

Sabía que no contaría con la ayuda de Tara para poder sobrellevar sus heridas, por lo que tendría que valerse de su propia fuerza de voluntad para resistir el dolor que lo siguiente le ocasionaría.

 

— Áxalon… yo retiro la tercera cadena, libero el último sello… ¡Despierta y castiga! —el Patrono gritó.

 

Al leer los pensamientos de su enemigo, el santo de Aries temió, por lo que sin dudarlo, él y su séquito alzaron y unieron sus cosmos en un solo ataque. Los Pretorianos enfilaron las puntas de sus tridentes, generando una gran esfera brillante de cosmoenergía aguamarina, que Atlas no demoró en liberar.

¡Astro marino! —clamó el antiguo rey de la Atlántida, apuntando enérgicamente al enemigo con su brazo.

La gran esfera giraba sobre su propio eje, precipitándose con la velocidad del rayo hacia el Patrono, quien ni siquiera tuvo un instante para reaccionar.

El astro resplandeciente impactó a Caesar, devorándolo. La esfera de plasma extendió aún más su tamaño, mientras que dentro de ella se batía un feroz torrente energético que corría como agua a presión y sin control, dentro de la que no pudieron verse signos del enemigo.

En el instante en que los Pretorianos rompieron la formación, el planetoide que giraba frente a ellos explotó estruendosamente, liberando una fuerte ventisca capaz de consumirlo todo.

 

El antiguo rey de la Atlántida no se adelantó a clamar victoria… percibía algo que lo mantenía intranquilo, en su propio mundo.

Pestañeó repetidas veces, sólo para asegurarse de que no lo engañaba su vista, pues allí, en la distancia, una silueta se mantenía a flote.

Se trataba de Caesar, cuya piel blanquecina finalmente fue expuesta, pues de su zohar sólo algunas partes se mantenían adheridas a su cuerpo sangrante; las botas, el cinturón, el costado derecho y la hombrera unida a él, permanecían en su lugar, mas algunas placas se encontraban tan agrietadas que en cualquier momento se desmoronarían tal cual polvorones. El resto de la coraza se había esfumado, imposible dictaminar si se pulverizó o sus trozos se esparcieron en el infinito.

Pero Caesar estaba firme, respirando de manera agitada, sosteniendo en sus manos la espada Áxalon, la cual se encontraba encendida en llamas azules. Las flamas comenzaron a cubrir el cuerpo de Caesar desde la cabeza hasta los pies.

 

El Patrono parecía confundido y delirante, mas el poder que lo rodeaba era indescriptible.

Atlas percibió ese nuevo cosmos, resultándole extrañamente hiriente. Se atrevió a indagar en los pensamientos del Patrono, pero una punzada horrible en la sien lo obligó a detenerse.

Por el Hades, ¡¿en qué os habéis convertido?! —exclamó al sentir en su piel un escalofrío imparable.

Ven a mí santo de Aries… aproxímate a tu muerte — aunque apenas murmuró, la voz de Caesar retumbó por todas partes, en un eco impresionante que viajó por toda esa dimensión.

La sensación de miedo sacudió la confianza del antiguo rey, para cuando cuatro Pretorianos se alistaron para atacar.

Atlas lo permitió al querer contemplar el alcance de esa nueva fuerza.

Los tritones se abalanzaron sobre el minúsculo ser humano para aplastarlo, pero en un acto milagroso, el pequeño punto que era Caesar a un lado de los gigantes, atravesó el cuerpo del primer tritón por el pecho.

Caesar salió por la espalda del tritón, dejando un diminuto hueco que lucía insignificante, pero que mantuvo al Pretoriano inmóvil en su dolencia.

Con el segundo, Caesar soltó un veloz mandoble que cortó por la mitad el escudo circular del tritón, y que también le desprendió el brazo de su cuerpo. El guerrero de Avanish lo dejó atrás en su sufrimiento para saltar hacia el tercero que lo recibió con un coletazo.

El Patrono interpuso su espada y ésta cortó en dos la extensión escamosa del gigante.

Para el cuarto que empleó su arma para atacar, Caesar chocó su espada contra el tridente del enemigo, y éste se pulverizó por el impacto. El Patrono se impulsó hacia el frente, decapitando al coloso desarmado de un solo movimiento, para abrirse camino hacia Atlas.

 

Todo aquello se realizó en un instante… el santo de Aries apenas fue capaz de verlo efectuar todos sus movimientos. De haberse tratado de él, cuatro veces habría sido herido de manera mortal.

Atlas tensó el entrecejo, preparándose para recibir el ataque del Patrono, pero conforme más se acercaba, un extraño vértigo lo asaltó. Sus sentidos se desfasaron de golpe, su visión se tornó múltiple, su oído fue bombardeado por sonidos agudos y terribles, sintió que su cuerpo perdía movimiento ante un entumecimiento doloroso que crecía de su interior y que torcía sus extremidades.

Buscó ayuda de su cosmos, pero el tratar de materializarlo le ocasionó un dolor insufrible por todo su ser.

 

Sus Pretorianos parecían también afectados por el mismo fenómeno en que los gritos y alaridos sonaban por todas partes.

Caesar pasó por un lado de Atlas, blandiendo su espada contra los tritones,  a los cuales partió a la mitad con poderosos mandobles.

Atlas se abrazó a sí mismo ante la insufrible sensación física y mental que lo agobiaba, y que al mismo tiempo debilitó su cosmos. No entendía la razón por más que intentó encontrarle explicación.

 

El dolor se incrementó cuando súbitamente la espada de Caesar se le clavó en el hombro derecho, atravesándole el hueso y la carne con suma facilidad, pero el daño lacerante fue mínimo en comparación de lo que el contacto con esa hoja provocaba en su persona.

El antiguo rey de la Atlántida lanzó  un alarido aterrador en que se convulsionó frenéticamente frente a los ojos de Caesar.

El Patrono permaneció sosteniendo la espada con una sola mano, contemplando a su enemigo sufrir por el castigo de Áxalon.

Para Atlas le fue imposible sostener más la existencia de sus guerreros, por lo que éstos y sus restos mutilados se deshicieron en las mismas esporas luminosas de las que se formaron. El tormento que sentía no tenía comparación a nada que haya experimentado en el pasado, y ni siquiera su desesperación e ira lograban revivir su cosmos. Estaba totalmente indefenso y a merced del enemigo que le mostraba su auténtica fuerza.

 

— Así que te afecta —murmuró Caesar, con un gesto de completa satisfacción y sadismo—… lo que el señor Avanish aseguró… al fin lo compruebo… Si funciona en ti, un híbrido, funcionará en los demás —rió un poco, extasiado por el poder que sentía correr por su cuerpo y cosmos.

— Leíste mi mente antes, ¿no es verdad? —cuestionó—. Ahora te es imposible…. Pero yo no necesito de esa clase de poderes para saber lo que estás pensando en este momento, ¡sólo con verte es suficiente! —inmisericorde, Caesar ejerció fuerza para sacar la espada, cortando músculos y carne a su paso hasta abandonar el cuerpo que la retenía, dejando el brazo del santo de Aries convertido en un despojo que apenas se mantenía unido a su hombro por pocos tejidos.

— ¡Pero antes de matarte creo que es justo que sepas la verdad! —el Patrono bramó, hiriendo superficialmente al santo de Aries con la espada sólo por diversión, viendo cómo las gotas de sangre se mantenían a flote por la gravedad—. ¡La Áxalón nació del profundo deseo de todos aquellos que lucharon y murieron en lo que ustedes llaman guerras santas! ¡El Señor Avanish ha presenciado durante siglos la barbarie de hombres y dioses por igual! ¡Aquellos que intentan vivir en paz, sin herir a otros, son aplastados por la incesante avaricia de mortales e inmortales! —clamó, cada frase acompañada de un corte en el santo de Aries, quien no tenía forma de defenderse aunque lo intentara.

— ¡Y al fin, después de una última tragedia que ocurrió hace más de quince años, sólo los elegidos pudieron permanecer en este mundo como pago por tanto horror! ¡Pero es evidente que los dioses jamás permitirán nuestra independencia, nunca! ¡Osan reencarnar en nuestro mundo a través de alianzas débiles y falsas! ¡El señor Avanish no podía permitirlo, por eso, haciendo uso de las almas de los incontables hombres y mujeres que  han muerto durante el paso de los siglos a causa de tales guerras, creó esta arma! —Caesar empujó al santo de Aries, quien presentaba profundos cortes en su piel descubierta.

Pese a las múltiples heridas y el dolor constante continuaba consciente, pero no sabía por cuánto tiempo.

— ¡La Historia cuenta sobre grandes hombres que a través de las Eras desafiaron a los dioses y vencieron! ¡La voluntad humana ha logrado victorias milagrosas, sólo bastan cinco guerreros, a veces hasta uno solo, con el coraje y poder suficiente para lograr lo impensable! ¡Tú, como santo del Santuario deberías saberlo! —clamó, alistando su espada para ejecutar al convaleciente Atlas— ¡Con todo esto creo que ya puedes comprender, que Áxalon es la fusión de millones de voluntades que sólo esperan dos cosas: venganza y justicia! ¡Ella, y la fuerza de todos los que le dan poder, claman por la sangre de los dioses que han  intentado exterminarnos, y ahora exige la tuya! ¡Muere, pues una vez que Áxalon ha sido liberada no se saciará con tu inmunda vida, deberé buscarle más!

 

El Patrono de Sacred Python estuvo a escasos instantes de arrojarse  hacia el santo, posponiendo su intención cuando un  repentino estruendo sacudió toda la dimensión.

El sonido provino de la luna, la cual estalló sorpresivamente, como si estuviera hecha de cristal, dejando un hueco irregular por el que fue visible el paisaje del reino submarino.

En una reacción en cadena, la fractura en la dimensión se extendió por todo el espacio existente hasta que se desmoronó como una ventana de vidrio abatida por una piedra.

Atlas de Aries cayó a los pies del Patrono, quien se giró rápidamente hacia donde la espada señaló como si se tratara de la aguja de una brújula. Apuntando en la distancia a un hombre del que sentía provenir un cosmos gigantesco.

No era nadie más que Poseidón.

 

FIN DEL CAPITULO 45

 

 

En la "Dinámica de Fics - 2016" de este foro, el combate de Caesar Patrono de Sacred Phyton VS Atlas de Aries obtuvo el mayor número de votos, lo que lo hizo acreedor al primer premio como "Mejor Enfrentamiento Individual"

 

Muchas gracias por su apoyo :D
 
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Editado por Seph_girl, 31 agosto 2016 - 11:24 .

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 21 junio 2014 - 22:39

Me quede en lo mas bueno

 

Pero como dijo Tin tan

 

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Publicado 19 agosto 2014 - 01:22

como siempre un excelente capitulo

 

fue una pelea genial la del santo dorado

 

saludos

 

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Publicado 25 septiembre 2014 - 17:49

^_^ 

Hola, hola mis lectores.

Como dije y prometí, después de más de un mes, estoy de regreso para una publicación más de EL LEGADO DE ATENA.

Siempre es un placer ver comentarios de aquellos lectores que no son tímidos y colocan sus buenos deseos y buenas vibras para esta obra.

Gracias Blackdragon y Boltspectrum =)

 

Y pues ahora les traigo el capitulo 46, el penúltimo de la temporada IMPERIO AZUL, el ARC de la Atlantida. Este episodio cierra por completo las batallas suscitadas en la Atlántida, y el 47 concluye con aqueeeeellas batallas que quiza olvidaron dejé en suspenso en Asgard y Bluegard.

 

Espero sea de su agrado.  :lol: 

 

----------------------------------------------------

 

— Libérame —insistió Sorrento a su pasiva captora, dentro del infinito y blancuzco espacio al que fue arrastrado.

La enigmática Patrono de Euribia se limitó a compartir con él su visión sobre los eventos que se suscitaban en la Atlántida, mismos que se esforzaba por ocultar al emperador Poseidón.

No puedo hacer eso —respondió la joven, manteniendo los ojos cerrados—. Retendré tu mente aquí como un acto de piedad, así no sufrirás en el momento en que tu cuerpo sucumba. Pero no temas, protegeré tu alma y permitiré que viaje al más allá, a diferencia de otros que han muerto durante nuestra cruzada.

— Si ese es el alcance de tu piedad, prefiero ser víctima de tu crueldad —el marine shogun repuso inmediatamente—. No puedes pedirme aguardar una dulce muerte mientras mis camaradas son víctimas de cruentas batallas. ¡No seré menos que ellos!

 

Sorrento colocó sus labios sobre la flauta sagrada de Siren, soplando para liberar la melodía de la muerte.

Tara escuchó con atención la hermosa canción que llegó a sus oídos.

— Bellísimo —musitó la Patrono con extrema pasividad—. Puedo imaginar claramente a las hadas danzando a mi alrededor —sonrió, sin temor alguno—. Pero te advertí que sería inútil utilizar tus técnicas en este lugar en donde sólo nuestras mentes emigran.

Quizá tu hechizo sea efectivo sobre aquellos cuya fuerza reside en sus puños— sonó la voz de Sorrento, pero sus labios seguían trabajando en la tonada armónica —. Pero mis habilidades se especializan en influir sobre la psique de las personas. Al traerme aquí y exponer el sagrado recinto de tu mente, has cometido un grave error.

 

Cuando la bella melodía empezó a zumbar en su cabeza, Tara cambió su expresión. Intuitivamente se cubrió las orejas con las manos, buscando proteger sus sentidos de tan molesta sensación que se acrecentaba a cada momento.

 

Sorrento duplicó sus esfuerzos al notar efectividad. Entendía que no podría salir por sí mismo de ese lugar, pero podría obligar a su carcelera a soltarlo.

Tara apartó las manos de su rostro y sonrió débilmente—. Parece que subestimé un poco el alcance de tu poder… en otras circunstancias sería completamente inmune a tus ataques mentales, pero ahora que mis esfuerzos se centran sobre tu dios, no puedo defenderme con plenitud —explicó en el instante en que su aura se manifestara alrededor suyo—. Es una lástima Sorrento de Siren, pensé que alguien como tú apreciaría mi intención.

 

A través de sus cosmos, ambos entablaron un duelo en el que la sinfonía de Sorrento perduró por largos segundos. Durante la confrontación en que las ondas energéticas de cada uno parecían neutralizarse una a la otra, como muros invisibles que no cedían al paso del otro, la Patrono de Euribia musitó — Kairós.

Su susurro produjo un eco interminable dentro del blanco infinito que pisaban, propagando un poderoso hechizo que estremeció al marine shogun.

En aquel plano, sintió un entumecimiento en su cuerpo astral, mismo que le impedía mover con libertad y destreza los dedos con los que tocaba la flauta.

Sorrento le exigió a sus manos moverse, pero la torpeza y petrificación casi las habían dominado. Lanzó una mirada preocupante hacia su adversaria, sólo para sorprenderse al notar cómo es que estaban rodeados por una especie de vapor rosado, siendo asaltado por un estrepitoso Déjà vu.

— Esto es —Sorrento logró decir, absorto ante lo que ocurría—… no, no puede ser que tú poseas la misma habilidad que él.

Y no te equivocas, carezco de ella —dijo Tara de manera ceremoniosa al notar el desconcierto en su voz—. Yo sólo soy capaz de utilizar el pasado de una persona en su contra... es decir, una recreación exacta de un momento exacto —confesó—. Kairós— volvió a repetir, produciéndose el mismo eco pese al sonido del vapor en movimiento—. Por lo que supongo que sabes lo que ocurrirá a continuación.

La Patrono no se movió, no tuvo que decir nada, los sentidos de Sorrento recrearon el instante, el lugar y la persona que sonoramente gritó en aquella ocasión — ¡Nebula Storm! (¡Tormenta nebular!)

Al instante, el vapor se centró alrededor del marine shogun, girando de forma violenta hasta formar un remolino rugiente, el cual estalló hasta alargarse verticalmente, despegando los pies de Sorrento del suelo y elevándolo por los aires con brusquedad.

 

Tara estuvo atenta al grito de su enemigo, el cual dejó de escucharse por el furioso vendaval y la altura a la que fue ascendido. Ella permaneció inmóvil, aguardando, y tras algunos momentos en que el silencio volvió a su recinto, un fuerte golpe en el suelo le avisó de la caída, y convalecencia, del marine shogun de Siren.

 

El marine shogun resintió el dolor por todo su ser, permaneciendo en el suelo del que se sentía incapaz de levantarse. Se encontraba confundido por lo que había pasado.

No podía negar que años atrás, pensó numerosas veces en su derrota a manos del santo de Andrómeda, y en algún momento meditó que si pudiera repetir esos instantes, habría actuado diferente y quizá vencido… pero Tara le demostró lo equivocado que estaba; en ese momento revivía la misma sorpresa y espanto que en el pasado le impidió reaccionar debidamente

Sin embargo, la habilidad de la Patrono de Euribia no obtuvo el mismo resultado, ya que todavía permanecía consciente y esta vez no soltó su instrumento sagrado… la derrota no llegó. Observar cómo su mano sujetaba fuertemente la flauta le hizo ver que el paso de los años le ha permitido superar sus capacidades de antaño. Tras ese pensamiento, la fuerza volvió a entrar en su cuerpo, permitiéndole levantarse.

 

Sorrento se giró rápidamente hacia la Patrono, dispuesto a atacarla, pero al verla temblar pospuso cualquier intención ofensiva.

La vio allí, con sus ojos ciegos abiertos, mirando hacia la nada. Había un temblor en sus labios y cuerpo, como el de una niña que teme a los truenos durante una tormenta nocturna.

— No… no —musitó acongojada— Leviatán… Engai… Caesar… Nergal… Ábaddon…  hermana…. Ustedes no pueden…

El desconcierto de la Patrono sería una oportunidad aprovechable para cualquier otro guerrero… pero Sorrento no era la clase de hombre que se aprovecharía de un enemigo que ha perdido el sentido de la pelea, sobre todo al tratarse de una mujer.

— ¡No, no de nuevo, no, así no es cómo debía ser! ¡No puede ser que todos ellos vayan a…! —se lamentó, atragantada por el llanto que saturó sus ojos vidriosos.

De cierta forma, el marine shogun se vio beneficiado por la inestabilidad de la Patrono, pues ella le mostró, de manera consciente o inconsciente, las visiones que llegaron a su mente. Las derrotas y muertes de Leviatán de Coto, Engai de Fortis, Caesar de Sacred Python, Danhiri de Equidna, Ábaddon de Briareo y Nergal de Brontes.

Ninguno de los dos podía estar seguro si eran sucesos que estaban ocurriendo o que no tardaban en suceder.

Uno… sólo puedo salvar a uno —ella musitó, trastornada… tengo que salvar cuando menos a uno… ¡¿Por qué sólo a uno?! —sollozó, histérica, lanzando un manotazo en dirección a Sorrento.

El marine shogun sintió que fue empujado por una fuerza descomunal. Para cuando abrió los ojos, se percató de que su mente volvió a su cuerpo mortal.

Sorrento se encorvó hacia al frente, golpeado por una debilidad momentánea, quedando con las rodillas y manos sobre el suelo, respirando angustiosamente, como si en su ausencia a su cuerpo se le olvidó respirar.

 

Justo en esos momentos en que su cabeza colgaba de los hombros, las puertas de la cámara del Emperador de la Atlántida se abren ferozmente por un cosmos que no reconocía pero que desapareció en el mismo instante en que lo percibió, dejando sólo la presencia de Poseidón, la cual se extendió por el reino y provocó que el mar sobre sus cabezas se tornara oscuro y tormentoso.

 

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Capítulo 46

Imperio Azul, Parte X

Lazos restaurados

 

Asgard, Palacio del Valhalla

 

Terario de Acuario recordaba bien lo que el santo de Libra y Lyra le advirtieron sobre el Patrono que atacó el Santuario junto a los Apóstoles de Ra.

El santo de Acuario jamás ha sido alguien que subestima a un enemigo, mucho menos lo haría con uno que ha demostrado gran habilidad y que sólo pudo ser frenado por el mismísimo Patriarca y el santo de Pegaso.

Terario conocía la fuerza de su rival, por lo que en combate físico se sabía en desventaja.

 

En cada golpe, el santo de Acuario desplegaba su cosmos gélido, que al contacto con el cuerpo de su oponente creaba una dura capa de hielo con múltiple intención: provocar un daño mayor al adversario, disminuir la potencia de sus ataques y al mismo tiempo obstaculizarlos. Pero Nergal, Patrono del zohar de Brontes, era hasta cierto punto inmune a tales tácticas, pues su zohar lo protegía del aire invernal, y la fuerza de sus golpes destrozaba el hielo que cada ataque generaba sobre su armadura.

 

Por cada ataque fallido, los brazos y piernas de Terario despedían una ventisca que dejaba un camino de estalagmitas de hielo en las superficies que tocaba, convirtiendo poco a poco la explanada del Valhalla en una llanura de cristal, con altas e irregulares esculturas de hielo afilado.

 

El Patrono sentía cierta satisfacción al poder encontrar en el Santo de Acuario un rival capaz de recibir sus golpes y resistirlos. El santo de Atena poseía una gran destreza y movilidad, pero mientras él se desplazaba por el campo de batalla con gracilidad y efectividad, el Patrono empleaba golpes cortos y pesados que desquebrajaban el hielo a su alrededor.

 

Terario había podido resistir la potencia de cada uno de esos golpes defendiéndose con el hielo que materializaba instantes antes de ser tocado por ellos, siendo el cristal el que se desmoronara y no su armadura dorada. Pero más allá de su buena defensiva, ni ataques ni contraataques afectaban a su enemigo.

Nergal hablaba demasiado, intentando provocarlo, distraerlo, obligarlo a descuidarse, pero su lengua presuntuosa encontró a un rival imperturbable que se limitaba al silencio durante el intercambio de golpes.

De pronto, los pies del Patrono resbalaron con torpeza cuando Terario de Acuario creó una discreta y oportuna capa de hielo en el suelo. Nergal cayó de espaldas, abriendo los ojos desmesuradamente al no dar crédito a lo que sucedió, pero más se conmocionó cuando el santo de Acuario extendió las manos para atacarle con su viento helado a tan corta distancia.

La energía glaciar lo golpeó, hundiéndolo en el suelo rocoso, empujándolo hacia las profundidades de la tierra sin posibilidad de resistirse.

 

La abertura por la que el Patrono desapareció, de inmediato se rellenó de resistente cristal sobre el cual el santo de Acuario vio reflejada su imagen.

Terario se alejó, mirando con desconfianza el foso congelado. No creía en su victoria, pero tomó esos escasos segundos para sondear con su cosmos la situación en el Palacio, descubriendo que sus compañeros, así como Natasha, parecían fuera de peligro.

 

El intenso crujir del hielo le anunció que el mal resurgía de la tumba de cristal más pronto de lo esperado.

El suelo comenzó a temblar, y el radiante blanco del hielo perdió su pureza, contaminándose con una oscuridad en movimiento y vibrante que se liberó como un geiser descomunal, acompañado por un zumbido estruendoso e interminable.

Millones de pequeños mosquitos brotaron de entre la roca y el cristal, simulando los chorros de una fuente de agua, acumulándose en el cielo como una retumbante nube.

Entre los zumbidos y los enjambres en movimiento a su alrededor, Terario no logró percatarse de la mano que salió por debajo del suelo que pisaba hasta que le sujetó el tobillo.

 

Lejos de la fosa congelada, Nergal emergió de entre las rocas, alzando al santo de Acuario en el aire e impactándolo contra las mismas esculturas de hielo que éste había formado.

Terario luchó por soltarse, pero la fuerza física de Nergal continuaba superándolo. De manera salvaje, y sin soltarle la pierna, el Patrono azotó numerosas veces al santo contra el suelo, a la vez que lo golpeaba ferozmente con su puño, rodillas y cabeza.

 

Nergal era, de entre todos los Patronos, el que mayor fuerza bruta poseía en su ser, por lo que cada golpe era un castigo del cielo para el santo de oro.

Terario sujetó el brazo de Nergal con la intención de congelarlo, pero al Patrono le bastó con una simple sacudida para que el cristal se despedazara.

— ¡Creí que serías un mejor oponente, pero me equivoqué! ¡Si esto es todo lo que tienes, temo que estas acabado, maguito! —rio Nergal, en el momento en que le fracturó la pierna—. ¡Los trucos de hielo no tienen efecto sobre mi zohar! ¡Eso ya debiste comprobarlo, pero parece que eres estúpido!

El santo de Acuario gritó adolorido por primera vez, pero no fue un lamento prolongado; no podía dejarse llevar por el dolor, por lo que congeló esa sensación en su pecho pese a la paliza interminable.

— ¡Tu armadura dorada es frágil! —el Patrono se mofó ante las claras grietas en el ropaje sagrado de Acuario—. ¡No eres más que basura, y como tal mereces ser tratado, como un buen aperitivo para las moscas! ¡Serás devorado por mi Plaga Número 4, Calliphoridae!

El Patrono lanzó a Terario hacia el cúmulo de insectos que revoloteaban en el cielo. Las criaturas formaron una masa viviente que pareció abrir sus fauces para tragarse al santo dorado.

Las millones de moscas se agitaron en el cielo de manera frenética alrededor del alimento con el que fueron recompensadas.

El Patrono esperó ver de un momento a otro un esqueleto cayendo de la nube de oscuridad, como solía suceder cuando su plaga volaba libre y engullía a cualquier ser vivo. Sin embargo, lo que recibió fue el inesperado golpeteo de una lluvia de granizo.

— Pero qué… —dijo ante la inofensiva granizada, atrapando un trozo de hielo dentro del cual vio a un puñado de sus insectos congelados.

 

En el cielo, pronto esa nube negra se solidificó, desmoronándose hacia tierra en forma de pesado granizo. Cuando el último de ellos cayó, la figura de Terario de Acuario resaltaba de entre todas esas esferas de hielo.

El cosmos invernal del santo lo rodeaba, pudiendo permanecer de pie aun con la pierna lesionada. Tenía el rostro sucio por la sangre, pese al dolor de sus heridas, su semblante se mantenía solemne y dispuesto a continuar con la batalla.

— ¡Es imposible, aun cuando pudiste escapar de mi plaga, un solo piquete tendría que tenerte agonizando! —reclamó el Patrono, al sentir que el cosmos de su oponente no menguaba.

— Tal vez es lo que debería pasar, pero ¿quién te asegura que alguno de ellos logró poner sus sucias bocas sobre mí? —cuestionó Terario, con inigualable tranquilidad—. Pudiste haberme matado, pero en vez de ello preferiste subestimarme. El frío que puede generar mi cosmos no ha alcanzado su punto más alto en esta batalla, pero llegó el momento de mostrártelo.

— Habría sido más fácil para ti morir en ese momento, pero ya que has decidido prolongarlo, te concederé la muerte lenta y dolorosa que deseas. ¡Plaga Número 6, Shkhin*!

El Patrono alzó los brazos y un flashazo indoloro iluminó la zona, por el cual esperaba que el santo de Acuario comenzara a padecer de intensos dolores.

Nergal volvió a sufrir de un sobresalto, pues su adversario se protegió en la sombra de un grueso muro de hielo.

— Es evidente que eres más fuerte si hablamos sobre la potencia de tus puños, pero por el contrario eres mucho más débil en cuanto a la fuerza del cosmos —sentenció Terario, aún oculto tras la pared de cristal—. El santo de Libra nos alertó sobre las técnicas que mostraste en el Santuario, por lo que pude anticipar tu acción.

— ¿Es eso cierto? —el Patrono preguntó, sonriendo —. ¡Qué aguafiestas! En ese caso deberé emplear cualquier otra de mis técnicas. No es ninguna molestia, mis plagas se vuelven más mortíferas cuanto mayor sea su número… Y ya que has sido un completo fastidio, creo que te mereces la más letal de ellas.

El Patrono encendió su cosmos oscuro, intensificándose el color zafiro de su armadura.

— Recibir este único golpe es una sentencia de muerte… ¡Nadie ha sobrevivido a él, y no serás el primero!— Nergal bramó, sin intimidarse por el muro del hielo, el cual sabía se desmoronaría en cuanto lo embistiera con su poder.

El Patrono proyectó su energía hacia la pared de cristal, apartando el muro tras el cual el santo de Acuario se mantuvo oculto.

Terario seguía allí, pero con los brazos estirados por encima de su cabeza, con las manos unidas.

— Aún está en duda si podrás alcanzarme con ella —Terario dijo sólo con la intención de provocarlo.

— ¡Lo comprobarás ahora, maguito! —su aura creció enormemente, formando dos alas esqueléticas a la altura de su espalda, y cubriendo su puño derecho con energía flameante— ¡Plaga número 10, Azrael!

Entre un segundo y el siguiente, el Patrono se lanzó sobre el santo con la intención de asestar su técnica mortal en el pecho del guerrero de Atena. De lograrlo, las ondas y energía del impacto ignorarían la carne, los músculos y los huesos para inyectarse en el corazón del oponente, haciéndolo estallar por la combinación de la fuerza física y cósmica empleada por Nergal.

Pero aun con distancia entre ellos, Terario precipitó sus brazos hacia al frente en una atinada reacción por la que su cosmos dorado dibujó un cántaro entre sus manos, del que salió disparada la técnica maestra de los santos de cristal.

 ¡Aurora Execution! (¡Ejecución Aurora!)

La ráfaga de intenso aire frío golpeó al Patrono de Brontes. Nergal confió en que la corriente gélida no lo detendría, pero en cuanto chocó contra su cuerpo se dio cuenta de su error. La presión y soplo de la ráfaga invernal lo frenó poco a poco; buscó imponerse a ella, sobrepasarla, pero aunque logró dar un par de pasos más, terminó deteniéndose y finalmente fue empujado por ella.

Sus pies marcaron surcos en el suelo conforme era arrastrado por la ventisca gélida, resintiéndola por su cuerpo pese a la protección de su zohar.

 

Nergal maldijo entre gritos, estrellándose contra el muro de la alta montaña que flanqueaba el palacio del Valhalla, en donde el aire frío se solidificó en una inmensa estructura de hielo que creció hasta emerger por el otro lado de la cordillera, como una espada.

 

Terario demoró en abandonar su postura de combate, hasta que lentamente bajó los brazos, cansado.

Una mueca de dolor fue visible en su cara, pero tras un par de respiraciones logró volver a su estoico semblante. Sin pestañear, contempló el trozo de hielo que hería a la montaña, como si temiera que si se volvía aunque fuera por un segundo, Nergal resurgiría.

Sentía desconfianza, pues aunque era capaz de llevar su aire frío hasta el Cero Absoluto, no estaba seguro si eso sería capaz de destruir al Patrono de Brontes.

 

Terario —escuchó en un rincón de su mente—, cuidado, esto no ha terminado.

Antes de que el santo de Acuario pudiera preguntarse sobre esa manifestación, el estruendoso estallido en la montaña estremeció toda la estructura sobre la que se erigía el palacio del Valhalla.

 

La figura del Patrono reapareció tras un tremendo grito, totalmente furioso. Su voz y su cosmos redujeron a nada el hielo y desplomó gran parte de la montaña en la que intentaron aprisionarlo.

Nergal permaneció en la cima de la montaña, con su energía emanando con la misma ira que  contorsionaba su rostro— ¡Sigues sin entender que tus trucos no son nada más que una molestia para mí! ¡Este zohar me vuelve invencible!

Terario escondió su sobresalto al ver que la armadura del Patrono se encontraba intacta.

— ¡Pero si deseas continuar con tu función de magia, adelante, es más, permíteme ayudarte a acrecentar el espectáculo! —en el cielo, ocultos detrás de las nubes, incontables resplandores comenzaron a encenderse como estrellas—. ¡Muéstrame más! ¡Plaga número 7, lluvia de fuego!

Tal cual sucedió en el Santuario, del cielo comenzaron a caer enormes bolas de fuego; meteoros acompañados de un intenso granizo.

El santo de Acuario entendió que él sería capaz de sobrevivir, pudiendo eludir cada uno de ellos, pero todo ese poder podría aplastar el Palacio, y con ello a las personas que se resguardaban en él.

Aún con el cansancio oprimiendo sus pulmones, Terario volvió a elevar su cosmos dorado, proyectándolo hacia el cielo, donde generó una gran cúpula de hielo sólido que cubrió por completo el Valhalla y sus cimientos, sirviendo de escudo contra la lluvia de meteoros.

El santo logró mantener esa coraza en alto, notándose el sobreesfuerzo en su rostro, como si el golpeteo de los meteoros contra la muralla se diera sobre su propio cuerpo.

En esos instantes de tensión, el santo dorado se preguntó si en verdad tenía oportunidad de vencer a un oponente que era inmune a sus técnicas. Le dolía admitirlo, pero Nergal era un adversario que no sería capaz de vencer… No, el zohar de Brontes era el verdadero problema, el hombre bajo esa armadura seguía siendo alguien de carne y hueso, como él mismo. Tenía que encontrar una forma de llegar a él, ¿pero cómo?

 

La lluvia de meteoros no cesaba, y Terario cada vez se sentía más débil, pero antes de que su muralla cayera, el Patrono de Brontes logró traspasarla con uno de sus poderosos golpes que abrió una grieta. El guerrero de Avanish se desplazó a gran velocidad hacia el santo de Atena, quien se encontraba imposibilitado de reaccionar al mantener el escudo activo.

 

Nergal se arrojó sobre Terario sin importarle su condición, la sonrisa en su rostro delataba que es lo que buscó, acorralarlo en esa disyuntiva en la que tendría que decidir si proteger a quienes moraban en el palacio, o salvarse a costa de sus vidas.

Esta vez Azrael, su golpe de la muerte, se acreditaría una víctima más.

 

— ¡Crystal Prison! (¡Prisión de Cristal!)

 

Clamó alguien, provocando que el cuerpo del Patrono se detuviera súbitamente. Terario vio cómo el cuerpo de Nergal se encontraba rodeado por una capa de cristal transparente de la que emanaba un poderoso cosmos dorado.

 

Nergal se contrarió al ser incapaz de moverse, ni siquiera la quijada para hablar, ni tampoco parpadear. No podía escuchar ni un sonido, como si de repente hubiera entrado en un vacío. Lo único que le permitía su visión era ver al santo de Acuario, y detrás de él, salido de quien sabe dónde, un pelirrojo que le mostraba las manos abiertas.

 

Terario miró sorprendido a la persona que apareció tras de sí. Se trataba de Kiki, el maestro herrero de Jamir.

 

* - * - * - *

 

Atlántida, reino de Poseidón.

 

En el momento en que esa espada maldita le atravesó el hombro, un dolor inaguantable se apoderó de su cuerpo y sus sentidos. Sintió como si por tal herida, cientos, miles, quizá hasta millones de diminutos seres se adentraron en su ser, por debajo de la piel, nadando por su sangre, recorriendo sus huesos, desgarrando sus músculos, mordisqueando sus entrañas en un festín caníbal en el que al unísono todos gemían, ya sea de placer, por desdicha o tormento; el número estaba lejos de poder calcularse, todas esas voces retumbantes eran un maremoto que azotó todos su sentidos y estaba despedazándolos.

¿Quiénes eran y por qué lo hacían?— la respuesta vino a él por labios del espadachín que blandía la Áxalon.

Una infinidad de voluntades es lo que lo mantenía hundido en esas aguas tormentosas de dolor interminable, dentro del que su cosmos no era capaz de sacarlo a flote. Todas esas voluntades se empeñaban en ahogarlo, destrozar su cuerpo, devorar su cosmos y extinguir su alma.

Aunque mantenía los ojos abiertos, no veía el campo de batalla, su sentido de la vista lo llevaba a verse en medio de un mar rojizo, en donde el oleaje no era agua colorada, ni siquiera sangre, no, eran cuerpos de personas, espectros de cuerpos flácidos que parecían carecer de huesos por las formas abstractas en las que se mecían e imitaban el oleaje del océano. Cada uno de los miembros de ese ejército de férreas voluntades quería arrancar un pedazo de él, sin importar lo diminuto que éste fuera, y pudo ser así, pero entonces los ojos saltones y manos deformes perdieron interés en él.

Como si hubieran visto algo resplandeciente en la distancia, uno tras otro comenzaron a avanzar hacia allá.

 

Cuando Atlas cayó al suelo con su cuerpo ensangrentado y carente de un brazo, pudo volver a respirar, y hasta su corazón reanudó sus latidos tras casi haberse detenido por el aura sofocante que despedía la Áxalon.

Incluso Caesar, dominado por los sentimientos y anhelos que afloraban de la espada espectral, ignoró al convaleciente santo de Atena para mirar en cierta dirección.

Allí, por encima de ambos, con la imagen del Sustento Principal respaldándolo y el mar tormentoso en su cenit, la imagen del Emperador del mar se erigía al final de unas escalinatas desde donde contemplaba la extensa explanada de su palacio.

 

Caesar de Sacred Python, ahora avatar de miles, quizá millones, de voluntades, centró sus sentidos en el dios del mar.

Con su mente perdida en el interior de todas esas emociones y sentimientos, no pensaba más que en cumplir el deseo de la colmena: destruir a Poseidón.

Caesar dio un ligero paso, tras el que pudo escuchar el crujir de sus huesos. Un gesto involuntario de dolor lo hizo tambalearse, permitiéndole saber que lo inevitable estaba ocurriendo y no le quedaba mucho tiempo. Tal vez ni siquiera sería capaz de desplazarse hacia el dios del mar antes de que su cuerpo quedara inservible y su corazón estallara dentro de su tórax.

En medio de todo ese caos físico y mental, escuchó claramente una voz que lo llevó a reponerse y sentirse en condiciones plenas pese a la gravedad de su estado. Se trataba de Tara, a quien volvía a sentir cubriéndolo con su poder, aquel que desvanece de forma temporal cualquier daño o malestar físico en una persona.

Saberla allí con él, le hizo ver que nada había resultado como se planeó, por lo que ahora los dos deberían unir fuerzas para lograr lo impensable.

El tiempo era corto pero el suficiente para lograr una certera estocada en el corazón del dios olímpico… todo se resumía a eso.

 

Poseidón contempló en la lejanía a esos dos hombres cubiertos de sangre y heridas. Percibió el hostil cosmos de aquel que le apuntaba con una espada flamígera, y quizá sus sentidos debieron quedarse en ella, pero no fue así…

Lo percibió mucho antes de llegar hasta ese lugar, reconocería ese cosmos donde fuera por el lazo que los une.

 

Agonizante, Atlas de Aries logró girarse en el suelo pecho tierra. Intentó levantarse, pero su brazo no pudo sostener su propio peso. Quedó paralizado al sentir el cosmos de Poseidón, y más al saber que él lo observaba. Alzó la vista y miró en su dirección pese a que el Patrono se interponía entre ambos.

Para el Atlante, ese rostro no le pertenecía a la deidad que le dio el ser, pero la fuerza de su cosmos le permitió reconocerlo de inmediato, sentirse dichoso, pero al mismo tiempo temeroso y avergonzado.

 

Fue un segundo, tal vez dos, en que ambos entrelazaron miradas. Después de siglos de separación, Atlas esperó ver la misma mirada acusadora  y resentida que le dirigió en el pasado, pero no fue así… pese a la dureza de los ojos del Emperador, vislumbró algo en ellos que lo confundió.

 

Ese instante en que padre e hijo se reencontraban después de eras de exilio, se interrumpió cuando el Patrono soltó un grito horrendo al momento en que expulsó un torbellino energético, envolviendo su cuerpo con una intensa llamarada azul.

 

Poseidón miró al Patrono, quien se impulsó a toda velocidad hacia él. Para los sentidos del dios, los movimientos del mortal eran claros y hasta lentos. Vio cómo es que el cuerpo del mortal era consumido por el fuego que lo cubría, adquiriendo pronto un aspecto cadavérico que terminaría vuelto cenizas.

Ya no estaba en él menospreciar el arrojo de los hombres, por lo que invocó su cosmos divino para eliminarlo de inmediato.

Sin embargo, en el instante en que deseó materializar su tridente, el dios del mar sintió sobre él una presión externa, un cosmos violento que entró en conflicto con el suyo. No provenía del espadachín atacante, sino de un lugar distante y fuera de su reino.

Pensó que podría ser obra de Avanish, pero su poder le permitió obtener la imagen de una joven mujer quien era la agresora. Ilusamente, ella intentaba suprimir su cosmos, como si la simple red de un pescador bastara para contener al feroz kraken.

Poseidón sólo necesitó un soplido más de su poder para alejar de sí dicha presencia. El tridente de los mares apareció en su mano justo en el momento en que el Patrono ascendía por las escaleras que conducían a él.

 

Patrono y dios intercambiaron miradas por primera y última vez.

 

Alentado por el odio de millares y blandiendo la espada afilada por innumerables voluntades, Caesar subió corriendo por las escalinatas en las que al final su objetivo primordial se encontraba.

 

El Emperador, aceptando el desafío, apuntó con su tridente al mortal, decidido a encontrar la razón por la que Avanish parecía tener tanta fe en sus guerreros, quienes presumen de ser capaces de extinguir la vida de un auténtico dios.

Mas cuando Poseidón dejó fluir su cosmos para defenderse, de nuevo fue golpeado por la misma presión cósmica de antes. Sin embargo, esta vez fue diferente, pues una nueva y extraña fuerza se sumó a la lucha.

— ¿Q-qué es lo que me pasa? — pensó claramente desconcertado. Era cientos de veces peor de lo que experimentó el santo de Aries; su cuerpo se rehusaba a moverse, su cosmos estaba siendo sometido por una aura asfixiante y doliente que lo hizo trastabillar, sólo su tridente le impidió caer de rodillas al sentirse carente de fuerzas. Sus sentidos se saturaron por ecos insufribles que lo aturdieron por completo.

Poseidón luchó contra esa marea que se estrelló sobre él, negándose a su influencia y magnitud, pero mientras más era su resistencia, mayor era el dolor que buscaba doblegarlo.

 

Sólo para ser testigos de ese instante en el tiempo, los marines shoguns de Scylla y Dragón Marino emergieron en el horizonte, percibiendo el peligro que corría su Emperador. Aun sabiendo que cualquier intento por intervenir sería inefectivo, se lanzaron hacia el Patrono, quien ya estaba a pocos instantes de lograr su objetivo.

— ¡¡Emperador!!— gritaron al unísono.

 

¡¡Este es tu final, Poseidón!! —exclamó Caesar, con el eco de centenas de voces combinadas en tal clamor; sus pies abandonaron el último de los peldaños, y el camino estaba libre de cualquier obstáculo.

El fulgor de Áxalon se extendió aún más, siendo en ella en donde el dios del mar encontró a su verdadero enemigo.

 

Áxalon, sin duda, habría atravesado el corazón de Julián Solo sin dificultad. La túnica del Emperador se habría manchado de sangre mientras que en su pecho el filo flamígero saldría por su espalda como un ala metálica y sangrante. Habría sufrido un dolor agonizante, tanto por la herida sufrida en su cuerpo mortal, como por el daño aún mayor infligido en su espíritu inmortal. Poseidón habría dejado de existir tal cual es y todo el reino de la Atlántida habría muerto junto a él… pero la rueda del destino giró de diferente manera.

 

Enoc y Caribdis quedaron tan absortos como el mismo Poseidón, cuya vestimenta se salpicó por el rocío carmesí que emergió de la espalda de Atlas de Aries.

 

Anticipando lo que sucedería si el Patrono se acercaba al Emperador, y sin haber manera de advertirle del peligro, lo único que tenía para evitar tal fatídica escena era su propio cuerpo. Haciendo uso de su fuerza de voluntad, logró echarse a correr detrás del Patrono y recibir la estocada destinada para el dios olímpico.

Poseidón, todavía debilitado, permaneció perplejo, observando la espalda maltrecha de Atlas el fratricida… el rey desertor…

La espada dentada emergió por el centro de su espalda, y aún el filo vibraba con el deseo de avanzar hacia el dios que estaba a pocos metros de poder tocarla.

—…Atlas— Poseidón llegó a pronunciar el nombre del guerrero con evidente congoja e incredulidad. Una imagen saltó inoportunamente de entre sus recuerdos, en la que la figura del atlante herido se transformó en una pequeña y delgaducha, la perteneciente a un niño que del mismo modo le daba la espalda.

 

El santo dorado retuvo con su cuerpo el avance de Caesar y la Áxalon, comprobando que la espada maldita sólo puede afectar a un individuo a la vez; en el instante en que centró su atención en el dios, toda su influencia abandonó su ser, dejando su cuerpo y mente maltrechos, sí, pero permitiendo a su cosmos alzarse una vez más. Aun ahora que Áxalon se albergaba en su pecho, sólo el dolor lacerante lo hacía temblar, ya que las almas clamaban por Poseidón, a quien no liberarían hasta tomar su vida.

¡Entrometido hasta el final! — bramó Caesar al moribundo que se encontraba al extremo de su espada—. ¡Espero que te complazca morir inútilmente como el perro de un dios, porque de una u otra forma pienso tomar su vida! — el Patrono de Sacred Python se impulsó hacia adelante con el intento de avanzar y herir también al dios del mar, pero Atlas resistió el embiste pese a que la hoja se hundió todavía más en su pecho, llevándolo a retroceder peligrosamente un par de pasos.

Antes de que la situación se saliera de control, Dragón Marino y Scylla se precipitaron sobre el Emperador y lo alejaron de los guerreros que forcejeaban… pues esa fue la petición que recibieron.

 

¡No! —bramó el cadavérico Patrono, quien se consumía dentro de la hoguera de flamas azules. Caesar intentó retirar la espada del pecho de Atlas para ir tras ellos, mas el santo de Aries se lo volvió a impedir al sujetar la empuñadura con su mano restante.

Cuando se tiene algo que proteger, hay quienes gustosos dan su vida— musitó el santo, repitiendo las palabras que alguna vez le escuchó decir a la diosa de la sabiduría.

Caesar vio el resplandor divino en los ojos del santo de Aries, al mismo tiempo en que su cosmos crecía hacia el infinito.

El antiguo rey de la Atlántida tomó una decisión final, debía eliminar al Patrono antes de que la Áxalon decidiera volver a atormentarlo. Aunque eso significaría la libertad del dios del mar para actuar, existía la posibilidad que volviera a someter al olímpico en el instante en que él expirara, por lo que no iba a correr ningún riesgo.

 

Quizá por la confusión del momento es que Poseidón continuó atrapado dentro de ese recuerdo, o ilusión, en que su primogénito era tan sólo un niño travieso. El niño se giró un poco, dedicándole la cínica sonrisa que siempre delataba sus planes antes de efectuar alguna bribonería que terminaría, de seguro, en una reprimenda.

— … ¡Detente Atlas, no lo hagas!— el dios gritó al descubrir su intención.

Poseidón alargó el brazo con el deseo de sujetarlo, pero él se alejaba cada vez más y más de la imagen.

¡Todo está bien! —escuchó del pequeño que, poco a poco, retornó a su actual apariencia—. No tratéis de intervenir, esto es algo que debo hacer… No, más bien, es algo que debí hacer hace mucho tiempo —le dijo el santo a través de su cosmos—. No estuve a vuestro lado cual era mi obligación… jamás sangré por vos… pero ahora todo es diferente… eres diferente… Y mi deber es protegeros en esta nueva era.

Los dos marine shogun alejaron al Emperador hasta adentrarlo a la seguridad del palacio submarino. Ambos fueron testigos de la brillante aura que rodeaba ahora a Atlas de Aries, tan poderosa que, por breves instantes, fluctuaba como la del mismo Poseidón.

 

Dragón Marino y Scylla pensaron en ir en ayuda del atlante, pero éste, con su cosmos, los sometía de alguna forma para que obedecieran su mandato de permanecer junto al Emperador de los mares.

 

Caesar de Sacred Python descargó una serie de golpes y rodillazos sobre el santo de Atena, pero el cosmos de Atlas no se debilitaba, sólo se tornaba más violento.

¡¿Crees que me dejaré arrastrar a la muerte por ti?! ¡Tú eres el que morirá! — Caesar rugió, en el instante en que giró la empuñadura de la espada, desbordando aún más dolor en su enemigo, pero el guerrero dorado sólo se estremeció unos segundos en los que su poder continuó creciendo.

¡¿Por qué?! —el Patrono bramó encolerizado—. ¡¿Por qué es que defiendes con tanto ardor al monstruo que numerosas veces ha buscado destruir al hombre?! ¿Crees que ha cambiado sólo por unas cuantas buenas obras? ¡Los dioses son embusteros, y en el momento en que pierdan interés, los desecharan como desperdicios o volverán a someterlos!

Nunca lo entenderéis —respondió lacónicamente el santo—… Vos, quien desconoce lo que es la verdadera lealtad y la esperanza al ser una criatura que sólo se mueve como un títere. Podéis destruir mi cuerpo, pero mi cosmos me levantará hasta que cumpla con mi propósito...

 

El descomunal cosmos de Atlas alcanzó su punto máximo. El santo de Aries sintió que de nuevo los ojos de Áxalon estaban por postrarse sobre él, pero ya era demasiado tarde.

La explanada del palacio, donde Atlas y Caesar se mantenían, se inundó por una pesada atmosfera que comenzó a alzar las rocas y materiales que le daban forma.

 

Fuisteis un notable adversario, Caesar de Sacred Python —musitó Atlas—… pero me es claro que los Patronos están destinados a fracasar… No tienen lo que en verdad se requiere para enfrentar a los guerreros sagrados, pero de ello seréis testigo en el más allá— se atragantó por un segundo, sólo para reunir un último vestigio de fuerza y hacer estallar el poder que alguna vez su padre le inspiró—. ¡Ascensión de la Atlántida!

Atlas liberó todo su cosmos en un torrente de luz que se extendió ampliamente por el suelo, disparándose atronadoramente hacia el cielo, formando una columna de luz de intensa y flameante energía blanca, dentro de la que los dos guerreros desaparecieron.

 

De tratarse de Poseidón el ejecutante de tal técnica, con el mismo esfuerzo habría hecho emerger al continente atlántico desde el fondo de los océanos hacia la superficie, ocasionando un desastre global por el territorio emergente; pero en manos de Atlas de Aries bastó para eliminar al líder de los Patronos y expulsar a la Áxalon del reino submarino.

 

La columna de luz se alzó hasta romper con el cielo marino, atravesó el océano, sobrepasó las nubes y se extinguió en algún punto lejano fuera de la atmósfera de la Tierra, siendo un acto que fue visible y perceptible por numerosas personas alrededor del mundo.

El estruendo hizo temblar los cimientos del reino submarino, vientos frenéticos azotaron las cercanías y cegaron a quienes miraban tan de cerca, sólo Poseidón fue capaz de contemplar la última hazaña del primer rey de la Atlántida, en beneficio del reino que alguna vez fue su hogar.

 

Cuando todo se silenció, el boquete que atravesó el agua del cielo se cerró poco a poco, mas una gran cantidad de agua comenzó a drenarse en forma de lluvia y brisa húmeda.

Poseidón sentía que sus fuerzas regresaban a él, pero aún quedaba una presencia que continuaba el hostigamiento. Se apartó de sus marines shoguns con brusquedad, avanzó por el palacio hasta que el techo no cubriera su cabeza, escudriñó el cielo como si siguiera el vuelo de una gaviota, y allí, donde encontró el origen de la insolente mujer, apuntó con su tridente.

Su cosmos lo cubrió como un manto que delataba su indignación, liberando un delgado destello de luz que emergió de la punta de su arma sagrada, el cual desapareció dentro en las barreras de la realidad, desplazándose por pasadizos astrales hasta llegar a su destino.

 

* - * - * -

 

Conmocionada por lo que había sucedido, Tara de Euribia quedó inmóvil e incapaz de reaccionar de cualquier forma.

Dentro de esas aguas en las que puede llevar su poder a todos los rincones del mundo, permaneció en shock pese a los llamados de su guardián.

Arriba, sobre la fosa en la que se encontraba sumergida, un portal se abrió, trayendo consigo el castigo divino del dios del mar.

Ella inclinó la cabeza hacia esa luz mortal, y por un momento pensó en que sería algo bueno…

Cerró los ojos y esperó el fin, olvidando que ya había visto ese futuro… Lo recordó en el momento en que Ábaddon, Patrono de la Stella de Briareo, saltara para recibir ese castigo en su lugar.

El estruendo fue devastador.

 

* - * - * -

 

Al percibir que esa nefasta presencia se desvaneció de su reino y ya no era perceptible para sus sentidos, el dios del mar devolvió su atención a alguien más.

Poseidón bajó a donde alguna vez fue una bella estancia donde sus súbditos gozaban de pacíficas y alegres convivencias, la cual terminó transformándose en un terreno baldío, hundido y enlodado por la lluvia. Caminó hacia donde una figura se encontraba de rodillas en el fango.

Pese a lo devastador que tal poder resultaba para un enemigo, el ejecutante no sufría daño alguno al emplearla, pero Atlas agonizaba por las lesiones sufridas durante su lucha contra el Patrono de Sacred Python, sobre todo por la pérdida de sangre que fluía de su hombro derecho, del que su brazo fue arrancado, y de la profunda herida en su pecho.

El dios del mar se acercó a él, tanto que, incluso con la cabeza agachada, Atlas pudo ver en el suelo la túnica blanca que se arrastraba a los pies del Emperador.

 

Un conflicto de emociones estrujó el corazón del Emperador, quien alguna vez deseó la humillación dura y constante de ese traidor.

La maldición que desató su anhelo parecía persistir sobre Atlas pese al transcurrir de las eras, pero ahora, tras centurias, no sentía satisfacción alguna ante ese cuadro.

 

El santo, aunque lo intentara, no podía moverse; permaneció de rodillas en el lodo, con la espalda y cuello expuestos como si se tratara de un condenado a muerte en espera de ser decapitado, pero al mismo tiempo, la de un siervo que suplica el perdón de su amo.

 

— Atlas— escuchó que el hombre frente a él lo llamó por su nombre, no con un apelativo deshonroso, ni con desprecio, o soberbia, sino con total neutralidad.

No tenéis por qué decir nada, Emperador… todo está bien… —murmuró con escaso aliento, en idioma atlante al recordar que su padre apreciaba que, entre ellos, se utilizara el lenguaje antiguo que él mismo les instruyó.

Poseidón decidió hablar con el mismo lenguaje de antaño— ¿Por qué lo hicisteis? —fue la pregunta que con más urgencia el dios del mar necesitaba respuesta, ya que el “cómo es que estás aquí” era algo que podría imaginar y adivinar con certeza, mas no la “razón”.

Lo que dije ya… es verdad… —Atlas respondió, aún con el rostro casi en el suelo, jadeando—. Sé que vos y yo tenemos una historia… pero, a ningún hijo le es placentero ver morir a su padre… Lo sé bien, pues lo permití una vez… no podía volver a ser testigo de algo así…

 

Los marines shogun de Scylla y Dragón Marino contemplaban la escena a una distancia muy prudente, sólo por petición de Caribdis, quien compartió la historia de Atlas para oídos de Enoc.

 

Siempre lamenté no haber sido el hijo que mi padre esperaba de mí… No pude juzgar al mundo de la misma forma que él lo hizo —Atlas rio débilmente—… Sin embargo, aunque se me permitiera volver al pasado para cambiar mi destino… no haría tal cosa, no me arrepiento de lo que hice, de lo que me convertí y de lo que soy… Pero ahora… me alegra que al fin mi padre pueda ver al mundo como yo lo hago… como los mortales lo vemos y… que entienda cómo nos sentimos por vivir en él, que comprenda la razón por la que vale la pena luchar por permanecer en él pese a las adversidades… ¡Yo…! —aspirando con fuerza, Atlas logró enderezar la espalda y alzar la cabeza hacia el dios del mar para proseguir con sus palabras, pero enmudeció cuando sus ojos, que perdían el brillo de la vida cada segundo transcurrido, se toparon con la mirada compasiva del Emperador del océano.

 

Lo comprobó una vez más, lo que vislumbró en las mentes de Sugita de Capricornio y Nihil de Lymnades, santo de Atena y marine shogun respectivamente; se encontraba en una era en dónde el inflexible dios Poseidón había cambiado para beneficio de todo aquello por lo que él decidió luchar al lado del Santuario.

Ahora, en los ojos de ese cuerpo mortal en el que el dios albergó su alma, podía distinguir esa genuina humanidad con la que la mirada de la misma diosa Atena resplandecía.

Atlas hubiera querido decir mucho, pero el silencio perduró por largos segundos entre ambos, hasta que para el santo de Aries le fue imposible mantenerse sobre sus rodillas un instante más. Se tambaleó un poco hasta terminar cayendo con todo su peso hacia el frente, golpeándose contra las rodillas de su padre, manchando todavía más la vestimenta blanca del Emperador con la sangre y barro que cubría su cuerpo.

Intentó echarse para atrás, pero no pudo, no cuando los brazos de Poseidón lo acogieron, en un acto que desconcertó a sus marines shoguns y al mismo atlante.

El dios se había acuclillado para estrechar a su hijo, y permaneció así, sin pronunciar palabra. Colocó su mano derecha sobre la frente del santo y la mantuvo allí, como si fuera un niño al que le tomaba la temperatura.

Atlas se mantuvo inmóvil por la infinita dicha que le causó el poder descansar la cabeza bajo el mentón de su padre una vez más. El santo de Aries tampoco habló, sobre todo al sentir el cosmos de su padre sondeando su mente y corazón, restableciéndose un vínculo roto que sólo él y sus otros nueve hermanos poseían con su progenitor.

Aunque hubiera podido, Atlas no habría opuesto resistencia, dejó que todas sus memorias y sentimientos fluyeran hacia su padre… Hace milenios quizá no los hubiese comprendido, los habría rechazado, pero ahora que el corazón que escuchaba latir en su pecho era humano, la oportunidad de lograr su perdón era posible.

Dar su vida por él, quien se ha convertido en un ser benévolo y amado no sólo por marinos sino también por humanos, era todo un placer. Quizá eso no le devuelva el honor perdido, pero esperaba que con ello pudiera ganar la libertad de aquellos que por su causa seguían enclaustrados en la oscuridad… ese era su único deseo, por el cual había valido la pena aferrarse a la vida en un cautiverio de centurias.

 

Enoc y Caribdis observaron el resplandeciente cosmos de Poseidón cubriendo tanto a padre como a hijo. Ambos tuvieron pensamientos similares, siendo Enoc quien los expresara—. Qué afortunado, ir al mundo de los muertos de la mano de un dios es una gloria de la que pocos mortales son merecedores.

 

 

FIN DEL CAPITULO 46

 

Calliphoridae* = Nombre dado a ciertas familias de moscas.

Shkhin* = Úlcera.


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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 26 septiembre 2014 - 02:29

Siii, amiga seph, se te echaba mucho de menos. Pero como suponía, la espera valió la pena para esta obra maestra, como lo fue este capítulo. Emocionante hasta el extremo. Felicidades, como siempre, espero que te haya ido bien en lo que estabas haciendo, y quedo a la espera de otro genial capítulo. Saludos!!!



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Publicado 29 septiembre 2014 - 19:35

como siempre un excelente capitulo

 

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me encanto ver la continuación de tantas historias en este

 

todas las peleas quedaron muy bien

 

espero leer pronto la continuacion

 

saludos

 

:s50:



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Publicado 04 noviembre 2014 - 01:22

Saludos, holitas a los lectores de EL LEGADO DE ATENA.

Aquí me tienen para traerles un episodio más de la historia.

Aviso que este capitulo es el más largo que he publicado... y aunque quizá hubiera sido razonable dividirlo en dos, pues... abarca 2 peleas, y una era demasiado corta, y la otra mediana y pues... decidí sencillamente dejarlo así. A estas alturas quien me siga leyendo estará acostumbrad@ a la extensión y hasta puede que le guste.

 

Este capitulo es muy intenso y con un final que quiza les sorprenda (o quiza no)

Espero se animen a comentar :) no sean tímidos.

 

Gracias CarlosLibra, te aseguro que me fue bien en lo que anduve haciendo que me retrazó en publicar el cap anterior.

Bolt, amigo XD para que veas que todo está friamente calculado y las historias que he dejado pendientes atras no es porque se me olviden, sino que las debo dejar en pausa hasta el momento apropiado... siendo Hoy que termino DOS subquest que queadaban pendientes.

 

¡Disfruten!

Y recuerden que comentar es agradecer ;)

 

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Capítulo 47

Imperio Azul, Parte XI

Paladines de cristal

 

Asgard, Palacio Valhala.

 

Nergal, Patrono del zohar de Brontes, temblaba de impotencia dentro de la prisión de cristal en la que fue retenido. Sin descanso, segundo a segundo, luchaba contra la técnica que logró petrificarlo en esa ridícula posición en la que su pie izquierdo se apoyaba en el suelo, de puntilla, cargando con todo el peso de su cuerpo, que se inclinaba hacia el frente; mientras su brazo derecho se encontraba extendido, con el puño cerrado a la altura del pecho del santo de Acuario.

De haber tenido aunque fuera un poco más de tiempo, Nergal habría impactado a Terario con su técnica mortal, probablemente matándolo u ocasionándole un daño irreparable.

 

La rueda del destino volvió a girar a favor de los guerreros de Atena, con la aparición de Kiki, maestro herrero de Jamir.

Terario lanzó una rápida mirada por encima de su hombro para distinguir la silueta del lemuriano, quien arribó para salvarle la vida.

— ¿Tú? —cuestionó el santo de Acuario, con evidente extrañeza—. ¿Por qué estás aquí?

No hace falta que me lo agradezcas, Terario de Acuario — respondió Kiki, sarcástico, a través de sus habilidades telepáticas—. Pero ahora tienes que escucharme, no tenemos mucho tiempo, no podré contener a este hombre por siempre.

El santo de Acuario notó que la lluvia de fuego y hielo terminó en el momento en que el Patrono fue aprisionado por el poder del lemuriano; por ello fue libre de retroceder y prestar atención a sus palabras.

— Aunque lo hayas inmovilizado —dijo el santo, con claro desagrado ante lo que iba a confesar—, mi técnica de hielo no podrá afectarlo como para vencerle. Lo he intentado todo —musitó, sin apartar su vista de Nergal, quien les devolvía una mirada furiosa, con la que les prometía vengarse de manera terrible por cada segundo que lo mantenían en ese estado.

¿Preferirías huir? —cuestionó Kiki, sin bajar los brazos—. Podríamos sólo desaparecer y regresar al Santuario en cuestión de un parpadeo.

— Esa no es una opción.

Es la respuesta que esperaba —el lemuriano sonrió, complacido—. Terario, he estado viendo tu pelea hasta ahora y, aunque tu puño de cristal parece ineficiente contra él, la verdad es que no es del todo cierto.

El santo recobró ciertas esperanzas. — Explícate.

Por experiencia sé que todo objeto, sin importar su origen, forma, tamaño o composición, tiene un punto de rompimiento; eso aplica incluso en las cloths de los santos— explicó—. Escuché que las armaduras de los Patronos parecen irrompibles, ya que ni las armas de Libra las afectaron —recordó lo que escuchó en el Santuario—. Al principio creí que estaban en los cierto, con mis habilidades no pude distinguir nada, ni siquiera una línea de fractura que me condujera hasta el punto de rompimiento, es decir, el punto exacto más débil de toda la estructura, en el que, aplicando la fuerza correcta, se lograría su destrucción.

Terario se sorprendió, pese a que no debería extrañarle que el experto en armaduras tuviera la habilidad de encontrar formas tan simples para destruir una de ellas.

— Y lo que intentas decirme es que… —el santo intentó apresurarlo, al notar cómo es que el Patrono se inclinó un poco pese a la fuerza de la prisión de cristal que lo rodeaba.

Que no vi esas líneas hasta que impactaste tu “Ejecución Aurora” en ella —respondió, concentrándose en no perder el duelo contra el Patrono—. Fue tan sólo por un segundo que sufrió un daño mínimo. A simple vista nadie podría haberlo notado, fue a un nivel subatómico que escasas líneas de fractura aparecieron. Sin embargo, como si la coraza tuviera la habilidad de sanarse al instante, desaparecieron, pero duró el tiempo suficiente para permitirme descubrir el punto más vulnerable de ese zohar.

— ¿Dónde? —preguntó en voz baja, como si temiera que el Patrono pudiera escucharlo.

Puedo decírtelo, pero no puedo asegurarte que vayas a destruirla… lamentablemente su resistencia es indiscutible. ¿Conseguirás abrir un boquete del tamaño de un maní o del tamaño de mi cabeza? No lo sé, todo esto es apenas una suposición.

— Ya sea que pueda lograr la abertura de un alfiler, es más que suficiente —Terario aclaró cuando sus labios se curvearon un poco, casi en una sonrisa.

Sería fácil darte indicaciones, pero esto requiere una puntería casi divina. Te lo mostraré a través de mis ojos, abre tu mente, permite el enlace —Kiki pidió, en el instante en que las pupilas de sus ojos se tornaran doradas.

El santo de Acuario sintió una extraña presión en su cabeza, y tras un parpadeo involuntario, su visión había perdido la capacidad de distinguir los colores del entorno. Todo se tiñó de un color gris roca, dentro del que resaltó un pequeño punto amarillento y luminoso en el zohar de Nergal.

Allí —escuchó a Kiki decir.

— Lo veo —Terario aseguró.

Era un espacio diminuto en el costado derecho, cerca de la axila, donde el brazo lo podría ocultar y proteger sin dificultad.

Esta es tu oportunidad, hazlo ahora que no puede mo… —Kiki calló de manera abrupta al percibir un cosmos agresor.

Terario compartió su sobresalto, pero para cuando ambos pudieron percatarse del peligro, fue tarde para uno de ellos.

Quizá, de no haberse encontrado efectuando su técnica, Kiki habría reaccionado mejor que ningún otro. El impacto lo recibió en el pecho, aturdiéndolo. Se tambaleó un poco, retrocediendo algunos pasos de forma presurosa, bajando los brazos y perdiendo toda su fuerza y poder.

 

El santo de Acuario alcanzó a interponer su mano izquierda, en la que algo se encajó y lo hizo sangrar: se trataba de una flor de pétalos amarillos. El tallo se incrustó en la palma de su mano, y con el contacto de su sangre comenzó a germinar aún más.

De ella crecieron hojas y lianas que se enredaron en su brazo rápidamente. Terario sintió que sus sentidos se nublaban por el contacto con esa planta, pero logró emplear su cosmos invernal para detener su crecimiento y frenar su hechizo. En un instante, la flor y sus raíces quedaron hechas de hielo, pero en cuanto apartó la escarcha de su brazo, Nergal de Brontes le propinó una potente patada en la cabeza.

 

El santo de Acuario salió despedido por el impacto, perdiendo el sentido por unos instantes en los que su cuerpo rompió la barandilla de piedra de la explanada y se precipitó montaña abajo.

 

— ¡Hécate! —bramó Nergal, mirando en dirección hacia donde su compañera de armas se encontraba de pie y expectante—. ¡Creí haber sido claro contigo de que no interfirieras en mis asuntos!

La Patrono permaneció con un semblante tranquilo tras haber sido ella quien hiriera a los guerreros del Santuario.

— Lo siento Nergal, pero el señor Avanish fue muy claro al pedirme que permaneciera contigo —la mujer le recordó con infinita paciencia—. Perdona por haber detenido la conspiración que se elaboraba en tu contra.

— Gracias, “mamá” —Nergal dijo, sarcástico—. Espero que me permitas terminar con ese santo sin más interrupciones, tú ya te llevaste tu trofeo, permite que yo tenga el mío —pidió—. Además, ¿qué es lo que estás haciendo aquí? ¿Acabaste ya con tu misión? —cuestionó.

La Patrono negó con la cabeza—. No del todo. Por desgracia este hombre intervino antes de que pudiera cumplir con mi cometido—respondió, acercándose al abatido lemuriano, quien permanecía de rodillas, inmóvil y con la cabeza colgando hacia adelante.

— ¡¿Qué estás diciendo?! —Nergal se extrañó.

— No sé cómo anticiparon nuestra presencia aquí, pero él no fue el único factor sorpresa que apareció de pronto. Una amazona dorada se entrometió en mi camino primero, y aunque pude eludirla, para cuando arribé a los aposentos reales, ni el niño ni su madre estaban allí… Presumo que él tuvo algo que ver —explicó Hécate, apuntando al lemuriano.

— ¿Y dónde está esa amazona ahora? —se interesó Nergal, sin percibir un cosmos poderoso cercano al palacio.

— Abandonó el Valhala, desconozco la razón. Pero en vista de que el motivo principal por el que vinimos se ha ido, nuestro trabajo aquí terminó. Debemos marchar y apoyar a los demás que luchan en el reino de Poseidón.

— Será un profundo placer, pero primero quiero acabar con ese fastidioso santo de hielo —aclaró Nergal, caminando hacia la orilla por la que Terario cayó. Miró hacia abajo, buscándolo en la ladera de nieve—. El lemuriano no me interesa, además, seguro querrás conservarlo, como a los otros.

— Nergal, debemos irnos ya —insistió la Patrono.

— No me fastidies, mujer. Adelántate si gustas, no creo tardar —concluyó, dejándose caer por aquel borde.

 

Hécate maldijo en silencio, llevando su atención a Kiki… pero en eso, sus oídos captaron el sonido de una melodía.

 

* - * - * - * - * -

 

Terario, desorientado, abrió con dificultad los ojos, teniendo la sensación de que permaneció inconsciente por un largo periodo de tiempo, pese a que sólo fueron breves segundos.

Con las manos y la vista en la nieve, Terario distinguió una sombra que se engrandecía justo debajo de él. Intuitivamente rodó por el suelo nevado, apartándose antes de que el Patrono del zohar de Brontes cayera del cielo, de manera estruendosa, hundiendo aparatosamente el suelo y alzando la nieve como la ola de un tsunami.

 

La avalancha empujó al santo de Acuario, alejándolo aún más del palacio. Sumergido en la blanca ola, le fue fácil controlar el torrente nevado para emerger de entre la nieve y manipularla como si se tratara de la corriente de un río; solidificándola antes de que llegara a un poblado cercano.

Terario estaba preocupado por Kiki, mas nada podría hacer por él si no vencía al Patrono de Brontes primero.

El santo dorado trazó un plan, el cual, si el lemuriano no se equivocaba, terminaría con la pelea de una vez por todas. Sabía que sus técnicas eran capaces de infligir un gran daño al poseer un amplio rango de alcance, pero ante un enemigo como Nergal, debía centrar todo el poder del cero absoluto en un único punto. Nunca lo había intentado, pero la presión del momento no le dejaba otra alternativa.

Maximizó sus sentidos, cerrando los ojos para alcanzar una mayor concentración. Su cosmos se materializó en el centro de sus manos, donde un resplandor blanco se encendió, el cual absorbía el aire frío de la tundra y el del cosmos del santo de Acuario.

Terario escuchó la risa de Nergal en la cercanía, pero ni así se movió, ni se perturbó.

— Sin duda eres alguien con mucha suerte, no he podido matarte y vaya que lo he intentado—comentó Nergal, cruzado de brazos en la distancia—, pero yo también soy un hombre afortunado… lo he sido desde el día en que me negué a ir a la luz que envolvió a los míos y los arrastró fuera de este mundo.

Terario abrió un poco los ojos, admitiendo por un breve instante que comprendía un poco a su rival, pues él también escapó de la muerte cuando era un niño, pero ésta se llevó a sus padres.

 

Los dos fueron señalados por el destino, su voluntad de vivir por encima de todo los llevó a sobrevivir y buscar una razón que justificara el haber burlado a la muerte… Ambos encontraron un propósito que valiera la pena y respondiera al por qué ellos seguían respirando mientras otros murieron en su lugar… Pero eso es un tormento personal que jamás conocerán del otro, pues la vida los llevó a encontrarse en bandos opuestos y en los que luchaban por lo que creían correcto.

 

— No hay fortuna que prevalezca por siempre —musitó Terario, girándose hacia su enemigo.

— Es cierto, la tuya termina ahora —el Patrono sentenció.

— Las oportunidades que tenías para matarme se han terminado —aclaró el santo, en el momento en que una vara de hielo creció desde el interior de la luz brillante que acunaba en sus manos—. Y yo no fallaré en la última que se me ha dado.

La vara era tan larga como la altura del santo de Acuario, quien la sujetó con su mano izquierda. Sus extremos terminaban en una punta muy afilada, volviéndola una lanza de hielo. Su estructura, implacablemente lisa, emitía un aura blanca de la que brotaban pequeños copos de nieve y cristal diamantado.

 

Nergal se percató de que la mano izquierda del santo adquiría un tono azulado conforme los segundos pasaban y él continuaba sosteniendo la lanza de cristal; incluso vio que el brazal izquierdo comenzó a congelarse por la estela gélida que ésta despedía.

— ¿De nuevo esas absurdas técnicas de magia? —Nergal se mofó, preparándose para contraatacar —. Es evidente que no lo comprendes… pero ya me cansé de repetírtelo, ¡tu obstinación es ridícula!

Nergal hizo estallar su cosmos, logrando que el silencioso Terario lo imitara.

— ¿Últimas palabras, maguito? —dijo burlón.

Pero ante el mutismo del santo de Acuario, Nergal decidió tomar la iniciativa y se impulsó hacia él. Terario lo secundó, lazándose hacia su enemigo, pero, en el camino que lo llevaría a colisionar con el guerrero, logró emplear su destreza para eludir por muy poco el puño de Nergal y abrirse camino hacia su verdadero objetivo.

 

El Patrono sintió que sus nudillos alcanzaron a rozar la frente del santo de Acuario. Vio los hilos de sangre que danzaron por el aire, pero en el momento en que sintió satisfacción por contemplar las líneas escarlatas en su puño y en el rostro del santo, también se estremeció al ser víctima de una sensación que no debería sufrir.

 

Azorado, Nergal vio que el santo de Acuario logró encajar el arma de hielo en su cuerpo.

— ¡Esto es… imposible! —gruñó, perplejo ante la visión de su coraza siendo profanada por el filo de la lanza de cristal.

 

Aunque Terario empleó toda su fuerza, la lanza se incrustó pocos centímetros en el costado de Nergal. El Patrono sintió el pinchazo de la herida en su piel, pero no fue lo suficientemente eficaz como para debilitarlo ni herirlo de gravedad, sólo lo enfureció más.

El Patrono lanzó un puñetazo que Terario rechazó al retroceder de un salto.

Nergal golpeó la lanza con su codo, quebrándola, quedando un fragmento incrustado en su armadura y cuerpo al que no le dio mayor importancia.

— Debo admitirlo, esto sí me ha impresionado —el Patrono comentó, mirándolo con desafío—. Tú, por encima de cualquier otro al que haya enfrentado en combate, has podido herir a mi zohar. Aunque apenas ha sido un mordisco —rió—. Necesitarías de muchos más para lograr matarme, y por tu estado actual dudo que puedas volver a repetir la hazaña.

— Quizá has olvidado que en la antigüedad, existieron personajes de gran renombre que alardeaban constantemente de su fuerza e invencibilidad —comentó Terario, ocultando su agotamiento—, pero al final cayeron por las más insignificantes circunstancias o por el enemigo menos esperado. Nergal, tal como Aquiles y Orión, un solo pinchazo ha bastado para ti… tu suerte se terminó —sentenció con frialdad—. Tu vida es mía.

Nergal rió estruendosamente—. Sí que has comenzado a desvariar, yo… — el gorgoteo de sangre que subió por su garganta le impidió terminar su frase. Comenzó a sentirse invadido por un indescriptible frío que crecía más y más en su ser. Nergal miró su reciente herida, de la cual todo el dolor fluía y se esparcía por su cuerpo.

— ¡¿Qué demonios?! —clamó, desconcertado—…. ¡N-no! ¡¿Cómo… es posible?!... ¡¿Qué es esto?! — rugió, horrorizado ante el diminuto orificio del que no emergía sangre, sino un brote de hielo que empezó a extenderse tanto por el exterior, como por el interior de su armadura. El frío se le inyectaba en las entrañas, haciéndolo estremecer y gritar de manera agonizante, dificultándosele la capacidad de respirar cuando el aire helado llegó a sus pulmones.

— Era absurdo que continuara utilizando técnicas inefectivas contra ti. Puede que la perseverancia gane batallas, pero no la estupidez —dijo el santo de Acuario, siendo testigo del calvario de su enemigo. La piel de Nergal se volvía cada vez más azulada, y el aliento que escapaba con fuerza de su boca y nariz salía como vapor blanco.

Nergal se mantenía de pie, pese a la agonía del congelamiento de su cuerpo.

— ¡Esto es inaudito… mi armadura…! —se quejó de nuevo, incapaz de asimilar lo que pasaba—. ¡Se supone que no podrías… jamás…! ¡Nadie…!

— No puedo negarlo —repuso Terario, con excesiva calma—, tu ropaje es extraordinario y ni mi aire frío fue capaz de dañarlo. Una vez que comprendí eso, entendí que debía encargarme del elemento más débil de la simbiosis — explicó, apuntándole con el dedo índice—: el hombre que se resguarda en ella. Pero aun sabiéndolo, no tenía forma de llegar a él, y habría muerto en espera de encontrar un método… Fue la oportuna llegada de Kiki lo que me concedió el triunfo. Sólo necesitaba una pequeña abertura por el cual introducir mi aire congelado; en pocas palabras, perdiste la batalla en el instante en que mi lanza hirió tu cuerpo.

 

El Patrono bufó rabioso, intentando moverse, pero resintiendo el entumecimiento en cada una de sus extremidades. La desesperación no lo dejaba pensar con claridad, sus pensamientos se nublaban mientras el dolor desaparecía. Dio un paso, empleando toda su fuerza de voluntad, pero el simple acto ocasionó un tronido espeluznante dentro de su bota, pues su pierna congelada se partió a la altura de la rodilla.

Nergal cayó de rodillas al suelo nevado, viendo con horror su congelada extremidad separada del resto de su cuerpo. No sintió dolor, pero la impresión lo llevó a gritar.

 

— Como ves, mi aire frío ha invadido todo tu cuerpo… tu zohar quedará intacto, pero tu carne, tus huesos, tus órganos, todo tú, terminarán por congelarse y sucumbirán —aseguró el santo de Acuario, sin una pizca de misericordia para su enemigo.

 

El guerrero de Avanish apretó los dientes y las manos, musitando débilmente un nombre — Tara… ¡Tara!... —tosió por el esfuerzo—. ¿Estás allí?... ¿Me escuchas? … Maldita sea… ¡Maldición! ¡Sálvame… no me dejes morir! —exclamó, furioso—. ¡No así… todavía no! ¡Yo… aún… no puedo morir…!

Nergal dejó de sentir su cuerpo, fue incapaz de volver a moverse. En un último vistazo, vio que los dedos de sus manos se habían vuelto completamente de hielo.

El Patrono del zohar de Brontes reunió fuerza y aliento para lanzar un último alarido, el cual cesó en cuanto el hielo que subía por su cuello le cubriera por completo el rostro.

 

Terario permaneció de pie, contemplando cómo su enemigo se volvió una escultura de hielo. Perdió todas sus facciones humanas, quedando sólo una figura de reluciente y pulido cristal, sobre la que el ostentoso zohar permaneció; como si fuera el maniquí en el que se exponía en un museo.

Sólo hasta que sus sentidos dejaron de captar los latidos del corazón y del cosmos de Nergal, es que el santo de Atena pudo estar seguro de su victoria.

 

Terario sintió deseos de derrumbarse en la nieve por los múltiples dolores que oprimían su cuerpo. Mas cuando sus ojos se cerraron por un segundo, en el que también flaquearon sus rodillas, imaginó escuchar la voz de Natasha y eso lo obligó a conservar la conciencia.

Miró hacia donde se erigía el palacio del Valhala, recordando que allá aún se encontraba otro de los Patronos. Se mortificó por el bienestar de Kiki, de Natasha, de Singa y de Velder, por lo que forzó a sus pies a iniciar la marcha hacia allá, cojeando por su pierna rota.

 

* - * - * -

 

Bluegrad.

 

¡Drakaina Delphyne! — clamó con voz retumbante la Patrono del zohar de Equidna, Danhiri.

Su zohar carmesí se encendió en llamas, abandonando su sólida forma para convertirse en puras flamas anaranjadas y rojizas que se extendieron por la piel de la mujer. La carne y sangre de Danhiri se fundieron con el fuego escarlata, tomando la apariencia de una majestuosa criatura, una ninfa de fuego, cuyas alas de dragón se abrieron, expulsando un cosmos ardiente.

El calor de dicho soplido, derritió la nieve a su alrededor y sofocó el ambiente a temperaturas que superaban las existentes dentro de un volcán activo.

Souva de Escorpión admiró a la dama de fuego, cuyas alas la alzaban en el cielo como a un pájaro. Ella lo miró a través de su rostro carente de facciones, pero donde la perfilada nariz de fuego indicaba la dirección de su atención.

Por tu expresión, creo que has entendido que la muerte está cerca —la Patrono dijo. Su voz emergía de entre las llamas que le daban forma.

El santo de Escorpión le dedicó una mirada estupefacta, pero cuando sus heridas comenzaron a arder por el calor del lugar, logró salir de su estupor.

— Magnifica… de verdad me has dejado sin palabras —admitió, sudando un poco ante el nuevo desafío frente a sus ojos.

Reiniciemos el combate santo de Atena. Tú me mostraste tu mejor técnica y sobreviví, ahora que te muestro la mía, ¿sobrevivirás?

— No tengo otra alternativa… te prometí que te vencería, y es lo que pienso hacer —el santo respondió con osadía.

La Patrono se arrojó sobre él, como un águila que cae sobre su presa.

Los dedos índices y medios de Souva se armaron con las alargadas uñas escarlatas, las cuales se tornaron de un color violeta de manera súbita — ¡Veneno de las sombras!

Cuatro resplandores violáceos emergieron de sus manos, tomando la forma de estrellas, shurikens que giraron velozmente hacia la Patrono, quien no cambió de dirección.

Souva confió en que Danhiri continuaría subestimando sus ataques, por lo que esperó que sus shurikens impactaran en ella. Sin embargo, quedó boquiabierto al ver que sus estrellas energéticas pasaron a través de la figura de fuego con facilidad, emergiendo por su espalda y desapareciendo en la distancia al no haber encontrado un cuerpo de impacto.

— ¡Eso… es…!

La mujer de fuego lo embistió a una gran velocidad, su figura lo atravesó como si fuera un fantasma que arrastraba cadenas de fuego por sus entrañas.

Souva de Escorpión soltó un alarido, apretándose el estómago y el pecho con los brazos.

Danhiri rio, volviendo al cielo desde donde disfrutaba la agonía del santo dorado—. Pobre tonto, te advertí que no volverías a tocarme —se burló, volando nuevamente hacia él —. ¿Creíste que exageraba?

En esta ocasión Souva logró eludirla, saltando por encima de ella, girando su cuerpo y disparando sus letales agujas escarlatas.

Los rayos carmesís también pasaron a través del cuerpo de la Patrono, impactándose en el suelo caliente.

La Patrono desplegó su cosmos flamígero, generando una onda de llamas que lanzó sobre el santo del Escorpión, quien aún se encontraba suspendido en el aire. Souva logró maniobrar y eludir en gran parte el ataque, pero la hombrera izquierda de su armadura estalló por el paso del rayo de fuego, que terminó lanzándolo violentamente hacia el suelo.

La Patrono lo interceptó antes de tocar tierra, volviendo a alzarlo por el cielo tras una patada que Souva resintió en la espina dorsal.

En su ascenso, el santo miró hacia abajo, viendo la figura de Danhiri que subía en su persecución. El santo giró su cuerpo, para caer sobre ella con una patada extendida. Pero al precipitarse sobre la Patrono, su pie no encontró superficie alguna, pasó a través de las llamas de la ninfa de fuego.

El santo de Escorpión se vio atrapado en ese torrente llameante, sintiendo que se cocían sus órganos, se sofocaban sus pulmones y se incendiaba su corazón.

La Patrono permaneció suspendida en el aire, contemplando cómo el santo incendiado cayó aparatosamente en el suelo, donde sus dedos y rostro sintieron el intenso calor de la superficie.

 

Souva intentó ponerse de pie, pero su cuerpo humeante se negaba por las quemaduras sufridas en el exterior e interior de su cuerpo.

Esto no puede ser… no puedo dañarla con mis técnicas… ni siquiera con mi puños… en cambio ella… —pensaba con frustración.

Al sentir en su espalda un intenso calor, lo llevó a mirar por encima de su hombro, contemplando a la dama dragón justo encima de él. Sus alas se extendieron ampliamente alrededor de ambos, para impedir cualquier intento de escape.

Souva logró volverse, quedando totalmente tumbado en el suelo cuando la mujer se inclinó de manera insinuante, flotando sobre él de tal forma en la que sus cuerpos no se tocaban, pero el intenso calor que Danhiri transmitía lastimaba al santo.

— Lo intentaste —dijo ella—, donde otros han sucumbido al horror, tú cuando menos lo intentaste —comentó—. Pero esta transformación me vuelve invulnerable a cualquier ataque físico, y ya que tú eres sólo un insecto inútil, no tienes forma de volver a herirme.

Souva permaneció en silencio, con los ojos entrecerrados por el intenso resplandor que desprendían las llamas de la Patrono.

En cambio yo… soy capaz de tocarte y herirte ignorando la protección de tu insignificante armadura, la resistencia de tu carne… y matarte de la forma más horrible que puedas imaginar —musitó, instantes antes de que su mano llameante atravesara el cuerpo de Souva, manteniéndola dentro de él, justo a la mitad de su vientre.

El santo de Escorpión sintió esa mano de fuego, la cual no fracturó su armadura, ni abrió su piel, pero de alguna manera avanzó hasta sujetarse a una de sus entrañas, desde donde la agonía comenzó.

El santo gritó todavía más fuerte que antes por el lento calcinamiento de su intestino, de su hígado y todos sus demás órganos. Souva se convulsionó por el imparable incendio que se extendía a cada rincón de su ser.

Intentó apartar el brazo de la mujer, moverse, pero sus manos sólo atravesaban el fuego, que no perdía su forma.. Ella lo retenía con fiereza, no estaba dispuesta dejarlo escapar.

El calor que sentía lo comenzó a asfixiar, los fluidos de su cuerpo empezaron a hervir.

 

Tal vez pasó un minuto, quizá menos, pero cuando un vapor rojo comenzó a salir del cuerpo del santo de Escorpión, la mujer sintió un inmenso placer.

¡Arde, arde! —clamó ella, entre risas—. La temperatura de tu cuerpo ha rebasado los límites soportables, es hora de morir. ¡Veré cómo arde hasta el último gramo de tu ser, te lo prometo!

A punto del colapso, el santo vio el vapor rojo que desprendía su cuerpo, era su sangre… ¡su sangre estaba evaporándose!

Supo que iba a morir y no tenía forma de evitarlo, el dolor no le permitía pensar en nada más. Sentía que su conciencia se separaba de su cuerpo, el dolor mitigaba, él ya no gritaba pero aún escuchaba sus propios alaridos. Su visión permaneció fija en la guerrera flameante, viendo que ésta se alejaba más y más, sintiendo que algo lo jalaba, arrastrándolo lejos de allí…

Una voz estruendosa lo llevó a reconectarse con su cuerpo moribundo.

— ¡Impulso Azul!

Danhiri se sorprendió por el vendaval de nieve que vapuleó sus alas. El aire frío la despegó del suelo, elevándola por la fuerza de la ventisca helada que minimizó el tamaño de sus llamas. Una vez que se sobrepuso a la sorpresa, su cosmos llameante le regresó su majestuoso aspecto.

 

La Patrono buscó al responsable de tal agresión, encontrándose con el regente de Bluegrad, Alexer, quien había abandonado su ropaje azul para vestir la scale marina de Kraken.

— ¡¿Alexer?! ¿Cómo osas entrometerte en esto? ¡¿Acaso olvidaste nuestra advertencia?! —reclamó la Patrono—. Después de lo benévolos que hemos sido contigo y con tu pueblo, pese a tu constante altanería, ¿has decidido rebelarte estando el final tan cerca?

— ¿”Benevolencia” dices? —musitó Alexer, enfadado—. ¡Seré tan generoso contigo como tú lo has sido conmigo, Danhiri! —bramó el marine shogun, elevando su cosmos invernal. El cosmos de Alexer actuó sobre la fracción devastada de Bluegrad, devolviéndole su digno aspecto nevado—. ¡Eso te lo juro!

Vaya que eres un ser despreciable —dijo la Patrono—. En el pasado planeaste llevar a Bluegrad a la guerra por tus mezquinos deseos; años después te aliaste a Poseidón al ser lo que más te convenía; traicionaste al dios del mar por los habitantes de tu reino, y ahora los has abandonado a morir… ¿Para qué? ¡¿Intentas regresar con Poseidón, que él te perdone?! —cuestionó enfurecida, pero terminó riendo—. ¡Imbécil! ¡Has sacrificado a tu gente en vano, pues Poseidón muy pronto dejará de existir y no habrá amo al que puedas regresar!

— Ya no hay razón por la que tenga que contenerme Danhiri. Mi gente está a salvo y es por ello que puedo, finalmente, oponerme a ti y a los tuyos… ¡Fuera de mi reino! ¡Impulso azul!

El ataque invernal golpeó a la Patrono, pero ésta permaneció inmóvil en el aire. Aunque la tormenta soplaba con fuerza contra ella, los diamantes del cristal y la nieve se evaporaban al simple contacto con su cuerpo llameante.

 

* - * - *

 

En los instantes en que Alexer y la dama dragón peleaban, el shaman Vladimir acudió en auxilio de Souva de Escorpión, cuyo cuerpo magullado presentaba severas quemaduras. Lo levantó un poco por la espalda, buscando una reacción de vida.

Souva tardó en reaccionar, pero balbuceó un par de cosas que Vladimir no pudo entender hasta que logró abrir los ojos.

— … Vladimir —lo llamó, al reconocerlo—… Maldición, por un momento creí que no lo contaba —sonrió, adolorido.

— Aún no estás fuera de peligro Souva —le advirtió, observando su aspecto demacrado y el teñido que la sangre evaporada dejó en su piel.

— Ella es… muy fuerte… y ahora… será inútil… ningún ataque físico la dañará… no si permanece con esa forma… —el santo buscó levantarse, pero la simple flexión en su abdomen lo hizo retorcerse de dolor y escupir sangre—. Pero no volverá a la normalidad… creo que la asusté demasiado… —volvió a reír.

— Entonces tendremos que destruirla de esa forma u obligarla a cambiar. Observa —pidió Vladimir—. Aunque el cosmos de Alexer parece no afectarla, sus flamas, su cuerpo se empequeñece un poco. Esa técnica de fuego puede ser muy eficaz contra cierto tipo de guerreros, pero no contra un maestro en las técnicas de hielo… No sé si ella se ha dado cuenta que sería mucho mejor regresar a su forma anterior para este nuevo combate…

— Es posible que… lo sepa, pero… en el fondo es muy orgullosa —Souva aseguró, como el experto en mujeres que se creía—, quizá sólo quiere ser… capaz de derrotar a Alexer pese a las desventajas… mostrarse superior a cualquiera de nosotros… Y es posible que lo haga… ¿Está mal admirar a la fascinante mujer que podría matarnos a todos? —bromeó, apretando los dientes al lograr arrodillarse, ayudado por el shaman.

— El aire frío de Alexer no bastará para extinguirla por completo, deberé ayudarlo… pero si fracasamos y ella vuelve a la normalidad, habrá que enfrentar otro gran problema.

— Su armadura —el santo de Escorpión se adelantó a decir, meditando unos segundos más antes de proseguir—. Si eso llegara a pasar… hay algo que podríamos intentar… Puede o no funcionar, pero escúcheme… esto es lo que haremos…

 

* - * - *

 

El cosmos invernal e infernal de los guerreros se debatía pintorescamente en el cielo de Bluegrad.

Los rayos glaciares de Alexer se desvanecían ante el calor de las llamas de la Patrono; mientras que el fuego incandescente de Danhiri se extinguía con el golpeteo de los cristales de hielo. Sin embargo, pese a la equidad del combate, la fuerza de Danhiri comenzó a prevalecer, al buscar la pelea directa contra el marine shogun.

Alexer fue hábil y eludió la estrella fugaz que intentaba impactarlo. Moviéndose sobre el hielo, en el que se marcaba el paso de las colas de fuego.

Sin detenerse, Alexer alzaba grandes torres de cristal, por las cuales Danhiri pasaba, derritiéndolas o destrozándolas.

Arriesgándolo todo, Alexer frenó estrepitosamente, proyectando su cosmos para ejecutar su técnica de hielo.

La tempestad golpeó a la Patrono de manera directa, y aunque sus llamas se achicaron unos instantes, su velocidad no menguó; superó el soplido infernal y alargó el brazo hacia el marine shogun, cerrando la mano sobre su cara.

La Patrono arrastró a Alexer, manteniendo su mano izquierda sobre su rostro, sujetándole el cuello con la derecha.

Los gritos del marine shogun se ahogaban entre las llamas que quemaban su piel.

— La carrera se acabó,  y yo gané. Como castigo, voy a freírte el cerebro —Danhiri le dijo con una voz tranquila y victoriosa.

El cuerpo de Alexer se retorció por el dolor, pero la agonía lo llevó a que su cosmos estallara de forma violenta, generando un tornado helado. Danihiri no lo soltó hasta que las manos de Alexer lograron lo impensable; sujetó sus muñecas, puntos en los cuales una capa de hielo comenzó a crecer, encapsulando las llamas.

Impresionada por el milagroso acto, la Patrono arrojó a Alexer al suelo, como si fuera la criatura más grotesca que hubiera sujetado jamás con sus manos. Miró el hielo que formaron dos aros alrededor de sus brazos, pero con un pensamiento intensificó sus flamas y las evaporó.

 

En el suelo, Alexer se cubrió el rostro, que sentía derretirse bajo sus dedos. Sólo su ojo  izquierdo le brindó luz, el otro permaneció en la oscuridad total.

 

* - * - *

 

Vladimir se levantó, dejando al santo de Escorpión en el suelo. Souva parecía prepararse para alguna clase de rito, por lo que permanecía arrodillado.

— ¿Estás seguro, Souva de Escorpión? —preguntó Vladimir, a lo que el santo asintió—. Podrías esperar, no es necesario que arriesgues así tu vida.

— No hay nada más qué decir… tengo que intentarlo. Debes hacer tu parte, aunque sé que también es arriesgado para ti.

— Yo ya he vivido mucho tiempo, no sería una pérdida. Pero tú, que eres joven y con gran porvenir, eso sí es lamentable —añadió el shaman, doliéndole la idea de que el santo de Escorpión muriera en la batalla.

— No menosprecies tu vida, viejo. Si mueres, habrá una hija e hijos que llorarán por tu partida… Además, ¿quién dice que voy a morir? —cuestionó, sonriente—. Ya te lo pedí antes, dejemos de hablar de la muerte, no sea que lo tome como una invitación.

En el rostro de Vladimir se dibujó una suave sonrisa. Asintió, dándose media vuelta, alejándose de Souva para poder ejecutar su propia técnica—. Fue un placer conocerte, Souva de Escorpión —susurró al viento.

 

Mi poder como shaman sería insuficiente para apoyar a Alexer —pensó Vladimir, al abandonar todas sus armas y posesiones espirituales—. Él necesita al verdadero maestro de los santos de cristal.

La fuerza espiritual del shaman cubrió su cuerpo, con la que fue capaz de trazar un par de símbolos en el aire con los dedos—. A ti, oh gran espíritu, uno de los seis hermanos, custodio de las puertas del más allá, te imploro escuches mi suplica — recitó Vladimir, con gran solemnidad. Ante él, con la luz de su energía espiritual, dibujó las líneas de una puerta—. Al poseer una de las diez llaves, te ruego que le permitas a aquel a quien invoco escuchar mis palabras… Te llamo a ti, con quien hice un pacto, ayúdame una vez más.

Souva observó aquello desde la distancia, pestañeando repetidas veces pues no sabía si era algo producido por su delirio, o porque en verdad estaba ocurriendo.

Contempló cómo ese portal se abrió por la mitad, dando paso a alguien. Por la distancia no logró verle bien, pero de manera súbita, el shaman tocó con su mano a ese aparecido, y enérgicamente exclamó.

— ¡Posesión de almas!

La figura frente a Vladimir se osciló como si estuviera hecha de aire, formando una pequeña esfera remolinante que el shaman sujetó con su mano derecha, para después golpearla contra su propio pecho.

— ¡Fusión de almas! — le escuchó gritar, en cuanto su energía espiritual se acrecentara y generara un vórtice a su alrededor.

Souva alzó el brazo para cubrirse la cara, pero aun así, la nieve que se alzó le impidió ver más allá de su extremidad. Cuando todo se silenció, el santo de Escorpión miró a Vladimir; allí estaba él, dándole la espalda, mirando en dirección a donde la pelea de la Patrono y el marine shogun se llevaba a cabo.

El santo pestañeó incrédulo, ya que, pese a no existir un cambio visible, el cosmos de Vladimir era totalmente distinto y… más poderoso. Antes de que él le hablara, el shaman se volvió por unos segundos, dedicándole una simple mirada.

Souva sufrió un severo escalofrío al haber sido alcanzado por esos ojos que, aunque fueran los mismos del shaman, se contraían en una expresión diferente… como si se tratara de otra persona la que allí se encontraba de pie.

 

Ninguno se dirigió palabra. Vladimir partió hacia la batalla, mientras que el santo dorado prosiguió con su decisión.

Reavivando su cosmos dorado, el par de uñas carmesís volvieron a crecer en su mano derecha, mientras la izquierda apartaba el peto dañado de su armadura.

— Estoy listo… si debo o no liberar todo este poder, ya será por el destino que esa mujer elija para sí… —musitó, sonriendo débilmente. Pudo imaginar a su maestro parado junto a él, recordándole el gran riesgo que corría al efectuar la técnica que estaba a punto de iniciar.

Sin vacilar, Souva extendió su afilado dedo índice, el cual destelló por el fulgor de su cosmos—. Katakeo*…— murmuró con sofoco, clavándose en el pecho la afilada aguja escarlata.

 

* - * - *

 

Alexer eludió las veloces descargas llameantes que Danhiri lanzaba desde el cielo. Cada que impactaban en el suelo, la energía regresaba disparada a la superficie como potentes chorros de magma, hasta tomaban una consistencia liquida y espesa, los cuales poco a poco acorralaron al marine shogun. El aire congelado sucumbía rápidamente ante el terreno volcánico que la Patrono había creado a base de su poder.

Parece que los afamados guerreros de los dioses no saben otra cosa más que correr. Son unos cobardes, difíciles de matar cierto, pero unas verdaderas molestias —comentó ella, cerrándole el paso al marine shogun, quien quedó en medio de un extenso lago de magma místico.

Con únicamente un bloque de hielo que lo alzaba por encima del fuego, Alexer miró con desprecio a la Patrono que volaba en el aire.

— El fin te llegó Alexer. Una vez que termine contigo, te prometo que reduciré a Bluegrad a un cementerio de cenizas, donde el invierno jamás volverá a llegar —aseguró, incrementando su poder, manipulando la energía que convirtió en espeso magma, para que girara a la velocidad de un tornado—. ¡Despertar del dragón!

Ante el eco de su voz, la lava se alzó en numerosas columnas, enjaulando al marine shogun. Alexer sólo atinó a mirar hacia el cielo, donde los chorros de energía incandescente chocaron entre sí y precipitaron una cascada de lava ardiente sobre él.

El regente de Bluegrad se rodeó con su cosmos gélido, pero hasta él dudó de ser capaz de salir bien librado de toda esa marejada de poder ardiente.

— ¡Freezing coffin! —clamó la voz de un nuevo participante en la batalla.

 

Ese estruendoso grito de guerra no evitó que la cascada cubriera al marine shogun. Sabiéndolo acabado, Danhiri se alegró de que esta vez no habían sido capaces de robarle la muerte de un enemigo. Buscó al entrometido que intentó imponerse a sus deseos, encontrando a un hombre de edad avanzada y carente de alguna armadura que lo protegiera del calor de su cosmos.

¿Y quién se supone eres tú? —cuestionó con ligera curiosidad, en el fondo le alegraba la aparición de nuevos enemigos. Luchar era un placer que difícilmente podía saciar en estos días.

— Aquel que fue invocado para vencerte— el guerrero respondió con gran seriedad y temple.

¿Tú? ¿Qué puede ofrecerme alguien como tú en una batalla, donde un santo de Atena y un marino de Poseidón no pudieron?

— Jamás subestimes el poder de un santo de Atena —aclaró Vladimir, desplegando un intenso cosmos dorado. Él abrió la palma de su mano derecha, y en ella se creó una esfera de cristal

Danhiri rió divertida—. ¿Otro guerrero que manipula el hielo? Qué creativos son…

Pero su risa calló al ver que, una vez que su técnica dejó de fluir del cielo, una enorme estructura de hielo permanecía de pie tras el paso de su poder volcánico.

Azorada, vio cómo es que dentro del témpano de hielo, Alexer se encontraba resguardado y con vida.

 

El marine shogun quedó perplejo cuando ese magnífico hielo lo rodeó y protegió. Incluso él, siendo un guerrero azul, resintió el frío por el cual tal estructura fue forjada. Se obligó a quedarse quieto, pues sólo un pequeño espacio le fue concedido para refugiarse y no formar parte del ataúd de cristal.

 

— ¡Diamont Dust! (¡Polvo de diamantes!) —Vladimir aplastó la esfera de cristal en su mano, rompiéndola entre sus dedos, y los fragmentos cristalinos permanecieron orbitando su brazo. Precipitó el puño en dirección a la Patrono, liberando una imparable ráfaga gélida.

 

El aire frío y pequeños diamantes alcanzaron a Danhiri. La Patrono del zohar de Equidna confió en sus incandescentes llamas para protegerse, pero en esta ocasión, el aire congelante ondeó su cuerpo de manera abstracta, como una flama luchando por mantenerse encendida ante el soplido del aire destinado a apagarla.

Sus llamas danzaron con miedo a extinguirse, pero la mujer aumentó el tamaño de sus alas carmesís, rodeándose por un capullo de fuego y magma que generó para protegerse.

El cosmos de Vladimir continuó proyectándose hacia la guerrera, hasta que el cúmulo de energía calcinante se enfrió, como lo haría el magma al chocar contra las aguas del mar, quedando una estructura amorfa y tétrica.

El shaman percibía el cosmos de su rival intacto, pero acorazado en el interior de tal caparazón oscuro.

 

Por el grosor del ataúd de cristal, Alexer no pudo ver claramente lo ocurrido, pero mientras agudizaba la vista, la protección de hielo a su alrededor se desmoronó en copos de nieve y cristal, que viajaron de regreso hacia al hombre que la creó.

El marine shogun miró perplejo a Vladimir. En su anterior batalla no mostró tan alto nivel de cosmos, pero ahora… un cosmos así, sólo ha podido percibirlo de los santos de Atena. ¿Cómo era posible?

— ¿Quién eres tú? — era la cuestión que escapaba al entendimiento de Alexer, consternado por la confusión de sus sentidos.

Vladimir lo miró con ese par de ojos fríos que antes hicieron temblar a Souva de Escorpión.

— Sólo un antiguo maestro de cristal —respondió con brevedad—. Pero no podemos perder el tiempo en dichas cuestiones, Alexer de Kraken —el shaman señaló—. Si la fortuna está de nuestro lado, la batalla se decidirá en los siguientes minutos. Ahora necesito de tu aire frío, el más bajo que seas capaz de lograr.

— ¿Qué planeas exactamente? — el marine shogun deseó saber, con un deje de desconfianza.

— El poder de un maestro de cristal se define con qué tan cercano llega su cosmos al Cero Absoluto. Alcanzarlo es casi imposible, pero entre los dos es probable que podamos generar un aire tan frío que lo simule… o incluso llegar más allá de él.

— El Cero Absoluto —musitó Alexer.

— En vida me acerqué lo suficiente, pero no tanto como hubiera deseado…

¿Dijo “en vida”?— Alexer pensó, alarmado.

— Tal esfuerzo puede trazar dos caminos, pero al final el mismo resultado: la derrota de esa mujer.

Alexer deseó tener la misma confianza que el shaman, pero él era mucho más meticuloso antes de elaborar un plan.

— Aunque lo lográramos y tuviéramos éxito… el frío que generaríamos juntos podría matarnos… sobre todo a ti. Yo cuando menos porto una scale sagrada, seré capaz de resistir más tiempo, ¿pero tú?

 

* - * -

 

¿Estás escuchando Vladimir? No sólo soy yo quien te alerta del peligro al que expones tu vida —pensó el maestro de cristal, quien recibió una respuesta dentro de su propia mente.

Lo sé, pero no hay otra alternativa. Es mi deber como shaman y protector del mundo ponerle fin a esta batalla. Si se lo permitimos, esa mujer arrasará Bluegrad y quien sabe cuántos más reinos —respondió la voz del auténtico Vladimir—... Ésta será la última vez que uniremos nuestras almas, amigo mío. Sé que te prometí que no habría más necesidad cuando Terario obtuvo tu armadura, lamento no haber podido cumplir mi promesa —añadió con tristeza.

No, gracias a ti. Me alegra ser capaz de hacer algo más por esta nueva era, que sólo haberte ayudado a entrenar al siguiente santo de Acuario —agregó el maestro de cristal—. Fue un honor laborar contigo.

Entonces no lo dudes, yo también emplearé mi propio poder en este ataquelo animó el shaman—. Será un placer que me escoltes hacia el otro mundo. ¡Adelante!

 

* - * - * -

— No te preocupes por mí —fueron las tajantes palabras del maestro de cristal para Alexer—. El sacrificio es parte de la vida de todo guerrero, eso deberías saberlo. Si tienes miedo, entonces puedes marcharte.

Vladimir y Alexer percibieron el cosmos de la Patrono, el cual comenzó a romper la lava petrificada, como si fuera un cascarón.

— No digas estupideces… deseo matarla tanto como tú. Estoy contigo —dijo el marine shogun, elevando el poder de su cosmos—. Expondré mi vida tanto como tú lo haces. Derrotarla no lavará mi pecado hacia el señor Poseidón, pero complaceré mis propios deseos.

Vladimir lo imitó, encendiendo su cosmos. Permanecieron lado a lado, preparándose para el final.

 

La Patrono Danhiri emergió del capullo como el majestuoso fénix que resurge de las cenizas.

Se alzó al cielo con sus llameantes alas extendidas, gritando con clara furia y deseo de sangre.

Miró hacia donde dos insignificantes puntos se mantenían de pie, aguardando su actuar.

¡Ustedes…! —empezó a decir, rabiando desde el fondo de su ser. La furia se proyectaba en la extensión de sus llamas.

Las alas de fuego que la mantenían en el aire se abrieron de par en par en el instante en que su cosmos explotó, formando un gigantesco sol rojo por encima de su cabeza— ¡Sí que son un fastidio! ¡Extinguir sus insignificantes vidas no bastará para apaciguar mi furia! ¡Sólo hasta que transforme esta tierra helada en un reino volcánico, me sentiré satisfecha! ¡Vuélvanse cenizas! ¡Hecatombe solar!

 

De ese incandescente sol rojo, emergieron miles de rayos escarlatas que se precipitaron hacia el suelo, en una lluvia que fulminaría no sólo la zona de la batalla, sino que heriría a la tierra misma, generando sismos violentos y grietas por las que el magma natural, fortalecido y contaminado por Danhiri, emergería y se extendería por kilómetros.

— ¡Rugido Ártico de Kraken! —Alexer desplegó su técnica mortífera, la cual se transformó en una tormenta que subió hacia el cielo.

— ¡Aurora Execution! (¡Ejecución Aurora!) —lo secundó Vladimir, lanzando la mortal ráfaga de cristales emergentes de sus manos.

Aunado a ello, el poder espiritual de Vladimir actuó sobre el ambiente nevado; de la vasta alfombra de nieve, comenzó a desprenderse el intenso aire frío de la tundra. Como si los mismos espíritus de la nieve les ayudaran, la naturaleza también sopló su castigo invernal contra la Patrono y su fuego mortal.

 

Danhiri retuvo la respiración al ver cómo es que su técnica fue frenada por la tormenta de hielo, obligándola a retroceder.

¡No, no! ¡No seré vencida por esto! ¡¿Se creen tan fuertes como para creer que podrán apagar el sol?! ¡Nunca! —gimió enfurecida, empleando todas sus energías en vencer a los paladines de cristal.

El choque de hielo y fuego era un fenómeno por el cual el cielo sufría; se tornó oscuro, repleto de nubes rojas y centellas azules que rugían como dragones encolerizados.

 

Alexer y Vladimir no desistieron, mantuvieron todas sus fuerzas en alto, sin flaquear pese a que sus cuerpos comenzaron a cubrirse con escarcha helada.

— ¡Es tan fuerte…! ¡¿Cómo puede serlo?! —se preguntó Alexer, pesando en su ser un sentimiento de humillación que lo llevó a superar su propio limite, acrecentando el poder de la gran tempestad.

El misterioso maestro de cristal no tuvo más alternativa, creyó que con ese nivel de aire frío sería suficiente, pero comprobó que no había forma de salvar el cuerpo del shaman. Quizá fue un error dejarse llevar por el sentimentalismo, pero lo tuvo que intentar… En silencio, lamentó tener que destruir a Vladimir para obtener la victoria, pero había llegado la hora...

El maestro de cristal aspiró una gran bocanada de aire por la boca y, con un pensamiento, liberó por completo su cosmos, generando una oleada glacial que le otorgó todavía más fuerza a la tormenta de hielo. La tempestad al fin pudo continuar con su ascenso, extinguiendo el cosmos flamígero de la Patrono, hasta alcanzarla.

 

Danhiri resintió el golpe de la ventisca, pero su ser resistió la fuerza invernal. Gritó al sentir dolor pese a la carencia de un cuerpo físico.

Intentó protegerse una vez más con sus alas, para precipitarse a tierra y caer sobre los causantes de su dolor como una bomba. Sin embargo, conforme más se acercaba al origen de la tormenta, más sufría y sus llamas reducían su tamaño. Asustada, intentó alejarse, volar por encima de las nubes y escapar de la corriente glacial, pero una poderosa onda de aire sopló en su contra, obligándola retroceder en su vuelo.

Ese nuevo viento giró velozmente a su alrededor, arrastrando el frío, la nieve y los diamantes, atrapándola en medio de una gran esfera dentro de la que se comprimía y fusionaba todo el poder de los guerreros de cristal y de la misma naturaleza.

Incapaz de moverse, siendo vapuleada por el movimiento de todo ese poder concentrado, Danhiri escuchó una voz que no esperó volver a escuchar a través del cosmos.

Dijiste que mi viento sólo servía para acrecentar la fuerza de tus llamas, pero jamás imaginaste que también ayudaría a intensificar una tormenta de nieve.

¡Tú! —bramó ella.

Atrapada en esa prisión de aire frío, Danhiri no fue capaz de ver al maltrecho marine shogun de Hipocampo, de pie, junto a su compañero de armas.

 

Para cuando Tyler de Hipocampo recobró la conciencia, no tuvo mucho tiempo para comprender la situación. Pero, al percibir que Alexer luchaba contra la mujer que lo venció, no dudó en ir hacia allá en busca de respuestas.

Aun cuando el estigma de traidor recaía sobre Alexer, le bastó verlo pelear contra la enemiga de la Atlántida para prestarle su ayuda. Logró que su cosmos moribundo recobrara fulgor. Inspirado por la fuerza de los guerreros de cristal, alcanzó nuevos niveles al armonizarse con el poder de Vladimir y Alexer.

 

La fuerza cósmica de los tres guerreros desbarataba el cuerpo flameante de la Patrono, quien sentía cómo se dividía y se volvía a unir de manera descontrolada. En Danhiri despertó un horror que jamás creyó sentiría  en su vida. Cuando su mente y cuerpo comenzaron a desvanecerse por segundos, supo que su vida terminaría si la situación continuaba.

 

Fue tal y como lo previó el santo de Escorpión.

 

Antes de que las llamas de su cuerpo desaparecieran por la tempestad, la Patrono cambió, su armadura carmesí destelló una vez más sobre su cuerpo mortal.

Danhiri resintió un poco de frío en sus huesos, pero de una manera más leve y llevadera gracias a su zohar, su armadura eterna e irrompible. Se cobijó con tales ideas y promesas, creyendo que sólo tendría que esperar a que sus enemigos se agotaran y el infierno nevado terminara.

 

Allí viene —detectó el alma dentro del cuerpo moribundo de Vladimir—. Souva, espero tengas razón…

 

Danhiri optó por una posición fetal para resistir el golpeteo imparable de las ventiscas dentro de la esférica prisión, pero entonces, sin esperarlo, una figura se desplazaba por el paisaje ártico; corrió por el terreno en el que la tormenta era tan fría como para detener los átomos de la materia; saltó hacia la magnánima prisión de aire, introduciéndose en ella sin que su cuerpo se congelara por las fuerzas que allí giraban sin cesar. Danhiri lo vio entrar…

Como si el tiempo y el espacio se hubieran congelado a su paso, desprovisto del peto de su armadura dorada, ungido únicamente con su cosmos carmesí, Souva de Escorpión atravesó sin problemas todas las capas de hielo y tormenta para alcanzarla.

Danhiri sabía que no era el tiempo el que estaba corriendo de manera lenta, ni tampoco que había sido afectada por alguna técnica que engañara su percepción, sino que el santo de Escorpión se movía tan rápido que todo el mundo se detuvo alrededor suyo, incluyéndola.

 

Él caminó hacia ella, con una actitud presuntuosa, mostrándole las afiladas uñas escarlatas que adornaban sus manos.

Pese a las numerosas heridas que Danhiri infligió en el cuerpo del santo dorado, la que llamó su atención no era una de ellas: un agujero sangrante a la altura del corazón, del que no sólo emergía sangre, sino también un aura extremadamente caliente. Esa energía ardiente cubría todo su cuerpo… ni ella misma podría despedir ese tipo de calor.

Souva de Escorpión no se veía afectado por la letal tormenta. ¿Qué es lo que había hecho? ¿Cómo ocurrió tal cambio? ¿A quién le vendió su alma para ser capaz de llegar a tal nivel de habilidad? Se cuestionó Danhiri en las profundidades de su mente.

 

Con un color escarlata coloreando sus pupilas, el santo de Escorpión sólo musitó — Escorpión… de nueve aguijones ardientes…

Y como si su voz hubiera desvanecido el hechizo que detuvo el tiempo, los sentidos de Danhiri no pudieron captar los veloces movimientos con los que Souva la derrotó, sólo fue consciente de ello cuando sintió su sangre correr por diferentes puntos de su piel.

— ¡No…! —alcanzó a murmurar, antes de que su boca se llenara de sangre y la escupiera por el dolor.

 

Al percibir que el agresivo cosmos de la Patrono de Equidna casi desapareció, fue la señal para que Vladimir, Alexer y Tyler apaciguaran sus fuerzas y frenaran el infierno blanco que crearon en la Tierra.

Los cuerpos de los marines shoguns temblaban de manera incontrolable por el frío que penetró sus huesos y heló sus corazones; el errático aliento que emergía de sus narices y labios dibujaban una blanca neblina en sus rostros. Las scales perdieron sus hermosos colores brillantes, quedando en estado de congelación, perdiendo toda su fortaleza y vida.

Con los cabellos blancuzcos, Alexer cayó de rodillas al suelo, pero aferrado a vivir. Vio preocupado cómo es que Tyler cayó exánime a su lado, pero continuaba respirando.

— Lo logró… —escuchó decir a Vladimir, quien miraba en dirección a donde Souva se encontraba con la Patrono.

 

Lejos, en ese punto en donde segundos antes fue el centro sobre el que giró toda una mortífera tempestad, la nieve volvía a caer gentilmente del cielo nublado. El lugar de la batalla estaba impregnado por una neblina gélida y húmeda, que permanecería de manera perpetua en la zona.

El cuerpo de Danhiri se encontraba en el suelo, con manchas de sangre por doquier. Souva la miraba, de pie y listo para darle muerte, pues aun tras todos sus esfuerzos y poderes combinados, la mujer continuaba con vida, pero convaleciente.

El zohar, irrompible y eterno como aseguraban muchos, presentaba ocho perforaciones que se realizaron simultáneamente, en las hombreras, en los brazales, en las botas, en el peto y en el cinturón, siendo nueve impactos contando la que recibió limpiamente en la frente.

Las agujas ardientes del santo de Escorpión destruyeron parte de la coraza e hirieron profundamente el cuerpo de la joven que se resguardaba en ella. Aunque recibió una técnica letal, la resistencia de la armadura absorbió el daño suficiente para preservar la vida de su portadora.

 

Nadie involucrado en tan cruenta lucha, imaginó que todo resultaría tan bien. Actuaron más a base de presentimientos y fe, lo que fue la elección correcta, no la sensata, pero la atinada.

El zohar era capaz de resistir los vientos helados pero, a niveles subatómicos, la fuerza que sobrepasó el cero absoluto debilitó internamente la armadura, y su flujo constante le impidió sanarse lo suficiente como para resistir la técnica del santo de Escorpión.

Tales factores permitieron la derrota de Danhiri, quien abrió los ojos lentamente, buscando el rostro del rival ante el que había caído. Sentía su cuerpo destrozado por las nueve puñaladas que ardían infernalmente en su ser.

— ¿Cómo… cómo es que tú… te convertiste en el titán… que me venció…? —ella masculló, tosiendo—… No lo entiendo… estabas más muerto que vivo… y aun así… ahora… luces invencible…

Souva, todavía protegido por el ardiente cosmos carmesí que nacía de su pecho, le dedicó una mirada pacifica, digna de un vencedor que respetaba a un rival caído.

— No debes sentirte mal, linda. Fuimos varios contra ti… Se necesitaron cuatro guerreros, cuatro —enfatizó con los dedos—, para finalmente vencerte… Eso es admirable.

— Mordaz hasta el final… —musitó la mujer, riendo un poco.

— Además, nos llevaste al extremo de nuestras fuerzas… a poner nuestras vidas en juego, a lo prohibido —confesó—… No sé si mis amigos de allá sobrevivirán… pero yo te garantizo que te seguiré más pronto de lo que crees —dijo, sonriendo con extraña gentileza.

— ¿Por qué… te perforaste tú mismo el corazón? —Danhiri preguntó, descubriéndolo al verlo tan de cerca.

— Un truco que me enseñaron… con probabilidades fatídicas—explicó—... Es una vieja técnica, que le perteneció a un antiguo santo de Escorpión… él empleaba el fuego de su corazón enfermo, la llama de su misma vida, para incrementar la fuerza de todo su ser, de su cosmos… Así que, de esta forma, obligué a mi corazón a simular las condiciones necesarias que me permitieran ejecutar dicha técnica: Scarlet Needle Katakeo* —rió un poco para admitir que—… Aunque la cambié un poco con mis propios trucos, y la empleé con la más letal de mis técnicas…

— Una técnica suicida… Va con tu forma de ser —agregó la joven al haber escuchado con atención—… Siempre creí… que los guerreros que servían a los dioses, eran hombres egoístas… y mezquinos… Si hay mortales como tú en sus filas… quizá… —pero no se atrevió a terminar la frase. Apretó los labios, arrepentida, pues sería contradecir al señor Avanish y muchas de las creencias por las que había peleado.

— Mátame ahora… —pidió ella.

— Pensaba hacerlo…

— Te estás tardando… no sé si a propósito… o por lástima...

— ¿Últimas palabras? —inquirió el santo.

— Je, ¿de verdad las transmitirías? —preguntó ella.

— Todo por una dama…

Danhiri lo meditó un poco, pero al final negó con la cabeza —. No… ella sabe —determinó, cerrando los ojos en espera de una muerte digna, perdiendo por completo el sentido.

 

Entrenado como un fiero asesino, el santo de Escorpión no era la clase de hombre que dudara en eliminar a un oponente vencido. Entendía que para muchos guerreros, la muerte era preferible cuando la derrota llegaba… Aunque también habría perdonado la vida de la chica si ésta se lo hubiera pedido, pero no, ella estaba lista para una muerte honorable, y es lo que le daría.

Alzó la mano derecha, en la que su uña carmesí brilló con intensidad.

— ¡Anta…!

Sin embargo, el golpe fatal del Escorpión nunca llegaría al corazón de Danhiri, pues el brazo del verdugo fue desprendido de su cuerpo cuando una estela radiante pasó a través de él, rebanándolo.

 

Souva no pudo reaccionar a su pérdida, ni a ningún otro tipo de dolor cuando una serie de cortes, causados por una cuchilla invisible, se ensañaron sobre él.

El santo se tambaleó, confundido, sintiéndose mortalmente herido y cortado, mas sólo la herida de su brazo sangraba.

 

* - * - * - *

 

Calíope, la amazona dorada de Tauro, corría a toda velocidad para llegar al sitio en el que la mortal contienda terminó. Guiada por sus sentidos, con el cosmos del santo de Escorpión como su faro, abandonó el palacio Valhala; impulsada por sus sentimientos y no por la razón.

Se angustió todavía más cuando el cosmos de Souva, intenso y magnánimo, decayó a niveles alarmantes en un santiamén. Fue golpeada por un terrible presentimiento, sobre todo al recordar las últimas palabras de su aprendiz moribunda. Calíope decidió ser fuerte y se aferró a la idea de que podría cambiar el destino expuesto por la armadura de la Copa…

 

La amazona se detuvo en seco una vez que entró a la zona de frío extremo, pues el clima resultaba incómodo incluso para ella.

Avanzó con pasos rápidos, examinando el campo de batalla, notando a los tres hombres semicongelados a su derecha y, a lo lejos, otras tres siluetas más que permanecían inmóviles.

 

Distinguió que una de ellas era Souva de Escorpión, tendido en el suelo blanco, en un charco de su propia sangre. Calíope, sin importarle la identidad de la persona que socorría a la guerrera enemiga, decidió ir al lado de su compañero, asfixiada por una preocupación y congoja que no podía contener.

 

Presurosa, la amazona se arrodilló junto al santo de Escorpión, encontrándose con el rostro impasible de Souva, quien mantenía la vista en el firmamento.

— ¡Souva! —ella lo llamó, notando que sus ojos carecían del brillo vivaz que siempre caracterizó su espíritu. Era una mirada que Calíope reconocía perfectamente bien, la de alguien que estaba sumergiéndose en la interminable oscuridad del reino de la muerte.

— ¡Souva, aguanta, ya estoy aquí! —la amazona suplicó con desesperación. Sintiéndose incapaz de tocarlo, pero tenía que examinar su condición si quería sanarlo.

— ¿Calíope? —pronunció Souva, con una voz tan débil que casi se perdió entre la brisa del entorno—. ¿Preciosa… eres tú…? —insistió.

La amazona vio las numerosas heridas en el cuerpo del santo dorado; lo más misterioso eran las delgadas y casi imperceptibles marcas situadas sobre sus puntos vitales. Recordando viejas pláticas y experiencias al lado del santo de Cáncer, le permitió concluir que esas no eran heridas ordinarias, fueron infligidas para causar un daño más allá de lo que el ojo humano es capaz de ver… y de sanar.

— Sí, soy yo— respondió ella, sujetando la mano tambaleante que el joven alzó y llegó a palpar la máscara metálica que cubre su cara.

Souva sonrió de forma tan lastimera, que Calíope logró adivinar su último deseo. Sin dudarlo, la mujer apartó la máscara de su rostro, reteniendo la mano del guerrero contra su mejilla.

Souva de Escorpión esbozó una cálida sonrisa al momento en que sus dedos no tocaron una fría superficie, sino tibia y tersa piel—. Qué lástima… finalmente estás frente a mí… al descubierto… sin tu máscara, y yo —le acarició la mejilla con una ternura que la amazona no había sentido jamás en su vida, ni siquiera en aquel íntimo momento que compartieron en el pasado—… yo no puedo ver tu rostro —musitó, cansado y ciego—, pero de seguro… debe ser como siempre lo imaginé… muy hermoso…

Con lágrimas saliendo de sus ojos, Calíope logró hablar, intentando usar ese tono impaciente con el que siempre lo ha tratado — ¿Aun ahora no puedes dejar de decir tonterías como esas? —lo reprendió, con profunda tristeza—. Souva, no morirás aquí —dijo, más como un deseo que como una promesa. Sus lágrimas no eran desapercibidas para el santo, cuya mano helada dejaba de percibir el calor desbordante de su rostro.

— Preciosa… cuida de los demás… Protege… a los otros —Souva se esforzó para decir, cautivado por el vano aliento que Calíope intentaba darle, y por las lágrimas que mojaban sus dedos—. Dile al Patriarca que… me perdone…

Y, en un último susurro, esforzándose para no rendirse ante la muerte todavía, dijo—… Calíope —pronunció su nombre una vez más—, mis… sentimientos… Y-yo siempre… fu-i sin… cero… conti… go…

La cabeza del santo de Escorpión se ladeó un poco, dando una respiración final. Murió sin que sus ojos terminaran de cerrarse.

— … ¿Souva?… —Calíope masculló, incrédula ante lo ocurrido—. ¡¡SOUVA!!

 

 

FIN DEL CAPITULO 47

 

 

 

*Katakeo (o Katakaio) : En griego significa “quemar” o “completamente quemado”.

*Scarlet Needle Katakeo (o Aguja escarlata ardiente): es una técnica utilizada por Kardia de Escorpión en Saint Seiya Lost Canvas.

 

 

*******************************

En la "Dinámica de Fics - 2016" de este foro, el combate de Danhiri Patrono de Equidna VS Souva de Escorpión, Alexer de Kraken, el shaman Vladimir y Tyler de Hipocampo obtuvo el mayor número de votos, lo que lo hizo acreedor al primer premio como "Mejor Enfrentamiento Grupal"

Muchas gracias por su apoyo :D

 

mejor_enfrentamiento_grupal_2016_by_byta

 

 

Un año después, éste capítulo obtuvo el reconocimiento de MEJOR ESCENA DRAMÁTICA en la Dinámica de Fics-2017 por la escena de muerte de Souva de Escorpión. Gracias por su apoyo.

 

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Editado por Seph_girl, 20 abril 2017 - 00:59 .

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#197 carloslibra82

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Publicado 04 noviembre 2014 - 13:35

Noo, seph, mataste a Souva!! Bueno, es parte de una batalla a muerte. La verdad es q este capítulo me dejó impactado, el fic en general ha sido emocionante, pero este capítulo superó cualquier nivel. Ya quiero ver la continuación. Éste era el último episodio de este arco, cierto?? No sé cuanto le queda a tu fic, pero espero con ansias, como dije, lo q sigue. Q bueno q te fue bien en tus asuntos personales, me alegro. Saludos, y sigue así!!



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Publicado 11 noviembre 2014 - 16:54

Como siempre un capitulo excelente

 

me encanto esta batalla todos llevando sus fuerzas al limite como los guerreros que son

 

saludos

 

espero pronto la continuacion

 

saludos



#199 Seph_girl

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Publicado 04 febrero 2015 - 18:22

Alo mis lectores y visitantes.

¿Cómo están?

Seguro se asustaron un poco de que no hubiera actualizado desde Noviembre O.O, pero fueron meses muy ocupados y con decirles que en el mes de Diciembre anduve fuera de mi ciudad para ir a hacer mi examen de Cinta Negra en Tae Kwon Do, jejeje pero ya pasando esas pruebas, y la navidad, me puse a trabajar en la historia, y después mi pobre lector beta anduvo muy ocupado como para dejarme soltar este capitulo.

 

Muchas gracias a todos, la verdad que el capitulo anterior fue muy largo y pesado, pero quería que quedara muy bien, y veo que lo he conseguido pues aquí y en ff.net han dejado comentarios (pocos pero pues se agradecen)

Sé que para muchos, la muerte de cierto personaje fue inesperado, quizá creían que se iba a salvar, pero creo que llevaba ya muchos caps haciéndoles llegar el mensaje XD.

Ahora bueno, con este capitulo que está por venir se acaba oficialmente el Arc de la Atlantida y habrá que acomodar todo para comenzar la ultima Arc, la cual no será menos corta de lo que ya han visto, quizá hasta más larga ya que aún hay muchas cosas qué narrar.

 

Me despido dejandoles el siguiente episodio, el cual tiene que bajar el ritmo despues del capitulazo pasado jejeje espero no les aburra, pero capitulos así son necesarios.

 

Saludos a todos y gracias por leer :)

 

************************

 

El Santuario, Grecia, años atrás.

 

— ¿Qué es lo que no te gusta de mí, Souva?—. La amazona Calíope preguntó cierto día en que sus deberes cotidianos la llevaron a trabajar en conjunto con el aspirante a santo dorado.

La tarea era sencilla y se les asignó por mera casualidad, pues el tardío arribo de las provisiones al Santuario se efectuó casi al anochecer, y sólo por coincidencia es que ambos fueron avistados por la afectiva señora del Patriarca, Shunrei.

Al principio, sólo Calíope fue la señalada para la labor de organizar todo aquello en la bodega pero, de manera inesperada, Souva se ofreció como voluntario para ayudar.

Para Calíope fue extraño, ya que una labor rústica como esa no era algo propio de un futuro santo de oro.

 

En los once meses que Souva ha vivido en el Santuario, se hizo acreedor de una fama que a muchos les desagradaba, pero que a otros les simpatizaba. Calíope en un principio lo aborrecía, por la forma presuntuosa y frívola con la que abordaba a sus compañeras y a cuanta mujer tratara. Sin embargo, para la mayoría de las afectadas, pasaba como un chico encantador, coqueto sí, pero siempre un caballero que te sacaba una sonrisa o un bochorno inofensivo.

Así no es como un futuro santo de oro debería comportarse—, es lo que pensaba ella, y el día en que se lo hizo saber, sólo provocó que el chico la eligiera como blanco favorito.

Ella con un carácter estricto y fuerte, él con un espíritu despreocupado y desvergonzado, sólo producían chispazos en cada una de sus discusiones que terminaban en contiendas que el joven santo no tomaba muy en serio, pero Calíope sí.

 

Pero mientras más lo veía, y cuanto más lo enfrentaba, la amazona terminó por conocerlo tan bien como si fuera su mejor amigo, y ella llegó a contarle cosas personales que ni a su más cercana amiga en el Santuario le había confiado.

Al alcanzar ese punto de amistad, disfrazada con peleas y resentimientos, el joven paró de molestarla, tratándola con una neutralidad que la dejó aún más confundida. Por un lado se sentía aliviada, pero por otro, agredida.

Una vez que meditó sobre tal situación, Calíope entendió un par de cosas… mismas por las que se atrevió allí, ese día, a cuestionarlo.

 

— ¿Qué es lo que no te gusta de mí, Souva?

La inesperada pregunta obligó al joven Souva a detenerse, cargando en su hombro derecho un par de sacos de trigo. Le lanzó una mirada a la amazona, quien no estaba más que a sólo cuatro pasos de distancia.

El silencio y desconcierto en el rostro de Souva, llevó a Calíope a arrepentirse de lo dicho, pero decidió continuar.

— ¿Por qué ya no me miras cómo antes? —espetó, sintiéndose una completa tonta por lo que salía de sus labios—. ¿Por qué me evitas? Te has distanciado y… quiero saber la razón— continuó, para desconcierto de su compañero.

Souva se mantuvo en silencio unos segundos más, en los que dejó en el suelo el cargamento—. ¿De verdad hace falta que te lo diga, Calíope?— preguntó, avanzando hacia ella.

La amazona no se movió pese a que el joven se plantó justo frente a ella, obligada a levantar el mentón para sostenerle la mirada.

— De todas las mujeres que conozco, nunca imaginé que sería de ti de quien recibiría un reclamo como éste— dijo él, sonriendo ante la ironía—. Creí que serías más feliz si te ignoraba, ¿acaso no era lo que me pedías cada que me fracturabas la nariz? —alegó, pasando la mano por el medio de su rostro.

— ¿Pero por qué de pronto el cambio? Es decir, entendería que al fin escarmentaste, pero continúas siendo el mismo atrevido con todas las demás— ella dijo, molesta.

Souva alzó una de sus cejas ¿Y eso te provoca… celos? —musitó con galantería.

— ¡Po-por supuesto que no! —Calíope respondió lo más rápido que pudo, intentando sonar indiferente, pero sólo se escuchaba más nerviosa—. Sé que planeas algo, y quiero saber qué es. ¡Puedes engañar a todos, pero no a mí!

Souva rio divertido, era la primera vez que la segura y confiada Calíope tartamudeaba y flaqueaba de esa manera. Le parecía adorable.

— ¡No te burles de mí! —exigió ella, presionando su dedo índice contra el pecho del santo.

—. ¿Acaso no lo entiendes Calíope? —cuestionó el futuro santo dorado—. Ninguna de esas  mujeres son tú. ¿No fuiste tú quien me pidió que te dejara tranquila? ¿Qué dejara de hostigarte?— le recordó, sonriente—. Pues lo he hecho, y ahora ¿me reclamas? Es gracioso.

— ¿Qué tratas de decir?— cuestionó, confundida.

— Que eres la única a la que realmente tomo en serio.— Souva se atrevió a acariciar la máscara plateada de la amazona con el dedo.

Calíope se quedó sin palabras ante tal confesión; no sabía cómo reaccionar o si tenía que retroceder por ese atrevimiento.

— Las palabras de las demás se las lleva el viento, pero las tuyas, estoy dispuesto a obedecerlas con tal de que entiendas una sola cosa: de verdad me gustas.

En toda su vida, Calíope nunca había agradecido poder llevar una máscara sobre su rostro, gracias a ella pudo esconder el sobresalto de su expresión y el enrojecimiento de sus pómulos.

Souva estaba por proseguir con su discurso meloso, pero ella lo frenó, no estando dispuesta a caer en sus juegos. Bastó un leve empujón con la palma de su mano para evitar un acercamiento mayor.

— Ja, buen intento. Eso mismo le has de decir a todas y cada una de las incrédulas chicas que eliges para que se quiten la máscara frente a ti. Quizá yo deba quitarme la mía, así tendré la excusa para atormentarte toda tu vida, y finalmente matarte— Calíope amenazó, tocando con sus dedos la zona de la barbilla en la que su máscara puede desprenderse de su cara.

— Si quieres seguir tan vieja tradición no tengo objeción —él respondió a la amenaza con natural osadía—, así yo tendría un motivo para hacerte cambiar de opinión, y en vez de matarme desearás amarme.

— ¡Calla! —Calíope gritó, exasperada por tanta insolencia—. ¡Eres tan irritante, no tiene sentido hablar contigo que sólo juegas con los sentimientos de los demás!— lanzó de manera involuntaria un puñetazo contra Souva, quien no hizo el mayor esfuerzo por moverse.

Souva comprobó, una vez más, lo que decían de los duros nudillos de la amazona. Bajo esa fragilidad engañosa, escondía una fuerza tremenda a la que no se hacía resistente, por el contrario, podría jurar que le dolía cada vez más.

Calíope se tranquilizó al ver la sangre que salió por el labio y nariz del joven, preguntándose por qué no lo había esquivado, como la hacía la mayoría de las veces. Sintió cierto pesar, pero al ver que el chico en vez de reclamar sólo le sonreía como un bufón terminó diciendo : Lo mereces, y lo sabes— espetó, ocultando su arrepentimiento. Ella esperó que Souva añadiera algo más, pero no, él sólo se quedó allí, parado, ni siquiera hizo algo por limpiarse la sangre o quejarse de manera caricaturesca.

— No tienes remedio…— ella musitó finalmente. Sacó un pulcro pañuelo que llevaba en su uniforme y con él limpió la sangre de su compañero.

Souva se permitió la atención, mirándola en silencio sólo hasta que—. ¿Qué es lo que te disgusta de mí, Calíope?— preguntó de pronto, para desconcierto de la amazona. La joven se abstuvo de contestar hasta que completara su labor—. Ya que estamos siendo sinceros después de mucho tiempo, es justo que respondas.

— Podría enumerar mil cosas— dijo ella.

— Tengo toda la noche para escucharlas, todas— el santo pidió.

Calíope parecía incómoda por la situación, pero decidió seguir en el debate que ella misma inició—. Para empezar, eres un mujeriego que no muestra respeto por las mujeres.

Una. Pero vamos, di algo que no me hayas dicho ya —respondió el santo pelinegro.

— Es que es la más irritante, y si no lo remedias nunca nadie podrá tomarte en serio.

— Entonces, dime ¿qué es lo que te gusta de mí? —Souva cambió la cuestión—. Algo debe de haber para que te muestres interesada.

— ¡No digas disparates! —Calíope rio—… Eres un fastidio para el Santuario, vergüenza debería darte.

— Vamos, una única cosa…— el santo insistió, atreviéndose a tomarle la mano.

Calíope nunca se lo había permitido, tal movimiento siempre terminaba con un rechazo automático o una llave bien elaborada, pero en esa ocasión su cuerpo no reaccionó de una forma violenta, sino que deseó sentir más.

Aquella fue la primera vez que la amazona se permitió sentir lo cálidas que las manos de un hombre podían llegar a ser. Las manos de Souva eran ásperas y con algunas cicatrices, indicaban una vida dura, un entrenamiento arduo y con ello una vocación auténtica hacia el Santuario.

 

El silencio se prolongó más de lo debido, logrando que la guerrera confesara tras muchos intentos de reprimirlo—. Eres apuesto, ¿está bien? ¿Feliz? Ya lo dije, ahora suéltame— dijo, zafándose.

— Hmmm eso es suficiente, por ahora —el joven le permitió retroceder—. Significa que deberé esforzarme más para que te enamores completamente de mi —dijo con un gesto pensativo y optimista—. ¿Quieres saber lo que me gusta de ti?— preguntó.

— ¿Tengo remedio?— Calíope fingió desinterés—. Anda, dilo.

— Aparte de tu linda figura, me encanta la forma en como ríes — explicó, desenfadado—. Esperaré el día en que me permitas ver tu sonrisa, pero hasta entonces, vamos, quizá la señora Shunrei no se moleste, pero si no acabamos con esto, de seguro el pesado de Albert sí lo hará.

El joven se volvió para proseguir con la tarea encomendada, pero se detuvo cuando la luz del lamparón que iluminaba la estancia se extinguió por el soplido de unos labios.

Souva se volvió un poco hacia Calíope, pudiendo distinguir su silueta en la oscuridad.

— Tal vez no estoy lista para mostrarte mi rostro pero… yo quiero…— la amazona musitó, sin poder repetir lo que su corazón en verdad deseaba.

Souva sintió cómo su compañera lo sujetó por el rostro, atrayéndolo hacia ella. Calíope probó los labios de ese joven atolondrado, el primero en su vida, y fue tan placentero como siempre pensó que sería, sobre todo cuando el joven santo le acarició la cara, sin máscara, en la oscuridad.

 

 

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Capítulo 48

El mensajero

 

Cerca de Bluegrad.

 

La amazona dorada de Tauro sollozaba sobre el rostro del finado santo de Escorpión. Intentaba en vano reprimir el llanto y las lágrimas que se helaban una vez llegaban a su barbilla.

 

Paralela a ellos, una mujer yacía en el suelo mientras que un hombre encapuchado la atendía, tal cual Calíope intentó con el santo de Escorpión. La diferencia era que Danhiri, Patrono del Zohar de Equidna, viviría un día más.

Aun inconsciente, la Patrono tosió, siendo el sonido que Calíope necesitó para, al fin, recordar la verdadera situación en la que se encontraba.

La amazona se mantuvo de rodillas, mirando el cuerpo del santo de Escorpión, a quien le cerró los ojos con suavidad. Lanzó un vistazo por encima del hombro, contemplando al individuo de capucha blanca que le daba la espalda.

— Tú —musitó la amazona que, aunque sonaba calmada, sus ojos verdes destellaban con gran furia— … ¿fuiste tú quien asesinó al santo de Escorpión? —cuestionó.

El hombre enderezó su espalda y giró un poco el rostro hacia la guerrera dorada. Su pálido mentón y blanca dentadura se movieron para responder—. Tú misma lo has dicho —con voz calma.

A la velocidad impresionante que un santo de oro puede moverse, Calíope empleó la técnica que la constelación de Tauro ha perfeccionado durante eras.

A tan corta distancia, con esa cantidad de cosmos y deseo de venganza, el cosmos de la amazona de Tauro habría pulverizado a cualquier enemigo, pero ese hombre no era cualquier persona.

 

Por encima de sus sentimientos de sorpresa e incredulidad, una gran frustración se apoderó de ella cuando su puño dorado se vio obstruido por una barrera, invisible para los ojos humanos, pero la fluctuación del cosmos era visible para los diestros guerreros.

La energía que protegía al encapuchado atrapó el brazo de la amazona, sin permitirle avanzar ni un milímetro más.

Las ondas cósmicas revolotearon los cabellos y ropas de ambos, desenmascarando a quien Calíope desconocía era el individuo al que los Patronos llamaban “su señor”.

Sin temor alguno, Avanish contempló los nudillos de la mujer a tan escasos centímetros de su boca.

Se miraron a los ojos, en un silencio atroz en el que Calíope comprendió tardíamente la razón por la que Souva de Escorpión fue derrotado por ese hombre; y Avanish descubrió la historia detrás de esos ojos llenos de odio y amargas lágrimas.

— ¿Esta es —comenzó a decir el peligris—… la fuerza con la que pretendes vengar a tu ser amado? —cuestionó con la seriedad propia de alguien quien asiste a un funeral.

Calíope no pudo ni terminar de rechinar lo dientes por el coraje que sintió, cuando un estallido vapuleó su cuerpo.

— Qué lástima —musitó el hombre de ojos rojizos, no reteniendo más la respuesta de su poder ante el intento de agresión.

La amazona de Tauro fue impactada por su propio cosmos y fuerza, los cuales le fueron reflejados.

Escuchó su armadura crujir, manteniéndose unida sí, pero el dolor creciente en su pecho y estómago la llevó a vomitar sangre en cuanto cayó en la nieve, muchos metros atrás.

— Ése es el alcance de tu odio hacia mí. Ya que lo sufriste en carne propia, medita si crees que es suficiente para hacerme desaparecer tal cual exige tu corazón —Avanish le pidió.

La amazona logró erguirse con cierta dificultad, resintiendo dolores en distintos puntos de su cuerpo que sangraban por debajo de su armadura.

— Tú —dijo con gran resentimiento, absteniéndose de volver a atacar de forma tan imprudente. No por nada sus sentidos le alertaban que se encontraba ante un gran peligro—… ¡¿quién demonios eres tú?!

Avanish ya se encontraba de pie, sosteniendo en sus brazos a la inconsciente Patrono de Equidna.

Calíope de Tauro percibía la abrumadora cosmoenergía que rodeaba a ese joven de rostro inofensivo. Dicha sensación la ha experimentado antes, forzó su mente para recordar dónde.

— Puedes llamarme Avanish —respondió con una media sonrisa—. No temas, querida, no es mi intención lastimarte más, a menos que seas tú quien busque lo contrario. Por favor, abstente. No me sería placentero tener que tomar una segunda vida el día de hoy…

— ¿Ahora eres considerado? —Calíope sintió gran indignación al escucharlo—. ¡¿Crees que te dejaré escapar así nada más?! ¡Nunca! —gritó, alterada y dispuesta a todo.

Antes de que repetir el mismo error, una mano la sujetó inesperadamente por el hombro, deteniéndola.

Al volverse, Calíope vio a un hombre desconocido, que con gesto de preocupación le habló —: Detente. Lamento decirlo pero no tienes probabilidades de vencerlo, mucho menos en tu actual condición —aconsejó, para turbación de la amazona que no pensaba fiarse de un total extraño.

— Deberías escuchar a esa alma en pena, guerrera de Atena —pidió Avanish, con la intención de marcharse—. En honor al hombre al que aquí le quité la vida, te permitiré conservar la tuya.

— “Avanish” —repitió el hombre junto a Calíope—, el primer Shaman King. Ahora entiendo, tú eres la razón por la que el señor Yoh se marchó sin confiarnos su paradero, ni siquiera a nosotros, sus oficiales de mayor rango. ¿Por qué has regresado? ¿Por qué te has convertido en la fuente de maldad que intenta ahogar este mundo en penas y caos?

— “Vladimir”, ¿cierto? — dijo Avanish con tranquilidad—. Esas cuestiones sólo tu maestro deberá responderlas, yo —calló de pronto, meditando algo que poco a poco comenzó a ser murmurado por sus labios—… he realizado un movimiento imprevisto, me pregunto cómo es que él usará este acto a su favor —caviló en voz alta, para confusión del shaman—. ¿A quién de los míos sacrificarás, Asakura, a quien de todos los demás salvarás? Será interesante de ver… —Fueron sus palabras antes de desaparecer.

— ¡No! — clamó Calíope, avanzando unos cuantos pasos, esperando poder percibir el cosmos del enemigo para perseguirlo, pero todo intento fue inútil—. ¡Lo has dejado escapar! —Frenó, volviéndose hacia el shaman.

— Guerrera de Atena, en estos momentos lo más importante para mí es preservar el mayor número de vidas posibles. —Vladimir, carente de heridas y escarcha, explicó con paciencia—. Respeto tu sentir, pero también debes de respetar el de aquellos que aquí han caído. Dudo que al santo de Escorpión le complazca que mueras ahora, a su lado; por lo que te suplico que vuelvas en ti, hay otros que te necesitan. — El shaman señaló las tres siluetas que se hallaban a los lejos.

El furioso corazón de Calíope se resistió a tal petición, dándole la espalda al shaman. Pero al contemplar una vez más el cuerpo del finado santo dorado, entendió que aunque no pudo llegar a tiempo para salvarlo, todavía podía hacer algo por los otros valientes que lucharon a su lado.

— ¿Quién era ese hombre? —preguntó Calíope, luchando por serenarse —. Lo llamaste Avanish, por lo que lo conoces… Dime, por favor —pidió, pero ante la falta de respuestas, se giró con brusquedad, dispuesta a utilizar la fuerza para extraer de él la información ansiada. Sin embargo, el shaman ya no estaba allí.

Lo buscó con sus sentidos, pero las únicas cosmoenergías que podía sentir eran las dos que provenían de la dirección que Vladimir señaló.

 

Confundida, la mujer avanzó hacia donde yacían los sobrevivientes. Al llegar a ellos, sólo Alexer mantenía algo de conciencia, por lo que el regente de Bluegrad pudo mirarla al rostro. La débil vista de Alexer, así como la reciente perdida de uno de sus ojos, ocultó la faz de la amazona de Tauro con la misma efectividad que la máscara dorada que dejó atrás.

El marine shogun de Kraken intentó pronunciar palabra, pero terminó desmayándose a sus pies.

Los dos marines shoguns vivían, en cambio, del tercer individuo no percibió vida. Aun así, Calíope buscó un pulso en su cuello.

El cuerpo congelado de ese hombre se mantenía asombrosamente en pie, ¿cuántas veces no había escuchado soñar a sus compañeros con terminar de esa manera tras una batalla? Era una imagen digna para cualquier guerrero que luchó hasta el final, sí, pero a la vez un cuadro triste.

Conforme sentía pena por el guerrero congelado, se percató de algo, el cadáver… era el mismo individuo que momentos antes se interpuso entre ella y el hombre que mató a Souva de Escorpión.

Buscó encontrarle un sentido, pero una vez más su amistad con el santo de Cáncer le permitió aceptar que, por unos instantes, trató con un espíritu errante.

 

*-*-*-*-*

 

Asgard, cerca del Palacio Valhala.

 

El santo de Acuario se desplazaba lo más aprisa que su cuerpo lastimado le permitía, resintiendo en cada paso y respiración una agonía que celosamente acallaba en su interior. Sólo las  gotas de sangre que se deslizaban fuera de su armadura fracturada eran evidencia de su auténtica condición.

Aun sabiendo que en el palacio le esperaba un enemigo del calibre de Nergal, jamás pasó por su cabeza huir.

Divisó el palacio conforme ascendía por una larga pendiente, intentando que sus sentidos llegaran hasta allá, en busca de aquellos que eran el centro de su preocupación.

De no haber extendido su cosmos justo en ese instante, quizá sus cansados sentidos no habrían percibido el peligro que se dirigía a él por la espalda, en forma de haz de luz.

En su debilidad no podría evitar el impacto, pero sí que le atravesara el corazón. Un rayo de brillante luz pasó a través de su clavícula izquierda, provocándole un dolor tan intenso que casi se desmayó.

El impacto lo empujó, tumbándolo al suelo. El santo de Acuario intentó ponerse de pie, pudiendo ver una flecha dorada incrustada en la superficie nevada, revestida por un fulgor celestial que resaltaba entre la blancura de la nieve.

— Oh, mis felicitaciones, santo de Atena. Aun tras tu agobiante victoria, pudiste detectar y eludir mi flecha —escuchó de alguien, cuya sombra proyectaba desde las alturas mientras descendía a tierra—. Debí anticipar que la gracia de Niké no permitiría que un campeón como tú muera de forma tan infame, no tras la gloriosa batalla de la que fuiste partícipe.

Terario lentamente se giró, a tiempo para ver que un hombre, rubio y envestido por una corta túnica blanca que cubría una armadura platinada.

Frente a él, Terario tenía a un joven alto y delgado, de facciones delicadas y hermosas; su voz poseía un timbre melodioso, pero a la vez firme y amenazante.

—… ¿Quién eres? —Terario preguntó, buscando ganar tiempo y recobrar algo de sus fuerzas. Mas la energía que pudo haber en su cuerpo salía rápidamente con la sangre que borboteaba de su reciente herida.

— Soy sólo un mensajero, mi nombre carece de total importancia. Es la voz y el mensaje de quien represento lo que es realmente trascendental —en las manos del hombre rubio se materializó una lira de oro con incrustaciones de zafiros y esmeraldas.

— ¿Eres un Patrono?... No —Terario se respondió a sí mismo, pues los enemigos que ha enfrentado reflejaban una clara humanidad, en cambio ese hombre parecía provenir de una dimensión diferente.

— Ellos son mi presa tanto como tú lo eres, santo de Atena —el rubio añadió, deslizando su mano por las cuerdas, que desprendieron un inusual zumbido—. Ya que te negaste a recibir la bendición de mi flecha, morirás por la crueldad de mis cuerdas.

Antes de poder decir algo más, Terario se perturbó al percibir cómo ese único zumbido absorbió el resto de los sonidos a su alrededor, quedando sumido en un vacío desconcertante en el que incluso la voz de sus propios pensamientos se perdió.

De manera súbita, sintió que una onda estalló dentro de su cabeza, tan profundo, tan terrible, que la prolongada onda de dolor contorsionó su cuerpo y alteró el resto de sus sentidos.

Terario cayó sobre la nieve, con su cuerpo convulsionándose por las ondas que se inyectaban en sus oídos, viajaban a través de su sistema nervioso y atrofiaban todo lo que se encontraba conectado a él. De forma intuitiva intentó cubrirse las orejas, pero sus manos temblorosas no mitigaron en nada su dolor.

 

Al guerrero de armadura platinada le bastó un solo desliz de sus dedos sobre las cuerdas para reducir al santo de oro en un despojo incapaz de defenderse. El rubio no repitió la acción de inmediato, pues había algunas cuestiones que discutir.

— Con tal simplicidad no evitarás tu condena —su voz permitió que el resto de los sonidos volvieran, aunque las dolencias del santo permanecieron—, pero el descanso eterno llegará a ti más pronto si cooperas conmigo.

Terario de Acuario luchó por alzarse, mas sus brazos apenas levantaron un poco su torso y cabeza.

— El príncipe de Asgard —prosiguió el arpista—, ¿qué ha sido de él?

El santo se intrigó al descubrir que ese hombre compartía un mismo interés con los Patronos—. ¿Qué puede buscar alguien como tú… con ese niño?

— Limítate a contestar, no a cuestionar — el rubio volvió a hacer temblar las cuerdas de su arpa, ocasionando ese mismo vacío de sonidos que comprimió la cabeza del santo de Acuario.

Terario se retorció de dolor una vez más, intentando contraatacar. Pero en cuanto su cosmos dorado lo cubrió, el arpista prolongó el vaivén de sus dedos sobre el arpa celestial.

La agonía se intensificó, produciendo una marejada de dolor que sus sentidos apenas pudieron resistir. Terario perdió la vista dentro de ese limbo silencioso en que sus gritos sólo eran escuchados por el guerrero de cabello rubio.

El santo de Atena pudo descansar cuando su enemigo pausó el castigo musical.

— Un santo dorado se interpuso en nuestro camino antes, llevándose a ese otro infante de cabellos de sol —reveló el arpista, perdonando la vida del pelirrojo por unos segundos más—. Fue afortunado, ya que durante la persecución una guerrera se unió a la disputa e impidió que le diéramos alcance. ¿Deberé llevarle a mi señor la misma noticia? —se cuestionó en voz alta—. ¿Que los mortales impidieron una vez más que efectuara mi misión? Será una gran ofensa —murmuró.

 

Distraído en sus cavilaciones, el arpista permitió que Terario se concentrara lo suficiente para desplegar un ataque de hielo.

El arpista ni se inmutó cuando la corriente glacial estuvo a poco de golpearlo, bastó una mirada suya para que el torrente se dividiera en dos, evitándole cualquier daño.

El debilitado santo maldijo en su interior, en tan lastimero ataque gastó las reservas de su energía.

— ¿Aún tienes fuerzas para luchar? —el arpista cuestionó—. Parece que la afamada voluntad de los santos de Atena es auténtica. Está bien, si no me dejas otra alternativa, deberé quebrar primero tu cuerpo y mente antes de continuar. Ése es el destino que has elegido, padece ante la melodía de Hera, mi Réquiem del Poder.

 

Terario volvió a quedar ensordecido por el dolor que se clavaba como agujas por sus canales auditivos, expandiéndose por toda su cabeza. Intentó resistir, pero no pudo reprimir los gritos sofocados que emergían de su garganta. Su sentido de la vista, oído y tacto se desvanecían rápidamente, conforme una fuerza descomunal oprimía su cuerpo. Sentía que su dañada cloth vibraba sin parar, cuarteándose cada vez más a causa de la melodía malévola.

De pronto, las hombreras doradas estallaron en pequeños trozos, iniciándose una reacción en cadena que avanzó por el resto del ropaje sagrado. Los tímpanos del santo de Acuario reventaron al mismo tiempo en que su armadura se despedazó.

 

El arpista detuvo las cuerdas de su arpa tras escuchar el último alarido de su enemigo, quien terminó totalmente inconsciente en el suelo.

El guerrero recapacitó por un momento, quizá había exagerado un poco. Dio un par de pasos hacia Terario, con la intención de reanimarlo sólo para lograr su objetivo, pero una voz lo detuvo.

— ¡No! ¡Basta, por favor, ya basta! —escuchó de una mujer.

El hombre contempló cómo una joven rubia, envuelta en un abrigo morado, descendía presurosa por la colina nevada. Proveniente del palacio, ella se abalanzó sobre el cuerpo del moribundo santo de Acuario.

La joven se expuso como un escudo sobre el pelirrojo, valiéndose sólo de su frágil cuerpo para defenderlo.

— ¡Se lo suplico, no le haga más daño! —ella pidió, mirándolo fijamente a la cara.

El guerrero permaneció estoico ante la petición, ligeramente cautivado por el rostro compungido de la joven que intentaba mostrarse valerosa, pero temblaba de pies a cabeza.

— Es suficiente… piedad —Natasha insistió.

— Mujer, ¿por qué te entrometes? —el arpista cuestionó, respetando la vida de la bella mortal aun por encima de su deber—. Deberías saber que la tragedia persigue a aquellos que sirven a los dioses. Apártate, no permitas que el infortunio de este hombre te arrastre con él a las puertas del Hades.

Natasha negó frenéticamente con la cabeza, aferrándose aún más a Terario —. No lo haré, Terario… Él… yo no podría…. —dijo, atragantada.

El arpista conocía sobre el amor, pues él experimentó uno muy grande, pero a la vez catastrófico. Su corazón humano le permitió sentir empatía por los sentimientos de la joven, y al mismo tiempo lo llevó a recordar a su antiguo amor… Aquella mujer que fue su premio, pero a la vez su perdición.

 

Una vez más, Natasha fue testigo de eventos que estaban fuera de su comprensión y que jamás podría explicar: el entorno alrededor del guerrero rubio se deformó de manera inesperada, reemplazado por un vacío estrellado que buscó engullirlo.

Un gesto de sorpresa alzó las cejas del arpista, sobre todo al ver cómo es que detrás de la chica y el santo de Acuario apareció un hombre revestido por una armadura dorada.

Sabiéndose descubierto, el recién llegado abandonó el sigilo y empleó su técnica secreta —¡Another dimension! (¡Otra dimensión!)

 

El velo interdimensional se distorsionó sobre el misterioso arpista, arrastrándolo hacia el interior de la abertura a otra dimensión. Hubo un instante en que él pudo resistirse, pero desistió al ver a la chica a los pies del guerrero de armadura dorada, sabiendo que cualquier contraataque sería fatídico para ella.

Con una expresión confiada, el arpista desapareció dentro del campo estrellado. El vórtice dimensional se cerró en ese mismo instante y el entorno regresó a la normalidad.

 

Aturdida por los sonidos y visiones, Natasha se sobresaltó al resentir la sombra que cayó sobre ella. Un grito de espanto escapó de sus labios de forma involuntaria, pero al distinguir su ropaje dorado calló.

— Tú-tú —la chica tartamudeó—… eres un…

— Mujer, donde algunos admirarían tu valentía, yo reprocharé tu insensatez. ¿En qué estabas pensando?

Natasha se intimidó ante la dura expresión del hombre de cabello azulado.

— Por fortuna, actué a tiempo, de lo contrario ambos estarían muertos, como la trágica pareja de una epopeya—el hombre le dijo a la joven, quien continuaba confundida y aferrada al inconsciente Terario.

Natasha permaneció sin palabras, sólo el temblor que le recorría el cuerpo reflejaba su estado.

— Es mejor que salgas de tu estupor, ese hombre podría regresar en cualquier momento.

La idea de volver a encarar al arpista la hizo temblar aún más, por lo que sacudió la cabeza para decir—: Sí… Terario está muy malherido… necesita atención. Tú… ¿eres un santo también?

Él asintió. — Puedes llamarme Albert.

 

/ * - * - * - * /

 

Reino submarino de Poseidón, la Atlántida.

 

Sorrento de Siren avanzaba lleno de dudas por entre los valles y arrecifes de corales.

En el instante en que él y el Emperador Poseidón fueron libres del embrujo en el que fueron sumergidos, su señor le mostró la ubicación y condición de cada uno de los guerreros, marinos y aliados, que lucharon para defender la Atlántida.

En cuanto el dios del mar puso esas imágenes en su mente, Sorrento recibió una orden silenciosa, misma que le obligó a partir, lejos del Emperador y la batalla.

Sin palabras, Sorrento aceptó ir, pero conforme más se alejaba y las cosmoenergías estallaban en la distancia, el arrepentimiento frenaba sus pasos.

Enoc de Dragón Marino y Caribdis de Scylla se dirigían al Palacio; Behula de Chrysaor estaba inconsciente y herida pero fue salvaguardada en un sitio seguro; Nihil de Lymnades, Alexer de Kraken y Tyler de Hipocampo se hallaban en la superficie; y los santos, uno de ellos estaba ileso mientras que el otro agonizaba.

El marine shogun sabía que éste último era quien acaparó un pensamiento de preocupación en la mente del Emperador, disparado por una promesa que ni la fusión de entidades desapareció de la mente del Olímpico.

Sorrento era el único de los marines shoguns que entendía el peso de aquella promesa, tanto como para ignorar su deber primario hacia el Emperador y la Atlántida, por ello fue elegido.

 

El flautista se detuvo ante los límites de un profundo desfiladero humeante. Aunque la batalla había cesado en ese lugar, las fuerzas cósmicas que allí estallaron continuaban latentes. El sitio quedó irreconocible, grandes grietas devastaron la vegetación marina y erosionaron la tierra hasta deformar por completo el escenario.

 

Sorrento distinguió al otro lado de la gran brecha a un hombre envestido por una armadura de plata.

 

Aristeo de la Lyra permanecía acuclillado junto a un desmayado santo de Capricornio.

Aun con su velocidad y grandes reflejos, Sorrento de Siren no logró reaccionar a tiempo cuando el santo de la Lyra precipitó su dedo índice derecho contra el pecho del indefenso santo dorado.

Cuando Aristeo se dispuso a repetir la acción le fue imposible, pues la mano de Sorrento se cerró sobre su muñeca como un grillete, impidiéndoselo.

 

Las botas de su scale sagrada se mancharon con el charco de sangre que había alrededor del joven santo de Capricornio, mientras que el santo de plata se sobresaltó un solo segundo por la repentina intervención del marine shogun.

Sorrento miró con congoja el cuerpo ensangrentado y repleto de cortaduras del inmóvil chico pelirrojo.

El santo plateado movió ligeramente su brazo, intentando recuperarlo, pero Sorrento sólo lo apretó con más fuerza antes de hablar.

— ¿Qué te propones? ¿Esta es la manera en la que los santos muestran piedad a un hermano caído? —cuestionó con severidad, viendo la reciente herida en medio del pecho de Sugita, aquella por la que el dedo de Aristeo se encontraba manchado con su sangre.

— No es lo que crees —el santo de plata respondió de inmediato con tono pasivo, manteniéndose de cuclillas, sin ejercer ninguna clase de resistencia—. Sólo míralo, está a punto de desangrarse, morirá si no hacemos algo pronto. Ni tú ni yo somos médicos o conocemos técnicas de curación, ¿me equivoco?

Sorrento no respondió con palabras, pero a través del contacto que ejercía su mano, la respuesta llegó al santo de la Lyra.

— Pero si me lo permites, puedo prolongar el tiempo que le queda de vida para que reciba la atención que podría salvarlo —Aristeo prosiguió.

— ¿Cómo?

— Necesito dos cosas de ti— el santo explicó, manteniendo sus ojos ciegos cerrados—: que confíes en mí, pero más importante, que liberes el brazo que estás a punto de partir en dos.

Sorrento de Siren decidió confiar al entender que no tenía otra alternativa. En la actual condición de la Atlántida, era posible que la asistencia médica no pudiera llegar a tiempo para salvar la vida del santo de oro.

 

Aristeo palpó por unos segundos su muñeca una vez que fue liberada —. Nosotros, los santos, estamos ligados a nuestra constelación guardiana desde el momento en que manifestamos el cosmos, tanto que en nuestros cuerpos existen determinados puntos cósmicos que representan cada una de sus estrellas —explicó, volviendo a centrarse en el moribundo Sugita, quien palidecía cada vez más—. Hay quienes utilizan este conocimiento para causar un daño irreparable en nuestros cuerpos, pero hay otros que los usan para sanarnos.

El santo de plata hirió un par de veces más el cuerpo de Sugita ante la angustiada mirada de Sorrento de Siren. Cada pinchazo lo sintió como suyo.

— No es mi campo, pero con esto se reducirá el flujo de sangre que escapa de sus heridas. El resto dependerá sólo de él y de la ayuda que le sea brindada.

Aristeo fue cuidadoso en cada perforación. Aun sin ser un experto, la sensibilidad que su ceguera le permitía hacia el universo bastó para detectar los puntos cósmicos del santo de Capricornio y lograr lo prometido.

 

Sorrento fue testigo de cómo es que, aunque las heridas se encontraban abiertas, la sangre dejó de manar de ellas; incluso el inerte muchacho dio un leve suspiro que reveló que aún había vida en su ser, una esperanza de sobrevivir.

— A través de uno de los Patronos, pude presenciar la culminación de cada batalla que el día de hoy se libró para salvaguardar el legado de los mares y la vida del señor Poseidón —pronunció Sorrento al instante en que levantó al santo de Capricornio en brazos—. Su asistencia en esos momentos de necesidad es algo que jamás olvidaremos, santos de Atena.

— ¿Crees que a partir de hoy una alianza más sólida y duradera entre el Santuario y la Atlántida sea posible? —Aristeo preguntó.

— Sólo el Emperador tiene la última palabra, pero estoy seguro de que él no dejará pasar esta afrenta… los Patronos tienen sus días contados —Sorrento aseguró con frialdad.

 

*        - * - *

 

Cuando la ira de Poseidón penetró las defensas de la gruta secreta, Tara creyó que su fin estaba próximo, olvidando que sus visiones no la habían sentenciado a ella a morir… Lo recordó cuando Abaddon, su eterno protector, se interpuso entre ella y el mortal resplandor.

Dentro del estanque sagrado, las imágenes llegaron a su mente como si sus mismos ojos ciegos fueran testigo del momento en que el Patrono de la Stella de Briareo fue golpeado por el fulgor divino que le atravesó el pecho con clara facilidad, agujerando la stella del guerrero enmascarado, su cuerpo, tejidos y órganos, hasta salir por un punto de su espalda. El resplandor continuó precipitándose hacia la Patrono, con menos fuerza e intensidad tras haber forzado su entrada a aquella cámara subterránea de propiedades místicas, pasado a través de la stella y más aún, adentrándose al estanque de origen sagrado.

El estupor y la inexperiencia la mantuvo inmóvil, pero el instinto de supervivencia la llevó a expulsar su poder a través de un alargado grito que se extendió por el espacio blanco de la dimensión.

Misteriosas fuerzas actuaron dentro del limbo, y desvanecieron el haz luminoso en partículas.

 

Abrumada, las circunstancias la llevaron a tomar decisiones precipitadas. Con su poder sólo sería capaz de salvar una vida, de entre todas las que se extinguían en sus visiones. Ella eligió, pero se negó a tal limitante, forzosamente debía ser capaz de salvar más.

Salió presurosa del estanque, pisando la sedosa hierba del jardín que lo rodeaba. Extendió su poder hacia el convaleciente Abaddon, deteniendo el tiempo de su cuerpo, evitando que muriera por la herida en su pecho.

Llorosa por los angustiantes eventos, con las manos vertió agua del estanque sobre la herida de Abaddon. Le apartó la máscara y le dio de beber poco a poco.

Tara respiraba con dificultad, su rostro sudoroso y con expresión afligida reflejaban el gran esfuerzo que hacía por mantener su poder al máximo.

Conforme los minutos pasaban, su respiración se volvió cada vez más sonora e ineficiente, su ceguera la protegió del espanto que le ocasionaría ver lo demacrado de su aspecto, y la forma en la que el intenso azul de su cabello perdía brillo y se aclaraban algunos de sus mechones.

— Deténgase señorita Tara, es suficiente— escuchó dentro de la caverna.

Con alegría, la sorprendida Patrono giró el rostro hacia donde percibió al recién llegado.

— Caesar —ella musitó, pudiendo imaginar en la negrura de su visión al Patrono de Sacred Python; ileso, sano y envestido con su espectacular zohar oscuro—… pudiste regresar.

— Escuché su llamado, y fueron sus deseos los que me trajeron aquí… pero sabe que es un esfuerzo en vano —Caesar aclaró.

— No —alegó la joven, negando con la cabeza. Se puso de pie, abandonado el lado de su guardián durmiente—… no digas eso, aún puedes… Yo puedo…

— Debe guardar sus fuerzas para Abaddon y Danhiri señorita Tara, ellos aún pueden lograrlo —Caesar explicó con solemnidad—. Mi corazón se detuvo en la batalla y ni usted, con todo su poder, es capaz de cambiar eso, por lo que le pido que emplee su energía en ellos, en usted… si continua así también morirá.

Revitalizada por su sola presencia, Tara extendió los brazos antes de avanzar en la oscuridad de su mundo, temblando, llorando, hasta que sus manos palparon el peto del zohar de Sacred Python.

— No Caesar, puedo resistir… Yo debí, desde el principio… Quizá el señor Avanish pueda…

El hombre le sostuvo las manos con cuidado y comprensión.

— El señor Avanish ya ha hecho por mí todo lo que debía —explicó con voz calma—. La cruzada terminó para mí. Tras la lucha que sostuve contra el santo de Aries, me siento libre... Ahora comprendo que aunque el señor Avanish me sacó de esa prisión donde estuve suspendido por tantos años, seguía siendo un prisionero dentro de mí mismo, pero al fin estoy listo para continuar.

La joven reprimió en vano su llanto, entendiendo las palabras de Caesar, pero se negaba a dejarlo ir.

— Caesar, yo… nunca tuve el valor para decirte lo mucho que me importas —Tara decidió que guardar silencio por más tiempo no era una opción, aunque siempre había imaginó que podría vivir el resto de su vida admirando en la distancia a ese hombre valeroso—… yo te amo. Ojalá hubiera podido sanar tu mente y tu corazón, pero… nunca pude acercarme lo suficiente —ella sujetó las manos de su compañero con fuerza.

— Sus sentimientos no me eran desconocidos, señorita —el Patrono musitó, para sorpresa de Tara—. Mas no estaba capacitado para aceptarlos… en mí no existía cabida para nada más, sólo mi maldición. Si alguna vez mi indiferencia la lastimó, pido disculpas.

Tara lloró aún más cuando sintió la mano de Caesar posarse sobre su mejilla.

—Usted muchas veces intercedió por mi bien, incluso abandonando a otros para asegurar mi regreso, tal y como lo hace ahora… pero es evidente que mi destino estaba marcado con la muerte. Un guerrero sólo encuentra la paz en la tumba —Caesar repitió aquello en lo que creía—, y el universo sabe cuánto la necesito. ¿Me dejaría al fin descansar, señorita Tara? —cuestionó, susurrando con un tono cansado.

— Lo mereces mi amor —la joven musitó, reteniendo con sus manos la de Caesar para mantener el frío contacto de ese cuerpo que sólo se mantiene en movimiento por su poder—, en verdad lo mereces… pero es tan difícil… Quisiera ir contigo.

La Patrono de Euribia se abrazó a su amado, quien permaneció en silencio en espera de una resolución. Los brazos de Tara no alcanzaban a rodear por completo la espalda del guerrero.

Sería fácil morir, agotando su vida al prolongar los segundos que le roba a la muerte para tomar lo que le pertenece. Sólo los dioses tienen ese poder, los shamanes en menor medida y pidiendo permiso, ella no. Lo único por lo que se sentía atada era su familia… siempre su familia: su hermana, su madre y su padre…

— Pero sé que aún no es mi tiempo… Llegará, es mi consuelo, por lo que te pido que a donde quiera que tu alma vaya, me esperes, yo iré a tu encuentro —prometió, mientras su brazos paulatinamente se cerraban más y más, pues el cuerpo junto a ella se desmoronaba conforme el poder de su cosmos lo abandonaba.

Caesar inclinó la cabeza hasta quedar a la altura del oído de la joven, allí sus labios dejaron escapar un débil —: Gracias.

Tara giró su rostro, logrando que sus labios besaran los del hombre que amó en secreto todos esos años.

Polvo y minúsculos trozos metálicos caían a los pies de la mujer. Pronto, sus brazos la abrazaron a sí misma y su boca sufrió por la repentina separación.

Tara terminó arrodillada, su vestimenta y piel blanca estaban sucias por las cenizas que el alma de su amado dejó atrás. En su llanto, soltó un último gemido al resentir el vacío en sus manos y en su corazón.

Tal lamento pesó en las almas de sus padres, quienes arribaron sólo para ser testigos de ese último adiós.

 

FIN DEL CAPITULO 48

 

 

* En la dinámica de FICKER'S NOBELS AWARDS 2017, la pareja de CALÍOPE DE TAURO X SOUVA DE ESCORPIÓN ganó en la categoría de MEJOR PAREJA ROMÁNTICA  :wub:   :t439: .

Aquí está la firma que lo acredita. Muchas gracias por votar por ellos . 

 

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Editado por Seph_girl, 15 marzo 2017 - 12:12 .

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 06 febrero 2015 - 09:23

como siempre un excelente capitulo

 

me gusto mucho la historia de los dos dorados

 

esperando la continuacion

 

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Felicitaciones (bueno supongo que pasaste el examen de artes marciales XD)

 

saludos






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