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CAPÍTULO 3:
El Hombre con el Puño de Hielo
La mente es como una maravillosa caja en la cual podemos atesorar nuestros más hermosos recuerdos. Podemos abrirla de vez en cuando, y con nostalgia, vivir nuevamente los momentos más felices de nuestro existir. Ojalá pudiésemos ponerle llave, y así evitar que terceras personas perturben nuestras memorias.
1. Denon de Acuario
Después de haber estado en Ruthenburg, Lysander y Lionel regresaron al Santuario; Lionel traía consigo un saco colmado de mandrágoras, mientras que Lysander traía un cargo de conciencia abrumador por haber dejado el Santuario en un momento en el que definitivamente no era prudente hacerlo.
—No me apetece escuchar el sermón del gran Patriarca —dijo Lionel apenas pisó el templo del león; ambos habían recorrido los primeros templos del zodiaco. El resto de Caballeros de Oro estaba al tanto del comportamiento rebelde de estos jóvenes, sin embargo, no habían emitido comentario alguno al respecto mientras Lysander y Lionel cruzaban sus respectivos templos—. Me quedaré aquí.
—Valiente amigo que eres, Lionel —gruñó Lysander; ahora tenía que enfrentar las consecuencias de sus actos completamente solo—. Continuaré sin ti entonces.
El camino de escalones que otras veces Lysander consideraba tedioso y casi infinito, parecía haber reducido considerablemente el número de peldaños; jamás lo había sentido tan corto, en un abrir y cerrar de ojos ya estaba frente al palacio del gran Patriarca, más allá del duodécimo templo zodiacal.
Lysander tenía que rendir cuentas no solo por haber abandonado el Santuario, también debía hacerlo por la misión que le había sido encomendada. Estaba consciente de que había fallado ante los ojos del Santuario, por tanto, era de vital importancia pensar muy bien lo que iba a decir. Inquieto, pasaba las manos sobre su rostro y cabello una y otra vez, tratando de pensar, tenía que mentir puesto que estaba seguro que decir la verdad definitivamente no era una opción, sin embargo, lo único que conseguía era esparcir la suciedad que llevaba consigo; había tenido una pelea en Ruthenburg y ni siquiera tuvo la oportunidad de limpiar su cuerpo, que se encontraba cubierto de polvo y sangre seca.
Cuando Lysander finalmente entró al salón principal, caminó por el pasillo alfombrado de rojo profundo, y al estar frente al trono del Patriarca, se inclinó.
—Gran Patriarca, he venido a presentar el informe de la misión que se me encomendó días atrás —dijo Lysander, su mano temblorosa dejaba en evidencia los nervios que sentía en ese momento. A pesar de ser un Caballero rebelde por naturaleza, le resultaba vergonzoso tener que rendir cuentas sobre algún asunto fallido.
—No es necesario que lo hagas, Lysander de Sagitario —dijo el hombre «quizá anciano» desde el trono—. Denon de Acuario me ha contado los detalles.
—¿Denon? —Con tan solo escuchar ese nombre, una chispa parecía haber encendido la mecha de la cordura de Lysander, una mecha que se antoja corta—. Con todo respeto… él no tenía por qué hacer tal cosa.
—¡Vaya desvergüenza la tuya, Lysander! —señaló una voz desde las sombras—. Al llegar aquí, tus primeras palabras debieron ser una disculpa por el pésimo desempeño que has mostrado últimamente.
Aquellas incisivas palabras eran pronunciadas por un joven alto y rubio, y atractivo también; su piel era tan blanca, que sus ojos azul cielo brillaban como dos zafiros parcialmente ocultos en la nieve; y su larga cabellera se perdía entre el brillo dorado de su armadura, el cual además revelaba el rango que tenía dentro del ejército ateniense.
—¿Qué haces aquí, Denon? —preguntó Lysander visiblemente molesto—. Deberías estar cuidando el templo de la urna sagrada —Por el coraje apenas contenido en su mirada, se podía intuir que entre ambos Caballeros de Oro no existía una relación cordial.
—Lysander… —musitó Denon y sonrió sarcásticamente—. Desde hace algunos días debiste haber llegado de tu misión en Anthea, sin embargo, lo haces hasta ahora, dejando en evidencia tu ineptitud, tu poco sentido de urgencia y tu falta de compromiso. ¿Crees que el gran Patriarca tiene necesidad de estar esperando a un Caballero insolente como tú? Estamos en guerra, deja de actuar como un niño.
—Debí ser yo quien le contase los detalles, no tú.
—Lástima —dijo el rubio, y sonrió—. Debiste pensar eso antes de desaparecer.
—¡Suficiente Denon! —gritó Lysander, aún más molesto si eso fuese posible—. Es suficiente —Se incorporó, y con una mirada que amedrantaría a cualquiera, se dirigió hacia su impertinente compañero—. Hoy no es un buen día para entablar una discusión contigo. Estás acabando con mi paciencia.
—Tú has acabado con la nuestra desde hace mucho tiempo —replicó el rubio Caballero, y sonrió nuevamente; mientras más crecía el enojo en Lysander, Denon parecía estar más feliz—. ¿Es necesario hacer un recuento? Hace unos días se te encomendó la misión de asesinar al humano elegido para albergar el alma de Hades en esta época, y no lo hiciste. O quizá sea necesario hurgar en acontecimientos de años pasados…
—No te atrevas a mencionar eso… fue un accidente…
—Hace dos años partiste rumbo a la Isla de la Reina Muerte. Algunos Caballeros Negros estaban actuando de forma violenta y se te encomendó la misión de detenerlos. Un Caballero de Plata te acompañaba… Herman de Cetus. ¿Qué fue lo que ocurrió Lysander?
—Fue un accidente…
—¡Lo asesinaste!
«Aunque ciertamente debí ser más cuidadoso, tan solo fue un lamentable accidente», reflexionó Lysander mientras de sus puños manaba un hilo de sangre. Su mente parecía estar conteniendo la ira, pero su cuerpo no.
—Eres un desastre Lysander. ¿Por qué no renuncias? Renuncia al Santuario, y busca un agujero en el cual puedas esconder tu vergüenza.
—¿Qué dices?
—Digo que eres el epítome de la mediocridad. No asesinas cuando debes, y asesinas cuando no deberías hacerlo. En otras palabras, eres un estorbo.
—Fue un accidente…
2. Herman de Cetus
En el Pacifico Sur, bajo el Ecuador, hay una isla maldita que ha dado origen a las más terribles historias de crueldad, horror y supervivencia. En el centro de esta, permanece activo un volcán milenario, cuyas erupciones constantes elevan la temperatura del lugar a niveles insospechados, provocando que la tierra arda y que durante todo el año caigan insufribles y abrazadoras lluvias de fuego. Es un infierno ardiente sobre la Tierra… es la Isla de la Reina Muerte.
El hombre de ropaje negro corría a través del valle de tierra rojiza, y el Caballero de oro iba en pos de él. El lugar era inhóspito, caluroso y desprovisto de cualquier rastro de vida. Pocos allí tenían la dicha de conocer el hermoso azul del cielo, pues una densa nube de ceniza volcánica permanecía perenne flotando sobre la isla; agobiante, pesada y oscura, casi apocalíptica.
—¡Detente! —ordenó el de ropaje de oro, se detuvo y empuño el arco—. ¡Es la última advertencia!
—¡Vete al infierno Caballero de Athena! —Haciendo caso omiso al consejo del Ateniense, el hombre de negra armadura siguió su camino.
En ese momento, un destello dorado apareció bajo el cielo oscurecido, y en forma de relámpago, salió disparado hasta hundirse en el muslo izquierdo del Caballero Negro. Éste cayó al suelo; la flecha clavada en su pierna le había dejado inmóvil, y con una herida que sangraba profusamente.
—¡Señor Lysander! ¡Señor Lysander! —gritaba un jovenzuelo tratando de alcanzar al de ropaje de oro. También llevaba puesta una armadura, sin embargo, el brillo de esta parecía ser plateado.
—Necesitas ser más rápido, Herman —dijo Lysander cuando el joven Caballero de Plata le alcanzó.
—Señor Lysander, aunque quisiera, sería imposible para mí alcanzar la velocidad de los Caballeros de Oro… —dijo el de ropaje plateado, jadeante. Herman era apenas un muchacho, quizá rondaba los quince años, pero ya era un Caballero de Plata. Su cabello colorado y las pecas en su rostro le convertían en alguien fácilmente reconocible en el Santuario, aunque en batalla no tuviese logros aún.
Lysander tenía intención de interrogar al de ropaje oscuro, pues sabía que ese hombre no era el líder de los Caballeros Negros. Los rumores decían que un tal Layard de Black Leo dirigía un grupo de Caballeros Negros rebeldes y desquiciados, que traían consigo destrucción y muerte por doquier. La pésima reputación que precedía a estos guerreros, era suficiente para captar la atención del Santuario.
Ambos atenienses se acercaron con recelo al Caballero Negro que yacía tendido en el suelo; no había recibido una herida mortal, sin embargo, el dolor en su pierna parecía suficiente para tenerlo inmóvil.
El hombre no sólo estaba quieto y con el rostro clavado al suelo, también permanecía en absoluto silencio. Esto despertó una corazonada en Lysander que le hizo apresurarse a levantar al de armadura negra. Cuando vio su cara, quedó horrorizado; los ojos se le habían pasmado en blanco, y de su boca manaba sangre a borbotones. El Caballero Negro mordió su lengua, la partió en dos y se ahogó con su propia sangre.
De haber tenido la oportunidad de conocer a ese desquiciado rebelde, Lysander habría sabido que su nombre era Musashi, y habría entendido que su orgullo era tan grande, que jamás permitiría ser asesinado por un Caballero de Athena.
—Parece que finalmente no obtendré información alguna de este hombre —masculló Lysander, retiró la flecha del cuerpo inerte del renegado, y junto a Herman siguió su camino.
Después de haber caminado un poco más, los atenienses llegaron a lo que antes parecían ser colinas escondidas entre la bruma espectral, para descubrir que no eran más que enormes montículos de esqueletos apilados unos sobre otros. El paisaje era macabro, sombrío y desolador, capaz de robar la esperanza del más valiente de los guerreros. En la punta de una de aquellas lomas tristes y fúnebres, cual piedra azabache se dejó ver un hermoso y enorme león de negro pelaje.
—Caballeros de Athena —profirió el león oscuro—, entre todos estos huesos, pronto estarán los suyos.
—¡Ese león puede hablar! —exclamó Herman. Como Caballero de Athena había visto cosas raras a lo largo de su vida, sin embargo, escuchar que los animales pronunciasen una palabra siquiera, no estaba entre ellas.
—Soy más que un león —gruñó el felino, transformándose en un hombre ante la atónita mirada de los Atenienses—. Soy Layard de Black Leo.
—Su armadura es idéntica a la de Lionel —aseguró Lysander.
—¿Sorprendido?
—Parece que los Caballeros Negros cuentan con muy buenos herreros, incluso pueden crear réplicas de las armaduras de oro —dijo Lysander—. Sin embargo, aunque se vistan como nosotros, e imiten nuestras habilidades, jamás dejarán de ser la sombra de los Caballeros de Athena. En el color de su armadura llevarán la penitencia por siempre.
—¡Cierra la boca! —ordenó Layard—. ¡Caballeros Negros! ¡Vengan ante mí!
De entre las sombras, aparecieron cerca de veinte hombres, todos ellos protegidos por una armadura negra. Sin duda se trataba de los Caballeros Negros comandados por Layard, que desde hacía unos días estaban provocando alborotos en esa y otras islas cercanas.
—No importa cuántos lacayos tengas, no tienes oportunidad contra mí —dijo Lysander confiado—. Sin embargo, te diré tres cosas. Número uno: Soy un hombre benévolo, sólo en última instancia hago uso de la violencia. Número dos: No he venido a matarte. Y número tres: Es imperativo que dejes de causar alborotos, y lastimar a la gente. Ahora bien, te haré una pregunta: ¿Dejarás de provocar la ira del Santuario con tus actos violentos? Si respondes “sí”, me iré tranquilamente. Si respondes “no”, entonces tendrás que ignorar mi punto número dos, porque entonces sí tendría que matarte.
—¡Estúpido! —exclamó Layard, mientras los otros Caballeros Negros guardaban apiñados entre los esqueletos, expectantes, mudos—. ¡Esta es mi respuesta!
¡Black Thunder Claw!
(Garra del Trueno Negro)
Cual agujero negro, el cuerpo de Layard se convirtió en negrura infinita, y en forma de relámpago oscuro, salió disparado contra el Caballero de Oro, quien ya lo esperaba acorazado detrás de las enormes y resplandecientes alas de su armadura dorada. La garra del impetuoso león se detuvo de tajo, y se vio obligado a retroceder. En ese momento, el resto de Caballeros Negros apareció para proteger a su líder.
—Supongo que esto significa que has rechazado mi oferta —dijo Lysander—. Es triste, pero parece que me han regalado la oportunidad de mostrar si finalmente he perfeccionado mi última técnica.
¡Infinity Break!
(Rotura del Infinito)
Una poderosa energía de luz cubrió el brazo de Lysander, y en un instante, salió disparada en forma de cientos de flechas luminosas y cegadoras, que irremediablemente atravesaron el cuerpo de los Caballeros Negros, como si estos fuesen de papel. Fue un espectáculo increíble, como ver una lluvia de estrellas fugases en medio del páramo. Layard pereció junto al resto de sus hombres.
Cuando el fulgor dorado desapareció, y regresó la penumbra, Lysander contempló horrorizado el cuerpo ensangrentado de Herman de Cetus. Fue un descuido terrible; una de las flechas accidentalmente desvió su curso, y atravesó el cuerpo del joven Ateniense. Entre lágrimas, Lysander tomó el cuerpo de Herman e intentó detener la hemorragia, pero ya era demasiado tarde, el joven plateado murió. La muerte de Herman parecía una maldición póstuma de los Caballeros Negros, una maldición con la cual Lysander tendría que cargar en adelante.
«¿Cómo podría explicarle a alguien una muerte tan absurda?», pensó Lysander por un momento. Después, tomó entre sus brazos el cuerpo aun tibio de Herman y le abrazó fuertemente, como nunca antes había abrazado a alguien.
3. Denon vs Lysander
La mente es como una caja que celosamente guarda nuestros más profundos recuerdos. Como recita el mito de Pandora, hay ciertas cajas que contienen espíritus malignos, por lo cual no deberían abrirse jamás. La mente de Lysander era una de esas cajas, y a Denon le apeteció abrirla.
—Es suficiente Denon —ordenó el anciano del trono—. Agradezco que me hayas informado sobre la misión en Anthea. Sin embargo, a partir de ahora debes mantenerte al margen.
—Lo siento, señor —dijo Denon y se inclinó—. Lamento haber hablado más de lo necesario —agregó y regaló una sínica sonrisa a su compañero Lysander; pocas cosas le provocaban tanto placer como el hecho de fastidiar al Caballero de Sagitario.
—¿Tienes algo que decir, Lysander? —preguntó el gran Patriarca.
—Sí —respondió Lysander—. Tengo algo.
¡Atomic Thunderbolt!
(Trueno Atómico)
Moviendo la diestra hacia atrás y luego hacia delante, Lysander generó una considerable descarga eléctrica que en milésimas de segundo cubrió completamente su brazo. Una vez que las chispas e hilos luminosos llegaron a su máxima potencia, el golpe en forma de rayo fulminante fue lanzado contra Denon de Acuario, levantando una gruesa cortina de polvo después del impacto.
Finalmente, la corta mecha de la cordura y la paciencia de Lysander terminó, y ocurrió la explosión de ira.
—¡Estúpido! —exclamó Denon levemente herido; su orgullo parecía haber sido más lastimado que su cuerpo—. ¡Pagarás esto! —Furibundo, salió disparado de entre el polvo, buscando el contraataque.
¡Diamond Dust!
(Polvo de Diamante)
Gracias a la ralentización del movimiento atómico «habilidad propia en los caballeros de hielo», en una fracción de segundo una onda gélida se apoderó del lugar, y en un instante, Denon consiguió reunir aquella masa de aire frio en la palma de su mano. Esta energía congelante fue lanzada en forma de pequeños cristales de hielo, impactando ferozmente el cuerpo de Lysander.
Lysander cayó después de golpear su cuerpo contra una columna. Clavado en el suelo, era difícil saber si había sufrido más por el impacto del hielo, o por el poder de congelación del ataque.
—¡Maldito! —gimió Lysander; aunque había sufrido solamente heridas superficiales, su cuerpo quedó entumecido por el aire frío—. ¡Toma esto! —gritó y se incorporó.
¡Atomic Thunderbolt!
(Trueno Atómico)
Nuevamente, Lysander generó una considerable descarga eléctrica que en milésimas de segundo cubrió completamente su brazo. Una vez que la energía acumulada llegó a su máxima potencia, el golpe en forma de rayo fulminante fue lanzado contra el suelo; aquel gusano eléctrico viajó subterráneamente por un momento, y brotó cual fuente luminosa en el otro extremo del salón, justo bajo los pies de Denon de Acuario.
—¡Imbécil! —Exclamó el rubio y saltó, tan alto que fue imposible que aquella furia eléctrica erizara sus vellos siquiera—. ¡No importa la dirección que tomen tus rayos, no podrás sorprenderme con esa técnica otra vez!
¡Freezing Hammer!
(Martillo Congelante)
La humedad del lugar parecía haberse concentrado en la palma de Denon. Cuando éste empuñó la diestra, inició un increíble proceso de cristalización; en un instante, lo que sostenía en su mano ya era un enorme báculo escarchado, y pronto, en el extremo nació una gigantesca cabeza, transformando aquella energía invernal en un poderoso y colosal martillo de hielo.
Denon dio un salto, y desde el aire, dejó caer violentamente aquella descomunal masa de hielo sobre Lysander, dejando su cuerpo aplastado y sumido en un cráter cubierto de escarcha y sangre.
—Maldito… —gimió Lysander malherido. El golpe había sido tan violento, que el mismo martillo de hielo se había hecho pedazos—. No me vencerás… —aseguró el de las alas de oro, tratando de ponerse en pie. El crujir de algunos huesos rotos sugería dolorosas fracturas de lenta rehabilitación, sin embargo, a diferencia de su esqueleto, su voluntad parecía ser inquebrantable.
—Pequeño estúpido —musitó el rubio Caballero; Denon era quizá solamente dos años mayor que Lysander, sin embargo, su experiencia en batalla le convertía en un oponente mucho más peligroso— ¿Realmente pensaste que ya estabas a mi nivel?
—¿Qué todavía no estoy a tu nivel dices? —preguntó Lysander, y con gran esfuerzo, se incorporó—. No te preocupes, aún me queda vida para seguir intentándolo —su boca manaba sangre, sin embargo, sonrió.
—¡Basta! —resonó poderosa una voz desde el trono—. ¿No han tenido suficiente ya el uno del otro? —preguntó el anciano—. Athena se encuentra fuera del Santuario, en una misión muy importante. De haber presenciado esta vergonzosa pelea entre sus Caballeros, estaría muy triste.
—Gran Patriarca, me disculpo —dijo Denon, y se arrodilló.
—¿Y tú Lysander? —preguntó el anciano—. ¿Tienes algo que decir? No espero una disculpa, espero me platiques los detalles de tu misión en Anthea. Esta vez calmadamente, de ser posible.
—Antes de llegar hasta aquí, pensaba mentir. —respondió Lysander, mientras con la diestra limpiaba la sangre que manaba de su boca—. Pero realmente no tiene caso, a usted no podría engañarlo jamás. La verdad es que no me atreví a quitarle la vida a ese joven llamado Lazarus porque…
—No menciones su nombre —interrumpió el gran Patriarca del Santuario—. Se trata de Hades, no lo olvides.
—Bueno, simplemente no me atreví a matar a una persona inocente. Y no estoy seguro de estar arrepentido señor. Además, con todo respeto, usted tuvo cierta responsabilidad… debió elegir a otro para esta misión, no a mí. Alguno que no tuviera un lazo emocional con ese lugar.
—Cretino… ¿Cómo te atreves a culpar a nuestro Patriarca por tu ineptitud y tu bajo desempeño? —Nuevamente, intervino Denon; los comentarios incisivos parecían ser lo suyo.
—Silencio, Denon —ordenó el anciano—. Lysander, debes entender que no fue un acto egoísta de mi parte. Precisamente por la forma en que manejas tus sentimientos es que decidí darte esta misión, era tu oportunidad para terminar con todo aquello que te limita como guerrero, pero no lo has logrado. Eres un guerrero muy emocional, si no cambias eso, siempre tendrás problemas.
—Gran Patriarca…
Finalmente Lysander entendió la verdadera intención de aquel hombre que está por encima de los ochenta y ocho Caballeros. Sin embargo, aún sentía que había sido un acto cruel. Lysander confiaba en la posibilidad de vencer esa limitación que tantas veces le había repetido el Patriarca, de alguna otra forma, sin necesidad de hacer algo iba contra sus principios e ideales.
—¡Lysander de Sagitario! —exclamó el anciano—. Por no haber cumplido la importante misión que se te encomendó, y por haber abandonado el Santuario sin mi consentimiento, estarás prisionero en Abaddon durante treinta días y treinta noches. La estancia en ese lugar no es fácil de sobrellevar, medita y recapacita. Corrige tu conducta irreverente, y conviértete en un verdadero Caballero de Athena.
También conocido como “Palacio Negro”, Abaddon era la única prisión dentro del Santuario. Era una descomunal fortaleza que albergaba a más de trecientos delincuentes. Debido a que estaba construida sobre tierra santa, era imposible hacer uso del cosmos en dicho lugar, por lo que cualquiera que entrase allí, tendría la fuerza y la resistencia de un hombre ordinario.
—Nos vemos en treinta días, Lysander —musitó Denon, insinuando apenas una sonrisa.
La mente es como una maravillosa caja en la cual podemos atesorar nuestros más hermosos recuerdos. Sin embargo, aquello que no quisiéramos recordar, tristemente también permanecerá allí, a la mano de cualquiera que quisiese sacarlo a flote.
“El recuerdo es vecino del remordimiento” —Víctor Hugo.
Información Adicional:
Denon de Acuario: Recibe su nombre en honor a Dominique Vivant, Barón de Denon. Famoso francés que fue artista, dibujante y grabador, escritor, diplomático, viajero, coleccionista de arte, y está considerado como gran precursor de la museología, la historia del arte y la egiptología; también fue el primer director del Musée central de la République, futuro Museo del Louvre
Herman de Cetus: Recibe este nombre en honor a Herman Melville, autor de la novela Moby-Dick.
Layard de Black Leo: Recibe este nombre en honor a Sir Henry Layard, famoso arqueólogo quien en el siglo XIX aseguró haber visto un león negro.
Curiosidades:
*En el Fic Original, Saint Seiya: THE THREE WARS, Denon de Acuario aparece en el capítulo 2. Esta vez hace su presentación en el capítulo 3.
*Las técnicas Freezing Hammer e Infinity Break no fueron usadas en The Three Wars.
*En el fic original, Lysander (Llamado Deos) y Denon tienen un enfrentamiento similar en el capítulo 7.
* Layard y Herman no aparecen en The Three Wars.
Editado por Cástor_G, 13 febrero 2017 - 20:56 .