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Tiempos Oscuros *


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#1 Killcrom

Killcrom

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Publicado 12 abril 2007 - 17:33

Bueno, por apoyo de mi bueb amigo Atlas, me he decidido a publicar mi segundo fic de Saint Seiya, aún en desarrollo. Aquí procuraré mejorar y solucionar todos los errores que cometí en el Elixir de Soma. Aviso de que me centraré en la trama y no será de estilo puramente Saintseiyero.
En fin, ahí va. Por vosotros y para vosotros, Tiempos Oscuros. Las batallas más duras de los Caballeros del Zodiaco y probablemente, la saga más sentimental.

Aviso: Los tres primeros capítulos son algo lentos. Luego, la cosa se animará, y mucho... Si comenzáis a leer, ruego que aguantéis al menos hasta el capítulo cuarto. ¡Ahora son algo más cortos que en mi fic anterior! XDD


Capítulo I: Orión: el pasado enigmático (1)
El recuerdo

Un trueno hizo temblar los cimientos de la cámara del patriarca, donde una esbelta figura se hallaba en guardia. El resplandor lumínico que se filtraba por el fondo hizo brillar durante unos segundos una armadura, revelando el dorado que le otorgaba el mayor rango de entre los caballeros.

Al quedar todo a oscuras, Seiya sólo percibía un cosmos. La penumbra era tal, que a pesar de conocer el rastro, no pudo engarzarle ninguna imagen.

-¿A qué estás esperando?- De otro de los rincones de la habitación surgió un tercero. A diferencia del que estaba frente al caballero de Sagitario, la presencia de éste sí era amenazante. –¡Te he ordenado que acabes con su vida!-

Antes de que el misterioso receptor contestara, un segundo haz de luz reflejó en amarillento los contornos de su cara. Por un segundo, Seiya creyó ver a un conocido, pero antes de titubear su nombre, otro bramido del cielo hizo crujir la estancia.

-Ya te he dicho que por mucho que insistáis, no puedo hacerlo…- respondió al ritmo del susurro continuo de la lluvia.

-El hechicero del tiempo ha paralizado tu muerte para que te alces junto a nosotros.

-Aunque ese hechicero fuera un dios, no podría cumplir sus órdenes.- respondió aquel hombre con la serenidad en sus palabras, librando por un segundo una fracción de su energía vital.

Los pasos del singular y determinado caballero le aproximaron a donde Sagitario estaba. Cuando éste estuvo a menos de un metro de él, se le descompuso la cara y los ojos se le desorbitaron.

-¡No! E… eres…

-¿No te alegras de verme, Seiya?

-¡Basta de charlas! Mu, ¡he dicho que acabes con su vida!- ordenó irascible aquella tercera persona.

-A pesar de que te dije que si me traías aquí correrías el riesgo de que me revelara, tú lo has hecho. Yo te lo advertí. Mi diosa es Atenea y no voy a traicionarla por más que me juréis.

La penumbra en la cámara disminuyó gracias al ardor de la cosmoenergía dorada del antiguo caballero de Aries. Ahora, por fin, los amigos de pasados combates podían ver sus caras. Seiya sonrió y aunque no intuía el porqué de la situación, hizo una mueca alegre con sus labios.

-¡Claro que me alegro de verte! Por un momento… tuve miedo.- Mu dejó de mirar a su compañero para dirigir sus ojos a la persona que proponía el alzamiento. Había entrado por la parte trasera del templo dejando a dos compañeros atrás.

-¿Dónde se han metido los otros?- El hombre de pelo púrpura parecía preocupado.

-Están en el Ateneo.

El sereno caballero antiguo suspiró e hizo un ademán de negación con su cabeza. Seiya le miró.

-¡Allí es donde está Atenea!- Completamente exaltado, el caballero de la flecha corrió raudo hacia la salida de la gran estancia. Por arte de magia se topó contra un muro invisible cayendo de espaldas a los pies de Mu. -¿Qué?- preguntó frustrado.

-Ese hombre es un lemuriano. Al igual que yo, conoce los secretos de muchas de mis técnicas.

-¿Estás diciendo que…?

-Así es… no hay manera de llegar a donde Atenea está.

-¡Pero ella está sola!- increpó el caballero desde el suelo segundos antes de levantar.

-Mu, no te lo voy a repetir. Acaba con la vida de este miserable cretino.

Un haz rojizo envolvió el cuerpo del extraño hombre de la raza de Aries. Su rostro no era en absoluto afable y, con sus facciones derrumbó el estereotipo de belleza de los hombres de la Atlántida.

Una terrible explosión lejana hizo que el vello de los brazos de Seiya se erizara mientras gritaba el nombre de su diosa.

-¡Maldición!

-Son demasiado poderosos incluso para ti, que eres el más fuerte de entre todos los caballeros dorados de la nueva generación. Quizás no tenga más remedio que derrotarte.

-¿Cómo?- preguntó el joven aterrado.

-Al igual que hice hace diez años, cuando luchabas contra Máscara de la muerte.

Mu extendió sus brazos en horizontal creando un haz de luz sobre ellos. Generó un ruido silbante que hizo sorda la melodía de la lluvia, expandiendo su cosmos. Una serie de ondas blanquecinas ajetrearon a Seiya una y otra vez con violencia resquebrajando sus ropas. Finalmente, el poder de Mu tomó forma de estrella de múltiples picos curvos en cuyo centro desapareció Sagitario. Seguidamente, todo volvió a estar en calma.

-Atenea no ha muerto aún… reúne a tus compañeros, Seiya.

-¿Me tomas por tonto, Mu? Sabes que a mí no me puedes engañar. ¿A dónde le has llevado?

-No era mi intención engañarte, sino luchar contra ti sin que nadie se entrometiera. No me digas que no te lo advertí. ¡Cuando acabe contigo, rescataré a Atenea!

La silueta del tenebroso lemuriano desapareció para postrarse ante a Mu. A escasos pasos, el sirviente de Atenea podía notar incluso el ritmo de la respiración de su enemigo.

-¡Ni tan siquiera tienes puesta tu armadura…!

Para sorpresa del oponente de Aries, una parte del techo explotó enérgicamente dejando un hueco por el cual la armadura del carnero blanco penetró levitando, golpeada por las gotas pluviales. Un segundo después, las piezas de ésta se separaron y cubrieron el cuerpo de su legítimo dueño.

-¿Puedes repetir lo de la armadura?- preguntó Mu con tono irónico. –Te ha faltado poco para caer de espaldas. No deberías haberte aproximado tanto, Sius.

Nada más objetar, el caballero de Aries se alejó con movimientos de ráfaga. El desconocido le siguió lanzando su túnica al suelo: Había revelado su armadura escarlata, de porte semejante a cualquier vestimenta ateniense.

En un instante, casi en volandas por la velocidad de ambos, el lemuriano movió sus brazos empujando telepáticamente a Mu hasta arrojarle al suelo con el tercer golpe. Aunque fue violento, no le retuvo en el suelo más de un instante. Ambos guerreros comenzaron a intercambiar golpes sin éxito. Tras un último choque, los dos cayeron cercanos.

Aries aprovechó el tiempo de tregua para teletransportarse justo a la espalda de Sius, donde impactó con su puño de forma violenta. Su ventaja le permitió tres golpes más, pero cuando creía tener la situación controlada, su oponente se arrojó al suelo para girar sobre sí y alzarse con una espectacular pirueta acrobática. Nada más recobrado el equilibrio, lanzó un pequeño haz de luz que desconcertó a Mu haciéndole caer en una trampa.

Sius usó su telepatía para aparecer ante el dorado, que todavía se precipitaba al piso. Con un secante golpe de su dedo, le proyectó en el aire alzándole sobre su cabeza metros atrás. La caída no había concluido y el cosmos hostil se incrementó:

-¡Lluvia de Estrellas!- Miles de fotones fugaces de luz buscaron el cuerpo del caballero, tirándole finalmente. Desde el suelo, Mu saboreaba su sangre. Apenas estaba herido, pero sentía el escozor del roce con el suelo.

Con valor, el caballero de oro se levantó. El cosmos que hasta hace poco no se había desarrollado en él estalló liberando una cantidad inimaginable de energía.

-¡Revolución del Polvo Estelar!-

La magia de Mu recorrió el espacio entre los contendientes, pero una pantalla cristalina absorbió los impactos creando un estruendo demoledor. Los lucilos restantes se estrellaron contra varias de las columnas de la cámara.

Aprovechando el propio poder del Carnero, Sius convirtió en un vórtice dorado el cúmulo de estrellas y lo revirtió con forma de esfera, provocando gran daño. Aries acabó medio sepultado y con el cosmos casi extinto. A pesar de que era incapaz de levantar, el furor de sus ojos reveló una única intención: Salvar a la Diosa.

Una noche como cualquier otra

El reloj dorado que había sobre la vieja mesilla de roble, a pesar de contar con más de cien años, marcaba la hora con exactitud. Pasaban tres minutos de las siete y ya, envejecido el día, dos jóvenes conversaban bajo la tenue luz lunar que se filtraba por los delgados vidrios de las ventanas, respaldada por el fulgor incandescente de la chimenea.

En una de las esquinas de la estancia, tumbado sobre la cama, Atreus se limitaba a escuchar y de vez en cuando, a contestar a su maestro.

-Perdona que insista, pero ¿seguro que no quieres jugar otra vez?- inquirió el mayor, cuyo pelo, revuelto en mechones dispares, brillaba con su rastro argéntico.

-No, Cecil… Siempre me ganas…

-¿Ese es tu afán de superación?

-Sólo estoy cansado por el entrenamiento.

-Quizás me equivoqué.- respondió con cierta indiferencia el muchacho de ojos miel mientras remolcaba su silla atrás y adelante repetidas veces. Tras esperar una respuesta inexistente de Atreus, todo quedó envuelto en el crepitar de las llamas.

-Puede… pero ya es demasiado tarde, ¿no?

-Atreus, deberías tratarme con más respeto. Al fin y al cabo, soy tu maestro.- la sobriedad fría en el tono del caballero de Orión hizo al pasivo receptor incorporarse para tomar asiento en una silla adyacente.

-Llevo entrenando cuatro años… desde los doce. ¡Tú me entrenabas ya entonces! ¿Acaso nunca me dirás desde cuándo tienes tu armadura?- El cabello marino del inexperto resbaló por su oreja.

-Verás… llevo aquí desde que tenía cuatro años. Ya con diez, vestía esta armadura. Mis manos estaban manchadas de sangre entonces. Siempre he mostrado facultades innatas para el combate.

-Pero eso eres tú, Cecil…- el tono hipocondríaco del aprendiz era considerablemente pesimista.

-Tomaremos un té y si quieres, te contaré cómo descubrí mi talento. Aunque tú no lo creas, lo tienes.

-Ya tengo dieciséis años mientras que tú, con diez, masacrabas a caballeros de bronce. Soy débil.

-Ven conmigo… tomemos ese té.

Ambos jóvenes abandonaron la habitación para ir camino a la cocina: aquella vieja y gastada estancia de paredes de piedra triste. Nada más dar unos pasos hasta ésta, Atreus sintió un escalofrío.

-¡Odio el invierno!- exclamó.

-Parece que hoy lo odias todo…

Cecil extendió su brazo a un pequeño estante sobre la sucia pila para coger dos tazas. Justo debajo del mueble, esperaba la tetera.

-Te aviso que el té no estará caliente… volvamos a la habitación.

-¡Sí!

Sentados de nuevo uno frente al otro, cercanos a la chimenea, el que en teoría era caballero de Orión vertió sobre las tazas el contenido verdoso del recipiente. Tras servir a su pupilo, alzó su taza haciendo un ademán de brindis.

-Disfrútalo. Es té de menta…

-¿Cómo consigues estar siempre tan calmado? ¡No te preocupa nada!

-Mis preocupaciones quedan lejos de tu alcance, pero te aseguro que las tengo.- Cecil tomó un sorbo de la fría bebida.

-¡Oh, sí! ¿Y esa historia?

-Sólo si decides jugar de nuevo al ajedrez conmigo…

-¡Maldito seas!- sonrió Atreus. –Eso era lo que querías desde el principio.

-Así es. Saca tú.

-¿Por qué quieres que comience yo?

-¿Todavía no te has dado cuenta de que siempre que jugamos dejo que seas tú quien dé el primer movimiento? Te lo explicaré: no siempre hay que precipitarse en atacar. A veces es mejor dejar que el enemigo dé ese primer paso para actuar en consecuencia.- explicó el entusiasmado Cecil.

-Entonces debería pedirte que sacases.

-Sacaré peón de torre.

-¿¡Qué!? Pero ese movimiento es estúpido…

-Será que yo soy estúpido… pero si sé que el primer paso es el que muestra las intenciones… no pienso darlo yo. ¡Ahora sí! ¡Te toca!

El muchacho de lacio cabello estaba tan maravillado con la forma de ser de su maestro que en ocasiones sentía celos de no ser como él: ni tan valiente, ni tan fuerte, ni tan sabio… ni tan sereno, ni tan calculador. Por el contrario, Atreus era descuidado, pesimista y cabezota, aparte de un alumno no demasiado brillante y algo ambicioso.

Aparte de tener el pelo tan liso como una caricia a la hoja de una espada, lo tenía matizado en color azul marino, exactamente igual al de sus ojos. Con respecto a su complexión, no estaba demasiado fornido ni tenía las facciones demasiado marcadas. Podía decirse que era un joven atractivo, delicado y lo suficiente cordial como para hacer amigos allá donde fuera.

En el fondo, y aunque se preocupara de ocultarlo, Cecil sabía ya todo sobre su alumno. No ha más de dos años, Atreus había emprendido un viaje a Suecia donde conoció a alguien que en cierto modo le convirtió en el joven responsable que era.

Como era natural, en tan solo cinco movimientos, el tablero estaba tan desbaratado para el aprendiz que se podía cantar su derrota. La zona protegida por su maestro, dominante inclusive en el centro, no dejaba pieza que estuviera sin proteger: su ejército parecía la fortaleza más odiada.

-¿Ves? Así comenzó todo conmigo…

-¿Cómo?

-Con una derrota… A pesar de que yo no quería, fui traído a este sitio. Perdí ante mis padres. Ellos accedieron a dar al Santo Patriarca mi custodia a pesar del recelo y disgusto.

-Eso es lo que siempre me cuentas.

-Imagina lo mal que debía estar el santuario en aquel entonces para que el Patriarca fuera un caballero de Plata. Creo que era un gran tipo: Alexer de Altar.

-¿Altar? ¿La armadura legendaria? ¿Es de plata?

-Para que veas.

-¿Me estás diciendo que te trajeron de Alemania para que vistieras la armadura de Orión?

-Así es. Hay más cosas, pero así es…- Cecil cerró sus ojos para contemplar en el mar de sus recuerdos las orillas más lejanas. Los duros días de entrenamiento.

-¿Y quién te entrenaba?

-Yo sólo tenía un tutor. Fui autodidacta. Jaque mate.

-¡Maldita sea! ¡Otra vez he perdido...! ¿Un tutor?

-Sí. Sólo una persona que me dio las nociones básicas para ser lo que hoy soy. Ojalá siguiese con vida Alexer… Por eso me molesta tanto ver lo inútil que eres a veces. ¡Ojalá hubiera tenido yo un maestro como tú! Coloca las fichas de nuevo, mamarracho.

-¡Sí! Por cierto… Alexer… ¡No, nada!- titubeó.

Tras el corto discurso, Atreus situó cada pieza en su sitio hasta dejar el tablero listo para comenzar otra vez más. Tras acabar, bebió un poco del té del que aún no había saboreado ni una gota.

-Saca.

-Peón de reina… ¿Cómo fue tu primer combate?

-Todos los comienzos son duros. Debo decir que mi debut fue peor que el tuyo. Aunque los dos ganamos, yo cobré bastante más. Tuve que improvisar una técnica.

-¡Pero tú ya tenías la armadura, ¿no?

-La armadura me tenía a mí. Fui su elegido… en ambos casos.

-¿Ambos casos?

-Fue contra una italiana. Yo tenía seis años… y ella veintitrés. ¡Ja! Creo que se llamaba Shaina. ¡Qué rostro tan dulce…!

-¿Y es verdad que se abolió la costumbre de que las mujeres llevaran máscaras?

-Tras que los caballeros de la leyenda derrotaran a Artemisa, Sí. El santuario se reconstruyó y se implantaron nuevas normas. De aquella restauración se erigió la escultura a los dorados del pasado. La generación más brillante que el oro ha vestido nunca.

-Esos nombre que a veces dices. ¿Por ejemplo Shaka?

-Por ejemplo… Jaque mate. Colócalas de nuevo. Hasta que no me ganes, no dormirás.

-¡¿Qué?!

-¡Hazlo!

Por enésima vez, el aspirante a caballero tuvo que situar cada figura en su casilla. Ya le pesaban los párpados, pero sabía que cuando su maestro decía algo así, era irrevocable.

-Es por tu bien, Atreus. No me mires así o me sonrojaré.

-A veces eres el peor maestro del mundo.- murmuró el joven.

-Es cierto, pero también a veces me agradeces las cosas, ¿no? ¿Acaso piensas que los maestros de Lyone, César y Ágatha son como yo? ¡Ni de coña! ¡Son unos blandengues!- Cecil había tenido ya más de una pugna con ellos en el pasado, resultando victorioso. Su alumno estalló en una carcajada que, ya fuera por el sueño o por la ironía en sí, le hizo alegrarse. No podía dejar de pensar en cuán fascinante era su maestro. Y como decía, era Su Maestro.

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(Parte 3 de 3)

Publicado: ?? de ? de 2018


#2 Nira Vancopoulos

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Publicado 12 abril 2007 - 20:18

Intrigante, comico e interesante... con esas tres palabras describo este primer capitulo que dejas.  Al principio (cuando le di una rapida checada mejor dicho) me parecio que iba a ser un cap largo pero cuando lo termine de leer se me hizo corto xD, estaba esperando leer mas.  Pero en fin, el fic pinta a ser interesante y ojala y asi sea.  Espero leer pronto el siguiente cap ^^

Me despido


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#3 Jeczman

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Publicado 13 abril 2007 - 09:46

Saludos Killcrom:

Me llamó mucho la atención el título de tu fick y me vine a dar una vuelta a leer tu última creación mi amigo. Escribes BASTANTE BIEN, y una descripción de las situaciones IMPRESIONANTE. La primera parte de tu primer capítulo me cautivó y me dejó deseando mas sobre la pelea entre Mu y el caballero de Orión.

Luego pasas a otra escena ¿es el mismo caballero que pelea contra Mu? Supongo que estaba recordando su vida pasada antes de ser caballero. La manera de ser instruido en el arte del combate me resultó algo curiosa, pero también creativa. Espero puedas publicar muy pronto tu siguiente capítulo.  thumbsup.gif

#4 Atlas.

Atlas.

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Publicado 13 abril 2007 - 11:27

Saludos

La palabra que dexcribe a este fic, y el anterior es esta

Excelente

Me encata tu forma de narrar, ojalá un día yo pudiera escribir tan bien como tu lo haces


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ENTRA Y LEE LOS RESUMENES DE LOS FANFICS

!ANTARES NO ES UNA TÉCNICA!...!ES EL FIN!

ARRIBA MU, MILO Y AIORIA

ATLAS...EL HIJO DEL SOL

APOCALIPSIS (LA CONTINUACIÓN Y EL FINAL DE SAINT SEIYA) CAPÍTULO 16 - "PRELUDIOS DE GUERRA "CLICK AQUI

#5 Killcrom

Killcrom

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Publicado 13 abril 2007 - 19:22

Cree que no hay más secreto que la mera lectura. Hay cosas muy interesantes. Para Jeczman, el primer trozo del capítulo es un flashbac de Mu justo antes de la guerra contra los lemurianos (que seguirá más adelante).

Cecil es otro caballero diferente. Uno de los protas. En fin, gracias y espero que el siguiente capítulo os guste. Como ya he dicho, los primeros son lentos y algo pesados, pero prometo algo mejor. ¡Ahí va!

PD: Estoy abierto a sugerencias y críticas. Sed sinceros que os contestaré.

Capítulo II: Orión: el pasado enigmático (2)

Seguía aquella noche del 25 de diciembre su curso, entre partidas de ajedrez y frustraciones de Atreus. Ninguna de sus jugadas sorprendían al misterioso Cecil, que no dejaba de reír ante los patéticos intentos de jaque de su alumno.

-Bueno amigo… Creo que te he vuelto a dar mate.

-¡porqueria!

-No, porqueria no… Mate.

-Eres muy bueno, Cecil. Nunca voy a poder ganarte…

-¿Y por qué crees que te estoy haciendo pasar este calvario? Muchos de los enemigos a los que te enfrentarás serán como yo, pero no precisamente jugando al ajedrez, sino combatiendo. Si pierdes la esperanza de ganar como acabas de hacer ante mí, es muy posible que te derroten sin más.- el mayor de los dos jóvenes dio un sabio consejo al otro, que le escuchó con interés.

-Así que si gano la armadura… me atacarán enemigos terribles, ¿no?

-Y puede que durante el mismo transcurso del torneo. ¿Has oído hablar de Wicec?

-No.- respondió intrigado Atreus. -¿Quién es?

-Un león enjaulado deseoso por obtener el poder de la armadura.

Una gota de sudor frío resbaló por la frente del aspirante a caballero. Su maestro nunca hablaba de alguien con respeto salvo que fuese digno de su consideración, por lo que Wicec no debía ser como los demás aspirantes. La última vez que Cecil habló bien de alguien era porque llevaba una armadura dorada.

-Debe ser fuerte, ¿no?

-Sí. Se dice que el otro día en un arrebato de cólera acabó con la vida de dos soldados con suma facilidad. Para que te hagas una idea, incluso a un psicópata se le habría revuelto el estómago al ver cómo estaban los cuerpos.

-¡¡Dos soldados!! ¡Pero si él debe ser un crío como yo!

-Así es, pero él es consciente de su don.

Cecil levantó de la silla y caminó hacia la ventana. Cuando llegó a su destino, hizo un gesto con su cabeza que motivó a Atreus para seguirle.

A pesar del frío, el caballero de Orión abrió las hojas de cristal. Sin explicación señaló al cielo, donde las nubes hacían caer la nieve que cubría casi todo el santuario con su manto de palidez espectral.

-¿Qué ves?- preguntó con un tono mucho más serio que el que empleaba habitualmente.

-Pues… veo que la nieve cae. Alguna imagen bonita, ¿no?

-Ese es el poder que podemos dominar los caballeros. Los elementos, como los sentimientos, forman parte de nosotros. Con un adecuado nivel de cosmos se puede forjar o aprender una técnica digna como ésta que estás viendo: el dominio del agua solidificada.

-¿Estás diciendo que… Wicec domina el hielo?

-Sólo digo que él tiene un dominio bueno de su técnica como para ser sólo un aprendiz de caballero. Podría hacerte sufrir muchísimo si no tienes fe en ti. Él será el contrincante más fuerte al que te podrás enfrentar por la armadura de Erídano.

Sin más explicaciones, Cecil volvió a cerrar la ventana y caminó a su butaca. Desde allí, miró al fuego de la chimenea con una sonrisa confidente en su faz. Extendiendo su brazo al fuego, avivó las llamas que de la leña se alzaban.

-¡Maestro!

-Es sólo un truco…

-¡Comprendo! ¡Debo derrotar a Wicec con tus enseñanzas!

-¿Te has planteado alguna vez tratarme con más respeto?- inquirió el joven de cabellera plateada.

-Sí. Por cierto… ¿me contarás cómo fue tu primer combate?

-Muevo peón de reina dos casillas…

-¡Vamos…! ¡Por favor!

-Está bien… comenzaré por cuando tenía diez años. Aquella mujer italiana.

Shaina de Ofiuco

Habían pasado cuatro años desde que Hades y Artemisa habían sido derrotados. La proclamación de los nuevos caballeros dorados había acaecido ya hace tres años, pero en teoría, seguía siendo su identidad exacta un tabú, a pesar de que en la práctica no lo era sí.

En realidad, todo el mundo sabía que sólo había seis dorados, pero sin embargo, las leyendas que contaban sobre ellos eran casi divinas: Cuando apenas contaban con catorce años, derrotaron a Ares, dios de la guerra; a Poseidón, dios de los océanos; a Eris, diosa de la discordia; Lucifer, el ángel caído; al mismísimo hermano de Atenea, Abel, sin olvidar a Hades, dios del inframundo y, finalmente a Artemisa.

Con semejante currículum, los nombres de los elegidos eran sabidos de todos. El Pegaso alado, Seiya; el furioso Dragón, Shiryu; el Cisne helado, Hyoga; la de las cadenas, encarnación de Hades, Shun; el terrible Fénix, Ikki y finalmente, el redimido Kanon, con su propia historia.

La ostentosa armadura de Orión acababa de elegir a su nuevo portador, un crío de unos diez años cuyo cabello parecía la ceniza de un incendio consumado. La mirada del joven no podía ser más desafiante.

Una noche, la que era caballero de Plata de Ofiuco, Shaina, decidió poner al niño a prueba. Las órdenes del Patriarca eran inescrutables. Mientras el crío caminaba solitario por un descampado del santuario, ella apareció vistiendo su resplandeciente ropa plateada. Cecil se sorprendió. Ella era la primera mujer caballero que veía con la armadura puesta.

-¡Eres una caballero!- exclamó el joven con reciente ilusión en su mirada.

-Mi nombre es Shaina.

-¿Shaina? ¡Un nombre que le queda genial a una belleza como tú!

-Para ser un mocoso no pierdes el tiempo…- la mujer rió con la intervención de su receptor objetivo. –sin embargo, he venido aquí a cumplir órdenes del Patriarca.

-¿Qué órdenes?

-Asegurarme de que eres digno de la armadura que te ha elegido, pues deberías haber participado en el torneo y, por supuesto, haberlo ganado. ¡Has dejado a muchos chicos sin oportunidad!

Que la armadura de Orión hubiera elegido a un mocoso como el que por aquel entonces era Cecil significaba que los más de cien candidatos de mayor edad que él eran repudiados. ¿Acaso eso implicaba tal superioridad de poder entre el niño y los demás?

-Si ella me ha elegido, debe ser por algo, ¿no?- dijo Cecil dejando caer su Caja de Pandora al suelo con rudeza.

-¡Estúpido! ¡Debes ser más delicado con ella!

-Alexer me ha dicho que no puedo usar la armadura para lo que yo quiera.

-Deberás usarla ahora, para enfrentarte a mí.

-¿Cómo? ¿Y dices que esas órdenes son de… Alexer?

-¡No digas su nombre en voz alta, imprudente!

Shaina adoptó una pose amenazante ante el crío que observaba perplejo. Parecía que no deseaba perder demasiado tiempo en cumplir su objetivo. Por el contrario, Cecil miró dubitativo a la muchacha de pelo verde. Quedó maravillado ante sus curvas de mujer.

Sin darle tiempo para recrearse, ella dio un salto al aire, desde el cual se dejó caer propinando una patada en pleno estómago del elegido de Orión, que cayó de espaldas a pocos metros.

-¿Eso es todo?- preguntó Shaina con ironía. –Creo que lo mejor será llevar la armadura adonde debería estar.

-¡No! Si tengo que demostrarte lo que sé hacer… ¡ahí va!

Inconscientemente, sin armadura ni protección de ningún tipo, el niño saltó del suelo a donde la plateada estaba, llegando a sorprenderla por su aguante y arremetiendo con violencia en su estómago. A pesar de sus esfuerzos, el puñetazo fue inútil.

-Venga. Sin armadura no me vas a hacer ni cosquillas. Utilízala. No la usarás para un fin egoísta cuando soy yo la que te ataca.

Con su comentario, Shaina había desvelado que su ataque no era tampoco por propio interés. En territorio sagrado como en el que estaban, eso suponía una falta grave. Alguien debía querer que ambos lucharan y esa persona sólo podía ser Alexer de Altar.

-¡Ahá! Altar ha debido enviarte para ver cómo me desenvuelvo con la armadura…

-¡Eso te dije hace un rato, imbécil! Se nota que sólo eres un niño. ¡Vamos niño, golpéame con tu armadura! ¡No creo ni que puedas portarla siendo sólo un mocoso!

-…- el silencio mostró la ofuscación de Cecil.

-Esa armadura te queda demasiado grande.- reprochó la guerrera de Ofiuco.

-Ya es suficiente.

-¿Qué?

Cecil corrió desesperado buscando la espalda de su oponente. Cuando lo hubo conseguido adoptó una pose que, aunque Shaina no vio, le hizo percibir un cosmos respetable. El brillo plateado en el elegido de Orión hizo que la caja de Pandora se abriera y una sarta de piezas metálicas cubriera su cuerpo.

-¡Ahhh!- El crío golpeó con crudeza la espalda de su enemiga. A pesar de la fuerza, ella no se inmutó.

-Genial…- girándose, Shaina comprobó cómo el cosmos de Cecil ardía en concordancia con la vestimenta plateada: La que hace años había sido portada por un rudo hombre llamado Yaga era ahora llevada por el ridículo cuerpo de un niño de apenas diez años. –Parece que vales más de lo que creía… ¡Garras del Trueno!

El viento pareció electrificarse ante el grito de la mujer. Sin que pasara un segundo, una fuerza magnética proyectó a Cecil por el aire, dando ventaja a su enemiga para que le golpeara con saña en pleno rostro. Como consecuencia, el novel acabó chocando contra el suelo de espaldas.

-¡No puede ser! ¡Me pesa tanto la armadura…!- gritó el chiquillo espantado.

-Claro que te pesa… No eres un digno portador aunque seas fuerte.

-¡Maldita seas!- A pesar del esfuerzo, el caballero de Orión levantó. Pensaba que el simple hecho de no estar acostumbrado a la armadura no le impediría ganar. Una vez tras otra, se acercó a Shaina para golpearla con sus elementales puños y piernas. La guerrera reía ante los patéticos intentos. Siempre contraatacaba y lanzaba por los aires al ilusionado muchacho.

Tras golpearse la frente por enésima vez, Cecil miró cómo caía la sangre de sus puños y rostro. A pesar de todo, se sentía más ligero que nunca. El niño hizo lo que no se esperaba: levantó dando un salto que le alzó más de lo que nunca había alcanzado con una zancada. Con astucia, encogió el brazo para soltar un puñetazo justo a un paso de Shaina. Al fin, consiguió lanzarla sin control.

-¡Maldito crío!

Ofiuco tuvo que dar un saltito para recuperar el control. Nada más tuvo la oportunidad, arrojó uno de sus rayos con velocidad considerable. Cecil lo vio, pero no se preparó para esquivarlo. El empuje de la electricidad en estado puro comenzó a arrastrarle irremisiblemente. Cuando el niño estuvo aprisionado entre una roca y la nada, extendió sus brazos emulando la maravillosa técnica que un día vio.

-¡Resplandor de Bellatrix!- Miles de lucilos de plasma envolvieron el descampado arremetiendo contra Shaina varias veces. La mujer cayó arrodillada ante el creciente poder del muchacho.

-¡Impresionante! No sólo has conseguido acostumbrarte a la armadura en menos tiempo que cualquier persona, sino que has superado tus límites proyectando esa lluvia de rayos a más velocidad que la del propio sonido…

Cecil no escuchó. Su cosmos crecía y aprovechaba para correr hacia su contrincante, a la que cogió desprevenida todavía inclinada en el suelo. Con su pierna, la hizo caer de espaldas: había propinado una patada capaz de abrir el mismísimo suelo.

-¡¿Ya soy digno de llevar esta armadura?!- preguntó el chico con lágrimas en sus ojos. -¡Resplandor de Bellatrix!

Por segunda vez, una incesante lluvia de rayos multicolor inundó todo emulando una barrera circular totalmente ofensiva. Como Shaina ya había visto el ataque justo el minuto anterior, pudo esquivarlo con escasa dificultad. Sin embargo, el crío ya imaginaba que lo esquivaría, por lo que guardaba un as bajo su manga.

-¡Prepárate!- gritó furibundo.

Con sus bracitos, había conseguido bloquear el cuerpo de la preciosa mujer y, con la fuerza de su cosmos, se empleó al máximo en dar un tremendo salto que aunque les hiciera a los dos colisionar con la gran piedra que antes había servido de muro para él, valdría para ganar el combate.

Ella intentó advertirle, pero ya era tarde. Los dos chocaron contra la imponente roca quedando al instante Cecil inconsciente. Shaina sin más levantó.

-Estupendo… has conseguido ser digno de tu armadura. A partir de ahora, para el Gran Patriarca Alexer serás el caballero de plata de Orión.- La noche del debut de Cecil terminó de aquella extraña manera.

Pensamientos

-¡Impresionante!- exclamó Atreus totalmente emocionado. No sabía que el primer combate de su maestro fue contra un caballero de plata. Con lo que acababa de oír, al joven se le abrieron tanto los ojos que parecía desear con todo su ser ganar la armadura de Erídano.

-Bueno, no es para tanto… Al fin y al cabo, yo también llevaba una armadura de plata, ¿no?

-¡Pero tú tenias diez años!

Cecil miró el viejo reloj de la mesa de roble. Marcaba más de las doce y media. Al fin y al cabo, por muy maestro que fuera, tenía sueño de vez en cuando. Atreus captó la indirecta y tiró su rey sobre el tablero de ajedrez.

-Te ganaré mañana, maestro.

-Si no me ganas mañana, no comerás en un mes…- le contestó sin devolver la sonrisa.

Atreus dejó la habitación de su amigo para encaminarse a la suya. Tras despojarse de la incómoda ropa que llevaba, se lanzó a su cama, cayendo en ella plácidamente. Antes de caer dormido no pudo evitar que su mente divagara por el pasado un buen rato.

-Una vez tuve padres…- susurró en un tono tan bajo que apenas se oyó. –Pero hoy soy más feliz que si con ellos estuviera.

Las cortinas de su estancia, verdes, no permitían que la luz de la luna se filtrara por más de un hueco. Por si fuera poco, lo nublado del cielo dejaba aún más en penumbras su habitación. Tanto fue así, que al final se quedó dormido con un tronco, soñando al rato con los padres que le criaron los primeros días de su infancia y juventud. Aunque sólo fuera aquella noche, Atreus durmió tan sosegado que parecía irreconocible ese gesto en él.

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#6 Nira Vancopoulos

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Publicado 13 abril 2007 - 22:40

Muy bueno el capitulo 2.  Me gustó la pelea de Shaina vs Cecil, se me hizo algo parecida a la que tuvo la amazona contra Seiya en el primer episodio de la serie ^^.  Espero que pronto publique el siguiente capitulo, ya quiero que llegues a lo emocionante *-*

Me despido


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#7 Killcrom

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Publicado 13 abril 2007 - 23:04

Hombre, claro que fue muy parecido. Si te das cuenta, es como una nueva generación que revive la misma odisea que pasaron en su día los antiguos... y ya veteranos caballeros de bronce (que aquí son dorados). Partiendo de ahí, puedes imaginar alguna cosa que pasará... Bueno, thanks y nus vemos...


Capítulo III: El precio de un sacrificio

Amenaza

Una corriente de viento gélido inundó la pequeña habitación en la que Atreus descansaba tapado hasta las cejas por sus mantas. El marco de una fotografía cayó al grisáceo suelo de piedra haciendo un ruido pesado.

El joven sintió cómo un escalofrío recorrió su espalda. Por un segundo, su estómago parecía estar revuelto, pero todo quedó como un susto inesperado. El todavía adormilado muchacho se destapó de la cama sintiendo el airecillo acariciar su piel. Tras unos segundos, decidió ponerse en pie para cerrar la ventana.

-Maldito invierno…- murmuró tras bloquear el canal del frío y sellarlo con las verdes cortinas. -¿Qué haría abierta la ventana?

Atreus caminó al pasillo de la pequeña casa con rumbo a la cocina. Al entrar no vio indicios de que su maestro se hubiera levantado.

-¿Qué hora será?- Tras abrir el mueble donde guardaban parte de sus provisiones, una caja llena de cereales cayó encima del hambriento aprendiz. -¡porqueria!- la expresión fue pronunciada con aires de frustración.

Por todo el suelo de la cocina los cereales decoraban el gris y las gruesas grietas entre losas. Cuando el soñoliento chico se agachó a recoger el estropicio volvió a sentir una punzada en el vientre.

-¿Cómo? ¿Y Cecil no se ha levantado con este ruido?- pensó. Sin acabar de poner orden en la cocina fue a la habitación de su maestro y la abrió sin tener la consideración de llamar. Como sospechaba estaba vacía y el reloj dorado marcaba las cinco de la madrugada pasadas. -¡No lo puedo creer!

A través de la ventana se filtró un resplandor de luz mágica que llamó la atención del joven Atreus. Eso era muestra de que algún caballero debía estar usando sus habilidades en un lugar cercano al Santuario. El preocupado joven corrió a la puerta de la casa sin tan siquiera acicalarse, totalmente exaltado.

Antes de que llegara, Atreus pudo oír cómo alguien abrió la puerta de forma estrepitosa. Tras la hoja de roble, bañada del negro de la noche, una chica que parecía agotada le saludó.

-¡Ho… hola!

-¡Lyone! ¿Qué demonios haces aquí?

-Sé que es increíble, pero… ¡están atacando el santuario!

-¡¿Cómo?!- el patidifuso muchacho no daba crédito a todo lo que le estaba ocurriendo aquella mañana. -¡Tenemos que hacer algo!

-Mi maestro ha partido junto a Cecil a defender la vía principal.-

Lyone, a pesar de su edad, aparentaba más años de los que tenía. No era alta en absoluto, pero el contorno de sus curvas parecía quitar importancia a que no sobrepasara más de un metro con sesenta centímetros; además, su liso cabello oscuro le otorgaba una especie de seriedad y madurez de las que podía estar orgullosa. Sus ojos azules eran lo único que le aportaba más feminidad de la que ella quisiera. Aquel día, vestía el uniforme que los aprendices solían llevar. Una coraza de cuero y ropas amarillentas de flexibilidad total.

-Atreus, ponte tu uniforme. ¡No puedes salir desnudo a pelear!

Fue tras la intervención de su amiga tras la cual el muchacho se dio cuenta de que apenas si llevaba puestos unos calzoncillos grises. Por un momento, el rubor de vergüenza quitó seriedad a la situación en que estaban.

-¡Te doy dos minutos!- gritó la chica con una sonrisa en su faz.

Cuando Atreus estuvo preparado, corrió a la entrada de nuevo. Allí estaba la dulce y seria Lyone, mirando con inquietud el lugar del que provenían los cosmos de incontables seres, todavía indeterminados.

-¡Listo!- exclamó el joven.

-Es por allí. Debemos cruzar este barrio hasta la calle principal.- la preciosa chica señalo hacia donde debían ir, justo a los pies del imponente coliseo del Santuario.

-¡Vamos!

En el centro del Santuario, por más esfuerzos que Cecil hacía, no dejaban de salir aquellos tipos vestidos con ropas holgadas y raídas. Parecía como si la misma tierra los creara.

-¿¡Cuántos más van a aparecer!?- Un hombre de rasgos viriles gritó al portador de Orión. Llevaba una coraza de cuero totalmente imponente. A cada golpe que daba, uno de los soldados hostiles volaba por el aire a más de cinco metros para abrirse alguna parte del cuerpo y morir.

-¡Aguanta, Galius! ¡Son débiles!- gritó Cecil mientras saltaba esquivando una embestida. A espaldas de otro engendro, provocó una explosión de cosmos que le hizo chocar contra una columna, acabando con su insignificante vida. -¿De dónde crees que salen?

Uno de los hijos del misterio consiguió golpear al corpulento compañero de Orión. Su patada fue tan ridícula que el mismo receptor acabó por reírse, endosándole un revés que le incrustó en el suelo a su caída.

-Veo que os divertís con mis guerreros…- Una tercera voz surgió del aire. –Mi nombre es Jidán.

-¿Y quién eres tú?-

Galius parecía enfurecido tras la aparición del nuevo enemigo, a cuyos pies se levantaban los más de cien soldados caídos hasta el momento. Aquella parte de la calle principal de Santuario parecía estar sumida en una guerra sin cuartel.

La mayoría de las ventanas de los alrededores estaban cerradas a cal y canto, y tan sólo se veían un par de curiosos niños mirando por una de las lamas entreabiertas de una puerta. El aspecto del estilizado Jidán les asustó y se ocultaron en la oscuridad del inmueble.

-¿Que quién soy yo? Esa es una pregunta interesante.

-¿No crees que no es más que un payaso, Cecil?- Galius temblaba. No podía superar las ganas que tenía de arremeter contra el hombre. -¡Quizás sea uno de esos lemurianos que nos intentaron invadir hace dos años!

Jidán era el único de los asaltantes que portaba armadura. Aunque no era demasiado ostentosa, protegía sin duda a su portador. La coraza guardaba toda la caja torácica y cubría las zonas más bajas del tronco. Un cinturón hacía las veces de falda sobre los muslos del alto caballero. Espinilleras y brazales del mismo gris que el del resto de la armadura guardaban su cuerpo.

-Soy un caballero de la muerte, y mi misión no es otra que infundir el pánico entre vosotros, caballeros de Atenea.

-¿Con esa cara? ¿Quién demonios te crees que…- Cecil dejó de quejarse al ver cómo el susodicho enemigo abría una grieta en el espacio, sacando de ella con una mano a Atrius y con otra a Lyone. Sin ningún miramiento, los arrojó al suelo. -¡Atreus!- exclamó el maestro impresionado.

-¿Ahora no me insultas?- el frío y afilado rostro de Jidán mostró un gesto malicioso que hizo brillar por un segundo sus dientes perla. –Fue fácil someter a estos críos… ¿A dónde pensaban que iban?

Los caballeros resucitados comenzaron a atacar de nuevo a los defensores del Santuario, cayendo de nuevo uno tras otro. El alumno del enfurecido Cecil apenas estaba consciente, pero conseguía distinguir vagamente el cosmos que tan familiar le era. Por el contrario, Lyone tenía los ojos cerrados: debía estar sumida en un sueño de inconsciencia.

-¡porqueria! ¿Es que acaso sólo nosotros protegemos el santuario?- El musculoso Galius acabó con el último soldado-zombi de Jidán. Tras derrotarle, un alarido hizo escalofriar al propio cielo y miles de débiles cosmoenergías hostiles se pudieron sentir por toda la ciudad sagrada. -¿Qué demonios es esto?

-Por supuesto, yo no he venido solo a este lugar. Cuatro compañeros más han venido a hacerme compañía. Somos almas que controlan el poder de los cuerpos para valerse de su talento interfecto.

-Ahora que lo dice… no parece tener un cosmos demasiado grande. Estoy seguro de que no es más que otra marioneta…- pensó el portador de Orión. -¡Galius!

-Te escucho, Cecil.

-Nuestra prioridad es detener este ataque, ya que el Patriarca no parece haber movilizado ninguna de sus tropas.

-Han atacado a una hora perfecta. ¡Esto es una emboscada!

-Así es. Galius, ve… Busca a alguno de estos indeseables y acaba con su vida. Dentro de poco los soldados del Santuario habrán despertado, así que no tendrás más que esperar a tus compañeros.

-¡Co… como digas.- el joven capitán de soldados se perdió bajo el nublado cielo.

-Así me gusta, amigo… no es necesario que te preocupes por mí…- suspiró Cecil algo impresionado. Esperaba un comportamiento más humano por parte del que le había ayudado. –En fin, ¡supongo que es el precio de ser caballero de plata!- El grito del caballero intimidó un poco a Jidán a pesar de que no mostró ningún gesto en su inexpresivo rostro.

-¡Atreus, levanta!

-¿Qué haces?- el caballero enemigo intentó coger por sorpresa al experimentado Orión que saltó hacia atrás dando una voltereta acrobática.

-¿Y tú? ¿No pensarás que una escoria como tú va a derrotarme, ¿no? ¿A qué estúpido jefe se le ocurriría enviar al santuario a cinco peleles como tú, que no superan ni el rango de un caballero de bronce todos juntos?

-¿¡Cómo!?- Jidán parecía enfurecido.

-Es comprensible que hayas derrotado a estos mocosos, que no saben lo que es un combate real. Sin embargo, tu acto te costará caro… ¡Levanta, Atreus!

El muchacho, que estaba algo colapsado por el fugaz combate que había sostenido contra el peligroso enemigo de Atenea, oía las órdenes de su maestro, y con un esfuerzo sobrehumano, consiguió romper su ensimismamiento murmurando algo incomprensible como respuesta.

-¡Vamos, levanta! ¡Si no eres capaz de derrotar a un pelele como este no eres digno de ser mi alumno!- El caballero de Orión caminó hacia donde el muchacho se retorcía para intentar levantarse. Agarrándole por el cuello, le puso en pie sólo con la mano izquierda. –En pie, perezoso. Demuéstrame que no he perdido el tiempo contigo…

¡Lucha! El poder del cosmos

Ateus se encontraba sostenido por el brazo izquierdo de su maestro cuando tomó consciencia de la situación y guardó el equilibrio por sí mismo. Con sus ojos cansados miró a Cecil.

-Yo…- murmuró.

-¿Alguna objeción? ¿Crees que no puedes derrotarle?

-Este hombre me derrotó antes en unos segundos. ¿Cómo podría…?

-¡Haces bien en desobedecer a este hombre! Si lucharas contra mí te convertiría en un soldado-zombi.

Jidán dispuso sus manos en posición de ataque, esperando el más ínfimo movimiento para saltar al ataque. La ancha vía principal del santuario iba a ser testigo de una encarnizada lucha. En cuestión de segundos, bajó la temperatura.

-Atreus, quiero que le mates o que al menos aguantes hasta que yo acabe con el origen de este ataque. Si todo es como pienso, necesitaré poco menos de una hora.

Cecil de Orión se dio media vuelta y echo a correr rumbo al coliseo. Debía haber algo allí que llamara su atención por más calma que manaba.

El alumno del caballero de plata alzó su guardia intentando ver los lugares donde un ataque tendría más éxito. Aunque no se tratara de un caballero, su oponente llevaba una armadura bastante completa.

Sin pensárselo, el aspirante dio tres rápidas zancadas colocándose a un palmo de Jidán. Con la velocidad adquirida le dio sendos puñetazos en costado y rostro. El horror del joven fue ver que ni tan sólo había logrado que retrocediese.

-¿Eso es todo?- preguntó el agredido con una medio sonrisa. Nada más tuvo la oportunidad, Jidán hundió su puño en la débil coraza de cuero de Atreus. El muchacho se sintió aturdido y chocó de espaldas contra el muro de una casa. –Voy a matarte, pequeño…

El hostil hombre corrió a donde su objetivo estaba todavía descolocado. De un revés le hizo caer al suelo, y desde allí le propinó una patada que le hizo arrastrar a varios metros de donde estaba. El aprendiz de caballero comenzó a sentir dolor mientras pensaba las similitudes que había con el combate que mantuvo con el agresor pocos minutos antes.

-¿Eso es todo? ¡Pero si eres más débil que mis guerrros! ¿Tu maestro era ese hombre? ¡¡No le mereces!!

-Si… silencio.- exclamó como pudo Atreus mientras levantaba. De repente, sintió que su muslo derecho humedecía como si la lluvia fuera causante.

Jidán aprovechó la ventaja para, de un largo salto, golpear el hombro derecho del muchacho, el cual salió despedido al piso de nuevo cayendo después que los trozos de la sólida hombrera del uniforme de soldado que llevaba. La sangre también comenzó a brotar por la articulación.

-A… a pesar de todo…

-¿Todavía tienes fuerzas para murmurar?

Cuando el caballero de la muerte se dispuso a rematar al muchacho, éste improvisó una maniobra que le ubicó a espaldas de su enemigo. Sin dudarlo, le golpeó con más fuerza que antes a pesar de que los efectos fueron los mismos.

-Rápido, pero insuficiente. ¡Haz Violento!- Atreus sólo vio una especie de línea que le proyectó sin miramientos contra una columna. Tras el violento choque, cayó de bruces sangrando por el pecho. Al ritmo que recibía podía perder el combate, o hasta la vida pronto. Debía ingeniárselas para repeler la técnica de alguna forma.

-Él aprovecha… mi debilidad…- musitó para sí mismo. –y yo… se lo permito.

-¿Qué estás diciendo? ¿Rezas para ir con Dios? ¡Haz violento!

Por segunda vez, la hoja de luz recorrió las distancias que les separaban, rozando de refilón a su objetivo: el chico había podido esquivar a duras penas la embestida. Sin tener en cuenta las heridas, cerró los ojos y subió su cosmoenergía superando el límite de un soldado cualquiera. Quizás el duro entrenamiento al que se había sometido diera resultados…

-Yo… tengo esta velocidad. ¡Toma esto!- el alumno de Orión consiguió dar un puñetazo a una distancia considerable. A través del viento, logró dominar una corriente impulsándola contra Jidán, que resultó herido en la cara.

-¡Me has cortado! ¡No puede ser!- El caballero tapaba la herida con su zurda.

-Resulta que mi maestro me ha enseñado a no rendirme nunca. Aunque me duelan los golpes que me has dado… no puedo dejar que me ganes. ¡No debo dejarte por su honor!

Jidan fue superado en rapidez, pues otro corte de viento le empujó por la espalda, uno más por el costado y un tercero repitió en el lugar de la primera herida haciéndole caer.

-¡No es posible! ¡Levantad, soldados!

Por enésima vez, los cuerpos inertes de los guardias muertos se alzaron en contra de su inexistente voluntad. Esta vez, más de cincuenta zombis por toda la calle rodeaban a Atreus.

-¡Ateus!- exclamó Lyone con poca fuerza.

-¡Lyone! ¡Estás bien!- El joven dedicó una dulce sonrisa de complicidad a su amiga.

-Siento haber estado… tanto tiempo…

-¡Tranquila! Luchemos juntos… pues Cecil confía en nosotros.

-Te pido que te centres en él. Yo me ocuparé de estos indeseables.- A pesar de mostrar un aspecto horrible, la muchacha incrementó su cosmoenergía más de lo que había hecho su compañero hasta ahora. –¡No permitiré que tus heridas sean en vano!- exclamó.

Todas las criaturas corrieron hacia la joven, que con un haz de luz las repelió. Le bastó un segundo para salir del círculo en que estaba y ganar ventaja respecto a ellas. Desde el exterior, agredió a dos de los soldados-zombi con el mero empuje de su cosmos.

-Jidán, debemos acabar esto ahora…

-¿Qué? ¿Tú me vas a derrotar? ¡Pero si no dominas ni una técnica de ataque!-

Mientras hablaba el prepotente enemigo, el joven aprendiz había adoptado una extraña posición, seguramente de una kata de kung-fu. Las llamas de sus ojos delataban la idea que acababa de tener.

-Mi idea es… ¡El Impulso Celeste!

Cogiendo una velocidad considerable, Atreus saltó pateando sin miramientos la barbilla de su rival dando una voltereta en el aire. La ventaja de altura que había obtenido le sirvió para colocarse boca abajo y, en posición de flecha, utilizar las corrientes de viento para, en vez de golpear, impulsarse contra Jidán. La colisión dejó sentir un aumento enorme de cosmos que nada más alcanzar su vértice, decreció en un segundo. Para entonces, ambos enemigos estaban tirados en el suelo, inconscientes.

-P… por un momento… he…- la frase agonizante del caballero de la muerte no llegó a ser pronunciada, pues su cuerpo comenzó a desvanecerse en lucilos, que flotaron hacia el cielo emitiendo ruidos de serenidad y calma. Todos los soldados infernales le imitaron, creando en toda la zona una piscina aérea de colores y preciosidad.

Nada más que sintiendo el aura purificada de la calle, la gente abrió las ventanas para recibir el nuevo día sin terror, deleitándose con la victoria que Ateus no pudo celebrar en aquel instante.

En un primer momento, el día había entrado prematuro con máscara de terror. Ahora que amanecía y los primeros soldados llegaban con indiscutible retraso, una zona del santuario había sido defendida con uñas y dientes por alguien que no llegaba ni al nivel de caballero de bronce. Gracias a él, el día tomó color de esperanza.


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#8 Nira Vancopoulos

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Publicado 13 abril 2007 - 23:53

Me gustó este cap, interesante pelea  03.gif .  Atreus va adquiriendo poder poco a poco aunque bueno, su enemigo no era alguien con un poder considerable.  Me preguntó, quien lo habra enviado?.  Espero el siguiente capitulo pronto ^^

Me despido

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#9 Killcrom

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Publicado 14 abril 2007 - 18:54

Pues es cierto, no es que fuera alguien demasiado fuerte. Con respecto a quién lo envió... eso es algo de lo que ni yo estoy al 100% seguro. XDDD Bueno, thanks y amos a seguir. :) Ahí va el chapter 4.


Capítulo IV: Juego de gladiadores

El límite de la cordura

La atmósfera en aquella extraña habitación estaba tan cargada como el aire, pesado por su densidad. Decenas de candelabros dorados de tres velas cada uno iluminaban todo con tanta intensidad que toda forma cercana tomaba un matiz anaranjado, propio del fuego. El olor erótico levantaba la libido de aquellos que, tendidos sobre una cama de cabecera abenuz, se amaban con tanta pasión. Los grabados de ésta podían ser espantosos o no, pero era cierto que representaban gráficamente el horror de una guerra entre ángeles y demonios, entre la belleza y la aberración, con triades de demonios tomando placer con cuerpos de débiles mujeres.

-¿Pero, y si la existencia fuera errónea?

-¿Acaso este orgasmo que te estoy dando no es real?- dijo el hombre lamiendo el cuello de su compañera, que, entre gemidos delicados, apretó los dientes.

La joven muchacha no tuvo una ocurrencia mejor que clavar sus uñas en la espalda de él, dejando que su sangre le manchara los dedos y lamiéndola después. En ese momento, su cabello negro le resbaló por la cara y gimió casi gritando. La delicadeza en los movimientos que ahondaban en su interior no era en absoluto delicada.

-Brilla la noche entre tus gemidos, tan bella… que el lamento de la tierra queda ridiculizado ante el sexo que me das.

-Te odio, Haland…

-Sigue gimiendo… no me arruines este momento.

La preciosa joven de ojos azules y llorosos siguió gimiendo mientras, lágrima a lágrima, sentía que nada era real: ni el amor, ni la amistad, ni la vida, ni los sueños, ni el odio, ni la pura existencia. Todo era relativo menos su locura en acto…

La mala suerte

El caballero de Orión se detuvo en la entrada del majestuoso Coliseo. Pudo sentir con claridad cómo se habían extinguido las vidas de dos de los enemigos y de un aliado. Galius había caído cumpliendo con su cometido: derrotar a uno de los Magnates Soldados de aquel que esperaba en el interior.

-¿Galius ha muerto y el inepto de mi alumno sigue en pie? Puede que al final valga y todo…- Cecil sonrió satisfecho por la hazaña de Atreus, cuya energía, aunque débil, seguía latente. Tan sólo pensó en las victorias y la derrota unos segundos más, tras los cuales penetró en la imponente estructura que ante él estaba.

Con el paso ligero, el caballero corrió los pasillos del Coliseo, que como un laberinto, hubieran desorientado a cualquier persona que se adentrara por primera vez. Orión se guió por los coletazos de cosmos que percibía de la arena, aumentando el ritmo de su marcha. Antes de llegar a su destino, unas figuras se desprendieron de la nada cayendo a sus pies como criaturas derrotadas.

-¿Qué coj…?- a pesar de la sorpresa, el susto no hizo más que empezar, pues una a una, las sombras comenzaron a levantar y adquirir forma humana. No había duda de que de nuevo se trataba de Magnates Soldados.

-Conque eran lemurianos, ¿no, Galius? ¡Qué ignorante eras, amigo!- exclamó en voz alta. -Y supongo que vosotros queréis cobrar, ¿verdad?

-Muerte…- respondió uno con voz distorsionada y rota.

-Son como demonios sin alma. Sólo se mueven por impulsos…- el murmullo de Cecil fue inaudible. –Socórreme, armadura…

Ante la impotencia de los espectros, el caballero saltó al techo del ancho pasillo e, impulsándose en él, aprovechó para patear la cabeza de uno de los engendros. Ahora Orión estaba entre todas las criaturas.

-¡Morid, morid, morid, morid!- gritó mientras masacraba a otra de ellas con su puño de plata. Uno de los soldados se aproximó veloz hacia su oponente intentando alcanzarle, pero tan sólo consiguió golpear en el inerte cuerpo de su compañero. Cecil aprovechó para lanzar una onda de cosmos que empotró a ambos en una pared, haciéndoles morir.

El caballero de plata siguió su camino ignorando al resto de criaturas, pues su prioridad era reducir al líder, y eso lo sabía desde que reconoció las ropas que llevaban. Ahora los corredores parecían más largos ante la ocupación que los soldados-zombi habían causado.

-¡Resplandor de Bellatrix!- conjuró el guerrero ante la gran masa de enemigos que había taponando la entrada a la arena. El azote de rayos multicolor los proyectó muertos y con violencia hacia el corazón del coliseo. La explosión rompió la calma que parecía haber allí.

-¡¿Esas son todas tus armas?!- inquirió violentamente Cecil. -¡Responde!

En el centro del anfiteatro tan sólo había una figura en pie. La palidez de su tez y el color de cabellos que tenía le asemejaban a un albino. A pesar del aspecto medio cianótico que tenía aquella persona, si es que se le podía llamar así, lucía sin aparente molestia una bella armadura negra de aspecto agresivo: múltiples protuberancias salían a través de su coraza como si el portador fuera atravesado por ellas. Tanto clavos como trozos de varas parecían herirle de una forma tan seria, que Cecil quedó maravillado ante la vestimenta siniestra.

-Tengo que reconocer que tu armadura es genial. Pareces herido… y… te confiere un aspecto feroz.

-Llevar mi armadura implica sufrir todas las heridas que puedas imaginar. A pesar de todo, me da el poder que tengo.

-¡Estás diciendo que todos esos clavos y… son reales!

-Eso pretendo decir. Ahora lárgate o prepárate a morir ante mi magia.

-Vamos, vamos, vamos… no me hagas reír. ¡Por muy acojonante que seas no pienso rendirme antes de luchar!- el tono jovial de Cecil desgravó importancia a la situación.

-¡No te rías de mí! ¡Soy el portador menor de la Muerte!

-¿¡Portador menor!? ¡Me obligas a reír! ¿Quién es el genio que ha pensado dominar el santuario mandando a unos imbéciles como tú y tus cuatro perros?- Orión comenzó a reír desmesuradamente. –Ya han despertado los guardias y han derrotado a tus amigos. ¡Sólo quedas tú!- añadió entre golpes de carcajada.

-Muchacho, vas a lamentar esta… humillación.

El extraño líder de los atacantes corrió hacia su objetivo para arremeter numerosas veces en su cuerpo. Un golpe tras otro, sentía cómo la victoria no estaba lejos. Tras pocos golpes más, el caballero de Orión se encontraba arrodillado en el suelo tapando su cara.

-¡Ahora me toca reír a mí!- el sádico portador de la Muerte pateó con saña el hombro derecho del plateado, haciéndole caer pocos metros atrás. El joven cayó de espaldas con los ojos cerrados.

Norfold, que así era su nombre, se preparó para acabar con su víctima saltando al cielo para hender las pequeñas garras de su puño en el corazón del guerrero. El impacto resonó tan estruendoso que el propio Cecil se asustó al levantar.

-¡Demonios! Creí que mi barrera había fallado.

-¿¡Cómo!?

-Vamos, amigo… no me vas a derrotar. ¿De verdad quieres que te dé?

-¡Detén esto! ¡Ondas del Hades, Ondas Infernales!

Una espiral púrpura recorrió el espacio entre los contendientes a velocidad considerable, pero el caballero Orión revirtió su curso con el mero empuje de su cosmoenergía, mandando la onda hacia las gradas. La explosión dejó caer algunas piedras que la formaban a la arena de combate, también de piedra.

-Me vas a obligar a darte… mejor que te vayas.

-¡Fanfarrón!- gritó Norfold, irritado al máximo.

-¿Fanfarrón? Mira, voy a contar hasta cinco. Si no desapareces, voy a darte tal manta de golpes que no te va a reconocer ni el cretino que te haya mandado aquí. Cinco… cuatro…

-¡No te das cuenta de que te voy a matar! ¡Ondas del Hades!

La espiral macabra fue más rápido que antes, llegando a colisionar contra Cecil en dos segundos escasos. El golpe le dio con terrible violencia en plena cara, pero el joven ni tan siquiera se desestabilizó.

-Mal… muy mal. Tres… dos…- El guerrero se percató de que caía bajo sus labios un hilito de sangre. El detalle no se lo tomó demasiado bien, así que sin acabar su cuenta regresiva, corrió a velocidad vertiginosa hasta postrarse ante el guerrero de la Muerte.

-Te advertí.

Con un seco puñetazo, Norfold fue empujado contra el graderío, empotrándose en él. La explosión fue más terrible que la de la magia que había colisionado allí mismo un minuto antes. El aroma de arenisca surgió a partir de la polvareda ocasionada.

-¿Ya es de día?- preguntó Cecil. -¿Cuánto tiempo llevas ahí, mocoso?

-Eh… desde que desviaste el ataque contra las gradas.- respondió Atreus, impregnado en el líquido de sus heridas. Lyone miraba con interés el combate, algo más escondida que su amigo.

-¿Es la primera vez que me ves en acción?

-Así es… y creo que nunca más me volveré a meter contigo.

-Me conformo con que dejes de tutearme.- bromeó el joven de revoltoso cabello gris. –Por cierto, enhorabuena… pensaba que te iban a dar fuerte, pero veo que has ganado.

-Sí…

-Espera. He de acabar con este fracaso…

El portador menor de la Muerte salió de entre los escombros, dejando que su cosmos inundara todo. A pesar de sus esfuerzos, Cecil comenzó a carcajearse de nuevo.

-¿Acaso no ves que te falta un ojo? ¡Ja! ¡¿Cómo lo vas a ver?!

-Voy a hacer que ese humor negro se te vuelva en contra.- amenazó el enemigo.

-Muy bien. ¡Esquiva mi… Resplandor de Bellatrix!

Otra vez más, una lluvia de flechas lumínicas multicolor recorrió todo el perímetro de la arena, destrozando todo a su paso. El propio suelo se quebró, pero la zona en que Norfold estaba, acabó desintegrada: la brutalidad de los impactos había hecho desaparecer una cuarta parte del graderío del edificio.

-Se acabó. ¿Alguien sabe cómo se llamaba este sujeto?- Ni Atreus ni Lyone respondieron. Ambos quedaron mudos por el despliegue de luz y poder. –Lo siento… pero debía hacerlo.- dijo Cecil eliminando toda la ironía mantenida durante el combate. –Nadie se ha dignado a venir. El santuario entero dormía y los soldados no hubieran conseguido nada contra éste. Ya han caído los cinco que vinieron.

-¿Y todavía dices que nadie se dignó a luchar?- dijo un hombre de voz intensa y cabello negro.

-¡Maestro!- gritó Lyone con tono algo forzado.

-¡Oh! ¡Mi amigo Vlad!

-No soy tu amigo… y para ti soy Vladimir.- replicó.

-Ya empiezan de nuevo.- Atreus sabía que su maestro desconfiaba de los métodos que Vlad usaba con Lyone. Decía que era demasiado blando con ella por ser una chica.

-Hoy no pelearemos. Gracias a la inestimable ayuda de los soldados del Santuario ha caído el último de los intrusos. Incluso yo maté a uno…-

El recién llegado caballero de la Ballena se acercó a Cecil y le puso su mano sobre el hombro. Dándole un apretoncito, dejó entender que estaba agradecido por haberse comido la peor parte del trabajo.

-¿Nunca te has preguntado dónde están los caballeros dorados cuando se les necesita?- cuestionó Vlad. –Menos mal que estábamos nosotros…

-¿Caballeros de oro?- preguntó Lyone.

-Ven aquí, mi princesa noruega…- ordenó el hombre de pronunciadas facciones. Cuando la chica se hubo acercado a su cariñoso maestro, agarrándola con delicadeza por la nuca, hico que llevara su mirada justo por donde Orión había hundido medio Coliseo. Gracias al agujero, ahora se veía un camino ascendente a lo lejos, que llevaba casi por una infinita senda hasta la cúspide del Santuario, donde una enorme estatua se erigía. –Esos templos que a lo lejos se ven son el hogar de los caballeros de oro, los más poderosos entre nosotros.

-¿Y bien?- la curiosidad devoraba a la chica.

-Se supone que ellos protegen la paz, aunque hace tiempo que no se les ve. El caso es que no pelean a menos que una amenaza mayor se cierna sobre algún lugar de este planeta. No se dignan a dar la cara a pesar de que antes, al parecer, estaban metidos en cualquier trifulca.

-Ahhh…- sonrió Lyone. -¿Y cómo es que antes sí se metían?

-Porque antes llevaban ropas de bronce. Se conocen sus nombres, pero no su actual armadura, pues cuando alguno de ellos aparece por la ciudad no la lleva. ¡Todos son orientales!

-¿Qué?- interrumpió Atreus con ese aspecto de chiquillo desamparado con el que se había quedado tras su combate.

-¿No lo sabías, mocoso?- dijo Cecil con una sutil sonrisa. –Al parecer todos ellos son hermanos.

-Curioso…

-O no tanto…- ahora, una delicada voz rompía la conversación mantenida en el centro del Santuario.

Un hombre con ropas oscuras y peculiares rasgos caminó hasta los presentes. La elegancia de su porte y la belleza de su túnica dejaban constancia del alto cargo que aquella persona ocupaba en el santuario.

-¡E… el Patriarca!- Todos los caballeros se arrodillaron ante Mu.

-Levantad, por favor.-

Despacio, cada uno de los presentes se erguía sin dejar de mostrar una actitud de respeto ante el soberano de la ciudad de Atenea. El hombre de melena violácea miró los destrozos del Coliseo y profirió una mueca de resignación.

-¿Es posible que la próxima vez no se arme tanto escándalo por un puñado de criaturas como las que han asaltado hoy? Creo que este destrozo era innecesario. ¡En cientos de años, el Coliseo se había mantenido justo como… hasta hace media hora!

-Yo… lo siento.- Cecil dio un paso al frente y bajó la cabeza.

-Por favor, no seáis tan corteses. Pasaba por aquí y no he podido evitar oír esa conversación sobre caballeros de oro. Cecil, no estés tan rígido.

-¿Le conoces?- preguntó el sorprendido Atreus.

-Oh, su eminencia. No hable ahora de nuestros encuentros. Lo guardo como una sorpresa.

-Lo sé, Cecil. No lo iba a hacer… En realidad estoy aquí para hablar de lo que acaba de ocurrir. Sabía que vosotros seríais quienes defenderían el lugar.

La preciosa y joven Lyone apartó un mechón de su flequillo para ver con claridad el majestuoso talante del Gran Patriarca. La profundidad de los ojos morados del líder le cautivó por unos instantes como si ya los hubiera visto con anterioridad.

-Es evidente que corremos peligro. Los caballeros dorados, por orden exclusiva mía, tienen prohibido dejar sus templos. Esperábamos un ataque más intenso. Os pido disculpas.

-Nuestro deber es proteger el santuario…- replicó Vladimir ruborizado ante la porte de su líder.

-Bueno. Seguramente nos atacarán más veces. Desde que Atenea murió es evidente que estamos sufriendo muchos cambios. Por ejemplo, el escudo que ella levantó ha desaparecido. Por eso ahora se puede penetrar con tanta facilidad en el Santuario. Sin embargo, por muy mal que vayan las cosas, nadie pasará más allá del templo de Géminis.

-¿Entonces los otros caballeros?

-Pura precaución. En cualquier caso, enhorabuena sobre todo a este muchacho.- Atreus dio las gracias y bajó la cabeza.

-Ni hubiera podido hacer algo hace dos años…- se lamentó Mu ante el silencio de sus receptores. –Bueno, quizás sea hora de que vuelva a mis aposentos. Sólo una cosa más. Estamos ante tiempos tranquilos, pero bajar la guardia supondría un error. Estoy seguro de que nos veremos pronto, Cecil.

Con una lánguida sonrisa, el bello Patriarca comenzó a partir. Ya casi se hubo desvanecido por entre la niebla matinal cuando le detuvo la voz de Lyone.

-¿Qué pasó hace dos años, señor Patriarca?- deteniéndose Mu, agachó la cabeza.

-Quizás hoy no sea el mejor día para contarlo.

Finalmente, el que fuera caballero de Aries, acabó desapareciendo. La amenaza que agitó la paz en el santuario había quedado disipada. Quizás no fuera por mucho tiempo, pero mientras los caballeros estuvieran allí, la gente podría dormir en paz.

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#10 Nira Vancopoulos

Nira Vancopoulos

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Publicado 14 abril 2007 - 21:07

Si Mu aparecio... habra la posibilidad de que otro caballero dorado (que no sean los de bronce ^^U) aparezca tambien *-*... por ejemplo... Milo?? (tenia que hacer la pregunta o no me iba a quedar tranquila  54.gif ).

Dejando ya a un lado los intereses personales mios  09.gif , debo decir que este cuarto capitulo me gustó mucho, Cecil me esta cayendo muy bien, su ironia y sarcasmo me gustan xD.  Y quienes seran los que aparecieron al principio (Haland y la chica) aunque supongo que el de mayor relevancia va a ser Haland   06.gif .  Espero leer pronto el siguiente capitulo  thumbsup.gif

Me despido

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#11 Killcrom

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Publicado 14 abril 2007 - 21:21

Pues sólo te digo que recuerdes el nombre: Haland. Pronto diré algo de él... Con respecto a Milo... bueno, algo haré para que puedas disfrutar de él... XD Bueno, ¡gracias y ahí va el quinto!

Capítulo V: Un recuerdo en el presente

Incertidumbre

Toda amenaza había pasado ya y el viento fluía sin mover un ápice de oscuridad entre sus corrientes. Los caballeros que habían luchado con fiereza quedaron solos en lo más íntimo del arruinado coliseo bajo la luz solar que se filtraba por entre las densas nubes.

-Mu…

-¿Qué sucede, Cecil?- preguntó Atreus mientras se sentaba en mitad de la arena de combates. -¿De qué le conoces? Era el Gran Patriarca.

-Por algo que pasó hace un par de años. He pensado mucho, y tras la guerra contra los lemurianos, me he percatado de cómo han cambiado las cosas.

-Cecil, relájate.- El caballero de la Ballena sonrió a pesar de que sabía que algo no iba bien.

-Mu y Alexer… ¡¿Qué demonios…?!

-Atreus, creo que tu maestro tiene algún problema.- Aquella era la facultad de Lyone: la perspicacia.

-¡Lyone! No hables así ante un caballero de plata.- regañó Vlad.

-Déjala. Todo se debe a la mala educación que le das.- Orión dejó de mirar al pasado para contemplar el estado de su querido alumno. –Y tú, levanta. Pareces una lagartija. Creo que vas a necesitar un uniforme nuevo…

Atreus se levantó sin rechistar y cabizbajo. Tras todo el ajetreo, se enfrió y era ahora cuando comenzaba a sentir hambre y cansancio. El joven miró todavía asustado los desperfectos de la batalla al unísono que sus tripas rugían.

-¿Tienes hambre, mocoso? Hoy te has ganado el almuerzo.- A pesar de que Cecil ya comenzaba a hablar como siempre, lo hipocondríaco de su tono se notaba nada más oírle.

-Cecil, cuéntame eso que te atormenta.- sugirió Vladimir.

-¿Delante de los niños?

-Pronto dejarán de ser niños… en el mejor de los casos, ¿no? Creo que deberían conocer la situación.

-En ese caso, recuerda las cosmoenergías que hace dos años nos invadieron. Fueron cuatro y la del Patriarca era una de ellas…

Tras el incómodo silencio que se originó por las dudas del caballero de Orión, Atreus tosió a posta para romper el hielo. Tras su tos, procuró mostrar interés indagando con sus cuestiones en lo que podía significar aquello.

-Oh. A pesar de que Mu fue un poderoso caballero de oro, creo que hay algo que se escapa de mis manos. No me cuadra el motivo por el que Alexer de Altar desapareció justo ese día. Desde que comenzó la guerra, Mu la dirigió. ¡Y no olvidemos que Atenea murió ese preciso día!

-¿Piensas que Mu es un traidor?- Vlad se exaltó violentamente y miró casi con fuego en sus retinas al que era su compañero. -¡Dime que no piensas eso!

-No importan mis dudas. ¿Puedes decirme cuántos ataques ha habido desde que supuestamente estamos en paz?

-Demasiados…

-El escudo de Atenea ha desaparecido. Somos presa fácil para cualquiera. ¡Incluso alguien tan débil como los caballeros de hoy podría penetrar en el corazón del santuario! ¡Por Dios, que le he detenido a menos de cien metros de la casa de Aries!

-Cecil, no me gustaría darte la razón, pero creo que en parte la llevas. Por mi lado, sólo creo que son tiempos difíciles.

Lyone no oía y tan sólo incordiaba a su amigo intentando introducir la punta de sus deditos en la nariz del agotado joven. Entre risas, provocó que su maestro la mirara exigiéndole silencio. Atreus suspiró, pues sus ganas de jugar eran nulas.

-Cecil, vámonos. Aquí sólo nos quebraremos la cabeza sin llegar a ningún sitio.- propuso el aprendiz de caballero.

-Está bien. Dejaré que calentarme…

Cecil no se despidió y comenzó a andar olvidando incluso a Atreus. Tras unos segundos, el alumno del guerrero victorioso abandonó la zona también. Vladimir y Lyone quedaron solos, en silencio, sin saber qué decir ante las presuntas acusaciones del caballero plateado de Orión.

-Creo que nosotros también hemos de irnos…

Sueño y una historia olvidada

Tras llegar a casa, el ambiente era algo más oscuro de lo habitual. La calma en la habitación de Cecil, el no crepitar de las ascuas y la tensión propiciaban un ambiente desconocido. Sin nada en mente, el joven de cabellos azules se arrojó a la cama de su maestro. Éste tan sólo se sentó ante el gastado tablero de ajedrez que les servía como pasatiempo de forma habitual.

-Me preocupas.- La tranquilidad fue rota con brisquedad.

-Métete en tus asuntos, Atreus.

-No. Nunca te he visto en todos estos años así. Siempre estás de buen humor, con una sonrisa enorme y una jarra de vino en la mano. ¿Qué demonios te pasa hoy? Desde que vimos al Patriarca has puesto esa cara de mal humor. Te estás comportando como… como…

-¡Dilo, niñato!- gritó el malhumorado guerrero. -¿No sería mejor que te lavaras las heridas, procurases curarlas y me dejases en paz?

-No. Aunque me muera desangrado aquí no me levantaré hasta que me cuentes qué te pasa. ¡Vamos Cecil! No podemos tener la relación que tú quieres que tengamos. ¡Somos más que Maestro y alumno y no aguanto verte así!

-Por tu seguridad, deberías verme como un distante maestro. De no ser así, te arrastrarán mis problemas.

-¿Qué? ¿Por qué dices eso?

-¿Nunca has querido a nadie, mocoso?- preguntó Cecil despojándose del peso de su coraza, que colocó en el suelo.

-Por supuesto.

-Entonces sabes qué se siente cuando se desconoce el paradero de esa persona, ¿no?

-Así es.

-Yo quería tanto a Alexer… que me resulta doloroso ver al Patriarca en el cargo que solía ejercer mi buen amigo. Es sólo eso.

-¿Qué? ¿Que amabas a Alexer?

-¿¡Eres imbécil!?- contestó exaltado el joven. -¡Querer no implica amar! ¿No puedo querer a alguien de mi sexo sin que tu mente calenturienta se vaya a lo carnal?- Tras la fugaz reprimenda, los dos, alumno y maestro, comenzaron a reír. Al fin se había suavizado la tensión que había entre ambos.

A causa de las nubes borrascosas del cielo, la luminosidad del día quedó paliada por completo. Cecil levantó para coger una caja de cerillas que había sobre la chimenea para seguidamente encender el candelabro de la mesilla de roble. La luz de la aburrida habitación tornó artificial.

-¿Nunca te he hablado de Natassia?

-Nunca.- De pie, cercano a la deshecha cama, Cecil sonrió levemente.

-Ella era hermana de Alexer. Yo era joven, pero sí que le hacía esas cosas que tu perversa mente piensa. Desgraciadamente…

-…- el silencio habló por sí solo.

-Sí. Nos amábamos, pero qué le vamos a hacer, ¿no?

-¿Cómo era ella?- cuestionó el curioso joven, casi al borde del sueño.

-Era la criatura más bella que puedas imaginar. Siempre estaba alegre, siempre olía a rosas… Como ayudante de cámara de Atenea, en la noche de su muerte, cayeron juntas.

-¿Los lemurianos? ¡Esos malditos duendes!

-No te esfuerces, Atreus. Descansa… Estás deseando dormir y no es precisamente tu apoyo lo que necesito en el campo de los sentimientos.

Antes de que Cecil terminase, el joven dormía plácidamente. El caballero de Orión volvió a coger su coraza. Cuando se hubo vestido con ella, abandonó en silencio la casa, no sin antes apagar la vela que había encendido.

Ya fuera, bajo la lluvia, Vlad esperaba. Con un gesto de éste, los dos compañeros comenzaron a correr hasta volver a adentrarse en las cercanías de los doce templos del zodiaco. Las conjeturas del guerrero de plata habían despertado la curiosidad de aquel de la Ballena, y juntos se aproximaban donde Mu les había citado con tanta discreción.

Órdenes

Cecil y Vlad llegaron al fin a las viejas escaleras que conectaban con el templo de Aries. Tan sólo les restaba subir para que, junto a la primera casa del zodiaco, vieran al Patriarca.

Una vez arriba, la imponente casa de Aries les hizo quedar casi sin respiración. Decenas de pilares sostenían las gruesas láminas de piedra gris que formaban el techo y el friso, lleno de grabados con motivos mitológicos, pero no sólo eso fue lo que les llamó la atención, sino también el largo camino que había que recorrer hasta ésta. A lo lejos, la figura de Mu parecía aguardar estática.

Tantas escaleras y rellanos parecían revelar con sus grietas y desperfectos el paso del tiempo, las numerosas batallas libreadas allí. Sin embargo, un aura serena envolvía el mítico lugar.

-Impresionante…- Vlad quedó tan atónito, que tardó segundos en seguir caminando rumbo a la casa. Por el contrario, Cecil ya le llevaba la delantera.

A los pies del templo, Mu se les acercó emitiendo a cada paso un ruido metálico, como emitido por una armadura.

-Bienvenidos de nuevo.- profirió el caballero con su calmada voz. Ambos plateados inclinaron la cabeza ante su superior con sumo respeto. –Por favor, olvidad las formalidades.

-¿Qué desea?- miró Cecil a su receptor.

-Parece mentira que haya tanta hipocresía entre nosotros. Explícame, Cecil, qué pasó antes.

-¿Antes?

-Así es. Cuando nos vimos en el coliseo me pareció estar en tensión con vosotros.

-¡No es cierto que…- Vlad quedó en silencio.

-Mirad todos al Ateneo. ¿Es cierto que sigue en pie?

-Así es.- contestaron al unísono ambos.

-Entonces no hay motivo para que dudéis de mí. Os recuerdo que soy el representante de Atenea así como portador legítimo de la armadura de Aries.

Vlad abrió los ojos como si la vida le fuera en el acto. No sabía que un caballero de oro ostentara tal cargo. Antes de que el plateado se repusiera del susto, Mu caminó al interior del templo motivando a sus subordinados a que le siguiesen alegando que tenía que hablarles de algo.

-Señor Mu…- apeló Cecil ya bajo las sombras del templo.

-¿Qué deseas?

-Hay algo que… quisiera preguntarle.

-Comprendo tus dudas, pero ya te he dicho que no hay motivo por el cual tengas que dudar de mí.

-Es sobre Alexer.- insistió el portador de Orión con una mirada ciertamente triste. En aquel momento, parecía un niño inconsolable.

-El caballero azul.- suspiró Mu mientras dejaba de dar la espalda a sus invitados.

-¿Caballero azul?- inquirió Cecil. -¿No era caballero de Altar?

-Así es, pero eso fue tras las guerras de Hades. Antes, Alexer fue un caballero de Sinigrado. Por aquel entonces sólo tenía quince años. Bueno, disculpa. Pregúntame…- el Patriarca sonrió con dulzura.

-¿Quién le mató?- Tanto el líder como Vladimir notaron cierto aire de acusación en lo íntimo de la pregunta.

-¿Ya has olvidado la invasión de los lemurianos?

-Con respeto, pero usted es uno de ellos y, aunque caballero de oro, regresó al santuario con ellos. Cuando subimos, Atenea yacía junto a su cadáver y el de dos de esos lemurianos. ¡Natassia estaba incluso caliente todavía!

-Los hermanos murieron juntos.- dijo Mu con soberbia. No le agradaba tratar aquel tema. –Aunque te cueste admitirlo, Alexer luchó contra ellos y fue derrotado. Yo llegué cuando él, su hermana y Atenea habían muerto.

-¡porqueria!- Orión golpeó una columna con su puño. La frustración de no poder vengar a su maestro le resultó enorme a pesar de que se había tenido que resignar a ella hace dos años.

-Ahora escuchadme. No os he traído aquí para discutir del pasado.

Mu caminó hacia una vieja mesa sobre la cual había un sobre. Teniendo en cuenta que el templo de Aries no era la habitual residencia del caballero, debía haberlo bajado en el tiempo que transcurría la pelea.

Cogiendo la carta, sacó el folio que en su interior había, leyendo cuidadosamente las instrucciones que portaba. Tras un largo parpadeo, entregó el papel a Vlad ordenando que lo leyeran.

“Día 21 de diciembre, París.

Por la presente extrañeza que implican los actos ocurridos en Arlés, nos vemos obligados a recurrir a las fuerzas de Exmo. Santuario de Atenas.

Desde el día 14 del mes de noviembre, se vienen registrando extraños eventos por los alrededores del teatro y el anfiteatro romano, tales como resplandores y fulgores en el cielo, desapariciones inexplicables y ruidos sórdidos.

Pediríamos, con toda nuestra amabilidad, que uno de sus caballeros acudiese a nuestra llamada, acallando así todas las dudas que nuestra gente tiene y, que por nosotros no podemos responder sin agravar la situación.

Atentamente, Sydonie Borgogne.”

El caballero de la Ballena sonrió mientras entregaba la carta a Cecil. Cuando ambos la hubieron leído, se dirigieron a Mu.

-¿Se puede saber por qué no resuelven ellos sus problemas?

-Porque acudir a los lugares que citan implicaría dar la razón al pueblo y, como dice la carta, agravar la situación.- Mu cogió el papel y lo guardó es su sobre colocándolo de nuevo sobre el escritorio. –El diez de enero comenzarán los torneos de aspirantes.

-Atreus participará, por supuesto.

-¡También mi princesa!

-Pues bien, de eso quería yo hablar. El caso de Lyone es diferente al de Atreus.- dijo el Patriarca. –La fuerza base de ella es sin duda mayor que la de Atreus, pero sin embargo, el control del cosmos no lo lleva tan bien como tu alumno, Cecil. Quería ordenaros que, ya que ellos son los favoritos para hacerse con la victoria, deseo que solucionen los eventos de Arlés.

-¿¡Cómo!?- exclamó Vlad. -¡Pero si no tienen ni armadura! ¡Son como dos soldados más!

-¿Acaso no detuvieron ellos dos solos a uno de los asaltantes de esta madrugada?- la réplica de Mu no fue tomada a la ligera. Por el contrario, Orión no discrepó.

-Mientras no me hagan trabajar a mí, estoy de acuerdo.

-¡¿Pero y si mueren, degenerado?!- contestó el yugoslavo a su compañero.

-Yo, por el contrario a ti, confío en mi alumno. Te he dicho mil veces que no deberías ser tan blando con esa mocosa. Cree que te comprendería si ella tuviera al menos unos buenos pechos, pero todavía es una cría a la que hay que entrenar severamente. ¡No como tú haces! ¡Tú eres el degenerado!

-¡Silencio!- Mu estaba enfurecido ante la actitud de sus subordinados. -¿Os he dado permiso para discutir?

-Cecil, una persona no son sólo pechos… o culo como lo ha sido siempre para ti. Disculpe nuestra grosería, señor Patriarca.- Vladimir agachó la cabeza.

-Os advierto que sólo uno de vosotros podrá ir a Francia con los niños. Sólo había tres billetes en el sobre.

Los dos compañeros se miraron unos segundos, sin saber cuál de los dos sería el encargado de llevar a los chiquillos. Mientras Cecil hizo una mueca de desacuerdo, su camarada giró la cabeza para mirar a los ojos de Mu con osadía aliada.

-Serás tú, Cecil… Quizás tu apatía se cure con la responsabilidad que supone este trabajo. Lo siento por ti, Vlad…

-De acuerdo- accedió a regañadientes Orión. –pero que conste que no me hace gracia cargar con la mocosa esa…

Cuando los dos caballeros de plata abandonaron el templo para avisar a sus respectivos alumnos, Mu quedó en el silencio de la estancia. Mirando cómo las nubes ennegrecían la tarde en el exterior, pensó en lo egoístas que estaban siendo sus caballeros, en el cambio que su conocido Cecil llevaba experimentando dos años y, en la absurda idea de que tras la muerta de Atenea, ya nada merecía la pena en el santuario.

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#12 Nira Vancopoulos

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Publicado 14 abril 2007 - 22:57

Muy, muy interesante, me sorprendieron las sospechas de Cecil respecto de Mu, tanto, que tuve que volver a leer lo primero del primer cap para recordar bien como estuvieron las cosas (se me habian olvidado unos cuantos detalles ^^U).  Ahora solo es cuestion de ver como les va a Atreus y Lyone en su mision en paris (jeje, pobre Cecil, le hicieron "Comploh" para que los acompañara xD).

QUOTE
Con respecto a Milo... bueno, algo haré para que puedas disfrutar de él... XD


*-*... espero que eso sea pronto *-*

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Publicado 16 abril 2007 - 15:55

Bueno, les queda mucho por sufrir, y para Milo, quedaría bastante, pero procuraré hacer algo. Por cierto, voté por Milo, Mu y Aioria... Jejejeje...
En fin, ahí dejo el sexto capítulo en que van a Arlés, no a París (pretendo que eso sea más tarde).
Ahí va...

Capítulo VI: En el cabo Sunion

Las paredes de la Cámara de los Espejos brillaban fulgurantes con los últimos rayos del sol dejando entrever en la penumbra del cerrado lugar a dos personas muy cercanas, discutiendo sobre algo.

Como era habitual, en el Ateneo sonaban los coros sin cesar, por lo que sus palabras eran apenas audibles mas allá de la planta en la que estaban. Por si fuera poco, los músicos y cantantes del lugar, situados en los balcones del segundo y tercer piso, eran sordos y ciegos respectivamente, guiándose los primeros por las ondas de los instrumentos y los otros por la melodía que guiaba sus palabras. Nadie podía estar en aquella sala salvo los elegidos.

Más allá de los violines, el más alto de los dos integrantes de la conversación frunció su ceño. Apretando los puños, evitó golpear uno de los estípites que sostenían el balcón del piso superior.

-¿Así que los únicos que nos pueden molestar son seis de los veinticuatro caballeros existentes, no?- cuestionó con voz ruda aquel hombre vestido con túnica negra. -¿Y bien? ¿Quiénes son?

-Mi señor, son los portadores de las armaduras doradas. Los otros guerreros son fuertes, pero no llegan a ser una amenaza.

-Atenea ha muerto y no me puedo hacer con el control de este lugar porque esos petimetres son leales al Patriarca, ¿no?

-Así es, mi señor.- El subordinado del espeluznante hombre, cuya toga era algo más parda, inclinó su cabeza mostrando respeto. A pesar de todo, no tenía miedo.

-¿Y cómo es que no le aconsejaste enviar algún caballero de oro a Francia?

-No hubiera aceptado…

-Sirio, tú eres el caballero del Altar ahora. Tu potestad debería ser tenida en cuenta incluso por el Patriarca, ¿no crees?

-Sí, pero enviar a un caballero de la élite a una misión tan estúpida me habría hecho perder confianza de él.

-Así es, pero posiblemente los otros caballeros de oro habrían reducido su confianza al regresar victorioso el enviado. ¿No te das cuenta? ¡Habría actuado mal!- El intrigante hombre de melena plateada comenzó a reír. –Desde este momento, avísame de todos los pasos de Mu… y tráeme a Mellusion.

-Como usted ordene…- La voz de Altar era parecida a la de una mujer, pero según se comentaba no tenía nada que ver su feminidad con lo extraordinario de su cosmos. Al margen de su poder, el joven adoraba pintar sus labios y ojos como a la más noble de las damas, al igual que abusar de lacas de uñas y un apuntado servicio de sirvientes. Era tan narcisista que hace tiempo había dejado de amar a cualquier mujer… u hombre.

Mientras el sensible caballero de Altar abandonaba la lujosa y anaranjada sala, el fornido hombre de túnica negra caminó hacia el ostentoso trono dorado que había cerca de la pared más al fondo de la estancia para deleitarse con la música que le ofrecían aquellos sirvientes.

Tormenta en el Santuario

El crepúsculo llamaba ya a las puertas del santuario cuando Atreus despertó de su enorme siesta. Todavía no había llegado Cecil a casa y se notaba por el frío en el lugar: nadie había encendido la chimenea.

Atreus levantó de la cama para mirar por la ventana. Ya anochecía y las nubes invernales seguían colapsando el cielo. Con la poca luz que iluminaba la ciudad, apenas si se podían discernir a lo lejos las siluetas de la estatua de Atenea y la colosal torre del reloj que marcaba con sus llamas azules más de las siete.

Un rugido luminoso estalló en el cielo. Otra tormenta iba a regalar mal tiempo al santuario. Junto con la lluvia que recién empezó a humedecer los cristales de la ventana, el frío aumentó.

-Me duele la cabeza…- susurró el muchacho.

-¿Has estado durmiendo desde que llegaste?- Una voz femenina asustó a Atreus que casi salta del repullo. Ante él, una chica de pelo liso, corto y moreno sonrió cerrando los ojos. Los dulces rasgos de su cara le devolvieron la tranquilidad.

-Lyone, qué susto…

El azul de los ojos de la joven emitió una chispa enigmática un segundo antes de que se sentara donde Cecil solía hacerlo: aquel sillón ante el cual el tablero de ajedrez parecía invitar a una partida.

-Lo siento, es que no quería despertarte. Estuve en la cocina y, cuando te oí… no pude evitar acercarme.

-Tranquila. ¿Cómo es que estás aquí?- preguntó el aprendiz de caballero.

-Pensaba que mi maestro estaría con el tuyo. No le vi, así que me quedé contigo. He preparado té. ¡Bebemos un poco!

Los dos muchachos caminaron a la cocina cogidos de la mano. Allí, una tetera todavía caliente decoraba la mesa de madera donde habitualmente se solía comer. Tomando asiento, Lyone echó té en dos tazas que sobre ésta había.

-No me había fijado en lo bonita que es vuestra casa.

-Es vieja.- respondió Atreus.

-Todas las casas del santuario lo son, pero la vuestra está como más decorada. Menos vacía…

Era cierto. Cecil siempre había tenido debilidad por cualquier tipo de jarrón, figura, retrato o cuadro hecho con cierta dedicación. En la cocina no había demasiadas cosas, pero la disposición de los muebles, utensilios y el propio orden que había la convertían en un lugar muy confortable a pesar de lo vieja que era.

En el pasillo, un cuadro destacaba sobre todos los que decoraban. El retrato de una joven rubia, bajo el cual una firma negra decoraba con el nombre de Natassia. Era un autorretrato que una joven se había hecho a sí misma. Sin duda, debía ser una pintora excelente. Lyone no tardó en aludir a la pieza en concreto, dándose cuenta de la perfección de los trazos y la combinación de luces y sombras así como de colores. Sin duda la imagen le había impactado.

-Sí, es la obra favorita de mi maestro… y ahora que caigo, esta misma mañana me habló de una mujer que se llamaba justo como la del autorretrato. Puede que ella fuese la hermana del anterior Patriarca.

-Era muy bella, ¿cierto?- preguntó Lyone antes de dar un trago de té. -¿Dónde estarán nuestros maestros?

-Tomemos el té y salgamos a buscarles.

-Estoy de acuerdo.- alegó la joven. –Pero ni tan siquiera sabemos dónde podrían estar.

-Conociendo a Cecil, seguro que está en la taberna emborrachándose con alguno de sus amigos los soldados.

Tras efusivas palabras, la joven rió. No podía creer que Atreus hablase con esa naturalidad de su maestro. Ella nunca había oído hablar de un caballero que se divirtiese bebiendo en un bar.

-¿Tu maestro no es un poco… raro?- cuestionó la joven.

-Es muy bueno conmigo, pero a veces demasiado grosero. Él me habla mal y yo hablo mal de él, pero eso no significa que no nos queramos.

-Sin embargo, para mí Vlad es como mi hermano.

-Cecil se queja de que te trata con demasiada dulzura. ¡Tendrías que ver las collejas que me da el muy cretino!

De nuevo, la muchacha comenzó a reír, esta vez sin control. No podía dejar de ver en sus recuerdos tras la alusión de Atreus la colleja que le dio Vlad una vez a un carnero.

-¿Qué te hace tanta gracia?

-¡Es que acabo de recordar lo que le hizo mi maestro a un carnero!- las risas seguían.

-¿Qué pasó?

-¡Le dio una colleja y se le cayó el ojo!

-¿¡Al carnero!?

-¡Sí!- Tras la carcajada de ambos, el joven sintió una profunda sensación en su corazón. Él también tenía recuerdos de una mujer que conoció en Suecia a la que recordó por su tristeza, totalmente opuesta a la de Lyone en aquel momento. Por fin, la broma había terminado y en su alegría, afirmó para sí el infantilismo de su compañera.

Cuando los aparentemente enamorados chiquillos acabaron su té, se pusieron en pie. Planeaban salir a buscar a sus maestros. Como hacía tanto frío, Atreus sugirió coger un par de túnicas de lana que guardaba para casos como el presente.

Lyone aguardó en la entrada hasta que su compañero regresó de su pequeño dormitorio. Con dos prendas en su mano, entregó una a la chica mientras se colocaba la suya.

-Lo malo es que también llueve.- alegó Lyone.

-No todo podía ser bonito, ¿no?

Sin perder un segundo, los aprendices abandonaron la humilde casa. Tras cerrar la puerta, se miraron unos segundos. La duda les envolvió.

-¿Por dónde debemos comenzar?- preguntó él.

-Muchas noches mi maestro y yo paseamos por el centro de la ciudad, pero hoy lloviendo lo veo muy difícil.

-Hay una tasca cerca de la muralla sur a la que suelo ir con Cecil. Con un poco de suerte…

Los compañeros comenzaron a correr bajo la lluvia aquella triste noche de invierno tan cercana al año nuevo. De vez en cuando un resplandor iluminaba el cielo, acompañado de un estruendo. Aunque el agua no era demasiada, en pocos minutos, ambos estuvieron calados. Finalmente, llegaron a las estrechas calles que componían el centro del santuario.

-¡Ya falta poco!- gritó Atreus a su compañera mientras seguía corriendo.

Las calles, tan mojadas, parecían abrir paso a los jóvenes que tan veloces eran. Al fin llegaron a las puertas de la mentada taberna. Parecía estar abarrotada de soldados a juzgar por el ruido que salía por la entreabierta puerta.

-¿Me dejáis pasar?- les preguntó una extraña mujer de cabello castaño. Lyone miró descaradamente el vendaje que llevaba en los ojos. -¿Sucede algo, pequeña?-

-Oh… no nada. Disculpe.

-Me alegro de oír eso. ¿Qué hacen unos niños como vosotros en la calle con un día tan feo como este?- la voz que emitía era tan dulce que embelesaba.

-Oh… estamos buscando a nuestros maestros. ¿Quién es usted?

-Yo soy Leila. Nadie de quien os debáis preocupar. ¿Habéis mirado ya en los alrededores del cabo Sunion?

Lyone palideció. Aquellas palabras le recordaron la prohibición de Vlad: nunca ir al cabo de Sunion sola. No sólo estaba en un lugar apartado de la ciudad, sino que se decía que las ruinas de numerosos templos allí ocultaban numerosos espectros de caballeros caídos.

-Es un lugar peligroso.- respondió la joven.

-Así es, pero se comenta que muchos caballeros aprovechan eso para hablar con tranquilidad. Al fin y al cabo, a ellos no les asusta.

-Leila, desde aquí, ¿dónde queda el cabo Sunion?

-Muchacho, debéis ir hacia el este del reloj del santuario.

Atreus observó la inmensa torre erigida en honor a los mitológicos y primeros caballeros de Atenea. Desde allí podrían ir al cabo y no tardar más de veinte minutos a paso ligero. El joven no sabía por qué, pero tenía una mala sensación.

-Muchas gracias, señorita.- Sin perder tiempo, el aprendiz agarró la manga de su amiga ignorando sus pretextos y la arrastró hasta que ambos se perdieron en las tinieblas de la noche. Leila se limitó a sonreír y desaparecer por el mismo camino que había tomado para llegar. Aunque tenía intenciones de entrar en la tasca, decidió misteriosamente no hacerlo…

El cabo Sunion

La lluvia caía como espolvoreada, golpeando a semejanza de pequeñas agujas mientras Lyone y Atreus continuaban su marcha. El muchacho se detuvo justo bajo la gran torre que marcaba ya las nueve pasadas.

-La llama de Géminis se ha encendido ya…

-Es muy tarde.- replicó la valiente joven. –pero no nos podemos ir ahora. No estamos demasiado lejos, ¿no?

-Creo que aquello que se ve al fondo es… el cabo Sunion.- el dedo del aprendiz señaló el lugar exacto.

El cabo Sunion se veía a lo lejos como un tenebroso lugar sombrío acusado por las malas vibraciones de derrotas de inmundos caballeros, pero la visión no bastó para detener a los impulsivos jóvenes. Sin tiempo que perder, corrieron como nunca.

Ya a las afueras del Santuario, las ruinas comenzaban a ser habituales. Templos erigidos y gastados decoraban el amarillento suelo, sólo mancillado por el barro de la lluvia. La poca luz que podía dar la ciudad se perdió secuestrada por las tinieblas. Sólo el susurro del mar era audible.

Ambos aspirantes dejaron de correr al mismo tiempo, guiados por su instinto a cobijarse de la lluvia bajo un saliente de roca. Cuando se hubieron sentado, la tranquilidad se hizo dueña del lugar de la mano del silencio de la calma.

-Escucha… Se oye el oleaje mezclado con la lluvia. ¿No es bonito?- Atreus sonrió.

-Ni mi maestro ni el tuyo parecen estar aquí. ¿No tienes miedo?

-¿Miedo? Nada va a pasarnos.-

Envalentonándose, el chico levantó para acercarse a los pies del mar, tan oscuro como el negror de la ceguera y tan extenso como lo indescriptible. Con un ademán de su mano, hizo acercarse a Lyone alegando que ya no llovía. Era cierto, el tiempo había mejorado a pesar de que seguían cayendo algunas gotitas.

-No hay de qué temer…- repitió con su voz calmada.

-Atreus, ¿qué crees que pasaría en las ruinas de estos templos?

-Cecil me contó que este no era un buen sitio. Muchas leyendas negras comenzaron en éste cabo. Sin ir más lejos, se cuenta que hace unos doce años aquí comenzó la batalla contra Poseidón.

-¡¿De veras?!- La emoción era notoria en la receptora.

-Sí. Tanto tú como yo sabemos quién ganó, pero imagina cómo debieron pasarlo ellos.

-¡Una celda!- exclamó la compañera con voz de preocupación.

-¿Qué? ¿Dónde?

De uno de los rincones de la playa, un resplandor verdoso hacía visible la prisión que un día tuvo en sus entrañas a Kanon. Como atraídos por una fuerza magnética, ambos chiquillos se acercaron sin bajar la guardia mientras especulaban sobre las leyendas de fantasmas que habían oído.

-¡Qué es, Atreus!

-¡Calla!- gritaba a cada intento de hablar de la fémina. Cada vez más cerca y con el ruido de las olas al lado, el susurro de la luz parecía entonar una melodía.

Cuando estuvieron bajando por las escaleras que anexaban la celda con la tierra firme, la canción melódica se hizo por fin audible. Un silbido de tristes notas hizo saltar las lágrimas a aquellos que lo escucharon.

De repente, como si una esfera envolviera a Atreus y Lyone, el día triunfó sobre la noche y vieron a un joven encerrado en la prisión. No dejaba de gritar un nombre con todas sus fuerzas.

-¡Saga! ¡Sabes que la maldad está en ti! ¡Te arrepentirás por esto!- El nivel del agua le llegaba a aquel hombre casi por el cuello, y de aterrado que estaba, sus gritos no eran más que titubeos en voz alta.

-¿Qué es esto?...- preguntó el joven alumno asustado. -¡Una alucinación! ¡¡Lyone!!

Sin embargo, la compañera del aterrorizado aventurero no estaba allí, en el interior de la prisión del cabo Sunion. Atreus, sin saber por qué, se encontraba frente a un Ánfora sagrada que tenía escrita sobre un sello las siglas de Atenea en el griego más arcaico.

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#14 Nira Vancopoulos

Nira Vancopoulos

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Publicado 16 abril 2007 - 18:58

bueno, no te presionare para que aparezca Milo, pero con el simple hecho de saber que lo vere en este fic ya es suficiente *-*

En fin, con respecto a este capitulo debo decir que me gustó, estuvo relajado, con algunas intrigas como la conversacion extraña del caballero de Altar con el desconocido (que no se porque pero presiento saber quien es  06.gif ) y lo de cabo Sunion no se que pensar al respecto.  Espero el siguiente capitulo con ansias ^^

Me despido

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#15 Killcrom

Killcrom

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Publicado 18 abril 2007 - 11:56

Para ser sincero, los capítulos tranquilos no son mis favoritos, pero son necesarios para desarrollar una historia. Además, si lo que quiero es que mis personajes sean algo más conocidos que los de la serie original, se hace más necesaria la tranquilidad de una conversación.
Lo del cabo Sunion y la charla de los caballeros, ya se verá, pero recuerdo que las apariencias engañan... Jejejeje
Bueno, sin más, ahí va el capítulo 7, bastante más animado que el anterior. :-)

Capítulo VII: Fruto del ánimo

Un ánfora plateada que relucía con el brillo de las estrellas estaba entre las manos de Atreus. El desconcierto de éste era tal, que palideció. Se dio cuenta de que el agua le llegaba por encima de las piernas.

-¿Qué es esto? ¿Un ánfora?- Las vibraciones de un poderoso cosmos le incitaron a romper aquel sello a pesar de lo reacio que se mostraba a hacerlo. Por desgracia, como culmen, una explosión destrozó el delirio en que se encontraba sumido sin que tuviera tiempo de retirarlo.

La lluvia seguía cayendo… las olas rompían en las rocas con violencia de tempestad. El aprendiz de cabello lacio levantó del suelo para ver a su compañera Lyone tendida en el frío y manchado suelo.

-¡Lyone!- Tras su grito, no pudo aguardar ir a socorrerla. -¡Dime que estás bien! ¡Sólo ha sido una ilusión!

La chica tenía una herida en la frente causada con seguridad por la caída. Aunque le costó trabajo, Atreus la apoyó contra una columna. Tras unos segundos, ella abrió los ojos.

-¡Lyone!- Un murmullo soñoliento quitó parte del susto a su compañero.

-¿Qué ha sido eso?- toda la ropa de la chica estaba mojada y el contorno de sus curvas se grababa en ella como si fuera parte de la misma pilastra en que se apoyaba. -¿Atreus?

-¡Tranquila! ¡No fue nada!

De nuevo, un cosmos se manifestó ante ellos dando la espalda al vasto mar. La luz esmeralda tomó apariencia humana, formándose en su cabeza cabellos, y sobre sus extremidades una armadura.

-¿Nada? ¿Mi poder es nada?- aquella voz era tan familiar que no supuso amenaza alguna en primera instancia.

-¡Esa venda en los ojos…!- exclamó. -¡Eres aquella mujer! ¡Leila!

El cuerpo de la bella Leila vestía un ropaje de tan ligera protección que dejaba casi las partes más privadas de su anatomía a un hilo de la entelequia. Las curvas de la guerrera eran tan exuberantes que habrían distraído a un demonio furibundo.

-¿Nunca te dijeron que no debías confiar en los extraños?- preguntó con cierto aire de ironía.

-¿Eres una caballero… de bronce?

-¿Rangos? ¡Qué demonios! ¡Yo soy Leila de Mellusion!

El grisáceo tono del peto-armadura daba un aire de perversidad a su dueña que, con una sonrisa maliciosa dio un paso al frente.

-¡No te acerques!

-¿Me lo vas a impedir, mocoso? ¿Vas a pelear con una caballero con ese ínfimo poder de soldado?

-¡¿Por qué haces esto?!- inquirió el joven fuera de sus casillas.

-Órdenes… Son órdenes. Prácticamente sois míos ya. Ella aterrada y tú con ese ridículo cosmos. He tenido buena idea al traeros a este sitio en que nunca hay nadie. ¡No sé cómo os habría matado en la ciudad! Supongo que me valdré de las leyendas…

Atreus alzó su guardia. El miedo le hacía temblar sobremanera, pero sabía que esta vez no había forma de eludir el enfrentamiento. Casi con lágrimas en sus ojos, pidió ayuda al cielo y sin pensárselo, saltó a atacar a la hostil mujer, golpeando entre sus pechos con éxito negado.

-¿Eso es todo? ¡Desaparece!- El resplandor verdoso de Leila empujó al niño contra los restos de uno de los templos empotrándole violentamente contra una pared todavía erigida. Tras el golpe, cayó de boca y comenzó a sangrar por la frente. Un mareo indescriptible movía todo lo que había a su alrededor.

-Creo que voy a disfrutar de esto. Hace tiempo que no mato a nadie.

-¡De… detente!

La pequeña Lyone sonó tajante. Parecía haberse recuperado del shock en que estaba. Por el contrario a su compañero, el cosmos de ella irradiaba tanto que repelía el agua que del cielo era fluyente.

-Vaya. Tú posees un cosmos interesante, aunque no deja de ser insignificante. ¿De dónde crees que sales?

Leila dio dos largas zancadas quedando a menos de un metro de su presa, a la que cogió del pelo y la arrojó al aire. Aprovechando el impulso, hundió su puño en el estómago de la muchacha haciéndola caer de bruces junto a su compañero.

-Se acabó.- suspiró la guerrera de armadura gris. –Tan sólo tengo que matarles…

-¿Matar?- preguntó una ajena voz masculina. -¿Quién eres tú para matar?

-¿Una guerrera con un surplice de Bronce?- añadió otro hombre.

Cecil y Vladimir surgieron de entre las tinieblas como enviados del cielo. Ambos llevaban sus vestimentas de plata, que nada más ser reconocidas por la mujer, le hicieron temblar.

-¡Dos caballeros de plata!

-Así es. ¡Cecil de Orión!

-… No es momento de presentarse, Cecil.- replicó Vlad. –debemos acabar con ella rápido.

-¿Cómo? ¿Pretendéis enfrentaros a mí?

-En absoluto.- contestó el de pelo enmarañado bajando los puños de su compañero de la Ballena. -¡Levanta, perezoso!

Vlad quedó ensimismado al ver que su compañero pretendía que el inexperto Atreus abatiera a una guerrera como ella. A pesar de todo, el niño levantó sin rechistar mirando a su maestro con una sonrisa en su faz.

-Gracias…- dijo con voz quebrada. –Gracias por venir y confiar en mí.

Aprovechando el momento, el yugoslavo de pelo negro corrió a donde su querida alumna yacía, comprobando que su corazón seguía latiendo ante la sorpresiva mirada de Cecil, que no reaccionaba a lo que acababa de ver.

-¿Qué le has tocado, viejo?

-Todavía tiene pulso. ¿Crees que Atreus podrá?

-¡Claro! Y si no pudiera… ¡¡le tocaré yo también los pechos!!- toda situación tensa quedó rota ante la estupidez. Se notaba a la legua que el caballero de plata estaba algo más contento de la cuenta: había tomado alguna copa. -¡Adelante Atreus! ¡Confío en ti!-

La sonrisa del joven llegó a más al escuchar las palabras que sólo oía una vez cada mucho tiempo. Aquel día ya habían sido dos las veces en que se le había dicho.

La mujer de exuberantes curvas extendió el brazo derecho haciendo aparecer en su mano un látigo esmeralda considerablemente largo y elástico. El ruido que hizo al colisionar contra el suelo intimidó a su joven contendiente.

-¡Es ridículo que este desperdicio humano intente hacerme cara!

-Sin embargo, ante nosotros no tienes elección. ¡Combátele o seré yo quien sí te borre de la faz del planeta!- Cecil albergaba esperanzas en su alumno, motivado como nunca.

El aprendiz alzó los brazos para cubrirse de cualquier posible ataque. Con su creciente cosmos, el cabello le comenzó a ondear de forma leve. Los rasgos afables e infantiles que caracterizaban a Atreus tornaron más afilados y agresivos.

Sin perder un segundo, el niño corrió con su puño cerrado. Su segundo puñetazo no golpeó en el pecho, sino en plena cara causando más efecto que antes. Leila, casi sin inmutarse y con el puño ejerciendo presión en sus carrillos, giró la cara para mirar a su enemigo de frente. A pesar de la mejoría del golpe, fue nulo.

Mellusion aprovechó lo patidifuso del joven para golpear en sus espinillas y hacer que cayese al suelo. Aunque podía ganar de tan sólo un ataque, parecía haber tomado la determinación de divertirse un rato, al menos ante los ojos de los presentes.

Todavía en el suelo, Atreus giró sobre sí mismo para esquivar un envite del travieso látigo. Aunque los ataques podían ser rápidos, no lo eran. De un salto tremendamente ágil, el animado caballero se colocó tras la mujer.

-¡Impulso Celeste!- El viento pareció ondear alrededor del muchacho, que sonriente, repitió el mismo puñetazo que las otras veces. En esta ocasión consiguió arrojar al suelo a su contendiente, sorprendida en todo sentido.

A pesar del éxito del ataque, las ráfagas de viento habían causado también heridas en su emisor. Tanto él como ella, dejaban que la sangre cayera al suelo para diluirse con el agua fluvial.

-¡Cómo es posible que me hayas herido! Si eres… ¡¡un soldado!!- Al oír aquello, Cecil hizo una mueca dubitativa al aire afirmando a la mujer que no le gustaba perder el tiempo con un alumno inútil. La acusó de equivocarse en su concluyente premisa.

Atreus no se dejó asustar por sus heridas. Con un grito ensordecedor, convocó al poder del viento de nuevo. Aunque éste se agolpaba a sus órdenes sobre el brazo derecho, le hacía cortes; pequeños cortes que comenzaban a sangrar al instante. Sin liberar el poder acumulado, recordó el combate de aquella mañana y se limitó a golpear a Leila en plena coraza. Ante el supuesto triunfo que ella creía ver, comenzó a sentir un impulso en el cuerpo. El Impulso Celeste la arrojó al cielo, empotrándola en su caída contra una destrozada columna de uno de los circundantes templos en ruinas.

-¡Ese es mi poder, Leila!- exclamó con la voz algo más turbia de lo habitual.

-¡¡Bien!!- El caballero de Orión estaba tan excitado que por primera vez en años, recobró la esperanza en algo. -¡Perfecto, Atreus!

Mellusion levantó iracunda. El brutal golpe sólo la aturdió en la caída y ahora sus pupilas rezumaban fuego. Ella sabía que de acabar con el muchacho, los caballeros de plata pondrían fin a su existencia en segundos, por lo que no le podía matar sin más. La portadora del surplice estaba entre la espada y la pared pudiendo en el mejor de los casos, retardar su muerte.

-Al menos… haré todo el daño que pueda.- pensó. -¡Espiral de Látigo!

En un segundo, la elástica cuerda de la mujer envolvió a Atreus como si fuera un pez apresado por los brazos del hambriento pulpo. Sin explicarse cómo, el arma comenzó a expulsar un líquido más bituminoso que el agua.

Trazando media luna, Leila deslió a su enemigo, al que dejó dando vueltas por el aire rumbo al muro de piedra del templo que había a poca distancia de ellos. Reaccionando a tiempo, la presa del látigo usó el dominio que tenía sobre el viento para recobrar el equilibrio. Aunque cayera al suelo de pie, un corte del hombro izquierdo a la mejilla se abrió. El color rojo que brotaba de la herida era tan intenso que rompía los propios umbrales de la penumbra.

-¿Y sin embargo, podrás salvarte de esto?- Cecil se percató del truco al oír a la guerrera. Con los ojos abiertos, no tuvo más remedio que arrojarse sin pensar sobre Atreus en una fracción de segundo mientras gritaba de frustración.

-¡Espiral de Truenos!

Tras otro movimiento del látigo, varias decenas de rayos avanzaron furiosos, como atraídos por algo, hacia el cuerpo del aprendiz. El caballero de Orión se interpuso llevándose todo el horrible impacto. El bramido de dolor que exhaló fue tamaño. Inmediatamente, Vladimir corrió hacia su camarada.

Leila tuvo un segundo para pensar. Era el momento y lo vio todo claro. Junto al romper de la última ola con las rocas desapareció sin dejar rastro. Lyone no pudo reaccionar de lo rápido que sucedió todo: el combate había terminado.

-¡Maestro! ¿Está bien?- el herido Atreus se veía tan preocupado que hasta el propio Cecil se asustó.

-Tranquilo… Mi vestimenta de Orión ha impedido que me hieran.- respondió desde el suelo, ladeado tras suspirar. –El fluido del que te impregnó era magnético. Atraía los rayos, que eran la segunda fase del ataque.

-¿Cómo viste eso, Cecil?- inquirió Vlad, que tendió su mano para ayudar al maestro a ponerse en pie. Aceptando la ayuda, respondió a la pregunta con la simpleza de la lógica: si un ataque no está hecho ni para atacar ni para defender, es que todavía no ha terminado. Cuando Cecil oyó a la mujer gritar “Espiral de Truenos”, lo comprendió todo. Aquella vez se habían salvado gracias a la estúpida manía de Leila de apelar a todos sus movimientos.

De madrugada

Ya era tarde cuando se encendieron las velas de la habitación de Cecil. Tras intercambiar algunas palabras, Atreus se sentó sobre la cama de su maestro mientras la joven Lyone comenzó a limpiar sus heridas.

Vlad estaba desde el final del combate algo alterado. No había dejado de suspirar constantemente en todo el paseo de vuelta a casa. ¿Quién era aquella mujer que vestía un Surplice de bronce?

-Los surplices- dijo –fueron obra de los lemurianos. Quizás tuvieses razón al sospechar de Mu.

-no creo que él tenga un vínculo con ellos, al menos con las armaduras. Te recuerdo que se dice que las vestimentas negras fueron creadas por los alquimistas renegados.

Delante de una mesa, Cecil cogió un carboncillo con forma de lápiz y empezó a esbozar tal y como recordaba, la armadura de Leila. Aunque no iba a salirle perfecta, pensaba mostrar el esbozo al Patriarca nada más tuviese la oportunidad.

-Maestro…

-Atreus, descansa mientras Lyone te cura las heridas. Hoy has sufrido más de la cuenta.

-Mientras dibujas podrías comentarles lo del viaje a los niños, ¿no?- replicó el caballero de la Ballena.

-Sí. Lamentándolo mucho, mañana tenemos previsto un viaje.

-¿Qué?- respondió el aprendiz herido mientras se quejaba del escozor de los cortes. -¿Así por las buenas?

-Sí. El Patriarca nos ha encomendado una misión a mí, a ti y a Lyone. Vlad no vendrá.

La chica dejó de limpiar el corte del hombro de su amigo para dirigirse a su maestro con una interrogativa. El motivo de su no-presencia en el futuro viaje no dejaba de inquietarle, pues no le hacía gracia viajar con alguien que apareció medio bebido en el cabo Sunion, o cuyo poder había destrozado medio coliseo aquella mañana. Le veía peligroso, apático y de personalidad con altibajos y, en el fondo, no se equivocaba a pesar del buen corazón que dejaba intuir el guerrero de Orión de vez en cuando.

-Lyone, prepara tu equipaje y ven mañana a las siete de la tarde. Abandonaremos el Santuario para coger un vuelo a Francia.

-¿¡Francia!?- exclamó ella con una sonrisa. Siempre había deseado visitar el país del queso y los poetas.

-Atreus, descansa esta noche en esta habitación. Yo tengo sueño y no quiero esperar a que se marchen Vlad y tu “amiga”.- dijo emitiendo una media sonrisa segundos antes de dejar la estancia.

-¿Qué le pasa?- preguntó el otro caballero.

-Es su hora de nostalgia…- Atreus comenzaba a saber cómo su maestro pensaba.

-Lyone, ya que has limpiado las heridas de este valiente chico, debemos marchar. Es muy tarde.

-¡Lyone!- interrumpió el aprendiz. –Ven a las once de la mañana. Así ultimaremos detalles del vieje.

-¿Ultimar?- el tono de la chica era irónico. -¿Querrás decir asimilar, no? ¡No puedo hacerme a la idea de que voy a viajar al extranjero mañana!

Y por fin, quedó la casa de Cecil con sus únicos habitantes, inundada con el silencio de una noche lluviosa. Ahogada con el sonido de las gotas que se estrellaban en la ventana. Era como un susurro que invitaba al descanso, pero al que sin embargo, Atreus decidió resistirse: sabía que Cecil no descansaba. Los dos estaban en el cabo Sunion cuando la alucinación, obrada por algo desconocido, le encendió la chispa de la duda. El presentimiento de que Orión supiese algo era su esperanza.

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#16 Nira Vancopoulos

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Publicado 18 abril 2007 - 19:11

Buen capitulo... quien sera Leila?...  06.gif .  Mucha accion, me gustó mucho  thumbsup.gif .  La actitud de Cecil me agrado xD, ya estaba medio happy despues de varias copas xD jajajaja.  Espero el siguiente capitulo, killcrom ^^

Me despido


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#17 Killcrom

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Publicado 19 abril 2007 - 09:10

Bueno, creo que ya se va viendo que Cecil tiene especial predilección por el alcohol, ¿no? Y porque no han salido aún sus trapos sucios, que este tío es de los que se duchan una vez cada trimestre... Jejejeje

Bueno, sigo publicando y añadiendo personajes (Véase en este a Ágata). Además, por si fuera poco, continúo esa lucha que mantuvo Mu en el primer capítulo. Espero que guste y gracias por tu apoyo, Leni... y por el tuyo, Atlas... XD

Capítulo VIII: Sentimiento y corazonada
El recuerdo (2)

El combate en la Cámara del Patriarca no había terminado a pesar de la aparente derrota de Mu. El rebelde Aries estaba herido, hundido y su sangre resbalaba hacia el suelo. Gota a gota, sentía que su cosmos no dejaba de latir.

-Mi Revolución de Polvo Estelar ha sido revertida.- pensó -¿No hay nada que pueda hacer ante este demonio? ¡Atenea está frente a dos de éstos!

-¿Todavía murmullas?- Sius alzó su cabeza cual prepotente invencible, alegando que su victoria era inminente. Era cierto que el Carnero estaba cuasi sepultado en escombros de destrucción, pero no derrotado por mucho que dijera aquel hombre de armadura roja.

-¡Sius! ¡Atenea no morirá hoy!

El lemuriano volvió a correr hacia Aries, que consiguió levantar, provocando una pequeña explosión de cosmos. No fue demasiado grande, pero con su impacto, Sius retrocedió mientras su enemigo aprovechaba para convocar un Muro de Cristal.

El aire tomó colores como una pantalla de agua que reflejaba la poca luz del cosmos de los contendientes. El caballero de Aries aprovechó la defensa levantada para tratar de sorprender al guerrero escarlata con sus embestidas telepáticas. Cada uno de sus envites fue esquivado o detenido.

-¡Es inútil!- Sius usó también su telequinesia, destrozando el suelo que había a los pies de Mu. Los trozos de piedra subieron al cielo arrastrados por una inexistente corriente de viento. El caballero de Atenea fue golpeado severamente, cayendo de espaldas contra el suelo.

La agilidad del púgil fue grande, pero de nuevo, una ristra de estrellas corría a chocar contra él. La estela de luces colisionó contra el todavía erigido muro de Cristal. Su defensa fue inútil, pues el ataque lo devastó, destrozándolo en incontables fragmentos afilados.

-¿Olvidas que yo también puedo usar esa técnica, Mu? ¡Sé cómo destruirla! El centro de su fuerza son los ángulos, que, atacados a la vez hacen derrumbarse a la barrera.

Aries, iracundo, hizo que el Polvo Estelar lloviera en el interior de la cámara. Sius, con tremenda velocidad, corrió quedando fuera del alcance del plasma de luz. A un paso del dorado, levantó la pierna con tanta fuerza que su contendiente voló. Desde el aire, Sius saltó para clavarle los tacones de sus botas en pleno rostro. Tras hacerlo, le empujó contra el suelo.

No acababa de caer cuando más estrellas fugaces acabaron de iluminar la estancia. Mu fue golpeado por todas y cada una de las esferas energéticas de la Lluvia Estelar, siendo despojado de fragmentos de su vestimenta, que caían al suelo formando un estruendo semejante al de una muralla de cristales destrozada precipitándose sobre una capa de metal frío.

El caballero de oro aguantó el resto de los empujones del conjuro agachado en el suelo. La cara de sorpresa de Sius fue bárbara al ver que, a pesar de que los cuernos de la armadura de Aries estaban destrozados y la sangre del hombre salía sobre las grietas de la coraza, espinilleras y brazales, su enemigo seguía con vida.

-¿¡Cómo!? Tu cosmos está latente… ¡con más energía que nunca!

-No morirá… ¡ella no morirá!- Aries levantó torpemente, como movido por el impulso de su séptimo sentido. Cabizbajo y con la sombra en sus ojos, detuvo una violenta embestida de Sius con la mente.

El guerrero escarlata comenzó a dar patadas y puñetazos a lo loco, sin calcular a dónde las lanzaba. Temía que el ardiente poder de su enemigo le aplastase, pues el apuntado incremento que estaba experimentando era indescriptible. Ninguno de sus golpes surtió efecto.

Mu cerró su puño despacio y, tras dos segundos, golpeó el pecho de su contendiente: el impacto fue brutal. Sius chocó contra la pared, rebotando de forma increíble contra una columna, derribándola en multitud de fragmentos afilados. El dorado había partido su coraza en dos.

Un temblor sacudió la enorme habitación, casi hundida por el feroz enfrentamiento. El rojizo cosmos del lemuriano explotó como nunca, alcanzando el paroxismo. Ambos luchadores alcanzaron el séptimo sentido y ahora se encontraban frente a frente.

Con una carrera, ambos se cruzaron para golpearse. Una sacudida de luz blanca hizo brillar todo, al unísono que un fragor destrozó gran parte del interior de la cámara con sus ondas sonoras. El cielo no había sido esta vez…

Mu y Sius estaban una ante el otro, parando con sus manos el golpe del otro. Sus poses eran semejantes a las de la batalla de los mil días. Sin embargo, Aries, tras una sonrisa, golpeó el estómago de su enemigo con la pierna empujándole con saña. El error defensivo del caballero escarlata le llevó a contemplar con las pupilas dilatadas la formación del más terrible golpe que contemplaría antes de su muerte. Un azote de viento le elevó con violencia mientras miles y miles de fulgores de estrella atravesaban su armadura, su cuerpo y su corazón.

Sius escarlata cayó de frente al suelo, rompiendo algunas losas con su caída. Por fin su cosmos se había extinguido ante el cansancio de Mu, que dejó calmar su energía. A pesar de que estaba muy malherido y comenzaba a notar las heridas, debía avanzar al Ateneo donde sus otros dos acompañantes trataban de matar a Atenea.

-Mi diosa… no temas. ¡Yo te defenderé!- exclamó con la voz tan cansada, que parecía al borde de la muerte. A cada paso que Aries daba, una fina estela de sangre le seguía.

Consecuencias de una alucinación

Cecil llevaba tan sólo unos pantalones negros y una camiseta amarillenta, tan rasgada que parecía transparentar su pecho. Con los ojos perdidos y vacíos, contemplaba el exterior de la habitación. La ventana era como una puerta que le permitía viajar al nuboso cielo, cuyas lágrimas se precipitaban a la tierra mascullando un terrible lamento.

-Quizás no debería haber pedido a Atreus que combatiese con aquella mujer…- susurró para sí. –Si no hubiera intervenido yo… él estaría muerto.

-¡Eso no es cierto!- A pesar del vigoroso tono de voz inesperado, Cecil no se asustó. De una forma u otra, esperaba que aquello sucediera. –Por ti habría levantado. ¡Por esa confianza que me otorgaste entonces!

-Dime, Atreus… ¿Qué haces aquí?

-Hay algo que me preocupa. Se trata del cabo Sunion…

-¿Y bien?- El joven de Orión parecía más apagado de lo que solía estar. De hecho, era alguien que, aunque apático, siempre salía con alguna ocurrencia vigorosa ya fuera de palabra u obra.

-Una alucinación. Por un momento pensé que se trataba de Leila, pero he estado pensando y creo que ella no sería capaz de hacerlo. Como su látigo era del mismo color que el lucilo que vi…

-pensaste mal, ¿no?- completó el receptor.

-Así es, maestro.

Atreus caminó al único sillón que había en su dormitorio para sentarse. Una vez en él, miró el rostro del que le había enseñado todo y continuó hablando, aludiendo lo que sintió.

-Me vi en el cuerpo de alguien. Sentí sobre mí un cosmos enorme, incluso superior al tuyo.

-Aunque no lo creas, eso no es difícil, Atreus. Mi cosmos es insignificante comparado al de, por ejemplo, un caballero de oro.

-Estuve dentro de una celda: la del cabo.

-¿Cómo? ¿Eso fue durante la alucinación?

-Así es. Y sostuve en mis manos un ánfora plateada con el sello de Atenea. Irradiaba un aura candente.

-¿Tuviste miedo?- inquirió el maestro sin desviar la mirada.

-U… un poco.

-Desde hace algún tiempo están ocurriendo cosas demasiado extrañas aquí, en el santuario. ¡Lo lamento, pero yo desconfío del Patriarca!

-Aquel hombre que tenía dos puntos en la frente, ¿no?

-El mismo. El que era caballero de Aries.

-¿Y ya no lo es?

-Su alumno murió… así que supongo que sí.- Cecil dejó de mirar al exterior y andó un par de pasos hasta acercarse a la cama. Se sentó sobre ésta para poder tener a su alumno cerca. Lo mínimo que merecía, pensaba, era que le mirase mientras hablaban. –Y yo he estado a punto de perderte hoy. Creo que en el fondo te quiero algo.

El olor a alcohol del aliento de Cecil se contraponía a la suposición del joven Atreus. Su maestro no estaba tan siguiera afectado una pizca por éste. Al parecer, todo efecto de la teórica borrachera se había desvanecido tras el susto del combate contra Leila.

-¡Un surplice!- exhaló con extrañeza. -¡No puede ser!

-¿Qué es un surplice exactamente?

-Una réplica de las armaduras de Atenea con más o menos poder que su correspondiente vestimenta.

-Y ella llevaba uno. ¡Me dijo que no tenía ningún rango!

-Falso. Llevaba un surplice de bronce. Lo creo así por la forma de la armadura y por lo poco que protegía. Aunque nunca he visto el diseño original de esa vestimenta antes… En resumen y cambiando de tema, no puedo decirte nada sobre tu alucinación, pero creo que puede tener algo que ver con Leila, en sentido que lo que ocurre esté vinculado.

-¿Qué debemos hacer?- los ojos de Atreus parecían llorosos.

-No lo sé… no lo sé…- reiteró. –Por cierto, tu ataque es penoso. Casi te matas con él…

-Ya. Lo inventé esta mañana y no tenía más armas.

-Al controlar el viento, debes usar tu cosmoenergía para mantenerlo alejado de tu cuerpo y manejarlo a tu antojo.

-De acuerdo.- El joven emitió una sonrisa. –Lo intentaré hasta llegar a dominarlo. Lo he llamado Impulso Celeste en honor a ti.

-Duerme. Mañana hablaremos sobre el viaje y ya es de madrugada. Yo me voy a mi cuarto ya que estás tú aquí.

Sin más, el caballero de Orión caminó al exterior de la habitación cerrando la puerta con delicadeza. Casi agotado por el largo día, se lanzó contra la cama para quedar dormido sin tan siquiera taparse.

Ágatha

Seguía la luna oculta en el lluvioso cielo y los postigos de la habitación cerrados. El péndulo de su vida se balanceaba mareado, silbando el paso del tiempo instante a instante. Parecía mentira que Ágatha tuviese los ojos tan abiertos. El brillo apagado de éstos y el estupor de su gesto dejaban ver la terrible sombra que la abrazaba. Era el espectro del miedo, que parecía controlar los hilos de su vida a su antojo.

La habitación, tan oscura y vulgar… tan solitaria, que hacía de aquella situación un baile de locos, protagonizado por la palidez del rostro de la chica y el silencio. La luz de un candelabro de aceite permitía ver sus impronunciadas facciones. El cabello dorado que tan liso tenía resbaló por sus hombros mientras dio una cabezada. El sueño era ya casi victorioso, pero algo oía en su interior que no la dejaba en paz:

“Princesa del loco reino del amor, bailemos Eros solos, desnudos y duros, hasta el último odio, pleno. Abracemos la crueldad, madre de todo deseo, y suframos el mareo del orgasmo sin piedad…” aquellas palabras terribles eran demasiado para los oídos de una niña de catorce años, pero tan frecuentes en su vida que, inexplicablemente, a pesar de no entenderlas, le habían hecho mella.

Ágatha cerró sus pesados párpados sin pensar en la incomoda silla de roble sobre la que estaba. No había hecho más que hacerlo cuando aquellas imágenes atormentaron su mente de nuevo: el callejón de al lado por la tarde, con su característico olor humano, y aquel apuesto joven de rasgos imponentes para sus ojos esmeralda. Por enésima vez, las palabras no le derrotaron. La cabizbaja chica no pudo luchar contra él pues era pánico lo que sentía tan sólo al verle.

Sin saber por qué, le llamaba loco, claro que no es que Jacob intentara disimular. Él hacía todo lo posible por hacerse notar. Había averiguado todos aquellos datos sin que nadie le ayudase y sin amenazar sino con su sola presencia a la joven, que, día a día le temía más. Él siempre esbozaba una sonrisa cercana a la perversidad.

Todo comenzó dos años atrás en pleno Santuario, cerca del bello templo del Amor de Atenea, conocido burdel de lujo. A diario, casi con la luz del arrebol, la joven Ágatha, por aquel entonces ni una señorita, paseaba con su cansada maestra. Siempre que le veía, se quedaba mirando el cuaderno que el joven llevaba al lado. La mirada de Jacob, que apenas contaría quince años, era tan penetrante y escudriñadora como la hoja del filo del cuchillo que un desquiciado lamería; tan fría que parecía poder helar el antártico con un gesto, y ese era el motivo por el que Ágata evitaba mirarle directamente.

Divagando en sus pensamientos, la bella y melancólica chica, casi pálida, dejó que las lágrimas resbalasen por su faz. Quizás hubiera notado ya aquella carencia que siempre se burlaba de ella. Puede que sin más, tuviese los ojos cargados, pero sin importar el motivo de su llanto, tan sólo recuerdos la azotaban. El amor familiar del que carecía ya en buena parte se entremezclaba con su propia penuria y los terribles pensamientos recurrentes que maquinaba con frecuencia. ¿Acaso es que a nadie le interesaba ya su vida?

La vida y la muerte. Aquello la hizo caer más en el lamento. Una rojiza tarde de octubre, cerca ya del Brumoso, se cruzó con Jacob mientras caminaba para hacer un recado a su amada maestra.

Tras que el muchacho se presentase tímido y algo inseguro, le entregó una arrugada carta. La misma noche maldita, sucedió la tragedia más grave a la que había asistido. La única persona que la quería con sinceridad sucumbió ante el milagroso poder de un nuevo caballero…

La duda seguía corroyendo a Ágatha. ¿Era posible que Jacob del Loto…?

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#18 Nira Vancopoulos

Nira Vancopoulos

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Publicado 19 abril 2007 - 19:37

no hubo peleas pero brillo por el dramatismo que le pusiste, me gustó ;).  Y me dejaste en suspenso con ese final ¬¬... jejeje xD, eso es bueno, me encanta la intriga *-*.  Espero leer pronto el siguiente capitulo *-*

Me despido

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#19 Killcrom

Killcrom

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Publicado 20 abril 2007 - 17:53

Bueno, no debemos hacer apología de la guerra. Además, no todo va a ser matar, matar y matar, ¿no? Jejejejeje. Bueno, me alegra que os (te) esté gustando. Es una alegría escribir para que otros lo pasen bien. Por cierto, ¿tienes algún fic que sea corto para leer? Como siempre publico desde un ciber, apenas tengo tiempo de leer allí. XDD

Ahí va el chapter 9!

Capítulo IX: Mientras dura una ausencia

La melodía del coro del santuario despertó a Mu, todavía absorto en su sueño. Durante el transcurso de la noche había hablado con sus antiguos compañeros, los únicos por los que sentía un vínculo de unión férrea, muertos ya hace años. Ahora, por la mañana, sólo quedaba la luz de un nuevo día.

Desde la guerra contra los lemurianos, en que se derrumbaron los palacios que había tras los doce templos, se habían vuelto a rehabilitar con mayor ostentosidad aún. El lujo se podía ver en la habitación de Mu, tan blanca que no parecía de mármol el suelo, sino de nubes. El brillo de las pulidas columnas grisáceas era también notorio, sobre todo por el reflejo que la luz del exterior que desviaban.

Los muebles eran de un oscuro roble casi todos, pero ninguno de ellos dejaba de tener gemas preciosas incrustadas. Quizás el escritorio por el uso al que estaba destinado carecía de ellas, pero lo cierto es que los tiradores de sus cajones fulguraban como el oro.

Por supuesto, las dimensiones de la habitación personal del Patriarca no podían ser ridículas, así que la estancia contaba con un pequeño corredor que llevaba a ella, en la cual había dos balcones: uno a la derecha y otro a la izquierda. No importaba el frío que penetrase, pues con los avanzados sistemas de calefacción que funcionaban las veinticuatro horas del día se paliaba. El agua caliente de las termas circulaba entre dobles muros de la pared y, por supuesto, por un subsuelo muy próximo a las losas blanquecinas.

Con todo, Mu levantó de la cama algo mareado. Al poner sus desnudos pies en el suelo, pudo notar la templanza de éste. Tras un suspiro y un bostezo, se acercó a un enorme armario cercano a la cama. Al abrirlo, el hombre se quedó observando, sin saber qué ponerse. ¿La túnica azul marino, o la toga con manto rojo? Tras decidir, optó por la segunda prenda.

-Shion…- murmuró para sí. –me ha alegrado tanto verte en mis sueños…-

El ruido de un gran portón comenzó a inundar la calmada estancia. La altísima hoja de ébano de la puerta, grabada con centenares de motivos mitológicos, dejó ver a un hombre de bucles rubios.

-Buenos días, señor Patriarca.- el joven tenía voz algo afeminada. -¿ha descansado su alteza?

-He tenido toda la noche las imágenes del cabo Sunion.

-Le dije que no se preocupara. Nadie murió…

-¡No se trata de eso, Sirio! En el santuario no debería haber nada que provocase problemas.- contestó el líder despabilado.

-De todas formas, sepa que nada ni nadie llegará a sus aposentos. Los caballeros de oro están ahí para defendeos.

-¿Qué tengo que hacer hoy, Sirio?- Mu cambió de tema.

El excéntrico ayudante de cámara del Patriarca sacó del interior de su túnica una minúscula agenda en cuyo interior estaban escritos con tinta roja los planes para el día. Según lo programado, la primera tarea del hombre era recibir en audiencia a otra de las personas que vivían tras los doce templos: Durante Portinari.

-Ha concertado la cita muy pronto. Confieso que estoy incluso nervioso.- respondió el soberano mientras se dirigía a la puerta. –Voy a asearme. Me gustaría tomar manzanilla esta mañana: me duele el estómago.

-Como deseéis. Sirio se perdió tras una reverencia por uno de los corredores del palacio del Sumo Sacerdote, justo a los pies de la estatua de Atenea.

Dulce Selene

Mu caminaba a través de enhiestas columnas de órdenes novísimos. La reconstrucción del Ateneo había provocado que los muchos y prestigiosos artistas que participaron hicieran uso de su motivación, llevándoles a crear nuevos estilos clásicos de arte.

El lugar no parecía el mismo que hace dos o tres años: todo era moderno, como erigido ayer; con mármoles pulidos, piedra tallada con detalle y combinaciones de estilos se había logrado revivir el espíritu que probablemente habría en el lugar en la época mitológica más antigua.

-¡Señor!- exclamó un soldado que había a las puertas del descomunal sagrario de la diosa. –Durante espera en la cámara de los espejos con su séquito. ¿Desea que le avise?

Tras su afirmativa, el supuesto líder del Santuario pensó lo ridículo de aquellas órdenes. Él era el mandamás, pero sin embargo dependía en parte de los cargos superiores allí presentes. El nuevo orden estaba llegando y eso no gustaba nada a Mu. ¡Era ridículo que un Gran Patriarca necesitara permiso para entrar en alguna de las estancias que gracias a él se construyeron!

El meditabundo hombre entró en la mencionada sala que tan vigilada era. Nada más entrar, decenas de espejos mostraron su reflejo junto con el de la luz solar. Descendiendo al recibidor, un alto caballero de pelo plateado daba pasos exasperantes.

-Pensé que no despertaría, su alteza…- alegó algo serio. –pero me alegro de veros sano y salvo.

-Es mío el honor, Durante. ¿A qué se debe que Sirio haya adelantado tanto nuestra cita?

-Se debe a una bendición de los cielos.- Aquel corpulento hombre sonrió al fin. Con un gesto invitó a alguien para que entrase.

Por la entreabierta y descomunal puerta, caminó una jovencita de alegres facciones yendo directa a donde Durante la esperaba. En apariencias, era muy frágil y delgada; su aspecto era incluso enfermizo. Sin embargo, rebosaba tanta felicidad que Mu recordó a Kiki, fallecido hace poco.

-¡Señor Durante!- exclamó con una vocecita muy dulce.

-Mu… ¿no te dijo Sirio nada sobre ella?

-Nada. Parece como si él te obedeciese más a ti.- El hombre de túnica roja caminó hacia la cuca niña. A unos pasos de ella, se inclinó para sujetarle la barbilla con dulzura. -¿Cómo te llamas?

-Selene.- respondió bajando la mirada.

-Es un bonito nombre. No bajes tus ojos, Selene… no voy a hacerte daño…

Selene no era más que una cría de rasgos excepcionalmente preciosos. Comenzando por lo liso de su corto cabello anaranjado y la combinación tenebrosa que le hacía con sus ojos negros, sus extremidades se agitaban, por el contrario, al límite de la delgadez. Nada más verla, alguien podía temer por que se rompieran. Sus labios eran delgados, y aunque rojizos, en el inferior resaltaba una fina cicatriz más pálida de algún golpe pasado. Con respecto a su altura, era de lo más normal. Casi rozaba el pecho de Mu estando ambos en pie.

El caballero sagrado levantó poniendo su diestra sobre la cabeza de Selene. Con una amplia sonrisa, le dio un pellizquito y volvió a mirar al imponente señor Portinari.

-¿Y bien? ¿Quién es ella? Noto un cosmos muy grande para la edad que aparenta.

-Mu, ¿qué edad crees que tiene?

-¿Diez años?

-¡Tengo ocho!- regañó la mocosa yéndose tras Sirio.

-A pesar de lo pequeña que es, ha sido encontrada en casi las mismas circunstancias que una mujer crucial para el santuario hace hoy casi veinticinco años. ¿Podría haberse llamado Saori?

-¿¡Saori!? ¿Cuándo sucedió eso?

-Hace una Semana. Fue por eso lo urgente de nuestra audiencia. Quería que usted la viese y opinase.- Durante cogió a la pequeña en peso, como si fuese un juguete, y la agitó con cariño por los aires, jugando con ella mientas ignoraba la cara de impresionado del lemuriano.

-Durante. ¿Cómo la encontraste?

-Yendo con algún sirviente por las inmediaciones del Panteón, estaba tirada en el suelo, bajo la lluvia, con el labio herido. Imagino que notaste su cicatriz, ¿no?

-Justo donde Aiolos apareció con Saori hace 25 años… Esto debe significar algo, pues una niña no puede irradiar ese cosmos.- El sorprendido Patriarca abrió sus ojos como nunca. Si el ciclo de Atenea había acabado tras la guerra contra Hades, no podía tratarse de una nueva reencarnación…

-Mu, si la recogimos, no fue sólo por humanidad. ¿Y si ella es…?

-¡No lo digas! No es posible… ¡Atenea no volverá a la vida hasta dentro de más de dos siglos!- Tras su intervención, la niña miró atentamente a los ojos del líder del Santuario. ¿Eran lágrimas aquello que parecía resaltar de su ojo?

Arlés

Un paso tras otro, a lo lejos ya se veía un viejo puente en madera antigua. Según el gastado mapa, recibía el nombre de Langlois. Todo alrededor era rural y antiguo. Una casa de piedra y tejas anaranjadas era la única bienvenida que los aventureros obtuvieron.

-Al fin… Arlés. ¡Hemos llegado!

-Cecil… ¿de verdad era necesario venir a pie desde Nimes?

-¡Sí!- respondió el caballero vigoroso con su caja de Pandora a los hombros. –Debemos guardar dinero para poder dormir bajo un techo medio decente, ¿no?

Tras la justificación del impulsivo maestro, los dos jóvenes suspiraron y alzaron su vista al horizonte. La belleza de Francia les dejó perplejos.

-El puente es precioso. Eso sí se puede afirmar con certeza.- replicó Cecil con picardía. –Pero hay cosas todavía mejores aquí.

-¿Mejores?- cuestionó Lyone.

-Los Alyscamps. Una calle necrópolis por la que tenemos que pasar para llegar a nuestra posada.

-¡Increíble!

El sol comenzó a caer cuando por fin los agotados muchachos llegaron al corazón del pueblo. Ante ellos, un pequeño edificio de poca altura les llamó la atención. Tenía sobre la puerta un letrero que avisaba que en el interior podrían comer y dormir: Un hotel.

-¡Aleluya!- gritó Atreus exasperado. –¡Me van a salir ampollas de tamaño familiar!

-A veces me da vergüenza cómo hablas, ¿sabes?- El maestro reprimió con serenidad al malhablado aprendiz. Antes de que pudiera darse cuenta, un hombre les saludó desde lejos.

-¿Quién es ese?- Lyone aún le veía cómo se acercaba a paso ligero.

Por la estrecha calle, un hombre de unos cuarenta años largos comenzó a correr profiriendo saludos vulgares. A pesar de parecer un impresentable, vestía bien: un traje marrón combinado con lo que parecían mocasines oscuros. Su cabello era canoso y pesaba más de lo que cualquiera desearía.

-Bonsoir! Bonsoir!- siguió gritando. Como consecuencia, un balcón se abrió. La cotorra que en él había, que no era ningún ave, no pudo evitar la curiosidad.

-Se nota el ambiente familiar de los pueblos, ¿no?- Cecil tendió su mano al agitado hombre, que la apretó con firmeza.

-Bonsoir, soy Pierre Catel, alcalde de Arlés.

-Soy Cecil. El enviado de…- comenzó a susurrar –el santuario.

-Imagino que Sydonie les puso al corriente, ¿no? Por favor, ruego que me acompañen al interior de ésta posada. Todos sabemos que están aquí ya.

Como era habitual en los pueblos, mantener un secreto era imposible, y se había corrido la voz de que unos caballeros de Grecia iban a llegar. Conforme se adentraban en el lugar, los tres jóvenes habían notado que la gente les miraba con gesto patidifuso. ¿Acaso esperaban caballeros dorados en su ignorancia, o es que no dejaban de ver un grupo de niños?

-Son ustedes muy jóvenes. Me sorprende que el Santuario haya mandado a unos muchachos como vosotros.- A pesar de su brusquedad, Pierre pidió en un incomprensible francés a un hombre que debía trabajar allí que trajera algo.

-Somos jóvenes, pero no se deje asustar por las apariencias. ¿Ve lo que he puesto junto a mi silla?- inquirió Cecil algo molesto. -¡Con este objeto no hay que temer!- exclamó señalando la caja de su armadura.

El caballero de Atenea Mintió. Sabía que en aquel pueblo una fuerza muy extraña lo envolvía todo. Aunque no hallaba rastro alguno de irascibilidad u hostilidad, la sensación era tan confusa que temía del desconcierto.

-Oh, bueno. Si son ustedes los caballeros, confiamos con plenitud. Girardot, deje aquí las bebidas.

Tan poca vista había tenido el alcalde, que pidió cuatro cervezas ignorando el hecho de que al menos, Cecil y Lyone no acostumbraban a beber. A pesar de todo, aceptaron con un tímido asentimiento.

Mientras daba un trago a su oro líquido, el aprendiz de Orión contempló el interior de la posada, tan rústica que parecía tener más de cien o doscientos años. Comenzó a hacer valoraciones sobre lo que veía: un alcalde campechano y extraño, un pueblo aparentemente muerto, pero lleno de curiosos, una sarta de viviendas decrépitas y una calle necrópolis. Con seguridad, aquello era la Francia que había imaginado entre tópicos disparatados.

Cordial bienvenida

Todo hecho de madera, en mitad de la noche, no dejaba de crujir de forma intermitente. Los muebles, el suelo, el alféizar de la ventana, la cabecera de la cama… Atreus se estremecía cada vez que escuchaba un sonido ajeno a sus costumbres. Por el contrario, Cecil descansaba plácidamente, medio destapado. Había vuelto a excederse con la cerveza.

La que peor lo estaba pasando era sin duda Lyone, que a escondidas de sus compañeros, lloraba bajo las sábanas de su lecho. Pocas noches había pasado fuera de casa, pero sin saber por qué, en aquella habitación, un ataque de tristeza le había llegado a dejar tan melancólica como un hombre en su última hora de consciencia. ¿Recuerdos? ¿Acaso era sólo un exceso de sentimentalismo? Ni la propia chica tenía las palabras.

Ahora que era tan tarde, el astuto Atreus recapituló toda la charla con el alcalde de Arlés. Según habían contado allí abajo, desde mitad de noviembre se venían observando sucesos inexplicables en la zona más arcaica de la región. Por las inmediaciones de los Alyscamps, el teatro y el anfiteatro solían verse resplandores y fulgores lumínicos. De vez en cuando, también se oían alaridos de un hombre… un espíritu o alma en pena quizás. El caso es que fuere lo que fuese, había que hacer algo.

Su curiosidad era tan fuere que Atreus levantó de la cama para poner rumbo a la ventana. Una vez ante ésta, pudo contemplar con el escaso resplandor lunar, que hasta que su vista se perdía en el horizonte, el paisaje era típico de Provenza; Todo plagado de vegetación verde, árboles frondosos y ambiente europeo que, a pesar de ser más frío que el de Grecia, le animó a deslizarse al exterior de la posada a hurtadillas.

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#20 Nira Vancopoulos

Nira Vancopoulos

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Publicado 20 abril 2007 - 19:51

Capitulo tranquilo, me pregunto como es que una niña como Selene tenga un cosmo como el que presenta...mmm, ya me dejaste pensando ¬¬... xD.  Y que peligros les esperan en Arlés? o.o, espero y no te tardes en continuarle ^^

QUOTE
Bueno, no debemos hacer apología de la guerra. Además, no todo va a ser matar, matar y matar, ¿no? Jejejejeje.


Jeje, cierto  09.gif

QUOTE
Por cierto, ¿tienes algún fic que sea corto para leer? Como siempre publico desde un ciber, apenas tengo tiempo de leer allí. XDD


Si, claro que tengo mis minifics tambien ^^, te dejo los enlaces de cada uno ^^

¡Feliz Cumpleaños, Escorpion!

Entre la Vida y la Muerte

Adios, querido amigo

Un dia bizarro en la vida de... Milo de Escorpion Este esta en el tema del concurso de minifics que se realizo, asi que no te extrañe si ves que el primer post esta hecho por otra persona que no sea yo xD

Esos serian todos (rayos, pense que tenia mas 34.gif ),  los que promociono en mi firma son los largos xD.  Espero leer comentarios tuyos por alla ^^.

Me despido


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