He logrado actualizar un nuevo capítulo. Espero que les guste. Un gran saludo.
14
El Arquero y el Cazador
Grecia
Seiya se encontraba nuevamente parado frente al misterioso caballero de plata Jäger de Orión, quien había derrotado a todos sus compañeros uno por uno con una facilidad impresionante. Esta vez, sin embargo, la situación había dado un giro inesperado. Seiya estaba portando la armadura de oro de Sagitario, la cual se había abalanzado sobre él después de cobrar vida propia. Un intenso y cálido cosmos estaba recorriendo el cuerpo de Seiya, brindándole una sensación casi indescriptible de poder como jamás él había experimentado en su vida. ¿Era esto lo que sucedía al portar una armadura de oro? La cosmoenergía que residía en el ropaje era realmente enorme. Seiya se sentía casi invencible, como si nada en el mundo pudiera detenerlo en ese instante.
{¿Qué está sucediendo?}, Seiya se preguntó. {¿Cómo pudo la armadura de oro moverse por su cuenta? ¿Es este otro de los trucos de ese sujeto? ¿Acaso el caballero de plata está tratando de engañarme?}.
Sin embargo, ese no parecía ser el caso. El caballero de Orión aparentemente se encontraba tan sorprendido como él por lo sucedido. Algo le decía a Seiya que, fuera cual fuera la causa de ese extraño evento, la mejor sería aprovechar el súbito cambio de su fortuna.
‘¿Cómo demonios puede estar pasando esto?’, Jäger preguntó. ‘Pegaso, ¿cómo te atreves a portar esa armadura? Un caballero de bronce cómo tú ni siquiera debería ser digno de mirar uno de los doce ropajes de oro’. Seiya guardó silencio, lo que hizo que el caballero plata frunciera el ceño y se pusiera en guardia. ‘Muy bien, si no piensas decir nada, entonces espero que al menos seas lo suficientemente valiente como para demostrarme nuevamente tu fuerza. Veremos si hay alguna diferencia ahora que estás usando esa armadura’.
Seiya imitó la posición de su oponente, preparándose para la inevitable confrontación entre ellos. ‘Está bien, tú lo quisiste’, él le dijo, elevando su cosmos. Al hacerlo, las dudas que habían invadido su mente comenzaron a disiparse. Por más extraño que sonara, la armadura parecía estar ayudándolo a canalizar su voluntad de una manera extraordinaria.
Las historias que Marín le había contado acerca de los caballeros de oro, los doce guerreros más poderosos al servicio de la diosa Athena, parecían ser absolutamente ciertas. Todo indicaba que portar una armadura de oro era el máximo honor que un caballero podía recibir. Eso sin contar la increíble fuerza que esta le aportaba.
‘¡Vamos, Pegaso, adelante!’, Jäger le gritó.
‘¡Muy bien, prepárate!’, Seiya dijo, concentrado su cosmos en su puño. Esta era sería la hora de la verdad. Dentro de pocos momentos, el destino de todos en callejón se decidiría. ‘¡Meteoros de Pegaso!’, él finalmente exclamó, desatando su técnica con una nueva determinación y potencia.
Seiya notó instantáneamente que la velocidad de sus golpes se había incrementado considerablemente. Ahora sus meteoros eran muchos más rápidos que la velocidad del sonido. No había comparación posible entre su nivel anterior. Los golpes viajaron por el aire en un abrir y cerrar de ojos, como finas estelas de luz apenas perceptible incluso para él. Sin embargo, sorprendentemente Jäger nuevamente no tuvo mayores problemas para bloquear sus meteoros con sus brazos. Ni siquiera uno solo de sus golpes logró atravesar la formidable defensa del caballero de plata. Impresionante. Aun con el gran incremento de poder y velocidad que Seiya había adquirido, la pelea parecía estar muy lejos de terminar. Jäger de Orión estaba demostrando ser un oponente realmente temible.
‘Justo como lo imaginé’, Jäger le dijo con el ceño fruncido, una vez que él terminó de desviar los meteoros. ‘Parece ser que la velocidad de tus golpes ha aumentado… pero lamento decirte que tú aún no alcanzas completamente el verdadero poder de los caballeros de oro’.
‘¿Qué dices?’, Seiya preguntó, todavía conmocionado por el fracaso de su ataque.
‘Pegaso, el usar una armadura de oro ha elevado tu cosmos, pero vas a necesitar algo mucho mejor que eso para realmente igualar el nivel de los guardianes de las doce casas’.
¿Podía ser verdad lo que el caballero de plata le estaba diciendo? ¿Acaso Seiya había sobrestimado su recién obtenido poder? Lo menos que el necesitaba en esos momentos era descubrir que su suerte no había cambiado para nada.
{Demonios…}.
‘Será mejor que termine con esto de una buena vez’, Jäger dijo. ‘No pienso jugar más contigo. Esta vez te derrotaré’. El caballero de plata sonrió. ‘Fue una suerte que la armadura haya aparecido tan repentinamente. Al menos ella me ahorró el esfuerzo de buscarla por todos los rincones de este lugar’.
{No puedo permitir que ese sujeto me derrote}, Seiya pensó. {Especialmente en esta circunstancia. Debo usar todo el poder de la armadura de oro}. ‘Yo no lo creo’, él dijo, justo antes de volver a encender su cosmos. No importaba cuán difícil pudiera resultar, Seiya estaba dispuesto a conseguir la victoria costara lo que costara. ‘¡Meteoros de Pegaso!’. Seiya volvió a disparar sus golpes a la mayor velocidad que le fue posible.
‘¡Tú estúpida técnica no funcionará conmigo!’, Jäger le gritó, adoptando nuevamente una posición defensiva. ‘¡¿Acaso aún no lo entiendes?!’.
Mientras Jäger se encontraba bloqueando los golpes, Seiya notó una pequeña oportunidad de atravesar su defensa. Era arriesgado, pero, de funcionar su estrategia, la batalla podría llegar a su fin. Seiya finalmente decidió. Él concentró su cosmos y arremetió contra Jäger, desatando su golpe final a tan sólo pocos pasos de él.
‘¡Cometa de Pegaso!’.
‘¿Qué?’, Jäger exclamó. El recién formado cometa atravesó violentamente la defensa del caballero de plata, quien fue expulsado hacia atrás debido a la fuerza del impacto.
{¡Lo logre!}, Seiya pensó.
Mientras Jäger caía al suelo, Seiya se dio cuenta de que trozos de su armadura salían desprendidos de su cuerpo. Su golpe había logrado romper la armadura de plata de su oponente. Al cesar su ataque, Seiya se acercó al cuerpo inerte de Jäger, quien, aunque derrotado y herido de gravedad, todavía se encontraba conciente.
‘E-esplendido, Pegaso…’, Jäger le dijo, prácticamente susurrando sus palabras. ‘T-te felicito… T-tú realmente eres un verdadero… caballero de Athena…’. Momentos después, el caballero de Orión cerró sus ojos.
{Ya todo ha terminado}, Seiya pensó, sintiéndose repentinamente exhausto. Él tenía la impresión de que su victoria en gran parte se había debido a ese extraño y poderoso cosmos que había guiado su mano durante el combate. La armadura de oro de Sagitario parecía estar llena de secretos, aunque era difícil decir con certeza a qué se debía todo eso.
Después de asegurarse de que Jäger realmente estuviera muerto, Seiya intentó dirigirse hacia sus compañeros, quienes alarmantemente seguían inconscientes. Sin embargo, antes de que él pudiera hacer eso, algo llamó la atención de Seiya. El cuerpo de Ikki había desaparecido del lugar. Increíblemente, el caballero de Fénix se había esfumado sin dejar rastro alguno.
Esa fue una enorme frustración para Seiya. Después de todo lo que todos los problemas causados por él, Ikki al parecer había logrado escapar impunemente. Seiya estaba decidió a que ese no sería el fin. De alguna manera u otra, él haría que el caballero del Fénix pagara por sus crímenes.
Mientras se daba vuelta para ir donde se encontraba sus amigos, Seiya notó algo curioso. Un extraño medallón con forma de una estrella de cinco puntas se encontraba tirada en el suelo. Él lo recogió y miró una extraña inscripción la cual decía: Tuyo por siempre. Sin embargo, Seiya en ese momento no le dio mucha importancia. La condición de sus compañeros era de mayor interés para él.
Shun de Andrómeda se encontraba recostado contra una pared del callejón con su cadena no muy lejos de su cuerpo. Sin duda alguna el ataque de Jäger lo había aturdido. Seiya sacudió el cuerpo de quien tan sólo una hora atrás había sido su oponente en el torneo galáctico. Por suerte, Shun no tardó mucho en dar señales de querer despertar.
‘¿S-Seiya…?’, el caballero de Andrómeda preguntó mientras abría lentamente sus ojos. ‘¿Q-qué sucedió…?’.
‘Me alegro que estés despierto’, Shun, Seiya le dijo con una sonrisa. ‘Empezaba a temer que fueras historia’.
‘Seiya, ¿qué paso con el caballero de plata…?’. De pronto, Shun pareció darse cuenta de algo. ‘L-la armadura… la armadura… Seiya estás usando la armadura de oro…’.
Seiya asintió. ‘Sí, eso parece’.
‘¿Cómo…?’.
‘Es una larga historia. Te le explicaré en un momento. Primero tengo que asegurarme de que todos se encuentren bien’.
‘E-está bien…’.
Seiya dejó a Shun recostado en el lugar y se dispuso a revisar la condición del resto de sus camaradas. Hyoga de Cisne parecía también estar a punto de abrir los ojos. Sin embargo, al llegar al cuerpo Shiryu y examinarlo, Seiya se dio cuenta de algo terrible. El corazón del caballero del Dragón se había detenido por completo.
‘¡Maldición…!’, Seiya dijo. Jäger de Orión debía de haberle causado un daño enorme al cuerpo de Shiryu. ‘No pienso dejarlo morir’. Shiryu había arriesgado su vida por ellos. Lo menos que Seiya podía hacer era ayudarlo en esos momentos tan difíciles. Seiya tuvo una idea. Él retrocedió uno cuantos pasos y luego desató una ráfaga de su técnica. ‘¡Meteoros de Pegaso!’.
Los golpes reiniciaron los latidos del caballero del Dragón, quien lentamente comenzó a recobrar la conciencia, casi al mismo tiempo que Shun de Andrómeda y Hyoga de Cisne se ponían de pie y comenzaban a acercarse a ellos. Justo en ese momento, la armadura de oro nuevamente pareció cobrar vida propia y comenzó a abandonar el cuerpo de Seiya para después tomar la forma de un imponente centauro portando un arco y flecha.
{¿Qué demonios fue todo eso?}, Seiya se preguntó, sintiendo como el poder desaparecía rápidamente de su interior.
‘Seiya, ¿estás bien?’, Shun le preguntó.
‘Sí, eso creo’, Seiya contestó. ‘Pero será mejor que revises a Shiryu, Shun. Él es quién necesita ayuda en estos momentos’.
‘Pegaso’, Hyoga le dijo. ‘Dime la verdad ¿acaso fuiste tú quien derrotó al caballero de Orión portando la armadura de oro?’. El caballero del Cisne dirigió sus ojos hasta el cuerpo inerte de Jäger por un instante antes de voltear su atención al ropaje de Sagitario.
‘Así es’, Seiya le dijo. ‘Eso fue lo que sucedió’.
‘Imposible’, Hyoga le replicó. ‘Eso no tiene ningún sentido. ¿Cómo podría un caballero de bronce como tú portar un ropaje de oro por su cuenta?’.
‘No tengo la menor idea’, Seiya dijo. ‘Lo único que sé es que la armadura súbitamente decidió cubrir mi cuerpo y ayudarme en el combate’.
‘No mientas. Fui enviado por el Santuario para recuperar el ropaje de oro de Sagitario, ¿y ahora intentas decirme que él simplemente se movió por su propia cuenta para luchar por ti?’.
‘Sí, ese es exactamente el caso’, Seiya dijo, mirando detenidamente a Hyoga. Él obviamente no creía en sus palabras, aunque eso en sí no lo más indignante del asunto. Después de todo, era el mismo caballero del Cisne quien les había mentido a todos acerca de sus razones para participar en el torneo galáctico organizado por Saori Kido.
La hostil tensión entre los fue cortada por el sonido de unos quejidos a unos cuantos metros detrás de ellos. Al parecer el tonto de Jabu estaba despertando de su siesta.
‘¿Q-qué d-demonios sucedió…?’.
‘Esto no ha terminado’, Hyoga le dijo a Seiya.
Un par de minutos después, una vez que Jabu y Shiryu se sintieron lo suficientemente bien como para hablar, Seiya les contó acerca de lo sucedido.
‘¡Eso es ridículo!’, Jabu dijo. ‘¿Realmente esperas que creamos esa historia tan absurda, Seiya?’.
‘Ya te lo dije, Jabu, eso fue lo que pasó’.
‘¡Mientes!’.
‘A-alto…’, Shiryu intervino, al parecer todavía algo débil. ‘E-es posible que Seiya esté diciendo la verdad...’.
‘¿A qué te refieres con eso?’, Hyoga preguntó.
‘Mi maestro me habló acerca de las armaduras de oro y de la voluntad de sus portadoras. Él solía decir que a veces la fuerza de voluntad de un caballero de oro resultaba tan inmensa que una parte de ellos podía residir en sus armaduras y unirse a ellas en una especie de vínculo’.
‘¿Tú maestro…?’, el caballero del Cisne preguntó. ‘Imposible. ¿Caballero Dragón, acaso no serás…?’.
‘Así es, Shiryu dijo. Yo soy el discípulo de Dōko, el viejo maestro del monte Lu y el antiguo caballero de oro de Libra’.
‘¡¿Qué…?!’.
Seiya no pudo evitar compartir la sorpresa del resto de sus compañeros. Shiryu jamás había hablado de su maestro desde que él logró regresar de su entrenamiento en China.
‘Así que es eso…’. Hyoga dijo, casi susurrando. ‘Ya todo está cobrando sentido…’.
Seiya apartó su atención un momento de la conversación y miró a su alrededor. Shun al parecer se encontraba buscando algo en los rincones del callejón. Él cuidadosamente dejó al resto del grupo discutiendo y se acercó al caballero de Andrómeda.
‘¿Sucede algo, Shun?’, Seiya le preguntó.
‘N-no es nada, Seiya’, Shun le dijo. ‘E-es sólo que… perdí algo’.
‘¿Perdiste algo? Un momento…’. Justo en ese instante, Seiya recordó el extraño medallón que el había encontrado tirado hacía unos minutos atrás. ‘¿No te estarías refiriendo a esto por casualidad, Shun?’, él dijo mostrándole el objeto al caballero de Andrómeda.
‘¡Lo encontraste!’, Shun exclamó, tomando el talismán. ‘Te lo agradezco, Seiya’. El caballero de Andrómeda sonrió y abrió el medallón. 'Al hacerlo, Seiya pudo notar una fotografía en su interior. Al parecer se traba de Ikki cargando a un pequeño bebé.
{¿Acaso ese es…?}.
‘Este es el único recuerdo que tengo de mi madre’, Shun le dijo. ‘No sabes cuánto significa para mí el hecho que tú lo hayas recuperado’.
Seiya sonrió. ‘No tienes por qué agradecerme, Shun’.
Otro par de minutos más transcurrieron antes de que Seiya y sus compañeros decidieran dejar el muelle y dirigirse de vuelta al coliseo propiedad de la fundación Kido con la recién recuperada armadura de oro y el cadáver de Jäger de Orión.
‘Es una lástima que ese miserable Fénix se haya escapado’, Jabu dijo. ‘Me hubiera gustado poder darle una lección’.
Seiya sonrió. El tonto caballero del Unicornio seguía tratando de pretender ser más fuerte de lo que en realidad era.
‘¿Qué me dices tú, Hyoga?’, Shiryu preguntó. ‘¿Vendrás con nosotros?’.
El caballero del Cisne tardó un momento en responder. ‘Sí, él dijo. Aún no estoy seguro de lo que haya sucedido y admito que tal vez sea posible que yo me equivocara al confiar en el Santuario tan ciegamente… pero misión sigue siendo la misma. Iré con ustedes para asegurarme de que la armadura de oro permanezca a salvo’.
‘Muy bien’, Seiya dijo. ‘Entonces en marcha, todos’.
Al llegar de nuevo al coliseo, el cual parecía estar vuelto todo un desastre, Seiya advirtió que Saori estaba haciendo unas llamadas por teléfono, acompañada por el idiota de Tatsumi. Al verlos, la hija de Mitsumasa y su mayordomo se acercaron rápidamente a ellos.
‘Finalmente han aparecido’, ella les dijo al verlos entrar. ‘¿Dónde se supone que han estado todo este tiempo?’.
‘Es una larga historia’, Seiya contestó.
‘No me interesa oírla’, Saori les dijo. ‘Lo único que me interesa es la armadura de oro. ¿Tuvieron suerte encontrándola?’.
Seiya sonrió. ‘Podría decirse que sí’.
‘¿A qué te refieres con eso?’.
‘Te lo explicaré más tarde. Ahora necesito que atiendan a mis… amigos. Ellos necesitan cuidados médicos’. Seiya supuso que después que todo lo que ellos habían pasado, el resto de los caballeros de bronce, a excepción de Hyoga, cuyo comportamiento seguía siendo sospechoso, podían considerarse sus amigos.
Sin embargo, sus palabras no parecieron gustarle a Tatsumi, quien avanzó hacia él. ‘Insolente…’. El mayordomo trató de ponerle las manos encima, pero Seiya fue más rápido y atrapó el antebrazo de Tatsumi para seguidamente apretarlo con gran fuerza.
Ese idiota mayordomo siempre había sido un verdadero patán desde que Seiya lo había conocido. Tatsumi solía dedicarse a atemorizar a todos los huérfanos, Seiya incluido, mientas ellos crecían. El paso de los años no había cambiado esa actitud en él. Pero eso no importaba. El perro rabioso de Mitsumasa Kido se llevaría una enorme sorpresa si él se atrevía a buscar problemas.
‘Chiquillo miserable’, el mayordomo le dijo mientras se sobaba su brazo.
‘¿Qué sucede, Tatsumi?’, Seiya preguntó con una sonrisa. ‘Te ves adolorido. ¿Te encuentras bien?’.
‘¡Me las pagarás…!’.
‘Basta, Tatsumi’, Saori intervino.
El mayordomo se detuvo y miró a su ama. ‘Pero, señorita…’
‘Este no es el tiempo para comenzar una pelea’, Saori le dijo. ‘Además, Seiya tiene razón. Míralos bien, todos se encuentran heridos. Será mejor que los llevemos a la enfermería antes de hacer otra cosa’.
‘S-sí, señorita. Como usted diga’.
Seiya suspiró profundamente y miró a sus amigos. Ellos se encontraban más que agotados, pero desafortunadamente algo le decía que esa larga noche aún no había terminado.
Asgard
Frey se encontraba caminando por los extensos y solitarios pasillos del palacio Valhalla en busca de Freya, su hermana menor. Ella se había escondido de la vista pública desde hacía un tiempo, aunque no sin tener una buena razón para hacerlo. Desafortunadamente la actitud de Hilda en los últimos días se había vuelto más errática. Ahora todo rastro de la dulce mujer que su hermana mayor alguna vez había sido parecía haber desaparecido por completo.
Sin embargo, Frey no se encontraba solo. Syd, el feroz guerrero divino de la estrella Mizar, lo estaba acompañando por órdenes directas de Hilda. A pesar de que él había intentado aparentar su resignación con la situación en Asgard para así ganarse nuevamente la confianza de su hermana, esa estrategia al parecer no resultó del todo exitosa. Hilda seguía vigilando cada uno de sus movimientos constantemente, usando a los guerreros divinos como espías.
Siegfried de Alioth, Fenrir de Dubhe, Mime de Benetnasch, Syd de Mizar, Hagen de Merak, Thor de Phecda y Alberich de Megrez. Todos ellos se habían convertido en nada más que simples agentes de la impredecible voluntad de Hilda.
Pero eso no era lo más extraño del caso. Después de todo, los siete guardines de debían seguir fielmente las órdenes de los representantes terrenales de Odín. Lo más extraño, sin mencionar inquietante, era el hecho de que Hilda le hubiera pedido permiso al mismísimo dios de las tierras del norte para despertar los ropajes de los guerreros divinos en un tiempo de aparente paz. Se suponía que los guardianes de las siete estrellas principales de la constelación de la Osa Mayor sólo debían ser convocados en situaciones de emergencia, cuando Asgard y sus habitantes se encontraran en peligro… lo cual no estaba ocurriendo. Las acciones de su hermana simplemente no tenían ningún sentido. Hilda los estaba conduciendo hacia un potencial desastre. ¿Por qué nadie podía darse cuenta de eso?
Finalmente ellos llegaron a los aposentos de su hermana, localizados en una de las alas exteriores del palacio. No obstante, antes de entrar en la habitación, Frey observó a Derbal, el mayordomo de Hilda, al otro lado del pasillo. Él estaba hablando con su aprendiz, Andreas, quien se encontraba sumamente ansioso a juzgar por la expresión reflejada en su rostro. Quizás eso se debiera a los hechos que estaban ocurriendo en Asgard, pero Frey de alguna manera lo dudaba.
Extrañamente, durante el transcurso de los últimos días, tanto Derbal como Andreas se habían convertido en los consejeros más cercanos de su hermana. Hilda les había otorgado ciertos privilegios y autonomía dentro de las filas del personal del palacio Valhalla, mucho mayores de los que Frey alguna vez ostentó. Ni siquiera el poderoso Siegfried de Alioth, el líder de los guerreros divinos y guardaespaldas personal de Hilda, podía presumir de contar con tanta confianza por parte de ella.
Al notar su presencia, el mayordomo y su aprendiz inmediatamente pararon de hablar. Frey vio como ellos se quedaron observándolo por unos segundos antes de comenzar a aproximarse a él.
‘Ah, Frey’, Derbal le dijo con una sonrisa. ‘Es bueno poder verte nuevamente en el palacio. Me alegra saber que al fin has hecho las paces con la señorita Hilda’.
Frey asintió. ‘Muchas gracias, Derbal. Agradezco tus palabras’. A pesar del hecho que el mayordomo del palacio jamás había sido muy querido por su hermana Freya, Frey nunca había tenido problemas con él, al menos no personalmente. Lo cual le hacía preguntarse por qué Hilda estaba tan dispuesta a mantenerlo de su lado. Ella últimamente vivía en un extraño estado de paranoia, incapaz de confiar en nada ni nadie por mucho tiempo antes de imaginar lo peor. De todas las personas en Asgard, Derbal era la última que Frey hubiera esperado que pudiera convertirse en la mano derecha de Hilda, especialmente en vista de las actuales circunstancias.
‘Justo en ese momento Andreas y yo estábamos a punto de reunirnos con nuestra honorable sacerdotisa’, el mayordomo le dijo. ‘¿Qué me dices tú, Frey? ¿Te gustaría venir con nosotros?’.
‘Me gustaría poder hacer eso’, Frey contestó, ‘pero temo que en estos momentos debo hablar con Freya. Tengo algo muy importante que discutir con mi hermana. No me agrada el hecho de que ella se haya aislado de todos’.
‘Sí, eso es lamentable’, Derbal le dijo, mirando brevemente la puerta de la habitación de Freya antes de volver su mirada hacia Frey. ‘Debo admitir que la señorita Hilda me ha expresado su gran molestia por el comportamiento de su honorable hermana. La señorita Freya haría bien en abandonar los confines de su habitación’.
‘Haré todo lo que esté en mi poder para convencerla de salir nuevamente’, Frey dijo.
‘Eso sería esplendido. La señorita Hilda sin duda alguna apreciaría ese gesto de tu parte, Frey. Pero creo que ya estoy perdiendo más tiempo del necesario’. El mayordomo volteó hacia su aprendiz. ‘En marcha, Andreas. No debemos hacer esperar a la señorita Hilda por mucho más’. Derbal volvió su mirada hacia Frey con una sonrisa. ‘Espero que podamos seguir esta conversación mas tarde. Por favor, saluda a la señorita Frey de mi parte. Oh, y dile que Hagen está ansioso por verla de nuevo. Él todavía está esperando por esa cabalgata por el bosque que elle le había prometido’.
‘Lo haré’, Frey dijo, mirando como ambos hombres seguían su camino.
Pocos momentos después, Frey entró a la habitación junto con Syd. Al hacerlo, él miró a su hermana. Ella estaba sentada y orando, con una expresión de tristeza y vacío plasmada en su rostro.
‘¡Frey!’, Freya exclamó al verlo. Ella corrió hasta él y lo abrazó fuertemente.
‘Hola, hermana’, Frey dijo, abrazando de vuelta a Freya. Qué gusto me da verte de nuevo.
‘Temí que Hilda te hubiera encerrado o algo peor’.
‘No te preocupes’, Frey le dijo, tratando de borrar esa posibilidad de su mente. ‘Ya todo está arreglado. Hilda me ha aceptado de vuelta en el palacio’.
‘¿Lo dices en serio, Frey?’, su hermana le preguntó.
‘Sí. He hecho las paces con nuestra hermana’.
‘Pero, ¿cómo…?’.
‘Es una larga historia’, Frey le dijo.
‘Cuéntamelo todo, por favor’.
Frey miró hacia atrás. ‘Syd, puedes darnos unos momentos a solas, ¿por favor?’.
El guerrero de la estrella Mizar negó con la cabeza. ‘Me temo que eso no es posible, él dijo. La señorita Hilda me dio órdenes muy claras de mantenerme cerca de ti, Frey’.
Las palabras fueron un duro golpe para Freya. Syd…
‘Entiendo a lo que te refieres, Syd’. Frey dijo. Él miró a su hermana fijamente a los ojos. ‘Freya, quiero que sepas que todo estará bien a partir de ahora. Te lo prometo’.
‘Frey…’. Era obvio que su hermana dudaba de sus palabras. Ella siempre había podido ver a través de él como si fuera un trozo de cristal.
Frey sonrió y besó la frente de Freya antes de despedirse. Por más que le molestara el hecho de mentirle a su hermana, él no veía otra opción. Lo mejor que Frey podía hacer en esos momentos era jugar el juego de Hilda mientras él elaboraba un plan para recuperar la cordura de su hermana.
‘Ten cuidado’, hermano.
Frey asintió y se despidió de Freya.
Al salir de la habitación, Frey miró al guerrero divino a su lado y le habló. ‘Syd, ¿crees que Hilda me permita visitar a Freya más seguido?’.
‘No podría responder eso con certeza’, el guerrero divino le dijo. ‘Tal vez’.
Esas dos últimas palabras obviamente habían sido un intento de Syd por darle ánimos, pero Frey sabía que el guerrero de Mizar conocía muy bien la perturbada personalidad de su hermana. Como uno de sus protectores, él la había experimentado de primera mano cuán impredecible Hilda se había vuelto.
Frey salió del palacio. El atardecer se encontraba nublado y unas grandes nubes de tormenta parecían estar formándose en el horizonte. Un invierno muy duro se estaba acercando a ellos. Mientras recorría las instalaciones exteriores, Frey se encontró con Siegfried, quien extrañamente parecía haber salido de la sala del trono del palacio Valhalla. Sin embargo, el rostro del guerrero de la estrella Alioth era una máscara serena que no traicionaba intención alguna.
‘Siegfried’, Frey dijo, ‘¿puedo hablar contigo a solas por unos momentos? Es realmente importante’.
‘Me temo que debo oponerme’, Syd dijo. ‘La señorita Hilda-’.
‘Sé muy bien lo que la señorita Hilda ordenó’, Siegfried le dijo a su camarada. ‘No te preocupes por eso, Syd. Después de todo, ¿quien mejor que yo para vigilar a Frey?’.
Syd no estaba seguro de qué hacer, eso era obvio para Frey. No obstante, después de unos cuantos segundos de aparente reflexión, el guerrero divino de la estrella Mizar asintió y se retiró del lugar. Syd había decidido dejar a Frey a solas con Siegfried, aunque él sin duda volvería pronto.
‘Siegfried, escúchame, por favor’, Frey dijo, mirando al imponente guerrero de Alioth a los ojos. ‘Tienes que ayudarme a averiguar que le sucedió a mi hermana. Tú mejor que nadie conoces a la perfección el carácter Hilda. Debes haber notado el cambio en su personalidad. Hay que hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que mi hermana recobre el juicio. Te lo pido no sólo en mi nombre o en el de Freya, sino también en nombre de todo Asgard’.
A pesar de escuchar claramente sus palabras, Siegfried no pareció inmutarse por ellas. ‘Mi deber como guerrero divino es seguir las órdenes de la señorita Hilda al pie de la letra, él le respondió fríamente. Mi honor depende de eso. Incluso si estuvieras en lo correcto, Frey, y ella estuviera errada, yo me vería obligado a seguirla hasta el otro mundo de ser necesario’.
‘Pero, Siegfried…’.
‘Ya es suficiente’. El guerrero de la estrella de Alioth se dio media vuelta. ‘Por tu bien no le comentaré nada a Syd o a Hilda acerca de esta conversación. Aunque si fuera tú, Frey… yo trataría de ser más discreto. Recuerda que pocos secretos escapan a los oídos de Odín o de sus representes’.
Frey no tuvo otra opción más que ver cómo el hombre más valeroso de Asgard se alejaba, dejándolo sólo con sus confusos pensamientos y su enorme frustración. Él alzó su vista hacia cielo en un intento de buscar tontamente una señal de que hacer, pero justo como sospechaba, ese gesto resultó ser inútil. Cada día que pasaba, la luz de las estrellas de Asgard parecía apagarse más y más.
Editado por Arquero Dorado, 01 octubre 2018 - 22:58 .