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Saint Seiya - Sengoku Returns


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#1 ℙentagrλm ♓Sнσgōкι

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Publicado 16 septiembre 2015 - 14:16

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¡Buenas, compañeros! Es muy probable que muy pocos o ninguno me conozcan, excepto diversas personas con las que charlo y también vagan por este pequeño lugar de Internet. Bien, al lío, Saint Seiya - El Despertar (o Saint Seiya - Sengoku Returns, este título fue desechado aunque aún permanezca encabezando el tema.) es mi tercera historia, la primera dedicada al mundo de los Caballeros del Zodiaco (La primera trata de Torremolinos, una ciudad inventada por mí, aunque sé de sobra que existe en España una localidad del mismo nombre, pero yo decidí narrar las proezas de sus habitantes, que defendían su territorio, etc... y la segunda, que aún está inconclusa, de una banda y sus aventuras / desventuras para llegar a la fama.), y probablemente la que va a ser más larga en toda mi trayectoria como escritor, al menos hasta el momento, pues tengo pensado desarrollar más historias. Pero bueno, no estoy aquí para hablaros de mí, ni mucho menos (Aunque si os interesa mi vida, siempre podéis preguntarme directamente, que no muerdo.), estaréis pensando, ¿de qué trata tu Fic? Lo descubriréis si leéis, claro, pues no puedo resumir todas las ideas que tengo en mi cabeza en un simple esquema.

 

Antes de nada, me gustaría aclarar que la fecha de actualización de la historia irá intercalada con mi otra historia (Trotamundos solitario: La leyenda del Yermo), para ser exactos, una semana actualizo uno, otra semana actualizo el otro. La longitud por capítulo será de 2500 palabras, como mucho, el porqué de esto es debido a que me gusta mantener una estructura constante, una correlación, la cual acaba siendo distintiva para los lectores, y sé bien que a veces el exceso de información en un episodio da lugar a pesadez y/o aburrimiento.

 

Esta historia fue iniciada el dieciséis de agosto de 2015, y el primer capítulo no fue terminado hasta el treinta y uno (debido a que me quedaba poco verano, y sólo escribía cuando no estaba haciendo otra cosa.) de ese mismo mes, día que fue subido a Fanfic.es (Si queréis buscarla, la encontraréis allí como Saint Seiya - El Despertar.), el dieciséis de septiembre fue subida a Saint Seiya Foros, el pasado once de octubre se me dio la oportunidad de subir mi creación a SaintSeiya.es, por lo cual doy las gracias a su administrador, Shaman, que sé que también deambula por este lugar.

 

Otra cosa que me gustaría que supieseis, es que estoy algo chapado a la antigua, ¿y cómo es eso? Pues muy simple, en el adverbio "solo" (solamente o únicamente) acostumbro a ponerlo con tilde, de modo que "Sólo estábamos nosotros dos", ese sólo siempre irá acentuado, sí, ya sé que la RAE eliminó hace tiempo la necesidad de poner la tilde en este tipo de palabras (así como en los pronombres demostrativos éste, ése, aquél...) La tilde diacrítica siempre irá en mis textos, y la Real Academia de la Lengua no reconoce como error este dato o este añadido, así que, por favor, antes de decirme que "sólo" o "éste" ya no lleva tilde, leed esto.

 

Por último antes de dejaros con mi historia (Afú, qué pesado que soy, ¿verdad?), si os preguntáis por qué la imagen que representa mi Fic es una montaña, sólo os diré que se trata del Monte Fuji, a partir de ahí, ya tenéis lo que hay que saber. ¡Muchas gracias y disfrutad! También recalcar que espero muchas Reviews, pues éstas son siempre buenas para mejorar y motivar.

 

Temporada 1:

Capítulo II: Ansia de Fénix

Capítulo III: Desafío alentador

Capítulo IV: Avance de un ser incorpóreo

Capítulo V: Marca geminiana

Capítulo VI: Alas ardientes surcan el cielo

Capítulo VII: Sorpresa de cero absoluto

Capítulo VIII: Cruel copia

Capítulo IX: Tiempo muerto y tiempo vivo

Capítulo X: Perros de caza y aves del paraíso

Capítulo XI: Bronce inmortal

Capítulo XII: Ambrosía

Capítulo XIII: Furia de dragones

Capítulo XIV: Sorpresa olímpica

Capítulo XV: Sol ardiente

Capítulo XVI: Máximo, un toro inmatable

Capítulo XVII: Honor de caballero

 

Temporada 2:

 

Capítulo XVIII: Leyenda

Capítulo XIX: Noble savage

 

Prólogo:

 

Hace quinientos años, en Japón, hubo un periodo denominado "Sengoku", en el cual catorce Samuráis lucharon y conquistaron el territorio del sol naciente a base de espadazos y derramamiento de sangre. Éstos actuaban en nombre de un dios cuyo nombre jamás revelaban antes de matar a sus enemigos, lo único que se sabía de aquellos hombres es que su furia y determinación en combate no tenían igual. Siempre dedicaban sus victorias a aquél que, según ellos, los protegía y guiaba hacia la victoria.

 

Una fría noche de 1483, los violentos predicadores, acompañados por un ejército de miles y miles de hombres fieles a la causa asaltaron la última resistencia que guardaba el país nipón ante la masiva oleada de muerte y desesperación que aquellos Samuráis llevaban consigo allá a donde fuesen. Se dice que arrasaron con todo lo que encontraron a su paso, asesinando a hombres, mujeres y niños por igual, la piedad era para los cobardes, y los que se atrevían a perdonar la vida de alguna persona corrían su misma suerte.

 

Los catorce hombres, encargados de la total conquista del territorio, distribuyeron el archipiélago japonés en catorce estados distintos, siendo otorgado a cada uno de ellos un nombre. La población fue esclavizada, excepto los más ricos, que mediante altas rentas, mantuvieron su estatus de personas privilegiadas y ayudaron en todo lo posible a sus nuevos señores. Los Samuráis, sin estar contentos con tener un país entero para ellos solos, decidieron expandir sus dominios llevando la guerra incluso a la costa china y las islas Filipinas, además de Malasia y Vietnam. Encarrilando su violenta campaña más allá del Mar de Japón y del Mar Amarillo, conquistando todo a su paso, sin que ningún ejército se les resistiese, los catorce hombres eran los nuevos amos del mundo, iban camino de superar en expansión al Imperio Romano de Occidente, que antaño ocupó toda Europa.

 

Era la ambición lo que movía a aquellos hombres, unos más que otros, siempre avanzaban porque deseaban tener más y más. Pasaron los años y cada Samurái tenía una gran porción de territorio bajo su nombre. Actuaban más independientemente y ya no formaban equipo, como en los viejos tiempos. Aunque sus dominios habían aumentado una barbaridad, nunca serían tan poderosos como lo fueron en épocas de batallar todos juntos, y es por eso que comenzaron a chocar en ideales unos con otros, dando a luz a terribles guerras entre ellos, matándose por menos de nada.

 

Los catorce tuvieron hijos, creando copias suyas, pero aún más crueles y asesinas. Estos fueron designados generales de la guardia, pero nunca alcanzaron el grado de habilidad que sus padres tenían, siendo aquéllos letales con el simple hecho de blandir la hoja con una maestría digna de elogio.

 

Pero pronto se vieron envueltos en el más grande y sangriento conflicto de los que habían llevado nunca, de los territorios inexplorados aún por ellos aparecieron hombres envueltos en protecciones de tonos bronces, plateados y dorados. Tal era el grado de fuerza que alcanzaban aquellos guerreros misteriosos, venidos del oeste, que sus ejércitos eran incapaces de vencer a aquellos portentos del campo de batalla. Desesperados, los catorce Samuráis originales se reunieron de nuevo en un templo, lugar donde se erigía tributo al dios por el que tanto habían luchado, y éste, oyendo sus plegarias, los dotó de mayor poder, cediéndoles catorce espadas divinas y el mismo número de vestiduras sagradas, bendecidas por la deidad suprema. Con aquellos nuevos dones se veían capaces de derrotar a cualquier enemigo que se postrase ante ellos. Los fieles soldados, bajo la responsabilidad que el dios había depositado sobre ellos, salieron personalmente al campo de batalla, a combatir por defender y vencer a aquellos invasores.

 

Tras un larguísimo tiempo en el frente, los invasores terminaron por llegar al templo del dios que aquellos catorce hombres honraban con su vida. Ya muertos los susodichos Samuráis, un legendario guerrero, el último de todos los que se habían atrevido a entrar en conflicto con aquellos magníficos estrategas, puso su vida en riesgo y, con la ayuda de una mujer que portaba un báculo, consiguió derrotar al oscuro ser divino, que fue sellado en las grietas del tiempo hasta que aquello que lo guardaba fuese roto o muerto. Por lo cual, el duradero periodo Sengoku terminó en 1568.

 

Capítulo I: El comienzo de una nueva Guerra Santa

 

En alguna parte de Japón, un hombre cubierto con una capa caminaba hacia una choza con aspecto ruinoso. De él sólo se veía que llevaba una vaina y el mango de una espada sobresaliendo de ésta, la casa, a pesar de lucir como si tuviese mil años, por dentro estaba dotada de muchos lujos: cofres de oro rebosaban por las cuatro esquinas de aquella sala y obras de arte milenarias, como jarrones y estatuas, decoraban a lo largo y a lo ancho aquel lugar.

 

En la casa le esperaba otro hombre vestido de la misma manera: una especie de capa que cubría la mayor parte de su cuerpo excepto otra vaina con una espada, ésta era más curvada y larga que la anterior. Ambos desenvainaron sus armas y se arrodillaron ante una estatua algo más peculiar que las demás, ya que su forma era amorfa. Ésta estaba centrada en la pared contraria a la entrada de la choza. Un aura empezó a emanar de ellos y sus sables se elevaron en el aire, clavándose en la fría piedra de la que estaba hecha la figura.

 

En Grecia, el coliseo albergaba un torneo entre los caballeros de bronce para entrenarse por si una futura guerra estallaba. Habían pasado tres años desde que completaron la guerra santa contra Hades, venciendo a aquél que emergía como mal en la Tierra, los caballeros legendarios Seiya de Pegaso, Shiryu de Dragón, Hyoga del Cisne y Shun de Andrómeda, eran los encargados de inaugurar el torneo a base de buenos golpes.

 

—¡Diamond Dust

 

El cisne se alzó por los cielos con su clásico golpe mientras que su rival esperaba y analizaba con paciencia.

 

—¡Pegasus Ryu Sei Ken

 

Los meteoros salieron disparados hacia el Polvo de Diamantes, impacto que causó una gran explosión en el radio del coliseo.

 

—¿Estás preparado, Seiya? Pues no pienso tener piedad.

 

—¡Vamos Hyoga, deja de parlotear y ven a por mí!

 

El Cisne alzó los brazos y con ellos formó una vasija que apuntaba directamente a su contrincante, un aura blanquecina se apoderó de toda su figura.

 

—¡Aurora Execution

 

La ráfaga de hielo salió disparada hacia el caballero Pegaso, que a su vez adoptó la posición de su ataque más poderoso; a él le tocó un aura azulada que le mostraba la fuerza necesaria para lanzar su técnica.

 

—¡Pegasus Sui Sei Ken

 

Las técnicas chocaron de nuevo pero la Ejecución de Aurora no pudo soportar la presión y potencia del Cometa de Pegaso, que se comió el ataque del Cisne e impactó contra él y cayó derrotado, a lo cual Seiya fue declarado vencedor. Unos soldados rasos se acercaron al caído caballero para ayudarle a levantarse y llevarlo a una enfermería.

 

Desde lo alto, el nuevo Patriarca observaba el progreso del Torneo que él mismo había organizado. Un año después de suceder la batalla contra Hades, las Casas habían sido reconstruidas con ayuda de todos y se preparaban para una futura guerra haciéndose más fuertes. Los legendarios habían sido encargados de inaugurar las peleas como gesto de buena fe ante su temeraria acción salvando a Atenea y, por tanto, al mundo.

 

Al lado del Patriarca regentaba un trono de oro la Princesa Atenea, Diosa y guía de los ochenta y ocho caballeros guardianes de una constelación, que admiraba con risas y halagos a sus caballeros, mientras disfrutaba de una rodaja de melón y comentaba los movimientos con el Gran Patriarca, que lucía una melena larga y pelirroja, pero con máscara para que no se le viese la cara.

 

Salió uno de los soldados rasos del ejército de Atenea a vociferar algo en alto mientras la gente de la grada escuchaba atentamente.

 

—El siguiente combate enfrentará a los Caballeros de Dragón y Andrómeda, Shiryu y Shun.

 

El público enloquecía, gritaba como loco al ver a los legendarios de Bronce entrar en el campo de batalla, con sus armaduras brillando como si fuesen nuevas gracias al increíble trabajo del recién designado caballero de Aries, que gustosamente se había ofrecido voluntario a repararlas.

 

El combate comenzó y la muchedumbre enfervorecida no dejaba de gritar, animada por el gran suceso que estaban a punto de ver. Antes de que a ninguno de los adversarios le diese tiempo a golpear, todo acabó en silencio, pues algo había sucedido, las personas ya no se movían, ya no gritaban, nadie decía nada, todos estaban como petrificados, incluso los caballeros en combate se habían quedado inmóviles, como piedras o estatuas humanas.

 

Un tipo vestido con un manto de cabeza a pies, encapuchado sin que se le viese la cara, hizo aparición en el campo de batalla, salió de una de las sombras que proyectaba una columna, como habiendo atravesado el espacio o siendo invisible. Otro de aquellos encapuchados apareció en la parte alta del coliseo y bajó los escalones entre la gente. Los dos se reunieron en la arena del coliseo y caminaron a través de los caballeros que se batían en duelo, que también estaban hechos "piedra".

 

—¿Y éstos son los famosos caballeros de Atenea, quienes vencieron a incontables dioses por proteger a su diosa? Qué patético poder, ni siquiera has usado una quinta parte de tu técnica para ralentizar el tiempo, pensé que supondrían un reto.

 

Aquél que hablaba era unos centímetros más bajo que el otro que le acompañaba. Miró con rabia al hombre que había salido de las gradas, a lo que el otro le respondió con un gesto frío y rápido.

 

—No hemos venido para pelear, recuerda que tenemos una misión, no hemos de matar a nadie, no deben saber que aquí ha pasado nada, para cuando lo averigüen será demasiado tarde.

 

Ambos caminaron hasta alcanzar las escaleras que llevaban a las estancias donde Atenea se sentaba y las ascendieron, llegando frente a ella y al Patriarca, que también estaba inmóvil. Uno de los hombres, aquél aparecido en las gradas, sacó una espada larga y curvada de la vaina que la contenía y la puso en el pecho de la Diosa mientras le hablaba a su compañero.

 

—Encárgate de que nadie me moleste, ¿está claro, Tenkai?

 

—Ocúpate de lo que tengas que ocuparte, Masamune, que yo haré lo mismo.

 

El hombre portador de aquella espada balanceó su brazo hacia atrás para atravesar el corazón de Atenea cuando un cosmos se alzó contra aquellos que invadían la privacidad de aquel evento.

 

—¡Que os lo habéis creído!

 

La luz del sol cubría la figura del que se acercaba por los aires hasta que se vislumbró bien la de uno de los cuatro caballeros de bronce, el tipo al que le había tocado cubrir al asesino de Atenea sacó otra espada de una vaina para protegerse del impacto. Un puño humano golpeó el sable, lo cual provocó una colisión de cosmos, aquél que había salido en defensa de su diosa no era otro que Seiya.

 

—Pegaso…

 

El tipo de la sombra susurró bajito ante la intromisión del caballero.

 

—Vaya, así que me conoces, pues bien, así dirás quién te mandó al mundo de los muertos, ¡no dejaré que le toquéis un pelo a Saori!”

 

El menudo caballero movió sus brazos para realizar su característica técnica mientras alzaba su cosmos más y más.

 

—¡Desapareced de aquí, seres que moran la maldad y la muerte, Pegasus Ryu Sei Ken

 

—Interesante, Pegaso, pero tu técnica no puede nada contra mí.

 

Movió la espada a una posición defensiva y de ella empezó a rezumar un cosmos oscuro.

 

—¡Shadow Shield

 

Entre el ataque de Seiya y el portador de aquella arma, ahora llamado Tenkai, se formó un escudo negro, que se tragaba los meteoros del caballero de bronce, como si fuese un agujero negro, o una sombra infinita que ninguna luz puede atravesar.

 

—¿Es eso todo lo que tienes, caballero legendario de Pegaso? ¡Qué decepcionante! Ahora verás algo que deberás temer… ¡Darkness Invasion

 

La oscuridad más oscura rodeó al caballero mientras aquél no podía hacer nada para evitarlo, pues fue envuelto en un cilindro de penumbra, de golpe cayó al suelo de rodillas escupiendo un chorro de sangre por la boca y respirando agitado.

 

—¿Te gusta mi técnica, Pegaso? Te robará todas tus fuerzas y te secará como si fueses una camiseta mojada al sol en verano.

 

Aquél que había lanzado la técnica rio desagradablemente mientras blandía la espada, se sintió orgulloso de haber realizado aquella acción y se giró para hablar con el otro, que observaba atentamente el desarrollo del combate.

 

—¿Qué te parece, Masamune, verdad que ha sido demasiado fácil?

 

Continuó con una risa casi de cerdo mientras el otro hombre lo miraba frío como el hielo.

 

—Eres de veras un chapucero, Tenkai, te consideraba más listo.

 

—¿Qué, cómo te atreves a decirme tal cosa, a mí, al dueño de la Espada de la Penumbra, que siembra el miedo en todos los que me ven?

 

—Tan solo mira al Pegaso salir volando de tu técnica de papel.

 

Tan orgulloso se sentía de haber apresado al caballero legendario que no se dio cuenta de que Seiya era más que capaz de librarse de esa táctica.

 

—¡Qué iluso, ser tan fanfarrón será lo que te lleve a la perdición hoy!

 

Seiya se había levantado del suelo y su cosmos se había propagado por todo aquel cilindro en el que estaba encerrado, con un aura azul clara que se hacía cada vez más intensa.

 

—¡Arde, Cosmos, y llévate contigo la maldad que asola hoy el Santuario… Pegasus Sui Sei Ken

 

El ataque de Tenkai se vio quebrado como si fuese cristal y el cometa avanzó hasta chocar brutalmente contra él, lanzándolo a volar y estampádolo contra una columna.

 

—Bien. ¡Ahora vas tú, hombre tranquilo, aleja tus manos de Saori!

 

Al referirse al hombre tranquilo, hablaba de aquél que había observado la pelea y antes se disponía a atravesar a Atenea con aquella espada.

 

—Seiya de Pegaso, caballero legendario, es un honor conocerte, eres un rival digno que no se rinde ante nada, y es un grato placer combatir contigo.

 

El todavía encapuchado le hizo una reverencia al caballero de bronce, que lo miró muy extrañado.

 

—¿Te estás riendo de mí, quién te crees que eres para burlarte de mí? ¡Exijo saber tu nombre, encapuchado!

 

—¿Mi nombre? Mi nombre es irrelevante, Pegaso, sólo has de saber que aquí termina tu batalla junto a la diosa Atenea.

 

—¡Nadie es quién para decir eso, y te lo voy a demostrar ahora, encaja esto, Pegasus Ryu Sei Ken

 

Seiya lanzó los meteoros contra su rival, pero éste sacó una espada distinta a aquella que tenía antes entre las manos, ésta tenía una empuñadura extraña, en la cual se reflejaba un reloj justo en el medio. Con solo blandirla, los meteoros se quedaron quietos, como sostenidos por algo.

 

—Esto que ves, Pegaso, es la Espada del Tiempo, forjada por el mismo dios Saturno, que junto con la Espada del Espacio forman la llamada Forja de la red interdimensional, éstas fueron dadas a mi deidad por el gobernante del Espacio Tiempo, y como tu última voluntad, quería que lo supieses.

 

—¿C…como… mi última voluntad?

 

—Como honra a tu magnífica carrera como caballero, acabaré contigo sin dolor, Pegaso… ¡Descansa ya de tus heridas, Countdown’s End

 

Rápidamente el joven vio cómo todo lo que había a su alrededor se distorsionaba, como siendo víctima de una terrible ilusión que lo mataba poco a poco.

 

—Esta técnica dejará tus órganos internos como si tuviesen cien años, destrozados, a punto de fallarte, y no podrás moverte más, aunque por fuera luzcas como siempre.

 

—¡No… no puede ser!

 

—“En cuestión de tiempo... pueden ser unos segundos, unas horas, o unos días, todo depende de tu voluntad.

 

El joven caballero, al principio se sintió preocupado pues la vida de Saori estaba en grave peligro y aquel hombre amenazaba con vencerle, pero luego, al no notar nada se dijo a sí mismo…

«¿Y si estaba jugando con su mente, y si realmente todo era un intento de engaño?»

 

—¿Crees que soy tan tonto? No te burles de mí, pues no le tocarás un pelo a Saori, ¡prepárate, Pegasus…!

 

El silencio se hizo después, cuando el joven quedó inmovilizado con el puño preparado para lanzar el ataque, con solo haber hecho un pequeño gesto ya estaba completamente inhabilitado. Un pinchazo en su corazón, como si le hubiesen clavado un puñal, le impidió moverse.

 

—Pero qué…

 

—Te lo he dicho, Pegaso, no podrás lanzar un ataque más.

 

El encapuchado de la espada con la empuñadura de reloj envainó su instrumento de pelea y sacó una daga, con la que antes había amenazado la vida de Atenea, y la dirigió de nuevo contra el corazón de la diosa, esta vez se la clavó.

 

—¡No, maldita sea, Saori!

 

—Relájate, Pegaso, tu amada Saori está bien, cuando despierte ni siquiera sabrá que la he apuñalado.

 

—Maldito seas, tú que te burlas de mí... ¡Juro que me vengaré, vengaré a la princesa Saori!

 

—Cuán obstinado eres, Pegaso, te he dicho que está bien. Los que hablan de ti dicen sin temor que eres el más fiel defensor de tu diosa y que pelearás incluso contra el Dios más poderoso para vencer, pero esta vez se acabó, descansa para siempre y ten una muerte dulce y placentera en combate, defendiendo aquello por lo que naciste.

 

De la nada apareció aquél al que Seiya había mandado a volar de un golpe, estaba ensangrentado y con una cara de muy mal humor.

 

Tú, enano… Te arrepentirás de haberme hecho esto… ¡a mí, al rey de las sombras, cortaré tu cabeza y la pondré como trofeo en mi respectiva Kura!

 

Enfadado, Tenkai alzó la espada sombría contra Seiya, decidido totalmente a sesgar su cabeza del cuerpo, cuando Masamune intervino cogiendo el filo del sable amenazante.

 

—Nuestra misión aquí ha terminado, tenemos que irnos. Deja a ese chico, ya está muerto.

 

—¡Pero Masamune, esto clama venganza, necesito matar a ese crío por la ofensa que ha cometido contra mí!

 

—¿Estás desobedeciendo la orden de un superior, Tenkai? Porque haré que te maten por ello.

 

—¡No, no, lo lamento, señor Masamune!

 

El lastimado Seiya seguía en la posición característica para lanzar sus meteoros, pero no se movía, no atacaba, no decía nada, sólo estaba con cara de muerto. El hombre que le clavó la espada a Saori se acercó al joven inmóvil y le susurró algo al oído a Seiya, lo cual le dibujó un gesto aún más horrendo. Acto seguido, los dos hombres que habían interrumpido en el Coliseo se desvanecieron.

 

—Sa… ori…

 

El joven Pegaso se lamentó mientras, sin siquiera poder caerse al suelo, veía cómo todo a su alrededor seguía congelado, detenido en el tiempo. Sus tres compañeros, petrificados y aislados del espacio tiempo actual, por siempre.

 

 

Técnicas en castellano:

 

Diamond Dust: Polvo de Diamantes. ➡ Hyoga del Cisne.

Pegasus Ryu Sei Ken: Meteoros de Pegaso. Seiya de Pegaso.

Aurora Execution: Ejecución de Aurora.  Hyoga del Cisne.

Pegasus Sui Sei Ken: Cometa de Pegaso. ➡ Seiya de Pegaso.

Shadow Shield: Escudo de Sombras. ➡ Tenkai de la Espada de la Penumbra.

Darkness Invasion: Invasión de la Oscuridad. ➡ Tenkai de la Espada de la Penumbra.

Countdown's End: Fin de la cuenta atrás. ➡ Masamune de la Espada del Tiempo.

 

 

 

LOS PERSONAJES ORIGINALES PERTENECEN A KURUMADA SENSEI, LOS OC's Y LA HISTORIA SON DERECHOS RESERVADOS Y EXCLUSIVOS DE ESTE FANFIC.


Editado por Gemini No P., 27 noviembre 2015 - 12:46 .

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Publicado 16 septiembre 2015 - 21:28

-Te sugiero que separes un poco mas el texto para que no se vea demasiado amontonado

y que agrandes un poco mas el tamaño de las letras

 

-Mucha suerte en tu fic


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Publicado 17 septiembre 2015 - 09:28

-Te sugiero que separes un poco mas el texto para que no se vea demasiado amontonado

y que agrandes un poco mas el tamaño de las letras

 

-Mucha suerte en tu fic

Muchas gracias por los consejos, compañero, es que no me copia tal cual lo tengo escrito en el Word, bien separado y repartido.


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Publicado 17 septiembre 2015 - 10:47

Está bueno amigo, escribes bien.


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Publicado 17 septiembre 2015 - 14:36

Está bueno amigo, escribes bien.

 

Está bueno amigo, escribes bien.

Infinitas gracias colega, escribo lo mejor que sé.

 

 

 

 


Editado por Gemini No P., 17 septiembre 2015 - 14:40 .

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Publicado 17 septiembre 2015 - 14:49

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Publicado 17 septiembre 2015 - 14:59

En el capítulo anterior, dos hombres misteriosos se encuentran en Japón frente a una estatua, mientras que Seiya, Shiryu, Hyoga y Shun combaten en un torneo llevado a cabo en el coliseo del Santuario, Grecia.

 

A la mitad del transcurso de la batalla, otros dos hombres interrumpen en el lugar y atentan contra los caballeros de bronce y Atenea. Seiya consigue reaccionar y acudir en defensa de su diosa, pero no logra detenerlos.

 

 

Capítulo II: Ansia de Fénix

 

Tres días después de aquel atentado contra la princesa Atenea, un hombre pisó la arena del coliseo, aquél era Ikki del Fénix, que cargaba a cuestas con su Pandora Box. Tras tres años sin pasar por el Santuario, ahora tenía una buena razón para hacerlo de nuevo, pues no sentía ya el cosmos de su hermano Shun, y como ser paternal y protector ante su única familia, decidió investigar por su cuenta aquel suceso. Lo que allí descubrió hizo que soltase la caja que contenía su armadura de golpe. Corrió tan rápido como pudo al ver a su hermano y a Shiryu congelados, sin moverse.

 

—¡Hermano, Shiryu!

 

El caballero Fénix no encontró explicación, todo el público estaba igual, incluso Hyoga, al cual se le veía sentado en uno de los bancos con una bolsa de hielo en la frente. Todos congelados, petrificados. Sin embargo ninguno parecía estar muerto, todos tenían rostros rebosantes de vida.

 

Estaba volviéndose loco, esa fue la única explicación que encontró al ver aquello, ¿era todo un sueño, era todo una ilusión, provocada por alguien? No, era real, y eso lo supo al tocar el rostro de su hermano; estaba caliente, su corazón latía, pero no sentía su cosmos ni ningún atisbo de vida excepto el de su rimbombante corazón. Tras hacer una inspección rápida del lugar cayó en la cuenta de que Saori también estaba allí, mirando desde las alturas.

 

Corrió rápidamente a las escaleras que ascendían hasta las estancias de la princesa Atenea y el Patriarca. Allí estaban los dos, congelados, sus corazones latían, pero no parpadeaban, ni siquiera se sentían sus presencias. De pronto, al Fénix le llegó una voz moribunda, casi un susurro traído por el viento, algo que llamaba su nombre. Con tanto mirar a la princesa no se había dado cuenta de que Seiya estaba de pie frente a ella, como protegiéndola de algo invisible.

 

—I…kki…

 

—¡Seiya! pero... ¿qué demonios ha ocurrido aquí?

 

—Yo… no he podido protegerla, Ikki…

 

Lágrimas brotaron de los ojos del Pegaso al referirse a su fracaso en el intento de evitar el ataque a la princesa, lágrimas de pura rabia y odio hacia sí mismo y hacia su debilidad.

 

—Ahora mismo estoy muerto, Ikki, pero eso no me importa… Yo…

 

—¡Seiya, no hables más! ¿Por qué estás así si tu cuerpo no luce ninguna herida?

 

—Había dos hombres con espadas…

 

Seiya le contó a Ikki todo lo que allí había acontecido, más o menos como pudo, pues estaba tan débil que ya hasta la lengua se le agarrotaba y difícilmente podía hablar. El caballero Fénix, terriblemente cabreado, cogió a Seiya en brazos para llevárselo a algún lugar en el que pudiese hacer algo para salvar su vida, lo cargó a su espalda y lo dejó en la isla de Kanon mediante un portal que abrió directo desde el coliseo. Allí, el volcán que tenía propiedades curativas sería el encargado de hacer al Pegaso joven por dentro de nuevo.

 

Ikki volvió al Santuario para tratar el asunto con los nuevos doce caballeros de oro en sus respectivos Templos, al llegar allí su sorpresa siguió siendo mayúscula, ninguno de los dorados estaba en el lugar que debería proteger, ¿qué demonios significaba aquello? Desde Aries hasta Piscis, pasando por todos los recovecos posibles en los que alguno pudiese haber. Los doce Templos eran un desierto, no había nadie en ninguno, ¿acaso habían muerto todos debido al ataque que Seiya le había descrito? Era improbable, las armaduras tampoco estaban. Por alguna razón, los caballeros habían salido en tropel.

 

De pronto, el caballero Fénix sintió una vibración en el aire, acababa de bajar de nuevo todos los templos y se hallaba al principio del Santuario cuando recibió la llamada de un potente cosmos que le hablaba.

 

—Reúnete conmigo en Jamir, caballero Fénix, allí te explicaré lo que ocurre.

 

Ikki, de la misma manera que había sentido la voz, tuvo curiosidad por saber quién se había puesto en contacto con él, así que le respondió.

 

—¿Quién eres? Habla.

 

—No te impacientes, Fénix, cada cosa a su tiempo.

 

La voz dejó de hablar y la energía cósmica que había inundado de golpe a Ikki se desvaneció como el perfume de las rosas al pudrirse.

 

—¿Hola, hay alguien al otro lado?

 

Pero nadie le respondió, si quería averiguar qué ocurría debía a Jamir, pues necesitaba saber qué ocurría allí, y con todo eso, rescatar a su hermano Shun y a la princesa Saori de las garras de la muerte.

 

 

Un largo camino hizo el caballero Fénix hasta llegar al estrecho pasadizo que conducía directamente a la torre bautizada como Jamir, lugar entre las montañas del Himalaya. Ya había atravesado el «Cementerio de las armaduras», lugar donde se pierden los intrusos o moradores, siendo aquella la principal defensa del territorio, y al fondo podía vislumbrar aquella magnificente estructura.

 

Fénix cruzó el estrecho pasaje que llevaba hasta la torre, desde lejos se oía un sonido de martillo contra cincel constante, no era un golpe rápido, pero sí fuerte y austero, éste retumbaba por todo lo ancho del valle en el que estaba empozado y hacía temblar hasta a las piedras.

Ikki se adentró cada vez más y más, los golpes sonaban más altos y fuertes cuanto más avanzaba a través del único paso que había para llegar hasta la enorme torre en la que alguien golpeaba algo sin descanso.

 

—Bienvenido, caballero Fénix.

 

De nuevo el aire se inundó con un cosmos familiar para el caballero de bronce, sin embargo, él no lo recordaba tan poderoso ni tan firme. Nadie asomaba por la puerta de la gigantesca estructura pero la voz seguía hablándole al recién llegado.

 

—Pasa dentro, te estoy esperando.

 

La orden fue acatada a la perfección por Ikki, que entró al edificio. Nada más pasar, a mano izquierda observó al menos treinta armaduras, entre las cuales reconoció la de la constelación de Águila, perteneciente a Marin, desaparecida tras la guerra santa contra Hades, y también las correspondientes a las constelaciones de Auriga y Perseo, bien conocidas para él. Cuanto más avanzaba, más insoportable se hacía el ruido del martillo contra el cincel. Llegó a una sala completamente a oscuras, en que la luz producida era de un fuego que se usaba para poner al rojo diferentes metales. La llama producida por el escueto fuego hacía brillar una figura dorada e inmóvil, aquella era la armadura de Aries, que estaba en una estatua, colocada pieza por pieza perfectamente. Pero aquella pequeña obra de arte no era una cualquiera, a simple vista estaba hecha de barro, pero cuando Ikki se acercó a tocarla era de mármol, ¡de mármol marrón! Era una auténtica maravilla artística, mas no sólo porque era una pieza única, sino porque el maniquí para dejar la armadura tenía la forma de Mu de Aries. Era imposible no reconocer aquella figura regia o aquel rostro tranquilo. Allí estaba, plasmado a la perfección, casi como si fuese él de verdad.

 

—Mu de Aries… Qué figura tan perfecta, con todo detalle, incluso la talla de los ojos, son los mismos.

 

Tal fue la admiración de Ikki por aquella obra de arte que se había olvidado completamente del ensordecedor sonido que producía alguien en aquella misma sala, hasta que aquél que parecía reparar algo decidió sacar al caballero de bronce de su asombro.

 

—¿Te gusta, Ikki? La he hecho yo mismo, la tallé en honor a mi maestro.

 

—¿Hm…? Así que eres discípulo de Mu, pero… que yo recuerde, él sólo tenía un discípulo, y ése era Kiki. Lo último que se sabe de él es que después del fallecimiento de su maestro en el Muro de las Lamentaciones, allá abajo, en el infierno, Kiki decidió iniciar una peregrinación mundial visitando todos los países, así que muéstrate, ¿quién eres tú?

 

El caballero Fénix se puso en guardia pues creía ser víctima de una terrible emboscada por parte del enemigo. Aquél que se postraba ante Ikki empezó a reír con avidez de decirle quién era en realidad.

 

—No has cambiado nada desde la última vez, Ikki, desde luego que no.

 

La luz tenue dejó ver a un chico joven de pelo largo y marrón, con dos puntos azules en su frente. Era Kiki de Aries, mucho más mayor desde la última vez que lo había visto. Medía prácticamente lo mismo que Ikki y tenía un rostro más maduro, era musculoso, y ya lucía ligeros rastros de barba en su rostro.

 

—¿Kiki, de veras eres tú? Pero… ¡Hay que ver cómo has cambiado, renacuajo!

 

Una leve sonrisa fue esbozada por aquél que vivía ahora en Jamir. Se quitó el flequillo de la cara y con una goma que guardaba en su muñeca se hizo una coleta para que no le molestase su largo y lacio cabello.

 

—¿Pero cómo es posible que te hayas convertido en caballero dorado tan rápido, y hayas crecido tanto? Eres casi como un adulto, y tu cosmos es magnífico, casi tanto como el del mismo Mu.

 

—Gracias por tus alabanzas, Fénix. Harto tiempo sin verte, cierto es.

 

—Cuéntame Kiki, ¿cómo has llegado tan lejos?, ¿qué has hecho en estos tres años?

 

Ikki no era de tratar esos detalles pero estaba tan en shock por ver al cambiado aprendiz de Aries ahora convertido en un hombre hecho y derecho que necesitaba saber todo lo ocurrido en el tiempo que había pasado sin verlo. Con gentileza, el Jamiriense le hizo salir del lugar de reparación y lo llevó hasta una pequeña habitación con una mesa y un par de sillas, donde le ofreció un té de hierbas típicas de la cordillera del Himalaya.

 

—Verás, Ikki, en el tiempo que estuve viajando sin descanso, aprendí muchas cosas, era necesario que lo hiciese, pues sino la Armadura de Aries no hubiese aceptado a nadie más que no fuese yo, mi maestro Mu o el viejo maestro Shion. Reuní los suficientes conocimientos viajando alrededor del mundo, practicando las técnicas heredadas, ya sabes, el “Eterno Legado de Aries” debe seguir siempre. Fui creciendo, cosas de la vida, pero bueno, aún sigo siendo el caballero más joven de toda la orden, sólo tengo once años, comparado con los demás no tengo ninguna experiencia previa en combate….

 

Ikki se quedó estupefacto completamente al escuchar hablar a Kiki, era como otra persona. La voz le había cambiado, y su forma de expresarse era completamente adulta, ya no parecía un crío, ahora era completamente distinto, un hombre, todo un ejemplo a seguir. Estaba seguro de que si el mismísimo Mu lo viese estaría muy orgulloso.

 

—… Pero, Ikki, no te he llamado para tratar ese tema, ha sido otra cosa completamente distinta.

 

—Por supuesto, dime, eso es lo que estaba esperando.

 

—Hace aproximadamente dos semanas, Atenea nos reunió a todos en el salón, lo cual nos resultó extraño, pero no tan extraño como lo que nos dijo….

 

Intrigado ante aquellas palabras, el Fénix escuchó atentamente lo que el caballero de Aries le estaba contando.

 

—… Ella nos mandó salir a todos del Santuario, bajo amenaza de muerte. Dijo que el que se opusiera sufriría su ira, ¿pero cómo es posible eso, Ikki? La princesa Atenea es un ser que derrocha amabilidad y amor, y nosotros, sus caballeros hasta el fin… Unos reclamaron a la diosa, aunque al final acabaron marchándose pues era lo que ella les había ordenado, otros hicieron caso al instante y salieron del templo que les correspondía sin dudarlo, ya que esa era la voluntad de la princesa, sólo el caballero de Sagitario negó la orden y se quedó a proteger su correspondiente templo, pero hace unos días dejé de percibir su cosmos, creo que él estaba cerca del Monte Fuji cuando sucedió.

 

—¿El Monte Fuji dices? Quizás debería ir hasta allí a investigar, si el caballero de Sagitario fue a ese lugar es por alguna razón.

 

—Los caballeros de Oro tenemos prohibido juntarnos unos con otros por expresa orden de Atenea, fue otra de las cosas que dijo cuando nos mandó marchar, así que no puedo ni ir en busca de mis compañeros.

 

Ikki se levantó del asiento tras haberse tomado el té que Kiki le había ofrecido, cogiendo su Pandora Box y dirigiéndose a la salida sin siquiera decir nada.

 

—Espera, tengo una propuesta antes de que te vayas a investigar, ¿qué tal si te reparo la armadura? Creo que está destrozada, puedo sentir su llanto sin siquiera estar en tu cuerpo.

 

El caballero Fénix se detuvo en la puerta, y tras pensarlo unos cuantos segundos, accedió, dejando la Pandora Box cerca de aquel montón de armaduras para reparar que había visto antes.

 

—Bien, me pondré a ello en breves. ¿Qué tal si entre tanto vas a visitar un poco este hermoso territorio que es Jamir? Tardaré algo más de una hora, a no ser que quieras esperar sentado aquí.

 

Kiki cogió la Pandora Box de Fénix y la cargó a su hombro, llevándosela a la sala en la que reparaba todas las armaduras.

 

—Kiki, espera, antes de que te vayas, me gustaría saber qué hace aquí la armadura de Águila, ¿acaso la dejó Marin?

 

—¿Marin dices? Hm… Ciertamente no lo sé, pues una mañana apareció frente a mi puerta, sola, y decidí traerla adentro para que no pasase frío. Hace mucho que nadie sabe de la ex-amazona de águila, desde que acabasteis con Hades, después desapareció por completo.

 

Sin mediar ni una palabra más, Ikki salió por la puerta de la enorme torre a dar un paseo entre que pasaba la hora que el joven Kiki le había puesto de espera.

 

Las enormes montañas y la baja presión que había en el ambiente hacían de Jamir un lugar desértico, casi inhabitable, para Ikki no era difícil imaginarse la vida allí. Aunque él era sedentario, tenía claro que Jamir le gustaba, pues nadie le molestaría nunca. Caminando por los alrededores de la torre encontró un lugar lleno de enormes piedras, aquéllas parecían ser movidas cada poco, debían de ser el entrenamiento de Kiki con la telequinesis. Sintiéndose tentado, y sin pensar que a Kiki pudiese importarle, puso el dedo índice sobre una de las enormes y redondas rocas y concentró su cosmos en aquella zona, haciéndola añicos en miles de pedazos. Habiendo matado el rato durante el tiempo que Kiki le estipuló, regresó a la torre de Jamir, donde la Armadura del Fénix estaba reparada completamente, había recuperado su brillo, y aunque aquélla renaciese de sus cenizas, nunca había brillado tanto, casi podía verse reflejado en la pechera inmortal.

 

Tras observarla por doquier, la Cloth fue metida en la Pandora Box e Ikki la cargó a su espalda, dirigiéndose a la salida de la torre.

 

—Hasta más ver, Kiki, te avisaré si averiguo algo nuevo.

 

—Que el cosmos te acompañe, Ikki de Fénix.

 

Esas fueron las últimas palabras que cruzaron los caballeros aquel día, pues Ikki se dirigió directo al Monte Fuji, tan rápido como pudo.


Editado por Gemini No P., 14 noviembre 2015 - 09:12 .

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VAS BIEN EN TU FIC


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Publicado 18 septiembre 2015 - 09:14

VAS BIEN EN TU FIC

Gracias compañero, lo hago lo mejor que se me ocurre.


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Publicado 18 septiembre 2015 - 10:18

En el capítulo anterior, Ikki llega al coliseo y encuentra el tiempo detenido y a un malherido Seiya, el cual le cuenta la historia del ataque sufrido. Después, tras recibir la llamada de un cosmos, termina en Jamir hablando con Kiki de Aries, que resulta ser el misterioso hombre.

 

Capítulo III: Desafío alentador

 

Qué belleza desprendía el enorme Monte Fuji desde la lejanía, con la cumbre nevada como si hubiese sido espolvoreado con polvo del más fino y blanco, brillaba como la luna misma. El caballero Fénix, subido a una estructura, observó la oscuridad que se cernía sobre el horizonte, justo donde la cima de la alta montaña estaba.

 

—De veras es siniestro, pero más que siniestro es extraño, pues sólo hay dos kilómetros escasos y aquí brilla el sol como si fuese el desierto más cálido de la historia, y en la lejanía del monte también se vislumbran unos fuertes rayos de luz.

 

Ikki se bajó de aquel tejado y comenzó a caminar hacia la base de la alta montaña, a cada paso que avanzaba se podía notar un ambiente cargado de maldad y hostilidad, era como pisar la cabeza de un cadáver putrefacto, aquello era odio puro, y sólo con oler la muerte del aire se podía saber. El caballero Fénix tenía, cada poco que caminaba, aquella sensación de ser vigilado constantemente. Para su desgracia, aquello era cierto, cuanto más se acercaba, más posibilidades tenía de ser pasto de los condenados.

 

Mas Ikki no temía a la muerte, todas sus batallas habían sido libradas con un alto peligro de perder la vida, y no le importaba ser cadáver si con ello libraba a su hermano y a la princesa de las garras de la parca en las que estaban en aquel momento.

 

De golpe, un sofocante calor asaltó al caballero Fénix en el trayecto hacia la base de la montaña, ¿de dónde procedía tal fuente térmica? No se veía ningún géiser, el volcán del Monte Fuji estaba inactivo y allí no había fábricas que contaminasen el ambiente. Pronto se reveló qué era aquella extraña sensación de elevada temperatura. Un hombre, completamente encapuchado, como aquéllos otros que Seiya le había descrito un par de días atrás, caminaba al encuentro con Ikki.

 

El cosmos de aquél que se acercaba era terriblemente fiero, parecía tener un espíritu de batalla incesante, tanto como el del propio Fénix. Al llegar a la altura de Ikki, el hombre misterioso se quitó la manta de la cabeza, lo que se descubrió fue a un joven de aproximadamente veinte años, tenía el pelo azul completamente y su rostro tenía una cicatriz que iba desde sus labios hasta la ceja superior izquierda, lo cual inquietó a Ikki, pues cualquiera que recibiese tal herida en la cara debía de morir. Tras un tiempo en silencio, fue el marcado quien inició la conversación.

 

—¿Quién eres tú, forastero? Estas tierras están vetadas a campesinos desde hace dos semanas, se os será devuelto vuestro trigo en cuanto el gobierno termine de hacer sus excavaciones.

 

«¿Dos semanas? Ese es justo el tiempo que ha pasado desde que Atenea reunió a los caballeros en su salón y los mandó desalojar» Ése fue el pensamiento de Ikki al escuchar hablar a aquél que le cortaba el paso.

 

Ante el silencio del caballero, el guardián del recinto desenvainó una espada que con solo mirarla descolocó por completo a Fénix, su empuñadura estaba hecha de… ¡fuego! Era la visión más extraña que había tenido en esos dos días, y mira que lo de Kiki todavía le había sorprendido.

 

¿Cómo podía ser posible que la empuñadura de la espada fuese fuego? No era ningún efecto, era una llama tan viva que podría consumir todo el mar si se lo propusiese.

 

—Habla, ¿quién eres, forastero? O tendrás que probar el filo de la espada del Mar de Llamas.

 

Ikki siguió callado por completo, ya se había hecho a la idea de que allí algo sucedía, pues lo de la espada no era nada normal, pero quería ver hasta qué punto aquello no era una broma.

 

—¡Responde forastero, o te haré cenizas!

 

Furioso ante el silencio de Fénix, se lanzó contra él espada en mano para atacarle, con toda la ira de que tenía. La respuesta de Ikki fue instantánea, con su puño cargado en cosmos lanzó un golpe directo contra la hoja que se alzaba contra él.

 

El impacto entre las fuerzas fue tal que la capa con la que se cubría el misterioso atacante se arrancó de su cuerpo directamente, dejando al descubierto una armadura de Samurái.

 

—¿Pero qué, cómo has soportado el calor infernal de la espada del Mar de llamas?

 

—Tu ridículo fuego de ira no es nada para el calor incesante del Fénix.

 

—Así que eres tú…

 

La armadura de aquél relucía de un color rojo intenso, casi como el de la sangre, brillaba como si tuviese vida, al igual que las ochenta y ocho de Atenea. Parecía hecha de cuero, pero se notaba mucho más resistente.

 

—Caballero legendario del Fénix, Ikki, he oído grandes historias sobre ti, dicen que eres el más fuerte de los cinco caballeros de bronce que osaron entrar en los Elíseos, que derrotaste a Aiacos de Garuda tú solo…

 

—Parece que sabes mucho de mí, pero yo no sé nada de ti, ¿quién eres? ¡Exijo saberlo!

 

—Preguntas demasiado, Fénix… Pero si tantas ganas tienes de saberlo, te lo diré, para que te vayas a la muerte en paz…

 

Ikki mantuvo la mirada fría sobre aquél que le amenazaba con matarlo, su puño seguía contra la espada que le había atacado, que ni siquiera se había agrietado, ¿cómo era posible eso? Ni el material más duro de la Tierra podría resistirse a los puños de un caballero, que son capaces de romper estrellas.

 

—… Soy Ishida Mitsunari, guardián milenario de la espada del Mar de llamas.

 

—Hm,  eso es poca información, necesito saber más.

 

El caballero Fénix preparó su puño izquierdo, que era el que tenía libre después de seguir con el puño derecho pegado a la espada rival”.

 

—¡Phoenix Genma Ken!

 

El golpe salió pero no llegó muy lejos. El puño de Ikki estaba parado en la misma frente de Mitsunari, no había conseguido atravesar el casco, ¿era de un material irrompible?

 

—¿Sorprendido, Fénix? Esta es la armadura bendecida por mi Dios, pero no sólo la mía es tan resistente…

 

Ikki apretó los dientes; no podía creerse que aquel casco no le permitiese realizar su golpe fantasma. Era un material duro, sin embargo, al tacto lucía como hierro, y no es que sólo luciese, es que lo era sin dudarlo, pero se le pasaba por alto la parte de estar benditas por su dios.

 

—… La mía es una de las doce llamadas Sagradas armaduras del periodo Sengoku, ¡yo soy Ishida Mitsunari, uno de los doce guardianes imperiales!

 

—¿Guardianes imperiales, dices?

 

—Vaya, creo que me he ido un poco de la lengua…

 

Rio burlón ante la situación, estaba en clarísima ventaja, ¿con qué podría sorprenderle aquel caballero?

 

—… ¡Muere, Fénix, que las llamas te consuman… Ignis Fatuus

 

Ikki estaba demasiado cerca como para siquiera intentar esquivar el ataque, de la espada nacieron unas llamas que se extendieron por su puño, pero al llegar a la muñeca, éstas se extinguieron, o eso pensó él, cuando vio una sonrisa esbozada en el rostro diabólico de su rival.

 

En su interior, Fénix empezó a notar un calor abrasador, algo que le iba por el torrente sanguíneo y le quemaba por dentro, lo cual le hizo soltar un grito de dolor puro.

 

—El fuego fatuo se mezcla con tu sangre, quemando todos tus órganos internos, provocando una muerte dolorosa y lenta, digna de un Fénix, ¿no crees?

 

Completamente adolorido, Ikki cayó de rodillas, con la Pandora Box todavía en su espalda, ni siquiera le había dado tiempo a ponerse la armadura en su cuerpo. Finalmente, se desplomó en el suelo.

 

—Un caballero menos que pueda molestar, y el más peligroso sin dudas.

 

Contento con haber matado a un caballero, pues era su rival, el Samurái guardó su espada en la vaina, el fuego desapareció por completo de la empuñadura de la espada y se giró dando la espalda a Ikki volviendo por donde había venido. Pero sólo dio tres pasos antes de darse la vuelta de nuevo a mirar al caballero, que emanaba una energía cósmica tan poderosa como la suya propia. “¿Cómo es posible? Juraría que le he quemado todos los órganos”. Pensó para sí tras observarlo de reojo. La sensación de poder del cadáver iba en aumento.

 

—Así que todavía vives, Fénix, sin duda eres digno de llevar la armadura inmortal, pero te cortaré la cabeza para que no revivas más.

 

Furioso, el Samurái desenvainó su espada de nuevo, en su empuñadura nació de nuevo una flamígera llama, agarró por los pelos al caballero y cuando se dispuso a sesgar su cuello y llevarse su cabeza, el arma se le cayó de la mano por el horror que sentía.

 

Era sin duda el cuerpo de Fénix, su armadura, incluso su pelo, pero allí estaba, era la cara del Samurái, con la cicatriz abierta, se le podía ver el cerebro sobresalir, los ojos fuera y la carne rasgada.

 

—Qué… qué es esta broma…

 

Sin poder creer lo que veía, caminó dos pasos hacia atrás alejándose de aquello que había visto, cuando, al retroceder, chocó contra algo. Al girarse para ver qué era, recibió un golpe de espada en la cara que le dejó como al rostro que había visto hacía sólo un instante.

 

Respiraba agitado, con las manos en su faz del horror que sentía. Tal fue el impacto de la ilusión que el Samurái tuvo que dejarse caer de rodillas, pues pensaba que se iba a morir.

 

—Así que hay otros once como tú, os denomináis guardianes imperiales, y por lo que deduzco, todos tenéis una de esas espadas… Qué interesante.

 

—Fénix… ¿Cómo te atreves a jugar con mi mente? Te lo haré pagar caro…

 

A la espalda del Samurái se alzaba Ikki, que ahora vestía la armadura, y estaba envuelto en un aura rojo oscuro.

 

—Ahora dime qué sabes del caballero de Sagitario, a no ser que quieras volver a verte sufrir.

 

—¡No juegues conmigo, Fénix!

 

Rabioso, tanto por la humillación como por el horror sentido al rememorar aquello, blandió su espada de nuevo contra Ikki.

 

—¡Ignis Fatuus

 

—Qué inconsciente.

 

Fénix apuntó su dedo índice contra el ataque que venía contra él, parándolo en seco y extinguiéndolo por completo.

 

—Imposible… ¿Cómo puede un simple caballero de bronce tener tanto poder?

 

—Mitsunari, esta técnica ya no tiene ningún secreto para mí, mediante la Ilusión Diabólica del Fénix he conseguido deshacerla y ahora son sólo simples chispas de fuego en mis dedos, ¡ríndete, esto se acabó!

 

—¡Tienes demasiada confianza en tu victoria, caballero, yo estaría asustado si fuese tú!

 

El Samurái alzó su espada en el aire, en posición de batalla, ésta tomó color rojo oscuro, casi rozando el mismísimo negro. Ikki sintió la poderosa energía que desprendía y supo que todavía era demasiado temprano como para proclamarse vencedor.

 

—¡Recibe la más grande técnica del guardián de Mar de llamas, caballero Fénix…

 

La espada fue clavada en el suelo, la tierra comenzó a temblar con rabia mientras se tornaba más y más caliente.

 

—… Enraged Firestorm

 

Alrededor de Fénix se fue abriendo un estrecho círculo, mientras que el suelo se resquebrajaba. Con especial atención, intentó salir de aquel escueto espacio que tenía, mas le fue imposible porque las llamas salieron de repente por las brechas del firme y con una gran furia y fuerza se lanzaron a devorar al caballero.

 

—¿Es eso todo lo que tienes, guardián del mar de llamas? Pues observa cómo rompo tu técnica con mi más fiero golpe. ¡La técnica capaz de pulverizar hasta las estrellas, encaja esto… Hō Yoku Tenshō

 

La brutal colisión de ataques acabó rompiendo la técnica del Samurái, que bloqueó el puño de Ikki con la espada antes de que le golpease.

 

—Fénix, qué duro adversario eres, sin embargo, nadie se libra de la herida de la llama eterna de esta hoja.

 

Cierto era, Ikki lucía en su pecho un corte ardiente, el corte era de espada, sin embargo, tenía fuego en ella. Toda la marca sangrienta, desde un extremo hasta el otro, estaba cubierta por una llama.

 

—Has perdido, Fénix, he cortado las alas de tu ataque, por desgracia, no he alcanzado a darte un golpe mortal, has tenido la suerte de aquel otro caballero.

 

—¿Otro caballero, te refieres acaso a Sagitario?

 

—Sí, Sagitario, vino a buscar problemas a lo loco.

 

La herida le ardía a rabiar, le había desgarrado una buena parte de los músculos. Desde luego no era mortal, y podía seguir combatiendo, pero estaba en desventaja. Su rival, sin siquiera haber visto anteriormente la técnica de las Alas Ardientes del Fénix, la había roto, consiguiendo cortar parte de su pecho.

 

—Estás acabado, Fénix, ¡muere de una vez… Enraged Firestorm!

 

Una vez más clavó la espada en el suelo y las llamas volvieron a rodear a Ikki, mas sin rendirse, retomó la posición de la técnica más poderosa del caballero Fénix. «Por alguna razón me alcanza, no entiendo por qué, su ataque no es superior al mío ni en velocidad ni en fuerza, soy yo el que lleva la iniciativa en esos dos aspectos…»

 

Ése fue el pensamiento principal que se le vino a la cabeza al caballero, que aguzó bien sus sentidos mientras volvía a romper sin problemas el mar de llamas que se le venía encima. Una vez más, el puño de Ikki chocó contra la espada de Mitsunari.

 

—No puedes alcanzar la velocidad de la llama, Fénix.

 

Otro nuevo corte se había dibujado en su pecho, formando una equis, también marcada con fuego. Ikki cayó de rodillas pues este tajo le había alcanzado una parte de su pulmón derecho.

 

—¿Te rindes, Fénix? Tu técnica nada puede contra mí, así que vete ahora o muere, porque el próximo golpe te atravesará el corazón.

 

Rabioso, Ikki elevó de nuevo su cosmos, en señal de que pelearía hasta el fin.

 

—El Fénix jamás se rinde, pues tiene algo que defender… ¡y no dejará de renacer hasta que consiga salvarlo!

 

—Hay que ver cuánta guerra das, caballero… Pero si tu deseo es morir, así lo haré… ¡Adiós, Ikki, glorioso rival, Enraged Firestorm!

 

La misma táctica de nuevo, clavar la espada y que salgan llamas alrededor de Fénix. Ikki cargó su puño en cosmos y salió de nuevo de entre las llamas rompiendo el ataque.

 

—¿De veras lo intentas? ¡Eres un kamikaze, Fénix!

 

La espada rozó el costado de Ikki mientras el puño con el ataque del caballero había alcanzado la zona del corazón protegida por la muy resistente armadura. Mitsunari escupió un chorro de sangre encima de la Cloth de bronce.

 

—¿Cómo demonios has…?

 

—Es muy fácil, las llamas son sólo un señuelo, para que use mi técnica más poderosa, y tú puedas verla completamente, el auténtico ataque es el corte ígneo de la espada, que mueves más allá de la velocidad de la luz, por eso no podía ver el corte venir, es increíble, una técnica efectiva, mortal si hubieses querido, pero una vez descubierto el truco, es completamente inútil.

 

Llamas salieron del puño del Fénix, que impulsaron con fuerza al Samurái y lograron estamparlo contra una roca, destrozándola por completo. Ikki, aun herido de gravedad, siguió caminando, pues aquello significaba que allí había algo que investigar.

 

 

Técnicas en castellano:

 

Phoenix Genma Ken: Puño fantasma del Fénix. ➡ Ikki del Fénix.

Ignis Fatuus: Fuego fatuo. ➡ Mitsunari de la Espada del Mar de Llamas.

Enraged Firestorm: Tormenta de fuego colérica. ➡ Mitsunari de la Espada del Mar de Llamas.

Ho Yoku Tensho: Alas ardientes del Fénix. ➡ Ikki del Fénix.


Editado por Gemini No P., 14 noviembre 2015 - 09:11 .

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Publicado 19 septiembre 2015 - 11:51

En el capítulo anterior, Ikki llega a la base del Monte Fuji y batalla contra Mitsunari del Mar de Llamas, tras unos cuantos impedimentos, consigue salir victorioso.

 

Capítulo IV: Avance de un ser incorpóreo

 

—Mi señor Masamune, Mitsunari ha sido derrotado hace escasos minutos en la base del monte.

 

—¿Está vivo?

 

—Sí, señor, pero herido de gravedad, por lo visto un caballero ha conseguido vencerle. Desde aquí he sentido su cosmos, era de una fiereza impresionante, muy distinto a cualquier otro visto hasta ahora.

 

Aquéllos que hablaban eran Masamune y otro encapuchado más, que al instante de dar la noticia se retiró por la puerta. Un minuto después entró otro hombre, más grande y corpulento que el susodicho Masamune. También iba encapuchado y caminaba lento y regio, con aires de grandeza.

 

—¿Ya está todo listo?

 

—Sí, ya te estaba esperando.

 

—Bien, comencemos.

 

Masamune desenvainó una espada, era la misma que cinco días atrá, le había clavado a Atenea en el pecho, y se arrodilló frente a una estatua que tenía el hueco justo para introducir aquel corto sable.

 

—Haz los honores.

 

Sin mediar palabra, aquel encapuchado, el que había entrado el último, cogió la daga de manos del Samurái Masamune y la introdujo en el hueco que la estatua tenía, retrocediendo de inmediato y volviendo a arrodillarse.

 

De golpe, la estatua comenzó a vibrar con intensidad. La daga salió de donde estaba clavada, quedándose suspendida en el aire. Luz y destellos intensos comenzaron a verse a través de grietas que acababan de formarse en la escultura. Un cosmos enorme empezó a nacer de aquellas roturas en la piedra.

 

—Una nueva era comienza, mis inmortales generales…

 

Aquellas palabras provenían de la estatua. Era como un huevo a punto de eclosionar, iba rompiéndose el cascarón a cada segundo que pasaba, y más brillo desprendía.

 

—… Una era en la que tomaremos la cabeza de la diosa guardiana de la Tierra para convertir su amado planeta en una auténtica utopía.

 

Ambos encapuchados escucharon atentamente las palabras de aquella estatua, que finalmente terminó por romperse en mil pedazos y dio a luz un espectro que brillaba como el sol, un fantasma, un ectoplasma, un ser sin cuerpo ninguno.

 

—¡A sus órdenes, señor!

 

Asintieron a la par los hombres arrodillados frente a aquella extraña aparición. Un minuto después, el ente se movió alrededor de los encapuchados que agacharon la cabeza en señal de respeto.

 

—Mis generales, id y traedme a los doce guardianes imperiales que custodian las Kuras de ascenso al Templo sagrado, quiero darles el discurso de batalla.

 

—¡Por supuesto, señor!

 

Ambos contestaron serviciales a aquello, se levantaron y salieron en fila de la estancia, uno detrás del otro. El encapuchado más corpulento le habló a Masamune mientras descendían por un pasillo estrecho y oscuro, sólo alumbrado por unas cuantas antorchas cada doscientos metros.

 

—Tenemos un problema con un caballero.

 

—Sí, lo he sentido, ha vencido al guardián de Mar de llamas, pero no te preocupes, no es más que un caballero de bronce.

 

—No me refiero a Fénix.

 

Masamune se detuvo y se giró para mirar a su compañero, la cara de extrañeza que sentía por las palabras de su semejante le habían hecho casi palidecer.

 

—¿Cómo que no te refieres a Fénix, acaso ha habido otro caballero por aquí rondando? Porque yo no…

 

Un flash rápido pasó por su cabeza, hasta que cayó en la cuenta de lo que el otro hablaba.

 

—… Sagitario…

 

—Ha desaparecido de la celda.

 

—…

 

Se hizo un silencio incómodo entre los dos hombres. Mientras estaban de pie, una brisa tímida y escueta corría entre ambos; aquello no era bueno para nada, si conseguía reunirse con otro dorado, todo el plan se les vendría abajo, pues la guerra comenzaría antes de tener asegurada su victoria.

 

—… No debemos avisar al gran señor, no hay por qué preocuparle.

 

—Mandemos a los doce guardianes imperiales a verlo y comencemos la búsqueda por todo el recinto.

 

Sin mediar más, siguieron caminando por el estrecho pasillo hasta llegar a la primera de las Kuras empezando por arriba.

 

Tras haber avisado a todos los respectivos guardianes imperiales, menos al de Mar de llamas, pues descansaba del brutal golpe asestado por Ikki, ambos generales se pusieron a buscar al desaparecido caballero Sagitario.

 

Mientras tanto, la luz brillaba cada vez más y más en las estancias de la estatua rota. Los once hombres estaban allí reunidos en corrillo frente a aquel espectro brillante, arrodillados frente a él, pendientes de lo que fuese a decirles.

 

—Mis queridos guardianes imperiales, hoy volveremos a ser libres… Libres de la opresión que un día los caballeros nos impusieron, y por ello… ¡por esa ofensa…! Tomaremos la Tierra, y con ella a toda la gente que habita en ella…

 

Ambos generales recorrieron de arriba abajo el complejo del Monte Fuji, mas no encontraron ni rastro del caballero de Sagitario.

 

—… Cada uno de vosotros tendrá un territorio asignado en la nueva Tierra. Ya no habrá más guerras, ni más hambre entre la gente, vosotros sois su salvación…

 

De pronto, Masamune sintió un cosmos en el recinto, ¿sería Sagitario, al que tan desesperados andaban buscando?

 

—… Se acabarán las injusticias traídas por la mano de Atenea y sus ochenta y ocho caballeros, las muertes innecesarias, la falta de alimento, los problemas de salud…

 

Los dos generales se pusieron en guardia, desenvainando la espada que llevaban encima, no sabían a quién podía pertenecer ese cosmos tan agresivo que había en el recinto. Ambos se hicieron señas y cada uno se movió con cautela mirando detenidamente cada rincón que pudiese albergar un escondite.

 

—… Bienvenidos, mis queridos y fieles guardianes imperiales, a una nueva era del futuro… ¡La nueva época Sengoku!

 

Los once guardianes gritaron enfervorecidos ante el discurso que aquel espectro les había dado. Todos aplaudían como locos, sin parar, como si la vida les fuese en ello.

 

Mientras tanto, los generales seguían buscando al autor de aquel cosmos tan potente que provenía del interior del recinto colindante al Monte.

 

—Sal de donde estés, Sagitario, no puedes esconderte de mí por mucho tiempo.

 

—Guarda silencio, ¿quieres? No saldrá si sabe dónde estamos.

 

—Tú a mí no me das órdenes, Masamune.

 

De pronto, una figura se movió tras aquellos dos Samuráis, alguien que desprendía aquel violento cosmos y había sido capaz de infiltrarse allí.

 

—Eh, vosotros dos.

 

La voz llamó poderosamente la atención de los hombres vestidos con aquella sábana que les cubría el cuerpo. Lo que uno de ellos vio al girarse no se lo esperaba ni en un millón de años.

 

—Cástor…

 

Masamune habló en voz baja y amenazadora ante aquella aparición repentina.

 

—Volvemos a vernos, Masamune…

 

El hombre que todavía iba encapuchado miró a su compañero Masamune, desconcertado.

 

—¿Acaso conoces a este hombre?

 

—Por supuesto que sí…

 

 

Seiya reposaba en el volcán de la isla Kanon por el ataque sufrido días atrás, recuperándose de aquel golpe casi mortal.

 

—¿Quién eres tú, qué haces aquí, cómo te atreves a plantarle cara a Saori? Ahora te las verás conmigo, toma esto… Pegasus Ryu Sei Ken!

 

—Eso es completamente inútil contra mí, Pegaso.

 

—¿Cómo es posible, Seika, tú…?

 

—Tu hermana ha muerto de tu propia mano, no pudiste hacer nada para protegerla.

 

Empapado en sudor, el Pegaso legendario abrió los ojos. Para su suerte, todo aquello era una pesadilla. Recobró la compostura lo más rápido que pudo, y cuando lo hizo, recordó que estaba en la Isla Kanon, y que Ikki lo había traído pues había sido atacado cuando…

 

—¡Saori!

 

Seiya había recordado el porqué de su estancia allí, mas cuando intentó moverse para socorrer a su princesa cayó de bruces contra el suelo, sus piernas no le respondían y no podía siquiera ponerse en pie, mucho menos correr.

 

Qué lamentable, el caballero inmortal… El Pegaso había sido encerrado. En aquellas condiciones no podía ayudar a nadie, y menos salvar al mundo de una nueva amenaza. Pero su espíritu obstinado le impedía quedarse allí. Lamentándose, pues, con un esfuerzo casi sobrehumano, se puso en pie.

 

Pero no llegó muy lejos, al dar dos pasos, cayó al suelo de nuevo. Pero al impactar de bruces contra el firme encontró algo interesante, una lápida de piedra.

 

—εδώ έγκειται δεύτερος, Αθάνατο Ιππότης των Διδύμων.

 

Gracias a que Seiya había vivido tanto tiempo en el Santuario pudo traducir a su lengua aquella talla en la piedra. «Aquí yace Deuteros, caballero inmortal de Géminis.»

 

¿Cómo era posible que en el interior del volcán descansase alguien, por qué su cuerpo no estaba en la cripta, con los demás caballeros dorados? Eran preguntas que escapaban a la simple comprensión de un caballero de bronce.

 

—Deuteros de Géminis… ¿Qué clase de caballero habrás sido, tú, que defendiste a Atenea antes que yo…? Reposa en paz por siempre en el interior de este volcán…

 

Tras rezar una breve oración por aquél que se denominaba Deuteros, Seiya siguió arrastrándose por el volcán, intentando llegar hasta su princesa Saori. No le importaba que sus órganos se deshiciesen en el trayecto, no le importaba que su cuerpo se rompiese, ni que su cerebro explotase, vivo o muerto, llegaría hasta ella.

 

—Vamos, cosmos, no me abandones ahora…

 

Mas era inútil, su cuerpo estaba completamente roto, no podía levantarse. En cierto modo sentía una enorme confianza, pues Ikki todavía no había caído y los doce caballeros dorados estaban en funcionamiento, y fuese lo que fuese la amenaza, ellos sabrían cómo ponerle remedio a la situación.

 

Siguió arrastrándose el Pegaso durante un buen rato, sin poder elevar siquiera la cabeza para contemplar el camino que estaba tomando. Su mano derecha se adelantó para aferrarse al suelo y seguir avanzando, pero lo que ésta se encontró fue una sorpresa, había tocado algo de metal, una Pandora Box.

 

 

Masamune miró al susodicho Cástor con odio, una mirada que no dedicaba a menudo. El Samurái era un hombre frío, pero no solía tener rencor hacia nadie.

 

—¿De qué conoces a este hombre, Date Masamune?

 

—Es el hombre más poderoso al que me he enfrentado hasta ahora.

 

—Hm…

 

El encapuchado carraspeó, desenvainando la espada. La empuñadura de ésta era como un croma infinito de galaxias, estrellas y planetas, que se movían dando a entender que aquella hoja estaba relacionada con el manejo de las dimensiones.

 

—… Entonces yo, el más poderoso de los guardianes al cargo de nuestro señor, terminaré con él.

 

Alzó la espada para intentar sesgar la vida de aquél que se había colado en el recinto, pero Masamune intervino desenvainando su espada y chocándola contra la de su compañero.

 

—¿Qué crees que haces interviniendo en mi ataque, Masamune?

 

—Yo seré el único que me enfrente a Cástor hoy, ¿está claro?

 

Con una sonrisa, el intruso miraba a aquellos dos hombres pelearse por combatir contra él. Rápidamente elevó su cosmos, un aura dorada apareció a su alrededor y su pelo vibraba por la intensidad de su energía.

 

Cástor llevaba vestido un manto parecido a aquéllos que vestían los encapuchados, ocultando su cuerpo entero, excepto la cabeza. Su pelo era rojo, sus ojos eran grises y su cara lucía una cicatriz en la ceja derecha. Una atrevida sonrisa se remarcaba en sus labios, con ella indicaba que a nada le temía y que nadie parecía ser rival para él. Su cara era alargada y lucía una barba ligera.

 

—¿Tanta prisa tenéis en luchar contra mí? Bien, os daré razones para olvidar tal idea.

 

En una milésima de segundo, el hombre se lanzó a propinarle un puñetazo a Masamune, que rápidamente se cubrió con su espada. El puño golpeó la hoja con tal fuerza que las piedras se rompieron alrededor de ambos, provocando una onda expansiva fortísima.

 

Respondiendo velozmente, Masamune movió la espada con intención de golpear con ella a Cástor.

 

Con habilidad éste la esquivaba una y otra vez, también la golpeaba cuando no le daba tiempo a apartarse de su trayectoria, y volvía al contraataque.

 

Ninguno de los dos acertaba un impacto, el encuentro estaba severamente igualado. La técnica de ambos era excelente, parecía estar coreografiado. Cástor lanzaba un puño tras otro, que Masamune esquivaba y bloqueaba con su espada, para luego contraatacar, a lo que Cástor se defendía con severa habilidad.

 

Los dos tomaron distancia uno del otro, ambos respiraban agitados por la brusquedad demostrada en el campo de batalla. El tercer hombre miraba curioso el poder de aquél que osaba enfrentarse a uno de los dos más poderosos entre los guardianes imperiales.

 

«Masamune, ¿cómo puede ser que este hombre te iguale, cuando ni dos caballeros dorados podrían contigo?» —pensaba aquél.

 

Cástor se rodeó de un aura dorada aún más intensa. Su rojo pelo se elevó por los cielos como rayos de fuego.

 

—En cuanto acabe con él te toca a ti.

 

El misterioso hombre señaló al compañero de Masamune con atrevimiento, el cual sonrió con optimismo.

 

—No lograrás tocarme un pelo, seas quien seas.

 

Masamune intervino en la charla de los dos.

 

—Vamos, Cástor, ven por mí, utiliza el poder que demostraste aquella vez, no tengas ningún miedo.

 

—¿Miedo dices, Masamune? No me hagas burla... sólo por eso creo que no te dejaré vivir esta vez.

 

El guardián de la Espada del Tiempo apretó los dientes de rabia, aquel insulto se podría hacer real. Cástor tenía un gran poder, y de eso era claramente consciente.

 

—¡En guardia, caballero, te arrancaré esa sonrisa de la cara!

 

—¡Ven por mí, Masamune!

 

El Samurái se lanzó rabioso y colérico a por Cástor, que a su vez avanzó con sus puños empapados en cosmos. La espada y los puños de nuevo colisionaron con fuerza, esta vez tanta que se hizo un hueco debajo de los dos y arrancó las capas que llevaban ambos, lanzándolas por los aires.

 

El compañero de Masamune abrió los ojos y se relamió al ver una armadura dorada vestida en el cuerpo de aquel hombre.

 

«Así que es eso lo que ocultabas, Cástor…» —Añadió aquél.

 

El todavía encapuchado desenvainó la espada y permaneció a la espera para dar un golpe traicionero.

 

—Así que la armadura también ha venido contigo, Cástor… Muy bien… ¡porque la haré pedazos, junto con tu enorme orgullo; no me volverás a coger por sorpresa!

 

Masamune, que se había quedado suspendido en el aire, ya que el puño todavía estaba impactando con la espada, pronunció aquellas palabras amenazadoras contra el hombre que le retaba.

 

—Eres muy optimista, Samurái… ¡Tú lo has querido! — dijo con atrevimiento. ¡Yo, Cástor de Géminis, te enviaré al mundo de los muertos!


Editado por Gemini No P., 14 noviembre 2015 - 09:10 .

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Publicado 20 septiembre 2015 - 05:49

En el capítulo anterior, el hombre que había atacado a los cuatro caballeros de bronce, llamado Date Masamune, hace una especie de ritual junto con otro hombre, son catalogados como Generales finalmente y se conoce la identidad del primer caballero de oro, Cástor de Géminis.

 

Capítulo V: Marca geminiana

 

El susodicho Cástor había resultado ser el caballero de Géminis y con un inmenso poder entre sus manos le hizo frente a Date Masamune, general de los guardianes imperiales. Allí seguían los dos, el puño contra la espada, cosmos completamente igualados y furia por igual.

 

El hombre que observaba a su compañero y al caballero pelear se quedó atónito por el nivel demostrado por aquél que era su rival.

 

«Cástor de Géminis… Qué increíble poder tiene; es capaz de hacerle frente al mismísimo Masamune, cuya fuerza es casi igual a la mía y ni dos dorados podrían darnos combate individualmente… ¿Es éste el nivel de la nueva generación de caballeros de Atenea…?»

 

Aquél fue el pensamiento del encapuchado al ver la colisión brutal de cosmos, pero rápidamente se dio cuenta de una cosa.

 

«… Pero… ¿Por qué razón no usa sus técnicas de tiempo contra él? ¿Acaso es ésa demasiada ofensa para tu orgullo, Date, el tener que usar tu técnica con un rival inferior…? Esta vez estáis igualados, ya no es cualquiera. Ese tal Cástor…»

 

Observó atentamente a los dos que estaban todavía en el aire, encima de aquel agujero creado por la brutal colisión de fuerzas. Los ojos del caballero de Géminis brillaban como la luna, el gris de sus iris plata hacía palidecer hasta la nieve blanca de la cumbre del Monte Fuji.

 

«… Ese Cástor tiene un poder casi igual al de los más poderosos del ejército, es capaz de tocar la espada de Masamune sin quedarse petrificado en el tiempo como una estatua… ¿Quién eres tú, caballero?» —Pensó absorto en el combate.

 

El Géminis esbozó una sonrisa; estando tan cerca y en el aire su rival no podría esquivar su técnica.

 

—¡Vamos, Masamune, a dar un paseo…

 

—¡¿Cómo dices?!

 

—… Another Dimension!

 

Un simple gesto con las manos hizo que un portal se abriese tras el Samurái. El agujero empezó a tragarse el aire con tal fuerza que arrastró en su interior a Masamune. Por mucho esfuerzo que hiciese para intentar no ser succionado, no logró aferrarse al suelo con suficiente fuerza y cayó en la trampa. Al instante de entrar él, el agujero se cerró.

 

—Tu compañero Masamune estará vagando eternamente en otra dimensión, justo como te pasará a ti grandullón, ¡prepárate!

 

Al referirse al grandullón, Cástor hablaba del otro hombre encapuchado, el que se había pasado el día observando el combate. Cuando el Géminis terminó de hablar, aquél comenzó a reír como si hubiese visto una película cómica o una escena graciosa.

 

—¿Qué te hace tanta gracia, si puede saberse?

 

—¿De veras pensaste que esa técnica tendría efecto sobre Masamune, cómo puedes ser tan idiota? Te he sobreestimado, Cástor de Géminis…

 

Las palabras sentaron como un caldero de agua fría al caballero, que apretó el puño con rabia.

 

—… Pero bueno, ya que por lo visto mi compañero tardará algo en regresar, yo, el más fuerte entre los guardianes imperiales, el general Sanada Yukimura, dueño de la espada del Espacio Subyacente, cortaré tu existencia en dos. Y prepárate, porque si quieres ver cómo es otra dimensión realmente, la verás…

 

—Sanada Yukimura, eh…

 

—¡Prepárate a morir, caballero de Géminis!

 

La identidad del hombre encapuchado al fin había sido descubierta por él mismo, y con una mano se arrancó la capa que lo cubría. Lo que Cástor contempló después, al ver su armadura, era casi una locura. Sanada era un hombre corpulento, de pelo negro como el carbón y su piel era más oscura, casi negra. Sus ojos eran de 

un color miel aterciopelado mientras que en su boca faltaban dos dientes.

 

No fueron esos hechos físicos los que llamaron la atención del dorado, ya que no sólo la empuñadura de su arma tenía miles de estrellas y galaxias, sino que toda su armadura también. Era como si algo proyectase un croma espacial sobre aquella vestidura.

 

—Te presento a la espada del Espacio Subyacente, caballero de Géminis. Con ella te cortaré en dos.

 

—¿De veras? Eso habrá que verlo, ¡ven por mí, Yukimura!

 

El Samurái se lanzó contra el caballero de Oro, que le esperó con una sonrisa enorme y mucha paciencia. Cuando estuvo bien cerca, adoptó una postura extraña en la que sus brazos estaban extendidos a lo ancho.

 

—¡Time Trap!

 

Y a escasos centímetros de recibir el golpe de espada, el tiempo para el hombre de la espada se detuvo. No podía moverse, aunque era consciente de lo que ocurría a su alrededor. Cástor hinchió con cosmos su puño derecho y golpeó al Samurái en pleno estómago, mandándolo a volar y estampándolo contra una pared que se vino abajo sobre él. Qué tremendo golpe le había asestado. Yukimura escupió un amplio chorro de sangre al salir de los escombros derruidos y observó que su armadura había sido ligeramente abollada por el impacto.

 

—Hijo de puta… Así que por eso podías hacerle frente a Masamune, tú también dominas el tiempo… Argh…

 

—Así es, general, es por eso que ni tú ni ninguno de tus hombres puede vencerme.

 

—Eres increíble, Géminis, vuestra fama os precede, sin duda. He oído hablar muy bien de Saga y Kanon.

 

—Desconozco quiénes eran, pero si están muertos seguro que un par de debiluchos incapaces de acercarse siquiera a mí.

 

—¿Cómo puedes decir eso de tus antecesores, es que acaso no tienes respeto por nada?

 

—Sólo tengo respeto por el que se lo gana, y de momento nadie ha logrado eso… ¡Basta de parloteo, ven para que acabe contigo!

 

El Samurái se levantó rápidamente y se volvió a lanzar espada en mano contra él.

 

—¡Eres un iluso si piensas que puedes romper mi ataque temporal, toma esto… Time Trap!

 

En el último segundo, una fisura apareció entre el caballero y el aquel guerrero armado, una fisura que se tragó al Samurái por completo, y se volvió a abrir detrás del dorado. Para cuando éste se había dado cuenta, el de la espada ya había aparecido del todo y le había hecho un corte enorme en la espalda, abriendo la armadura de Géminis en dos de un solo tajo.

 

—Pero como… —se sorprendió el caballero.

 

Cástor cayó al suelo de rodillas, si no hubiese sido por la armadura seguramente estuviese muerto. Aún así había recibido un daño terrible.

 

—… Cómo has…

 

—Caballero de Géminis, has sido muy osado viniendo aquí tú solo y enfrentándote a mí. No eres rival para Yukimura, el hombre más poderoso de este ejército.

 

El Géminis no lo podía creer, estaba completamente vencido. Aquella espada, aparte de herir por completo su cuerpo, también había asesinado parte de su orgullo. A través del corte podía verse su corazón latir, sus venas abiertas y su sangre fluir por toda la espalda.

 

—Te atravesaré el corazón y te tiraré en lo más profundo del volcán Fuji para que no quede nada de tu cuerpo por osar enfrentarte a mí. ¡Muere, caballero!

 

Yukimura alzó la espada y la puso en el punto exacto del corazón. Cuando se dispuso a atravesarlo, un Fénix ardiente apareció de la nada e impactó de lleno contra el rostro de aquel Samurái.

 

—Quién osa molestarme… Ah, eres tú, Fénix…

 

Sin inmutarse siquiera por el golpe, Yukimura retrocedió un par de pasos y se frotó la mejilla.

 

—… Me has hecho cosquillas.

 

Con altanería había aparecido el caballero Fénix de la nada, que se postraba ante Yukimura con seriedad. Un aura roja lo envolvía, su furia iba en aumento.

 

 

Diez minutos antes…

Ikki caminaba hacia la base del Monte Fuji, ya había sido atacado por un rival. ¿Qué le aseguraba estar a salvo de otros? De golpe, una explosión de cosmos llenó todo aquel lugar.

Algo, en alguna parte, había despertado encolerizado. Era un cosmos superior, divino sin lugar a dudas, su rabia y su potencia lo revelaban y venía de aquella montaña que quedaba a lo lejos. Estaba perdiendo el tiempo, si quería averiguar qué sucedía tenía que correr.

 

De nuevo sintió una energía, esta vez a menor escala, mucha menor, pero igualmente de amenazadora. Ésta desprendía ira y seguridad en sí misma, sin embargo, también albergaba en ella un punto oculto de justicia.

 

¿Sería un caballero? Mejor aún. ¿Sería Sagitario? Quedarse allí a intentar averiguarlo era ridículo, pues se podía notar sin dudas que se había desatado un combate entre aquel cosmos y otro, mucho más poderoso que el que justo acababa de sentir. Si aquel hombre era un aliado, no podía dejar que luchase solo contra su muerte, pues la guerra sólo acababa de comenzar.

 

 

Vuelta a la actualidad.

 

—Así que has venido en auxilio del caballero de Géminis…

 

Ikki ya había visto en las pésimas condiciones que había quedado la armadura dorada del tercer signo. Aquel hombre que la vestía no tuvo cuidado con el preciado regalo que Saga y Kanon guardaron y vistieron con tanto respeto; qué desagradable.

 

A través de aquel corte Ikki veía sin problemas el corazón del caballero tirado en el suelo, éste latía débilmente y perdía mucha sangre. Con suerte todavía estaba vivo, pero la situación pintaba horrible para él.

 

—… Pero no te preocupes, Fénix, este lugar será su tumba, y también la tuya por osar golpearme. —continuó Yukimura.

 

—Te equivocas. ¡Hoy caerás derrotado ante el aleteo del Fénix inmortal!

 

 

Seiya se había encontrado una armadura, sin embargo no podía saber de quién era, pues no tenía ni fuerzas para levantar la cabeza y observar aquella Pandora Box que se había puesto en su camino.

 

De pronto le envolvió un cosmos cálido, lleno de amor y cariño. Lo conocía completamente, era el de… ¡Aioros! Seiya halló fuerzas en su interior de nuevo para levantarse y, ¡sí, allí estaba, era la armadura de Sagitario, entonces Aioros debía estar cerca! ¿De veras estaba vivo, cómo lo había logrado? Ansiaba preguntarle muchas cosas, no podía creerlo, de nuevo volvería a ver al que confió en él tantas veces, incluso desde la muerte.

 

Apoyó sus brazos en la caja de la armadura para levantarse con más impulso. Al lado de aquella Pandora Box había un hombre tirado en el suelo.

 

—¡Aioros! —grito el bronce.

 

Seiya estaba emocionado ante el que se hallaba allí tumbado al lado de la armadura, éste llevaba una cinta roja en el cráneo y su pelo lucía de un color castaño claro. El Pegaso corrió para darle la vuelta y despertarle pues no reaccionaba a su llamada, cuando se percató de que su espalda estaba cubierta de sangre.

 

—¿Aioros, estás bien? ¡¿Aioros?!

 

Mas cuando le dio la vuelta se llevó una enorme decepción, pues no era el que él creía quien estaba allí tumbado. Se encontró un hombre con facciones americanas y un tatuaje de una flecha que cruzaba de arriba abajo el ojo derecho, ligeramente inclinada. Tenía una cara redondeada y sus labios eran finos. Vestía únicamente una camiseta de tirantes blanca completamente ensangrentada y unos vaqueros rotos. Iba sin zapatos ni nada que se le pareciese.

 

—¿Pero… quién… quién es este hombre?

 

—Seiya… 

 

Una voz ligera vino de la armadura, era aquel cosmos de nuevo, cálido y cercano. La voz era fácilmente reconocible para el Pegaso, y la energía que sentía también, aquél sí que era Aioros.

 

—… Seiya, soy yo, Aioros…

 

—¡Aioros…! ¿Pero cómo…?

 

—Lo único que has de saber, querido caballero de bronce, es que el alma de un caballero jamás muere.

 

Seiya derramó unas lágrimas de felicidad al escuchar la voz del caballero de Sagitario de la anterior generación, él era quien tantas veces le había prestado su apoyo, incluso muerto. Y ahora, siendo cadáver, su alma seguía ayudando.

 

—Escucha Seiya, debes salvar a este hombre, mi sucesor al frente de la guardia de Sagitario.

 

—¿Cómo, este hombre es de veras tu sucesor?

 

—Confío en ti, caballero de Pegaso, sálvale, pues él tiene una misión muy importante que cumplir.

 

La voz se fue desvaneciendo poco a poco al igual que aquel cálido cosmos que el alma de Aioros proporcionaba, hasta que acabó por convertirse en un simple punto de luz que ascendió por el volcán hasta desaparecer a los ojos de Seiya.

 

—Aioros, yo realizaré tu voluntad, salvaré de la muerte a tu sucesor.

 

Sin pensar en el dolor que sentía, cargó a aquél que decían era el sucesor de Sagitario en sus brazos, pero pesaba poco, ¿cómo podía un hombre de su estatura y corpulencia pesar tan poco? Dejó al hombre sentado en una piedra más cerca del volcán, mas cuando lo colocó descubrió algo que sobresalía por la camiseta, ¿un tentáculo? Era asqueroso.

 

Seiya levantó la vestidura del hombre y del asco que sintió se tuvo que apartar; le faltaba una parte de costado. El intestino delgado y el grueso se mezclaban como haciendo un eterno juego de lazos, qué repulsión. ¿De veras aquel hombre podía seguir viviendo? Pues sí, podía, ya que también se le veía un pulmón, y se movía al ritmo de una respiración.

 

Era completamente admirable, que aquel hombre respirase y viviese con tal herida en su cuerpo, digno del más fuerte de los guerreros existentes. No podía dejarle morir, se lo había prometido a Aioros; además, si tenía una misión importante que cumplir, de ninguna de las maneras  iba a dejar que la reina que todo lo envuelve, la muerte, se lo llevase.

 

—¿Quién serás? ¿cómo será tu nombre? ¿de dónde has venido para acabar tan herido, acaso de un combate feroz? ¿y por qué no venciste, acaso no eres tan fuerte como Aioros? ¿eres digno de llevar la armadura? ¿cómo sé que no eres un traidor? ¿confiará en ti la princesa Atenea?

 

Todas aquellas preguntas pasaron por la mente de Seiya en aquel momento. Cada vez que se le iban ocurriendo las pronunciaba en voz alta, esperando una respuesta que no llegaba.

 

El caballero Pegaso ahora tenía una nueva misión, no podía salir del volcán de la Isla Kanon hasta que aquel caballero estuviese completamente recuperado.

 

Pero… ¿Qué pasaba con Saori? No podía dejarla de lado, por ella peleaba y por ella moría.

 

—No… no debo ir en mi estado, doy pena... Tengo que recuperarme de las heridas y hacer que este hombre salga del paso de la muerte en el que se encuentra.

 

Cayó de espaldas el japonés en la piedra sólida creada por el propio volcán. El magma rugía y burbujeaba con furor. Todo estaba negro en la mente del caballero. ¿Cómo estaría Ikki, habría encontrado y destruido el mal que asola a la princesa? ¿Estaría con él alguien más, quizás Shun? Tantas preguntas hacían que Seiya se marease todavía más, el calor insoportable del volcán era lo peor, pero su fuerza curativa lo compensaba.

 

«Las heridas del Sagitario deberían estar curadas en poco menos de una semana, así que sólo me queda esperar.» —pensó el Bronce.

 

—Aguanta, Ikki, ya voy hacia allá…

 

Sin decir nada más, el Pegaso cayó dormido al lado de aquel Sagitario. Las tripas del dorado comenzaron a desenrollarse unas de otras al poco de estar allí, comenzando la regeneración. Su voluntad era fuerte, seguro que Aioros había elegido sabiamente.

 

 

Técnicas en castellano:

 

Another Dimension: Otra Dimensión. ➡ Cástor de Géminis.

Time Trap: Trampa temporal. ➡ Cástor de Géminis.


Editado por Gemini No P., 14 noviembre 2015 - 09:17 .

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Publicado 21 septiembre 2015 - 09:00

Antes de nada me gustaría aclarar que mi Fic no es ningún Crossover con la serie de Anime "Sengoku Basara", es independiente y los Samuráis fueron personas reales que combatieron el en antiguo Japón, aquél de 1500.

 

 

En el capítulo anterior, Cástor y Masamune entablan combate, ante el cual aparentemente vence el dorado. El otro hombre se revela como Yukimura de la espada del Tiempo. Sin muchos problemas deja al borde de la muerte al caballero de oro cuando llega Ikki para salvarlo.

 

Por otro lado, Seiya conoce al misterioso caballero de Sagitario.

 

Capítulo VI: Alas ardientes surcan el cielo

 

—Fénix, te doy la oportunidad de irte con vida si no te entrometes en el combate que tengo contra este hombre llamado Cástor.

 

—Así que Cástor de Géminis…

 

—Ha resultado ser una completa decepción. Y yo que pensaba que sería como las leyendas de su signo.

 

—¡Basta de cháchara, Samurái, te destrozaré como hice con el guardián de Mar de llamas!

 

Yukimura comenzó a reír como un loco al escuchar aquello, parecía que le estuviesen haciendo cosquillas, pues no paraba de carcajear.

 

—¿Crees que Mitsunari es igual de poderoso que yo? Se nota que eres un simple caballero de bronce, pero a pesar de ello tienes muchas agallas para venir y osar golpearme.

 

—Hablas demasiado, ¡ven por mí y podré cerrarte la boca!

 

En un abrir y cerrar de ojos, Yukimura se movió, a lo que Ikki reaccionó rápidamente lanzando un violento puñetazo a donde debía, pero el Samurái, sin problemas y con su mano derecha, lo detuvo. Apretó el puño con fuerza, a lo que Ikki reaccionó pegando un grito. Después, Yukimura propinó un fiero puñetazo en todo su rostro, lanzándolo bien lejos. El caballero atravesó dos paredes y a la tercera frenó, cayendo al suelo sangrando por boca, nariz y oídos.

 

—Fénix, eres un guerrero de clase demasiado baja para mí, así que terminaré con tu sufrimiento cuanto antes. Esta guerra no es para críos como tú.

 

A duras penas, Ikki se levantó del suelo con cara de rabia, pues el cosmos de aquel individuo era espléndido, sería un milagro si lograba siquiera golpearle y hacerle sangrar. Ni siquiera sabía cómo lo había hecho el Géminis, que estaba allí tirado lastimosamente.

 

—Y para que veas que siento respeto por ti, usaré una de mis privilegiadas técnicas para finalizar tu patética vida, algo que ni siquiera hice con Géminis.

 

El enemigo de Ikki era demasiado poderoso, sin usar ninguna técnica casi lo había vencido del todo, ¿qué sucedería si usaba una?

 

—¡Prepárate, Fénix… Glittering Steel!

 

El Samurái lanzó la espada contra el caballero de Fénix, que se puso en pie en cuanto vio que el ataque venía hacia él. No sabía exactamente si podría salvarse de un golpe tan directo que amenazaba con partirlo en dos, pero no le quedaba opción.

 

—¡Romperé la espada de la que tan orgullosa estás, las alas del Fénix suben al cielo… Hō Yoku Tenshō!

 

Era el puño de Ikki contra el ataque rival, ¿qué se quebraría antes?

 

De golpe, un portal se abrió delante de la espada y ésta lo cruzó, desapareciendo, lo que hizo al ataque de Ikki totalmente inútil.

 

Otro portal se abrió a la derecha de Fénix, la espada pasó y cortó su pecho, la armadura fue sesgada como papel, y desapareció por la izquierda atravesando otro portal.

 

Un nuevo portal se abrió encima de Ikki y la espada cayó a plomo haciendo un tajo en su espalda y desapareciendo por un nuevo portal.

 

Fénix cayó al suelo de rodillas; sangraba por los cortes sufridos en todo su cuerpo. Otro portal se abrió frente al Samurái y la espada volvió a su mano, blandiéndola nada más llegar.

 

—Bien, Fénix, ríndete, estás acabado, ya no tienes nada que hacer contra mí.

 

—Intenta acabar conmigo.

 

Ikki, lastimosamente tirado en el suelo, sangraba como un poseso. Sus heridas estaban marcadas por el acero de aquella espada tan gruesa.

 

—Si es ése tu mayor deseo, que se cumpla ahora…

 

Yukimura levantó la espada en el aire mientras nubes de tormenta se acercaban y hacían un vórtice en toda la plenitud del amplio cielo.

 

—Te acabaré con la más grande técnica de la espada del Espacio Subyacente… Toma esto… ¡Greatest Dimension Attack!

 

Antes de que la técnica hiciese efecto en el moribundo Fénix, Cástor intervino parando la espada con ambas manos.

 

—Géminis, así que aún vives, y para más INRI, has detenido mi ataque con las manos… Tienes un poder impresionante, pero no te has desintegrado porque no he lanzado más que una milésima parte de mi ataque.

 

La espada empezó a brillar con fuerza, lo que hizo salir volando al caballero dorado hasta la posición de Ikki. Cástor tenía toda la espalda abierta en canal, su corazón seguía latiendo y a través del tajo podía verse casi todo su interior, los pulmones, venas cortadas… De pronto, una voz por medio del cosmos le vino a Ikki.

 

—Escucha, caballero de bronce, tengo un plan para vencer. Para ello sigue mis indicaciones al pie de la letra…

 

Cástor le indicó paso por paso lo que debían hacer si querían tener alguna oportunidad contra aquel enorme monstruo.

 

—… ¿Lo has entendido, bronce?

 

—Vamos allá.

 

—Intenta durarle más de un asalto, debilucho.

 

El caballero de Géminis decía “bronce” despectivamente, como si tuviese asco de alguien que era inferior en categoría a su armadura dorada.

 

—¿Os rendís, caballeros? Porque vuestra muerte está cerca.

 

Cástor se lanzó con velocidad a intentar golpear al Samurái, que cargó su espada para intentar hacer una estocada limpia y atravesarle el corazón. A cada paso que daba el caballero dejaba un surco de sangre detrás suyo. Yukimura lanzó la espada contra el Géminis que se acercaba a velocidad de la luz.

 

—¡Another Dimension!

 

—¿Qué?

 

Cástor abrió la otra dimensión, la cual le hizo desaparecer antes de que la espada le tocase siquiera. Lo que Yukimura no sabía es que detrás del caballero de oro venía a la misma velocidad el caballero de bronce. ¿Cómo podía ser que un simple caballero de las más bajas categorías alcanzase la velocidad de la luz? Era impensable.

 

—¡Phoenix Genma Ken!

 

Ikki lanzó el puño fantasma contra el Samurái, el cual entró en una ilusión que fácilmente rompió con su espada todopoderosa.

 

—¿De veras creíste que podrías vencerme con eso, Fénix? Te haré pedazos.

 

Cuando iba a lanzar una estocada mortal contra Ikki, Yukimura notó que el espacio tiempo se distorsionaba tras de sí. ¡Era la otra dimensión abriéndose de nuevo! Y dentro de ella estaba Cástor, rodeado de una potente aura dorada que casi parecía amarilla, con los brazos alzados hacia el cielo, cruzado uno sobre otro. ¿Por qué demonios adoptaba aquella posición?

 

—Ten, Yukimura, la técnica que te hará pedazos… ¡Encaja esto… Galaxian Explosion!

 

La técnica, con una fuerza brutal, salió dirigida hacia el Samurái, que sonrió ligeramente e interpuso su espada al golpe. Sin siquiera retroceder un paso, la Explosión Galáctica fue detenida sin causar un simple daño en la espada y mucho menos en la armadura de aquel hombre.

 

Cástor se quedó pálido, nadie había soportado su ataque más devastador anteriormente, todos se habían convertido en cenizas, nada era capaz de detener aquel golpe. Cayó de rodillas y cabizbajo el caballero de Géminis, lamentándose en voz suave.

 

—¿Cómo es posible… que haya detenido mi más fiera técnica… sin siquiera inmutarse?

 

El Samurái se acercó y se puso frente a Cástor, desenvainó su espada y la puso en la nuca del hombre.

 

—Adiós, patético caballero.

 

Cuando el sable estaba en su punto más alto y amenazaba, de nuevo, con segar la vida del caballero de oro, el puño violento del Fénix detuvo la ejecución.

 

—Fénix, de nuevo intervienes para salvar la vida de este patético hombre, más te valdría irte ahora que todavía puedes.

 

El Samurái se alejó unos cuantos pasos de ambos caballeros, para preparar de nuevo su técnica.

 

Ikki se puso de espaldas a Cástor, de pie, mientras que el otro estaba de rodillas, lamentándose.

 

—¿Se puede saber qué te pasa, Cástor de Géminis…?

 

El caballero dorado se sorprendió al ver que su nombre era pronunciado por Fénix y alzó la cabeza para mirarlo.

 

—… Eres el caballero más patético que conozco, eres lamentable.

 

—¿Cómo te atreves a insultarme de esa manera, bronce? YO SOY UN CABALLERO DE…

 

—No eres más que un patético llorón. Seshonras a Saga y a Kanon, que una vez dieron su vida para que nosotros viviésemos, vistiendo esa armadura que tú tratas como si fuese un trozo de hierro. Un caballero jamás se lamenta de su debilidad, un caballero siempre será superior al enemigo, porque la razón que le lleve a actuar será más noble y su acción será mucho más justa que la rival. ¿Eres el caballero de Géminis? Mejor dicho. ¿Eres un caballero? Eres fuerte, pero hasta yo, un simple “bronce”, podría destruir tus ideales. ¿De veras piensas que vas a vencer con esas ideas? Te ves patético.

 

Completamente anonadado, Cástor miró todavía más fijamente al caballero Ikki, que aunque seguía de espaldas y no lo miraba, se podía notar que sentía una tremenda decepción sentida hacia aquel hombre. Fénix inspiraba respeto; su cosmos, todavía más violento y ardiente que el del propio caballero de Géminis, le daba confianza extrema. Nunca había oído hablar de una persona de la orden de Atenea como aquella que era Ikki: un hombre de bronce con alma de oro, más brillante que la de cualquiera de los otros dorados que conocía.

 

Con un esfuerzo hercúleo, Cástor se levantó y se puso al lado de Ikki, con una sonrisa en su rostro, la sangre se mezclaba con su pelirrojo cabello. Tal era la situación que ni siquiera se sabía dónde terminaba el pelo y dónde empezaba la piel.

 

—Me pagarás esta ofensa, Fénix.

 

—Cuando hayamos terminado con él.

 

Los dos cosmos se unieron, ahora estaban juntos en aquella batalla, se notaba un lazo en el aire. A unos siete metros de distancia les esperaba Yukimura, que de nuevo había alzado su espada en el aire, estaba confianzudo ante aquella situación, ¿qué podrían hacerle dos hombres casi muertos?

 

—¡Vamos, Fénix!

 

Cástor dio la señal para volver a lanzarse contra el enemigo, a la velocidad de la luz éste se movió. El Samurái lanzó su espada de nuevo y cuando el Géminis estuvo a escasos centímetros, éste abrió sus brazos.

 

—¡Time Trap!

 

De nuevo había usado su técnica de manejo temporal contra el Samurái, que se quedó quieto, como petrificado.

 

—Ese truco no funcionará dos veces contra mí, Géminis.

 

Cuando Yukimura iba a moverse, otra figura se acercó a velocidad de la luz a él, era Fénix, que ya traía cargado su puño.

 

—¡Prepárate Samurái, porque no podrás detenerme esta vez… Las alas del Fénix surcan el cielo… Hō Yoku Tenshō!

 

El impacto fue brutal, Ikki atravesó de lado a lado la armadura, creando una gran explosión ígnea en el cuerpo de Yukimura y un surco de fuego tras de Fénix. Sangrando y herido, el Samurái cayó al suelo para luego levantarse.

 

—Os arrancaré la cabeza, y se la ofreceré a mi señor… ¡No dudéis de eso, y tú serás el primero, Fénix!

 

Con furia, se lanzó a atravesar a Ikki con su espada, cuando detrás de aquel caballero estaba el golpe de gracia. Cástor se alzaba por encima de Fénix, con sus brazos de nuevo mirando al cielo, su aura dorada no había disminuido ni un poco, a pesar de estar herido de muerte, seguía en la lucha.

 

—¡Prepárate, Yukimura, porque esta vez no podrás escapar de mi golpe… Galaxian Explosion!

 

La violencia de la técnica había aumentado respecto a la vez anterior, el Samurái de nuevo había interpuesto su espada al golpe.

 

—Pero qué… ¿De dónde ha sacado tal poder, si está al borde de la muerte…?

 

La técnica de Cástor lanzó por los aires la espada del Espacio Subyacente y alcanzó directamente a Yukimura, que cayó al suelo derrotado. Su cuerpo lucía un agujero en pleno pecho, la armadura se había roto por completo en esa zona y el pulmón del Samurái había sido completamente destrozado, un agujero de lado a lado se veía en su cuerpo.

 

—Vaya, Fénix, eres de veras impresionante…

 

Cástor se acercó a Ikki y cayó frente a él, su herida había empeorado.

 

—… Vámonos de aquí, conozco un lugar…

 

A pesar de estar casi muerto, Cástor abrió la otra dimensión e incitó a Ikki a cruzarla, a lo que el caballero de bronce respondió cargándolo en sus brazos y atravesando aquella fisura espacio temporal. ¿A dónde irían a parar?

 

La pregunta rápidamente se vio resuelta, lo que había al otro lado del portal era el templo de Géminis. Con cuidado, Ikki dejó al caballero en una cama que había en el enorme edificio, Cástor abrió los ojos cuando lo dejaron tumbado allí, alargando una mano para pedirle ayuda a aquél que estaba allí con él.

 

—Fénix, necesito… tu ayuda.

 

Ikki, que no era muy samaritano, accedió esa vez, pues el caballero de Géminis estaba moribundo completamente, y si había algo que pudiese hacer para ayudarle, lo haría, ya que era un hombre harto poderoso y si quería vencer en la batalla, necesitaba cuantos más aliados fuesen posibles.

 

—Bajo esta cama hallarás un botiquín, dentro… dentro hay aguja e hilo… quiero que cosas la herida.

 

—Pero te morirás de dolor.

 

—Si quiero sobrevivir, he de sufrir.

 

Cástor lanzó una sonrisa irónica, mientras que Ikki lo miraba con seriedad extrema, las bromas no eran lo suyo.

 

—Está bien, lo haré.

 

Se agachó y cogió lo que el caballero de Géminis le había indicado, Cástor se extendió en la cama boca abajo, pues la herida le cubría toda la espalda. Ikki retiró la parte de la armadura que estaba cortada y con extrema precisión pinchó la carne que estaba separada en dos como si fuesen islas y un mar en el medio.

 

El corazón latía a través de aquella herida, se podía ver sin pudor ninguno cómo bombeaba sangre. Sus pulmones, también heridos, desvelaban a través de un corte un tejido lleno de pequeños agujeros que se movían con la respiración del caballero de Géminis. El intestino se movía y hacía ruidos de extremo dolor. Con un trozo de hilo y aguja, Ikki cosió la parte dañada del pulmón derecho, a lo que Cástor respondió con un terrible grito, era humano y el dolor que sentía era indescriptible.

 

Fénix terminó cosiendo la espalda entera del caballero de Géminis, la herida todavía estaba bien visible allí, y tardaría en cicatrizar. Cástor tardaría en recuperarse de aquel brutal golpe. Cuando Ikki acabó su labor, el caballero dorado cayó dormido sobre aquella cama.

 

«Géminis, eres un hombre fuerte, mas no sabes llevar esa armadura todavía, aunque si te eligió es por algo. Me has demostrado que eres un joven con carácter de niño mimado, algo que me descontenta. El porqué de tu presencia allí probablemente fuese el de encontrar a Sagitario, pero no estaba. Aún guardo esperanza para usar tu poder en favor de la justicia, y no de tus ridículas escenas de gallito insoportable... En fin, Cástor, nos volveremos a ver.»

 

Ikki salió por la puerta frontal de Géminis, estaba anocheciendo rápidamente, aquello no era buena señal. De pronto una mano tocó su hombro.

 

—Eres un buen enfermero, caballero Fénix.

 

 

Técnicas en castellano:

 

Glittering Steel: Acero brillante. ➡ Yukimura de la Espada del Espacio Subyacente.

Ho Yoku Tensho: Alas ardientes del Fénix. ➡ Ikki del Fénix.

Greatest Dimension Attack: Ataque dimensional gigantesco. ➡ Yukimura de la Espada del Espacio Subyacente.

Another Dimension: Otra Dimensión. ➡ Cástor de Géminis.

Phoenix Genma Ken: Puño fantasma del Fénix. ➡ Ikki del Fénix.

Galaxian Explosion: Explosión Galáctica. ➡ Cástor de Géminis.


Editado por Gemini No P., 14 noviembre 2015 - 09:15 .

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-muy bueno el combate entre el cisne y el pegaso

-empieza muy inetresante la historia,Masamune es muy poderoso hirió a saori enfrente de pegaso y practicamente lo condeno a morir

 

Capítulo II: El ansia del Fénix.

 

-me agrado que Kiki por fin se haya convertido en dorado

-el asunto de los dorados desparecidos y la extraña orden de athena es muy intrigante por otra parte no tiene mucho sentido que kiki repare la armadura de fenix si esta tiene la facultad de regenerarse.


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Publicado 21 septiembre 2015 - 15:47

Prólogo:

 

-muy bueno el combate entre el cisne y el pegaso

-empieza muy inetresante la historia,Masamune es muy poderoso hirió a saori enfrente de pegaso y practicamente lo condeno a morir

 

Capítulo II: El ansia del Fénix.

 

-me agrado que Kiki por fin se haya convertido en dorado

-el asunto de los dorados desparecidos y la extraña orden de athena es muy intrigante por otra parte no tiene mucho sentido que kiki repare la armadura de fenix si esta tiene la facultad de regenerarse.

Lo de Kiki y la reparación lo pensé a raíz de que es el legendario reparador de Cloths y más adelante eso tendrá relevancia en la armadura de Fénix.


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Publicado 22 septiembre 2015 - 09:32

En el capítulo anterior, Ikki y Cástor se enfrentan a Yukimura, que deja a ambos al punto de morir, pero sus determinaciones consiguen ser más fuertes que el poder del Guardián, logrando así la victoria. Fénix lleva a Géminis a su respectivo templo y un caballero interrumpe los pensamientos del bronce.

 

Capítulo VII: Sorpresa de cero absoluto

—¿Quién eres tú?

 

Ikki había notado el tacto de una mano en su hombro, lo que desconocía era la procedencia de aquel gesto, cuando se giró descubrió un frío más intenso que cualquiera que hubiese notado antes. Una armadura dorada brillaba con una ilustre neblina que cubría ligeramente aquella prenda. Para Ikki, que ya conocía todas las armaduras del zodiaco, no fue difícil distinguir la Cloth dorada de Acuario vestida en aquel hombre.

 

—Soy Andriev de Acuario, caballero Fénix.

 

Aquel hombre se había denominado protector de la onceava casa, ¿pues qué hacía allí, no había dicho Kiki que todos los caballeros se habían ido del Santuario? Al parecer él no.

 

El tal Andriev tenía el pelo rubio, tan amarillo como la luz del sol, su rostro, con gestos caucásicos, del norte de Europa, se caracterizaba por ser pálido como el más blanco de los hielos de Siberia, aunque a pesar de ese dato, sus labios eran rojos, de un tono intenso, casi parecían de caramelo. Pero lo más destacable del caballero de Acuario es que todo su pelo estaba echado al lado derecho de la cabeza, la parte izquierda estaba rapada, y le faltaba una oreja. A ojo se le echaban unos veintiséis años, era un joven delgado, aproximadamente medía un metro setenta y cinco, no parecía ser una amenaza en ninguno de los aspectos, pero sus ojos, azules como el cielo, representaban una amenaza, como si, por mucho que aquel hombre pareciese ser el más débil del universo, sus globos oculares te dijesen que dieses media vuelta y no tocases mucho más los huevos.

 

—Así que Andriev, eh…

 

—Eso es, Fénix, he sentido cómo una variación del cosmos aparecía aquí, en el Templo de Gemelos, así que he bajado a investigar, y te he visto a ti coserle la espalda, así que, Fénix, has agredido a un caballero dorado hasta el punto de casi matarlo, lo que no entiendo es por qué.

 

—¿Q… qué, cómo te atreves a decir que yo le he causado semejante daño a Cástor?

 

—Me sorprende que un simple caballero de bronce haya conseguido vencer al actual caballero de Géminis, uno de los más poderosos entre la orden, supongo que lo cogerías de rebote.

 

—No saques conclusiones precipitadas, caballero de Acuario, porque yo no he tocado un pelo de Cástor.

 

—Como traidor a la orden de los ochenta y ocho caballeros de Atenea, yo, Andriev de Acuario, me veo con la obligación de poner fin a tu vida, Fénix.

 

—Alto, Andriev, no quiero verme obligado a herirte.

 

El caballero de Acuario no se movió ni dijo nada, tan sólo se dedicó a elevar su cosmos. Una neblina empezó a rodearlo, en ese momento sus ojos se cerraron y un frío absoluto comenzó a emanar de él, hasta el suelo comenzó a congelarse. Cuando Ikki quiso alejarse del caballero de Acuario no pudo mover ni un músculo, su cuerpo no le respondía, ¿cómo podía ser aquello?

 

—Ésta es mi habilidad natural, Fénix, ni siquiera es una técnica, yo la llamo Corporal Freeze, mi cuerpo emana tal cantidad de frío que todo lo que me rodea se congela.

 

—¡Imposible, ni siquiera Hyoga, que es el maestro de los hielos, puede hacer algo así ni a tal escala!

 

—Lamento decirte, Fénix, que el poder de tu compañero Cisne sería como el de un niño contra mí. Mi poder va más allá del cero absoluto.

 

—¿Más allá del cero absoluto? Pero eso es simplemente imposible.

 

—Te lo demostraré, Ikki.

 

Andriev puso su puño en posición de golpeo, como si fuese a lanzar el Polvo de Diamantes de Hyoga, pero si usaba ese ataque, a Ikki le sería simple de detener.

 

—Prepárate a morir, Fénix… Angel Dust.

 

La técnica era similar al Polvo de Diamantes, pero no era igual, ¿Polvo de Ángel? Jamás había visto algo similar. El ataque alcanzó a Ikki y lo tiró al suelo, aquel ataque le había lanzado pequeñas cuñas de hielo que se habían clavado en su pecho, y ardían como demonios.

 

—¿Pero qué técnica es esta?

 

—Todavía vives, Fénix, me contenta saberlo, pues así podré explicarte que el Polvo de Diamantes se quedó anticuado, así que he creado esta técnica, muy parecida pero mucho más destructiva y asesina.

 

Las estacas de hielo del pecho de Ikki empezaron a deshacerse en agua rápidamente, hasta que en su cuerpo sólo quedaron los huecos del impacto recibido.

 

—Vaya… Eres un cajón de sorpresas, Fénix... tu cuerpo es fuego salvaje, tanto que los impactos de mi ataque no te han matado, hm… Interesante, mucho…

 

Ikki seguía sin moverse, tirado en el suelo, su cuerpo estaba completamente congelado, tanto que ni siquiera podía elevar el cosmos y deshacerse de la trampa en la que había caído.

 

—… Bueno, si eso no te ha matado, sigamos probando.

 

En el rostro de aquel hombre se dibujó una sonrisa maquiavélica, era el primer gesto que veía Ikki en su cara, casi como un lienzo en blanco desde que le había atacado.

 

—Toma esto, ave Fénix, Glacier Prison.

 

Ikki, que se hallaba tumbado en el suelo, notó cómo algo debajo suya se movía, del hielo que se había formado en el suelo salieron estalactitas que rodearon a Ikki como si lo hiciesen prisionero, aplastando y haciendo restricción en su cuerpo. La presión que ejercía hacía crujir los mismísimos huesos del caballero Fénix.

 

—Ésta, caballero, es la prisión del Glaciar, irrompible, en cuestión de minutos tus huesos se acabarán por destrozar, y luego perforarán tu corazón.

 

Aquella técnica cada vez hacía más daño, los huesos de Ikki comenzaban a crujir de una manera cercana a la rotura, era imposible que sobreviviese mucho más si no hacía algo.

 

—Eres un iluso, Andriev de Acuario, si crees que esta técnica va a hacerme algo.

 

De pronto, el hielo que lo aprisionaba comenzó a fundirse, ¡era imposible! Estaban hechos del hielo más puro jamás creado, era irrompible, nunca nadie había logrado deshacerse de aquella trampa mortal. Ikki se levantó todavía herido por aquella primera técnica, que de verdad había funcionado contra él.

 

—Bien, caballero de Acuario, voy a fundir ese hielo del que tanto te enorgulleces. ¡En guardia, Hō Yoku Tenshō!

 

Ikki se lanzó contra él con su más fiera y poderosa técnica, a lo que Andriev respondió con su técnica más fuerte.

 

—Deberías haber dejado que el hielo te matase, no quería llegar a esto, pero no me dejas opción… La más grande técnica de Acuario…

 

El caballero dorado alzó sus brazos en el aire, adoptando una posición característica.

 

—… Aurora Execution.

 

La ráfaga de viento helado salió hacia el ataque de Ikki, ambas técnicas colisionaron y se elevaron en el cielo, peleando por vencer la una a la otra, hasta que el hielo venció al fuego y cayó brutalmente contra Ikki, lanzándolo por los aires y haciéndole caer aún más brutalmente contra el suelo.

 

—Maldita sea, ha congelado las Alas Ardientes del Fénix…

 

—Caballero de bronce, tu ataque es capaz de derrotar la Ejecución de Aurora, ésa que alcanza el cero absoluto, mas la mía alcanza mucho más, el frío divino, algo que va más allá de los 273,15º, podría decirse que soy el dios de la era moderna.

 

—¿Cómo te atreves a faltarle al respeto a la mismísima señora Atenea diciendo que tú eres un dios?

 

—Olvídalo, Fénix, eres demasiado inocente para comprender que Atenea ya no es una diosa, no desde que echó a los caballeros de Oro del Santuario.

 

Ikki soltó un alto «qué» interrogante ante aquella afirmación tan obstinada, era todo un horror que un caballero que vestía la armadura de oro de Acuario dijese tal sandez.

 

—Es tu fin, Fénix.

 

Andriev alzó sus brazos en el aire volviendo a adoptar aquella postura característica que indicaba el ataque de Acuario más poderoso.

 

—No, es tu fin.

 

Una voz proveniente del interior del Templo de Géminis resonó por todo el valle, ¿acaso Cástor se había levantado del brutal ataque recibido?

 

Una silueta apareció entre las sombras que las columnas producían al recibir la tenue luz solar. Una armadura de Oro se divisó allí, lo cual dejó a Ikki todavía más desconcertado; el que estaba allí arriba y había mandado detenerse a Andriev… Era Andriev.

 

 

En el volcán de la Isla Kanon reposaban Seiya y el misterioso caballero de Sagitario, sólo habían pasado unas horas desde que el caballero de bronce cayó redondo cerca de la lava, sin embargo el pecho de aquel hombre ya estaba completamente curado, tan sólo quedaban rastros de sangre seca en su rostro.

 

Seiya lo había visto pero era tal su sensación de cansancio que ni siquiera lo había descrito bien físicamente. Aquel hombre tenía facciones americanas y una flecha tatuada en su ojo derecho, la cual lo cruzaba de arriba abajo, unos labios finos, una banda roja en su cabeza, un pelo castaño claro y una cara redondeada, mas no era todo. Su cuerpo era atlético y robusto, los brazos de aquel hombre eran magníficos, y su cuello lucía un enorme corte de lado a lado, ahora ya cicatrizado. Su tez pálida como la de la misma ceniza escondía algunas arrugas encima de la nariz, debía de medir aproximadamente un metro ochenta y cinco, bajo la cicatriz del cuello algo brillante colgaba, un colgante que oraba con la frase “Keep Praying”, traducido del inglés al español como “Sigue rezando” ó “Continúa rezando”.

 

El misterioso hombre se despertó, en cuanto lo hizo se tocó el pecho en busca de heridas o tripas colgando, mas no encontró nada, para su sorpresa. Aquello era un milagro de la más alta categoría, le habían hablado del increíble volcán con propiedades curativas en la lejana Isla Kanon, pero nunca hubiese pensado que funcionaba de tal manera.

 

Rápidamente vio a Seiya tirado en el suelo y con algo de dificultad se levantó para ayudar a aquél que estaba allí desmayado.

 

—Oye, ¿estás bien, caballero?

 

Pero no obtuvo respuesta, sólo sentía cómo aquel chico respiraba profundamente, al menos muerto no estaba, era buena señal aquélla. El hombre de Sagitario se arrodilló y cogió con cuidado por la cabeza a Seiya, alzándola un poco del suelo. Un aura dorada rodeó al hombre que estaba consciente, su cosmos, cálido y cariñoso, envolvió por completo a Seiya, al sentirlo, sus ojos se abrieron y miraron directamente a aquél que le había despertado y usaba su hasta aquel momento débil cosmos para rehabilitarle.

 

—¿Pero qué…?

 

—Sh… No hables, Pegaso, estás todavía muy débil.

 

—¿Pero tú no eres…?

 

Seiya miró el pecho desnudo del Sagitario, ya no tenía ninguna fisura, sus órganos estaban de nuevo en su debido sitio, al menos eso parecía desde fuera. Ninguna herida superficial, tan sólo sangre seca y algún que otro golpe en la cara, pero lo que más le extrañaba era aquella cicatriz en el cuello. ¿Por qué no había desaparecido, como la del estómago?

 

—Me llamo Lynch, soy el caballero de Sagitario, defensor de Saori, la reencarnación de Atenea, hasta la muerte.

 

Al Pegaso se le hizo más raro todavía que un caballero de oro dijese el nombre propio de la princesa, al fin y al cabo, ellos defendían a Atenea y la trataban de tal, nunca de Saori Kido.

 

—Lynch, qué extraño nombre…

 

El caballero de bronce se rascó la cabeza y recordó rápidamente cómo había encontrado al caballero de Sagitario, tirado en la entrada del volcán.

 

—… Oye, caballero, cuéntame, ¿cómo demonios llegaste tan herido hasta aquí.

 

—Pues verás, Pegaso, todo comenzó cuando fui a investigar por mi cuenta el nacimiento de un cosmos oscuro en las lejanas montañas de Japón, concretamente, el famoso volcán Fuji, allí me encontré con cosas que jamás había visto…

 

Comienzo de flashback:

El Sagitario caminaba con su armadura a cuestas por el hermoso paraje, casi divino, del Monte Fuji.

 

—Hm, cuanto más camino, más siento ese oscuro cosmos tan poderoso, me pregunto qué ocurrirá aquí.

Un hombre salió al encuentro del Caballero, cubierto con una manta, desenvainó una espada cuya empuñadura era de hielo, aquel decorado no era ningún decorado, el hielo era real, pero no se fundía al entrar en contacto con su piel.

 

—¿Quién eres? Identifícate.

 

—Soy Lynch de Sagitario, caballero de oro de Atenea, y he venido a averiguar qué ocurre aquí.

 

Cuando terminó la frase, el hombre cubierto con una sábana blandió la espada y lanzó una poderosa ráfaga de aire frío el cual congeló la Pandora Box de Sagitario, impidiéndole a Lynch acceder a ella.

 

—¿Pero cómo es posible que hayas congelado la armadura?

 

—Es bien sabido que para congelar una armadura dorada se necesitan 273,15º, pues bien, yo los poseo, con la espada de la Tundra de hielo seco.

 

—Imposible…

 

—Bien, Sagitario, eres un hombre obstinado, y por eso te llevaré vivo hasta las estancias de mis aliados… ¡Prepárate!

 

A la velocidad de la luz se desplazó y cortó un costado del estómago del caballero de Sagitario, provocando que se saliesen las tripas y ladrase de dolor mientras se congelaba por dentro al cero absoluto hasta quedar completamente petrificado como si se tratase de una estatua.

 

Sin mediar más, el hombre cargó con él y se lo llevó en dirección al monte.

 

Cuando Lynch despertó estaba en una celda, encadenado junto con otros tres cadáveres. De fondo podía oír voces lejanas que decían cosas como “vaya pieza hemos pescado” ó “Ese dorado no aguantará mucho ahí dentro.

 

Dos días tardó Lynch en descongelar por completo su cuerpo para conseguir fugarse de aquella prisión, no le fue difícil burlar a los enemigos, lo difícil fue recuperar la armadura de Sagitario, que estaba guardada en un lugar bajo tierra.

 

Fin del Flashback.

 

Lynch contaba aquello con severa tranquilidad, sin embargo no le había oído nada sobre aquella cicatriz en el cuello, no era de aquella batalla, por lo visto.

 

—Entonces, ¿qué demonios ocurre con esos Samuráis, Lynch?

 

—Es una larga historia, Pegaso, así que toma asiento.

 

 

Técnicas en castellano:

 

Angel Dust: Polvo de ángel. ➡ Andriev de Acuario.

Glacier Prison: Prisión glacial. ➡ Andriev de Acuario.

Aurora Execution: Ejecución de Aurora. ➡ Andriev de Acuario.

Ho Yoku Tensho: Alas ardientes del Fénix. ➡ Ikki del Fénix.


Editado por Gemini No P., 14 noviembre 2015 - 09:14 .

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Publicado 22 septiembre 2015 - 16:49

Capítulo III: Un desafío alentador.

 

-Fue muy bueno el enfrentamiento ,logro demostrar que su fama es muy

bien merecida como uno de los mas fuertes

 


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Publicado 23 septiembre 2015 - 10:26

En el capítulo anterior, Ikki se enfrenta al caballero de oro de Acuario, que apareció de la nada. Para la sorpresa de los dos, aparece un segundo caballero, exactamente igual que el primero, y con el mismo nombre.

 

En la isla de Kanon, Seiya descubre el nombre del caballero de Sagitario, el cual es Lynch, y conversa con él sobre lo que estaba ocurriendo.

 

Capítulo VIII: Cruel copia

 

Ikki no alcanzaba a creer lo que veía, en lo alto de la escalera había otro caballero de Acuario, exactamente igual que aquél que le atacaba, pero… ¿qué clase de magia era ésa, acaso eran dos gemelos como los Géminis, distinguidos únicamente por la raíz del mal de uno y la semilla del bien en el otro? No, aquellos no eran gemelos, eran exactamente la misma persona, pues todos los rasgos que tenía uno, el otro los copiaba sin ningún problema. El de arriba comenzó a hablar antes que el otro, que había atacado a Ikki.

 

—Vete ahora que todavía puedes moverte.

 

—…

 

Mas no se obtuvo ninguna respuesta por parte del atacante, el que casi mata a Fénix.

 

—Te libras por esta vez, caballero de bronce, pero a la próxima morirás.

 

La figura del caballero de Acuario comenzó a deshacerse y debajo de ésta salió como una especie de capa nueva, un nuevo ser humano.

 

Allí se reflejó una armadura hecha de espejo, Ikki se miraba en ella y se veía a él mismo, era una locura. Andriev lo miró con frialdad, con odio. Aquel hombre que había aparecido medía solamente un metro sesenta, era muy pequeño en proporción a los dos caballeros que lo rodeaban, estaba calvo como una bola de billar y su cara hacía un horrible mohín ya que tenía los ojos metidos hacia adentro, una nariz enorme y dientes que sobresalían por fuera de los labios. Su piel era morena, tirando a negra, y sus ojos achinados lo delataban como uno más de los Samuráis.

 

—Caballeros, permitidme que me presente, me llamo…

 

—¡Diamond Dust!

 

Antes siquiera de que aquel horrendo esperpento hablase para decir su nombre, Andriev lanzó su Polvo de Diamantes, a lo que el otro rápidamente respondió bloqueando el golpe con su espada.

 

—Qué malos modales, Acuario.

 

Dijo aquel hombre haciendo ademanes de peinarse y adecuarse la armadura para quitarle el polvo, y siendo burlón en todos los movimientos que hacía, con los pies, con los brazos y con la cabeza.

 

—Soy Maeda Keiji, dueño de la espada del Reflejo Constante, y guardián de la cuarta virtud: Makoto, u Honestidad y Sinceridad absoluta.

 

La mirada fija de Andriev sobre el sujeto despertó un amplio interés en el Samurái, que se relamía de gusto ante semejante odio en los fríos de azul celeste impresos en la cara del caballero de Acuario.

 

—Parece que estás cabreado, caballerito, ¿es porque he copiado tu forma? Vamos, no te enfades, ¡sólo estaba jugando! ¿Acaso me vas a hacer daño por jugar un poquito con este caballero de bronce? Ah, ah… dudo que puedas hacérselo a Danuska.

 

La forma del hombre cambió y con él apareció una bella mujer de pelo castaño y blanca como la nieve, de aproximadamente un metro setenta, cuyo rostro guardaba dos ojos azules, del mismo color del cielo, una nariz perfilada y unos labios carnosos y del rojo más vivo que nadie hubiese visto jamás.

 

—Andriev, soy yo, por favor, no me hagas daño…

El caballero de Acuario apretó el puño de una manera brutal, casi parecía que sus dedos se iban a quebrar en el proceso. Sus dientes sobresalieron con una cara de odio extrema, lo que él veía era una ofensa.

 

—¡Diamond Dust!

 

El suelo salió por los aires mas aquella mujer ya no estaba allí, se había esfumado como por arte de magia. Andriev tenía una facción de rabia que no podía evitar, tal era aquélla que tuvo que golpear una de las columnas del Templo de Géminis para calmar su rabia, columna que se vino abajo.

Acto seguido, bajó al lado de Ikki para ayudarle a levantarse y llevarlo con un brazo por detrás de su cuello, más o menos a cuestas.

 

Ikki se levantó por su cuenta y en aquel hombre sintió a alguien poderoso, pero con un punto de oscuridad en aquel inmenso cosmos, era casi formidable.

 

Subieron los Templos, ambos en silencio, el hombre de Acuario no parecía ser muy amigable, pero al menos no atacaba a Ikki, e Ikki tampoco aportaba ninguna idea para conversar, los dos parecían lobos solitarios y los dos actuaban como tal.

 

Ambos ingresaron en el Templo de Acuario, residencia de aquel hombre llamado Andriev, a simple vista aquel lugar estaba dotado de libros y hojas, tiradas por todos los sitios, era un caos completo.

 

El caballero dejó a Ikki en una de las butacas, ésta estaba posicionada justo mirando a un tablón de corcho, el cual estaba relleno de fotos, todas unidas por un hilo rojo entre sí, hasta había una del hombre que les había atacado en el Templo de Géminis. No cabía duda de que aquello era un panel de investigación, y que Andriev era el policía que cazaba a los malos.

 

De pronto, Andriev se sentó en una banqueta al lado de Ikki, se acercó una cajetilla de tabaco de marca Camel y sacó un cigarrillo de su interior, para luego meterlo en su boca, prenderlo con un mechero que tenía al lado y darle una larga calada, expirando luego el humo producido.

 

—¿Qué son todas estas fotos, caballero de Acuario?

 

—Estos son los malos, caballero Fénix.

 

Ikki no puso cara de sorpresa, pues ya se había fijado en aquella que retrataba sin problema ninguno al que justo acababa de atacarles. Acto seguido de aquello, Andriev cogió un libro de la mesa y se lo cedió al caballero de bronce, que lo cogió extrañado pensando que allí habría algún dato, mas la portada parecía de una novela o un libro, pues oraba en letras mayúsculas en la parte superior la frase La caza del tiempo dorado.

 

—Mira quién lo escribe.

 

Ikki acató rápido la orden, que buscó con la mirada algún nombre o alguna firma, mas fue en vano pues el nombre estaba en la primera página del mismo libro; lo firmaba Dégel de Acuario. Lo abrió y leyó vagamente la historia hasta llegar a la décima página, donde el resto de las hojas estaban en blanco completamente, nada más escrito.

 

—¿Acaso lo extraño es que lo firme un caballero de Acuario anterior a ti?

 

—Creo que no te has leído bien el argumento.

 

De nuevo, el caballero Fénix abrió el libro que antes había cerrado y lo ojeó con más detenimiento, cuando de pronto vio algo que le heló la sangre por completo. En una de las páginas relataba con un escueto boceto y algún que otro detalle la batalla que había tenido contra Mitsunari, el general guardián del Mar de Llamas.

 

—¿Cómo es posible?

 

—Mira la fecha de escritura.

 

Casi asustado de aquello, Ikki volvió a la página inicial y miró la fecha que ponía debajo del nombre de Dégel, quince de septiembre de mil setecientos diez y ocho, estaba escrito en cursiva y una letra perfecta.

 

—Pero qué demonios…

 

—Es por esto que sabía que venías.

 

Andriev cogió el libro de manos de Ikki y buscó la página diez, la cual decía que Cástor abría un portal a Géminis y lo llevaba malherido el caballero de Fénix.

 

La visión del caballero de bronce se nubló cuando vio que era un documento real, no era ninguna ilusión o truco.

 

—¿Pero qué ley lógica sigue este libro, cómo es posible que se escriba solo?

 

—Sólo hay una razón, al principio pensé que era un simple truco de ilusión, mas cuando me di cuenta de que no cesaba, comprendí que alguien está usando su dominio del Tiempo para esto. Pensaba que Cástor era el responsable, pero ya he visto que no… Ahora mi segundo sospechoso…

 

Andriev se levantó del sitio y con el dedo señaló a una de las fotos, en ella se retrataba a un personaje desconocido para Ikki.

 

—Este es Date Masamune, general de las tropas de nuestro enemigo, el cual todavía no he descubierto—dijo refiriéndose al dios enemigo— Él guarda la Espada del Tiempo, capaz de alterar las dimensiones a su antojo con el dominio de los minutos, por eso he pensado que esté escribiendo esto en nombre de un antiguo defensor de la Cloth de Acuario.

 

—Pero tampoco es para tanto, es sólo un libro, nada más. Quizás un poco extraño, pero no llega a mayores.

 

—Mira la última página.

 

Fénix cogió el libro de manos del caballero de Acuario y accedió a la última página del libro, de nuevo estaba escrita a letra cursiva perfecta una frase: Corred, caballeros dorados, pues Atenea ya está muerta.

 

Un escalofrío rápido recorrió la espalda de Ikki al leer aquello, que dejó caer el libro de sus manos ante el mensaje que, por lo visto, Dégel había escrito o estaba escribiendo. Pero aquella segunda afirmación le pareció estúpida a Fénix, a no ser que existiese un plano dimensional alterno en el que en ese momento alguien escribiese tal cosa… No, era ridículo pensar tal barbaridad.

 

Justo debajo había un dibujo, un boceto escueto de una espada bastante grande, o al menos eso parecía, en la relación de la empuñadura con la hoja. Debajo, escrito, aparecía algo entre comillas, “La espada del Olimpo nos salvará de la oscuridad, en el monte que lleva su nombre id y encontrad, el sol naciente se pone y sale de las sombras una nueva deidad”.

 

La pequeña poesía no era más que una simple rima consonante que no seguía ningún esquema métrico, únicamente era una especie de aviso.

 

Andriev se levantó y se acercó a la estantería, sacando un segundo libro, en el que oraba el título Joyas de la Grecia Clásica, lo abrió y lo empezó a ojear, deteniéndose en una página concreta, que estaba llena de subrayados, tachones y círculos señalando algo en todas partes de las páginas abiertas. Dégel de nuevo firmaba por todos lados, frases largas sin coherencia como Alma seca sin cabida en corazón más allá de los cielos que el hombre conoce, y también algún garabato que con el paso de los años estaba extremamente desgastado. Pero lo interesante de todo aquello residía en la página derecha. Ocupaba un pequeño hueco, nada más unas diez líneas escasas, pero allí estaba, un apartado dedicado a la Espada del Olimpo de la que Dégel había dibujado y hablado antes.

 

«La Hoja del Olimpo, forjada por el mismo Zeus en los tiempos de la gran guerra de los Olímpicos contra los Titanes miles y miles de años atrás. Con ella, los padres de los Olímpicos, los famosos Titanes, fueron vencidos. Se sometió con esta a voluntad a Atlas para sujetar el cielo caído sobre la Tierra, y a Cronos, que tras ser vencido por su propio hijo, el rey de los Dioses, Zeus, fue arrojado a las fosas del Tártaro y condenado a vagar por el resto de la eternidad. Dícese de la hoja que es capaz de asesinar a todo ser humano contra el que sea usada; es irrompible e inmortal, pero sólo cede ante aquél que sepa controlarla, sino, se hará con su voluntad y le controlará a él la propia espada. También es capaz de robar el alma de las personas, esto fue dote de Hades, guardián del inframundo, tras terminar con la guerra, para hacer saber que los dioses regían sobre el mundo entero, por toda la eternidad.»

 

Andriev pasó la página, encontrándose en aquélla más información de la que antes Ikki había leído.

 

«La hoja del Olimpo descansa por siempre más allá de las murallas del Monte Olimpo, en el Templo de Zeus, oculta para los necios que vayan con intenciones de sembrar el mal.»

 

—¿Qué significa todo esto, Andriev? ¿Por qué ese tal Dégel nos cuenta todo esto, cómo lo hace, y cómo sabe que hay que hacerlo?

 

—La hoja del Olimpo… no sé qué es, tampoco si es una trampa, siquiera si es real, pero confío en mi antecesor, que de alguna manera nos está avisando de que algo horrible va a suceder.

 

—¿Y qué tienes pensado hacer?

 

—Ir al Monte Olimpo, aunque me cueste la vida.

 

—¿Pero qué dices, acaso estás loco?

 

Ikki se sorprendió al escuchar aquella frase, sabía de sobra que en Monte Olimpo vivían los Dioses y que jamás le dejarían acercarse, menos todavía para llevarse una propiedad sagrada de los mismos habitantes de aquel lugar: los Olímpicos.

 

—Como caballero de Atenea, nadie me impedirá salvar el planeta que tanto ama esta mujer. Yo daré mi vida por ella como otros hicieron para salvar la mía.

 

—¿Acaso crees que suicidarte te la devolverá?

 

Enfadado,  Andriev se volteó brusco y le pegó un puñetazo con la mano congelada. Tal fue su fuerza que sacó a Ikki de la silla y lo lanzó un par de metros más atrás.

 

—Cierra esa boca, Fénix, o tendré que apagar el ardiente fuego que arde por tu corazón.

 

El caballero se denotaba tranquilo. A pesar de haber recibido aquel comentario y golpeado a Ikki, Andriev no levantaba la voz, su sangre era como puro hielo. Se levantó el caballero de bronce sangrando por la boca tras el imponente puñetazo, casi parecía que el golpe había sido de un Tauro, debido a la intensidad del golpe.

 

—¿De verdad piensas que ir tú solo a la morada de los dioses es algo de lo que puedas salir vivo?

 

—Es el deber de todo caballero, ser fiel hasta la muerte.

 

El caballero de Acuario, sin mediar nada más salió de las estancias de su enorme Templo, bajando las escaleras, su próximo destino: el Monte Olimpo.

 

«Danuska, vengaré todo lo que ocurrió, lo prometo.»

 

Esas fueron las palabras del dorado antes de comenzar a bajar los infinitos escalones que ofrecía el valle que guardaba los doce templos zodiacales.

 

 

«¡Andriev, vámonos a vivir juntos!»

 

«Te amo tanto, Andriev…»

 

«¡Es increíble, estoy embarazada!»

 

«Mi padre quiere conocerte, querido.»

 

«Prométeme que siempre estaremos juntos, Andriev, que nunca te separarás de mí y que siempre me amarás tanto como lo haces hoy, incluso cuando mi cabello se haya llenado con las frías canas de la vejez y mi rostro tenga arrugas que borren mi belleza juvenil…»

 

 

—Maldita sea, Fénix…

 

 

Andriev regresó a Acuario donde Ikki estaba sentado en la silla, sin ningún golpe en la cara, como si antes no hubiese recibido el brutal impacto de su puño.

 

—El puño diabólico del Fénix te ha traído de vuelta, ¿no es cierto, Andriev de Acuario?

 

—¿Cuándo demonios me has golpeado con esa técnica?

 

—Hm, la he perfeccionado tanto que va incluso más allá de la percepción de un caballero de Oro. Así que si has vuelto, que sea para quedarte, no cometas la estupidez de suicidarte, no lo repetiré de nuevo, si quieres irte, ve, pero sólo encontrarás la muerte.

 

—Desconocía que existiese un caballero como tú, pero eso no me va a detener.

 

Sin mediar más palabra, salió de nuevo de su propio Templo bajo la atenta mirada de Ikki, que negaba con la cabeza, aunque también admiraba el amplio valor que tenía aquel hombre; a pesar de no llevar ninguna posibilidad de vencer a su enemigo.

 

—Danuska, yo viviré para honrar tu memoria, prometo por la armadura de Acuario que lo daré todo para que no hayas muerto en vano, seré recordado, seré alguien, y nunca más volveré a ser débil como aquel día.

 

Siguió caminando, su capa ondeaba al viento. Cuán arriesgada era aquella acción, moriría, pero no le importaba; le llevaría la Hoja del Olimpo a su diosa para vencer en la batalla que acababa de comenzar. Muy pronto el mundo sería azotado por un mal que nadie imaginaba

 

 

Técnicas en castellano:

 

Diamond Dust: Polvo de diamantes. ➡ Andriev de Acuario.


Editado por Gemini No P., 14 noviembre 2015 - 09:24 .

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Publicado 23 septiembre 2015 - 15:22

Hola, buenas a todos, quería agradecer a todos vuestra lectura. Mi FanFic, Saint Seiya - El despertar (o Sengoku Returns) ha alcanzado las 1000 lecturas. Entre las setecientas cincuenta de Fanfic .es y las doscientas de aquí, de veras, gracias por leerme y espero que de veras disfrutéis de mi historia.


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Publicado 24 septiembre 2015 - 10:23

En el capítulo anterior, se descubre que el caballero que atacaba a Ikki no era más que otro de los Samuráis, en este caso, Maeda Keiji, dueño de la espada del Reflejo Constante, el cual puede copiar la forma de quien quiera. Sin lograr derrotarlo, Andriev, el caballero de Acuario, le enseña cosas al Fénix que un antepasado de la onceava armadura, Dégel, había escrito y estaba escribiendo. 

 

Capítulo IX: Tiempo muerto y tiempo vivo.

 

 

Había pasado una semana desde que el Coliseo se había quedado congelado en el tiempo, una semana en la que habían sucedido diversos acontecimientos extraños, aquellos Samuráis aparecidos de la nada eran ahora una amenaza. ¿Mas qué más daba si los caballeros de bronce estaban todos hechos piedra?

 

No duró mucho aquel efecto, de pronto, la gente seguía gritando como si nada sucediese, Shun y Shiryu comenzaron a pelear y Atenea los miraba desde las alturas sonriendo, también bajo la atenta mirada del Patriarca comenzaron a darse de golpes ambos caballeros.

 

Ikki, quien bajaba por las larguísimas escaleras decidido a seguir investigando el lugar de Fuji, notó la presencia de múltiples cosmos, y no cualesquiera, eran fácilmente reconocibles para él, sus compañeros de armas, los tres caballeros de bronce restantes. Rápidamente corrió e interrumpió el combate que se estaba librando, todos se le quedaron mirando de golpe, extrañados, Fénix rara vez pisaba el Santuario si no había problemas. Shun corrió a su lado extrañado.

 

—Hermano, ¿qué haces aquí? Hacía mucho que no te veía.

 

—Ahora no tengo tiempo Shun, he de hablar con Atenea.

 

—Pero hermano…

 

Ikki pasó de largo entre Shiryu y su hermano para acercarse a las escaleras que subían directas a la estancia de Atenea, cada escalón se le hizo eterno al caballero de Fénix pensando en qué le iba a decir a su Diosa cuando estuviese justo frente a ella. Allí estaba la princesa, con su característico pelo morado y báculo Nike justo en la mano. El caballero de bronce hizo una reverencia ante el Patriarca y luego se arrodilló delante justo de Saori, que lo miró con cara de felicidad, como siempre hacía con todos sus caballeros.

 

—Ikki de Fénix, no te había visto desde el fin de la guerra santa contra Hades, ¿qué te trae de nuevo por el Santuario, valiente caballero?

 

—Con el debido respeto, creo que deberíamos hablar en privado sobre esto.

 

—No veo por qué no podemos tratar de cualquier asunto aquí.

 

—Suceden cosas extrañas, Atenea, una especie de Samuráis han atacado el Santuario y Cástor, el caballero de Géminis, se debate entre la vida y la muerte en su Templo ahora mismo.

 

El semblante de Atenea palideció del tono más blanco existente, sus ojos se llenaron de lágrimas mientras se levantaba con el báculo en la mano y le hacía un gesto a Ikki y también al Patriarca para que la siguiesen. Los tres caballeros de bronce, Shiryu, Shun y Hyoga, se habían reunido en el centro del Coliseo, cuchicheando en bajo sobre lo que su compañero podría haberle dicho a la Diosa para que se quedase tan en Shock. Saori pasó entre los tres caballeros acompañada por un lado de Ikki y por el otro del Patriarca, que estaban alerta por si Atenea caía o tropezaba, ya que se la veía muy afectada, seguidos de cerca por los bronces.

 

Cuando llegaron a las estancias del Patriarca, Atenea se dejó caer en su trono, aún pálida por las noticias recibidas del caballero de Fénix.

 

—Saori, cuéntanos.

 

—Sí, ¿qué ocurre, Saori?

 

Shun y Shiryu hablaron ante aquella reacción, los ojos ciegos del caballero Dragón no eran impedimento para notar que su Diosa ocultaba algo en su interior, algo que tenía que contarles.

 

—Mis queridos caballeros…

 

Se podía ver a Saori bastante serena, pero con un tono amargo que se veía solo con mirar atentos a la Diosa.

 

—… Tengo que morir.

 

Un silencio atronador se hizo en la sala, los cuatro caballeros miraron con cara de tontos al escuchar aquellas palabras de la mano de la princesa.

 

—¿Pero qué dices Atenea?

 

—¡No vamos a dejarte morir!

 

 

—Mis queridos caballeros… He tomado la decisión, para salvar al mundo entero.

 

Ikki se acercó y pronunció las dos palabras que más importaban y con más coherencia hasta aquel momento.

 

—¿Por qué?

 

—Pues por una simple razón, mis queridos caballeros de la paz y la justicia, para salvar a la Tierra de su destrucción, y a los Caballeros dorados del sufrimiento de las batallas, así como a vosotros, mis queridos salvadores.

 

—Pero eso tiene que tener algo más profundo detrás, señorita Saori.

 

—Hace aproximadamente tres semanas tuve un sueño, uno en el que veía arder la Tierra y a todas las personas que en ella habitan, mujeres, niños llorando, hombres que morían por defender a sus familias… De pronto, una voz me habló, diciéndome que si quería evitar que los caballeros sufriesen una muerte dolorosa, accediese a la petición de cometer eutanasia presentándose en la base del Monte Fuji… exactamente un mes después.

 

El silencio se hizo incómodo y pesado, los cuatro caballeros de bronce estaban completamente ametrallados por la palabrería de su Diosa, se sentían completamente al margen e inútiles, su tarea era defenderla, y aquella decisión les mataba por dentro.

 

Hyoga se adelantó a decir algo antes de que sus compañeros siquiera se negasen rotundamente.

 

—Señora Atenea, pero si hace tres semanas de eso, entonces significa que dentro de una tendrá que estar bajo el Monte Fuji.

 

—Así es, querido Hyoga, ya he hablado con Tatsumi para que prepare el Jet que me llevará a Japón.

 

Shiryu saltó rápidamente a la conversación que mantenía la diosa con el caballero Cisne.

 

—¡Pero Atenea, nosotros somos tus caballeros! ¿Acaso piensas que dejaremos que te suicides?

 

—Esa es mi decisión como regente de la Tierra, mi querido Shiryu, haré lo que sea necesario para salvar a la gente que tanto amo de este planeta, incluidos vosotros, mis honorables caballeros.

 

El Patriarca sólo miraba a Atenea, no se podía ver su cara a través de la máscara que cubría su rostro, pero no decía nada, estaba callado como una tumba, de seguro en shock ante aquella noticia dada por su diosa.

 

—Mi señora, Andriev de Acuario, el caballero dorado, ha marchado al Olimpo para conseguir la Hoja del Olimpo.

 

—¿Qué, cómo dices, Ikki? ¡Lo masacrarán! ¿Por qué razón ha ido a los dominios de Padre, a buscar una posesión tan sagrada y antigua como poderosa?

 

—Para salvar la vida de su Diosa.

 

—¿Cómo sabe él, un hombre, de la existencia de la Hoja del Olimpo?

 

Ikki, sin dar explicación alguna, salió corriendo de las estancias de Atenea y regresó a los cinco minutos con los dos libros que antes el caballero de Acuario le había enseñado.

 

—Esto aclarará sus dudas, señora.

 

Atenea leyó los versos escritos por Dégel con detenimiento, tanto que aquello le revolvió el estómago, hasta el punto de palidecer de nuevo hasta parecer nieve su faz. El dibujo perfecto de la Hoja del Olimpo y la descripción en un libro de aquella magnífica arma le inquietaban. ¿Cómo sabía el Caballero de Acuario del siglo XVIII tantos conocimientos acerca de los secretos olímpicos?

 

—El caballero de Acuario aún no ha descifrado de quién se trata, mi señora, pero está decidido a conseguir la espada para traérsela y vencer.

 

Ante el incómodo silencio que allí se producía, Hyoga dio un paso al frente ante la situación.

 

—Yo acompañaré a Andriev en la búsqueda de la hoja.

 

Fue aquélla la gota que colmó el vaso. Atenea, viendo que la situación se le había ido de las manos y que su plan de morir en secreto se había ido al garete, se levantó de su trono y salió de las estancias.

 

«Lo siento, mis caballeros de la esperanza, pero no voy a permitir más sangre se derrame.»

 

Ese fue el pensamiento de la Diosa mientras bajaba los escalones a toda prisa para encaminarse cuanto antes a Japón, ya que Tatsumi la esperaba ya a la entrada del Santuario.

 

 

Andriev caminaba vestido con la Cloth de Acuario por una calzada antigua, rápidamente se había puesto en marcha para llegar cuanto antes, y al ser caballero de oro, tiene el poder de moverse a la velocidad de la luz.

 

Un pequeño cartel en griego anunciaba que llegaba a un remoto pueblo en la base del Monte Olimpo, Λιτόχωρο, traducido como Litochoro, esperaba al dorado, aquél era su primer peaje antes de embarcarse a morir, al menos eso pensaba él, ¿alguien le garantizaba que saldría vivo de allí, siquiera que encontraría la Hoja del Olimpo? Era una misión suicida, pero tenía una promesa que cumplir, así que la muerte no se inmiscuiría en su camino hasta haberla terminado.

 

Allí por donde pasaba el hombre de Acuario, el tiempo se volvía frío y hostil, congelándose el suelo tras sus pasos y helando el ambiente hasta tal punto de alcanzar menos cincuenta grados. Una voz le sorprendió cuando avanzaba al lugar destinado.

 

—Eres un tipo muy frío.

 

Cuando escuchó la frase, lo único que tuvo que hacer fue girar la cabeza para ver quién le hablaba. Un magnífico y radiante Hyoga del Cisne se alzaba de pie apoyado en un muro y con su Pandora Box a cuestas.

 

—¿Qué haces aquí, caballero del Cisne, acaso te ha mandado Fénix a disuadir mi plan de hacerme con la Hoja del Olimpo?

 

—Ni mucho menos, únicamente he venido a ayudarte en tu tarea de conseguir esa espada.

 

—No necesito tu ayuda.

 

—Por supuesto que sí.

 

—¡He dicho que no!

 

Andriev se giró mirando enfadado al caballero de bronce, que al instante se congeló, como Camus hizo con él en el Templo de Libra.

 

—Nunca escaparás de ese hielo eterno, caballero legendario del Cisne, eres sólo una molestia, no permitiré que nadie me retrase ni me haga perder tiempo.

 

Convencido de que había terminado con él, el caballero de Acuario se giró para seguir su camino, cuando sintió un cosmos poderoso, inmenso, justo detrás de él. Tuvo que girarse para saber qué demonios ocurría allí cuando vio de qué manera se rompía lo que hacía segundos había creado y lo que hacía segundos consideraba como el hielo más perfecto e irrompible de toda la historia.

 

—No deberías ser tan borde con la gente que te apoya, caballero de Acuario.

 

—Cisne, no intervengas donde no te llaman…

 

—Vamos a buscar esa espada y a salvar a Atenea de…

 

—Silencio, Cisne, vuelve ahora o muere aquí mismo.

 

—No pienso irme a ninguna parte, Andriev, vamos a ir a buscar esa espada y salvaremos a Atenea, te guste o no.

 

—No me dejas elección… ¡Diamond Dust!

 

El caballero de Acuario atacó con todas sus fuerzas usando el Polvo de Diamantes contra Hyoga, mas no fue ningún impedimento para él, con ambas manos logró retenerlo, aunque su fuerza era claramente mayor que la de Camus y le arrastró con fuerza hacia atrás hasta estamparlo contra una pared.

 

—Eso no es suficiente para matarme, Andriev. ¿Qué demonios crees que haces? Te ofrezco mi ayuda, ambos somos caballeros y buscamos lo mismo, maldita sea, hombre arrogante y cabezón, vistes la armadura de mi maestro, ¡no la manches con tu ambición!

 

Las palabras de Hyoga hicieron recapacitar al dorado, que cesó en su ataque y se dio la vuelta sin mirarlo.

 

—Bien, entonces si quieres venir conmigo, te lo permito. Pero tendrás que arreglártelas tú solo con lo que hallemos ahí arriba.

 

—Vamos entonces, estar aquí mientras la vida de Saori corre peligro es una pérdida de tiempo.

 

Ambos caballeros, el dorado y el bronce, se pusieron a caminar solo con parpadear podrían destruir lo que a ellos les apeteciese.

 

Hyoga miraba de reojo constantemente a Andriev, que caminaba con sus ojos azul hielo puestos en la cima de aquella enorme montaña.

 

—¿Por qué, Andriev?

 

—¿Por qué qué?

 

—¿Por qué caminas tú solo hacia la muerte?

 

—No sé a qué te refieres.

 

—Claro que lo sabes, no es difícil ver en tu mirada… la incertidumbre, el miedo, la muerte.

 

—Yo no tengo miedo.

 

—¿De veras no tienes miedo? No hay nada de malo en ello, el miedo es un sentimiento más.

 

—Cierra el pico si no quieres ser un helado de Cisne.

 

Mientras ascendían, un cosmos inmenso fue en aumento constante, era la señal de que se acercaban a territorio sagrado y prohibido, el territorio de los Dioses, los llamados Olímpicos.

Andriev se quedó quieto un segundo cuando, al dar una curva en su camino, vio un hombre vestido con armadura dorada sentado en el paso que subía al Monte Olimpo. Aquel hombre no resultó ser ni más ni menos que el caballero dorado de Tauro, que por alguna razón sabía que ellos pasarían por allí.

 

—Eh, Andriev, ¿quién es ese hombre que viste la armadura dorada de Tauro?

 

—Máximo, Máximo de Tauro.

 

Aquel hombre, presentado como Máximo de Tauro, tenía un rostro bastante fuerte a la vista, su nariz era casi cuadrada, más ancha que larga, sus ojos eran de color gris, tirando a negro, sus labios estaban resecos, eso se veía a simple vista, su piel era morena, casi negra, y su pelo, marrón, sobresalía del casco con una extensa melena en su espalda. La armadura no dejaba ver la corpulencia de aquel caballero, pero medía aproximadamente dos metros, era un hombre excepcional, parecía un tanque.

 

—¡Andriev de Acuario! ¿Qué te trae por los parajes de los Dioses?

 

—No tengo tiempo para tus bromas, Máximo, he de ir a buscar la Hoja del Olimpo.

 

—¿Vas de senderismo? ¡Y no me avisas! Sabes que me encanta la naturaleza.

 

—…

 

La personalidad de Máximo aparentaba ser de un hombre cómico, despreocupado en todas sus facetas, aunque también tenía en su cosmos un gran cariño hacia la humanidad y hacia todas las personas.

 

—Y traes compañía…

 

El caballero de Tauro se acercó a Hyoga y le tendió la mano con una gran sonrisa.

 

—Caballero Cisne, ¡soy Máximo de Tauro, defensor de la segunda casa del Zodiaco!

 

—Encantado, soy Hyoga, caballero de bronce.

 

—¡Ja, ya lo sé! Tú eres de esos caballeros legendarios que terminaron con Hades hace tres años, ¡te debo la vida, tronco!

 

Máximo comenzó a reír ante aquel comentario suyo, como si hubiese dicho algo gracioso.

Andriev se interpuso entre los caballeros que se estaban saludando y les dirigió una mirada de frío absoluta.

 

—Vamos a movernos, cada minuto que pasa Atenea está en más peligro.

 

—Vamos Andriev, relájate. Nosotros, los caballeros, siempre vencemos al mal. Además, nada hay que temer si contamos con la ayuda de uno de los legendarios caballeros de Atenea.

 

—Es solo un caballero de bronce, no nos será de gran ayuda a no ser que derrote a todos los enemigos por nosotros.

 

—Qué amargado que estás, Andriev.

 

Con diferentes conversaciones, los caballeros continuaron ascendiendo hacia la cima del Monte Olimpo, que les esperaba. ¿Qué hallarían allí arriba, como dice el proverbio, la gloria, o la muerte? Todos dudaban entre las dos.

 

 

Técnicas en castellano:

 

Diamond Dust: Polvo de diamante. ➡ Andriev de Acuario.


Editado por Gemini No P., 14 noviembre 2015 - 09:54 .

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