Antes de subir el capítulo 3 os aclaro que sitúo el fic durante los primeros años de gobierno de Saga como Patriarca. Los primeros caballeros van apareciendo... Por otro lado intento ser lo más coherente posible, y me fundamento en la información de la serie clásica, la saga de Hades, así como The Lost Canvas, Shantia Sho y El Hipermito. Intento no mezclar cronología y sí servirme de los datos que obtenemos de lo anteriormente mencionado.
Sin os dejo con la historia.
Capítulo 3: Algo inesperado.
Mientras bajaba las escaleras, corriendo, que llevaban hasta la sala del Chrysos Synegain y a la puerta de la Torre, ya con mi armadura puesta, tan solo tenía en la mente la imagen de mi amigo Ryoma tirado en el suelo, con su corazón deteniéndose en un instante debido al ataque de su propio maestro. Milo del Escorpión… maestro de mi amigo y causante de su muerte. Un asesino sin dudas, haciendo gala de su estrella protectora. El escorpión… ése animal que con sólo atacar una vez es capaz de asesinar a sus presas, da igual el tamaño de su enemigo, o su fuerza… con un sólo ataque lo asesina.
Llegué a la sala y me dirigí corriendo hacia la puerta, viendo con mis ojos como Crisella entraba en ese momento, y tras ella y su bastón, Milo, caballero de Escorpio. Vestía su armadura, imponente armadura. Era la primera vez en mi existencia que contemplaba a un caballero de oro frente a mí. La capa blanca que portaba en sus hombros ondeaba mientras caminaba hacia mí, y me detuve frente a ellos, a una distancia de unos cinco metros. Su semblante era sereno. El mío… mostraba la ira en mis ojos. Mirar directamente a Milo, era mirar al asesino de un amigo.
-Señor Enol… -habló Crisella, con su mirada ciega perdida en el vacío- Os presento a Milo, caballero de Escorpio.
-Retírate….!! –Grité, con una muesca de rabia en la cara. Tanto la expresión de Milo como la de mi sirvienta cambiaron ante el tono de mi voz- Vamos!! Márchate!! –Mis gritos no eran dirigidos a Crisella en tono ofensivo, sin embargo no podía contener mis sentimientos viendo a Milo-.
Crisella bajó su cabeza, y apoyándose en su bastón comenzó a caminar en dirección a las escaleras.
-¿Qué os aflige, caballero?-Milo se dirigió a mí con la voz muy serena, transmitiendo tranquilidad.
Justo cuando Crisella puso un pie en el primer escalón de la escalera, comencé a concentrarme y a expandir mi cosmos. El rostro del caballero de oro y sus ojos mostraban sorpresa.
-Milo del Escorpión… no eres humano! –Mis puños se cerraban sobre sí mismos, conteniéndome. Si no me controlaba… Estaba a punto de saltar sobre él y atacarle con todo mi poder-.
-Ja, ja, ja… -Rió, ése hombre se rió-. ¿Cómo dices, caballero? –Su rostro no mostraba enfado, ni ironía en su carcajada, más bien rió como su hubiese oído alguna historia graciosa. Rió como un caballero de oro no debe reír… con burla-.
-Ayer, cuando asesinasteis a vuestro discípulo Ryoma… -comencé a gritarle- ¿Cómo sois capaz de entrenar durante casi cinco años a vuestro discípulo y asesinarle el día en que él alcanzaría su gloria más soñada? –Sin poder evitarlo…mis ojos se humedecieron un poco, mis sentimientos afloraron recordando a mi amigo-. El sueño de Ryoma era convertirse en caballero! Y justo cuando está a punto de conseguirlo vos se lo habéis frustrado! Después de eso… ¿Os seguís llamando Caballero de Atena?
Milo se mostraba sereno, aunque compungido ante tales acusaciones. Cerró los ojos. Los abrió y mostró una leve sonrisa.
-Caballero… -Milo comenzó a caminar hacia mí, dando pasos pequeños mientras hablaba-. ¿Acaso no recordáis el castigo que la diosa Atena impartió a todos aquellos que nacieran bajo el destino de la estrella guardiana del Reloj? Recibiríais todo daño físico y mental que sufrieran cada uno de los caballeros de la Diosa… Ayer, Ryoma, aquel al que llamas amigo, superó la prueba.
-¿Cómo? –Mi cuerpo se detuvo. Tal información no la conocía-.
-Así es, caballero. Ryoma superó la prueba y se unió a las huestes de la caballería. ¿Acaso no sentiste el mismo daño que él cuando recibió mi aguijón? De no ser un caballero, vos no habríais sufrido daño alguno tras recibir Ryoma mi ataque, ¿No es así?
Mi mente estaba bloqueada, no era capaz de entender. Si Ryoma se convirtió en caballero… ¿Por qué su maestro lo asesinó?
-No os entiendo…
-Caballero… ¿Podrías subir a lo más alto de tu torre y observar las tierras más allá del campo de entrenamiento de las mujeres? Quizás… os llevéis una sorpresa…
Accedí. Comencé a subir las escaleras que con anterioridad había subido Crisella. Milo sonreía, y no mostraba maldad en su expresión. Ryoma siempre me decía que admiraba mucho a su maestro. Era un hombre tenaz, amable, incluso a veces bondadoso con el destino que le había tocado a su discípulo. No se compadecía de Ryoma, sino que lo apoyaba y siempre le daba ánimos en sus entrenamientos. Durante sus casi cinco años de entrenamiento, mi amigo jamás se había quejado como otros muchachos de sus maestro, al contrario… Siempre nos decía que era quién era gracias a Milo, su admirado maestro.
Pude comprobar que Milo seguía mis pasos, subiendo la escalera. Llegué hasta la zona de la biblioteca y me acerqué a sus paredes, las cuales no estaban una vez dentro de la estancia y se podía ver a grandes distancias. Enseguida miré más allá del lugar que Milo me había indicado. Aquella zona árida, a los pies de un monte… había cambiado… ahora se podía ver un río, fluyendo hacia el horizonte. Sus aguas eran de un azul intenso, y seguro que desde su orilla se veía un río con un buen caudal y una corriente leve… incluso en uno de los lugares que alcanzaban a ver mi vista pude ver que se había formado un pequeño lago. Más que lago era un pequeño estanque…
-Santa… Atena!
-Quizás… Caballero del Reloj… -Me habló Milo, ya casi a mi lado y contemplando el mismo río-. Deberías informaros de los sucesos ocurridos si sois vos el encargado de escribir nuestras crónicas… -Sonrió-.
Entonces volvió a mi mente Ryoma. ¿Por qué le había atacado?
-Milo, ¿Ryoma está….
-¿Muerto? –El caballero de oro sonrió-. No, no ha muerto… -Me giré, mirando a Milo directamente a los ojos, sorprendido-. Para convertirse en caballero, Ryoma tuvo que superar una de las pruebas más complejas de todo el Santuario, por ello ahora mismo se debate entre la vida y la muerte. Dependerá de sus fuerzas despertar tras la prueba, y dependerá de si su sacrificio es compadecido por la diosa Atena. Solo así saldrá adelante… -La mirada de Milo se volvió triste-.
-¿Pero… qué le ha pasado a Ryoma?
-Junto al Patriarca y algunos caballeros más entre los que yo me encontraba, y junto a los soldados que querían presenciar la prueba, Ryoma llegó al monte Agrónn para realizarla. En la Era Mitológica se habla del río Eridano, el cual nace de dicho monte. Sin embargo lleva siglos sin brotar de la piedra. Se dice que el río nacerá sólo cuando un cosmos, lo suficientemente inmenso, lo haga renacer de las entrañas de la tierra, para ello… el mismísimo río debe brotar del propio caballero…
-¿Cómo? –Jamás me imaginé una cosa así… ¿Cómo podría Ryoma….?-. Mi conocimiento no llega a imaginar lo sucedido Milo…
-Al comienzo de la prueba, Ryoma elevó su cosmos al máximo. Se introdujo en una cueva que lleva al mismo centro del monte. Una vez allí, tu amigo hizo explotar su cosmos. Tras aquello, hizo correr su sangre, vertiéndola sobre la piedra del monte. Sólo así podría despertar el fluir del líquido sobre la piedra. Para cuando le quedaba un suspiro de vida Ryoma salió de la cueva con paso lento. Sangraba algo aún por sus muñecas y su tez era muy pálida. Creí que caería, sin embargo Ryoma volvió a despertar su cosmos y brilló con el mismo brillo que lo hacen las estrellas. El propio Patriarca quiso detener la prueba. Fui yo quien pidió a tu maestro que no lo detuviera. Los caballeros de Capricornio, Tauro y Acuario que también estaban presentes me instaron a que sí detuviera la prueba, pero no fui yo quien decidió, Ryoma habló…
-No… no me detendréis! Aunque sólo quede de mí un simple rastro de cosmos en éste intento… seguiré adelante! Soy Ryoma, digno servidor de la diosa Atena, y voy a convertirme en caballero. Juro que no caeré jamás frente al enemigo sin que antes le hay mostrado mi mejor batalla. Yo seré el Caballero de Bronce de Eridano!
Entusiasmado, esperé el final de la historia.
-El suelo comenzó a temblar. –Continuó Milo-. Los allí presentes estábamos sorprendidos ante la insistencia de Ryoma. Aunque hubiera vertido casi toda su sangre, su cosmos era ahora más poderoso, y a cada instante parecía aumentar más y más. Parecía como si el mismo monte retumbara, algunos de los soldados salieron corriendo, asustados. Albiore de Cepheo, que también presenciaba la prueba, dijo “Vamos! Sigue expandiéndolo…está rozando la barrera del séptimo sentido, lo va a conseguir!”. Observé de nuevo a Ryoma, el suelo que pisaba comenzó a desintegrarse. Ya no estaba seguro de si mi discípulo lo iba a conseguir o simplemente explotaría, culpándome de ello durante el resto de mis días. Sólo cuando vi con mis ojos que desde el interior de la cueva brotaba agua, y comenzaba a inundar la zona, con gran cantidad de agua y un sonido ensordecedor no me lo creí. El agua corría entre los pies de Ryoma ladera abajo, mis ojos contemplaban el nacimiento de un río y todos los allí presentes se emocionaron ante tal fuerza.
-Ryoma lo consiguió! –Reí, me sentí feliz. Observé de nuevo a lo lejos aquel río que se perdía en el horizonte. Sin embargo la sonrisa se fue de mi rostro-. ¿Cómo está ahora?
-Ryoma no pudo disfrutar en el momento de su triunfo. Cayó al agua, con las muñecas aún abiertas, desvanecido e inconsciente. Corrí a socorrerlo junto a Albiore, y cuando llegué a él pude comprobar que ya no sangraba, a través de sus heridas emanaba agua, gotas de agua salían de sus venas. El Patriarca, tu maestro, me dijo que sólo deteniendo su corazón pararía la hemorragia, y que sólo con los cuidados necesarios podría despertar de nuevo. Levanté mi brazo e hice caer sobre su corazón a la aguja escarlata, invoqué a Andares para detener los latidos que débilmente aún se oían. Fue ése el daño que tú mismo sentiste. Al recibir mi aguja Ryoma también te herí a ti. Y por ello te pido disculpas. Tienes un destino que nos aflige a todos, Caballero del Reloj. –Milo apoyó una de sus manos sobre uno de mis hombros-. Comprendo que no es fácil.
-Acepto mi destino, caballero.
Tras un breve espacio de tiempo, donde mis ojos volvieron a mirar a aquel río en la distancia, pensé en Ryoma.
-Milo… quiero hacer una cosa. No sólo soy un escriba, también soy el guardián de ésta Torre. Así como de las armaduras que se encuentran aquí custodiadas. Hay una que ya no debe de estar aquí. Tiene portador… Llévale la armadura de Eridano a Ryoma, seguro que le da fuerzas para que salga adelante. Ryoma es fuerte, es el más fuerte de todo el Santuario… -Mis ojos se inundaron, aunque no cayó lágrima alguna-. No merece morir…Atena es justa, mi maestro dice que es bondadosa y generosa… él es el único que puede verla. Seguro que no permite que Ryoma muera…
Cuando Milo se hubo marchado de la Torre, llevándose consigo la armadura de Eridano me quedé consternado.
Durante los días siguientes, mandé cada mañana a Cappio a que averiguase sobre el estado de Ryoma, y cada día volvía con las mismas noticias… Ryoma no despertaba. Se debatía entre la vida y la muerte. Yo, cada tarde antes de que el sol se ocultase, subía hasta la biblioteca y observaba el río allá en la lejanía. Pensaba en Ryoma, y en todo lo que habíamos pasado juntos como discípulos de nuestros maestros. Cada noche nos contábamos los detalles de la jornada, y entre los muchachos que allí nos encontrábamos siempre era Ryoma el que nos daba ánimos o soltaba comentarios para que olvidáramos lo estricto y duro que eran nuestros entrenamientos. Desde muy niño siempre había sido mucho mayor en tamaño que el resto. Casi ninguno de los niños o jóvenes allí presentes le llegábamos siquiera a la altura del pecho. Con diez años ya era tan alto como los adultos, y su tamaño creció y creció durante los siguientes años. Cuando dos de nosotros entrábamos en conflicto por cualquier causa, Ryoma siempre venía y juntaba, golpeando una con otra, nuestras cabezas y nos separaba. Qué nostalgia la de aquellos años…
Sin embargo, ahora estaba postrado en una cama, debatiéndose entre la vida y la muerte.
Lo único singular durante aquellos días fue el nombramiento de dos nuevos caballeros de bronce, los cuales vendrían a por sus respectivas armaduras. Eran Archenar de Jirafa y Mirio de Boyero.
Días más tarde, mientras me encontraba escribiendo en la biblioteca, pude ver desde lo alto de la Torre como se acercaban hasta ésta dos hombres… Vestían las ropas de los soldados del Santuario, uno con los cabellos verdes y el otro negros. Conocía a ambos de poco, eran Archenar y Mirio, y seguro vendrían a por sus armaduras. Los dos llevaban en sus manos unos pergaminos y se dirigían a la puerta. Antes de que ninguno de mis servidores me informase vestí mi armadura y bajé hasta la puerta de entrada.
-Enol de Reloj… -Comenzó a hablar el de los cabellos verdes- Soy Archenar… -Entregándome el pergamino que llevaba en la mano lo extendí y leí. La letra era de mi maestro, El Patriarca-. Vengo a recoger mi armadura.
-Yo soy el gran Mirio!, Caballero de Boyero, y también vengo a recoger mi fabulosa armadura! –Dijo muy sonriente el de cabellos negros, entregándome su pergamino, en el cual estaba escrito lo mismo que en el del otro-.
-Bien… -Contesté-. Un momento, aguardad aquí.
Me dirigí al interior de la Torre, y recogí ambas armaduras… Jirafa y Boyero. Sumando éstas dos, y la de Eridano que le entregué a Milo, para que la llevara junto a su portador, faltaban veinte de las cuarenta y ocho armaduras de bronce. De plata quedaban dieciséis, y de oro tan solo una, la del León Dorado.
Transporté en mis manos ambas cajas de Pandora y las coloqué a los pies de ambos caballero. La sonrisa y la felicidad en el rostro de Mirio eran palpables. Por el contrario, Archenar, miraba su armadura con respeto. Sin más, Mirio tiró de la anilla y abrió la caja de Pandora de Boyero, dejando ver el objeto que en su interior se encontraba… Acto seguido extendió sus brazos y la armadura se separó rompiendo la figura que formaba para colocarse sobre su nuevo portador. La armadura de Boyero era sencilla, compuesta de espinilleras, cinturón, peto, puños, hombreras y el casco, quizás lo más llamativo y singular de ésta. Era roja casi al completo, salvo dos pequeños cuernos que le sobresalían a ambos lado del casco. La armadura de Boyero era una de las pocas armaduras que poseían algún arma. Una fantástica lanza se encontraba en la mano izquierda de Mirio.
Tanto Archenar como yo estábamos sorprendidos. Un caballero de Atena sólo puede ponerse su armadura cuando las fuerzas del mal están amenazadas, sin embargo Mirio no dudó, y ahora con su armadura puesta solo mostraba felicidad y alegría.
-Si! –Comenzó a gritar saltando de alegría y dejándose llevar por el entusiasmo- Por fin lo logré! Conseguí mi armadura… Mirad muchachos, es magnífica!
Y lo era, sin duda alguna. Todas las armaduras que poseía el ejército de Atena, desde las de Oro hasta las de Bronce eran espectaculares. Tenía brillo propio, e incluso se decían que tenían vida propia y que eran capaces de salvarle las vidas a sus portadores.
-Mirio! –Archenar parecía algo enfadado-. Como se entere nuestro maestro de que te has colocado la armadura te va a castigar por ello! ¿Por qué lo has hecho?
-Ahh! Ya cállate… -Se burló el caballero de Boyero-. Déjame disfrutar éste momento, además el maestro se marchó ayer mismo del Santuario. –Mirio se quedó mirando la caja de Pandora de su compañero y volvió a mirarlo a él a los ojos-. Deberías hacer lo mismo! –Y así, tiró sin permiso de la anilla de la armadura de Jirafa-.
Mirio se quedó con la anilla en la mano al tirar de ella, sin embargo no se abrió.
-Pero… ¿Qué haces? –Le pregunté yo al impulsivo de Mirio. En ese momento, sin que la caja se abriese, el muchacho fue electrificado, y hasta que no soltó de su mano la anilla no dejó de sentir por todo su cuerpo la electricidad que emanaba de aquella caja. Ya en el suelo Mirio se puso a maldecir a la armadura de Jirafa, sin embargo Archenar cogió con cuidado la anilla y volvió a tirar de ella con fuerza, intentando entender por qué su armadura no se abrió… En pocos segundos, la armadura de Jirafa apareció ante nosotros y se separó, adhiriéndose al cuerpo de su portador. Archenar se vio envuelto en su cosmos y se sintió más poderos que nunca…
-Santa… Atena… -El ahora Caballero de jirafa se mostraba triunfal mirándose sus propias manos y partes del cuerpo, admirando más que observando a su armadura-. Es… fabulosa!
-Ahora si yo soy castigado, tu también lo serás! Ja, ja! –Boyero se rió mientras terminaba de ponerse en pie y se erguía, golpeándose en los muslos para quitarse el polvo-. Maldita armadura de Jirafa!
-Ja, ja, ja, ja….
Los tres… Archenar, Mirio y yo oímos ésa risa que venía de arriba… Justo sobre una gran roca, con el sol a su espalda, con lo que no lo veíamos bien, pudimos ver un destello azul entre los rayos del sol. La figura saltó y cayó cerca de nosotros tres.
Era Ryoma!
Tan grande y alto como siempre, lucía la maravillosa armadura de Eridano, de un azul intenso. Adaptada al cuerpo de mi amigo, la armadura lucía y brillaba al igual que las de Boyero y Jirafa.
-Ryoma! –Me encaminé hasta él y tendí mi mano-. Bienvenido al mundo de los vivos, compañero.
Archenar y Mirio también se acercaron hasta el caballero de Eridano, tendiéndole sus manos y saludándose así. Éste me entregó también un pergamino en la mano, y pude comprobar que también estaba escrito por mi maestro. En su escritura se leía lo siguiente:
“Ryoma, Caballero de Eridano, queda al servicio de la diosa Atena. Permanecerá en la Torre del Reloj hasta su total recuperación, brindando protección a la Torre, en compañía de Enol, caballero del Reloj.”
-¿Significa esto que te hospedaras aquí hasta que te restablezcas de tus heridas? –Le pregunté a Ryoma-.
-Exacto, camarada! Aunque será por poco tiempo, ya sabes que nada ni nadie puede conmigo… Con el Caballero de Eridano!
Espero que os haya gustado, y espero vuestros comentarios y opiniones!