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Este nuevo fic se irá actualizando, más o menos cada dos semanas. Aviso de que este capítulo es sólo una preview y nada tiene que ver con el comienzo del fic, en la página tres.
Este fic tiene que ver con toda la cronología desarrollada en Forgotten Sagas, sobre la que iremos revelando cosas Lavariel y yo. Para nosotros, tal y como él explicó, mientras no haya una cronología oficial, la nuestra será la que intente hacer las veces. Seremos acordes al argumento de la serie.
Sin más rodeos, publico este preview que nada tiene que ver con los capítulos ya publicados en el resto del tema.
Muchas gracias con antelación.
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Para él era todo precioso aquella madrugada del catorce de enero. Un frío glacial, un viento tajante; sobre todo, un cielo abierto, estrellado, y miles de historias sobre constelaciones por contar. La que más le apetecía oír aquella noche era la de los dos caballeros que trataban por todos los medios de defender el Santuario. Sin embargo, parecía que no iba a ser demasiado larga…
Envuelto en su bordada túnica gris, con una media sonrisa dibujada en la cara, aquel caballero anónimo estaba pasándolo en grande. No recordaba ya los tiempos en que un combate le supuso problemas…
*(Capítulo "piloto", por llamarle de alguna manera. XD).
CAPÍTULO 0*: LA MAJESTUOSA DECADENCIA
El más alto de los dos guerreros de Atenea saltó al cielo gritando. Al caer, una gran explosión sacudió los alrededores. Tras tocar el suelo, varios fragmentos de roca saltaron de éste cayendo por todos lados de la vía principal de la ciudad. La onda expansiva había tocado al menos a dos enemigos.
Todos los soldados que en un primer momento habían pretendido ayudar no podían dejar de asombrarse. Sin embargo, aquellos gigantes no caían. De hecho, uno de los tres arremetió un revés sobre el recién postrado en tierra, justo después de haber detenido su ráfaga hostil. El guerrero de armadura plateada fue arrojado contra el suelo violentamente, perdiendo su casco en la colisión.
Varios soldados corrieron a ayudarle, pero una voz les detuvo:
-¡No le toquéis! –Su compañero les asustó, pero una vez dado el aviso, hizo ver que no era más que una trampa que las criaturas asaltantes habían tendido, parando con mucho esfuerzo un segundo revés que iba directo al tumbado. ¡Pretendían matar incluso a los peones del Santuario!
Aún lejos, sobre uno de los gastados edificios de piedra gris, el observador misterioso pareció reír con sutileza.
-Macedón y Eumelo. Me resulta increíble que no puedan con esas criaturas conjuradas.
-¿No piensas ir?- cuestionó un joven muchacho que recién saltó ágil sobre aquel tejado grisáceo y gastado. Observando la cabellera oscura y ondeante de su maestro, el muy ingenuo esperaba la respuesta.
-Odel, mocoso, debes tratarme con más respeto. Además, ¿no ves divertido que esos dos se esfuercen por que no hieran a alguien débil? –Pero inmediatamente reprochó- Lo más gracioso es que siendo ellos tan débiles, morirán…
La lucha seguía en la mismísima entrada del Santuario. Ambos guerreros, Eumelo y Macedón, habían conseguido expulsar del interior a las feroces criaturas que les acechaban. Ahora se encontraban justo ante las altas murallas arcanas del complejo de Atenea.
-¡Garras Espectrales!- exclamó el de la armadura oliva por segunda vez.
Uno de los tres gigantes ignoró el golpe, que rasgó su costado levemente. Tan sólo deseaba agarrar entre sus dedos a aquel que parecía más débil de ambos defensores. Sin preámbulos, le sostuvo con la zurda unos segundos. Después, le levantó acomodándolo en sus enormes falanges. ¡Parecía haberlo hecho todo con tal lentitud, que Macedón del Lobo no reaccionó hasta verse constreñido!
-Esa técnica ya la conozco… -Tomando impulso y apretándola, con él encajado, se dispuso a lanzar un puñetazo contra el otro defensor. Un segundo después, tras el brutal impacto, ambos caballeros yacían en el suelo impregnados en sangre y polvo. El gigante agresor se jactaba de la nube de grava que había causado.
Todos los soldados defensores se apelotonaron para impedir que aquellas tres aberraciones de la naturaleza entrasen al Santuario de Atenas. Parecían temblar ante las puras manifestaciones de violencia de más de seis metros cada una.
-¿Qué son? –exclamó uno de ellos aterrado. Sabía que si la propia élite había sido derrotada con esa facilidad, poco podrían hacer ellos, unos meros hombres disfrazados de soldado.
-Nosotros somos las criaturas de Nix –respondieron al unísono. El aspecto que tenían no podía ser más horrendo: parecían mezcla entre gallos y ogros.
-Y realmente, a nadie le interesa lo que sois. No veo interés por saberlo entre estos hombres.
Aquel comentario desvió la mirada de uno de los tres enemigos de Atenea. Allí se encontró, entre la multitud de soldados de vestimenta semejante, a alguien que portaba una túnica gris y cubría su rostro con capucha. Ni la propia milicia de la diosa se había dado cuenta desde cuándo estaba ahí.
Todos le miraron como temerosos por su comentario. Sin embargo, éste atrevido hombre dio varios pasos al frente hasta quedar justo bajo las tres enormes criaturas.
-Bienvenidos al Santuario –dijo gesticulando- Sin embargo, ya queda poco para el amanecer.
-¿De qué hablas, inconsciente?- reprochó el que parecía más agresivo de los oponentes.
-Hablo de que con la luz del sol de occidente, vais a morir. Yo soy ese arrebol…
Un resplandor dorado dejó a todos los presentes ciegos por unos segundos. Cuando pudieron volver a ver, unos antes, otros después, ante ellos parecía encontrarse el salvador del Santuario: un joven caballero de la Orden Suprema.
-Yo soy el arrebol nocturno, ¡Nerites de Piscis!
Su armadura brillaba con intensidad aun en la noche, dejando reflejar los rostros atónitos de los soldados. Cuando la preciosa túnica gris que le envolvía cayó al suelo, su melena de ébano se deslizó desenrollándose para pasar a ser agitada por el viento. Los verdes ojos de aquel hijo de la Justicia buscaron a alguien por unos segundos.
-¡Odel, recoge mi capa! –ordenó dando la espalda de forma imprudente a sus enemigos. –Y vosotros, arded para que no turbéis el reinado de Nix con vuestro canto.
El recién llegado alzó la diestra originando un intensísimo brillo de oro. De repente, todo fue cálido y los demonios gigantes comenzaron a arder. Entre sollozos agónicos, ni el propio discípulo del caballero de oro pudo creer aquello: que un solo chasquido de los dedos de su maestro hubiese convertido aquel frío invernal en fuego sobre la piel de sus enemigos.
-¡Vámonos ya! No merece la pena el esfuerzo que he hecho por culpa de esos dos inútiles.
Nerites, el malhumorado caballero que salvó a todos aquellos soldados, comenzó a andar portando su majestuosa armadura de brillo de oro sin prestar más atención a los derrotados compañeros que yacían en el suelo.
El joven Odel recogió la túnica de su maestro, pero no le siguió inmediatamente. Miró atrás unos segundos para ver cómo los guerreros del Santuario no sabían si prestar atención a los restos carbonizados de las bestias que habían derrotado a sendos caballeros del Cuervo y el Lobo, o a su salvador prepotente de presencia divina.
El muchacho, casi avergonzado por los pocos modales del poderosísimo victorioso, pidió al grueso de personas que atendieran a los caballeros caídos. Sin más, corrió hasta desvanecerse en la penumbra nocturna.
Desde la ventana del dormitorio se veía la parte superior de la torre del Santuario, aquélla sobre cuyos signos del zodiaco grabados, se vislumbraban llamas azules para medir el tiempo. El fuego de Capricornio ya se había encendido, por lo que quedaban sólo tres más para el amanecer.
Dando apenas unos pasos, Odel se puso a mirar al exterior. Suspirando, sintió algo de pena por los demonios que habían asaltado el santuario. Tener como rival al más prepotente de la orden dorada debía ser todo un suplicio.
-Quizá el problema esté en mí… -susurró el joven.
-¿Qué problema? –La hermanita del reflexivo muchacho se sintió aludida al escuchar aquella palabra que tan familiar le era: problemas.
El melancólico y delgado joven de corta melena gris se dirigió a su hermana con los ojos vacíos. Sin embargo, al oír que la niña repetía la pregunta alzando el tono, hizo un gesto tratando de denotar silencio.
-¡Duérmete! –ordenó-. Ya sabes que no hay que molestar a Nerites.
Al oír aquel nombre, la pequeña se volvió a tumbar en la cama temblorosa. No había nadie que le diese más miedo en el mundo que el que debía enseñarle el amor por Atenea y el Santuario.
-¿Cuándo cambió todo, Nelia? –musitó muy despacito, sabiendo que no podía ser oído. –Él ya no es el que era… Su cosmos no vibra como antes, y parece tener miedo…
En mitad de la soledad reinante en el helado y sobrio dormitorio de muebles oscuros, Nelia abrazó a su hermano, asustándole. La última vez que miró a la cama, no hace más de un instante, ella estaba tapada hasta las cejas.
-¡Tengo frío!
-¡Suéltame! ¡Ve a por una manta!
La pequeña abandonó la habitación haciendo caso a su hermano. Si tenía frío, esa era una buena forma de combatirlo. Al cerrar, dio un débil portazo.
Dándose otra vez media vuelta hacia la ventana, Odel se percató de que comenzaba a nevar. Era curioso que ahora todo el cielo estuviese tapado por nubes deseosas de colorear todo de blanco, si cuando lucharon contra aquellos gigantes no había más que estrellas…
-¿Puede venir un temporal tan de repente?- se preguntó.
Con la mirada perdida, el joven aprendiz pensó. Pensó en aquellos tiempos de los cuales no guardaba recuerdo alguno. Recordó, eso sí, cuándo dejó de querer a la única persona que le quedaba en el mundo.
-¡Nelia! –exclamó para sí al verla correr rumbo a la casa de Acuario con las manos abiertas sobre la cara. -¡No me digas que…!
Con un nudo en la garganta, el joven abrió la vieja puerta de la habitación con cuidado de que no chocara con la cama de su hermana, como solía pasar. El dormitorio quedó vacío otra vez.
Avanzando por el largo pasillo que unía las estancias con el corazón de la casa de Piscis, llegó al centro de la misma. Ante la figura de la ensamblada vestimenta de los dos peces estaba él, riendo en voz baja mientras arrojaba una copa vacía atrás, sin mirar. Los cristales rotos cayeron sobre el agua del afluente que recorría aquella estancia central rumbo a la cascada del Santuario.
Aun en la penumbra del templo, sólo iluminado tenuemente por Piscis, los ojos de aquel caballero dorado brillaron cuando se dirigieron a los de su alumno.
-¡Tú! ¿Qué demonios quieres?
-Saber de qué te ríes…- respondió Odel acongojado por el cúmulo de cosas que veía en las pupilas de Nerites.
Nerites caminó agitado a aquel trono desde el que solía reflexionar o beber cada día. Agachándose un poco, recogió una botella de vidrio llena de un líquido alcohólico -supuso Odel-. Regresó a donde estaba y dio una zancada más larga para caer a escasos dos metros del joven que le incriminó la risa.
-¿De verdad quieres saberlo? –Algo asustado, el chico asintió.
El guerrero de Piscis señaló justo a la izquierda de sus pies agitando el líquido anaranjado de la botella.
-¡Mira! Unas gotas de sangre… -dijo abriendo los párpados, casi con la mirada desorbitada.
-Y ahora me dirás que se cayó, ¿no? –Nada más acabar la pregunta, Nerites dio una bofetada en la cara de Odel, profiriendo una sonrisa sádica como la de aquel día hundido en el recuerdo del joven.
-¿Te tendré que repetir que me trates con respeto?
-De verdad que no me importa lo que hagas, estúpido… pero no mereces esa armadura.
Odel se dio media vuelta esperando una agresión mayor, pero afortunadamente no escuchó más que una risa y la orden de que limpiara la sangre que había en el suelo. El muchacho caminó a su dormitorio y, una vez dentro, cogió la silla que había ante la negra mesa de estudio para atrancar la puerta del aposento. Así, no le molestarían más hasta la mañana; no sabría nada ni de ella, ni de él.
El mismo Odel que parecía un niño sumiso fuera de su hogar, pateó el alféizar de la ventana y se tumbó bocabajo en la cama hasta quedar sumido en un profundo sueño, no sin antes maldecir a Nerites una, otra, y otra vez…
-Yo no puedo sufrir… no debo…-
Editado por Killcrom, 11 julio 2008 - 21:35 .
