"Si la tierra y el mar me son cerrados por el tirano, éste no sabrá cerrarme el camino de los aires. Aun cuando sea el dueño del mundo entero, el cielo no está bajo su poderío y podré por él trazarme un camino."
- Dédalo.
OVIDIO, LAS METAMORFOSIS.
Si la vida del campesino era ya dura para cualquiera, incluso para los más duros, resignados y acostumbrados varones, aún mas difícil se hacía para un niño pequeño.
Touma acompañaba a su hermana en una nueva jornada de trabajo, mientras ella empujaba un carro de madera con las mercancías que vendían y que les permitían sobrevivir.
Desde luego no era mucho para lo que daba el poco dinero que ganaban. Sus ropas rotas y mugrientas eran un claro reflejo de su precaria economía y la suciedad y escasas posibilidades de aseo e higiene de las que disponían no permitía tampoco que ambos tuvieran un mejor aspecto.
Sin embargo aquello no era algo que quitase la sonrisa a los dos huérfanos: Touma cantaba canciones infantiles mientras su hermana Marin, empujaba la carreta, acompañando sus cánticos a coro cuando el aliento se lo permitía. Esta se detuvo unos instantes para descansar por lo difícil que era atravesar aquel pedregoso camino, y miró a Touma dedicándole una sonrisa.
El pequeño era su vivo reflejo en masculino y en miniatura: sus ojos azules y pelo pelirrojo brillaban con intensidad pese a la suciedad del resto de sus figuras. Sin duda estos dos caracteres delataban que efectivamente su madre había sido una extranjera, de algún país lejano de Japón. De su padre solo Marin sabía que era un japonés adinerado que se despreocupó de cuidarlos tras su nacimiento, y tan solo cuando su madre murió, se tomó la molestia de traerles a Japón donde pudieron sobrevivir precariamente vendiendo pescado y frutas, no volviendo a verle nunca. Tan solo quedó de él como recuerdo, dos campanillas en forma de colgante que cada uno de los dos llevaba, de formas extrañas y retorcidas, que su padre había adquirido en algún lugar remoto del mundo, en alguno de sus muchos viajes.
Marin, a sus seis años, apenas recordaba difusamente los rostros de sus padres. Touma con tres, nunca había llegado a conocerles.
- ¿Quieres que yo lleve el carro, hermana?- dijo Touma cuando vio que su fuerte y voluntariosa hermana apenas podía seguir. El chico había madurado de forma precoz dada su situación y aprendió a hablar muy rápidamente.
- No Touma... solo necesito unos minutos para descansar...- contestó la pelirroja niña que había madurado aún más precozmente por necesidad, pues siendo ella la mayor de los dos hermanos, tenía que encargarse de que ambos sobreviviesen solos y sin ninguna otra ayuda. Muchos aldeanos que les conocían admiraban a aquella niña pues nadie podía explicarse de donde sacaba semejante fuerza y voluntad a tan temprana edad realizando un trabajo, que incluso a los más duros campesinos les resultaría terrible.
Marin introdujo su mano entre las maderas y cajas del carro y sacó una manzana, lanzándosela a Touma que la agarró al vuelo con dificultades, casi tropezándose. Este comenzó a devorar la manzana sin decir nada, mientras que su hermana observaba sus brillantes ojos azules, y disfrutaba contemplándolos, pues no había nada en el mundo que significase más para ella que ver esos dos ojos alegres y satisfechos.
- No me gusta que tengas que cargar tú siempre las cosas duras- dijo el pequeño- Yo quiero ser fuerte para que no tengas que cargar nunca nada. Cuando sea mayor, seré el más fuerte del mundo para protegerte y que nunca más tengas que llevar un carro pesado.
Marin sonrió a su hermano cuando de pronto algo cambió bruscamente en el ambiente.
Unas nubes rápidas y oscuras cubrieron el Sol, seguidas de una ráfaga de viento frío que hizo temblar a la pelirroja niña y estremecerse. Touma también se sorprendió y dejó de comer la manzana para observar a su alrededor.
Un sonido creciente y distante, como un silbido distinto al del viento, crecía y crecía cada vez más. Como un avión que se acercase hasta ellos.
En cuestión de centésimas de segundo Marin había – no supo diferenciar muy bien si visto o intuido – un objeto que a una velocidad increíble iba dirigido exactamente contra ellos y saltó con la rapidez de un relámpago sobre su hermano apartándoles a ambos de la trayectoria de aquella cosa, que chocó y explosionó contra el carro y la misma tierra, provocando una enorme explosión que hizo volar en todas direcciones los peces y manzanas que había en el carro, y un temblor que hizo temblar la tierra y abrió una grieta en el suelo.
Entre el polvo y los escombros, Marin había sufrido varias heridas por la violencia de la explosión, pero ni siquiera supo tenerlas pues lo primero que comprobó era el estado de su hermano pequeño, el cual había recibido algunas contusiones por los escombros, en su carita y brazo izquierdo de los cuales se dolía.
Marin después alzó la cabeza para comprobar qué era lo que había ocurrido y qué o quién había producido semejante destrucción, aunque cuando intentó incorporarse, recién descubrió sus propias heridas que le inyectaron un fuerte y profundo dolor en las piernas que no le permitieron ponerse en pie.
Incapaz de hacer nada más que abrazar a su hermano, la niña observó tras el humo como una figura aparecía de forma totalmente insospechada: una especie de puerta o abertura apareció del mismísimo aire y del el surgió un hombre vestido con una armadura de un color negro como el ébano. Su rostro reflejaba una gran malicia, y observó el paisaje de alrededor, la grieta en la tierra que había creado aquel proyectil que chocó hacía unos instantes, y después a la inmóvil y asustada niña pelirroja que inesperadamente se encontraba ahí.
- Vaya... víctimas inesperadas- sus ojos negros se cruzaron con los de Marin- Las primeras víctimas de esta guerra...- dijo alzando amenazántemente su mano hacia ellos.
Marin quiso moverse y correr y llevarse a su hermano de allí, pero con un horrible gesto, el dolor de sus heridas se había apoderado de ella y no pudo más que emitir un gemido moribundo.
Sin embargo de repente, Touma salió de entre sus brazos antes de que esta pudiese evitarlo y se interpuso, agarrando su brazo herido, entre el hombre de armadura de ébano y su hermana.
- ¡Hermana, yo te protegeré!- exclamó dirigiendo una mirada desafiante y decidida a aquel hombre, el cual sintió por unos momentos cómo el valor de aquel niño de tres años emitía una energía que le repelía y oprimía su ser.
Y le molestaba.
- Entonces... muere, pequeño- sentenció el hombre cuando superó su sorpresa, dirigiendo ahora su mano hacia el niño.
- ¡Detente León Negro!- gritó de repente una imponente voz, a la vez adulta, a la vez infantil, que interrumpió las intenciones del hombre de armadura de ébano.
De entre la grieta en la tierra, surgió el que había sido el proyectil que había chocado contra la misma: un niño de no más de 10 años que portaba sobre su cuerpo una armadura que era una copia exacta de la que llevaba el hombre de negro, pero de brillante y luminoso metal dorado, ardiente como un Sol.- ¡Tu lucha es conmigo!. Tus planes de conquista terminan hoy. Ya acabé con todos tus Santos Negros. Acabaré ahora contigo y aconsejaré al Gran Papa que busque a alguien apropiado para controlar la Isla de la Muerte en el futuro y no aparezcan gusanos inmundos como tú.
- Aioria...- dijo el hombre, perdiendo su interés en los niños y sonriendo complacido, encarando de nuevo a su adversario real- ¿Acaso eres inmortal?. Nadie puede sobrevivir al viaje dimensional y físico que ocasiona mi técnica...
- Entonces será que ningún guerrero digno de tal nombre la ha sufrido... necesitarás mucho más que hacerme viajar por dimensiones y el mundo a trompicones desde la Isla de la Muerte hasta Japón...
El hombre cruel sonrió:
- Será más difícil entonces de lo que supuse... Bien... no tendría sentido si fuera de otro modo...- dijo haciendo surgir de él una pálida y mortecina luz blanca que rodeó su cuerpo, como un fuego lleno de energía. El chico dorado adoptó una posición de defensa, y su rostro no se inmutó ante la amenaza de su adversario, el cual habló mientras todo alrededor comenzaba a cambiar, y tras él, un espacio como el Universo pareció abrirse en el aire- Los leones siempre han significado “protección” o “guardia” a lo largo de la historia de la humanidad. Constantemente se les representa en estatuas guardando las entradas de los más importantes lugares y palacios. En mi caso, como Santo Negro de Leo, soy el guardián de las puertas que conducen a otros mundos, y esta vez no pienso proyectarte a otros lugares de este mundo Aioria de Leo... voy a enviarte a un lugar vacío e infinito de donde no encontrarás jamás la salida....
La cara del hombre se volvió más malévola a la vez que todo alrededor comenzaba a ser arrastrado hacia el Universo que había creado detrás suyo.
Touma vio que irremediablemente era absorbido por ese Universo y trató de aferrarse a algo pero no había más que tierra alrededor. Sin embargo Marin logró sobreponerse a su dolor y se impulsó lo suficiente para agarrar el brazo de su hermano mientras con el otro, se asió a una raíz de un árbol cercano.
- ¡Vamos Aioria!. ¡Cae en el Universo de la soledad!- le gritaba triunfante el guerrero de ébano. Sin embargo el chico dorado no cambió en ningún momento su rostro de tranquilidad.
- Hace algunos años, mi hermano me presentó a un guerrero que había sido su amigo y compañero de entrenamiento durante años. Él, Saga de Géminis, era llamado la Reencarnación de Dios no solo por su poder, sino por su benevolencia.- relató con calma el niño dorado- Y poseía una técnica muy similar a la tuya... con la diferencia de que tú no posees su bondad... ni su poder.- concluyó haciendo que su puño derecho brillase con una ardiente luz dorada- ¡Ya me has mostrado esta técnica antes!, ¡no funcionará de nuevo conmigo!.
- ¿Cómo dices?- exclamó el malvado Santo Negro.
Aioria saltó en ese preciso instante hacia él con su puño cargado al máximo de luz dorada:
- ¡Ahora conocerás cual es el poder del verdadero León!. ¡LIGHTING PLASMA!.- exclamó lanzando su puño hacia su enemigo, que retrocedió casi entrando él mismo en su propia Puerta Dimensional sin darse cuenta.
Marin no logró distinguir qué fue lo que salió del puño del niño dorado, solo vio un relámpago cegador acompañado por un rugido que le hizo tambalearse e involuntariamente, cedió fuerza en la mano que sujetaba a Touma.
El pequeño niño gritó el nombre de su hermana cuando fue inevitablemente absorbido por el Universo del Santo Negro. Sin embargo, algo detuvo su vuelo.
Aioria de Leo frenó en seco su lumínico ataque, lesionándose su brazo con ello, cuando vio que el Santo Negro había interceptado al niño y lo estaba usando como escudo.
Aioria rugió de dolor cuando su brazo comenzó a sangrar por el trauma interno que se había causado a sí mismo al detener el golpe.
- Jejejeje- rió el Santo Negro- ¿Qué ocurre Aioria?. ¿No puedes atacarme?.
Aioria quedó paralizado por la duda y la indecisión, momento que el Santo Negro aprovechó:
- ¡Muere!- gritó sabiéndose por fin triunfante- ¡Atraviesa la puerta de este Univer...!
Cuando de pronto algo increíble e imprevisible sucedió.
El niño pequeño que el Santo Negro estaba sujetando, empujó con todas sus fuerzas, que de pronto parecieron salir de más allá de su simple cuerpo, la pierna del cruel Santo Negro que se encontraba en el límite de la Puerta Dimensional, haciéndole desequilibrar y caer ambos en ella.
- ¡No!- gritaron Aioria, Marin y el Santo Negro a la vez, sorprendidos y horrorizados por lo que había sucedido.
Sin embargo en cuanto ambos cuerpos físicos cruzaron la Puerta Dimensional, esta se cerró para siempre, quedando solo para Aioria y Marin, el recuerdo de la cara de sorpresa y horror del Santo Negro, y la firme mirada que Touma regaló a Marin justo antes de que desapareciera.
Marin quedó paralizada, temblando, incapaz de procesar lo que acababa de pasar, y el hecho de que su hermano pequeño, hubiese desaparecido.
Trató de ponerse en pie y correr desesperada al lugar donde Touma se esfumó, pero sus piernas no le respondieron.
Trató de gritar algo pero de su boca no salió sonido alguno, porque sencillamente, era como si su cuerpo se hubiera desconectado por el trauma.
Aioria respiró de nuevo después de haber pensado para dentro de sí mismo que todo había sido por su culpa. Pero sabía que ya poco o nada podía hacer para deshacer la tragedia:
Aquel niño vagaría por un Universo vacío eternamente, y triviaá la única persona que pudiera conocer la técnica para sacarle de allí, hacia varios años que había desaparecido.
Por tanto volvió su mirada a la niña que estaba paralizada, con su mano extendida hacia donde el pequeño desapareció. Sintió no tener el valor para mirarle a los ojos así que observó su magullado y maltrecho cuerpo.
Sin decir palabra alguna, se acercó a ella y puso su mano sobre las piernas de la niña, emitiendo una luz que se adentró en su carne, sanando las heridas más profundas que pudiese tener.
Momento en el cual ella cayó en la inconsciencia.
Aioria la sujetó entre sus brazos. Aquella chica era una huérfana pobre. Y acababa de perder a lo que era todo en su vida... su hermano.
El Santo de Leo sabía muy bien lo que esa pérdida significaba.
- Te llevaré a un lugar seguro... un refugio... un Santuario- dijo Aioria a la inconsciente niña- Donde podrás empezar una nueva vida.
A Aioria no se le ocurrió qué otra cosa podía hacer para compensar la terrible pérdida que esa niña acababa de sufrir, en gran parte por su culpa.
Editado por EpsyloN, 08 junio 2005 - 01:17 .