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Rosas desde el siglo XVIII


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94 respuestas a este tema

#1 ℙentagrλm ♓Sнσgōкι

ℙentagrλm ♓Sнσgōкι

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Publicado 24 octubre 2016 - 16:09

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Muy buenas a todos. Se presenta Pentagram con otra historia de su remesa. Muchos me conoceréis por mi infame y poco remunerada obra Saint Seiya – Sengoku Returns. Tras un tiempo siguiendo de manera continua mi trabajo en dicho fic, decidí dejarlo apartado, pues no estaba recibiendo unos resultados que me agradasen y, bajo mi punto de vista, si no me gusta a mí, difícilmente podré continuar narrando algo que me aborrece, haciendo un producto que sería normal que no me gustase.

 

Pues bien. Y os preguntaréis, ¿de qué trata Rosas desde el Siglo Dieciocho, Pentagram? ¿Es otro de tus esfuerzos por trolearnos, haciéndote pasar por un escritor de renombre, chulo, con dinero y un coche caro? Pues no, amigos míos. Esta es mi segunda propuesta sobre Saint Seiya, la que ya tenía pensada desde hace más de seis meses. Al comprender que no iba a lograr satisfacer mi hambre escritora con mi proyecto anterior, vi la luz: ¡no se trataba de continuar con algo que no me gustase para satisfacer a los demás o mi ego propio, sino que esto va de serle fiel a uno mismo! Y eso es lo que un viejo conocido de este foro me enseñó hace poco tiempo.

 

Preguntas en rojo.

Respuestas en negro.

 

Pero Pentagram, te has enrollado tanto que no nos has dicho de qué va a tratar la historia.

 

Y entiendo tu preocupación, amigo lector. Pero al fin, tras esta breve charleta, allá voy.

 

Bueno, en realidad no voy. Porque lo único que te puedo revelar, compañero, es que estará cimentado con las bases del manga que Shiori Teshirogi escribió. ¡Exacto! Hablo de The Lost Canvas, esa que enamora a unos y hace explotar a otros por ver cómo el manga original, supuestamente, es mancillado por el fanservice dorado. Si es esa tu opinión respecto a la Magnus Opus de la señorita Teshirogi, te recomiendo que cierres este tema y no sigas, a no ser que tengas ganas de sufrir a lo tonto.

 

El título nos lo dice todo, Pentagram. Tu fanatismo por Albafica te delata.

 

¿Me delata? ¿Estás seguro de eso? No vas desencaminado, pero tampoco es lo que estás pensando. Seguro que el título dice mucho de esta obra, es 100% cierto. Pero no tanto como parece. En Lost Canvas hay mucho que sacar, para hacer mil fanfics y que todos y cada uno de ellos sean perfectamente originales, con ideas novedosas.

 

¿Cada cuánto planeas actualizar esta historia? No quiero empezar a leer y que luego te pases meses sin poner nada.

 

Pues me comprometo a actualizar dos veces al mes. La primera, el 12, y la segunda, el 24, con un intervalo de doce días entre las fechas de publicación, todo para tener tiempo y hacer todo lo que tengo planeado en mi ajetreada vida.

 

En fin, esto es todo lo que tenía que contaros. Ahora, a esperar al día doce de noviembre si quieres saber de qué va mi locura. O… quizás empiece antes.

 

Te ha hablado Pentagram.

 

Acceso rápido a la parte en la que lo dejaste:

 

Prólogo.

Lugonis.

Luco.

Sage.

Gheser.

Melisa.

Krest.

Johannes.

Aramar.

Ulysses.

Hakurei.

Gheser (II).

Afrodita.

Ira.

Lazos.

 

Creditos a Raissa por la fantástica imagen y por la firma, así como por los dibujos de mis personajes.


Editado por ℙentagrλm ♓, 19 mayo 2018 - 13:09 .

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Ranking de resistencia dorada


#2 Ivan de Virgo

Ivan de Virgo

    El Caballlero Dorado Legendario de Virgo

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Publicado 24 octubre 2016 - 16:12

Te deseo mucha suerte y ten por seguro q leeré tu Fic

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#3 ALFREDO

ALFREDO

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Publicado 24 octubre 2016 - 19:59

La tercera es la vencida no XD?. Suerte en este nuevo proyecto y ojala te motive más. Entonces el fic anterior lo dejarás sin fin, por lo q entendi, justo me estaba poniendo al corriente XD. 

 

Saludos.. Esperando el prologo.


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FANFIC: La condenación de los caballeros de Athena

Capitulo final N°66.- Publicado!

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#4 Patriarca 8

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Publicado 28 octubre 2016 - 21:00

Mucha suerte en tu fic

 

http://saintseiyafor...ejos-para-fics/


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#5 girlandlittlebuda

girlandlittlebuda

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Publicado 13 noviembre 2016 - 10:03

Hola entagram!

Vengo a realizarte la cordial invitación para que participes en el 1er Concurso de one shots titulado "Una Navidad con los golds saints".

Te dejo el link para que cheques la convocatoria:

http://saintseiyafor...s/#entry2392660

Gracias

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"Aunque nadie puede volver atrás y hacer un nuevo comienzo, cualquiera puede comenzar a partir de ahora y hacer un nuevo final"


#6 ℙentagrλm ♓Sнσgōкι

ℙentagrλm ♓Sнσgōкι

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Publicado 14 noviembre 2016 - 06:25

Primero de todo, dar las gracias a aquellos que ya han dejado su pequeña marca de apoyo en este tema. A Alfredo y a T800 como siempre. Llego con un día de retraso, lo sé. Pero mi internet falla cuando no tiene que hacerlo. En fin, el 24 no prometo nada, pero intentaré actualizar. Un saludo y os dejo con el prólogo.

 

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Prólogo

 

El viento silbaba entre los árboles en una noche fría de otoño. Las hojas marchitas se deslizaban por el suelo, marrones y tiesas, como si de cadáveres mecidos a merced del aire se tratasen. De los troncos yermos, carentes de vegetación, nacían unas ramas largas y oscuras, que se elevaban al cielo dificultando que la luz de la luna llegase hasta aquel remoto lugar perdido de la mano de Dios.

 

De fondo, sonidos tan tétricos como el ulular de los búhos, el aullido de los lobos o el graznar de los cuervos. El terreno estaba lleno de barro y de tierra mojada que se mezclaban con las ramas caídas. Una densa bruma cubría aquel paraje, impidiendo, más si cabía, ver algo en aquella trampa mortal.

 

Unas pisadas rompieron con el monótono ambiente, haciendo crujir las hojas mustias que adornaban el suelo. De entre la profunda oscuridad surgieron varias llamas dibujando una trayectoria difusa y curvilínea, como si siguiesen un rastro por el monte.

 

La luz que aquellas llamas desprendían pronto se hicieron nítidas en la noche, dejando ver lo que las producía. Eran antorchas hechas con un palo, un trapo en la punta, y seguramente algún líquido inflamable para provocar un fuego fulgurante. La imagen se hizo visible y pudieron vislumbrarse a tres hombres bajo cada llama. Todos iban vestidos de la misma manera, con una capa azul que cubría toda su espalda hasta llegar a los tobillos, además de unos harapos grises, rotos y gastados, conjuntados con unas bermudas de color marrón oscuro. Cada figura portaba un escudo de madera en su mano izquierda y una espada en la derecha. Todos, sin cuidado ninguno, avanzaban por la tenebrosa noche, produciendo un ruido de pisadas inconfundible a cualquier oído. El sonido de las hojas secas y las ramas siendo aplastadas por aquellas botas de cuero rompían el silencio extremo que reinaba en aquel paraje de paz constante.

 

Las llamas danzaban al son del viento, que las mecía con cariño en unas ocasiones y con brutalidad en otras. El frío húmedo las achantaba en algún momento, pero el fuego siempre lograba salir adelante y alumbrar el camino cubierto de penumbra total.

 

―Caleb, ¿falta mucho? ―dijo una de las voces bajo las tenues luces, que a duras penas iluminaban el camino; el vaho que se formaba con cada respiración brillaba con el fulgor del fuego que llevaban. Poco y nada podía verse del rostro del que había hablado.

 

―Aguanta un poco, Potem. El pueblo del que te hablé está a escasos doscientos metros. ―Aunque avanzaban casi a tientas, el tal Caleb parecía estar muy seguro de a dónde iban―. Estoy seguro de que tendrán muchísimo oro y mujeres. Lo haremos rápido.

 

―Bien… ―respondió Potem, ahogando su voz en un susurro apenas audible por el a veces poderoso silbido producido por el viento.

 

Los murmullos de los guerreros que iban tras Caleb y Potem empezaron a hacerse presentes; el escuchar hablar de tesoros y de mujeres iniciaron conversaciones sobre lo que harían con aquellos pecados. A medida que la tropa avanzaba, la arboleda iba haciéndose menos densa y la luz de la luna se filtraba entre las pocas ramas. Tras los doscientos metros prometidos, los hombres encontraron lo que andaban buscando.

 

En medio de un claro había un pequeño pueblo con al menos seis cabañas de madera, tres alineadas a la izquierda y tres a la derecha; además, un pequeño pozo en el medio del pueblo. Dos hogueras, una a cada lado del poblado, alumbraban las calles vacías.

 

La tropa, aún en la oscuridad, comenzó a murmurar, algunos a vociferar, empuñando la espada con ansia asesina. En los ojos de algunos hombres podía vislumbrarse el fuego, el ímpetu por conseguir lo que Caleb les había prometido. Los escudos chocaron entre sí como clamoroso grito de batalla, terrorífico y atronador. El silencio de la noche se vio turbado en cuestión de segundos por unos gritos salvajes, que opacaron los de cualquier animal.

 

―¡Ahí está el botín, mis guerreros! ―vociferó el llamado Caleb, del que se podía distinguir ya un pañuelo azul que cubría toda su cara excepto sus ojos, verdes como esmeraldas. Alzó su arma y su escudo, dando más énfasis a las palabras que estaba pronunciando―. ¡Robad todo lo que podáis, matad a cuantos queráis, violad a cuantas haya! ¡Esta noche es para los lobos!

 

El pequeño ejército salió de entre las sombras, berreando, empujándose unos a otros, alzando sus oxidadas hojas de hierro en sinónimo de carga contra su rival, que esta vez parecía ser un grupo de gente inocente. Al menos treinta hombres atravesaron en cuestión de segundos el umbral que separaba el pueblo de la penumbra del bosque.

 

Caleb escudriñó primero a su tropa con ojos vivarachos y encendidos, rebosante de júbilo al ver aquella dantesca escena salida de las mismas Cruzadas cristianas. Después dirigió su atención a Potem, que aún aguardaba en las sombras de la noche, al lado de su compañero.

 

―¿Has visto, Potem? Este es el olor del que te hablé ―susurró Caleb en un tono calmado, con ojos felinos, orgullosos de aquel panorama―. Es el olor de la batalla… de la sangre… y de la muerte…

 

El otro no respondió, simplemente miraba, oteaba la situación bajo un pañuelo de color azul igual que el de Caleb, enrollado a conciencia y cubriendo todo su rostro, solo dejando a la vista unos ojos pardos como la piel de un oso, que reflejaban una frialdad y una indiferencia dignas del hombre rudo y serio que aparentaba ser.

 

La tropa se dividió de manera equitativa en grupos de cinco. Cada grupo se dirigió a una vivienda. Como modus operandi que ya parecía planeado, derribaron las puertas y entraron, alzando sus escudos de madera y sus espadas de hierro oxidado sedientas de sangre inocente que cubriese sus desafiladas hojas. Irrumpieron como un toro en una cacharrería en los hogares, rompieron muebles y robaron todo producto de valor que encontraron, mas no había ninguna persona allí.

 

A los pocos minutos de la incursión, una sombra delgada comenzó a vislumbrarse al fondo del pueblo. La luz de la luna cubría su lánguida figura y, a cada paso que avanzaba, las llamas de las hogueras dibujaban su luz contra la oscura ropa que vestía. A medida que los guerreros salían de las chozas, miraban impávidos cómo aquel misterioso ser se acercaba cada vez más a ellos. Algunos, temerosos, daban un par de pasos atrás ante la poderosa impresión que desprendía. Otros sonreían bajo los pañuelos, mirando como si de un reto se tratase, apretando el mango de sus espadas con fuerza.

 

Al fin, la sombra dejó de serlo y la figura se acercó a una de las hogueras encendidas. Aquella persona que tanto temor creaba en sus andares y porte era solo un joven envuelto en una manta que dejaba al descubierto su rostro liso. Unos ojos verdes tan puros y brillantes como cualquier estrella del firmamento hacían juego con los labios carnosos que tenía, además de una nariz fina y un cabello rojo y medio largo, cuyo flequillo bailaba con el viento. La sonrisa ladina que aquel chico tenía en su rostro, atrevida y juguetona, le daba un toque aún más juvenil.

 

―¿Quién eres, niñato? ―dijo uno de los soldados, visiblemente enfadado ante la burla que suponía semejante sonrisa―. ¿Dónde está tu gente?

 

El viento cortaba el tenso silencio entre las facciones. Silbaba, haciendo danzar las capas de todos en un vaivén irregular. Los segundos pasaban y el joven no respondía, solo clavaba sus fulgurantes ojos en los hombres que tenía enfrente, disfrutando cada uno de los gestos que esbozaban tras aquellos pañuelos azules; temor, rabia, seguridad, impaciencia…

 

―Lugonis ―acertó a decir el chico tras unos veinte segundos, que casi parecieron veinte minutos―. Me llamo Lugonis.


Editado por ℙentagram, 14 noviembre 2016 - 06:30 .

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#7 Macairo de Cancer

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Publicado 14 noviembre 2016 - 15:37

Por ahora buen fanfic, le faltó El Tanque pero muy buen fanfic.


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Fanfic parodia: "Saint Effect"

Parte 1: La Misión Suicida Parte 2: El Regreso de Zeus


Parte 3: El Capítulo Final (Aún no escrito)


#8 ALFREDO

ALFREDO

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Publicado 14 noviembre 2016 - 20:09

Whooo Pentagram, ya lei el prologo y quede impresionado.

 

Vuestra descripción esta  muy buena, una gran cantidad de sinonimos y palabras que incluso no conocia, me has retroalimentado, me gusto mucho tu historia, no tengo nada que criticar, aunque sea un un corto prologo.

 

Veamos en cuanto a la trama, se mantiene el suspenso hasta el final, pues primero nos introduces a unos saqueadores q pensaba q serian los protagonistas, pero no, son solo las futuras victimas tal parece, del misterioso encapotado del final q resulto ser Lugonis.

 

Me llamo la atención por qué no habia nadie en el pueblo, los ladrones se quedaron con las ganas jeje.

 

Lo q si no encontre relación alguna con tu fic anterior y los guerreros samurai, tal parece es una historia aparte?

 

Bueno es todo por el momento, nos vemos.


Editado por ALFREDO, 14 noviembre 2016 - 20:10 .

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#9 Cástor_G

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Publicado 15 noviembre 2016 - 21:11

Hola Pentagram. No sabía que tenías un fic activo. Leí el prólogo y me sorprendió... en pocos fics he visto que se cree un ambiente de terror como este, era como estar viendo una vieja película de terror de la Universal Estudios. Como fan del terror y de Saint Seiya se agradece xD, aunque no se si haya sido tu atención. El terror el algo muy poco explotado en Saint Seiya, yo mismo lo he hecho en The Three Wars un poco, y pienso hacerlo en el remake.

 

Sobre la historia poco se puede decir es muy pronto. Me agra Lost Canvas hasta cierto punto, sé de la existencia de Lugonis pero no leí el gaiden donde aparece, así que todo lo referente a él será una sorpresa para mí, pues lo único que sé es que es el maestro de Albafica.

 

Saludos! Creo que podría gustarme este fic, Albafica vs Minos es para mí lo mejor del Lost Canvas.



Capítulo 15: La Flor Sangrienta
(Pincha AQUI para Leer)

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Saint Seiya: COSMO WARS
Índice de Capítulos: Aquí

#10 Patriarca 8

Patriarca 8

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Publicado 18 noviembre 2016 - 15:22

Prólogo

 

Ojala el maestro de albafica logre vencer a ese duo


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#11 ℙentagrλm ♓Sнσgōкι

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Publicado 24 noviembre 2016 - 05:00

Regreso el día estimado para la publicación de un primer capítulo de mi nuevo trabajo. Esta vez, a pesar de estar bastante ocupado y tener que lidiar con la pérdida del internet en casa, he logrado actualizar a tiempo, esmerándome lo más posible en dar forma y personalidad a todos los personajes que aparecen, así como limar algunas asperezas de las que soy consciente que existen y son importantes. Sin más dilación paso a responder.

 

Macairo de Cáncer: El tanke siempre está ahí, No pienses mal porque él te vigila lo creas o no.

 

Alfredo: Todo lo que puedo revelar de este trabajo, a título póstumo, es que sí, está en total discordancia con mi anterior relato, es decir: no tiene nada que ver con los Samuráis de "El Despertar". Me alegro de que te haya gustado mi descripción. Me cuesta mucho llegar a ser tan expresivo y denso, quizás me esté pasando con esta nueva parte, ya me diréis. Un saludo compañero.

 

Cástor G: No esperaba yo tener a un tipo que tanta trayectoria tiene en el foro siendo tan lisonjero conmigo. Me alegra haberme ganado tu atención, y espero que dicha atención permanezca. La verdad, no era mi intención sincera crear un ambiente de terror, sino crear uno realista, en el cual la sensación de frío y agobio existiesen. Un saludo compadre.

 

T-800: Tendrás que seguir leyendo para descubrirlo, por supuesto.

 

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Lugonis

 

El intercambio de miradas entre Lugonis y los guerreros no cesaba. El misterioso recién llegado enseñaba su altivo rostro sin disimulo, como si aquellos que tenía enfrente no fuesen poco más que serpientes, seres inferiores condenados a reptar por el suelo árido y tosco. La atrevida sonrisa del joven se ensanchaba por instantes, hasta el punto de mostrar sus dientes, perlas blancas y relucientes contra la luz de la luna que le daba de lleno. Sus ojos verdes se movían con calma, con serenidad, de izquierda a derecha, observando la espeluznante escena. Bajo aquella capa andrajosa y vieja el corazón del muchacho latía con fuerza, ansioso de que alguno de aquellos despreciables seres cometiese el flagrante error de lanzarse contra él como si fuese la presa que el tigre caza sin problemas. Eso alimentaba su ego; el simple pensamiento de aquella escena hacía arder su corazón en llamas, llamas de pasión luchadora. El viento no había cesado, y la tensión era tal que parecía poder sentirse en el ambiente, mezclada con el aire que respiraban.

 

En el otro extremo, el pequeño ejército cuchicheaba sin quitar la vista de Lugonis. Susurraban apretando el mango de la espada, algunos de rabia, otros de pavor a que los espíritus de tantos que habían asesinado se estuviesen cobrando venganza. “Pero si solo es un niño”, añadían algunos, intentando disipar las dudas ―bien infundadas― de sus compañeros. Ninguno le daba la espalda, pues aunque aquel que profesaba dichos sentimientos no tuviese más de catorce o quince años, tras aquel hermoso rostro podía vislumbrarse a una persona iracunda y violenta en combate; su postura lo decía todo. Y era verdad, todos se habían acongojado por la extraña combinación que aquel joven infundía en sus enemigos. El terror envuelto en una capa de seda fina. Varios de los guerreros comentaban que la beldad de aquel desconocido competía e incluso superaba a las mujeres más hermosas que habían visto y, sin embargo, la fiereza que desprendía no tenía parangón.

 

―Bueno ―dijo Lugonis rompiendo el silencio que se había apoderado del lugar―. ¿Quién será el primero en venir por mí? ¿O es que acaso habéis decidido retiraros?

 

Las palabras del pelirrojo llamaron la atención de todos los soldados, que lo miraron, algunos de frente, otros ladeando la cabeza. De nuevo esa pesadez, esa calma estresante que se vive antes de un fiero combate, inundó el ambiente. Si no fuese por los aullidos y silbidos que el viento furioso producía, podría escucharse el ritmo de corazones que latían con velocidad, algunos impulsados por la pasión y las ganas de combate, otros por el miedo a la muerte o al dolor.

 

Desde la seguridad que les otorgaba la distancia, Caleb y Potem observaban la intervención del joven misterioso. No decían nada, solo escudriñaban las espaldas de sus hombres, que les impedían ver nada más. Una gota de sudor frío recorrió la frente de Caleb y esta murió en su ceja derecha. La respiración del hombre se agitaba por momentos, fruto de la incomprensión de la situación. A su izquierda, Potem miraba impertérrito la luna, como ausente.

 

―¿Qué estará pasando ahí?, ¿por qué no matan a ese niño? ―susurró Caleb, rompiendo el silencio, girando la cabeza hacia su compañero tan rápido que parecía que su cuello se iba a quebrar en cualquier momento.

 

Pero Potem no respondió. Su mente parecía haber abandonado el cascarón que suponía su cuerpo. De no ser por la tenue respiración que llevaba a cabo, casi podría parecer que había muerto.

 

―¿A qué estáis esperando? ¡Atacad! ―gritó Caleb a sus hombres.

 

Algunos, paralizados por el temor, dieron un par de pasos atrás. No había razón para tenerle miedo a un simple crío, pero en él destacaba algo, algo peligroso. Quizás fuese su mirada de color aceituna, tan afilada que parecía cortar cualquier cosa, o su sonrisa de confianza extrema en sí mismo, lo que le hacía parecer un despechado asesino.

 

Una tropa de quince guerreros cargó en masa contra Lugonis. Los demás aguardaron expectantes, clavando los otros quince pares de ojos en sus compañeros. Cada vez que el terreno se acortaba entre los hombres y el joven, la vida de todos ellos parecía pasarles delante de sus ojos. Unos avanzaban con decisión, sin miedo a nada, sapientes de su segura victoria. Otros no tanto, y se movían simplemente porque se lo habían ordenado. Si no obedecían, luego quizás fuesen castigados por el líder.

 

La sonrisa de Lugonis se ensanchó del todo. Sus ojos emanaban un fuego inextinguible, un brillo fulgurante, una fuerza incomparable. El corazón le latía a mil kilómetros por hora. Ahí estaba, la energía para vencer a mil hombres, la convicción para levantarse siempre que fuese derribado: la pasión por vencer a cualquier obstáculo que se interpusiese en su camino.

 

―¡Ilusos! ―Del cuerpo de Lugonis salió una onda expansiva cuando todos los hombres estaban ya casi encima suya. La violencia que desprendió dicha onda repelió con facilidad a los soldados, que lucharon en vano intentando no ser arrastrados hacia atrás. Ascendieron como una hoja movida por el viento y cayeron, presa de la inviolable fuerza de la gravedad. La capa del joven salió disparada y voló por el aire como un pájaro que planea sobre una corriente de aire caliente con sus alas desplegadas.

 

La tropa, tanto los humillados guerreros que atacaron de sopetón como los que observaban en la lejanía, quedó estupefacta al mirar de nuevo a aquel misterioso chicuelo. Tras haber sido arrancado aquel andrajo negro y harapiento que cubría todo su cuerpo excepto el rostro, se podía ver con claridad una pieza metálica color violáceo que cubría sendos hombros. Sus brazos también estaban protegidos por una pieza similar que iba desde el codo hasta las manos, dejando a la vista los dedos. Donde deberían ir los nudillos había unas largas garras del mismo tono que el resto de aquel extraño armatroste, que se curvaban como si fuesen las afiladas uñas de un oso. Su cabeza estaba cubierta por una tiara que la rodeaba por completo, y esta estaba adornada con cinco gemas redondas, siendo la del medio la más grande.

 

Todos profesaron una mirada de terror al ver aquel extraño ropaje, que brillaba muchísimo más a la luz de la luna que el acero oxidado de sus hojas desafiladas. Sus mentes dejaron de ser racionales y sus cuerpos empezaron a temblar bajo el mal augurio. ¿Quién era aquel tipo? O, mejor dicho: ¿qué era ese monstruo, capaz de golpear sin moverse? Los que estaban en el suelo apoyaron las manos en la tierra, húmeda y removida, buscando impulso para alejarse sin desviar la mirada por miedo ser atacados.

 

La candorosa sonrisa de Lugonis, sardónica y casi sórdida, nunca se apagaba. De nuevo, recorrió los rostros de sus oponentes con la vista, disfrutando los gestos de pavor que había creado en solo un instante. El viento mecía su flequillo, atrapado bajo la tiara.

 

―Ahora que me habéis atacado ―acertó a decir el muchacho―, ellas no pueden detenerse. ―Cerró el puño y lo puso a la altura del pecho, observando con orgullo y casi con obscenidad las afiladas cuchillas que salían de su guantelete derecho―. El impulso es demasiado fuerte como para resistirme…

 

Un aura morada rodeó el cuerpo del joven en un instante. Apretó su puño con fuerza, como si quisiese deshacer una piedra con su fuerza física. Aquel fue el pistoletazo de salida de los guerreros, que echaron a correr en dirección al bosque dejando las espadas y los escudos detrás para ir más rápido.

 

―¡Es demasiado tarde! ―repitió Lugonis, ahogando un grito.

 

¡Mellow Poison!

(Veneno Sazonado)

 

En un abrir y cerrar de ojos, el joven atravesó la distancia que le separaba de los soldados, con el puño alargado hacia adelante, como si hubiese asestado un golpe. Giró la cabeza y observó sobre su hombro izquierdo: todos los hombres que escapaban, temerosos y veloces, estaban ahora en el suelo, arrastrándose, clavando las uñas en el suelo. Algunos tosían sangre, otros se tumbaban boca arriba y miraban el cielo despejado, a sabiendas, al parecer, de que serían sus últimos minutos de vida.

 

―Con un movimiento a la velocidad del sonido he perforado vuestros cuerpos con mis garras, que poseen el veneno más mortal conocido por el hombre. ―Lugonis bajó la cabeza y cerró los ojos, respirando con calma, disfrutando, con una sonrisa casi grotesca, el dolor que sufrían sus víctimas―. A vosotros, que llenáis el mundo de mal, os condeno a morir bajo el juicio de Hidra, sufriendo hasta el último instante de vuestras miserables, vacías y oscuras vidas.

 

Se hizo un silencio sepulcral, casi incómodo. Las respiraciones agitadas y las toses a destiempo cesaron en cuestión de segundos. Ya solo estaban él y el viento. O eso quería hacer pensar.

 

―Aún faltáis vosotros ―dijo el pelirrojo oteando la oscuridad profunda del bosque que tenía ante sus ojos. La luz de las llamas que había en el pueblo no llegaba hasta tan lejos y era imposible distinguir una sombra de otra.

 

Y Potem, que llevaba toda la noche sin prestar ninguna atención a nada de lo que estaba pasando, abandonó su posición de retiro. Se levantó despacio, bajo la incrédula mirada de Caleb, que lo llamaba loco al salir ahí fuera con ese monstruo. De entre los arbustos apareció un hombre fornido, ancho, vestido igual que los otros soldados y cubriendo su rostro con un pañuelo azul excepto sus ojos. Aquellos tenían un brillo especial, al igual que los de Lugonis. Si los observabas detenidamente durante unos instantes, podías ver casi la tristeza y la desesperación que corroían el alma de aquel mastodóntico personaje. Unos ojos trigueños que desprendían una sensación de vacío existencial. El joven se dio cuenta rápido de la inquietud que le producía aquella mirada; la de un hombre dispuesto a morir si hiciese falta por la causa que sigue.

 

La diferencia de físico entre uno y otro era considerable. El cuerpo de Lugonis era esbelto y delgado, aunque lejos de ser chaparro. Potem gozaba de una espalda ancha y una estatura digna de asombro, aunque tan grande que era parecía pecar de torpe. Su figura era la de un hombre alicaído, cabizbajo, de los que se han rendido en la vida y buscan el seguir adelante por medios que poco o nada tienen que ver con lo que ellos quieren, produciéndoles una profunda insatisfacción.

 

―¿Quién eres? ―preguntó Lugonis, alargando el cuello para estar mirada con mirada, afectado por los ojos tristes de su aparente rival.

 

―Me llamo Potem. ―Se llevó la mano al rostro y retiró el pañuelo que lo cubría. Su cara, en proporción a su cuerpo, era ancha con gestos bruscos y mal dibujados, con arrugas bajo la nariz y en el cuello, con una frente abombada y pálida, al igual que el resto de su piel. Tenía la nariz torcida y ganchuda, aparentemente rota. Su pelo rizado y marrón hacía juego con sus ojos, y compartían la cualidad de ser lo único hermoso que podía verse en aquel ser casi deforme.

 

―No te he preguntado tu nombre ―replicó el menudo joven, que lo miraba como el que observa un edificio enorme―. Te he preguntado quién eres.

 

Potem torció la nariz con gesto de no entender lo que se le pedía. Se encogió de hombros y lanzó un profundo suspiro, como si intentase comprender con su enorme cabezón, pero no diese más de sí, resultándole inútil.

 

No sabía por qué, pero Lugonis empezó a sentir un rastro de lástima cada vez que se fijaba en los ojos tristes y vacíos de aquel gigante. Se le formaba un nudo en la garganta solo de pensar que tendría que atacar a alguien que difícilmente podía comprender una pregunta tan sencilla como la que había formulado antes. Por primera vez en mucho tiempo le vino a la mente la idea del diálogo, la de intentar evitar el combate; su corazón no estaba henchido de pasión, pues no veía cómo podría hacer justicia matando a aquel deficiente.

 

―Oye Potem ―dijo Lugonis, intentando llevar a cabo su nueva estratagema―. ¿Por qué no hablamos un poco? ―Aunque su sonrisa medio sádica cambió a una tierna y comprensible, por dentro el joven se sentía asqueado, traicionando sus propios principios, fraternizando con el enemigo como si no le hubiesen confiado aquel pueblo. Pero, por otro lado, no veía enemigo alguno en aquel tipo. En cierto modo, su mente estaba dividida.

 

El gigante pareció esbozar una pequeña sonrisa, pero esta pronto se desvaneció cuando una voz gritó su nombre desde atrás.

 

―¡Potem! ¿Qué haces? ¡Mátalo! ―balbuceó Caleb, que salía de entre los matojos blandiendo su espada en la mano izquierda.

 

Lugonis no desvió su mirada de la de Potem, permaneciendo impertérrito ante la súbita pero predecible aparición del hombre que faltaba por entrar en escena. Movió la cabeza de lado a lado, negando, implorando a Dios, si existía, que no se le ocurriese atacarle o se vería forzado a hacer algo que, desde luego, no quería.

 

Caleb apareció tras la enorme figura del otro hombre. No era muy alto, sino que más bien canijo y esmirriado. Se arrancó el pañuelo de la cara con fuerza, dejando a la luz sus ojos enrojecidos por la cólera. Lo que más destacaba de aquel tipo era su boca, era enorme y cubría una gran parte de su rostro. Era cejijunto con el pelo gris, dientes negros y barba hirsuta.

 

―¡Potem! ―volvió a gritar sin quitar la mirada de Lugonis, atemorizado―. ¿Es que acaso vas a desobedecer a tu hermano? ¡Mátalo ya!

 

Fue la primera vez que el joven miró a Caleb; le parecía un hombre detestable. En lo más profundo de sus entrañas algo gritaba que lo atravesase de lado a lado al menos quince veces con cada garra. Su mirada era el fuego que arde con decisión en lo más profundo del alma humana. El color aceituna de sus ojos le hacía parecer un chico calmado, pero ese fulgor incorruptible y candoroso lo convertían en el más peligroso de los depredadores: un humano ansioso por crear justicia. Y ya lo decía Shakespeare, no hay miedo más peligroso que el que infunde otra persona con miedo.

 

Sin embargo, si atacaba, seguro que tendría que matar a aquel gigante inocente y bobo, que poco más parecía hacer que seguir las órdenes de un hombre que se aprovechaba de su corazón bueno y sincero. Todo eso se lo decían unos ojos henchidos de dolor y de sufrimiento.

 

―¡Ataca ya, maldito retrasado! ―ordenó de nuevo Caleb.

 

Potem cargó el puño. Desde la perspectiva de Lugonis, dicho puño era enorme. No quería hacer daño a aquel ser de bondad infinita, pero no tendría opción. El golpe impactó de lleno contra el suelo, justo delante de Caleb, cuya mirada había cambiado de irritación a miedo. Dio un par de pasos atrás, asiendo el escudo en su mano derecha con fuerza y la espada en la otra con más fuerza aún.

 

―¡Yo no soy ningún retrasado, Caleb! ―gritó Potem con voz iracunda e imperturbable. Su fuerza era tal que la tierra se agrietó al paso de su golpe.

 

―¿Cómo… cómo es posible que tú…? ―dijo Caleb asustado, observando cómo Lugonis se había deshecho de aquella irritante sonrisa por primera vez en toda la noche para ahora tener un gesto frío como la nieve.

 

―Esto lo has hecho tú solo ―respondió el pelirrojo en un arrebato de responsabilidad―. He visto en sus ojos la tristeza, la humillación y la vergüenza a la que este hombre ha sido sometido. No he tenido más que darle un poco de humanidad para que recuerde que no debe ser tratado de esa manera.

 

La cara de aquel hombre era un cuadro. No podía comprender cómo, en tan solo unos segundos de conversación, había logrado poner a su hermano en su contra. Las manos le temblaban, su rostro estaba empapado en sudor frío, producto del miedo que, a su vez, le tenía anclado al suelo como si fuese una alcayata. No podía ni avanzar ni retroceder.

 

―Te llamas Caleb, ¿no es cierto? ―dijo Lugonis a modo de pregunta retórica, no esperando respuesta, y si lo hacía, no escuchando lo que aquel prototipo de hombre tuviese que decir―. Me han mandado del Santuario, en Grecia, para matarte. A ti y a toda esta banda de rufianes que atacabais a gente inocente sin ningún reparo. Pero debes agradecerle a tu hermano, “el retrasado”, que no vaya a hacerlo. Más te vale reflexionar, porque si vuelven a mandarme a por ti ―De nuevo apareció aquella sonrisa burlona, temeraria, despiadada―, juro que te desmembraré pieza a pieza.

 

Y se hizo el silencio. Potem no discutió ni rompió una lanza a favor de su hermano. Solo necesitaba eso, un pequeño empujón que lo incitase a abandonar el estricto yugo al que el idiota de su hermano lo tenía sometido. A fin de cuentas, Potem no era más que un ser lleno de bondad, que solo merecía el respeto y la admiración de quienquiera, por dejarse avasallar sin reprochar nada ni quejarse. 


Editado por ℙentagram, 23 enero 2017 - 14:25 .

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Publicado 24 noviembre 2016 - 09:55

Wow... simplemente Wow.... me ha gustado mucho.  :lol:  :lol:


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Publicado 25 noviembre 2016 - 14:55

Lugonis es un badass

 

 

PD:

 

Ojala esta vez si termines tu fic


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Publicado 25 noviembre 2016 - 21:18

Saludos Pentagram, vuestro vocabulario continua sorprendiéndome y extrañándome con algunas palabras q creo no se usan en mi pais XD

Capitulo corto fue un buen comienzo para presentar al prota, pero creo q falto conocerlo un poco mas de lo básico del personaje.

Por lo q lei, lugonis es solo un joven, por lo que la historia se sitúa unos años antes que cualquier gold del siglo XVIII, me agradaria ver a Ilias, Krest y hasta Zaphir que fueron los gold segundones de shiori q solo estaban para hacer evolucionar a sus sucesores y despues morir.

 

Los brabucones solo eran unos ladronsuelos, que no creo vuelvan a aparecer, pero me llamó la atención, como es que Caleb, controlaba a su hermano y como fue q solo conversando Lugonis consiguio hacerlo conocer del bien y el mal, aqui piscis fue toda una serpiente del eden, jaja.

 

Me gusto vuestra referencia de Shakespeare, gran comentario.

 

Nos vemos por tu fic o el mio.


Editado por ALFREDO, 25 noviembre 2016 - 21:23 .

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FANFIC: La condenación de los caballeros de Athena

Capitulo final N°66.- Publicado!

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Publicado 27 noviembre 2016 - 22:36

Hola! Supongo que es el capítulo 1 xD

 

Sobre la redacción no tengo nada que decir, escribes bastante bien, aunque quizá a veces la descripción y los sinónimos se usan demasiado. Beldad? Parangón? Really o.o ... O bien, quizá solo en hispanoamérica esté por demás obsoleto el uso de estas palabras.

 

Sobre los personajes, puedo decir que la personalidad de Potem y Caleb está muy bien trabajada. Lugonis parece ser el tipo badass que abunda en todas las historias... aunque es su presentación apenas, imagino que esto cambiará en algún momento.

 

Sobre la armadura que lleva puesta... es la de Hydra... Lugonis no era Caballero de Piscis? Bueno, eso recuerdo de Lost Canvas y es lo que esperaba al leer su nombre en este fic xD. Quizá eso se mencionó en el gaiden y por eso me ha tomado por sorpresa.

 

Me parece curioso que presentas las técnicas como yo lo vengo haciendo desde The Three Wars. Y me parece lo más correcto, por qué así sobresalen los ataques y no se pierden entre las palabras.

 

Mi frase favorita del capítulo fue "su mente abandonó el cascarón que suponía su cuerpo". Sin embargo esta otra no la entendí muy bien "su corazón latía a mil kilómetros por hora".

 

 

Saludos y nos vemos la próxima vez!


Editado por Cástor_G, 27 noviembre 2016 - 22:38 .


Capítulo 15: La Flor Sangrienta
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Saint Seiya: COSMO WARS
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#16 -Felipe-

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Publicado 30 noviembre 2016 - 12:21

Fascinante.

 

La ambientación de suspenso y terror, acompañada por un magnífico vocabulario y redacción, le dieron mucha vida a estos dos capítulos. Lugonis... DE HIDRA :O fue un badass impulsivo y algo engreído que poco se parece al que conocemos como maestro de Albafica, muchos años después.

 

Los hermanos, la típica dualidad del matón líder cruel y el gigantón gentil sin mucha consciencia siempre me ha gustado a nivel emocional. Gran acierto.

 

Y si esta historia es sobre Albafica y Lugonis, por supuesto que la estaré leyendo. Tienes un nuevo seguidor.


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#17 ℙentagrλm ♓Sнσgōкι

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Publicado 12 diciembre 2016 - 06:06

Bien, llegada la hora de un nuevo capítulo (día doce) de mi flamante historia, he de comunicar que la siguiente actualización será el viernes de esta misma semana, debido a complicaciones con la fecha acordada, que era el veinticuatro (en España, el veinticuatro es la cena de nochebuena, y por cuestiones familiares obvias, me será imposible hacerlo ese día). Entonces, pasemos ya a los hermosos, gratuitos y formales comentarios que me habéis ido dejando. La visita de algunos me ha cogido de sorpresa, no esperando tenerlos aquí para nada.

 

dbicho: Gracias por aparecer por aquí. Espero que sigas leyendo, ya que para mí, Lost Canvas y Piscis tienen mucho jugo que exprimir.

 

T800: Jajajaja, qué quisquilloso, T800. La verdad, la anterior vez no sabía hacia dónde iba mi trabajo, así que, para hacer algo que te desagrade, mejor no hacerlo, ¿verdad? Gracias por pasarte.

 

Alfredo: Bueh, mi vocabulario no es la gran cosa, Alfredo. Vete a ver a Felipe o a Killcrom, o a Castor mismamente, ya verás cómo ellos de veras te abruman. Aunque sí, reconozco que tras mi trabajo hay una investigación de cómo no hacer redundancias. Lugonis es joven, de veras diverge de lo visto en el Gaiden de Albafica, pero es que todos, cuando somos jóvenes, nos convertimos en monstruos desobedientes hasta que encauzamos por el camino de la "cordura", por llamarlo de alguna manera. Hacer a Lugonis de esa manera es mi deseo. Pero, mejor no hago mucho Spoiler, no vaya a ser que se me escape la lengua. En cuanto a Caleb y Potem... son personajes de introducción, así que no tengo pensado darles más relevancia en la obra. Gracias por tu visita y un saludo.

 

Castor: Esas palabras ya no se usan en el lenguaje cotidiano, y sí, quizás he pecado de listillo incluyéndolas, pero me ha parecido un incremento a mi expresión narrativa (que, ojo, usar dichas frases no me hace mejor, pero quizás sí más... ¿diversificado? Ni idea. En todo caso, si tengo ocasión de incluir algún sinónimo de esos para romper la redundancia, lo haré sin duda. En cuanto a tu duda, no, Lugonis nunca fue conocido como caballero de Hidra. Desde que lo vimos, fue Piscis. Y es que quería empezar más atrás, porque poco o nada sabemos de la historia del pelirrojo, más que ser un Gold Saint muy fiel a lo suyo (y seamos sinceros, los personajes que llaman la atención en cuanto a personalidad y hechos no quizás del todo bien encaminados a la moral de todos los públicos son los que más le gustan a la gente). Eh, lo de las técnicas..., no..., no te lo he copiado ni nada, eh... Nada, mentira. He de decir que sí me basé en ello porque queda mucho mejor, más vistoso y tal. Espero que no me demandes por Copyright. Gracias por tu visita, nos vemos en la próxima.

 

Felipe: Cuando me refería a visitas excepcionales, hablaba de usted, don Felipe. Me honra con su presencia, ya que para nada esperaba yo encontrarlo aquí. Intento poner todo mi diccionario en esta obra, ya que se sabe que en la variedad está el gusto (o algo así dice el dicho, ¿no?). Tú que sabes de Saint Seiya bastante comprenderás que Lugonis no tiene nada que ver aquí con la primera aparición que Shiori nos dio de él. Lo mismo que le dije a Castor, los santurrones extremos no llaman la atención tanto como los salvajes incoherentes. Sí, de Hidra. Tengo pensado algo para esta conexión tan... ¿inesperada, podría llamarse? Pero eso es hard spoiler y tendrá que esperar, claro está. Lo de los hermanos es un clásico a todas luces, no cabe duda. En muchas películas se ha abusado de ello y ahora yo soy el que se aferra a ello. Espero tenerte por aquí más a menudo, gracias por visitarme, Felipe.

 

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Luco

 

El cielo oscuro comenzó a clarear por el este. Una fulgurante luz naranja inundó el azul marino que se apoderaba del cielo; era el turno de guardia del Sol, astro rey y primordial en la esfera celeste, y a la Luna le tocaba esconderse hasta volver a salir; un día más, cubierta por el brillo impenetrable de su principal competidor. Los pájaros en el bosque colindante al Santuario piaban sin cesar, como entonando una melodía sin ton ni son, pero que a su vez alegraría el corazón de cualquiera que se propusiese escucharla mirando embobado la belleza de los árboles o degustando el aroma de los jazmines silvestres. Era una de esas mañanas de otoño que comienzan con una belleza sin igual y después se fastidiaba, desembocando en mil chubascos. Las hojas caídas de los árboles, tiesas, muertas y marrones, inundaban el campo amarillento como si se tratasen de cadáveres en una sangrienta batalla. De vez en cuando, una ráfaga fugaz de viento las desplazaba y se las llevaba volando a Dios sabe dónde, suspendidas en una corriente que las llevaría, de seguro, a un lugar calmo.

 

Los primeros rayos de luz se estamparon contra las columnas jónicas que decoraban el ascenso hacia los dominios de Atenea. Estas brillaron en mil colores, pero de forma discreta, de manera que solo si uno se quedaba mirándolas se podía vislumbrar. Las escaleras comenzaban en la falda de una montaña escarpada y empinada y ascendían hasta llegar más allá de donde alcanzaba la vista humana, siguiendo un estrecho pasadizo que conducía a través de doce templos bautizados con las doce constelaciones zodiacales principales: desde Aries hasta Piscis. Más allá estaban los aposentos del Patriarca y la cámara de la diosa Atenea, protegidos por un largo camino cubierto de rosas rojas, tan brillantes y hermosas como peligrosas y mortales. Se decía de aquellas rosas que eran el veneno más puro jamás visto por el hombre, que llevaban allí desde tiempos mitológicos, y que solo un hombre era capaz de poner sus manos en semejante tesoro: el santo de oro de Piscis.

 

Al primer rayo del alba, una sombra apareció moviéndose escalones arriba desde lo más bajo del Santuario. Caminaba a paso lento y soporífero, cargando con una caja blanca a sus espaldas que poco o nada parecía pesarle. Era Lugonis, mirando con sus ojos verdes esmeralda los majestuosos doce templos del zodíaco, cada uno custodiado por una persona, fuese hombre o mujer, protegida por una vestimenta de aspecto metálico que brillaba como el oro. Lugonis ansiaba ser reconocido como uno de los doce caballeros más poderosos de la orden: en sus sueños se aparecía el constante deseo de derrotar a todos sus enemigos sin importarle quiénes fueran, pues todo aquel que osase ponerse frente a él sería vencido sin ninguna piedad.

 

El flequillo rojo de Lugonis bailaba al ritmo del viento. Con ropa vieja, zapatos rotos y ojeras profundas, el caballero de Hidra había vuelto de Turquía tras la misión encomendada por el Patriarca, al que solo había contactado por medio de un intermediario, pero esta vez se presentaría en su cámara directamente. Su cuerpo se estremecía de placer al pensar siquiera que podría tener el honor de hablar con el Sumo Pontífice, que según la leyenda tenía más de doscientos años. Solo de erguir el cuello para mirar hacia arriba, a donde se dirigía, le producía una gran satisfacción y le hacía esbozar una sonrisa burlona, procedente de sus pensamientos más avariciosos.

 

―¡Has vuelto por fin! ―dijo una voz jovial que había aparecido de la nada como si del aire se tratase.

 

Lugonis pegó un brinco asustado a la vez que se giraba sorprendido. Alguien se le echó encima y le dio un abrazo, tan fuerte y tan lleno de bondad que los deseos tan avaros que estaba ya casi degustando se esfumaron en un mar de paz interior y relajación. A su vez, el caballero de Hidra rodeó con sus brazos a aquel que le había recibido de manera tan animosa y lo abrazó con la misma fuerza e intensidad. Segundos después lo separó y lo miró a los ojos.

 

Aquel joven era el reflejo de Lugonis, su copia exacta en todo lo referente al físico, pero con unos profundos ojos azules llenos de calma, serenidad y paz. Vestía una túnica negra que le llegaba a los tobillos, apretada en la cintura con una amarra de cuero viejo y la longitud de su cabello era considerablemente más larga que la de Lugonis, llegando su melena roja hasta un poco menos de la media espalda.

 

―Por supuesto que he vuelto, hermano Luco. Yo siempre regreso ―respondió el caballero con una sonrisa socarrona llena de sinceridad y autoconfianza―. He erradicado el mal como caballero de Atenea, como a todos los lados a los que me envían. Nadie puede resistir el veneno de Hidra. ―Y cerró el puño, poniéndolo a la altura del pecho más o menos, en un gesto de altanería―. ¿Qué haces aquí? Los civiles no pueden pasar. ¿Acaso te has vuelto a colar?

 

―¡No es eso, hermano! ―saltó Luco con una sonrisa en sus labios, una llena de bondad casi infantil―. Cuando te fuiste hace dos días, el curandero Aramar me hizo llamar para ser su sucesor y aprendiz. ¿Te lo puedes creer? ―preguntó de manera retórica, emocionado perdido por aquel suceso que, según parecía, ni él mismo podía concebir.

 

―¡Eso es increíble, Luco! ―exclamó Lugonis con otra sonrisa, aunque menos estridente y algo más forzada que la anterior, ligeramente decepcionado.

 

Lugonis sabía de sobra quién era Aramar. Como curandero de Atenea, aquel hombre conocía todos los remedios gracias a la sabiduría total y absoluta de las plantas, cuyo poder sanatorio era casi algo divino e imposible. Se decía que sus dotes habían regenerado de la nada miembros enteros, incluso devuelto vidas a hombres que la habían perdido. Por supuesto, aquello eran solo rumores que corrían de boca en boca, posiblemente inventados por alguna mente ociosa, buscando atención. Se decía de él que vivía en una de las cámaras colindantes al templo de Atenea, y que nunca, jamás, salía de allí para nada, solo reposaba; con una persona tan misteriosa, era lógico que los rumores saliesen de debajo de las piedras mismo. Lugonis se había preguntado un par de veces si de verdad existiría semejante ser, capaz de enclaustrarse en un mismo sitio durante toda la vida y no ver nunca la luz del sol, y en todo caso, cómo sería, pues tantas historias vacías y dudosas no incluían casi en ninguna ocasión una descripción física, y siempre que le preguntaban al que contaba la anécdota cómo era la leyenda, este siempre respondía que “no lo había visto nunca”.

 

Pero Lugonis no estaba decepcionado por la noticia de que Luco fuese a ser alguien, supuestamente, importante en el Santuario; eso le parecían grandes noticias. Era el sentimiento de envidia el que le hacía demostrar rechazo a tan buena novedad. Sencillamente, no podía creer que su hermano, alguien que siempre había detestado las peleas y mostrado un profundo inconformismo ideológico a todo lo que se refería al Santuario, ahora fuese a ser parte de él y de manera tan gratuita y simple. Y que él, habiendo puesto su vida al servicio de Atenea en más de una ocasión, no fuese más que un caballero de bronce, el escalafón más bajo dentro de los que ostentan el rango de santos, le parecía injusto en cierto modo.

 

―Por cierto, hermano ―inquirió Luco tras unos cuantos segundos de silencio algo incómodos―. Melisa me ha preguntado por ti otra vez. La vi ayer de tarde, recogiendo lirios en el bosque de aquí al lado mientras yo buscaba hierbas para comenzar mi entrenamiento. Me preguntó si habías vuelto, y que te echaba mucho de menos.

 

―¿Ah, sí? ―Lugonis no pudo evitar esbozar una sonrisa pícara, olvidando todo lo relacionado con el nuevo puesto de Luco en las altas esferas del Santuario―. Pues me pasaré luego por Rodorio para… sacarla a dar un paseo.

 

―No juegues con fuego, hermano ―dijo Luco con un gesto de reproche apoyando sendas manos en las caderas―. Su padre dijo que si te volvía a ver poniéndole la mano encima a Melisa te daría de palos hasta matarte.

 

―¡Uy, qué miedo! ―exclamó el caballero poniendo las manos frente a su rostro, como si alguien intentase golpearle, temblando de forma exagerada e irreal.

 

Luco rodó los ojos, ya conociendo el pasotismo de su hermano, que en cierta forma nunca dejaba de sorprenderle. Desde que eran pequeños él había sido la oveja “negra” de los dos, saltándose las reglas y culpando a otros por sus travesuras. Sus ojos verdes eran como la firma de un eterno niño; brillaban con un intenso fulgor juvenil, ese que obliga siempre a salirse con la suya y hacer lo que el corazón, rebelde e indomable a esas edades, mande, sin atenerse o pensar siquiera en las consecuencias que acarreará. Sin embargo, Luco sabía, a su vez, que Lugonis escondía tras aquella personalidad suya un fuerte sentido de la justicia, pero no una que mirase por el bien común, sino una justicia propia, marcada por las leyes que su incontrolable mente dictaba. Si creía que algo estaba bien, sin duda ese algo se convertiría en su nueva meta, sin importarle cuántas reglas de la justicia real rompiese por el camino.

 

Eventualmente, ambos hermanos emprendieron el camino de ascenso al Santuario, uno al lado del otro. El que no los conociese pensaría que eran un reflejo producido por un conjuro o un espejo si no fuese porque vestían de manera distinta; uno casi de riguroso luto y el otro con harapos sucios pero coloridos. Los escalones parecían no acabarse nunca, pero ninguno de los dos demostraba una exacerbada prisa, sino todo lo contrario; ambos transitaban el camino sin pausa, pero a ritmo lento, pesado, charlando de mil cosas y de ninguna a la vez.

 

Era temprano, pues el sol ya casi había salido del todo y no había ningún rastro de la luna; el frío húmedo de otoño aún bailaba en el aire y calaba en los huesos de los soldados que, lanza en mano, custodiaban la entrada al territorio de la diosa de la guerra: Atenea. Sus rostros se ocultaban bajo unos cascos que cubrían la mayor parte de la cara, incluso los ojos, solo dejando a la vista la nariz y la boca, aspirando aire que, al ser espirado, se condensaba por el frío convirtiéndose en vaho. Cuando vieron que por las escaleras subían dos jóvenes desconocidos, uno de ellos les salió al paso, el más grande que estaba de guardia. Lugonis lo recorrió con la mirada de arriba abajo muy lentamente, como retándolo a que hiciese algo estúpido.

 

―Eh, vosotros ―dijo el guarda con voz grave, haciéndose ancho, intentando hacerse ver más grande aún―. No podéis estar aquí, este sitio no es para civiles.

 

Luco casi pudo escuchar cómo la mente de su hermano maquinaba una frase mezquina y violenta para armar un escándalo, ya que él nunca decía que no a un combate, pero el futuro curandero se apresuró para hablar.

 

―Me llamo Luco ―respondió el hermano menor acongojado, levemente encogido por el profundo respeto que aquel hombre le producía―, he venido con mi hermano para…

 

―¿Tú eres Luco? ―agregó el guarda con énfasis dando un paso adelante incluso―. ¡Por los dioses! Lamento esta tremenda confusión, señor. El Patriarca en persona nos dijo que le dejásemos pasar. Es usted el nuevo discípulo del gran Aramar, ¿no es cierto? ―inquirió con gran curiosidad, como intentando ganarse el favor de aquel joven―. ¡Pase, pase, por favor, y pídanos lo que quiera!

 

―Oh, gracias ―dijo Luco casi en un susurro, uno envuelto en mezcla de vergüenza y timidez―. Y este es mi hermano ―continuó, apuntando con el dedo a Lugonis sin dejar de mirar al gran guarda―. Tiene una cita con el Sumo Pontífice, y así lo dice esta carta.

 

El grandullón cogió la carta entre sus manos con suma delicadeza, aunque con semejantes “garras”, como diría Lugonis, casi parecía imposible que aquella mole de persona pudiese hacer nada delicado con ellas. El guarda leyó con mucha lentitud aquel panfleto, cuya letra era casi ilegible debido al gran trabajo de pluma que se había hecho.

 

―¡Por supuesto, por supuesto! ―agregó un minuto después, devolviéndoles la hoja en perfecto estado―. Pasen, por favor, pasen.

 

Y así lo hicieron los hermanos; Luco le dio las gracias y le dedicó una gran sonrisa mientras que Lugonis farfullaba por lo bajo injurias que ni él mismo estaba seguro de comprender, como si le debiesen sumisión y aquello hubiese sido un ataque brutal a su dignidad.

 

Ascendieron, esta vez más rápido, como si les hubiese entrado la prisa de golpe. Ambos, de pronto, estaban ansiosos por llegar a donde se les había comendado. El silencio se hizo con la situación por sobre las palabras amistosas y las bromas, aunque aquello estaba lejos de ser un silencio incómodo. Los dos, callados, subían las escaleras a paso rápido, inundando sus mentes con pensamientos de futuro. Luco no podía dejar de imaginarse la escena en la que sus amplios conocimientos referentes a la medicina llegasen a curar una enfermedad imparable como la lepra. Mientras tanto, Lugonis se veía protegido por una de las famosas doce armaduras que conformaban la élite de Atenea, y con ella destruiría tanto al mal como a aquellos que osasen ponerse frente a él.

 

Enfrascados completamente en sus idílicos sueños, los gemelos alcanzaron, tras mucho subir, una estructura de piedra que los recibía. La fachada de aquel edificio estaba recubierta de columnas que adornaban un descansillo antes de la entrada. Sobre las columnas había una losa con un grabado que tenía forma de carnero. Sin embargo, ninguno de los dos reparó en detalle alguno y, como ovejas que siguen al rebaño sin pensar, continuaron su camino atravesando el primero de los templos zodiacales, al igual que hicieron con los once siguientes. Durante la hora que duró el trayecto de ascenso, ninguno de los dos articuló palabra.

 

Una vez arriba, en las estancias patriarcales, Luco y Lugonis se miraron de manera conflictiva, como si una fuerza invisible, cargada de autoridad, les impidiese abrir los portones de acero semi oxidado que les cortaban el paso. No se oía un mísero ruido, sin embargo, aquel lugar destilaba poder, uno tan grande que podría desafiar a todos los caballeros de bronce juntos y no usaría siquiera un cuarto del total, pero a su vez uno tan puro que cualquier gesto de bondad a su lado se quedaría en nada. Ambos lo sentían, aquella sensación de estar envueltos en una nube de afecto que los abrazaba y tranquilizaba. Tras una última mirada entrecruzada de los hermanos, cada uno empujó un portón, escuchando cómo el mecanismo oxidado cedía, abriendo así los aposentos patriarcales.


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#18 Killcrom

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Publicado 12 diciembre 2016 - 14:00

Solo he venido a trolear para que creas que tienes un review mío, pero luego te decepciones y veas que no. Suerte en tu historia, y conéctate al esquipe, que tengo ganas de hablar contigo. 

 

Abrazo.


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Publicado 13 diciembre 2016 - 13:43

-me agrada el duo de hermanos-aunque tengan personalidades peculiares

 

-suerte en tu fic


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Publicado 13 diciembre 2016 - 20:51

Interesante el capitulo nuevo, fue algo transitivo, pero sirvio para conocer a Luko el hermano de Lugonis, pero la verdad este personaje no lo encontraba necesario en el gaiden de Alba, aqui lo veo bastante diferente a lo presentado en el gaiden. 

 

Pero fjandome en las personalidades, Lugonis es el mas fogoso y Luco el pasivo, me pregunto si este ultimo le daras una armadura de bronce o de plata como a su hermano, seria muy injusto q se quede solo como curandero. Quizas Piscis Menor jaja.

 

Me pregunto  que querra el papa con los peces gemelos juju.

 

Por cierto no esperaba q Lugonis sea mujeriego jaja, yo tambien he pensado en dar ese matiz en mi santo de Piscis, es el ultimo gold q presentare, debido a q pospuse su participacion para el final q ya estoy llegando.

 

Bueno es todo por el momento, nos vemos por tu fic o el mio.


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FANFIC: La condenación de los caballeros de Athena

Capitulo final N°66.- Publicado!

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