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“Adelante, dispara cobarde, y mata a un hombre” estas palabras surgieron de la garganta del Ché cuando fue arrestado por la “inteligencia” EEUU, desposeído de su ropa e intentaron ultrajar su dignidad y honor. Creyeron que capitularía, creyeron que conseguirían doblar las rodillas de aquel quien aseguró “prefería vivir de pies que morir arrodillado”. En su lecho de muerte, cuando sólo le quedaban fuerzas para articular unas pocas palabras que dedicar a sus torturadores, sólo puedo decir eso: “Adelante, dispara cobarde, y mata a un hombre”. Como debió ser esa frase. Como debió ser esa mirada. Qué debieron transmitir esos intensos ojos para que el mismo carcelario, y que debía matarle, saliese de la habitación donde el Ché se encontraba maniatado, desnudo y golpeado. Qué debió sentir ese carcelario cuando llorando confesó a sus superiores que era incapaz de matarlo. Así pues, ellos no se harían cargo de su muerte, por lo que estos superiores emborracharon durante más 6 horas a aquel carcelario; hasta que por fin, embriagado y sumido por el imperialismo capitalista que azotaba (y aún azota) a los Estados Unidos acabó con su fusil con la vida del Ché.
Alguien que no huyó de su muerte, alguien que nunca temió su final. Durante años viajó por toda América Latina defendiendo y pidiendo la liberación y normalización de aquellos que llamaban “indios”. En su ciudad natal, Rosario (Argentina), pudo ver la situación de éstos. Desde pequeño se preocupó por ellos, y desde pequeño luchó con ellos. Dejó tras de sí una mujer (verdaderamente detrás de todo gran hombre hay una gran mujer) revolucionaria como él, hasta las cachas, que supo que no volvería a ver a su marido. No hacía falta estar muy cuerdo para ser consciente de lo que se disponía a hacer, de a dónde irían en aquella última encrucijada. Había libertado muchos países, muchos grupos, muchos sectores. Incluso expulsó a Batista de Cuba respaldando a los hermanos Fidel, un respaldo que éstos perdieron cuando empezaron a abusar del término “comunista” para llevar acabo sus fines. Pero de aquella lucha no volvería a salir vivo… él solo, aún y a sabiendas que su cabeza era la nº1 buscada por el FBI y la CIA por delante incluso que la de los hermanos Fidel, SE DIRIGIÓ A BOLIVIA DONDE TAN SOLO 100 HOMBRES QUE FORMABAN LA RESISTENCIA SE ENFRENTARON A LOS MILES QUE OSTENTABAN EL PODER.
Bendecidos por el imperialismo yankee consiguieron atrapar el Ché. ¿Cómo pudo dejarse atrapar? Muchos preguntarán… porque por encima de su propia leyenda él era humano. Algunos de esos guerrilleros cayeron inexorablemente, murieron, otros abandonar por su propio pie. El “Ché” siguió adelante hasta que en un fuego cruzado una bala hirió de gravedad la pierna de un compañero suyo llamado “El Chino”. Éste le suplicó que se fuera, pero el Ché no era así, el Ché no sabía cuando retirarse, menos sabía cómo dejar tras de sí a un amigo. Así pues, ante el jolgorio estadounidense, los militares bolivianos encontraron al Ché, cuidando de su camarada “El Chino”. Él sabía cuál era su destino, conocía cómo acabaría todo aquello antes de empezarlo, sabía que no saldría vivo… pero igualmente sabía que muerto, haría más de lo que podría hacer vivo. No dudo pues en aceptar su destino, el destino de los valientes, el destino de los héroes que cada tan poco surgen en nuestra historia: el destino de quien luchó contra un mundo en el que no existía igualdad, ni libertad.
