Genesis Ómnium
1. Prólogo
Trascendía. Abrió sus ojos, y se sorprendió. Se sintió ligero, y entonces vio que su cuerpo era traslúcido, y sus ropas blancas, de un blanco purísimo. Vio a su alrededor, y se maravilló. Todo era puro, como antes de su llegada. Un paisaje bellísimo y rebosante de luz, con bosques que se extendían más allá de la vista, fuentes de aguas prístinas y animales que no había visto nunca. Se volteó y vio edificaciones que llegaban a los cielos, pero cubiertas de plantas y cascadas. Estaba estupefacto. Y empezó a caminar. Los Elíseos. No. Un paraíso así era imposible que fuese creado con la fuerza de la muerte. No, era otra cosa. Y tan familiar a la vez. Sin embargo, todo era carente de vida, esa vida que se experimenta cuando verdaderamente se está vivo. El planeta se extendía más allá de lo posible. Pero algo le llamaba la atención. El pilar infinito que se extendía en el centro de todo. De allí surgía la existencia y la vida, pensó. No, eso no existía. ¿O sí? Se preguntaba. No distinguía realidad de falsedad. Pero entonces, dio la noche, y el paraíso se oscureció, dando paso a una infinidad de cuerpos celestes que se movían graciosamente por el firmamento. Era tan hermoso, pensaba. Si esto es el paraíso, Dios lo hizo muy bien, reflexionó. Un momento. ¿Dios? ¿Quién era Dios? ¿Dios había hecho eso? Las preguntas empezaron a rebosar su mente. Estaba ahora seguro de que él existía, que tenía un nombre, y que el que había construido tan hermosa utopía, sin hambre, sin odio, desigualdades, o resentimientos, donde no existía el mal. Recordaba quién, o qué había creado tan bello mundo. Lo sabían lo sabía. Lo iba a proclamar para que ese ser, o esa entidad se sintiera reconocida. Entonces tomó aliento y proclamó.
-¡Rey de reyes, alfa y omega, principio y fina-
Se vio interrumpido, y vio al cielo, vio como un astro carmesí que acompañaba a los demás, explotaba en todo su esplendor, comenzando una reacción infinita. El bellísimo cielo empezó a colapsar, destrozándolo todo. Estaba estupefacto. Entonces, el pilar infinito se empezó a derrumbar, mientras la tierra se derrumbaba a pedazos, y todo aquello que veía sucumbía a un sempiterno apocalipsis que destruía todo a su paso. Aquel valle en el que se hallaba se agrietaba, y las torres detrás de él caían sin remedio. Él entonces cayó al vacío también, fruto de la destrucción del todo, de ese bellísimo paraíso. Entonces, el astro carmesí, que seguía explotando cada vez a mayor escala, pasó a ser negro, y las tinieblas engulleron todo. Todo cesaba de existir, mientras que él no lograba ya dar con el nombre de aquel ser o ente. No sólo moriré. Cesaré de existir. Me volveré inexistencia, vacío y olvido, pensó. Mientras la oscuridad absoluta empezaba a acercársele, imploró a todo y a todos cuya existencia recordase. El espectáculo dantesco de destrucción lo había consumido todo, menos a él. Cerró los ojos, esperando encontrar en el silencio, sí es que aún existía, un último consuelo. Su cuerpo fue desapareciendo, hasta que su alma, buscando sobrevivir, era consciente de que esa oscuridad sempiterna era la única verdad. Solo quedaba esperar. Entonces, las tinieblas lo cubrieron todo, y solo tinieblas quedaron en ese paraíso. Cesó entonces de ser él, para convertirse en inexistencia.