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El Mito del Santuario


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#661 Cannabis Saint

Cannabis Saint

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Publicado 09 noviembre 2018 - 16:21

Excelsior compañero, te has lucido con estos dos últimos capítulos, el de Milo dándole mucho mas protagonismo como en SSho, muy bueno, y el de muu, ni hablar, la batalla con Myu pues estuvo buena pero el desenlace fue supremo, la desesperación que me trasmitió y como manejaste desde otra perspectiva la muerte de Atena muy bueno, a esperar el próximo capitulo para ver si escribes toda la escena final de la saga del santuario, aunque falta ver que ha pasado con los plateados y Violeta, gracias por compartir tu fic (para mi una obra literaria) jaja hace mas tolerable la espera del gordo Martin y su WoW, saludos

Editado por Cannabis Saint, 09 noviembre 2018 - 16:22 .


#662 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 11 noviembre 2018 - 15:26

Wow... esos son bastantes cumplidos. Algunos que no creo merecer jaja Pero vamos, muchas gracias. Aunque sí llevas razón en que escribir sí me hace pasar el rato mientras Martin y Rothfuss sacan los libros que les faltan... par de flojos.

 

Pero en fin. Muchas gracias compañero.

 

 

Aviso importante: Terminé de escribir este arco, lo que sería el volumen 4. Faltan aproximadamente 10 capítulos más que publicar, que ya están listos. Estoy ya armando el volumen 5, y les adelanto que ya es muuuuuuy diferente a lo que vimos en Inferno, tal como prometí.

 

Ahora, vamos con el capítulo de hoy, protagonizado por el caballo alado.

 

 

SEIYA III

 

Tú debes estar siempre con Atenea, nadie más que tú. ¡Ve con ella tan pronto como puedas! Tú sí que no debes faltar, o todo estará perdido, Seiya. Eso había dicho esa misteriosa anciana en el monte Fuji. Eso había dicho…

 

Se encontraba en su departamento, en el segundo piso de la casa de playa que los Kido le habían pagado, un par de días después de que lucharan contra Ikki y las Sombras de Reina de la Muerte. Acababa de ducharse, solo llevaba puestos unos shorts. La lavadora hacía ruidosamente su trabajo mientras él lavaba los vasos donde había bebido Coca junto a Geki y Ban hasta entrada la noche tras el partido del Cerezo Osaka contra el Jubilo Iwata. Su cabello chorreaba, así que se puso una toalla encima de la cabeza para no manchar más la vajilla. El Osaka había perdido.

De pronto, el timbre sonó y salió a abrir, despreocupado. Se encontró de frente con Saori Kido, a quien las mejillas se le tornaron rosas mientras se llevaba la mano a la boca, y él casi se cae de espaldas ante la ropa tan elegante que llevaba ella. De pronto recordó que su departamento era un desastre, que había dos cajas de pizza tiradas en el suelo (una de las cuales no estaba completamente vacía), la bolsa de basura junto a la puerta, y un montón de papas fritas por allí y por allá.

Probablemente nunca se había movido tan rápido en su vida hasta ese instante. Cerró la puerta, corrió, sacó la aspiradora y la pasó, corrió, metió la basura al depósito, corrió, se colocó camisa y calcetines, corrió, se secó bien el cabello, corrió, y volvió a correr hasta la puerta, que abrió.

—Hola.

—Hola, Seiya. Pensé que me encontraría con algo más desordenado.

—Lástima que tengas una opinión tan agradable de mí…

—Tenemos que hablar sobre Ikki…

—Sí, lo sé.

Todo por una chica.

 

Luego la escena cambió. Era Navidad, se había colado a los Doce Templos y llegó hasta el Templo Corazón, donde le regaló a Saori un accesorio con forma de un Pegaso para recogerse el cabello, que lució la noche que declaró la guerra contra el dios Poseidón. Aunque esperaba sorprenderla, él fue quien se llevó la sorpresa cuando ella reveló que le estaba esperando, y le tenía también un presente: un relicario para el cuello con una imagen magnífica, pintada al óleo, de una Seika sonriente. A diferencia de Shun, que llevaba su collar a todos lados, él dejaba el relicario en casa cuando tenía que combatir.

El resto de aquella mañana, antes de que los Santos de Oro se aburrieran de fingir que no lo habían visto pasar y lo sacaran del Templo Corazón a patadas (cortesía de Aiolia, claro), habló con Saori por lo que parecieron muchísimas horas. Hablaron y se dijeron cosas que meses antes jamás se habrían atrevido a decir, pero todavía menos de las que hubieran deseado expresar. La había detestado con todo su corazón, pero también se había arrojado de cabeza al Sustento Principal para salvarla.

—Sé que soy la diosa Atenea y todo eso… pero realmente lamento tener que darte órdenes, Seiya.

—Saori, yo no lucho porque tú me lo ordenes —le dijo, con la mano aún sujeta entre las suyas, luciendo su collar de flores que nunca se marchitaban.

—¿Entonces?

—Deberías saber la respuesta.

Todo por una diosa.

 

El universo volvió a cambiar.

Un precioso mar de flores multicolores hasta donde alcanzaba la vista, aunque apenas era consciente de ello. Jamás había visto un escenario igual o más espectacular que ese. El cielo azul, estaba cubierto de nubes, pero también de pequeños destellos como estrellas y dos lunas, una llena y otra en cuarto creciente. Todo era verde o azul, con excepción de su pecho, rojo escarlata sobre una armadura azul plateado.

Podía oír tres cosas: un riachuelo corriendo, las pisadas apresuradas de Saori, acercándose, y su propia respiración entrecortada. La diosa Atenea, vistiendo ropas demasiado relucientes para distinguir qué eran, se derrumbó sobre él con el rostro muy cerca del suyo, apoyando las manos sobre su pecho carmesí, el cual se cubrió de tiernas lágrimas.

Saori le decía algo, pero no le comprendía bien. Solo podía ver las marcas de su llanto, su boca abriéndose y cerrándose rápidamente, como si gritara desesperada, su cabello castaño cayendo sobre la hierba, pero no sus ojos.

—No llores… Esta herida no es nada, es algo superficial. A-aunque no te oigo bien… ¿qué dices?

¡Seiya! ¡Por f…!

­—N-no, no llores… es nuestro deber proteger a Atenea, ¿no?

¡Sei…! ¡No me…!

—Por favor, no llores…

 

03:00 hrs. 16 de junio de 2014.

Le dolía el pecho como mil demonios. Todo temblaba. ¿Un terremoto? Seiya no podía concentrarse en nada, estaba mareado, no podía pensar nada bien. ¿Qué era ese dolor tan intenso a la altura del corazón? ¡Parecía querer salirse!

¿Había estado soñando algo? ¿Una pesadilla? No. Parecían recuerdos de meses atrás, cuando todo era un poco más fácil. El asunto con la vajilla, el intercambio de regalos… ¿había algo más? ¿Qué era ese jardín tan grande?

—¡Seiya!

Al fin abrió los ojos. Se encontró de frente con un par de ojos verdes, y su corazón pareció calmarse un poco. El terremoto se detuvo, y solo el barro se movía montañas abajo.

—Shiryu…

—¿Puedes levantarte?

El Santo de Dragón le tendió la mano y le ayudó a salir del agujero donde se hallaba. El Templo de la Doncella ya no existía, había escombros por doquier y el polvo no dejaba ver nada de los alrededores, con excepción de sus amigos. Hyoga ayudaba a Shun a ponerse de pie, no muy lejos suyo. Los cuatro habían perdido gran parte de sus armaduras, a pesar de que antes se habían tornado doradas.

—¿Dónde están Muu y los otros?

—No lo sé —contestó Shiryu.

—¿Y Saga y los demás?

—Tampoco lo sabemos.

—Qué terrible… la Exclamación de Atenea —dijo Shun, antes de interrumpirse para vomitar algo de sangre.

—Supongo que se dirigieron todos al Templo Corazón —aventuró Hyoga, mirándole con su único ojo bueno. Pudo ver allí lo mismo que Seiya pensaba.

—Tengo un mal presentimiento. ¿Por qué habrían ido todos juntos allá, tan cerca de Saori? —Al pronunciar ese nombre, el dolor en el pecho, cerca del corazón, regresó con mayor intensidad que antes.

Un nuevo temblor remeció la tierra nuevamente. Esta vez parecía más fuerte, pero ninguno se enfocó en ello.

—¡Seiya!

—¿Qué ocurre, Seiya?

—Es este mal presentimiento, no me lo puedo quitar de la cabeza. —Todo le daba vueltas, por su mente pasaban imágenes infinitas de distintas expresiones faciales de Saori, todas las que conocía, toda su complejidad, todos sus detalles.

No llores…

Todo por una mujer.

 

Seiya dirigió la mirada a la parte alta de la montaña, y a pesar de sus múltiples heridas y dolores (más de las que esperaba, de verdad le había caído un templo griego encima) se dirigió en carrera a lo que quedaba de las escaleras. Tropezó tres veces y no le importó. El sismo continuaba.

Shiryu, Shun y Hyoga lo persiguieron. Con el cansancio y daños que tenían, no podían esperar llegar tan lejos, así que ahora solo los motivaba la determinación y su ardiente sangre.

¿Qué podía haber ocurrido? ¿Por qué le dolía tanto el corazón? ¿Por qué corría más rápido que en toda su vida, tan acelerado? Sentía la sangre corriendo por su frente desde su cabeza, pero le molestaba más el dolor de garganta y sus labios secos. Cayó o tropezó cinco veces más antes de llegar al Templo del Escorpión, y repitió frente al del Centauro, pero ni siquiera recordaba ponerse de pie antes de seguir corriendo. Sus amigos debían estar tan cansados como él, pero ninguno dejaba de correr.

Al pasar junto al testamento dejado por Aiolos, Seiya se derrumbó, pero esta vez no se puso de pie. No pudo hacerlo hasta que Shiryu, otra vez, le tendió la mano. El Dragón lloraba sin cambiar la expresión serena de su rostro. También Andrómeda, más atrás, derramaba lágrimas sin cesar, sentado en el suelo. El Cisne contemplaba atentamente el testamento, dejando que su cabello ocultara sus ojos.

—C-chicos… —al pronunciar esas palabras, notó que sus labios sabían a sal. Estaba llorando, al igual que ellos. De la misma manera que cuando entraron a aquel templo por primera vez.

ta paidia hrqan edo

afhno thn Aqena oe sena

AIOROS

 

A los jóvenes que han llegado hasta aquí, les encomiendo el cuidado de Atenea. AIOLOS.

 

Seiya se apartó de Shiryu y le dedicó una mirada horrorizada. Shiryu no parecía entender qué sucedía, hasta que de pronto sus ojos y labios se abrieron, soltando una silenciosa exclamación. Hyoga y Shun también cruzaron miradas de mudo terror.

Esta vez el temblor se convirtió en un verdadero terremoto. El techo de lo que fue la casa de Aiolos comenzó a derrumbarse. Entonces Seiya lo comprendió.

El Santo de Pegaso gritó algo que no se molestó en recordar y corrió, esta vez sin tropezar ni una sola vez. Corrió y corrió. No importaba lo que sucediera, ni quien estuviera detrás suyo, ni siquiera si llegaban enemigos a detenerlo. Nada importaba más que ella. Los Templos de la Cabra, la Urna y los Peces fueron quedando atrás a medida que los segundos, minutos y tal vez horas transcurrían. Debía darse prisa, sin importar lo que sucediera.

Abrió de una patada las puertas del Templo Corazón y rasgó las cortinas detrás del trono dorado. Subió las escaleras convertido en un verdadero caballo alado, o en un cometa que surca las estrellas, de la misma manera que cuando salvó a aquella boba muchacha de Jamian y Shaina.

Por favor, no llores…

Todo por ella.

 

03:45 hrs. 16 de junio de 2014.

Una horrible mancha de sangre cubría como una alfombra diabólica el piso del Ateneo, frente a la gran estatua, que le dedicaba una mirada de absoluta decepción. A sus pies se hallaba el más horrible de los escenarios, y una daga maldita. Y Seiya sintió que su corazón se despedazaba. No quería ver eso… no quería saber nada, ¡pero no podía dejar de mirar, aunque el templo entero se tambaleaba!

Saori flotaba al interior de un portal, junto al faldón de la estatua. Flotaba con una rajadura en la garganta de la que salía un río de sangre en un arco que no acababa de ser atrapado por la gravedad. Era como si estuviera atrapada en el tiempo, como si fuera una imagen irreal, un retrato de la muerte misma, perforando el tiempo y el espacio, así como sus sentimientos. Ni siquiera su vestido o su cabello emitían algún tipo de movimiento.

Bajo el portal estaban sus cuatro doncellas, Sophía, Europa, Phedra y Megara, formando un círculo enlazadas por las manos, sumamente concentradas, con los ojos cerrados y las cabezas alzadas hacia Saori, soportando el terremoto con toda voluntad. Seiya no les prestó demasiada atención y corrió con todas sus fuerzas. Debía sacarla de allí… Era la Otra Dimensión, así que Saga debía ser el culpable. Pero, ¿quién le había hecho esa herida? ¿Por qué Saori no se movía? ¿Por qué no podía sentir su Cosmos? ¿Por qué sentía tanta angustia?

Tú debes estar siempre con Atenea, nadie más que tú. ¡Ve con ella tan pronto como puedas! Tú sí que no debes faltar, o todo estará perdido, Seiya.

 

¡No podía quitarse esas palabras de la cabeza! Su corazón le dolía como mil demonios, a pesar de haberse olvidado ya del sueño que lo provocó.

Megara abrió los ojos y las otras chicas se tambalearon, intentando conservar la concentración. La rubia doncella presentó una expresión de intensa sorpresa y no tardó en tratar de detener al Santo de Pegaso.

—¡Seiya! ¡No vengas! ¡Detente, Seiya, o no podrá volver!

—¿¡Qué!? —gritó Pegaso, sin detener su carrera. Ya estaba muy cerca de saltar al interior del portal de Saga.

—¡Si te acercas, no podrá volver del inframundo, Seiya!

Seiya no quiso oír. ¿En el inframundo? ¿Qué tontería era esa? Eso significaría que Saori estaba… ¡Saori no podía estar muerta! Así que corrió y corrió, y casi tuvo que pasar por encima de Europa, que estaba frente a él, intentando no abrir los ojos, hasta que el Santo de Pegaso se detuvo de golpe, cayendo en el piso.

—Tranquilo, Seiya… no es momento —le dijo su amigo de las estrellas, el que siempre lo arrastraba a la tierra, mirándole desde arriba.

—S-Shiryu… —Sin embargo, Seiya notó que, aunque aparentara tranquilidad, los puños y barbilla de Shiryu temblaban, y sus ojos estaban cristalinos.

—Podemos empeorar esto. Nos deben explicar qué sucedió, Megara —dijo Shiryu, pero la muchacha ya había vuelto a su profunda concentración en la suerte de ritual que tenía con las otras chicas, que también se recompusieron. Solo en aquel momento, Seiya notó que las cuatro doncellas desprendían un tibio Cosmos dorado de sus cuerpos.

Shun cayó de rodillas sobre la mancha de sangre, llorando a mares. Hyoga, de pie a su lado, miraba atentamente el portal donde se encontraba Saori, y fue el primero en pronunciar las palabras aterradoras que Seiya se había esforzado por no escuchar. Las palabras que conocía en lo profundo de su corazón.

—Está muerta, Seiya. Atenea está muerta.

 

Otro terremoto intenso azotó al Santuario. A esa altura, se sentía mucho peor que en el Templo de la Doncella, pero Seiya ni siquiera se inmutó. Estaba ocupado golpeando el piso manchado de sangre de Saori, donde reposaba una horrible daga dorada, cuyo filo lucía un oscuro tono carmesí. A su lado, Shun lloraba desconsolado, y detrás, Shiryu y Hyoga tenían las cabezas gachas.

—N-no puedo… no puedo creer lo inútil que soy —lamentó Seiya, mirando su propio reflejo en el filo de la daga dorada—. ¿Para qué diablos existo? Se supone que soy un Santo de Atenea que la protege… ¡pero no hice absolutamente nada para proteger a Saori!

—Seiya, lamentarnos no nos va a…

—¡Haré lo que quiera, Hyoga! —Cuando le dirigió la mirada, comprendió que el Cisne estaba lidiando con sus propios demonios, y ocultaba el rostro con una de sus manos. Seiya volvió los ojos llorosos a la mancha de sangre y tomó la daga que flotaba sobre el horrendo charco rojo—. Maldita sea, mierd.a… fallé… ¡no pude hacer nada! ¡¡¡Todo lo que hice por ella se fue a la mierd.a!!! ¡Soy un maldito inútil!

—Maldición —masculló Shun, con el rostro entre las manos—. ¿Por qué pasó esto? ¿Cómo ocurrió esto? M-maldición…

—Nunca perdonaré a Saga por lo que hizo… ¡ni a esta daga! ¡La odio! —Seiya arrojó el cuchillo dorado lejos, harto de ver la sangre de la diosa, pero el arma divina descendió dócilmente a los pies de un hombre de armadura oscura.

—No fue Saga; fue Kanon. Y si no fuera por él, Atenea no tendría una segunda oportunidad, así que deja de lloriquear, Pegaso.

Seiya elevó la mirada, y sus cuatro amigos lo imitaron. Para su sorpresa, esta vez también el cuarteto de doncellas abrió los ojos, clavándolos en el intruso, el regio hombre de ojos color de rosa, de porte imponente y voz estruendosa. Un Espectro.

—¿Quién carajos eres tú? —preguntó Seiya, apenas logrando pronunciar bien las letras.

—Seiya, él es el Sumo Sacerdote del que les hablé, Sion de Aries. —Shiryu se adelantó con lo que quedaba del escudo en alto, acompañado por Hyoga, que estaba ya preparado para dar un combate—. ¡Sion! ¿Dónde está mi maestro?

—¿Sion de Aries? ¿El Sumo Sacerdote y maestro de Muu? —inquirió Shun, tras ponerse de pie. Su cara indicaba pura e infinita pena.

—¡Un traidor! —Hyoga saltó junto con Shiryu, al mismo tiempo que Phedra soltaba un grito y era contenida por Europa.

El Polvo de Diamantes y el Dragón Ascendente se manifestaron en el Ateneo, pero fue Hyoga el que resultó, tras una confusa milésima de segundo, congelado en el acto. Shiryu salió volando por los aires.

—Tienen que intentar mantener la calma —expresó Sion, aquel hombre que se había vendido a Hades por la vida eterna, junto a Saga y los otros. El Espectro dio un paso adelante, y luego otro, y avanzó con imponencia hacia el portal donde Saori se encontraba—. Ah, y sobre Dohko, él tiene sus propias obligaciones…

—¡Shun, hay que proteger a Saori a toda costa!

—¡Sí! —Andrómeda convocó el poder de la Cadena Nebular, pero para sorpresa de ambos, unas cadenas casi idénticas, de energía pura, surgieron de los brazos del Espectro y los azotaron a ambos, con suma facilidad.

Seiya se puso de pie y atacó de nuevo, a pesar de sus horribles dolores. El ardor en el pecho no había desaparecido, pero del corazón era de donde salía el poder del Cosmos. Sin embargo, algo similar debía tener Sion, y mucho más veloz, porque antes de que Seiya empuñara la mano, ya su cuerpo entero se encontraba deshecho sobre el suelo, completamente agotado.

Era un fracaso.

—Les dije que se calmaran. Este no es momento para lloriqueos, sino para que tomemos acción —exclamó Sion, ya junto a las doncellas, de un momento a otro—. ¿Ustedes son las asistentes de Atenea?

—U-usted… —masculló Phedra, aterrada. Sophía trató de tomar en su lugar la palabra, como la líder que era.

—N-nos dijeron que no debíamos dejar que nadie… que nadie se…

—Sí, eso está muy bien. Aguanten lo más posible y no pierdan el enfoque. La verdadera batalla solo acaba de comenzar.

Seiya no entendía absolutamente nada. Su cuerpo era retorcido por los sismos, su corazón sufría tanto física como emocionalmente, pero su mente al fin halló un espacio que no pensaba en Saori, la mujer que debía proteger y acompañar. ¿No era Sion el traidor que se había vendido a Hades? Como siempre, Shiryu hizo evidentes sus pensamientos.

—Sion de Aries, ¿de qué estás hablando?

—Atenea está muerta, pero la batalla acaba de comenzar. Ni siquiera ella se ha rendido, a pesar de estar ante las puertas del inframundo. Tampoco ninguno de los Santos ha perdido el espíritu de combate.

Sion, el antiguo Sumo Pontífice, se arrodilló sobre el charco de sangre, donde antes habían estado Seiya y Shun. Aunque les daba la espalda, pudieron escuchar sus sollozos, unos llenos de culpa, frustración y sufrimiento sin iguales. Tenía la daga en la mano, pero no parecía que lo usaría sobre nadie.

Era como… como si no fuera un enemigo, pensó Seiya, que había dejado de intentar entender las cosas.

—Les diré todo, Santos de Bronce. Les diré la verdad tras la muerte de Atenea y de Shaka. Pero primero… necesito que se calmen.

Y solo en ese momento, les dedicó su verdadera mirada, unos ojos tristes del color de pétalos de cerezos. Los ojos devotos de un Santo de Atenea.


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#663 Cannabis Saint

Cannabis Saint

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Publicado 11 noviembre 2018 - 19:29

Muy buen capitulo y es que comparo tu estilo al de Martin ya que es similar y creo eso hizo leer el fic, saludos y muy buen capítulo, aunque los de seiya no se no me gustan mucho ya que es el prota que no me cae nada bien, jaja! Pero estuvo bueno especialmente el enamoramiento con Saori san! Esperando por mas!

#664 -Felipe-

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Publicado 17 noviembre 2018 - 12:16

Bueno, sí añadí algo sobre Martin al principio, aunque más relacionado a la estructura de los capítulos. De todos modos gracias por el elogio, y por seguir comentando! Sobre Seiya... vamos, que a nadie le cae demasiado bien xD Pero trato de hacerlo más humano, menos obsesivo, más gracioso y agradable, y menos perfecto. Ojalá resulte.

Saludos :D

 

RADAMANTHYS III

 

04:20 hrs. 16 de junio de 2014. Hora de Grecia.[1]

—¿Cómo que murió? —inquirió Radamanthys, súbitamente nervioso ante una noticia que evidentemente debería haberlo puesto feliz. Casi suelta el vaso de cristal, lleno de whisky, que sostenía en la mano.

Frente a él se hallaba un gran cuadro, una pintura que mostraba a los miembros de la familia Heinstein, el padre, la madre, el dálmata familiar y la pequeña de coloridos y vibrantes ojos que le sonreía. Era el demonio encarnado y parecía reírse de él, igual que los demás, a pesar de que estaban más que muertos. Radamanthys sabía a qué se enfrentaría muy pronto.

—Sí señor, croac, croac, solo sobrevivió una de las Hadas, y nos informó bien de la situación, jejeje —rio Zeros, obviamente de un chiste que solo ese asqueroso podría entender, porque al Magnate del Inframundo no le parecía encontrar nada que fuera gracioso—. Saga recibió una daga de sus manos, ¡pero fue la misma Atenea la que se quitó la vida, croac!

—¡No puedo entenderlo! Es ridículo, ¿cómo llegó a ocurrir eso?

—Es todo lo que sé, mi querido señor Radamanthys, jiji —rio Zeros, sin parar. Radamanthys ya comenzaba a entender por qué—. Eso debería ser un gran triunfo para nosotros, ¿no? Por eso no logro comprender croac, por qué Lady Pandora está tan enfadada con usted, jejeje.

—¿Qué tanto parloteas, Zeros? —le intentó amedrentar el Minotauro, pero el Wyvern le detuvo con un gesto de la mano.

—¿Lady Pandora descubrió lo de mis Espectros, entonces? Lo imaginaba.

—Sí, incluyendo el hecho de que tantos de nuestros queridos hermanos, más de una quincena de nuestros amados Espectros, perdió la vida en la batalla, croac, je. Qué cosa más lamentable, ¿verdad, señor Radamanthys?

—Silencio, Zeros… iré a reportarme ahora mismo con Lady Pandora, así que no hables más del tema.

—Por supuesto, mi señor Radamanthys. —Y aunque nadie se lo había pedido, el Espectro de Rana se fue dando saltos en dirección al salón de Lady Pandora, como si fuera su guía. Como si el Wyvern no conociera ese maldito palacio como la palma de su mano. ¡Tenía unas ganas enormes de aplastar a ese anfibio con ella!

Evidentemente, sus cuatro guardias de élite, Basilisco, Minotauro, Alraune y la Arpía lo siguieron con una elegante y protocolar distancia. No les habría importado sacrificarse en lugar de su señor, el Wyvern espectral.

 

Lady Pandora parecía inclemente. Justa, pero cruel; bella, pero peligrosa, detrás de su gran arpa negra, vestida con sus mejores ropas de luto. Junto a ella se encontraba el gato Cheshire, su leal sirviente. Detrás de Radamanthys se arrodillaron sus cuatro Espectros de élite, y más allá Zeros se puso a esperar unas instrucciones que nunca llegarían, solo para poder observar.

—Wyvern.

—Lady Pandora. —«¿Me ha mandado a llamar?», podría haber preguntado, pero no tenía caso. Era obvio lo que ocurriría, y no había necesidad de sutilezas. Solo restaba esperar el sermón y posterior castigo.

—¿Por qué enviaste a los Espectros del señor Hades al Santuario sin permiso?

Tocó una singular y tenebrosa cuerda tras terminar la pregunta, y el Wyvern sintió un leve escalofrío. Solo ella podía provocarle tales reacciones.

—No tengo excusas.

—¿Pretendías usar a tu tropa para oponerte a las órdenes de tu rey y dios?

—¿Qué? ¡Por supuesto que no! —Sintió cómo se tensaban Queen y Gordon detrás suyo, y tuvo que calmarse rápidamente para que no reaccionaran erróneamente ante ella—. Solo… Lady Pandora, solo sentí que era lo apropiado. No confío en los Santos resucitados por el señor Hades.

—¿Sabes que veintitrés Espectros han perecido ya? Muchos de ellos murieron por culpa de tu desobediencia y rebeldía. —Pandora tocó otra nota, mucho más aguda que la anterior. Radamanthys tuvo que tensar más los músculos para mantenerse de rodillas, pues sintió que sus dedos del pie izquierdo se desgarraban.

—Y eso nunca debió pasar… Confiaba en que los Santos no fueran rival para ninguno de nosotros. Debieron usar algún truco.

—“Confiaban”. “Debieron”. Meras suposiciones. —Una lágrima bajó por la mejilla derecha de Pandora, y Radamanthys supo que sufriría—. Ellos murieron en vano, aunque el señor Hades no desea su sufrimiento. Y en vano… ¡porque Atenea se ha quitado la vida!

Lady Pandora comenzó a entonar una terrible melodía. No en el sentido de una sonata desagradable al oído, sino en el efecto que producía. Radamanthys no sabía nada de música, nunca había tenido oído para ello, así que no podía identificar a qué género pertenecía la tonada, solo que era dolorosísima. Lady Pandora lo torturaba con la música generada por el arpa, o quizás solo con su energía. Quizás el arpa era solo un adorno, o un recordatorio para que Pandora no lo asesinara, llevada por la ira y el dolor. En la música se presentaban la angustia y la decepción, la tristeza y la pérdida, entrelazados como bestias en combate. Cada nota, cada cuerda que la dama de ojos oscuros rasgueaba era una espada clavada en el cuerpo del Wyvern, penetrando su piel, rasgando sus tendones, desgarrando sus músculos, quebrando sus huesos con un cierto grado de facilidad.

Radamanthys sabía que debía aceptar ese castigo, pero le pareció que incluso si se estuviera enfrentando directamente a Lady Pandora, ella le tendría exactamente en las mismas condiciones, con casi la misma desenvoltura. A sabiendas de ello era que Sylphid, Valentine, Queen y Gordon no hacían más que observar, tragándose la frustración y las ganas de usar los puños. Podía sentir su ira, la desazón de observar a su señor bajo el yugo del suplicio.

Sus brazos y piernas eran atenazados por pinzas ardientes que tiraban con una brusquedad inaudita, amenazando con arrancarlos brutalmente de su cuerpo a la vez que quemaban sus nervios con relámpagos negros. Pandora comenzó a tocar con más vehemencia y velocidad mientras Zeros reía, Cheshire no perdía detalle y el Wyvern Radamanthys intentaba dejar de gritar para conservar algo de orgullo, sin éxito. Jamás había sentido tanto dolor físico. Su mente parecía a punto de reventar, como escape a la tortura.

—Raimi de Gusano, Myuu de Mariposa, Niobe de los Profundos, Giganto de Cíclope, Neilu de Fauno, Lube de Cangrejo, Caleo de Luciérnaga, Cube de Dullahan, Golea de Salamandra, Ochs de Gorgona, Mills de Elfo, Pirah de Tarántula, Hulda de Beorn, Ganon de Megalodon, Karak de Raya, Clover de Anaconda, Pleno de Trauco, Filene de Hormiga y Yashin de Chupacabras eran de tu tropa, entraron a los Doce Templos y fueron asesinados por tu propia mano —clamó Lady Pandora, a la vez que derramaba tenebrosas lágrimas y su mano se volvía una borrasca incesante. El Wyvern no sabía que el sufrimiento podía ser aún peor.

—E-espere… e-espere —se oyó diciendo. Jamás pensó que se sentiría así de humillante el rogar por un poco de descanso.

—Thailos de Gárgola, Fyodor de Mandrágora, Raybould de Upyr y Úrsula de Ceto también perecieron, entristecen al señor Hades… ¿y todo para que Atenea se quite la vida, así sin más?

—Debe haber alguna… —comenzó a decir Radamanthys, procurando buscar alguna salida al tormento, aunque también expresaba lo que había estado pensando y sintiendo desde que Zeros le dio la noticia—. ¡Alguna razón detrás!

—¡Insensato! Atenea está muerta, la victoria es de Hades. ¿No eres capaz de comprender que el problema es la cantidad de almas que llevaste al Más Allá? —La voz de Lady Pandora no daba lugar a dudas. A pesar de protestar contra una decisión, de mostrarse enfurecida y de llegar a gritar, en realidad seguía sonando como si no se hubiera alterado en absoluto; su voz era compuesta, siniestra, baja y profunda, como un lago abisal.

—¡Fue demasiado pronto! —saltó Valentine, como un imbécil. Pandora debió matarlo allí mismo, y todos lo sabían… pero le oyó.

—¿Arpía? —inquirió Pandora, sin dejar de rasguear las cuerdas. Radamanthys percibió los huesos de sus brazos ya salidos de su tronco—. ¿Tienes algo que decir?

—Y-yo… —Valentine volvió a ponerse de rodillas y bajó la cabeza como un buen perro entrenado—. Creo que debe haber una razón detrás… Atenea ha muerto ya antes, pero nunca tan rápido y m-menos por… s-su mano.

—Saga, Sion y los demás siguen siendo Santos, en el fondo —añadió Sylphid, sin preocuparse ni por un segundo de lo que pudiera hacer Pandora. Tenía nervios de acero que no podían perturbarse, como correspondía a su segundo al mando—. No sé si tramaron algo, pero el señor Radamanthys cree que hay algo más detrás de todo esto. Y yo creo en él.

—¿Atenea planeando algo tras suicidarse? ¿Pero qué podría hacer que nuestro rey y dios Hades no sepa? —Lady Pandora dedicó su mirada solo al arpa por unos segundos, reflexionando sobre su decisión. Debía saber que algo estaba mal. ¿Por qué Atenea tomaría su propia vida esta vez?

De pronto, la dama de negro comenzó a rasguear progresivamente más lento las cuerdas. El dolor en el cuerpo de Radamanthys, si bien seguía siendo horrendo y espeluznante, comenzó a cesar poco a poco.

—Zeros. ¿Con qué se mató Atenea? —indagó Pandora, y la rana asquerosa se acercó a grandes saltos, sin perder la oportunidad de dedicarle una sonrisa triunfadora al Wyvern, que ya vería cómo desquitarse con ese malnacido. Pensar en la forma de castigarlo lo distraía del suplicio.

—Con una daga que Saga utilizó en el pasado, según el hada, croac. Jejeje, tal parece que Atenea se dejó matar por Saga, que sostenía el cuchillo, “para aliviarles de su sufrimiento”, jajajaja.

Pandora lo pensó. Elevó la mirada y lo pensó. Radamanthys supo que su mente trabajaba más rápido que la de cualquiera; su mente ideaba millones de situaciones en un segundo, se proveía de la facultad divina para imaginar escenarios, tanto benéficos como perjudiciales, que pudieran nacer de cualquier premisa.

—Ya veo —dijo Pandora, y sin más aviso alejó las manos de la terrorífica arpa. Esta vez dirigió su mirada fría, desprovista de cualquier emoción, al Magnate, cuyos brazos cayeron al suelo. Al fin podía descansar, se había salvado—. Radamanthys.

—L-Lady Pandora… u-usted es justa. —Le daba asco decir eso, andar por ahí con elogios y alabanzas humillantes por esa mujer. Era asqueroso.

—Tal parece que tus preocupaciones son infundadas. Esta Atenea, a diferencia de las anteriores, se crio fuera del Santuario. Es la más humana de las encarnaciones de esa diosa, y por eso se decidió por una jugada innecesariamente empática, se quita la vida sin conocer las consecuencias para aliviar la frustración de sus ex Santos, ya libres del embrujo de las hadas. Una estupidez.

—¿D-dónde está la Atenea, entonces? —inquirió Cheshire, todavía sin quitarle los ojos de encima a Radamanthys. Parecía fascinado, y no había parpadeado en todo ese rato.

—En el inframundo, supongo —desestimó Lady Pandora, dejando su silla frente al arpa y avanzando hasta que quedó a un metro del magullado Radamanthys. El Espectro clavó sus ojos, humillados, en los suyos, sin saber qué decirle—. Wyvern.

—Sí, Lady Pandora. —Solo le quedaba agachar la cabeza, como siempre. Era un magnate, pero servía a Hades.

—Mis órdenes provienen del señor Hades, por lo que son absolutas. Todos aquellos que desobedezcan la voluntad del Rey del Inframundo recibirá su castigo, sin importar quienes sean. —Apoyó una mano, fría y firme, en su cabeza, pero no con intención de reconfortarlo, sino de humillarlo un poco más, empujando su nuca hasta que su frente tocó el suelo, con toda facilidad—. Pero el señor Hades te ha perdonado la vida, Radamanthys, porque eres útil para el Inframundo, porque sabe que no tuviste intención alguna de agravarlo, y porque confía en tu capacidad. ¿Comprendes?

—Sí, lo comprendo —contestó, como un perro amaestrado. Al mismo tiempo maldecía a todo el mundo; le estaban avergonzado en frente de sus propios sabuesos. «Put.a mierd.a, no puedo permitir que me trate así».

—Siento que aún tienes una posibilidad de resarcirte, Wyvern, dragón del infierno, y de demostrar tu entera fidelidad. ¿No es así, Lillis?

—Así es, Pandora, mi señora. —Lo que faltaba, la guinda para la torta de su bochornoso castigo. La maldita bruja que se ubicaba en la cima de los 108 Espectros surgió desde las malditas sombras, como si siempre hubiese estado allí, flotando sobre las cabezas de sus cuatro de élite. Era una maldita osada.

—¡Mefistófeles! —exclamaron Queen y Gordon, sin poder controlarse más. Radamanthys no los culpaba, pero tuvo que alzar un brazo dolorido como advertencia para no empeorar la situación. Ante eso, solo Alraune abrió la boca.

—Pero, mi señor, esta Espectro lo está…

—¡Silencio! —gritó el Wyvern, poniéndose de pie para recuperar su orgullo. Levantó la cara hasta que sus ojos se clavaron en los de la Estrella Líder.

—Uh, una gran voz usted tiene, Radamanthys señor —se burló Lillis, pero sin emitir una sonrisa con el rostro. Sus ojos echaban chispas detrás de su cabello y debajo de su ridículo sombrero de copa.

—¿Cuántas veces tengo que decir que el señor Hades no permite discusiones entre ustedes? —se alzó la voz de Pandora, y todo el mundo se calló de inmediato, como si les hubieran quitado repentinamente la lengua. Todo el mundo menos Zeros, la imbécil rana que todavía carcajeaba de risa—. Mefistófeles, ¿hay noticias?

—El señor Minos manda a decir que se está dificultando encontrar el alma de Saori Kido en el Inframundo, pero que no tomará mucho tiempo más —explicó la Espectro con voz y tono formales, sin absurdas deformaciones gramaticales—. Como hay muchos muertos esta noche, a manos de los Espectros, han llegado muchas más almas a la orilla del Aqueronte de la común y se están acumulando…

—Y Caronte no es de los que se cuestiona mucho —reflexionó correctamente Lady Pandora—. Continúa.

—No hay mucho más que agregar, aparte de que tres Santos de Oro y otros tres ex Santos arribaron al bosque hace un par de minutos. No, espere, debería decir que son seis Santos de Oro —se corrigió con un gesto teatral de las manos.

Sus cuatro Espectros de Élite se pusieron de pie. Cheshire soltó un chillido y Zeros retrocedió tras la falda de Lady Pandora, pero ella ni siquiera se inmutó.

—Era lo que esperaba que ocurriese. Radamanthys, esta es tu oportunidad de compensar tu error y la muerte de nuestros queridos Espectros. Encárgate de aquellos intrusos desesperados y muestra al Santuario el poderío real del ejército de Hades en nuestro territorio; Lillis, trae a Saga y los otros dos ante mí. Necesito saber qué ocurrió en el Santuario con exactitud.

—Sí —obedeció Mefistófeles, y se fundió en las sombras de sus propias alas de noche. Desapareció tan rápido como apareció.

—Así será —aseguró Radamanthys, tomando su yelmo de manos de Sylphid, que ya se lo estaba ofreciendo de antemano—. Vamos, es momento de demostrar el verdadero poder de un Espectro.

 

Eran tres, vestidos con armaduras amarillas que, a ojos del Wyvern, se vieron increíblemente frágiles. Los tres se hallaban en el patio frontal a las afueras del castillo, en el nivel inferior más cercano al bosque, buscando con la mirada el paradero de sus antiguos compañeros, que seguramente ya habían sido arrastrados por Mefistófeles. Ni siquiera podían seguirla con la mirada entre tres, era patético.

La verdad era que se habían presentado en paupérrimas condiciones. Fuera lo que fuese que les había ocurrido en el Santuario, no había sido fácil. Tenían varias heridas de distinta gravedad, uno de ellos tenía un agujero profundo en el abdomen, otro presentaba roturas en la armadura que evidenciaban un terrible poder de fuego. El de cabello violeta se presentaba agotadísimo, debía haber perdido muchísima sangre, y tanto Valentine como Sylphid se adelantaron a detenerlo; probablemente solo bastara uno, pero con tantos Espectros muertos y los ojos de Mefistófeles y las hadas cerca, era mejor tomar precauciones.

—Hazte a un lado —dijo el de ojos fieros, con yelmo de león. Era adorable que pensara que podía darle órdenes. Gordon no pudo evitar soltar una carcajada.

—¿A dónde creen que van?

—¿No es obvio? Mataremos a su líder, a los Espectros, y luego destruiremos todo este maldito lugar —le amenazó uno que comenzó a emitir unas tibias ondas de energía electromagnética para paralizarlo. Queen levantó los brazos sobre la cabeza, sin titubear.

—Es bueno que tengan sueños, pero honestamente me dan lástima.

—No puedes amedrentarnos… tú serás la primera víctima —dijo el que usaba casco de león. Gordon no pudo contenerse y casi llora de la risa. Al mismo tiempo, afiló su brazo, la Gran Hacha Destructora.

—¡Pues inténtalo, hijo de p.uta, ja, ja, ja, ja!

Ese fue el primer embate. Duró tan solo un par de segundos, pero el choque de energía arrasó con los Esqueletos cercanos y destruyó gran parte de la barrera del patio. Medio segundo después de que comenzaran, Queen saltó sobre su víctima, que tuvo que detener su nada sutil técnica, y amenazó al leal verdugo con una adorable uña roja.

Mientras tanto, Valentine disparó contra el Santo de Oro silencioso, que pudo convocar rápidamente un muro invisible delante suyo. Sylphid vio eso, desde luego, y convocó su aire venenoso, su Pudrición de Depredación[2], que, de inmediato, afectó al debilucho Santo.

Las demás batallas se sucedían rápidamente, de un lado para otro, con un millar de técnicas doradas que más parecían lucecitas de fiesta. Causaban daño, claro, pero para Radamanthys no eran la gran cosa, y sus hombres estaban bien entrenados para aprovechar las debilidades del oponente. El Gran Hacha Destructora dio brutalmente contra el abdomen del chico león; Queen inmovilizó al de la uña roja antes de darle una golpiza (y sinceramente, antes de que sufriera más pinchazos escarlatas, que no parecían poca cosa), y Valentine utilizó la Avaricia: La Vida, contra el de piel pálida, que estaba abrumado por el veneno.

Sin embargo, no era una batalla tan desigual. Esos Santos de Oro podían llegar a ser, eventualmente, algo peligroso; había algo de honor en reconocer las habilidades del oponente, al menos para darse cuenta de que, si crecían, podían dañarle alguno de sus dedos. Lo mejor era ponerlos en su lugar, antes que nada.

Radamanthys abrió las alas, las batió con fuerza y fiereza sin iguales, y voló al centro de la batalla, a igual distancia de donde Valentine, Queen, Sylphid y Gordon llevaron a sus respectivos oponentes, a sabiendas de todos los movimientos de aquel que los había entrenado milenios atrás. El patio se había hecho pedazos, y el Wyvern comprobó que sus hombres sangraban copiosamente… pero nada de eso importaba ante su poder. Ni siquiera se interesó en sus movimientos, realmente.

Solo sabía una cosa. No podía tomar a los Santos de Oro a la ligera, y por eso, desató su Cosmos con total brutalidad, haciendo uso de casi el cincuenta por ciento de su poder. No podía ir con simplezas. Su ataque era la Máxima Advertencia[3]… fue algo devastador. No había nada por sobre los Espectros de Hades.


[1] En Alemania, son las 03:20 horas.

[2] Depredation Decay, en inglés.

[3] Greatest Caution, en inglés.

 

 

 

 

 

 

 

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Aprovecho de mostrar una suerte de lista con todos los Espectros que han aparecido en Mito, hasta el momento, algunos datos extra y quién los asesinó. Idealmente esto irá en el pdf final también. Entre paréntesis, M, A o R dependiendo a qué tropa pertenecen.

 

 

Estrellas Celestiales:

 

1. Lillis de Mefistófeles (M), estrella del Liderazgo.

6. Aiacos de Garuda, estrella de la Majestad.

7. Radamanthys de Wyvern, estrella de la Ferocidad.

Técnica: Máxima Advertencia.

13. Violette de Behemoth (A), estrella Solitaria.

Asesinó a Ban a puñetazos.

16. Sylphid de Basilisco ®, estrella de la Victoria.

Técnicas: Pudrición de Depredación y Mirada de Abatimiento.

Segundo al Mando de la tropa de Radamanthys.

30. Fyodor de Mandrágora (A), estrella del Dolor.

*Por error mío, puse estrella Terrenal, cuando en realidad le corresponde la Celestial.

Técnicas: Colina Silenciosa y Chillido Estrangulador.

Se infiltró a Asgard para robar la Espada Balmung.

Fue asesinado por Hilda con dicha espada.

32. Gordon de Minotauro ®, estrella de la Prisión.

Técnica: Gran Hacha Destructora.

35. Valentine de Arpía ®, estrella del Lamento

Técnica: Avaricia: La Vida.

36. Tokusa de Hannuman (A), estrella de la Habilidad.

Asesinó a Nachi con un ataque sorpresa.

 

 

Estrellas Terrenales:

 

43. Raybould de Upyr (A), estrella del Héroe.

Técnica: Cría Silenciosa

Asesinó a muchos soldados rasos del Santuario.

Asesinado por Kazuma

44. Zeros de Rana ®, estrella de la Extrañeza.

48. Lube de Cangrejo ®, estrella de la Amplitud.

Técnica: Flechas de Pinza

Asesinado por Aiolia

51. Niobe de los Profundos ®, estrella de la Oscuridad.

Técnicas: Perfume Profundo y Fragancia Profunda.

Asesinó a Golge, y a muchos soldados rasos del Santuario.

Debilitó a Muu y Seiya en batalla contra Aphrodite, sin hacerse notar.

También debilitó temporalmente a Dohko en batalla contra Sion.

Fue descubierto y asesinado por Asterion.

57. Cheshire de Cait Sith (A), estrella de la Bestia.

Técnica: Escondidas.

60. Giganto de Cíclope ®, estrella del Salvajismo.

Técnicas: Gran Nudillo y Agarre del Gigante.

Asesinó a Jamian a golpes.

Asesinado por Shaka.

63. Pirah de Tarángula ®, estrella de la Locura.

Asesinado por Aiolia.

65. Ochs de Gorgona ®, estrella de la Caminata.

Técnica: Ojo de Carga.

Asesinado por Shura.

77. Neilu de Fauno ®, estrella de la Música.

Técnica: Canción del Bosque.

Asesinado por Muu.

78. Golea de Salamandra ®, estrella de la Victoria.

Técnica: Calor Furioso.

Asesinado por Muu.

79. Caleo de Luciérnaga ®, estrella de la Velocidad.

Técnica: Lanza Luminosa.

Asesinado por Aiolia.

82. Queen de Alraune ®, estrella del Diablo.

*Por error de Kurumada, es la Estrella Celestial del Diablo, aunque solo existe la Terrenal. Considerarle como Celestial.

Técnica: Guillotina de Flores Sangrientas.

83. Myuu de Mariposa ®, estrella del Hada.

Técnicas: Erupción Horrenda, Hilo de Seda y Horda de Hadas.

Controla a las Hadas del inframundo.

Estuvo detrás del lavado de cerebro de Sion, Saga y los demás.

Asesinado por Muu... demasiado tarde.

89. Yashin de Chupacabras ®, estrella Entera.

Asesinado por Shaka.

90. Filene de Hormiga ®, estrella Corta.

Asesinado por Shaka.

93. Clover de Anaconda ®, estrella de la Guarida.

Asesinado por Shaka.

94. Pleno de Trauco ®, estrella del Nivel.

Asesinado por Shaka.

95. Úrsula de Ceto (A), estrella del Dolor.

*Verdadera estrella Terrenal del Dolor.

Técnica: Crisantemo Doloroso.

Asesinó a muchos soldados rasos del Santuario.

Asesinada por Kazuma.

96. Hulda de Beorn ®, estrella de la Esclavitud.

Asesinado por Aiolia.

100. Karak de Raya ®, estrella del Número.

Asesinado por Aiolia.

101. Cube de Dullahan ®, estrella del Yin.

Técnica: Mensajero de la Muerte... aunque no llegó a usarlo.

Asesinado por Saga.

102. Ganon de Megalodón ®, estrella de la Ejecución.

Asesinado por Aiolia.

104. Mills de Elfo ®, estrella de la Inferioridad.

Técnicas: Terror Natural y Mezclador Terremoto.

Asesinado por Camus.

106. Thailos de Gárgola (A), estrella de la Rata.

Vigiló e intentó asesinar a Seiya mientras cuidaba a los niños del Orfanato.

Dijo a Seiya que Seika estaba ardiendo en el Inframundo.

Asesinado por Seiya.

 

 

Eso sería por ahora. En lo posible, intentaré ir actualizando :D


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Publicado 26 noviembre 2018 - 09:55

Bien. Ahora voy con el único capítulo protagonizado por Sion. Está lleno de revelaciones sobre el pasado de los Santos, y es muy importante para lo que se viene en Inferno. Además, es distinto a lo mostrado por Kuru, en parte. Sin embargo, es un capítulo demasiado largo, igual que el de Kanon en la saga de Poseidón.

 

Por eso, decidí que, al igual que ese capítulo de Kanon, será dividido en tres partes, para no hacer más pesada la lectura de lo que es. Es muy, muuuuy importante. Cualquier comentario constructivo es bienvenido.

 

 

SION

 

LA HISTORIA DEL CORDERO

 

Parte 1

 

 

03:50 hrs. 16 de junio de 2014.

Les había pedido que se calmaran, pero tal parecía que la única razón por la que lo habían hecho era porque estaban físicamente destrozados. El Cosmos permitía sacar energía del universo a través de la devoción, la voluntad, las emociones, el deseo y la experiencia, pero el cuerpo tenía un límite. Además, el terremoto provocado por la ausencia de Cosmos de Atenea les impedía conservar bien el equilibrio.

En todo caso, no podía dejar de llorar. Tenía las manos sobre la gran mancha de sangre en el piso, roja como la de cualquier humano. En una de las manos tenía la Daga de Physis, que nunca pensó que sería usada contra la mismísima diosa a la que se legó; tenía los ojos puestos en el cuerpo de Saori Kido, su actual reencarnación. «Es igual a Sasha», pensó. La Atenea que él había conocido y protegido, criada en el Santuario, una guerrera completa… pero que solo repitió el proceso.

Él había provocado todo esto. Para no repetir más el ciclo. Él era el único a quien podía culparse de tanta sangre derramada. ¿Cómo explicárselos?

Aun así, la medida que ella había tomado le sorprendía. Con tanta facilidad se había quitado la vida, con tanta humildad y humanidad había comprendido qué se hallaba detrás de sus máscaras de Espectro, controladas por las hadas del inframundo, que los cegaban a la verdad y sus verdaderos deseos.

Su devoción, marcada en aquel viejo juramento de los Santos, había sido oculta por el poder de Hades, y solo gracias a Dohko se había encontrado con la verdad.

—¿P-por qué lloras? —masculló Pegaso, tratando de ponerse de pie. ¿Cuántas veces había visto Sion aquel movimiento? Era idéntico al de él, pero no era momento para platicar sobre ello—. Ustedes provocaron esto, la muerte de Saori… ¿Cómo te pones a llorar, entonces? ¡Miserable hijo de…!

—Te dije que te calmaras, Pegaso. —Eran jóvenes apasionados… la razón que se hallaba detrás de su supuesta traición era fácil de explicar. El problema era lo que Sion ocultaba en el fondo de su corazón. ¿Sería capaz de hacerles entender eso a la vez que justificaban esa juventud y falta de paciencia?

—Sion, ¡explícate! —ordenó Dragón, el valiente discípulo de Dohko. Muchas de sus heridas las había provocado él mismo, recientemente, aunque no era dueño de su voluntad.

—¡Nosotros somos Santos de Atenea! —exclamó Sion, arrastrando la sangre con sus manos, bañando más y más la Daga de Physis de la que deseó nunca haber sabido nada. Su diosa, el ser más amado, se había perforado la garganta con ella, y ahora yacía en una dimensión más allá del tiempo. ¿Qué clase de Santo era? La Gran Estatua parecía juzgar cada acción que realizaba—. Durante nuestra vida y muerte, y más allá de eso, siempre seremos Santos leales a Atenea. Absolutamente ninguno de nosotros podría traicionar a nuestra diosa para servir a Hades. ¡Jamás podríamos hacer algo así!

—Pero entonces, ¿cómo ocurrió todo esto? —inquirió el Santo de Cisne, muy parecido a Camus cuando niño. Se arrastró hasta Dragón y juntos lograron ponerse a duras penas de pie—. Ustedes se esforzaron hasta el cansancio para intentar tomar su cabeza, hasta que se tornó ridículo y casi destruyen el Santuario entero.

—¿Acaso alguien los estaba manipulando? —preguntó Andrómeda… y ese sí que era un chico muy peculiar. Sus ojos estaban llenos de una pureza inaudita. Sion ya había visto esos ojos en el pasado… ¿Estaría pensando de más?

Aunque era obvio que Andrómeda, por ahora, tenía razón. Sin poder ver las estrellas, no tenía caso que Sion se pusiera a juzgar a ese chico sin motivo.

—En el inframundo hay unas hadas muy especiales que pueden dominar las mentes de las almas. Ellas se apoderaron de nuestras acciones, y Hades nos revivió en este sitio para tomar la cabeza de Atenea. Eran los Santos de Bronce, Plata y Oro más “recientes” en el Inframundo… además de mí, el Pontífice que lideró la preparación de la batalla contra Hades, esclavizado en una oscura prisión por dieciséis años.

—¿Qué? ¿E-eso es todo? —preguntó Pegaso, levantándose con ayuda de su compañero Andrómeda. Su rostro evocaba decepción—. ¿Todo esto fue por simple lavado de cerebro? Tantas muertes, la de Shaka, la de Saori… ¿solo por eso?

Era obvio que quería algo a lo que odiar. Sion no lo culpaba. Eso era simple de explicar, sí… pero no lo que había detrás. No lo que Sion, el Sumo Sacerdote del Santuario, había provocado en el pasado, que no tenía nada de sencillo. En todo caso, ya había visto esa reacción anteriormente, muchos años atrás, cuando otro Santo de Bronce se culpó de la muerte de varios Santos de Oro que sacrificaron sus vidas para protegerlo, cumpliendo con su deber.

—Así es. Hades nos buscó en el Inframundo, nos despertó, nos entregó estos cuerpos temporales, recuperó nuestras fuerzas, y nos ordenó matar a Atenea. No nos pudimos negar, pues estábamos bajo su entero control. —El ex Santo de Aries pudo recordar los detalles de su estadía bajo aquel cielo de sangre, su aparición en la colina Yomi, su encuentro con la mascota de DeathMask, su salida por aquel castillo alemán perteneciente a la familia Heinstein. Todo parecía tan real, aunque pretérito… todo había sido hace algunas horas, y se avergonzaba de cada segundo—. Saga, Aphrodite, Aldebarán, Shura, Camus y los demás… Ninguno de nosotros…

—Espera. ¿Dijiste Aldebarán? —preguntó Pegaso. Seiya. Obviamente había tocado un tema sensible que solo Aldebarán, ese muchacho noble, podría provocar. Sion se preguntó qué sería de su maestra.

—Él descansa por toda la eternidad, Pegaso… Lo importante es que vinimos aquí con la intención de matar a Atenea. Dohko me despertó de mi pesadilla y el hechizo, aunque solo hace poco tiempo pude recuperarme de la inconsciencia en la que la batalla con mi antiguo amigo me metió. Lo lamento mucho por eso… y es solo la primera cosa por la que me disculparé esta noche.

—Entonces… si lucharon con tanto ahínco, llegando al extremo de usar una técnica prohibida por Atenea en la que perderían su honor, ¿fue por esas hadas que usted menciona? —Shiryu no lo tuteó. Eso era agradable, antes de que les revelara la gran verdad y recibiera sus insultos.

—Sí. De no ser por mi discípulo, Saga y los demás no se habrían liberado del control mental, y ahora estarían frente al cadáver de Atenea, sin saber qué hacer. No teníamos nada contra ustedes, solo seguíamos órdenes que, bajo el hechizo feérico, nos parecían completamente naturales.

—¿Por qué Hades haría uso de antiguos Santos? —se preguntó Andrómeda, con la mirada perdida en sus manos. Se llevó una de ellas al pecho, donde quedaban solo pedazos de su armadura… algo brillaba ahí—. ¿Para qué revivir enemigos cuando existía la posibilidad de que el hechizo se rompiera?

—Honestamente no lo sé. Hades jamás había hecho algo así, fue una medida nueva incluso para mí, que conozco la historia entera del Santuario. —Sion se vio en la necesidad de desviar la mirada del rostro de Andrómeda. Algo le incomodaba—. No sé la razón detrás de ello, pero espero que no sea algo que nos afecte.

—¡Ya! Está bien, entiendo, ustedes no buscaban matarnos, ¡pero el caso es que nada de eso importa! —Seiya se arrastró hacia la estatua de Atenea, e indicó con el brazo al cuerpo que flotaba delante de la misma, al interior de un vórtice dimensional que la tenía paralizada—. ¡Saori murió!

—Como les dije, hay un significado detrás de su muerte. Y puedo asegurarles que sigue luchando, sin tregua.

—¿Sigue luchando?

—Entonces, ¿la señorita Saori está viva? —preguntó Andrómeda, con la cara llena de esperanzas, que Sion debió romper.

—No. Atenea está muerta, eso es algo que deben comprender. Pero su lucha no ha cesado, y nuestro deber es seguirla protegiendo. —Sion se puso de pie, dirigió su mirada hacia ellos, y los observó a los cuatro al mismo tiempo, detenidamente. En sus corazones se hallaban distintas flamas, la de la pasión, la venganza, el amor, la ira y la frustración estaban encendidas, así como la del gran espíritu de batalla. Se sintió satisfecho—. Lo que les diré ahora es, sin embargo, algo que ella no desea. Es parte de un plan que tracé hace menos de una hora, pero es la única manera de cumplir con nuestro juramento de protegerla: Santos de Bronce, su misión es traer de regreso a este mundo el alma de Atenea, y depositarlo en aquel cuerpo que flota allí. La batalla recién está dando inicio. Requeriré tiempo para explicarles todo esto, pero créanme que es completamente fundamental.

—Pero no entiendo… ¿cómo puede seguir luchando? ¿No es una diosa? Está en el inframundo… ¿cómo un humano?

Las preguntas las realizaron los cuatro, casi con las mismas palabras. Incluso los que parecían más silenciosos estaban más angustiados que nada por la muerte de su diosa, y al mismo tiempo interesados y esperanzados por traerla de vuelta al mundo de los vivos. Eso era muy bueno.

«Maestro Hakurei, Sumo Pontífice, tienen de qué enorgullecerse… incluso en esta era los Santos continúan haciendo arder la llama de su devoción por Atenea. Sus almas y corazones arden con pasión juvenil, luchando por conseguir milagros».

Seiya de Pegaso. Shun de Andrómeda. Shiryu de Dragón. Hyoga de Cisne. Los conocía casi perfectamente. Se habían calmado y ya no lo odiaban. Tendrían tiempo para lidiar con sus sentimientos errados hacia Saga, Camus y Shura más tarde, pero ahora lo oían con atención, pues sabían que había prioridades.

—Les haré unas preguntas ¿Qué pasa cuando muere un ser humano? ¿A qué sitio va a parar su alma?

—Al Inframundo —contestó Shiryu, sin titubear.

—Correcto. Sin importar quién haya sido en vida, su posición política, social, orientación religiosa, sexual, su dinero, edad o género, todos van a parar a las puertas del Inframundo, donde enfrentan un juicio. Dependiendo de sus acciones en vida, pueden ser encerrados en alguna prisión, esperando la reencarnación, o completar el ciclo en los Campos Elíseos[1]. Ahora bien, ¿qué pasa con los dioses?

Esa era una pregunta más compleja. La muerte de un dios no era un tema tan banal como la de un ser humano, pero Hyoga de Cisne se apresuró a contestar.

—No creo que sea muy común, pero solo un dios puede asesinar a otro.

—Por lo que yo oí, si asesinas a un dios te conviertes en uno —contribuyó el Santo de Pegaso. Debió escucharlo de Saga.

—Pero, ¿cómo te conviertes en un dios al asesinarlo, si necesitas ser un dios para hacerlo en primer lugar, Seiya?

—Ambos están en lo correcto, se están enfrentando a la paradoja de la muerte de un dios. Efectivamente solo un dios puede asesinar a otro. Si llega a ocurrir, el alma divina e inmortal del dios va a parar a la prisión dimensional de Tartarus[2]. De ese lugar es completamente imposible salir.

—¿Tartarus? ¿Pero no fue allí donde combatieron Aiolia y los demás durante la Gigantomaquia?

—Tienes razón, Seiya. Hace diez años —acotó el Santo de Dragón.

—Yo estaba muerto cuando eso sucedió, pero no me sorprende. Sabíamos, Nicole de Altar y yo, que una presencia divina sacaría a los Titanes de Tartarus. Estoy sorprendido de que los Santos de Oro hayan podido combatir con ellos directamente allá, y vencerlos… pero tampoco tan sorprendido.

—¿Cómo es eso?

—¿No que no podía salirse?

—No lo hicieron. Apostaría que Kronos nunca salió a luchar, ¿verdad? —Sion esperó a ver la reacción de los muchachos, y fue tal como esperaba—. Lo imaginé. La prisión de Tartarus es donde van a parar las almas de los dioses muertos, como Urano, el primer Señor de los Cielos, y su propio hijo y asesino, Kronos, padre de Hades. Es imposible que ellos salgan de allí, con o sin ayuda; sin embargo, los otros once Titanes fueron encerrados con vida en ese lugar, por eso les fue posible salir, no hay ataduras metafísicas que los restrinjan al Tartarus. Alguien les debió ayudar.

—A los que están encerrados allí por la eternidad, ¿los asesinó un dios?

—A algunos. Urano y Kronos, por ejemplo. A otros los asesinaron humanos, y gracias a ello se convirtieron en dioses completos. Por ejemplo, Dionisio y Heracles. Ahora bien, ¿cómo se resuelve la paradoja?

Sion levantó en alto la Daga de Physis, y fue en ese momento cuando los ojos de los muchachos realmente se abrieron. Comenzaron a entender.

—¿Artefactos que matan dioses?

—En efecto, les llamamos Tesoros Divinos de Atenea. Son objetos especiales que pueden sellar, herir o asesinar definitivamente a un dios. Ha habido otros, los que corresponden a otros dioses y panteones, y probablemente Heracles y Dionisio, entre otros, usaron aquellos. Pero la Daga de Physis pertenece a Atenea y su ejército. —El Espectro de Aries la movió entre sus dedos, sintió su peso y calor; despedía reciente olor a sangre que le repugnó, y al mismo tiempo le reconfortó—. Si asesinas a un dios con uno de estos Tesoros, incluso si utiliza prestado el cuerpo de un ser humano, su alma será dañada eternamente y se dirigirá al Tartarus. Allí, el dios puede decidir ser encerrado por toda la eternidad, o cesar.

—¿Cesar?

—¿Hablas de… dejar de existir?

—Algunas víctimas inocentes han tomado ese camino, pues no cometieron ningún pecado que les ameritara caer en la prisión, y prefieren cesar de existir a vivir los suplicios del Tartarus. En cualquier caso, no se puede regresar al mundo de los vivos tras ser asesinado por estos Tesoros.

Los Santos de Bronce se miraron entre sí, desconfiados. Era lógica la razón, el mismo Sion se lo había cuestionado al principio cuando leyó por primera vez sobre aquellos objetos.

—Sé lo que están pensando… ¿por qué no utilizarlos antes? ¿Por qué no tomar esta daga y hacer con todos los dioses lo que Saga intentó realizar con Atenea, cuando era bebé? La razón es muy sencilla, y por ella Atenea aborrece el poder de esta daga. Se debe pagar un precio altísimo, que solo alguien fuera de sus cabales se atrevería a pagar. Heracles asesinó a tres hijos de Poseidón al mismo tiempo con sus Flechas de las Hespérides, saetas especiales construidas a partir de manzanas doradas, bañadas con la sangre de la Hidra de Lerna. Eran fatales para los dioses… pero incluían un precio que Heracles conocía bien. Su esposa e hijos fallecieron instantáneamente tras usarlas.

Seiya escupió al suelo, lleno de desprecio. Shun se llevó las manos al rostro. No era inusual ver esa reacción tras el gran secreto del máximo héroe de la mitología, la gran decepción del cuento.

—Me cuesta creer eso…

—Lo entiendo. Fue un gran héroe, pero también un humano con defectos.

—¿Qué sucede cuando se usa aquella daga? —preguntó Shiryu.

—Con una sangre de icor, o sangre divina, su poder se activa. No solo asesina al dios en cuestión, sino que también a toda alma a cien kilómetros a la redonda. Sea quien sea. Es un arma devastadora, y tanto Kanon como Saga planearon usarla de todos modos. No es algo que conozcan muchos… Supongo que, por error, Nicole se los reveló. Quizás gracias a la Ilusión Diabólica. El caso es que la Daga de Physis podría asesinar a Poseidón incluso si usa el cuerpo de un miembro de los Solo.

—Pero entonces, ¿cómo es que Saori…? —Seiya se acercó otra vez al portal donde descansaba Atenea, pero una mirada de una de las doncellas lo detuvo.

—Ese es el asunto. Los humanos van al inframundo cuando mueren, y en el caso de los dioses, al Tartarus. O cesan de existir. ¿Pero qué sucede con Atenea?

—Ella es una diosa…

—En el cuerpo de un humano, ¿no?

—No, no es lo mismo que con Poseidón.

—Efectivamente no es el mismo caso. Atenea, en su primera vida, quiso sentir y vivir como los humanos. Los amaba… aún los ama. —Sion se volteó hacia la Gran Estatua de Atenea y abrió los brazos como si pudiera abrazarla. Era la diosa que había decidido adorar, a quien serle devoto. No había nadie como ella—. Para experimentar las emociones de los humanos, para vivir su mortalidad, y para protegerlos de aquellos dioses que los amenazan, o incluso de sí mismos, Atenea tomó una grave decisión, a pesar de las quejas de sus hermanos. Se arrancó las alas de los dioses y saltó al mundo de los vivos en compañía de su Búho, encarnando como una bebé a los pies de esta estatua cada doscientos años, aproximadamente. Lo que ella más deseaba era defender a la humanidad de la Oscuridad representada por Hades… y así fue como comenzó todo. La Guerra Santa. Atenea sella al dios del inframundo… o muere, y sus Santos se encargan de terminar el trabajo.

—Espera… ¿qué dijiste?

—¿Qué Atenea qué?


[1] En griego, Elýsion.

[2] En griego, Tartaros.


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#666 ♒ Armagedon ♒

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Publicado 27 noviembre 2018 - 17:39

Oye viejo, igual mejor lo hubieras dividido en dos partes el capitulo y no en tres. Porque llegué al —¿Qué Atenea qué?

y se sintió como un vacío por pensar en qué está pasando :s

Aunque es buena estrategia para mantener el interés del lector :m1:

 

Estoy expectante por los cambios que introducirás en Infierno. A ver si no es como el de Dante, como Masami-Chan que hizo copy/paste.


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                Muchas gracias por la firma, mi Andrea, te amo!                

 

 


#667 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 01 diciembre 2018 - 10:25

También lo pensé, pero... una cosa llevó a la otra y... en fin xD En realidad no sabía bien donde cortar el capítulo, pero no quedó taaaan mal.

Sobre Inferno, pues espero que sea muy diferente también jaja Muchas gracias por pasar Kev.

 

 

 

Antes de continuar con este capítulo en que tanto se revela, algunos datos recordatorios de previos capítulos:

1. El Oráculo de Delfos aparece en el último capítulo del volumen 1, cuando Saori lo visita para saber su destino. Allí se le revela todo lo que ocurriría en las sagas de Pose y Hades. Para leer cómo funciona el Oráculo, pueden verlo aquí http://saintseiyafor...-7#entry1461794

 

2. A diferencia del manganime original, Seiya retiró la flecha del pecho de Saori (que es una vieja flecha de Sagitario) clavando la otra mitad de la misma en el escudo de Atenea (Égida). En el mismo capítulo, Saga se enfrenta a su peor miedo, que es Seiya, y es afectado por ello cuando Sion utiliza el Muro de Cristal contra él, a último momento... Pueden verlo aquí http://saintseiyafor...12#entry1641302

 

3. En algún punto, Sion menciona cómo llegó Shaka al Santuario. Para ver esta historia en detalle, pueden leerlo en Anécdotas de Oro http://saintseiyafor...-6#entry2594028

 

 

 

SION

 

LA HISTORIA DEL CORDERO

 

Parte 2

 

 

Esa era la reacción que esperaba. Se acercaba el momento de que les revelara el gran secreto, más deprisa de lo que presentía.

Sion de Aries bajó los brazos, cansado. Descubrió que aún le dolían los golpes de Dohko, pero su mente estaba enfocada en sus recuerdos… cuando descubrió que el trabajo de los Santos no era tan efectivo siempre.

Atenea, diosa de corazón humano —reflexionó Shiryu. Era bueno que al menos uno de ellos hubiera leído el libro, aunque uno nunca le tomaba el peso suficiente a lo que leía. Era más interesante saber sobre las vidas de las reencarnaciones de la diosa que sobre las circunstancias en las que misteriosamente desapareció.

—¿Cómo creen que Saga o yo íbamos a asesinar a Atenea sin estos Tesoros? ¿Cómo han pensado hacerlo tantos dioses antes? ¿Por qué existimos los Santos para protegerla? ¿Cómo muere Atenea si es una diosa? ¿Por qué conocen a Saori Kido si ya había reencarnado antes? ¿Nunca se han preguntado todo esto?

Muchas interrogantes, pero eran la clave de todo. Estaban entendiendo, poco a poco, subconscientemente, que había un misterio cruel y desgarrador detrás de todo el asunto. Un juego infernal que la actual generación no se habría atrevido a admitir.

—¿Atenea ya ha muerto?

—Atenea ha fallecido una docena de veces, Pegaso. Las mayores calamidades de la historia lo prueban, y no se ha necesitado de un Tesoro Sagrado para ello. Atenea está usando su propio cuerpo divino transfigurado al de un ser humano. Ella sabe que puede morir, sus enemigos buscan asesinarla… pero todos ellos saben que regresará doscientos años después para enfrentar a Hades, ¿entienden lo que quiero decir?

Permitió que lo imaginaran unos momentos. La diosa guerrera, vulnerable en su humanidad. Con emociones que la llevan a experimentar el deseo de luchar hasta la muerte contra quien intente dañar al planeta Tierra. Sion también había imaginado así… tantas eras de combates que, en ocasiones, llevaban a su temprano deceso.

—¿Qué… qué pasa con Atenea cuando fallece? —se atrevió a preguntar el discípulo de Dohko.

—Si Shura le hubiera cortado la cabeza con su Excálibur, Atenea se encontraría ahora en el Inframundo, castigada como cualquier humano, sin consciencia sobre sí misma, hasta que su Cosmos despertarse y la llevara de regreso al Olimpo, donde se prepararía para su próxima encarnación. Sin embargo, en el caso de haber muerto por culpa de esta daga, de la que solo unos pocos en el Santuario sabían, su esencia se habría derrumbado… no habría más Atenea en el mundo de los vivos. Su alma estaría en el Tartarus, del que jamás podría escapar.

—Eso es lo que Saga buscaba con esa maldita daga —dijo Seiya, arrodillándose de nuevo. El constante sismo no ayudaba a mantener el equilibrio. A su lado, Shun de Andrómeda intentaba reconfortarlo, pero también debía estar pasando a través de sus propios dilemas—. Deshacerse definitivamente de Saori… t-tal como terminó ocurriendo ahora…

—¿Y la flecha de Aiolos? —inquirió el Cisne. Sion no sabía de qué hablaba, y debió notarse, pues pasó a explicárselo—. Saga, por medio de Ptolemy, clavó la mitad de una vieja saeta de Aiolos en el pecho de Atenea, y tuvimos doce horas para sacársela antes de que falleciera. Solo la Égida, ese escudo allí en la estatua, pudo destruirla cuando Seiya clavó la otra mitad de la flecha en él.

—Eso tiene sentido. La flecha de Sagitario no podría destruir directamente el alma de un dios, pero puede acumular energía, es parte de su esencia única. Imagino que Saga tenía la otra mitad… es una manera alternativa de matar lentamente incluso a un dios. Aunque no tiene las propiedades de un Tesoro Sagrado, tiene características similares a las de un arma divina.

—Eso explica por qué Poseidón no murió cuando clavaste esa flecha en su frente, Seiya —dijo el mismo Cisne, y Pegaso asintió con el rostro sombrío. Sion, en tanto, se quedó con la boca abierta por primera vez.

«¿Estos muchachos se enfrentaron a Poseidón? ¿Y le clavaron una flecha en la cabeza? …Puede que no me haya equivocado en mi decisión. Esta es la generación definitiva de Santos de Atenea», pensó Sion, soltando un suspiro reconfortante.

—Pero nada cambia las cosas. Saori se suicidó. ¿Qué vamos a hacer ahora? —Las manos de Pegaso estaban manchadas de sangre. Parecía que no podía dejar de ver aquel color rojo tan humano… era icor, pero su color no era el de una divinidad.

—Como dije antes, ella sigue combatiendo, y no está en el Tartarus, Santos de Bronce —explicó Sion. Dio unos pasos adelante, avanzando entre medio de los muchachos, y les dedicó una mirada significativa a cada uno, como se le hacía natural desde que se convirtió en Sumo Sacerdote—. La razón es que Atenea decidió que era momento de terminar con las Guerras Santas contra Hades de raíz, y por eso viajó ella misma al Inframundo. Shaka fue fundamental en ello, pues le enseñó a Atenea sobre la octava consciencia de la humanidad. Alaya.

—¿La octava consciencia?

—¿Alaya? ¿De qué hablas esta vez?

—La capacidad de mantener la consciencia, individualidad y esencia incluso en el Inframundo, donde todas las almas pierden sus recuerdos en compañía de otras, y se vuelven una sola cosa. Es una habilidad única, un secreto del Cosmos que casi nadie conoce… pero Shaka sí sabía de ello. Cuando lo conocí noté que ya tenía nociones básicas sobre el concepto de Alaya. —Era tan pequeño. Sion recordaba que había llegado al Santuario a los seis años como una divinidad, cargado por sacerdotes y monjes que buscaban su venta, como un esclavo—. Lo que le enseñó, probablemente le permitió a la diosa Atenea mantener su consciencia en el Inframundo, y ahora debe estar de camino hacia Hades, para acabar definitivamente con él en su propio terreno.

—¿Saori está… “viva” en el infierno? —Un asomo de esperanza, un destello de alegría iluminó brevemente los ojos de Pegaso.

—Podría decirse. Ella tomó la decisión para que no murieran más Santos, para dejar de repetir el ciclo de luchas en las que el cuerpo usado por Hades muere, el dios es sellado, Atenea salva a la Tierra, o muere… Deben saber que, en ocasiones, Atenea alcanzó una avanzada edad antes de fallecer como un ser humano común y corriente. Esta vez quiso acabar con todo. Así que se perforó el cuello con esta daga al interior de una dimensión convocada por Kanon, para que nadie más saliera dañado. Sin embargo, bajo mis instrucciones, y sin que Atenea lo supiera, Kanon la envió a una dimensión atemporal…

—¿Y qué rayos significa eso? —Se quedaron mirando el cuerpo de Saori Kido, guardado por sus cuatro doncellas. No parecía respirar, pero tampoco se movían su vestido o su cabello. Solo un pétalo de un collar de flores en su muñeca, que Sion de Aries conocía perfectamente (y se alegraba de que conservara hasta esos días), cayó y salió de la dimensión, flotando hasta los pies de una de las chicas.

 

—Eso no tiene sentido… ¿Por qué ahora? —inquirió Cisne. La pregunta clave, la pregunta que se clavaba como un puñal en el corazón del ex Pontífice. Sion lo miró con gravedad, pues no quería que se acercara tan pronto ese momento. Se sentía tan nervioso como cuando conoció a Muu por primera vez, hace tantas décadas—. ¿Por qué recién ahora tomó esa decisión Atenea? Ella y Hades han estado jugando un juego cruel, en el que sacrifican las vidas de innumerables Santos y personas inocentes, solo para repetir el juego doscientos años después. Hades no busca matar definitivamente a Atenea, sino gobernar un tiempo, sembrar la oscuridad en el mundo antes de que lo encierren otra vez; y la diosa de la guerra…

—No termines esa idea, Hyoga —amenazó Pegaso, todavía de rodillas. Por un segundo el universo entero se silenció, pero la frialdad del discípulo de Camus volvió a abrir las heridas del misterio sagrado.

—Atenea no busca eliminar a Hades definitivamente tampoco. Ella juega con él y muere, aunque sepa que luego volverá, a diferencia de los humanos normales, y en ocasiones sigue viviendo aquí, ayudando a las personas a pesar de que pudo haberlo hecho mejor. Seiya, ¿no lo entiendes? Atenea…

Seiya se puso de pie, y le hubiera intentado romper la cara a su compañero de no ser porque Dragón lo detuvo a tiempo. Eso era lo que esta generación no podía comprender, el secreto al que no tenían opción de acostumbrarte.

—¿Crees que Saori juega con nosotros? ¡Esto no es un juego para ella, Hyoga!

—Entonces explícame, Seiya. ¿Por qué no hacer esto antes? ¿Por qué tomar la decisión recién ahora, después de tantos milenios?

—¡Porque…! No, no me vengas con esas, Hyoga, ¡Saori nunca…!

—Tranquilícense los dos. El Cisne tiene razón, Pegaso, pero no como lo dice. —Sion soltó un largo suspiro, mientras los chicos se relajaban un poco de la tensión. Había llegado el momento de revelarles la verdad que solo él conocía, oculta bajo el cielo rojo del infierno, a su propia consciencia durante más de dieciséis años—. Esta encarnación de Atenea es completamente diferente a las demás. ¿Imaginan por qué?

—Porque se crio entre humanos —respondió Shiryu, de inmediato.

—Atenea es Saori Kido… tiene un apellido —añadió Pegaso, alternando los ojos entre la estatua, el cuerpo de Atenea y la sangre en el piso. Todavía quería golpear algo, pero guardaba ese deseo en su corazón.

—La señorita Saori no sabe nada de ese juego enfermizo entre Hades y ella, ni de los protocolos del Santuario. —Shun se tocó el pecho nuevamente, sobre aquello que tanto brillaba—. Ella ama a los seres humanos mucho más que antes, y quiere evitar a toda costa que vuelvan a sufrir.

—Eso es casi correcto; Atenea no quiere ver más sufrimiento, pero no es que ame más a los seres humanos. A diferencia de lo que Cisne piensa, las encarnaciones anteriores de la diosa, como Sasha, la que yo conocí, sí amaban profundamente a los humanos. Sí se compadecían, si lloraban cuando un Santo moría por ella, sí buscaban la paz de la humanidad… pero no dejaban de ser la diosa de la guerra. Para los Santos, durante toda la historia, lo que ella hacía era completamente normal, y estaban listos para sacrificarse en su nombre si era necesario; ella misma era consciente de ello.

—Pero la que nosotros conocemos está mucho más conectada con los seres humanos, pues vivió la mayor parte de su vida con nosotros —reflexionó Shiryu.

—Y tal vez incluso ama a algunos humanos más que a otros… quizás tampoco los ama a todos. Puede que llegue a odiar.

—Así es —asintió Sion, y se preparó para soltar la bomba—. Esta Atenea es así porque Saga no pudo matarla, porque yo no lo detuve en el Monte Estrellado, y porque Aiolos de Sagitario estaba allí para rescatarla. Es así porque Mitsumasa Kido la encontró en las afueras de Grecia, y porque los conoció a ustedes, sus protectores más fieles, con quienes ella formaría lazos especiales. Y ella es así porque yo, Sion de Aries, el Sumo Sacerdote del Santuario, lo decidió de esa manera. Yo soy el culpable de todo lo que ha ocurrido hasta ahora.

 

—¿Pero… ¿de qué demonios estás hablando?

—¿Cómo…? ¿A qué te refieres con que eres el culpable de todo esto?

—¿De qué eres culpable, Sion?

Sus rostros eran duros e inflexibles, incluso el del puro Andrómeda. De Shun, a quien conocía tan bien… igual que a los demás. Si intentaban hacerle daño, solo se herirían ellos mismos, pero tenían todo el derecho a hacerlo. Había tomado la decisión por el bien mayor, pero no significaba que no hubiera consecuencias.

—El 8 de mayo de 1994, tres años antes de mi deceso y de que comenzara la rebelión de Saga, fui al Oráculo de Delfos. No recuerdo por qué; era una visita casual, supongo, pero ese día aprendí la verdad sobre todo lo que se avecinaba. —Recordaba como si fuera ayer… el viento era pesado. Arriba estaba el sol mágico al interior de Delfos, junto a las constelaciones, más brillantes que nunca, que le hablaban sin cesar sobre el destino que les deparaba. Cayó sobre sus rodillas, pero no temió morir, sino a su propio pecado—. Los astros me mostraron dos posibles caminos, que dependían de mí, tras revelarme la existencia de un ser de luces y sombras que traicionaría a todo el Santuario; uno era detenerlo en el Monte Estrellado, la noche del 1° de septiembre de 1997, después de la aparición de Atenea. Esto provocaría que Atenea se criara en el Santuario, y que cuando Aiolos tomara mi lugar se iniciaría la Guerra Santa contra Hades, en la que Atenea sellaría al dios del infierno. Las estrellas no me dijeron cuánto tiempo viviría Atenea después de eso, pero sería una vida larga, seguramente.

—¿…Y el otro camino? —preguntó Dragón, adivinando la respuesta. Se le notaba en el temblor de los puños y la barbilla. Sion adoptó su voz más firme.

—Yo sería asesinado por el traidor, que resultó ser Saga. Antes de morir, usaría mi Muro de Cristal para revelar su verdadero rostro, el cual lo afectaría cuando luchase contra su peor miedo. No intentaría ocultar la Daga de Physis, pues sabía que alguien rescataría a Atenea (supuse que Nicole o Aiolos), y aunque el salvador muriese, la niña sería adoptada por un anciano a las afueras de Atenas.

—¿Mitsumasa Kido? ¿S-sabías que ella sería rescatada? ¿Sabías que se criaría fuera del Santuario? —Cada pregunta de Seiya era como un escupitajo mezclado con un puñal—. ¿¡Sabías sobre todos los que morirían por protegerla e intentar asesinarla bajo las órdenes de Saga!?

—Era la única manera de que adoptara su máxima humanidad… lo que llevaría eventualmente a que tomara su propia vida para acabar definitivamente con Hades, cuando regresara al trono del Santuario… —Sion bajó la mirada. Las consecuencias de ello eran conocidas para él… ¿acaso no le importaba porque ya estaría muerto? Tal vez era así de maldito, el despiadado trabajo del Sumo Sacerdote—. Sé cuántas vidas iban a perderse. O más bien, puedo imaginarlo. Saga provocaría la muerte de muchos, durante varios años. Muchos de ellos me acompañaron esta noche para asesinar a la diosa. Atenea se enteraría tarde o temprano de su destino. ¿Visitó ya el Oráculo?

—Sí —contestó rápidamente Shun, con infinita tristeza en la voz—. No nos dijo qué fue lo que vio, pero había llorado muchísimo durante el tiempo que estuvo allí. Fue poco antes de recibir la flecha de Aiolos. Ahora entiendo la razón…

—¡No puedo aceptarlo! —gritó Seiya, dando un paso hacia adelante. Le quitó la Daga de Physis de la mano y la arrojó lejos, antes de clavar un dedo en el peto de la Surplice de Aries—. ¿Acaso todos fuimos tus marionetas? ¿Es todo lo que somos? No lo acepto… Decenas de Santos murieron. También personas inocentes, por falta de personal en el Santuario. ¡El mismo Aiolos murió por tu culpa! Y ahora Nachi, y Ban. ¡Y Saori!

—Las estrellas nunca se equivocan —se defendió Sion—. No sé si mostraron el mismo destino a mis predecesores, pero quizás la falta de un maestro me hizo tomar la decisión… me formé por mí mismo como Sumo Sacerdote, fui elegido porque no había nadie más. Quizás eso hizo que tomara ese rumbo.

—Pero no tiene sentido. Incluso si Aiolos rescataba a Atenea, no podías saber que caería en los brazos de…

—¿Mitsumasa Kido? Supe de él cuando vi las estrellas, y justo después de caer ante el poder de Saga, utilicé un truco que me enseñó el Santo de Virgo de mi época, para una situación como esta… me permitía conservar mi esencia, mis memorias, por algunos segundos en el mundo de los vivos. Por unos breves instantes lo vi todo en el universo, y me desplacé a donde estaba la persona que necesitaba, un anciano que tomaba fotografías en los alrededores del Partenón. —Su último recuerdo era tocar el rostro de ese anciano, tal como hacía con las armaduras. Era cálido, lleno de justicia, tal como los astros le habían prometido—. Le transferí las más importantes de mis memorias, así como mis deseos y determinación, y lo guie inconscientemente a las cercanías del Santuario, donde debía encontrarse con Aiolos. Supongo que él terminó de relatarle lo que ya sabía, en su corazón, y yo volé al inframundo, donde Hades me tuvo esclavizado hasta hace unas horas.

—Entonces… —Seiya se tambaleó hacia Sion. Sus ojos estaban enrojecidos de ira y desazón—. ¿Tú sabías de él… y de nosotros?

—Los vi en el Oráculo. Seiya, Shiryu, Hyoga, Shun, los conozco bien, aunque no lo supe hasta ahora, que los tengo frente a mí en persona, y en mis cabales. Sugerí a Mitsumasa Kido que educara a los jóvenes de su orfanato y los enviara a los centros de entrenamiento del Santuario. Yo los coloqué aquí. —Bajó la cabeza con suma humildad; no como un ejercicio fingido y repetido como tantos habían hecho, sino como un sincero gesto ante muchachos que habían vivido tan distintamente a él—. Sé lo que están pensando. Lo siento. No me resta una vida suficientemente larga para disculparme como es debido. Es muy posible que nunca puedan perdonarme… y están en su derecho. Pero incluso si no lo hacen, nuestro deber no cambia, que es el de salvar a Atenea.

Sion se volteó hacia la estatua, y observó el cuerpo de Saori Kido de reojo. En sus manos tenía su sangre escarlata, lo que necesitaba para cumplir con el destino de la diosa de la guerra.

Alzó las manos hacia la estatua, y pronunció unas palabras que solo él conocía. Como el Sumo Pontífice del Santuario, por más de doscientos años. Era su deber, el que debió transmitir a Atenea si hubiera tomado la otra decisión, la que posiblemente habían elegido sus predecesores, para criarla en el Santuario.

«Al final, ¿qué influyó más? ¿Su decisión personal o la mía? Quizás me estoy dando más crédito del que merezco», reconoció Sion, con una sonrisa en el alma, a la vez que conservaba una expresión adusta en el rostro.

—Oh, ¡Manto Sagrado, ha llegado la hora de que despiertes de tu largo letargo!  —gritó Sion, con las manos en alto. La sangre en sus dedos comenzó a desprender relámpagos blancos y dorados, ante las expresiones de asombro de los cuatro chicos de Bronce—. ¡Vuelve a despertar, oh armadura, con la sangre de tu legítima dueña!

Sion apoyó las manos sobre la superficie lisa de los pies de la Gran Estatua, la que había vigilado el Santuario por más de doscientos años, desde que alguien había visto su verdadera forma. La Égida en su brazo izquierdo relampagueó como la más espectacular tormenta, provocando temblores y olas de viento que derribaron incluso a las doncellas. No importaba, solo serían unos segundos. La mano derecha donde la estatua de Niké debía hallarse liberó un brillo plateado, y los ojos de la estatua, en lo alto, más allá de la imaginación, reflejaron la luz del sol en el cielo nocturno. Todos tuvieron que cubrirse los rostros como pudieron, y dejar que la gravedad los golpeara. No había otra alternativa.

—¿¡Qué está pasando!? –-gritó Hyoga.

—¿¡Qué es este terrible resplandor!? —preguntó Seiya.

—¡La estatua de Atenea…! —dijo Shiryu.

—¿¡Dónde está la estatua!? —estalló Shun.


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#668 Cannabis Saint

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Publicado 01 diciembre 2018 - 17:25

Gracias por tan buen capitulo, muy ingeniosa la forma de conectar todo! Llenas los huecos que no ha hecho el kuru, esperar la conclusión!

#669 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 05 diciembre 2018 - 15:10

Muchas gracias, Cannabis. Esa es la idea. Gracias por comentar :D

 

 

Sigamos con el final de esta historia, entonces!

 

SION

 

LA HISTORIA DEL CORDERO

 

Parte 3

 

 

Había horror, confusión, perplejidad y tristeza en sus miradas. Seiya también mostraba un poco de ira, cuando la luz se disipó. El Ateneo parecía más amplio que antes, algo que Sion ya había contemplado doscientos años antes, pero esos chicos no estaban acostumbrados aún. Más allá solo había innumerables estrellas y un vacío al que nadie podría acercarse, pues no pertenecía a su dimensión.

La Gran Estatua había desaparecido ante sus ojos. Los Santos de Bronce se pusieron a correr por el templo, como chiquillos intentando tocar lo invisible. Incluso las doncellas tardaron un poco más de lo esperado en retomar su posición, utilizando su recién despierto Cosmos para conservar a Atenea en la dimensión de Kanon.

—¿D-dónde está la estatua, Sion? —inquirió Seiya.

—E-espera, Seiya, ¡mira abajo! —advirtió Shun. Los demás siguieron su verde mirada hacia el centro del altar, donde la poderosa armadura se había encontrado.

—¿Pero qué diablos?

En el suelo se encontraba la pequeña estatuilla, idéntica a la Gran Estatua, pero de apenas unos cincuenta centímetros de alto. Conservaba incluso la Égida en tamaño minimizado, y la mano derecha libre hasta que se reencontrara con Niké. Sion la tomó con su mano, lleno de admiración. «Ahora he cumplido que ustedes me legaron, Sumo Sacerdote y maestro Hakurei».

—¿Qué fue lo que ocurrió?

—¿Cómo pudo esa estatua gigantesca convertirse en algo tan pequeño?

—Esta es la forma que toma en nuestro mundo, Pegaso —explicó Sion, lleno de orgullo de poder enseñarles esas palabras a la siguiente, definitiva generación—. La Gran Estatua se conserva así en la dimensión más allá del Ateneo, luce más enorme de lo que la imaginación puede comprender, ¿no es así? Pues esta es la forma que el gran Manto de Atenea toma en nuestro mundo.

—Espera, ¿dijiste Manto?

—¿Esta estatua se convirtió en una armadura?

—Siempre ha sido una armadura, aunque solo el ejército ateniense lo sabe, así como las palabras para traerla a este mundo convertida en esa estatuilla pequeña. Sus Mantos Sagrados requieren sangre de Santos para revivir, y de la misma manera el Manto de Atenea necesita sangre de su portadora para renacer. Se activará en todo su esplendor cuando se reencuentre con el alma de Atenea.

—¿Es una armadura de Oro? —inquirió Hyoga, tratando en vano de negar su absoluto desconcierto.

—No, si bien está compuesta de Gamanio en estado puro, Oricalco y Polvo de Estrellas, esta armadura posee también otros materiales, que se hallan en el mundo de los cielos, al que Atenea tenía acceso en la era mitológica. Está bañada en su sangre también. Es mucho más poderosa y resistente que un Manto de Oro.

—¿Y la señorita Saori necesita esta armadura en el Inframundo?

—Efectivamente. Sin su Manto Sagrado, Atenea no podrá vencer a Hades. Es indispensable que le lleven y entreguen esta armadura, pase lo que pase. Aquí es donde comienza la verdadera batalla.

Seiya dio un paso adelante. Qué muchacho más admirable, y su rostro de culpa lo había visto tantas veces, siglos atrás. En aquel chico de su pasado. Eran como dos gotas de agua, así que todo salía como se esperaba. Se trataba de aquel otro misterio… ese que no podía revelar.

—Es difícil que pueda perdonarte, Sion.

—Lo sé, Pegaso, pero…

—No hay nada que perdonar, en realidad —le interrumpió. Ningún respeto por la autoridad, eso casi le saca una sonrisa espléndida a Sion. Dohko se estaría riendo a carcajadas—. Te he culpado de todo, y quizás es así. De no ser por lo que le dijiste al viejo Kido, yo no habría terminado en el Santuario, y mi hermana mayor Seika no me habría seguido…

—P-Pegaso… ¿acaso ella…? —¿Cuántas muertes más no conocía, gestadas por su decisión?

—Sí, murió, pero eso fue solo el destino, ¿no? Tú solo optaste por uno. —El Santo de Pegaso miró al cielo, a las estrellas que Sion no podía divisar bien—. Algún día me reencontraré con ella, y me disculparé por ser un pésimo hermano menor. Sin embargo, no te culparé a ti de ello, ni de la muerte de los demás. Los astros no dictan nuestro destino, nosotros tomamos esas decisiones.

Le habría gustado discutirle eso, como hacía con Dohko cada cierto tiempo, pero no era el momento.

—¿Y cuál es tu decisión, Pegaso?

—Que haré lo que debo hacer. Y que no me arrepiento de haber llegado a este Santuario, porque solo así pude conocer a Saori y a mis más valiosos amigos —confesó Seiya, sonriendo por primera vez ante sus ojos. Éstos desprendían preciosos destellos azules—. Voy a entregarle esta armadura a Saori, y venceremos a Hades por todo lo que provocó.

—Ja, ja, ese el verdadero espíritu de un Santo, Pegasus. —Sion depositó en sus manos la pequeña estatuilla, en cuyo interior se encontraba el más grande tesoro. En él había confiado sus esperanzas y deseos, y ni siquiera lo dudó. Eso solo podía ser una muy buena señal—. ¿Ven ese brazalete en la muñeca de Atenea?

Los muchachos asintieron. Le explicaron que siempre lucía ese brazalete, que había sido tejido por Mitsumasa Kido, y que los pétalos de las rosas nunca se habían marchitado. Sion asintió, pues conocía perfectamente la historia.

—Fue una de las cosas que le mostré a Kido, la memoria de esas flores en la mano de Sasha, la Atenea que yo conocí. Son asfódelos que crecen en la ribera del Erídano, junto al Monte Licabeto, no muy lejos de aquí… es increíble que haya dado con ellas —confesó el viejo Sumo Sacerdote. Comenzó a sentir el agotamiento de su efímera vida, junto a la lucha con Dohko. No podría hacer todo lo que quería, pero sí más de lo necesario—. Con el Cosmos de Atenea, confieren una conexión con el alma y el mundo de los muertos. Hasta que todos los pétalos caigan, Atenea aún podrá volver con los vivos, pues el tiempo en el Inframundo funciona diferente que aquí.

—¿Atenea no sabía esto?

—No. De hecho, ella deseaba sacrificarse despertando el Alaya, sin confiar en un retorno. Ella esperaba que, tras terminar su trabajo, su alma iría al Tartarus, cuando la Daga de Physis terminara de dañar su alma. Cuando desperté, tras mi combate con Dohko, hablé con Kanon, el único guardián que Atenea tenía en ese momento, quien me habló de la decisión de nuestra diosa. A último minuto, le dije que intentara abrir una dimensión atemporal, que hiciera uso de las facultades de la pulsera que sabía que estaría usando.

—¿Eso significa que el cuerpo de Atenea está detenido en el tiempo?

—Correcto —asintió el Carnero. Comenzaba a sentir náuseas, pero confió en que no se notara. Perdía lentamente su vida—. Atenea está en lo que ustedes podrían llamar una muerte clínica; su corazón no late, pero su cerebro está intacto, y su alma, que ha despertado la consciencia Alaya, está conectado tanto al mundo de los vivos como el de los muertos por esa pulsera. La Daga de Physis no hizo su esperado trabajo de enviarla directamente al Tartarus gracias al despertar de ese poder, que va en contra de la muerte; de eso sí que Atenea estaba al tanto, pues Shaka se lo había enseñado.

—¿Y cómo puede volver aquí?

—Cuando use su armadura y venza a la encarnación misma de la Muerte, será, en términos clínicos, como si le dieran epinefrina o le pusieran un desfibrilador a un dios. En teoría, si incendia su Cosmos lo suficiente (y lo hará, si enfrenta a Hades), su alma retornará a su cuerpo, que ya estará libre de la Daga de Physis y no ha sido afectado por el tiempo. —Sion le dedicó una mirada llena de confianza, esperanza y admiración a las cuatro doncellas. Kanon había despertado sus Cosmos a lo bruto, bajo sus instrucciones, y debían conservar ese portal abierto hasta que regresaran, lo que parecían impulsadas a cumplir, aunque se les fuera la vida en ello—. Mientas tengan abierto ese portal, y los pétalos en su muñeca no terminen de caer, el alma de Atenea podrá volver a su cuerpo. En el Inframundo tendrán más tiempo que aquí, pues apenas y avanza; esta conversación que acabamos de tener no creo que les hayan quitado más de dos o tres minutos en el mundo de los muertos.

—Dijiste que podías ver el futuro en las estrellas. ¿Acaso no sabes cómo va a terminar esto? —inquirió Hyoga.

—Es correcto. —Sion caminó, sin temblar ni una sola vez, hacia el borde del Ateneo, mirando todo a sus alrededores—. Veo las estrellas, pero no distingo ni un solo patrón en ellas; ni siquiera puedo identificar las constelaciones. Probablemente se debe a que soy un Espectro ahora, incapaz de conectar con el destino de los vivos, o tal vez es solo que Hades conjuró esta jugarreta conmigo, después de torturarme por dieciséis años que, en el Inframundo, debieron ser siglos. —Aunque no los pudo ver detrás suyo, escuchó como ahogaban exclamaciones y tragaban saliva—. No se preocupen, recuerdo muy poco de ello, desde que volví a la Tierra. Y cuando regrese al Inframundo, espero tener un descanso… —Se permitió una sonrisa sincera, como la que compartía con sus amigos en la antigua Guerra Santa—. Confío en que ganen para eso también, ja, ja.

—S-Sion… tú estás…

—Veo un barco, a lo lejos —desestimó—. No se alarmen, resulta que tengo ojos muy buenos para mi edad. ¿Es el Navío de la Esperanza? Hacía mucho que no lo veía, supongo que Atenea lo despertó para que luchen en el Inframundo, y para que pudieran utilizarlo tiempo después a su muerte. Es la diosa de la guerra, después de todo, aunque dudo que esperaba que lo revivieran tan pronto. Imagino que Dohko fue a encargarse de eso, por si te sigues preguntando dónde está, Dragón.

—¿Un barco? ¿De qué diablos…?

—Te explico luego, Seiya —intervino Cisne.

—Muy bien, es un barco muy útil, mientras permanezcan sobre su cubierta las leyes del reino de la muerte no los afectarán; el problema es que no podrán llevarlo al Inframundo hasta que el Castillo de Hades sea destruido, pues contiene todo el poder de Hades en la Tierra.

—¿Castillo? ¿Qué castillo?

—Es el castillo de la familia Heinstein, en Alemania, por donde los Espectros salimos al mundo de los vivos. Allí se encuentra Pandora, líder de su ejército, y allí se dirigieron Muu, Saga y los demás. —Sintió su corazón latir con muchísima lentitud. Estaba demasiado débil, después de eso apenas y podría caminar, por más Cosmos que encendiera; su cuerpo se lo impediría—. No se preocupen, después de hacer esto los teletransportaré directo al castillo. Deben destruirlo, e inmediatamente después regresar aquí para tomar el Navío. Recuérdenlo bien: ¡deben volver aquí!

—Espera, espera, ¿hacer qué? —Apenas terminó de preguntar, lo que quedaba de la armadura de Seiya comenzó a emitir resplandores azules, tan brillantes como el mar bajo el sol del ocaso—. ¿Qué está pasando?

—Pegasus, Cygnus, Andrómeda, Draco, vengan aquí —ordenó, y desde luego, los cuatro Mantos Sagrados se apartaron de sus dueños y se armaron, tan sumamente bellos y radiantes, frente a Sion de Aries, que concentró con telequinesis la sangre de Atenea que manchaba el suelo y que salía de la garganta de Saori Kido, flotando en su mano derecha.

—¡Nuestras armaduras! ¿Cómo te obedecieron?

—Las conozco mucho más que ustedes, he hablado con ellas decenas de veces con los años. —Acarició las cadenas de Andrómeda, las alas del Cisne, las garras del dragón y lo que quedaba del yelmo de caballo alado. Las recordaba como si fueran la palma de su mano—. Conozco sus historias, sus antiguos portadores, sus vidas. Me sé de memoria los giros más internos de su construcción, conozco su calor y el tono de sus voces, conozco la melodía de su respiración y el color de sus corazones. Puedo recitar cada una de las palabras que han pronunciado, y las maneras únicas que tienen para vivir. Lo sé todo.

—¿Qué harás con ellas, Sion?

—¿Acaso las repararás?

—Algo que no debería hacer por ningún motivo —contestó el Carnero—. Lo que haré ahora es una verdadera ofensa hacia los dioses, que hará que los persigan a todos en el Santuario. Es una antigua prohibición a todos los ejércitos divinos.

—¿Prohibición? —Pegaso soltó una risita cómplice y arrogante, una llena de confianza y esperanza después de saber que Atenea podía volver a la vida—. Parece que este día ha estado repleto de prohibiciones que nadie ha roto jamás. Así que, ¿ya cuántas veces se ha hecho esto, Sion?

—Ja —admitió el Espectro, al captar que era completamente inútil engañar a esos chicos—. Un par de veces, pero muy temprano en nuestra historia. Como dije, es una ofensa a los dioses, pero ya que Atenea y yo decidimos cambiar las reglas del juego del Olimpo, rompiéndolas, ya no tiene caso que seamos tan tímidos. Pero antes necesito saber… ¿Están dispuestos a seguir luchando?

—Ya nos hicieron esa pregunta antes.

—Sí, cuando Aiolia y los demás repararon nuestras armaduras con su sangre.

—Nuestra respuesta no ha cambiado.

—Seguiremos luchando, hasta que nuestro Cosmos se extinga.

—Esa es una gran respuesta —dijo Sion, teletransportando a sus manos, sin ninguna dificultad, las herramientas del Manto de Buril que se hallaban en su taller, en Jamir. O más bien, el taller de Muu. Recordó lo orgulloso que estaba de aquel que había seguido sus pasos con tanta nobleza y gallardía—. Utilizaré la sangre de Atenea para reparar estas armaduras, y las haré crecer a su forma terrenal más grandiosa. Y apenas termine, deberán usar todo el poder que contienen, sin temor a nada, pues ya se encontrarán en territorio de Hades.

—Muu tardó una hora en reparar nuestras armaduras. ¿Acaso está bien con ese tiempo para que…? —Seiya no completó la oración.

—Muu es el mejor reparador que tiene este planeta, hace en minutos lo que a cualquier artesano le tomaría años producir, pues yo le enseñé así. Pero él lleva un par de décadas trabajando con el Gamanio, mientras que yo… —levantó el martillo y el cincel, y concentró su Cosmos allí—, yo cargo dos siglos en mis espaldas.

Cuando golpeó el peto de la armadura de Andrómeda, manchado de sangre de Atenea, una lluvia de relámpagos destelló hasta el firmamento, y la armadura pareció emitir un gemido de satisfacción. Estaba creciendo.

«Confío en ustedes, jóvenes guerreros de Atenea con sangre ardiente», pensó Sion, con el mismo deje de satisfacción.


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#670 Cannabis Saint

Cannabis Saint

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Publicado 05 diciembre 2018 - 23:30

Muy bueno, ya veo por donde puede ir la historia! Gracias por tan grandiosa obra! Saludos y a esperar el desenlace en el castillo para entrar de lleno al inframundo!

#671 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 12 diciembre 2018 - 18:13

Muchas gracias por los elogios, Cannabis, se aprecian mucho. Lo que pides está aquí:

 

 

AIOLIA III

 

05:40 hrs. 16 de junio de 2014. Hora de Grecia.[1]

Milo gritó cuando ese malnacido lo azotó contra el muro otra vez. Y otra vez. Y otra vez. El Santo de Escorpión había clavado 10 de sus Agujas en el cuerpo de su rival, un muchacho pelirrojo que trataba de contener la hemorragia, no lejos de ellos. Pero no había sido suficiente.

Dos Espectros, ambos con alas en la espalda, tenían a Muu tomado del cabello y pronto lo arrojaron hacia arriba para rematarlo en el aire. Ambos habían quedado gravemente heridos por los ataques del Carnero (a uno de ellos hasta le arrancó unos dedos con su telequinesis), pero ahora estaba a su merced.

¿Y Aiolia? A punto de perder la cabeza bajo el brazo de quien se presentó con el nombre de Gordon de Minotauro, a quien había conseguido al menos quemarle las piernas con su Plasma Relámpago. No había sido suficiente.

Los cuatro Espectros eran tan poderosos como los tres Santos de Oro, y su líder era superior a todos ellos. Estaban en una clara desventaja numérica y de poder de fuego. Sin mencionar que los enemigos estaban frescos a diferencia de ellos, que habían luchado bastante durante las últimas horas, y que incluso habían ejecutado una Exclamación de Atenea. Estaban muy agotados y heridos.

Pero también había un aspecto psicológico. Atenea se había quitado la vida en frente de sus ojos, sin que pudieran hacer absolutamente nada. Su diosa ya no estaba en este mundo. Tampoco Shaka.

También habían perdido a Seiya y los otros Santos de Bronce. Virtualmente no les quedaba nada por qué luchar, pues el mundo se estaba yendo al diablo. Lithos diría que siempre existía esperanza, pero Aiolia definitivamente no se sentía con ganas de pensar en ello. En el camino a Alemania se habían encontrado con muchas villas, pueblos y ciudades donde los Esqueletos de Hades causaron estragos, resucitaron a los muertos como Fantasmas y se llevaron gente a las plazas, donde les cortaban las cabezas. No podían hacer demasiado, no podían salvarlos a todos, ni siquiera siendo seis. Menos cuando tres de esos eran poco más que muertos vivientes.

Esa también era fuente de su aflicción. Saga de Géminis, Shura de Capricornio y Camus de Acuario no habían traicionado a Atenea, sino que habían sido controlados mentalmente por las hadas del inframundo. Hasta habían llorado lágrimas de sangre, desprovistos de su consciencia, pues ese llanto nacía de sus corazones abrumados por la vergüenza, la desesperación y la frustración. Y para peor, no habían puesto un pie en territorio de Hades cuando los tres se esfumaron súbitamente, como si los hubiese atrapado una corriente de aire, oscura y tenebrosa como ninguna que hubiera sentido antes. Se los habían llevado quién sabía a dónde, y cuando intentaron reaccionar, se encontraron con aquellos Espectros que les daban una paliza. Todo estaba mal.

Aiolos estaría decepcionado. Entonces… ¿por qué seguían luchando?

 

—Nosotros no abandonaremos a Atenea —dijo Muu. Se teletransportó antes de que sus dos verdugos pudieran golpearle de lleno, y apareció frente a Radamanthys de Wyvern, que recibió una patada de parte de Milo en la quijada. El Carnero de Oro alzó un brazo y abrió la mano, concentrando en ella un sinfín de estrellas fugaces.

—Pase lo que pase… —dijo el Escorpión, preparando su próximo ataque a pesar de que su anterior rival, Queen de Alraune, lo persiguió. Pero Milo solo tenía la mente concentrada en encontrar a Atenea, en el Inframundo.

—¡Todavía no terminamos!

Aiolia encendió las llamas de su Cosmos, pidiéndole a su corazón que le diera fuerzas, aunque ardiera hasta quemarse. Con el Destello Relámpago esquivó el poderoso brazo de Gordon, y con el Rayo Relámpago conectó un puñetazo en su estómago, antes de correr a toda velocidad hacia el Magnate de Hades. No le dio de lleno, perdió su velocidad de impulso antes de tocar su Surplice, pero al menos se lo había sacado de encima por unos segundos.

Los tres sabían que era el enemigo que derrotar. El principal. No les quedaban fuerzas, la técnica de ese tipo se las había arrancado con un fuego devastador, que los habría asesinado de no ser por la defensa de los Mantos de Oro, que sufrieron daños graves y leves. Si acababan con ese hombre, al menos…

—¿Vienen hacia acá? ¿Acaso no han entendido? —Radamanthys abrió sendas alas y sus colmillos parecieron haberse alargado después de abrir la boca—. ¡Entonces acérquense, basura dorada, y reciban el Máximo Rugido[2]!

—¡No se acercarán al señor Radamanthys! —exclamaron los Espectros de élite que habían estado enfrentando, retrasados por una centésima de segundo.

Muu liberó la Revolución de Polvo Estelar y Milo disparó su Aguijón Cardenal. Aiolia iba detrás de ellos, por lo que no escuchó con la misma intensidad el monstruoso grito que salió de la garganta de Radamanthys.

Había sido como un aullido fantasmagórico, como si miles de almas perdidas solicitaran ayuda desesperadamente, o como animales agónicos buscando presas. Las estrellas fugaces de Aries conectaron con el pecho de Radamanthys y el Aguijón le dio directo en el estómago, pero la mayor parte de los ataques fue anulada por el Máximo Rugido, y Muu y Milo fueron arrojados hacia atrás, gravemente heridos.

Aiolia los vio, evitó los ataques y dio un gran salto, esquivando también a sus cuatro perseguidores. Desde allí pudo captar de reojo a sus compañeros. Los estaba viendo sufrir sin poder hacer nada para evitarlo… igual que cuando vio a Aldebarán, protegiendo el Santuario a costa de su vida frente a un ejército de Marina.

No. Más que eso. Se sentía la misma frustración que percibió cuando era niño, cuando el mundo lo juzgó por ser hermano menor del Traidor. Gran parte de su vida estuvo huyendo de ese recuerdo a la vez que construía su propia leyenda, enfrentando a los Titanes y realizando proezas que, creía, aplastaban la memoria de Aiolos.

 

“Se requiere valor para liberar la flecha, pero se necesita aún más bravura para guardarla, tensarla de nuevo y disparar desde una mejor posición”, decía el poderoso Santo de Sagitario, su maestro.

Radamanthys dirigió su Rugido hacia él, pero el León guardó el puño con el que iba a disparar y se apartó con ayuda de su Cosmos, en el aire. A pesar de que carecía de más energías para realizar el Destello Relámpago de nuevo, se sorprendió al esquivar sin desearlo un rayo de energía mortífero de parte de uno de los Espectros.

El Wyvern se separó del suelo y planeó hacia su encuentro. Aiolia ya tensaba la nueva flecha y esperaba el momento oportuno, con toda la paciencia que le daba la extensión del tiempo propia del Séptimo Sentido. Igual que Aiolos. Paciencia.

—Ahora. ¡Ruge, Cosmos! —Movió el puño hacia adelante y desencadenó una increíble cantidad de rayos, en el más veloz Plasma Relámpago que había ejecutado en muchos años. Era una inmensa red de luz dorada impulsada por sus sentimientos, su corazón, su deseo de sanar la memoria de Aiolos, de ayudar a sus compañeros Santos convertidos en Espectros por Hades, y de salvar el alma de Atenea.

Radamanthys se metió en la red y siguió ascendiendo, con los brazos envueltos en llamas negras. Su Surplice no estaba recibiendo daño, a pesar de que Aiolia estaba disparando millones de golpes por segundo. ¡No tenía sentido!

¿Acaso su cuerpo estaba tan agarrotado que sus puños habían perdido fuerza? Si era así, entonces de verdad estaban perdidos.

 

¡Cruza los brazos, Aiolia!

 

El Santo de Leo dejó de disparar, levantó los brazos a la velocidad de la luz y los colocó en cruz frente a su rostro. Justo allí golpeó Radamanthys, una centésima de segundo después, lo que evitó que perdiera la cabeza. ¿Qué había sucedido?

Le había parecido escuchar la voz de su hermano mayor en su cabeza. ¿Acaso Aiolos se había comunicado con él? ¿O quizás era un recuerdo de sus días entrenando bajo la tutela de Sagitario que había arribado a su consciencia en el momento justo? Fuera como fuese, esa voz poderosa le había salvado.

Al estrellarse en el piso percibió las presencias de los otros cuatro enemigos, peligrosamente cerca de él. Golpeó el suelo de piedra con todas sus fuerzas y conjuró el Colmillo Relámpago, creando una barrera eléctrica a su alrededor donde nadie podría acercarse más que el Wyvern, al menos por un par de segundos.

El Magnate del Inframundo cayó encima suyo, dándole una patada en el brazo y un puñetazo en el hombro, ataques que iban originalmente dirigidos a su cuello y su rostro, pero los había evitado con una velocidad extrema. Aiolia no pudo evitar una breve sonrisa cuando notó los ojos muy abiertos, sorprendidos del Wyvern. Estaba utilizando a tope su Séptimo Sentido, escapando constantemente de la muerte a pesar de tenerla frente a él.

Una bola de fuego puso fin a la pequeña hazaña de Aiolia justo un segundo después de pensar en lo que estaba logrando. Leo cayó de rodillas frente al Wyvern, acusando un terrible dolor que no le estaba dejando pensar bien.

—¡Miserable Santo!

—¡Maldito gusano, vas a pagar lo que…!

—Esperen, Queen, Gordon —dijo Radamanthys a sus hombres, que ya tenía alrededor a punto de destruirlo entre todos, sin pizca de honor. Con un solo gesto de su mano derecha consiguió que cuatro tipos tan poderosos como Aiolia se frenaran en el acto—. Logró esquivarme, creo que merece que sea yo mismo quien lo asesine.

—¿Él lo hizo? —inquirió el tal Queen, moviendo los brazos a todos lados con desesperación—. ¿Lo que nosotros individualmente no? ¿Acaso se está dejando, mi señor Radamanthys, hm? ¿No somos nosotros los únicos capaces de ponernos cerca de su nivel?

—Queen, silencio —intervino el de ojos tristes que podía liberar veneno. Dos de sus dedos de la mano izquierda habían sido arrancados por la telequinesis de Muu, que había perdido la consciencia y que ahora yacía junto al Escorpión—. El señor Radamanthys está mostrando el honor y orgullo de los Espectros de Hades a este Santo de Atenea. Incluso el enemigo puede ser merecedor de recibir el fuego de Radamanthys de Wyvern si muestra la habilidad correcta.

—Generalmente no hablas tanto, Sylphid, je, je, je, je —afirmó Gordon, que se sobaba todavía el estómago tras recibir el Rayo Relámpago.

—Pero tiene razón —dijo Valentine, el tipo alto y esbelto que había conectado sus veloces ataques en Muu, a pesar de la habilidad de teletransportación de éste. En su cuerpo y Surplice se notaban las muestras de que había luchado contra Muu casi en igualdad de condiciones—. Ese muviano de allá casi me retuerce hasta la muerte con sus poderes mentales, y tú mismo tienes las rodillas electrocutadas, Gordon, no dudes que, en un rato, cuando te baje la adrenalina, apenas podrás ponerte de pie. La batalla nos sirvió para saber que, aunque inferiores, los Santos de Oro pueden poner en aprietos a un Espectro, si éste se descuida.

Aiolia solo escuchaba en silencio. Estaba rodeado por cinco enemigos con un poder increíble, estaba demasiado agotado y sus compañeros habían recibido castigo peor. Si intentaba contraatacar lo matarían… ¿pero qué opciones tenía? Ni siquiera era capaz de ponerse de pie o levantar la cabeza.

—¿Para qué sigues pensando en luchar? —preguntó Radamanthys, como si le hubiera leído la mente, igual que Asterion—. No logro entenderlo.

—E-eso es porque no eres un S-Santo de Atenea… n-no puedes entender…

—¿Para qué seguir derramando más sangre innecesariamente, si sabes que eres inferior a mí? Por más que lo pienso no tiene sentido.

 

Tensa la flecha, Aiolia. Mientras la cuerda no esté rota y tus flechas apunten a la oscuridad, siempre podrás seguir disparando.

 

De nuevo la voz. Ahora parecía más una alucinación que un recuerdo preciso, como si estuviera poniendo palabras en la boca de su hermano. ¿Al fin se había vuelto loco, como todo el mundo le decía, o era una simple muestra de que sus colmillos aún estaba afilados? ¿Su cuerpo le decía que aún podía combatir?

—No importa… Comparado con todo lo que han sufrido Atenea, mis amigos y mis compañeros… no es nada. ¡No importa cuánta sangre derrame!

Aiolia golpeó el suelo con tanta fuerza que generó un temblor. Sus relámpagos se extendieron por todo el campo de batalla, convirtiendo temporalmente la noche en día, y la luna en una esfera dorada como el sol. El Cosmos nacía desde el corazón y el alma, y él todavía tenía flechas en el carcaj, igual que Aiolos.

Los rayos del Colmillo Relámpago se convirtieron en pilares de luz que rompieron las piedras y desquebrajaron los torreones cercanos. El subsiguiente Plasma Relámpago se convirtió en una lluvia de chispas electrificadas, potentes y destructivas que podían atravesar todo lo que tocasen. Los cuatro Espectros de élite se vieron forzados a dar algunos pasos atrás, sorprendidos por la abrupta explosión cósmica.

La mano derecha de Aiolia se convirtió en una bala de cañón que se desplazó hacia adelante en medio de haces de luz dorado. Conectó directo en la barbilla de Radamanthys, y sintió como sus huesos crujieron. Fue una sensación tremendamente satisfactoria, que habría perdurado de no ser por lo que ocurrió después.

Era como si la noche devorara de un solo bocado al día relampagueante que había creado con sus puños. Una ira animal se convirtió en una sombra que lo cubrió por completo, acechándole. Se sintió como un gatito frente a un dragón.

Aiolia percibió un par de ojos rojos, furiosos, en el rostro de Radamanthys, y lo siguiente que sintió fue el puñetazo más duro y humillante que hubiera recibido. No importaba cuánta fuerza hubiera reunido, cuánto daño hubiera causado a los otros Espectros y al castillo; ni siquiera la infinitud del Cosmos.

El Santo de Leo cayó de espaldas sobre las piedras que había levantado, y sus labios se llenaron de sangre que nacía de su pecho, donde el Espectro había golpeado. También sintió que su espalda se había quebrado.

—Basura dorada, al menos mostraste algo de amor propio —dijo el Wyvern, limpiándose los restos de sangre de los labios. Agarró a Aiolia de una muñeca y, sin ningún tipo de dificultad, lo levantó y azotó nuevamente—. Eres muy testarudo.

—A… —iba a decir algo, pero casi se atraganta con su sangre. Radamanthys comenzó a arrastrarlo hacia la orilla del patio donde se encontraban. Escuchó a medias los gritos de Milo y Muu.

—Mucha impulsividad puede concederte una victoria, pero para eso necesitas controlar los sentimientos —dijo el Espectro, tratándolo como un muñeco de trapo. Le había roto las flechas y el carcaj, y lo había dejado solo con garras sin filo—. Te diré lo que necesitas para ganar, antes de matarte: fuerza y no desesperarse. Solo eso se necesita para vencer todo lo que se enfrente.

Radamanthys puso un pie al borde del precipicio y dejó a Aiolia colgando de él. Estaban muy alto en la montaña, mucho más de lo que creía. ¿Acaso su percepción estaba arruinada también? Su Séptimo Sentido lo había abandonado.

—Puedo abrir un portal al Inframundo y lanzarte allí, a la octava prisión, o dejar que la gravedad haga lo mismo, con el procedimiento tradicional. Con las fuerzas que te quedan, una caída desde esta altura bastará para matarte. ¿Qué escoges?

Aiolia no respondió. No por rebeldía, sino porque no podía. Era el fin.

«Lo siento, Aiolos. No quise decepcionarte».

—Que así sea.

Radamanthys no lo soltó, sino que aplicó fuerza y lo arrojó hacia abajo. Era un enemigo despiadado, seguro de su poder.

Sin embargo, Aiolia no cayó, pues se había detenido en medio del aire. Abrió los ojos y se encontró flotando; tenía el bosque a sus pies y la montaña arriba. El par de ojos furibundos de Radamanthys se clavó en los suyos y luego en algo arriba. Algo más que se estaba acercando…

¡Un Cosmos! ¡Cuatro Cosmos!

—N-no… no debieron venir… —murmuró, pero las palabras se las llevó el viento. En cierta forma también sentía orgullo. Mucho.

Pero no por sí mismo, como Radamanthys. Cuando vio la cadena atada a su muñeca, una que conocía muy bien, sonrió y expresó ese orgullo. Orgullo del legado que había formado, de los Santos que construirían el mañana.

Orgullo de los Santos de Bronce.


[1] En Alemania, son las 04:40 horas.

[2] Greatest Roar, en inglés.


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#672 Presstor

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Publicado 13 diciembre 2018 - 15:20

despues de un dia duro de trabajo,es agradable leer tu fic XD,

vale...vamos por partes

del capitulo donde shion explica todo el desaguisado,quizas dividirlos en tres fue exagerado...pero 

como los publicaste rápido, lo agradecí mucho ….todo lo que dice es muy  interesante  para la historia

 

bueno,a shion por h o b me gusto mucho su papel en toda esta trama,y debo decir que me gusta verlos

debatir sobre los dioses y como tratan a los humanos como peones  en sus guerras

incluso athena,el hecho de esta sea mas humana que las anteriores le da un punto mas interesante al hecho de ser una diosa

mucho mas cercana a los humanos que a los caprichosos dioses

 

quiero verlos mas interactuar entre ellos,esos diálogos para son oro 

 

y en este siguiente....me has dejado con ansias de mas...me gustado lo poderoso que has hecho a radamanthys

se lo merecia,espero sinceramente que no lo nerfees después XD,aunque…...haría alegrar mi kokoro roto que el burro con alas le de unos buenos golpes al wyverno XD

 

por cierto,me parecido brutal como has describido este primer encuentro de pesos pesados...de dorados y espectros de alto poder

aquí creo que para superar esta prueba los de bronce deberán estar con su séptimo sentido a tope desde el principio para no salir escaldados

 

bueno...no me ire sin antes decir...neflitxt adapta los caballeros del zodiaco.....sale mal....



#673 Cannabis Saint

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Publicado 13 diciembre 2018 - 22:34

Buen capítulo! Rada muy imponente y los dorados pues se han fajado como los bronce! Enganchado a como ira el siguiente, espero mas tu fic que el SS Netflix! Saludos
.

#674 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 21 diciembre 2018 - 10:51

despues de un dia duro de trabajo,es agradable leer tu fic XD,

vale...vamos por partes

del capitulo donde shion explica todo el desaguisado,quizas dividirlos en tres fue exagerado...pero 

como los publicaste rápido, lo agradecí mucho ….todo lo que dice es muy  interesante  para la historia

 

bueno,a shion por h o b me gusto mucho su papel en toda esta trama,y debo decir que me gusta verlos

debatir sobre los dioses y como tratan a los humanos como peones  en sus guerras

incluso athena,el hecho de esta sea mas humana que las anteriores le da un punto mas interesante al hecho de ser una diosa

mucho mas cercana a los humanos que a los caprichosos dioses

 

quiero verlos mas interactuar entre ellos,esos diálogos para son oro 

 

y en este siguiente....me has dejado con ansias de mas...me gustado lo poderoso que has hecho a radamanthys

se lo merecia,espero sinceramente que no lo nerfees después XD,aunque…...haría alegrar mi kokoro roto que el burro con alas le de unos buenos golpes al wyverno XD

 

por cierto,me parecido brutal como has describido este primer encuentro de pesos pesados...de dorados y espectros de alto poder

aquí creo que para superar esta prueba los de bronce deberán estar con su séptimo sentido a tope desde el principio para no salir escaldados

 

bueno...no me ire sin antes decir...neflitxt adapta los caballeros del zodiaco.....sale mal....

Sí, también creo que fue un poco exagerado xD, pero verás, en word ese capítulo tenía 15 páginas, en comparación con los 6-7 que tienen normalmente. El de Kanon en el volumen 3 rondaba los 18, y por eso lo dividí en 3 partes, y consideré apropiado hacerlo con este también, pero me parece que lo forcé un poco y lo corté en momentos donde no había necesidad. Considerando ese error, decidí publicarlos todos dentro de la misma semana :D

 

Siempre quise hacer esa reflexión sobre los dioses y la diferencia con los humanos de labios de Sion, especialmente en comparación con lo que piensa Dohko sobre el destino, y también a que Saori es única. Por ello es esta generación única, pero también porque pasaron un montón de cosas fuera de lugar bastante random: Saga tenía doble personalidad, Sion se convirtió en Patriarca sin entrenamiento en ello, Kanon trató de asesinar el alma de Saori, Aiolos andaba por allí, Seiya se crio con Saori lejos del Santuario, etc etc etc.

 

No te preocupes, no "nerfearé" a Rada como hicieron en las OVAs. Seguirá conservándose tan poderoso y superior como lo ves ahora, y quizás incluso más peligroso. ¿Se enfrentará a Seiya y los demás? Ya veremos..

 

No pienso hablar de Netflix jeje Saludos y muchas gracias!

 

 

 

Buen capítulo! Rada muy imponente y los dorados pues se han fajado como los bronce! Enganchado a como ira el siguiente, espero mas tu fic que el SS Netflix! Saludos
.

Pues no se si tomarme como halago o no que esperes más esto que lo de Netflix. Vamos, que cualquier fic jaja Muchas gracias por comentar, y espero te guste lo que se viene con Rada.

 

 

 

 

Ahora, para este capítulo se viene el final de Saga de Géminis. El guerrero con DOBLE PERSONALIDAD que fue impulsado, pero nunca poseído, por la manzana de Eris para hacer el mal. Quiero que recuerden eso al leerlo, que todo el mal que Saga hizo, si bien fue impulsado por una diosa, fue obra propia debido a su otro yo, que alojó en su corazón desde niño (como pueden leer en Anécdotas de Oro).

 

También sirve para este capítulo recordarles que en el capítulo de Kanon del volumen 3 se muestra cómo obtuvo Saga la armadura de Géminis, cómo llegó Kanon a dar con la Manzana de Oro, y cómo urdió su plan de asesinar a Saori manipulando a su hermano.

 

Luego, durante casi todo el volumen 0 (saga de los cuatro de oro blanco), los que lo leyeron, podrán recordar que se mostró el diario de Nicole de Altar, donde puede leerse desde la perspectiva de Nicole como fue cambiando el Patriarca hasta que lo asesinó en el Congo.

 

Teniendo eso claro, y que este Saga seguirá siendo tal como ha sido desde el principio de Mito, los dejo con su último capítulo, creo que uno de los que más emociones me ha provocado:

 

 

 

SAGA IV

 

06:00 hrs. 16 de junio de 2014. Hora de Grecia.[1]

La mujer los soltó en medio de un salón, en lo más profundo del castillo. Había estado riéndose todo el maldito camino, era desesperante… y también muy peligrosa. No la habían conocido antes, pero no necesitaban demasiada información tras sentir el Cosmos que emanaba de ella. Lillis de Mefistófeles era terriblemente fuerte.

Pero aún peor era la otra mujer, la que no parecía una guerrera, sino una dama de alta alcurnia, vestida completamente de negro, como una viuda de luto. Cuando Saga clavó sus ojos en ella, supo quién era, como si siempre hubiera tenido su nombre en la memoria; pero ahora que había recuperado su voluntad, Saga también sabía qué tenía que hacer y cuál era su misión, en el poco tiempo que le quedaba en el mundo.

—Ohhhhh, llegaron, ¡llegaron, Lady Pandora! —chilló Cheshire, el Espectro que había sobrevivido a la anterior guerra santa y había preparado la próxima venida. Se notaba a leguas que había perdido varios tornillos con el tiempo. Saga pudo oírlo perfectamente, a pesar de que había perdido la audición.

—Silencio —le calló Pandora, antes de que el gato se pusiera a saltar por todos lados, y le dedicó una seductora y conciliadora, pero tremendamente falsa sonrisa a Saga y sus compañeros—. Veo que han regresado al castillo, habiendo cumplido con su misión. Lamento si Mefistófeles fue algo brusca en ello. Como ya se habrán dado cuenta, les he prestado temporalmente el sentido de la audición a ustedes, Saga, Shura, para que mis palabras sean tan claras como el cielo.

—Brusca no fui, señorita —sonrió Lillis como respuesta; su sonrisa era pícara y cómplice, como si se supiera un chiste que solo Pandora podría comprender—. Lo que pasa es que muy débiles estos hombres están.

—Oh. Veo que tuvieron una misión muy difícil, entonces. Aunque me alegro de que al final todo saliera bien para nuestro señor Hades. —Pandora arqueó más los labios de su sonrisa y cerró los ojos, antes de rasguear un par de cuerdas de su gran arpa oscura—. No podía esperar menos de ustedes.

Ya deja de jugar —dijo Saga, comenzando a impacientarse. Ni siquiera podía mantenerse en pie sin la ayuda de Shura y Camus, que también se mantenían verticales gracias a los hombros del otro—. Sabes muy bien que el hechizo de tus malditas Hadas terminó su efecto, así que termina de una vez con esta charada.

En lugar de ofenderse por su manera de hablar, Pandora conservó impasible su venenosa sonrisa.

—Como dije, no podía esperar menos de quienes fueron Santos de Oro de Atenea. Efectivamente, el polvo liberado por las Hadas del Inframundo manipula la voluntad de cualquiera que vista una Surplice, aunque es solo necesaria contra ustedes, la basura que el señor Hades decidió usar para no sacrificar a sus amados Espectros. Que se liberaran del efecto es lo de menos, pues Atenea está muerta, ¿no es así?

Pagarás por ello. Tú y todo el ejército de Hades.

—También él —añadió Shura a la amenaza de Saga—. Al final cumpliremos con tomar la cabeza de un dios, pero no la de quien ustedes desean.

Los tres intentaron avanzar, pero lo que los detuvo no fue ninguna fuerza ni amenaza, ni habilidad; ni siquiera lo hizo su propia falta de energías. Lo que los detuvo en el acto fue la más aterradora de las carcajadas.

Ningún aspecto del universo quedaba ajeno a la risa. Hasta los astros quedaron silentes para oírla. Mil demonios parecieron salir de la tierra, convocados por su voz. No había espacio para el silencio. No había tiempo para las emociones.

Shura y Camus cayeron de rodillas, y Géminis les siguió. No les quedaban más fuerzas, el Cosmos los había abandonado. Sería una proeza si conseguían ponerse de pie nuevamente.

En ese momento, Saga supo que estaba completamente en desventaja, y así también lo sintieron sus compañeros. Lillis podía vencerlos con cierta facilidad, y no solo por las condiciones en que ellos se encontraban. Habían perdido antes siquiera de empezar, y habían decepcionado a sus camaradas, en las afueras del palacio.

—Silencio, Mefistófeles —concilió Pandora, aparentemente entretenida con el sufrimiento y frustración que experimentaban.

—Ja, ja, mucho lo siento, Lady Pandora —se disculpó Lillis, consiguiendo una moderada reverencia con su sombrero—. No pude evitar que me hiciera cierta gracia eso de al señor Hades vencer.

—Ciertamente, pero recuerda que solo son humanos. —Pandora entornó los ojos y adoptó una expresión seria y refinada—. Tráeme al ejecutor.

—Como ordene. —Mefistófeles desapareció, y recién en ese momento Saga pudo escuchar la horrorosa risa de Zeros, que había sido completamente opacada por la de la Espectro. Era primera vez que lo veía, pero sabía todo de ese malnacido. El horrendo demonio que metía veneno en cada palabra que salía de su lengua.

—Ahora, mientras ella regresa, ¿por qué no hablamos, Saga? —Pandora acercó los dedos a las cuerdas y comenzó a rasguearlas con lentitud y cuidado, pero también con relajo, como si estuviera leyendo el periódico. Realizó las preguntas con toda la naturalidad del mundo—. ¿Me explicarías por qué no hemos encontrado a Atenea? Por lo que sé, se quitó la vida con una daga, en el centro de una suerte de… ¿portal, me parece? Dime, ¿tienen algo de especial esas cosas para que todavía no hallemos al alma de Atenea en el inframundo?

Saga bajó la cabeza, dejando que su cabello cayera sobre la cabeza. Se permitió una sonrisa que hacía mucho no mostraba. Como cuando vivía días felices con Aiolos, el maestro Nicole, e incluso con su hermano.

¿Te preocupas por Atenea?

­—¿Qué tontería dijiste, miserable?

 

El que había protegido el Templo de los Gemelos sabía de qué se trataba todo, incluso si solo Sion debía conocer la verdad. Nicole y Kanon le habían hablado sobre la Daga de Physis, y cuando la contempló en manos de Atenea, después de recuperar su voluntad, enterrándose en su cuello, temió lo peor.

La Daga eliminaba a todos los seres humanos en un amplio radio, y llevaría el alma de Atenea al Tartarus, algo que no muchos enemigos buscaban activamente. Saga había sido uno de los pocos locos que lo había considerado; no así Hades.

Luego estaba lo que había detrás del suicidio, tanto suyo como el de Shaka, al que ellos habían asistido. ¿Qué pasaba allí? Camus le ayudó a reflexionar sobre eso en el camino a Alemania, y llegaron a la obvia conclusión de que Atenea y Shaka habían descubierto un camino hacia el Inframundo sin perder la consciencia. Era la única explicación posible, derivada de las palabras y la personalidad de Shaka, que tan bien conocían, a diferencia del ejército de Hades.

Por otro lado, cuando Kanon abrió el portal frente a sus ojos… entonces lo comprendió, y así se lo explicó a sus compañeros, cuando Muu debió usar gran parte de sus fuerzas en la teletransportación, a pesar de su débil estado físico y mental.

 

Habían entrenado por mucho tiempo. Solo uno de ellos se convertiría en el Santo de Géminis, y como burla del destino, el otro solo sería un reemplazo en el caso de que el primero no pudiera cumplir con su misión. Nicole no solo les dio un hogar y crianza, sino que los convirtió por igual en potenciales Santos de Oro. Uno a la vez.

Sin embargo, a pesar de ser gemelos, eran muy diferentes. No solamente en relación con su personalidad, sino que también con sus habilidades. Saga era, por muy poco, más poderoso que Kanon en aquellos tiempos… sus Gemínidas de Helios y su Explosión de Galaxias se habían vuelto armas de destrucción masiva y, además, había aprendido a crear ilusiones manejando el espacio, que le serían útiles en conjunción con el Templo de los Gemelos. Todos lo consideraban un semidiós, un guerrero sin parangón con quien solo podía compararse Aiolos de Sagitario, y que era el más apto para seguir los pasos de Sion de Aries.

Sin embargo, Kanon lo superaba en otro rubro. La primera vez que lo mostró fue de manera casual, cuando Nicole les solicitó que enviaran unas naranjas a distintas dimensiones, ya relativamente avanzados en su entrenamiento.

La idea era que las frutas se perdieran en los confines del espacio, lejos de los límites del universo. A Saga se le dificultaba, pues mantener un portal abierto ya le era complicado, y además debían tener objetivos distintos entre sí, todos desconocidos al mismo tiempo. El túnel contaba con un inicio y un final, por donde tenía que caer la naranja, pero la mayor parte del tiempo Saga no sabía dónde iban a parar, y conseguía solamente hacer desaparecer los anaranjados frutos en la nada.

Un día, sin embargo, Kanon no lo hizo de igual manera. Solo “porque se le ocurrió”, abrió un portal donde la naranja se mantuvo flotando imperturbablemente, como si nada le afectara, ni el más pequeño grado de pudrición, por más y más que esperaron algún efecto. No se había congelado, simplemente se conservaba frente a sus ojos, en medio de la oscuridad eterna del mundo al que Kanon había accedido.

Un mundo sin tiempo.

El día que Saga obtuvo el Manto de Oro de Géminis, lo hizo saliendo de una esfera dimensional llamada Arco de Geminga, en el que ambos habían sido atrapados por Nicole. El primero en salir obtenía la armadura. Saga siempre consideró que había vencido a su hermano solo por fuerza bruta, pues cuando Kanon consiguió salir, pasó por quizás innumerables mundos, y encontró la salida mucho más lejos que Saga, en un sitio más seguro, un suspiro de tiempo después que él. Incluso llegó a pensar que había sido una prueba injusta.

Pero claro, más injusto había sido terminar con la vida de aquel hombre que le había criado y entrenado, que le había otorgado comida, cama y un peculiar cariño. Nicole de Altar era representante de una generación perdida, y pocos podían llegar a la altura de sus talones… y Saga lo había asesinado sin piedad en Kinsasa, capital del Congo, cuando comenzó a sospechar de su identidad suplantando a Sion, a quien ya había asesinado años antes.

Fuera lo que fuese a ocurrir ahora… Saga se lo merecía. Pero al menos se iría con la felicidad de saber que el plan de Sion, Shaka y Kanon debía haber dado frutos, y que Atenea se encontraba infiltrada en el Inframundo, dueña de sus acciones y con intenciones de acabar con el ciclo de Guerras Santas.

Pregunto si te preocupa Atenea. Se supone que deberían encontrarla, no es más que un fantasma errante, ¿no es así?

—¿Por qué habría de preocuparme? Atenea se rajó la garganta, y por haberse arrancado las alas de los dioses, murió como una humana. Nada podría hacer contra el señor Hades en el Inframundo, ¿no? —Un dejo de duda, e incluso de miedo, asomó en los ojos de Pandora, y Saga decidió que lo mejor era quitar lo más posible el foco de su diosa.

No, Atenea perdió la vida, pero la guerra no ha acabado. Sus Santos acabarán con lo que ella comenzó —sentenció Géminis, levantando el adusto rostro y clavando la firme mirada en la de Pandora, que ensombreció, hasta que Lillis apareció nuevamente en el salón, con tanta sutileza y suavidad que podría haber dado la impresión de que no se había ido en absoluto.

Venía acompañada por un hombre enorme, con una grotesca Surplice con una veintena de brazos que salían de su espalda. Tenía una larga falda, una máscara en el rostro que simulaba un Buda con corona, y un montón de símbolos y detalles de los mitos hindú por todos lados, arremolinados caóticamente, sin patrón alguno.

El hombre respiraba fuertemente por la boca, detrás de la máscara, y no emitía palabra o ejercía movimiento alguno más que el de los hombros y pecho. De no ser por la falta de correa, habría pensado que era un gigantesco perro a las órdenes de Lillis y Pandora, como Cerbero, el can legendario de tres cabezas que se suponía que existía en el inframundo.

Lo peor de todo era que tenía un Cosmos… por decirlo menos, fabuloso. No había sentido nada semejante en los que se habían infiltrado con ellos en el Santuario. No tenía nada que envidiarle al de Mefistófeles. ¿Acaso tenían dos monstruos, aparte de los tres Magnates, tanto o más fuertes que ellos en el infierno?

—Te presento a Taidaio de Atavaka, Estrella Terrenal del Liderazgo[2], primero entre los demonios terrestres —introdujo Pandora, levantándose de la silla junto al arpa y alejándose sin mirar atrás—. Me costó muchísimo domarlo después de que se rebeló contra nosotros en la anterior Guerra Santa… pero lo logré. Ahora es solo una máquina de la destrucción sin compasión ni sentimientos, y será el que ejecute a todos los rebeles como tú, Saga.

—¿A-a dónde va, Lady Pandora? —preguntó Zeros, mientras Cheshire pasaba a su lado alegremente, saltando y silbando para acompañar a Pandora hacia una puerta grande y altamente decorada en el fondo del salón, detrás del arpa.

Era muy extraña. A Saga le pareció que rompía con la armonía de la habitación, como si no hubiera sido construida al mismo tiempo que el resto. O más aún, que ni siquiera había sido construida… era como si hubiera aparecido en medio de la pared, de un momento a otro, decorada por millones de pequeñas imágenes de monstruos y bestias fabulosas de los mitos.

Shura intentó blandir la espada para cortarle la cabeza rápidamente a la mujer, pero una pequeña risita de Lillis pareció quebrarle el brazo derecho en una milésima de segundo, haciéndole caer con un grito.

¡Shura!

—Jijiji, con cuchillos así no deberías jugar —rio Lillis, restándole importancia a lo que fuera que acabara de hacer. ¿Acaso era tan poderosa, o ellos estaban así de débiles después de tanto combate?

—Ah… N-no lo entiendo, es como si mi Excálibur se hubiera roto.

Camus frenó el movimiento que iba a realizar, a sabiendas de su futilidad. Fue entonces cuando Pandora respondió a la pregunta de la Rana.

—¿A dónde sino al Inframundo, Zeros? A hacerle compañía a nuestro señor Hades, ahora que obtuvimos la victoria en la Guerra Santa, desde luego.

—Pero… y yo qué…

—Ordena a todos los Espectros que bajen al Inframundo —dictó Pandora, luego de introducir una llave dorada, adornada por serpientes negras, en el cerrojo. Al girar, la puerta lanzó un chirrido agudo, y un resplandor verde se reflejó en los ojos de Saga—. Quedas a cargo del castillo y de la ejecución de estos rebeldes, Zeros. No te diviertas mucho —le sonrió con malicia, una que definitivamente Rana no pudo o quiso captar—, y recuerda: Taidaio también debe ir. Tú serás el último Espectro, ¿está bien, Zeros?

—A-así será, Lady Pandora, jejeje —asintió el repugnante y pequeño Zeros, lanzándola una mirada perversa a los tres ex Santos.

—¿Y qué hay de mí? —inquirió Lillis, flotando sobre los demás en posición de relajo, acostada en el aire mientras jugaba con su sombrero de copa—. ¿No puedo ver la siguiente escena?

—Compórtate, Mefistófeles, ya te he permitido suficiente falta de decoro —corrigió Pandora, rodeada por una espeluznante luz verde. Saga no lograba distinguir qué había más allá de la figura tenebrosa de la mano derecha de Hades.

—Sí, mi señora —asintió Lillis, descendiendo con actitud firme y rigurosa de soldado, arrodillándose frente a Pandora antes de acompañarla hacia más allá de la puerta. Había perdido la expresión de puchero, reemplazándola con una de lealtad sin límites—. Estoy segura de que Atavaka será rápido, Saga, Shura, Camus.

—Y, por cierto, ¿encontraste lo que te pedí?

—Por supuesto, mi señora, aunque admito que no fue fácil. La dejé en Giudecca, esperándole, a pesar de todo.

—¿Qué fue lo que te retrasó?

—Una Santo. Una con la que, sorpresivamente, me costó lidiar… pero, al final, yo tomé la delantera y…

La puerta se cerró, impidiendo que siguieran oyendo. Inmediatamente después la atmosfera se relajó, Saga no sabía si por la ausencia de Pandora o la de Lillis, incluso con ese monstruo tan poderoso como Mefistófeles frente a ellos, como un fantasma sin consciencia.

Una fracción de segundo después, Zeros se burló de Saga y los demás, y al completarse otro segundo, estaba convertido en una estatua de hielo, cortesía del ex Santo de Acuario. Tras el siguiente pestañeo, la batalla había dado inicio, con los tres renegados saltando a la vez, usando las últimas fuerzas que les restaban, para derrotar al enemigo que tenían delante y perseguir a Pandora, aunque se les fuera la vida en ello. No tenían mucho tiempo, de todos modos.

Al mismo tiempo, Taidaio pronunció unas palabras que cercenarían sus almas y corazones: Vacío de la Rueda Demoníaca[3].

 

El hielo de Camus se derritió y cayó como una catarata caliente sobre la estatua de Zeros. No por gravedad, sino que guiada hacia allí por el Cosmos de Taidaio.

El otro brazo de Shura cayó como peso muerto junto a su cintura. Atavaka lo tomó con sus veinte brazos medio segundo después.

Saga buscó retroceder al percibir lo que estaba pasando, pero fue incapaz. Lo habían encerrado, al igual que había hecho Shaka con su Danza de la Rueda Divina.

De hecho, ¡era casi exactamente la misma sensación! Sentía que se debilitaba progresivamente, y que perdía los sentidos que les restaban. Sin embargo, a diferencia de ser algo físico como lo que realizaba Shaka, Saga sintió que estaban manipulando y jugando con su propia alma.

Intentó abrir la Otra Dimensión, pero había perdido completamente el contacto con el mundo real, y no conseguía tocar el espacio para realizarle una apertura. Era como si hubiera perdido las llaves de acceso a su propio Cosmos.

¿Funcionaría usar la Implosión de Dióscures? Cástor permitía redirigir la energía de un oponente hacia donde deseara, tras absorberla… pero ¿cómo iba a hacer eso con algo que no comprendía? ¿Con una especie de sello que les rompía el alma?

¡Saga! —advirtió Camus, deteniéndolo de usar alguna otra técnica. Aunque había perdido el sentido de la vista, sus ojos estaban puestos en la presa de Atavaka, Shura atrapado entre los veinte brazos de su Surplice.

—No puedo liberarme… este tipo… Su Cosmos es más alto de lo que creía —masculló Shura, tratando de zafarse. Probablemente había perdido la sensibilidad, pero sus brazos seguían ardiendo de Cosmos fiero y tenaz. Sin embargo, no lograba cortar los de Atavaka.

Shura, resiste —dijo Saga, sorprendiéndose de estar poniéndose de pie, pues no recordaba haber caído. Encendió su Cosmos, aunque eso le hizo hacer sentir muy mareado, y cayó de espaldas nuevamente. Su vista se llenó de nubes por un instante, pero era su alma la que sufría. Jamás había experimentado un dolor así, tan interno, tan secreto, tan privado… era como si sus propios recuerdos fueran triturados, hechos pedazos, masacrados por Taidaio.

Realmente estaban jugando con su alma, con lo que lo convertía en Saga de Géminis, con sus memorias y su vida. Desde adentro.

N-nuestro tiempo de vida restante —musitó Camus, que había alzado los brazos sobre la cabeza, pero no conseguía bajarlos, como si hubiera olvidado que estaban conectados a sus hombros. Sudaba copiosamente, y el hielo generado caía sobre su cabello rojo—. Está disminuyendo… Mi alma…

Era a lo único que podían aferrarse, pero Taidaio de Atavaka lo corrompía y doblaba a su gusto, disfrutando con su tortura espiritual. Se oyó un grito terrible, y cuando Saga logró doblar el cuello, vio con horror como el Espectro le arrancaba la mano izquierda a Shura, hasta poco más allá de la muñeca, y lo dejaba caer junto al amo del hielo, que se dobló como si le hubieran clavado una punzada en el corazón.

Saga sintió algo parecido poco después. Sus recuerdos… Kanon, Nicole, Sion, Aiolos, Atenea, Seiya… todo se retorcía y desmoronaba, como si fueran desconocidos o imágenes de alguien más.

 

Eran las personas más importantes de sus vidas, en sus peores momentos, los que iban quedando. Una bebé a la que debía eterna lealtad, a punto de ver su corazón destrozado. Su mejor amigo de la infancia, enviado a asesinar, siendo cortado por su propia ambición cuando eligieron al otro como Sumo Sacerdote, una cosa que ni siquiera deseaba. Su gemelo, encerrado en el cabo de Sunión para tomar su lugar en el plan más siniestro de todos. Su maestro y figura paterna, aterrado detrás de un arbusto, escribiendo rápidamente sus últimas palabras en un diario antes de morir bajo su propia mano. Su líder con el corazón perforada por su puño en lo alto del Monte Estrellado. El Santo de Pegaso mirándolo con tanto desdén, asco, vergüenza y frustración que le hizo verter lágrimas mientras ejecutaba la Exclamación de Atenea.

Y luego, muchísimas personas más. Tantos a quienes había mandado a matar o torturar… o en ocasiones, por su propia mano. El primero fue un sencillo criado que le vio sin la ilusión de Sion en los baños del Templo Corazón, que solo le llevaba la toalla para que se secara, y quien recibió en carne propia el poder de su puño. Así muchos otros inocentes, que nunca pensaron verse involucrados en su ambición.

Tantos otros… tantos muertos porque no supo controlarse. Santos de Oro, de Plata y de Bronce, y cientos de soldados llevados a la tumba porque Saga no supo dominar al otro yo, al malnacido que lo encerró en lo profundo de su mente, y que lo humilló por casi dos décadas. El miserable impulsado al crimen por la diosa Eris de la Discordia.

Uno que… ¿para qué engañarse? Era él mismo, no otro Saga. Era el mismo Saga, potenciado en sus máximas crueldades y deseos inhumanos. Uno que merecía morir y sufrir todas las penas del infierno. Pensaba en ello mientras se quemaba bajo el yugo de los brazos de Atavaka, bajo el sello de su Vacío de la Rueda Demoníaca, una técnica nacida del infierno, propia del Emperador de los diablos.

 

Tras pensar con aquel fragmento de lo que le restaba de consciencia, en lo más recóndito de su alma, en menos de un segundo Saga se golpeó la frente con la mano derecha, proyectando la fuerza de la Ilusión Diabólica, también gestada en las fraguas ardientes de los abismos infernales. Había sido automático, prueba de que Nicole le había convertido en un guerrero digno.

«Perdóname, mi querido maestro».

A su lado, Camus era golpeado una y otra vez por Taidaio, que desmoronaba el hielo que a duras penas Acuario creaba para protegerse. No con mucho éxito, pues su rostro estaba cubierto de sangre, roto, lleno de magulladuras y casi irreconocible. Shura, en el suelo, había sido brutalmente inutilizado… pero aún conservaba la voz.

—No quería matarte, Aiolos… —dijo, con sus últimas fuerzas.

Shura solo había sido un peón en su juego. Camus no tenía pecado alguno en sus hombros. Ninguno de los dos merecía sufrir ninguna pena infernal, no como él, que había hecho tanto mal. Al final de sus días, Saga se había quitado la vida como forma de expiación… pero Kanon le había enseñado que esa no era la manera, en los pocos minutos que estuvieron juntos nuevamente, en el Templo de los Gemelos y en el Ateneo.

«Los pecados se pagan en vida. No importa si se cometen crueldades y se usa la violencia; primero hay que deshacerse de todo aquello que ponga en riesgo la paz del mundo, y luego se enfrenta el juicio y castigo de los dioses por esos pecados».

«Perdóname, Kanon».

—¡Shura!, ¡Camus! —gritó con todas sus fuerzas, a pesar de carecer del sentido del gusto. No importaba como hubiera salido, pues lo importante no era el sonido, sino el efecto causado en el enemigo.

Eran Santos, en vida y en la muerte. El Santo de Oro de Acuario generó una gruesa capa de hielo, llena de púas, en su breve momento de conciencia, cuando el Espectro de Atavaka se vio desconcentrado. Shura dio un grito vehemente y arrojó una red de Excálibur con lo que le quedaba de Cosmos y brazo, la que fue esquivada con toda la facilidad del mundo por el enemigo. Pero eso no era lo último.

Saga se había dado una simple, única y sencilla instrucción en la mente, cuando se conectó la Ilusión Diabólica: acabar con el enemigo, a cualquier costo. Eso implicaba potenciarse lo suficiente para cumplir con la misión, aunque se le fuera la vida en ello. Aiolos siempre decía que a veces había que guardar la flecha en el carcaj para disparar desde un mejor ángulo, y que eso requería de mucho valor. Al menos había aprendido eso de él.

«Perdóname, Aiolos».

 

Saga abrazó a aquel monstruo de más de dos metros con sendos brazos, que estaban cubiertos por llamas oscuras a punto de hacer explosión. Su alma estaba casi destruida por el sello, y su cuerpo no reaccionaba adecuadamente, sus movimientos habían sido clausurados por el Vacío de la Rueda Demoníaca.

—¡No deberían moverse! —gruñó la bestia espectral, liberando todo su poder para pulverizar a Saga, que incendiaba toda la energía que le quedaba, aprovechándose de su falta de tacto, cortesía de Milo—. ¡No deberían! ¡No deberían!

Por última vez, Cosmos… ¡por la justicia! ¡Explota!

Se escucharía en todos los confines del universo, el cómo destruía las estrellas. Todo estalló en llamaradas iracundas en el salón, arrasando con lo que hubiera a su paso, pero centrándose en Atavaka, cuyo Cosmos le ayudaba a resistir… Pero no sería por mucho. ¡Era la Explosión de Galaxias!

El Cosmos era inmortal, tal como Seiya habría gritado ese día que lo derrotó, no como su peor pesadilla según la premonición de Sion… sino como el héroe que ese día necesitaba, para convertirse en uno.

«Perdóname, Sion. Perdóname, Seiya»


[1] En Alemania, son las 05:00 horas.

[2] Chikai, en japonés; Dikui, en chino. En la novela Al borde del agua, es la estrella correspondiente a Zhu Wu, el “Ingenioso Estratega”.

[3] Maten Muhourin, en japonés.


Editado por -Felipe-, 21 diciembre 2018 - 10:53 .

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Publicado 26 diciembre 2018 - 12:46

feliiz navidad,otro año mas por aqui....que lo pases genial con los tuyos

del capitulo decir que fue muy salvaje,pero me parece de cain madre el desenlace

creo que es una genial manera de despedirnos de estos personajes hasta nuevo aviso

por ya se sabe los caprichosos de los dioses

 

ya que entraremos en modo negación con lo de netflitx,y haremos que eso no existe 

si debo decir que me parece un crimen no haber utilizado el arte de chimaki Kuori para el anime saintia sho

saint seiya nunca ha estado mejor dibujado...,...de verdad es una verdadera lastima

en cuanto a la serie....soy yo...o es demasiado sailor moon…..leyendo el manga no me da esa sensación

además va demasiado apresurada,se salta cosas que fueron muy epicas en el manga

pero bueno,al menos trata de respetar el legado....sera muy decepcionante no ver el combate completo del pegaso y el dragon completo

bueno

un saludo y nos seguimos leyendo....



#676 -Felipe-

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Publicado 30 diciembre 2018 - 11:02

Espero que hayas pasado una feliz navidad, y que tengas un gran año nuevo, Presstor.

Nada de caprichos de dioses aquí, se nos fue Saga y no volverá. ¿O quizás....?

 

xD

Lo del anime de Saintia es un poco penoso. Me ENCANTA el manga de Kuori, su dibujo, historia, personajes, y las peleas (su parte más débil) han ido mejorando. Lo que me molesta es lo que está haciendo el anime, cambiando la trama y acelerando las cosas para mostrar a los dorados de nuevo. Es como si no confiaran en su propio trabajo, y estén haciendo este anime solo como puente para más y más amarillo (aunque sí están desarrollando mucho, y como foco, a la relación de Shoko y Kyoko). Además, hay cosas a manera de efectos que el manga no tiene que también me desagradan un poco, pero al final no lo veo como un mal show. Solo que, a diferencia del anime original (MUY superior al manga de Kuru en mi opinión) y la adaptación del Canvas (que también disfruté más que el manga de Shiori) en este caso me quedo sin dudas con el manga en vez del anime. Habrá que esperar para ver si eso cambia. Un punto fuerte será el Pegaso vs Dragón.

 

Saludos y gracias por pasar :D

 

 

 

SHIRYU IV

 

 

06:05 hrs. 16 de junio de 2014. Hora de Grecia.[1]

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó el Espectro. Otros cuatro, al parecer sus subordinados, se pusieron en guardia sin entender qué ocurría.

—Somos Santos de Atenea —contestó Seiya, que se adelantó a los demás y lo desafió cara a cara. Resplandecía gracias al nuevo Pegasus.

—¿Y qué quieren?

—Luchar en nombre de Atenea —respondió esta vez Hyoga, que ayudaba a Milo a ponerse de pie. Levantaba su escudo de hielo, a la vez que liberaba polvo nieve, sutilmente, sobre los enemigos.

—Luchar por los ideales que nos dejó —dijo Shun, que sostenía firmemente a Aiolia. Era increíble la facilidad con la que su nueva cadena había atrapado al vuelo al Santo de Leo.

—Luchar contra Hades —sentenció Shiryu, que socorrió a Muu.

—S-Shiryu… ¿qué están…? —el Carnero no pudo completar la oración, tras quedarse embobado mirando el nuevo Manto Sagrado de Draco—. ¿Qué es esto…? ¿Acaso mi maestro…?

—Sí.

 

Lo que Sion había hecho, rompiendo las reglas de los dioses y usando la sangre de Saori, era fantástico, una maravilla de la creación que Shiryu jamás había visto. Las nuevas armaduras, según Sion, eran las formas definitivas que tendrían en la Tierra, tan poderosas y resistentes como los Mantos de Oro. ¿O más? No lo sabían, pero sí les habían dicho que las nuevas armaduras tenían muchos secretos guardados.

Por lo pronto, al menos se veían magníficas. Shiryu contaba con un escudo al que difícilmente podrían superar, que cubría casi todo el brazo. Además, las piezas superiores se habían vuelto más pesadas, pero al mismo tiempo las sentía muy ligeras, como si estuvieran hechas de un material irreal.

Lo mismo pasaba con las demás, que brillaban como nunca antes. A la de Seiya hasta le habían salido un par de protuberancias en la espalda que asemejaban alas, y el chico no perdió la oportunidad de preguntar por qué diablos las versiones anteriores del Pegaso no tenían alas, hasta que Sion le respondió que, de hecho, “sí las tenían”. Y no hubo más preguntas.

—Te voy a devolver a golpes todo lo que les has hecho —amedrentó Seiya, moviendo los resplandecientes brazos azules para trazar las trece estrellas guardianas de su constelación.

—Ah, ¿sí?

—¡Señor Radamanthys! —alertaron dos de los cuatro secuaces, pero su líder no pareció impacientarse o preocuparse ni siquiera un poco.

Los Meteoros despegaron, rápidos como bengalas. Shiryu sintió como destruían el aire, pasando a través de él como si fueran dueños del mundo. Los golpes de Seiya eran furiosos, impulsados por su calor, su ira y su frustración. A pesar de que todos eran Santos de Atenea, nadie podría entender lo que sucedía en la cabeza de Pegaso.

Y por eso fue tan horrible que Radamanthys ni siquiera se inmutara ante los ataques. Algunos Meteoros los atrapó con sus manos como si fueran pelotas de goma, otras las desvió con sutiles movimientos de los dedos, y los que permitió que tocaran su cuerpo, simplemente se desvanecieron al contacto con su Surplice.

Luego vino la risa. Una risa grotesca, diabólica, orgullosa y decididamente llena de una desmedida y justificada arrogancia. Seiya no retrocedió, pero quedó paralizado ante esa carcajada, igual que Shiryu y los demás.

—¿Eso es todo? ¡No sean ridículos! —El Espectro movió un brazo como si se estuviera quitando una mosca de encima, y creó una polvareda que casi los manda volando por el precipicio.

Shiryu levantó el nuevo escudo de Draco, pero no fue suficiente para anular el ataque tan violento, y a la vez tan simple, de Radamanthys. Aunque no sufrió ningún daño, le arrastró junto con Muu, hasta que éste utilizó el Muro de Cristal para detenerse a sí mismo y los demás.

Luego, Muu cayó de rodillas, debilitado, y lo mismo hicieron Aiolia y Milo, que habían utilizado sus Cosmos para frenar parte del ataque y así poder proteger a Shun y Hyoga. Seiya, en tanto, había caído a una torre, y desde allí se preparaba para disparar otra vez sus Meteoros.

—Intercepta a ese niño, Valentine —ordenó Radamanthys, y uno de los otros Espectros, a pesar de los evidentes daños que tenía, batió las alas y en un segundo ya estaba frente a Seiya, tomándolo del cuello.

—Tienes la boca muy grande, ¿eh? —le escucharon decir. Tenía la mirada fría, incluso más que su líder. Shiryu jamás había visto a una persona como esa, tan poco humana, tan antinatural.

El Santo de Dragón encendió su Cosmos y saltó hasta la torre, pero Sylphid le interceptó rápidamente con un golpe en la cara. El Espectro de Basilisco apenas decía una palabra, y su mano estaba llena de sangre después de su lucha con Muu, durante la cual perdió algunos dedos, pero parecía que nada le importaba.

Hyoga y Shun tampoco eran rivales para ellos, pero eso no impidió que el Polvo de Diamantes y la Cadena Nebular hicieran su aparición, dirigidos hacia Valentine. Sin embargo, Gordon de Minotauro golpeó en ese momento bruscamente el suelo del castillo, despedazándolo y haciéndoles perder el equilibrio.

Shiryu lo vio todo mientras caía, así como al Espectro llevar una mano hacia el cuello de Seiya, que agitaba desesperado las piernas, tratando de liberarse con las manos, sin éxito. No conseguiría llegar al suelo y saltar para rescatarlo a tiempo, era demasiado tarde.

Fue entonces cuando le pareció escuchar el rugido apasionado de una bestia, y un relámpago iluminó el cielo nocturno de Alemania. Valentine no pudo evitar por completo el Plasma Relámpago de Aiolia, que se había vuelto a poner de pie, y así sufrió algunas quemaduras en el peto de la Surplice, que comenzó a humear. Seiya cayó, al fin liberado para hacer resplandecer el Meteoro.

Radamanthys soltó un bufido pedante y se preparó para contraatacar, cuando la voz de Aiolia detuvo a Seiya en seco.

—¡Para ya, Pegaso!

Fue en ese momento cuando todo cambió, y se decidió el destino de poderosos guerreros de corazón ardiente.

 

El viento soplaba intensamente, arrastrando consigo los pedazos de Surplice de los Esqueletos que los Santos de Oro habían asesinado. Hacía frío, a pesar de que era verano, y la luna parecía más pálida que nunca.

Los cuatro Santos de Bronce estaban detrás de los tres valientes Santos de Oro de Atenea, que se habían levantado una vez más para proteger a los más débiles. Sus Cosmos ardían más que antes, impidiéndoles físicamente a Shiryu y los demás actuar. El Santo de Dragón estaba ensimismado ante el resplandor dorado que desprendían, y su corazón se había acelerado.

—Seiya, no permitiré que se entrometan en una batalla que ya había dado inicio —dijo Aiolia, más adelantado que los demás. Los rayos que liberaba eran irascibles y descontrolados—. Nosotros nos encargaremos de este Espectro.

—Ustedes deberían entrar al castillo, ayudar a Saga, Camus y Shura, y después destruirlo todo hasta las cenizas. —Ambas manos de Milo se ocultaban detrás de un par de bengalas escarlatas, y su mirada se clavaba en Radamanthys y su élite como si nada más existiera—. Esa es su misión, no lo olviden.

—¡No podemos hacer eso! Están en completa desventaja —protestó Shun, cuyas cadenas apuntaban hacia el Wyvern como perros de caza.

Shiryu también dio su opinión:

—Aunque sean nuestros superiores, no podemos…

—No sean ridículos, mocosos —intervino Radamanthys, que se había vuelto, sin que nadie pudiera evitarlo, el foco de atención y el líder de la batalla, que decidiría todo lo que sucediera—. Solo yo me basto. Mis hombres no volverán a interferir, eso se los aseguro.

Ante eso, los cuatro Espectros se arrodillaron como sabuesos amaestrados, y bajaron las cabezas en señal de profunda admiración y respeto ante la soberanía del Magnate del Inframundo.

—Aiolia, Milo, no porque nos digan eso… —Seiya iba a quejarse una vez más, pero una mano de Muu de Aries lo detuvo, apoyándose en su hombro, sin acabar de voltearse hacia ellos.

—Seiya, te pido un favor. Sigan adelante y déjennos este enemigo a nosotros, ¿está bien? Volveremos a encontrarnos con ustedes más adelante.

—Muu… n-no puedo…

—¿Acaso te he mentido alguna vez, Seiya?

No. Nunca lo había hecho, Shiryu lo sabía igual que Seiya. También sabían que esta sería la primera vez.

Al hombre que les había reparado las armaduras de Dragón y Pegaso en Jamir y les había enseñado sobre el Séptimo Sentido, al hombre que se había convertido en un hermano mayor para Seiya y los había inspirado a luchar, y al hombre que les había entrenado y había protegido a Atenea con vigor, no los volverían a ver.

Lo comprendían. Querían despedirse con la cabeza en alto a pesar de los daños de batallas acumuladas contra enemigos tan poderosos como ellos desde hacía tantas horas, algo que los Santos de Bronce como ellos solo podían admirar. Lo único que les quedaba, además de eso, era aprender.

—Está bien, Muu… —asintió Seiya, dándoles la espalda, con la frente ahora hacia la entrada al castillo.

—Hyoga, Shun, nos vamos —ordenó Shiryu, imitando a su amigo. No podían mirar atrás, no cuando ya habían perdido tanto, y otros querían darlo todo de sí una última ocasión.

El Cisne cerró su único ojo visible, y solo se limitó a darle un suave, pero firme golpe a Milo al centro del pecho, un gesto que solo ellos podrían comprender. Shun fue más reacio, y se quedó un buen rato junto a Aiolia y Muu esperando que cambiaran de parecer. Todo lo que Andrómeda podía ver era a tres guerreros en desventaja, y quienes no quería que se fueran de sus vidas. Tal vez buscaba maneras de escapar de esa situación, de usar alguna técnica para distraer a Radamanthys y recuperarse, pero el orgullo… eso se terminó transfiriendo al más dulce de los Santos.

—Los estaremos esperando —dijo Shun, al borde de las lágrimas, antes de dar media vuelta y seguir a Hyoga y Seiya.

Lo último que vio Shiryu de ellos, fue el relámpago destructivo que salía de la mano de Aiolia, el fuego en los brazos de Milo, y un remolino de estrellas luminosas que rodeó a Muu. El Carnero de Oro le dedicó una mirada de agradecimiento final.

 

Mientras corrían por los laberínticos pasillos del oscuro palacio, solo iluminado por algunas antorchas en los muros, los Santos de Bronce oyeron múltiples estallidos que venían de afuera. Gritos y cosas que se despedazaban. Cosmos que ardían como verdaderos incendios antes de ser apagados.

Cientos de Esqueletos salieron a su encuentro, pero los Meteoros de Seiya y la Tierra de Cristal de Hyoga los asesinaron casi instantáneamente apenas aparecían desde alguna esquina. Unos venían armados con guadañas, otros arrastraban cadáveres de humanos que habían decidido juzgar, sentenciar y ejecutar. Era una de las razones de que Sion los enviara allí… pero no podían pensar en ello ahora.

Los cuatro salieron de una torre y se toparon con un largo puente que llevaba a lo que parecía ser el torreón principal del castillo. No sentían Cosmos allí, pero no lo necesitaban para saber que se hallaban en el foco de atención. Shiryu vislumbró un resplandor verdoso detrás de la construcción, pero no le tomó importancia de más, y entró junto con sus amigos. Adentro solo había más pasillos, que parecían no tener fin. No se encontraron con ningún Esqueleto esta vez, y eso provocó que la cabeza de Shun se enfocara en lo más inmediato.

—C-chicos… Ya no siento el Cosmos de Muu y…

—Silencio, Shun. —Shiryu se sorprendió de haber él mismo callado a Shun, y comprendió que también estaba sumamente afectado. No quería hablar de ello. De que, quizás, habían abandonado a su suerte a los Santos de Oro, sus superiores, solo para honrar su orgullo.

—Miren eso —advirtió Hyoga.

Adelante había una gran puerta agrietada, de la que salía muchísimo humo. Las paredes también estaban trisadas. Parecía ser el salón principal del torreón, y Seiya no tardó en abrir el portón de una patada.

La escena que apareció ante sus ojos los dejó de piedra momentáneamente. En el centro del salón, que parecía y se sentía corporalmente como el centro de un volcán humeante, se hallaba intacto un arpa de cuerdas doradas sobre un pedestal. Un aura oscura danzaba a su alrededor, un aura de muerte como el que tenía Ikki tras regresar de Reina de la Muerte.

A sus pies estaba Shura de Capricornio, que había perdido la mano izquierda y casi todo el brazo derecho, inmóvil sobre el suelo humeante. Estaba despierto, y no paraba de soltar maldiciones de frustración por lo que ocurría a su lado.

Un Espectro con forma de rana, cobarde y repugnante, pateaba la espalda de Camus de Acuario, cuyo rostro Shiryu no pudo describir. Aunque su cabello rojo le cubría parte de la cara, era evidente que se la habían desfigurado a golpes. Shiryu pudo sentir cómo bajaba la temperatura del lugar.

—¡Y eso te pasa por congelarme también las manos, gusano miserable! ¡Yo, el nuevo dueño de este castillo, el gran Zeros, te castigaré por haberme…! —El tal Zeros interrumpió sus horribles chillidos para ver a los recién llegados, sin dejar de patear a Camus. Al contrario, les saludó con una sonrisa condescendiente y pedante—. Oh, parece que tenemos invitados a la fiesta. ¿Quieren ver como destruyo a este miserable que se atrevió a congelarme, o quieren ser los siguientes en sufrir ante mi…?

Zeros no pudo terminar la oración. Hyoga, a quien Shiryu jamás había visto desprender tanto frío (aquel pensamiento que había tenido sobre Valentine quedó en nada de un momento a otro), lo mandó a volar con una estaca de hielo clavada en su hombro, que lo estrelló contra una pared.

—B-bien hecho, Cisne —celebró Shura, al mismo tiempo que Shiryu corría hacia él—. Su voz ya m-me apestaba…

—¡Shura! —exclamó Shiryu, que se arrodilló a su lado y lo levantó ligeramente. Hyoga hizo lo propio con Camus, lejos de ellos, mientras Seiya y Shun mostraban un respetuoso silencio a cierta distancia.

—L-lo siento, la verdadera batalla apenas da inicio, y nosotros… n-no hicimos más que empeorarlo todo…

—No. No fue tu culpa, Shura. —Shiryu sintió cómo sus ojos se le llenaban de lágrimas. Ese soldado ya había mostrado su firme convicción por sus ideales; ya había actuado engañado por otro antes de morir, y cambiado de parecer cuando su mente se liberó. Su segunda vida había sido una repetición.

—Saga se sacrificó por nosotros, nos salvó… soy un inútil. —Algo muy raro le pareció que sucedió a Shiryu, pues sintió una maravillosa tibieza en el brazo, como si algo cálido se hubiera posado sobre él, algo inquebrantable como una espada. Sin embargo, Shura no tenía manos…

—No digas eso, Shura… hasta el final luchaste como un Santo de Atenea.

—Así es, s-soy un Santo. —La presión en el brazo de Shiryu se hizo intensa y más pesada. De pronto notó un tenue resplandor que salía de los muñones cubiertos de sangre de Capricornio—. Uno que dejó en tu mano el filo de mi espíritu, m-mis ideales, mi alma… l-la que, estoy seguro… Aiolos perdonó.

—De seguro que lo hizo, Shura —intervino Seiya, con la cabeza gacha. Shun, que observaba también el momento íntimo entre Hyoga y Camus, comenzó a soltar tiernas lágrimas, pero con los ojos más firmes que le hubieran visto en mucho tiempo.

—S-sí… es verdad… Shiryu, te concedo mi última enseñanza, t-te entrego el conocimiento de la espada última, la espada que nunca pude sacar… l-la espada que t-tú mismo debes crear…

De pronto, la mente de Shiryu se llenó de extrañas palabras, imágenes, sonidos, ideas que antes no había conocido. Palabras de Izo de Capricornio. Fue en apenas un segundo, un mundo de información que entró en sintonía con el Cosmos de su brazo, conectado al aura de Shura que salía de su hombro… el cual comenzaba a vaporizarse.

Había aprendido… cosas. Cosas que no sabría describir, pues era como saber que se llamaba Shiryu. Que estaba enamorado de Shunrei. Que Shura era uno de sus maestros. Que todos tenían una espada en su interior.

—Shura, ¿qué…?

—Shiryu… —El rostro de Shura, cálidamente sonriente por primera vez, se comenzó a convertir en pequeñas partículas oscuras, que se iban separando una de otras, llevadas por el viento, ascendiendo hasta el bello techo adornado con pinturas angelicales y divinas—. Te encomiendo el cuidado de Atenea. Que tu espada proteja a… mi… diosa…

Cuando pronunció la última palabra, los brazos de Shiryu ya no sostenían al fiel Santo de Capricornio, pues se había desvanecido, solo quedaba polvo de él. No podía sentir su Cosmos en el aire, pero en sí en su propio brazo derecho, donde se hallaba el alma de su Excálibur.

Lejos de ellos, Hyoga también estaba de rodillas, con nada en los brazos. Solo lágrimas congeladas que salían de su espíritu. La luz de la luna entraba por los vidrios del cielo, a donde las almas de los valientes se dirigían para un descanso eterno.

El Cisne fue el único que se mantuvo silente mientras sus compañeros daban a conocer las palabras que salían de sus corazones llenos de lágrimas. Las que habían conocido a los grandiosos Santos Shaka, Saga, Shura, Camus, Aldebarán, Aphrodite, Muu, Milo, Aiolia, y Sion…

—Lo comprendemos. Nuestra responsabilidad no es solo por Atenea.

—También es para honrar el honor de todos los Santos.

—Nunca olvidaremos a los guerreros que lucharon por la justicia, incluso más allá de la muerte.


[1] En Alemania, son las 05:05 horas.


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#677 Cannabis Saint

Cannabis Saint

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Publicado 30 diciembre 2018 - 11:39

Buen capítulo para terminar el año, muy emotivo, buena representación de la escena de las muertes en el mo, gracias por compartir tu fic, el.final de saga épico, y Zelos esa rana nunca será de mi agrado, jaja ni en el mo, el anime y menos en tu fic, feliz año nuevo y esperando el 2019 para seguir tu historia, hablando de Sho, mucho mejor el manga al anime, saludos

#678 -Felipe-

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Publicado 12 enero 2019 - 14:48

Hola a todos! Me disculpo por el retraso de dos semanas, estaba sin compu.... ayer lo recuperé, y por eso vuelvo con un capítulo importante. Spoiler: muere alguien muuuuuuuuuuuuuuuuy relevante.

 

También quiero informar que estaba editando el pdf del volumen 3, el de Pose... pero perdí todos mis avances. De hecho, perdí un montón de información que tenía en el computador, y eso me dejó un poco desanimado, así que dudo que en el corto tiempo siga editando ese pdf (ya saben, esa sensación de hacer toooooooooodo de nuevo), pero sí que seguiré con Mito y con Anécdotas igual que siempre. Lo bueno es que no perdí ninguna de las dos. Al final es casi lo mismo xD

 

Cannabis, gracias por tus palabras. Todos odiamos a Zeros. Que tengas un gran año, igualmente :D

 

 

 

 

HYOGA IV

 

06:30 hrs. 16 de junio de 2014. Hora de Grecia.[1]

Hyoga… nunca olvides para que usas tu poder…

—Camus…

Tu corazón nunca se convirtió en hielo… y eso es bueno. El hielo es para la batalla, pero si tu corazón es noble, entonces no necesitas que esté completamente congelado. Necesitas que ese hielo sea lo suficientemente resistente para vencer a quien se te oponga… y lo suficientemente brillante para que guíes a los que quieres a la victoria, con justicia.

—C-Camus…

Solo podía pronunciar su nombre, y aunque al principio lo había mirado a los ojos, a aquel rostro irreconocible, optó por dejar que su cabello lo cubriera para que mantuviera su honor y dignidad.

El Santo de Acuario imprimió su hielo a manos de Hyoga, uno muy diferente al que conocía, pero que al mismo tiempo era nostálgico, no sabía de dónde. Había conocimiento allí, enseñanzas de un arte que no desaparecería con su muerte.

Cuando llegue el momento, úsalo. Por la justicia. Por mi diosa. Por el mundo.

—Adiós, p-padre…

 

Mientras Shun, Shiryu y Seiya pronunciaban el correspondiente discurso de funeral, que Hyoga no pudo escuchar, tenía la mente ocupada en la última plática con su figura paterna, aquel hombre que había continuado luchando después de recuperar su consciencia, a pesar de las heridas que tenía… el hombre que había sido humillado por la rana inmunda que ya se estaba despegando de la estaca congelada de la pared, emitiendo horribles chillidos.

—Malnacido miserable, ¿cómo te atreves a hacerle eso al gran Zeros, dueño de este castillo en nombre de Lady Pandora?

—Hyoga, ¿qué…?

—Seiya, si quieren salgan de aquí, no me interesa. —Hyoga desistió de hacer caso de su compañero, que se acercó con lágrimas en las mejillas a compadecerse de él. No era el momento para eso, sino para vivir en nombre de los caídos, honrando su orgullo, su vida y su devoción—. Congelaré el castillo completamente, y luego lo haré pedazos.

—¿Q-qué dijiste? ¡Es mi castillo! ¿Cómo te atreves a decir tal cosa, infeliz? —El Espectro corrió hacia él, y pronto se encontró de espaldas en el suelo, golpeado por el Polvo de Diamantes de Hyoga, que seguramente no vio venir—. Ahhh… ¡qué frío hace aquí! ¿¡Qué está pasando!?

—Te diré algo: el hombre a quien pateabas tan cobardemente hace un rato era Camus de Acuario. Mi maestro.

—Bueno, eso le pasó por congelarme de pies a cabeza y… espera, ¿qué dijiste? —El Espectro se puso una mano en la patética oreja, como si no hubiera oído bien, casi burlándose, hasta que Hyoga dejó salir abruptamente su Cosmos—. ¿Dijiste que era tu…? ¡Ah!

De pronto, Zeros se puso a correr hacia otra puerta, una enorme al otro lado del salón por donde habían entrado. Aparte del arpa, era lo único que se mantenía intacto, y estaba en la dirección donde había visto esos destellos verdes hace rato.

No escaparía. No cuando le debía un último saludo a su tutor. Mientras Seiya y los demás retrocedían unos pasos (pero no tanto… no lo dejarían solo, ellos no eran así), Hyoga levantó los brazos sobre la cabeza y enfocó todo su hielo en ellos.

—Maestro Camus, me despediré de usted con esta técnica que me enseñó con su vida. —Concentró su Cosmos hasta que sintió entumecidas las manos, pero la nueva armadura congelada de Cygnus le ayudaba a potenciarse y resistir el frío que generaba, más y más.

—¡Lady Pandora, no me deje solo, no me deje! —chilló Zeros, alcanzando al fin el portón. No pasaría de eso.

Ejecución de Aurora.

Hyoga bajó los brazos, detuvo el movimiento de los átomos de aire que había en el sitio, frenó toda actividad de Zeros, y el torreón se convirtió en un sitio blanco, sin mancha ni calidez. Un mundo bajo cero.

 

—Hyoga, ¿estás bien? —preguntó Seiya, pero cuando le tocó el hombro tuvo que apartar la mano rápidamente, por el frío que desprendía—. ¡Hyoga!

—Destruyamos este sitio y vámonos de aquí. —Hyoga liberó Cosmos como ondas heladas, y la nieve comenzó a caer al interior de la torre—. Nos esperan en el Santuario, ¿recuerdan?

—Esperen… ¿qué es eso? —Las cadenas de Shun apuntaban, furiosas, al gran portón de hierro que se hallaba detrás del arpa, donde habían quedado estancados los pedazos congelados de Zeros—. N-no puedo controlarlas… están desesperadas por ir tras esa puerta.

—Es porque ese es el camino hacia el Inframundo. Sin el permiso de nuestro dios Hades, no pueden entrar allí con vida.

Radamanthys estaba frente a ellos, acompañado por sus cuatro Espectros de élite, Sylphid, Valentine, Queen y Gordon. Solo ellos acababan de entrar al salón por la puerta derribada. Sin los Santos de Oro…

Y aunque ya lo sabían, Seiya abrió la boca y preguntó.

—¿Dónde están Aiolia y los otros?

—Muertos —contestó Radamanthys, y automáticamente después de eso, los cuatro Santos de Bronce encendieron sus Cosmos, conectándose con el universo—. No sé por qué están aquí todavía, ¿acaso quieren terminar como esos tres?

—¿Cómo te atreves a hablar con tanto relajo sobre ellos? —les espetó Seiya, con el puño en alto, lo que provocó una breve carcajada de Gordon de Minotauro.

—¿Amenazan al señor Radamanthys? No tiene caso, ¿no ven que los tratará peor que a esos pobres Santos de Oro? Ja, ja, ja.

—Muu de Aries, Aiolia de Leo y Milo de Escorpio, ninguno tuvo alguna oportunidad contra el señor Radamanthys —añadió Queen—. Hm, hm. Ustedes serían quizás el doble… no, diez veces más fácil para él.

—¿Y dejaron sus cuerpos tirados, así nada más? —inquirió Hyoga, sintiendo que en cualquier momento dejaría de tener control sobre sus emociones.

—El señor Radamanthys abrió un portal al inframundo, igual al que está detrás de ese portón, y por allí los arrojó —explicó Valentine, acercándose hacia Seiya, como si la orden ya se la hubieran dado—. Eso es solo posible gracias a que es uno de los tres Magnates.

—Hm, lárguense ya, niños, al menos serán buenos para hacerles sepulturas decentes, ¿no es así?

—¡No permitiremos que se burlen así de ellos! —estalló Shun, extendiendo las cadenas por el suelo, enfadado como pocas veces antes, con los ojos húmedos. Queen soltó un bufido ante la amenaza.

—¿Y qué harán, hm? ¿Pelear?

—Admitimos que los Santos de Oro nos dieron problemas, lo que obligó al señor Radamanthys a intervenir, pero con ustedes… —Gordon sonrió y dejó la frase sin terminar, pues todos pudieron completarla en su mente.

«No será necesario que él interfiera».

 

Seiya, evidentemente, fue el primero en saltar a la pelea, y Valentine lo enfrentó con su técnica Avaricia: La Vida. Extrañamente, Seiya cayó de rodillas apenas recibió los rayos de luz oscuros, pero de todos modos disparó sus Meteoros.

Shiryu se metió en una dura batalla contra Gordon, que parecía un verdadero tanque. El Dragón Ascendente rugió, pero un solo manotazo de Gordon mandó al Santo de Dragón a volar… De no ser por aquel nuevo escudo y el Dragón Eterno, Hyoga se preguntó si su amigo hubiera muerto de un solo golpe. Entonces, Gordon se dobló y cargó contra Shiryu al grito de Gran Estampida[2].

Shun utilizó la Cadena Nebular, que pareció multiplicarse y llenar todo el salón. Queen sonrió y contraatacó con los largos apéndices de su Surplice. Llamó Polen de Flores Sangrientas[3] a su técnica, que consistía en un ataque directo; los látigos se clavaron en Shun como si las cadenas no hubieran estado allí.

Y Hyoga, entre tanto, solo se miraba con Sylphid. Al menos el Cisne tenía que saber mantener la calma, estudiar bien la situación… pero, además, sabía que era la mejor opción ante el enemigo que tenía enfrente. De no ser por eso, de hecho, estaría muerto, pues hacía buen rato que Sylphid estaba realizando una técnica.

—Te diste cuenta instintivamente —dijo Basilisco con una voz tétrica y casi inaudible. Su rostro no cambió un ápice—. Te felicito por eso.

De no haber luchado con Milo tiempo atrás, no habría podido percibir el casi imperceptible cambio en el ambiente, ondas similares a las de la Restricción que habrían resultado problemáticas de no ser por el aire frío que liberó.

—¿Qué es lo que me habría sucedido, de no ser así?

—Mi Mirada de Abatimiento te hubiera dejado sin energías, con solo ver directo a mis ojos —explicó Sylphid, sin inconvenientes. Estaba seguro de su victoria, y por eso no le importaba que alguien supiera cómo funcionaba su técnica.

Basilisco abrió las alas y tomó vuelto. Hyoga conjuró la Tierra de Cristal para que las estacas de hielo lo asesinaran si se le ocurría bajar, y luego disparó el Rayo de Diamantes, reflejado en los carámbanos.

El Espectro lo esquivó con cierta facilidad, y luego descendió con bruscos y pesados movimientos de las alas. Hyoga percibió un nuevo cambio en el ambiente, diferente al de la Mirada de Abatimiento, y ese segundo de distracción bastó para que recibiera una potente patada en la barbilla, que le hizo volar el yelmo.

Radamanthys, entre tanto, los observaba sin perder detalle. No parecía ni una pizca de nervioso o preocupado, como había podido notar Hyoga antes, en medio de la lucha contra los Santos de Oro. Era como si estuviera entrenando a su élite y ellos, los Santos, fueran simples monigotes de práctica de madera.

 

Los Meteoros de Seiya fueron esquivados completamente por Valentine, que le pegó un puñetazo en el pecho tan intenso que los cristales del techo reventaron, y cayeron como una precipitación filosa. Pegaso no pudo recuperar la verticalidad con facilidad, y Valentine lo arrojó al piso con sus violentas luces otra vez.

Shiryu intentó socorrerlo después de esquivar la Gran Estampida (que destruyó una muralla por completo, junto a varias de las habitaciones contiguas), pero cuando Gordon le dio con el brazo derecho, a pesar del enorme esfuerzo cósmico, no pudo protegerse bien y se estrelló contra el muro opuesto. Ese brazo esgrimía una potencia física que Hyoga jamás había visto.

Shun usó la Defensa Giratoria mientras retrocedía hacia Shiryu y Seiya, pero el Espectro de Alraune agarró la cadena de ataque con sus látigos, y con una facilidad inaudita, pasó a través de la defensa y lo atacó con ambas armas, elevándolo por los aires como si fuera un muñeco.

Hyoga saltó a ayudar, pero apenas pudo desprenderse un par de centímetros del suelo y volvió a tierra, gravemente cansado. Notó un aroma irregular en el aire, y de inmediato supo que Sylphid lo estaba envenenando, superando con eso el aire frío que Hyoga liberaba constantemente.

Las paredes de hielo caían una tras otra, trisándose hasta que se sumergieron en un caos níveo del que era imposible salir. Las nuevas armaduras les salvaban la vida repetidamente, pero ni ellas aguantarían tanto castigo. Antes se habían sentido muy poderosos por llevarlas, pero ahora el poder había sido reemplazado por vergüenza. No eran capaces de mantenerse en pie, y sus ataques eran en vano. ¿Acaso no tenían despierto el Séptimo Sentido?

Hyoga tardó en darse cuenta de que eso se debía a que los Espectros estaban sumamente coordinados, incluso más que ellos, que llevaban tanto tiempo luchando hombro con hombro. Cuando Seiya intentó realizar el Meteorito, tomando a Valentine por la espalda, los látigos de Queen golpearon sutilmente y el subsiguiente Polen de Flores Sangrientas aprovechaba el impulso para atacar con más potencia. Por la distancia en que se encontraban, la Pudrición de Depredación de Sylphid no solo afectaba a Hyoga, sino también a Shiryu, y Gordon lo aprovechaba dando potentes golpes con su Gran Hacha Destructora, o con su Gran Estampida, cuyos efectos de presión sónica se dirigían con precisión milimétrica a donde Seiya y Hyoga se encontraban, por lo que estaban recibiendo más ataques de los que pensaban.

Sin embargo, fue Pegaso el que los mantuvo de pie. Y lo hizo con un violento Meteoro llevado por toda la desesperación que tenía en el corazón.

—¡Brilla fuerte, Cosmos!

Fue repentino, y por eso resultó tan sorpresivamente beneficioso al principio. Los Meteoros salieron con tanta fuerza de su puño que el salón entero crujió hasta destruirse como una estatua de nieve (con excepción del arpa, que seguía impasible). Valentine usó su Avaricia: La Vida, pero los múltiples destellos parecían más lentos que antes… o Seiya estaba alcanzando más velocidad.

La verdad era que se encontraba en un sitio preciso para hacer lo que quería. El Meteoro se dirigía a Valentine, pero su principal blanco estaba unos metros hacia el lado. Hyoga, Shiryu y Shun conocían a Seiya tan bien como se conocían los Espectros. Tal vez más. Sabían de qué se trataba.

Radamanthys, el blanco, abrió los ojos bruscamente cuando el Tornado Frío y la Corriente Nebular se levantaron, igual que para alzar la Exclamación de Atenea. Además, el viento de ambos fue tan intenso que Queen y Sylphid perdieron un segundo valioso de enfoque, convertido en distracción.

Shiryu se movió con el Dragón Volador, saltó desde atrás de Seiya y convocó la espada sagrada Excálibur, que cortó no solo el piso, sino que partió en dos ese sector de la montaña donde se encontraban. La hoja luminosa se dirigió directo al Wyvern.

Para sorpresa de todos, Gordon reaccionó a tiempo, y pudo detener con una facilidad inaudita el ataque con su monumental brazo, sin sufrir ni siquiera un rasguño. Su sonrisa pedante lo decía todo, pero no duró mucho.

Seiya aprovechó la situación, corrió a toda velocidad, ayudado por el viento de Hyoga y Shun, y se detuvo justo delante de Radamanthys, sin que Gordon o Valentine pudieran detenerlo. En su mano derecha tenía todo el Cosmos que Muu, Saga, Sion y los demás le habían dado. El Wyvern esperó con los brazos abiertos…

 

El castillo retumbó y la montaña crujió, generando un derrumbe tanto al norte como al sur. La tierra y el cielo parecieron invertirse, y lo próximo que Hyoga, el Santo, supo, es que estaba de espaldas en el suelo, con la boca llena de sangre. Le dolía un montón todo el cuerpo, aunque no recordaba por qué.

Trató de erguirse, pero solo consiguió doblar algo el cuello. Consiguió divisar a Shiryu, al otro lado de lo que fue el salón principal, y estaba en las mismas precarias condiciones físicas.

Siguió buscando, con la mirada temblorosa. De Seiya no había rastro. Su golpe no había funcionado, evidentemente, pero no sabía dónde se encontraba. ¿Dónde estaba Radamanthys? ¿Él produjo esa terrible avalancha? ¿Eso los dejó así a Shiryu, Hyoga…? ¿Dónde estaba Shun?

Una súbita risa le causó una conmoción. Se concentró como si se acabara de despertar de un sueño, pero también le revolvió las entrañas… era la risa de la victoria absoluta, una carcajada inconfundible para Hyoga, el Santo.

Hyoga, el noble, carecía de frialdad y sus emociones más aterradoras salieron a flote cuando presenció la terrorífica escena frente a su ojo azul.

 

Los cuatro Espectros de élite rodeaban a Radamanthys, delante de una especie de columna llameante, una verdadera torre de llamas verdes. El camino al inframundo que el Wyvern había mencionado, un fuego esmeralda en un precipicio, más allá de lo que habían sido las puertas del salón.

De entre los Espectros, que se veían apenas como siluetas delante del fuego, uno se reía de buena gana. Probablemente Gordon, dada la estatura… ¿o era que no los veía bien? Su único ojo funcional estaba manchado por la sangre que le nacía de la frente tras el ataque de Radamanthys.

Otro se arrodillaba respetuosamente ante Radamanthys. Tenía cosas… látigos en la espalda. Queen. Radamanthys tenía a alguien agarrado de los brazos, otra sombra más pequeña, que emitía quejidos que a Hyoga le costó reconocer… y cuando lo hizo, eso fue lo que lo aterró.

—Ja, ja, ja, señor Radamanthys, su Máxima Advertencia sigue siendo algo a lo que nunca nos podremos acercar, ja, ja.

—Silencio, Gordon —ordenó Radamanthys—. Quiero que apenas terminen, se vayan al Inframundo. Yo seré el último y cerraré el portal detrás de mí, ¿está claro? Repórtense con Lady Pandora.

—¿Nos unimos a la búsqueda de Atenea, mi señor? —preguntó el de la voz fría. Sylphid.

—Es solo un alma en pena sin consciencia, probablemente ya la encontraron. Ustedes encárguense de tirar a estos Santos al Cocytos cuanto antes.

—Hm, señor, ¿de verdad me dará el honor de matarlo? —inquirió Queen, con la voz llena de emoción.

—Es solo un Santo de Bronce, pero uno significativo, les dará la lección que no pueden entender con simples palabras o golpes.

«Espera», rogó Hyoga con el pensamiento, porque tenía la garganta seca. No pudo ponerse de pie, ni siquiera cuando vio a Shun retorcerse…

¡Shun!

Tenía la cadena alrededor del cuello. Su propia cadena de Andrómeda atada en su cuello, adornado por el colgante de su madre, tirada por las manos robustas de Radamanthys, desesperadas por deshacer el nudo y liberar a su amo. Hyoga, el Santo, casi podía sentir cómo lloraba la armadura, pero Hyoga, el noble, solo podía derramar lágrimas al saber que no podría evitar lo que se avecinaba… jamás había estado tan inutilizado, ni sentido tan frustrado.

Lo intentó de nuevo. ¡No pudo levantarse! Shun tenía las manos aferradas por Valentine y Sylphid, y sus piernas colgaban y se retorcían. Cerraba los ojos, gritaba con la lengua afuera… su rostro se estaba poniendo azul… Shun, el muchacho más puro que habían conocido. El que nunca debió dedicarse a la vida de un Santo. Aquel que había sido su amigo de la infancia, su hermano de las estrellas.

Shiryu, a lo lejos, lanzó una maldición que Hyoga nunca le había escuchado. La expresión de Shun también era nueva para él. El mundo se había detenido, haciendo más larga la tortura… Intentaron ponerse de pie, pero no pudieron. Se habían acabado sus fuerzas por completo.

Hyoga lo intentó otra vez. Concentró Cosmos congelado en su mano, pero apenas le alcanzó para crear una estaca de hielo a dos metros suyos. Elevó la mirada y encontró la de Shun, iluminada por los inmensos destellos verdes detrás de él. Se iba a salvar… ¿no? Siempre se salvaban, de alguna manera.

«No Shun. Cualquiera menos Shun», pensaba Hyoga, una y otra vez. Tanto el noble como el Santo. No quería ver eso, pero Radamanthys tiró más de la cadena y Shun soltó otro pequeño gemido de dolor, sin dejar de ver a Hyoga y a Shiryu. ¿Les suplicaba ayuda?

Huyan ya, dijo el viento… el viento nacido del Cosmos de Shun. Andrómeda les rogaba que se fueran. El ser más puro de la Tierra, quien le había salvado la vida cuando Camus le encerró en el Ataúd… Ese muchacho gritaba en sus Cosmos, una y otra vez. ¡Huyan de aquí! ¡Huyan, por favor!

El colgante Yours Ever destelló. Parecía tan afligido como los demás. ¿De qué serviría el recuerdo de su madre si no lo protegería? Igual que Hyoga con el crucifijo de Natassia… ¿Shun no era nada ante el destino?

 

Le debía todo, pero Hyoga no pudo ponerse de pie. Tampoco Shiryu. En su lugar, ambos soltaron un grito desde lo más profundo de su ser, sonidos desgarradores que fueron absorbidos por el silencio de la muerte, cuando Queen de Alraune cruzó los brazos sobre la cabeza, y luego los bajó a gran velocidad.

Hyoga gritó otra vez, olvidándose de cualquier enseñanza previa. “Nunca olvides para qué usas tu poder”, le dijo Camus, antes de perecer. “Necesitas que ese hielo sea lo suficientemente resistente para vencer a quien se te oponga… y lo suficientemente brillante para que guíes a los que quieres a la victoria, con justicia”. Sin embargo, ese hielo crecía como una flama ardiente dentro de su pecho.

Los ojos de Shun suplicaban que huyeran de ese destino, incluso después de que su cabeza había sido arrancada del cuello. La cabeza del Santo de Andrómeda, manchada de sangre, cayó a los pies de Radamanthys, que dejó caer el cuerpo ante los destellos verdes del infierno. El colgante quedó a la deriva.

A la vez que los cuatro soldados de élite de Radamanthys se retiraban llevando ambas partes del cuerpo, sumergiéndose en las llamas, y el Wyvern se preparaba para lanzar su último ataque, Hyoga de Cisne comprendía qué significaba… Lo entendió mientras se arrojaba hacia él, junto a Shiryu, con fuerzas inexistentes, inconscientes de su obvio destino.

Shun de Andrómeda había muerto.


[1] En Alemania, son las 05:30 horas.

[2] Grand Stampede, en inglés.

[3] Blood Flower Pollen, en inglés.


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#679 Cannabis Saint

Cannabis Saint

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Publicado 13 enero 2019 - 20:44

Wao impresionante! Sin palabras y se me viene algo a la mente, a esperar la próxima actualización, muy bueno, creo muy rápido paso lo ultimo pero igual me impacto! Gracias por tan buen dic y empezar el año de esa manera! Saludos

#680 -Felipe-

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    Bang

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Publicado 18 enero 2019 - 11:49

Sí... leyéndolo de nuevo sí fue rápido, pero parece que cuando lo escribí (que fue hace meses) tenía intención de que así fuera xD para que fuera más impactante, pero ahora lo leo y como que no resulta tan bien como lo tenía en la cabeza jaja

 

En fin. Gracias Cannabis! :D

 

 

 

SEIYA IV

 

06:55 hrs. 16 de junio de 2014. Hora de Grecia.[1]

Escuchó el estruendo, pero no quiso oír. Escuchó las súplicas de Shun a su Cosmos, pero no quiso oírlas. Escuchó la desesperación de las cadenas, y el cuello de Shun crujir… pero no, no quería oír. Seiya no quería oír lo que pasaba arriba, donde sus compañeros permanecían peleando mientras él había sido arrojado cuesta abajo por la Máxima Advertencia de Radamanthys.

No quería saber, a pesar de que su corazón sí sabía y lloraba de amargura. No había sufrido tanto desde hacía mucho, cuando se enteró que Seika había muerto… o desde hacía poco, cuando perdió a Saori… o tal vez nunca, pues Shun ya no estaba. El más puro de sus amigos, el joven más sincero, amable, cariñoso y dulce que había pisado la Tierra, ya no estaba. ¡No quería saberlo!

Todos muertos. Nachi, Ban, Aiolia, Muu, Milo, Shaka, Shun y Saori. No quería vivir eso, quería volver el tiempo atrás, a cuando vivía en el orfanato con Seika, cuando le hacía la vida imposible a Saori, cuando se burlaba de Shun y lo protegía de otros abusones al mismo tiempo…

Pero no podía ignorar el olor a humo, o la tierra bajo sus manos. O la sangre en su boca, sus huesos triturados, sus músculos desgarrados, y la voz de Pegasus, de sus amigos y compañeros en la cabeza. No podía ignorar lo que acababa de ocurrir, y lo que había sucedido en las últimas horas, porque el mundo no funcionaba de esa manera. Era lo real, lo verdadero.

¿Qué haría? Las llamas verdes detrás de Radamanthys estaban haciéndose más tenues y menos altas, refugiándose en el precipicio. El arpa de quién sabía quién seguía intacto, emitiendo un réquiem silencioso por los caídos. Pero Seiya no podía remediarlo, ni hacer correr el tiempo atrás… solo le restaba ponerse de pie y luchar por el bien de los vivos, incluso si no tenía esperanza de la que agarrarse.

No. Sí tenía esperanza. Siempre la había tenido, era algo que nunca perdería. Por ellos y por sí mismo, solo debía darse ese último impulso, y luego pensar en lo roto que tenía el corazón. La realidad era esa, una en la que estaba tirado en el suelo, usando una armadura nueva, mientras uno de sus camaradas había perdido la cabeza y los otros dos eran vencidos por los golpes de Radamanthys… ellos también eran sus hermanos estelares. Y estaban vivos.

Vamos, arriba —les dijo a sus Cosmos—. No se rindan nunca. ¡Arriba!

—Seiya, este tipo es demasiado poderoso… mató a…

—Así es, Seiya. Se acabó. No podemos ganar. Lo perdimos todo.

—¡Todavía escucho la voz de Muu! —gritó, con el poder de su espíritu, mientras escalaba la montaña, de vuelta al campo de batalla. No mentía, escuchaba la voz de sus almas valientes—. ¡Todavía oigo a Aiolia y Milo darnos ánimos! ¡Todavía tenemos a Saga, Camus y Shura en nuestra memoria, y su espíritu de lucha! ¿No los oyen?

—…Es cierto. Sus Cosmos no nos han abandonado —dijo Shiryu—. Nos guiaron hasta aquí, y lo seguirán haciendo, incluso si sus cuerpos perecieron.

—Shun nos rogó que nos fuéramos, pero no podemos dejarlo… —siguió Hyoga, con su corazón tan roto como el de los demás. Eso les daba fuerzas—. Tal vez no seamos tan fuertes como este Espectro… pero tenemos la cualidad de nunca rendirnos. Igual que Shun.

—Igual que Saori —sentenció Seiya, con los ojos llenos de lágrimas, pero con absoluta firmeza. Llegó al fin a la cima, sin saber cómo le funcionaban los músculos y los huesos.

Le llegaron las ondas de energía de la batalla, la soberbia de Radamanthys, que los aplastaba sin matarlos… solo para probar un punto. Sin embargo, Seiya de Pegaso también quería probar un punto, y lo haría antes de que su espíritu se desgarrase y su corazón se quebrara cual cristal.

 

—¿Sigues vivo?

Radamanthys lo captó de reojo, pero a Seiya no le importó. Avanzó con pasos firmes, seguros, siendo consciente hasta del menor sonido de las rocas aplastadas por sus botas. Todo alrededor era parte del universo, lo descubrió y ni siquiera lo dudó.

A su alrededor, su Cosmos era una resplandeciente llamarada azul, repleta de pequeños relámpagos y meteoritos que se generaban y destruían miles de veces por segundo. Un zafiro tan brillante como la galaxia de Andrómeda…

También brillante era el medallón que siempre colgaba de su cuello, el último recuerdo de su madre. De Shun. Seiya lo tomó al vuelo como si fuera lo más casual del mundo y lo guardó en su cinturón, pensando que era lo único que le quedaba. Ni siquiera se preocupó de mirar el cadáver de su amigo, o la cabeza de más allá.

Su sonrisa era única. Shun era lo más preciado del Santuario, el chico a quien todos querían proteger hasta que demostraba que se valía perfectamente por sí mismo, como cuando demolió dos pilares del mundo submarino, o al vencer a Aphrodite de un solo golpe, o como cuando destruyó las ilusiones de Saga.

Seiya se preguntó fugazmente qué le diría a June, mientras el Wyvern le lanzaba una ráfaga de energía oscura. La imagen de Shun ignorando completamente que su amiga tenía sentimientos adultos le sacó una sonrisa… y esquivó la ráfaga con el salto más veloz y preciso de toda su vida.

Luego, la memoria de la voz de Shun diciéndole que se enfrentaría a Piscis por sí mismo… la misma voz que, con otro tono, le pediría que dejara de salpicar el café al hablar, o que dejara de hacer bromas con “los baños del reino de Poseidón”; todo un recuerdo. Y la memoria humana era la fuerza más poderosa, la que permitió a Seiya bloquear un disparo de Cosmos arrojado por Radamanthys, con el brazal de Pegasus, que siempre le había acompañado, desde que venció a Dante.

Eran Santos, en la vida y en la muerte. Los Santos, aunque no pudieran sentir el Cosmos de los Espectros, estaban conectados con el mundo que les había tocado proteger, y podían hacer todo lo que se propusieran. Si tenía que encender su Cosmos aún más, y concentrarlo en la mano derecha como un Big Bang… lo haría.

Cometa.

Una verdadera bengala llameante salió de su puño cerrado, y aunque el Wyvern intentó evitarlo, no pudo. No fue tan rápido, y Seiya lo supo de antemano. Shun, Ban, Nachi, Aiolia, todos eran Santos de Atenea.

 

Radamanthys tenía una grieta en el peto. Pequeña, pero suficientemente amplia para que fuera significante, y para que el rostro del Wyvern se volviera rojo de una ira asesina, como no había mostrado hasta ese entonces. Como la cara que Ban ponía al ver que Nachi le había robado los panecillos, cuando niños… ¿Cómo podía pensar en tantas cosas, y rememorar tanto con esa claridad en un momento como ese, al borde de la muerte y el infierno?

Milo entrenándoles físicamente, bajo el sol de las tres de la tarde, aún más duro que Marin, seguido por el eterno discurso de la función de su Aguja Escarlata.

Aiolia dándole clases de arquería, “solo por si acaso”. Le mostraba la misma sonrisa que cuando le indicó el camino a la Eclíptica, cuando trató de infiltrarse allí.

Muu le enseñaba sobre el Séptimo Sentido en la Academia, y le indicaba con aburridas clases sobre los anteriores Santos de Pegaso… parecía importante, pero se quedaba dormido siempre. ¿No ocurría lo mismo con Marin?

…Claro, no había cambiado. Seguía siendo el mismo Seiya que no conocía lo que era rendirse.

—¿¡CÓMO DIABLOS PUDISTE!? Soy uno de los tres Magnates del Infierno de Hades, ¿cómo te atreviste a tocar mi Surplice? ¡ME LAS PAGARÁS MUY CARO! —gritó Radamanthys, mientras Seiya levantaba los puños otra vez.

Ni siquiera sabía qué hacía, pero solo le bastó imaginar a Saori, delante de todo su ejército para levantar los brazos… y verla flotando en la dimensión de Kanon para cerrar los puños. Su Cosmos ardía con la imagen de ella en el balcón del ala oeste del Ateneo. Lo hacía por ella y por tantos otros…

—Una vez más. —Seiya disparó un segundo Cometa, sin saber cómo diablos se movía su mano, y Radamanthys contraatacó con su Máximo Rugido.

El suelo bajo ellos se resquebrajaba, la tierra se levantaba y las piedras se hacían mil pedazos. Seiya vio plumas salir de su Cosmos, aunque no le prestó atención. Solo importaba seguir luchando… por Saori, por Shun y todos los otros. Su cabeza daba vueltas, le dolía todo, pero su mente jamás había estado más enfocada en un objetivo, y su alma jamás le había dado tanta esperanza. Su Cosmos era uno solo con él.

—¡Seiya! —gritó Shiryu.

—¡Espera, Seiya! —secundó Hyoga.

El rostro de Radamanthys estaba frente a él, a poca distancia, delante de una llamarada verde. Seiya había llevado su Cometa a su pecho, pero el Wyvern le había agarrado la mano. Hyoga y Shiryu le habían gritado, pero no quiso oírlos… no esta vez. No importaba.

—M-miserable… —Radamanthys estaba forcejeando para deshacerse de él, pero ni siquiera era capaz de torcerle la muñeca. Comenzó a retroceder, mientras el Santo de Pegaso avanzaba a paso firme.

—Brilla… ¡Este es mi Cosmos!

La llama del corazón de Seiya hizo explosión. Fugazmente tuvo un recuerdo del búho en el bosque, en Japón… y el rostro de Saori cerca del suyo, y Aiolia dándole un coscorrón, y Muu reparando su armadura, y el verdadero Saga llorando lágrimas de sangre, y Shun compartiendo con él una manzana.

Pegasus le ayudó a avanzar, y sin saber hacia dónde iba, Seiya empujó el pecho del Wyvern y se arrojó con él hacia las llamas verdes, que menguaban más y más. El aire silbó, y sintió cómo se quemaba su piel… se desvanecía su consciencia, mientras tenía a todos sus amigos, vivos y muertos, marcados a fuego en su mente. Tenía una misión que cumpliría por todos ellos, pues era el destino de las estrellas para los Santos y una oportunidad de vida para la humanidad.

Radamanthys lanzaba maldiciones mientras le golpeaba la espalda, sin saber por qué caían, y cómo había caído en ello… no podía zafarse de Seiya. Éste solo se permitió un último grito, nacido de su corazón, antes de perder la razón, y se le acabara completamente el aire.

—Solo espérame un poco más… ¡Saori!


[1] En Alemania, son las 05:55 horas.


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