Listo. Ya pasaron dos sema...
No, no otra vez con el mismo texto introductorio. Si así planeas recibirlos cada vez, pues podrías trabajartelo un poquito más como Placebo... Despues de todo, este es recién el inicio del viaje.
Pasando a los comentarios del capítulo anterior.
@Girl:
- No estaría mal decir que desde que Mizael es el jefe de cocina del comedor público del Santuario, hay una mayor calidad y porción en los platillos a degustar. Todo por el módico precio de 0 euros.
- Aruf está realizando una gran labor social, eso tenlo por seguro :ninja: Alguno de entre los otros 87 caballeros debía tener un sentimiento de no odio hacia Miare, así que es una "coincidencia" que recayera sobre otro Santo Dorado.
@T-800:
- El Patriarca como uno de los pocos de la vieja generación, el repoblador del Santuario, debía recibir cariño de aquellos a los que abrió las puertas.
@Felipe:
- No me voy a cambiar el nombre a Sagen of Athena ¬¬ Al menos no aún... Me costó mucho elegirlo...
- Pobre Nereida, Felipe... ¿Tanto odio hacia los hielines? Pobre Nere... en serio... Aunque bueno, te gustó y eso ya es algo bueno :D
He de admitir que el capítulo de Miare fue uno de los últimos que escribí y no sabía que rumbo darle... Pero me alegra que les haya gustado. Fue una agradable sorpresa.
ARCO DEL DÍA PRIMO
VIII – Cyan. Una vieja conocida.
“…Si el cuerpo del músico es su instrumento, su alma es su música. Aquella con la que puede transmitir lo que siente y de qué forma lo siente…”
Una sombra de mi pasado se encontraba frente a mí. Trataba de comprender el porqué estaba ahí, pero supuse que en la larga conversación que mi maestra tuvo con ella descubrió algo. Por supuesto no me dijo nada y tan solo me ordenó quedarme aquí con ella.
¿Quedarme con ella? Estaba seguro que Loke, quien se creía un galán de telenovela, no estaba contento con dicha proposición, pero si mi maestra Nadeko, la comandante de nuestro grupo lo ordenaba, él no tenía derecho a refutar, por suerte. Él no tiene vela en este entierro.
—Violet, ¿cuánto tiempo, no? —Dije tratando de entablar una conversación.
—Así es, Cyan, me lo debes. Nueve años, quince días y trece horas. Pero, ¿quién los cuenta? Ah, quizá deba agregar también, treinta y dos minutos y, con segundos, veintiún, veintidós, veintitrés… Y sigue corriendo. Quiero mi tiempo devuelta.
—Sigues siendo manipuladora como cuando éramos niños, ¿no Violet?
—Basta de charlas. Los dos sabemos que solo uno saldrá de aquí y se reunirá con los demás… Ya sea para advertirles o para asesinarles…
Ella no bromeaba. Una de sus características, que recordaba claramente y esperaba no la cambiase en estos casi diez años, era que cada vez que decía algo serio, propiamente dicho, no desviaba la mirada de un punto fijo. En este caso aquel punto se encontraba en mi rostro.
Volvió a coger su lira, la cual había dejado enganchada a la falda de su rojiza armadura. Concentró su cosmos nuevamente y todas y cada una de las siete cuerdas que en algún momento estuviesen sujetadas en la lira, se desprendieron y parecieron cobrar vida propia, como si de serpientes se tratase.
—No quise mostrarle mi verdadero poder a Nadeko, pues aunque le odie, dentro de mí aún queda algo de gratitud hacia ella. Prepárate Cyan. Recibirás el castigo divino por parte mía. ¡Nanahebi Symphony!
Cada una de las cuerdas tomo un rumbo diferente y trataban de apresarme. Las siete atacaban desde una dirección distinta. Creo que eran imposibles de eludir sin dejar que siquiera una lograse acertar su ataque. Y eso fue lo que pasó. Di un salto hacia la izquierda y evadí el Do. Me agaché y esquivé el Re. Un giro y apenas me arañó el Mi. El Fa y el Sol se dirigieron hacia mí sin una forma de atacar definida —o al menos yo no la pude definir en ese instante—, una rozó mi cuello y la otra me hirió la mejilla. Tanto el La como el Sí, destrozaron la hombrera derecha de mi armadura.
—Cómo es posible que puedas manejar de tal forma tu cosmos si de seguro ni siquiera sabías que existía —comenté esperando que me oyera. Con mi mano palpaba la hombrera que acababa de hacerse pedazos.
—Loki es un dios generoso, ¿no crees? Orquestó todo para nuestro reencuentro, Cyan. Es hora de que mueras —Una sonrisa sádica se formó en su rostro. Definitivamente ya no era aquella quien conocía.
Se recogió el cabello de un mechón que colgaba sobre su frente y lo peinó de tal forma que quedase detrás de su oreja. Quizá aquella inocencia por la que se caracterizaba hace algunos años había desaparecido, pero una particular delicadeza era demostrada en muchas de sus acciones.
—Cyan, ¿por qué te resistes a caer ante mí? —preguntó extrañada, aunque no tanto como yo al ver su reacción.
—Violet, no caeré en este lugar, mucho menos frente a ti. Soy un Santo de Athena y como tal, mi deber es proteger a la humanidad por encargo de ella. Entiéndelo, por favor.
—Humpf… ¿Cuántos años tiene aquella niñata a la que llamas diosa? ¿Trece? ¿Doce?...
—En realidad tiene quince… —murmuré, al parecer no me escuchó.
—Bueno, sea como sea, ¿la prefieres a ella antes que a mí? De eso depende tu vida Cyan —me desconcentré un momento y al siguiente, la cuerda La de su lira envolvió mi cuello. En aquel momento podría haberme decapitado con solo tocar un par de notas, pero no lo hizo —. ¿Tu respuesta, querido amigo?
Por supuesto que no iba a mentir, puesto que Athena fue quien prendió una luz en mi camino y me motivó a ser alguien como mi maestra. Pero tampoco soy tonto como para dejar que me matase alguien con nulo entendimiento sobre el cosmos y sus derivados.
Mientras ella no prestaba atención al entorno, toqué mi lira. La ocultaba detrás de mí y además por las fuertes corrientes de aire ella no podía escuchar las notas. Con mi cosmos controlé las cuerdas para que cavasen a través de la nieve y llegasen a ella. No iba a amenazarle como ella estaba haciendo conmigo, únicamente la iba a apresar con mis cuerdas para que sus acciones se vean impedidas.
El plan salía bien. Las cuerdas eran tan finas y de un blanco tan pulcro que apenas se distinguían del blanco inmaculado de la nieve. Vi cómo se asomaban bajo sus botas las cuerdas de mi lira. Como si estas fuesen enredaderas, subieron alrededor de su cuerpo sin llamar su atención. Es más, nunca se percató de ellas hasta ser demasiado tarde.
—Demasiado tarde Cyan, ahora mue… ¡¿Pero qué?!
Las cuerdas envolvieron por completo el cuerpo de mi vieja amiga. Se formó una especie de capullo u ovillo de hilos alrededor de su cuerpo, apresándola y sin dejar opción a mover ninguna articulación —quizá el cuello y los tobillos, pero no son tan importantes en esta situación—. Lo único importante ahora es que tenía a un enemigo completamente neutralizado frente a mí.
—¡Que cruel eres Cyan! —Su tono de voz había pasado de ser el agresivo que hace un momento había usado, a uno berrinchudo y femenino.
Estaba dándole la espalda, ella no me observaba el rostro, pero quizá los dos sabíamos que estaba aliviado de que todo era una simple actuación. Todo el tiempo mis acciones se veían obligadas a contenerse, pues no quería hacerle daño. Ella a mí sí, pero eso no se cumplía en viceversa.
Rasgué una parte de la manga de mi polo y entonces me cubrí la herida que había recibido en el brazo al destrozarse mi armadura. Se veía algo penoso, lo sé, pero tenía que detener el flujo de sangre. Antes de colocármelo y emplearlo como una venda, sequé el rio de sangre que discurría desde mi cuello tras el ataque de Fa.
—¡Cyan! —decía haciendo un largo énfasis en el “a” y variando de tono de vez en cuando—. ¿Ya me vas a soltar? ¡Estas cosas aprietan mucho!
El cielo sobre nosotros ennegreció gracias a unas nubes oscuras que se acumularon y cubrieron por completo el firmamento. De ellas bajó un ser con una imagen extravagante. Una capa blanca como la nieve cubría su cuerpo, así como unas hombreras doradas y otra capa azul, vestida de una forma diferente a la blanca, usadas debajo de las hombreras. Su alborotado cabello era de un color guinda, un color muy raro. Sus ojos también poseían esa tonalidad. Podía vislumbrar una sonrisa curiosa y sádica bien posicionada en su rostro.
Extendió su mano hacia donde se encontraba Violet, y las cuerdas que le mantenían capturada terminaron siendo unos simples trozos de hilos dispersos a los alrededores de mi amiga. No entendía quién era, ni porqué tenía aquellas capacidades… ¿tan poco humanas? Tampoco es que el control de cosmos sea común en un humano, pero sus habilidades sobrepasaban mi comprensión.
—Levántate Nasch —dijo aquel misterioso ente.
Ella se colocó de pie —muy forzadamente, si puedo decir—. Parecía más una marioneta que un ser con conciencia. Estaba bajo sus órdenes. Si podía intuir, sin temor a equivocarme —y no me equivoqué al final—, era el enemigo a vencer. Él era Loki.
—Señor Loki, por favor, deme más tiempo. Aún puedo derrotarlo, solo deme más tiempo —imploraba Violet, con un tono de tristeza desesperada que me pasmó. Pudo haber llegado al punto de soltar unas cuantas lágrimas a cambio de que su líder aceptase lo que pedía.
—Nasch, no me has decepcionado —Usaba un tono altanero en su forma de expresarse, pero dudo que con toda esa confusión interna Violet lo hubiese notado.
—¿En serio mi señor? Gracias. Para que usted no gastase su tiempo en vano, en menos de treinta segundos asesinaré a este Santo de Plata para su pleno disfrute.
—Oh vaya, no me esperaba tal espectáculo, Slyther Nasch. Bah-rios me hubieran defraudado, pero veo que tú no. Sah-bemos bien que tú cumplirás con tu misión. Kha-da uno de nosotros tiene plena confianza en ti. Es hora de que te actives.
¿Es hora de que te actives? ¿Esas palabras no estaban fuera de lugar? No veía el contexto como para que se emplease esa oración. ¿Se habría equivocado al elegir las palabras? Dudo que Loki, el dios del engaño se equivocase frente a su súbdito y a uno de sus enemigos.
Con un chasquido de dedos, su presencia se desvaneció. Loki había desaparecido. Al parecer solo nos encontrábamos en la habitación Violet y yo. Ella había agachado levemente su cabeza. ¿O más bien debería decir que ella se había encorvado levemente? Sus brazos colgaban de ella cual péndulos. Era lo más similar a un zombi que vi en toda mi vida.
Se acercaba lentamente a mi paso a paso mientras yo le veía. Le perdí de vista por un momento. Argh.
Ella me asestó un fuerte puñetazo en la cara e hizo volar la tiara de mi armadura. Quebró un pedazo de ella el cual debía ubicarse sobre mi frente y partió en dos mitades la pieza. Su cosmos naranja estaba envolviendo su puño y notaba que por ello que eso había aumentado la potencia de su golpe. Aun así no me explicaba tal aumento radical de poder.
Parecía que ella estuviese inconsciente y su cuerpo se moviese únicamente por un control externo. Ella continuó atacándome con un frenesí de puñetazos del que no iba a salir bien parado si es que hubiese recibido siquiera uno o dos golpes. Tenía que esquivarlos, pero su velocidad ahora era tan similar, o superior, a la mía que no podía.
—¡Violet, reacciona! —exclamé en vano.
—Ella no te escucha, Cyan. Sé que hasta tú puedes notar que ella no está aquí. Al menos no sus pensamientos.
En las lejanías podía vislumbrar una sombra dorada que se acercaba a una velocidad increíble. Era mi maestra Nadeko. Ella se colocó frente a mí y utilizó una de sus técnicas. No era ofensiva, pues los dos teníamos un pacto no hablado que protegía a mi amiga. Era defensiva. La barrera transparente, bañada de las tonalidades áuricas nos cubrió a ambos de la lluvia de puñetazos de Violet. Ni aunque con ello hubiese destrozado mi armadura —la cual pertenecía al segundo rango más alto en el Santuario— le podía hacer rasguño alguno a la Crystal Wall de la Santa de Aries.
—Mientras nos mantengamos detrás del Crystall Wall no hay nada que temer. Respira Cyan, que la verdadera batalla ha comenzado —Comentó mi maestra mientras le propiciaba a su barrera el cosmos necesario para que no cediese.
—¿Verdadera batalla, maestra?
—Supongo que esto nos lo explicará luego Violet, pero quizá te pueda decir algunos aspectos generales. Ella es una sirviente de Loki, y como tal, nunca nos hemos a enfrentado a súbditos de su lealtad, por ello en el Santuario no existe un registro así, que yo sepa. Supongo que esta… ejem… armadura, no es de su pertenencia. Si tan solo quisiera haber asesinado a Athena, más de una generación de Santos habría reaccionado o siquiera le hubiese mencionado, pero nada… Por supuesto, esa armadura es tan bella que no parece haber sido creada con el único propósito de ser un guarda polvos…
Y ahí se iba toda la seriedad que mi maestra podría haber pronunciado. Ella tenía una obsesión insana por estos trozos de metal, inimaginablemente impregnados de vida. Pero si sus deducciones eran ciertas, la armadura guardaba algún secreto para devolver a la normalidad a Violet.
—Cyan, escúchame con atención. No puedo garantizar ahora la vida de tu amiga. Eso no es una responsabilidad que penda sobre mí, sino sobre ella. Lo quiera o no, ella está gastando una cantidad inconmensurable de cosmos. Quizá su cuerpo no lo pueda resistir y… —Hizo una pausa—. Ya sabes lo que seguirá. Si actuamos, debe ser antes de que sea demasiado tarde.
—¿Qué es lo que sugiere maestra? —pregunté casi convencido de que poco podíamos hacer por ella.
—Si te soy sincera, ni yo misma lo sé. Lo único que probablemente funcione sea quitarle aquello. Si observas cuidadosamente en la parte del cinturón, muy cerca de donde debe encontrarse su ombligo, hay un pequeño, pero brillante, zafiro. Quizá ese sea el origen de su maldición.
—¿Y si fuese así?
—Si fuese así, es un avance importante, pues lo que deberíamos hacer sería simplemente destruirlo. Pero si es así, no creo que tan solo destruirlo sea la opción. Debemos extraerlo de su armadura y destruirlo para que nunca más suceda algo así. Si lo dejamos encajado puede que siga siendo el catalizador de nuestros problemas.
—Y para ello necesitamos acercarnos, ¿no es así?
—Sí. Dado que las cuerdas de tu lira no pueden hacer ese trabajo, lo único que nos queda es quitárselo en un “cara a cara”. Y para ello debemos impedir que mueva siquiera un músculo. Si fallamos en inmovilizarla, puede que nos cueste la vida como pudiste comprobarlo.
—Una última cosa maestra, ¿por qué volvió? —Pregunté con curiosidad.
—Para empezar nunca di un paso más allá del pasillo que continúa nuestro camino. ¿Fue un instinto? No lo creo. Quizá haya sido una responsabilidad mía como maestra —mencionó mientras sonreía.
Dentro de todo lo que se podía decir de mi maestra, que si era una tonta, que si no hacía nada bueno y demás burradas de ese estilo, hay algo que solo yo y mis demás compañeros de misiones sabíamos. Nadeko era una de las mejores maestras que se podían encontrar en el Santuario. Tan solo sería por su forma de ser, pero un prejuicio no debería nublar la verdad.
—Cyan, usaré la Crystall Prison. Pero te diré una cosa, debes usar tu lira para ejecutar la Starlight Sonata. No te diré que solo tienes una oportunidad. Solo te diré que si no crees conseguir detenerla con tu técnica experimental, retrocedas. Si mueres, ella también lo hará, así que motívate con aquello para que no te desconcentres de tu misión.
Hace algún momento ya había comprobado las nuevas capacidades de Violet, y por ello sabía qué era lo que nos esperaba si es que fallábamos. En cuanto la Crystall Wall se desvaneciese, debíamos de hacer todo con una celeridad increíble por mi bien, el de Nadeko y, por supuesto, el de Violet.