CAPITULO 32.- LOS GRANDES SENDEROS DEL COSMOS
1.-Viajes astrales
Las palabras de Rafael lo habían desarmado, rápidamente pudo deducir que no podría usar el espejo para ver sus movimientos si lo tenía proyectando una barrera alrededor del templo de la Virgen. Enoc se valdría de sus habilidades solamente.
—Nuestro pontífice desea reunir los tres tesoros, tú lo sabias desde un principio. Entonces por mí puedes pasar mi templo.
—No vengo precisamente a dárselo, sino a pedirle que selle los tres nuevamente en donde estaban, ya que es el único que puede hacerlo —respondió el santo de Libra.
—Veo que te han lavado el cerebro, con la filosofía de la sociedad del hombre, haciendote creer que lo mejor es separarlos. Que ingenuo, tendré que llevarle tu espejo al patriarca por mí mismo. No importa que tenga que matarte, solo el espejo es necesario.
—Y yo que pensaba que era valioso —dijo Enoc, entonces dedujo que solo necesitaban a los guardianes para liberar los tesoros—. De todas maneras, nadie más que yo lo puede usar.
—Pero en ti, como a los otros elegidos les da cualidades, como la premonición. Habilidades que forman parte de la trinidad de un dios. La benevolencia, la omnisciencia y la omnipotencia suprema.
—Quieres decir que son las habilidades de un dios —inquirió intentando recordar con precisión las palabras de Nabu—. La sociedad del hombre me advirtió que no se debieran juntar las tres, igual que Dante. Pues horribles calamidades podrían suceder.
—La resurrección de un dios. Las tres juntas son una trinidad que representan sus más grandes cualidades, con el ritual se le puede despertar completamente a un dios reencarnado.
Eso explicaba muchas cosas, las daimon las querían para despertar a Ares y los santos para despertar Athena, sin embargo la sociedad solo quería que se quedaran con los guardianes, para cerrar las dimensiones y que ningún dios vuelva a reencarnar.
—Te daré una muerte rápida, por haberme traído el espejo…
¡TENMA KOFOKU!
“Rendición del Rey de las Tinieblas”
Rafael concentra entre sus manos, unidas en forma de plegaria y con las palmas extendidas a la altura del pecho. Una esfera de energía se manifiesta como una galaxia en miniatura, que va creciendo como una onda expansiva muy luminosa.
—No tengo tiempo que perder, el espejo me ha mostrado donde estás…
¡Libra Shoten Ha!
Ascensión Celestial de la Balanza
Tras una serie de movimientos con los brazos, concentró su cosmos y lanzó un terrible rayo con forma de remolino dorado, absorbiendo el ataque del rival. La técnica de Enoc se manifestó hacia arriba, atravesando el techo. En tan solo unos segundos, un temblor se sintió y por la abertura que dejó se vio cubierta de una luz fosforescente, como si el colosal ataque hubiera caído en el alguna parte del mismo recinto de la virgen, pues había sacudido todos sus cimiento.
Después de eso, el cuerpo de Rafael desapareció como un fantasma en la penumbra. Rápidamente Enoc continuó su camino, siguiendo el rastro del cosmos del santo de virgo, llegó a un parte que no había visto nunca. Una puerta en los laterales de la casa con un símbolo tapizado, el cual como el escriba que era, reconoció que se trataba del chacra raíz que simboliza el elemento de la tierra, precisamente el mismo que rige el signo de virgo. Al abrir las grandes puertas rocosas, vio a su alrededor un vasto y hermoso jardín donde crecen bellas flores, de pétalos rosa volando por todas direcciones. Un ambiente paradisíaco escondiéndose en el centro del santuario, pero lo que más distinguía de aquel jardín no era su exuberante aroma armonioso, sino dos prominentes árboles gemelos, donde divisó la silueta del santo de oscuros cabellos lisos en el centro, sentado en forma de flor de loto, vistiendo su armadura de oro, aun reteniendo en el aire un residuo cósmico del ataque anterior, hasta que terminó por anularlo por completo.
—Así que aquí te escondías.
Enoc contempló como era la figura de Rafael, ya sabía que su aspecto pertenecía a la raza de la realeza, por la visión del espejo, pero verlo cara a cara. Lo dejó pasmado, al observar un rostro claro como la nieve, ojos dorados como el sol y rasgos angelicales que hacían confusa la distinción entre lo masculino y lo femenino.
—Debo felicitarte, has encontrado mi cuerpo real. Usualmente no lo uso para pelear, pero esta vez tendré que hacer una excepción.
Al joven dorado le sonó innecesario que le hablara telepáticamente, si están frente a frente, pero lo que más le llamo la atención era el lugar en el que se encontraban.
—¿Qué es este jardín? —preguntó Enoc con curiosidad al entrar—. Puedo sentir una sensación muy tranquila.
—Es el último vestigio de los campos elíseos, que una vez existió en el centro de la tierra, para que sea un terreno fértil y fructífero para toda la humanidad. No obstante, al ver los dioses que los hombres comenzaron a pecar. El mismo Hades lo trasladó a otra dimensión, condenando a la humanidad a que olvidara tener respeto por la tierra, desde ese entonces la humanidad trabaja y suplica a los dioses la prosperidad.
—¿Cómo es que terminó aquí un pequeño vestigio del paraíso?
—Fue un legado de mi antecesor, el primer virgo. Quién salvó este pedazo del paraíso, para que los santos no olvidáramos alcanzar la iluminación. Rezándole a los dioses
—¿Qué dices?... Si es tan sagrado, me apenaría tener que pelear aquí.
—Descuida, no tendrás la necesidad de sentir remordimiento. Pues ahora mismo te enviaré muy lejos de aquí, por haber profanado este lugar con tus sucios pies —sentenció Rafael, colocándose de pie con el brazo izquierdo mirando al suelo y el derecho hacia arriba, y ambas palmas al frente, proyecta un haz de luz con el que envía a su adversario a través a de espacio infinito—. Someteré tu alma a al viaje de la rueda del Samasara…
¡Riku Dō Rin Ne!
“Transmigración por los 6 mundos”
El primero de los mundos en el cual cayó fue un reino donde la aflicción y el sufrimiento eran bastante evidente. Almas condenadas a la agresión en un lugar de ríos de sangre, montañas mórbidas de agujas, angustias sin fin.
“El reino infernal y el más inferior al que podría llegar”.
Fue la voz que escuchó como eco en todo el lugar. Después siguió su destino, yendo a un reino donde las almas tenían el estómago inflado y siempre había hambruna, se sentía tan anhelada como la necesidad de respirar. Sus habitantes estaban transformados en demonios esqueléticos por comerse entre ellos.
“Este es el mundo de los demonios devoradores”
Aun así su viaje, no terminó ahí. Su cuerpo volvió a sumergirse en un nuevo reino. Donde los hombres estaban en un tumulto, matándose el uno al otro. Nadie descansaba ni en el día o la noche, una lucha sin sentido.
“Una pelea tras otra donde no hay un campeón. Es el mundo de los guerreros”
Parecía ser su mundo más cercano por ser un soldado, pero apenas estaba entrando en esa vida, pues siempre fue un escriba. Por lo que volvió a caer en otro infierno desagradable. Un lugar prehistórico, donde deambulaban bestias sanguinarias, matando sin distinción entre el bien y el mal.
“Aquí el fuerte devora al débil. Es el mundo de las bestias”
Luego llegó a un lugar muy parecido a donde vivía. Personas comunes sujetas a las emociones más terribles como el oídio, la ira y la tristeza.
“Este es el hogar de los seres humanos, donde solo buscan satisfacer sus deseos mundanos. Es el mundo de las emociones”
Su alma ingresó a un nuevo lugar mucho más paradisíaco. Un reino de abundancia y una atmósfera de ensueño. Donde se disfrutaba del placer y no de las necesidades.
“El reino de los dioses. El más peligros de todos, pues cualquier mal pensamiento, te puede hacer caer en los reinos anteriores”
Entretanto Enoc perdía el balance, cayó desplomado. Fue la señal que le hizo saber a Rafael que su oponente había caído en uno de los seis infiernos, dibujándosele una satisfacción en su rostro, llena de malicia.
—Realmente me hiciste trabajar, pensé que bastaría con atacar solo tu cuerpo con el Tenmakofoku, como no podías usar el escudo imperial. Sin embargo, me superaste físicamente, por lo que era necesario destruir tu mente primero, torturándote con el Riku Dō Rin Ne —decía Rafael al reflexionar—. Tal vez si hubieras completado tu entrenamiento, sería diferente.
Ahora que Enoc ya no era consiente, la barrera que lo afligía a su rival dejo de funcionar. Cuando Rafael quiso tocar el espejo-imperial, el diamante con el que estaba hecho. Reflejó un viaje del pasado, durante su formación. Quizás el más enigmático de todos sus viajes.
—Ese río que circunda la tierra, es el Ganges.
Al acercarse se vio con una multitud de hombres en las alturas de una estrecha selva donde se encontraban, haciendo distintos ejercicios prácticos para el cuerpo.
Había muchos monjes muy delgados meditando, unos estaban sentados doblando sus extremidades de forma de retorcerse la pierna alrededor de su torso, otros estaban acostados meditando en silencio en una urna con forma de ataúd, quien sabe cuánto tiempo. Había un muchacho rapado que oraba en medio de un enjambre de mosquitos sin moverse. Unos ancianos enterrados en un terreno arenoso donde era el hogar de unas hormigas, se encontraban ayunando muchos días mientras trataban de entrenarse en medio de esa incomodidad.
Pocos eran los que se atrevían a ir más lejos en las alturas donde los vientos se arremolinaban con intensidad en medio de una lluvia y sentado en unas enredaderas de espinas, se hallaba Rafael, totalmente rapado y con un flácido cuerpo, cubierto de un viejo sudario blanco.
—Esto es formación ascética. La selva de la india donde me entrené —recordaba el santo de virgen al verse más joven llegando a los extremos de esos ejercicios en la meditación.
Justo cuando su cuerpo ya no parecía moverse más en búsqueda de la meditación en medio de ese terrible ambiente, un hombre lo tomó para llevárselo y darle algo de agua, sacándolo de esa posición tan extenuante. Sin embargo, aquel muchacho cuando despertó, le reprochó a su salvador su interrupción.
—¿Por qué me liberas? —le cuestionó Rafael—. Que no vez que estoy en plena formación ascética. Quién eres para importunar esta selva que solo permite a los hombres que han decidido abandonar todos los deseos carnales e impuros, para purificar el cuerpo.
—Crees que tiene sentido llevar el cuerpo al límite con el ascetismo. Yo soy solo un monje que enseña cómo vivir de la mejor manera.
—Que dices, pero si esta es la mejor manera de purificar el cuerpo. Todos nacemos con un cuerpo impuro, debemos morir para librarnos del sufrimiento.
—La formación extrema no tiene sentido, una cuerda no puede estar ni demasiado floja ni muy tensa. No se necesita ascetismo extremo, sino tan solo evitar caer en la complacencia. Debes seguir el camino de la moderación, que resulta ser un camino grande y ancho.
—Ya veo así que ese es el camino que crees para alcanzar la purificación. Pues yo creo firmemente en lo que hago. Quizás en el futuro veamos cual filosofía perdura más.
De pronto el escenario se desvaneció y todo volvió a los campos de la sala gemela, Rafael se vio consumido en el pasado. No recordaban esa escena de su formación en su juventud. Solo que había ido en su infancia por el ascetismo debido a la maldición de su raza, por la diosa Afrodita.
—Eso no fue una ilusión, para afectar a mi espíritu de esta magnitud —decía el santo de virgo, al sentir su corazón estremecerse—. ¿Por qué ahora siento tanta duda en mi interior.
—Sabes quién era ese hombre que intentó disuadirte, pues el mismo que te bloqueó ese recuerdo para que algún día inconscientemente te dieras cuenta, de tu radical postura —Una voz se manifestó como eco en todo el lugar, como si fuera la voz de un dios.
—¡¿Quién es?! —no hubo respuesta—. Ese hombre era… ¡No lo recuerdo!.... ¡Maldición, dispersare mis dudas, ahora mismo! —exclamó Rafael, tomando una postura erguida, mientras empezaba a orar.
Mágicamente el cuerpo de Enoc se puso de pie, tomando el escudo espejo y guardándolo detrás de uno de sus escudos de Oro, con una mirada seria y ojos nítidos, la expresión que tenía ya no era la misma. Su aspecto parecía intimidar a Rafael al sentir un aura nueva en él.
—¡No es posible! Se supone que no debería despertar nunca, su mente y su alma están atrapadas en la ilusión de la transmigración —se encogió de hombros, pues estaba seguro que la técnica había funcionado correctamente. Cuando se dio cuenta de algo—. ¡No! Es la propia armadura, la que ha tomado posesión de su cuerpo.
—Cuanto tiempo sin vernos Rafael. Gracias a ti, mi secreto ha salido a la luz —dijo una voz más grave desde el cuerpo de Enoc. Con una mirada distinta, pues sus ojos estaban oscurecidos.
—Esa voz, ahora lo recuerdo es de Raziel —dijo al reconocerla mejor, ahora que salía de la boca del cuerpo de Enoc—. Fuiste el anterior aspirante caído. Estabas escondido en el interior de la armadura de Libra.
Esto lo explicaba ahora que el alma de Enoc dormía, su otro yo vio esta oportunidad de tomar posesión del cuerpo, mientras el escudo imperial no sintiera la vida de Enoc en su cuerpo, no podía funcionar.
—No recordaba cuando nos conocimos. Fue una buena manera de infundirme pánico, mi cuerpo está muy tenso. Algún día utilizaré el mismo truco…
—Una vez caminé por el camino del equilibrio, pero caí en la desgracia por mis deseos, igual que tú— dijo el aspirante caído—. Mi deseo ahora, es que Enoc descubra la verdad del patriarca. La realidad que yo conocí, cuando era cercano a su trono, como tú lo eres ahora. Así que tendré que derrotarte.
—¡Miserable espectro! Borraré el último vestigio que queda de tu alma rastrera.
—Sabes yo descubrí las técnicas de Libra que el patriarca quiso que olvidara. Por ser tan destructoras que agrietan la misma madre tierra.
—Estas alardeando, es imposible que conozcas esas técnicas secretas. Incluso tu antecesor, se sintió tan culpable que se suicidó cuando los santos utilizaron el poder máximo de las armas de Libra.
—Ahora que estoy usando esta armadura. Tengo la facultad de realizar una, aunque solo sea una pequeña facción. Pues la original es montada en unión con todos los caballeros de Oro —Raziel utiliza su cosmos para hacer levitar las doce armas de Libra a su alrededor.
—Antes yo te derrotaré maldito demonio…
¡SeiseiRuten!
“Renacimiento Eterno”
Rafael dedujo que al mantener las armas levitando, no podría utilizarlas mientras preparaba su ataque. Por lo que ahora no podría escapar del vórtice que generó desde atrás de él.
—¿Qué es eso?
—Es la rueda del Samsara. La verdadera transmigración. Si caes ahí, ya no podrás regresar a este mundo manteniendo tu conciencia —dijo Rafael cuando sintió que empezaba a levitar—. Mi cuerpo, está flotando en contra de mi voluntad.
—Es la Balanza la que te está juzgando, para ver si eres culpable de recibir el castigo celestial…
¡Telos Dikaiosyni!
“Justicia Final”
Mientras las armas se encuentran flotando, Raziel enciende su cosmos al máximo, el cual toma la forma una balanza con una calavera en el centro, entonces envía a su oponente a los brazos de la Balanza, los cuales le otorgan el poder de juzgar los méritos del oponente. Una vez que ha juzgado a su adversario, las armas de libra amplificadas por el cosmos de Raziel son arrojadas como meteoritos con gran poder de devastación.
No obstante Rafael desaparece de la sala gemela, su cuerpo y su alma escapan de los meteoritos, viajando por distintas direcciones. El santo de la virgen siente tremendas explosiones que se detonan mientras se desplaza por distintas dimensiones, mientras él llegaba al límite de su travesía, lo más alejado de la existencia donde parecía ser el fin de su viaje. Nunca antes había ido tan lejos, esta era la primera vez que el viajero hacia un camino tan largo con tal de escapar de las Armas de Libra, la cual se decían capaces de destruir las estrellas.
—Este lugar donde el espacio y el tiempo son discontinuos, debe ser el Nayuta. Seguramente aquí estaré seguro de no ser alcanzado. Aunque mi cuerpo esté inmóvil debido a la turbulencia de esta dimensión.
Rafael se encontraba paralizo. Cuando vio venir una luz desde una dirección lejana, la cual fue alumbrado toda la dimensión hasta hacerle abrir los ojos como dos platos redondos, fue lo último que vio antes de desaparecer por completo en una cegadora explosión de luz que se detonó ese espacio caótico. Un arma sí había podido llegar y fue lo suficiente para atravesar su cuerpo, dejándolo perforado con el tridente en su pecho.
—Por un momento pensé que había escapado, pero realmente solo estaba corriendo como un mono en la palma de un dios.
Rafael tuvo una visión de un futuro distante, cuando los ojos se le destiñeron por completo y su cuerpo comenzó a desfragmentarse poco a poco hasta solo quedar la armadura vacía.
Mientras que en la sala Gemela. Raziel había utilizado todas sus fuerzas, en ese acto destructor, vio venir como la armadura de Virgo regresó formando la efigie de la virgen. Por otro lado él estaba desvaneciéndose también, siendo desintegrado por el vórtice de Rafael.
—Una vez que desaparezca, ya no te molestaré, pero no me llevaré este secreto conmigo, Enoc. Te he dejado un libro donde puedas buscarlo.
Dijo sonriendo su última metáfora en el silencio en que quedó cuando desapareció junto con el vórtice, quedando el cuerpo de Enoc inconsciente en la sala gemela.
Al cabo de unos momentos, el escriba se movía lentamente, algo mareado, intentó reincorporarse para ver que el espejo se hallaba a su brazo, pero no había rastro del santo de virgo. Solo estaba frente a su armadura. Cuando tocó el escudo magico, tuvo una visión de lo que sucedió después de perder la conciencia.
Aunque quedó confundido con la pelea, pudo percibir la última maniobra que Raziel le dejó como enseñanza atreves de la armadura.
Enoc solo dio un suspiro y rogó que ojala nunca tenga la necesidad de emplearla si es que siente desesperado en algún momento, por lo que continuó su camino al séptimo templo del Zodiaco del cual, era la primera vez que conocería su propio recinto.
Buscando personas
Al otro lado del santuario, en su zona oriental se encuentra el oasis del santuario de Temiscira envuelto en frondosos bosques mágicos, resguardado por las dríades, seres mágicos que cuidaban celosamente de su hogar, solo permitiendo el paso a las santias, a quienes trataban como sus hermanas.
En unos prados con dirección a uno de los cuatro pilares rocosos que circulan la montaña de Star-hill. Una mujer de túnica blanca y largos cabellos ondulados marrones muy claros, se encontraba recogiendo unas flores, frotándose levemente su estómago. Cuando otra mujer apareció vestida con una vestimenta de entrenamiento.
—¡Ceres, por favor ayúdalo! —exclamó la chica de coleta oscura. Trayendo a un hombre inconsciente.
—¡Pallas!, ¿Cómo osas traer a este hombre aquí?
—No tuve opción, casi lo asesinan por protegerme. Tú eres la única que puede curarlo, por favor.
—No hay excusa, él es un santo. Su destino es morir en combate si es por una buena causa —respondió Ceres al ver al inconsciente hombre que traía apoyado en sus brazos. Con el torso superior desnudo.
—¡Pero es el caballero de Sagitario! El santuario no se puede permitir tener esta clase de bajas —decía Pallas para tratar de convencerla.
—Tú también verdad, ya veo. Últimamente no eres la única que arribado aquí con esos sentimientos.
—¿Qué dices?
—Hemos recibido una perdida, ahora mismo estaba recogiendo unas flores para un sepulcro, pues nuestra hermana Vesta ha perdido la vida. Mientras que una debilitada Betzabé, regresó con ella de Jamir solo balbuceando incoherencias, declarando sentimientos muy profundos por un hombre, el santo de Acuario.
Pallas se encogió de hombros al escuchar eso, no entendía que había sucedido en Jamir, pero ahora lo que más le interesaba era ayudar a Bardo de alguna manera con todas las heridas que tenía. Ceres después de ver fijamente los ojos purpuras de Pallas, como mostraba una sincera preocupación, accedió ayudarlo.
—Aún vive, puedo prepararle unos ungüentos especiales para que sus heridas sanen y recupere su salud, pero para eso iremos a la villa de los santos.
—No hay tiempo, para trasladarlo.
Ceres le pidió apoyar el cuerpo en un árbol, para empezar a curarlo preparando sus medicinas terrenales. Al cabo de unos minutos, ya había terminado su trabajo y solo podía esperar a que sus ungüentos hicieran efecto. Sin embargo algo la perturbaba, por lo que dejo a Pallas cuidando a Bardo cerca del recinto suyo. Mientras ella se alejaba.
Al estar a una distancia considerable, pudo ver como desde lo alto de un monte, dos enmascaradas de túnicas de pieles se acercaban lentamente, envueltas en un aire nauseabundo.
—Vuestra presencia se puede percibir, apenas pisaron esta tierra donde solo residen las mujeres dedicadas al culto sagrado de Athena —decía Ceres con un aire de repugnancia hacia su presencia.
—Pero si nosotras también somos mujeres. Aunque no lo creas, también fuimos consagradas a la gran diosa de la tierra —dijo la encapotada más alta. Sacándose su túnica, exhibió su robusto cuerpo envuelto en una Makhai de facciones alargadas con una falda de pieles y portando una diadema de cuernos—. ¡Soy Cibeles de Alala, espíritu del grito de la Guerra!
Su piel era opaca y musculosa de enormes cicatrices, con una estatura tan alta que podía medir casi cuatro metros. De cortos cabellos oscuros, con un solo pendiente en la oreja izquierda.
—Yo soy Lilith de Palioxis, espíritu de la huida.
Dijo la otra encapotada más baja, revelando su aspecto como una mujer de coleta rubia y ojos celestes, muy hermosa a gran diferencia de la giganta que tenía como compañera, pero de ojos enigmáticos, con delgadas facciones y portando una Makhai alada.
—Como gran sacerdotisa, conozco a todas y cada una de las doncellas del santuario y a vosotras nunca las he visto.
—Nunca fuimos santias o mejor dicho, damiselas de la realeza como ustedes —contestó Cibeles—. Por el contrario, venimos de una era anterior cuando la mujer era una verdadera imagen de adoración.
—¿Qué dicen? —se confundió Ceres.
—No tiene caso, después de todo fuimos rechazadas cuando intentamos ser aspirantes mujeres de algunas armaduras doradas —agregó Lilith—. Aun así, no hemos venido con intenciones hostiles, pues servimos al igual que ustedes al mismo propósito.
—No puedo creer lo que dices, ¡¿Qué es lo quieren?!
—Buscamos la ubicación de un jardín. Mucho más sagrado que este, pues no está al alcance de ningún mortal, pero sabemos que se puede acceder a él en alguna parte del santuario.
—No nos niegues información, pues sino aniquilaremos tu hogar —amenazó la giganta.
—Deben estar confundidas, aquí lo más sagrado es la bóveda de Athena, pero eso es un depósito de conocimiento. No un jardín, como este —explicaba la sacerdotisa. Cuando una urna apareció detrás de ella—. ¡No puedo permitir que sigan adelante!
La urna de color turquesa se abrió, conteniendo en su interior un efigie de una flor abriéndose en cuatro pétalos. La cual se disolvió, para envestir el cuerpo de Ceres, quedando envuelta en una armadura de facciones como pétalos con una falda blanca muy larga.
—Yo Ceres de Loto, como la santia más antigua las enfrentaré. No dejaré que extirpen ni la más mínima flor de aquí.
Declaró con una actitud desafiante, cambiando su tono al instante al ponerse su vestimenta sagrada, dispuesta a pelear.
—Con que eres la líder de las santias, que coincidencia. De verdad esperábamos encontrarte —agregó giganta con una mueca hacia su compañera, quien respondió de la misma forma.
La odisea inesperada
Entretanto en la cumbre de la montaña de las doce casas, dentro del templo del sumo sacerdote, en la zona superior donde estaba materializado el laberinto de los dioses, finalmente Edward y si discípulo se aproximaban al final de su camino.
Habían seguido el hilo por pasadizos entrecruzados donde los dos parecían haber dado vueltas en círculos durante varias horas, pero después de todo estaban llegando al final. Edward cargando su urna de oro en la espalda con el cuerpo de Casiel en sus brazos y Surt de Altar a David de Acuario, estaban frente a un gran portón que era atravesado por el hilo.
—¡Lo logramos, maestro Edward! —exclamó Surt al ver que esa parecía ser la salida—. Solo debemos abrirla y todo habrá terminado.
La salida estaba muy cerca por fin, pero al abrir las puertas, fueron cegados por una gran luz y atraídos al exterior, muy pronto sintieron como si sus cuerpos caían sobre un abismo. La realidad se distorsionaba y estaban siendo atraídos a un escenario totalmente distinto.
—¡No sueltes el hilo, Surt! —exclamó Edward al ver que le costaba mientras sostenía con una sola mano el brazo de David, pero el alquimista desde su dedo índice creó otro hilo de cristal que se extendió para sujetarlos a los dos, con más firmeza, para que no se soltaran del hilo de Ariadna.
Muy pronto aterrizaron sin soltarse de su único conductor con el mundo exterior, dentro de un campo muy hermoso. Un lugar donde la hierba brillaba como luz plateada y las flores emitían un exquisito aroma. Ya no estaban dentro del Laberinto sino a los pies de un exuberante jardín.
Cuando Surt se vio por el agua, notó de donde venía ese rio, iba hacia una gran montaña con su cima oculta por una densa nube. El cual era muy alta, pero no era solo una montaña rocosa, pues el musgo abundaba que era lo más extraño.
—¿A dónde hemos llegado? —se cuestionó Edward, viendo que el hilo seguía hacia arriba, perdiéndose en las nubes—. Será posible que exista una brecha espacio tiempo que nos haya arrastrado hasta aquí.
—Maestro, creo que seguimos dando vueltas en dimensiones, pero si el hilo va hacia arriaba significa que este jardín también está conectado con el templo del Papa, igual que el Laberinto —analizaba Surt—. Quizás debamos subir esa montaña.
—No es una montaña ordinaria—musitó el muviano, mirando unas raíces de donde empezaba a erigirse esa vertiente rocosa cubierta de musgo y maleza, hasta perderse en la niebla.
El joven santo de Altar quien se sentía muy fatigado por todo se vio atraído por una fragancia inusual, un aroma que lo animo a buscar de donde venía.
—¡Maestro, mire! —señaló al ver cerca de ahí, un fruto que le llamó la atención. Una mañana de oro.
El muchacho de piel blanquecina, levantó el fruto dorado con las ganas de comérselo. Pues de alguna manera parecía drogado a probar ese fruto tan atractivo.
—¡No lo pruebes! —exclamó el rubio alquimista. Sin embargo fue muy tarde, pues el chico de cabellos marrones la mordió, sin importarle el detenerse a pensar el color del fruto tan particular que había encontrado.
Sintiendo como su textura se exprimía en su boca, pensó que era lo más delicioso que jamás había probado en toda su vida. Después de todo lo que le había sucedido, estaba teniendo quizás el único momento de relajación, pero fue algo que lo llevo al extremo. Una sensación de éxtasis lo inundó por dentro, produciendo que su piel brillara por unos momentos, viéndose anonadado por divisar como las venas se le marcaban de un azul brilloso y su aura fue creciendo hasta que pudo digerir todo el alimento. La sensación de éxtasis y el aura radiante se esfumo.
—No debiste hacerlo, esa manzana seguramente es mágica. Un fruto sagrado del jardín hecho por la diosa Gaia como regalo de bodas a Hera y Zeus —explicaba Edward recordando el mito—. Sus frutos son tan codiciados que incluso las diosas, una vez disputaron la manzana más preciada de este jardín.
—Ya veo es un huerto sagrado, no imaginaba que el santuario escondía este remoto lugar. ¡El jardín de las Hespérides! —exclamó Surt quedándose preocupado al darse cuenta de lo que había hecho—. Entonces esa montaña es…
—El pilar que sostiene los cielos. Donde está condenado el titán Atlas cargando sobre sus hombros la bóveda celeste.
Los dos quedaron perplejos al darse cuenta que habían llegado a un lugar del cual se decía el más lejano de occidente. Cuando todo parecía ser más fácil después de salir del Laberinto, estaban en mundo que era una propiedad muy privada. El Edén sagrado de la mitología, con qué peligros podrían encontrarse ahora siendo humanos tan pequeños en un huerto tan grande.
Fin del Capítulo.
Notas relevantes:
Nayuta: En sancristo. El grado más alto. La distancia más lejana que quiso alcanzar ikki con shaka.
Editado por ALFREDO, 09 octubre 2016 - 21:18 .