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17.Dinamica de Fics-2016: Fic con mejor Ortografía

Fanfic Saint seiya

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6 respuestas a este tema

#1 Patriarca 8

Patriarca 8

    Miembro de honor

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Publicado 08 julio 2016 - 15:34

 
 
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Editado por T-800, 29 diciembre 2018 - 12:25 .

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#2 Patriarca 8

Patriarca 8

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Cancer
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Publicado 08 julio 2016 - 15:48

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Editado por T-800, 29 diciembre 2018 - 12:26 .

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#3 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 30 julio 2016 - 13:14

Vamos a probar suerte en esto :)

 

 

Mito del Santuario. Volumen 3, Capítulo 18.

 

SHIRYU I

 

13:00 p.m. del 2 de Enero de 2013.           

Tuvieron tiempo para comer algo en el puesto de la señora Fan, en el llano bajo el Monte de Ceilán; así recuperaron energías y continuaron el ascenso. La Tierra seguía girando y el viento con ella, lo sentía en su rostro, en el aroma de las flores que se llevaba con sus caricias, en el sabor de la brisa del río. Era invierno desde hace un mes, pero ese día era bastante agradable, la buenaventura y la naturaleza le brindaron una jornada parecida a fines de otoño.

Alrededor de la Gran Cascada de LuShan había cinco montañas: el Monte de la Nobleza, el Monte del Balance, el Monte de la Permanencia, el Monte de la Tranquilidad y el Monte del Esplendor, donde se hallaba la humilde casa donde vivía con su maestro y Shunrei. Desde allí subía constantemente al templo en la Cima de la Espada donde entrenó su Dragón Ascendente, y desde donde podía contemplar en silencio la catarata cuyas aguas logró invertir con una patada. Ese era el Monte de la Nobleza, a cuya Cima del Cielo jamás subió, y aun así aprendió su conocimiento: el Dragón Celestial, la técnica suicida del dragón.

Mientras la utilizaba, sujetando firmemente a Shura de Capricornio, pensó que jamás volvería con sus seres queridos, o respirar el aire limpio de LuShan, u oír el relajante sonido de las aguas de la cascada estrellarse contra las rocas y la laguna de abajo. Pensó que nunca volvería a escuchar los consejos tan pacientes y sabios de su maestro, o tocar las manos cálidas de la chica que amaba.

Pero allí estaba, vivo, y no sabía por qué. Usó el Dragón Celestial, una técnica suicida. Recordaba alejarse a toda velocidad de la Tierra mientras cruzaba unas últimas palabras con Shura; el Santo de Oro se arrepentía de su error y confesaba sus deseos de salvarlo, pero era imposible a esa velocidad. Luego tuvo —lo que pensó fue— una alucinación, en la que Ikki aparecía a su lado y le encomendaba proteger a Seiya.

Finalmente despertó en el más extraño de los hospitales. Le dijeron que su esqueleto prácticamente se había destrozado por una horrenda caída, pero que se recuperaría con el tiempo, como si fuera natural. El caso es que jamás debió tener ese tiempo. ¿Cómo pudo escapar del Dragón Celestial? El Manto de Capricornus estaba a su lado cuando lo encontraron inconsciente, y durante ese tiempo pensó que Shura pudo ser el responsable de su supervivencia. ¿Pero cómo pudo hacerlo?

Solo una persona podía conocer la respuesta a ello. Por eso Saori no lo envió en misiones como a Seiya, Hyoga y Shun, sino que a recuperarse en LuShan e investigar por su cuenta con el recién electo Sumo Sacerdote del Santuario.

—¿Shiryu? —le llamó el pequeño que lo guiaba a través de salientes, riachuelos y bosques como un lazarillo.

—¿Hm?

—Hace rato que quiero preguntar algo. La señorita Higía dijo que tu visión volvía poco a poco, que era un milagro. ¿Entonces por qué no abres los ojos?

Le causó gracia la pregunta de Kiki, a pesar de que era totalmente válida. Se dejaba llevar por la voz del discípulo de Muu, por sus recuerdos de la montaña donde había pasado sus años de adolescencia, por los aromas, sonidos, sabores y sensaciones del mundo alrededor. Pero por un breve momento abrió los ojos para observar a su compañero, el que algún día se convertiría seguramente en un Santo de Atenea.

—Veo el color rojo de tu pelo; también el blanco de tu ropa, el destello de la argolla en tu brazo, y tu piel bronceada. Pero no percibo el color de tus ojos más que como una borrasca clara, ni veo los detalles de la argolla, ni podría contar tus dientes. Mi vista no se ha recuperado, pero cuando cierro los ojos, mis demás sentidos se agudizan.

—¿Prefieres sentir el mundo con tu piel que con tus ojos? Mi maestro me advirtió que eso sucedería, ja, ja. —El chico rio por lo bajo, pero pudo oírlo con toda claridad.

—Mientras mis ojos no se hayan recuperado completamente, no me sirve de nada tenerlos abiertos. —Volvió a cerrarlos—. Además, si la naturaleza nos entregó tantos medios para percibir el mundo a nuestro alrededor aparte de los ojos, ¿por qué no usarlos?

—No lo sé —contestó el chico con un tono bromista—. Aunque ya debes estar perdiendo la costumbre con tus otros sentidos, ya que de lo contrario no estarías tan distraído con mi voz y podrías contemplar lo que tienes enfrente, je, je.

—¿Qué cos…? —no pudo terminar la oración. Un aroma a jazmín se mezcló con el aire, unos brazos delicados se enroscaron alrededor de su cuello, y unos labios dulces se toparon con los suyos.

Así estuvieron unos minutos que se le hicieron horas. Hacía tiempo que no se agolpaban tantas emociones positivas en su corazón. Sintió el sabor salado de unas lágrimas caer desde el rostro junto al suyo, hacia sus labios fusionados.

—S-señorita, r-recuerde que él todavía está recuperándose… —dijo Kiki con su voz más avergonzada; oyó como pateaba como por casualidad una piedrita hasta un arroyo cercano.

Ella lo soltó, pero rápidamente le tomó las manos. Sollozaba, pero su piel solo transmitía la felicidad característica del reencuentro.

—Bienvenido, Shiryu.

—Ya estoy en casa, Shunrei.

 

Tardaron media hora más en subir al Monte de la Nobleza y alcanzar la Gran Cascada de LuShan. Había muchas alrededor de los Cinco Ancianos, pero aquella donde normalmente reposaba la armadura que cargaba en su espalda tenía un sonido único. Estruendoso, pero al mismo tiempo relajante.

—¡Padre, Shiryu ya está aquí! —anunció Shunrei, jalándolo de la mano.

Abrió los ojos durante unos segundos. La catarata era tan majestuosa como siempre, de colores celestes y blancos. El sol se reflejaba en su superficie cristalina.

Y frente a ella, dándoles la espalda, había una figura pequeña y encorvada vestida con una túnica verde y un sombrero de paja, sentada en una de las salientes de la montaña. No se volteó, su único movimiento fue agarrar el bastón de madera que tenía a su lado, en el suelo.

—Maestro, he regresado —dijo Shiryu, y se sentó de rodillas también como muestra de respeto. A pesar de su nuevo cargo, decidió referirse a él como sensei en lugar de Sumo Pontífice.

—Shiryu…

Aunque sabía que el maestro de Libra había hablado con los demás Santos de Oro y con Athena telepáticamente, él no había tenido la opción. Era la primera vez que cruzaban palabras desde hace cuatro meses; seguía con la misma voz grave y rasposa, pero pausada y sapiente.

—Lamento si lo preocupé, pero he vuelto sano y salvo.

—Recítalos.

—¿Disculpe?

—Los cuatro fundamentos del LuShanRyu. ¿Aún los recuerdas? Recítalos.

No comprendió la razón de la pregunta, pero no era su deber cuestionar a Dohko de Libra. Respondió de inmediato.

—Primero: enfócate en entrenar y condicionar tu cuerpo.

—Y veo que estás más fuerte, tu cuerpo irradia energía a pesar de los huesos rotos —contestó el anciano, todavía de espaldas.

—Segundo: sé recto y defiende tu honor.

—Draco todavía te acompaña, eso significa que no has perdido tus valores.

—Tercero… Honra a tu maestro.

—Continúa.

—Cuarto: sé honesto con los demás; trata a tus amigos con lealtad.

—Arriesgaste tu vida… No, sacrificaste tu vida para ayudar a tus compañeros y salvar a la diosa protectora del mundo. El que sobrevivieras a la técnica que te prohibí que utilizaras es irrelevante en este caso, pues tu intención fue morir para llevar a cabo tu misión. El Dragón Celestial significa que has dejado de lado lo que los dioses nos entregan para proteger algo totalmente humano, los vínculos que se forman con los camaradas, las memorias de las enseñanzas, los valores que nos convierten en lo que los dioses más temen. —El maestro suspiró pesadamente, y alzó la vista al cielo despejado de nubes—. No me has mentido durante toda esta conversación, pero sabes que has incumplido con las leyes. Utilizaste la máxima técnica del dragón aunque te la prohibí expresamente. Sé que te parece injusto, pero la ley es inquebrantable, y por lo tanto mereces un severo castigo.

—M-maestro…

—Pero… ¡padre! —protestó Shunrei.

Kiki mantuvo un respetuoso silencio.

—Durante una semana completa… tendrás que hacer la cena, y deberá ser siempre la más deliciosa que haya probado.

Su instructor se levantó y finalmente mostró su rostro. Sus cejas tupidas estaban arqueadas sobre sus ojos verdes, entrecerrados y brillantes. Entremedio de su larga y blanca barba consiguió con esfuerzo ver la más divertida de las sonrisas.

—Ja, ja, maestro…

—¡Padre, no haga eso!

—Bienvenido a casa, Shiryu. —El anciano se acercó y le golpeó suavemente el hombro con su bastón, y Shiryu se vio tentado a darle un abrazo, pero no parecía el momento. Después, Dohko se acarició la barba mientras miraba al niño que había traído consigo de Grecia—. Tú debes ser el discípulo de Muu.

—S-sí, maestro. Soy Kiki, ¡es un honor, señor! —El chiquillo se puso recto, parecía casi una tabla inerte.

—Je, je, tienes cierto parecido con mi amigo cuando era joven. Espero que logres llegar a ser como él.

—¿A-amigo?

—Sion de Aries, el maestro de tu maestro. Aunque ahora que veo mejor, no pareces del tipo que se la pasa leyendo libros como hacía él, je, je.

—N-no señor… —admitió Kiki, relajándose un poco, rascándose la nariz.

—Bueno, lo que importa es que tus valores se asemejen para que llegues a ser un gran Santo como fue él. Honor, justicia, bondad, lealtad, compromiso, y finalmente amor. Nunca olvides eso, pequeño.

—No lo haré, señor.

—Bien. Entonces, Shunrei, querida, ¿podrías traer una botella de sake de la despensa? Esto merece una celebración un poco mejor que con un aburrido te. Y jugo de naranja para Kiki.

 

Bebieron y comieron como antaño, como si nunca hubiera partido a Japón o Grecia, o aún entrenara para obtener el Manto de Dragón. La Gran Cascada era perfecta como ruido de fondo, y Dohko parecía más alegre de lo acostumbrado, como si fuera un anciano común y corriente que habla de las experiencias de la vida, y no un Santo guerrero, líder de los Ochenta y Ocho protectores del mundo. Shunrei le informó que había llegado una carta de Genbu unas semanas atrás; su amigo de la infancia estaba contento de que estuviera vivo después de lo ocurrido, aunque el papel no decía si volvería algún día, ni tampoco qué estaba haciendo o donde vivía. Shiryu no supo si tomar eso como una buena o una mala señal.

Dohko le explicó que la recuperación de su sentido visual pudo deberse al incremento tan brusco de su Cosmos durante la realización del Dragón Celestial, o quizás incluso antes. Era una técnica que superaba los límites físicos, y quizás eso llevó a que su cuerpo buscara mejorar rápidamente con ayuda de la Fuente, para adaptarse a la nueva vida.

—De todas formas, la Fuente siempre ha producido misterios —dijo Dohko después de tragar unos granos de arroz.

—Sí —asintió Shiryu—. Shun perdió toda su sangre, Hyoga tenía congelado su cuerpo, y a Seiya lo hicieron trisas. Ninguno de nosotros debió sobrevivir.

—La Rosa Sangrienta, el Cero Absoluto, el poder de Saga… —Su maestro tenía un rostro pensativo, incluso confuso, pero rápidamente cambió a uno mucho más alegre y relajado—. Sea como sea podemos agradecerle a Atenea este cúmulo de milagros. No fue su destino caer en esta guerra.

—Lamentablemente no fue igual para Ikki…

—No, quizás no…

—¿Maestro?

Un súbito temblor remeció los platos y los vasos, e hizo que la catarata se estremeciera con un ruido enfurecido, vibrante y nervioso. Otro temblor más, el último lo sintió apenas pisaron China.

—¿Otra vez? —se quejó Shunrei, sujetándose firmemente a él—. ¡Cada vez son más frecuentes!

—Hm… ya pasará, Atenea se encargará de ello. —El anciano se puso de pie y con ayuda de su bastón se preparó para retirarse—. Mi niña, no temas, aquí no han venido Marinas, y no creo que lo hagan.

—Pero están en muchas otras partes, ¿o no? Sigue siendo terrible.

—Exactamente —sonrió Dohko, para luego alejarse lentamente de ellos, sujetándose del grueso bastón.

—¿Maestro? ¿A dónde va?

—A la cima. Necesito ver. —Esa era la respuesta habitual de Dohko ante la misma pregunta que nunca podía evitar hacer. Fuera antes o después de comer, de día o de noche, con lluvia o nieve, su maestro pasaba la mayor parte del tiempo en la parte alta de la cascada, mirando hacia el oeste a algún punto muy interesante, o quizás algún recuerdo. Tal vez solo era una forma de meditación.

—¡Espere, maestro! Una pregunta más…

—¿Sí? —-contestó sin dejar de caminar, se acercaba a la escalinata junto a la Gran Cascada.

—¿Cómo… pude sobrevivir?

¿Necesitaba saberlo? Dohko o Shunrei le podrían haber respondido que lo importante era que estuviera vivo, Kiki habría dicho que no preguntara tonterías, y él estaría de acuerdo, pero aun así… debía saber.

—¿Cómo pudiste escapar del Dragón Celestial? Se supone que una técnica suicida debería matarte junto con tu oponente, por definición, pero aquí estás, en carne y hueso. No tengo todas las respuestas, Shiryu, pero sí puedo hacer teorías con mucha más facilidad que otros. Tengo buenas teorías, algunas son famosas.

No esperó que siguiera. Él ya tenía una.

—¿Shura?

—Hm… No lo sé. Si la persona que usa el Dragón Celestial suelta a su presa antes de quemarse en el espacio, se dice que ambos son sacrificados al Dios Dragón como castigo por la debilidad mental de uno y la física del otro. Pero quizás… —En ese momento Dohko alzó la mirada otra vez, perdido en sus infinitos recuerdos—. Sí. Quizás si la presa es quien desea salvar al que utiliza la técnica, entonces el Dios Dragón podría salvarle la vida en honor al justo sacrificio de la presa, el enemigo que decide honrar el valor de quien se sacrifica por los buenos de corazón. Quizás con un poder enorme y una voluntad inquebrantable pueda lograr algo así.

—¿Es eso posible? —preguntó Shiryu, sorprendido por sus palabras.

—¡Cómo voy a saber! Es solo una teoría —contestó divertido el anciano de Libra—. Yo nunca he usado la técnica, aparentemente.

Y dicho eso, el maestro se alejó con más prisa; cuando eso ocurría, Shiryu sabía que no importaba qué le preguntara. Ya se había ido.

—Así que ese es el Santo de Oro de Libra… —dijo Kiki, entre asombrado y divertido.

—Voy a limpiar todo esto —dijo Shunrei, guardando los platos y vasos en una cajita de mimbre y paja—. Shiryu, deberías dar un paseo, acostumbrarte a ver las cosas bellas de estas tierras nuevamente. No te molestaré esta vez, ji, ji.

—Sabes que no me molestas, Shunrei.

—Aun así. Kiki, ¿me acompañarías? —preguntó la chica inclinándose hasta poner su rostro a la altura del alumno de Muu, quien se sonrojó vívidamente.

—C-claro, señorita Shunrei.

 

17:20 p.m.

La Laguna del Pez Azul siempre le había transmitido tranquilidad cuando era niño. Después de una jornada de duro entrenamiento se iba a esa zona tras el Monte de la Permanencia, un valle pequeño rodeado de árboles altísimos junto a una laguna de aguas transparentes. Se recostaba sobre la hierba, miraba las formas de las nubes y sentía que sus heridas sanaban más rápidamente. Efecto placebo, notó años después.

Como siempre, el sitio estaba desolado, y nuevamente se recostó en la cálida cama verde que le tendía la naturaleza. Pero esta vez no miraría las nubes ni contaría las aves que se posaban en las copas de los árboles, sino que escucharía. Tanto a su alrededor como a sus propios pensamientos.

«Shura. Capricornus Shura, ¿acaso tú salvaste mi vida?». El Santo de Oro que tomó la vida de Aiolos tenía treintaitrés años cuando murió, y veinte en total como guardián del Templo de la Cabra. Se decía que su nobleza le había llevado a sacar la espada de la piedra, y que por eso los enemigos temían encontrarse con él en el campo de batalla, ya que nunca fallaba. Su mayor hazaña fue acabar con la vida de uno de los doce Titanes que se manifestaron en la Tierra diez años atrás, Críos de Astros, forjando su espada como Excallibur en el proceso.

Por lo demás, el mismísimo Aiolos había supervisado los últimos años de su entrenamiento, y los dos habían formado una relación de respeto mutuo. Asesinarlo debió haber sido muy difícil, pero cumplió con su deber. Shiryu se preguntó si asesinaría a un compañero si Saori se lo ordenaba.

«No». Él no era un soldado. Era un Santo.

 

Unas hormigas paseaban por su mano derecha, y la hierba acariciaba sus dedos con calidez. El viento silbaba una tonada sencilla, y podía oír hasta las hojas que caían sobre la laguna, o tal vez solo las sentía. El Cosmos.

De pronto el viento empezó a soplar hacia el lado contrario y algunas gotas de roció cayeron sobre sus ojos en lugar de sus mejillas. Abrió los ojos, pero arriba solo había una tela celeste con algunos manchones blancos y esponjosos. Shiryu se puso de pie y cerró su mirada otra vez.

Una piedrita cayó del Monte, chocando tres veces contra su superficie. Un ave solitaria se posó en una rama. Una gota cayó desde algún árbol alto en la laguna.

«Uno, dos, tres… diez. Dieciséis». Estaban allí, el maestro se había equivocado.

 

Al primero de ellos que se acercó lo suficiente, le rompió el cuello con una patada, justo cuando intentó quebrarle la espalda con una enorme ancla azul. Los ataques sorpresas solo funcionaban cuando no se topaban con el de otro.

Eran Marinas. Todos vestidos con sencillas armaduras azules y armados con anclas, cadenas, lanzas, y uno grandote llevaba un hacha. Atacaron a la vez y Shiryu tuvo que verse nuevamente envuelto en una batalla que no tenía prevista cuando solo trataba de descansar. Su vida se llenaría de batallas, no podría evitarlo.

Eran más fuertes que los soldados rasos del Santuario, aunque quizás se debía a estar tan cerca del agua como les habían alertado cuando se entregaron las misiones. El grandote logró pasar a través de su Dragón Eterno, y varios de los demás le hicieron cortes y heridas mientras trataba de quitárselos de encima con las artes marciales del dragón del Monte Lu. Vitoreaban en un idioma extraño a la vez que atacaban, y repetían constantemente las palabras “Mabelmok” y “Makit”.

—¿¡Por qué están aquí!?

—¡Libra Dohko! ¿Dónde? —clamó uno de los Marinas, antes de que su cara fuera azotada por un puñetazo.

—¿Qué? ¿Están buscando a mi maestro?

«Uno de los doce Santos de Oro, el Sumo Sacerdote del Santuario». No. No dejaría que nadie le hiciera daño. Derribó a tres Marinas al suelo y le dio una patada a un cuarto mientras se protegía con el brazo izquierdo de los golpes de un quinto. En el derecho concentró su aura esmeralda...

—¡Tontos! —gruñó alguien, no supo cuál de ellos.

Cuando todos estuvieron amontonados cerca de él, desató el rugido del dragón que despierta de su letargo. El Dragón Ascendente, la técnica ancestral de los Santos de Dragón.

Pero cometió una tontería irresponsable. Shiryu mantuvo su atención en los enemigos que se elevaban impulsados por la energía de su puño, sangrando, con las Escamas rotas y las vidas extinguiéndose, pero debió estar alerta ante posibles ataques externos. ¿Qué pasaba si uno de los Marinas no se había acercado?

—¡Destrucción de la Bestia! (Pengrusakan Binatang)

Lo descubrió cuando, tras un grito como el de un monstruo furioso o un animal enjaulado, recibió lo que pareció un cañonazo en el vientre, un rayo de energía o un potente puñetazo que lo arrastró varios metros hasta un árbol, que se quebró tras su espalda.

—¡Ah! —exclamó Shiryu cuando trató de hablar. El ataque le había cortado el aire, y sintió algunos órganos internos dañados en la zona del abdomen. Trató de abrir la boca nuevamente, pero lo único que salió fue sangre, roja y abundante.

—Descuidaste tu defensa, ¡qué novato! —dijo alguien con voz grave y casi retumbante. Shiryu abrió los ojos pero enfrente solo había una figura borrosa, grandota y rojiza.

—¿Q-quién…? —logró balbucear Shiryu.

Esh dol Aktirak Kaldur, Geran din Tos Tolem —contestó el extraño antes de reírse unos segundos—. Apuesto que no entendiste nada de lo que dije, ja, ja.

—¿Qué es…? ¡¡¡Ah!!! —Lo último que vio antes de cerrar los ojos y sentir el agudo dolor de la nariz rota fue una mancha púrpura parecida a una piedra. Debía ser su mano, el puño del enemigo.

—Soy Kaldur de Behemot, Guía del océano Antártico de nuestra Armada —repitió el Marina, esta vez en griego. Pudo verlo un poco mejor esta vez, era un hombre de tez oscura con un enorme casco con largos cuernos.

«Kaldur».

—El que… Milo vio… —Le dolía mucho hablar. ¿Cómo podía estar tan débil aún? Se cansó demasiado luchando con esos cadáveres que había alrededor.

—Escorpión. Luché con él, y admito que cometí el error de subestimarlo. Es algo que no ocurrirá con el viejo de Libra.

El nombre de la constelación le dio fuerzas a sus piernas. Logró levantarse, y aunque una de sus manos estaba pegada a su estómago, la otra la alzó en postura defensiva. También encendió su Cosmos.

No dejaré que te acerques al maestro. —Esa fue su primera oración hilada desde que comenzó el combate.

—¿No me dejarás? Ja, ja, ja, mira, sé quién eres. Aquel chico que acabó con dos Santos de Oro durante su guerra civil, pero como supuse, solo eres un Santo de Bronce con mucha suerte. Mírate, apenas eres capaz de ponerte de pie después de recibir mi Destrucción de la Bestia.

—No me subestimes… —Saltó y se impulsó con el Dragón Volador. Si su objetivo era tan grande le costaría mucho esquivar su ataque, pero el Behemot lo bloqueó con ambas manos—. ¿¡Qué!?

—Oh, qué interesante. Pero te recuerdo que estamos muy cerca de lagos, ríos y una cascada gigante. El poder que me entrega mi makit Poseidón me pone por encima de ti sin siquiera esforzarme. Ahora dime, ¿dónde está tu maestro?

Shiryu dirigió una patada a su sien, pero el yelmo escamoso lo detuvo sin ningún problema. Trató con sus puños, pero Kaldur se defendía perfectamente. Era enorme, con una mano le bastaba para bloquear las dos suyas. Sus golpes eran lo suficientemente potentes para hacer que perdiera el equilibrio, una patada le causó rápidamente un esguince en el tobillo izquierdo.

—Ni siquiera llevas tu Manto, ¿qué pensabas lograr? —preguntó Behemot. Con un manotazo lo envió al suelo, la hierba bajo su rostro se tornó roja—. Con mi próxima técnica serás aplastado como una lagartija bajo la bota de un gigante.

—Qué… ¿Qué es eso?

Kaldur levantó la mano, y ésta se llenó un Cosmos aplastante, imponente, que generaba una presión difícil de tolerar. Sobre su cabeza apareció una esfera roja de energía, pero a Shiryu le causaba la misma precaución que estar bajo un enorme yunque. Cuando se levantó, cayó de rodillas como si la gravedad hubiera aumentado diez o veinte veces.

—Llegó tu hora… ¡Martillo Celestial!

—¡Dragón Eterno!

Cuando Kaldur bajó la mano, Shiryu escuchó un trueno en las lejanías. Al mismo tiempo levantó el brazo izquierdo concentrado con su Cosmos defensivo, y el brazo del Marina aterrizó sobre él como un rayo. La tierra bajo sus rodillas se despedazó y la hierba se deshizo por el gran peso del ataque; y el brazo de Shiryu tronó como si lo hubieran partido en dos con un hacha, aunque seguía en su lugar. El radio y el cúbito, ambos se quebraron mientras ahogaba un grito de dolor, igual que cuando Shura lo cortó con Excallibur.

—¡Ja, ja, ja, ja!

—Maldición… —se quejó Shiryu, agarrando su antebrazo con su otra mano, ni siquiera podía mover sus dedos—. Qué ataque más bestial.

—Soy el más fuerte de los Guías de Poseidón, nunca lo olvides. Te daré la opción de conservar tu vida si me llevas con Dohko de Libra.

—¡Nunca!

—¿Qué? ¿Acaso tengo que romperte los demás huesos también?

«Si fuera una pelea diferente quizás habría soportado, pero este hombre se especializa en atacar justo aquello que tengo más débil». Pero eso no lo detendría, ya había salido de situaciones mucho peores en el pasado, y se negaba a perder contra alguien que necesitaba estar cerca del agua para combatir decentemente.

Shura no le había salvado la vida para que la perdiera allí.

—No permitiré que llegues con mi maes… —Shiryu se tuvo que interrumpir para vomitar sangre nuevamente, el primer golpe lo había perjudicado muchísimo.

—Ya que te sigues negando no me queda opción más que aplastarte como la cucaracha ateniense que eres. ¡Al menos vengaré a mis subordinados!

Antes de desatar otra vez su Martillo Celestial, una gigantesca roca surgió de la nada y se quebró en mil pedazos al hacer contacto con uno de los cuernos en su cabeza. La fuerza para arrojar una piedra de ese tamaño tuvo que ser tremenda, pero no causó más que un rasguño en el yelmo de Kaldur.

Eso sin contar el despertar de su ira.

—Quién… ¿¡Quién demonios me lanzó esooooo?! —-Su voz hizo un eco grave en las montañas y los árboles. En uno de éstos, un niño sacaba su lengua en actitud de mofa, y otra roca flotaba como por arte de magia sobre su mano.

—¡Kiki!

—¡No lastimes más a Shiryu, cobarde! ¿No ves que aún no se recupera por completo? —El valiente discípulo de Muu de Aries estaba preparado para arrojar otro ataque con ayuda de su telequinesis—. ¡Shiryu acabaría contigo en dos segundos si estuviera en buenas condiciones!

—¿Quién diablos eres, enano? —El Guía se quitó las piedrecillas de una de sus hombreras, y luego realizó un movimiento increíblemente rápido. Extendió un brazo, y la roca flotante de destruyó cayendo sobre el pequeño alumno, quien no pudo hacer más que gritar.

—¡Raaaaayos!

—¡Kiki, sal de aquí!

De repente, aquel que Seiya tomaba por un duende desapareció de su vista en medio de un breve chispazo; se desvaneció y pareció que nunca estuvo allí. Al instante después, apareció encima de Kaldur que miraba al lado contrario, con un aura blanquecina rodeándolo, y un árbol flotando cerca de su mano. Un árbol que había arrancado previamente, al parecer.

—¡Te atrapé, ja, ja!

—¡Mocoso insolente!

Behemot encendió su Cosmos a pesar de no enfrentar de frente a su presa, y el monstruo mitológico despedazó el árbol con su rugido, mientras el pequeño Kiki era arrojado por los aires como si fuera un muñeco de trapo.

Shiryu trató de levantarse, pero el esguince lo detuvo en el acto, y la fuerza que había reunido para saltar fue anulada por su propio peso.

«No. Ahora no». Encendió su Cosmos y se impulsó con su brazo izquierdo para suplir la pierna; calculó que con ese tiempo perdido no lograría salvar a Kiki de la caída, así que cambió de rumbo y se dirigió a Kaldur. Éste ya estaba listo de antemano, y alzó el brazo que era como el martillo de un juez del Más Allá.

—¡Martillo Celestial!

El choque de sus brazos generó un ruido seco y una onda expansiva tan potente que los restos de las piedras y los árboles salieron volando en todas las direcciones como proyectiles. Shiryu sintió un molesto dolor en el brazo derecho, pero ni de cerca tan horrendo como el que tenía en el zurdo. De hecho, pudo ver un aura amarillenta rodear su extremidad cuyos huesos estaban intactos, y comprendió de pronto que estaba mirando mucho mejor.

El rostro compungido y dolorido de Kaldur era cuadrado y duro, y sus ojos eran negros y furiosos. Su brazal derecho era un montón de polvo que se llevaba el viento, y su piel estaba amoratada en esa zona.

—I-imposible…

—¿Pude superar su técnica? —se preguntó Shiryu en voz alta, tan confuso como su oponente.

—Rompió mi Martillo Celestial con su brazo desnudo… ¡Imposible! Había roto el izquierdo sin problemas, ¿cómo puede haber tanta diferencia de fuerza entre ellos? ¿¡Cómo!? —Kaldur le dio un manotazo con la mano izquierda que lo arrojó volando varios metros.

Pero al estrellarse no le dolió ni un poco. Fue como si lo hubieran tomado al vuelo y recostado suavemente en una cama de plumas.

—Esto es… —Shiryu notó un aura dorada a su alrededor. «Telequinesis» comprendió de pronto, pero no era cosa de Kiki.

—Puede que mis habilidades mentales no sean tan buenas como las tuyas, pequeño Kiki, y pueden estar oxidadas también, pero veo que aún sirven, je, je.

—¿Quién ha interferido? Oh… ¡Tú! —gruñó Kaldur, sobándose el brazo.

 

Shiryu miró hacia atrás, y sus ojos cada vez más claros se toparon con un anciano de pequeña estatura y barba cana, dejando en el suelo con sus brazos a un infinitamente sorprendido Kiki. Su bastón de madera estaba en la hierba unos metros más atrás.

—¡Ma-maestro!

—A ti es a quien vine a matar —dijo el Guía, sonriendo con aires de triunfo renovado—, me ahorraste el tener que buscarte… ¡Dohko de Libra!

—¡Espere, maestro! Este hombre es peligroso, no se...

—No te preocupes, Shiryu, todo saldrá bien —dijo su maestro, caminando con lentitud hacia su oponente, con el cuerpo cansado y encorvado pero el rostro absolutamente seguro de sí mismo—. Dice que yo soy su objetivo, ¡pues bien! Un hombre es responsable de sus propias batallas, así que te prohíbo interferir.

—Pero, maestro… —No importaba qué tan fuerte fuese cuando joven, a esa edad ya no podría con él. Kaldur de Behemot era un guerrero totalmente físico, lo haría pedazos con el primer descuido.

Sin embargo, no podía desobedecerlo.

—Estás herido. ¿No prefieres descansar? —preguntó Dohko al detenerse.

—No seas engreído, viejo, eres tú quien descansará… ¡para siempre! —El Guía no perdió tiempo y arrojó su Destrucción de la Bestia sobre el anciano, que conjuró un escudo de energía a su alrededor a altísima (pero visible) velocidad.

—¡Cuidado, maestro!

La barrera rápidamente se rompió y Dohko fue derribado con las ropas rasgadas sobre la hierba, en completo silencio y sin poder hacer nada para evitarlo.

—Ja, ja, ja, ¿eso es todo? Y este es el Sumo Sacerdote del Santuario. Ja, el señor Poseidón me dará una gran recompensa por sacarle de encima al líder de los Ochenta y Ocho, el único que posee las memorias de la última aparición de mi rey y sus consecuencias.

—Solo soy un líder nominal… —dijo Dohko, poniéndose de pie con notorias dificultades—. Atenea es quien nos dirige, a todos en el mundo.

—¡Qué tontería! —Con un nuevo ataque con su puño izquierdo, el maestro cayó al suelo nuevamente, pero se levantó con rapidez. Su rostro estaba lleno de sudor, y un hilillo de sangre caía desde su boca, manchando su barba—. El reino de Atenea es una burla a la humanidad, es una niña sin conocimientos de la vida; mi rey es el único capaz de hacerse cargo de la humanidad y sacarla de la suciedad sobre la que navega desde hace miles de años.

—Por esas creencias tan ingenuas… es que hoy perderás.

—¡Viejo ridículo! —Kaldur creó un nuevo Martillo Celestial con su mano izquierda, y con él aplastó a Dohko a pesar de que éste creó una nueva barrera de Cosmos que fue fácilmente rota otra vez. El maestro tardó, pero se puso de pie—. ?De qué hablas? Acabo de hacer pedazos al primer Santo de Bronce en derrotar a dos de Oro en la historia; Milo de Escorpio no pudo superarme; y tú pronto te convertirás en fiambre por desafiar a Poseidón en nombre de Atenea. ¡Fuiste tú quien ordenó todas esas ridículas misiones en todo el mundo!

—Insensato. Milo no te habría dejado escapar si no fuera por la cobardía de ustedes los Marinas; y mi discípulo ya tiene el poder suficiente para derrotarte, lo habría hecho de no ser por sus heridas anteriores. Y en cuanto a mí… puedo vencerte también, hay una razón obvia para saber eso.

—¿¡Qué te crees, viejo!? ¡Recibe la Destrucción de la Bestia y reúnete con tus viejos compañeros en el infierno!

Mientras Kaldur arqueaba el codo, preparando su ataque, Dohko cerró los ojos y su aura salió de cada uno de sus poros de golpe, a la velocidad de la luz. Shiryu no fue capaz de percibir el cambio, de un momento para otro había una gran flama dorada a su alrededor, cuando el brazo del Guía todavía no terminaba de estirarse, ni su Cosmos de canalizarse.

Su maestro fue más veloz, y agarró el puño de Kaldur después de acercarse con dos pasos rápidos. Pero Shiryu veía tres manos chocando ahí en vez de dos. La pequeña de Dohko apenas se veía comparada con la grandota del Behemot, pero alrededor de ésta, como flotando desde un brazo y un cuerpo invisible, había una grandiosa y brillante mano dorada; la silueta de una más precisamente, varias líneas del color del sol que sus ojos y su cerebro unían para generar la ilusión de una mano sin brazo alrededor de las de los contendientes.

—¡Pero qué demonios! —protestó Kaldur, quien no pudo mover su brazo ni alejarse aunque se notaba que lo intentaba.

—Te di tres oportunidades para que me golpearas con tu verdadera fuerza, pero en cada una utilizaste el poder que te entregan estas aguas mancilladas por el Emperador de los Mares, ¡es una vergüenza!

—¿Dices que te dejaste golpear? ¡No digas tonterías! —Behemot usó su otra mano para tratar de jalar de su brazo, pero la mano gigante a su alrededor tenía un poder impresionante y se lo impedía sin problemas—. ¿Qué rayos es esto?

—¿Creíste que con tu fuerza física y ese poder prestado sería suficiente para vencer a un Santo de Atenea? ¡Estúpido! —Dohko liberó a su presa y un segundo después empezó a flotar en el aire con una postura relajada, confiada y al mismo tiempo humilde—. Eso no basta en una batalla entre guerreros elegidos por los dioses, ¿no te lo enseñaron?

—No te des tantos aires de superioridad, viejo, ¡deja esos trucos ilusorios y pelea como un hombre! —gruñó Kaldur, quien retrocedió dos pasos quizás llevado por un instinto de alerta, de advertencia y supervivencia.

—¿Tienes miedo?

—¡Como voy a tenerle miedo a un anciano! Tus huesos son casi polvo, tus músculos son débiles como los de un niño, ¡todavía necesitas de un bastón!

—Como dije, eres un estúpido —De pronto, una figura empezó a formarse alrededor del maestro suspendido en el aire.

Al igual que la mano de antes, eran líneas de intensa luz dorada que se unían para generar una imagen reconocible, en este caso un cuerpo humanoide, musculoso, desprovisto de rasgos faciales o ropas, pero era claramente un cuerpo humano de luz semitransparente que en el centro de su pecho cargaba el de aquel que había sido como un padre para Shiryu.

—¿Qué es este poder? ¡Con ese cuerpo decrépito, ¿de dónde saca este tipo tanta fuerza entonces?

—Aunque mi cuerpo esté cansado y frágil, el Cosmos, la fuente de pelea de todos los guerreros de los dioses, viene del interior. —La figura de luz crecía a cada segundo, expandiéndose desde el centro que era su maestro, en postura inmóvil todavía con excepción de su barba que se movía a juego con sus labios—. Viene de las memorias, la experiencia, los lazos, la determinación, la confianza, los valores, y los sentimientos… ¡Espíritu del Gigante Ancestral! (Jù Zǔ Líng)

Alrededor de Dohko había ahora un enorme gigante de luz dorada, y para sorpresa de los presentes, cuando el anciano alzó su pequeña mano magullada, el ser luminoso le imitó, levantando su propio brazo semitransparente. Su estatura ya superaba la mayoría de los árboles de alrededor.

—¡Maestro! —«¿Acaso este es el poder de su Cosmos? Increíble».

—¡No me amedrentas con esa ilusión! Mi misión es acabar con el líder de los Ochenta y Ocho, y tengo el poder de mimakit a mi lado.

—Ese rey quiere ir contra las leyes de la naturaleza. Según la mitología de mi tierra, Pan Gu fue el primer ser vivo en el universo, que creó todo lo que existe a la vez que crecía y se volvía un gigante del tamaño del planeta. Fuera él o quien sea que creó este mundo, se hizo para que nadie lo destruyera, ni a los seres vivos que lo pueblan. —Dohko se inclinó amenazante hacia el Guía que ahora parecía un animal pequeño y asustado en comparación—. Alguien con fuerza prestada de un dios no podrá vencernos, debido a lo más importante que ustedes no conocen: ¡El Cosmos viene del corazón!

—¡Destrucción de la Bestia!

Por alguna razón, el ataque del Guía se veía excesivamente lento. Y aunque Dohko se movía con fluidez y tranquilidad, su velocidad era claramente superior a la de cualquiera de ellos.

—Deja que yo, Libra Dohko, te enseñe algunas cosas antes de llevarte a la tierra de los muertos, ¡con la proyección de verdadero Cosmos!

El anciano golpeó el aire hacia abajo. El gigante lo imitó, y aplastó a Kaldur en menos de un segundo. Los trozos de sus Escamas volaron por todos lados, mas no quedó rastro del Guía del océano Antártico, y el temblor generado por ese furioso pero sabio golpe en la naturaleza fue mayor que cualquiera causado por los Marinas en los últimos días. Sin embargo, la sensación de miedo fue reemplazada por una de eterna gratitud…

 

Kiki lo ayudó a levantarse, pero ambos estaban con los ojos puestos en ese ser de luz que se hacía progresivamente más pequeño, y en el aparentemente frágil anciano que vivía en su interior. Pero Shiryu, aparte de conmovido y sorprendido por la escena que acababa de contemplar, se sintió estúpido por un momento. Decía que protegería a su maestro fuese como fuese, pero obviamente el Santo de Oro de Libra no necesitaba ninguna clase de protección.

Todavía estaba a años luz del poder de su maestro.

—Llevarán estos cadáveres al océano, Shiryu, Kiki. Será nuestra manera de advertirle al Emperador que no vuelva a acercarse a estas tierras, la naturaleza no será molestada por su capricho —dijo al volver a la normalidad, de nuevo a una apariencia frágil, sudorosa, cansada y con sangre en el rostro.

—S-sí, m-maestro.

—Shunrei no estaría contenta si sigue viniendo esta gente, ¿verdad? —dijo el maestro con una sonrisa divertida—. Y yo diría, Shiryu, que es hora de que vayas cumpliendo con tu castigo, recuerda que debe ser lo más delicioso que haya probado. Mañana retomaremos el entrenamiento, en particular de ese brazo derecho tuyo.

—Sí.

Kiki aún no era capaz de cerrar la boca.


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#4 Patriarca 8

Patriarca 8

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Publicado 01 agosto 2016 - 12:06

 
Este fic es un crossover de mi fic y el de mihca 5, para la dinámica
solo se considerara como autor a mihca 5
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1----- BATALLA POR EL DESTINO
 
2-----
 
CAPITULO 19:
 
En el santuario de Atenea; un leve chillido proveniente de las bisagras de las puertas hacia los aposentos del Patriarca, anuncio como una de ellas se abría lentamente despertando del placido sueño en que se encontraba el pontífice del santuario en su trono.
 
— ¡¿Quién demonios se atreve a interrumpirme?!—grito el molesto patriarca, mientras limpiaba la saliva de su mejilla con la rúnica de uno de su brazos.
 
— ¡Vaya!...no pensé que los Patriarcas trabajaran tanto—exclamo con firmeza la voz de una dama que termino por abrir la puerta—. Tienes una visita grandulón. Así que límpiate bien las babas, perezoso.
 
— ¡¿Que dices?!...acabas de interrumpir mi meditación Shaina—respondió Harbinger, al tiempo que volvía a pasar su mano por su mejilla antes húmeda por su saliva para cerciorarse lo dicho por la dama—. Guardias inútiles como se atreven a dejarte pasar en medio de mi meditación, acaso no saben que es peligroso. Los mandare a azotar.
 
—Sí, sobre todo porque se levantan de mal humor. Además te olvidas que me nombraste como tu ayudante y ya es hora de ponerse a trabajar—respondió Shaina, mientras señalaba con su cabeza hacia la entrada de la sala.
 
 
—Espero y no interrumpirlo Patriarca—exclamo una voz desde la entrada de la sala acercándose a cortos pasos hacia el trono donde se encontraba Harbinguer; logrando divisar como el cuerpo del recién llegado llevaba consigo vistiendo una de las doce armaduras más poderosas del santuario.
 
—Mmm; ¡pero si tú eres…!—respondió con una amplia sonrisa en su rostro Harbinger—. Veo con agrado que la misión que encargue a esos dos ha logrado su objetivo.
 
—Algo que debió de haber hecho el Patriarca—repuso la santa de Ofiuco con un tono de ironía en sus pausadas palabras.
 
—Mmm…—observó Harbinger con desagrado sobre su ayudante—, te escuche bruja—exclamo mentalmente Harbinger mientras volvía a dirigirse sobre el nuevo caballero dorado—. Me gustaría creer que gracias a mi intervención decidiste unirte al santuario como uno de sus caballeros, sin embargo debe haber un motivo mayor para que alguien como tú haya resuelto vestir la armadura dorada de cáncer por primera vez.
 
—Los últimos hechos ocurridos han provocado que acepte tu oferta Patriarca. Un mal mayor esta por eclipsar todo lo que conocemos, un mal que ya ha mostrado los dientes y colmillos de sus asesinos.
 
—No hace mucho aparecieron espectros que decían venir desde otra dimensión bajo el mando de un líder del cual no se conoce nada—repuso Shaina, interrumpiendo en la sala—. De los enemigos que aparecieron en primera instancia ya fueron todos 
derrotados, más nuevos y poderosos cosmos habían logrado llegar hasta la entrada de los doce templos y después de un momento sus cosmos habían desaparecido.
 
—Ya no tienes que preocuparte por eso Shaina—respondió Harbinger con una amplia sonrisa en su rostro, mientras dirigía su mirada sobre el dorado de cáncer—. Te agradezco que te hayas ocupado de ese asunto…y que mejor vistiendo tu nueva armadura.
 
— ¡Mmm…! entonces fuiste tú el que también se encargó de ellos, incluyendo a ese gigantesco y horrible cosmos que apareció. Veo que esos malditos espectros no se darán por vencidos—objeto nuevamente la santa de plata.
 
—No serán solo espectros los enemigos que visitaran este mundo—repuso el nuevo dorado de cáncer—. El ejército del Dios Rey Polinices se encuentra en camino hacia este mundo para conquistarlo y no debe de tardar en enviar a sus guerreros más temibles para lograrlo. Será mejor que el Santuario esté preparado para ello con toda su fuerza existente, estoy seguro que será el epicentro del ejército enemigo.
 
—En este momento solo están presentes dos caballeros dorados incluyéndote a ti santo de cáncer, el resto de caballeros dorados no deben de tardar en regresar. Sim embargo todavía dos urnas sagradas no poseen dueño después de la anterior guerra.
 
—Hace un momento encerré a uno de los guerreros que invadieron el santuario en la prisión de Cabo Sunion y gracias a él pude confirmar y despejar algunas inquietudes que tenía. Por cierto me gustaría que no fueran tan duro con él, es como un amigo para mí aunque él debe de odiarme.
 
— ¡¿Amigo…?!Pensé que ellos eran nuestros enemigos…—ínsito la santa de Ofiuco, mientras miraba al dorado—, por cierto caballero de cáncer aún no me has dicho tu nombre.
 
—Mmm…llámame Mot. Ahora patriarca con tu permiso, he dejado que sean los santos que enviaste por mí los encargados de encontrar a uno de los santos que faltan, yo me encargare de encontrar al restante caballero dorado.—exclamo Mot mientras abandonaba la puerta de los aposentos del Patriarca.
 
 
—Ese caballero no termina por convencerme—repuso la amazona hacia él patriarca—. Tiene que ser muy especial para que dejes que se encargue en la búsqueda de los nuevos dorados.
—Cuando me uní al santuario escuche sobre él de parte del anterior patriarca. Ionia quiso en un principio que fuera él quien vistiera la armadura de cáncer, más él rechazo el pedido.
 
— ¡¿Qué?!...si ya había rechazado anteriormente ser parte del santuario de Atenea, ¿porque ahora ha decidido unirse?
 
—Fudo me conto que Mot no estaba de acuerdo con muchas cosas del santuario y en especial de las nuevas acciones así como la decisión que había tomado el Patriarca Ionia con la guerra que se desato.
 
— ¿Fudo?—pregunto extrañada la santa de Ofiuco.
 
—Al parecer no solo Ionia en su largo tiempo de vida que tuvo logro conocer a Mot.  Fudo y Ludwing antes de que se convirtiera en Mars logaron entablar una extraña relación. Al parecer Mars quería que Mot se convirtiera en la carta de su triunfo.
 
—Aun así, no debería de ser él quien se encargue de buscar a los nuevos guerreros del santuario—enfatizó Shaina con su tono de reproche en su vos hacia Harbnger.
 
—Mmm, ya deja de quejarte Shaina de mi trabajo—exclamo Harbinger mientras extendía su cabeza hacia la cabecera de su silla—.Uno de mis trabajos como Patriarca era encontrar nuevos guerreros que pudieran defender el santuario de futuras amenazas y más después de que los caballeros legendarios se fueran con Atenea. Fudo me encomendó para que Mot se uniera al santuario y posteriormente de lograr conocerlo mejor, no creo que me haya equivocada, además él ya ha mostrado su ayuda a este santuario anteriormente al entrenar a uno de los caballeros dorados que ahora también vela por los ideales de Atenea.
 
—Espero y estés en lo correcto Harbinger. Si te equivocas y el santuario arde por tu culpa diré que me obligaste a ser tu ayudante. Aun así tengo curiosidad en los nuevos santos dorados de los que hablo Mot.
 
—Creo saber de quienes se tratan; hace algún tiempo cuando logre conocer a Mot, alcance a  darme cuenta que aunque él sea muy esquivo y misterioso con los demás, también comprobé el ideal que tenía por un bien mayor hacia la humanidad—dijo Harbinguer con su mirada puesta sobre el techo de la sala y su cabeza todavía reclinada hacia atrás—. Aquella vez pedí ayuda de su sapiencia para encontrar a los guerreros idóneos para defender la justicia en nuestro mundo…había tres fuertes guerreros con los idéales para ser un caballero, sin embargo Mot decidió mantener bajo su tutela a Olim.
 
—Ya he oído suficiente excusas por hoy—exclamo Shaina mientras hacía resonar la puerta de la sala al abandonarla, llamando la atención del patriarca que regreso su mirada hacia la sala encontrándose solo con las sombras que la llenaban.
 
— ¡Maldita bruja…como se atreves a dejarme hablando solo! No me extraña que Seiya haya preferido irse con Saori.
 
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Editado por T-800, 01 agosto 2016 - 12:08 .

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Publicado 01 agosto 2016 - 12:23

 
 
 
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Editado por T-800, 29 diciembre 2018 - 12:26 .

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Publicado 03 agosto 2016 - 12:07

Aquí mi voto va para:

Felipe (Mito del Santuario)


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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#7 Patriarca 8

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Publicado 08 agosto 2016 - 14:19

 
 
 
 
 
 
 

 

El ganador de esta dinámica es:  Felipe (Mito del Santuario)


Editado por T-800, 29 diciembre 2018 - 12:26 .

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