La Tormenta que se Avecina.
( 6 de Agosto de 1914).
La presencia no solo de la caballería francesa, si no también del propio ejercito, había puesto cargado de tensión a todo el pueblo de Mulhouse. Y ante esta situación muchos ciudadanos comenzaban a alejarse de la ciudad, viajando hacia París, o Lille que se encontraba mas al norte.
— ¿Padre, no debemos alejarnos también nosotros? — preguntaba preocupado Evan, mientras que su padre cargaba el carromato con leche y verduras.
— No, no sera necesario de seguro, el ejercito esta aquí por precaución o simplemente están de paso — le respondió Herbert.
Mientras se acercaban al pueblo, notaban como muchas tiendas se encontraban cerradas, y solo continuaban abiertas las oficinas del telégrafo, y algunos puestos de frutas. Y justamente en esas oficinas, el niño que vendía los diarios se encontraba gritando.
— ¡El Imperio Alemán y el Imperio Austro-Húngaro, declaran la guerra al Imperio Ruso! —.
Mientras continuaban, la preocupación de Evan aumentaba, y que decir el de su padre, que aunque trataba de disimularlo, se notaba en sus ojos y en sus sudadas manos. Llegaron entonces, hasta el lugar en donde la caballería, se encontraba alistando sus armamentos y sus caballos.
— Esto no me gusta, padre debemos volver a la casa y empacar nuestras cosas, debemos irnos hacia París — comento el joven.
Su padre que ya no podía aguantar también, la tensión se que acumulaba, le respondió, — Esta bien, esta noche prepararemos todo, y partiremos al amanecer —.
Evan sonrió con nerviosismo, y continuaron su camino rebuscando algún que otro comercio que aun estuviera abierto.
— Mira, el puesto de carnes del señor Noel sigue abierta — comento el muchacho, mientras se acercaban con el carromato.
—Noel, amigo como has estado, traemos lo mismo de siempre ¿te quedaras con algo?— pregunto Herbert, mientras bajaba de la carreta, y abría algunas cajas con verduras.
— Hoy no querido amigo, aunque creo que algunos tomates no vendrían nada mal — respondió entre risas Noel, que por cierto era un poco avanzado de edad, con bigote, algunas canas, y un par de anteojos que hacían que sus ojos se vieran mas grandes atravez de ellos.
Evan entonces, descendió también y comenzó, a quitar los tomates mas frescos que encontraba en las cestas, y oyó entonces comentar a varios soldados que pasaban caminando cerca de ahy, — Si intentan atacar desde el Rin, nuestras defensas en el bosque podrán pararlos, no creo que lleguen al pueblo, en todo caso mañana darán la orden de desalojar el pueblo, — decía uno, — si pero, según los informes ellos nos superan en numero, yo no creo que solo con los soldados que enviaron aquí podamos contra ellos — le respondía el otro, mientras se perdían entre las calles.
Todo lo que ocurría y lo que escuchaba, ponía mas nervioso mas a Evan, que temblando entregaba las verduras, su padre se le acerco entonces, y le comento.
— Ya deja de preocuparte, entregamos todo esto y volvemos a casa, y esta misma tarde nos vamos.
Se marcharon cerca del medio día, en dirección a su hogar aun con medio carromato, cuando a lo lejos escucharon silbatos, similares a los que producían los trenes , y entonces percibieron un potente silbido de algo cayendo.
Evan levanto la mirada, al cielo al igual que su padre, buscando el objeto, cuando de pronto una inmensa explosión ocurrió casi en la entrada de la ciudad en dirección a la frontera.
Desesperado Herbert subió al carromato junto con Evan, y se dirigieron en dirección a su hogar, mientras escuchaban mas silbatos, desde la ciudad y otros mas a lo lejos.
Ahora comprendían que eran los silbatos, eran los soldados los que las hacían sonar, para dar aviso a otras unidades para que avancen.
— Papa, hay que apresurarnos — comentaba Evan, a la vez que observaba con temor, hacia las colinas del este, en dirección al Rio Rin.
Ellos se dirigieron hacia el sur que es en donde se encontraba su hogar un poco apartado del pueblo, y fue entonces que cuando se encontraban por llegar, observaron que la caballería y el ejercito ya se encontraban en su casa. Estos se encontraban alzando a su madre, y sus hermanos a varios carromatos, en donde se encontraban también mas personas, la mayoría ancianos, niños y mujeres.
— ¡Hey, que están haciendo! — gritaba Herbert, lanzándose casi de la carreta, justo cuando varios jinetes le cortaban el paso. Detuvieron entonces su móvil, y los soldados los bajaron de este.
— ¡Ustedes no, solo mujeres, niños, y ancianos, se irán, el resto se quedara aquí! — Decía uno de los soldados, que obviamente era el que tenia mas rango entre todos, puesto que portaba varias insignias en el pecho.
Se escucharon, entonces varias explosiones mas cerca del pueblo, algunas tan ruidosas, que no dejaban escuchar lo que el soldado decía.
— ¡¿Que, no nos pueden hacer esto!? — gritaba Evan, mientras intentaba acercarse al carromato en donde se encontraba su madre y sus dos hermanos, — ¡Mamá!..., esperen suéltenme — gritaba mientras los soldados lo sostenían, y la carreta se alejaba junto a las demás.
— ¡Evan!, ¡Herbert!— gritaba la madre, mientras que el joven golpeaba a unos soldados, y su padre forcejeaba con otros. Pero ellos no eran los únicos, también se encontraban otras personas, muchos de ellos eran jóvenes de entre diez y ocho a veinte años, que fueron seleccionados y algunos adultos que no superaban los cuarenta años.
— ¡Silencio, todos! — exclamaba el sargento, que era el que tenia las medallas, pero nadie hacia caso, todos se quejaban casi a gritos, cuando otra explosión ocurrió esta vez casi en la ciudad.
— ¡Silencio, he dicho! — dijo esta vez disparando su rifle al cielo, y en ese instante todos voltearon la mirada hacia el y con rostros de furia comenzaron algunos a insultarlo, — Lo que sabemos es que el Imperio Alemán, le declaro la guerra al Imperio Ruso, pero también nos la declararon a nosotros, por eso fuimos enviados a la frontera junto a la caballería, para detener cualquier intento de avance, por desgracia los que vinimos fuimos muy pocos, por eso tuvimos que dejarlos aquí, ahora serán separados en grupos de cinco junto a un instructor de tiro, que les enseñara rápidamente a disparar, y luego formaremos defensas alrededor de la ciudad para evitar que avancen, si es que ya cruzaron el Rin — proclamaba, mientras otros soldados comenzaban a dividirlos.
Evan fue separado de su padre, y enviado a un grupo junto a otros jóvenes, en donde un muchacho un poco mayor que ellos les enseño como sostener un arma y dispararla.
— ¿Como llegamos a esto? — pensaba asustado Evan, que ni siquiera prestaba atención.
La tarde cayo, y con el una tenue llovizna que paro en la noche, dando paso a una espectacular luna llena.
Cerca de la media noche Evan y otros dos jóvenes, fueron enviados a patrullar, en caballo, la zona de la entrada de la ciudad, cerca de donde los proyectiles cayeron. — ¿Por que a nosotros los jóvenes?, ¿por que no van los veteranos? — pensaba mientras cabalgaba junto a sus compañeros, iluminados por la luna.
— ¿Como te llamas? — pregunto uno de ellos, observando a Evan, — Evan Flamcourt, ¿y ustedes, no los conozco no son de Mulhouse verdad?— respondió este, — Así es, yo soy Jan-Pierre Dumot, y soy de mas hacia el sur, de un pequeño pueblo en Linsdorf — respondió el muchacho de piel clara, cabello rubio y ojos celestes.
— Yo, soy de Gran Bretaña, Will Sullivan, mucho gusto — dijo el otro con cabello negro y ojos negros, — Saben disparar verdad, por que francamente yo no preste mucha atención — Indico Evan.
— No te preocupes no dispararemos a nadie, nuestras ordenes son de patrullar, y si vemos algo fuera de lo normal, debemos informar inmediatamente — le respondió Jan, — ¿Y saben que eran esas cosas que explotaron esta mañana? — pregunto el muchacho de Mulhouse.
— Eran cañones de asedio, normalmente no tienen mucho alcance, lo que significa que cruzaron la frontera y están en algún lugar de este bosque — Indico Will.
Continuaron, cabalgando sin encontrar nada, aunque en verdad no se alejaron mucho de la ciudad. Al regresar se encontraron a la mayoría de los soldados montando guardias, y creando nidos de ametralladoras en algunos tejados y ventanas de las casas, también observo a algunos preparando varios cañones en esquinas, en donde las calles formaban los famosos cuellos de botella.
Al llegar, a la plaza central desmontaron a los caballos, y escucharon acercarse a otro.
— ¿Ustedes, son los que estarán bajo mi cargo? — Dijo el hombre, sobre el caballo, este tenia el cabello negro cortado al estilo militar, llevaba puesto una placa metálica en el pecho, a modo de chaleco antibalas y un sable enfundado en el lado izquierdo del caballo, — Si es así, sera mejor, que se equipen, igual que yo — Añadió, mientras desmontaba.
Durante la noche, ese hombre, les enseño a disparar los fusiles de la caballería, así como también disparar desde el caballo y a recargar. Y esa noche, pudo sentirse una gran presión en el ambiente como cuando una tormenta esta apunto de desatarse, y todos los soldados lo sabían.
Unas horas antes del amanecer, Evan fue junto a su padre, que se encontraba con otro grupo, en un nido de ametralladoras cerca de la entrada al pueblo.
— Discúlpame, hijo si hubiéramos salido mucho antes — Dijo Herbert, que ahora tenia las vestimentas del ejercito Francés, — Ya de que sirve disculparse, ahora vengo a despedirme Papá, cuídate mucho — Respondió con lagrimas, el joven mientras abrazaba a su padre, — Cuídate hijo, cuídate mucho, y perdóname por favor — repetía este, también con lagrimas en los ojos.
Con un nudo en la garganta, Evan se marcho el sitio, y se dirigió a su caballo que la nombro Ari, por su hermana Arianne, se subió en su lomo, y sostuvo el rifle entre sus manos, casi sollozando.
Los silbatos, sonaron entonces desde el otro lado del bosque, y con el terror en sus ojos, y con el cuerpo temblando, le ordeno a su caballo dirigirse a la plaza central de la ciudad.