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Juicio Divino: La última Guerra Santa


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#41 Rexomega

Rexomega

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Publicado 02 diciembre 2019 - 14:52

Saludos

 

¡Buen review, sigue así!

 

Felipe

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Kael´Thas

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Seph Girl

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Patriarca 8

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***

 

Capítulo 2. Plan de defensa

 

La aparición de Azrael, que bajaba sin prisa por el puente hasta el puerto, no dejó indiferente a nadie. Hasta Docrates e Icario tuvieron que detener la marcha, pues los caballeros negros parecían recelar de aquel joven de descuidados cabellos rubios. Por el contrario, Faetón mostró una súbita alegría.

—Cuéntales, escudero —exclamó cuando aquel estaba todavía a medio camino—. ¡Cuéntales lo ocurrido en la isla!

—¿No puedes hacerlo tú? —dijo Shaina, como olvidando que llevaba rato ignorándolo.

Faetón abrió y cerró la boca varias veces, buscando sin éxito las palabras que había estado preparando durante el viaje. Por suerte, Azrael llegó antes de que Shaina perdiera la paciencia, solicitando permiso para dar su informe.

—Adelante. A ver si al menos tú sabes hablar.

—La misión original fue un fracaso —sentenció Azrael.

—Exacto —dijo Faetón—. Espera, ¿¡qué!?

A pesar de la máscara, si no es que gracias a ella, Shaina dedicó a Faetón una mirada que le heló el alma. Dando tres pasos hacia atrás y cerrando la boca hasta formar una línea, el soldado se apartó de la conversación. 

—Llegamos a Reina Muerte a la hora estimada, no hubo incidentes reseñables, solo una pequeña discusión sobre dónde debíamos soltar anclas y subirnos a los botes. Gracias a que se tomó la decisión correcta, el enemigo no pudo hundir el barco.

—¿El enemigo? —cuestionó Shaina.

—Los caballeros negros le seguían debido a una máscara tribal que le cubría el rostro, que consideré prudente traer aquí. Me temo que no puedo decir mucho más de él, salvo que parecía la encarnación de una fuerza de la naturaleza. De un puntapié abría grietas en la tierra y con un revés de mano rasgaba el cielo, generando tal fricción en el aire que fundía la roca. Con dos golpes conjuraba una lluvia de roca fundida capaz de acabar con un batallón entero —explicó Azrael, sumido en un repentino entusiasmo del que no parecía darse cuenta—. Pude verlo en dos ocasiones.

Shaina asintió, dándole vueltas a la posible identidad del enemigo mientras Azrael continuaba con el informe. Al parecer, Faetón había sido en una sola noche un hombre prudente y valiente, pues tanto había aceptado que el barco estuviera lo más lejos posible de la isla, como se había metido en uno de los tres botes que ordenó enviar. La fortuna quiso que él y Azrael, el único civil que salió del barco, sobrevivieran a una lluvia de magma, roca y fuego que en principio confundieron con una erupción.

Veinte de los mejores hombres en la guardia del Santuario murieron en ese instante, calcinados. A Shaina le sorprendió saber que en esas circunstancias Faetón decidiera nadar hacia la isla en lugar de regresar al barco. ¿No había querido sentirse menos que Azrael, a quien en el Santuario conocían por el sobrenombre de chico de la Fundación? Fuera como fuese, los hechos eran que aquellos dos llegaron a la isla, donde fueron recibidos por los trece caballeros negros que terminarían por reclutar y un hombre vendado desde los pies a la cabeza, semejante a un demonio por la máscara que traía y los gruñidos que profería. Por supuesto, no se les dio tiempo de dar explicaciones, sino que de un momento para otro se vieron en un combate contra el autoproclamado guardián de Reina Muerte. Azrael, desarmado; Faetón, con una lanza muy especial.

—En la batalla lo vi por segunda vez  —explicó Azrael—. Lanzó sobre nosotros el mismo ataque  que acabó con nuestros compañeros, solo que en menor escala. Si he de ser franco, creo que a él le debemos la mitad de la victoria. Era más fuerte, rápido y resistente que ambos, un hombre desarmado y otro con una lanza que solo podía rasguñarle las vendas así le diera con todas sus fuerzas.

—Si pudo hacer eso que dices, como poco debe haber sido un aspirante a santo —comentó Shaina, mirando luego a Faetón. El soldado había empezado a enrojecer por las palabras de Azrael, ya que según estas la proeza que había realizado y de la que se sentía tan orgulloso pasaba a ser una cuestión de suerte. Y algo más—. Qué afortunado que de entre tres botes y todo un batallón de guardias, la lanza que llevaba en la punta el veneno de Lerna estaba en tus manos, ¿no?

 

—Así que por eso la tenía envuelta —comentó Geist, que había estado atenta a la escena—. Una lanza envenenada. Ya me parecía demasiado heroico para Faetón.

—No lo sabe usted bien —dijo el lancero.

—¿De qué te vas a quejar esta vez?

—Faetón ha sido mi superior desde que me uní a la guardia. Le gusta dar órdenes, tiene una vista de águila y corre como nadie cuando hay una pelea, en busca de alguien de mayor rango que la pueda resolver. No me lo imagino siguiendo adelante después de perder a la mayoría de sus hombres y sobrevivir de milagro.

—Se unió al grupo de ataque, cuando por cuestión de rango nadie hubiese podido cuestionarle que quisiera permanecer en el barco.

—Le gusta parecer valiente, mientras puede —insistió el lancero, como involuntario vocero de las dudas que incluso Shaina tenía—. ¿Ha oído hablar de Reina Muerte? La sola idea de ir allí nadando haría que se meara encima. ¡Hasta a mí me pasaría!

—Suficiente información —cortó Geist—. Y baja la voz.

Para cerciorarse de que nadie estuviera mirando a aquel imprudente con ojos homicidas, miró a uno y otro lado. Azrael exponía la forma en que convencieron a los caballeros negros de que los acompañaran, dejando la identidad del guardián de Reina Muerte, muerto por envenenamiento, como una incógnita a la que Shaina no dio mayor importancia. Docrates e Icario habían perdido el interés en el informe y siguieron la marcha, liderando una fila de sombras que murmuraba sin cesar:

—A ese le falta un tornillo.

—Te estás quedando corto. Está más loco que una cabra.

—Espero que nos destinen a diez kilómetros de su puesto.

Solo el caballero negro de Cisne mantenía la calma. Siendo el que cerraba la fila, dirigió una última mirada a Azrael, que ya terminaba el informe, y sonrió.

—Aquí hay gato encerrado —comentó el lancero, inconsciente de los peligros que Geist trataba de evitarle—. Se lo digo yo.

 

—Descansa, soldado —dijo Shaina, cediendo por esta vez a las maneras de aquel chico. Había hecho un buen trabajo—. Con un enemigo así, es un milagro que hayáis salido ilesos. Y tú —añadió, mirando a Faetón—, ¿qué estás esperando? ¿Una medalla?

—Por supuesto que no, señora Shaina. Solo quería que estuviera informada. Y me consta que hay gente en el Santuario que por envidia me tacha de mentiroso.

—Voy a hacer como que no te he oído decir que un chiquillo imberbe es más digno de confianza que tú. Vuelve a tu puesto antes de que digas más sandeces.

—¿A mi puesto, señora Shaina?

—¿Crees que Rodorio se cuidará solo? Hemos destinado a la mitad de la guardia allí. Organiza las patrullas. Ninguna calle debe quedar sin vigilancia. ¿Está claro?

—Cristalino.

Con esa rápida respuesta, Faetón dio media vuelta, todavía aferrado a la lanza tapada como si le fuera la vida en ello, y salió a toda prisa. Cuando pasó de largo a Geist, sin dar muestras de haber escuchado cómo lo ponían por los suelos hacía un momento, Shaina llamó a la amazona con el fin de ultimar unos detalles.

El lancero, de naturaleza curiosa, aguzó el oído en un vano intento de escuchar lo que hablaban. Todo lo ocurrido en el puerto hasta el momento había sido inesperado y quería anticiparse a la próxima sorpresa. Estuvo así un rato, tan distraído en esa tarea que no se percató de que Azrael se le había acercado y, al igual que él, observaba a aquellas mujeres en un silencio que solo rompió al estornudar.

—Ay. ¡Eso de acercarse a la gente sin avisar es de mala educación!

—¿No es aquí donde los soldados rasos deben esperar a recibir órdenes?

—No, sí, ¡no sé! Yo ni siquiera debería estar aquí. Y tú no eres un soldado, eres un escudero, ¿no? Seguro que el santo al que sirves te estará esperando con muy mal humor después de pasar tantos días fuera.

—No comprendo por qué usáis términos como caballeros y escuderos en esta época. La señorita, que debo decir que tiene siempre muy buen humor, me considera su asistente y así preferiría ser llamado, si no es mucha molestia.

—¿No eres muy joven para ser tan formal? ¡Debes tener mi edad, por los dioses! No, mejor no digas nada, tienes cara de querer contarle tu vida al primero que pasa.

Más enojado porque no podía escuchar nada de la conversación de Shaina y Geist que porque de verdad le molestase Azrael, el lancero se apartó de él. Al menos, quiso hacerlo, porque en cuanto levantó el pie este se empezó a reír.

—¿Qué tiene tanta gracia?

—Discúlpeme. Por la batalla a la que por fortuna sobreviví me he estado considerando un soldado más, aunque hasta esta semana no me habían herido nunca. ¿Quiere…?

—No, no quiero que me enseñes tus heridas de guerra, gracias —cortó enseguida el lancero, aunque al final la curiosidad le pudo más—. ¿De verdad te hirieron? Apuesto a que Faetón te usó como escudo humano y aprovechó ese momento para atacar.

—Nada más lejos de la realidad —dijo Azrael, de nuevo riendo—. Fui yo el que acometí en mal momento. ¡Recibí tal paliza que pasé todo el viaje en cama!

Frente a la nueva revelación, el lancero arqueó una ceja, pensativo. En el informe, Azrael había dicho que el guardián de Reina Muerte los atacó a ambos con una técnica basada en roca fundida, eso se podía explicar con que después de ese ataque Azrael se hubiese adelantado y atacado a lo loco, guardando solo bastantes fuerzas para decirles a un grupo de malhechores que ya no tenían que seguir en la isla de la que eran prisioneros. El problema era más bien con el viaje en sí. ¿Faetón había podido por sí solo evitar que cualquiera de los trece caballeros negros a bordo iniciara un motín?

—Claro, la máscara —dijo en voz alta al caer en cuenta en ese detalle—. Los mantuvisteis a raya gracias a la máscara del guardián de la isla, ¿verdad?

—Le pedí al señor Faetón que la vigilase porque no sabíamos cómo usarla. Es lo único que hice en el barco, aparte de dormir y dejarles una nota en la cocina.

—¿Una nota?

—Sí, creo que aún no la he tirado. Sí, sigue aquí. 

Azrael sacó un papel arrugado de uno de sus bolsillos y se lo entregó a aquel soldado que estaba a punto de reír a carcajadas.

—Señor Faetón. Es la primera vez que lo oigo en mis años de…

En cuanto el lancero tuvo la nota en las manos y la leyó, ya no pudo decir más.

 

Ajenas a la conversación de aquel par, Shaina y Geist terminaron la conversación y se separaron. Más que de la estrategia a seguir, buena parte de la charla había sido una reprimenda para la más destacada amazona del Santuario, por traer a un soldado raso a un evento de tal envergadura. Por suerte para Geist, no estaban en la clase de situación en la que pudieran ponerlos bajo arresto a ambos, y si lo hacían bien en la próxima batalla, los méritos harían que ese desliz fuera agua pasada.

—Ya volví, ¿se ha quejado mucho?

—Sin incidentes, señora —saludó Azrael, en posición de firmes.

—¿Qué edad crees que tengo? No importa —decidió Geist, meneando la cabeza—. Ya que es tarde y venís de un largo viaje, vuestra tripulación podrá seguir descansando aquí hasta mañana. ¿Quieres acompañarlos?

—Tengo que informar a la señorita.

—Ya veo. Conociéndola, debe de estar muy preocupada. Mientras nuestros caminos coincidan, no tengo problema en escoltarte.

—Se lo agradezco.

—¿Y tú, chico? ¿Ya has entendido por qué los vigilantes son las últimas personas que tendrían que estar tomándose una siesta?

El lancero, todavía paralizado, dejó caer la nota al suelo, de modo que Geist pudo leerla un momento antes de que el viento se la llevara. «Hay explosivos en el barco. Si morimos estallarán. Vuestro jefe destruyó los botes. Buen viaje.»

—¡Cuide de mí, señora Geist! —terminó soltando, poniéndose de inmediato tras la sorprendida amazona.

—¿¡Qué edad crees que tengo!?

 

***

 

Los caballeros negros, ya lejos del puerto y bajo la atenta mirada de Docrates e Icario, empezaban a despojarse de las armaduras negras, que acabarían en una carretilla tirada por dos jóvenes gemelos, cuando Kiki acabó su tarea. Ya todos los durmientes estaban a salvo y bien cuidados, por lo que él pudo volver a la casita que tenía en las afueras de Rodorio para cuando visitaba el Santuario. Allí, en el recibidor, le esperaban las herramientas celestes que había heredado de su maestro Mu, el único herrero en el mundo capaz de reparar un manto sagrado, dispuestas sobre una mesa sobre la que todavía brillaba la luz de la última vela que encendió, unas horas atrás.

Ya que el material para trabajar tardaría en venir, Kiki aprovechó para vigilar con suma atención los últimos eventos en el puerto, apoyándose en los sentidos extraordinarios de los que gozaba como parte del pueblo de Mu. El soldado cejudo y el atolondrado escudero de su hija lo habían hecho bien, incluso si él se había encargado de teletransportarlos a Japón y desde allí habían contado con el barco más rápido de la Fundación, habían hecho un buen trabajo. Se rio a gusto viendo a Faetón correr por Rodorio como alma que lleva el diablo y al lancero escandalizarse por leer una nota, pero el semblante se le ensombreció al fijarse en la tripulación del barco, marineros de gran valor atrincherados en los camarotes más apartados.

—Es él —decidió Kiki, recordando la sensación que tuvo en el hospital, vacío de vida a excepción de un médico y cinco pacientes muy especiales. En el poco tiempo que estuvo ahí, tuvo unas ganas tremendas de marcharse cuanto antes, un terror súbito y sin sentido que enmascaró con que tenía una tarea que cumplir y debía hacerlo deprisa. Todo había ido bien después, mientras viajaba de un rincón del mundo a otro para poner a Seiya y a los demás a salvo, hasta ahora. De nuevo se sentía como un cervatillo observado por un cazador, solo que él no podía huir, tenía que impedir que la guardia del Santuario huyera en desbandada—. Porque la amenaza de este cazador cubre todo este lugar, tal vez si miro al cielo podría verlo, el ojo de un dios vengativo.

Sacudió la cabeza para rechazar aquellos pensamientos. Ese era el peor de los casos, para el que no había esperanza. Aun él, que no había completado su entrenamiento, se consideraba a sí mismo un santo de Atenea de corazón. Como tal, tenía que traer esperanza a la gente. Eso era lo que Shaina hacía a la vez que buscaba la máscara de Rangda en el barco. No daba grandes discursos, no daba palmadas en la espalda, solo avanzaba en la oscuridad enfundada en aquel manto plateado, diciéndoles sin palabras: «Estamos aquí. Los santos de Atenea estamos aquí, con vosotros.»

La última persona a la que Shaina vio fue un muchacho de la edad de Azrael. Vestía un uniforme azul de segurita, gorra incluida, que le quedaba grande, aparte de estar tan arrugado que bien podría habérselo puesto ahora mismo.

—Vaya, no esperaba que los empleados de la Fundación fueran tan pícaros —susurró Kiki, medio riéndose de aquel chiste a la vez que trataba de percibir a la amante, o el amante, del chico—. No hay nadie ahí. Qué raro.

Era un camarote como otro cualquiera, tal vez el que Azrael había usado considerando las vendas que había sobre la cama. El muchacho no tuvo problemas en mostrarle a Shaina la caja en la que estaba guardada la máscara, a lo que esta asintió.

 

Si bien todo santo de Atenea contaba con un sexto sentido, muy pocos entre ellos podrían argumentar una maestría a la par de la de Kiki. Había, no obstante, un defecto en las habilidades de este, y es que observar los sucesos que transcurren lejos a menudo impide percatarse de lo que ocurre delante de tus narices.

Así, los gemelos habían llegado hacía rato con la dos carretillas llenas de brazales, rodilleras, corazas y otras piezas que los caballeros negros llevaron consigo. En lugar de avisar al pelirrojo, como dictaba el escaso año que llevaban como discípulos de él, decidieron guiarse por la década que habían vivido como chiquillos y susurraron toda suerte de bromas. Y como chiquillos, por supuesto, fueron atrapados al no saber cuándo parar ese incesante parloteo tan parecido al graznido de unos cuervos ociosos.

—Así que queréis despertar el tercer ojo para espiar mujeres —acusó Kiki, apareciendo tras el par de chicos, ahora asustados.

—Solo mujeres bonitas —dijo el más osado de los hermanos.

—¿No es lo que estás haciendo tú? —dijo el otro entre tartamudeos.  

Kiki suspiró, creyéndose un maestro terrible solo el escaso segundo que tardó en recordar que tenía una hija muy diligente. Dando la espalda a los chicos, que empezaron a preguntar si no los necesitaba para algo más y podían unirse al batallón del abuelo al que reclutaron la tarde de ese mismo día, señaló a los carros.

—El Santuario no necesita más armaduras —dijo con tono imperioso. Primero una a una y luego todas a la vez, las piezas de metal negro se elevaron de los carros, cubiertas por un aura resplandeciente como el sol. Los gemelos, siempre tan parlanchines, enmudecieron de puro asombro—. Lo que necesita la guardia son armas.

Como obedeciendo esa sentencia, todas las piezas estallaron en mil pedazos.

 

***

 

Tal y como había prometido, Geist escoltó a Azrael hasta el Santuario, así como al lancero, que debía volver a su puesto.

Aquel grupo tan singular se detuvo solo una vez en Rodorio, o más bien en las afueras, donde si se prestaba suficiente atención podía oírse el sonido de un martillo y otras herramientas propias de la herrería. Azrael pidió a Geist un momento y fue hasta allá, saliendo en apenas un minuto con un largo maletín plateado y ningún comentario sobre lo que ocurría dentro de la casa. Por prudencia, los demás no le preguntaron.

Más adelante estaba lo que para el común de los mortales eran unas montañas sin importancia. Aun la gente de Rodorio, que conocía la existencia del Santuario, unida a quienes lo habitaban por una relación comercial milenaria, no vería allí más que un bosquecillo que daba a ninguna parte. Al menos, así era por lo general, en ese momento una gran cantidad de hombres se había posicionado por la zona. La mayoría eran soldados protegidos por armaduras de cuero, cascos de hierro y armas de buen acero, miembros de la guardia que siempre iban en grupo. Cada tanto podía verse a algún soldado solitario que podría ser tomado por un campesino, de no ser por la manera tan sigilosa de moverse y el rifle que cada uno cargaba.

—Es un rifle tranquilizante —explicó Azrael la primera vez que vieron uno, adelantándose a la queja del lancero—. Podrían dormir a un elefante con eso.

En las profundidades del bosquecillo estaban Docrates e Icario dando órdenes a un grupo de aspirantes entre los que ya no se podía distinguir a los caballeros negros que llegaron al puerto. También había algunos guardias, no más de cincuenta, que se distinguían del resto por las lanzas que traían, de una punta tan negra como el ébano. Dos de esos guardias estaban custodiando el pasaje que daba al Santuario, oculto para todos los no iniciados en las artes combativas de los santos.

—Aunque he pasado muchas veces por aquí junto a la señorita, sigo sin verlo —observó Azrael mientras Geist pedía a los guardias que le cedieran el paso.

—Solo los que hemos sentido el cosmos arder en nuestro interior podemos —presumió el lancero, cuyo fracaso en la prueba final no impedía que viera con claridad el pasaje en la falda de la montaña—. Menudo escudero estás hecho, como sea que te llames.

—Podemos pasar —dijo Geist, para luego añadir por lo bajo—: Pues claro que podemos. Tanta seguridad me pone de los nervios.

 

Una vez se adentraron en las montañas, el mundo cambió. Ya no oyeron el vozarrón de Docrates dando órdenes ni a Icario corrigiéndole algún disparate ni a los aspirantes preparándose para la batalla. Tampoco vieron el interior de una cueva, como cabría esperar, sino que las estrellas brillaban en lo alto, iluminando el cielo nocturno sobre una montaña que no tenía nada que envidiar en altura al mismo monte Olimpo.

—¿A que es increíble? —dijo el lancero, viendo la muda fascinación con la que Azrael miraba aquellas tierras—. Nuestro Santuario.

 

***

 

¡Hasta el próximo lunes!


Editado por Rexomega, 02 diciembre 2019 - 18:18 .

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#42 Kael'Thas

Kael'Thas

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Publicado 02 diciembre 2019 - 16:04

Brutal esta historia con los santos que son inspirado originales del anime 


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#43 Shiryu

Shiryu

    Miembro de honor

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Publicado 05 diciembre 2019 - 09:08

Me gusta mucho tu historia
Te propongo una cosa espero tu mensaje por privado

Te gustaría que publicase tu historia en Wattpad para que la gente pueda disfrutar de la historia con tu permiso

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#44 Seph_girl

Seph_girl

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Publicado 05 diciembre 2019 - 14:55

Capitulo 2. Cuidado mundo, que llegó Azrael.
 
Buena esa de decir que la Máscara que usaba Guilty no era solo una máscara ordinaria XD (aunque desconozco si así es en el manga y eso...)
 
Azrael, uno de los personajes que forma parte de mi top cinco en esta historia, ya se los digo. Aun siendo un simple escudero se avienta a la batalla e inspira a otros más preparados que él a no quedarse atrás... Sin mencionar que hace cosas bien locas que me sacan una sonrisa XD, ¡lo amo!
 
Resaltamos a Kiki, que como Luke Skywalker no terminó su entrenamiento Jedi, digo, de Santo, pero bien que tiene varios discípulos (bastante picaros) Y está haciendo armas... pese a que los santos no usan armas, pero si él cree que la necesitan, pues es que así se va a liar el asunto.
 
Se me fue muy rápida la lectura :) por lo que no tengo nada más que decir, salvo...
 
Pd. Buen cap, sigue así.

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#45 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 07 diciembre 2019 - 23:07

Cristalino. Eso es Faetón. Cristalino. Para todo el mundo es lo que ves, y la única mancha en el cristal es la que él mismo pone y solo él puede ver. Oh, ¡Hola, Rexo! Tercera vez que te saludo esta noche, ¿cómo te va? xD

 

Antes de continuar, quiero decirte que imagino a Azrael así, y me enorgullezco de ello:

Spoiler

 

Me gusta mucho la dinámica entre los personajes. Son bastante humanos, tiene distintas actitudes y reacciones, y eso es necesario recalcarlo especialmente porque son personajes que, en su versión AO, eran a lo mucho mediocres (solo salvo a Cristal. Siempre a Cristal). Docrates es como una suerte de Uvogin, el lancero tiene comentarios precisos, Azrael se emociona demasiado, Faetón es Ichi 2.0, y Geist no tiene toda la paciencia que podría tener a su edad... sea la que sea. Y todos liderados por Shaina, la guerrera más peligrosa del Santuario. Un grupo ciertamente muy curioso, y dotado de momentos interesantes. Lo mejor es que hay pequeños detellos para ligarlos a los personajes del animé, pero para nada los suficientes como para que sean siquiera similares.

 

Y Azrael se lleva los premios en todo caso. Es un civil, un escudero con un nombre absuradamente épico y maravilloso. ¿Qué hace un personaje así sino tener un destino absurdamente épico y maravilloso? ¿Es el protagonista de esta historia? No lo sé, pero me gusta cada intervención que tiene. ¿Qué oculta este joven? Tal vez nada, pero de todas maneras me interesa. Espero que esa haya sido tu intención.

 

Y luego tenemos al buen Kiki. A mi querido Kiki. Un Kiki que, a pesar de no ser un Santo en esta historia, tiene algo que haría envidiar a sus versiones de Omega y Assassin, que es conservar su actitud divertida, humilde, graciosa (maduramente graciosa) y sincera. Y no, ellos no son los pícaros, señor duendecillo, sino el que mira. ¿Aprendió el voyerismo de su abuelo Shion, señor? Él al menos se excusaba en que miraba armaduras.

 

Finalmente llegan al Santuario, atravesando las extrañas barreras que solo Grecia parece capaz de financiar. Cosas del PRL, claramente. Para cerrar, solo me queda preguntar por qué no se el nombre del lancero.

 

Saludos!


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#46 Rexomega

Rexomega

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Publicado 09 diciembre 2019 - 15:37

Saludos

 

¡Buen review, sigue así!

 

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***

 

Capítulo 3. Conociendo al enemigo

 

Poco había cambiado aquel sagrado lugar a lo largo de los milenios. Desde las casas y templos hasta la vestimenta, costumbres y forma de lucha habían permanecido inmutables, sin verse afectados por los reveses de la Historia y el signo de los tiempos. El primer día que el lancero pasó allí, mirando todo con una fascinación más bien infantil y desconociendo la austera vida que le esperaba, le dijeron que el coliseo era el edificio más joven del Santuario, construido en una época en la que Roma era dueña del mundo. En comparación, los templos zodiacales de la Eclíptica, el sendero que recorría en espiral la montaña principal, existían en los días Odiseo, rey de Ítaca, todavía vivía. De esas historias, él solo sacaba que hacía mucho, muchísimo tiempo que el Santuario existía, y eso le hacía sentir a la vez seguro y orgulloso. Estaba, después de todo, a punto de ser uno de los garantes de la paz y la justicia en la Tierra.

Ese sentimiento le ayudó a superar una vida en la que recibía solo lo indispensable en medio de una tierra yerma y dura, hecha para fortalecer a los hombres más allá de los límites humanos. Lo ayudó a seguir adelante después de la paliza que recibió en el coliseo delante de amigos, enemigos y el mismo Sumo Sacerdote, cuando el manto sagrado de Hércules, nada menos, estuvo a solo un paso de ser suyo. Ahora, más que ayudarle, le causaba dolores de cabeza. Cada vez que pensaba en los valores que su maestro le inculcó, recordaba la escena del puerto, donde los héroes de los que la humanidad dependía recibían a unos hombres que solo podría calificar como villanos. ¿Cómo no iba a tener la cabeza hecha un lío?

Que Azrael y Geist hablaran sobre el tema mientras caminaba tampoco ayudaba.

—Si los caballeros negros imitan a los santos de Atenea, ¿por qué no se hacen llamar santos negros? —preguntaba Azrael.

—Hubo una época en la que los santos de Atenea fueron conocidos como caballeros, algo relacionado con los reyes de entonces y la religión que imperaba en Europa. Hoy en día es una expresión en desuso aquí en el Santuario. En cuanto a las sombras, son aspirantes que renegaron de Atenea después de haber fracasado, de modo que decidieron velar por nada más que su beneficio personal. Llamarse a sí mismos caballeros en lugar de santos debe ser una forma más de rebeldía.

—Así que la existencia del Santuario no es desconocida para el resto del mundo.

—Los poderosos saben que existe un lugar mítico, donde viven unas leyendas vivientes que actuarán siempre que sea necesario.

—Como en la Segunda Guerra Mundial.

—Vaya. ¿Prestaste atención a lo que decía Docrates? Si bien los santos de Atenea han estado detrás de la derrota de pueblos conquistadores como el de los romanos y el de los mongoles, no ha sido porque enfrentaran a sus ejércitos. El Santuario no se involucra en política, ni para bien, ni para mal. Solo interviene en asuntos con los que la humanidad no podría lidiar por sí sola. Una generación de caballeros negros al servicio exclusivo de la Alemania Nazi, por ejemplo, cortesía del Japón Imperial. 

—Estás bien informada.

—Me gusta leer. Eso es todo.

—A mí también, solo que nunca he visto nada de esto en los libros de Historia.

—Como creo que ya habrás deducido, los santos de Atenea trabajan desde las sombras. Oye, chico, ¿tú no vas a decir nada? Estás muy callado.

Sin detener la marcha, Geist miró por encima del hombro. El lancero les seguía, guardando distancias y con cara de estar aguantándose una nueva queja.

 

—Tengo un nombre, ¿sabe?

El grito decidido del lancero hizo que Azrael y Geist pararan a la vez de hablar y caminar. A aquel le tomó un par de tirones sacarse el casco de la cabeza, abollado como estaba en la parte trasera tras el coscorrón de Geist, hasta que lo logró, quedando al aire el corto cabello castaño. Con unos ojos decididos que revelaban su ascendencia oriental y una nada agradable cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda, él era:

—Makoto. ¡Mi nombre es Makoto!

Pasaron unos segundos incómodos, en los que la cara del lancero, tan seria a pesar del sudor que le perlaba la frente, se fue enrojeciendo poco a poco.

—Te llamas Makoto —dijo Geist—. Entendido.

Y así, sin más, reanudaron la marcha.

 

***

 

Para cuando Marin de Águila apareció, Kiki ya llevaba cerca de una hora trabajando sin descanso con los restos de las armaduras negras. Ya había convertido la mayor parte del material en toscas puntas de lanza que mezclaba con pequeños escudos y hojas cortas del mismo material que se había agenciado el año anterior. Los gemelos, encargados de suministrar el nuevo armamento a la guardia en Rodorio y las montañas siempre venían demasiado cansados como para preguntarle si todo lo hacía él, en especial porque querían terminar esa tarea lo más rápido posible para poder unirse a la lucha.

Marin, por supuesto, ni estaba cansada ni tenía un pelo de tonta.

—¿Un regalo? —preguntó esta, que sostenía una de las espadas de hoja negra. El metal, conocido como gammanium en la actualidad, era uno de los principales componentes de los mantos sagrados que solo los del pueblo de Mu sabían moldear. Más duro que el acero, y a pesar de ello, tan ligero que podría servir para crear puntas de flecha.

—Es un regalo envenenado —explicó Kiki.

—He sentido la presencia de Seiya. 

—No podía dejar al héroe que desafió a Poseidón y Hades en un lugar que no fuera el Santuario, ¿cierto? Seika lo atenderá mientras nosotros lo defendemos.

—¿Qué hay de los demás?

—Las ninfas de Dodona y los guerreros azules de Bluegrad se ocuparán del cuidado y la protección de Shiryu y Hyoga por lo menos durante esta noche. Los santos de Perseo y Orión protegerán a Ikki y Shun mientras la Fundación vela por su salud.

—Creía que no querías prescindir de ni un solo santo. ¿No fue por eso que solicitamos la ayuda del rey Piotr y de Kushumai?

—Shaina me convenció de que la seguridad de nuestros compañeros es tan importante como la del Santuario. Atenea los dejó a nuestro cuidado, después de todo. Además, estamos hablando de un recién ascendido y de un rebelde al que Shaina tuvo que arrastrar hasta aquí desde el otro lado del mundo. No son muy buenos trabajando en equipo, por mucho que a uno le sobre valor y al otro habilidad.

No era como si el díscolo y veterano santo de Orión fuera el único de los recién reclutados de los que Kiki desconfiaba. Como líder en funciones de los santos de Atenea, Shaina había tenido que buscar gente hasta de debajo de las piedras y nadie podía darse el lujo de esperar a crear con ellos lazos de confianza antes de luchar codo con codo. No obstante, así como el Sumo Sacerdote había decidido correr el riesgo de viajar con el tal Orestes de Micenas hacia los confines del mundo con tal de salvar a Seiya y a los demás, ellos bien podían arriesgarse a creer a ciegas por una vez.

—Ya está aquí —dijo Marin, después de un largo minuto en el que solo se oyó el rítmico golpeteo de un martillo. Aun hablando, Kiki continuaba el trabajo.

—No esperaba que nuestra barrera lo mantuviera alejado mucho tiempo —admitió Kiki—. Bueno, más que barrera, era una petición. «No nos mates, por favor.»

—Te exiges demasiado.

—No es para tanto. Solo tuve que viajar unas cinco veces, no hizo falta que me quedara mucho tiempo porque ya teníamos buenas relaciones con nuestros aliados y como ya has visto la mitad de las armas que envío a la guardia no las creé yo. Bueno, admito que han sido unas horas estresantes y he tenido que confiar la barrera a los jóvenes.

En concreto, los discípulos del Sumo Sacerdote, su hija y un advenedizo inglés de lo más abusón. Esa era otra razón por la que podían sorprenderlo mientras usaba su capacidad extrasensorial para vigilar lugares lejanos, estaba unido a aquellos dos a través de una red telepática en la que compartían pensamientos y sensaciones. En este momento, en esa red solo se emitía un mensaje: «La barrera ha caído. Está aquí.»

Sí que se exigía demasiado, sí, pero, ¿quién podría hacer todo eso, si no él?

—No siento ningún cosmos en él —observó Marin.

—Yo tampoco lo siento como sentiría a cualquier ser vivo —admitió Kiki—. Solo percibo cómo en el lugar que está mirando se extienden el miedo y el terror por doquier. Ahora me tocará avivar los corazones de todos para que no salgan corriendo por patas.

Apenas terminando de decir eso, se levantó de improviso y dio la vuelta. Habría podido teletransportarse tal y como estaba, se le ocurrió que debió haberlo hecho cuando se encontró con Marin enfrente, bloqueándole la salida y sujetándole los hombros.

—Podemos lograrlo. Juntos.

—Lo sé, solo quería ir al baño. Oye, Marin, ¿y si esto es cosa de los dioses?

—Cuando sugeriste a Shaina la idea de poner a salvo a Seiya y a los demás, dijiste que el enemigo provenía de lo más profundo del Hades.

—Sí, eso dije, eso es lo que sentí. Solo siento que hay dos opciones. La primera es que el ejército del dios de la muerte viene al Santuario a cobrar venganza.

—¿Y la segunda?

—Que sea Hades en persona el que ha venido hasta aquí.

 

***

 

Aun para los santos de Atenea, había algunos lugares en el Santuario que eran inaccesibles, so pena de ser encarcelado, exiliado e incluso ejecutado, según las circunstancias. Uno de ellos era el monte Estrellado, en cuya cima, la más cercana a la Luna, había un observatorio desde el que el Sumo Sacerdote podía leer el futuro del mundo en las estrellas; ni siquiera un santo de oro tenía permitido dirigirse allí sin autorización. Otro era la Eclíptica, vedado por norma general a los santos de bronce y plata, y el tercero era el campo de entrenamiento de las amazonas. Conocido como el Cinturón de Hipólita desde los tiempos de la fundación del Santuario, cuando las tareas de Heracles eran fuente de inspiración para todo joven aspirante, era un círculo de tierra rodeando una colina de trescientos metros, sobre la cual se construían las destartaladas casas de las mujeres que aspiraban a convertirse en santos de Atenea.

Por motivos jamás esclarecidos, no siempre se permitió que las mujeres lucharan en el ejército de Atenea, no de forma oficial al menos. Quien quisiera indagar en la biblioteca del Santuario, se encontraría con que fue el Sumo Sacerdote Shion quien cambió esta situación al implantar la Ley de las Máscaras, según la cual una mujer podía convertirse en un santo de Atenea siempre que renunciara a su feminidad. No obstante, lo cierto es que aquella ley, elaborada durante el auge del emperador Napoleón para honrar los logros de la aspirante Maya, tan solo llevó al papel algo que venía ocurriendo desde hacía seiscientos años, sobre todo en épocas de entreguerras.

—Además —siguió explicando Geist a los atentos Azrael y Makoto—, él añadió un matiz, según se dice por inspiración de la propia Atenea. Antes, una amazona debía matar a todo hombre que le viera el rostro. Ahora tenemos una dispensa.

—Puede escoger amarlo —dijo Azrael—. Entiendo que las máscaras que lleváis ocultan vuestra feminidad como si fuera un hechizo, ¿correcto?

—Se parece más a la hipnosis. Llevar la máscara hace que la gente que nos ve obvie nuestra condición de mujer y nos traten como guerreros. Siempre y cuando no nos vean el rostro. Si ocurriera, así fuera solo una vez, no volvería a funcionar.

—En ese caso, para que un hombre se enamorara de una amazona, tendría que verle el rostro para empezar, ¿no? Es una ley cruel.

—¡No esperaba que fueras tan sensible! Me parece más cruel tener que matar a alguien a quien amas. Y por si te tranquiliza, un hombre enamorado puede ver en una amazona a la mujer que ama, así esta lleve puesta la máscara.

Aquella explicación terminó de pintar de rojo la cara de Makoto, quien empezó a andar más despacio que los otros dos para que no lo vieran. ¿Qué se supone que significaba eso? Hasta ahora había entendido lo de ocultar la feminidad como una forma de hablar. No es como si él pudiera ver a las amazonas del Santuario, con esas máscaras a veces pintadas con rasgos de fieras, como las chicas encargadas de cuidar el orfanato en que se crió, por supuesto, sino que sabía que también eran mujeres. Bueno, sabía que Geist era una chica esbelta, de largo y lacio cabello negro y con unos puños capaces de bajarle todos los dientes a un hombretón que le sacaba tres cabezas, como poco.

Las siguientes palabras de Azrael no hicieron sino acentuar el desconcierto y vergüenza de Makoto, que en ese momento habría agradecido ser una tortuga.

—Tampoco veo ninguna ventaja táctica en que el enemigo os vea como guerreros. ¿No es mejor que os subestime? He oído que en la Antigüedad, las amazonas iban con un pecho al descubierto para distraer a sus enemigos varones. Esa ley no es buena ni útil.

—Si quieres tener hijos en el futuro, evita decir eso en presencia de mis compañeras. Aunque no lo parezca, yo soy un trozo de pan. 

—No me han ordenado que los tenga.

—¡Mira, allí está mi puesto! ¡Hemos llegado!

 

Luego de tan repentino grito, Makoto salió corriendo, sabiendo que le seguirían. Más que el sitio, había reconocido a las amazonas que Geist había dejado en el puesto después de mandar de un puñetazo a su compañero a los dominios de Morfeo.

—El muy patán me dijo que descansara la vista, que él vigilaría —comentó entre dientes, para luego recordar que le había salido barato. A él no le habían dejado sin dentadura, solo le habían arrastrado de la oreja por medio Santuario—. Cosa de niños.

Desde donde se detuvo podía verse su lanza, todavía tirada, así como un par de dientes desperdigados. No dio ni un solo paso más, convirtiéndose de nuevo en una estatua, con Azrael al lado, esta vez ni se molestó en tratar de escuchar lo que Geist hablaba con las amazonas. Tampoco tenían mucho que hablar, pues luego de un par de minutos, la que había sido su compañera las últimas horas se giró para despedirse:

—Aquí nos separamos. Azrael, según parece la aspirante de Virgo está en nuestro campo de entrenamiento. ¡No, no puedes ir allá! Yo le diré que venga. Y en cuanto a ti, Makoto, espero que hayas entendido lo importante que es la guardia hoy en día.

Tras ver que el par hacía un gesto de asentimiento, Geist y las amazonas se retiraron del lugar, rápidas como el viento.

 

—De vuelta al trabajo. Y encima sin compañero —se atrevió a decir Makoto solo cuando las perdió de vista—. ¿Oye, te importa si te acompaño un rato…?

—Azrael —se presentó el escudero de la aspirante de Virgo mientras dejaba el maletín en el suelo—. Será un placer acompañar a un soldado de Atenea en su labor. ¿Debo guardar silencio o se me permitirá comunicar algunas ideas?

—Habla de lo que quieras, menos de amazonas con el pecho descubierto y de enamorarse. ¡Y hazme el favor de no ser tan formal conmigo! —exclamó el lancero, que en un impulso estrechó la mano del tal Azrael—. Yo me llamo Makoto. Encantado.

—Lo mismo digo.

 

***

 

Si Makoto, Azrael y Geist habían podido hablar de ese modo, distrayéndose en charlas sobre el lado oculto de la Historia al que pertenecían los santos de Atenea, era porque Kiki había decidido cargar con los temores que el enemigo había arrojado sobre todo el Santuario. Aun si no era consciente del caso de aquellos tres en específico, Marin podía intuir el bálsamo que eran los poderes mentales de Kiki para todos, así como sabía que pese a ello aquel noble héroe se sentía como un cobarde.

Quien tenía el orgullo de vestir el manto sagrado de Águila no pensaba decirle que se equivocaba. Eso tenía que sentirlo él por sí mismo. En cambio, sobre la pregunta que Kiki le hacía en esa casa solitaria, sí que tenía algo que decir.

—Si Hades es nuestro enemigo, lo enfrentaremos, porque eso es lo que hacemos.

Ante aquellas simples palabras, erguido entre un trabajo hecho a la desesperada, Kiki logró sonreír de nuevo. Y descubrió que no le costaba hacerlo.

 

Los gemelos entraron en la casa no mucho después, para cargar el último envío. No había entonces nadie en la casa. Solo una nota pegada en la mesa:

«Luchad con valor.»

 

***

 

—¿¡Minar el Santuario!?

Un minuto. Solo había sido necesario un minuto de conversación con Azrael para que Makoto perdiera los nervios. El joven lancero, ya con el arma en la mano y el casco puesto, no podía imaginar que había batido el récord de toda la guardia.

El escudero de la aspirante a Virgo, cuyas sencillas ropas contrastaban con el aire atemporal que dominaba en el lugar, asintió, tan serio como siempre. Al ver que Makoto no decía nada más, sacó un teléfono del bolsillo y empezó a teclear.

—No va a funcionar. El Santuario no existe para ningún satélite en el mundo.

—Estoy preocupado por la señorita. Debe de estar bajo mucha presión ahora mismo.

—Claro, ¿cómo no va a estarlo, si su escudero quiere que tenga que cuidar por dónde pisa? Minar el Santuario. ¿Qué tienes en la cabeza? 

—Solo era una idea. El final del siglo XX está cerca, no creo exagerar si te digo que la guerra es muy distinta a lo que era en la Antigüedad. Hoy en día hay mejores maneras de defender un territorio extenso que destinar a la mitad del ejército a custodiar la entrada. Incluso si solo hay una, incluso si la fuerza de cada guardia del Santuario no tiene parangón, el alcance es limitado. Un pequeño grupo de francotiradores…

—Alto, alto —interrumpió Makoto, haciendo exagerados gestos con las manos. Azrael asintió enseguida, volviendo a marcar por instinto las teclas de un teléfono que no tenía señal—. Eso es así en el mundo de fuera, que conocimos antes de ser aceptados aquí. Tú como escudero, quiero decir, asistente, y yo como un guardia honesto y trabajador. El Santuario no pertenece a ese mundo, desde la era mitológica ha sido un reducto de un pasado perdido en el olvido, creo que esas eran las palabras de mi maestro. Por eso, el progreso del tiempo no afecta a quienes lo habitamos; vivimos y luchamos del mismo modo que lo hacían nuestros antepasados. Y lo seguiremos haciendo hasta el día en que el mundo deje de necesitarnos. Cuando ese día llegue, se dice que el Santuario simplemente desaparecerá, sin que haya prueba alguna de que siquiera existió.

—No estoy seguro de entenderlo —admitió Azrael—. Quienes se dejan limitar por las tradiciones suelen acabar masacrados. Sobre todo en situaciones como la nuestra, con un ejército reducido y dependiendo de aliados extranjeros.

No nos subestimes tampoco, chico de la Fundación.

Aquellas palabras no salieron de la boca de Makoto, ni de la de nadie, como aquel corroboró al mirar en todas direcciones. En cuanto imaginó de quien se trataba, ya que solo había una persona en el Santuario que disfrutaba comunicarse a través de la telepatía, se apresuró a explicárselo a Azrael, quien hacía malabares para que el teléfono no se le terminara de caer al suelo. ¡Incluso alguien como él podía asustarse!

—¡Señor Kiki! ¿Qué cree que está haciendo? —preguntó Makoto, a su pesar riéndose a carcajadas. Todavía recordaba cuando le hizo esa jugarreta a él. 

Le enseño al chico de la Fundación que tenemos nuestros propios recursos.

—Ya lo creo que los tenemos. Los soldados que vimos fuera parecían muy entusiasmados con las armas nuevas. ¿Acaso…?

No podíamos permitir que los caballeros negros conservasen la prueba de que alguna vez renegaron de Atenea, eso no significa que esté mal aprovechar lo regalado para aumentar la moral de la tropa. Y lo mejor de todo es que si al Sumo Sacerdote no le gusta la idea, puedo culpar al chico de la Fundación de que las mejores armas del mundo estén en manos de nuestros mejores soldados.

—¿Y por qué llevo yo una lanza común, entonces? —exclamó Makoto.

No hubo respuesta.

 

Todo lo que Azrael pudiera decir sobre las ventajas del armamento moderno, se quedó enterrado bajo el susto que Kiki le había dado, al parecer con no más propósito que ver cómo estaba. Durante un tiempo, lo único que hizo fue guardar el teléfono y esperar en silencio a que llegaran noticias. Tan pálido se había quedado luego de tener a un duendecillo dentro de la cabeza, que Makoto perdió las ganas de reírse de él.

Se oyeron entonces unos pasos, acompañados del fuerte olor que previene la muerte y la enfermedad. Desde el mismo camino que conducía al exterior del Santuario, venía un hombre de cabellos blancos, que contrastaban con la ropa que llevaba. Desde unos zapatos recién lustrados hasta una chaqueta que le llegaba hasta los pies, parecía llevar como vestimenta la misma noche que arropaba ahora aquellas tierras, solo que sin estrellas que pudieran dar luz. Solo la camisa, en la que destacaba una oscura corbata, era distinta, de un rojo tan intenso que de lejos podría confundirse con una mancha de sangre. Y sangre era lo que aquel hombre parecía buscar, por cómo vestía y cómo andaba, hasta que toda esa imagen se iba abajo por un saludo tan amistoso como torpe.

—Buenos días, caballeros —saludó el recién llegado, empleando un inesperado tono cordial—. Temía no encontrar a nadie y aquí estáis. ¡Loados sean los dioses! ¿Tendríais a bien decir a este trotamundos dónde se encuentra?

En condiciones normales, que alguien de fuera viera a un soldado armado a la manera de la Antigua Grecia sería el principio de una larga serie de preguntas, si es que no asumía que se estaba grabando una película de época. No obstante, el visitante ni siquiera pestañeó al ver a Makoto, quien mantenía el temple de forma admirable. Azrael, guardando también las apariencias, se preparó para lo peor.

 

—A unos cuántos kilómetros de Rodorio, señor… —Mientras Makoto esperaba a que le dijera su nombre, se fijó mejor en las facciones del visitante. Tenía el pelo mojado, como si acabara de zambullirse en el mar y no se hubiese secado bien.

—¿No hay ningún sitio cerca donde se pueda comer algo? —preguntó, despreocupado—. En el pueblo no había ni un solo comercio abierto y hace un millón de años que no pruebo bocado, por lo menos.

—Aquí no hay nada bueno, se lo aseguro —dijo Makoto, entendiendo que el visitante no quería dar nombre alguno—. Le aconsejo que vuelva a Rodorio. No quedan muchas horas para que amanezca y sé que un par de taberneros son muy madrugadores.

—A pesar de que nos dio los buenos días —comentó Azrael.

—Vivimos en un mundo de lo más extraño. En un minuto es mediodía y al siguiente ya hace rato que pasamos la hora del lobo, como se suele decir. Y si no estás acostumbrado a mirar el cielo, como me pasa a mí, pronto no sabes ni en qué día estás. ¿Y eso?

Mientras el visitante hablaba, Makoto se había vuelto a quitar el casco, en el que todo el tiempo había escondido el mendrugo que le sobró de la cena.

—Tome. Como ya le he dicho, aquí no hay nada bueno, a veces nos tenemos que contentar con pan duro y agua, pero es lo que hay.

El visitante tomó el pan como un hombre agradecido y educado, pero lo devoró como una bestia hambrienta. En ese momento, mientras veían a un extraño comerse un mendrugo como si fuese el mejor de los manjares, Makoto y Azrael empezaron a creerse que aquel de verdad llevaba un millón de años sin probar bocado.

—No estás del todo vivo hasta que percibes el mundo con todos tus sentidos. Y el agua nunca es suficiente —comentó para sí el visitante, al tiempo que revolvía el cabello de Makoto. Si bien este era alto para la edad que tenía, aquel hombre medía, como poco, dos metros—. Muchas gracias por tu amabilidad. ¡Tendrás una larga vida!

Tras dar tales bendiciones, volteó y emprendió el camino a Rodorio, haciendo un gesto de despedida mientras caminaba sin prisas.

 

Al menos, aquello es lo que pudo ver un tercero que había observado toda la escena, oculto a los sentidos convencionales. Mientras que Azrael y Makoto creían que el visitante había desaparecido como por arte de magia, él fue capaz de sentir cómo viajaba a otro plano de la existencia como quien paseaba por un campo llano. Pero ni siquiera él pudo ver lo que el enemigo había traído desde el mismo infierno.

Cientos, no, miles de vidas latían entre las grietas de la tierra.

 

***

 

¡Hasta el próximo lunes!


Editado por Rexomega, 09 diciembre 2019 - 15:39 .

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#47 Kael'Thas

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Publicado 09 diciembre 2019 - 21:58

Tienes razon Rexomega, este capitulo fue brutal


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Publicado 12 diciembre 2019 - 15:19

Capitulo 3. Alimentando al enemigo.
 
Y aquí el Rexo intentando arreglar la decisión de los traductores de la prehistoria por haber usado CABALLERO en vez de SANTO XD
y creo (CREO porque jamas he leído el manga clásico) que también el efecto de las máscaras de las amazonas.
 
Mirá, que el lancero ¡era Dio!, digo, Makoto.
 
Es tan divertida la dupla de Makoto y Azrael, y eso que apenas van conociéndose jeje.
 
Y Súper Kiki luciéndose todavía, que como mago esta impidiendo que el aura del maligno haga correr a todos y se queden a pelear (y posiblemente morir) ¿quien será el más malo aquí? XD
 
Que bonachona la bestia enemiga, muy amable él y Makoto tan buena gente x3 Adorable escena esa por la que Makoto posiblemente se ha salvado de una muerte horrible, por lo que ya saben, traten bien a los extraños que se le acerquen pidiendo comida, quien sabe si pueda ser un ser salido del Hades.
 
¡Ahora sí la cosa se va a descontrolaaaaaar!
 
P.D. Brutal cap, sigue así :3

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 13 diciembre 2019 - 12:56

Vamos por partes:

 

1. La pequeña recopilación histórica del Santuario, mostrando qué edificios eran más antiguos que otros, me encantó. Espero ver más de ello. Siempre he tenido alma tanto de historiador como de arquitecto... y un poco de cantante con una pizca de cajero de bazar.

 

2. No sé por qué me reí tanto con lo de caballeros y santos. ¿Por romper la cuarta pared? Sí, quizás fue eso. Maldito, pero eficaz, doblaje. En todo caso, me parece una explicación más que convincente, que los negros se llamen caballeros por rebeldía, y que el término se usara en tiempos medievales. Por otro lado, también apruebo la pequeña lección sobre el rol de los Santos en las guerras, digamos, "normales". Es de esas cosas que me gusta hacer, que amplían el lore de SS y da un trasfondo, así como una explicación, a cómo su justificar su existencia en el mundo desde la época del Orfeo original.

 

3. Makoto... Ok. Eso fue sorpresivo, sin duda. Por ahora solo queda verlo más y podré hacerme una mejor opinión.

 

4. Mariiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiin <3<3<3 Oye, Placebo, mira, ¡Rexo está haciendo participar a Mariiiin! Me gustó mucho la conversación con Kiki y el misterio detrás de cada intervención. ¿De qué protegen realmente a los cinco terroristas jóvenes Santos? ¿Quiénes son Orión, Perseo y, más aún, la verdadera razón de ser detrás del miceniano? Genial que también uses el detalle ese de que los Espectros, o no emiten Cosmos, o es de alguna manera distinto al de los demás. No preguntaré qué hace Hades vivo aquí, porque claramente es una de esas cositas que cambiaron un poco del final original. Me agrada.

 

5. Por motivos jamás esclarecidos (lol maldito Kuru). Cosas de la vida. Por otro lado, lo del Cinturón de Hipólita no solo me parece un lugar muy llamativo e interesante, sino que es un concepto genial. Sencillamente genial, a juego con lo que Kuru mostró (y que el anime aparentemente presentó... ¿te basaste en ese lugar del pasado de Shaina?) Usé un approach distinto, pero el nombre me parece tan espectacular que lo estoy lamentando. Igual me choca que Shion esté detrás de la medida aquí. Estos del PRL siempre lo arruinan. Valoro mucho que le dieras al menos una explicación a la tontera de la máscara para justificar lo de la "feminidad". Se agradece, aunque siga siendo ridículo todo, en especial lo del amor. Y, obviamente, no es nada contra Rexomega, sino contra cierto dibujante nipón. Me pone intenso el tema de la máscara xD

 

6. Me fascinaron las habilidades de Kiki. Muy originales, me recuerdan a las de Raven, de DC Comics. Excelente idea, Rexo.

 

7. Y llegó la cosa del infierno. Hype máximo. Makoto y Azrael van a ser despedidos, y solo espero que con paga.

 

Saludos.


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#50 Rexomega

Rexomega

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Publicado 16 diciembre 2019 - 16:10

Saludos

 

¡Buen review, sigue así!

 

Kael´Thas

Spoiler

 

Seph Girl

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Felipe

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***

 

Capítulo 4. Invasión

 

Mientras se volvía a poner el casco, Makoto hizo una mueca de desconcierto al notar que el aire estaba raro cerca de donde estaban.

—¿Dándole de comer al enemigo, chicos? —dijo Kiki, apareciéndose primero como una boca que flotaba, sonriente.

—Si no llega a ser porque vi nuestras defensas en el camino de Rodorio al Santuario, habría creído que se trataba de una de esas personas excepcionales que no necesitan entrenamiento para despertar su cosmos. Con esa ropa, el hambre que tenía y lo despistado que era, tenía toda la pinta de ser la clase de persona que pasa por un pasaje entre unas montañas con fama de inhabitables, ve a un soldado con lanza y armadura y piensa que se está filmando una película, ¿no?

—¿Te estás excusando por no reconocerlo como enemigo a primera vista, Makoto? —cuestionó Kiki, ahora ya visible desde los pies a la cabeza, todo cubierto con una túnica de viaje—. Con esa mirada despiadada y ese tufo a cementerio.

—¿A cementerio? ¡Dirá que olía como un animal muerto puesto al sol durante días!

Mientras Makoto movía de un lado a otro la mano que no sostenía la lanza, en un vano intento de desaparecer el olor, Kiki se encogió de hombros, dando por bueno el símil.

No muy pendiente de aquellos dos, Azrael se había puesto de cuclillas y estudiaba la causa aparente de ese olor nauseabundo: un extraño líquido amarillo que podía verse fluir entre las grietas de la tierra, como un río diminuto.

—Por la ropa, podemos deducir que no pertenece al Santuario ni es habitante de Rodorio. Y puedo asegurar que no es un empleado de la Fundación. Y esa confusión entre el mediodía y la medianoche solo se entiende si ha viajado de un rincón del mundo a otro sin pensar en los diferentes husos horarios. Además, este olor…

—Estas sí que son deducciones y no las excusas de Makoto.

—¡Señor Kiki!

—Pero levántate, chico de la Fundación, que con esa postura voy a pensar que mi hija se consiguió un cachorrito antes de que yo pueda regalárselo por Navidad.

Azrael, tan diligente como siempre, obedeció sin responder a la pulla. Ya de pie, señaló el suelo, de modo que Makoto vio por fin el pequeño río amarillento en las grietas del suelo. El lancero hizo amago de vomitar, sujetándose el estómago a la vez que dejaba caer la lanza, pero la reacción más sorprendente fue la de Kiki. El muchacho pelirrojo, que Azrael había identificado como un talentoso telépata, palideció hasta parecer un cadáver viviente, como intuyendo el peligro que aquellas aguas escondían.

—¿Solo vino a saludarnos y dejar esta peste?

—No, Makoto, bruto entre brutos, no —dijo Kiki, masajeándose las sienes—. ¡Demonios! Vi a ese hombre empapado, tendría que haberme fijado en que estaba dejando caer adrede esa sustancia en el suelo. Pero no, tuvo que decírmelo el chico de la Fundación, de entre todas las personas en el Santuario.

—¿¡Son venenosas!? —exclamó Makoto, dando un salto hacia atrás.

—Peor. Puedo sentir miles de almas atrapadas en esa sustancia, sea lo que sea. El hombre trajeado no es más que una cortina de humo, nos invade un ejército.

—¿Miles de almas? —exclamó Azrael, impresionado a su pesar.

Makoto no pudo decir nada, pues sabía a dónde debía dirigirse el río de muerte que el enemigo había formado bajo la tierra. ¡Rodorio estaba en peligro!

—No temas, Makoto, ni un solo habitante de Rodorio saldrá de su casa esa noche. El invasor se encargó de eso al llenar sus corazones de un temor para el que no hay defensa posible. Y si no lo hubiese hecho, yo me habría encargado de mantenerlos a salvo. No es más difícil mandar a dormir a unos cuantos hombres cansados que impediros a vosotros salir corriendo en este mismo momento, incluso si es todo un pueblo —se permitió presumir, desviando la admiración de Azrael del enemigo a los aliados, como debía ser—. Ese invasor es todo un holgazán como tú, Makoto, espera que todos los obstáculos le dejen el camino libre por miedo. Así estuvo a punto de pasar en el hospital de la Fundación. Solo un hombre aguantó el tipo.

—En Japón debe haber amanecido hace rato —comentó Azrael, a lo que Kiki asintió.

—El enemigo puede teletransportarse como yo, estoy seguro de ello, pero ese truco no le funcionará aquí en el Santuario. Y ya sea que se dirija en persona a su objetivo o mande a su ejército mientras ve crecer la hierba en estas tierras yermas, se va a encontrar con la más sólida defensa de este mundo.

—Los santos de Atenea.

—¡Así se habla, chico de la Fundación! Aunque esperaba que eso lo dijera nuestro holgazán favorito. ¿Tienes algo que decir, Makoto?

El increpado tardó en responder, sintiendo que las dudas lo asaltaban. No hacía mucho, él y Azrael habían hablado sobre los problemas de defender un territorio extenso con un ejército reducido, que para colmo de males, habían apostado en la entrada del Santuario que el enemigo ya había cruzado.

—¿Cómo vamos a defender todo el Santuario de un ejército?

—Para empezar, podríamos movilizar a la guardia —decidió contestar Azrael—. No a los hombres que defienden Rodorio, sino a los que apostasteis en la entrada del Santuario, con suerte podríamos sorprender al enemigo atacándolo por la retaguardia. Eso funcionaría si el ejército invasor se concentra en un solo punto, si nos ataca mediante pequeños grupos la situación se complicaría. El resto del mundo cuenta con más hombres y mejor armados que nosotros, así como tanques, aviación, ya sea para atacar por aire o reconocer el terreno, y satélites cada vez más precisos. A falta de todo eso, propondría concentrar nuestras fuerzas en puntos clave.

—¡Para eso tendríamos que saber dónde va a atacar el enemigo!

—Oh, sabemos muy bien lo que el enemigo busca, Makoto.

Después de esa audaz declaración, Kiki dejó de hablar como el común de los mortales.

 

El principal objetivo que puede haber tras la invasión de nuestra tierra es su corazón: el templo de Atenea. Ni siquiera yo, que puedo acceder a cualquier otro lugar en el mundo en un abrir y cerrar de ojos, puedo llegar hasta allí sin pasar por los doce templos zodiacales de la Eclíptica, en tiempos custodiados por los santos de oro. Hoy en día, empero, sigue siendo una caminata para todo aquel que tenga la intención de robar los tesoros de Atenea, que guardamos con celo en la cima de la montaña.

Rodorio es indispensable para nosotros, sin duda. Es nuestra principal conexión con el exterior y desde que el Santuario fue fundado nos ha suministrado víveres y otros productos de primera necesidad. Esto lo convierte en un objetivo básico en caso de guerra. Es por eso que destinamos allí a tantos buenos hombres.

La Fuente de Atenea no tiene menos importancia, solo en ese lugar pueden ser curadas cierta clase de heridas que escapan al alcance de la medicina actual. Heridas que pueden suponer la diferencia entre victoria y derrota, cuando no entre vida y muerte. Es un paraíso en medio de la dura tierra del Santuario, oculto a los pies del monte Estrellado, del que se dice conecta el mundo de los mortales con el reino de los dioses.

Esas son las zonas de mayor importancia en el Santuario, al menos de cara al enemigo. En otro tiempo el cementerio servía como barrera gracias a los espíritus de los antiguos santos allí enterrados, pero eso cambió en la última Guerra Santa. Oh, y está también la Torre del Reloj, tan alta que puede verse desde cualquier punto del Santuario. En el interior se encuentra una sala reservada a la élite de nuestro ejército, ahora en desuso, y se dice que una vez se han cerrado las puertas resulta impenetrable para cualquier enemigo. Pero no vamos a atrincherarnos ahí hasta que pase la tormenta, ¿verdad? Ese no es nuestro modo de hacer las cosas.

 

Aquella exposición, que resonaba directamente en el cerebro de Azrael, venía acompañada por una cadena de imágenes de todo el Santuario, como si de repente se hubiese convertido en un águila que lo sobrevolaba. Así pudo ver cómo una serie de estelas brillantes recorrían aquella tierra a una velocidad de vértigo, adquiriendo forma humana solo en el momento en que frenaban en alguno de los puntos clave señalados por Kiki. Justo en el momento en que distinguió a Shaina de Ofiuco y Marin de Águila frente al templo de Aries, elevado en la entrada de la Eclíptica, entendió que aquel no había querido perder ni un segundo. Toda la conversación que tuvieron los tres, de algún modo, había llegado a cada santo de Atenea presente en el Santuario.  

—Como ya te he dicho, chico de la Fundación, no es bueno subestimarnos. ¿O sigues creyendo que necesitamos un satélite?

—Nos ahorraría el dolor de cabeza —bromeó Azrael, llevándose las manos a las sienes, las imágenes no se habían ido—. Pero es impresionante.

¡Y vaya que lo era! Después de la vista aérea, una vez cada hombre estuvo en su posición, se encontró con que veía escenarios más específicos: un cementerio, la plazoleta frente al templo de Aries, el bosquecillo que cruzaron no hace mucho, otro bosque a la sombra de un monte que parecía poder alcanzar las estrellas y el lugar donde se encontraban, que observaba desde el punto de vista de Kiki. Imágenes claras y en tiempo real que ya habrían sido de por sí bastante útiles incluso sin los sonidos que oía, ora murmullos más bien incómodos, ora las conversaciones que entablaban los santos en uno y otro lugar para matar el tiempo, dependiendo de cuanta atención pusiera.

No cabía duda. Kiki había estado organizando a los efectivos de los que disponía el Santuario utilizando toda la información que iban deduciendo en aquella conversación que tenía poco de ociosa. Las palabras estaban de más. Los santos de Atenea, si no es que el ejército por completo, formaban parte de una especie de red psíquica que les permitía compartir experiencias en tiempo real, a pesar de la distancia que los separaba. ¡Y todo eso sin recurrir a ningún medio de comunicación!

—Ya me olía desde hace tiempo que tendríamos que enfrentarnos a un ejército de muertos vivientes,  —aseguró Kiki, retrasando un poco más el momento de admitir una verdad incómoda—. Es el precio a pagar por derrocar al alcaide de la prisión más famosa de todos los tiempos. ¡El rey del inframundo, nada menos! Pero si no fuera por ti, Azrael, me habría tragado que nos invadía un solo hombre. Gracias, Azrael. Me alegro de que mi hija tenga a un escudero tan observador velando por ella.

—Asistente, señor Kiki.

 

Ya que solo Azrael había sido enlazado a la red psíquica, Makoto entendía poco y nada de lo que hablaban. Y no le apetecía nada tener que recibir explicaciones sobre un extraño, pues como tal seguía considerando a Azrael, sobre los asuntos del Santuario, de modo que se quedó callado hasta que un superior apareció. Un hombre fornido y alto, si bien no tanto como el invasor, que se enorgullecía de vestir el manto sagrado de Oso.

—¡Señor Geki!

—Ah, hola —saludó el santo de bronce, rascándose el mentón mientras trataba de recordar el nombre de quién lo saludaba—. ¿Tú eras…?

—Makoto. ¿Es que nadie sabe cómo me llamo aquí?

—Creo que solo la señorita conoce el nombre de todos los guardias del Santuario.

—Me dejas más tranquilo.

—Me alegro.

—¿Habéis terminado de parlotear? —dijo Kiki, mirando muy serio a Azrael y Makoto. Aquellos dos tenían una capacidad sobrenatural para desviar cualquier conversación, debía cuidarse de ellos—. Geki, ¿sabes por qué te he llamado, no?

—Quieres que escolte a Azrael hasta llegar a un lugar seguro.

En cuanto Kiki asintió, confirmando que esas eran las órdenes, Azrael se agachó para recoger el maletín que había traído desde Rodorio, de contenido desconocido por todos los presentes. Como de costumbre no hubo protesta, tampoco puso mala cara, y a pesar de ello, de algún modo, Makoto intuyó que lo de ponerse a salvo mientras los demás luchaban no le gustaba nada al asistente. Guiado por esa intuición, golpeó el suelo con el canto de la lanza que de nuevo sostenía y llamó la atención de todos.

—Señor Kiki, señor Geki, ¿no existe alguna forma en que Azrael pudiera ayudar, si no a los que defendemos el Santuario, a la guardia en Rodorio? Tiene unas ideas disparatadas, lo admito, pero si algo me ha enseñado esta noche es que nos encontramos en una situación desesperada, que hace que las medidas desesperadas sean válidas.

Si bien se estaba dirigiendo al santo de Oso y el herrero, la vista de Makoto estaba dirigida hacia el chico de la Fundación, que quedó perplejo. Y es que en los ojos del lancero oriundo de Japón había algo más que el rechazo instintivo hacia los escasos métodos alternativos de defensa que habían podido discutir, había un dejo de respeto, si no es que de admiración. Azrael iba a decir algo, pero antes de que lo hiciera Kiki ya había palmeado la espalda de Makoto, quizá un poco más fuerte de lo normal.

—¡Ay!

—Eso te pasa por creer que hay favoritismos en el ejército. No te preocupes, que todos los que estamos aquí vamos a trabajar hasta que salga el sol.

 

***

 

Envueltos en túnicas de viaje y con los rostros tapados por sendas capuchas, dos hombres llegaron al cementerio en que solían ser enterrados los santos de Atenea. Un terreno más bien irregular, de notable extensión en el que todavía perduraban las incontables lápidas de piedra con el nombre, el rango y la constelación de todos los que habían muerto en cumplimiento del deber, mas en el que no había ya cadáver alguno.

—Soldado, ¿nada que reportar?

El único guardia que vigilaba el camposanto volteó. De baja estatura y rostro achatado, tenía la vista más aguda entre los soldados rasos.

—Nada, señor. Y si se me permite ser honesto, creo que seguirá siendo así. Durante la Guerra Santa, se nos ordenó incinerar los huesos de hasta el último santo enterrado aquí, de tal suerte que Hades no pudiera devolverlos a la vida. La señora Shaina en persona dio la orden. ¿No es usted uno de los santos que nos supervisó esa noche?

Frente a aquella pregunta, Nachi solo pudo sonreír, pues recordaba haber tenido ese mismo pensamiento cuando la Guerra Santa había iniciado, seis años atrás. No fue el único al que engañaron las maneras de actuar del rey del inframundo, tan retorcidas, y por eso después de la guerra tuvo tiempo suficiente para hacer gracia de aquella idea junto a sus compañeros. Hoy decidió evocar una de esas conversaciones.

—En la Batalla de las Doce Casas, el santo de Cáncer cayó a las profundidades del infierno, ¿crees que quedaba algo de él bajo su tumba el día en que resucitó como un espectro de Hades? —preguntó el santo con una amplia sonrisa—. ¿Y qué me dices del santo de Capricornio, que según se dice quedó reducido a polvo estelar?

El guardia agachó la cabeza como gesto de disculpa y dio la vuelta. ¿Cómo había podido ser tan ingenuo? Era bien sabido que el poder de un dios carecía de límites. La orden de Shaina bien podía achacarse a la desesperación del momento. Entonces llevaban ya varias semanas en alerta máxima, después de todo.

Más o menos como ahora, tras varios años de paz.

 

«Saga. Santo de oro de Géminis.»

Junto a la lápida de aquel hombre de torcido destino, Nachi descansaba a pierna suelta, confiando tanto en la buena vista del vigilante como en el olfato de su compañero, Ban. O al menos le habría gustado descansar, pues entre las caminatas de aquel último, siempre en círculos, y la respiración más violenta que recordaba haber escuchado jamás, le estaba entrando dolor de cabeza. Al final se tuvo que levantar, hastiado.

—Basta ya, hombre, ni que estuvieras enfermo —se quejó. Poco después, mientras se hurgaba un oído, añadió—: ¿Crees que haya vuelto? Ya sabes. Él.

—Puede ser. Los dioses son inmortales —dijo Ban—. Kiki siempre sospechó que el enemigo vendría del inframundo y sería numeroso. Por eso mandó a Azrael a reclutar a la escoria de Reina Muerte para hacer bulto. Ahora que tenemos confirmación de que el enemigo está relacionado con el Hades, nos toca darle la razón a ese duendecillo.

—Me parece que lo de reclutar a los caballeros negros fue idea de otra personita. Una encantadora niña a la que ni siquiera tú podrías evitar consentir.

—Ya no es una niña, Nachi, lleva la máscara.

—Como siempre, eres el alma de la fiesta, Ban. No fuiste el único al que Ikki conectó el Puño Fantasma, ¿sabes? Deja de actuar como si fueras el hombre más sufrido del mundo. ¡Y sobre todo deja de respirar de esa forma, que me das grima!

—No creo que oírme respirar sea más desagradable que lo que estoy oliendo.

Aunque siempre predispuesto a responder usando de espada la ironía y unos hombros alzados de escudo, esta vez Nachi guardó silencio. Olía muy mal, eso no se podía negar, y además a lo lejos empezaban a escucharse pasos, muchos pasos acompañados de chapoteos, como un batallón que estuviera vadeando un río poco profundo.

—Estuvo aquí —gritó Ban, mirando el suelo ahora lleno de líneas amarillentas—. ¡Ese invasor estuvo aquí, delante de nuestras narices!

Antes de que Nachi pudiera partir en busca del vigía, este llegó corriendo y dando gritos. Estaba tan pálido que bien podría haber salido de una de las tumbas.

—¡Señores! ¡Se acercan quinientos soldados! ¡Llevan la armadura de la guardia!

—La guardia. Nunca quemamos los cuerpos de la guardia —dijo Nachi, sin saber bien por qué, para luego menear la cabeza. No era momento para bromas ni preguntas inútiles. Decidido, dirigió hacia su compañero una mirada significativa y se lanzó a la batalla, sabiendo que él lo seguiría.

 

Las túnicas que hasta ahora habían cubierto los cuerpos y mantos sagrados de aquellos dos acabaron en manos del vigía. Este, que se había puesto a correr desde que pudo contar el número de enemigos que venían, se permitió volver a respirar con normalidad. Aun entre la guardia, unos tenían el deber de luchar y otros el de observar la batalla. Él formaba parte de aquellos últimos, cumpliendo siempre ese trabajo con gran orgullo en su pecho. No huiría como un cobarde, se quedaría ahí hasta que los santos alcanzasen una vez más la victoria, dispuesto a ofrecer toda la asistencia que fuera necesaria.

 

Corriendo en zigzag para sortear las lápidas de sus antecesores, el León y el Lobo se acercaban a la mancha negra que cubría el otro extremo del cementerio. Cientos de hombres, pálidos como cadáveres y cubiertos por armaduras oscuras, avanzaron, y el sonido de los pasos y las lanzas se oyó por todo el lugar.

 

***

 

¡Hasta el próximo lunes!


Editado por Rexomega, 16 diciembre 2019 - 20:18 .

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#51 Patriarca 8

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Publicado 16 diciembre 2019 - 16:13

Quinta parte. Pesadilla

 

-Makoto tiene las hormonas alborotadas XD

 

- Ifigenia es muy misteriosa

 

-que me late que ese escritor dijo para si mismo creare un manga increíble que me hará famoso y muchos años después lo arruinare por completo con situaciones fails

 

-pobre Jabu incluso en los fics hay personas comunes sin cosmos que quieren golpearlo XD

 

 

 

 

Sexta parte. Despertar

 

 

este capitulo me recordo al comic de old logan

 

esperemos que en el capitulo final jabu no despierte en la cama de un hospital y le digan que todo fue un sueño

 

 

 

 

 

Séptima parte. Una victoria amarga

 

una difícil decisión

 

Jabu sabe dar buenos discursos

 

saori de vez en cuando dmuestra cierta inteligencia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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Publicado 16 diciembre 2019 - 22:23

Empiezo a leer y de repente me topo con esto:

 

—¿Dándole de comer al enemigo, chicos? —dijo Kiki, apareciéndose primero como una boca que flotaba, sonriente.

 

¡¡¡¡CHESHIRE!!!! ¡Rexo merece todos los premios del mundo!

 

Me está gustando mucho Azrael, y me está llegando también Makoto, el más normal de los normales. Ya sabes lo que opino de Kiki, esto solo aumenta mi fascinación con el personaje. Me gusta particularmente que discutan como viejos conocidos que jugaron a la pelota en el orfanato. Tomaron distintas rutas pero llegaron al mismo destino. Es lindo eso.

 

Luego, mi gusto por el ex duende sigue aumentando cuando se pone en modo Mu-hablando-del-séptimo-sentido y habla de los lugares más importantes del Santuario. Me alegró que usaras también tanto la Fuente de Atenea como la Sala del Sol (no recuerdo su nombre en el G, pero ese es el nombre que yo le di al lugar ese donde se reúnen los monos amarillos) como sitios del Santuario, tan importantes como el cementerio y el infame reloj que desafía todas las leyes de la física. Sin hablar del pobre Rodorio, la gente con la peor vida que se puede tener.

 

Lo que sí es seguro es que el sistema de comunicación del Santuario no necesita ni "waifai" ni de teléfono. No mientras tengan al joven tibetano con poderes de Mewtwo, alcance satelital, banda ancha, memoria ram calidad dorada y un excelente cabello rojo-marrón. Cinco estrellas para el sistema telefónico del buen Kiki. Y no se le escapa una, especialmente si el interlocutor es el cada-vez-más-simpático Makoto. Ah, y buena aparición de Geki, a ver qué nos depara el futuro el buen Oso.

 

Me había olvidado de ese pequeño detalle de la quema de cadáveres en el cementerio. Es algo que casi pasa inadvertido, pero es un evento que me parece muy importante en la trama y que siempre olvido. Es activamente buscar maneras de controlar las resurrecciones indeseadas (incluso si a la larga, frente al poder de un dios, es absolutamente inútil). ¿Cómo pude olvidarme de ello, rayos? En cualquier caso, creo que lo que más me está gustando hasta ahora (o una de esas cosas) es el rol que les das a los que no son los protas. A los que ni siquiera son Santos, pero son personas, como Seiya, Misty, Saori o Afrodita. Personas con una relevancia, habilidades, personalidades... tomarlos en cuenta es una tremenda virtud que destaco mucho. Aquí tenemos al noble soldado que protege el cementerio, arrastrando los pies por allí, y que estuvo presente durante la Guerra Santa, al igual que los veinteañeros Ban y Nachi. Veteranos de guerra ambos. Pero qué más da, ¡la edad no importa!

 

Y, finalmente, Ban tiene más líneas aquí que en todas las obras en donde sale juntas. Eso me agrada. Se viene la gran batalla contra la cosa que deja ríos amarillos a su paso.

 

¡Saludos y gran capítulo!


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Publicado 16 diciembre 2019 - 23:48

hombres palidos como cadaveres seran una especie de zombies me pregunto si los dos santos de bronce se salvaran

 

saludos



#54 Patriarca 8

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Publicado 17 diciembre 2019 - 14:48

Octava parte. Atenea, diosa de la guerra

 

-se nota que el general disminuyo desde el inicio el increíble poder del caballero

 

-pobre Julian saoi rechazo la copa que le invito ,seguramente eso se debe al afecto que siente en el fondo por Jabu

 

-los planes de saori son bastante extraños pero al final resultan efectivos

 

-una alianza así puede traer muchos beneficios asi como la destrucción de todo

 

 

Novena parte. La alianza

 

-me pregunto por que en casi todas las obras de saint seiya debe haber mención al alcohol ,¿es un homenaje o una critica a kurutrol?

 

-no entiendo quien es en verdad Ifigenia 

 

 

 

Décima parte. Desde las fauces del infierno

 

no entendí quien era el antiguo prisionero 


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Publicado 18 diciembre 2019 - 14:15

Capítulo 1. Luces y sombras

 

asi que Athena se fue de la Tierra

 

¿kiki tiene una hija?

 

Ese grupo de caballeros es muy extraño ,no se suponía que  Geist y  Docrates fueron eliminados

 

me pregunto si Icario logro conocer a Hiltler


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Publicado 19 diciembre 2019 - 13:10

Capitulo 4. The Walking Dead
 
Qué rápido se me hace leer estos episodios, siempre seré amante de de caps kilométricos, sin duda.
 
La primer batalla de este fic parece que al fin va a empezar, mostrándonos que les toca a los personajes terciarios/secundarios/de escenografía un tiempo para lucirse o algo, aprovechando que los protas broncinos están en coma y son las damiselas en desgracia esta vez (vaya giro).
 
500 soldados zombies comandados por una bestia trajeada con perfume de aguas del inframundo Vs un monton de personajes del canon no muy populares... irá para largo esto jejeje.
 
No hay nada más que comentar salvo...
 
PD. Buen cap, sigue así :3

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#57 Rexomega

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Publicado 23 diciembre 2019 - 14:43

Saludos

 

¡Buen review, sigue así!

 

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Felipe

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***

 

Capítulo 5. Guerra en tierra sagrada

 

La falange avanzó al unísono, quinientos soldados distribuidos en cincuenta líneas de ataque, cada uno protegido por el escudo que llevaba en el brazo izquierdo y por el del compañero de al lado. Lanzas que los doblaban en altura surgían por centenares, y no de madera con punta de hierro, sino del mismo metal negro del que estaban hechos sus cascos, escudos y armaduras. En conjunto, eran una marea de oscuridad en la que no se podría distinguir rostro alguno ni aunque amaneciese en ese mismo instante.

—Llevan las armaduras de la guardia —repitió Nachi con voz burlona—. Claro, de la guardia en la Edad Media. ¡Si parece que vienen de las Cruzadas!

El santo de Lobo podía imaginar cuál era el mejor curso de acción. El flanco derecho era vulnerable, si atacaba lo bastante rápido, antes de que la horda pudiese reaccionar, se desmoronaría enseguida. Pero en cuanto pudo distinguir el símbolo de Niké en los escudos del enemigo, una rabia animal se apoderó de él. Atacó al centro de la formación, acometiendo como una bala supersónica. En el último momento, cuando pudo escuchar la respiración de uno de los soldados de la vanguardia, desgarró el cielo de un solo revés de malo, generando cuarentaidós[1] ráfagas de aire semejantes a las fauces de un lobo hambriento. A nadie le dio tiempo de levantar el escudo.

El Aullido Mortal de Nachi rindió cuenta de medio centenar de soldados en un abrir y cerrar de ojos. El aire era más afilado que las espadas y más potente que un martillo de guerra, decapitando los cuellos como ramitas y aplastando los pechos de los soldados bajo las pesadas corazas que llevaban consigo, las cuales se hundían y quebraban al mínimo roce. Viendo aquella masacre, Nachi sonrió, sumido en una alegría tan inhumana como la rabia que le impulsó a atacar de esa forma. Y lleno de esa emoción fue que entró en el frente recién abierto cuando los muertos, si es que a un cadáver revivido podía considerársele como tal, todavía no terminaban de caer al suelo. Se infiltró entre los lentos soldados como una bestia, desgarrando cuellos y cortando brazos y piernas a una velocidad aun mayor a la de su anterior ataque.

En medio de tal matanza, la horda, muy lejos de sentir el temor que Nachi esperaba, actuó de nuevo al unísono. Los trescientos supervivientes dejaron caer los escudos y formaron un círculo alrededor del santo, en cuyas manos, que habían dado muerte a cientos de hombres en tan corto espacio de tiempo, ni siquiera había una gota de sangre. Una docena de soldados se separó del resto, extendiendo igual número de lanzas como si fuesen las agujas de un reloj de muerte. Ninguno de ellos olía a miedo, estaban determinados a cumplir su cometido sin dudar, pero no siempre bastaba con eso para alcanzar la victoria. Con una sonrisa en la que mostraba todos los dientes, Nachi dio un salto justo antes de ser trinchado por las doce lanzas, y ya en el cielo ejecutó de nuevo el Aullido Mortal sobre el enemigo, que esta vez sí tuvo tiempo de defenderse.

Fue inútil. Si bien las lanzas eran tan sólidas como los escudos que habían dejado, frente a aquellas cuchillas de aire no duraron un solo instante. Y luego otra de las cuarentaidós que Nachi había desatado seguía su camino, atravesando sin piedad las cabezas de los doce soldados hasta llegar al pecho, donde sesgaba un par de centímetros de las corazas. La sangre brotó en abundancia, manchando el rostro decidido del santo de Lobo.

—¿Quién será el siguiente?

 

De aquella escena, a Ban le asombraba más la actitud de Nachi que el hecho de ver cómo cientos de hombres caían frente a uno solo. Eso era lo natural cuando se trataba de someter a un santo con simples números. Entendiendo que su compañero no necesitaría ayuda, decidió llamar la atención de los mal disimulados refuerzos: soldados más parecidos a la guardia actual, con armaduras ligeras y espadas cortas que despacio rodeaban los flancos del lugar donde Nachi combatía. Este no parecía percatarse de ello.

—Es normal —decidió Ban—. Ninguno de esos soldados emite presencia alguna.

Quizás percatándose de que habían sido descubiertos, los refuerzos centraron su atención en el santo de León Menor, por mucho más paciente que su compañero. Incluso cuando el más rápido de aquellos soldados, si no es que el más loco, se abalanzó hacia él espada en ristre, Ban esperó sin inmutarse hasta el último momento, en el que de un gancho lo mandó a conocer las estrellas.

Se sucedieron más ataques, grupos de cinco, diez y hasta treinta hombres cargaron contra el santo de León Menor. Este, ni tan ágil ni tan rápido como su compañero, gozaba en cambio de una fuerza descomunal que no podía sortearse con solo aumentar los números de oponentes. Un golpe, Ban solo necesitaba un golpe para destrozar la cabeza de un soldado sin dejar rastro alguno, y por cada segundo era capaz de dar cien de esos golpes. Así, no tardó mucho en amontonar tras de sí tres montañas de hasta ochenta cadáveres sin cabeza, las cuales ahora le cortaban la retirada.

—¿Este es vuestro plan? ¿¡Queréis acorralarme a mí!?

Al son de aquel grito, un aura naranjada proveniente de lo más profundo de su alma empezó a rodearlo, resaltando los vivos colores de su manto sagrado. Un instante después, cargó hacia los doscientos enemigos que aun quedaban el pie, con la negra cabellera ondeando al viento y con la energía liberada concentrándose en el puño derecho, como un león que esperaba el mejor momento para mostrar sus colmillos.

Muy pocos soldados llegaron a estar en el camino del santo, más por accidente que porque pudieran siquiera verlo. A todos ellos, Ban los placó sin perder impulso, decidido a alcanzar el corazón de la horda del mismo modo que había hecho Nachi. Una vez allí, entre decenas y decenas de espadas que se movían con penosa lentitud hacia él, o al menos hacia la posición en la que había estado tan solo un segundo atrás, se decidió a liberar todo el poder que había acumulado.

Era un soldado como otro cualquiera el que recibió el puñetazo, pero no por eso aquel mostró el menor signo de temor. Ni siquiera cuando el peto se agrietó y encendió como el magma llegó a soltar la espada. Con gran esfuerzo logró dar un paso, un solo paso hacia quien consideraba su enemigo, y entonces estalló. Toda la energía que el santo de León Menor había acumulado se liberó en forma de explosión a partir de aquel desafortunado, carbonizando a todo aquel que se hallara a menos de cincuenta metros de distancia. Y aun más lejos, hasta donde estaba Nachi, llegó la onda de choque, tan violenta que elevó y despedazó muchos de los cadáveres que este había dejado.

El santo de Lobo, que ya se había encargado de su ración de enemigos, dejó escapar un silbido. La explosión había arrasado con la mayor parte de la horda, y aunque todavía podían escucharse gemidos en medio del humo, de rezagados que por suerte no habían estado en el centro de la explosión, Ban solo se encogió de hombros.

—Das miedo. ¿Lo sabes, no? —comentó Nachi, acercándose al santo de León Menor.

—Si te vieras en un espejo ahora mismo, no dirías eso.

—No creo que en un espejo me viera fulminando a un ejército de un solo golpe. Tu Bombardeo ha mejorado mucho en estos años, antes solo era letal para grupos pequeños y ahora… ¡Solo las lápidas quedaron en pie!

Así podía verse ahora que el humo se había disipado. Aun en el centro de la explosión, las tumbas seguían intactas.

—Son los santos de Atenea quienes entierran a sus compañeros caídos, pero según se dice es la voluntad de la diosa la que talla en piedra sus nombres. ¿Cómo podría un simple santo de bronce soñar con hacerles un rasguño?

Ambos se encogieron de hombros, aceptando aquello como un milagro más, y se lanzaron en direcciones opuestas para buscar a los supervivientes. Los mil hombres de la horda, tan temibles en un principio, habían sido derrotados en unos pocos minutos.

 

***

 

Una situación similar ocurría en cada área defendida por los santos de Atenea.

En el exterior del templo de Aries, Marin caía como un águila sobre la horda enemiga, protegida por un techo formado por un centenar de escudos, los cuales estallaron al primer ataque como si estuvieran hechos de cristal. Luego, un relámpago púrpura golpeó a aquellos soldados y a los que se hallaban detrás, en una larga columna que llegaba hasta más allá del primer peldaño de la Eclíptica. El solo roce de cada chispa bastaba para desintegrar el metal y calcinar la carne. Al final del ataque, de veinte líneas de soldados solo quedó el polvo, mientras que en otras veinte más atrás, quien no quedó despedazado como un árbol golpeado por un rayo, murió colapsando por el voltaje. Tal masacre había desatado Shaina con solo mover un brazo.

Apenas era posible distinguir al santo que protegía el bosque que se extendía a la sombra del monte Estrellado. No porque fuera más rápido que Nachi, el más veloz entre los santos de bronce, sino porque nunca se quedaba quieto mientras estaba al aire libre. Seguía una rutina estricta: salir de entre los altos árboles, golpear a cuantos enemigos pudiera en el viaje de ida y vuelta, descansar un momento y luego volver a la carga. Mediante aquella estrategia, de indudable eficacia, derribó a doscientos soldados sin que una sola gota de sangre cayera al suelo.

 

Entre las hordas que había en el cementerio, la entrada de la Eclíptica y las cercanías del bosque, podían contarse casi tres mil soldados. El número quedaba completo una vez se veía a los trescientos que atacaron la entrada del Santuario, la mitad con lanza y escudo, la otra con espadas cortas y armaduras más ligeras. Si bien allí estaban Docrates e Icario, hombres de gran fuerza, estos no pudieron contener por sí solos a la horda, que implacable avanzaba hacia Rodorio. En tal empeño se les interpuso un muro de lanzas de punta negra, a la vez que unos jóvenes desarmados saltaban hasta situarse en la retaguardia del ejército. Y así se dio la batalla más dura de todas, diez minutos de gritos y choques de metal contra metal en los que la habilidad de cada hombre se puso a prueba. Los aspirantes derribando a los enemigos más peligrosos, la guardia pinchando cada zona desprotegida que veían y Docrates partiendo cráneos, con Icario siempre cuidando la espalda de aquel bruto descuidado.

Había alguien más allí, una mujer enmascarada, también parte de los santos de Atenea, que era capaz de camuflarse con el entorno hasta el punto de volverse invisible a ojos mortales y sentidos extraordinarios. Pero no tuvo necesidad de intervenir.

Después de todo, al final de esa batalla, todos los hombres vivos siguieron estándolo, victoriosos sobre un manto de cadáveres.

 

***

 

Todas aquellas batallas inundaban los sentidos de Azrael, quien había podido contemplar cómo una guerra tan desigual en términos de números, miles de soldados bien pertrechados contra seis santos, se convertía desde el primer momento en una matanza a favor de los últimos. Todo gracias a la red psíquica de Kiki.

Si bien estaba agradecido de conocer de primera mano la fuerza de los santos, sentía que se estaba desperdiciando un recurso invaluable. La red que lo unía con los santos que luchaban en primera línea permitía que todos supieran lo que pasaba en las áreas que no estaban defendiendo. Segundo a segundo, la experiencia de cada uno se traducía en información en tiempo real a la que el resto tenía acceso en todo momento. Así, incluso si alguno cayese inconsciente sin poder contactar a un compañero, los demás lo sabrían en ese mismo instante. Era un sistema magnífico, pero innecesario en una batalla tan desnivelada a favor del ejército de Atenea.

—¿No hablas? —preguntó Geki, esa montaña de músculos a la que Azrael había aprendido a respetar desde hacía ya algún tiempo.

No era como si ese día fuera el primero que compartiese con los míticos santos de Atenea, sino que era ahora cuando los veía dar todo de sí. Golpes capaces de despedazar hombres con facilidad, seres humanos generando relámpagos y explosiones sin necesidad de recurrir a ninguna clase de herramienta… Y, bueno, Geki mandando a volar mil metros por los aires a todo enemigo que se le pusiera delante. El santo de Oso solo quería llegar a la Torre del Reloj, de modo que ni se molestaba en entablar combate. ¿Había tres soldados entre él y el resto del camino? Geki daba a cada uno un suave manotazo y seguía caminando sin mirar hacia dónde los mandaba.

Con todo, la paciencia de Geki tenía un límite, como la de cualquier hombre. Ocurrió que mientras esperaba una respuesta de Azrael, un soldado, más sigiloso que los anteriores, lo atacó por detrás espada en mano. Geki, de sentidos agudos, volteó en el último momento y le detuvo el brazo con solo un par de dedos.

—Es extraño. ¿Por qué late el corazón de un cadáver andante como tú? ¿Qué necesidad tienes de respirar como lo hacen los vivos? ¿Te estás burlando de nosotros? —preguntaba el santo de Oso a la vez que ejercía más y más presión sobre el brazo. No tardó en oírse un crujido de huesos y el repique de la espada en el suelo—. ¿También puedes hablar? ¿Quién eres? ¿Quién te envía? ¿Hades? ¿Cómo has podido vender tu alma al rey del inframundo? ¡Responde!

El soldado no habló. Tampoco mostró signos de miedo o dolor, tal y como ocurría con los demás. Por el contrario, incluso trató atacar con el brazo que tenía libre, condenándose a sí mismo. Geki ni siquiera se molestó en detener el ataque, y mientras oía cómo el puño del enemigo se reventaba al chocar contra su manto sagrado, lo agarró del cuello y se lo quebró con la misma facilidad que habría roto una ramita.

—¿Seguimos? —dijo Geki una vez dejó caer el cuerpo, que rodó a través del empinado sendero hasta chocar con una roca. Azrael observó el movimiento en silencio, con cara de circunstancias—. ¿Qué ocurre? Ya has visto cadáveres antes, ¿no?

—Así es. Una bala, una vida. Ese fue mi mantra hasta que la señorita me encontró. Por supuesto, sé que matar con tus propias manos es distinto a hacerlo con una pistola.

—Matar es matar. Uno siempre siente algo cuando lo hace, si es que está cuerdo.

—¿Y usted siente algo?

—¡Esa es una pregunta muy directa para el chico de la Fundación! —exclamó Geki, risueño solo por ese instante—. Te ha impresionando ver a los salvajes de Nachi y Ban despedazar a cientos de hombres poniendo esas caras de locos. ¿Es eso, verdad? Bueno, Ban ha estado un poco tocado desde hace ya unos cuantos años. Así es la vida. Un día tienes el ego por las nubes y al siguiente te meten el Puño Fantasma entre ceja y ceja. Desde que le pasó, se convirtió en el taciturno del grupo, salvo cuando pelea y deja escapar toda la rabia que tiene dentro. Y Nachi pasa demasiado tiempo con él.

—Según la señorita, los cuatro siempre estáis juntos.

—Ah, no me mires como si fuese un mal ejemplo para ella. Estos soldados ni siquiera están vivos. Lo estuvieron, hace mucho, pero ahora solo son enemigos.

—Muy astuto. Si ves a tu enemigo como a algo inferior a un ser humano, resulta más fácil matarlos. Ese es un truco muy viejo en la historia humana.

—Oye, ¿puedes dejar de hacerme sentir mal? ¡Solo quería darte conversación! Ser nuestro enlace te debe de estar trayendo unos dolores de cabeza olímpicos ahora mismo. Es bueno distraerse un poco de vez cuando.

En el caso de Geki, distraerse significaba machacar a media docena de soldados que saltaron desde las rocas circundantes. Tan rápido actuó el santo de Oso, que a Azrael no le dio ni siquiera tiempo de adoptar una postura de combate.

—Mejor dejemos lo de hablar para otro momento. ¡En marcha!

Azrael asintió, sonriendo al ver cómo Geki ahora caminaba zancada a zancada. Le iba a costar seguir el ritmo, como sin duda le costaría explicarle luego que en ningún momento había pensado en dilemas morales, sino en el abrumador poder de los santos.

 

***

 

Todo cuanto Geki había dicho llegó a los oídos de Nachi y Ban, que ya estaban a punto de celebrar la victoria donde el resto de combatientes se mantenía expectante.

—¿Me está llamando loco el mismo grandullón que fortaleció sus músculos ahorcando osos a centenares? ¿De verdad?

—Si quieres te acompaño después a PETA y le exponemos su caso. Oh, ¿ese no es…?

Un soldado corría hacia el par de santos desde el cementerio, que aquellos estaban abandonando al no detectar ya ningún enemigo. Ya de lejos Nachi lo había reconocido como el vigía, aunque mucho más cansado y atemorizado que la última vez que hablaron. Cuando estuvo frente a Ban, quien le ofreció un hombro en el que apoyarse, el pobre hombre estaba empapado en sudor y respiraba con dificultad.

—La batalla terminó, puedes descansar —dijo Ban, ejerciendo por primera vez la autoridad sobre los soldados rasos que tenía como santo de bronce.

—Creo que quiere hablar —apuntó Nachi.

—Se están recuperando —dijo el vigía, sosteniéndose el pecho, que subía y bajaba de forma irregular, con la mano derecha—. Los hombres que habéis derrotado se están recuperando. Las heridas se cierran, los miembros vuelven a unirse e incluso las cabezas crecen. ¡Lo he visto! ¡Juro por Atenea que lo he visto!

Sería lo último. Los ojos de aquel hombre perdían su brillo poco a poco, a la vez que se iba el color de la temblorosa piel. De no estar Ban sosteniéndolo, era claro que se habría caído al suelo, pues ni siquiera le quedaban fuerzas para tenerse en pie.

—Te creemos —fue lo primero que Ban quiso decirle—. Agradecemos el aviso, pero desde ahora nos ocupamos nosotros. Tú debes descansar.

—Es tarde. Ya no me queda mucho tiempo —dijo el vigía, mostrando a los santos la palma de la mano. Había allí una herida insignificante, un mero rasguño que sufrió mientras veía cómo la horda se recomponía. Quien no pusiera suficiente atención, no podría verla—. Fui descuidado. Y ahora mi alma quiere salir de este cuerpo marchito; no voy a contenerla por más tiempo.

—Oye, estás en el Santuario. No existe mal en el mundo que no podamos curar, salvo la muerte. ¡No pierdas la esperanza!

—Nachi, él está resignado a morir —dijo Ban, a lo que el soldado asintió como pudo—. Soldado, dime tu nombre, dímelo para que no seas como los perros que maté y mataré mil veces, para que sea Atenea misma quien lo escriba en piedra en esta tierra.

Tras un susurro, el cuerpo del vigía se deshizo en polvo. Liberado voló su espíritu, el de un hombre corriente con un nombre común que Ban no olvidaría jamás.

—No debemos dejar que esas armas nos rocen. Y aunque los matemos se volverán a levantar —dijo Nachi, cuyos ojos aún veían el lugar en el que había estado el vigía solo un segundo antes—. Si peleamos como hasta ahora, moriremos.

—Todo lo contrario —repuso Ban, de nuevo cubierto por un aura del color del magma. Era la expresión de su rabia. ¿Por la muerte de un compañero o por encontrar tragedia donde debía estar el fruto de su victoria? No quiso pensar en ello.

—Ya veo, vas a utilizarlo —dijo Nachi—. Nemea.

 

***

 

El descubrimiento de Nachi y Ban, o más bien del fallecido vigía, fue como un balde de agua fría para todos los santos. Los soldados enemigos no habían presentado problema, pero la capacidad de regenerarse incluso de las peores heridas, no importando si se trataba de un cuerpo decapitado, hecho pedazos o carbonizado, ya bastaba para convertirlos en un problema a considerar a largo plazo, incluso sin contar la descubierta letalidad de las armas. A partir de ese momento, cada grupo buscó elaborar una estrategia distinta; no estaban dispuestos a fracasar de nuevo todos a la vez.

—El poder de Kiki es el de la mente —le dijo Geki a un atento a Azrael. Ya casi habían llegado a su destino, la Torre del Reloj estaba a tiro de piedra—. Engañar a los sentidos, observar lo que ocurre en lugares lejanos, sugestionar a una persona para que pueda superar sus miedos y construir una red telepática que conecta los pensamientos de ocho personas. Todo eso está a su alcance, es la herencia que recibió del pueblo de Mu.

—¿Ocho?

—Te estoy incluyendo a ti y a la chica invisible que está apoyando a la guardia.

—¿Por qué, si mi función en esa red no es la misma que la de los santos?

—Que lo entiendas me ahorra la mitad del trabajo. Necesitamos un enlace ajeno a la batalla, alguien que pueda mantener a salvo la información y guiarnos en caso de ser necesario. El poder que Kiki ha desarrollado estos seis años le impide ser ese alguien, así que se le ocurrió trasladar el papel de enlace a otra persona. Por primera vez.

 

Azrael sopesó la explicación por un momento: enlace, una persona que recibe la información que otros tantos recogen a través de la experiencia, aquel que puede utilizar esa información sin verse influenciado por la emoción del combate y sin correr peligro de perecer y dejar al resto a ciegas. Era posible que se tratara de un concepto más complejo, pero supuso que lo que sabía era suficiente para fines prácticos.

Cuando empezó el viaje hacia la Torre del Reloj, la idea que le vino a la mente fue posicionarse sobre esta, sirviendo como un francotirador que vigilara la Eclíptica. Entonces no imaginaba que Shaina y Marin se bastarían para contener todo un ejército sin que ni un solo rezagado pasara de largo.

—Ni te molestes —le dijo Geki entonces—. Esa montaña recibe las bendiciones de Atenea incluso cuando no está presente. Solo alguien que la recorra desde el primer peldaño hasta el último puede atravesarla, seas un hombre o un proyectil. Mi discípulo, que se negaba a creer que hubiese un tiro imposible para su arco, lo aprendió de primera mano. Claro que mi discípulo tiene diez años. Eso debe influir.

Fuera cierto o no que aquella montaña fuera infranqueable, Azrael descartó la estrategia en cuanto vio la Torre del Reloj de cerca. Bastaba con imaginarla rodeada de un ejército como los que habían enfrentado los santos para saber que no era fácil de defender, no desde el exterior al menos. Así entendió que se le llevaba allí confiando en que entrara en la torre, protegida por alguna especie de fuerza sobrenatural, y se mantuviera a salvo.

—Creía que este no era nuestro modo de hacer las cosas.

—Eso dijo Kiki, ¿verdad? Se refería a nosotros, los santos de Atenea, no a ti. Sé que lo entiendes, siempre dices que la guerra no se resuelve solo con ideales y que hay más de una forma de luchar. Bueno, la tuya será aguantar el mayor tiempo posible como enlace.

—El dolor de cabeza —dijo Azrael.

—Solo irá a peor —confirmó Geki—. Si la batalla se extiende demasiado, morirás. Ahora que sabes eso, ¿nos ayudarás?

 

Contrario a lo que solía ocurrir con el correcto y servicial Azrael, esta vez no asintió como un robot a la orden dada. En lugar de eso, se agachó, abrió el maletín que había traído hasta allí y sacó un par de máscara antigás. Geki, con un ojo pendiente de que vinieran enemigos, frunció el ceño de tal forma que bien podría partir nueces en él. La confusión fue mayor cuando le enseñó una botella de material opaco, lo último que sacó del maletín antes de volver a cerrarlo.

—Será mejor que te pongas esto —dijo Azrael, ofreciendo a Geki una de las máscaras. Él ya se había puesto la otra—. No creo que te vayan a excomulgar por esto.

Geki tomó la máscara sin saber bien qué decir o hacer. Se quedó quieto, esperando a que Azrael explicara qué había en la botella. Puede que fuera a hacerlo, pero empezaron a oírse los pasos del enemigo y los dos se pusieron alerta.

Lo que apareció por el camino que habían recorrido no era una horda formada por los soldados revividos, como ocurría en otras zonas del Santuario, sino un único y enorme hombre que Geki reconoció enseguida. Tres metros y medio de puro músculo, cicatrices dentro de las cicatrices del pecho, los brazos y las piernas, que cubría con poco menos que un taparrabos gris. La única pieza de metal que llevaba encima era un casco negro que ocultaba el poco pelo que tenía, aunque nada podía hacer con la mandíbula que le desencajaron de un mal golpe o los ojos, hundidos bajo una frente sin cejas.

—Está visto que la muerte no cura la fealdad, Jaki.

A Azrael le bastó aquella baladronada de Geki para entender que ese hombre era peligroso, pero en lugar de correr desde un principio, lanzó la botella que tenía a mano y tomó el maletín, seguro de lo indispensable que este era para alcanzar la victoria.

Entonces, de un puntapié, Jaki abrió la tierra. Desde donde estaba hasta la misma Torre del Reloj se abrió una gran grieta, tragándose a Azrael a la vez que Geki lo maldecía. ¿Cómo se le ocurría preocuparse por un simple maletín en esas circunstancias? Pensando en la de golpes que le daría por temerario, el santo de Oso saltó hacia la grieta con toda intención de atrapar a Azrael antes de que cayera al fondo, pero fue él quien fue atrapado al vuelo. ¡Atrapado por el cabeza hueca de Jaki, nada menos!

Por un momento, la reacción primaria de Geki fue la desesperación, buscando liberarse de la manaza que le cubría buena parte de la cabeza. El forcejeo le permitió ver entre los gruesos dedos de Jaki aquella cara tan fea que tenía, fea y adormilada, con los restos de la botella que Azrael le había lanzado aun entre los dientes. El muy animal la había triturado, quizá pensando que contenía algo sólido.

—Creo que ya entiendo lo que querías hacer, Azrael —dijo Geki, sonriendo incluso cuando Jaki apretó aún más fuerte, dispuesto a aplastarle la cabeza—. Y creo que también pillo la ironía. Cuando se lo cuente a Seiya se va a echar unas risas.

Podía decir esa clase de cosas porque ya sentía que Azrael estaba vivo, aferrado a un saliente en las profundidades de la tierra y contándole el peor plan de todos los tiempos.

 


[1] El número de dientes de un lobo.


Editado por Rexomega, 24 diciembre 2019 - 19:16 .

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#58 Seph_girl

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Publicado 23 diciembre 2019 - 15:48

Capítulo 5. Saca un PERFECT en la pelea o te mueres.

 

Bien, ahí están los bronce secundarios teniendo sus párrafos de fama, aplastando enemigos y luciéndose como nunca se han lucido a manos del TRAZO ARDIENTE de Kurumada... sólo para que les salgan con que no será tan fácil, no, qué va, pues están combatiendo contra un ejercito inmortal, dignos miembros del Batallón Inmortal de Hyunkel (Dragon Quest referencia, con eso de que va a volver en el 2020, yeiii!!) que se vuelven a armar tras ser derrotados.

 

Pero estos son tipos mas duros, pues tiene el hack de que si te hieren aunque sea una cortadita, estás muerto, dignos parientes de un apocalipsis zombie XD

Así que cualquier personaje puede morir si se descuida, que emocionante x3

 

Y la sorpresa del cap, que aparece Jaki, ese personaje que solo recuerdo que le dio problemas a Marin y siempre me pareció super bobo... pero bueno, aquí volvió para seguir haciendo las suyas al parecer, pero él no trae armas asi que... ¿¿a mordidas traspasará el hack de muerte instantánea?? 

Es todo por ahora.

 

Pd. Buen cap, sigue así x3


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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#59 Rexomega

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Publicado 23 diciembre 2019 - 16:23

Saludos

 

¡Buen review, sigue así!

 

Seph Girl

Spoiler

 

***

 

Capítulo 6. Inmortales

 

Los cuerpos se extienden por la explanada, muchos de ellos atravesados por lanzas negras. No son cadáveres, no están muertos, el coro de inentendibles lamentos así lo prueba. Además, las lanzas que a primera vista parecen incrustadas en sus pechos, en realidad pasan a través de estos como lo haría un fantasma, pues estas no están hechas de un metal que pueda encontrarse en la tierra, sino de la materialización de una intención asesina. De la voluntad de destruir la vida.

Estos son los pensamientos que el invasor, antiguo prisionero del abismo, tiene al caminar entre los aquellos hombres derrotados. Todos sacados del mismo río infernal, invocados por él en nombre de un tiempo pasado. Mira cómo se retuercen, ahogados en dolores sin cuento debido al veneno que les han inoculado. Algunos agarran una espada, de no más de sesenta centímetros, y buscan con ellas el cuello sin el menor asomo de duda. Es inútil. Ellos no están vivos, los cuerpos que usan son solo una ilusión. Para las armas que portan, no son  distintos de un fantasma.

Siente una mano aferrándose a su pierna. Al bajar la mirada, ve a un soldado que trata de levantarse a pesar de los temblores que le recorren todo el cuerpo. El invasor no puede evitar sentir una pizca de admiración por ese hombre tan distinto a los demás, los cobardes que ante el dolor buscan la paz de la muerte. Pero incluso la determinación de ese hombre, ese guerrero, cede al veneno; los ojos se cierran, el cuerpo cae inerte. Luchadores o no, todos llegan al mismo destino, una eterna agonía para la que no hay escapatoria. ¿Cuántas veces han muerto y resucitado aquellos soldados? ¿Cuánta desesperación e impotencia han debido sufrir?

El invasor alza el brazo izquierdo hacia el cielo y lo observa. Apenas puede ejercer control sobre las manos desde que golpeó las mandíbulas de la guardiana del abismo, e incluso un acto tan simple como chasquear los dedos le cuesta un proceso de prueba y error. Durante un tiempo lo intenta una y otra vez, rodeado de hombres que mueren y renacen en cuestión de segundos, hasta que lo consigue y trescientos cuerpos —con sus armaduras, escudos, lanzas y espadas— estallan, reducidos a un agua nauseabunda.

Mientras trata de repetir el chasquido, seis soldados resurgen del líquido amarillento que ahora mancha la tierra. Por alguna razón, el invasor tiene el presentimiento de que uno es aquel que quiso levantarse donde todos los demás perdieron la esperanza. Pero no va más allá, no puede comprobarlo; si se observan los rostros de aquellos soldados, no se hallan diferencias entre uno y otro. Incluso determinar la altura, el peso y el género es una tarea imposible, que se estanca en la idea de que todos son distintos e iguales a un mismo tiempo. La única forma que puede atribuirse a los soldados de ese ejército, es su condición de seres humanos.

Ellos son la legión de Aqueronte.

 

***

 

El primer ataque fue una lluvia de lanzas, que se clavaron contra el suelo hasta llegar a la mitad, tornando la frontera del cementerio en una selva de metal negro.

Ninguna llegó a alcanzar a Ban o Nachi, pero ambos intuyeron que el objetivo nunca fue ese, sino limitar su movimiento valiéndose del miedo que debían tener al mero roce con aquellas armas, capaz de separar el cuerpo y el alma de un hombre. Sin embargo, la brecha de poder que separaba a los soldados, por numerosos que fueran, de los santos de Lobo y León Menor, hacía inútil esa táctica, hasta el punto en que aquellos ni siquiera sopesaron la idea de cambiar el campo de batalla.

En la vanguardia de la horda, apostada en el cementerio, estaban los soldados de espada corta y la misma armadura ligera que desde hacía siglos protegía a la guardia del Santuario, priorizando velocidad por sobre la defensa. Hasta el último de aquellos hombres corrió hacia el inmóvil Ban, como insectos acercándose a la luz. Y si bien ninguno quiso tocar las lápidas, como una muestra de la lealtad que en vida juraron a Atenea, el primero en llegar hasta el santo de León Menor no dudó un solo instante en asestarle un golpe de espada en pleno cuello. Así actuaron los demás, uno tras otro, tratando de dañarlo en las partes que el manto sagrado no cubría, sin duda desconociendo que cada intento solo reforzaba la determinación de Ban. Esa gente no era como el fallecido vigía, era el enemigo. Nada más, nada menos. 

Los ataques se sucedieron sin descanso, doce soldados venían, lo atacaban y luego daban paso a otros doce, quizá creyendo que así evitaban el contraataque. A Ban aquello le hacía gracia, pues no tenía la menor intención de perseguir a nadie. Las armas no le hacían daño, tal y como había supuesto, porque ni siquiera le estaban alcanzando. Una barrera, fina como una hoja de papel, le cubría el cuerpo desde las botas hasta el más elevado de los pelos sobre la cabeza, protegiéndolo de aquellas hojas de muerte. Si acaso, con el tiempo empezó a sentir un molesto cosquilleo debido a la fuerza con la que de repente el enemigo lo golpeaba, inferior a la suya, por supuesto, pero por mucho superior a la de los endebles soldados a los que derrotó antes.

 

En la retaguardia estaban los soldados que arrojaron las lanzas, protegidos por corazas y escudos de un pasado remoto, acaso la era mitológica, en el que el papel de la guardia no era el de vigilar y prestar asistencia, sino de luchar allá donde un santo de Atenea no pudiera estar. Allí estaba Nachi, atacando a cientos de soldados mientras los rodeaba en incansables vueltas. Iba a toda velocidad, así que poco tiempo tenía para reflexionar sobre si había algo malo en esa batalla o si los soldados eran un poquito más fuertes de lo habitual. Él se limitaba a hacer lo suyo, dar de nuevo muerte a unos cuantos soldados demasiado lentos como para levantar a tiempo el escudo.

Sí que se le ocurrió, al decapitar a un soldado que estaba mirando hacia donde estaba Ban, que el comportamiento de la mayoría no tenía sentido. ¿Por qué trataban de atraparlo a él, alguien al que ni siquiera podían ver, teniendo a mano un enemigo que ni siquiera se molestaba en moverse?

Conforme el combate avanzaba, siempre según las expectativas de los santos, Nachi decidió que quitarle el miedo a un soldado era tanto como quitarle el sentido común.

 

***

 

Lo que Ban y Nachi intentaban hacer escapaba a la comprensión de Geki. Descontando la sorprendente victoria de Ichi en el bosque bajo el monte Estrellado, el resto no había logrado nada en el primer ataque. Los que defendían la entrada del Santuario, apoyándose en los refuerzos que Docrates había apostado en el camino a Rodorio, mantenían con el enemigo una batalla de desgaste, con el fin de cansarlos y encadenarlos para que no pudieran revivir. Shaina y Marin podían permitirse mantenerse a la defensiva y así lo hacían, pues su misión era alejar al enemigo de los tesoros de Atenea. ¿Ban y Nachi? Ellos, los primeros en saber que matar al enemigo no servía de nada, incluso si los dejaban sin cabeza, los mataban de nuevo. Incluso pareciera que disfrutaran hacerlo.

Pero incluso si no entendía a aquel par, debía reconocer que él no era muy distinto. Después de librarse de Jaki gracias a una ingrata experiencia con cierto enano dormilón y un derechazo mortal a la cabeza, vinieron los enemigos esperados. No se molestó en contarlos, ¿para qué? Sabía que eran los mismos que se le habían interpuesto uno tras otro en el camino hacia la Torre del Reloj, los que se quedaron dormidos el día en que Zeus repartió la inteligencia entre todos los seres vivos. Aunque hábiles en el combate, todos eran tan lentos y débiles que se permitió el lujo de derrotarlos uno por uno sobre la espalda de Jaki, demasiado muerto como para quejarse cada vez que le reventaba una costilla de una patada mal dada. A decir verdad, se tomó todo el tiempo del mundo en eliminarlos por un par de detalles, el primero era el plazo que Azrael le había dado, pero el segundo era el importante, una sensación de Ban que no le gustaba nada.

—Cada vez que reviven se hacen más fuertes, ¿eh? —declaró a viva voz en cuanto vio al primero de los cientos de muertos volver a levantarse. La nariz, aplastada contra la cara de facciones difusas, tardó un poco en volver a crecer—. Como si no fuera suficiente con un Ikki en el mundo, nos mandan miles.

Sin mucha sutileza, el santo de Oso pegó un salto hacia el cráter abierto por Jaki, que por alguna razón no se había regenerado aún, ni siquiera despertado. Aún no había terminado de caer cuando oyó que los soldados de la superficie empezaron a saltar, sin pensar siquiera en si todos cabrían allá abajo. El mismo Geki tenía dudas, había estado más pendiente de las peleas que de lo que Azrael hacía, y de todas formas este no se fijaba mucho en el lugar en que acabó. Solo sabía que era una cueva, una cueva bajo la Torre del Reloj de la que nadie le había hablado nunca.

Llegó al suelo de pie, más de lo que podrían decir los que le seguían. Como poco, cien soldados cayeron de cabeza e incluso los que amortiguaron la caída con las manos y los pies tardaron más de la cuenta en levantarse. Y había un detalle más, uno que del que Geki dudó haber visto debido a que la luz que les llegaba era débil: las armas que los soldados soltaban en medio de la caída y acababan cayendo sobre otro, en el suelo, lo atravesaban como si fuera un fantasma.

—Mala cosa.

Si habían sido tan descuidados como para dejarse rodear por tantos enemigos, no era solo porque al principio desconocieran lo letales que eran sus armas, sino porque gozaban de un sexto sentido mediante el que percibían incluso ataques que no pudieran ver, si no eran lo bastante rápidos. ¿Qué ocurriría si a los soldados se les ocurriese atravesarse a sí mismos con las armas, de modo que tuvieran que encargarse no solo de la primera fila de enemigos, sino de todas las demás?

—No matarlos va a ser un problema —decidió a la vez que giraba para agarrar en el vuelo una lanza que le habían arrojado. Con solo tocarla, sintió un escalofrío y por instinto la partió en dos, sin por ello eliminar esa sensación. Se vio a sí mismo frente a una ciudad amurallada, deteniendo el paso de cinco santos de plata y una niña que le tendía la mano. Se sintió débil, asqueado de sí mismo, deseando la muerte.

Cuando recuperó la consciencia, se sorprendió de estar apoyándose en una lápida, a pesar de que seguía en la misma cueva bajo la Torre del Reloj. Lo supo enseguida porque le costó una barbaridad leer lo que había en la piedra:

«Hashmal. Santo de oro de Leo.»

No había terminado de fruncir el ceño ante ese extraño suceso cuando vio otras lápidas, una de ellas con las letras borradas entre profundos cortes, como si una bestia hubiese querido destrozar la piedra a arañazos. Otra, rezaba:

«Shemhazai, Santo… de oro de Sagitario.»

En ese momento, Azrael apareció, con un mechero encendido.

—No sabía que hubiera un cementerio bajo tierra —comentó con la voz alterada por la máscara antigás que llevaba—. ¿Y la tuya?

—Creo que se me cayó —dijo Geki entre risas. A Azrael no parecía hacerle gracia—. No te preocupes, sea lo que sea lo que has hecho, mi cosmos puede repelerlo.

—Un Deus Ex Machina digno de un héroe homérico.

—Tú y tu jerga militar. ¿Qué se supone que significa eso?

—Solo que el cosmos es un poder de lo más conveniente.

—Si lo sabes usar, desde luego. No como el bruto descerebrado de arriba. 

Al decir eso, Geki volvió a preguntarse por qué Jaki no se había recuperado todavía. O si lo hizo, por qué no había bajado como los demás, cuyo movimiento, más lento y aletargado de lo habitual, podía percibir entre las sombras. Unos estaban de pie, otros, los que cayeron de cabeza contra el suelo, solo se arrastraban, hacia ninguna dirección aparente.  Así fue durante unos cuantos segundos que Azrael contó en voz alta.

 

***

 

En medio del antinatural contraste entre un páramo desolado y un frondoso bosque de altísimos árboles, Kiki esperaba la llegada del invasor. Sabía que venía allí, no porque hubiese recurrido a los sentidos extrasensoriales con los que vigilaba el Santuario, sino porque el responsable de la invasión quería que lo supiera. Era un enemigo de lo más particular. ¿Atacar de improviso, por la entrada trasera de una fortaleza? No, él anunciaba a dónde iba a ir, saboreaba el miedo de sus defensores y atacaba de frente. De ese modo probaba lo fuerte que era y lo inútil que sería ofrecer resistencia.

Cuando pudo verlo, le entraron ganas de darle un buen puñetazo. Caminaba con calma, como si estuviera de paseo, y hasta le saludó con un gesto amistoso en cuanto estuvieron frente a frente. A modo de escolta, lo acompañaban seis lanceros cubiertos con coraza, dispuestos de tal manera que, quien pretendiera atacar el invasor, tendría que pasar sí o sí por encima de ellos. O llamarse Kiki.

—Al suelo —exclamó con tono autoritario, viendo luego cómo los soldados seguían aquella regla al pie de la letra. Lo normal cuando un miembro del pueblo de Mu te freía el cerebro—. Me consta que el mero roce de esas armas es letal para los seres vivos. ¿Sería una pena si alguna de ellas llegara al sitio equivocado, no?

Sin mover un solo músculo, Kiki elevó en el aire las lanzas de los soldados, como moviéndolas con manos invisibles, e hizo que apuntaran a diversas partes del cuerpo del invasor. La cabeza, el cuello, la entrepierna… Kiki, como todos los que había unido a la red psíquica, había conocido la letalidad de aquellas armas por el sacrificio de un soldado fiel a Atenea. Y estaba más que dispuesto a darle el mejor de los usos.

Era letal para los seres vivos. ¿Lo estaba el invasor? Desde luego, tenía mejor color que los soldados que atacaban el Santuario. Caucásico, de rasgos definidos bajo los platinados cabellos y facciones duras. Los ojos, afilados y de pupilas violáceas, estaban cargados de una viveza incuestionable, unida sin remedio a una contenida sed de sangre. Sí, aquel hombre de anchos hombros y fuertes brazos estaba muy vivo y listo para lanzarse a la batalla en cualquier momento. Y aun así, no lo hacía.

—Caronte, de los Astra Planeta. Para una conversación entre dos extraños, el primer paso es presentarse, ¿me equivoco?

—Yo soy Kiki, del pueblo de Mu. Y para ser sincero, tu presentación me resulta tan desconcertante como tu ropa. ¿Debo pensar que eres el mismo Caronte que permite el paso por el río Aqueronte a los muertos que pagan un justo precio?

—Es natural que incluso tú no me conozcas, ya que hace tiempo que mi destino y el de este mundo dejaron de cruzarse —dijo Caronte—. No, no soy el Barquero. Y en cuanto a mi forma de vestir, confieso que es un simple capricho. Mi gusto por la cultura occidental en este siglo es algo de lo que nunca me podré desprender.

Kiki carraspeó, acercando al invasor las lanzas por un par de centímetros. Pese al tono cordial que empleaba, la forma en que sonreía lo hacía desconfiar de todo lo que decía.

—Dejémonos de rodeos, ¿qué has venido a hacer al Santuario? ¿Por qué nos atacas?

—He venido en busca del santo de Pegaso —dijo Caronte—. Creí haberlo dejado claro antes de venir aquí, por eso todos en el Santuario llevan tiempo sintiendo esas ganas irrefrenables de encerrarse en sus casas y cerrar la puerta con llave. O son todos muy valientes, o alguien ha querido cargar con los pecados de todo el mundo.

—¿Qué puedo decir? —dijo Kiki—. Esta mañana me sentí como el titán Atlas.

—Si crees que le estás haciendo un favor a tus compañeros, estás en un grave error. Fue por tus acciones que tuve que recurrir a la legión de Aqueronte.

—¿Esperas que pida disculpas?

—De momento, no es necesario, solo ha muerto uno. Me conformo con que me lleves hasta el santo de Pegaso. Si lo haces, retiraré a la legión de Aqueronte.

—¿Tan pronto? A Jaki no le gustará despertarse de nuevo en las cloacas de Hades.

—¿Jaki? Ah, el polizón. Yo no lo traje. Es complicado mantener el control sobre diez mil almas sin que alguna otra se cuele, así que no me molesté en hacerlo. No te preocupes, puedo hacer que él también se retire.

—¿El polizón? ¿De verdad he oído bien?

Desde el momento en que el invasor restó importancia a la muerte de un solo soldado, Kiki sintió ganas de acabar con toda esa pantomima y freírle el cerebro. Seguía deseando hacerlo, pero siendo tan sencillo hacer que hablara y regalase información con cada frase, pudo contenerse y hasta esconder su furia tras una risotada. La imagen de Jaki, el hombre más alto que había pisado el Santuario durante los últimos veinte años, saliendo del inframundo sin que Caronte lo viera ayudó un poco. 

Sí, las hordas que enfrentaban en el Santuario así como en otras partes del mundo en las que había ocultado a los durmientes compañeros de Seiya, venían del Hades, aunque no en el nombre del rey del inframundo, sino en el de Caronte. Y si no lograban repelerlas a tiempo, otras almas en pena aprovecharían el camino abierto por el invasor entre el mundo de los vivos y el de los muertos para revivir y convertirse en un problema.

—Es una buena oferta —dijo Kiki—. Pero no la voy a aceptar.

—Solo yo puedo detenerlos —dijo Caronte. 

—¿Es porque son inmortales, no? Bueno, contamos con el veneno de la hidra de Lerna, que se lleva bastante bien con los inmortales. Algunos de mis compañeros ya han ideado formas de contenerlos sin matarlos e incluso los que no los derrotan como si fueran santos de Atenea lidiando con soldados comunes. ¡Un momento! ¡Si eso es lo que son! Sé sincero, ¿esperabas que esto bastara para derrotarnos?

—Esperaba que sirvieran como distracción y han cumplido mis expectativas.

—Ahora que has revelado tus planes, ¿cuánto tiempo esperas que esto dure?

—El suficiente. Yo no tengo prisa, podría esperar las doce horas de rigor sin moverme de aquí. ¿Sigue siendo vuestra fecha límite, cierto? Como responsable de la fundación del Santuario, recuerdo que ese era el propósito de la Torre del Reloj. Sois vosotros los que necesitáis que esto acabe rápido. De nuevo te pregunto, Kiki del pueblo de Mu, ¿me llevarás ante el santo de Pegaso antes de que el daño sea irreversible?

 

***

 

Geki escuchaba las palabras del invasor como si lo tuviera delante, admirando el temple de Kiki. Si él hubiese estado en el lugar del pelirrojo, desde la primera frase ya le habría dado el primer puñetazo, ni hablar de Ban y Nachi.

Había algo en el discurso del invasor que le preocupaba. No las palabras en sí, ya que hablaba demasiado, como si hiciera mucho tiempo desde que no lo hacía, sino que parecía estar dirigiéndose a todos los defensores del Santuario. En cierto modo, les decía que ninguna de las derrotas sufridas por la legión de Aqueronte tenía importancia, que la situación solo iba a ir a peor y que por su bien debían rendirse.

—No somos esa clase de enemigo, como sea que te llames.

—Caronte —apuntó Azrael, apareciendo de la nada—. ¡Ha funcionado!

El empleado de la Fundación había recorrido de pared a pared aquella cueva, siempre con el mechero encendido, para cerciorarse de que todos los soldados estaban inconscientes. No volvió a fijarse en las tumbas; de momento, eran un asunto menor.

—Duermen como bebés —dijo Geki—. ¿Es por la botella que le lanzaste a Jaki?

—Algo mejor —dijo Azrael, golpeando con suavidad el maletín que siempre llevaba consigo—. Granadas de gas somnífero diseñadas por el centro de investigación del Dr. Asamori. Si el enemigo puede recuperarse de todo daño, ¿qué tal una táctica ofensiva que ni siquiera implique causarles dolor? Ellos duermen, nosotros ganamos. Nadie sale herido. Creo que es la mejor arma que ha diseñado mi antiguo jefe.

—Chico listo —aprobó Geki—. ¿Y el efecto cuánto dura?

—Si logramos tapar cualquier salida, puede que el gas no se disperse muy pronto.

—Yo no veo ningún gas.

—Porque es incoloro. Sea como sea, creo que podemos contar con que duerman como mínimo cuatro horas. En el mejor de los casos. En el peor me he excedido con las dosis y todos estarán muertos hasta que dejen de estarlo y nos maten.

—No se te da bien hacer chistes.

—No pretendía serlo. Estoy nervioso.

—Calla, antes de que piense que eres una persona normal. ¿Te quedan más de esas granadas? Nos serían muy útiles allá fuera.

—El original está en Rodorio —contestó Azrael—. A la velocidad del sonido…

—A la velocidad del sonido te matarías antes de que saliéramos de aquí —cortó Geki, dedicando una mirada seria al empleado de la Fundación—. Con la mitad bastará.

 

***

 

Por segunda vez en aquella noche, los santos de Lobo y León Menor se vieron rodeados por un millar de cadáveres, solo que en esa ocasión habían alargado la batalla tanto como les era posible. En parte, porque Nachi había atacado a los soldados de uno en uno, pero sobre todo porque Ban se había limitado a recibir ataques, tantos que enseguida perdió la cuenta. En el último tercio del combate, la fuerza del enemigo creció, como alimentándose de la desesperación que cada soldado debía sentir al no poder herir a un solo hombre, pero de nada sirvió tal incremento.

Esa era la más poderosa técnica del santo de León Menor, Nemea. Dedicando hasta la última pizca de cosmos a la formación de una barrera semejante a una segunda piel, Ban se volvía, en la práctica, invulnerable, con el único costo de no poder moverse. Cada ataque, fuese un arma, un puñetazo e incluso una explosión o un relámpago, era absorbido por la barrera, que sumaba la energía del enemigo a la del propio Ban para que este pudiera reunir aun más poder del que podía generar por sí mismo. Un poder que más adelante podía liberar de una sola vez.

—Una perfecta combinación entre de defensa y ataque. ¿Quién necesita gas somnífero teniendo a un loco como tú de compañero?

Por respuesta, Ban gruñó. No quería malgastar energías hablando y tampoco había tiempo. Los cuerpos de los enemigos ya empezaban a levantarse entre aquella selva de lanzas, incluso antes de que terminaran de cerrarse las heridas.

A Nachi le pareció que habían vuelto a la vida, por llamarlo de algún modo, más rápido que la otra vez, pero sintió que no era el momento de hacer preguntas.

Todo ocurrió en un instante. Los soldados, como un solo cuerpo, se abalanzaron sobre Ban, quien no dudó un segundo en aprovechar tan valiosa oportunidad. Por su parte, Nachi corría en dirección contraria al enemigo, a una velocidad que ni él mismo creía poder alcanzar, lo bastante como para despedazar sin quererlo todo cuerpo con que chocara con él, insuficiente para dejar de sentir un calor abrasador en la espalda. 

La energía de Nemea, en parte de Ban, en parte del enemigo, se liberó en una explosión colosal. La mitad de la horda fue desintegrada en pleno ataque por el calor, mientras que la que la otra mitad fue despedazada por la onda expansiva, que hizo estremecer el cementerio entero. Incluso las aguas amarillentas que reptaban por la superficie fueron consumidas por aquella hecatombe, quedando solo el nauseabundo olor que desprendían impregnado en una nube de hongo que se elevó hasta tapar las estrellas.

 

No mucho después, Nachi regresó quejándose de la espalda chamuscada, callando solo en el momento en que vio el resultado de la explosión. Un cráter enorme, aunque no muy profundo, se extendía hasta donde alcanzaba la vista como la mitad de una luna llena, deteniéndose justo ante la lápida más alejada del cementerio. Nachi no pensaba dudar nunca más de que el camposanto estuviese bendito por Atenea.

De la horda de mil hombres no quedaba nada. Ni el agua apestosa, ni las lanzas, armaduras y escudos. Ni tan siquiera un trozo de carne o una gota de sangre. Todo había sido desintegrado. Salvo él, allí solo estaba Ban, sonriéndole. 

 

***

 

Durante un tiempo, Kiki había guardado silencio, observando los diversos frentes hasta que la victoria dejó de ser una posibilidad para él, tornándose en hecho. El invasor, fiel a su palabra, se mantuvo todo ese tiempo quieto y callado. Asumiendo que habría perdido el hilo de la conversación, Kiki decidió retomarla:

—Quien fundó este Santuario. Diestro guerrero, astuto estratega y sabio rey. Un hombre sin par en la era mitológica que incluso contó con la admiración de Atenea. ¿Debo creer que quien ha atacado el Santuario con un plan tan endeble es ese mismo hombre?

—Atenea —repitió Caronte, haciendo un gesto afirmativo—. La diosa de la guerra y de la sabiduría que aboga por un mundo en paz. ¿Estaría ella de acuerdo en que dilatarais este vano conflicto por una cuestión de orgullo?

—Espero que no estés insinuando que Atenea sacrificaría a uno de sus santos, no, a uno de los seres humanos que ha protegido desde la era mitológica, para salvar el cuello. ¿Quieres detener esta guerra? Entonces ríndete y detén a tus tropas ahora mismo, sin condiciones. Ya expresarás tus demandas al Sumo Sacerdote cuando…

Conforme Kiki hablaba, Caronte iba bajando los hombros, resignado. Incluso con la amenaza de las lanzas flotando tan cerca de él, giró la mano tres veces. Las aguas amarillentas que había en el lugar se retiraron de inmediato.

—¿Eso es un sí?

—Eso, Kiki del pueblo de Mu, es el río Aqueronte. De él provienen los hombres que tus compañeros enfrentan. Antiguos guardias del Santuario que jamás aceptaron la muerte y por tanto no pudieron cruzar el río. Fueron enviados como una distracción, no se suponía que tuvieran que matar a nadie, mas tus palabras me han abierto los ojos. Esta estrategia no funcionará, debo usar otra, ¿adivinas cuál?

Porque lo sabía, Kiki proyectó las seis lanzas contra el cuerpo del invasor. Ninguna se movió un milímetro, por mucha fuerza que Kiki les imprimiese.

—Yo no soy el hombre que fundó el Santuario —dijo Caronte, indiferente a los esfuerzos del pelirrojo—. Soy la razón por la que fue creado.

 

Notas del autor:

 

Quiero aprovechar este espacio para desear a todos mis lectores que pasen una feliz navidad. ¡Consideren este capítulo extra mi regalo por su apoyo!

 

¡Hasta el próximo lunes!


Editado por Rexomega, 24 diciembre 2019 - 19:15 .

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Publicado 23 diciembre 2019 - 20:48

¿En qué momento me salté el capítulo 5? ¿Cómo es que no lo leí? En fin, ración doble hoy entonces.

 

Me da pena el inicio del quinto, Rexo, mucha mucha pena. Frustración y rabia. ¿Nos estás diciendo que de 500 soldados no había un solo zurdo? ¿Qué clase de representatividad es esa? ¿Estás discriminando a los zurdos? ¿O es solo para que se vean bien y simétricos? No se, me siento ofendido, como diestro que soy. ¿Hm? Sí, soy diestro. Casi. En fin, también parecen molestarse Ban y en mayor medida Nachi, que están jugando a los bolos con los espectruchos, reduciéndolos tan rápido que mis matemáticas me obligan a agregarle un cero al 500 anterior. Lo genial es verlos en acción, y más cuando León Menor y Lobo son los protagonistas de la primera batalla de esta historia. O masacre, más bien. De dos contra cientos miles.

 

El detalle de los 42 dientes me encantó, así como el foco en diferenciar a ambos contrincantes. A Nachi le gusta luchar, es pequeño, ágil, escurridizo e independiente; Ban claramente no tiene respeto por los que barren en el Santuario. Me gustan ambos. ¿Quién lo diría? Por cierto, acabo de leer que luego sí son miles de oponentes en lugar de 500, por si es una pequeña incoherencia. Eso no quita que estás mostrando una batalla a gran escala, con pequeños protagonistas, sí, pero también destacados soldados rasos secundarios. Todos luchando contra hordas de enemigos por la voluntad de Atena. Me gusta mucho eso, le da un sentido amplio al término "ejército ateniendose", o un sentido punto.

 

Lección para diferenciar a Ban y Geki: a uno le haces un bruto que se tira sin pensar contra hordas de enemigo, destruyendo todo a su paso; al otro, haces que ni le interese, es solo caminar pisando hormigas o espantando moscas. Muy bien ahí. A diferencia de Ban y Nachi, que son más de ir al ataque y moverse y luchar y luchar, Geki me resulta más intimidante. Es como una montaña que avanza lentamente, y si no te mueves pues te pasa por encima y ya. Por cierto, ¿puedes comentar sobre lo que le ocurrió a Ban contra la Ilusión fantasma que ya se había mencionado antes, o es spoiler? Pero, en fin... lástima que esté siendo en vano esa capacidad de los cuatro de Bronce (¿es la otra June? Imagino que sí. Se le solicita a Ichi que se presente al estrado), porque los zombies hacen trampa. SIEMPRE hacen trampa.

 

¡Jaki! Otro pobre olvidado de TOEI regresa. Ojalá no se tope con el Águila en esta, porque creo que a ella todavía le molesta que TOEI la tratara cual peón cualquiera.

 

 

 

Vamos al sexto. Me sigue dando miedo esa aura oscura y tenebrosa alrededor de la cosa del pantano esa. Es como el Night King, pero se ve bien hecho y habla. Casi. No ha utilizado la gran y antigua estrategia de los inmortales que se potencian cuando estiran la pata: mata a tus propios hombres cien veces; luego, serán más fuertes que Thanatos :D

¿Y estos Leo y Sagitario? ¿Será solo un detalle sin importancia? De Rexo siempre me espero lo contrario.

—Solo que el cosmos es un poder de lo más conveniente.  Oh, vaya que sí xD

Desde luego, tenía mejor color que los soldados que atacaban el Santuario. Caucásico  That's racist.

¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH, de aquí es de donde salieron los famosos Astra Planeta que tomó prestados Killcrom!!! Ya era hora, ¡un gusto, señor Caronte original! El misterio ardiente se revela al fin. Tranquilo, que no spoilearé nada en este tema de los AP, que recuerdo muy bien, pero me alegra mucho conocer a los originales.

 

¡Momento! ¿Jaki es el más alto de los últimos veinte años? ¿Medir tres metros es así de usual? xD

(Oh, dr. Asamori, cuanto tiempo)

Por cierto, ¡me encanta Nemea! Para una técnica de un tipo muy, pero muy ofensivo, resulta genial ver algo defensivo. Más cuando, de hecho, estos tipos ni siquiera tenían más de una técnica, y qué decir de una defensiva (entre los Bronces, solo Shun contaba con una) Muy buen detalle, me gusta, me gusta.

In+super+mario+bros+3+with+the+tanooki+p

Es más creativo que el 90% de las técnicas de Shiryu.

 

 

Rexo, que pases unas felices fiestas. Si esperabas que me dehara hypeado este Caronte (que creo que recuerdo vagamente como cameo en la historia de Killcrom, como un tipo muy taciturno que se quedaba al fondo.. ¿o era otro?), la razón de que el Santuario se fundara... pues me parecería ilógico que alguien no lo hiciera. Gran capítulo y no puedo dejar de esperar por el siguiente.

 

Saludos


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