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Editado por T-800, 05 enero 2019 - 15:51 .
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Publicado 18 enero 2017 - 16:27
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Editado por T-800, 05 enero 2019 - 15:51 .
Publicado 18 enero 2017 - 16:55
Editado por T-800, 05 enero 2019 - 15:51 .
Publicado 20 enero 2017 - 23:41
Fanfic:
EL LEGADO DE ATENA
Santo de Plata:
Kraz de Cuervo
Capitulo 21 (Fragmentos)
El cuervo gris
En Jamir no había mucho qué hacer. La custodia de la torre no le permitió recorrer los demás pisos de la misteriosa fortaleza ni siquiera para matar el tiempo.
Por el carácter de Ayaka, Kraz varias veces terminó ayudando en el aseo del taller y otras actividades hacendosas que bajo otras circunstancias no habría hecho.
Varios días han transcurrido desde que Kenai de Cáncer entró al mundo de los espíritus. El cuerpo del santo dorado no se había movido nada desde entonces, Kraz comenzaba a preocuparse por el retraso… pero él no tenía la habilidad para saber lo que estaba ocurriendo, no porque Kenai haya sido un mal maestro, sino porque fue decisión suya no aprender.
Kraz nunca ha estado interesado en conocer ese mundo que tantas malas experiencias le ha traído.
Desde su nacimiento ha causado infortunios a otros, sus padres murieron en un accidente por el camino cuando viajaron a Siria, siendo el único sobreviviente.
Huérfano desde muy pequeño, solía recibir ayuda de personas caritativas que le daban asilo al verse conmovidos por su apariencia, sin embargo a los pocos días terminaban por echarlo al decir que estaba maldito al traer enfermedades y desgracias a los que lo ayudaban.
Kraz vivió día y noche luchando de manera instintiva contra los espíritus que deseaban tomar control de su cuerpo, batallas de las que salía herido y por las que tenía numerosas cicatrices en la piel.
Fue creciendo en la soledad, viviendo en un capullo de miedo y desesperanza, yendo como vagabundo por el mundo hasta que la vida lo llevó a toparse con un buen samaritano que también viajaba sin rumbo.
Aunque Kraz intentó seguir por su cuenta, el amable hombre se las ingeniaba para permanecer a su lado. Pronto se dio cuenta que estando cerca de ese individuo los espíritus no lo molestaban… Nunca le preguntó su nombre y por ende él tampoco lo hizo.
Se acompañaron por unos días hasta llegar a Grecia, donde el hombre de sandalias humildes lo condujo al Santuario. Allí el viajero le aseguró que encontraría paz y utilidad a sus talentos. Nunca más lo volvió a ver.
Pero incluso en el Santuario se vio perturbado por las almas errantes, debiendo aislarse de todos hasta que un día el Santo de Cáncer llegó y sonriente le ofreció su amistad.
Kraz sujetó con cuidado la pequeña figura de madera que colgaba de su cuello. Los parajes grises y solitarios como Jamir solían ponerlo nostálgico, son la clase de sitios en los que de niño buscó refugiarse del rechazo o maltrato de los demás.
Regresó al interior de la torre, encontrando que la pequeña guardiana le había dejado un gran plato de comida.
Echó un vistazo a su antiguo maestro, al no ver cambios en él decidió sentarse a comer. Extrañaba la carne, Ayaka parecía tener una dieta vegetariana muy estricta que no podía criticar al ser un invitado en el lugar.
Comía tranquilamente el caldo de verduras cuando la jovencita bajó al primer piso, inspeccionando que los visitantes estuvieran bien.
— ¿No ha habido ningún cambio? —preguntó Ayaka, mirando fijamente a Kenai a lo lejos.
Kraz continuó cuchareando la sopa, comiéndola con agrado— En el mundo de los espíritus el tiempo pasa de formas diferentes. Para el señor Kenai pueden haber pasado minutos mientras que para nosotros horas o incluso días —explicó.
Ayaka buscó asimilar la respuesta— ¿De verdad pueden ver a los fantasmas? —cuestionó. El santo del Cuervo era más serio y centrado que Kenai, por lo que podía confiar en que él le respondería con sinceridad.
El santo asintió mientras masticaba.
— ¿Y cómo es? ¿Dan miedo? —preguntó al despertarle curiosidad.
— Yo no he visto muchos, sólo los he sentido. No soy tan habilidoso como el señor Kenai —admitió sin pena—. Algunos se muestran tal y como se veían en vida, aunque otros se manifiestan con las lesiones que fueron su causa de muerte…
— Debe ser muy interesante tener tal poder —comentó la chiquilla— Escuchar a aquellos que ya se fueron de este mundo.
El Santo del Cuervo sorbió un poco la sopa, pensando en que esa niña no tenía idea de lo que decía. Con gusto le regalaría su poder si pudiera.
Ayaka se levantó, yendo por dos grandes cubetas de madera que estaban en una esquina— Bueno, saldré por un momento. Se terminó el agua.
Kraz miró por la ventana, percatándose de que el sol caía por el horizonte— Es tarde, iré yo —se ofreció.
— Nada de eso, el estanque está muy bien escondido entre la cordillera, no lo encontrarías ni aunque te hiciera un mapa —aclaró—. Además tienes que hacer guardia, ¿qué pasaría si de pronto algo raro sucede con él? —refiriéndose al santo de Cáncer—. Yo no sabría qué hacer si se mete en problemas —extendió los dedos y las cubetas comenzaron a flotar en el aire—. Descuida, lo he hecho cientos de veces, Jamir es seguro —dijo despreocupada, haciendo uso de su telequinesis para mover las bandejas.
Kraz vio partir a la pequeña. Le angustiaba un poco dejarla ir sola, sea aprendiz del Maestro de Jamir o no seguía siendo una niña, merecía algo de preocupación.
Silbó pegando los dedos a su boca, recibiendo como respuesta el chillido de una de sus aves. Un cuervo entró por la ventana para posarse sobre su mano. Después de darle un pedazo de carne especial, Kraz le ordenó al ave vigilar a la niña, y ante cualquiera anomalía le informara de inmediato.
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Ayaka siempre ha sido una niña muy independiente. Desde que llegó a Jamir se dio cuenta que no estaba ahí para ser una molestia sino alguien de provecho.
Día a día atendía al Maestro Kiki, ayudándolo en sus tareas si lo requería, aprendiendo las artes secretas con las que se reparaban las cloths de los santos. Ella se molestaba mucho cuando Kenai le decía que actuaba como toda una esposa en vez de una alumna ya que le cocinaba, limpiaba, lavaba su ropa, entre otras cosas.
Arribó a la laguna sin ningún percance, utilizó su habilidad para sumergir los cubos dentro del agua sin algún esfuerzo físico.
Escondido entre la vasta cordillera, el estanque estaba rodeado por paredes rocosas, pero era muy hermoso el claro por el que a media noche se mostraba la luna en toda su blanca gloria.
Ayaka pensaba en la posibilidad de esperar hasta entonces para contemplar el paisaje cuando percibió una presencia no muy lejos de allí.
Le alarmó al ser cosmoenergías nada compatibles con las de los santos. Permaneció alerta, mirando fijamente hacia la entrada del lugar.
El sonido de una roca rodando por el suelo anunció el arribo de dos individuos. El crepúsculo los mantenía ensombrecidos, pero Ayaka notó las armaduras sobre sus cuerpos.
— ¡¿Q-quiénes son ustedes?! —la niña preguntó temerosa, siendo consciente de la agresividad que había en los cosmos de dichos hombres.
No recibió respuesta, las siluetas continuaron avanzando hacia ella de manera siniestra.
— ¡Respóndanme, o si no… sufrirán las consecuencias! —advirtió, alzando los pesados cubos de agua así como algunas rocas de buen tamaño.
Los invasores se detuvieron pero estaban lejos de sentirse intimidados, sonrieron de manera burlona esperando el siguiente movimiento.
Antes de que la jovencita actuara, la tomó por sorpresa el ser alzada por un tercer individuo que apareció a su espalda.
Un hombre la sujetó con fuerza por la ropa, levantándola a la altura de su rostro. Ayaka gritó y pataleó de manera incesante. Por el sobresalto todas las cosas flotantes cayeron pesadamente al suelo.
El sujeto la tomó por la barbilla, apartándole los cabellos de la frente para una mejor inspección. Sonrió malicioso al notar las marcas en la frente de la pequeña.
— En efecto, es una de ellos —dijo a sus compañeros.
—No perdamos el tiempo entonces —agregó un sujeto de cabello largo y oscuro—, acaba con ella de una vez que nuestra prioridad es el Maestro de Jamir.
Asustada por lo escuchado, Ayaka se aterrorizó todavía más al ver cómo es que el hombre rubio que la tenía prisionera formó una esfera de energía en su mano con la que planeaba asesinarla.
Antes de que el impacto ocurriera, la jovencita desapareció sin dejar rastro.
Al escuchar los sonoros chillidos de su cuervo mensajero, Kraz se precipitó a salir de la torre a toda velocidad, mas frenó cuando Ayaka apareciera delante de él prácticamente de la nada.
Desorientada y con cara de espanto, la niña corrió con los brazos extendidos hacia el santo— ¡Kraz!, ¡Kraz! —lo llamó asustada.
El Santo se arrodilló para recibirla. La lemuriana se aferró a él con un fuerte abrazo. Kraz intentó tranquilizarla al sentir cómo temblaba entre sus brazos y sollozaba sobre su hombro. Esperó unos segundos más para levantarle la cara — ¿Qué pasó? ¿Estás bien? —cuestionó preocupado.
Conmocionada, la pequeña respondió— ¡U-unos hombres, tres… ellos…! ¡Ellos aparecieron… quisieron lastimarme, querían matarme! ¡Dijeron que vienen a matar a mi maestro!
El santo plateado permaneció tranquilo, debía evitar que Ayaka entrara en pánico— Guarda la calma, lo importante es que lograste escapar para llegar hasta aquí.
— ¿Qué haremos? —deseó saber— ¡¿Qué haremos?!
Kraz no creía que el santo de Cáncer saldría de su meditación pronto. Tampoco podía sacarlo de ese trance o mover su cuerpo. No tenía otra opción más que encarar la situación.
—Yo me haré cargo —le explicó al limpiarle las lagrimas—, tú debes ocultarte. No dejaré que te hagan daño, ni a ti ni a Kenai, te doy mi palabra —quiso sonar optimista.
— ¡Pero son tres de ellos! ¿Podrás…?
— No es cuestión de que si podré o no, simplemente tengo qué hacerlo —le palpó los hombros para ponerse de pie—. Pase lo que pase no salgas de la torre. Y si llegara a pasarnos algo debes huir Ayaka, huye y alerta a tu maestro de lo que aquí pasó.
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Tres hombres corrían a toda prisa por la ruta montañosa sin notar como un solitario cuervo volaba sobre ellos. Se trataba de tres individuos que portaban armaduras ligeras similares a las de los santos de bronce ordinarios. Uno era un joven rubio y de armadura azul; el segundo tenía cabello del mismo color verdoso de su ropaje; y el tercero poseía una cabellera larga y negra como su armadura. Este último sujetaba una lanza en cuyo extremo el filo simulaba una media luna.
Ninguno de ellos pudo explicarse lo que sucedió con la sucia lemuriana, pero en todo caso decidieron apresurarse al temer que haya alertado ya a la persona que buscaban.
Los tres corrieron a toda prisa hacia la renombrada torre de Jamir, topándose con el escenario del frágil puente y el abismo. El trío se detuvo en seco al distinguir a un individuo al otro lado del risco.
Cada uno de ellos se preguntó si aquel sería el famoso maestro al que les ordenaron asesinar, sin embargo la distancia y el próximo ocaso dificultaban la visión.
Después de unos momentos en que nadie hizo o dijo algo, los asesinos se aventuraron a alzar la voz— ¡¿Acaso eres tú al que llaman Kiki, maestro herrero de Jamir?! —preguntó el de cabello rubio.
Adornado con el eco del precipicio recibieron una inmediata respuesta— Pierden su tiempo, la persona a la que buscan no se encuentra aquí —el guerrero plateado respondió, parado al otro extremo del inestable puente de roca—. No se quienes son, pero no tienen permitido pasar, les aconsejo que den media vuelta y olviden sus intenciones.
— ¡No tiene caso que quieras engañarnos —espetó el de melena verde—, hay una presencia muy grande proveniente en esa torre, debe ser él! —señalando el complejo— ¡¿Acaso es tan cobarde que no saldrá de su escondrijo?!
Kraz supo que no tenía caso intentar explicarles la situación, de un modo u otro tendría que pelear para proteger a sus compañeros. Ya intentaron herir a Ayaka, buscaban la sangre de Kiki, y Kenai se encontraba completamente indefenso, el Santo de Cáncer podría ser asesinado sin darse cuenta hasta que intentara en vano volver a su cuerpo.
No era una opción permitirles pasar a sujetos con cosmos tan peligrosos…
— A mi ver ustedes son los cobardes, atacar a una niña inocente y venir en grupo para acabar con una sola persona no es muy loable —se mofó—. No toleraré gente como ustedes merodeando por aquí, pero si insisten entonces vengan, si se atreven —desafío con una sonrisa burlona.
— Insolente… —murmuró el lancero, reprimiendo sus deseos por correr hacia él y degollarlo.
— ¡¿Crees que caeríamos en una trampa tan estúpida?! —gritó el rubio— ¡Podrías derribar el puente en cuanto intentáramos cruzar!
— Eso es lo que harían seres rastreros como ustedes, pero yo soy un santo de Atena. Aceptaré un duelo justo si es necesario para que se larguen de estas tierras —respondió, dando los primeros pasos por la estrecha vereda de piedra.
Los asesinos se sonrieron con complicidad antes de que el de cabello rubio se adelantara, concentró una energía amarillenta en su puño derecho para exclamar — ¡Ruge, tierra! —golpeando el suelo del que emergieron dos largas cuchillas que se desplazaron por la tierra como aletas de tiburón. El fulgor amarillo mermó la estructura del puente, haciéndose pedazos en pocos segundos, lanzando a Kraz al vacío.
— ¿Quién lo imaginaría? El infeliz tenía razón —celebró el de cabello verdoso.
— ¿Y ahora cómo se supone que cruzaremos? —reclamó el hombre de la lanza, mirando hacia el profundo abismo del que emergían puntas filosas.
— De eso puede encargarse Hiru ¿no es así? —el rubio inquirió despreocupado, confiando en que las habilidades de su compañero de armadura verde les serían de utilidad.
En ese momento escucharon un extraño sonido. Al mismo tiempo los tres asesinos miraron hacia el precipicio, viendo cómo de entre la brumosa oscuridad numerosas siluetas comenzaban a ascender.
Los chillidos y aleteos de los cuervos los ensordecieron por un momento. Una numerosa parvada aleteaba con fuerza en una nube negra de aves de rapiña. Cada ave tenía atada a su pata un hilo tenso que era sujetado por un hombre.
Los invasores quedaron impresionados al ver como el Santo de Atena salió del abismo utilizando a los cuervos.
Sujetando los hilos con las manos, Kraz se valió de su parvada para subir hasta el cielo. Decidió aprovechar el desconcierto momentáneo de los invasores para atacar.
A gran altura Kraz soltó las cuerdas, las aves negras chillaron casi al unísono al lanzarse en picada contra los tres guerreros.
La marejada oscura los envolvió rápidamente. Estaban desconcertados por el que los pájaros los atacaran de modo salvaje.
Manotearon de un lado a otro esperando poder espantarlos, pero las aves volaban con frenesí, creando un remolino confuso de plumas, chillidos, arañazos y picotazos.
Se cubrieron los ojos al ser los puntos que las aves más se empeñaban en atacar. Líneas de sangre se les marcaron en los brazos, muslos y caras.
Kraz cayó en picada imitando a sus feroces sirvientes, abriéndose paso entre ellos para plantar una fuerte golpe con los pies en el pecho del rubio, desquebrajándole el peto de la armadura azulada.
Aprovechando el impulso de su ataque dio una voltereta aérea para ir sobre el de pelo verde, propinándole una patada en la cabeza que le voló el casco.
Intentó irse sobre el lancero, pero frenó su intención al ver como el enemigo comenzó a girar su lanza a gran velocidad, creando un escudo circular contra el que los cuervos morían o se alejaban.
Al ver a los suyos amenazados, Kraz silbó, ordenando que retrocedieran.
Los cuervos se posaron por los alrededores, simulando una multitud sentadas en las altas gradas de un coliseo.
— Nunca imaginé que fueras un domador de cuervos —comentó el lancero, rematando a una de las aves agonizantes a sus pies—. Pero ese truco con los pajarracos no te volverá a servir.
— Pueden tomarlo como una advertencia —insistió el santo de plata.
— Es cierto que no nos advirtieron de la presencia de Santos Atenienses aquí en Jamir, pero esta es una oportunidad que debemos aprovechar —dijo el rubio al levantarse con cierta torpeza, resintiendo el malestar en el pecho.
— Concuerdo contigo, hermano —añadió el de armadura verde—. Un calentamiento de verdad para estos cuerpos.
Kraz se mantuvo tranquilo pese a estar rodeado por tres enemigos. Con extrema confianza aguardó a que ellos dieran el primer golpe.
El rubio se lanzó primero, seguido por los otros dos guerreros. La triada descargó feroces golpes contra el santo del Cuervo, sin embargo Kraz los bloqueaba o esquivaba con cierta anticipación.
El joven santo se mantuvo en el medio de sus enemigos sin permitirse caer en las tramposas maniobras con las que intentaban distraerlo por un flanco para alcanzarlo por otros.
Era como si tuviera ojos en la espalda, pero lo que los invasores desconocían es que Kraz era capaz de ver a través de los ojos de todos los cuervos esparcidos por el campo de batalla, así sería difícil que lo atacaran a traición.
Cansado de esquivar, Kraz arremetió con una patada circular en la que su talón golpeó las quijadas de sus oponentes, obligándolos a retroceder.
— Parece que eres más habilidoso de lo que quisimos imaginar —dijo el de la lanza, manteniendo la guardia en alto.
— Lamento no poder decir lo mismo sobre ustedes —respondió el santo seriamente.
— ¡Maldito! ¡¿Cómo osas burlarte de nosotros?! —se precipitó el rubio para emplear una vez más su técnica— ¡¡Tierra, ruge!!
Kraz eludió fácilmente la técnica que marcó un gran boquete en el suelo.
El de cabello verde se adelantó, extendiendo ambos brazos para gritar— ¡¡Maremoto, devasta!! —emergiendo un torbellino de agua horizontal que atrapó a Kraz, quien giró sin control dentro del torrente hasta que lo estamparon contra una pared rocosa.
El de cabello negro empleó su cosmos sobre la lanza para atacar consecutivamente — ¡¡Corte mortal!! —liberando una larga ráfaga cortante con forma de luna creciente.
El Santo del Cuervo rodó para evadir la técnica, pero en cuanto la energía chocó contra la pared provocó un estallido que alcanzó a lastimarlo.
Kraz salió expulsado muy cerca de la orilla del abismo, levantándose lo más rápido que le fue posible.
Notó el brillo de la lanza que casi le rebanó la barbilla, quitándose oportunamente. Estuvo a punto de perder el equilibrio cuando su pie tocó el borde del risco. Se vio acorralado por sus oponentes quienes reían como si ya hubieran ganado la batalla.
Como si de trillizos muy coordinados se tratara, volvieron a emplear sus potentes técnicas para acabarle.
Kraz silbó a los cuervos, provocando que varios de ellos reaccionaran de inmediato.
La detonación fue estruendosa, Ayaka se preocupó al sentir el fuerte ventarrón que entró por las ventanas. Pensó en Kraz, en lo difícil que debía ser para él enfrentar a tantos enemigos él sólo.
En su desesperación comenzó a llamar a su maestro de manera incesante, suplicándole que la escuchara, que regresara, que necesitaba de su ayuda.
Al trío de guerreros se le borró la sonrisa del rostro al percibir intacta la presencia del Santo de Atena. Entre el polvo levantado, comenzaron a ver un extraño capullo creado por plumas de fuego gris.
— ¡¿Pero qué es eso?! —bramó consternado uno de ellos.
Como respuesta el capullo se extendió, formando dos alas llameantes que nacían de los brazos del Santo del Cuervo. Con ellas Kraz batió el aire y el humo, empujando a los invasores de manera feroz contra las rocas.
Sin permitirles el recuperarse, Kraz se arrojó sobre ellos, golpeándolos con las alas espectrales. El aleteo de fuego destruyó por completo los ropajes de dos de ellos, mas al impactar contra la del lancero, éste absorbió la mayoría del daño.
Kraz guardó distancia al recibir un contraataque de la afilada lanza. El guerrero de ropaje negro se paró junto a sus compañeros abatidos, evitando cualquier intención del santo por darles el golpe de gracia.
— ¡Hiru! ¡Haru! ¡No es momento para permanecer en el suelo, de pie! —les gritó sin apartar la vista del enemigo.
Poco a poco sus compañeros lograron ponerse de pie con mucha dificultad — Setsu… maldito, parece que te tocó un mejor regalo que al resto de nosotros —comentó hilarante el rubio.
— No se fijen en pequeñeces… Si queremos permanecer en este mundo debemos cumplir con nuestra misión, ustedes vayan, yo me encargaré de él —pidió en voz apenas audible.
—Parece que tu ropaje es mucho más resistente de lo que tenía pensado —habló Kraz al verlos murmurar.
— Y no te equivocas, a diferencia de mis camaradas mi armadura es de un nivel superior. ¡No importa qué trucos utilices, no funcionarán contra mí! —espetó, girando la lanza para tomar una posición de ataque.
Kraz movió los brazos sin que el plumaje de fuego perdiera intensidad. Aguardó a que sus enemigos reiniciaran el combate, siendo el lancero el primero en entrar en acción.
El Santo del Cuervo se sorprendió al ver cómo la lanza de su oponente resistía los golpes de sus alas. Ambos quedaron atrapados en un intercambio de golpes en el que la más mínima distracción decidiría un vencedor.
En eso, el ateniense escuchó el sonido de agua correr. Vio por encima del hombro enemigo como los otros dos sujetos se valían de un tornado de agua para cruzar al otro lado del risco. Presuroso intentó abrirse camino, pero Setsu se abalanzó sobre él para impedírselo.
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Haru y Hiru miraron con desconcierto la torre antes de entrar. Había una gran presión espiritual en el entorno, algo que pudieron manejar a la perfección. Muy adentro del lugar notaron la presencia de la lemuriana así como la de un hombre que permanecía en estado de meditación. De él sentían una poderosa emanación de energía, la suficiente como para intimidarse, aunque gracias a sus sentidos se dieron cuenta de la verdadera situación.
Confiado, Haru se adelantó por la habitación, sabiendo que la mente de ese sujeto se encontraba muy lejos como para ser un problema. El guerrero rubio recubrió totalmente su brazo derecho con un aura amarillenta, el incremento de su fuerza rompió varias vasijas dentro del taller e hizo vibrar todo objeto.
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Kraz se permitió recibir uno de los golpes del enemigo sólo para separarse de él, saltando hacia el agujero. Con las alas espirituales logró volar por encima de abismo, su prioridad era proteger a sus camaradas.
Setsu no tenía manera de cruzar como todos los demás, pero al notar cómo el Santo del Cuervo fue descuidado al darle la espalda es que decidió aprovechar aquella oportunidad. Recargó su lanza con su aura violácea, transformándola en un relámpago.
Sin miramientos, Setsu arrojó el poderoso relámpago contra el domador de cuervos.
Por los chillidos de sus aves, Kraz logró volverse para ver con horror el proyectil violeta que lo golpeó.
El violento estallido desquebrajó su cloth de plata. Aturdido, el Santo del Cuervo perdió control sobre su posesión de objetos*, por lo cual las alas espirituales se dividieron en las decenas de cuervos que las formaban.
Con el cuerpo entumecido e incapaz de maniobrar, el santo creyó que sería su fin, pero al ver las numerosas cuerdas a su alrededor, así como los constantes aleteos y replicas de sus cuervos, entendió que ellos no lo dejarían morir de esa manera.
Con la poca fuerza que le quedaba logró sujetarse a las cuerdas. Los cuervos lograron llevarlo a tierra firme donde Kraz cayó temblando en agonía por las heridas.
Tosió escupiendo una gran cantidad de sangre, mas no podía echarse ahí a tomar un descanso. Reunió lo último de sus fuerzas para correr.
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El resplandor amarillo se dirigió contra el ausente Santo de Oro.
Con valentía, Ayaka se abrazó a Kenai en un inocente intento por protegerlo del peligro.
En el momento en que la sangre chispeara sobre la niña y al Santo Dorado, Kenai abrió los ojos sólo para ver cómo el brazo del enemigo emergía por la espalda de su discípulo.
Aun con el abdomen perforado, Kraz intentó hacer retroceder al asesino, pero el rubio lo golpeó en la cabeza, arrojándolo al suelo para rematarle.
— ¡¡Nooo!! ¡¡Kraz!! —lloró la lemuriana.
Antes de que ese brazo volviera a tocar al Santo del Cuervo, explotó tras un destello dorado que iluminó la habitación.
El rubio permaneció en shock al ver cómo su extremidad fue desmembrada en un parpadeo. Gritó adolorido mientras su compañero veía horrorizado los pedazos calcinados de sangre y hueso en el piso. Ambos sintieron como el ambiente se volvió helado y sombrío, una fuerte presión los empujó contra el muro más próximo, siendo expulsados hacia el exterior de la torre.
Ayaka se sobresaltó al sentir las manos de Kenai apartándola. El Santo Dorado se levantó sin dirigirle una palabra a la niña quien lo miraba con cierto recelo. Era la primera vez que veía un rostro como ese en Kenai...
El Santo de Cáncer avanzó hacia su discípulo quien se encontraba bocabajo sobre un charco de sangre. Al momento de girarlo, alcanzó a ver un último brillo de vida en sus ojos azules antes de fallecer. Kenai se atragantó un momento mientras que Ayaka sollozaba con temor a acercarse.
Kenai le cerró los ojos con solemnidad. Tomó con cuidado el águila de madera que colgaba del cuello de su pupilo para después ponerse de pie, dispuesto a confrontar a los asesinos
Ayaka le gritó desconcertada — ¡Kenai, t-tu cloth...! —al ver la caja de oro sellada.
— No la necesito para acabar con esas escorias… —musitó con frialdad al salir de la torre.
Haru se retorcía en el piso sujetando el muñón sangrante. Hiru apenas pudo ponerse de rodillas para cuando el Santo de Cáncer apareció frente a ellos.
La carencia de una llamativa cloth no les permitía reconocerlo como un Santo de Atena, pero aún así estaban aterrorizados por la energía que fluía de él.
Kenai los contemplaba con los ojos de un eficaz verdugo que no albergaba piedad por nada ni por nadie. Con el rostro ensombrecido, el color de sus ojos cobró un intenso matiz rojizo que simularon los de una criatura salida de las fosas del Tártaro.
— ¡Tú…! ¡¿Q-quién eres?! —se atrevió a preguntar el de cabellera verde, notando cómo las aves de rapiña comenzaban a amontonarse por los alrededores.
— Han matado a un cuervo —Kenai dijo con apatía—… ¿Acaso conocen la penitencia de tal acción? —inquirió amenazante.
Los hombres observaban con desconcierto como es que más y más aves negras llegaban al lugar.
— Yo creo que no, pero se los diré gustoso —el Santo sonrió con malignidad, mostrándoles la figura de madera en su mano—. Sus almas putrefactas marcharán directamente al infierno donde cientos de cuervos se alimentarán de ellas por toda la eternidad.
Los tatuajes marcados en su cara comenzaron a desprender un leve fulgor azul con el que atrajo a la parvada. En sus manos se creó una bruma acuosa que revoloteaba como almas alrededor de un núcleo luminoso. Kenai alzó la mano izquierda hacia el cielo y cada una de las aves se zambutió dentro de la espectral neblina.
— Posesión de objetos…— masculló para sí segundos antes de chocar sus palmas una contra la otra.
Haru y Hiru casi fueron lanzados hacia el abismo por la fiera onda de choque. Por tal demostración de poder ambos comprendieron a lo que se enfrentaban y más terror conmocionó sus corazones.
El remolino se disipó de inmediato, dejándoles ver al Santo de Cáncer sujetando una portentosa guadaña que lo superaba en altura. El largo bastón estaba formado por los huesos de una columna vertebral, decorado por algunos adornos de plumas muy característicos de su tribu; coronando el arma se encontraba el cráneo de un cuervo gigantesco del que salía un largo y ancho filo que parecía ser capaz de cortar cualquier cosa…
La guadaña desprendió un brillo dorado muy intenso, cegando a los dos individuos que gritaron horrorizados.
Invadido por la ira, Kenai comenzó a cortarles miembro por miembro sin ninguna clase de clemencia.
FIN DEL CAPITULO 21
Editado por Seph_girl, 21 enero 2017 - 00:04 .
Publicado 21 enero 2017 - 00:08
Buenas, el fanfic que utilizaré es:
"Saint Effect": El Regreso de Zeus
Segunda parte de la trilogía "Saint Effect", parodia bélica sin sentido.
El personaje utilizado será:
Albiore de Cefeo
El capítulo es el siguiente:
Fanfic parodia: "Saint Effect"
Parte 1: La Misión Suicida Parte 2: El Regreso de Zeus
Parte 3: El Capítulo Final (Aún no escrito)
Publicado 26 enero 2017 - 19:44
Fanfic: La condenación de los caballeros de Athena
Personaje: Surt de Altar.
CAPITULO 14.- LA ESENCIA DE UN OFRENDA
1.-Los Escuderos del santuario
Un sagrado caballero de Athena siempre debe estar listo para el combate. Sin embargo, dentro de la orden existen santos con funciones fuera de lo común, aquellos se dedican solo a tareas específicas de lo que representa la constelación de su armadura, ese era el caso de Surt de Ara, caballero de la constelación de Altar. Ahora se veía frente a un centenar de hombres de ropajes oscuros, todos ellos por el contrario habían recibido un entrenamiento de guerrero combativo, pero su mal corazón hizo que fueran desterrados del santuario a una remota isla donde estando en prisión sus condiciones aumentaran más de lo normal de lo que habían entrenado, se podría decir que si se adiestraron para ser santos de bronce, después de que fueron desterrados, irónicamente recibieron un adoctrinamiento para caballeros plateados al tratar de sobrevivir a la isla que se consideraba un infierno en la tierra.
—Esas corazas oscuras, son idénticos a la armadura del fénix —dijo Surt fijándose en los caballeros negros.
—Somos las sombras del fénix, hemos venido aquí porque sentimos su cosmos. Sin embargo hay algo que nos está irritando con mucha curiosidad —contestó el más alto del grupo dando un paso adelante —. ¿Por qué podemos sentir el cosmos de nuestro líder dentro ti?
No hubo respuesta y el silencio pareció enfadarlos al ver que fruncieron el ceño. Mientras que en la cabeza del plateado, algo de nerviosismo se podría sentir, después de todo, lo habían rastreado porque traía la espada imperial y sacar conclusiones no le tomo mucho tiempo para darse cuenta que ahora portaba algo del cosmos del caballero exiliado después de que el arma se le introducirá por dentro. No obstante, cuando el santo pareció retroceder fue sorprendido por un impetuoso ataque.
—¡Esta es la fuerza de los aspirantes caídos! —exclamó Surt. Al sentir una estampida de rayos de energía oscuros que le llovían como cientos de dagas filosas.
—¡Al llamarnos caídos, en vez de condenados solo acrecienta nuestra furia! —vociferó el santo negro que estaba al frente del batallón.
—Es inútil caballero, aunque seas un santo de plata. Pelear con tantos de nosotros es imposible —musitó otro entre la multitud, mientras el joven plateado caía al suelo.
—Yo Surt de Altar, soy un caballero de Athena. Discípulo de Edward de Aries, no puedo morir aquí —les respondió poniéndose de pie con dificultad.
—Aries… Jajaja… —hizo una pausa al mirarlo fijamente, viendo que era un joven de delgadas facciones, finos cabellos marrones, los cuales se extendía en una pequeña coleta que traía hasta la cintura, de tez blanca y delicada, no parecía tener el aspecto de un guerrero con su típica piel tosca y con cicatrices—. Ahora recuerdo, Edward de Aries antiguamente era el santo de bronce de Cincel, formaba parte entre los pocos caballeros que existen en la orden con funciones secundarias como la reparación de armaduras. Por eso eres tan débil, si fuiste entrenado por alguien que nunca fue un guerrero.
—¡¿Cómo te atreves?! —se exaltó el muchacho plateado. Cuando intentó golpearlo, pero fue tumbado nuevamente al suelo por una descarga de energía que vino desde atrás.
—¡Maldice tu destino por ser descendiente de la escoria más inútil del santuario!
—No permitiré que nos humillen de esta forma, a nosotros los caballeros con funciones auxiliares nos llaman, los escuderos del santuario, y nos discriminan. Ya es suficiente para encima soportar que nuestros propios enemigos nos marginen —les recriminó Surt, levantándose con frustración.
—¿Qué puede saber tu de discriminación? —le devolvió la pregunta él que parecía ser el líder del escuadrón—. A nosotros nos trataron de segregar por ser los talentosos y pensar diferente.
—¿Qué dices?
—Hemos venido porque sentimos el llamado de nuestro rey, el héroe del que nos inspiro para rebelarnos. Si le entréganos la cabeza de un santo de Athena, se complacerá con nuestra ofrenda, aunque sea la de un miserable granuja como tú —le explicaba el líder.
—¡Malditos!
—¡Siente nuestra irá! —gritó el santo de las tinieblas.
Entonces dio un gran puñetazo extendido del que disparó un gran rayo cósmico de color morado que le impactó en el pecho a Surt, hasta arrastrarlo varios metros atrás y llegar a embestirlo contra unos rocosos muros. Pero en lo más profundo de su ser, el joven plateado sentía impotencia, mientras una vaga memoria le volvía a le mente, una que trajo mucha nostalgia en la situación en la que se encontraba.
Un joven santo de plata de largos y finos mechones marrones de piel rozada estaba recorriendo una zona alejada del santuario de Athena. Cuando un grupo de tres caballeros le salieron al frente.
—Miren que tenemos aquí. Tú debes ser el nuevo entre los escuderos del santuario —dijo un santo de armadura gris y facciones musculosas con una abundante melena rubia grisácea—. Permíteme presentarme, soy Lucius el poderoso Can Mayor.
—¿Can Mayor? —Sonrió el joven altar—. Entonces son plateados igual que yo.
El muchacho intento ser amable al estirar el brazo para saludarlos, pero los otros tres lo miraron extrañados por un instante, y le dejaron con el brazo extendido, colocándose a reír a carcajadas.
—¿Qué no sabes cuál es tu misión?
—Por supuesto que sí, estoy a cargo de que se ofrezcan los mejores sacrificios al santuario con el fin de agradar a nuestra diosa y su regreso sea pronto —respondió humildemente—. Pero también soy el que se encarga de purificar a nuestros muertos para que tengan un viaje placentero al otro mundo.
—En resumen solo eres un escudero con funciones inservibles —agregó el santo de Can Mayor.
—Eso no es cierto, si los dos somos caballeros de plata.
—Por qué no peleamos, entonces comprenderás la diferencia —le propuso el santo de melena grisácea—. ¡Estás listo!... ¡Aquí voy!.. ¡Recibe los colmillos del Can Mayor!
—¿Qué, pelear entre nosotros?
—Toma esto…
¡Rōgafūfūken!
“Golpe de Colmillos del Lobo”
Surt no pudo ver venir el ataque y fue abatido en una serie de puñetazos y patadas con movimientos que simulaban a las garras de un lobo salvaje. Terminando con todo su cuerpo con múltiples arañazos y con su torso entumecido, quedando sentado en el suelo viendo borroso por unos momentos.
—Los caballeros de plata somos capaces de triplicar o multiplicar enormemente la velocidad de los santos de bronce, dime. ¿Acaso puedes hacerlo?
—Es muy fuerte para mí —musitó Surt mientras estaba en el suelo arrastrándose.
—Aquí va de nuevo…
¡Rōgafūfūken!
“Golpe de Colmillos del Lobo”
Lucius se aproximaba a toda velocidad tomando el aura de un lobo, para golpearlo con su puño con forma de garra de un licántropo cuando alguien le detuvo a centímetros de que alcanzara a tocar a Surt.
—¿Qué crees que haces? —dijo un santo de oscura armadura purpura con menos protección que Surt o Lucius—. Sabes muy bien que los enfrentamientos fuera de los entrenamientos están prohibidos, tendré que reportarlo al patriarca.
—¡Enoc de Escultor! —exclamaron los demás que estaban mirando el espectáculo.
—No seas tan recto Enoc, solo estábamos jugando con el nuevo para que sepa las reglas —respondió Lucius quitando su brazo del agarre del santo de Escultor.
—Yo soy quien les recuerda las leyes del santuario como el escriba que soy y se perfectamente que esto es un abuso, vete de una vez
Lucios, que no tenias una misión que te encomendó el papa.
Mientras el joven de altar se ponía de pie lentamente estaba pensando cómo le hizo para detener el puño de Lucius en el clímax de su técnica si es solo un santo bronce.
—Vámonos de aquí, muchachos. Tenemos una verdadera encomienda a diferencia de vosotros los escuderos de apoyo —dijo el santo de
Can Mayor al momento de dar la vuelta.
Entonces el trio desagradable se marchó, entretanto Enoc estiro un brazo para ayudar al desvalido principiante de los caballeros de plata a ponerse de pie.
—Tú debes ser Surt de Altar, el discípulo de Edward. Nosotros empezamos a entrenar a la misma edad para convertirnos en santos de bronce. Aunque claro el ya no sigue siéndolo —dijo Enoc sonriendo—. Así que eso me hace el caballero de bronce más viejo.
—¿Cómo sabes quién soy?
—Mis funciones se adhieren a conocer y guardar registros, por lo que he visto todos los diseños de las armaduras del santuario.
—Baya no me lo imaginaba, que misión tiene Lucius y por qué se comportaba de esa manera.
—Nosotros los caballeros con funciones diferentes como tú o yo. Siempre nos han visto como santos auxiliadores o de apoyo, que no son para la batalla. Mientras que la gran mayoría como Lucios se encarga de la ofensiva, nos consideran inferiores aunque algunos tengamos el mismo rango.
—Ya veo, eso explica porque son tan presumidos.
—No les hagas caso, menos a Lucius si te diste cuenta. Nombro a su ataque los Colmillos del Lobo, porque antes era el santo de bronce de Lupus. Solo se ha encargado de seguir potenciando sus técnicas originales y no buscar las verdaderas del Can Mayor.
—¿Y donde se dirigían ahora?
—Van a buscar un buen sacrificio entre los que fueron desterrados sin conseguir un cloth. El patriarca ha dicho que quiere darles un escarmiento por si intenta sublevarse de nuevo, últimamente hay mucha hostilidad entre los aspirantes desterrados.
—La mejor forma de rendir un sacrificio humano es muriendo en batalla eso aprendí como santo de altar.
—Díselo al papa, el lo ha ordeno yo también lo encuentro abusivo solo conseguirán provocarlos más de lo que ya están.
—Eso significa que tendré que embalsamar a uno de ellos muy pronto.
Esa fue la primera vez que Surt había escuchado acerca de la gran distinción que había en el santuario. Sin embargo ahora por primera vez, tendría que pelear como todo un guerrero y pondría a prueba sus propias habilidades que había preparado, pero como toda primera vez, dudaba en ejercer.
—Creo que ya murió, cortémosle le cabeza —dijo el caballero oscuro que le había propinado el golpe mortal, mientras caminaba acercándose.
Entonces el muchacho de armadura blanca y cabellos marrones, se puso de pie firmemente y encendió su cosmos de golpe.
—¡Space Gate! —
“Puerta Espacial”
De su joya que tenia incrustada en la parte superior en el pecho, arriba de su abdomen empezó a relucir con un brillo purpura y un círculo plano se visualizo por su sombra. El joven plateado tomo ese pequeño círculo transparente y lo arrojó contra el caballero negro, justo cuando este intento golpearlo, terminó metiendo su brazo dentro del agujero cósmico que hizo desaparecer el resto de la extremidad del otro lado hasta que empezó a succionarlo hacia el interior.
Entonces desapareció sin que los demás entendieran que había sucedido, unos diez se enfadaron y se lanzaron iracundos contra Surt, quien volvió a succionarlos con pequeños círculos cósmicos que se amplificaban cuando los tocaban y se los tragaba literalmente. Al ver las caras anonadadas de las sombras del fénix, esta vez arrojó los círculos por encima de los demás y dejo caer a los que habían sido succionados, cayendo como un pesado bulto que los hizo desordenar sus filas.
—¡Maldito caballero altar! —exclamó enérgicamente el soldado líder, quien se puso de pie adoptando una posición ofensiva—. Te enseñare porque soy el líder de las sombras del fénix. La razón es que soy el único que logro replicar su glorioso aletazo que todo lo destruye.
—Imposible podrá liberar una técnica de tal magnitud —cuestionó el escudero de plata, poniéndose en posición de defensa.
—¡Ankoku Hō Yoku Tenshō! —
“Las alas Maléficas del fénix suben al cielo”
En un baile de maniobras de brazos, el santo negro choca sus puños extendidos, liberando un torrente ígneo que simulaba la embestida de un fénix oscuro como el ébano, avanzando en un tornado de tinieblas ardientes. El cual parecía tan destructiva a simple vista hasta que es contenido por el caballero de altar, quien con el poder de su joya del pecho, logra succionar el ataque hacia su interior.
―¿Cómo es posible?... También logro trasladar mi aletazo del fénix negro a otra dirección.
―Comparado con el aletazo del fénix original, el tuyo no es más que imitación de segunda categoría.
El joven de altar quiso aprovechar para rematarlos, pero en ese instante tres plumas anaranjadas, perforaron su joya del pecho como afiladas dagas. Volviendo inútil la habilidad secreta de la cloth de Ara. Entonces el escudero dirigió la mirada hacia la dirección de donde había recibido esas plumas para ver que alguien había llegado, el caballero de bronce exiliado del Cáucaso.
2.-El valor de un sacrificio
La confianza que el joven de Altar había comenzado a tomar y ganar terreno frente a los santos negros, estaba desaparecido frente a la llegada del santo de bronce que habría derrotado a su maestro y también al caballero de Acuario. Aquel hombre de armadura anaranjada y tres colas metálicas en la espalda, tenía una aguda mirada, de cabellos pelirrojos como flamas ardientes que acechaban con mucha penetración a Surt. Parecía que estuviese percibiendo lo que ocultaba en su cuerpo.
—Puedo sentirlo, en tu interior se encuentra la espada imperial. La hoja Flamígera que se encargaba de separar el reino de los mortales del mundo de los dioses —chistó el recién llegado.
—Tal parece solo me ha delatado en mi posición esta espada resulto perjudicarme al fin de cuentas.
—¡Señor Fénix! —exclamó el líder del grupo de los santos negros.
Cuando los oscuros soldados lo reconocieron, todos se arrodillaron en señal de respeto y obediencia como si se tratara de una divinidad, sin que el plateado entendiera tal reverencia hacia el bronceado.
—¡Hemos estado esperando su regreso!... ¡El retorno del gran hombre que nos obsequio las armaduras negras!
—¿Qué dices?... Ese santo de bronce creo las armaduras oscuras.
—Mis fieles sombras, han esperado mi despertar desde que fui derrotado por un bronceado como yo. Sin embargo, ahora será diferente e impondré la justicia que todos anhelaban —decía Amón cuando bajo del monte donde estaba—. ¡Cuando tenga los tres tesoros, podre lograrlo!
—¿Que harás con los tesoros imperiales?. Creí que su única habilidad es separar los reinos sirviendo como sellos.
—Los tres separados sí, pero cada uno representa un control absoluto de los tres reinos. Entonces los humanos ya no tendrán que rendirle tributo a los dioses sino a mí. Ni el santuario tendrá que seguir honrando a Athena —aseguró el fénix.
—¡Qué insensato!. Si lo que dices es cierto. Lo que intentas es violar las leyes divinas. Los humanos deben respetar a los dioses que nos brindan protección. Es imposible que dejemos de adorar a Athena que nos protege a todos los habitantes de la tierra.
—Caballero de Altar, tal parece tienes una fuerte devoción de respeto a los dioses. Me encantaría destruir ese pensamiento para que conozcas la cruda realidad, entonces tendrás mi permiso para morir —dijo el bronceado.
—¿Qué?
No hubo respuesta y el pelirrojo santo de bronce levantó el brazo extendiendo su dedo índice solamente para disparar un finísimo rayo de luz que atravesó la frente de Surt dejándolo perplejo y liberándolo de la diadema. Mientras nuevamente un oscuro recuerdo se le venía a la mente, uno que quizás habría olvidado o estaba a punto de revivir.
Hubo una vez, en que Surt de Altar no entendía por qué siempre debían honrar a Athena con sacrificios tan brutales como las muertes por tortura a los que no respetaban la ley en el santuario o se sacrificaba a los hombres que actuaban usando un cloth de forma egoísta y con fines personales. Lo más despreciable es que estas prácticas eran en privado y como él era el santo de altar, tenía que usar su armadura para rendir el sacrificio, una ofrenda de sangre donde en la cloth de Ara la usaban como la mesa de incineración de la victima donde sus restos, iban al otro mundo. Como una ofrenda de redención, si el propietario de un cloth usaba mal su armadura.
—Cuándo terminará. Maestro estoy arto no quiero seguir viendo esto. La forma en que mueren los condenados es horrible, no entiendo por qué el patriarca decretó estas leyes tan estrictas para los que violan las reglas —Decía Surt al ver un cuerpo incinerándose en su armadura mientras estaba acompañado de su maestro frente a la estatua de Athena.
—Creí que te alegrarías con la muerte de Lucius de Can Mayor. Ese hombre se volvió un traidor, en vez de castigar y traernos un sacrificio, quiso robar el elixir sagrado que contiene la sangre de Athena. Creía que con él su armadura se volvería la más fuerte, fue un tonto al creer en las mentiras de los caídos. Es cierto que para revivir un cloth se necesita sangre y la de un dios, potenciaría enormemente la fortaleza, pero si no tiene la cosmoenergía necesaria para manejarla, le sucedería lo mismo que si le pasáramos una armadura a un soldado raso, solo sentirá una carga pesada al no poder encender el cosmos que se requiere para controlar una armadura de ese calibre ─explicaba Edward.
—Por qué no simplemente matarlo en vez de calcinar los restos después de que fue torturado por el mismo santo de Boyero, el parece disfrutar cada vez que se le presenta un condenado —explicaba el santo de altar—. Es increíble que tengamos un caballero de bronce solamente para afligir a otros.
—Es cierto, pero hay una razón para hacer todo esto, es que el aroma de la victima agrada a ciertos seres. Durante la tortura y la sensación de dolor desesperado, los humanos expresamos una gran cantidad de energías sutiles que no podemos ver, se le están extrayendo todas las impurezas psíquicas que hacían malignas su espíritu, como las emociones de odio, egoísmo y codicia son expulsadas a través de ese ritual, entonces el alma queda purificada. La conciencia es trasladada para que no vuelva a reencarnar con esos sentimientos tan pretenciosos y sea una persona más buena en su siguiente vida. Se dice que Athena utilizo el cloth de Altar para embalsamar el cuerpo de un caballero que murió durante la primera guerra, aquel hombre no libero ningún sentimiento negativo durante el embalsamiento y todo su espíritu ascendió al cielo. Naturalmente vemos como los restos desaparecen en el cielo, pero se dice que su alma no desapareció en cenizas sino que su espíritu ascendió como un cometa llegando al firmamento donde se convirtió en una nueva estrella. Por eso decimos que cuando suceda eso, es que fue un humano puro de corazón sin ningún pecado.
—Es posible que exista alguien así? —se preguntó el joven plateado.
—Lo bueno es que no estamos enviando su alma codiciosa al inframundo donde se aprovecharían de sus oscuras emociones, en la antigüedad existían seres de otro mundo que se alimentaban de esos estratos energéticos silenciosos. Para evitar atraerlos, ya no hay que rendirles culto. Solamente a nuestra diosa debiéramos entregarnos en cuerpo y alma.
—Ya veo Athena nos da la redención con este sangriento sacrificio, eliminando esas emociones impuras, pero adonde van… ¿acaso dejan de existir?
—Para eso es el ritual, para que nadie absorba esa energía y sea destruida. Esa clase de esencia espiritual solo puede ser destruida por el fuego fatuo, las llamas que calcinan material espiritual. Por ello Dante de Cáncer se encarga de eso en cada ritual. Así que nunca olvides que no hay que dejar de rendir sacrificios a Athena. Si quieres que los santos reencarnemos como mejores personas.
El santo de altar, todavía estaba perplejo al analizar tales palabras, realmente se eliminaban esos estratos del alma de todos sus muertos o se iban a alguna parte que desconocían. Fue Cuando se vio en una nube negra y en medio de la oscuridad, observó como diminutos ojos rojos lo miraban. Surt estaba rodeado por estas miradas fantasmales de ojos furiosos que lo codiciaban con deseo.
—¿Quiénes son?
—Somos los espíritus residuales que hemos quedado en tu armadura después de cada ritual, ahora que tus sentimientos negativos afloran nuestra esencia, somos capaces de ganar poder de ti.
—Imposible se supone que fueron eliminados.
—Danos tú alma para regresar al mundo terrenal. Si nos cedes tu voluntad, aumentaremos tu poder de una forma inimaginable. Es lo que necesitas ahora que te enfrentas a un rival invencible —le ofreció un pacto el espíritu.
—¿Quieren que les ceda mi voluntad? —Se sorprendió mientras una gota de sudor le recorría la frente.
Surt sabía que no podría derrotar al fénix él solo, pero si regresaba poseído por esos demonios quizás habría una posibilidad, pues había escuchado de su maestro que esas esencias malignas de alguna forma hacían más fuerte a los santos, pero nublaba su juicio, sería capaz de retornar su espíritu después o quedaría poseído para siempre. Cuál sería la mejor opción, regresar de su subconsciente para morir siendo el mismo o dejarse poseer para vivir, siendo un títere de esas oscuras entidades.
—Acepta el ofrecimiento y transfórmate en un nuestro avatar. Juntos despertaríamos el Satsui no Cosmo y entonces tu victoria estaría asegurada.
—¿Satsui no Cosmo?
—Es nuestra máxima evolución. Los humanos normales tienen un límite para hacer arder el cosmos, pero si nosotros te ofrecemos nuestro poder, tú perderás esa incapacidad y despertaras el cosmos de un asesino.
—Pero también perderé mi voluntad —dijo Surt observando de frente—. ¡Me están pidiendo que sacrifique lo más importante para mí!
—Si no aceptas nuestra oferta, morirás.
Sin embargo algo surgió del corazón del santo, el cual un gran pulso sintió emitiendo una increíble onda de luz que parecía alejar a las maléficas entidades, hasta que finalmente las tinieblas se despejaron y todo se lleno de un blanco resplandor. Mientras que en el campo de batalla, los ojos del joven de plata parecieron volver en sí y su cosmos se encendió con ímpetu.
—¿Cómo es posible pudo resistir mi ilusión del fénix?
Amón se preguntaba por qué el más débil de los caballeros que tuvo que enfrentar en el Cáucaso pudo salir ileso de su técnica. Cuando vio como una luz pareció salir del cuerpo de Surt, hasta convertirse en una espada de hoja ondulada.
—¡Imposible!... La espada flamígera lo protegió, pero como puede protegerlo si yo soy su guardián, no debería servir a otro si estoy con vida —frunció el ceño el santo de bronce.
—Tal parece esta reliquia tiene una voluntad tan noble como las armaduras de Athena. Creo que te considera indigno —sugirió Surt levantando la mirada.
—¡Maldito mocoso! —exclamó el fénix—. La espada te salvo, pero tuvo que salir de tu cuerpo para protegerte, después de todo no pudiste manejar su poder.
—¿Qué estás diciendo?
—Si tu cuerpo resistiera más poder, entonces la espada no hubiera salido de tu interior y seguiría ofreciéndote su potestad. Mocoso los tesoros imperiales te dan un gran don siempre y cuando puedas soportarlo, si no me crees entonces por qué no intentas desenvainarla.
El joven santo de Altar permaneció callado ante esas palabras, el creí que la espada que se encontraba levitando frente a él, ya lo había escogido como su poseedor. Sin embargo, aunque las palabras parecieron intimidarlo, Surt sostuvo la empuñadura, dispuesto a alzar la espada, pero entonces sintió un gran peso.
—¿Qué sucede, pero si anteriormente pude usarla?
—Te lo dije la espada libera su fuerza de acuerdo a la situación requerida, para anular mi ilusión del fénix tuvo que haber usado su verdadera energía, poder que aún eres incapaz de manejar.
—¡Imposible!
—¡Recibe el puño del fénix! —Amón dio un puñetazo extendido, liberando una onda presión que lo empujo varios metros atrás. Entonces las sombras del fénix, tomaron por los brazos a Surt para que no siguiera acercándose.
Dos caballeros negros se acercaron para darle la espada a su líder, pero cuando la tocaron, el arma emitió un inmenso brillo que los empezó a calcinar hasta que sus cuerpos se hicieron pedazos producto del fuego liberado por la espada.
—¡Idiotas, creí haberles dicho que solo los elegidos por la reliquia pueden usarla! —les reprochó el pelirrojo acercándose para sostenerla—. ¡Ahora por fin eres mía!
No obstante, la espada nuevamente emitió un calor extremo solo con su brillo. Amón pareció resistirlo aunque con dificultad, el protector del brazo se desintegro producto del incandescente resplandor, pero el cosmos del exiliado empezó a dominar el calor.
—Es increíble la luz que refleja la hoja es semejante a una armadura de Oro… ¿Acaso también acumula energía solar en su interior? —se preguntó el escudero.
—Esta espada aún no llega a su máximo grado, puede acelerar la temperatura todavía más ardiente que una armadura de Oro, las armaduras doradas solo alcanzan a emitir un calor semejante a la luz de la corona del sol, pero esta espada es capaz de emitir un calor tan extremo, proporcional al núcleo de nuestro astro rey —le hizo saber la diferencia el pelirrojo.
—Imposible que vas hacer con la espada.
—Voy a demostrarte nuevamente que digo la verdad con hechos.
El fénix saltó hacia la cueva del monte Elbrus y se introdujo en su interior, sin que Surt entendiera sus últimas palabras. Mientras se acercaba lentamente el caballero exiliado emitía un increíble cosmos que iluminaba toda la inmensa cueva con su arma flamígera. Cuando llego al frente del inmenso bloque de hielo que había creado David para congelar a Azazel.
—Es hora de que vuelvas a despertar, daimon de la destrucción. Todavía no has cumplido tu misión —dijo el fénix levantando su espada sutilmente.
Es entonces cuando lo miro fijamente, Amón dio un firme espadazo que dignifico una línea de fuego de la espada tan incandescente que avanzo como una ola de calor contra el bloque de hielo, abrazándolo con todo su ardor, terminó derritiendo el ataúd congelante hasta quedar solo el cuerpo del daimon. Mientras desde una cavidad de la superficie, dos cuervos parecían observar sigilosamente lo ocasionado por el caballero del Fénix.
Editado por ALFREDO, 26 enero 2017 - 19:45 .
Publicado 29 enero 2017 - 20:20
¡Uau! ¡La cosa está reñida! Me animo a subir algo yo también:
Historia: Saint Seiya: Némesis Divino: El Juicio de las Horas
Capítulo 10: Marionetas del León (parte)
Personaje: Therón de Perseo
Capítulo 10: Marionetas del león
22 de enero de 1492
Debía de ser más de medianoche ya. Desde que llegaron a la pequeña casa de Baltsarós y hablaron y acostaron a la febril Astrea en la cama, el tiempo había volado. El cielo seguía encapotado por un mar de nubes oscuras, no era posible ver más que formas negras a ras del suelo. Gracias a su cosmos, que actuaba como una antorcha, Leo podía guiarse por las ruinosas calles hasta el lugar en que descansaba su maltrecha armadura.
—Me pregunto si esas dos energías serán de las Horas que menciona el viejo en la carta… Sea como sea, no juega limpio. Siempre fue así —se dijo el hombre mientras giraba por una estrecha avenida—, siempre utilizaba a los demás como herramientas. Parece que el tiempo no le ha cambiado en absoluto.
Cuando Perseo y Virgo llegaron a la ciudad, Baltsarós les había sorprendido en aquella atalaya semiderruida. No le resultó extraño, pues había imaginado que llegaría el día en que le pidieran regresar al Santuario. Ese fue el pacto que hizo con el Patriarca seis años antes, cuando acordaron que sería reconocido como desertor. Y es que el Sumo Sacerdote era así; nadie sabía qué era lo que pensaba en realidad. Era un estratega, y como tal, la deserción de Leo había sido uno de sus escenarios.
Pero no se imaginaba que el juego siguiese, y cuando Astrea le entregó una carta lacrada mientras caminaban hacia su casa, se sorprendió antes de sonreír. Sin duda, el sello del Santuario en el lacre rojizo destacaba. Su viejo amigo Kishut debía tener algo en mente. Las palabras viajaron a la deriva en su cabeza cuando las leyó, pero ahora, al haber sentido esas dos tenues cosmoenergías, presentía que todo encajaba. Repasó una vez más el contenido de la carta en su mente. Contenido que literalmente decía:
«19 de enero de 1.492.
Presiento que el Santuario será atacado, pero desconozco la naturaleza del enemigo. Iskandar de Escorpio se enfrentó a él, y según dijo, utilizó una técnica que desata el egoísmo y la maldad de su objetivo. Los efectos son irreversibles, afirma, pero sé que hay algo que omite; al fin y al cabo, él aparenta ser el de siempre.
Tus órdenes son las siguientes: en caso de que se presente el enemigo en Melitón, evita a toda costa recibir esa técnica. Pero asegúrate de que Astrea no tenga tanta suerte. Quiero que me informes de los efectos de la misma. Redúcela si es necesario y tráela de vuelta al Santuario. Aunque no me gustaría prescindir de Astrea, es la más joven y la única en quien pienso correr el riesgo.
No te preocupes por Perseo. Parece que los objetivos de esa técnica somos tan solo los santos dorados.
A la vuelta, trae tu tesoro.
Confío en ti, Príncipe. Que Atenea perdone nuestros pecados.
Firmado: Kishut de Capricornio, Sumo Pontífice del Santuario de Atenea.»
—Claro que sigue siendo el mismo Patriarca —murmuró Leo antes de bajar por un callejón y atravesar una casa destrozada—. ¿Quién si no utilizaría a sus santos dorados como peones?
* * *
[PARTE IRRELEVANTE PARA LA DINÁMICA]
* * *
El caballero de plata de Perseo aguardaba en la estrecha calle con paciencia. Su espalda estaba en contacto con uno de los muros de la casa de Baltsarós. Aunque podría iluminar en derredor con el mero resplandor de su armadura, se mantenía a oscuras ocultando su cosmos mientras acechaba los movimientos de sus enemigos potenciales.
En aquel momento ya había sentido con claridad la energía de las dos personas desconocidas. Se movían rápido, al parecer en direcciones opuestas; una de ellas avanzaba rauda hacia donde estaba. Quizá hubieran estudiado el terreno antes y ahora supiesen exactamente a dónde ir… Dedujo que seguir ocultando el cosmos no le sería útil, pues si estaban atacando Melitón —¿para qué otra cosa habrían ido si no era así?— era porque sabían a lo que se iban a exponer.
Dejó de apoyarse en la pared y caminó para girar tras la fachada hacia un callejón angosto. Lo atravesó sorteando ventisqueros y escombros hasta que por fin hizo contacto visual con uno de aquellos asaltantes. Puesto que aún estaba lejos, no supo diferenciar si era hombre o mujer, si estaba armado o no; tan solo vio cómo avanzaba rápido en su dirección. ¿Acaso pretendía atacar directamente? Therón saltó con agilidad felina sobre el techo de la casa de Leo. Equilibró sus movimientos en el inclinado tejado de pizarra. A continuación, hizo resplandecer la energía de su corazón templando la oscuridad con destellos de plata.
«O todo o nada. No dejaré que se acerque a Astrea.» Perseo respiró con calma antes de ver cómo el asaltante se detuvo en seco tras ver el destello de luz argéntea. Sin duda había sentido su presencia. Los dos contendientes se contemplaron en silencio. Ante Perseo se erguía una bestia de casi dos metros envuelta en una toga blanca. Cuando habló, aun teniéndola cerca, el plateado dudó de si era una mujer…
—Así que uno de los pajaritos ha abandonado el nido… —La monstruosa mujer contempló con gesto confiado al que tenía delante. Dio un saltito para colocarse delante de él, en el tejado. Cruzó los brazos dejando intuir aquellos bíceps casi tan gordos como su propia cabeza—. Pero este es el pajarito que no sirve —sonrió.
—¿Debo asumir que estáis aquí para suicidaros? —preguntó Perseo con voz seca—. Nadie sería tan estúpido como para atacar a dos santos dorados y uno de plata sin temer.
—¿De verdad? —A pesar de que tan solo les iluminaba el cosmos de Therón, la mujer, de voz grave, se quitó la capucha para dejar al descubierto su aspecto poco agraciado. Las sombras bailaban por su rostro de facciones duras; el pelo lo tenía tan corto que a plena luz del día habría sido posible ver la piel del cuero cabelludo. Su hostilidad evidenció intenciones cuestionables, o al menos esa fue la idea que atravesó la mente de Perseo.
—¿A qué habéis venido tú y tu compañero? —preguntó. Miró en la dirección en que sentía la energía de la otra persona—. Porque sois dos, ¿no es así?
—Correcto. No somos enemigos. No necesariamente. Pero los caballeros de Atenea sois tercos por lo que tengo entendido…
—Quizá si me explicas lo que queréis podamos entendernos… Si no lo intentas, acabaremos matándonos aquí mismo —Therón expulsó parte de su energía haciendo temblar el inclinado suelo bajo sus pies y alargando las sombras al emitir una intensa luz de plata. Un manto de nieve se precipitó por debajo de ambos, susurrando. Mientras duró su exhibición, los copos helados que caían en derredor se evaporaron antes de tocar algo firme.
* * *
[PARTE IRRELEVANTE PARA LA DINÁMICA en la que Leo da una paliza a su oponente y hay un gran resplandor en el cielo a causa de su ataque]
* * *
El destello en el cielo llamó la atención de ambos: Therón y Ánfora contemplaron cómo un pilar de truenos llameantes ascendía rasgando la mismísima faz de la tormenta. Ambos quedaron en silencio hasta que el estruendo cesó.
—Ave… —La voz de Ánfora evidenciaba sorpresa. No alcanzaba a entender o no quería comprender lo que había sucedido, pero el cosmos de su aliada había desaparecido casi por completo—. ¿Qué ha ocurrido?
«Si Baltsarós, del que nos avisaron que era pacífico, ha atacado así, debe ser porque sus intenciones no son para nada amistosas.» El santo de plata volvió a alzar la guardia. No concedió crédito alguno a las palabras que había escuchado sobre un juicio que impediría que Astrea cometiese errores en el futuro.
—Ahí tienes tu respuesta, Ánfora —advirtió Therón—. No te dejaré acercarte a ella. Tendrás que luchar contra mí…
—¡Que así sea! —La enorme Hora iluminó su cosmos y lo hizo arder quemando la toga alba que la había cubierto.
A la vez que los jirones de tela ascendían consumiéndose, la brillante prenda de combate que portaba empezó a resplandecer. Primero las botas y perneras, plagadas de púas blancas y celestes. Las rodilleras, también añil, eran rombos estilizados que se acentuaban en el vértice superior. Las musleras no eran más que una cota de malla plateada, pero el cinturón sí destacaba por su gran tamaño: rodeaba el cuerpo de la ya de por sí colosal mujer protegiendo sus muslos y trasero con placas metálicas blancas, curvas y gruesas. El broche del cinturón era una piedra preciosa roja en cuyo centro estaba grabado el número seis en caracteres romanos de color oro. Los guantes y brazales eran como una masa metálica entre gris y azul en la que incluso los dedos eran agujas curvas. La parte más desproporcionada del conjunto era la pechera, una aparatosa combinación de placas superpuestas que imitaban la silueta del torso de una mujer de curvas generosas. Entre los dos senos destacaba otro rubí grabado. En los hombros, resplandecía en tonos celeste y marino dos piezas que recordaban a conchas marinas estriadas. No había casco que protegiera aquel rostro varonil.
—¿A quién tendré el honor de despedazar? —La amenaza de Ánfora iba en serio. El santo se sentía intimidado por la armadura de su enemiga, pero no se dejó acobardar por sus palabras.
—A Therón de Perseo, caballero de plata de Atenea. Si eres capaz, por supuesto…
Perseo casi voló de lo rápido que se movió entre las tejas para colocarse a la espalda de la Hora. Saltó y estrelló su pernera esmaltada en morado brillante contra la enorme espalda de la mujer. El golpe no surtió efecto como había imaginado, pero lo que no esperó fue que ella se girase rauda como el viento y le agarrase por la espinilla. Esta saltó voleándolo con su implacable puño. El impacto sonó como el grito de un demonio y el santo de plata se estrelló contra unas ruinas semienterradas desparramando escombros y ventisqueros.
Antes de que pudiera tan siquiera incorporarse, la Hora, que ya estaba de nuevo en guardia, cerró el puño derecho en torno a su pecho y lo movió hacia fuera como si estuviese sacando algo de él. Cuando acabó de moverlo, brilló en ella una espada de cosmos que fue solidificándose hasta parecer envuelta en acero basto. Su hoja se veía muy afilada.
Desde los cascajos, Therón lanzó un destello de cosmos que acortó distancias entre ambos con el único propósito de estrellarse contra la Hora. Esta lo cortó con su nuevo mandoble y saltó hacia abajo, al encuentro de Perseo. Pero él ya había imaginado que ocurriría eso también, y no estaba allí. Ánfora tuvo que reconocer que era rápido… ¡pero no tanto como ella!
El puño del santo chocó contra la hoja de la espada, colocada estratégicamente para detener el golpe. La Hora sonrió mientras él chistó. «Buen intento.» Arqueó el arma, que impactó contra la coraza del caballero generando una corriente de chispas amarillentas y anaranjadas. Arrodillado por el empuje, Therón no tuvo más remedio que rodar a la izquierda y dar una acrobática voltereta que le dejó a varios metros de Ánfora. Se sintió tan vivo como cuando años atrás luchó en aquella competición contra su buen amigo, el caballero de Orión. ¡Dulces recuerdos de batalla! Eso era. Aquel combate también le traería recuerdos.
La bota del santo rasgó el antebrazo de la Hora. Esta le respondió con un revés de izquierda que desvió con una hombrera. El intercambio de golpes prosiguió mientras Therón trataba por todos los medios mantenerse a menos de medio metro de su oponente. Sabía que al alejarse más cedería ventaja a aquel mandoble tan áspero a la vista. Cuando Ánfora se dio cuenta de lo que estaba tratando de lograr, blandió el arma sin importarle más que alejar al caballero. Este recibió el golpe en el costado, pero gracias a su pechera no fue herido. Eso era lo que había estado esperando, un golpe innecesario y a distancia corta, para que no cogiera fuerza. Ahora, con la defensa abierta, cerró el puño y golpeó con todas sus fuerzas el rostro de la fea mujer. Esta trastabilló y dio varios pasos hacia atrás, pero Therón la persiguió, dio un salto y quedó suspendido en el aire el tiempo suficiente para ejecutar una de sus técnicas.
Desde el cielo, una delgada línea de energía ondeó hasta chocar con la armadura de la Hora. Brotaron chispas como sangre de una garganta desgarrada, y cuando quiso dar cuenta de qué había pasado, Ánfora se encontró una grieta profunda que recorría en diagonal desde su brazalete izquierdo hasta el rubí del cinturón, partido en dos. La profundidad de aquel surco casi atravesaba por completo la pechera, a pesar de que era la pieza más gruesa de toda la vestimenta. Se dio cuenta de que le sangraba el brazo.
—El Destello de Adamantio[1] —proclamó el santo de plata mientras tocaba el suelo tras levitar—. Una técnica capaz de atravesar cualquier material que toque. A pesar de todo, tu armadura lo ha soportado bastante bien.
—No está mal. ¡Pero nada impedirá que aplaste tu cabecita, miserable! —Apenas creía la Hora aquella herida que lucía su gruesa prenda. Volvió a erguir sus fuertes brazos sobre la empuñadura del mandoble, que alzó como si fuese tan ligero como una pluma—. Es mi turno…
«Eso será si yo te dejo… —El santo de plata no se consideraba tan estúpido como para acceder a una lucha por turnos, por lo que chasqueó los dedos y desapareció ante los ojos de Ánfora, que quedó extrañada. A pesar de todo, la mujer no bajó la guardia; arqueó el gran mandoble dibujando un círculo alrededor de su cuerpo. Pero no topó con nada. Therón, sin embargo, seguía estando en el mismo lugar, observándolo todo con cautela—. Pero no le he hecho demasiado daño. Y el escudo de Medusa… es mejor no utilizarlo a la ligera».
—¿Confusa, Ánfora de Mesembria? ¿Qué te ocurre? —La Hora escuchó la voz de su enemigo por delante, pero también por detrás. Incluso parecía que reverberaba a los lados. ¿Dónde estaba? Ella frunció el ceño y entornó los ojos.
—Solo los cobardes se esconden —escupió.
—¡Es cierto! —El santo apareció tan rápido como el chasquido de un trueno clavando su puño en el rostro de la mujer, que retrocedió, pero logró agarrar el brazo hostil. Entonces sonrió dejando ver cómo un hilillo de sangre le resbalaba por la comisura de la boca.
—¡Eres mío! —Therón chistó, pero no pudo hacer más. Una masa de energía le golpeó como la ola que rompe entre las rocas ahogándole entre estruendosos crepitares. El impacto fue lo suficientemente violento como para agitar el suelo y quebrarlo. Perseo, alcanzado de lleno, voló de espaldas contra un muro. Chocó contra él y lo hizo añicos quedando sepultado por los escombros y la nieve. Repetidos restallidos pétreos se sucedieron hasta quedar acallados por el viento y la respiración de Mesembria.
El caballero de plata se alzó. Los cascotes cayeron a sus pies mientras terminaba de erguirse. Sus ojos estaban entornados, brillando con rabia. No esperaba una reacción así; cayó en la trampa como un novato. ¿Cómo había podido ceder ante una provocación tan evidente? Aquello debía ser fruto de infravalorar a su enemiga. Ya no había espacio para aquello; tenía que tomárselo en serio o le costaría muy caro.
El cosmos argénteo de Therón de Perseo se incendió alzándose sobre su cuerpo con lenguas susurrantes. El siseo de su energía tornó en un aullido iracundo y hostil que pronto inundó el campo de batalla. La Hora, por su parte, alzó la guardia inclinando el mandoble en señal de ataque.
Pronto, los dos se abalanzaron el uno contra el otro y continuó la lluvia de golpes. Ambas estelas mágicas, la plateada y la celeste, se abrazaron con pasión. Los puñetazos y patadas de Therón chocaban contra la hoja de Ánfora, quien la agitaba como poseída. El santo de plata esquivaba las embestidas también. Entre gritos, los contendientes danzaban bajo una lluvia de nieve y golpes, y ninguno lograba tocar al otro. Para sorpresa del santo, estaban igualados; tan igualados que temió por un momento. «No tengo más remedio.»
Perseo dio un largo salto hacia atrás quedando a varios metros de Ánfora y se llevó la mano a la espalda. Allí, al dorso de su coraza, había dos pequeñas correas paralelas de cuero envejecido sujetas por ambos extremos; eran las enarmas de su última carta. Deslizó los dedos bajo ellas y apretó el puño antes de tirar. Un chasquido metálico sonó, siendo apenas perceptible para el propio Therón. Era como si hubiese desensamblado algo. El santo jugaba con la curiosidad de su oponente, que no dejaba de observar con cautela. Ella jamás podría imaginar lo que haría a continuación… «La ingenuidad será su perdición», se dijo.
De la espalda, Perseo mostró una pieza de metal con el mismo lacado entre rosa y morado que el resto de la armadura; era un escudo del tamaño de su antebrazo con forma hexagonal. El patrón del mismo no era sino el rostro de Medusa, cuyos cabellos, serpientes según la mitología, hacían las veces de refuerzos radiales. El rostro grabado de la bestia mitológica parecía sereno; sus ojos lucían cerrados, los labios, firmes sobre el metal.
—¿Un escudo? —inquirió la Hora con hastío—. Esperaba algo más impactante.
—¿No es lógico usar un escudo ante una espada? —Perseo había previsto aquella reacción. No en vano, siempre que usaba su escudo era objeto de mofa de su oponente. Ahora hacía de ello su fortaleza; un escudo para su escudo. «Perfecto. Es mía.»—. ¿Por qué no atacas? —sugirió mientras alzaba su nuevo juguete.
Pero Ánfora había desviado la mirada. Sus ojos reflejaban un interés insólito que era reforzado por la amplia sonrisa en su feo rostro. Sin saber lo que ocurría, el santo de plata usó el reflejo del dorso del escudo para mirar tras de sí de reojo. Tras mover ligeramente el brazo, vio una silueta conocida; era Astrea, que lo observaba todo desde el techo de la casa de Baltsarós ataviada con la armadura de Virgo. ¿Cuándo había…?
—Es suficiente, Therón. Ya me ocupo yo —replicó la muchacha desde las alturas al notar el cansancio en el cuerpo de su camarada. Lo cierto era que Perseo, le gustase o no, se había desgastado más de lo necesario en aquella batalla. Virgo dio un saltito y la gravedad hizo el resto; cayó entre los dos contendientes, grácil como los copos de nieve que la acompañaban. Se irguió con delicadeza y dedicó una sonrisa a su compañero. Su rostro lucía rosado, congestionado, por lo que el santo de plata dedujo que aún debía tener fiebre. Una ráfaga de aire traviesa le meció los ondulados rizos dorados.
—Así que por fin se digna a aparecer mi plato fuerte —declaró la Hora. Mesembria había clavado el mandoble en el ventisquero que tenía bajo los pies y apoyaba en él su peso. Therón volvió a colocar el escudo de Medusa con la cara hacia dentro en el hueco que la coraza le dejaba en la espalda.
—Señorita Astrea, puedo encargarme perfectamente de ella —señaló el plateado. Pero Astrea le dedicó una mirada severa y negó con énfasis.
—No voy a permitir que luches por mí solo porque esté algo cansada.
La muchacha parecía aún más bonita bajo la nieve, en la penumbra, y con el rostro enrojecido. Parecía una adolescente enamorada. Pero Therón incidió más en sus palabras. «Primer error: admitir que no estás en condiciones». Precisamente por eso, se mostró reacio a pasar el relevo. Pero Ánfora interrumpió antes de que pudiese replicar.
—Entérate de una vez, escoria… ¡No me interesas! —dijo señalando a Perseo—. Mi único interés es esa niña. ¡Yo estoy aquí por ella, no por ti!
—¿Todavía esperas que me crea ese cuento del juicio? —contestó el santo de plata. Volvió a alzar la guardia y casi a punto estuvo de reanudar su ataque. Pero una voz le sorprendió por detrás.
—Aunque no lo creáis, es cierto. —Todos se giraron para ver quién hablaba—. El Juicio de las Horas no es ningún engaño. —Ante la tríada de espectadores apareció la que se llamaba Ave; la mujer baja y rechoncha que recogía su melena castaña en un moño—. Nosotras, las Horas, no somos vuestros enemigos, caballero de Atenea. —Ahora se dirigía hacia Therón—. Tan solo queremos otorgaros el don de Diké, la diosa de la justicia, para que vuestras muertes no estén empañadas por el egoísmo.
—Eso dijo tu compañera, pero no podemos simplemente creeros.
—Ave está siendo sincera —dijo Ánfora mientras se relamía la sangre reseca que seguía teniendo en la comisura del labio—. Pero sois tercos. Más de lo que deberíais. Y por lo que veo vuestro amigo ha tratado de parar a mi compañera por la fuerza, ¿no?
Ave de Anatole asintió. Tenía una brecha en la frente, y de alguna manera, la sólida coraza que llevaba había sido agrietada en el pecho, probablemente por un golpe directo. Además, aunque no le gustó reconocerlo, Ánfora percibió cómo su camarada irradiaba un cosmos algo afligido. «¿Qué le habrá pasado?»
—Os lo diré una sola vez más —dijo la recién llegada—, así que escuchadme y actuad en consecuencia.
»Las Horas de Diké pretendemos salvaros del destino negro que os aguarda. Estáis condenados. Lo hemos visto. Todos los santos dorados moriréis a causa de vuestra estupidez y egoísmo si no recibís el Juicio de las Horas. Para ello, Diké, la diosa de la justicia, nos ha agraciado con un don, el Juicio de las Horas. Debéis aceptarlo para ser purificados. Y por eso estamos aquí.
—Pero… —Therón quiso preguntar algo, mas Ánfora le interrumpió señalándole con el mandoble, que esgrimía con una de sus manos.
—Solo para caballeros dorados. Tú aquí no pintas nada, Perseo.
—Así es. Ni caballeros de plata, ni caballeros de bronce. Solo caballeros dorados, Therón. —Aquella voz no podía ser más que de una persona. Entre las tinieblas, caminó con parsimonia llevando la caja de Pandora de Leo a la espalda. Baltsarós sonreía, como siempre, pero había algo que no acabó de gustar al santo de plata.
—¡Baltsarós! ¿Acaso has aceptado recibir el juicio?
—Podría decirte que sí. Podría mentiros a la chica y a ti, pero… —El dorado caminó hacia su compañera de Virgo y tomó su mano entre las suyas. La muchacha se sonrojó más de lo que ya estaba por la fiebre y le devolvió la mirada. Sus ojos eran profundos, pero inescrutables—. Lo cierto es que no me gusta ser hipócrita. El Sumo Pontífice ha ordenado que seas tú, Astrea, quien reciba el juicio. Si este funciona de verdad, yo lo aceptaré, y después, el resto de santos dorados también lo hará. Pero si falla… ¡ah! Si falla, yo mismo tendré que mataros a las tres. Sí, Astrea, a ti también… —explicó, haciendo una jocosa reverencia a la muchacha febril.
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[1] Esta técnica de Perseo es simplemente un guiño a la hoz irrompible que recibe de Hermes en el relato mitológico.
Editado por Killcrom, 29 enero 2017 - 20:22 .
Publicado 30 enero 2017 - 12:11
Editado por T-800, 05 enero 2019 - 15:52 .
Publicado 31 enero 2017 - 22:02
"Aunque nadie puede volver atrás y hacer un nuevo comienzo, cualquiera puede comenzar a partir de ahora y hacer un nuevo final"
Publicado 01 febrero 2017 - 23:31
voto por macairo de cancer
Publicado 02 febrero 2017 - 02:12
Mi voto es para Seph que buenos fics y que buena manera de contar una historia, de verdad me sorprendes le voy a echar un ojo a todos tus fics ;)
Publicado 02 febrero 2017 - 18:06
Publicado 02 febrero 2017 - 18:15
Voto por Theron de Perseo de Killcrom, ya me habia encantando antes con este personaje. Y aunque ahora lo e vuelto a releer con los demas silver de los otros fic. Me sigue pareciendo un buen personaje, q destaca en el rango dentro de una historia donde por lo general, cuesta trabajo hacer destacar a los silver jaja, ya q la mayoria siempre da trasfondo a los gold...
Publicado 03 febrero 2017 - 23:52
Theron de Perseo es un personaje muy fumado, carece de originalidad y personalidad definida. Aun así mi voto es para Killcrom ahahahahahahaha atreverse a veces da muy buenos aciertos.
FanFiction: El Mito del ALCAESTO
FanFiction: Zephar, Señor de los Infiernos
Publicado 11 febrero 2017 - 17:31
Seph/Kraz: uso simbólico del Cuervo; presencia de PdV, profundidad, emociones, SENSACIONES (muy bien utilizadas, por cierto, tanto externas como internas, lo mejor del capítulo) y casi toda su vida en un solo capítulo :O También se aprovechó bien de los personajes secundarios. Faltó un poco de descripción personal, más en la batalla y el prota se perdió (pun intended) un poco al final.
Macairo/Ariolbiore: y bueno, fue chistoso todo jaja Bien descrito, buenas descripciones de escenarios y especialmente de la psiquis de los personajes, pero como que el prota sirvió más de motor para la historia, y aún así se perdió la mitad de la misma. Y claro, usó un AK-47 xD
Alfredo/Surt: a ratos confusa la historia, lo que estaba ocurriendo en medio de los diálogos, y hubo unos detallitos ortográficos, pero se compensa mucho con pasado, misterio, desarrollo, profundidad psicológica y muestra de batalla del protagonista, que fue muy bien retratado como el foco del capítulo, aunque se perdió algo al final... tal vez debió cortar algo el capítulo.
Kill/Theron: para ser parte de una historia centrada en dorados y una chiquilla malcriada, Perseo resalta mucho en cuanto a habilidades y dirección, se nota qué le preocupa, aunque claro, por no ser Dorado le faltó personalidad (broma, Kill xDDD). Ahora en serio, se nota como un tipo que va a hacer su trabajo simplemente, y que es al tiempo opacado por algún dorado y se siente a cargo de otro. Sus habilidades son MUY interesantes.
Después de eso, siento que quien mejor retrató a su Plateado como prota fue Alfredo (como dije, excepto al final, que pudo cortarse así que es un detalle), así que mi voto va para él.
Publicado 17 febrero 2017 - 10:35
Editado por T-800, 05 enero 2019 - 15:52 .
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