Estuve razonando bastante y analizando bien el siguiente chapter, mejor lo dividire en dos partes, hoy publico la primera parte y la segunda en fin de semana, ya que realmente necesito avanzar...
CAPITULO 11.- EL LINAJE DEL PAPA
(PARTE 1 DE 2)
1.-Los asuntos del santo padre
En la cúspide del santuario de la diosa de la guerra. Una calma abundaba en el templo más grande, pero el segundo más importante de todo el santuario, los aposentos del papa. En los pasillos, un hombre de armadura blanca y rasgos de un adolescente de cabellos marrones se encontraba caminando hacia un salón subterráneo, donde al bajar por unas escaleras se podía sentir una humedad en el aire, esto era debido a que en la parte más baja del templo, hay un salón donde el sumo sacerdote toma sus baños de aguas termales matutinos para rejuvenecer su vieja piel y beneficiarse de las aguas sagradas que unos de sus caballeros purificaba especialmente para él.
Cuando el escudero que se encargaba de esas tareas llego a la puerta, se detuvo un momento al escuchar unos gemidos del interior del recinto. Mientras seguía escuchando como una y otra vez, los gritos de una mujer resonaban del otro lado de la sala, entonces decidió esperar un par de minutos hasta que finalmente cesaron, los cuales parecieron haber sido gemidos placenteros. Entonces el santo de plata, decidió tocar sutilmente la puerta, cuando del otro lado la voz del pontífice le permitió entrar.
― ¿Qué sucede Ganimedes? ―preguntaba el anciano desnudo de largos caballos grises y de piel marchita, mientras se ponía una bata para cubrir su desnudez.
―Es un asunto de suma importancia, santo padre ―respondió Ganimedes, mientras mantenía los ojos cerrados.
―Habla ya joven copero… ¿Cuántas veces has visto a esta mujer en mis aposentos? ―decía el papa al referirse a la hermosa doncella de melena castaña la cual estaba en su bañera―. Mi querida Ceres, es la más fiel de mis concubinas. Nadie es más discreta que ella, cuando se trata de los asuntos del papado.
―Santo padre, los disturbios de las personas del pueblo de Rodorio han empeorado, no dejan de venir a pedir víveres, la hambruna que vino del Egeo finalmente se hizo sentir en el santuario, quizás sea mejor que el santo padre atienda sus suplicas ―explicaba el caballero de armadura blanca.
―Todo comenzó con esa terrible erupción que se sintió hace un par de días, lo que me temía a sucedido más rápido de lo que imaginaba, menos mal que tome precauciones, pero si aún no pasa un mes desde la última vez que dimos trigo a ese pueblo ―decía el papa.
―Más gente pobre a emigrado a esa aldea y a sus cercanías, aunque hemos hecho lo que usted nos ha encomendado, no es suficiente, mucha gente ha enfermado y ruegan que el papa baje para salvarlos, ya han pasado casi trece años desde la última vez que descendió al pueblo. Por favor santo padre, para esa pobre gente, verlo a usted es un día más de esperanza, una visita del ungido de nuestra diosa, podría calmar las hostilidades con el pueblo, la gente ha empezado a hablar que ya los olvido ―decía Ganimedes.
―Infames, mal agradecidos, después de todo lo que he hecho por ellos. El santuario los ha mantenido con vida a todos los pueblos de la zona. Ganimedes, tú eres el caballero de Copa. Sabes purificar el agua, anda baja tú y atiéndelos en lo que puedas, diles que el santo padre a decidido atender sus suplicas ―le ordenó el sacerdote.
―Maestro, pero aunque los alivié un poco en su sufrimiento, para que puedan relajarse. La hambruna es el mayor problema… ¿Qué haremos con eso?
―Yo puedo ser de utilidad ―dijo Ceres al salir del agua y ponerse una larga túnica transparente, para cubrir su esbelto cuerpo.
Aquella hermosa chica, era una mujer madura de unos treinta años aproximadamente y una larga cabellera lacia de color castaño y ojos verdes, además portaba un brillante collar de perlas preciosas en el cuello que la hacían ver muy atractiva.
―Usted… ¿cómo? ―preguntó intrigante el santo de copa.
―Yo conozco de muchas hierbas medicinales, conozco recetas para hacer la tierra fértil, entre otros, son secretos que me proporcionaron para cuidar del patriarca y ser capaz de alimentarlo de la mejor manera posible ―explicaba Ceres.
―Ya veo, podría ser de ayuda.
―Claro que no, Ceres no puedes bajar al pueblo. Esa gente cuando está desesperada, actúan como animales y si una delicada musa como tú descendiera, sería como si ellos vieran un ángel, además nadie puede satisfacer sus necesidades más que yo. Cuando sea el momento, lo haré ―explicaba el sacerdote.
Finalmente Ganimedes abandonó el recinto, haciendo reverencia y disponiéndose a cumplir la orden del papa cuanto antes. Entonces una vez que se fue, el anciano sacerdote cerró la puerta, con un tono muy fuerte.
―No vuelvas a insinuar tus habilidades, recuerda tu lugar. Para el santuario no eres más que mi concubina, ahora mejor regresa a tus obligaciones del otro lado del santuario. Esa niña puede estar preguntado por ti ―le replicó el papa.
―Disculpe mi indiscreción, regresaré cuanto antes. Con su permiso santo padre.
Al terminar de vestirse se fue, retirándose del templo. Entonces el papa se dispuso a regresar al trono del gran recibidor, para seguir con sus labores. Un par de minutos más tarde, estando ya en el gran pasillo del trono, el pontífice se veía pensativo, caminando alrededor de su gran pórtico de su silla, cuando alguien apareció en forma astral. Solo podría ser el santo de virgo.
― ¿Ocurre algo maestro? ―preguntó el santo de oro parado a su derecha.
―Oh Rafael… no es anda. Solo que siento que las calamidades se avecinan, quizás muy pronto tengamos que pelear y seamos invadidos en nuestro propio hogar, además tu hermana no puede evitar preocuparse por las cosas que están sucediendo allá abajo, me preocupa su bienestar ―le expresaba el pontífice.
―No es la única. Todos en el santuario han escuchado los problemas del pueblo, incluso algunos santos han desobedecido sus órdenes de no seguir ayudando, y han intentado hacer lo posible por socorrerlos, cada vez hay más hostilidad entre los pueblos de la zona. Además ya han pasado un par de días desde que Dante y Edward partieron, aún siento el cosmos de Dante en la lejanía, pero el de Edward ya se encuentra muy lejos, debe haber arribado al Cáucaso, realmente cree que podrá cumplir con su misión, recuerde que él es el más joven de sus discípulos, quizás hubiera sido mejor opción yo, claro si no tuviera que ocuparme de ser los oídos y ojos del santuario ―explicaba virgo.
―Ya lo he adivinado en Star-hill igual que con Enoc, el alumno de Edward se volverá el elegido de uno de los tesoros, no tendrá que hacer nada en cuanto se acerque a la misma reliquia, esta reaccionará y se liberará de su sello, como sucedió con Enoc.
―Siempre y cuando pueda acercarse, el creerá que va a protegerlo. Sin embargo, es posible que se encuentre con el caballero exiliado que protege ese lugar, me pregunto quién será… ¿acaso usted lo conoce?
―No hay nada de qué preocuparse. Rafael vete de una vez, quiero meditar ―le ordenó el papa.
2.-Los alumnos del patriarca
En una región natural situada en la linde entre Europa del Este y Asia occidental, entre el mar Negro y el mar Caspio. Se encuentra las montañas del Cáucaso, famosa por ser el origen del mito griego donde encerraron a Prometeo, para que un águila le devora el hígado todas las mañanas, aquí se encontraban dos caballeros de Athena, recorriendo la alta cordillera de la región en un viento muy helado que en las alturas un humano normal no se atrevería a escalar, ya que no podría sobrevivir a las ventiscas que son muy frecuentes en ese lugar.
―Maestro hace mucho frío, vaya que está nevando. Me pregunto, ¿hasta cuándo dejara de nevar? ―decía un santo de armadura de plata de largos cabellos de finos mechones marrones, mientras seguía escalando la gélida montaña.
―Ten paciencia Surt, debemos llegar a la montaña más alta del Cáucaso, el monte elbrus. Solo cuando lleguemos podremos descansar un poco de esta nevada ―le dijo su maestro de armadura dorada.
―Temo que si sigo subiendo no resista, no puedo creerlo, pero mis huesos me duelen, parece que mi cloth no es capaz de protegerme de esta ventisca ―comentaba su discípulo.
―Tonterías mi joven aprendiz, no existe una tormenta que afecte una sagrada armadura de Athena, es solo el clima normal de este lugar. Además no sería capaz de congelar una cloth de plata, una simple ventisca de esta región ―añadió su maestro.
―Pero maestro, voltee. Por favor míreme, mi armadura de Altar perdió su color, de alguna manera el frío le está afectando ―le expresó muy preocupado Surt.
Cuando el santo dorado volteó, observó que tenía razón. La tormenta no parecía normal para afectar a un santo de plata, es entonces cuando se detuvieron.
―Es extraño, realmente parece estar congelada. Si tan solo encontráramos esa cueva en el monte elbrus, entonces podríamos refugiarnos. Ahí es donde se encuentra el tesoro imperial ―respondió el santo de rubios cabellos.
―Maestro Edward, ya estamos cerca del monte elbrus, pero no veo ninguna cueva.
―Yo tampoco, solo esa cortina de hielo ―contestó Edward al mirarla con intriga―. Espérame un poco, tengo una leve intuición ―Aries destruyo el hielo en una parte del monte elbrus―. Como lo imaginaba, la entrada estaba congelada, realmente esta cortina de frío fue tan fuerte que pudo con en el paso del tiempo sellar la entrada de la cueva.
―Que bueno que usted conoce este lugar, maestro Edward.
―Mis antepasados descendieron del Cáucaso, sin embargo. Nadie vivía en el monte elbrus, vivir en la montaña más alta es muy peligroso y además, con mayor razón ahora, el frío ha aumentado considerablemente.
Cuando los dos caballeros entraron finalmente en la cueva, se dieron cuenta que conducía a un largo camino subterráneo hacia las profundidades de la montaña.
―Maestro cuentéeme más por favor, deseo conocer como es la historia de este lugar, además del tesoro imperial que yace en alguna parte de esta montaña ―pidió saber con curiosidad.
―No hay mucho que decir. Mis antepasados se asentaron en este lugar, no fue la única región montañosa que eligieron, también emigraron al Tíbet con el paso del tiempo ―Contaba Edward al bajar cuidadosamente.
―Es cierto lo que dicen de sus antepasados que diversas etnias de su raza llegaron a las montañas, para convertirse en ermitaños, debido a que la tierra de su patria se hundió hace mucho tiempo en un cataclismo ―le preguntaba muy interesado.
―Son solo cuentos. Mi gente descendió del Cáucaso y de las montañas del Tíbet, no de una isla hundida, realmente crees que algo así, además porque crees que soy tan alvino, es obvio que provengo de esta fría región ―explicaba Edward.
―Ya veo y el tesoro, nunca antes me había hablado sobre esa reliquia.
―La verdad, era un secreto. Hace mucho tiempo los tres tesoros imperiales, eran usados para diferentes propósitos. Debido a que podían ser utilizados por el beneficio propio. Athena decidió separarlos, y designó un grupo de santos para cuidarlos en distintas partes del mundo. Su gran poder, permitió cerrar las puertas de los tres reinos que rodean la tierra. El inframundo, el mar y el cielo. Justamente nosotros buscamos este último ―le explicaba Edward.
―El tesoro que el sello del reino de los cielos... pero ¿qué sucederá cuando lleguemos, lo sacaremos de ahí?
―Para nada, nuestra misión es resguardarlo. Hasta que el papa me ordene por telepatía, regresar al santuario.
Mientras seguía conversando, inesperadamente sintieron como un fuerte soplo vino del interior de la cueva, entonces Edward percibió un cosmos agresivo y rápidamente entró, para ver que había llegado a una entrada mucho más amplia, rodeada de muchos pasadizos, fue cuando sintió el marchar de alguien acercándose. Surt y Edward, contemplaron como otro caballero de Oro, había aparecido, un santo con apariencia angelical, de cortos cabellos de color verde-amarillo con penetrantes ojos celestes y rodeándose de una aura muy fría a su alrededor.
―¡David de Acuario! ―exclamó Edward sorprendido de verlo.
―Ha pasado tiempo, Edward. Finalmente te convertirse en el caballero de Aries ―respondió su camarada.
―Maestro que hace aquí él, jamás había visto hasta ahora al caballero de Acuario. Incluso algunos ni siquiera lo mencionaban que existiera.
―David era el mayor de todos los discípulos del papa, pero no solo por ser su alumno era conocido, también por su talento único que nadie más manipula, no esperaba verte aquí, pensé que habías abandonado al santuario y dejado de ser caballero desde la rebelión de los caídos, entonces tú eres el guardián del tesoro imperial ―dedujo Edward.
―Nada de eso, le estoy haciendo un favor. Mientras se recupera de una pelea, el verdadero guardián yace durmiendo en el volcán de la isla de Kanon ―aclaró el santo de la onceava casa.
―Hemos venido a proteger el tesoro, enséñanos donde está por favor.
―No puedo creer en lo que dices. Edward debes saber muy bien por qué abandoné el santuario, si te envía el papa, entonces no puedo dejar que te acerques. Solo lo diré una vez, váyanse de aquí ―les sentenció David.
―No entiendo, ¿por qué se comporta así? ―añadió Surt de Altar.
―Es una larga historia, pero no puedo creerlo de ti, David. Había escuchado que los santos exiliados habían empezado a corromper a los que los visitan, como con Enoc. ¿Acaso tú también?... Solo hemos venido ayudar.
―Nada de eso, nadie puede acercarse al tesoro imperial. Hay una profecía acerca de esos objetos que cuando el sello que los mantiene en la tierra, pierda su poder. Podría significar que quiere reunirse con un nuevo ungido y han pasado como tres siglos desde que están sirviendo como sellos imperiales, no vaya ser cosa que vosotros en vez de venir a protegerlo, terminen llevándoselo y desestabilizando el equilibrio de los cuatro reinos ―les advirtió el dorado de corta cabellera verde-amarillo.
―No puede ser, ¿por qué habría de pasar algo así? ―vociferó Edward, cuando iba a dar un paso, vio que una corriente de aire lo rodeaba―. Esto es…
―Maestro yo también ―dijo Surt al ver que cuando más intentaba moverse, mas círculos de hielo se formaban en su cuerpo.
―¡Koliso! ―
“Anillo de hielo”
―Por favor, David. No quiero iniciar una absurda disputa entre nosotros ―intentó razonar Aries, mientras encendió su cosmos. Expulsó todo el aire congelado.
―Solo intento hacer que no te sigas acercando, tendré que ser más mortífero la próxima vez ―añadió Acuario muy enserio.
―¡Espera!... ¡¿Por qué estas tan desconfiado?!
― ¡Eternal Urn! ―
“Urna Eterna”
Entonces nuevamente, David les envió una ráfaga de aire congelada alrededor de Edward, quien pensó que se trataba del Koliso de nuevo. Sin embargo, esta vez los anillos de aire glaciar, empezaron a girar con intensidad hasta materializarse en una ánfora de cristal alrededor de su cuerpo, quedando solo su cabeza al descubierto.
―¡Maestro! ―exclamó Surt. Cuando al moverse demasiado, cayo inconsciente al estar congelado desde antes de entrar a la cueva.
―¡Maldito!... No te perdonare que hayas lastimado a Surt, ahora entiendo tú has estado aumentando el clima de este lugar, para que nadie se acerque, pero esta urna no podrá congelar mi armadura dorada ―le aseguró Edward exaltado.
―Quién dijo que es para tu armadura, detendrá la actividad motriz de tu cuerpo. Haciendo que entres en un estado de suspensión indefinida. Esa urna se fortalecerá de vuestro cosmos, para mantener su dureza, así que mejor tranquilízate, siento que ustedes trajeron un mal augurio ―razonaba David, mirando hacia las sombras.
―De que hablas, sácame de aquí o si no, esta vez yo tampoco seré muy considerado ―vociferó Edward irritado.
―Un enemigo los ha seguido hasta aquí ―reveló David―. Menos mal que los detuve, un poco más y hubiera visto donde está el altar del tesoro.
―Jajaja… que perspicaz. Sin embargo, ya estoy más que cerca, no necesito seguir ocultándome ―se escuchó una voz en el aire.
―¡Esa voz, no puede ser! ―exclamó Edward cambiando el tono de su voz y la dirección de su mirada.
La figura de un hombre de ropaje carmesí se hizo presente, aquel sujeto traía un casco que no permitía ver sus ojos, solo se le notaba su larga caballera rubia grisácea y una sonrisa de placer al verlos a los dos, como si realmente los conociera.
―Este cosmos, tú deberías estar encerrado en la prisión de la isla de los caídos ―añadió Edward―. ¿Cómo llegaste hasta aquí?
―Ha pasado mucho tiempo, mi hermano menor. Veo que no sabes usar la armadura de Aries, seguramente yo la hubiese portado mucho mejor ―respondió el recién llegado, sacándose su casco.
―¡Alphonse! ―exclamó Edward.
―Ahora soy Azazel de Polemos, espíritu de la destrucción.
―¿acaso escuche bien? ―dijo Surt, poniéndose de pie lentamente―. Maestro él era su hermano y el verdadero aspirante a la armadura del carnero dorado… ¿Cómo es posible?
―Él es mi vergüenza ―respondió Edward.
―Antes solías decir que era tú ejemplo a seguir. Lo que no me esperaba, era encontrarme con otro de mis más cercanos camaradas. Mi más afeminado compañero ─hablaba refiriéndose al santo de Acuario.
―A decir verdad me alegra volver a verte, para terminar lo que empecé en aquella ocasión durante la rebelión, esta vez te matare ―aseguró con confianza en sus palabras el santo de la preciosa urna.
―Esta vez nadie los ayudara ―añadió el daimon.
Editado por ALFREDO, 13 agosto 2016 - 15:18 .