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Norrsken cap 1-2


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#1 Guest_Vinka_*

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Publicado 20 octubre 2003 - 10:59


Aqui tengo un fic q estoy escribiendo. Por ahora solo tengo hechos los caps 1 y 2. Espero que les guste a todos. Ya me comentarán.


                NORRSKEN*

CAPITULO 1: LA SONRISA DIVINA.

Estaba cayendo la noche cuando un hombre de mediana edad penetró en la modesta vivienda, cargando apenas tres trozos irregulares de mediocre madera. Se sacudió los pies y fue directo hacia la chimenea. Acomodó la leña en la casi extinguida lumbre y luego se giró para mirar a su esposa que, sentada en una butaca vieja y tapada con una manta gruesa, parecía dormir. La mujer respiraba costosamente y de cuando en cuando soltaba un susurro que nadie lograba entender. A su vez, de pie, apoyado en uno de los brazos del asiento, un niño de cinco años, la miraba atentamente.
El hombre se acercó a su esposa y le tocó la frente. Parecía tener fiebre y su síntoma mas claro era el tremendo sudor que desprendía. El niño fijó la mirada en su padre.
- ¿Se pondrá bien? - preguntó en voz baja y con algo de temor ante una respuesta negativa.
- Claro que sí - respondió sin sonreír. Luego se agachó delante de la dormida mujer - Pon la mesa, que es hora de cenar - indicó al niño sin mirarle, al tiempo que tomaba los fríos pies de ella entre sus manos para calentarlos. El chico le hizo caso y al momento lo dispuso todo, como era costumbre.

Aquel otoño el frío crudo se había echado encima demasiado pronto. Los veranos eran cortos, dándoles poco tiempo para afrontar todos los meses duros venideros, sobre todo para la gente de escasos bienes. El hombre suspiró y se puso en pie. Cogió una manta y la puso sobre su esposa, que se había negado a quedarse en la cama a pesar de sus dolencias. Se dirigió hacia la mesa donde su hijo le esperaba en silencio, sin comenzar su comida.
- ¿Mamá tomará la sopa? - preguntó.
- Aun no. Dejémosla dormir y comamos nosotros - el niño asintió y se sentó a la mesa, frente a su padre.

Comían en silencio, pero el niño levantaba la vista de vez en cuando. Parecía que su padre hubiera envejecido diez años en los últimos meses. Siempre le había visto activo y fuerte, pero ahora el brillo de sus ojos había desaparecido y las arrugas se le habían acentuado, acompañando a unas marcadas ojeras. Y él sabía el porqué de aquello. Unos meses antes, su madre había caído enferma. Él no entendía o realmente no le daban explicaciones de porque era, pero de repente le dijeron que el hermano que vendría pronto, ya no lo iba a hacer. ¿Acaso se había arrepentido al saber con que familia iba a convivir?. Y desde entonces, su mamá parecía estar cada vez peor, siempre sentada en su butaca, con su sonrisa alegre ahora apagada y con un hilo de voz, lo cual se había acrecentado con la llegada del frío.
El hombre concluyó la cena y se levantó del sitio retirando su plato. Luego llenó otro con algo de sopa humeante y se dirigió a su esposa.
- Cariño... - la zarandeó levemente.
- Uh? - estaba adormilada y sudaba aun.
- Venga, tómate esto - le aproximó el plato.
- No, no... - susurró con los ojos cerrados.
- Vamos, haz un esfuerzo - le extendió la cuchara y ella abrió la boca por inercia. Cuando el líquido pasó por su garganta hizo una mueca y acto seguido comenzó a toser con fuerza. El hombre la calmó con un poco de agua y volvió a su tarea de alimentarla, con el semblante triste.

El niño miraba la escena desde su sitio. Ya había concluido su cena, pero tenía mas hambre. Le dolía el estómago, pero no dijo nada. Bien sabía que de hacía un tiempo no comían en abundancia. Miró la lumbre, que era muy pobre.
- Papá, ¿traigo mas leña? - se ofreció.
- No te molestes, no nos queda - dijo mientras se ponía en pie con el plato de su esposa. Por lo menos había logrado que comiera un poco.

El chico no dijo nada y se acercó a su madre, colocándose de pie junto al brazo del sillón, sin dejar de mirarla fijamente.

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A la mañana siguiente, muy temprano, el hombre se había dirigido al pueblo para comprar algunos víveres. El lugar se encontraba a menos de un kilómetro de su vivienda y él siempre hacía el viaje a pie. Entró en un pequeño local de comestibles y compró algunas cosas útiles. Luego salió con aire preocupado, caminando con la cabeza agachada, absorto en sus pensamientos.
- Eh, Erik - le llamó un conocido. El hombre se volvió hacia él y se acercó. Era un señor mayor, con el pelo blanco y apoyado en un bastón grueso. Estaba de pie en la puerta de su casa.
- Hola, buenos días.
- ¿Qué tal está tu esposa? - preguntó con aire cordial.
- No muy bien - respondió con cierto pesar - Aunque seguro que se mejorará.
- Ese aborto no ha ido muy bien, ¿verdad? - dijo con voz ronca, como si pensara en voz alta. Erik no dijo nada y se mordió el labio inferior. El exceso de trabajo en un embarazo ya avanzado había provocado que perdiera aquel bebé. Pero claro, su esposa era demasiado testaruda y no había hecho caso de los consejos del doctor ni de su marido y había sufrido las consecuencias.

El viejo le hizo un gesto para que entrara en su vivienda. Se desprendieron del abrigo y se sentaron en dos sillas, junto a una mesa redonda, cerca de la chimenea.
- ¿Quieres tomar algo? ¿Café?
- Te lo agradezco - algo caliente no le iría mal despues de todo. No había desayunado aun. El mayor se levanto y con paso irregular se perdió por la cocina. Erik se levantó al rato para traer las tazas humeantes.
- ¿Sigues con la idea del trabajo por tu cuenta? - le preguntó después de darle un sorbo a su bebida.
- Bueno...
- En la situación en la que os encontráis ahora es muy arriesgado - dijo con total confianza.
- Pero yo he trabajado toda mi vida en la fábrica de papel y es lo único que conozco - dijo con amargura.
- Lo sé. Pero de todos modos, tu huerto de avena no dará para cuidar de tu mujer y criar a tu hijo. Ya lo habrás notado con la ultima cosecha.
- Eso lo sé - tenía razón, pero mas aun se habían complicado las cosas con la enfermedad de su mujer. Se tocó el pelo con nerviosismo. Se sentía impotente. Desde que la fábrica había hecho reducción de plantilla dejándole en la calle, había pensado en dedicarse al huerto que había pertenecido a su suegro y ahora a su mujer. Pero el terreno era tan pequeño que no prosperaba el negocio. Y justo cuando había planeado aumentar la zona, su esposa había enfermado. Y todo ello en tan poco tiempo que Erik apenas si había tenido tiempo para afrontarlo.

El viejo bebía pacientemente. Sabía que el otro tenía mucho que pensar, mucho que afrontar, y no parecía preparado. El padre de Erik había sido muy amigo suyo y en cierto modo Erik y el viejo estaban unidos. Lástima que no pudiera ayudarle en lo que mas le hacía falta, que era una mano en el trabajo, sobre todo.
- Tal vez... - dijo como si se le escapara - He considerado la oferta de mi hermano...
- ¿Marcharte al extranjero?
- No se me ocurre otra opción mejor.
- Pero tu esposa está débil...
- Quizás allí se recupere - le cortó. Él ya dudaba demasiado para que le hicieran dudar más. - Mi hermano me habla tan bien de su situación en sus cartas, que no hago sino pensar en seguir sus pasos.
- Si crees que es lo mejor para tu familia...
- Si... pero esperaré a que pase el invierno... No veo conveniente trasladar ahora a mi mujer en su estado...
- Si, entiendo. Si necesitas algo...
- Lo sé - le cortó poniéndose en pie. - Ahora tengo que marcharme - el viejo asintió y el otro salió de la vivienda.

Mientras tanto, un crío de cinco años estaba de rodillas al pie de la cama de su madre. Hoy ella ni se había levantado para sentarse en su butaca y ello le entristecía. Pero no lloraba, nunca lo hacía. Ni aunque supiera que todo iba mal o que sus padres sufrían cada cual por sus motivos. Él sabía cual era su deber. Le tomó la mano con cuidado y la rozó con su mejilla. Se agachó y dejo la cara apoyada en la mano un rato.
- Yo estoy contigo, mamá - susurró. No obtuvo respuesta, pero la sintió gemir y moverse un poco. Al momento oyó el abrir de la puerta y soltó la mano. Miró hacia la entrada del dormitorio esperando ver aparecer a su padre.
- ¿Isaac? - preguntó Erik al verle de rodillas.
- ¿Si? - el niño se puso en pie.
- ¿Ocurre algo? - preguntó preocupado. Isaac se aproximó a su padre y bajó el tono.
- Mamá no ha querido levantarse hoy - informó.
- ¿Le diste el desayuno? - preguntó mirando a su esposa preocupado. El niño negó con la cabeza, con los ojos tristes.

Erik se acercó a su esposa y le tocó la frente. La mujer tenía mucha fiebre y temblaba.
- Isaac, trae los paños y el alcohol - ordenó apresurado, mientras quitaba las mantas por arriba. Al momento el niño volvió con lo requerido. Erik empapó los trapos en alcohol y frotó los brazos de su mujer. De seguro así le bajaría la fiebre. Luego volvió a taparla.

Padre e hijo fueron hacia el salón. Todo estaba frío debido a la ausencia de una lumbre. Erik guardaba las cosas que había traído.
- Isaac, iré al pueblo a por el médico.
- Yo lo haré, papá - le cortó. Erik le miró extrañado.
- Está bien. No tardes.

Isaac asintió y rápidamente se enfundó su abrigo y salió de la vivienda. Erik suspiró y se dirigió de nuevo al dormitorio. Su esposa seguía acostada, pero tenía los ojos entreabiertos. Parecía que la fiebre le hubiera disminuido.
- Erik... Isaac... - susurró. El marido se acercó a ella y le tomó la mano que levantaba tímida.
- Estoy aquí - le dijo con los ojos vidriosos. Ella sonrió levemente y comenzó a toser con fuerza al instante.
- Isaac... - susurró.
- Fue al pueblo - indicó el marido con ternura - Volverá pronto.

Ella hizo una mueca de dolor y se retorció levemente, cerrando los ojos. Luego los volvió a abrir y miró a su marido.
- Os quiero... - le dijo casi en un susurro.
- Y nosotros a ti...

Su esposa sonrió y cerró los ojos de nuevo, pero ya no los volvió a abrir. La mano que sostenía Erik se quedó rígida y él la zarandeó levemente mientras la llamaba, sin obtener respuesta.

Isaac entró en la vivienda e indicó al doctor que pasara al dormitorio. Éste iba delante y el niño le siguió sin quitarse el abrigo. El médico se detuvo ante la escena, casi haciendo que Isaac tropezara con él. Pero éste se asomó tras el doctor para contemplar a su padre arrodillado en el suelo, con las manos acaparando la de su madre dormida y la cabeza hundida entre ellas.
- ¿Papá? - preguntó sin atreverse a acercarse. El hombre levantó la vista y fijó sus ojos llorosos en los asombrados de su hijo. - ¿Papá? - volvió a preguntar. Erik se puso en pie y se aproximó hacia su hijo. Se arrodilló frente a él y le abrazó fuerte. Isaac seguía con los ojos muy abiertos, mirando fijamente a su madre que parecía dormir plácidamente.

El doctor se acercó a ella y comprobó que había fallecido. Luego se dirigió hacia los presentes.
- Erik... - dijo con tiento. El hombre se separó de su hijo y se dirigió al doctor. Ambos salieron de la habitación hacia el salón.

Isaac seguía paralizado mirando a su madre a escaso un metro. No se atrevía a acercarse o a tocarla. No podía ser cierto que su madre hubiera muerto, que le hubiera abandonado. No estaba preparado para aquello y quería verla sonreír, que abriera los labios y cantara alguna de las hermosas canciones que solían alegrarle el día.
Apretó los dientes para que no salieran lágrimas, y en lugar de ello lo que vinieron a la mente eran imágenes de aquellas veces en que su madre le hablaba de Dios, sentados en la hierba o ante la chimenea. Le vino a la memoria una vez en concreto, una que nunca olvidaría. Su madre la acariciaba el cabello mientras estaban sentados sobre una piedra gigante desde donde se contemplaba todo el huerto.
- Mamá, ¿qué significado tiene mi nombre? - preguntó el niño con curiosidad. Ella sonrió, porque las preguntas de su hijo no eran las normales para un chico de su edad.
- Bueno, Isaac es "aquel a quien Dios sonríe"
- Vaya... - quizás él era demasiado pequeño para sentirse tan importante para Dios. Pero su madre le había hablado mucho de Él y entendía Sus límites y capacidades.
- Por eso has de devolverle siempre la sonrisa.
- ¿Como? - preguntó extrañado.
- Dios está en todo... en las plantas, animales, personas... allí donde haya vida. Sonríele siempre, siente Su fuerza.
- Si, mamá - dijo alegrándose. Ella volvió a acariciarle el cabello  y comenzó a cantar.

Isaac volvió a fijar la mirada en su madre yacente y luego se acercó a ella. Le tomó la mano fría y se la acarició. Sonrió.
- Descansa en paz, mamá.

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Isaac miró a su padre que observaba los billetes de avión que tenía en la mano, y luego volvió a vigilar el equipaje que los rodeaba por si alguien quería robarlos. Hacía varios días que su madre había muerto y habían vendido su terreno a un vecino muy interesado, pero a un precio muy bajo. El dinero les vendría justo para comprar los billetes y para vivir poco tiempo hasta encontrar trabajo. Isaac aun no entendía porque su padre abandonaba el país, rumbo a otro desconocido donde, según él, vivía un pariente al que no conocía, pero que les ayudaría a prosperar.
- ¿Papá, donde vamos hablan otro idioma?
- Si hijo, sí.

Isaac se asustó. Él solo sabía hablar su lengua natal y ni siquiera tenía algún mínimo estudio de otras lenguas, ni de ingles que todos querían aprender.
- ¿Y cual es?
- Griego.
- ¿Griego? - no le sonaba. ¿ese que idioma era?. Nunca había oído hablar de él y esperaba que no fuera difícil.
- No te preocupes, iras a una escuela y aprenderás todo lo necesario.

Isaac asintió. Hubiera preferido de buena gana quedarse con el viejo en el pueblo a tener que aprender otro idioma. Y seguro que ese grigo era muy complicado y los niños acabarían por no querer juntarse con él por no entenderle. Aunque, de todos modos, él casi siempre estaba con mayores.
El viaje en avión fue emocionante aunque un poco largo. Durante el recorrido, su padre le había puesto al tanto del nuevo país y sus costumbres. Claro, todo ello al tiempo que lo leía en un grueso libro, lo cual tanto para padre como para hijo era una novedad. La ciudad a la que llegaron se llamaba Atenas y parecía grande. Pudo comprobarlo por el largo trayecto que distaba desde el aeropuerto hasta la casa de su tío. Éste vivía en un apartamento. Subieron las escaleras y una vez ante la puerta llamaron. Paso un rato sin que contestaran, pero al poco se oyó el sonido de una cadena y la puerta se abrió.
- ¡Erik! - exclamó un hombre parecido al otro, pero con algunos años mas. Ambos se abrazaron emocionados.
- Ah, Hank, cuanto tiempo...
- ¿Este es tu crío? - preguntó señalando al chico.
- Si. Se llama Isaac. - el niño le saludó con la cabeza.
- Ah... tu mujer y sus gustos religiosos... - dijo sarcástico. Isaac evitó decirle algo, pero le molestó que su padre no lo hiciera - y, ¿dónde está ella? - A Erik se le entristeció el semblante.
- Ha muerto - Hank se quedó paralizado.
- Vaya, lo siento... - le echó un brazo por el cuello y lo introdujo en la vivienda. Isaac les siguió con el equipaje.

El chico miraba todo con interés, pero aquella vivienda no tenía nada de lujos, sino un extremo desorden. Pero lo que mas le desagradaba era el olor. Olía a algo raro... Comprendió que era en el momento en que su tío encendió un cigarrillo. Isaac no soportaba ese humo, tan diferente al de la chimenea. Su padre y Hank se habían sentado  a conversar en una salita, en un sofá grande. El niño se sentó en una silla y les observaba detenidamente, sin decir palabra, centrándose sobre todo en su tío. Con solo unas frases ya sabía como era. No sabía por que, pero con todo el mundo le ocurría. Nada mas observarles un poco, ya sabía como eran, como si leyera en lo mas profundo de su corazón. Lo peor era que aquel tío Hank no le gustaba y que sabía que no les traería nada bueno, sobre todo a su padre. Pero él no podía hacer nada sino mirar y sonreír, con una sonrisa falsa, no como aquellas en las que debía devolvérselas a Dios.
Al rato prepararon el dormitorio de Isaac y le acostaron. El chico no podía conciliar el sueño y estaba boca arriba con los ojos abiertos en la oscuridad. Oía las risas provenientes del salón. Por una parte, se alegraba porque su padre estuviera contento y se hubiera reencontrado con su hermano del que tanto hablaba y presumía; pero por otra, todo aquello le daba mala espina y se sentía fuera de lugar.
Recordó a su madre. La echaba de menos, aunque no quería reconocerlo, no delante de los demás. A su mente venían una y otra vez las palabras que le dijera sobre la sonrisa. Pero de repente comprendió a que se refería todo aquello. No a que siempre estuviera sonriente, sino a que fuera positivo y optimista, y a que afrontara todo, lo bueno y lo malo, con alegría. Sonrió, y con ese gesto en los labios se quedó dormido.

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* "Norrsken" significa Aurora Boreal.

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CAPITULO 2: EL DESTINO

Habia pasado casi un año desde que se instalaron en la ciudad y ahora los días en que todo aquello parecía nuevo, extraño, ajeno, habían acabado, dando paso a la mas terrible monotonía. Isaac iba al colegio con otros niños de su edad y hablaba el griego tan fluido que casi había olvidado su idioma natal. Perfectamente podía hacerse pasar por uno de ellos, omitiendo, claro, ese marcado acento del norte. De vez en cuando pensaba en su corto pasado, en los motivos que lo llevaron a aquel lugar, y todo parecía mucho mas lejano de lo que realmente era, aunque aun había cosas que echaba de menos...
- ... el frío - respondió Isaac convencido.
- ¿Echas de menos el frío? - preguntó extrañado un crío de su misma edad. Isaac asintió como respuesta. Claro, aquello era a lo mas que iba a responder a aquellos casi extraños - Éste está loco - le dijo a otros dos niños, haciendo un gesto con el dedo índice apuntando a su propia cabeza. Los otros asintieron.

A Isaac le molestaba que no le comprendieran. Él provenía de una tierra fría y aquel clima mediterráneo se le hacía difícil de llevar. Aun estaba acostumbrándose...
- ¿Y que querías que dijera entonces?. ¿No puedo echar de menos el frío? - preguntó sin mucho entusiasmo, colocando la cartera tras su espalda de manera ágil. No estaba dispuesto a entrar en discusiones con aquellos ignorantes.
- No sé...  tus amigos tal vez.
- Yo no tengo amigos. -  respondió sin sentir vergüenza.
- No me extraña - replicó el otro, que parecía ser el cabecilla, de manera sarcástica. Isaac le miró fijamente unos segundos y acto seguido dio media vuelta decidido a volver a lo que llamaba casa.

Los niños se quedaron paralizados viéndolo alejarse. Luego se miraron entre ellos sin comprender.
- La gente del norte es de lo mas rara - dijo uno de ellos con un toque de desprecio.

Isaac caminaba despacio. Había preferido que aquellos chicos de su barrio le aceptaran tal y como era, todo por matar el tiempo y no volver al apartamento tan pronto. Pero debía tener en cuenta una doble verdad: a ellos no les gustaba Isaac y a él les aburrían sus juegos y conversaciones. Estaba claro que se sentía fuera de lugar.
Entró con desgana en el apartamento, comprobando que como temía, estaba solo, sucio, desordenado... tan diferente a su hogar natal... Si su madre hubiera estado viva nada de eso estaría pasando... El niño sacudió la cabeza bruscamente. Nada de pensar en esas cosas. Él debía ser fuerte y afrontar todo lo que viniera, tanto si le gustaba como si no. Aquella era la verdad y no iba a cambiar por mucho que la adornara con pensamientos vagos. Y más lo comprobaba ahora que su padre se había sumido en su nuevo trabajo y en sí mismo, anulando aquella bondad paternal que lo caracterizaban. Ahora era cuando estaba comprobando lo que era valerse por si mismo y no contar con el apoyo de nadie.
Así transcurrían los días, ajeno a todo, al tipo de trabajo que desempeñaban su padre y su tío, a la vida en general de ellos. Como pequeño que era, no podía sino acatar todas las ordenes y normas sin rechistar. Sólo debía agradecer tener un techo para dormir y algo que comer. Eso hasta que una noche unos golpes muy fuertes en la puerta le despertaron. Se incorporó sobresaltado cuando escuchó como la puerta caía sobre el suelo. Sentado sobre la cama intentaba percibir algún sonido y al momento se levantó, cuando escuchó a su padre y a su tío discutir acaloradamente con varios hombres corpulentos, trajeados y que hablaban en un idioma desconocido para el niño. Uno de ellos cubría la entrada y otros dos estaban frente a los dos hombres recién levantados. Isaac no se atrevió a moverse, intentado pasar desapercibido tras la puerta del dormitorio, casi sin respirar. De repente oyó a su padre hablar en ese idioma extraño. ¿Cuándo lo había aprendido?. La confusión se hizo presa de él y le entraron ganas de salir y pedir una explicación. Pero algo lo detenía, una fuerza invisible.
Los hombres trajeados parecían de muy mal humor y no hacían sino gritar, mientras los otros dos pedían disculpas o algo parecido. En un instante uno de ellos sacó una pistola y la apuntó directamente hacia los hermanos. A Isaac se le abrieron los ojos de par en par y deseó por un momento que todo aquello terminara. Pero su tío siguió hablando con tono dócil y el hombre armado guardó la pistola y se marcharon por donde habían venido. Erik y Hank estaban pálidos y se miraban sin saber que hacer. Se sobresaltaron al ver a Isaac avalanzarse sobre ellos.
- Papá, ¿quiénes eran esos hombres y que querían?
- Nada, hijo. Vuelve a la cama.
- Pero... tenían una pistola... - Isaac no tenía miedo. Todo aquello le parecía muy chocante y no comprendía porque habían recibido aquella visita.
- ¡Isaac! - le gritó Erik de mal humor. Le temblaba todo el cuerpo - ¡Calla de una vez! - el niño se sorprendió y dio un leve paso hacia atrás. Se mordió el labio inferior y esperó. Hank ni les miraba.
- Erik, tenemos que huir.
- ¿Huir?
- ¿Acaso tenemos ese dinero?
- No
- Entonces no viviremos para contarlo - Isaac les miraba simultáneamente. En los ojos de los dos hermanos había confusión y miedo.
- Ya te dije que...
- A lo hecho, pecho - le cortó Hank con voz grave. Erik asintió. Ya no había marcha atrás, ellos se lo habían buscado. Por primera vez fue realmente consciente de que su hijo seguía allí.
- Isaac, recoge algunas de tus cosas, nos vamos. - el crío asintió sumiso sin comprender  nada, sobre todo porque su padre había evitado mirarlo a los ojos.

Un buen rato después, dos hombres y un niño caminaban con prisa por las afueras de la ciudad. Con el cobijo de la oscuridad habían logrado llegar hasta allí, pero no sabían cuanto tiempo estarían a salvo y un sudor frío recorría el cuerpo de los hermanos. Isaac les seguía sin saber a donde conducía todo aquello, aunque tenía el presentimiento de que a nada bueno. Se detuvieron en unas ruinas que parecían haber sido una especie de templo, pero la oscuridad de la noche hacía débiles las suposiciones. Erik se desprendió de la mochila y arqueó su cuerpo hacia delante para respirar mejor y Hank se sentó sobre una roca, jadeando de cansancio. Isaac les miraba impasible, sin sentir agotamiento, solo incertidumbre y quizás algo de sueño. Y de repente sintió una especie de punzada en el cerebro, algo que le indicaba que la cosa no iba bien, haciéndole mirar hacia una loma cercana. Instintivamente se escondió tras una roca grande y llamó a sus familiares. Pero no tuvieron tiempo de escucharle, porque en ese momento sonó el silbido de una bala que se acercaba y chocaba contra una piedra. Hank y Erik se apresuraron a esconderse, mientras oían el cruzar de mas balas.
Gruñían con la cabeza bien agachada. A sus espaldas sólo se levantaba una pared vertical difícil de escalar y al frente la muerte segura.
- No hay salida - dijo Hank malhumorado.
- Me temo que no - Erik tenía mucho miedo de aquella situación. Isaac le tomó de la mano para reconfortarle, pero él se soltó bruscamente. Entonces fue cuando el niño confirmo que sí tenía que contar sólo consigo mismo.

Los hombres armados, que habían aumentado en número, se acercaban a su escondite y les gritaban que salieran. Los hermanos se miraron y asintieron. Lentamente fueron poniéndose en pie con los brazos levantados y su mejor mirada de corderos que pudieran poner. Isaac seguía cubierto tras las rocas.
- ¿A dónde ibais? - preguntó con una risita burlona uno de ellos.  Los otros no contestaron - Seguro que no a buscar nuestro dinero...       ¿Pensabais huir? - el hombre  hizo un gesto negativo con el dedo índice - Eso está muy pero que muy mal...
- Ibamos a darle su dinero... - dijo Hank de repente - Solo que... lo tiene un amigo nuestro.
- ¿Qué vive por aquí?
- Cerca... - dijo Hank con algo de temor.
- Bien - el hombre sonrió - Espero tener pronto lo que me pertenece.
- Así será, tenga paciencia - dijo Hank con algo de alivio y su mejor sonrisa. Erik también sonrió. El hombre se dio media vuelta y les despidió con la mano. Luego se dirigió a los suyos.
- Matadles - ordenó en voz algo mas baja. Acto seguido se oyeron varios disparos que se clavaron directamente en los cuerpos de Hank y Erik. Isaac se agazapó mas en su escondite, tapándose los oídos y evitando salir. Sabía lo que le esperaba si lo hacía y él no era quien tenía que recibir dicho castigo.

De repente reinó la calma. Isaac se asomó lentamente y vio dos siluetas tumbadas frente a donde él estaba. La luz de la luna le ayudó a comprobar quienes eran. Se acercó a ellos y les zarandeó sin obtener respuesta alguna... Había perdido a lo que le quedaba de familia, pero ni una lágrima salió de sus ojos. Sabía que todo aquello había sido causa de unos hechos desconocidos para él, unos oscuros que habían llevado a cabo su padre y su tío. Y ahora se había quedado solo, tanto como lo estaba cada día en el pequeño apartamento, entre los niños del colegio...
Caminó sin rumbo, alejándose de los cuerpos inertes. Estaba seguro de que a la policía le gustaría saber de todo aquello... Pasado un rato, se sintió cansado y se sentó en el suelo, apoyándose contra una roca. Así se quedó dormido, casi sin darse cuenta.

+ + +

- ¿Crees que está muerto? - preguntó un crío de unos siete años a su compañero de ocho, que pinchaba el cuerpo de Isaac con una vara.
- No parece...

Al sentirse tocado, Isaac despertó de repente y agarró su mochila con fuerza en un gesto protector.
- Si que estaba vivo - dijo el mayor.
- ¿Quiénes sois y que queréis? - preguntó Isaac frunciendo el ceño al notar como lo escudriñaban los otros dos.
- Yo soy Kai - dijo el mayor, un chico alto para su edad, con el cabello rubio oscuro y demasiado largo para el gusto de Isaac y con ojos pequeños marrones.
- Y yo Reth - dijo el otro, un niño mas bajo, de pelo negro, corto, y ojos expresivos también negros.
- ¿Y tú? - preguntó Kai.
- Yo... - Isaac estaba confundido. Miró a los chicos detenidamente. Tanto sus ropas como sus acentos eran extraños. Llevaban unos pantalones cómodos y botas anudadas alrededor de la parte baja de la pierna. Una especie de camiseta de manga corta y en los brazos varias vendas, pero no parecían heridos. Las botas le recordaron vagamente a los romanos que había visto en los libros de historia...
- ¿Si? - preguntó Kai.
- ¿Nos dirás tu nombre hoy? - preguntó con sarcasmo Reth.
- ¿Y por que habría de deciros mi nombre? - preguntó Isaac de mal humor, agarrando mas su mochila. Los otros dos se miraron.
- Eres un mal educado - dijo Reth cruzando los brazos.
- Vámonos, no podemos perder el tiempo con este iluso. Aun tenemos que realizar el encargo del maestro - dijo Kai a su compañero, dando media vuelta y mirando de reojo a Isaac. Se alejó de él corriendo y el otro le siguió después de mirar a Isaac y sacarle la lengua.

Isaac estaba molesto. Aquellos niños raros le habían llamado iluso en sus narices y se habían reído de él, aunque eran muy distintos a sus compañeros del colegio. Sin saber porque se puso en pie y se sacudió la ropa. Con la luz del sol, aquel sitio parecía mucho mas grande que en la noche. Caminó lentamente, aunque tenía mucha hambre, hacia un pequeño pueblo que se divisaba no muy lejos de allí.
Anduvo un rato bajo el sol matinal griego. Aun no estaba acostumbrado a aquel horrible clima, pero no se quejó y se decidió por observar con curiosidad a ambos lados de una pedregosa calle. Tanto las casas como las tiendas eran modestas y no llamaban la atención de la ciudad vecina. Para estar tan próximos eran tan diferentes... Se dispuso a entrar en lo que parecía un restaurante cuando su vista se clavó en un niño de mas o menos su edad, que caminaba sonriente, sosteniendo de una mano a su madre y de otra a su padre, mientras les miraba simultáneamente. Parecía muy feliz. Isaac bajó la mirada para fijarla en el suelo, luego volvió a levantarla con un gesto decidido y entró en el establecimiento.
Comió hasta hartarse, sin siquiera pensar en lo que le depararía el destino, en qué sería de su vida a partir de ahora. Cuando hubo terminado, salió del lugar. Caminó por inercia fijándose en las cosas que hacía la gente. De repente vio a un grupo de chicos, quizás algo mas grandes que él que, en una explanada poco concurrida, rodeaban a otro. No dejaban de dar vueltas en el circulo y de tronarse los nudillos o decir palabras mal sonantes, adoptando poses de pelea. El del centro llevaba las de perder, de seguro. Isaac se fijó bien. Aquel chico le sonaba... era Kai, el rubio que había visto en la mañana. En un segundo todos se abalanzaron sobre el niño, pero éste, casi sin moverse, logró evitarlos, para al fin patearles sin mucho esfuerzo y dejarles tendidos en el suelo. Isaac no salía de su asombro. Kai estaba serio y se giró para marcharse, cuando se percató de la presencia del desconocido.
- Vaya, si es el mal educado - dijo con algo de sorna. Su rostro parecía indicar que no se alegraba de la pelea. Isaac fue a decirle algo, pero fue interrumpido por un grito infantil.
- ¡Kai, Kai! - el apelado se volvió. Vio aproximarse a él a Reth a toda prisa. Éste miró de reojo a Isaac, pero no le dijo nada.
- ¿Dónde te habías metido? - preguntó enfadado.
- Pues... - Reth se volvió para mirar a un hombre que se dirigía hacia ellos con paso firme. Isaac le observó. Iba vestido como los niños y llevaba el pelo bastante largo. Kai bajó la vista cuando le tuvo en frente. El hombre se cruzó de brazos.
- ¿Y bien?
- Maestro... ellos querían atacarme - se excusó.
- Sabes bien que no debes acceder a sus provocaciones. Podrías perder el control de tu fuerza. - dijo con tono severo.
- Si maestro - respondió Kai sumiso.
- Lo que para ellos es un juego no lo es para vosotros - dijo mirando a los dos niños. Ambos asintieron. El hombre miró luego a Isaac - ¿Y él? ¿Es el cabecilla?.
- No. Él es... - Reth pensó bien que decir.
- En realidad no sabemos quien es - le cortó Kai.
- Me llamo Isaac - dijo el niño con educación.
- Tú no eres de Rodorio - sentenció Kai - Tu acento te delata.
- Soy de Finlandia, aunque estaba viviendo en Atenas - explicó sin mucho interés.
- Bien, discúlpanos Isaac, pero tenemos que marcharnos - dijo aquel al que los niños llamaban maestro.
- De acuerdo.

Se alejaron con soltura mientras Isaac les miraba. De repente se sintió muy solo y como impulsado por una fuerza invisible, les siguió. Si aquel maestro daba clase en alguna escuela quizás pudiera enseñarle a él también como a los otros niños y acogerle... Demasiadas suposiciones se hacía para su situación, pero caminaba deprisa, a cierta distancia de ellos. Quería conocerles. Salieron de Rodorio y pasaron algunas casas alejadas, adentrándose en las montañas. De repente les perdió de vista y alcanzó a divisar tres siluetas que se movían rápido. Intentó seguirlas, pero ya no pudo y las perdió totalmente de vista. Miró a su alrededor. Allí sólo había piedras y montes y ni una sola persona. Avanzó esperando encontrar alguna vivienda donde estuvieran aquellos chicos, pero se topó con un inmenso muro de piedra. Estaba claro que se había perdido. Resignado, dio media vuelta y volvió tras sus pasos, en dirección al pueblo, pero al instante oyó que conversaban tras de él. Se giró y vio a dos personas vestidas igual que los niños aquellos. ¿Cómo habrían logrados pasar por el muro? Quizás hubiera alguna puerta secreta... Isaac les miraba boquiabierto y los otros algo extrañados a él.
- Debe ser un nuevo aspirante que se ha perdido - dijo un adolescente observándole. Isaac tenía pinta de venir de viaje.
- Sí, eso parece - dijo otro adolescente.
- ¿De donde vienes? - preguntó el mas corpulento.
- De Finlandia - alcanzó a decir algo confuso.
- Lo ves, Dante, es un nuevo aspirante - dijo el otro como si la respuesta de Isaac fuera suficiente para aclarar las dudas - Te llevaremos ante el Patriarca.

Isaac no sabía por qué pero no había dicho que no era un aspirante, ni que se había perdido persiguiendo a unos niños que vestían como ellos, simplemente se calló, y el que calla, otorga. Los dos jóvenes se dirigieron hacia el imponente muro. El mas corpulento se volvió para mirarle.
- ¿Vienes o no?

El niño asintió y les siguió, pero se detuvo por completo cuando vio que aquellos chicos iban a estrellarse contra el muro. El de la larga melena pasó a través de la roca, como si fuera un fantasma, lo que provocó que Isaac se quedara como una estatua. El llamado Dante le miró apresurándolo y el niño le siguió como resignado. Cerró los ojos esperando darse un fuerte golpe contra la piedra, pero lo único que sintió era como le llamaban.
- Chico, te llevaremos ante el Patriarca - Isaac abrió los ojos y miró fijamente a los dos jóvenes que lo observaban con desinterés.

Caminaron y él les siguió, maravillado al contemplar el extenso panorama que se le presentaba. Un sitio que parecía muy antiguo, con muchas zonas y al fondo desde el pie de la montaña una larga hilera de escaleras con templos en el recorrido, para acabar en uno grande, tras el cual se observaba una estatua gigante. Deseó preguntar quien era, pero optó por pensar que aquello no le traería nada bueno, si él iba a ser aspirante a lo que sea, tendría que saber a que o sino la ignorancia lo delataría.

Caminaron hasta hallarse a los pies de una escalinata, donde un poco mas arriba se alzaba un templo griego con un símbolo extraño en el frontal. Allí había varios hombres que parecían guardias.
- ¿Qué queréis, caballeros? - preguntó uno de ellos.
- Queremos llevarle al Patriarca un nuevo aspirante - dijo Dante.
- Lo siento, pero hay órdenes de que nadie camine por las doce casas.
- ¿Cómo, eso es una orden nueva? - preguntó extrañado Capella.
- Eso es. Sólo los caballeros de oro y sus discípulos pueden atravesarlas.
- ¿Y que hay del chico entonces? - preguntó Dante - El Patriarca ordenó que él daría el visto bueno a los posibles aspirantes.
- Eso no ha cambiado. Pero yo llevaré al crío.
- Bueno, ahí lo tienes - dijo el corpulento con desgana. Y ambos se marcharon sin despedirse, dejando a un confundido Isaac.
- Ven conmigo - el guardia comenzó a subir las escaleras e Isaac le siguió lleno de curiosidad.

Después de mucho caminar y pasar por inmensos templos que parecían estar desiertos, se detuvieron frente a una gran puerta, ante la cual había dos guardias. Se retiraron y les dejaron pasar. Isaac se maravilló al contemplar aquel inmenso salón lleno de columnas, con un largo corredor y una alfombra roja en el centro que lo recorría. Al fondo había un trono y tras él una enorme cortina. Conforme se aproximaban le latía con mas fuerza el corazón. ¿Y si aquel Patriarca descubría que era un farsante? ¿Qué haría con él, le dejaría marchar?. El guardia colocó una rodilla en el suelo y bajó la vista e, instintivamente, Isaac le imitó.
- Gran Patriarca, le traigo un nuevo aspirante - anunció.
- Bien, puedes retirarte - dijo con voz grave. Isaac levantó la vista. Lo que vio le asombró sobremanera. Ante él había un hombre con una especie de máscara oscura cubriéndole el rostro y llevaba una larga túnica oscura también. Parecía bastante corpulento y tenía el pelo muy largo, como casi todos los de allí - ¿Cuál es tu nombre?
- Isaac, señor - respondió con educación.
- ¿Quién te indicó que vinieras? - prosiguió. Isaac se estremeció. Nadie le había dicho que fuera. No tenía escapatoria y se delataría sin quererlo.
- Pues... - no sabía que responder y tampoco podía inventar. Optó por decir la verdad - Nadie, señor.
- Has venido por voluntad propia, entonces. ¿Deseas ser un caballero de Atenea? - Isaac estaba mas sorprendido a cada frase, pero su rostro no lo demostraba. Estaba impasible porque sabía que debía hacerlo o sino quien sabe lo que le ocurriría. Sin quererlo se había metido en la boca del lobo.
- Si - respondió firmemente.
- Espero que tengas claro donde estás y lo que vas a hacer. Muchos hablan de las virtudes de los caballeros de Atenea y muchos quieren ser uno de ellos. Muchos también perecen y pocos consiguen seguir en la Orden. Pero ya no hay marcha atrás. Sólo hay dos formas de salir del Santuario solo: una como caballero portando una armadura, la otra con los pies por delante - Isaac tragó saliva - ¿Tienes experiencia en la lucha?
- No
- Bien, empezarás a entrenar desde cero. Si continúas con vida, te asignaremos un maestro.
- Si - alcanzó a decir.
- Que Atenea te guíe - dijo el Patriarca con tono mas agradable.

Isaac hizo una especie de reverencia y siguió al guardia que de nuevo había entrado a por él. Esperaba permanecer con vida el mayor tiempo posible y lograr adaptarse a su nueva situación, pero, ¿qué le depararía realmente el destino a partir de ahora?


Continuará.


#2 Guest_Alpha-God-Warrior_*

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Publicado 21 octubre 2003 - 16:03

Esta GOOD, ademas Isaak es mi marino favorito...  continualo jeje

#3 Guest_Vinka_*

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Publicado 04 noviembre 2003 - 15:10

Oh gracias Alpha-God-Warrior, me alegro de q te haya gustado. Cuando tenga tiempo lo seguire.^^

#4 cthulhu

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Publicado 08 noviembre 2003 - 00:19

Esta bueno el fic , muy bien narrado espero que tengas tiempo para seguir relatando tu punto de vista a cerca de la vida de Isaac, por lo que he leido va bien te felicito.
saludos thumbsup.gif
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Me he enterado que fui mejor escritor del 2003
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