Introducción.
Saludos, Caballeros!
Ahora que tengo algo más de experiencia en el foro, me voy a atrever a dejaros un fic algo diferente. Os aconsejo que, para su lectura, dejéis de lado todos vuestros prejuicios, ya que creo que no dejará indiferentes a muchos.
Quiero opiniones, por favor, y críticas.
Los capítulos serán más cortos que los que acostumbro a escribir, por ello la historia avanzará rápido. Espero hacer un fic de unos 10 capítulos nada más.
Sin más, os dejo con él. Espero realmente que os guste!
Prólogo.
Atenea reina en La Tierra. Las Guerras Santas libradas contra Poseidón y contra Hades terminaron hace tiempo con la victoria de la Diosa durante las batallas, pero con un alto costo… Los Caballeros de Oro murieron.
Tras aquello, hace un año que Ares también plantó cara a Atenea, pero una vez más ésta salió indemne, y todo gracias a La Orden de Plata de esta generación.
El Santuario vive tiempos de Paz, es por ello por lo que Artemisa, hermana de la Diosa Atenea ha permanecido de visita junto a su hermana en el recinto sagrado.
Tras la despedida de Artemisa, la Diosa Atenea se siente libre de nuevo en sus aposentos para vivir el resto de la vida que le queda… disfrutando.
La Orden de Plata.
Capítulo 1: Un regalo para los Dioses.
En el cielo reinaba la noche, y las ventanas de la estancia permitían el paso de las ráfagas de aire fresco. Atenea estaba en sus aposentos.
Sobre una pequeña mesa había dos jarras de vino, estaban vacías junto a tres copas.
La Diosa estaba en su cama, recostada sobre el pecho del hombre que cada noche la complacía. Ambos desnudos, cuerpo contra cuerpo, y recubiertos con una simple sábana de lino blanco. Ya habían terminado.
Junto a la cama se encontraba la Caja de Pandora del Caballero de Cepheo.
Igalag de Cepheo: ¿Estáis segura de que no debo de preocuparme?
Atenea: ¿Tanto te preocupas por mi visita al Olimpo? –Dice la Diosa mientras juguetea con su mano por los abdominales del Caballero-.
Igalag de Cepheo: Si os sucediera algo…
El Caballero se inclina y coloca a la mujer bajo su cuerpo sudoroso.
Igalag de Cepheo: No debo permitir que os suceda nada… Jamás me lo perdonaría, estaría sufriendo durante el resto de mi existencia.
La besó en los labios, introduciendo su lengua en la boca de la Diosa.
Atenea: Aún no han pasado ni tres lunas desde que Artemisa se marchó después de su visita. Se ha quedado a mi lado durante una Luna completa. Si se ha marchado y ya he sido convocada en el Olimpo es porque habrá hablado mal de mí a mi Padre. –Dijo la Diosa imitando a su hermana, cómicamente-.
Igalag de Cepheo Oh, Diosa… ¿Qué sucederá?
Atena: Seguramente mi Padre me convoque delante de todos mis hermanos y demás Dioses, querrá dejarme en evidencia o algo. No tengo ni idea de lo que mi queridísima hermana ha podido vomitar por su boca esta vez, la envidia la corroe... Recibiré mi castigo y listo!
Atenea lo besó a él ahora, a la vez que enroscaba sus piernas en la cintura del hombre.
Nara de Altar: Disculpe la interrupción, señora. –Dijo una voz femenina, haciendo detenerse a la fogosa pareja-.
Atenea: Oh! Nara, que seas parte de mi Consejo no implica que me hagas perder el momento. –La Diosa quita la sábana de la cama, dejando al Caballero desnudo sobre ella. Se pone en pie, desnuda ante la mujer Caballero de Altar-. ¿Qué sucede?
Nara de Altar: Oh, mi señora. Es Hermes, ha venido para acompañarla hasta el Olimpo. –Dijo la mujer, temerosa y acongojada-.
Atenea sintió en ese momento la llegada de uno de los Dioses al Santuario.
Atenea: Hermes! Mi hermano! –La Diosa estaba sorprendida, no esperaba tal llegada-.
Hermes: Así es, hermana! –Dijo el Dios entrando en la estancia sin haber sido invitado, luego se dio cuenta de la situación-. Oh! Al final Artemisa va a tener razón. Estabas ocupada…
El Dios Hermes se fijó en el cuerpo escultural de su hermana, en sus pechos, en su pubis, y luego fijó la mirada sobre el Caballero desnudo que estaba encima de la cama.
Hermes: Veo cómo celebra Atenea, la Diosa de la Sabiduría, sus noches de tranquilidad y paz, ja, ja, ja. –El Dios caminó grácilmente hasta su hermana y habló de manera irónica, luego le dio un sonoro beso en la mejilla-. Cuanto tiempo sin vernos, ¿verdad hermana? ¿Cuánto? ¿Una generación entera? Ja, ja, ja.
Atenea: ¿A qué has venido?
Atenea: Oh! Nuestro Padre, el Dios de todos los Dioses… -Hermes hablaba de manera cómica, casi teatrera-. …me envía para recogerte y llevarte al Olimpo, hermana. Es por lo de la vista de mañana.
El Dios Mensajero caminó dando pasos grandes hasta la cama de Atenea y se detuvo allí, observando al Caballero de Cepheo mientras hablaba. Fijó su mirada en el pecho y en los brazos, luego observó detenidamente su entrepierna.
Hermes: En cada generación te superas, hermana! Ja, ja, ja. Menudo ejemplar!
Atenea: ¿Por qué me ha convocado Padre esta vez? –Preguntó la Diosa, enfurecida-.
Hermes: Imagino… -dijo poniéndose serio-. Que nuestra hermana Artemisa ha largado demasiada basura sobre ti y tus costumbres… humanas.
Atenea: Así que es por eso! Ja! Envidiosa! Arrogante! Codiciosa! Es detestable!
Hermes: Ja, ja, ja. Parece mentira que aún no te hayas dado cuenta de cómo es! A todos nos hace lo mismo, primero es nuestra hermana querida del alma y cuando se marcha te critica ante Padre a tus espaldas. Y lo peor de todo es que Apolo parece su perrito faldero, qué asco de familia! –El Dios hace el gesto de vomitar-.
Atenea: ¿Padre está muy enfadado? –Le preguntó la Diosa a su hermano, más calmada y con cierta complicidad hacia el Dios, mientras lo agarraba por el brazo y apoyaba su cabeza en el hombro-.
Hermes: Bah… Más de lo mismo. Aunque si Artemisa ha comprobado qué placeres y pecados estás cometiendo… -El Dios miró insinuante a Igalag-. Es normal que te reprenda, hermana. Los Dioses no deben fornicar con los mortales.
Atenea: Cepheo no es un simple mortal! –Gritó la Diosa encolerizada-.
Hermes: Es un mortal, y tu una Diosa! –Dijo a su hermana, increpándola como si fuera un hermano mayor protector-. Los placeres que te puede ofrecer un mortal no son dignos de una Diosa!
Atenea: Pero Cepheo es como un Dios! –La Diosa empezó a gimotear-.
Cepheo: No debéis llorar, mi Diosa. No sucederá nada…
Hermes: Cállate, mortal! –El Dios elevó su cosmos y el Caballero de Plata fue empotrado de espaldas contra una de las paredes de la estancia.
Atenea: No, hermano!
Hermes: No me blasfemes, Atenea! Vístete con algo que nos vamos! ¿O quieres presentarte ante tu Padre y ante los demás tal y como te muestras ante a los mortales?
Unas horas más tarde, Atenea se encontraba en el Olimpo. Frente a los Dioses…
Desde que Hermes la llevara hasta allí, la Diosa había sido expuesta a las miradas de todos los Dioses que acompañan habitualmente al Dios Supremo.
No solo había sido avergonzada ante todos debido a sus placeres, sino que ahora tenía que aguantar la mirada inquisitoria de su padre y de Hera, al igual que las del atractivo Apolo y la hipócrita de Artemisa.
Diferente eran las miradas de Hades, Poseidón y Ares. Odio, envidia y respeto eran lo que expresaban, respectivamente. Los tres habían sido vencidos en esta generación por una Atenea imparable en el campo de batalla, y el trío de Dioses se mostraban algo indignados con la presencia de la Diosa allí.
Algunos, como Dioniso y Deméter, se mostraban indiferentes.
La maléfica mirada de Afrodita era la que más asqueaba a Atenea. No solo apoyaba las teorías de su Padre acerca de la falta de escrúpulos y de ser débil de carne, sino que también soltaba por su boca muchos comentarios lascivos y groseros sobre su conducta, poniendo de los nervios a la Diosa de la Guerra.
Así sucedió que Zeus, como castigo a Atenea por haber caído bajo y unirse en carne a una raza inferior, dictó sentencia:
Zeus: No condeno a los humanos, condeno a su Diosa, aquella que se ha vuelto débil como para caer hasta en los más bajos ronroneos de un simple mortal. No es solo el gozo que procuras tener con él, disfrutando de su carne, sino que estás enamorada! Una Diosa enamorada de un simple humano! Ja! Y como eres igual de débil que ellos y eres mi hija, condeno a los humanos a su extinción para que tú sufras!
Atenea: No! Padre! Padre! –Gritó la Diosa medio llorando-. Los humanos no son débiles! Castígame a mí por injuria y lujuria, pero no a ellos por debilidad. Débil soy yo, ellos han demostrado que son tan poderosos como los mismísimos Dioses!
Apolo: ¿Estás diciendo que los humanos tienen los mismos poderes que nosotros? –Dice enfadado-.
Afrodita: Ja, ja, ja. Mi hermana está loca, Padre! Quizás disfrutar de tanto placer le ha hecho perder la noción de la realidad. Bah! Humanos…
Atenea: No todos los humanos. Pero sí existen algunos capaces de derrotar a los Dioses que se han opuesto a mí en La Tierra, ¿no es así, Hades? ¿Y tú, Poseidón? Hablad! Ambos caísteis en La Tierra gracias a mi ejército de Caballeros!
Ambos Dioses permanecen callados, y se hizo el silencio en el Olimpo.
Atenea: Ares! Tú lo comprobaste! Fuiste el último de los Dioses que se enfrentó a mí.
Tras unos instantes, el Dios habló:
Ares: Así es, Padre! –Dijo el Dios de la Guerra a su Padre-. Algunos humanos tienen tanto poder como para detener la ira de los Dioses.
Hubo un revuelo general en el Olimpo, y todos comenzaron a discutir.
Zeus: Basta! –Gritó para poner orden. Cuando todos se callaron se giró a su hija y le habló-. Si lo que dice tu hermano Ares es cierto, aún deben de existir esos humanos, ¿no?
Atenea: Así es.
Hermes: Y tanto que lo es, Padre. Ja, ja, ja. Esta misma noche he visto a uno de esos hombres a los que mi hermana llama Caballero.
Atenea: Hermes! –Gritó la Diosa a su hermano, pensando que iba a contar que había visto a Igarag desnudo en sus aposentos-.
Hermes: Ja, ja, ja. Tranquila hermana. No diré nada que te sonroje. Pero a los demás os digo que… Atenea ha defendido a La Tierra siempre gracias a sus Caballeros, y tengo que deciros que no son unos simples humanos. Han despertado el cosmos y lo dominan.
Dioses en general: ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cómo es posible? ¿Ha dicho que han despertado el cosmos? –Decían unos y otros-.
Zeus: Aún así, lo humanos serán castigados por culpa de la lascivia de Atenea.
Atenea: No, Padre! Perdóname. Déjame hacerte un regalo y si con él crees conveniente entonces me perdonas, pero dame una oportunidad. No sentencies a los humanos!
Comenzó entonces una larga discusión sobre la supervivencia de la raza humana. Atenea la defendía con el apoyo de algunos de los Dioses, pero en el otro bando Afrodita, Hades, Artemisa y algunos más la contrarrestaban.
Atenea: Padre! Durante mis batallas contra los Dioses que ya he vencido, perdí a mi séquito de Caballeros dorados al completo. Por otro lado, la Orden de Bronce está bastante diezmada. Pero he de decir con orgullo que la Orden de Caballeros de Plata está al completo. Y jamás nunca, a lo largo de todas las generaciones, ha existido una Orden con tanta valía.
Zeus: ¿Y qué propones?
Atenea: Un Torneo, exhibicionista. Verás los altos poderes que tienen como humanos y comprenderás que no debes de eliminarlos.
Afrodita: Ja, ja, ja… ¿Pretendes que veamos a los humanos con los gozas de placer como un animal, hermana?
Zeus: Cállate ya, Afrodita! –Gritó el Padre de todos los Dioses, y La Diosa de la Belleza mostró pánico cuando Zeus le enseñó el Rayo que portaba en su mano derecha. Luego le habló a Atenea-. Si tus Caballeros de Plata demuestran un alto poder digno de enfrentarnos a los Dioses no eliminaré a los humanos. Pero por el contrario, si compruebo que no son más que unos simples gusanos… no tendré piedad, Hija.
Atenea: Bien! –La Diosa se dirigió a todos los presentes-. Os invito a todos, Dioses del Olimpo! Bajad a la Tierra y comprobad cuán fuerte son mis Caballeros de Plata. Estad presentes en el palco de los Dioses y juzgad vosotros mismos! Será dentro de una semana!
Al anochecer del día siguiente…
Hermes: ¿A dónde crees ir? –El Dios la ha sorprendido a punto de bajar a La Tierra, sin haber pedido permiso-.
Afrodita: Oh! Hermes! Siempre estás vigilando para ver qué encuentras!
Hermes: Ja, ja, ja. Digamos que mis ojos ven anticipadamente, Diosa de la Belleza! ¿A dónde ibas?
Afrodita: Quería comprobar que tan fieros son los guerreros de Atenea. –Le dice al Dios con cierta picardía en los ojos-.
Hermes: No seas falsa! Te pica la curiosidad y quieres ver con tus propios ojos la mercancía de la que Atenea alardea.
Afrodita se queda pensativamente, luego emite una sonrisa pícara y mira al Dios.
Afrodita: Hermes, acompáñame! Divirtámonos con algún Caballero de los de Atenea! Tú y yo ya hemos compartido diversiones conjuntas. Seguro que ambos encontramos quien nos satisfaga. Quedará entre tú y yo, ¿vale?
Hermes: Ja, ja, ja. Antes le eché un ojo a uno de los guardianes de Atenea… -Dijo el Dios cogiendo del brazo a Afrodita y hablándole pícaramente al oído-. …dicen de él que es el hombre más bello de entre todos los Caballeros de Plata. No estaría mal premiar a dos humanos con la compañía de dos Dioses como nosotros esta noche.
Afrodita: Oh! ¿Y qué Caballero es? –Dijo la Diosa introduciendo fogosamente uno de sus dedos en su boca-.
Hermes: Es el Caballero de Lagarto. En cuanto a ti, te dejaré a uno de los que más te gustaría conocer. Sé de tus virtudes, y de las grandes virtudes humanas que a ti te gustan, así que creo que te llevaré ante el Caballero de Orión, ja, ja, ja.
Afrodita: No tardemos! Tenemos una noche entera por delante!
Hasta aquí el capítulo 1. Sinceramente... ¿Qué pensáis? Gracias por su lectura y por vuestra opinión!
1 saludo a tod@s!