Espero que disfrutéis la historia, y sobre todo, opinéis.
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El Colegio San Agustín es el más prestigioso internado católico de toda Suiza. Ubicado muy cerca de los Alpes, Se construyó inspirándose en la Catedral de Florencia, por mandato del Concilio de Trento. Estaba destinado a ser uno de los primeros seminarios de Europa. Posteriormente se convirtió en un convento y en la actualidad es un internado mixto dirigido por un joven y peculiar sacerdote llamado Thomas.
El alumno más reciente del colegio se llama Santiago y tiene 14 años. Sus padres adoptivos son los Condes de Saint-Major. Un matrimonio que no pudo engendrar hijos debido a un temprano cáncer de útero que dejó estéril a la Señora Saint- Major. Pasó por varias casas antes de ser adoptado definitivamente; pero muy pronto fue imposible que se entendieran bien con su rebeldía y decidieron internarlo en aquel edificio al que llamaban Colegio. Este era el único recurso viable para su educación.
En el comienzo de sus días, Santiago fue un precioso querubín de mejillas rojizas y ojos brillantes de entusiasmo. Despierto y alegre solía ser el niño Jesús o el ángel en las funciones navideñas del orfanato. Sin embargo, cuando creció, la ausencia de sus padres le hicieron mella, y su dulce carácter se agrió.
En los recreos Santiago suele ponerse a la sombra de un castaño y a sumirse en sus recuerdos, pero éstos no iban más allá del orfanato; ya que llegó allí con unos pocos meses de vida. Le dijeron las monjas que lo habían dejado en la puerta cubierto por una sucia manta. Pese a hacer un terrible frio, éste dormía tan plácidamente como si estuviera en una confortable cuna.
Sacó una medalla que colgaba de su cuello y la contempló una vez más. Se trataba de una cruz de Santiago custodiada por un ángel. Años atrás ese preciado objeto se extravió mientras él andaba jugando con sus compañeros de orfanato. Él solía esconderse en la copa de los árboles pues tenía desde siempre una extraordinaria capacidad física. Era ágil, fuerte y un gran atleta; ningún ejercicio duro se le resistía; dichas habilidades le habían hecho ganar el respeto de sus compañeros y le hacían el líder de todas las actividades. Santiago recordaba aquellos días en el orfanato con un gran cariño pese a las circunstancias.
El día que Santiago perdió la cruz de su cuello, pensó que el mundo se le caería encima. Se puso muy nervioso cuando en la comida se percató de que solo llevaba una parte de la rota cadena; ésta se le había caído en la sopa cuando se agachó hacia la cuchara. Recordaba perfectamente a la madre Virginia preguntarle que le ocurría al verle tan pálido. Santiago, que pese a su tendencia a ocultar sus sentimientos, se le veía perfectamente su preocupación, soltó la cuchara produciendo un fuerte ruido al caer ésta sobre el plato y salió corriendo al campo a buscar la medalla. Las monjas le detuvieron pues no les gustaba que salieran solos sus niños, pero Santiago corrió tan rápido que era imposible alcanzarle.
Hasta bien caída la tarde, Santiago buscó la cruz por todos los rincones por donde había estado jugando, pero era como buscar una aguja en un pajar. Las hojas que habían cubierto el suelo por el otoño no le dejaban encontrar nada pese a que él había hurgado con sus pies y manos entre ellas. Muy entristecido se fue a sentarse en el antiguo puente romano del río alzando sus ojos hacia la puesta del sol. El cauce estaba orientado hacia el oeste, por lo que podía ver perfectamente la naranja esfera perdiéndose en el horizonte. Se sintió totalmente desamparado, aquella cruz era lo único que le quedaba de sus padres biológicos. Se acurrucó sobre la balda del puente de piedra y fue una de las pocas veces que rompió a llorar cuando una voz le sorprendió diciendo: “¿Qué te ha pasado Santiago?”
Santiago se giró hacia su derecha; apoyado sobre la balda había un hombre muy extraño. Iba vestido con un pantalón ancho beige y unas botas Marrones corroídas. Le cubría un jersey azul marino y un forro polar verde militar. Un sombrero de lana negro le protegía del frío aire que sopaba del nordeste. Pese a que sus ojos los ocultaba un largo flequillo y las facciones eran tapadas por una espesa barba; Santiago tuvo la sensación de haber visto a ese hombre antes.
- ¿Cómo sabes mi nombre?.- Le dijo.
- Yo nunca me olvido de las personas que me han ayudado.- Abrió la mano y en la palma resplandecía el crucifijo que con tanta fatiga había estado buscando. Santiago se dirigió de un salto hacia el hombre.
- ¡Creía que lo había perdido!
- Debes guardarlo con mucho cuidado, algo tan valioso no puedes perderlo.- El hombre sacó de su bolsillo una cuerda de cuero por la que introdujo el crucifijo. Después hizo un par de nudos y se lo puso a Santiago.- El ángel que custodia la cruz de Santiago, te custodia a ti.- Santiago miró el crucifijo y cuando volvió a levantar la vista, el hombre había desaparecido.
Habían pasado once años desde entonces, y hasta ese momento, en la sombra del castaño en el colegio, no había caído en quien era ese hombre:
- ¡Ahora lo recuerdo! Aquella noche de invierno… ese hombre estaba en la nieve caído y muerto de frío. Yo le traje unas mantas limpias y una sopa caliente. Cuando fui a avisar a las monjas que nos cuidaban, el hombre había desaparecido. Desaparecido como en el puente… ¿Quién será?
Unos gritos alarmaron a Santiago. Éste fue a ver que ocurría. Se trataba del pelirrojo Daniel y sus matones que andaban molestando a unos chicos menores. Aquel Daniel sacaba de quicio a Santiago, nunca le volvió a ver desde los torneos de lucha que él solía practicar una vez adoptado. Era un luchador impresionante y al llegar a Suiza se había enterado que era campeón del país. Sabía de sus habilidades y arrastraba con eso a los más peligrosos del colegio para que le halagaran y le obedecieran. Dos de ellos, Christian y John eran los más temibles. Habían repetido dos veces tercer curso y se aprovechaba de ello para tener temerosos a sus compañeros. Se unieron a Daniel cuando vieron en éste las increíbles habilidades que tenía para que le siguieran y respetaran.
Daniel había quitado la consola a unos chicos. Entre las chicas que estaban viendo la situación estaba Ana. Ana era compañera de Santiago de clase y la única que se atrevió a decir a Daniel que dejara tranquilos a los chicos. Daniel se echó a reír. John se acercó a Ana y la contempló. intimidándola. Ella asustada mantuvo la compostura hasta que John le levantó la falda. Ésta se acurrucó humillada mientras que a Santiago le hervía la sangre.
- ¡Basta ya Daniel!- Gruñó. Daniel se giró hacia él. – Debería darte vergüenza tratar de ese modo a la gente.
- ¡Mirad amigos! Si es “el oscuro”. ¿por qué no vuelves a hablar con Cásper, tu mejor amigo?- Dijo Daniel. Santiago se enfureció. Detestaba que se metieran de ese modo con él.
- ¡Qué sabrás tú de mí! Deja a los chicos en paz y métete con alguien de tu tamaño.- Los chicos que contemplaban la escena estaban atónitos. Nadie había osado antes a desafiar a Daniel. Los matones se echaron a reír excepto Christian que se adelantó diciendo:
- ¡Cómo te atreves a decir eso al campeón de lucha del país!
- No me asusta ese título. Aunque seas el campeón no te mereces ni el pie de esa copa.
- Deja que le de su merecido, Danny…- Dijo Christian, pero Daniel le puso la consola robada en la mano y lo apartó suavemente.
- ¿Acaso crees que tú te la mereces más? entonces tendrías que ser mejor que yo luchando.
- ¡Me importa una porqueria la copa! Solo me importa que abusones como tú desaparezcan.
- ¡Chicos, tenemos a un héroe entre nosotros!.- Dijo Daniel riendo y los demás le siguieron.- Me parece que has leído demasiadas historias, la vida es así y nadie la puede cambiar.
- Devuelve la consola a ese chico y pide perdón a Ana, sino te las verás conmigo.
- Está bien! Ya me he hartado de ti. Chicos es todo vuestro.- Daniel tomó el aparatito y comenzó a jugar mientras Christian y John atacaban a Santiago, los dos fueron tumbados sin esfuerzo ante el atónito Danny.
- Ya te has olvidado Daniel.- Dijo Santiago jadeando.- Yo también sé luchar. El único que conoce lo que yo eres tú.
Daniel dejó la consola en el suelo y se dispuso a pelear. Se enzarzaron en una lucha ante la sorpresa de los demás que los miraban. Aquello era como ver un campeonato de kárate. Ana salió corriendo a avisar al padre Thomas asustada.
Daniel y Santiago se estaban atacando sin escrúpulo alguno, era espeluznante escuchar lo sonidos sordos que emitían los golpes. Uno muy fuerte fue dirigido hacia el pecho de Daniel éste se dobló muerto de dolor. Se llevó la mano al pecho rojo y con un sudor frío por sus sienes. Un calambre recorría su brazo izquierdo hasta el pecho, pero no podía dejarse derrotar o el respeto que le tenían desaparecería. Así que se levantó y pegó una patada a la parte de detrás de las rodillas de Santiago, después de esquivarle. Santiago cayó sobre el suelo golpeándose la ceja contra una piedra haciéndose una brecha y conmocionado miró a Daniel.
- Todavía no eres rival para mí, Santiago.
En ese instante llegó el padre Thomas que los separó inmediatamente.
- ¡Os habéis vuelto locos!- ¿Qué ejemplo sois de un Colegio como éste? No consentiré que se derrame una sola gota de sangre e ira en este santo suelo!- Santiago y Daniel miraron los dorados cabellos de Thomas agotados.- Dejad vuestras batallitas en el tatami. Ahora iréis a la enfermería y después estaréis castigados después de clase.
- ¡Adios chico adoptado!
- John!- Exclamó el padre Thomas.- Tú también estás castigado!
De vuelta a su habitación por la noche, Santiago miraba en el espejo los puntos de su brecha. Después se sentó en la cama y golpeó el cabezal.
- Chico adoptado…- Dijo lleno de rabia. Cuando sacó la mano del agujero del cabezal la vio toda ensangrentada y le dolía horrores. Sacó el crucifijo otra vez. Éste giraba sobre su eje dejando ver las dos caras del mismo. En la de atrás había una fecha: 1 de noviembre de 1995, el que todos fijaron como la fecha de su nacimiento.- ¿Por qué me abandonaron mis padres?
Se metió en la cama después de haber lavado y vendado con un pañuelo su puño. Una calidez notó en ese momento y le pareció distinguir una figura luminosa en la esquina de la habitación, se dibujó la figura de aquel ermitaño que le devolvió el crucifijo y su voz le dijo: “Recuerda que nunca estás solo”. Agitó su cabeza pensando que no era más que una visión de su imaginación. La imagen desapareció y cerró los ojos.
Edited by Talaris, 06 May 2011 - 11:40 am.