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22- Dinámica de Fics: Mejor fic del 2016

FIC FORO SAINT SEIYA

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11 respuestas a este tema

#1 Patriarca 8

Patriarca 8

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Editado por T-800, 29 diciembre 2018 - 12:42 .

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#2 Patriarca 8

Patriarca 8

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Publicado 17 septiembre 2016 - 08:30

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Editado por T-800, 29 diciembre 2018 - 12:43 .

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#3 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 25 septiembre 2016 - 16:23

Mito del Santuario.

 

SHAINA II

 

01:50 a.m. del 28 de Agosto de 2013.

No pudo dormir, de nuevo soñó con ese mocoso insolente que se atrevió a mostrarle compasión, a tratarla como un ser humano débil y común, y no como la guerrera digna y orgullosa que era.

 

***

 

En esa ocasión, cinco años atrás, volvía de una difícil misión en Polonia. Llegó cansada al Santuario junto a sus compañeros y se retiró a un bosque cercano para limpiar sus heridas. Se miró en el agua de una laguna y se remojó la cara, la sangre manchaba su rostro, pero el peor daño lo tenía en el brazo quemado; tardaría más de lo normal en sanar.

—¿Estás bien? —Tenía un pésimo acento griego.

—¿Qué demonios...? ¿Quién eres y qué haces aquí, niño? —No lo había visto venir, supuso que estaba demasiado agotada.

—Vamos, déjame verte. —Tenía inocentes ojos café, una mata desordenada de cabello castaño y una sonrisa traviesa pero gentil. Desesperante.

—¡No te atrevas a tocarme! —Sintió una punzada de dolor en el momento en que movió el brazo, y el chico se lo sostuvo con delicadeza. Se arrancó una tira de tela de su pantalón y envolvió con cuidado su brazo, remojándolo cada diez segundos. Pudo herirlo allí mismo por entrometerse donde no lo habían llamado, pudo hacerlo cuando le dijo que descansara y que esperaba volver a verla, o cuando se dio media vuelta para alejarse tarareando una canción... pero no lo hizo. Jamás lo hizo.

«Maldito seas, Seiya». Ese niño había crecido para obtener un Manto Sagrado que no le correspondía, Dante era más digno, hasta Cassios lo era. Así que miró las estrellas del firmamento nocturno para preguntar a los dioses sus motivos para hacer las cosas. «¿Qué tiene ese chiquillo de especial?».

 

***

 

Sin razón en particular miró a lo lejos, al monolito desde donde el Sacerdote del Santuario predecía el destino. Arriba había un pequeño pero importante Templo donde solo ese hombre podía estar, se decía que tenía una capilla de oración, un observatorio de astronomía, una biblioteca...

«Biblioteca». Quizás podría aprovechar su desvelo para seguir su investigación. Después de todo, no fue elegida parte del grupo para asesinar a los Santos de Bronce.

En el Santuario de la diosa Atenea había tres bibliotecas en total, una era de tan limitado acceso como la del Monte Estrellado y se hallaba en el Templo del Ánfora, era la colección personal de un Santo de Oro. La tercera era la biblioteca pública, hacia donde se dirigía, en el sector oeste del Santuario, y cuyo acceso se le tenía permitido a cualquier integrante del mismo.

Un centro con la típica estructura helénica de mármol se construyó cerca del bosque Dodona, una estatua de Atenea de unos dos metros de alto sobre el techo, equipada con una lanza, daba la bienvenida a los visitantes. El edificio tenía tres pisos de los cuales el primero, con la puerta de entrada, estaba en el subsuelo. Se accedía luego de bajar por una escalinata de piedra blanca. Había siempre dos guardias en la puerta, pero esta vez un tercero conversaba amistosamente con ellos. Lo conocía bien, incluso le parecía que Cassios estaba bastante interesado en ella, aunque Shaina no le diera mayor importancia.

Le pareció curioso recordar al Santo de Oro dueño de su biblioteca, ya que justo en ese momento sintió un agudo frío en el cuerpo, se le erizaron los vellos de la piel y posteriormente lo vio salir por el portón, enfundado en una larga capa de dorado oscuro, llevando varias copias de libros bajo el brazo. Shaina sabía que eran copias, eran conocidas las acostumbradas visitas de Camus, uno de los doce Santos de Oro, a esa biblioteca para transcribir los escritos e incrementar su propia colección en su hogar casi en la cima de la montaña. Era un témpano, y como era habitual, pasó entre los soldados con cortesía gélida, despidiéndose con un ligero movimiento de la mano libre. Si vio a Shaina, no dio muestras de ello.

—Buenas noches —saludó. Gracioso, tenía que admitir que hasta ella era más efusiva que el guardián del Ánfora.

—¡Oh, señorita Shaina! ¿Q-qué le trae por aquí? —preguntó el grandulón, y los otros soldados, aunque se irguieron rectos e hicieron el disciplinado y protocolar saludo a un superior, no pudieron evitar una risa por lo bajo.

—¿A qué vendría a una biblioteca, Cassios, si no es para leer?

—Pero es tan tarde que... —Se calló al notar que habló demasiado, desvió la cabeza a un lado y quedó expuesto el agujero donde antes había existido una oreja, la que Seiya cortó.

—Vamos, acompáñame, estos tiene que vigilar, no cuchichear —dijo Shaina. En realidad no estaba segura de querer compañía, pero Cassios sabía muchísimo del Santuario, podía serle útil con la información.

 

Bajaron por la escalera con una antorcha encendida que tomaron de la pared, y entraron. Allí solo había algunas velas encendidas, pero eran capaces de ver todo el esplendor de una de las más importantes fuentes de conocimiento del mundo. Había libreros en todos lados, pergaminos enrollados y otros colgados de las paredes, y un busto de la diosa protectora de Atenas sobre un pedestal al centro de la sala. Alcanzó a leer algunos títulos: Historia de Guerra, Sueño de AteneaOdín, Napoleón el conquistador, TitanomaquiaCírculo de SatélitesÁngelus, y varios otros.

Detrás de un gran mesón de pino negro en el ala oeste se hallaba leyendo quien esperaba encontrar, una vieja amiga.

Una de las pocas.

—Yuli.

—Oh, hola Shaina. —La muchacha, vestida con ropas de entrenamiento rojas, dejó el manuscrito que tenía en las manos y puso atención a los recién llegados. Tenía largo cabello plateado a pesar de sus dieciocho años, ojos vibrantes y celestes, y una figura alta y delgada. Nunca tenía ojeras a pesar de que a duras penas dormía. Siempre estaba allí o en el observatorio, era una de las oficiales auxiliares del Santuario, se encargaba específicamente de los aspectos astronómicos, enviando informes de movimientos estelares, lunares y planetarios al Sacerdote para que éste los estudiara y enviara predicciones de vuelta, un trabajo que habían hecho todos los Santos de Bronce de Sextante antes que ella. Por eso era normal encontrarla allí, estudiando manuales y planos del cielo; se podía decir que era también la encargada no oficial de la biblioteca, desde que el titular había muerto hace más de diez años en África—. ¿Qué necesitas?

—El Libro Dorado, ¿sabes dónde está?

—Por supuesto.

Tardó un par de segundos en traerlo. Era uno de los libros más grandes que se podía encontrar, tenía más hojas que cualquier otro, lo que le hacía pesadísimo a pesar de que casi la mitad estaba en blanco. Contenía la biografía, logros y hechos más importantes de cada uno de los Santos de Oro que habían pasado por el Santuario desde la era mitológica, escrito personalmente por el Sumo Sacerdote a cargo, guiado supuestamente por la voz de Atenea.

«Ja, Atenea». A veces le costaba creer que la diosa de la sabiduría viviera en el Santuario, en carne y hueso, ya que nunca la había visto. Milo llegó un día diciendo que había escuchado su voz durante la pequeña intervención bélica en Asia de Eris, la diosa de la discordia, tres años atrás, pero no verla era un constante desafío a la fe de los Santos. Oírla no era suficiente.

Abrió el grueso manuscrito sin saber dónde encontraría lo que buscaba. Entre las primeras páginas escritas con letras tan brillantes como las Doce armaduras de élite había personajes famosos como Hélico de Sagitario, el primer hombre en usar un Manto de Oro, y otros de sus contemporáneos; al correr cientos de páginas de una vez se encontró con Ionia de Capricornio, legendario por su longevidad; DeathToll de Cáncer, un personaje (por decirlo de una forma) complicado en la historia de los Santos; Krest de Acuario, no tan longevo como Ionia... Pero aún le faltaba mucho por llegar con el que buscaba. Leyó el nombre Muu y dio con la generación actual.

 

Sagittarius, Aiolos (1977-1997) Griego. Guardián del Templo del Centauro desde 1990 hasta 1997; fue el creador de la técnica Quiebre del Infinito[1]la cual sería estudiada por expertos desde su primera aparición por el intenso calor que irradiaba durante su ejecución; fue el líder del contraataque a la fallida rebelión del Ejército del Sol en 1993, Egipto; encargado solitario de impedir el resurgimiento del gigante Tifón en 1995...

 

Había varios más datos y decenas de batallas menores pero importantes, que se hacían extraños de leer. Después de todo, Aiolos solo estuvo siete años en el cargo. Pero al llegar casi al final de la página, los tonos heroicos del contenido dorado cambiaron bruscamente.

 

Intentó asesinar a la diosa Atenea horas después de llegar a la Tierra en forma de bebé, el 1º de Septiembre de 1997; y al fallar en su misión, trató de secuestrarla agrediendo al Sumo Sacerdote Sion en el acto. Fue asesinado durante la persecución posterior a manos del Santo de Oro Shura de Capricornio. Desde ese día se le conoce como Traidor.

«Vaya, interesante». No decía nada más, la siguiente página ya tenía información sobre su asesino, no se mencionaba que su cuerpo jamás había sido encontrado ni que su Manto de Oro había escapado.

—Sinceramente, señorita, creo que hay Santos mucho más interesantes que ese traidor inmundo —dijo Cassios, asomándose por sobre su hombro. Entre los guardias no era muy querido el nombre de Aiolos, al cual, durante la persecución, jamás pudieron ni siquiera ver.

—¿No te parece extraño que no se mencione nada sobre su cuerpo? Nadie lo encontró jamás.

—Probablemente se lo devoraron las aves de rapiña, o quizás Shura lo dejó en pedacitos, aunque no quiera admitirlo.

—Es uno de los Santos con más honor aquí, no seas idiota.

—Ah, sí, tiene razón.

—¿Por qué Aiolos haría algo así? Un hombre que peleó durante poco tiempo en tantas batallas saliendo victorioso, alguien de quien se rumoreaba sería candidato a Sumo Sacerdote cuando éste se retirara...

—A nuestro líder aún le falta bastante tiempo. Dicen que tiene más de dos siglos de edad, pero se ve bastante bien —sonrió el hombretón.

—Sí, bastante... —Había algo que faltaba en el rompecabezas, una pieza que no coincidía pero que no alcanzaba a distinguir. Le frustraba admitir que Marin o Algol darían con esa respuesta con más facilidad.

En 1997 era una niña de cuatro años, pero durante sus primeros días en el Santuario se enteró de algunos de esos rumores. ¿Por qué querría el Sumo Sacerdote un sucesor en ese año si después seguiría dieciséis más en buena forma? De los que se hablaba eran...

—¿Quiénes eran los candidatos en esa época? Según los rumores.

—Oh, el Traidor era uno, por supuesto. Y Saga. Pero claro, eran los únicos que superaban los dieciocho años en esa época; el Tigre llevaba años sin responder un solo llamado desde el Santuario.

—¿Saga, eh?

Saga de la constelación de Géminis. En su página la información se detenía coincidente (y muy misteriosamente) en 1997, ya que desde ese punto solo hizo pequeñas apariciones públicas. Se había vuelto alguien muy solitario, salía poco o nada de su templo; Shaina recordó verlo solo una vez, muchos años atrás.

«Así que tenemos tres posibles sucesores a Sumo Sacerdote en esa época, uno no ponía un pie en el Santuario desde hacía años, otro se vuelve un ermitaño serio y solitario, y el último se muere». Era un tema interesante sin duda, aunque no aclaraba tampoco la desaparición misteriosa de la Victoria, la estatuilla que descansaba en la mano de la gigantesca estatua de Atenea en la cima, a la que se le atribuían cualidades casi mágicas, y que se esfumó el mismo día de la rebelión de Aiolos.

De repente se fijó en una estantería en particular, su subconsciente debió haber dirigido sus ojos hacia allá. Atenea, diosa de corazón humano decía la portada con letras blancas. Conocía ese libro, registraba biográficamente a las mujeres que habían sido reencarnaciones humanas de la diosa en la Tierra, aquellas que hasta habían escogido un nombre humano. Corrió a abrirlo y buscó la última hoja: Sasha, la joven líder de los Ochenta y Ocho durante la última Guerra. No había nada después.

«La actual Atenea no tiene un nombre humano, ni siquiera aparece en público como sí lo hizo en el pasado, en otras reencarnaciones». Recordó unas palabras que su maestro le mencionó durante los primeros años de su entrenamiento: “Los Santos de Bronce se encargan del exterior, son la primera línea de ataque y defensa; los Santos de Plata son los expertos de la guerra, rodean las inmediaciones del Santuario y salen a las misiones principales, escoltan a la diosa desde las lejanías preocupados más de las potenciales amenazas; los doce Santos de Oro siempre deben estar junto a Atenea, o cerca de ella. Forman la última y casi infranqueable línea de combate”.

Doce junto a Atenea, pero no parecía problema que tres Templos estuvieran vacíos y que la diosa nunca apareciera. Los doce Mantos de Oro siempre buscaban a la diosa de la justicia, aunque ahora uno de ellos parecía estar en Japón...

«No puede ser...»

—¿Sucede algo, señorita Shaina? —Cassios le tocó el brazo con suavidad y ella se apartó sin brusquedad, se había quedado bloqueada en sus pensamientos.

—No, nada, creo que ya me voy a dormir, estoy muy cansada. Aunque antes... ¿sabes algo sobre lo que ocurre en Japón con los siete chicos de Bronce?

—Ah, dicen que nadie sabe el paradero del Cisne, quizás el inútil de Seiya siga vivo, pero dicen los rumores que se encontraron decenas de cadáveres de hombres de Reina de la Muerte en una montaña en Japón. Parece que era verdad eso de que escaparon de la isla y fueron hacia allá.

—Y ahora los Santos de Plata tenemos el turno. Acabar con simples chicos de Bronce cuando con uno solo de nosotros bastaría.

—El primer equipo tiene a cuatro Santos, no sé tampoco por qué tanta necesidad y prisa —dijo el gigantón antes de despedirse con torpeza, sin quitarle los ojos negros de encima.

 

Al pasar cerca de la montaña, Shaina miró nuevamente el Monte Estrellado donde se predecía el futuro. Solo el Sumo Sacerdote podía estar allí, era el lugar con la mayor cantidad de información en el planeta.

—Yuli, ¿puedes predecir el destino? —preguntó a la chica que la acompañaba, pues vivía en una cabaña cercana. Parecía ser que al fin se había decidido a salir y dormir un poco.

—No, solo envío y recopilo información del movimiento astral. Únicamente el Sumo Sacerdote sabe interpretar esos datos.

—Y luego te reenvía esa información para que la repartas entre los Santos.

—Sí... en teoría ese es mi trabajo, ¿verdad? —La muchacha bajó la cabeza con un dejo de tristeza.

—¿Qué ocurre?

—Bueno, creo que el Pontífice no me considera muy buena en esto, si te soy sincera. Sextans debió tener buenos compañeros antes. —Yuli miró hacia atrás, a la Caja de Pandora colgada a su espalda, con ojos entrecerrados y cristalinos a la luz de la luna creciente.

—¿Por qué lo dices?

—Bueno, ya llevo cuatro años como Santo. Como sabes, soy una de las más jóvenes en vestir un Manto Sagrado en la historia, pero en ese tiempo el Sacerdote me ha reenviado muy pocas veces esa información. Por eso no he podido entregarle a muchos de ustedes datos sobre su futuro posible, supuestamente mi trabajo más importante desde que llevo esta armadura.

—¿Pocas veces? Pero el Sumo Sacerdote siempre está allá arriba. ¿De cuántas estamos hablando? ¿Tres veces al mes? ¿Dos?

—Unas... diez veces en estos cuatro años.

—¿Qué dices?

Bien, ya parecía un hecho. Algo raro ocurría en el Santuario y en Japón hallaría las respuestas. No importaba si tenía que encontrarse con el chiquillo otra vez. Si era necesario, ella misma de encargaría de asesinarlo.

 

«Seiya... maldito seas, ¿qué tienes de especial?»


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#4 Patriarca 8

Patriarca 8

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Publicado 25 septiembre 2016 - 22:08

 
1-Nombre  del  fic: LA BATALLA DE LOS 1000 DÍAS
 
 
2-CAPITULO   20:
 
El dios Polinices se encuentra en la dimensión cósmica X y observa  como las 12 armaduras doradas lo rodean.
 
En ese momento aparece Asvayit  con una vestimenta extremadamente blanca y con 2 gigantescas alas doradas en su espalda, tomando la apariencia de un ángel
 
— ¿Qué pretendes lograr con esta ilusión Asvayit? ahora que soy un dios ya no le temo a nada y mucho menos al  alma de un dorado.
 
—He visto el futuro que pretendes lograr y debo detenerte ya que a pesar de que tus motivaciones al principio serán nobles con el tiempo te convertirás en un tirano.
 
— No hay forma de que logres vencerme, las diosas del destino han decretado que yo gobierne el Olimpo, la Tierra y en el futuro a todas las dimensiones.
 
— Los caballeros dorados hemos logrado la hazaña de cambiar  el destino a lo largo de la historia y lo lograremos una vez más.
 
En aquel instante aparecieron  11 almas de  caballeros dorados que se pusieron a su lado
 
— Lucharemos por la paz— indico el alma de Tenócrates de Aries
 
— Lucharemos  por nuestro orgullo de caballeros— indico el alma de Androgeo de Tauro
 
— Lucharemos  para que la humanidad tenga un futuro mejor  — indico el alma de Eteocles de Géminis
 
— Lucharemos  para que la gente tenga una vida relajada y feliz— indico el alma de Lepsius de Cáncer
 
— Lucharemos para proteger a las próximas generaciones— indico el alma de Androcles de Leo
 
— Lucharemos para que el bien triunfe sobre el mal — indico el alma de Asvayit de Virgo
 
— Lucharemos para ayudar a los héroes de nuestro mundo — indico el alma de Bynakko de Libra
 
—    Lucharemos para que los jóvenes del mundo  puedan disfrutar del buen vino y  proteger  a las chicas lindas y sexis — indico el alma de Sarkón de Escorpio
 
Las demás almas observan seriamente al  caballero de Escorpio
 
—  ¿Qué? Todo el mundo tiene derecho a tener su propia opinión   replico el dorado aludido
 
—Lucharemos para salvar a Athena — indico el alma de  Kaleipus  de Sagitario
 
—Lucharemos por la justicia — indico el alma de Diomedes de Capricornio
 
—Lucharemos para cumplir nuestros objetivos— indico el alma de Neucalión de Acuario
 
— Lucharemos para  proteger a nuestras familias y amigos — indico el alma de Adrasto  de Piscis
 
El dios Polinices observa a los 12 caballeros dorados
 
—Me da igual si deciden atacarme los 12 al mismo tiempo, mi glorioso destino no puede ser alterado, ustedes no pueden vencerme
 
— Nosotros 12 quizás no podamos  pero con la ayudad de todas las almas doradas ,definitivamente cambiaremos el futuro—indico el alma de Asvayit de Virgo
 
— ¿A qué te refieres? —pregunto el dios Polinices
 
— les mostré el futuro que vas a crear y decidieron ayudarme y aunque sacrifiquemos nuestras almas  alteraremos el futuro impuesto por las Moiras.
 
En ese momento  el dios Polinices escucha telepáticamente a las Moiras quienes le aconsejan  que debe destruir  de inmediato el alma del dorado de virgo.
 
Polinices siente curiosidad por saber lo que pretende hacer su oponente así que decide esperar e ignora el consejo de las Moiras
 
En ese momento las armaduras doradas empiezan a brillar intensamente  y posteriormente aparece un ejército compuesto por las almas de todos los caballeros dorados  muertos en distintas épocas del pasado   ya sea que murieran en las guerras sagradas o por causas naturales.
 
—adiós  Polinices, espero que tú y los demás sepan aprovechar la nueva vida que se les otorgara y en esta ocasión sigan el sendero del bien. “Sol de la reencarnación zodiacal”   —  “las almas de todos los dorados reunidos  explotan  y posteriormente se forma un sol en miniatura que  desintegra  el cuerpo de cualquier ser malvado que se encuentre cerca, el alma de dicho ser reencarnara  dentro de 12 días olvidándose casi por completo de la vida que tuvo anteriormente”
 
 
 
 
Mientras tanto el ejército invasor  había logrado llegar al Santuario de Grecia y se enfrentaban al ejercito de soldados rasos liderados por Tersites de hidra, Amoroso de Dragón Marino  y Pandora quienes trataban de impedir que avanzaran por las 12 casas ya  que al final de ellas se encontraba Athena  aun  sin lograr despertar y varios aldeanos de Rodorio que habían venido a buscar refugio.
 
Cuando Tersites de hidra vio  que Amoroso de Dragón Marino y Pandora  habían sido heridos seriamente pensó que la batalla había llegado a su fin y que el Santuario caería en manos de los invasores dentro de poco, pero en ese instante todos observaron asombrados como un sol en miniatura aparecía delante de ellos.
 
Los cuerpos de los guerreros de las otras dimensiones fueron desintegrados por completo y también el cuerpo de Pandora.
 
Finalmente el sol se eleva al cielo y desaparece. En un extraño giro del destino, el santuario se había salvado
 
 
Seiya423.jpg

Editado por T-800, 29 diciembre 2018 - 12:44 .

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#5 Seph_girl

Seph_girl

    Marine Shogun Crisaor / SNK Nurse

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Publicado 26 septiembre 2016 - 20:50

Nombre del fic:

EL LEGADO DE ATENA

 

 

Escuchar a su hijo llamarlo con tanta desesperación destrozó el alma de Bud, con mucho más dolor que con el que las rocas habrían deshecho su cuerpo.

Bien se dice que cuando la vida está a punto de terminar, todo transcurre frente a tus ojos, ayudándote a recordar las razones por las que podrías ser admitido al paraíso, o las que te condenarían a los martirios de algún infierno.

Pesó en su corazón ese tiempo perdido en que odió a sus padres y a su hermano, pero decidió confortarse en los recuerdos más felices de su vida, siendo los últimos años los más dichosos, aquellos que compensaban con creces toda la tristeza de su nacimiento. El haber ganado el corazón de Hilda y compartido con ella la dulzura del matrimonio; la dicha de convertirse en padre, ese día en especial cuando su hijo nació y se decidió llamarlo Syd, en honor a su gemelo.

Bud aceptó el final aunque en su pecho lo embargara la angustia de abandonar a Hilda y a Syd ante el peligro que ensombrecía a Asgard, pero no podía hacer más por ellos… Lo lamentaba.

— Bud de Mizar, aún no es tiempo de que las puertas del Valhalla se abran para ti.

Escuchó Bud, una vez que la sensación de caer en el vacío desapareciera. Tras perder sus cinco sentidos por la cercanía de la muerte, lo único que pudo hacer fue escuchar esa voz que le hablaba directamente a través de su moribundo cosmos.

Tales palabras lo obligaron a darse cuenta que su corazón aún latía, débilmente. Ese bombeo era la señal que le indicaba que, de algún modo, se mantenía con vida.

— ¿Quién es… a quién pertenece este cosmos? —pensó, al ser incapaz de hablar para expresar su duda.

Tu destino está lejos de terminar dios guerrero de Mizar. Enciende tu cosmos una vez más y prosigue con tu sagrada misión.

— ¿Misión…?— Bud repitió confundido a la profunda y fantasmal voz, intentando darle una forma. De algún modo, como si un susurro le hubiera revelado la verdad clamó— … ¡Odín!... —sintiendo que el cosmos omnipresente del poderoso señor de Asgard se adentraba por sus poros, reanimando cada átomo de su cuerpo, regresándole el aliento perdido.

El pueblo de Asgard ha sufrido desde épocas remotas. Demasiada sangre y lágrimas se han derramado sobre nuestra patria, y ahora que finalmente se ha llegado a una era de paz y prosperidad, no permitiré que nada interrumpa su curso.

Bud cerró los puños con fuerza, las palabras de Odín estaban llenas de verdad. La gente de Asgard ha superado muchas dificultades, y después de siglos de decadencia, la retribución los había alcanzado… Nadie iba a cambiar eso… ¡Nadie va a apartar la luz que le ha permitido a Asgard brillar como nunca antes!

Adelante dios guerrero, levántate y enciende tu cosmos en mi nombre, como tu dios lo exijo, con mi corazón te lo imploro… Abandonar a Asgard no debes, el peligro acecha a aquellos que amas. Mi travesía a tu lado no terminará aquí, enséñame el coraje de los hombres, el valor que los impulsa a crear milagros… ¡Padre, levántate!

 

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Capitulo 33. El vórtice de la tormenta. Parte IX.

Cese.

 

La sensación de caer en el vacío de la muerte no le fue desconocida a Bud, por eso no temió. Ya se lo había dicho la norna Skuld, dos veces ha tenido que morir pero dos veces alguien ha intervenido. Nadie podría ser tan afortunado para salvarse una tercera ocasión, o eso pensó en el momento que se entregó al sueño eterno.

 

Una vez más fue bendecido. Su cuerpo fue cubierto por la legendaria armadura de Odín, la cual borró todo mal de su ser, regresándole vitalidad y salud; reavivó la llama de su cosmos, devolviéndole todos los sentidos con un propósito: Debía proteger a Asgard y erradicar el mal que los invasores trajeron consigo.

Tal proeza podría resultar imposible de lograr si continuaba luchando por cuenta propia… pero ya no estaba solo. Bud sujetó la espada Balmung con ambas manos, alzándola en posición de ataque.

 

Caesar, Patrono de Sacred Python, observó detenidamente al dios guerrero, teniendo las mismas dudas que Dahack y Masterebus.

Los guerreros se reagruparon alrededor del Patrono de Sacred Python, buscando respuestas.

— Caesar… no me digas que él… es… —musitó Dahack.

— No —Caesar se adelantó a su conjetura—. Áxalon está reaccionando, pero no por él… El chiquillo sigue siendo su deseo —explicó, seguro de lo que le transmitía la espada al empuñarla con firmeza—. Yo me encargaré. Ustedes ya han hecho suficiente, apártense.

— Sí así lo prefieres… — el Patrono de Arges accedió a hacerse a un lado, a diferencia de Masterebus quien permaneció en su sitio.

 

Caesar avanzó hacia Bud, sosteniendo su espada dentada, la cual no tenía nada que envidiarle a la legendaria Balmung.

— Tú… Fuiste tú quien luchó contra Elke —supo Bud al estudiar su cosmos.

— Así que “Elke” era el nombre de esa mujer. Admiré su determinación al querer vencerme, y parte de mí lamenta que su sacrificio haya sido en vano —comentó Caesar para confusión de Bud—. No siempre se encuentran seres humanos con tal nobleza.

— No tienes por qué lamentarte, yo acabaré lo que ella inició —aclaró Bud—. Pero primero debo cumplir una promesa que hice antes —lanzando una mirada hacia Dahack quien le devolvió una sonrisa socarrona.

Caesar intuyó su deseo, mas permaneció como un muro que se lo impediría— Seré yo tu oponente.

El dios guerrero lo miró de reojo—. No desesperes, no me pienso olvidar de ti— dijo antes de impulsarse a la velocidad de la luz en su dirección. Caesar se alistó para confrontarlo pero le sorprendió que su enemigo se hubiera desviado en el último segundo hacia otro objetivo.

Dahack se supo blanco del feroz y resentido tigre de Zeta, por lo que se preparó para reanudar la confrontación.

— Veo que quieres que terminemos el juego. Me parece bien, ¡porque no importa qué clase de armatoste lleves encima, el resultado será el mismo! —espetó el Patrono, moviéndose a su súper velocidad, confiado de no poder ser alcanzado por Bud.

 

Caesar chasqueó los dientes, un tanto sorprendido por no haber podido interceptar al dios guerrero de Zeta. Sabía que si dejaba solo a Dahack éste moriría, era demasiado distraído para darse cuenta que no trataba con el mismo oponente de antes. Se dispuso a ir en su ayuda cuando el sonoro aullido de un lobo le alertó de un inesperado arribo.

El Patrono de Sacred Python habría reaccionado con violencia, pero pareció petrificarse en cuanto Sergei, dios guerrero de Épsilon, se plantara en su camino.

—Dejemos que ellos peleen por ahora, ¿por qué no dejas que sea yo tu oponente? — Sergei cuestionó con gesto hostil y desafiante.

 

Dahack y Bud se desplazaban en zigzag por la vasta explanada, el Patrono evitaba el combate directo con una sonrisa cínica mientras Bud permanecía centrado e impasible yendo detrás de él.

— ¿Qué sucede? ¿Acaso no puedes alcanzarme? —se mofó el veloz Patrono.

— Al contrario, creo que ya nos hemos alejado lo suficiente —respondió.

— ¿Qué quieres decir? —Dahack cuestionó.

El dios guerrero no respondió con palabras, en vez de eso desapareció de cualquier vista tras convertirse en una figura borrosa.

Dahack quedó pasmado al ver la estela fantasmal que lo atravesó y pasó de largo, resintiendo una intensa sensación gélida en el cuerpo que tardó en entender. Al mirar por encima de su hombro, vio la espalda del guerrero Bud mientras la visión se le nublaba.

En cuanto Bud sacudió la hoja de su espada para limpiarla de la sangre, Dahack lanzó un potente alarido, al mismo tiempo que su armadura estallara en pedazos y en su cuerpo se abrieran múltiples heridas sangrantes, cada una de ellas mortales.

Dahack cayó muerto al suelo para sobresalto de los presentes, envuelto por una lluvia carmesí generada por su propia sangre.

— No pensaba dejar que tu asquerosa sangre manchara la pureza de Odín en la Tierra —Bud musitó, instantes antes de buscar con ojos de desprecio a Masterebus. El guerrero oscuro entendió la indirecta por lo que aceptó continuar con la lucha que constantemente ha sido interrumpida.

 

Caesar contempló el acto en la distancia, irritado por ver morir a un compañero. No porque él apreciara al fallecido Dahack, sino por lo que tal pérdida podría causar en su señor.

Le asombró que el dios guerrero haya podido destruir la Stella de Arges con tal facilidad, se preguntaba si su propio Zohar podría ser dañada por el filo de la Balmung.

Cuando Sergei lo atacó de manera repentina, el Patrono sintió el leve roce en su mejilla, pero logró girar sobre sus pies para evitar el impacto y a su vez darle un codazo a su enemigo en la espalda.

Sergei dio unas volteretas hacia el frente para evitar caer, dándose media vuelta para atacar.

Caesar retrocedía y bloqueaba cada golpe con los brazos. Era una estupidez tener a un enemigo que lo atacara con las manos desnudas y sin protección de algún ropaje ¿era sólo valiente o estúpido?

Conforme Sergei continuaba atacando con simples golpes y patadas, comenzó a sentirse atrapado en un extraño Déjà vu. La manera en la que su enemigo contenía sus movimientos y respondía a sus ataques le transmitió viejas sensaciones e imágenes.

En un lugar como este, rodeado por altas paredes de concreto y metal, con nieve bajo sus pies, con un cielo gris perpetuo sobre él… un combate constante, el mismo oponente de todos los días…

 

Caesar esquivó el gancho derecho de su rival al agacharse. El brazo de Sergei perdió su blanco por lo que el Patrono estiró su mano y lo sujetó por la garganta, dándole un fuerte apretón con el cual lo alzó lejos del suelo.

Los ojos de Sergei se abrieron con asombro, sus labios temblaron en un rictus de completa perplejidad en cuanto el Déjà vu dejó de ser un recuerdo y se situó en su tiempo presente, hasta el ladrido lastimero de su lobo Aullido ocurrió tal cual en el pasado.

El dios guerrero sujetó la muñeca de Caesar en un vano intento de que lo soltara, la fuerza física del Patrono era superior.

Caesar tenía la capacidad para destrozarle el cuello tal y como lo hizo con la guerrera de Odín a la que enfrentó antes, pero el escuchar los constantes ladridos del lobo, tuvo un conflicto de emociones por las que terminó azotando a su enemigo contra el piso.

El impacto en su cabeza fue severo, Sergei sintió como el suelo firme se cuarteó bajo su cuerpo.

Con la vista descuadrada, miró al hombre que aún lo tenía sujeto del cuello, éste le dijo algo pero la contusión le impidió escucharlo con claridad, conmocionándose al ver cómo el Patrono se rascó una mejilla con mucha naturalidad y de manera muy discreta trazó una equis con los movimientos de sus dedos.

— ¡¿D-de verdad… e-eres tú?! —Sergei se esforzó en decir, espantado como si estuviera viendo a un fantasma.

En respuesta, Caesar lo volvió a levantar, sólo para arrojarlo bruscamente contra el muro más cercano.

 

 

 

Masterebus volvió a dividir sus alas en numerosas cuchillas que buscaron herir a Bud, mas el dios guerrero elevó su cosmos esgrimiendo la espada Balmung para defenderse. La espada sagrada repelió cada una de las afiladas extensiones, y con certeros movimientos Bud las cortó.

El guerrero con armadura de murciélago rugió adolorido, perplejo al ver que los trozos de sí mismo cayeron al suelo y se marchitaron hasta volverse polvo negro.

El peligro volvió a sacudir su ser, llevándolo a retroceder unos cuantos pasos al saberse  herido y vulnerable.

Bud sujetó la Balmung en posición defensiva, estudiando a su rival con cuidado.

— No he olvidado que pese a que perforé tu corazón posees otro escondido en algún lugar de tu ser —dijo Bud con tono analítico—. No sé qué clase de criatura seas, has logrado sobrevivir sin importar cuánto te han herido… pero es bueno descubrir que eres incapaz de eludir el poder de los dioses.

Masterebus bufó como un animal rabioso, haciendo que su armadura comenzara a presentar nuevos cambios para compensar lo perdido. Las garras que cubrían las manos del guerrero oscuro se alargaron todavía más hasta la medida de una katana.

Completamente desenfrenado, Masterebus se precipitó sobre Bud, quien lo enfrentó en un duelo veloz de espadas y cuchillas.

Aunque Masterebus intentó repetidas veces desarmar a su rival empleando agarres repentinos, el dios guerrero lo evitaba respondiendo con agilidad.

Al chocar sus espadas, volvieron a entrar en una competencia de fuerza muy reñida,  en la que Bud se sobresaltó al ser atacado por poderosas llamas negras que emergieron de los ojos destellantes de su oponente.

Las llamas oscuras lo cubrieron, girando violentamente a su alrededor. Bud se perdió momentáneamente dentro de ese tornado de fuego hasta que emergió después de un largo salto.

El dios guerrero tosió al sentirse sofocado después de eso. Admiró nuevamente la bendición de la armadura de Odín, pues se encontraba ileso pese a haber recibido el ataque de manera tan directa.

Masterebus no estaba complacido por ello, por lo que prefirió guardar distancia y desplazarse alrededor de su enemigo, buscando el momento justo para atacar.

Bud lo imitó, avanzando con cautela. Centró todos sus sentidos para ubicar sus latidos, sabiendo que debía acabar pronto con la pelea; Sergei no podrá frenar por demasiado tiempo al otro espadachín.

Sus pensamientos causaron cierta reacción en el ropaje y espada de Odín cuando éstos lo obligaron a elevar su cosmos. Bud pestañeó incrédulo en cuanto su vista transformara al hombre frente a él en un ser de estelas y humo negro; todo un remolino de caos girando alrededor de un cuerpo que carecía de un brazo y con un amplio boquete en el pecho.

 

Masterebus notó el extraño brillo en uno de los ojos del dios guerrero, decidiéndose a atacar al ver confusión en su oponente. Volvió a prenderse en llamas, transformándose una vez más en un ente de fuego negro.

 

Bud vio como ese tornado venía en su dirección, estaba inseguro de lo que debía hacer, pero en cuanto notó un fulgor rojo sobresaliendo de las sombras entendió todo. El dios guerrero corrió al encuentro de ese vendaval, sin temor de ser devorado por el vórtice oscuro.

Luz y oscuridad se estrellaron una vez más. Las sombras y destellos se esparcieron por el cielo acompañados de un apabullador alarido.

Bud clavó con fuerza la espada Balmung en el cuello del enemigo, y en cuanto la punta perforó ese punto, emergiendo por la nuca, una llamarada roja fue visible. Dicho resplandor escarlata se extinguió en un santiamén al mismo tiempo que el brillo en los ojos de Masterebus.

 

Masterebus se retorció de dolor unos breves momentos antes de que Bud extrajera la espada con un violento movimiento, preparando un golpe vertical con el que le daría fin.

La hoja de la espada Balmung dejó una línea de luz que se marcó en el cuerpo de Masterebus. De la resplandeciente herida crecieron fisuras luminosas que se extendieron por toda la armadura oscura del guerrero que crujió hasta que se convirtió en cenizas.

A los pies de Bud cayó el cuerpo inerte y sin vida de un hombre pelirrojo, el cual rápidamente comenzó a secarse hasta quedar como una momia totalmente marchita.

 

 

En cuanto Caesar se supo blanco de la mirada del dios guerrero de Mizar, dejó de darle importancia al tullido Sergei, quien emergió de la destrozada pared con dificultad.

— Listo, tienes toda mi atención —dijo Bud, procurando atraer a su rival hacia él.

— Vaya… tu espada es impresionante. Eliminaste a Dahack, uno de mis aliados —comentó Caesar, mirando los cuerpos de los caídos—. Y también a esa criatura… me dijeron que no podía morir, pero es claro que la inmortalidad es sólo una ilusión.

— Esto es entre tú y yo ahora.

— Parece que confías en que obtendrás la victoria, pero no eres el único que sabe cómo utilizar una espada —el Patrono aclaró, levantando su arma dentada.

— La victoria es segura cuando tienes a un dios de tu lado. No hay nada que la espada de Odín no pueda vencer.

Caesar intentó permanecer serio pero terminó por soltar una risa burlona—. Ya veo, así que es por eso que mi espada se encuentra tan ansiosa por cortarte… Está bien, habría preferido que el dios del que hablas dejara de esconderse y enfrentara su destino, pero en vez de eso decidió entregarte esa responsabilidad a ti... “Que los mortales peleen mientras yo observo”, típico de ellos —Caesar colocó su arma frente a él, cerrando la mano alrededor de su filo hasta sangrar—. Por el poder otorgado a mí, libero el primer sello —la sangre de Caesar provocó que de la espada naciera un intenso resplandor azul—… Áxalon, te privo de una de tus cadenas, ¡muestra tu furia!

Un estruendo alertó a Bud del nacimiento de un gran poder. El cosmos que emergió de la espada del Patrono dejó perplejos a todos los que se encontraban en la redonda.

Bud, Hilda y Sergei quedaron consternados al escuchar una serie de lamentos y gritos provenientes del interior de esa luz.

 

El Patrono elevó su cosmos, el cual armonizó con las flamas de su espada — ¿Te sientes intocable por estar respaldado por un dios? —preguntó, tomando una posición ofensiva—. Imagina cómo me siento yo al ser seguido por un ejército que ansía su destrucción.

 

Balmung y Áxalon chocaron en un primer y estruendoso golpe. Las espadas se repelieron con tal fuerza que casi escaparon de las manos de sus respectivos espadachines, pero tras un rápido giro ambos volvieron a recobrar equilibrio para impulsarse contra el otro.

 

 

Sergei de Épsilon avanzó hacia donde Hilda de Polaris se encontraba, sujetándola a ella y al príncipe para alejarlos del lugar. Los constantes golpes de espada desplegaban ráfagas de gran presión que estaban causando daños y vibraciones por la explanada, hasta las montañas parecían crujir por el enfrentamiento de ambos titanes.

El dios guerrero de Épsilon deseó ir en ayuda de su superior, pero Hilda se lo impidió, diciéndole que debían confiar en Bud y en la voluntad de Odín. Pero aun ante la petición de Hilda, Sergei no podía dejar de sentirse ansioso por sumarse a la batalla.

Le parecía una locura pensar que conocía la identidad del guerrero enemigo, ¡era imposible! Sin embargo, ¿sería el mismo sujeto que lo salvó de morir en el agua helada? ¿Aquel que lo llevó a casa de Asdis y vio por su bienestar? Si resultaba así… entonces existía una gran posibilidad de que un espectro de su pasado haya podido volver a la vida.

 

 

Caesar y Bud se movían con una agilidad y fuerza que como oponentes admiraron y respetaron. Mientras Bud era mucho más ágil, Caesar poseía un mejor dominio con la espada, llevándolos a lidiar con un duelo muy parejo. Los cortes luminosos desgarraban el aire, los choques metálicos resonaban por doquier. En un ataque simultáneo, Bud y Caesar  terminaron pasando uno junto al otro, esperando que sus espadas hayan herido a su respectivo rival.

Bud fue el primero en darse cuenta que en su brazal derecho apareció una delgada fisura.

El Patrono sonrió complacido al comprobar que el filo de Áxalon era capaz de rasgar una armadura como la que ahora protege al dios guerrero.

Bud por su parte no cambió su expresión para agregar— No sonreiría tanto si fuera tú —apuntando su espada hacia el pecho de Caesar—, yo estuve más cerca.

El Patrono miró pasmado el largo rayón que se trazaba en su ropaje, desde su costado inferior derecho hasta su hombro izquierdo. El fino trazo resaltaba en su armadura negra, Caesar supo que pudo haber sido un golpe fatal bajo otras circunstancias.

— Por tu expresión es evidente que es la primera vez que te pasa algo como eso.

— Mi Zohar… Ni siquiera los guerreros del Santuario fueron capaces de causarle un raspón a nuestras armaduras —Caesar palpó la marca en su peto.

— Haces mal en compararnos con el Santuario.

— ¿Y por qué no? Ambos son regímenes que veneran cosas absurdas —Caesar se mofó, alzando a Áxalón hacia el cielo con ambos brazos extendidos—. El hombre tiene la oportunidad de recomenzar su historia en esta nueva era, pero sus despreciables creencias se niegan a desaparecer… ¿Acaso no fueron los dioses quienes comenzaron con las guerras santas desde la antigüedad? ¿No fueron ellos quienes les mostraron a los mortales la habilidad de despertar sus cosmos? ¿Todo para qué? Para que los mortales bailen en su escenario mientras ellos observan cómo nos destazamos entre nosotros… Si fueran tan poderosos tal cual presumen, ¿para que necesitarían que hombres como tú los protegieran?...— cuestionó Caesar, concentrando su energía cósmica.

Bud contuvo la respiración al no saber qué contestar.

— ¿No puedes responderme cierto? Nadie ha podido… —el Patrono masculló con sorna.

El dios guerrero imitó a su oponente, elevando al máximo su cosmos— Estás queriendo decirme, ¿que tu objetivo es eliminar a todas las órdenes sagradas que existen? —indagó.

— Desde hace años ese plan se ha puesto en marcha —Caesar sonrió con malignidad, causando cierto temor en Bud—. Son pocos los que quedan, ¡y hoy llegó su turno!

Caesar estuvo a pocos instantes de descargar todo su poder contra Bud, con el cual esperaba fulminarlo. Sin embargo una aparición le impidió cumplir su deseo.

 

— Lo siento pero… temo que eso tendrá que esperar —fueron las palabras que congelaron la situación.

Caesar quedó inmóvil ante la susurrante voz que sopló sobre su oído. Bud frenó su embestida al ver a una figura sombría que de algún modo se abrió paso hasta allí, justo a un costado del Patrono, sin que nadie lo hubiera detectado.

Fue demasiado imprevisto, Caesar no logró reaccionar de manera correcta para evitar que esa persona lo atrapara.

Un tornado de sombras nació de los pies del misterioso individuo, desatando vientos huracanados a su alrededor.

Dentro del vórtice de la sombría tormenta, Caesar quedó inmovilizado por la terrible presión que engarrotó su cuerpo. El suelo se volvió completamente negro, donde un sinnúmero de manos negras lo sujetaron por las piernas y brazos.

El joven movió el brazo de manera diagonal, siendo la orden que forzó a todas esas extensiones a actuar.

— ¡¿Qué es esto?! —Caesar alcanzó a gritar lleno de frustración, viendo cómo es que esas extremidades estaban hundiéndolo rápidamente en el piso oscuro como si fueran arenas movedizas. Luchó por resistirse pero entre más lo hacía más extensiones negras lo envolvían y lo jalaban.

— ¡¿Quién eres?! —bramó al joven que se encontraba de pie como el centro de tal tempestad. El Patrono no llegó a comprender la razón por la que sus poderes resultaban inútiles, como si hubieran sido sellados de manera abrupta por ese maléfico entorno.

El joven no respondió, contempló en silencio cómo Caesar se perdió en las profundidades de la oscuridad que pisaba.

 

Bud retrocedió, expulsado por la energía oscura que emergió del cuerpo del misterioso guerrero. No pudo ver más allá del denso torrente negro que envolvió al Patrono y al extraño individuo, por lo que cualquier acontecimiento ocurrido entre ellos quedó fuera de su conocimiento.

Intentó acercarse, pero lo repelió una fuerza electrizante que tensó su cuerpo. Abrumado por tal sensación, Bud prefirió desistir y esperar algún cambio.

 

El tornado de sombras fue perdiendo intensidad y altura, succionado por el suelo que había sido cubierto por la oscuridad. Una vez que se desvaneció, la capa negra del piso fue achicándose hasta volver a su forma original: la sombra del misterioso joven.

Pero para Bud, Sergei e Hilda dejó de ser un extraño, aún en la distancia reconocieron el perfil y la complexión de uno de los suyos.

— ¿Aifor? —preguntó Bud, siendo el más cercano a él.

El joven tardó en reaccionar ante ese nombre, y con extrema pasividad giró el rostro hacia su superior.

En efecto se trataba de Aifor de Merak, quien por alguna razón había perdido su armadura sagrada. El chico lucía un poco sucio, pero ileso pese a que sus ropas maltratadas mostraban residuos de una cruenta batalla.

 

— Aifor… ¿cómo es que tú…? ¿Qué hiciste, dónde está el enemigo? —Bud preguntó, contrariado al no ver o sentir algún vestigio de su presencia.

— ¡¡No!! —escuchó a Sergei gritar al mismo tiempo en que el lobo Aullido ladraba de manera feroz. El animal corrió hacia Bud, impidiendo que se acercara al muchacho— ¡No se confíe, algo no está bien en él…! —Sergei no podía explicarlo pero, compartía con un Aullido el mismo presentimiento.

El lobo fue mucho más sensible a las fuerzas que ahora dominaban el cuerpo del dios guerrero de Merak, por lo que Sergei pudo percibirlo también a través del vínculo existente con Aullido.

Hilda estaba tan confundida como su esposo, pero entendía que algo estaba fuera de lugar. Aifor poseía grandes dones, es cierto, pero ¿llegar a tal alcance en tan poco tiempo?

— ¡Él no es Aifor! —terminó diciendo el dios guerrero de Épsilon.

Bud e Hilda miraron con asombro al silencioso joven.

Aifor prefirió sonreír con tranquilidad ante tal acusación —Me evitan la molestia de tener que mentir, es bueno porque me encuentro algo cansado.

— ¿Qué estás diciendo Sergei? —preguntó Bud, consternado al no creer lo que escuchó.

— Él tiene razón, no pensaba ocultarlo de todas formas —respondió el joven con la voz de Aifor de Merak—. Pero no tienen que preocuparse por mí, ya he terminado mis asuntos aquí, Asgard ya no tiene nada que sea de mi interés.

— ¡Espera! —clamó Bud, desplazándose con rapidez. Colocó el filo de Balmung junto al cuello del muchacho—. No vas a hacer nada hasta que me expliques qué significa todo esto —dijo irritado—. Si no eres Aifor, entonces ¿quién eres? ¿Qué fue lo que hiciste?

El chico miró sin temor alguno al dios guerrero que portaba la majestuosa armadura de Odín— Los he salvado a todos ¿no lo ves? —inquirió con sorna—. Ese hombre los habría matado al final… deberías agradecerme en vez de querer agredirme, humano.

— ¿Humano? —Bud repitió extrañado.

— Les he dado tiempo para que laman sus heridas. Por supuesto que no puedo garantizar que sus enemigos no regresen a continuar con su tarea, pero por hoy los dioses guerreros de Asgard se llevan la victoria. Yo se las he concedido, no lo olvides nunca —musitó prepotente.

— ¿Por qué harías algo como eso? ¿De qué lado estás? —Bud cuestionó, impaciente.

— No del tuyo por supuesto —Aifor respondió—. Mas no tengo interés en ustedes, no planeo siquiera volver a verlos. Lo que les suceda de aquí en adelante ya no me incumbe… Ese fue el trato —masculló airoso.

Aifor desplegó una corriente eléctrica que le permitió alejarse del alcance de Bud.  Se percató del intento de Sergei de Épsilon por atraparlo, mas lanzó al suelo un poderoso torrente de llamas anaranjadas y negras que se alzaron como un campo protector a su alrededor, impidiendo que tanto Bud como Sergei pudieran acercarse.

— En vez de preocuparse por mí, deberían estar más interesados en socorrer a aquellos que yacen moribundos por el palacio —decidió recordarles—. Para mí ustedes no son  nada, no tengo obligación alguna de satisfacer sus dudas… aunque podrían intentarlo con Clyde, claro si se atreve a contar la verdad.

Las paredes de fuego se cerraron como cortinas alrededor del joven, girando hasta transformarse en una nube de llamas, azufre e intenso calor que obligó a los guerreros asgardianos a cubrirse.

El cúmulo de fuego se alzó en el aire como un cometa, perdiéndose entre las nubes grises del horizonte.

 

Para cuando el calor intenso se aplacó, todo quedó en silencio. Sólo Sergei siguió inquieto, buscando con desesperación algo.

Bud aún se sentía inseguro y lleno de dudas ¿de verdad todo había terminado de manera tan abrupta? ¿Qué fue eso último? ¿Qué sucedió con el guerrero de Merak? ¿Qué tenía que ver Clyde en todo esto? Se preguntaba al escudriñar con sus sentidos el entorno. Como una respuesta afirmativa a la principal interrogante, el ropaje sagrado de Odín comenzó a brillar, anunciando la inminente separación.

 

La armadura divina abandonó el cuerpo de Bud, armándose en su forma original sobre el derruido altar, a los pies de la inmaculada estatua de Odín.

Cuando la espada Balmung tomo su lugar correspondiente, el estruendo simuló un cerrojo que le permitió a Hilda y a Bud saber que estaban a salvo… por ahora.

 

Las nubes de tormenta comenzaron a alejarse hasta perderse en el cielo, como si huyeran del brillo de la armadura de Odín, la cual permanecería allí hasta que el último de sus enemigos fuera derrotado.

 

FIN DEL CAPÍTULO 33


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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 30 septiembre 2016 - 20:43

El siguiente fic es del autor: Killcrom 

 

Némesis Divino I: El juicio de las Horas

 

 

 

"A finales del siglo XV, los santos dorados arrastran una maldición que les hará morir por su egoísmo. La única solución parece ser someterse al juicio de una diosa desconocida. ¡Sin saber cómo deben actuar, nuestros héroes tendrán que enfrentarse a una red de amenazas que jamás en su vida habrían podido imaginar!"

 

En este capítulo, el Santo de Piscis acude junto a Cisne al palacio de Sinigrado para avisar al Señor Sacerdote Hrafnkell de una posible traición de los Caballeros Azules. La sorpresa llega cuando descubren la poca disposición para ayudar del líder de Sinigrado.

 

 

PERSONAJES RELEVANTES

 

Kishut: el Sumo Sacerdote del Santuario de Atenea y caballero de Capricornio. Aficionado al vino y la lectura.

 

Nerites: santo dorado de Piscis. Uno de los llamados "Cuatro Grandes".

 

Baltsarós: santo dorado de Leo. Impertinente, irritante, pero muy poderoso. Conocido como el Príncipe Desertor.

 

Ístvan: antiguo santo dorado de Escorpio y hermano del actual, Iskandar. 

 

Ivánovich: santo de bronce de Cisne y encargado de avisar al Santuario de la posible rebelión en Sinigrado.

 

Fionn: santo de plata de Ballena y presunto rebelde. 

 

Laura: santa de bronce de Delfín. Es feucha, pero tiene ojos bonitos. Es llamada Raulita por el Señor Sacerdote.

 

Nésti: bebida santo de bronce de Osa Mayor y hermano de Medveditsa. 

 

Medvedista: santo de bronce de Osa Menor y hermano de Nésti.

 

Hrafnkell: Señor Sacerdote de Sinigrado. Un viejo demente y enfermo a cargo de la ciudad azul.

 

El soldado sin nombre: soldado al servicio de Hrafnkell que perdió los dedos tras intentar robar lascas de lapislázuli.

 

 

 

 

(Capítulo 17)

 

 

En el palacio de Sinigrado, la sala del trono se mantenía en una tensa quietud. A lo lejos se escuchaban los lloriqueos de una niña, pero cada vez eran más lejanos. La joven que acababa de llegar acompañada de dos hombres se inclinó ante su señor. Ellos la imitaron sin darse cuenta de que, con la cabeza agachada, una lágrima le surcaba el rostro. El cabello marrón, largo, le resbaló hacia delante.

 

—Se presenta Laura de Delfín, señor.

 

—Nésti de Osa Mayor —añadió el muchacho de la derecha, con voz aguda. Debía tener veinte años o más, pero aún no asomaba un solo pelo por su barbilla.

 

—Medveditsa de Osa Menor —completó el otro varón, aún más aniñado y muy parecido al primero. Su voz sonó trémula.

 

—¡Bienvenidos a casa, mis carceleros! Nésti y… ¿Medqué? No te esfuerces, no me voy a acordar de tu miserable nombre, Osita —se mofó el viejo, cuyos dientes se asomaron, negruzcos, entre su carcajada asmática—. Alza el rostro, Raulita —ordenó el tosco hombre, acomodado en su solio de piedra—. Vosotros no, que sois muy feos, osas. —Remató la orden escupiendo a la fría piedra que tenía a sus pies—. Además, no me gustan los chicos, prefiero a las niñitas tiernas, aunque la cara de mi Raulita me vuelve loco. Bueno, no exactamente a mí —rio entre ruidos guturales—. Aunque ya esté mayor, me sigue gustando cómo me… —insinuó— bueno, nada.

 

Obediente, la chica alzó el rostro. No era demasiado guapa, pero había cierto atractivo en sus ojeras cansadas, en su nariz caída, la piel pálida y, sobre todo, en los hermosos ojos que tenía, en cuyos iris bailaban los colores verde, azul y amarillo. Sus labios lucían apretados con fuerza, como ocultando la rabia que sentía; el asco que le daba el Señor Sacerdote Hrafnkell.

 

—Así me gusta, bonita. —El viejo hizo un amago de sonrisa que tornó en un gruñido al ver la lágrima que había resbalado por la mejilla de Laura—. ¿Por qué lloras? ¿Por qué lloráis todas? ¿Tan grande es mi… —ahogó una risilla babosa— presencia?

 

—Señor —comenzó Medveditsa—, las puertas de la ciudad han sido completamente destrozadas. La muralla ha caído encima y se han encontrado los cuerpos de tres soldados. Ya casi se ha…

 

—¡Silencio! —gritó, malhumorado—. Osita, ¿te he preguntado acaso? No quiero escuchar tu voz, no quiero ver tu cara, no… —Una tos áspera agitó al arrugado hombre, a quien le exasperaba la inutilidad de aquellos guerreros de Atenea—. ¡Cállate, solo cállate! —siguió gritando entre golpes de tos, con los ojos inyectados en sangre y un hilillo de baba cayéndole por la comisura de la boca.

 

—Lo… lo siento, señor —musitó, atemorizado.

 

«¿Por qué le tienes tanto miedo, hermano? —se preguntó Nésti, el mayor, aguantando la compostura. En el fondo a él también le aterraba. —Si tan solo es un maldito viejo a punto de morirse…»

 

—Tampoco pienses, Nésti —como si le leyera el pensamiento, señaló con su dedo huesudo, teñido de un líquido marrón ya seco. De inmediato, se lo llevó a la nariz y lo olfateó—. Aún huele a sangre. Es tan dulce… —deliró entre risas entrecortadas—. ¡No pienses, solo no pienses! ¿Crees que no puedo leer en tu cara lampiña, estúpido? —gritó, con los nervios perdidos de nuevo. Otro golpe de tos le hizo doblarse. Esputó al suelo una mucosidad sanguinolenta.

 

Una hoja de las puertas al otro lado de la sala gris se abrió parcialmente. Las llamas azules en los candelabros bailaron, proyectando sombras irregulares. Un soldado tembloroso entró a la sala, y desde la distancia, habló en voz alta, pero trémula.

 

—S- Señor Sacerdote, el santo de Cisne ha regresado. —El eco reverberó.

 

—¿Regresado? —susurró el viejo— ¿Cuándo se marchó? ¿Por qué no me pidió permiso? —Al ver que no obtenía respuesta, señaló a Laura haciendo un gesto con la cabeza. La muchacha preguntó lo mismo que había dicho él instantes antes, pero con voz lo suficientemente alta como para que la escuchasen.

 

—No lo sé, Señor Sacerdote, pero ha venido acompañado de… de un caballero dorado.

 

—¡¿Cómo?! —exclamó Hrafnkell—. ¿Otro parásito más? ¿Cuántas cadenas me va a poner el Santuario en el cuello? —Su voz ahora resonó imponente, pero rápido, se desinfló por otro ataque de tos. Hizo una señal con la mano que el soldado interpretó como que entrasen.

 

»Odín, Odín, deberías aplastarlos a todos —canturreó antes de que el soldado se retirara para dar la orden—. Tus aliados quieren mi ciudad, quieren a mis niñas… —murmuraba, con la mirada perdida—. Pero no se las daré. No lo haré aunque tenga que usar eso —musitó, escupiendo en la dirección de Osa Menor, Medveditsa, quien pudo escucharle perfectamente mientras miraba la viscosa mucosidad rojiza.

 

El soldado abrió por completo la lama de madera, apostando su espalda sobre ella e invitando a los santos a entrar en la cámara. Ivánovich se adelantó; Nerites asintió al soldado, sonriéndole con amabilidad.

 

«Desde luego, tanto lujo por fuera y esto es… —Piscis no encontraba la palabra para definir la mala impresión que le dio el interior del palacio, tan frío y austero, con olor a rancio.»

 

 

La sala del trono, que se suponía por lo general la parte más lujosa de una fortaleza, era en este caso una enorme habitación con hileras de pilastras de bloques de piedra basta, sin tan siquiera pulir, a ambos lados. No había alfombra, el trono tampoco se encontraba alzado, pero sí encajado en una de las paredes; de hecho estaba esculpido en ella. Allí vio sentado Nerites al Señor Sacerdote, respaldado y con los labios apretados, como evidenciando molestia.

 

Le llamó la atención el trío de santos de bronce que había ante él; dos muchachos de aspecto ingenuo y una chica, poco mayor que ellos, de cara triste.

 

«¿Estos son los Caballeros Azules? Son muy jóvenes… —suspiró, algo decepcionado.»

                             

—El soldado de la puerta —masculló Hrafnkell, que se mesaba la sucia barba—. Que venga también. —Dio un torpe chasquido con los dedos de la otra mano.

 

Nésti, obediente, aunque algo disgustado, alzó la voz y pidió al hombre que también se acercase. El soldado, al oír la orden, se quedó mirando un instante hacia el trono. Tragó saliva y, después de cerrar la puerta, avanzó con piernas temblorosas hacia el grupo.

 

—M- mi señor… —Casi podía escucharse cómo le castañeaban los dientes.

 

 

—No te he pedido que hables —cortó el viejo, secante—. Quítate el guante. Ya sabes cuál —rio. El soldado, pálido como la nieve, acató la orden. Nerites vio que bajo la prenda de cuero faltaban tres dedos: la mano izquierda solo tenía pulgar y meñique.

 

»Veo que te gusta el oro, enclenque —observó el Sacerdote, que miraba a Nerites con desprecio—. Este cretino fue sorprendido robando lascas de lapislázuli de mi muralla… Le corté los dedos —escupió una vez, dos y tres—. Y su hija… recibió el resto del castigo. ¿Cuántos años tenía? Da igual; aún tenía dientes de leche…

 

Hrafnkell comenzó a desternillarse con un hilo monótono de voz ronca que acabó en otro golpe de tos. La boca abierta mostraba la podredumbre en sus dientes, torcidos y negruzcos. El olor que salía de ella no era más agradable.

 

«¿De verdad este tipo es el sacerdote de la ciudad? —Piscis no daba crédito a sus sentidos.»

 

—Usé uno de los dedos de su papá para… hacer que madurase —explicó, con la mirada perdida. Quedó en silencio unos instantes antes de romper en un grito ensordecedor—. ¡Y le obligué a verlo todo! —La risa histriónica heló la sangre de los Caballeros Azules. El pez dorado, por su parte, le miraba con asco—. ¿Cómo te llamas, nuevo?

—Nerites. Soy el santo dorado de Piscis. —Aunque trataba de mantener las formas, en su fuero interno bullía el desprecio: «Si es verdad que hay rebeldes en esta ciudad, no me extraña nada… ¿Cómo demonios puede este tipo ser un sacerdote de Odín? ¿Por qué?»

 

 

—¿Nerites? Qué decepción, podrías haber sido mujer… ¡Fuera de mi vista! No hay nada que quiera escuchar de un perro del Santuario. —Hubo silencio ante la impasible mirada del pez—. ¿No me has oído? ¡Fuera! ¿O es que eres marica? Si no te ablan el pene, no me interesas —balbuceó, tosiendo—. ¿Ves mi dedo? Todavía huele a hembrita. Me encanta hacerlas llorar. Es precioso ver la sangre resbalando… Ju. Ju. Ju. —Hizo una pausa para alzar la cabeza.

 

»Ellas me desprecian por ser viejo, pero tienen que obedecerme. Soy Sacerdote de Odín. Yo las castigo por la insolencia de tenerme asco. ¡Y no quiero que me apeste a mi*rda! ¡Así que fuera! ¡Ya! ¡Lleváoslo! —ordenó con la mirada a Osa Mayor y Osa Menor.

 

Los muchachos, nada más oír la tajante sentencia de su señor, miraron al santo dorado. ¿Cómo iban a echarle? ¡Era una de las máximas autoridades del Santuario! ¿A quién debían obedecer? Ante la indecisión, el viejo empezó a gruñir, jugueteando con los dedos. Una voz altiva llamó a todos la atención antes de que el demente gritase de nuevo.

 

—Señor Sacerdote, no podéis tratar así a un santo dorado. Somos aliados, ¿recuerda?

 

En el umbral de una puerta del ala este, a la izquierda de Nerites, apareció un hombre alto, rozando la treintena, con cabello cano, ondulado y amplias entradas sobre la frente. Recogía su melena en una cola de caballo que le llegaba hasta media espalda. Sus facciones, adustas, se mantuvieron rígidas mientras se acercaba.

 

—¿Aliados? —esputó Hrafnkell—. Aliados, sí. Y yo me chupo el dedo. ¿Dónde has estado estos días, jefe carcelero? —inquirió—. Pensaba que habías muerto. Si no fuera por ti, estos estarían ya ejecutados. Todos menos mi Raulita… para ella tengo algo mejor… mucho mejor… je, je.

 

—Sí, aliados —reafirmó el santo Fionn de Ballena, el recién llegado, cuya armadura de plata destacaba por los cuernos en las rodilleras, su tono grisáceo y las dobles hombreras escalonadas que tenía.

 

—¿Tratado de paz? ¿Quién ha hablado de esa porqueria? Poseidón fue sellado bajo el risco de Sachenka, que está bajo mi ciudad… casualmente. —El viejo tosió un par de veces antes de continuar—. Acércate, soldado sin dedos… Tienes nombre, pero te prohíbo decirlo. ¡Os los prohíbo a todos! Es una rata que no lo merece. —Cuando el soldado estuvo a un metro del viejo, este le escupió en la cara con desprecio. El hombre volteó el rostro con una mueca de asco y se limpió rápido con el guante que se había quitado instantes atrás—. Eso es vuestro tratado de paz.

 

»Creéis que somos tontos aquí en Asgard, pero no… lo que tenéis es miedo. Miedo de que usemos su poder; de que le liberemos. Y por eso están aquí los Caballeros Azules, ¿verdad? ¡Tú debes saberlo —tosió—, rata dorada!

Nerites tuvo que suspirar y rogarse paciencia. Prefería diez veces a Ístvan antes que a aquel carcamal enfermo. Negó con los ojos cerrados, insistiendo en que el viejo estaba equivocado. El tratado de paz del Santuario implicaba protección mutua, y debía explicárselo:

 

—Si lo que decís fuese cierto, señor… Señor Sacerdote, yo no estaría aquí. Precisamente he venido porque alguien avisó al Santuario de una posible rebelión de nuestros hombres en vuestra ciudad.

 

Ahora era el momento. No supo por qué, pero Nerites decidió ser directo y no contarle mentira alguna. Tenía la corazonada de que con aquel viejo no habría posibilidad de cooperación, por lo que tendría que confrontar a Fionn ahora que le tenía delante.

 

—¿Una rebelión? ¿Y dónde está el problema? Si alguno de estos estúpidos amigos tuyos levantase un dedo contra mí, se rompería el supuesto tratado de paz y podría mandaros a vuestro santuario, del que no debisteis salir… Por mí, quemad la ciudad… —Como siempre, tras la risotada llegó la tos, y tras ella un esputo sanguinolento.

 

A pesar del comentario del Sacerdote, Cisne pareció comprender las intenciones de Piscis. Se giró un poco hacia el santo de plata para mirar con atención su cara. Solo se topó con una sonrisa confiada. Cuando Nésti, Medveditsa y Laura se dieron cuenta, le miraron también. Nerites fue el último en girar, clavando sus ojos en los de Ballena ante el divertido rostro de Hrafnkell.

 

—¿Qué ocurre? —dijo el de plata— ¿Un rebelde? —inquirió Ballena, enfatizando la primera palabra con la misma sonrisa amplia que antes. Cuando Nerites iba a acusarle, comenzó a hablar Cisne.

 

—Señor Fionn, te- tengo motivos para pensar que está intentando iniciar una rebelión en Sinigrado. Puedo demostrarlo.

 

Nada más terminó de hablar, del otro lado de la sala del trono aparecieron tres jóvenes: uno de piel tostada, otro oriental y el último casi tan pálido como la santa de Delfín. Los tres llevaban puestas sus armaduras de bronce; eran los Caballeros Azules restantes, que se colocaron en triángulo respaldando a Ivánovich.

(...)

La tensión se mascaba en la sala del trono del palacio. No era así para Hrafnkell, que lo miraba todo, divertido: un santo de oro y cuatro de los guerreros azules acusando a Fionn de Ballena de traición. ¡De eso solo podría salir algo exquisito! ¡Con suerte, se zafaría de todos ellos por fin!

 

—No sé de qué hablas, Ivánovich —respondió Ballena, que ladeó la cabeza.

 

—¿Le suena haber hablado con alguien en sus aposentos?

 

—¿Hablar con alguien? Yo siempre he estado solo.

 

—Es cierto. Era como si hablase solo, señor Fionn. ¡Solo y con una voz que no era la suya! —acusó por fin el santo de Cisne, que pareció ganar valor al estar respaldado por sus compañeros.

 

 

—¿Y qué si así fuera? —el caballero de plata se mofó de la suspicacia de Ivánovich—. Tengo alma de escritor. A veces imagino escenas y… ¡las interpreto! —rio. Parecía como si aquel hombre no se estuviese tomando en serio la inculpación.

 

—¿Cómo? Le vi a través del espejo… ¡Usted no era usted! Dijo cosas terribles…

 

—¿No te han dicho que espiar a alguien es de mala educación? —regañó Fionn sin perder la sonrisa—. Eres tonto, Cisne. Piensas que soy un traidor y lo único que tienes para respaldarlo es que hablo solo en mis aposentos. —El hombre de cabello cano se encogió de hombros, distraído—. Además, ¿quién no habla solo a veces?

 

—¿Y qué hay de su cambio de actitud? —preguntó uno de los santos que acababan de llegar: el de piel tostada y ojos verdosos.

 

—Kisrak de Caballo Menor, ¿vas a dejarte llevar por la tontería que ha inventado Cisne? —respondió el de plata—. ¿Qué es exactamente un cambio de actitud? ¿Acaso  que no he estado haciendo bromas estos días? ¿O te refieres a que he decidido pasar más tiempo a solas? No sé… ¿qué hay de malo en ello?

 

Desmontado. Todo desmontado. Nerites negó con la cabeza un par de veces. Sentía vergüenza ajena. Era cierto: ¿hasta qué punto aquel hombre podría ser un rebelde? Aunque había algo que seguía sin encajarle, los argumentos de los Caballeros Azules eran tan débiles que se desmoronaban solos. De alguna forma, tenía que llegar a lo más hondo del asunto, pero ¿cómo?

 

«No quisiera tener que dar la razón a Ístvan… —pensó el dorado mientras contemplaba la sonrisa bobalicona del Señor Sacerdote.»

 

Monile de Corona Boreal y Biǎo Zi de Zorra dieron sendos pasos al frente para colocarse ante su camarada de Cisne.

 

—No. ¡Usted no es el santo de Ballena que conocemos! —El primero, pálido y con barba desaliñada, acusó señalando con el índice.

 

—Maestro Fionn, puede engañar a los demás, pero no a mí —dijo el oriental. Ni Laura de Delfín ni los hermanos Osa Mayor y Menor terminaban de comprender qué estaba ocurriendo.

 

—¡Habló la zorra! —se empezó a desternillar Hrafnkell. Como de costumbre, su risotada acabó en tos—. ¡Esto es maravilloso! ¡Ma-ra-vi-llo-so!

 

—Bueno, ya que veo que todo va perfecto en la ciudad. Os lo pondré fácil para perder menos tiempo —declaró el santo de plata—. Es cierto. Soy un traidor. Y vosotros imbéciles por no haberos dado cuenta hasta que os he dejado evidencia ante vuestros mismísimos ojos.

 

»¿La puerta abierta y el espejo señalándome justo a mí? Sí, Ivánovich. Eso fue para ti. Sabía que me espiarías. Siempre estás metiéndote donde no te llaman. Te elegí como mi chivato. ¡Los camaradas bolcheviques siempre fueron de lengua suelta! Ah, que no hay bolcheviques aún… ¡Perdón! —divagó.

 

»¿Dejar la patrulla con los soldados? Ese era nuestro rato de conversación, Biǎo Zi. Algo que sabes que me encanta… Tanto patrullar como hablar contigo. ¡Eres muy divertido! Y sin duda mi favorito. Sabía que eso haría saltar las sospechas… ¡El amable Fionn ha dejado de ser amable! ¡Ja!

 

»¡Soy culpable de rebelión! ¡Sí! ¡Soy culpable! ¿Y ahora qué? ¿De qué se me acusa? Es decir… ¿qué tipo de rebelde soy según vosotros? Veamos si acertáis… ¡Pero daos prisa, que tengo otros asuntos que atender afuera!

Fionn seguía con cara de chiste. No temblaban ni él ni su voz. Con los brazos extendidos, parecía estar retando a los santos de bronce que tenía delante. A Nerites no le gustó nada aquello: ¿cómo podía un santo de plata declararse traidor delante de uno de oro?

 

 

—Os lo diré yo —declaró Ballena, quien comenzó a dar vueltas sobre sí mismo, fingiendo estar loco—. ¡Se trata de Poseidón! ¡Él es mejor señor que Atenea! ¡He decidido cambiarme de bando! ¡¿Qué os parece?! —La carcajada del final coronó su teatrillo.

 

—El maestro se está riendo de nosotros. Tened cuidado, ¡él no es Fionn!

 

—Bien, ya es suficiente —dijo Nerites, con calma—. Esto se acaba aquí. No sé qué ocurre, no sé a qué juegas, Fionn de Ballena, pero ya está bien. Se te acusa de intento de traición. De hecho, la sola voluntad de traicionar a Atenea ya es traición. Vendrás al Santuario y serás juzgado. No… serás juzgado aquí mismo, pues el Sumo Sacerdote viene de camino —se corrigió.

 

—¿El Patriarca? —se alegró el santo de plata, que recuperó la posición firme. Se escuchaba a Hrafnkell murmurar algo a espaldas de todos.

 

—Sí, eso es… —empezó a chillar— ¡Mataos entre vosotros! —ordenó el Señor Sacerdote, aplaudiendo—. Luego hablaremos de Poseidón. ¡Je!

 

—Sus deseos son órdenes, señor Hrafnkell —asintió Fionn con la cabeza.

 

—¿Cómo? —El fornido Ivánovich no daba crédito a lo que veía y escuchaba. Alzó la guardia junto a los otros tres santos de bronce que le apoyaban: Caballo Menor, Zorra y Corona Boreal.

 

Laura, Medveditsa y Nésti se alejaron rápido hacia el ala oeste de la estancia, junto al soldado al que el Señor Sacerdote había escupido, sin pretender unirse a la posible pelea. La chica miraba al santo de Piscis, como pidiéndole que actuase.

 

—¿Cuatro santos de bronce contra uno de plata? —interrumpió Nerites—. Es absurdo. No podréis con él. Además, no es necesario pelear. Él ya es preso del Santuario.

 

—¿Así sin más? —Fionn miró con desprecio al caballero dorado—. ¡Exijo un juicio por combate! ¡Si les aplasto, seré inocente!

 

—Si les aplastas, cosa que no voy a permitir, te aplastaré yo a ti. No habrá combate, Ballena —dijo, rotundo. «Esto es como un mal sueño.»

 

—¡Claro que sí habrá combate! —contradijo Hrafnkell, levantándose de su trono con emoción—. ¡Aquí mando yo, y estos caballeros están bajo mis órdenes! Esas eran las condiciones de vuestro tratado… ¡No pretendas cambiarlas a tu antojo, marica!

 

»¡Santos de bronce, yo os ordeno detener al traidor que es vuestro líder! ¡Protegedme o todo Asgard sabrá de esto! ¡Todo Asgard se enterará de que incluso han mandado a un santo dorado para destronarme! ¡Ja, ja, ja!

Nerites chistó. ¡Sería sencillísimo matarle ahí mismo! Pero entonces sería él el traidor. No podía hacerlo, y era cierto que la alianza del Santuario ponía a los Caballeros Azules a las órdenes del líder de la ciudad. A menos que Kishut de Capricornio, el Patriarca, decidiese lo contrario, él no era nadie para desautorizar al viejo delirante. ¡Cuánto le hastiaba la diplomacia! Menos mal que en unas horas llegaría…

 

—Está bien, luchad —dijo Piscis, admitiendo su derrota—. Pero si ganas tú, Fionn, yo seré tu oponente.

—Eso lo decidiré yo, rata —tosió el decrépito anciano—. ¡Pero qué maravilla! Santos de Atenea matándose por mí… ¡Qué feliz soy! ¡A más muertos, más feliz! ¡Mátalos a todos y luego suicídate, Ballena! ¡Es una orden! ¡Una orden absoluta! —reía— ¡Tan solo hazlo!

 

—Por mí no hay problema —asintió Fionn, como siguiéndole el juego a su demente señor. Sin demora, arqueó el brazo a la derecha, generando una ráfaga de cosmos que obligó al trío de bronces a saltar hacia atrás y alejarse del trono—. Pero peleemos lejos del sacerdote Hrafnkell: él no debe ser más que un espectador.  

 

—No os preocupéis por mí. Si yo quisiera, comeríais suelo todos, azulitos —dijo el viejo tras escupir—. No olvidéis que tengo el poder de undios guerrero. Ah, y el de convertir en mujeres a las niñas… pero eso es otra cosa —tosió.

«Y si yo quisiera, tú serías el primero en morir —pensó Nerites, volcando todo el asco que pudo en la mirada de reojo al sacerdote de Sinigrado.»

 

—¡Oh! ¡Ya están los ocho listos! Rapidísimo… —dijo Fionn. Aunque para los demás no significó nada, Ivánovich palideció; el santo de Cisne había escuchado el día en que espió a su líder algo relacionado con ese número: "por qué ocho si él ya estaba ahí". ¿Tendría algo que ver? Pocas dudas tenía ya…

 

El santo de plata caminó de lado hasta dar la espalda al trono de la cámara. Los cuatro guerreros de bronce le siguieron el ritmo, girando para colocarse delante de él. Había apenas cuatro metros entre los contendientes.

Nerites, ofuscado y con los brazos cruzados, caminó despacio hacia el trío de caballeros azules que no se había unido a la lucha. Entre ellos, el soldado sin dedos parecía asustado, pero atraído por la posibilidad de ver en acción a tan poderosos hombres.

 

—¿Es tu primera vez viendo una pelea así? —le preguntó Piscis, al notar aquella atracción temerosa.

 

—S- sí —asintió el hombre, nervioso.

 

—Pues ponte detrás de nosotros, o puede que no vivas para contárselo a tu hija.

 

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[3] Podría traducirse por algo así como "recuerda que también eres mortal y morirás". 


Editado por T-800, 29 diciembre 2018 - 12:45 .

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Publicado 30 septiembre 2016 - 21:20

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Editado por T-800, 29 diciembre 2018 - 12:46 .

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Publicado 03 octubre 2016 - 02:46

Enhorabuena a los cuatro participantes. Los cuatro escritos tienen mucha calidad. Tengo predilección por dos especialmente, pero como sólo Se puede votar por uno mi voto esta vez es para

FELIPE

Me ha llamado mucho la atención que se desarrollará todo en una biblioteca.

Saludos y suerte a los cuatro

PD: Gracias a T—800 por organizarlo todo y ser tan constante con los potenciales participantes con los MP y los avisos.

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#9 Ivan de Virgo

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Publicado 03 octubre 2016 - 07:32

He leído todos los fics participantes

Primero felicitar a los 4 finalistas

Luego daré mi voto el cual es para

Killcrom

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#10 Seph_girl

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Publicado 03 octubre 2016 - 10:24

Pues hay que participar también votando n.n

 

Voto por FELIPE y su fic.

 

Mucha suerte a todos  ^_^


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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#11 Patriarca 8

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Publicado 07 octubre 2016 - 15:01

El ganador de esta dinámica es:

 

Felipe

Fic: El Mito del Santuario  

 

 

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Editado por T-800, 29 diciembre 2018 - 12:47 .

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#12 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Victorias:
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Derrotas:
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0

Publicado 07 octubre 2016 - 15:19

Whoa, muchas gracias! Iba a votar por el de Seph o el de Killcrom (aunque él anda muy desaparecido), pero olvidé votar en el tema, lo siento mucho. De todas formas, agradezco los votos y el premio... una cena con Mii de Delfín, imagino :D


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