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#1 Lady Dragon

Lady Dragon

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Venezuela
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Capricornio
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Publicado 28 febrero 2007 - 18:36

Hace un par de años organizamos un juego para ver qué personajes de Saint Seiya eran más populares, sin tocar a los personajes más principales, de entre todo el graaaan torneo que se armó y en diversos foros, los dos finalistas resultantes fueron Orfeo y Albiore. El reto sería: escribir un fanfiction del personaje ganador. Al final, sí se hizo una historia, con dos protagonistas y por dos fanfickers: Lady Dragon y Pollux Dioscuros.
Con este capítulo inicio la historia, que será completada por el capítulo escrito por el talentoso Pollux Dioscuros. Esperamos les guste ;D


Disclaimer: Saint Seiya y sus personajes, son una marca registrada, propiedad intelectual y comercial de Masami Kurumada y de Toei Animation. Ninguno de los autores de este fanfiction lucran al escribir una historia basada en los personajes y el universo de una de sus series favoritas.


Dedicado a Katrina, por ser quien es.
LD y PD~




Un estruendoso tronar demostró que el volcán dormía inquieto. La noche isleña era despejada y calurosa, típica de su emplazamiento en el mar Mediterráneo en esta época del año. En otro momento el calor induciría a una modorra somnolienta, pero para un joven rubio vestido con una resplandeciente armadura plateada, el calor lo hacía mantenerse aún más despierto y alerta.

Lejos habían quedado su país natal y su continente. Lejos habían quedado las largas jornadas de rudo entrenamiento e incontables golpes impartidos tanto a minerales como a vegetales, hasta seres humanos; pues ahora... era un Santo.


POLLUX DIOSCUROS y LADY DRAGON presentan:
ESLABONES ROTOS



Sus cadenas se movieron, ansiosas de continuar con el entrenamiento nocturno. Dio tres saltos y atacó.

“¡Cephei Super Novae!” exclamó, dirigiendo sus cadenas con fuerza contra una enorme roca. Su ataque provocó que el peñón se despedazara con estrépito, levantando algunos trozos por la potencia del impacto de la pesada bola remate de su cadena de ataque. Sonrió ampliamente, retrayendo sus poderosas cadenas y enjugando su frente, satisfecho de sí mismo.

Una súbita brisa fue bienvenida por todos sus poros, pero su instinto le indicó que estaba siendo observado. Sujetó la cadena triangular de ataque, barriendo con su mirada las rocas y las sombras, en busca de su potencial enemigo. Una risa cristalina le hizo bajar la guardia.

“¡Orfeo!” increpó. “¡Sal de tu escondite, bribón!”

El muchacho de cabellos oscuros fue iluminado por la luna creciente, apoyado en un pilar. Su armadura brillaba bajo la luz de ésta, dándole el aspecto de una vestimenta aperlada.

“Albiore, amigo...” dijo, con una sonrisa medio oculta entre los mechones de su cabello. “¿Por qué no te tomas un descanso? Hace demasiado calor para un entrenamiento de alto esfuerzo.”

“El hecho de que tú no lo consideres así no quiere decir que yo piense del mismo modo” respondió el rubio, con un deje de sarcasmo. “Mis cadenas no tocan deliciosa música, pero su efectividad es indiscutible.”

“Eres arrogante, amigo mío, pero con buenas razones para serlo” apuntó Orfeo mirando los cascajos de lo que antes fuera un monolito. Las cadenas de Albiore regresaron a las capaces manos de su dueño con un sonido tintineante. “Aunque opino que la música de tus cadenas inducirían al que la escucha a una danza... la de su huida”

“Ah, me halagas demasiado, compañero” respondió Albiore esbozando una cálida sonrisa. “Yo creo que lo que quieres es adormecerme para que no te delate con el Maestro.”

Orfeo rió, feliz.

“¡De ninguna manera!” exclamó deslizando sus dedos por las cuerdas de su lira. “Una melodía del corazón puede ser la mayor bendición para un alma exhausta, ¿no te parece?”

“¿Qué es lo que quieres decir con eso?” preguntó Albiore, algo curioso.

“Sólo que un alma solitaria estará siempre triste si no le dan alas para volar” respondió Orfeo, pensativo. Albiore alzó una ceja y miró hacia el cielo, esperando que el Santo de la Lira no se diera cuenta de la pequeña sonrisa que adornaba su rostro.

Era muy extraño para los que vivían en la Isla Kanon ver a Orfeo en esos estados contemplativos, pero para Albiore era muy común, dado que eran compañeros de la Orden Plateada de Athena y por consiguiente pasaban mucho tiempo en su mutua compañía. Albiore entrecerró los ojos, observando la constelación de Cefeo, guardiana de su Armadura y de su vida.

“La vida es un regalo de los Dioses, por ello es que estamos agradecidos y a cambio les protegemos” dijo, recordando las palabras de un monje que vivía cerca de su lugar de entrenamiento habitual, en la Tierra del Fuego de su querida Argentina. Como entrenaba en el Monte Alvear, lejos de la ciudad de Ushuaia, no tenía oportunidad de ver mucha gente, sólo los monjes de ese viejo monasterio que estaba enclavado a las faldas del monte. Le resultaba interesante ver cómo aquellos hombres, aunque austeros, dedicaban su vida al rezo y a la meditación, a respetar a su Dios...

Así como él estaba comprometido a velar y reverenciar a la Diosa Athena. Era su misión en la vida, una que él mismo gustosamente había aceptado. Ahora se encontraba en una isla perdida en el Mar Mediterráneo, pero todo el trabajo había rendido sus frutos. Escuchó a Orfeo suspirar levemente, sacándolo de su mutismo.

“Amigo, ¿qué te ocurre?” preguntó Albiore, aunque ya se le antojaba la respuesta. Últimamente, había visto que Orfeo estaba cayendo más y más continuamente en estados pensativos, estados estos que no iban con la personalidad alegre y hasta traviesa del Santo de la Lira. El aludido suspiró y logró mostrar una sonrisa ausente.

“No hay problema alguno, amigo... el único problema que hay es el calor que hace en esta isla. Me pregunto cómo el Maestro puede soportarle, siendo de regiones montañosas”, respondió de un solo tirón, rascándose la parte de atrás de la cabeza en una pose descuidada. Albiore olvidó su preocupación y se cruzó de brazos, dándose cuenta de la acción evasiva del peliazul.

Decidieron regresar a la cabaña donde residían con su Maestro, el Santo Shura de Capricornio. Había accedido por orden del Patriarca a pulir las técnicas de ambos Santos de Plata, quienes eran novatos pero con muchísimo potencial, según las palabras del Máximo de los Caballeros de la Diosa.

Shura era bastante condescendiente con ambos Santos, conocedor de que aún se estaban ajustando a las Armaduras y al incremento de Cosmo y poder que esto conllevaba. Pero era un Maestro bastante exigente, cosa que a ambos alumnos les parecía ideal para su propia superación.

Preocupado por su amigo, Albiore caminó junto a él mientras él agasajaba sus oídos con unos dulces acordes; y aunque el rubio argentino no supiera mucho de música, podía ver que la tonada era triste, llena de anhelo.

“Esa canción es muy hermosa, amigo” le dijo. “¿La has compuesto tú?”

Orfeo sonrió ampliamente, asintiendo sin dejar de puntear la lira.

“Sencillamente espléndida. Apuesto a que el Maestro estará complacido de tus aptitudes para la música.”

Orfeo dejó de tocar por un momento y suspiró profundamente.

“La mayoría de los del Santuario piensan que no tengo muchas habilidades para la batalla porque paso mis días afinando y tocando este instrumento, pero el Gran Maestro supo inmediatamente que mi verdadera destreza es... la música como técnica.”

“Su Santidad es un hombre muy sabio” coincidió Albiore, “él siempre sabe lo que la Diosa necesita, por eso es que el Santuario es tan versátil, con sus Santos con tan distintas técnicas...”

“Además de que tiene la gracia de contactar directamente a Athena...” recordó el peliazul. “La Diosa que amamos, protegemos y defendemos... ¿cómo no amar tal belleza, tan pura, tan sabia, tan divina?”

“Amamos a la Diosa como tal, por ello es que nuestra misión es tan importante... me dará gusto morir por ella, si es necesario.”

“¿Tanto es tu amor por Athena, la de los Ojos Grises, que darías tu vida por ella?” preguntó Orfeo, algo sorprendido de la respuesta del rubio. Éste sonrió, mirando de nuevo al cielo inquisitivamente y localizando, ahora más fácilmente, esa hermosa constelación de siete estrellas, tan semejante a un triángulo de forma caprichosa, su constelación guardiana de Cefeo.

“Ella es la razón de mi vida, Orfeo amigo... sólo su Verdad pudo abrir mis ojos al mundo y a mi verdadera vocación. Estas cadenas, aparentemente un símbolo de la esclavitud, es realmente mi atadura a mi misión, mi ofrenda a Athena... le doy mi vida gustoso, mi amor, mi corazón y mi Cosmo, todo por su Visión.”

“No sabía que podías hablar con tanta pasión, Albiore... me asombra ver que aún en estos momentos hay alguien que cree en el Camino de la Diosa...”

“Es que acaso... ¿tienes dudas, amigo mío?” preguntó Albiore, sorprendiendo un poco al músico. Éste sacudió la cabeza.

“¡Por supuesto que no! Es sólo que...” Orfeo vaciló, suspirando de nuevo.

“Sólo que...” repitió el rubio, apretando la cadena de ataque, sintiendo un profundo pesar en su corazón. ¿Acaso su amigo habría perdido la fe?

“Es sólo que no nos está permitido vivir como humanos, aún cuando es nuestra naturaleza, nuestra raza” respondió el artista, bajando finalmente su instrumento. “¿Te has preguntado alguna vez cómo se sentiría vivir como la gente normal, con un trabajo, niños y una hermosa esposa a tu lado?”

“De hecho, muy pocas veces... mi misión es la única cosa que me importa en la vida, y de poco vale que piense o imagine en cosas que no pasarán jamás... es mejor mantener la cabeza sobre los hombros que en el aire, amigo.”

Orfeo hizo una mueca graciosa y sonrió ampliamente, alzando de nuevo su preciada lira.

“¡Muy buena respuesta, compañero!” dijo, con su tono de voz característico, tan alegre y lleno de picardía. “Por eso tocaré una canción alegre para ti. Se llama Tormenta(1), y la aprendí cuando era un pequeño... es una de las canciones que me fue más fácil aprender, pues me pareció bastante simple.”

Los dedos de Orfeo se deslizaron rápidamente por las cuerdas, comenzando una melodía vertiginosamente rápida y a todas luces difícil. El Santo de la Lira extendía y encogía los dedos a placer, dándole a las cuerdas con delicada firmeza. Albiore sonrió al observar la manera que tenía Orfeo de calificar de “simple” una melodía que se observaba una obra maestra, por su compleja ejecución.

El rubio Santo argentino miró nuevamente al cielo, descubriendo a sus estrellas parpadeando, casi como si bailaran al son de la música de su amigo.

“Tal vez las estrellas podían escucharle” pensó, haciendo tintinear sus cadenas.

~ X ~

Pasaron los días en la Isla Kanon, siendo cada vez más difícil para nuestros dos Santos el continuar con una actitud jovial y alegre. Shura, el Santo de Capricornio y actual Maestro de la Isla, siempre les manifestaba que la misión de la cual estaban encargados era una muy seria, pues de sus habilidades dependía la paz y la vida de la Tierra.

Albiore le comprendía y hasta estaba de acuerdo, pero Orfeo refunfuñaba por lo bajo cuando Shura no estaba cerca. Esto divertía un poco al Santo de Cefeo, pero al mismo tiempo le preocupaba. Conocía al peliazul lo suficiente como para inferir que probablemente no era fácil para el joven los rigores del entrenamiento, pues la sensibilidad artística de Orfeo era una que Shura no podía entender, pero observaba que el Santo de la Lira se retraía cada vez más, olvidando sus estados de ánimo dicharacheros y risueños.

Recordando una vez más el mito que más le concernía, el de Cefeo, empuñó sus cadenas y procedió a continuar el entrenamiento con un suspiro, bajo la mirada ceñuda y vigilante cual halcón del Santo Dorado de Capricornio. Mientras tanto, pensaba en Orfeo, sentía que el mundo ya no alcanzaba para las aspiraciones del peliazul. La soledad de su corazón sólo podía ser remediada con la plenitud de la música… y a veces, esto no bastaba.

Recordó por un momento el estado de depresión que había mostrado su amigo en las últimas semanas. Había estado irritable, malhumorado y melancólico, hasta el punto de casi faltarle el respeto al circunspecto Maestro Shura. Aunque Orfeo se dio cuenta al momento y se disculpó profusamente con el Santo de Capricornio, Albiore pudo ver que Orfeo, por tener la cabeza en otro sitio, casi mete la pata en un barrizal.

Esto lo tenía sumamente preocupado...

~ X ~

Un nuevo y caluroso día era bienvenido por las gaviotas que proliferaban por la Isla, las cuales chillaban su canto despertando a los habitantes de ese sagrado pedazo de tierra, destinado a formar Santos y a la curación. Albiore despertó de un sueño profundo, estirándose perezosamente en su lecho. Había entrenado con sus cadenas la mayor parte de la noche, sólo permitiéndose un descanso en cuanto comprobó que había dominado a la perfección su más reciente técnica: Cavea ex Cepheides.

Pero al volver la cabeza al catre contiguo… frunció el ceño. Orfeo no había dormido en su cama.

Se preocupó muchísimo, pues sabía que si Shura se enteraba de su escapada lo pasaría muy mal. Shura era muy estricto en lo tocante a cumplir las reglas y en lo referente a no presionar el cuerpo más allá de su resistencia, pues nada valía un Santo cansado de tanto entrenar en una batalla real, por mucha práctica que hubiera tenido.

Por estas razones decidió arriesgarse a mentirle por vez primera al Maestro, tratando de ganar un poco de tiempo para su compañero. Aunque luego ya vería cómo le cobraría el favor al lirista, de eso estaba seguro.

Suspiró aliviado cuando comenzó a ascender el risco que lo conduciría a su sitio de entrenamiento por ese día. Shura le había creído sus palabras de que Orfeo ya había salido muy de mañana a entrenar, por lo que ya no se encontraba en la cabaña. El Capricorniano sólo asintió y le dio las indicaciones para su rutina de ejercicios, advirtiéndole que se avecinaba una tormenta tropical, aconsejándole de paso que se anduviera con cuidado.

Al llegar a la cúspide del risco, no vio nada en muchos kilómetros alrededor de la Isla. Probablemente la tormenta aparecería en unos días, por lo que repasó mentalmente las recomendaciones y se aseguró de recordarlas todas, para luego empuñar con cariño sus adoradas cadenas, comenzando con brío su entrenamiento.

A media mañana, unos acordes de lira lo hicieron detenerse abruptamente. Suspiró para armarse de paciencia, antes de dirigirse a su prófugo compañero.

“No me pareció gracioso que no me avisaras que te ibas a escapar en la noche, Orfeo” dijo, poniendo en sus palabras la molestia que sentía con su amigo. La música cesó de repente y unos pasos se acercaron a sus espaldas.

“Perdóname, amigo mío, es que no me di cuenta del paso del tiempo… le pediré disculpas al Maestro por mi ausencia de esta mañana” dijo Orfeo sentidamente, mientras Albiore se volvía a mirarlo, parpadeando de sorpresa.

Orfeo lucía la sonrisa más amplia que jamás le haya visto en el rostro.

Esto lo desarmó un poco, sintiendo en el aura de su amigo una ola incontenible de felicidad, que se contagiaba un poco con su alegría inexpresada. El rubio sonrió y movió la mano, como restando importancia al incómodo asunto de la escapada del lirista.

“Le dije al Maestro que habías salido antes de salir el sol, así que estás cubierto. Pero por favor, no me vuelvas a dar esos sustos, que luego al que se le caerá el cabello de la preocupación será a mí, no a ti, arpista loco” dijo con ironía, sabiendo que a Orfeo no le gustaba ese mote que le habían puesto en El Santuario.

Como esperaba, Orfeo frunció el ceño e hizo lo que nunca hubiera imaginado que haría un Santo: le sacó la lengua.

“Eres un aburrido, Albiore de Cefeo” sentenció con voz grave, imbuida en burla. “Todo porque me fui por ahí y no dormí en mi cama como un niño bueno no quiere decir que no esté cumpliendo con las rutinas del Maestro” añadió, tocando una nota alta en la lira que hizo que el rubio hiciera una mueca fingida de dolor.

“Si sigues tocando así agradeceré a todos los cielos que esas cuerdas se te rompan, muchacho” contestó colocándose una mano en el oído y frotándoselo enérgicamente. “Poco faltó para que me dejaras sordo, y allí tendría lamentablemente que patearte de regreso al Santuario.”

“¿Eso es una promesa o una amenaza?” replicó el peliazul haciendo una mueca burlona y tocando la misma nota, una octava más alta. Albiore rechinó los dientes y se tapó ambos oídos, profiriendo una exclamación que no tenía nada que ver con la fina y cuidadosa educación que había recibido en la Tierra del Fuego, sino más bien algo parecido a lo que podía escucharse en las calles del viejo Buenos Aires, más allá de los bares donde se escuchaba el tango y música del romance.

Orfeo soltó la carcajada, dejando la lira a un lado e inclinándose hacia el rubio, disculpándose a la manera de los Santos.

“Amigo, no fue mi intención que sacaras a flote esa delicada actitud” dijo, con risa contenida. “Acepta mis disculpas y te prometo, que cuando me escape de nuevo en la noche te lo avisaré por adelantado, para que no te preocupes… ¿de acuerdo?”

Albiore lo miró de reojo, como dudando de la dulce faz de su amigo. Éste soltó una risilla traviesa y sacudió la cabeza, tomando la lira de nuevo y echando a correr velozmente, gritando:

“¡La vida es muy corta, Cefeo, disfrútala más a menudo!”

El aludido suspiró derrotadamente. Definitivamente, Orfeo era muy bullanguero. Aunque era refrescante verle en tan animoso buen humor, esto no dejaba de inquietarle. Albiore recordó las quejosas palabras que su compañero había pronunciado hacía unos días y una vocecita interna advirtió a sus sentidos de que algo en el lirista no andaba bien, aunque éste estuviese feliz.

Tal vez... el hecho de que estuviera feliz, fuese el problema.

~ X ~

Lo que no sabía Albiore es que un par de ojos tan verdes como los olivos estaban vigilando sus progresos y los de su compañero. Shura frunció el entrecejo, intentando entender la repentina alegría del Santo de la Lira a su cargo.

Bien podría no entenderle completamente, pero estaba seguro de que sus poderes con ese instrumento de cuerdas eran impresionantes. Sólo necesitaría algo de motivación. Mentalmente, hizo nota para entrenarle personalmente.

Los rayos de un sol ahogado por nubarrones hicieron brillar débilmente el oro de su armadura. Mientras una súbita brisa azotó la blanca tela de su capa. Shura no era muy sociable, prefiriendo limitarse a darles las instrucciones necesarias a sus estudiantes y vigilarlos de lejos.

Encendió su dorado Cosmo, curioseando el aura de sus estudiantes, dándose cuenta al instante de que algo no iba como debía ir. Albiore se mostraba inquieto internamente, mientras que Orfeo parecía estar distraído.

Así como se había dado cuenta la noche anterior, el Cosmo de Orfeo no podía percibirse en las cercanías de la cabaña, ni siquiera en la Isla. Shura temió que hubiese desertado por un momento, hasta que se dio cuenta de las verdaderas razones de la escapada del lirista.

Una presencia más pequeña, mucho menos poderosa que la de Orfeo, aunque brillaba con tanto esplendor que no lograba ser disminuida por la del Santo de la Lira. Sólo podía significar que era un ser inocente quien estaba junto a su alumno, alguien que podía bien saber la naturaleza real del chico... cosa que a Shura no le agradó para nada.

Albiore se enderezó rígidamente al sentir la energía de su Maestro en las cercanías de su posición. Cefeo supo al momento que las triquiñuelas que había hecho y dicho para cubrir a Orfeo estaban en peligro de ser descubiertas.

“Albiore” dijo Shura con voz seca, advirtiéndole de su presencia mediante el Cosmo. Éste se inclinó y cerró los ojos, convocando su propia Cosmoenergía para establecer una comunicación directa con el Maestro de Capricornio.

“Maestro, he observado que mis cadenas reaccionan extrañamente a la estática del ambiente, dado que la tormenta está aproximándose rápidamente” informó, pero Shura permaneció en silencio. Esto puso nervioso al rubio, pero trató de no dejarlo traslucir. Finalmente, el Santo Dorado habló.

“Es preciso que mantengas los ojos abiertos con respecto a Orfeo. Su escapada de anoche lo llevó a meterse con lo que no debe. Te ordeno que le vigiles, pues esta Orden Sagrada de Athena no acepta Santos descarriados ni enamoradizos.”

Aquellas palabras lo sorprendieron de tal manera que abrió los ojos y remitió su Cosmo. La presencia de Shura se retiraba, dándole la oportunidad de tomarse un tiempo para ponderar la información que el Maestro le había proporcionado.

Claro, ¿cómo no había podido darse cuenta? Cambios drásticos de humor, tristezas, melancolías repentinas... para luego sonreír como si se hubiese ganado la lotería.

Estaba más que claro, Orfeo estaba enamorado. Pero, ¿de quién, de una chica normal?

Albiore abrió la boca horrorizado. Esto no era posible, ellos debían su vida y su corazón por entero a la Misión, ¡a proteger y luchar por la humanidad en nombre de la Diosa!

Preocupado, nervioso, decidió que necesitaba hablar directamente con Orfeo. Si Shura sabía lo que estaba ocurriendo... el Patriarca podría también conocer la situación, cabiendo plenamente la posibilidad de desastrosas consecuencias que no se atrevía a imaginar.

Debajo de sus pies, la tierra gruñó, intranquila. El volcán de la Isla Kanon parecía compartir la preocupación del Santo Plateado de Cefeo.

~ X ~

Orfeo parecía seguir al pie de la letra todas las instrucciones de Shura, observó Albiore con gran alivio interno. Habían pasado varios días desde la orden que le había dado el Santo de Capricornio, días en que había tenido el alma en un hilo. Apreciaba mucho a Orfeo, era su amigo y compañero de Orden, por eso le dolía en lo más profundo de su alma el tener que vigilarle como un guardaespaldas.

La buena noticia era, que Orfeo no se había vuelto a escapar por las noches.

Era muy extraño que, aún cuando no pudiese ver a la persona de la cual según Shura, había estado remoloneando sus entrenamientos, Orfeo continuaba mostrando ese buen humor tan característico de su artística personalidad, añadiendo cambios y compases nuevos a sus melodías, tocando las cuerdas con impresionante destreza y dedos impregnados de Cosmo.

Por lo pronto, parecía que la paz había regresado a la pequeña Isla Kanon.

Con un presentimiento negativo entre ceja y ceja, Albiore se preguntó internamente por cuánto tiempo más sería así.

Girando las cadenas por encima de su cabeza a la mejor representación de unas boleadoras, logró desplegarlas en perfectas ondas concéntricas, espirales redondas y perfectas, mientras las mismas centelleaban con el Cosmo acumulado en ellas. Shura observó con detalle la expansión y aprobó con un corto movimiento de cabeza.

“Muy bien, Albiore” dijo secamente. “Orfeo, voy contigo. Ponte en guardia.”

Los dos amigos abrieron los ojos como platos de la sorpresa. Shura se había cuadrado en postura de ataque agresivo, mirando fijamente al peliazul mientras este parpadeaba, sin atinar palabra.

“No te lo repetiré, Orfeo” advirtió Shura severamente, alzando ambos puños. Esto pareció avispar al joven músico, quien separó las piernas y alzó el mentón, dedos listos en las cuerdas, la guardia a punto y el Cosmo a flor de piel.

“Sí, Maestro.”

“Enséñame esa nueva melodía que incrementa tu poder.”

Albiore sólo pudo observar mientras su amigo era el objetivo de un veloz Santo Dorado de Capricornio, quien cargó contra el muchacho con su dorado Cosmo brillando intensamente, dándole mínimas posibilidades al chico de reaccionar. Preparado para oír el grito de dolor de su amigo cuando éste fuera golpeado, cerró los ojos para evitarse verle.

Pero el grito no llegó.

Partiendo sus párpados un poco, pudo notar unas breves líneas que unían el puño izquierdo de Shura con el instrumento que sostenía Orfeo. Abrió completamente los ojos, comprobando que no había sido su mente que le había engañado.

Las cuerdas de la lira habían rodeado el puño, muñeca y antebrazo del Capricorniano, inmovilizando ese miembro de su cuerpo mientras éste tironeaba para liberarse. El brillo de las cuerdas era intenso, mientras que la silueta del músico brillaba con su Cosmo, el cual se colaba por las mencionadas cuerdas.

Alzando un poco la lira, el joven pulsó una cuerda, haciendo sangrar el brazo de Shura con la vibración. Éste no movió un músculo de su rostro, mientras alzaba el otro brazo y rodeaba las cuerdas con la mano libre y encendía su Cosmoenergía a su vez.

Todo pasó rápido. Shura haló las cuerdas para impulsar al sorprendido Orfeo hacia él, para luego proyectarlo hacia atrás con un poderoso puñetazo. El chico cayó pesadamente en el suelo, mientras el otro liberaba su brazo de las cuerdas y caminaba hacia él.

Albiore apretó los dientes, sintiéndose impotente. No podía ayudar, no estaba permitido.

“Las vibraciones eran correctas, pero debes trabajar más la melodía si quieres acabar con tu oponente de manera efectiva, Orfeo” dijo Shura con voz fría. “Alza las octavas y trabaja en los compases.”

En cuanto Shura se alejó, Albiore corrió hacia su compañero, quien se incorporó y escupió un poco de sangre, frotándose el mentón con ademán adolorido y frustrado.

“¡Orfeo!” exclamó, intentando ayudar a incorporarlo, pero no contó con la mano que se retiraba y palmeaba la suya con fuerza, retirándola. “¿Te encuentras... bien?”

“Estoy bien, Albiore. No te preocupes por mí, continúa en lo tuyo.”

Levantándose sin la ayuda ofrecida y trastabillando un poco para ganar equilibrio, Orfeo se alejó, dejando a un Santo de Cefeo preocupado, ofendido y triste.

“Orfeo, mi amigo,” murmuró al viento, apretando los puños. “¿Qué está pasando contigo?”

Pero el viento no le trajo respuesta, exclamando lejano un trueno.

~ X ~

Shura se había encerrado en un mutismo cortante de mal humor esa noche, cargando la atmósfera de tensión de tal manera que los Plateados no tuvieron más elección que acostarse temprano. No había pasado mucho rato de que Shura también se había retirado a descansar cuando Albiore sintió a Orfeo levantarse con silencio y cuidado. Fingió dormir mientras este se echaba unos trapos encima y saltaba por la ventana de la cabaña, alejándose de ella corriendo.

Albiore abrió los ojos, compungido. Esto ya no pintaba bien para nadie, ni para Orfeo...

...Ni para él.

Rayaba el alba cuando Orfeo regresó. Una pequeña sonrisa surcaba sus labios y sus ojos delataban la vigilia con ojeras, mientras tarareaba por lo bajo una melodía suave. El leve y sutil tintineo de unas cadenas lo puso inmediatamente en guardia, con un presentimiento desagradable en el fondo de su garganta. Al volverse en redondo encontró a Albiore, vestido con su Armadura y sus cadenas alrededor de sus antebrazos, los cuales estaban cruzados sobre su pecho.

“Hola, Albiore...”

“Debemos hablar, Orfeo,” dijo éste a manera de respuesta. “Tu escapada fue notada. Tienes que decirme la verdad, por Athena.”

El joven músico suspiró profundamente y bajó los ojos, apretando la mandíbula.

“Esta bien, amigo. Te lo contaré todo, pero no aquí. Encuéntrame al final de la tarde bajo el acantilado sur de la Isla, donde responderé todas tus preguntas.”

Mirando a Orfeo darle la espalda y dirigirse al área de entrenamiento, una sensación de mal agüero se apoderó del rubio argentino.

El día pasó lentamente, creándose esa atmósfera tensa que presagiaba una tormenta. Además de la tormenta propiamente dicha, que comenzaba a acercarse con paso lento pero seguro, cubriendo el cielo de la Isla Kanon en pocas horas. Para el momento de la cita con su amigo, la bóveda celeste estaba borrada en su totalidad por enormes y negros nubarrones, cargados de lluvia.

Pasos seguros y lentos, lánguidos casi, puños apretados, ojos cerrados. Tenía que obedecer la orden de Shura, aunque algo le gritase en su alma que no era correcto.

Esperó.

~ X ~

Orfeo llegó a la hora convenida, con la Armadura a cuestas en su caja y empuñando su adorada Lira. Encontró a Albiore apoyado en una roca, mirando al sol que se perdía en el horizonte. El viento comenzó a soplar con fuerza, moviendo las nubes por encima de sus cabezas.

Albiore abrió los ojos y los fijó en su amigo, mientras éste hacía lo propio. Orfeo bajó la mirada primero, con triste semblante.

“Es notable tu falta de concentración últimamente, Orfeo...” comenzó el Santo de Cefeo, escogiendo cuidadosamente sus palabras.

“Sí, estoy seguro que lo notaste al momento” respondió el músico seriamente. “¿El Maestro...?

“No hay nada que se le escape,” indicó el otro, mirando hacia el negro cielo. “Debe haber notado todo igualmente.”

“No sería un Santo Dorado si no se diese cuenta” observó Orfeo con un deje de sarcasmo. “Albiore... amigo mío, he de irme lo antes posible.”

El aludido frunció el entrecejo profundamente y no dijo nada. El peliazul suspiró y pasó los dedos por las cuerdas de la lira, pensativo.

“Te irás... ¿a otro lugar?”

“No. Me iré de la Orden.”

Esto golpeó al rubio como una bofetada. Entonces... tenía razón. Su amigo había perdido la fe.

“Me voy... porque encontré una luz en mi vida que es más brillante que la luz de Athena, Albiore. Me voy porque es necesario para mí, para mi vida, para mi corazón... Eurídice es...--”

“¿Eurídice?” repitió Cefeo, verdaderamente asombrado. “¿Desertas la Orden Sagrada de Plata de Athena por una mujer?”

“¡Ella no es cualquier mujer, amigo!” replicó el otro vivamente. “Ella es... todo lo hermoso que podría encontrarse en un alma... para mí, ella es el verdadero significado de la palabra belleza. Eurídice es la luz que ilumina mi camino, es el aire que respiro, es la sangre que bombea mi corazón, es... la música que hace a mi alma completa.”

Albiore calló. Orfeo había hablado con tanta pasión en sus palabras que no parecía el chico risueño que había conocido. Había cambiado tan radicalmente que casi no le reconocía.

“La luz de Athena es la más brillante por sobre todas las bellas del mundo, Orfeo... ¿es que acaso ya perdiste la fe, el camino, la visión de la Diosa por defender todo lo hermoso de esta Tierra? Amigo, ¿no te das cuenta que por una mujer inocente podrías estar torciendo el balance universal del bien y el mal, por no contar contigo cuando más Athena te necesite?”

“No, Albiore... ¡tú eres el que no se da cuenta que estoy decidido! ¿Es demasiado pedirte un poco de entendimiento? Yo sin Eurídice no le serviría a Athena de nada, ¡ni siquiera de trovador!”

“Cómo has cambiado, amigo... atrás quedaron los días en que podías respirar tranquilo” dijo Albiore con pena. “Pero ahora dejaste que tu corazón fuera llenado por un amor mortal, que seguro te traerá penas... ¿y aún aquí quieres irte? ¡Piensa un poco!”

“¡Estoy decidido!” replicó el músico. “Si tú no me entiendes... ¿quién podría hacerlo? Eres mi amigo, Albiore, ¡pensé que podrías comprenderme mejor que cualquier otro, así fuese el Maestro Shura o hasta el Patriarca!”

“¡Basta!” exclamó el rubio. “Si quieres irte... primero tendrás que pelear conmigo.”

“¡Albiore!” protestó Orfeo. “¿Pero qué estás diciendo?”

“Lo que escuchas” cortó el otro, bajando los brazos y dejando caer las cadenas como uno deja caer una cinta enrollada. “¡Pruébame que tienes las agallas de irte peleando!”

El otro sacudió la cabeza, pero al ver que Albiore iba en serio bajó los ojos, apretando la lira.

“Muy bien, Albiore... ¡si eso es lo que deseas, pues así será!” exclamó cuadrándose y llamando su Armadura, la cual lo envolvió en una luz plateada. Mientras amainaba el resplandor extendió los dedos sobre el pequeño instrumento. El otro alzó las manos, empuñando las cadenas, mientras que un enorme trueno estallaba por encima de sus cabezas.

Se midieron el uno al otro, mientras los recuerdos de mejores tiempos invadían ambas mentes con alegres, tristes y amargas memorias de cuando eran Aprendices y aún unos niños.

Aún eran niños, en cierto modo... pero niños que ya habían perdido la inocencia, por haber visto la muerte de cerca, la violencia y la destrucción. Aunque todo no había sido pintado tan feo para los amigos, pues habían conocido un camino y una verdad que los guiaría por el resto de sus vidas como Santos de Athena.

O eso, era lo que Albiore había pensado. Por eso, cuando vio que Orfeo sacaba la primera nota de su lira, supo que en verdad la fe había abandonado a su amigo.

Lanzó su cadena con mediana fuerza, mientras Orfeo la esquivaba y se dirigía a él con la lira en alto y tocando una nota más alta, que le hizo rechinar los dientes.

“¡No me ofendas, Albiore!” dijo el músico. “Si vas a pelear, hazlo con todas tus fuerzas, ¡no te atrevas a subestimarme!”

Palabras de orgullo que sorprendieron al Santo de Cefeo y lo apenaron aún más de la decisión de su amigo. Los cielos parecieron concordar con su pena, pues liberaron una poderosa lluvia que los empapó al instante, haciendo más difícil todo el cuadro.

“Muy bien, si así lo deseas... ¡Cephei Super Novae!” exclamó encendiendo su Cosmo y liberando el poder destructor de su cadena agresivamente contra Orfeo, quien no logró esquivarla, impactándole en el pecho y lanzándolo unos cuantos metros más atrás. Retrajo la cadena al tiempo de verle levantarse, sin perder el agarre de la pequeña arpa, apretando la mandíbula.

“¡Sí, este es el poder de un Santo de Plata, Albiore!” gritó con sincero elogio mientras convocaba su Cosmo. “¿Pero de qué sirve el poder cuando no hay nadie que sea la razón para pelear por este mundo?”

“¡Eres un insolente, Orfeo!” gruñó el otro. “¿Cómo te atreves a inferir que Athena no es mi razón para pelear?”

“¿Acaso lo es ahora?” rebotó el músico con sorna. “Si Athena es tu razón, ¡la mía es Eurídice! ¿Entiendes eso, Albiore? ¡Ella es mi luz ahora!”

Esto pareció enfurecer al tranquilo Cefeo, quien respondió lanzando la cadena mientras el otro azotaba tres cuerdas de la lira, con un resultado asombroso. Las cuerdas se despegaron de su sitio y serpentearon rápidamente hasta enrollarse sobre el antebrazo izquierdo del rubio, apresando así la cadena de defensa. Por más que forcejeó no logró liberarse, así que intentó el ardid que había visto hacer a Shura.

Sonrió con sarcasmo al ver que era cierto que a un Santo no lo sorprenden dos veces con el mismo truco, pues Orfeo afirmó las piernas y alzó aún más la lira, apretando los hilos que apresaban a Albiore para luego bajar la mano y puntear las mismas cuerdas.

La vibración cortó la carne del brazo levemente, provocándole dolor a su dueño. Empuñando la cadena de ataque nuevamente, Albiore la hizo girar vertiginosamente sobre su cabeza, mientras apuntaba hacia el instrumento del músico. Lanzó... y erró, pues Orfeo saltó lateralmente, esquivándole. Lanzó de nuevo, con el mismo resultado. Con un gruñido frustrado, comenzó a lanzar la cadena repetidamente, tantas veces como podía, mientras el otro esquivaba cada lanzamiento con tanta rapidez como fue ejecutado.

“Vamos, vamos... tienes que hacerlo mejor que eso, amigo mío” tentó el peliazul, conminando a su oponente. Éste frunció el ceño, trayendo la cadena hacia su cuerpo y haciéndola girar de nuevo sobre sí.

“¡Dos pueden jugar ese juego, Orfeo!” finteó el argentino. “¡Cephei Super Novae!”

Los ojos del músico se abrieron sorprendidos al ver que Albiore no lanzaba una, sino varias cadenas, cadenas que amenazaban con aplastarle si le impactaban. Esquivó algunas, detuvo otras con los antebrazos... para una de ellas irse a enredar en su antebrazo izquierdo.

Después de varios jalones, no logró liberarse. Mirando a su oponente, éste mostró una sonrisa superior mientras alzaba el puño de la cadena que lo aprehendía.

“Ahora estamos en igualdad de condiciones, Orfeo” dijo el rubio Santo. “¿Qué harás ahora? ¿Te rendirás? ¿Volverás a la Orden?”

“¡No, jamás me rendiré! ¡Y mucho menos me rendiré ante un hombre que decía ser mi amigo pero nunca me comprendió!”

Esto ofendió al Santo de Cefeo, pero también movió una fibra sensible. La amistad que tenían era entrañable, sí, y ciertamente Orfeo podía reprocharle su falta pues no había visto más allá de lo que de verdad decían los ojos del muchacho. Mirándole, pudo verlo claramente. Su desespero por irse con su amada, era más apabullante que el amor con que podría ver a la Diosa.

Mirando los enlaces que los unían, sacudió la cabeza, decepcionado de su actuación y dándole la razón al músico mentalmente. ¡Había tejido toda la jaula en su afán por ganar!

Pero no podía permitir que se llevase la Armadura... no cuando estaban siendo observados. La batalla había abierto los sentidos del Cefeida, notando que Shura estaba en lo alto del risco, mirándolos.

“Muy bien, Orfeo, tú pediste comprensión y la tienes, pediste entendimiento y te lo doy; pero si realmente quieres dejar la Isla, tendrás que dejar todo atrás. Tu pasado, tu música, tu Diosa... y tu Armadura de Lira. ¡Déjala aquí, donde podrá servir a Athena vistiendo a otro!”

El último argumento no ofendió al chico. Bajó el instrumento, mientras que la cadena de Cefeo volvía a su dueño con un tintineo. Observó cómo el muchacho ordenaba a la Armadura volver a su caja, mientras depositaba la lira en la arena. La lluvia hacía del ex Santo un muchacho desvalido e inocente, entristeciendo aún más toda la situación. Pero éste lucía una sonrisa...

“Albiore... eres un verdadero amigo después de todo” dijo, asintiendo. “Pudiste ver mi decisión y fuiste ecuánime... y por ello, te agradezco...”

“No es más que lo que se debe hacer, Orfeo” dijo el rubio. “Tengo que admitir que esto se me escapó de las manos... y tú no te mereces esta vida si no quieres vivirla. La misión de Athena es una que se lleva gustosamente... no por obligación, sino por elección. Adiós, amigo mío.”

“Adiós, Albiore... que Niké te corone, por ser uno de los Caballeros más nobles y más compasivos de la Orden. No tengo palabras cómo agradecerte que me hayas perdonado la vida... amigo, que este sea el inicio de tu camino brillante bajo las alas de la Diosa.”

“Que Athena te proteja, Orfeo...” murmuró Albiore, mientras la silueta del joven se alejaba entre la lluvia.

Pero aún esto no terminaba. Aún le quedaba lidiar con Shura, quien seguro había visto todo.

No se equivocó. El Cosmo del Santo Dorado de Capricornio se percibió en las cercanías, anunciando a su portador que se acercaba. Éste miró fijamente la Caja de Pandora que guardaba la Armadura de Lira, para luego cruzarse de brazos.

“Buen trabajo, Cefeo” dijo después de un rato. “La Armadura debe quedarse donde pertenece. No merece ser llevada por un traidor a la Diosa, jamás. No se ha perdido nada, pues puede conseguirse a otro candidato para Lira en un futuro cercano. Por lo pronto, es inaceptable que un Santo se deje llevar por sentimientos estúpidos y sin sentido. Es penoso que un hombre que se haga llamar Caballero de la Diosa cuando necesita a una mujer a su lado. Tonterías de los demás humanos, eso no va con nosotros.”

Albiore entrelazó sus cadenas en sus antebrazos y miró hacia el horizonte un momento, para luego seguir a Shura hasta la cabaña, donde recuperaron un poco el calor. Un bufido de Shura lo sacó de sus pensamientos.

“La traición de una amistad es inconcebible” dijo con amarga severidad. “Mucho más cuando es una confianza que se brindó incondicionalmente. Comprendo tu dilema, Albiore, no quisiste completar la técnica por aún sentir aprecio hacia tu compañero... lo sé muy bien, me encontré en una escena similar hace unos años. Un amigo me traicionó. Un amigo al cual quería como mi hermano... pero el deber es primero.”

“¿Qué ocurrió, Maestro? ¿Con su amigo?” preguntó Albiore, curioso. Shura frunció el ceño y se levantó de la mesa, mirando por la ventana hacia la tormenta.

“Lo maté. Traicionar la confianza del Maestro y de Athena es el peor de los pecados, así que... lo envié donde no podrá abandonar a nadie.”

Un escalofrío recorrió la espalda del Santo de Cefeo ante la amargura contenida en las palabras de Shura. Era obvio que aún estaba dolido por lo que había vivido con ese amigo perdido...

Pero de algo estaba seguro. Lira no querría ser vestida por nadie más, porque su dueño legítimo había seguido su corazón. No importaba que él no volviese al redil, él siempre sería el Santo de la Lira, el músico de la Orden Plateada, el arpista loco pero brillante entre los ochenta y ocho Caballeros de Athena.

La Armadura quedaría allí... al igual que el recuerdo de una amistad que perduraría con el paso de los años. Una amistad que se había forjado con cuerdas resonantes y cadenas tintineantes... pero que sus lazos no se quebrarían, como eslabones rotos, herrumbrados con el tiempo.

Lira quedó en la Isla Kanon, como muda evidencia del paso de un Santo Plateado que nunca volvería.


Friendship improves happiness,
and abates misery,
by doubling our joys,
and dividing our grief.

Joseph Addison (1672 - 1719)


Continuará...


(1): Tormenta (o Storm), es uno de los movimientos de “Verano”, una de las Cuatro Estaciones del genial Antonio Vivaldi. Recomendación especial, la versión de Vanesa Mae o The Great Kat, para que pueda disfrutarse la diferencia de ambas ejecuciones de ésta magnífica obra. (Nota de los Autores).
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#2 Isengard

Isengard

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Publicado 28 febrero 2007 - 18:40

Te mentiría si te dijera que ya lo leí, pero respondo para decir que es bueno saber de nueva cuenta de Pollux, que si es el mismo que alguna vez estuvo por aqui, ya hace bastante tiempo que no se le ve laugh.gif

En fin, trataré de leer este fic, aun contra mis costumbres, por la excelente introduccion que le has dado  thumbsup.gif

saludos!


#3 Angel Odysseo

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Publicado 28 febrero 2007 - 18:46

Tiene un estilo mas parecido a una novela, muy rico en lenguaje, bastante amena la platica entre Albiore y Orfeo, y es algo muy original (yo no recuerdo un fic donde ellos sean protagonistas)


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#4 Pollux_Dioscuros

Pollux_Dioscuros

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Publicado 28 febrero 2007 - 19:21

Luego de un tiempo de ausencia puedo venir aquí de vuelta... sí, ya tenía un buen rato.

Muy amable al recordarme, Isengard.

Sí, creo que mi última ocasión aquí fue subiendo mi historia de Virgo en mi series de las Crónicas Zodiacales.

¡Esperamos, Lady Dragon y yo que esta historia les entretenga!

Y bueno, por supuesto, estaremos atentos a sus comentarios si son tan amables de hacerlos para hacernos conocer sus impresiones.

¡Saludos!

Editado por Pollux_Dioscuros, 28 febrero 2007 - 19:23 .


#5 Pollux_Dioscuros

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Publicado 05 marzo 2007 - 21:27

DISCLAIMER:
Saint Seiya y sus personajes, son una marca registrada, propiedad intelectual y comercial de Masami Kurumada y de Toei Animation. Ninguno de los autores de este fanfiction lucran al escribir una historia basada en los personajes y el universo de una de sus series favoritas.

DEDICATORIA:
Un poco tarde, pero más vale así que nunca. A la chica que regala su amistad y su talento sin reservas. A una mujer inteligente y de carácter divertido que me ha dado muchas sonrisas y momentos gratos. A Katrina.

¡¡ALTO!! ANTES DE LEER ESTE CAPÍTULO NO DEJES DE LEER EL CAPÍTULO 1 ESCRITO POR ZELHA PARA COMPRENDER LO QUE OCURRE EN ESTA HISTORIA.- Pollux Dioscuros.

Pudo sentir los iones moviéndose inquietos entre las nubes lejanas que cubrían el picado mar. El rugido de un trueno, que hizo evidente que la tormenta se aproximaba, recorrió los vastos alrededores. Aún era caluroso, como siempre lo recordó en esta isla, las tormentas de verano eran temidas por propios y extraños, su furia sin igual solían dejar un camino de desgracias a aquellos que fueran tan osados, o tan estúpidos, como para no guarecerse de ella.

Había transcurrido un año y medio desde que estuviera aquí hasta salir directamente hacia el Cuerno de África para recorrer por mar el camino que le llevaría a vivir, curiosamente, en otra Isla. Cuando salió de este lugar, dejó atrás su infancia y noviciado como Santo. Amistades queridas que perdió. Hoy regresaba como un hombre, como Santo... era un Maestro.

LADY DRAGON Y POLLUX DIOSCUROS presentan:
ESLABONES ROTOS



Observó, mientras se aproximaba, los campos floridos que rodeaban la humilde casa que habitara junto con su Maestro y su amigo, Orfeo. Las cenizas que el volcán de Kanon de vez en vez expedía, habían hecho de esta inestable isla, sísmicamente hablando, una de tierras muy fértiles.

La gente que habitaba cerca de ahí, en la Villa Kanon, era gente respetuosa de los principios de Athena que vivía sin temor, seguros bajo la égida de la Diosa de los Ojos Grises, con la que tenían un pacto de honor: Resguardar los secretos de la Diosa de la Tierra y de sus Guerreros. En su reencuentro con aquella gente, Albiore había podido observar en ellos la mirada de la admiración y el respeto, pero sobre todo, de la confianza de un pacto renovado con la existencia de un nuevo Santo de Athena que les visitaba y que se aprestaba a iniciar a otros en el camino de los sufrimientos por la Diosa.

Menalippus, el jefe de la aldea, le había recibido con regalos de comida, ordenó presto a que su hija Helena, limpiara y arreglara la rústica vivienda de madera que, el ahora Santo de Cefeo, usaría para entrenar su Cosmo y refinar más sus técnicas en un retiro previo que, se le exigía a los Maestros de la Orden para iniciar sus labores con sus entrenados.

“Pase, Señor Santo.” Pidió ceremoniosamente mientras su hija partía para hacer lo ordenado. “Usted puede permanecer mientras tanto en mi hogar si lo desea, debe de venir cansado.” Dijo posando su vista sobre la Caja de Pandora que Albiore cargaba sobre sus espaldas.

El Santo de Cefeo sonrió.

“Menalippus, no es necesario que me trates con tanta formalidad” dijo con tono amable. “Yo sigo siendo el mismo joven que conociste y con el cual conviviste en tantas ocasiones. Ambos somos servidores de Athena y eso nos hace hermanos de Orden” agregó, emocionando al anciano por la naturalidad de sus palabras.

“Tiene razón...” respondió el hombre mientras ofrecía una silla de madera que movió de un rincón de la vivienda, al tiempo que el Santo de Cefeo depositaba su carga en el suelo junto a una mesa igualmente sencilla. “Pero yo además de ser Servidor de Athena, soy un humilde sirviente de los Santos, las luces de la esperanza para todos nosotros.”

Albiore sonrió comprendiendo lo inútil de intentar modificar la conducta de un hombre que actuaba de acuerdo a sus creencias. Eso era algo que había pedido hacía mucho tiempo a un joven que quisiera como a un hermano, algo que su propio Maestro le reforzó en su entrenamiento: Un Santo debía vivir de acuerdo a sus convicciones, ello le ayudaría a armonizar su Cosmo y su Armadura para ser un guerrero eficaz al servicio de Athena.

“Orfeo...” pensó nostálgicamente recordando las horas de entrenamiento junto aquel hombre de cabellos azulados y alma romántica. “Espero que seas feliz...” despertó de su recorrido mental en recuerdos al sentir el prolongado silencio que se había hecho a partir de su lapso memorial. Menalippus le observaba tranquilamente, sentado del otro lado de la habitación con una sonrisa. “Disculpa, Menalippus, estar aquí de vuelta me trae un sinfín de recuerdos.”

Menalippus sonrió asintiendo condescendientemente.

“Los recuerdos son los caramelos del alma, Señor Albiore” dijo tranquilamente. “El ancla de nuestros espíritus al mundo.”

“Dime, Menalippus...” respondió el Santo de Cefeo observando alrededor de la habitación, notando que en su tiempo de partida nada había cambiado. “¿Qué hay de nuevo por aquí?”

El anciano escuchó la pregunta del rubio comprendiendo perfectamente el significado oculto detrás de sus palabras.

“Bien, la vida en Isla Kanon es, gracias a Athena, usualmente pacífica, Señor Albiore. Usted podrá notar que, raramente, algo extraordinario ocurra por aquí. Sin embargo...” dijo de pronto, para captar de nueva cuenta la atención del argentino. “...Es verdad que con usted y el Maestro Shura, cosas diferentes se sucedieron en esta isla. Si su pregunta es por saber sobre el paradero del joven Orfeo, he de decirle que no se sabe mucho, sólo los comentarios casuales que traen consigo los viajeros que visitan las otras islas de alrededor y el continente.”

“Comprendo” respondió Albiore intentando suprimir el sentimiento de ansiedad por preguntar sobre lo que se hubiera escuchado de su antiguo compañero de entrenamiento. “Supongo que la vida de Orfeo no ha cambiado mucho entonces.”

“Lo último que supe de él es que vivía feliz en las afueras de una ciudad del continente, Señor Albiore. Su inspiración seguía siendo tan cautivante como siempre, se dice que incluso, llega a encantar a quienes le escuchan: fauna y flora por igual. Muchos habitantes de aquellas regiones lo tenían como un hombre... Santo.” Enfatizó Menalippus.

Esto hizo volver su vista con más atención al Santo de Cefeo en el hombre.

“¿Santo?” preguntó interesado.

“Así es.” Respondió el anciano. “Su música parece hacer brotar flores incluso en el suelo más estéril. Las tribus de los alrededores piensan que tiene un pacto con alguna deidad, le piden de manera regular que les recite su música en sus campos para poder asegurar las cosechas que requieren.” Albiore imaginó el relato en su mente y sonrió para sus adentros. Aunque Orfeo hubiera dejado la Orden, seguía viviendo ayudando a los demás, reflexionó en que, al final de cuentas, como decían en un dicho de su país: “el hábito no hacía al monje.”

“Espero que sea feliz...” dijo el rubio suspirando fuertemente y chocando sus manos contra sus rodillas para ponerse de pie de forma firme. “Menalippus, te estoy muy agradecido por todo lo que me has dicho y por recibirme en tu casa.” Tomó la Caja de Pandora para ponérsela nuevamente sobre sus espaldas. “Ahora me retiro. Me gustaría poder ver el camino a casa aún con luz.”

“Entiendo, Señor Albiore” respondió Menalippus acompañándole hasta la puerta de su vivienda. “Ya Helena debe de estar terminando su encargo, vaya usted con bien y que Niké le corone.”

“Que Niké te corone a ti también, viejo amigo” dijo el Santo de Cefeo agitando su mano marcialmente mientras tomaba su camino. Pudo percibir en el Cosmo del anciano una inquietud, que atribuyó a su partida.

“Que Athena me disculpe...” pensó el anciano mientras observaba a Albiore alejarse cada vez más por el camino. “...Pero no pude decirle lo último que supe. La de los Ojos Grises sabrá comprenderme...” dijo, exonerándose mentalmente, “...pero estoy aquí para ayudar a aliviar el alma y el cuerpo de los Santos, no para preocuparles.”

La tormenta se anunció de nueva cuenta con un rugido enmarcado por un relámpago que trajo a Albiore de nueva cuenta al aquí y ahora. Abrió la puerta de la habitación para encontrar el espartano entorno: Tres camastros, que Helena había arreglado para que el Santo de Cefeo eligiera el que más le acomodara, una mesa que sostenía un frutero recientemente lleno, un par de sillas y vidrios tan limpios que parecieran no existir.

“Orfeo, amigo...” dijo Albiore arrastrando su mirada hasta el sitio que su compañero ocupara en los días idos. “Donde quiera que te encuentres, espero que de vez en cuando me recuerdes como yo lo hago contigo. Sólo Athena sabe que, en verdad, me gustaría volverte a ver una vez más, sonriendo y feliz como en esos viejos tiempos.”

El manto de la noche cubrió finalmente a la Isla Kanon.

***

La cúspide del volcán de la Isla Kanon se había convertido en un pararrayos natural. La tormenta de verano castigaba con furia esta noche a la Isla. Pero ni los peligrosos rayos que caían a su alrededor, ni la inclemente lluvia que caía como pequeñas lanzas punzantes, parecían tener ninguna importancia comparado al dolor que embargaba el alma del viajero.

“¡Eurídice!” exclamó un obseso Orfeo al observar la cercanía de la cresta del volcán. “¡Mi amor, no desesperes!”

¡Cuántas veces se había torturado recordando una y otra vez aquella trágica mañana en que su sueño sehabía convertido en una pesadilla! Habían pasado unos meses desde que abandonara a la Orden, con ayuda de su amigo Albiore, su vida se había convertido exactamente en todo aquello que él hubiera jamás deseado.

Mañanas llenas del abrazo caluroso del sol y la brisa que sentía fresca como la alegría y ternura que emanaban de la bella rubia. Su alma se expresaba por medio de las cuerdas de la lira que había improvisado para poder seguir enamorando a su amada. Los días pasaban tan rápido... No se cansaba ni de su compañía ni de sus palabras, descubriendo después de los momentos que pasaba junto a ella se habían agotado para dar paso a la noche; no podía dejar de extrañarla cuando no la veía luego de compartir todo el día juntos, haciendo sus noches largas.

Ni siquiera los lapsos de añoranza por la misión de Athena podían empañar aquellos días llenos de sol y alegría. Eurídice siempre expresaba su consuelo por tenerle a él a su lado, valoraba su sacrificio y su amor, pero en otras ocasiones, temía. Se sentía responsable de haberle robado a Athena a uno de sus Santos, a un guerrero capaz de convertirse en el punto crucial de la salvación del mundo en batallas que sólo eran imaginadas por los mitógrafos.

“Tengo miedo, Orfeo...” declaró ella sorpresivamente en una de tantas ocasiones que estuvieran juntos, provocando que la sonrisa extasiada de Orfeo se borrara de su rostro, el cual, interrumpió de improviso su melodía, una pieza especialmente diseñada para ella.

“¿De qué, Eurídice?” preguntó preocupado. “¿Te sientes mal? ¿Estás enferma?” Agregó Orfeo poniéndose de pie rápidamente y dejando de lado su lira para examinarla con su mirada.

“No,” negó la chica sencillamente, con algo de pena al sentirse tan observada. “No es eso, Orfeo... es sólo que, Athena...”

El rostro de Orfeo cambió de uno de sorpresa a uno de fastidio mientras se sentaba pesadamente en la roca donde hubiera estado tocando momentos antes.

“¡Otra vez con eso!” dijo molesto.

“Orfeo... tú eras un Santo de Athena. ¡Tu destino era mucho mayor que estar pasando los días junto con una niña tonta que se rebeló a su destino! Y que provocó con ello, la propia perdición de uno de los guerreros de la Diosa...” dijo mientras volvía su rostro y dejaba escapar una lágrima que rodó pesadamente por su suave mejilla. “¡Compréndeme, por favor!” suplicó.

El peliazul miró de reojo a su amada. La miró estremecerse a causa de su llanto y su enojo se evaporó tan rápido como este había aparecido.

“¡No llores, niña mía!” dijo él tomándola suavemente por los hombros. Eurídice, delicada, se dejó llevar por los fuertes brazos de aquel hombre que era su mundo entero. “¿No has entendido hasta ahora que tú eres quién me salvó? ¿No eres tú quién se da cuenta de que habernos rebelado a nuestros destinos no significó para nadie un sacrificio?” preguntó con delicadeza. “¿O es que acaso extrañas a tu familia?”

Desde que Eurídice y Orfeo decidieran escapar juntos, la familia de ella les había rechazado, llamándoles traidores y malditos de Athena. De nada sirvieron las explicaciones y los llantos. Ambos eran unos parias, que pensaron, jamás volverían a estar ante las presencias Santas de los guerreros de la Diosa de las Guerras Justas.

“No, amor.” Dijo ella mirando con sus ojos engarzados en largas y pesadas pestañas oscuras a Orfeo, quien a su vez, la observaba con ternura y con la desesperación del amante. “Mi mundo y mi familia eres tú. Eso lo sabes tú muy bien, es sólo que...” titubeó poniéndose de pie, y señalándose a sí misma con tristeza en su rostro. “¿Cómo es que yo, una chica tan poca cosa, me atreví a posar mis ojos en alguien prohibido?”

Orfeo se levantó para envolver con las suyas, las pequeñas manos de la joven que lo miró también angustiada, pero llena de la devoción que el ser que más se ama provoca en nuestras miradas.

“¿De qué le serviría un Santo no convencido de su tarea a Athena?” preguntó Orfeo esgrimiendo el argumento que hiciera en tantas otras ocasiones como la chica hubiera expuesto esta angustia. “¿Porqué piensas que eres tan poca cosa, si eres bella, sencilla, limpia como Athena?” preguntó él, con ardoroso atrevimiento.

“¡No!” dijo Eurídice posando su mano con urgencia sobre los labios de Orfeo con temor. “¡No vuelvas a decir eso, por favor!”

Orfeo besó la palma de la mano que le había intentado silenciar y sonrió.

“No temas, pequeña mía.” Respondió tranquilizando. “No estoy diciendo más lo que yo creo y pienso, ningún Dios descargará su furia contra nosotros por haber dicho estas palabras.”

Eurídice aprendió a callar. Llevada, no tanto por el convencimiento de las soberbias palabras de su amado, sino para evitar que él, tentara la ira divina por su imprudencia al hablar. En otras, se dejaba arrastrar por su amor y por sus sentimientos, a pesar suyo y le decía:

“¡Orfeo, quiero estar contigo para siempre!” Decía emocionada escuchando las melodías que su amado le regalaba. “¡Quiero escuchar tu lira toda mi vida!”

Y él le respondía con la misma paciencia y ternura de siempre:

“Eurídice, siempre estaré contigo, siempre tocaré mi lira para ti, incluso más allá de la muerte, ya lo verás...”

Y esas palabras ella las creía: por necesidad, por fe, por convicción. Y la emocionaban. Pasar el resto de la eternidad junto con su amado era una posibilidad que la emocionaba y la ilusionaba más que nada en todo el universo.

Sí, poco más de un año había transcurrido desde que salieran ambos, y sin embargo, Orfeo había insistido en que no se casaran aún. Quería vivir una etapa de noviazgo y de romance que no había podido ofrecerle en un ambiente más “normal”. Ello había hecho descubrir a Eurídice que su amado, en muchos sentidos, era un soñador que gustaba de vivir en fantasías, y lo atribuyó a su espíritu artístico.

Jamás se imaginó que Orfeo había tomado la decisión de proponerle unirse en matrimonio para vivir juntos al fin, Eurídice salió, como todas las mañanas a la puerta de su casa a esperar a su amado. Se sentó sobre una piedra a la vera del camino para aguardar el momento de echarse a sus brazos, ignorante de una serpiente negra que había buscado refugio debajo de la misma durante la noche y que estaba hambrienta y muy irritable.

En otro lugar, Orfeo terminaba de tocar su lira una nueva canción, que llenaba de ternura a quienes lo escuchaban y que había compuesto especialmente para proponer este cambio de vida a su amada. Cuando su fino oído concluyó que esta no era menos que perfecta para el momento, miró hacia los cielos sonriendo, sin observar a las abejas que rodeaban con su vuelo el sitio, atraídas como los legendarios ratones al encanto de la Flauta de Hammelin.

“Albiore, amigo, ¡muchas gracias!” pronunció, apenas soportando la tentación de hacer uso de su entrenado Cosmo para hablar directamente al alma de su amigo. “Gracias a ti soy capaz de ser feliz y hacer feliz a mi amada Eurídice.” Sonrió. “Deseo que tú vivas tan feliz como lo soy yo ahora... ¡no hay ningún Dios que sea capaz de lograr que yo me sienta de este modo!” Dijo desafiante, observando una rama de oliva que le recordó a Athena. “Este siempre fue mi destino.” Se agachó para recoger unas de las bellas flores que su tonada provocaba que surgieran del suelo para partir luego con renovada emoción con rumbo a la casa de la mujer que llenaba su vida de ilusión.

Cuando pudo observar de lejos la casa de su amada, le extrañó no hallarla sentada ahí aguardando pacientemente por él. Sonrió pensando que, seguramente, se le habían pegado las sábanas y que eso era la causa de su ausencia. Pero conforme se iba acercando, prolongando un paso y otro al comienzo para darle oportunidad de levantarse, algo pareció desentonar con la melodía en que se había convertido su vida desde su escape con la chica. Una indescriptible angustia se apoderó de él y de sus pensamientos que le oprimieron el pecho que lo obligaron a redoblar el paso hasta convertirse, prácticamente, en un trote. ¡Algo no estaba bien! Lo presentía con angustia. “¡Eurídice!” exclamó en su mente que se sumió en una locura de angustia. “¡Mi amor!” pensó, corriendo ahora sí francamente. “¿Dónde estás?”

En los inexorables momentos que transcurren entre esos segundos que nos parecen de pronto una eternidad, Orfeo alternó el optimismo con el más cruel presentimiento de la tragedia. ¡Se resistía a poder creer que algo malo le hubiera pasado a su amada! Se detuvo en seco cuando vio, frente a la puerta de la vivienda, un bulto caído exánime en el suelo. Su respiración agitada, su corazón luchando como por salir de su pecho, fue lo último de lo que tuvo conciencia antes de que su universo se apagara y se centrara en aquel cuerpo que reconoció era el de...

“¡EURÍDICE!”

Tirada bocabajo, Orfeo llegó hasta ella para tomarla delicadamente entre sus brazos. Su piel estaba tibia, conservando aún el calor que se iba apagando rápidamente. Mirando alrededor para saber qué había ocurrido, una culebra negra se movió entre la hierba cercana. Orfeo abrió sus ojos asombrado. Una culebra ponzoñosa que había mordido a su amada y que se la había arrebatado. Rompiendo su silencioso juramento de no usar nunca más su Cosmo, Orfeo descargó su furia contra el animal el cual se incendió atacado por la rabia de un antiguo Santo de Athena. Orfeo se levantó con el cuerpo inerte de la que fuera su mujer, observó su rostro palideciendo y las ventanas de su alma cerrados para siempre. Sintió los deseos de llorar, pero no lo hizo. Posó un beso en sus aún cálidos labios y la depositó sobre una cama. Salió para observar el cielo, recordando las palabras de temor que ella llegaba a proferir, el gusto que él sentía por ser rebelde y expresarlas... Un juego malsano, ahora reconocía, que gustaba de tener con ella y sus sentimientos.

“¡Eurídice!” exclamó mirando a los cielos que, a pesar de ser limpios y luminosos, él observaba oscuros y amenazantes. “¡Yo no te perderé!” Juró, encendiendo su Cosmo, levantando de la tierra polvo y se cubría de pequeños relámpagos que quemaron el aire. “Decidí estar contigo a pesar de los Dioses...” dijo apretando su puño hasta lastimarse. Se lanzó hacia el camino dirigiéndose al único lugar en donde podría encontrar la herramienta que le ayudaría a no sentir este dolor. “¡Y por los Dioses te juro que estaré contigo para siempre! ¡Así tenga que arrebatarte de sus manos!”

Eso lo había traído de vuelta a esta isla de la que hubiera partido lleno de ilusiones y felicidad. Con el sacrificio a cuestas de su status como Santo de Athena y de su armadura, la cual, pensaba, parecía que siempre había tenido puesta sobre su cuerpo a pesar de la lejanía que les separaba.

“Es mi armadura...” dijo Orfeo mirando al cráter del volcán encendiendo su Cosmo y buscándola. “Y la necesito ahora conmigo para tenerla a ella...” ponderó, obsesionado en recuperar a su amada.

El Cosmo de la Armadura de plata de la Lira se encendió poderosamente al recibir el llamado de su dueño y armonizaron. Alrededor del aura plateada de Orfeo, la figura de una Lira gigante se dibujó con su energía.


***


Fue como si se estuviera durmiendo en la más pacífica de las calmas y se escuchara el estruendo de la loza cayendo toda al mismo tiempo pesada y escandalosamente al suelo. El despertar del Cosmo de la Armadura de la Lira al llamado de su amo hizo que Albiore se incorporara rápidamente y en alerta.

“¡Orfeo!” gritó.

Agitado, se puso de pie y despertó su propio Cosmo para saber lo que estaba ocurriendo. Supo que la emanación de energía había provenido del volcán y supo que su amigo se encontraba ahí, acercándose a la cueva secreta que guardaba la Caja de Pandora que contenía la Armadura de Plata de la Lira.

“¿Qué haces, Orfeo?” preguntó al aire Albiore. “Siento tu alma muy turbada... Orfeo... ¿Acaso vienes por...?”

Dedujo que algo había salido mal. Pero aún y con que Eurídice hubiera abandonado a su amigo, las decisiones habían sido ya tomadas en el pasado: no había cabida para él en la Orden. Esa fue la condición, tal fue la sentencia. Invocando con su espíritu a su propia Armadura, Albiore se cubrió con los ropajes de Cefeo, que sin pensarlo más, salió corriendo con destino a la cueva donde se reencontraría con su antiguo compañero.

***

Orfeo descendió por la garganta del volcán haciendo caso omiso del calor y de los vapores mortales que emanaban de él. Su entrenamiento previo como Santo le permitía soportar algo que ningún otro hombre pudiera, ningún otro hombre salvo otro Guerrero de la Diosa.

Apoyándose en el suelo, el peliazul observó a lo lejos, entre la bruma del interior iluminado del volcán activo, la Caja de Pandora que parecía pulsar con ansiedad para correr al reencuentro de su legítimo portador. Orfeo no sonrió, no lo había hecho desde que encontrara a su chica sin vida, pero reconoció que si pudiera, lo haría.

“¡Ahí está!” exclamó con un suspiro de alivio. “Renovada y más poderosa que nunca...” dijo en voz alta entre los sonidos del magma hirviente. “Te necesitaré para un viaje, un viaje a otro infierno lejos de aquí...” dio dos pasos hacia la caja cuando un tintineo metálico que le pareció familiar le hizo detenerse en seco.

Volviéndose, observó entre los pesados gases un par de ojos brillar plateados que lo miraban fijamente.

“¿Se te perdió algo, Orfeo?” preguntó incendiando su Cosmo de manera amenazante, un gesto que para el músico no pasó desapercibido.

“¡Albiore!” exclamó asombrado el peliazul. “¿Qué haces tú aquí?”

“Curioso...” dijo el Santo de Cefeo forzándose a caminar para revelarse totalmente a la luz subterránea del volcán. “Precisamente has hecho la misma pregunta que te haría yo.”

Ante Orfeo estaba ahí de pie, el hombre que compartiera con él años en el pasado. Días de duros entrenamientos y la noche que, pensaba, había presagiado una felicidad que hoy estaba destrozada del todo.

“No te esperaba encontrar aquí...” respondió finalmente el peliazul al comentario del rubio.

“No has sido precisamente discreto, Orfeo...” replicó Albiore caminando más cerca de Orfeo hasta quedar a unos tres metros de distancia. “Sin embargo, no has respondido a mi pregunta...” guardó un breve silencio antes de hacer uso de su Cosmo para magnificar su voz por encima del ruido interno de las entrañas del volcán vivo. “¿Qué haces tú aquí en este suelo santo y ante la Armadura de la Lira?”

Orfeo se sintió desesperado. Este era un escenario que no había contemplado. Jamás imaginó que al querer recuperar su Armadura, ésta la hallaría resguardada por otro Santo de Athena.

“¡Tienes que escucharme!” Comenzó Orfeo a replicar con la boca seca y mostrando sudor, el cual no era provocado por la insoportable temperatura que les rodeaba, o la falta de oxígeno, sino a causa de la angustia de encontrar un obstáculo tan formidable.

“Eso es lo que te he estado pidiendo, que hables.”

“Yo... ¡yo necesito llevarme mi Armadura!” exclamó Orfeo desesperado, mostrando sus manos como en una súplica. “¡Tengo que llevármela!”

“¿Tu Armadura?” preguntó Albiore sarcásticamente. “¿No es que habías renunciado a ella para perseguir tu verdadero destino, Orfeo? ¿No es acaso que la abandonaste para poder tener a tu lado a la mujer que amas?”

Orfeo lo comprendió de pronto en su alma. Que una vez más, sus temores se confirmaban, que el hombre que tenía frente de sí no era más el amigo que le había tendido la mano para ayudarle a escapar para ir en pos de su amada. Ahora era un Guerrero de Athena, uno que no dejaría ir tan fácilmente aquello por lo que había venido a llevar.

“Es verdad, Albiore...” dijo intentando sonar razonable e intentando evitar una confrontación con aquel hombre al cual vivía agradecido. “Una vez renuncié a ella para poder tener a Eurídice a mi lado, hoy la necesito para lo mismo.” Orfeo calló intentando descifrar lo que su antiguo compañero pensaba ante sus palabras, pero su rostro no mostraba emoción alguna.

“¿Qué estás diciendo?” preguntó el argentino finalmente.

“Albiore, Eurídice ha muerto...” dijo clara y llanamente.

Aquella revelación hizo sentir una profunda pena por el hombre que tenía frente de sí al rubio. Así que esa angustia en las palabras del músico, aquellos ojos cristalinos que transmitían una profunda tristeza, tenía esa causa. ¡Ahora lo comprendía! Pero no todo, eso no explicaba por qué necesitaba la Armadura.

“Es una noticia que me apena muchísimo, Orfeo...” dijo Albiore sinceramente. Al escucharlo, Orfeo abrió los ojos con agrado.

“¡Sabía que me entenderías, amigo!” El músico se dio media vuelta y encaminó sus pasos hacia la Armadura de Lira para tomarla, pero la voz de Albiore volvió a detenerle, junto a una nueva emanación de su potente energía Cósmica.

“Sin embargo...” Comenzó el argentado Santo de Cefeo a hablar. “Eso no me explica qué haces tú aquí y por qué necesitas la Armadura para recuperar a Eurídice.”

El corazón de Orfeo estaba demasiado cansado de sentir decepción, pero no pudo evitar volver a sentir que éste se rompía un poco más. Se detuvo, una vez más, saliendo de la fantasía de pensar que le entenderían desde un comienzo. Volviéndose hacia Orfeo, comprendió que esta era su última oportunidad antes de enfrentar a su antiguo amigo y morir... pues sin Armadura, sería el seguro perdedor.

“Yo voy a rescatar a Eurídice” volvió a declarar de manera directa, no había tiempo para sutilezas, y menos con alguien que no parecía estar dispuesto a escucharle aunque dijera lo contrario.

“¿Rescatarla? ¿No has dicho tú que ella ha muerto?” preguntó Albiore incrédulo, escandalizado ante la actitud casi demente de su amigo. Los ojos del músico, ahora podía adivinar, estaban llenos de una sed insaciable de locura, de desesperación. “Si ella ha muerto, no hay nada que se pueda hacer.”

“¡No!” exclamó Orfeo. “¡Tú no me entiendes, Albiore! ¡Pensé que lo hacías pero ya veo que no!” agregó tristemente. “Si supieras lo difícil que es dejarla de tener a mi lado... ¡cuánto la necesito! La vida, fuera de la Orden de Athena es lo más dulce que te puedas imaginar, pero... sus limitaciones, las barreras que se imponen a aquellos que no estamos cerca de la Diosa la pueden llegar a convertir, en medio de su dulzura, una carga pesada.”

“Cuando decidiste salir de la Orden para perseguir tu destino dijiste que estabas dispuesto a aceptar esa vida con sus cosas buenas y sus cosas malas. No hay nada perfecto en el mundo, amigo mío, todo lo que obtenemos se consigue a costa de sacrificar otras.” Mirándolo fijamente y hablando casi paternalmente concluyó. “Eso no es ni una injusticia ni una pérdida, es saber ser un hombre responsable de sus decisiones.”

Orfeo bajó la cabeza ante las palabras de Albiore. Apretó sus puños, conteniendo sus lágrimas, pero sus ojos le traicionaron y dejaron escapar unas cuantas. Volviéndose el peliazul magnificó su voz haciendo uso del Cosmo:

“¡Hay una forma de poder traspasar las barreras, Albiore!” Su voz era la de un hombre enajenado, desesperado, rayando en el borde de la locura. “¡No acepto las limitaciones! ¡No lo he hecho nunca y jamás lo haré, eso lo sabes muy bien!”

¡Tenía poco tiempo! ¿Cómo podría explicarle que había logrado descubrir el paso entre el reino de la vida y la muerte despertando uno de aquellos sentidos cósmicos extraordinarios de los que los Santos sólo eran poseedores?

“¡Me llevaré esa Armadura así tenga que combatir contra ti y quitarte la vida, amigo mío!” exclamó Orfeo desgarrando su garganta en un grito. “¡Te haré comprender... y una vez que eso ocurra, te traeré de vuelta conmigo al mundo de los vivos!” Albiore negó con la cabeza, mientras que daba un paso hacia atrás asustado de ver a éste hombre descompuesto y semejando un poseso. “Entonces me comprenderás, amigo mío...” dijo el adolorido músico. “Y sabrás perdonarme.”

Un silencio se hizo entre los dos hombres. Un silencio tenso, sórdido, que retrataba el momento doloroso entre ellos.

“No es posible que tú, entre todas las personas, hayas dicho eso, Orfeo” finalmente rompió el silencio Albiore imprimiendo dolor en sus palabras. “Aunque te creyera, sabes perfectamente que no está permitido que un Santo haga uso de su Armadura Sagrada para sus propios fines y conveniencias.” Soltando sus cadenas, las cuales lo comenzaron a rodear, mientras que encendía su Cosmo, concluyó. “No te lo puedo permitir.”

Orfeo observó el despliegue de poder de su amigo, comprendió que la batalla era inevitable.

“¿Me matarás entonces, Albiore?” lanzó la pregunta al aire, abriendo los brazos para mostrarse indefenso ante su amigo, plasmando en su rostro una infinita tristeza que le carcomió el corazón.

Las sombras de los dos hombres, de los grandes y entrañables amigos, se hicieron evidentes contra la rugosa pared del interior del volcán cuando el magma, reaccionando ante las explosiones cósmicas de energía que ocurrían en su entorno, los iluminó, pintando de rojo las paredes, las pieles, los mantos de plata.

“Toma la Armadura, Orfeo” dijo Albiore agachando su cabeza y cerrando sus ojos con tristeza. A la mente del argentino acudió una escena que tuviera con su Maestro Shura poco después de la partida del peliazul.

“Comprendo tu dilema, Albiore... lo sé muy bien, me encontré en una escena similar hace unos años. Un amigo me traicionó. Un amigo al cual quería como mi hermano... pero el deber es primero.” Dijo su Maestro Capricornio en aquella ocasión.

“¿Qué ocurrió, Maestro? ¿Con su amigo?” preguntó Albiore, curioso.

“Lo maté”, había respondido el español mientras miraba hacia la ventana con el gesto fruncido.

“¡Albiore!” exclamó Orfeo aliviado. “¿Será posible que...?” preguntó esperanzado una vez más, en una actitud francamente estúpida e inmadura.

“Toma la Armadura y combate contra mí” interrumpió Albiore al lirista. “Has amenazado con que te la llevarías aún a costa de mi propia vida. Tendrás que cumplir tus palabras, pero mi orgullo como Santo no me permitiría que nos enfrentáramos en desigualdad de condiciones. Recuerdo aún el hermoso brillo de tu Cosmo de Guerrero, pero llevas mucho tiempo sin entrenarte, algo que no ocurre conmigo, quiero darte la oportunidad de que puedas defenderte.”

Orfeo observó a Albiore frunciendo el ceño.

“¡Tú ya no eres mi amigo!” sentenció, encendiendo su Cosmo y cubriéndose con la Armadura de Plata de la Lira. Aquellas palabras resonaron a pesar del ruido en la caverna, y horadaron el corazón del Santo de Cefeo.

Detrás de Albiore, su Cosmo se elevó mostrando la figura de la constelación de Cefeo, mientras que detrás de Orfeo, una Lira cósmica apareció amenazante, mientras que el aire se llenaba de electricidad y sus miradas se miraban, una a la otra, con decisión y dolor. Los corazones de ambos rompiéndose como las rocas que los rayos de sus Cosmos partían hasta hacerlas polvo.

Sin esperar mucho tiempo más y presa de la desesperación, Orfeo gritó:

“¡STRINGER NOCTURNE!” prodigiosamente, la Lira de la Armadura de Plata brilló, lanzando sus cuerdas contra Albiore en un ataque furioso. “¡No te resistas, Albiore, no quiero lastimarte!”

Moviéndose a gran velocidad, el Santo de Cefeo evadió las cuerdas elevando su Cosmo.

“¡Me parece que para eso ya es demasiado tarde, Orfeo!” gritó de vuelta el rubio agitando su cadena redonda y rechazando las cuerdas que no había logrado evitar. “¡CEPHEI SUPER NOVAE!” exclamó de vuelta el argentino, haciendo girar sus cadenas con mazos a gran velocidad y lanzándolas contra su antiguo compañero.

Mirando con atención el ataque del santo de Cefeo, Orfeo logró esquivar todos los ataques de su antiguo amigo, haciendo que las mazas se estrellaran contra las paredes del volcán que pareció estremecerse desde sus entrañas ante el encuentro colosal de dos Santos de Athena.

“Pocas novedades son las que me ofreces, Albiore” respondió Orfeo con amarga ironía, apareciendo en el mismo sitio en el que se encontraba antes de recibir el ataque, mientras que el rubio llevaba de vuelta sus armas a sus brazos. “Parece que esto sí va en serio, ¿no es cierto?”

“¿Acaso en algún momento no lo fue, Orfeo?” preguntó el Santo de Cefeo lanzándose contra su antiguo amigo y comenzando una lluvia furiosa de golpes que lo hizo retroceder. Orfeo se sentía sorprendido, hacía mucho que no combatía contra alguien cuerpo a cuerpo, y, contrario a lo que había dicho unos momentos antes, podía observar el progreso prodigioso del hombre que lo amagaba con golpear. Logró esquivar unos cuantos golpes dirigidos a su rostro y pecho, y se lanzó con fuerza hacia atrás, impulsando sus piernas contra el suelo e invocando su Cosmo para hacerlo brincar con más fuerzas.

Albiore se detuvo para esperar ver como el Santo de Plata de la Lira se posaba sobre un risco que sobresalía de una de las paredes que les rodeaban. Orfeo respiraba agitadamente, víctima de su falta de condición, mientras que el Santo de Cefeo lo observaba tranquilamente desde el sitio donde hubiera lanzado su último ataque.

“Me hace sentir más tranquilo ver que no eres un cordero que se ofrece al matadero, Orfeo” dijo Albiore sintiendo que su sangre hervía, ante todo era un guerrero, el hecho de combatir lo hacía sentir vivo, una emoción distinta a todas las demás, si para Orfeo el amor era la emoción última, para él lo era el combate, aunque su vida estuviera en peligro, pues reconocía en su rival alguien capaz de derrotarle.

El Santo de la Lira de Plata, por otra parte, no podía sentirse tranquilo ante lo que ocurría. Podía notar que estaba en una ligera desventaja ante su, ahora rival. Tenía que hacer algo si quería salir vivo de aquí con la Armadura y recuperar a Eurídice... pero ¿matando a  Albiore? ¿Sería capaz de ello? Un dolor le atacó a la garganta y sintió la necesidad de expulsar algo espeso y líquido que subió de su estómago para inundar su boca de un sabor metálico. Tosiendo fuertemente, dejó escapar por su boca un chorro de sangre. Miró como ésta se evaporaba al contacto de la lava que tenía debajo de sus pies, más allá del risco en donde se había detenido y se llevó una mano a un costado sorprendido, donde pudo ver la marca en su Armadura de uno de los golpes de Albiore, le había tocado sin darse cuenta. Miró de vuelta al rubio, observando en su rostro la determinación reflejada en su rostro.

“¿Piensas ganar una pelea escondido en un rincón, Orfeo?” preguntó Albiore levantando su cadena de mazo y girándola alrededor de su cabeza. “¡La pelea es aquí abajo!” Concluyó lanzándola con la fuerza de su brillante Cosmo contra el risco, el cual destrozó instantáneamente, mientras que Orfeo brincaba hacia abajo evadiendo la piscina de lava hirviente para ponerse frente a su enemigo.

“¡STRINGER NOCTURNE!” volvió a atacar de inmediato al aterrizar. Las cuerdas de su arpa se clavaron contra el piso de forma furiosa, en el mismo sitio donde Albiore hubiera estado parado y que, ahora, le obligaba a ceder terreno para evitar la furia del extraordinario ataque.

Desde el aire, Albiore gritó:

“¡Una técnica no funciona dos veces al ser usada contra un rival, Orfeo! ¡Eso lo sabes bien!” Hizo brillar su Cosmo para contraatacar, cuando escuchó las palabras del Santo de la Lira.

“¡Eso es si la has visto completa, Albiore!” amenazó.

“¿Qué?” preguntó sin comprender el Santo de Cefeo, que observó como de inmediato, las cuerdas que se habían hundido en el suelo parecían ahora brotar desde otro sitio del mismo suelo como si fueran serpientes, y que en un ángulo invertido de 30° con respecto a los guerreros alcanzó las piernas de Albiore. Tomado por sorpresa, el Santo de Plata de Cefeo recibió la embestida del fúrico ataque en su totalidad. Albiore cayó pesadamente al suelo, dejando una ráfaga de humo que se levantó en el sitio donde hubiera caído dejando un hueco. “In... increíble.” Exclamó con dolor, abriendo poco a poco los ojos, observando como Orfeo se aproximaba caminando tranquilamente entre el humo.

“Ríndete, Albiore” pidió Orfeo tranquilamente. “Te tengo ahora a mi merced, pero como te lo he dicho antes, en verdad no quiero matarte.”

Apoyándose contra el suelo para levantarse con esfuerzo, Albiore comenzó a incorporarse.

“¿Por qué no cumples tu palabra, Orfeo?” Dijo. “¿Acaso eso fue algo que olvidaste mientras renunciabas a los Caminos de Athena? ¿Al honor?” concluyó, poniéndose de pie y mostrando su Armadura herida, su rostro mostraba hilos de sangre provocados por las finas cuerdas de la lira de su enemigo.

Orfeo observándolo tranquilamente respondió.

“Al contrario, Albiore” dijo mientras llevaba su mano a la brillante arpa, pareciendo prepararse para atacar. “El mundo me ha demostrado que las palabras y el honor son armas útiles para lograr lo bueno, pero cuando se vuelven cosas dolorosas, el poderlas dejar ir sin necesidad del sacrificio, es un acierto. Todos nos equivocamos... y la vida nos da la oportunidad de rectificar.”

“¿Cómo habla de la vida alguien que se niega a aceptar la muerte?” preguntó Albiore.
”No habrá forma de que dejes este lugar sin cumplir tu promesa, Orfeo.” concluyó el Santo de Cefeo.

Orfeo mirándolo, derramó una lágrima.

“Amigo mío, comprendo tus sentimientos y el deber que sientes para tener que realizar esto, pero... ¿estás dispuesto a cumplir esto aún y cuando tus sentimientos y creencias vayan de por medio?” preguntó mientras posaba un dedo sobre su Lira. “¿Son los Santos de Athena seres sin voluntad y sin corazón que son incapaces de sentirse humanos? ¿No recuerdas cuando tú y yo hablábamos en nuestros entrenamientos y jurábamos que seríamos estrictos como Santos pero no seríamos implacables como el Maestro Shura?”

Los ojos de Albiore de Cefeo se abrieron sorprendidos al escuchar esas palabras. Recordó los tiempos en que se sentía más joven, más fresco, sin la responsabilidad de ser un Maestro que fuera tan bueno como la propia figura de quien le entrenara. La revelación de que Shura había matado a su amigo por traicionar los preceptos de la Diosa fue algo que hizo que se estremeciera por lo monstruoso que esto se escuchaba. ¿Qué podía ser tan grave como para dañar a una persona que se quería? Mirando de vuelta a Orfeo que lo observaba, sintió como su voluntad parecía flaquear entre sus sentimientos y su deber. ¿Quería ser alguien como Shura, capaz de matar a su amigo sin mostrar el menor de los remordimientos? ¿O podía ser el amigo de antaño, que podía comprender a Orfeo y dejarle vivir aún sin Armadura? ¿Acaso, como su amigo le había dicho, la Orden carecía de un corazón amable que fuera la conciencia de los guerreros que se concentraban sólo en el resultado de una victoria en una pelea?

Orfeo notó el momento de duda de Albiore, comenzó a tocar su Lira con una melodía nueva que el rubio jamás había escuchado.

“No quiero matarte, Albiore. Aplicaré mi Cosmo a la melodía que uso para calmar a las fieras salvajes y a las tribus que se hacían la guerra sin esperanza de paz... STRINGER SERENADE!”

Una dulce tonada que inundaba de paz comenzó a ser escuchada con potencia por toda la caverna. El Santo de Cefeo, tomado por sorpresa, escuchó el nuevo -y desconocido- ataque del Santo de la Lira, notando como poco a poco, sus manos parecían perder control de su aferre a las cadenas que formaban parte de su manto plateado.

“¡No...!” exclamó, alzando su Cosmo y gritando: “¡CAVEA EX CEPHEIDES!” Sus cadenas comenzaron a moverse animadas por la fuerza de su propia energía, creando alrededor de él un muro de múltiples extremidades que rodearon al Santo de Cefeo en una especie de jaula. “¡Ni siquiera tu ataque musical podrá traspasar mi barrera!”

Orfeo bajó la vista y tranquilamente replicó.

“Estaría de acuerdo contigo si te estuvieras enfrentando a un músico normal, Albiore” comentó sin detener su ataque de sueño. “Sin embargo, aunado a la potencia de mi Cosmo y usando la Lira del manto de plata, mi ataque no puede ser detenido. Las ondas sonoras no viajan por el aire, amigo mío... sino que llegan directamente a tu cerebro y a tu Cosmo. No hay defensa posible.”

Albiore pudo comprobar, para su sorpresa, que las palabras del peliazul eran verdad. Que el ataque no se había detenido, y que encerrado dentro de aquella jaula, de hecho, parecía escucharlas magnificadas como en una especie de caja de resonancia.

“Es el final, Albiore...” agregó Orfeo con tristeza a sus palabras, sabiendo que ésta era la despedida. Que su amigo dormiría y se despertaría sólo para verle si le encontraba algún día buscando su Armadura, pero que eso, no sería posible, pues partiría lejos de ahí junto con su amada y volvería a renunciar a su Armadura y al Cosmo. “Mi amor por Eurídice es eterno, Albiore, así como mi amistad por ti.”

Imperceptible para el Santo de Plata de la Lira, las cadenas múltiples que habían rodeado al Santo de Cefeo no eran todas una realidad, como si dos serpientes parecidas a las que le arrebataran a su amada se movieran subrepticiamente entre las sombras detrás de él, estaban tejiendo una especie de jaula que, cuando las notó, parecían abalanzarse sobre sí...

“¡Imposible!” gritó. Observando, antes de que el muro de cadenas de plata se cerrara sobre él cuando Albiore, Santo de plata de Cefeo, caía rendido ante el ataque de serenata que el peliazul le había realizado.

Un silencio opresor cayó sobre la caverna. Sólo, apenas roto, por las burbujas de magma que iban hasta la superficie de la roca líquida para reventarse al contacto con el aire, y los movimientos que Orfeo realizaba dentro de su capullo de cadenas para liberarse. En un momento, sólo se escuchó el sonido de la lava hirviente, todo pareció acabar...

Pero de manera increíble, los acordes de la lira de Orfeo volvieron a escucharse, las cadenas de la armadura de Cefeo se estremecieron envueltas en un potente brillo plateado que provenía de su interior.

“¡STRINGER RÉQUIEM!” exclamó la voz de Orfeo, usando su Cosmo, una explosión que opacó toda la luz del magma, hasta llevarlo al rojo blanco, fue lo único que, si hubiera habido alguien presenciando este combate, habría podido percibir sin siquiera perder el sentido por la brillantez de la luz. Las cadenas de Cefeo se rompieron, mientras que emergiendo, triunfante, Orfeo salió a la luz como una crisálida recién liberada del letargo de la metamorfosis.

Orfeo dejó de lado su Lira cayendo pesadamente al suelo mientras tosía, lanzando sangre por su boca. Observó de nueva cuenta a Albiore, quien permanecía inconsciente por la Serenata Mortal.

Con trabajos, Orfeo se puso de pie, recogió el arma que daba sentido a su signo, aproximándose a Albiore observándole. Lo miró, como sus manos no renunciaban a tomar los fragmentos de cadenas que quedaron, como el muñón de la cola de un lagarto recién trozada, pudo observar en su gesto la paz de tener su conciencia tranquila por haber cumplido su deber.

El Santo de la Lira no se engañaba, sabía que Albiore había peleado intensamente, pero que jamás había usado su Cosmo con fuerza mortal. Lo había entendido, lo había ayudado. ¡Era hoy, como ayer y siempre, su mejor y más fiel amigo!

“Veo que hoy te has convertido en un noble Santo y Maestro de la Orden, amigo mío. No me extraña, siempre admiré de ti la dedicación de tu vocación. Esa admiración quise emularla, pero fracasé en mi intento... perdóname si te decepcioné con mis decisiones. Ruego a Athena y a los Dioses que tu corazón bondadoso pueda cambiar la historia de las Guerras Sagradas que plagan a nuestro universo, que seas tú la conciencia y el corazón, que los guerreros también necesitan en las batallas para ganarlas con limpieza de corazón y justicia, Albiore.” Caminando hacia fuera de la caverna para emprender su búsqueda, Orfeo se detuvo un momento más para observar una vez más a Albiore y despedirse. “Que Niké te corone, Albiore de Cefeo. Que vivas una vida larga y llena de satisfacciones, amigo.”

Reemprendió su camino, sintiendo una mezcla de tristeza y orgullo por el carácter de su amigo: recio, pero a la vez entregado a sus convicciones. Él odiaba pelear, contrario a Albiore, pero en el Santo de Cefeo podría confiar siempre en que sus decisiones siempre se tomarían a partir de sus propias convicciones y deseos por la justicia.

Atrás, Albiore de Cefeo se levantó poco a poco, habiendo escuchado todo lo que Orfeo le dijera pero fingiendo seguir rendido ante el hechizo de las cuerdas encantadas de la Lira del peliazul.

“Y que Niké te corone a ti en tu búsqueda, Orfeo...” dijo con voz nostálgica sabiendo que era la última vez que se verían. “Que logres reunirte con tu amada, como siempre fue mi deseo desde que nos despedimos la última vez, amigo mío.”

Fuera del volcán, la tormenta había pasado. Como prodigio, las nubes habían desaparecido y la luna llena se reflejaba, multiplicando su imagen en los incontables espejos de las gotas que habían quedado atrapadas en las hojas de las plantas de la Isla Kanon...


FIN


Cada virtud sólo necesita un hombre; pero la amistad necesita dos.-
Montaigne


#6 francois

francois

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Publicado 14 marzo 2007 - 23:27

esxcelente capitulo perdon si tarde en verlo es que estaba ocupadin
pero me gusta mucho su manera de narrar y de escribir la historia
ojala y pronto pongan mas

#7 Pollux_Dioscuros

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Publicado 16 marzo 2007 - 10:17

Francois, muchas gracias por tu lectura y tu opinión...

Lamentablemente, o para su suerte, la historia es de dos capítulos exclusivamente, jeje, así que ya no habrán más actualizaciones, para ver más acerca de Orfeo pues habrá que ver la Saga de Hades en su capítulo Infierno, y el destino (y triste) final de Albiore se narra durante la Saga de las XII Casas.

¡Muchas gracias por tus palabras y qué bueno que te entretuvo!

Saludos.

:)

#8 Lady Dragon

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Publicado 18 marzo 2007 - 21:07

Muchas gracias por tu comentario, Francois happy.gif

En honor a la verdad, este trabajo en conjunto, el cual me tomó a mí (el terminar el capítulo que me tocaba) casi dos años, tuvo resultados muy gratificantes, aunque durante el tiempo que observé la hoja a medio escribir más de una vez maldije a Albiore, jajajaja, porque me resultó especialmente difícil de escribir.

Pero tengo que agradecer a Pollux por la oportunidad que me brindó al escribir a su lado y compartir muchos brainstormings conmigo, los cuales cada cual fue más brillante que el anterior.

El final de estos dos Santos ya lo conocemos, así como puntualizó mi compañero... sólo nos tomamos la libertad de llenar un vacío en las vidas de Albiore y Orfeo, tomando un poco las Crónicas Zodiacales de Pollux Dioscuros como línea temporal para emplazar la historia... y por ello, creo que hablo por los dos al manifestar una satisfacción por un trabajo realizado con cariño y empeño.

Pronto se elegirá otro personaje para esta serie de colaboraciones, ya veremos qué pasa... ¿verdad, colega? :P

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#9 Pollux_Dioscuros

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Publicado 19 marzo 2007 - 22:18

Miren, tan sencillo lo pongo: Lady Dragon es, en muchas formas, el motor detrás de muchos de mis escritos y leer sus trabajos me inspiran en gran forma, ella por derecho propio es una MAGNÍFICA  fanficker...

De hecho, he de decir que luego de leer el primer episodio me temblaban las piernas pensando en tener que igualar, al menos, la calidad de su escrito, jajaja... ¡es una chica que es un reto! Y ése sólo el comienzo de todas sus características encantadoras.

¡Y puedes estar segura que estoy ANSIOSO por volver a trabajar juntos en una historia! ¡Será fantástico!

Un becho.

Muá.

#10 Pollux_Dioscuros

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Publicado 30 marzo 2007 - 13:37

Por lo pronto aprovecharé éste tema en el que he puesto un escrito mío para anunciar que luego de Semana Santa comenzaré a publicar la Crónica Zodiacal de Libra.

Si acaso aún hay algún lector de ellas por aquí, jajaja.

¡Saludos a todos!

#11 Jeczman

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Publicado 30 marzo 2007 - 16:18

¡QUE BÁRBARO! Me he quedado mudo, acabo de leer el primer episodio de esta genialsisima entrega hecho por dos fickers de alto renombre LADY DRAGON y POLLUX DIOSCUROS

En verdad que esta idea de "eslabones rotos" llega hasta lo mas profundo de mi corazón, la historia del primer episodio hecho magistralmente por Lady Dragon me ha dejado sorprendido por la exquisita forma de narrar los sucesos, las emociones, las descripciones de la isla. Pude imaginarme perfectamente todo el capítulo y me dejó muy asombrada la personalidad de los tres personajes.

Empezando por Orfeo que, no lo imaginaba tan emocional, es cierto que en el Meikai nos damos cuenta de parte de su personalidad, pero se le vé abatido, en cambio acá es todo un mar de emociones, iluminado por la energía de Euridice.

Albiore si correspondió al capítulo de Shun donde habla con el de manera ecuánime y desenvuelta, esa nobleza que porta Shun me parece que fué reforzada por su maestro que, sobra decir la vimos en exceso en este capítulo.

El que mas me ha sorprendido ha sido el caballero de Capricornio, tan estricto y duro. Por todo lo que vi en la serie los caballeros de oro no darían la pinta de seres tan hostiles, tal vez el maestro Dohko es el que mas se me hacía a como describen a Shura pero, esto que digo no significa que es malo, simplemente me ha dado una nueva visión de este caballero que, no había visto antes. Es refrescante verlo asi tan frio, estricto y de cierta manera entregado en su papel de santo. Parecido en ciertos aspectos a Mace Windu de Star Wars.

De la historia en si: Jamas hubiera pensado que estos dos caballeros se conocieran y que fueran alumnos de Shura ¿existe algun indicio de ello en el manga? Espero me iluminen porque no tenia idea de esto.

La relación Orfeo-Albiore es extremadamente extraña en el sentido de que nunca hubiera imaginado verlos a los dos juntos siendo tan amigos y tan cercanos, me dá cierta nostalgia ya que, el destino de los dos es fatal y lastima cuando lo recuerdas.

La amistad es uno de los temas con mayor repetición dentro de la serie y el valor de la misma se vé perfectamente en esta primera parte cuando Orfeo decide partir por su cuenta y seguir su sueño, el cual le acarreará problemas tan graves y grandes como quedar sumido por siempre en el Hades.

Los mismos rastros de amistad que vemos en estos dos entrañables amigos, lo vemos reflejado en Shura que sigue agobiado y que, seguramente se autocastiga constantemente bajo la consigna de "lo hice porque era lo debido" su corazón aun no alcanza el perdón y me supongo que, después de enterarse de que el Patriarca era Saga malvado, y sabedor de todo lo ocurrido, no imagino el sufrimiento y todo lo que ha guardado durante años. Sería excelente poder ver en el futuro algo asi, no se, quizá me inspiren para una historia como esta.

La historia en su totalidad ha cautivado mis sentidos, sentí un escalosfrio en la parte final del primer episodio al leer la parte de los "eslabones rotos" como si de una película de 2 horas se tratara, entretejiendo la continuación que será por parte de POLLUX y dejandome maravillado por esta obra que no debe dejar de ser leida por nadie.

Lady Dragon: Escribes maravillosamente y me has conmovido con esta historia, todas mis fibras estallaron al final, no pude evitar sentirme como en el cine y aplaudir con los créditos de salida, se que suena exagerado, pero en verdad me ha conmovido y maravillado la historia tan bien definida y escrita, es un placer y gusto tener a talentos tan grandes como ustedes en este foro. Sus ficks serán bienvenidos siempre.

¡GRACIAS! por maravillarme con este primer episodio Lady Dragon, estaré pendiente de futuros proyectos tuyos, porque en verdad me has dejado con la boca abierta y ganas de seguirte leyendo, EXCELENTE tu aportación y nuevamente GRACIAS por compartirla y dejarme ser parte de esta emocionante y abrumadora historia que me ha partido el corazón.

Recibe un respetuoso saludo de mi parte y espero que POLLUX no destruya ( XDDDD) en su segunda parte lo que con tanto esfuerzo y dedicación has logrado conseguir con esta primera.

SALUDOS !!

PD: Voy a conseguir esas tonadas que recomiendas, porque vale la pena escucharla leyendo este fick.

Editado por Jeczman, 30 marzo 2007 - 16:27 .


#12 Pollux_Dioscuros

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Publicado 09 abril 2007 - 21:40

Aprovechando mi visita por aquí, me atrevo a responder en nombre de mi querida amiga Lady Dragon para traer el tema hasta arriba una vez más... jaja.

^^U

QUOTE ("Jeczman")
Empezando por Orfeo que, no lo imaginaba tan emocional, es cierto que en el Meikai nos damos cuenta de parte de su personalidad, pero se le vé abatido, en cambio acá es todo un mar de emociones, iluminado por la energía de Euridice.


¡Y lo que te falta por leer! Digamos que podrás ver "el otro lado de la moneda" sobre una parte de la personalidad que describes, aunque quizá no del todo, en un análisis total al respecto de una cualidad (?) que puede tener el caracter del lirista.

QUOTE ("Jeczman")
Albiore si correspondió al capítulo de Shun donde habla con el de manera ecuánime y desenvuelta, esa nobleza que porta Shun me parece que fué reforzada por su maestro que, sobra decir la vimos en exceso en este capítulo.


Aquí, Lady Dragon y yo intentamos comenzar a cimentar algo sobre los principios y acciones del noble maestro de Shun en la serie. ¡Por supuesto sobra decir que veremos más al respecto!

QUOTE ("Jeczman")
El que mas me ha sorprendido ha sido el caballero de Capricornio, tan estricto y duro. Por todo lo que vi en la serie los caballeros de oro no darían la pinta de seres tan hostiles, tal vez el maestro Dohko es el que mas se me hacía a como describen a Shura pero, esto que digo no significa que es malo, simplemente me ha dado una nueva visión de este caballero que, no había visto antes. Es refrescante verlo asi tan frio, estricto y de cierta manera entregado en su papel de santo.


Sólo como dato adicional, el 90% de las historias que escribo transcurren en una misma línea de tiempo basada en mis Crónicas Zodiacales. La historia de "ESLABONES ROTOS", por tanto, está puesta sobre esa misma línea temporal y paralela a Saint Seiya.

La visión de Capricornio, como incluso mi propia querida amiga me dijo, es diferente a la suya propia en un último caso y se adapta mucho más a lo que es (o será) en sus participaciones en las Crónicas que llevo.

Por el momento, él sólo ha participado, como jovenzuelo, en la Crónica de Géminis, por lo que su magisterio como Maestro es una suerte de "explicación" sobre lo que hizo cuando recibió la orden de ser Maestro de nuevos Guerreros para Athena que recibe al final de Géminis.

Y sí, como podrás esperar, Shura aparecerá en la que, presumiblemente, será la continuación de Géminis que será Sagitario. Ahí podremos apreciar un poco más de ése paso a la frialdad que Shura, puesto que en mi línea de tiempo, Shura no sería controlado por Saga por un Satán Imperial.

¡Me fascina el Episodio G, pero en ése pequeño aspecto no estoy muy de acuerdo! Creo que hay formas muy, MUY efectivas de poder hacer que Shura pueda vivir una tragedia mucho más grande al tener que matar a Aiolos.

¡Ups! ¿Dije tragedia?... ¡Creo que estoy hablando de más!

thumbsup.gif

QUOTE ("Jeczman")
Jamas hubiera pensado que estos dos caballeros se conocieran y que fueran alumnos de Shura ¿existe algun indicio de ello en el manga? Espero me iluminen porque no tenia idea de esto.


No, para nada. Para mí fue un hecho más fortuito siendo que fueron los personajes que ganaron EL SUPERVIVIENTE en SSEternal y aquí en SSIP, así que decidí crear una historia alrededor de ellos, curiosamente, ambos eran los Santos de Plata de los que se habla, había algo extraordinario en su poder.

El sólo hecho de que hayas pensado que podía ser algo así en el manga nos honra profundamente. Quiere decir que la historia es convincente al grado de poder ser tomada como tal por algunos.

¡Eso es algo que usualmente, espero yo incluso de mis propias Crónicas!

QUOTE ("Jeczman")
La relación Orfeo-Albiore es extremadamente extraña en el sentido de que nunca hubiera imaginado verlos a los dos juntos siendo tan amigos y tan cercanos, me dá cierta nostalgia ya que, el destino de los dos es fatal y lastima cuando lo recuerdas.


¿He mencionado en algún momento que me encanta la tragedia que subyace en casi todos los personajes de Saint Seiya? ¿No? ¡Ah! Pues me encanta la tragedia que subyace en todos los personajes de Saint Seiya.

¡Es un nudo argumental tan irresistible que me atrae como la miel a las moscas!

QUOTE ("Jeczman")
La amistad es uno de los temas con mayor repetición dentro de la serie y el valor de la misma se vé perfectamente en esta primera parte cuando Orfeo decide partir por su cuenta y seguir su sueño, el cual le acarreará problemas tan graves y grandes como quedar sumido por siempre en el Hades.


Y antes de eso... ¡más problemas! Jeje. ¡Segundo capítulo plis!

54.gif

QUOTE ("Jeczman")
Los mismos rastros de amistad que vemos en estos dos entrañables amigos, lo vemos reflejado en Shura que sigue agobiado y que, seguramente se autocastiga constantemente bajo la consigna de "lo hice porque era lo debido" su corazón aun no alcanza el perdón y me supongo que, después de enterarse de que el Patriarca era Saga malvado, y sabedor de todo lo ocurrido, no imagino el sufrimiento y todo lo que ha guardado durante años. Sería excelente poder ver en el futuro algo asi, no se, quizá me inspiren para una historia como esta.


¡Oh, claro! Esta participación de Shura es un adelanto de lo que veremos en el pobre Santo Dorado de Capricornio en la Crónica de Sagitario y posteriormente en la de Capricornio...

thumbsup.gif

QUOTE ("Jeczman")
Recibe un respetuoso saludo de mi parte y espero que POLLUX no destruya ( XDDDD) en su segunda parte lo que con tanto esfuerzo y dedicación has logrado conseguir con esta primera.


¡Espero el veredicto final!

Aunque aquí entre nos, luego de leer su magnífica entrega, tuve los mismos temores de mi parte, jajaja.

¡Saludos y gracias!

#13 Lady Dragon

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Publicado 20 abril 2007 - 19:05

Hai hai, gomen, no pasaba por aquí porque tenía otras ocupaciones ^^u

QUOTE ("Pollux Dioscuros")
QUOTE ("Jeczman")
Jamas hubiera pensado que estos dos caballeros se conocieran y que fueran alumnos de Shura ¿existe algun indicio de ello en el manga? Espero me iluminen porque no tenia idea de esto.


No, para nada. Para mí fue un hecho más fortuito siendo que fueron los personajes que ganaron EL SUPERVIVIENTE en SSEternal y aquí en SSIP, así que decidí crear una historia alrededor de ellos, curiosamente, ambos eran los Santos de Plata de los que se habla, había algo extraordinario en su poder.

El sólo hecho de que hayas pensado que podía ser algo así en el manga nos honra profundamente. Quiere decir que la historia es convincente al grado de poder ser tomada como tal por algunos.


Ciertamente, nos halaga mucho que creas que esto fue parte del manga, aunque no es así... pero el hecho de que tomes esta historia como canon es más que una flor que nos echas. Te agradezco mucho, Jeczman :3

Y para completar el collab de este año, haremos otra historia Plateada, con los personajes ganadores del torneo de EL SUPERVIVIENTE.

Los próximos conejillos de indias que caerán bajo nuestras garras son Crystal de Corona Boreal (aquí soy yo colocándole ese nombre, no hay indicios oficiales que esa sea su armadura, en tal caso), Argol de Perseo (¡que me encanta!)... y una participación especial de la Maestra del canijo del Pony, Marin de Águila.


QUOTE ("Pollux Dioscuros")
Aunque aquí entre nos, luego de leer su magnífica entrega, tuve los mismos temores de mi parte, jajaja.


¿Te dije que eres un hablador? ¿No? Te lo digo y te lo repito y te lo vuelvo a repetir.

¡Esperen el segundo capítulo! Créanme cuando les aseguro que cierra con broche de oro la historia... y a mí me parece el mejor de los dos, de hecho :3

¿Tienes alguna objeción, P? ¬¬

XP!!

No respondo más nada, porque Pollux ya dijo lo que yo diría, haha, pero sí tengo que añadir algo sobre Shura.

Shura es... un personaje complicado. No tan complicado como Saga o Ikki, pero es lo suficientemente difícil como para que se torture a sí mismo por sus acciones, y lo suficientemente fiel a su causa y a su misión como para no atreverse a refutar órdenes de sus superiores.

Sabe que sólo es un peón en ese tablero de ajedrez, pero quiere ser un peón honorable, pero sin llegar al extremo del todo por el todo para hacerse indispensable.

Shura va más allá de los materialismos y los terrenalismos, se ocupa de su misión, así las órdenes que reciba sean desgarradoras para su alma y sus sentimientos.

En el caso de lo que pasó con Aiolos... planteo un Shura que aún le remuerde la conciencia, pero trata de convencerse a sí mismo que lo que hizo fue lo correcto porque provino del Gran Maestro.

Y para citar a cierto prócer de mi país: "El soldado que mira más allá de sus órdenes se tropieza con sus propias botas".

Shura sabe todo esto, por ello se engaña a sí mismo hasta que le demuestran que, efectivamente, cometió uno de los peores errores del mundo, destrozándolo por completo.

Pobre de mi cabrito, yo lo quiero mucho, por eso es que le comprendo perfectamente por ser de su mismo signo <3

Hehe. ¡Saludos y gracias por un review que me dejó marcando ocupado! :3


#14 Pollux_Dioscuros

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Publicado 23 abril 2007 - 14:52

QUOTE ("Lady Dragon")
Los próximos conejillos de indias que caerán bajo nuestras garras son Crystal de Corona Boreal (aquí soy yo colocándole ese nombre, no hay indicios oficiales que esa sea su armadura, en tal caso), Argol de Perseo (¡que me encanta!)... y una participación especial de la Maestra del canijo del Pony, Marin de Águila.


Ya comenzamos, Lady Dragon y yo a hablar sobre generalidades de la historia. Estoy ya empezando a pensar en un plot para ella y ponerla a consideración de tan talentosa (y linda =3) fanficker.

¡Esperemos que podamos tener lista una historia para antes de fin de año! XD

QUOTE ("Lady Dragon")
¡Esperen el segundo capítulo! Créanme cuando les aseguro que cierra con broche de oro la historia... y a mí me parece el mejor de los dos, de hecho :3


Pues de hecho, no tienen qué esperar, el segundo capítulo está online desde hace eones...

hablandoPaja.gif

QUOTE ("Lady Dragon")
¿Tienes alguna objeción, P? ¬¬


O_O

(Un consejo, chicos, jamás, pero NUNCA contradigan a una Mujer Dragón).

04.gif No, Herz, no tengo ninguna objeción. (Digan lo que quieren aunque tengan que recurrir a no ser, del todo, sinceros).

rolleyes.gif ¡Saludos!

#15 Lady Dragon

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Publicado 23 abril 2007 - 17:05

QUOTE (Pollo Oscuro)
¡Esperemos que podamos tener lista una historia para antes de fin de año! XD


¬¬U

¿Eso fue una indirecta muy directa, un teasing irónico o tú firmando tu testamento dejándome la mitad de tus bienes y todo tu manga?

QUOTE (Pollo Oscuro)
Pues de hecho, no tienen qué esperar, el segundo capítulo está online desde hace eones...


*se limpia los lentes*

Sí, bueno, ajá...  ¬¬U

28.gif Me eché un pelón, pues, LOL.

Editado por Lady Dragon, 23 abril 2007 - 17:07 .

user posted image
A Beautiful Lie.

#16 Pollux_Dioscuros

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Publicado 23 abril 2007 - 18:18

ginsu_knife.gif

Ninguna de las cosas que mencionas, Herz... únicamente un deseo mío, pues yo de pronto tal vez no tenga tanto tiempo como antes.

^^UU

¡Y ojalá que Jeczman y los demás amigos que han hecho una revisión de la historia pudieran leer el segundo capítulo pronto para saber qué les pareció la misma!

Estoy ansioso de saber qué opinan luego de leer tu genial entrega sobre la mía.

:D




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