SKIN © XR3X

Jump to content

* * * * * 1 votos

Saint Seiya 1262


  • Por favor, entra en tu cuenta para responder
6 respuestas a este tema

#1 Australio

Australio

    Miembro de honor

  • 109 mensajes
Pais:
Argentina
Sexo:
Masculino
Signo:
Libra
Desde:
San Isidro, Argentina
Energia:
Cosmos:
Ataque:
Defensa:
Velocidad:
Victorias:
0
Derrotas:
0
Total:
0

Publicado 09 diciembre 2014 - 04:06

Bueno, me presento y les presento mi historia, mi primer proyecto en la categoría fanfictions. Narraré la guerra santa del s. XII. Si bien hay un contexto espacio-temporal concreto y se usan nombres de personajes históricos, no es mi intención que el relato tenga fidelidad histórica alguna. Considero canónicos los mangas originales de Saint Seiya y Saint Seiya ND, nada más. De todas formas, habrá ciertos elementos propios de LC y el Hipermito. Pienso usar nombres medievales reales, que quizás suenen un poco extraños al principio. Yo creo que está bien cuando uno se acostumbra. Intentaré cumplir con un capítulo por semana, aunque los capítulos serán más bien cortos. En esta primera entrega capítulo doble. Desde ya, se agradece por leer y comentar.
 
 

Saint Seiya 1262


 Capítulo 1 : El Santo de Atena
 
 - Desprecian las maravillas de la creación. Pregonan el odio en nombre de quienes predicaban amor. Agradecen con violencia a quienes dieron sus vidas por la paz.
 
 Un jovencito de unos doce años, de largos cabellos crespos negro azabache, se expresaba con sensibilidad y armonía encantadoras. Sólo lo vestía una vieja y sucia túnica antigua. Sus enormes ojos gris claro, de una transparencia conmovedora, se fijaban en el grupo de seis hombres que se hallaba frente a él. Se trataba de seis sujetos adultos, de tez morena al igual que el muchacho pero facciones más pequeñas; cabello en negras motas igual que sus puntiagudas barbas. Se desplegaban frente al joven con varas en la mano  y una actitud claramente hostil.
 
- ¿Y ahora resulta que un judío viene a nuestro barrio a predicar la verdadera fe? ¡Alá nos salve! - le ladró iracundo uno de los hombres, como acusándolo. - Deberías haberte quedado con tu gente. Pero después de semejante blasfemia no permitiré que vuelvas. Tu sangre infiel pagará tu pecado, jeje... - y se acercaba al muchacho con la vara en alto.
 
- ¡Te pido que abras los ojos! - respondió el muchachito con inalterables armonía y pasión. - Todos los profetas han predicado el amor y la no violencia entre los humanos sin importar su religión. ¿Por qué entonces te dedicas a castigar a los que son diferentes a tí? ¿No crees que en el poder amar a todos está la salvación?
 
- ¡Silencio! - replicó agresor enfurecido. - ¡Ya estoy harto de tus blasfemias! ¡Serás apaleado hasta que tus huesos ya no crujan!

El atacante fue repelido hacia atrás, volando tres o cuatro metros hacias sus espaldas, como si un gigante lo hubiera tomado de la cabeza y jalado. La sangre saltó de su nariz.

En el lugar donde hacía un momento se paraba el hombre increpando al muchacho, aterrizó de la nada otro muchacho quizás un poco mayor, con rasgos arábigos y cabellera negra levantada hacia un lado.

- No permitiré que le hagas daño a David. - declaró entusiasta el recién llegado, mirando al hombre que acababa de derribar en un movimiento imperceptible para los ojos de los testigos.

- ¿Dijo David? - uno de los compañeros del caído, que aún se encontraban allí de pie, le preguntó al resto. - He oído hablar de ese niño judío David, que anda diciendo blasfemias sobre que las enseñanzas de Muhammad son las mismas que las que predican los judíos y los cristianos.

- ¡Ah! ¡Es ese niño! - ¡Yo también he oído hablar de él! - respondieron algunos. - Creo que deberíamos darle su merecido. - ¡Sí eso es!

Los cinco hombre se acercaron amenazantes con sus varas mientras el muchacho que había llegado permanecía inmóvil entre ellos y y el niño judío.

- ¡Ten cuidado Enif! - le dijo este último a su defensor.

- Escucha muchacho - dijo el hombre que había reconocido a David en primer lugar. - Tú eres uno de los nuestros. Será mejor que nos entregues a este judío a menos que quieras que te despachemos a tí también...

- ¡Imbéciles! - respondió el jovencito llamo Enif con una sonrisa. - ¿piensan enfrentarse a un Santo de Atena? Nuestros puños arrasan con las montañas. Somos los guerreros legendarios que aparecemos cada doscientos años para proteger a la encarnación de la Diosa Atena que viene a salvar a la humanidad. ¡Somos invencibles! ¡No hay manera de que ustedes pueden enfrentarme!

- ¿Santos? ¿Atena? ¿De qué estás hablando? - exclamaban burlándose los matones. - ¡Alá nos ayude a lavarnos los oídos! Con razón estos dos son amigos, dos mocosos que no paran de decir blasfemias y ridiculeces. ¡Tú lo has querido niño! ¡Colgaremos tu cabeza junto a la del judío!

Y los cinco hombres se lanzaron a golpear al muchachito indefenso.

- Ustedes son los que así lo han querido... - murmuró Enif con los ojos casi cerrados, sin que la sonrisa se le desdibuje en ningún momento. - ¡METEOROS! - exclamó de repente, como en un grito que liberaba una gran energía acumulada.

Levantando su puño llevándolo al frente, salió disparado como una flecha hacia los hombres que lo atacaban. En un parpadeo se encontraba con el brazo aún en posición de haber dado un golpe, a espaldas de los agresores entre los cuales parecía haber pasado, habiendo atravesado varios metros en un instante.

Las varas cayeron al suelo. Después, sangre de sus bocas y por último, sus cuerpos. Los cinco hombres habían sido derribados.

- Ma...maldito...- balbució uno de los hombres desde el suelo. - Ya verás... Goliat acabará contigo.

- ¿Te encuentras bien David? - Enif se volvió a su amigo, sin prestar demasiada atención. - Ya te dije que no es seguro para ti venir a mi vecindario. ¡Menos cuando siempre te la pasas predicando! - le cuestionó con una sonrisa.

- Lamento que tengas defenderme, Enif. En realidad no tienes porque hacerlo - contestó David en forma dulce y sensible, con algo de pena en sus ojos cristalinos. - Ya verás que pronto entenderán. La humanidad debe salvarse a sí misma.

- ¡Así que ahí están los críos que causan tanto alboroto! - exclamó una voz gruesa.

Los miraba a unos diez metros un hombre verdaderamente colosal, que superaría por quince centímetros los dos metros. Era bastante más ancho de espalda que una puerta, y cada uno de sus hombros excedía en tamaño a la cabeza de un hombre normal. Su barba era larga y desprolija y su cabeza se encontraba rapada. Mostraba una sonrisa cruel y una mirada viciosa.

- Así que es cierto que uno de ustedes ha derrotado a seis hombres que les quisieron castigar por andar blasfemando. - continuó en tono burlón pero siniestro. Ahora yo, Goliat, el hombre más fuerte de Jerusalén, tendré que tomar sus cabezas. O mejor dicho, lo que quede de ellas después de que los triture como garbanzos, jaja...
 
- Veo que estás bien informado, grandulón - replicó Enif sin quedarse atrás en sobra y burla. - Pero quizás no te hayan dicho que quien venció a estos hombres es un Santo de la Diosa Atena, así que será mejor que huyas.
 
- ¿Un Santo de Atena? ¡Pero qué tonterías más interesantes dices! ¡Será un placer machacar tus huesos!
 
El gigante se lanzó hacia el muchacho con los brazos por delante. - ¡METEOROS! - gritó Enif una vez más al tiempo que dirigía su puño a su adversario. Se vieron algunas centellas y movimientos inapreciables por su velocidad, y Goliat cayó pesadamente hacia atrás.
 
- Vaya - dijo Goliat entre risas. - Golpeas a una velocidad que nunca hubiera imaginado. Veo que realmente eres algo sorprendente, santo de Atena o lo que seas... Te felicito. Será un honor matarte.
 
  Al tiempo, el inmenso hombre se levantaba con una sonrisa maltrecha sin presentar daños de consideración.
 
 - ¿Cómo? ¿No has tenido suficiente? - le respondió Enif implacable. ¡METEO...
 
 Con notables destreza y velocidad, Goliat tomó con su mano derecha la cabeza de Enif desde arriba, manteniéndolo sujeto antes de que éste le pudiera asestar un golpe con el puño.
 
- Ahora no dejaré que tus cortos brazos me alcancen - dijo Goliat con un placer cruel mientras colocaba su otra mano también sobre la cabeza del jovencito, que de pie no le llgaba ni siquiera a las caderas. - Como dije, ¡será un placer matarte! 
 
 Los enormes dedos de Goliat comenzaron a ejercer fuerte presión sobre la cabeza de Enif. El muchacho intentaba en vano liberarse dirigiendo patadas y rodillazos a los brazos de sus captor.
 
- ¡No podrás escapar! ¡Éste es tu fin! - exclamaba eufórico el gigante mientras la presión sobre el cráneo del jovencito crecía.
 
- ¡Por favor deténte! - Enif oyó gritar a David, antes de que el insoportable dolor le arrebatara la percepción. Sólo podía sentir sus cráneo crujir. 
 
Voy...a morir. Moriré. - Se decía a sí mismo Enif en los delirios causados por sus dolencias. Perdón, David. No puedo con este tipo. Era de esperarse...ya que yo no soy un Santo de Atena. Sólo soy un aprendiz. Parece que después de todo nunca llegaré a ser uno. Perdón a tí también, Balduino...
 
Una especie de pequeño huracán direccionado arremetió contra el gigante. Éste soltó al muchacho y salió volando varios metros hacia atrás hasta sufrir un gran impacto contra una pared. Enif, recuperando la conciencia desde el suelo, levantó su mirada aún borrosa para divisar donde antes se encontraba el hombre que estuvo a punto de matarlo a un joven de unos dieciocho años, con facciones pequeñas y armoniosas, test pálida, cabellos rubios lacios que le llegaban a los hombros y enormes ojos celestes; que vestía una túnica blanca como la de los sacerdotes cristianos.
 
- ¡Balduino! Exclamó sonriendo aún tendido en el piso con un terrible dolor.
 Sin dirigirle la mirada y con una fría e inmutable expresión, el hombre de rasgos europeos respondió con voz dura:
 
- Veo que no sólo te inmiscuyes en escaramuzas de los barrios, si no que además haces el ridículo haciéndote llamar "Santo de Atena".
 
- Balduino, yo... - intentaba explicarse Enif, que parecía más cerca de caer nuevamente inconsciente que de ponerse de pie. 
 
- ¡Así que ahora vino un cristiano! - exclamó con el mismo modo que siempre había sostenido el gigante Goliat, que ya se había puesto de píe. - Si tanto lo deseas, ¡acabaré primero contigo! - exclamó al tiempo que se lanzó velozmente con todo su enorme cuerpo hacia el joven de cabellos rubios.
 
- Tranquilo, vástago malformado de un elefante... - dijo Balduino con desprecio mientras hacía un leve gesto con su mano, como espantando una mosca.
 
 El movimiento de la mano del hombre occidental produjo un nuevo huracán que arrastró con facilidad a Goliat hasta llevarlo varios metros más atrás donde chocó contra una pared  con una potencia mucho más temible que en el impacto anterior.
 
- Increíble... - pensaba Enif, contemplando la escena desde el suelo. - Aunque en realidad no es de extrañarse de Balduino, ya que el es un poderoso Santo de Plata, un verdadero Santo de Atena...
 
- ¡De pie, Enif! - gritó al instante Balduino con autoridad y energía, sin dejarlo tiempo al muchacho para permanecer sorprendido de su poder. - ¡Nunca llegarás a ser un Santo si no puedes con un sujeto cómo este! - continuó sentenciando. - Como tu maestro, te ordeno que lo derrotes. ¡Demuéstrame por qué te haces llamar Santo de Atena!
 
 Enif parecía acostumbrado a acatar las órdenes de su maestro aunque se encontrara medio muerto. Automáticamente comenzó a ponerse de pie, como si el insoportable dolor en su cabeza de hacía un momento no existiera.Se dirigió corriendo entonces al gigante Goliat, que también se había puesto de pie y lo veía acercarse con una sonrisa.
 
- Ahora te mostraré... - dijo entre dientes mientras levantaba una vez más su puño para dirigir su golpe. -  ¡METEOROS!
 
 Impactó una y otra vez el cuerpo del gigante, que cayó nuevamente. Enif dejó ver luego una sonrisa de satisfacción, mientras la expresión de Balduino permaneció inalterable. 
 
 Goliat de levantó de repente y, tomando por sorpresa a Enif, le sujetó el torso de ambos lados con sendas manos. Teniéndolo a su merced lo levantó mientras le contraía los huesos. Enif dejaba escapar terribles gritos de dolor.
 
- ¡Idiota! ¡No es lo primera vez que te lo marco! - lo reprendió Balduino a la distancia, como si su alumno se encontrara sentado escuchándolo con atención y no en las manos de un gigantes con sus costillas por ceder a la presión. - Sólo te concentras en que tus golpes sean rápidos para realizar el efecto visual de tu técnica, pero no les das suficiente poder.
 
 El Santo de plata fue interrumpido por David, que había permanecido mirando con miedo y culpa y ahora apoyaba la mano sobre el brazo de Balduino, mientras lo interpelaba.
 
- ¿Por qué obligas a Enif a pelear? ¿No ves que lo va a matar? ¡Haz algo, por favor! - y le arrojó al europeo una mirada de súplica.
 
 Balduino miró hacia el niño. Sus ojos eran tan transparentes, tan conmovedores, majestuosos. El frío santo le mostró una sonrisa y le apoyó la mano en la cabeza.
 
 - Niño... - le contestó. - Enif ha elegido volverse fuerte para ser un Santo de Atena y proteger a la humanidad. Yo... no tengo otra forma de ayudarlo. Aunque la gente con esa pureza que muestran tus ojos... la gente como tú no está hecha para pelear. Quizás nunca lo puedas comprender.
 
 Balduino soltó al niño y continuó reprendiendo a su discípulo.
 
- ¡Olvidas la esencia del poder de los Santos, Enif! ¡Debes manipular las partículas! Así podrás deshacerte de él...
 
- ¡Apuesto a que ya no resistes! - se reía Goliat mientras presionaba el cuerpo del muchacho con toda las fuerzas de sus gigantescas manos. - ríndete de una vez para que pueda encargarme de tu amigo cristiano. ¡Muere!
 
 Enif mantenía sus manos en las muñecas de Goliat, presionándolas con todas sus fuerzas. Por otra parte no se movía, estando seguramente cerca de inconsciencia. 
 
- ¿Qué demon... ¡Aaaaaaaa! - De pronto Goliat gritó de dolor soltando al muchacho. Sus manos colgaban como muertas. - ¡Mis muñecas! ¡Se han roto! ¿Pero cómo? - preguntó con terror mirando a Enif, que había caído de pie y lo miraba amenazante.
 
- Este...es el verdadero poder de los santos. - le dijo el joven sonriendo. - ¡PATADA GIRATORIA! - exclamó mientras pegaba un salto y giraba hasta convertirse en un remolino que arrasó con su adversario. Aterrizó a los pocos metros. El gigante fue lanzado hacia atrás mientras sus dientes saltaban entre sangre, y cayó inconsciente. 
 
 Balduino se acercó a Enif con la misma mirada fría.
 
 - Sabes que cualquiera de estos días llegará aquí el Gran Papa. - le dijo siempre duro a su discípulo.
 
- Lo sé, Balduino, pero yo... - le decía Enif con simpatía, intentando despreocuparlo.
 
- ¡No hay pero que valga! - interrumpió firmemente su maestro. - Tienes mucha suerte de que el Gran Papa vaya a venir hasta aquí a visitar a mi maestro y podamos aprovechar la oportunidad para que traiga tu armadura santa desde el santuario y te tome en persona la prueba para convertirte en un Santo. Es todo un honor, ya que debes saber que existen los santos de bronce, sobre ellos estamos los santos de plata, y en lo más alto los santos de oro...
 
- Y el Gran Papa gobierna sobre todos ellos, ya lo sé. - interrumpió Enif mostrando algo de fastidio.
 
- ¡Entonces ponte a entrenar para estar a la altura de ese honor! - replicó Balduino cada vez más enojado. - Si después de todos estos años que te he estado entrenando me dejas mal ante mi maestro y el Gran Papa, te juro que te mato. - sentenció finalmente el santo de Plata. - Te veo en la noche, y más te vale que estés preparado para entrenar de verdad.
 
 Tras estas palabras amenazantes a su alumno Balduino dio media vuelta y se retiró tranquilamente.
 
- Será mejor que nosotros también nos vayamos de aquí, David. - le dijo Enif a su amigo.
 
 Y ambos caminaron hasta salir de aquel vecindario islámico dirigiéndose al centro de la ciudad santa.

............................................................................


Capítulo 2: La doncella y los ancianos

En el centro de Jerusalén la actividad comercial era ardua aún al atardecer. Artesanos y revendedores de ocasión anunciaban variedad de ofertas con entusiasmo, ansiosos por agotar sus últimas mercancías. Prestamistas y hombres de negocios iban y venían presurosos, con muchos asuntos que atender a pesar de lo avanzado de la jornada.

- En los barrios comerciales musulmanes, judíos y cristianos conviven pacíficamente. Si tan sólo pudiera ser así en toda la ciudad... - comentaba David ya recuperado del incidente que había vivo hacía un rato, sentado tranquilamente en un banco de una de las varias plazas en el área.

- Supongo que aquí todos están demasiado ocupados en ganar monedas como para reñir por sandeces... - le respondió con humor Enif, que estaba sentado a su lado.
 
- Felices serían si se ocuparan lo mismo en ganar en amor, ya que es la única cosa en la que uno más gana cuanto más da. - replicó contemplativo David, con ese aire misterioso y superior que tomaba a veces, que hacía que su voz resuene majestuosa y capaz de conmover hasta la más helada de las almas.
 
- ¿Por qué habías ido a buscarme al vecindario? - le preguntó Enif al cabo de un momento.
 
- Es porque quería despedirme de tí, ya que me encontraré ausente por unos días.
 
- ¿Ausente? ¿De qué hablas? - preguntó Enif confundido.
 
- Me retiraré  unos días a Yeshimon, para limpiar mi espíritu.
 
- ¿Yeshimon? ¡Pero si es un lugar desolado y terrible!
 
- No más que cualquier otro - contestó el judío con tristeza. - Así estará bien.
 
-¿Qué remedio contigo, David? Bueno, diviértete, supongo... ¡Y no vayas a tardar demasiado eh!
 
- Enif... siempre preocupándote por mí. Yo...realmente lo aprecio.
 
- No tienes que agradecerme, David. Nosotros que somos huérfanos sólo tenemos nuestra amistad. Por eso siempre cuidaré de tí.
 
 Los amigos se miraron sinceramente el uno al otro con una sonrisa.
 
-  Parece que pronto te convertirás en un Santo de Atena, ¿verdad? - cambió de tema David.
 
- Hay que ver si el Gran Papa me da su aprobación... - respondió con frustración el aspirante.
 
- Ese Papa debe ser un hombre muy importante. Y también el maestro de Balduino, ¿verdad?
 
- Ese hombre... - dijo Enif pensativo. - Nunca sale de ese antiguo y tétrico lugar donde nunca se ve una luz, la catedral oscura. Por eso es llamado el obispo de la catedral oscura. Son muchas las cosas que se dicen de él; que practica brujería y habla con los demonios, y que tiene más de doscientos años. Sin embargo Balduino le respeta mucho. Sólo él tiene contacto con el guardián de la catedral oscura, que jamás abre sus puertas y a la que todos temen acercarse.
 
- Y ese hombre también es un Santo de Atena. - reflexionó David. - ¿Realmente esa diosa es la protectora de la humanidad?
 
- Por supuesto que sí, David. Atena es una diosa llena de amor y sabiduría que viene cada doscientos años a instaurar la paz en el mundo y proteger a los humanos de la destrucción.
 
- Cómo me gustaría poder llenarme yo también de amor y sabiduría para ayudar a conseguir la paz entre los hombres...
 
- Yo me convertiré en un poderoso de Santo de Atena y lucharé por la paz en el mundo. ¿Qué te parece, David?
 
- Bueno, yo...
 
- Sí, ya lo sé. A tí no te gusta pelear.
 
- ¡Rayos! ¿Lo olvidé? - interrumpió David.
 
-¿Qué cosa olvidaste? ¿Que no te gusta pelear?
 
- ¡No! Prometí que le llevaría algo de pan a Abdula.
 
- ¿Abdula? ¿Ese que se arrastra porque no tiene piernas?
 
- ¡Sí! ¡No seas cruel!
 
- Ya va caer la noche y éste anda solo entre los mendigos...será mejor que lo acompañe - pensó entonces Enif.
 
 La gente que no tenía a dormir en la ciudad santa se acumulaba a esa hora en algunas plazas donde los guardias no los molestaban, cerca del barrio de los templos principales. Años atrás les era permitido pasar la noche en los templos, pero una serie de incidentes llevaron a que éstos les terminarán cerrando las puertas. 
 En una de estas plazas se adentraron David y Enif. Huérfanos y de pobres vestimentas, ellos no desentonaban con los pobladores transitorios del lugar. Sí lo hacía un aparente mendigo que se encontraba sentado en el suelo sin nadie alrededor, vestido con implecables ropas de caballero europeo. Llevaba un sombrero con una pluma roja, parecía no tener dientes  y su rostro era sumamente contraído y arrugado, resaltando aún más sus azules ojos saltones.
 
- Oye David, -le habló divertido Enif al oído. - ¿Cuántos años crees que tenga aquel mendigo disfrazado de cristiano? ¿quinientos quizás?
 
- Enif, no me gusta que te burles de esta gente.
 
 Sólo unos metros más adelante del hombre del que Enif se había reído encontraron al accidentado Abdula, un joven árabe de sesenta centímetros de largo cuyo cuerpo carecía de extremidades inferiores, con cabello y barba largos y enredados. Junto a él, una esbelta muchachita europea de unos trece años, largos cabellos castaños, de rostro amable y elegante. Vestía como una noble europea, con un portentoso vestido amarillento y algunas joyas en sus muñecas y su cuello. Le entregaba al infortunado un pequeño saco.
 
Tome, son las provisiones que nos han sobrado. - le dijo la jovencita con voz dulce y relajada. - No es demasiado, pero le va alcanzar también para mañana. Espero que le agrade.
 
Al llegar David se sorprendió de lo que estaba viendo.
 
Abdula, venía a darte el pan que te prometí. Sé que te servirá aunque hoy los cielos te hayan bendecido con más ayuda. -y se volvió entonces a la muchacha. - Buenas noches. Gusto en conocerte. Mi nombre es David, y me agrada ver que las personas se ayudan entre sí.
 
- El gusto es mío, David. - respondió volviéndose hacia él, en forma amigable, - El amor es la única cosa en la que uno más gana cuánto más da, así que creo que ocuparnos de ello nos hará felices. - confesó con una sonrisa.
 
 Enif se había quedado dos pasos detrás de David, mirando lo que pasaba hasta que un detalle se robó toda su atención. Al volverse para saludar a David, la muchacha mostró sus bellos ojos, uno del color de las avellanas y el otro del azul de los cielos.
 
- Esos ojos... - pensó Enif inmediatamente conmovido... - mi madre...es lo único que recuerdo de ella.
 
 Enif salía de estos pensamientos cuando oyó a la joven pronunciar la misma frase sobre el amor que su amigo había dicho un rato más temprano.
 
- Ellos dos... - pensó al contemplar a David y a la muchacha. - Realmente se ven diferentes. Ambos tienen un brillo que los distingue del resto de las personas. Es como si... no pertenecieran a este mundo.
 
Mi nombre es Anna. - contestó luego la joven.
 
- ¿Y andas por aquí sola a estas horas? - preguntó David.
 
-No, mi abuelo me acompaña. - contestó Anna señalando al extraño anciano del que Enif se había burlado. - Él siempre me da cosas para que ayude a los que pobres.
 
 - Es una muchacha dulce y simpática. Merece ser feliz como una doncella normal. Esta vez sí podrás, niña... - pensaba el anciano observando desde su posición. Entonces se puso de pie y se acercó a su nieta.
 
- Ya vamos, Anna. - le dijo dulcemente.
 
- Sí, ya vamos Abuelo. ¡Adiós David! ¿Tú cómo te llamas? - preguntó cómica volviéndose a Enif.
 
- Enif - respondió éste sin mucha elegancia, ya que la mirada de la joven lo había tomado desprevenido.
 
- ¡Adiós Enif!
 
 Y de la mano el anciano y la doncella se perdieron por los caminos de la ciudad.
 
 - ¿Y qué te pareció Anna, Enif? - preguntaba David momentos más tarde.
 
- Sólo es una mocosa ricachona que da gala de solidaridad con los vueltos de su abuelo - contestó éste con indiferencia.
 
- ¿Tú crees? A mí me pareció alguien cautivador...
 
- Será mejor que regrese - interrumpió secamente Enif. - Balduino va a matarme si llego tarde al entrenamiento.
 
- Sí, y lo mejor será que yo me vaya a descansar. Gracias por acompañarme, Enif. Nos veremos cuando regrese.
 
- ¡Sí! ¡Cuídate mucho David! ¡Te esperaré convertido en un verdadero Santo de Atena!
 
 Y así fue que los dos amigos se despidieron aquella noche.

Poco tiempo más tarde, los alrededores de la catedral oscura se encontraban como siempre desiertos, a pesar de haber tránsito a toda hora en el barrio de los templos. La fila de pequeños vitraux que constituían el único punto de contacto visual de la vieja catedral con el mundo exterior no mostraba luz alguna. Las imponentes paredes marrones de roca antigua daban la impresión de ser los varios rostros de una fiera acechando en la oscuridad.

 

 Anna y su abuelo caminaban del brazo, directo hacia el oscuro templo. De haber habido alguien allí para verlos, habría dicho sin duda que una princesa de la península itálica se había perdido con su abuelo por las calles de Firenze y la mala fortuna los había llevado a algún rincón del mismo inframundo. Pero ambos caminaban tranquilamente, a paso lento pero seguro, sin parecer conmovidos por lo tétrico y misterioso de aquella locación en medio de la ciudad santa.

 

Se detuvieron frente a la puerta principal y el anciano golpeó enérgicamente. Cerca de ellos, se abrió la puerta pequeña y se dejó ver un joven de lacios cabellos rubios y grandes ojos azules. Balduino miró al anciano y a la jovencita sin decir nada, esperando su presentación.

 

- Buenas noches. He venido de lejos a visitar a mi amigo Godofredo - dijo el abuelo al cabo de un momento.

 

 - Buenas noches. Adelante. Sean bienvenidos. - contestó seca y automáticamente el santo, conforme con haber escuchado el nombre de su maestro.

 

 Balduino los guió por un largo pasillo en total oscuridad con una lámpara en la mano, que de todas formas no dejaba ver más que lo que se tenía en frente. 

 

- Este hombre tan anciano que conoce a mi maestro...- pensó entonces. - ¿Será tal vez... el Gran Papa al que estamos esperando? ¿Pero qué puede haber venido a hacer con esa niña?

 

 - Oye muchacho... - lo interrumpió el presunto Papa con sus pensamientos. - ¿Sabes si está aquí el Gran Papa del Santuario?

 

 A Balduino le sorprendió tal pregunta, y tartamudeó antes de contestar.

 

- No, no ha llegado aún. - ¿Entonces este hombre no es el Papa? - continuó pensando.

 

 Doblaron un par de veces,  siempre recorriendo largos pasillos en total oscuridad. 

 

 Finalmente desembocaron en una sola donde ardía la llama de otra pequeña lámpara. Sentado cerca de ella había un hombre ciertamente decrépito, con un par de mechones de cabello blanco que le caían sobre su consumido y arrugado rostro de tonalidad pálida, y unos ojos negros saltones e incisivos. Se encontraba totalmente encorvado con las piernas cruzadas sobre un sillón, y lo vestía una gran túnica blanca lisa.

 

- ¡Godofredo! ¡Ahora sí se te nota que eres mayor que yo! - bromeó enseguida de verlo el abuelo de la niña.

 

- Mentiras piadosas te dicen tus ojos, viejo amigo.- respondió alegre el otro anciano. - Balduino, veo que ya has conocido a Curt y a Anna.

 

 - Sir Curthouse - corrigió molesto el anciano. Encantado de conocerte, Balduino.

 

- El honor es mío, Sir Curthouse. Si me disculpan, debo retirarme.

 

- Ve a entrenar a ese niño, Balduino. - respondió su maestro. - No me imagino lo terrible que será ese viejo cascarrabias del Papa con él.

 

 Y ambos viejos amigos rieron mientras el joven se retiraba.

 

 - Así que tu eres Anna...ciertamente ya eres una niña grande - dijo Godofredo contemplando a la muchacha, que se limitaba a sonreir un poco avergonzada. 

 

- Aún no ha llegado Lengro... - acotó Curt.

 

- Debe de estar por llegar. Aunque, en realidad, podríamos empezar sin él. - replicó tranquilo Godofredo.

 

- No creo que sea bueno...

 

- Como quieras... - sentenció indiferente el llamado obispo de la catedral oscura.

 

 Mientras tanto, en una parte elevada en las afueras de la ciudad, Enif se hallaba tranquilamente sentado contemplando el firmamento.

 

- ¡Esta vez tu llegas tarde! - exclamó alegre al divisar acercarse a grandes saltos la figura de Balduino. - ¿Qué castigo te pondré?

 

- ¡Cierra la boca mocoso! ¡Castígame si es que puedes!

 

 El santo de plata se lanzó como una flecha sobre su aprendiz y le propinó una rápida ráfaga de puñetazos a la que no pudo reaccionar, cayendo al suelo abatido.

 

- ¡De pie! - ordenó Balduino. -Hoy no te irás de aquí hasta que puedas detener mis golpes. ¡Más te vale que estés listo!

 

 Y Enif se puso obedientemente de pie y su maestro se abalanzó una vez más sobre él.

 

 La luna en cuarto creciente, anunciando estar llena para la noche siguiente, sería el único testigo de una larga jornada de entrenamiento.

 

A la mañana siguiente Balduino se encontraba recibiendo a un nuevo visitante en la catedral oscura. Se trataba esta vez de un hombre oriental, con las mismas señas de vejez que su maestro y Sir Curthouse, pero tal vez algo más jovial en su postura. Sus delgados bigotes caían casi hasta las rodillas de su encorvado cuerpo. Vestía una túnica blanca con bordes dorados en las mangas y alrededor del cuello, y cubría su cabeza un casco de oro con un pequeño adorno en forma de ave con las alas desplegadas. Para un hombre de su contextura, llevaba un enorme bulto de equipaje a sus espaldas.  Una vez que el visitante se hubo anunciado y Balduino se encontraba guiándolo por el interior de la catedral, una pregunta del anciano sorprendió al joven.

 

- Tú debes ser el santo de Ofiuco, ¿verdad? - preguntó el oriental.

 

- Eh...sí señor. - respondió Balduino intrigado. - Este hombre sí debe ser el Gran Papa... - pensó entonces.

 

El Santo de Ofiuco condujo al visitante hasta una sala muy interior en la que Godofredo, Curt y Anna se encontraban desayunando.

 

 - ¡Lengro! ¡Ya era hora! - exclamaron ambos ancianos al ver al recién llegado.

 

- Bueno, a diferencia de ustedes, ancianos retirados, yo soy un hombre con asuntos que atender - le respondió jocoso a ambos. - Sí que has crecido, pequeña Anna - Saludó después a la joven con un gesto de ternura.

 

- En fin, primero lo primero. - dijo Lengro cuando los saludos hubieron terminado. - Ya estoy cansado de tener esto encima. ¿Dónde se encuentra ahora ese alumno tuyo que mencionaron, Santo de Ofiuco? He traído la armadura santa para ver si es digno de ella.

 

 Mientras soltaba estas palabras el anciano desenvolvió el bulto en su espalda mostrando que la mayoría del volumen era en realidad ocupado por una gran caja de bronce, que mostraba en el frente un grabado de un caballo con alas desplegadas.

 

 

 



#2 Kobain_DX

Kobain_DX

    Que paso, que paso? Si yo le voy al Necaxa

  • 371 mensajes
Pais:
Mexico
Sexo:
Masculino
Signo:
Escorpion
Energia:
Cosmos:
Ataque:
Defensa:
Velocidad:
Victorias:
0
Derrotas:
1
Total:
1

Publicado 09 diciembre 2014 - 16:44

Excelente relato! Esta muy bien ambientado, lo seguire de cerca. Saludos ojala te des una vuelta tambien x mi fic. 

 

Salud! 



#3 Patriarca 8

Patriarca 8

    Miembro de honor

  • 16,112 mensajes
Pais:
Peru
Sexo:
Masculino
Signo:
Cancer
Energia:
Cosmos:
Ataque:
Defensa:
Velocidad:
Victorias:
0
Derrotas:
0
Total:
0

Publicado 11 diciembre 2014 - 21:01

suerte en tu fic


fwoTpjp.pngd2846x5-c33eb060-952a-40e4-b79b-ac99f8b9

 

 

 


#4 Australio

Australio

    Miembro de honor

  • 109 mensajes
Pais:
Argentina
Sexo:
Masculino
Signo:
Libra
Desde:
San Isidro, Argentina
Energia:
Cosmos:
Ataque:
Defensa:
Velocidad:
Victorias:
0
Derrotas:
0
Total:
0

Publicado 22 diciembre 2014 - 02:39

Hola, gracias por sus comentarios y/o likes. Quiero aclararles que este fic seguirá mucho tiempo más, pero intento captar el estilo de Kurumada y por eso no subí los capítulos a tiempo (?) Ok no. La verdad es que no tenía el capítulo completo adelantado como debí, se me ocurrieron algunos cambios de último momento y aún no termino el capítulo 3 "Sangre" ya que estuve inesperadamente complicado estos días. Supuse que si en una semana había escrito los dos primeros capítulos podría escribir en otra semana el tercero, pero no he podido terminarlo en dos semanas. Solamente aclarar eso, que saldrá pronto el capítulo 3 y que hay mucho más por venir. Dejo un pequeño adelanto :p
 
Ciento sesenta y siete años atrás
 
Una joven de largos y frondosos cabellos castaños, aparentando unos quince años. Un ojo marrón y otro azulado, en un vistoso vestido azul de la nobleza europea. Se encontraba parada en medio de una gran tienda de campaña, con comodidades improvisadas. Frente a ella tres hombres, vestidos en armaduras de oro, se inclinaban sobre sus rodillas.
 
- Señora Atena, - se expresó el que se arrodillaba a la izquierda de la dama, que llevaba un escudo en el brazo izquierdo y otro en el hombro derecho, y de su espalda salían sobre sus hombros dos barras cruzadas, todo del mismo color dorado de su armadura. Se trataba de un hombre de claras facciones chinas y cabeza afeitada, con fino bigote. Sostenía en sus brazos un yelmo redondo. -  le informo que los hombres a mi cargo están recuperados y listos para avanzar.
 
- Lo mismo he venido yo a informarle - dijo el del centro, un hombre de cabello rubio prolijamente recortado, grandes ojos celestes, que sostenía entre sus manos un casco del que salían dos largos cuernos con una leve curva.
 
- Todos están con grandes ánimos para continuar luchando - declaró el restante, un hombre de largos y enmarañados cabellos negros, facciones grandes, tez pálida y aire excéntrico. Su armadura de oro lucía un entramado en muchas terminaciones puntiagudas, y entre sus manos sostenía una especie de tiara capaz de rodear la cara con prolongaciones hacia arriba como las patas de una araña.
 
La joven ni siquiera los miraba y permanecía con la mirada ausente.
 
- ¿Se encuentra bien, Señora Atena? - preguntó aquel que portaba el yelmo de largos cuernos.
 
- Robert, Len-Grou, Godofredo... - se expresó la joven apesadumbrada. - Sólo pensaba en todos esos jóvenes. ¿No creen que es injusto que no puedan vivir una vida tranquila? A mí me gustaría vivir lejos de la violencia, como una muchacha normal...
 
Y guardó silencio mirando al vacío. Los tres santos callaron también, evidentemente conmovidos. Los grandes y cristalinos ojos de la muchacha comenzaron a temblar, como la leve agitación de la brisa en las aguas de un lago tranquilo.

 

 Presente

 

- Esos jóvenes deben estar listos una vez más para defender la tierra. - continuó en aquel pasillo oscuro Lengro, donde Curt lo oía a la luz de las velas mientras sostenía a la inconsciente Anna en sus brazos. - No podíamos dejar a la humanidad indefensa, ya que nada garantiza que el mal no surja desde una nueva fuente.
 
- Al menos podemos evitar una nueva guerra santa. - marcó Curt. - Muchas vidas se han perdido en nuestros tiempos.  Eso era lo que más entristecía a Atena...
 
- Sí, sólo sobrevivimos nosotros tres. Pero ahora que Atena ha regresado a tiempo, podremos llevar a cabo nuestro plan y evitar la resurrección de los espectros.
 
- Y la dulce Anna podrá esta vez vivir lejos de la guerra y la muerte. Y los jóvenes santos no tendrán que dar sus vidas para vencer al ejército de Hades... - completó Sir Curthouse esperanzado. - Todo andará bien, ¿verdad? ¿Se encontrará íntegro el sello?
 
MUY PRONTO EL CAPITULO III: "SANGRE"


#5 Australio

Australio

    Miembro de honor

  • 109 mensajes
Pais:
Argentina
Sexo:
Masculino
Signo:
Libra
Desde:
San Isidro, Argentina
Energia:
Cosmos:
Ataque:
Defensa:
Velocidad:
Victorias:
0
Derrotas:
0
Total:
0

Publicado 24 diciembre 2014 - 02:37

Capítulo 3: Sangre
 
 - ¡Ponte de pie inmediatamente, Enif! - decía la dura voz de Balduino, que lo perseguía hasta en los sueños.- ¿Qué estás esperando? - insistió. 
 
Ya era de día. Evidentemente se había quedado dormido en la misma meseta en la que había pasado toda la noche entrenando, aunque no recordaba cómo. Se puso de pie confundido y se desperezó.
 
- ¡Muestra más respeto ante el Gran Papa, mocoso! - gritó entonces su maestro, que estaba parado cerca de él.
 
Un poco más atrás, una muchacha y tres ancianos. Dos de ellos vestían túnicas blancas, y el restante usaba la ropa de los nobles cristianos, al igual que la joven. Reconoció a estos últimos: los había visto la noche anterior, ayudando al mendigo Abdula.
 
- ¡Hola Enif! - le gritó Anna, alegre.
 
- Niña estúpida...¿qué estarán haciendo ella y su abuelo aquí? - pensó el aspirante a Santo.
 
  Uno de los hombres de túnica blanca, que tenía un casco de oro con un adorno de ave con las alas desplegadas,  dio tres pasos al frente para ponerse junto a Balduino. Se trataba de un oriental con largos y finos bigotes.
 
- Has entrenado durante años  bajo las enseñanzas del Santo de Ofiuco, y fuiste instruido en la técnica de los Santos.- le habló el anciano con voz suave pero venerable. - Como Papa del Santuario, las estrellas me indicaron que traiga desde Grecia esta armadura santa, y te dé la oportunidad de probar si eres digno de ella. - y señaló a la gran caja de bronce con el grabado de un caballo alado, que descansaba sobre una roca algunos metros más atrás. - Muéstrame el poder que has obtenido. Dame una muestra de tu fuerza, para que pueda ver si eres digno de ser llamado Santo de Atena.
 
 - Con que finalmente ha venido el Gran Papa para ver si soy digno de ser un Santo... - pensó Enif mientras lo escuchaba. - Me ha llevado mucho tiempo, pero a último momento pude comprenderlo. No te defraudaré, Balduino. Presta atención.
 
 Había oído todo lo que necesitaba, o al menos eso creía en su entusiasmo por haber comprendido aquello a lo que se refería el patriarca: el poder del cosmos en su interior.
 
 Cerró los ojos. Respiró hondo, se tomó su tiempo. Todos los presentes lo observaron con interés.
 
 Su movimiento fue repentino. Abrió los ojos al mismo tiempo que apretaba su puño derecho y dirigía un potente golpe al suelo. Al tomar velocidad su puño brilló como una estrella fugaz. El resultado fue un estruendo una explosión luminosa, que sólo cuando el polvo se disipó permitió ver un agujero en el suelo del tamaño de y la profundidad de una casa corriente.
 
 Enif abrió los ojos y miró expectante hacia el Papa. Éste se acercaba al agujero observándolo detalladamente, con la cabeza inclinada y un aire escéptico. Después de pensar en voz alta con algunas expresiones guturales, dijo con indiferencia:
 
- Bueno, supera lo requerido para un santo de bronce. Se nota que lo has entrenado muy bien, Ofiuco. Tienes mis felicitaciones.
 
 El santo de plata del rostro inmutable respondió con una reverencia.
 
 - ¿Cuál es tu nombre, jovencito? - preguntó a continuación el Papa.
 
- Enif.
 
- Ya veo... Enif, te entrego esta armadura santa de Pegaso.
 
 Hubo a continuación un instante de silencio. Todos los presentes, comenzando por el propio Enif, parecían incrédulos ante la facilidad con la que el Papa había decidido entregar la armadura. 
 La jovencita fue la primera en romper el silencio:
 
- ¡Lo hiciste Enif! ¡Eres fantástico!
 
El nuevo portador de la armadura de Pegaso sonreía satisfecho.
 
- Es cierto que hay santos de bronce que no podrían igualar ese golpe... - comentó Sir Curthouse, que parecía desconcertado. - ...pero...¿sólo eso?...realmente es muy extraño de Lengro....
 
- ¿Es que no recuerdas lo que pasó con la armadura de Pegaso hace doscientos años? - le preguntó Godofredo, que mostraba la sonrisa de quien comprende la situación.
 
 - Enif, ¿por qué no abres la caja para que veas la armadura? - sugirió de pronto el Papa.
 
- Entonces...es posible que... - comenzó a pensar en voz alta Sir Curthouse.
 
- Así es - expresó Godofredo. - La verdadera prueba la pondrá la armadura, y no será una que tenga que enfrentar con sus puños...
 
 Mientras tanto Enif abría la gran caja de bronce, haciendo que todas sus caras se abran hacia afuera. Dentro había una especie de estatua en un bronce teñido de un color gris opaco. Tenía aproximadamente un metro de alto y representaba evidentemente un caballo con un par de alas algo pequeñas que salían detrás de su cuello. No se encontraba ciertamente en su mejor estado. Se la veía antiquísima y corroída, desgastada en toda su superficie, y con varias partes considerablemente agrietadas.
 
 - ¿Sientes la energía de la armadura santa, Enif? - preguntó entonces el Papa.
 
- Bueno, es verdad que se ve como algo antiguo y misterioso... - contestó tranquilamente el joven. -...pero yo lo siento más bien como un trasto inútil.
 
- Jeje...se nota que eres un hombre de juicios apresurados - replicó el anciano amablemente. - Debo advertirse que son más las veces que esto se acerca al defecto que a la virtud. Sin embargo esta vez has tenido razón, ya que esa armadura está muerta.
 
 Enif atinó a decir algo y prefirió callar, mostrándose ansioso por escuchar las explicaciones del anciano sobre que la armadura que había obtenido estaba muerta.
 
 - Las armaduras están vivas, tienen alma y voluntad propias, y en ello radica su gran poder - comenzó el Gran Papa. - Cuando reciben demasiado daño, mueren, y se convierten entonces en un conjunto de pesadas piezas de metal.
 
- Entonces, ¿esta armadura no me servirá para nada?
 
 - Jovencito, ya te he dicho que las armaduras están vivas y tienen alma y voluntad. Si esperas que la armadura te sirva, deberás servirle primero tú a ella.
 
- ¿Pero no ha dicho que está muerta?
 
- Existe una forma de resucitar armaduras, y es bañándolas con una gran cantidad de sangre de un santo. 
 
- Entonces...¿se supone que derrame la sangre de un santo? - preguntó Enif confundido.
 
- Si eres un verdadero santo, deberías tener suficiente en tus propias venas - sentenció el anciano siempre sereno. - Sólo si eres un verdadero santo tu sangre hará resucitar la armadura. Por supuesto que aún siendo así, tu vida correrá grave peligro por la cantidad de sangre que perderás. Pero si no estás destinado a ser protegido por  la constelación de Pegaso, vano será tu sacrificio. 
 
 Enif no volvió a emitir palabra. Como nunca mostraba la duda en su mirada.
 
- Piénsalo, Enif. Las estrellas para cada uno tienen trazado un destino. Observa el firmamento y busca cuál es el tuyo. Es lo que yo hago. De alguna manera, creo que es lo que todos hacen.
 
Tras estas palabras el Papa dio media vuelta y comenzó tranquilamente a volver sobre sus pasos hacia la catedral oscura. Quizás producto del envidiable porte de aquel anciano, tanto sus viejos amigos como Balduino parecieron considerar que imitar al venerable líder del santuario era lo más apropiado, y los tres se voltearon sin decir nada para seguir sus pasos. Anna fue la última en emprender la retirada, siendo la única en despedirse de Enif. Pero el nuevo portador de la armadura de Pegaso estaba sumido en sus propios pensamientos. En una confusión que pronto lo encontró solo en aquella meseta, solo con aquella armadura muerta que reclamaba su sangre.
 
Al terminar aquel día, cayó una noche estrellada. La luna brillaba grande y redonda, como presentando orgullosa las maravillas del firmamento a su alrededor. Con la mirada extraviada en algún rincón de aquel estrellado firmamento se encontraba Enif, sentado en el suelo una pequeña colina en las afueras de la ciudad junto a la gran caja de bronce que guardaba la armadura que el Papa le había otorgado.
 
Reenfocó sus ojos y se levantó con decisión. Lento pero firme, abrió una vez más aquella caja de bronce. La figura del caballo alado parecía contemplarlo, poderosa y distante. Sacó un cuchillo de su cintura y, extendiendo su otra brazo, le apoyó el filo. Levantó la mirada para buscar una vez más aquella brillante estrella que lo había inspirado, que le había mostrado su destino.
 
Brillaba prometedora, distinta, como siempre. Pero en aquel mismo instante por delante de ella pasó fugaz una sombra, como un murciélago gigante y veloz como el rayo surcando los cielos. Enif pudo seguir con la mirada el rápido movimiento de aquel curioso objeto volador, que fue frenando y descendiendo hacia una gran construcción en la ciudad, fácilmente reconocible incluso a la distancia: la catedral oscura.
 
Lo que el joven sintió fue tan simple como difícil de explicar. No era curiosidad, no era atracción. Era una sensación seca y contundente, de tener la obligación de ir en busca de aquella figura.
 
La mitad del rostro de Balduino se asomaba por el lateral de una ventana de vidrio decorado en colores, intentando escrutar el interior del recinto al que daba esa apertura. El Santo de Ofiuco se encontraba envuelto en una túnica negra, parado sobre uno te los techos de inmensa catedral. Espiaba por la ventana de una torre baja, que daba un pasillo donde se hallaban algunas habitaciones.
 
- ¡Hooolaaa! - oyó de pronto a sus espaldas. Quien fuera que lo interrumpía comprendía que debía mantener el silencio, ya que había saludado con un murmullo casi imperceptible.
 
Balduino se volvió para encontrar a su discípulo Enif, con una sonrisa pícara y la caja de bronce que el Papa le había entregado colgada a sus espaldas.
 
- ¿Qué demonios haces aquí niñato? - preguntó el santo de Plata procurando reflejar su enojo en los bajos murmullos en los que se desarrollaba la conversación.
 
- Sólo me preguntaba si entrenaríamos hoy, Balduino...
 
- Idiota, tu entrenamiento ya ha terminado. Ya sabes lo que debes hacer. Ahora vete.
 
- Jeje... En realidad he visto una figura muy extraña, como un murciélago enorme que se movía como el rayo, descendiendo aquí.
 
- ¿Un murciélago dices?
 
- ¿Qué es lo que sucede en este lugar tan misterioso, Balduino? ¿Es que tú tampoco lo sabes? ¿Por eso estabas espiando?
 
- ¿Cómo te atraves mocoso? ¡Vete de aquí ya mismo si no quieres que sea yo el  que te saque!
 
- Ciertamente, Balduino, sacarme de aquí podría resultarte un poco ruidoso...
 
 El santo de plata se detuvo un momento y pareció calmar su ira.
 
- Realmente he conseguido que hasta un mocoso descerebrado como tú se convierta en un adversario astuto. Eso me reconforta. Puedes quedarte. Si lo arruinas, juro que te mato.
 
 Balduino se volvió a la ventana y asomó un ojo discretamente, continuando con su observación. Tímidamente, Enif fue del otro costado de la ventana e imitó a su maestro. Adentro se encontraba Sir Curthouse sosteniendo una vela en la total oscuridad. Conversaba con el Papa, mientras Anna permanecía a su lado. Hablaban evidentemente en voz baja por lo entrado de la noche, por lo que era imposible para los espías oír lo que decían. 
 
 Mostraban sonrisas y los tres parecían en una agradable conversación. En cierto momento el Papa extrajo de una de sus mangas una pequeña moneda sujeta con una cadena, a modo de colgante. Lo acercó a los ojos de Anna, que miraba fascinada mientras el anciano oriental hacía ir y venir la moneda a un lado y al otro a modo de péndulo frente a los ojos de joven. En un momento la doncella cayó inconsciente, sujetada por los brazos de su abuelo.
 
 
 
 - ¿Con eso bastará? - preguntó Curthouse.
 
 - Con eso tú no podrías despertar en un año - sentenció jocoso el Papa.
 
 - De haber sabido que podías hacer eso, te lo habría pedido unas ciento cincuenta veces.
 
 - Jaja, no digas eso, Curt. ¡Si se han pasado de rápido los doscientos años!
 
 -  No lo creo. Y eso que sólo han sido ciento sesenta y siete.
 
 - Sí, parece que Atena se ha adelantado. Ha de ser su voluntad de que concretemos nuestro plan. Como ha llegado a tiempo, esta vez podremos cumplir su deseo.
 
Ciento sesenta y siete años atrás
 
Una joven de largos y frondosos cabellos castaños, aparentando unos quince años. Un ojo marrón y otro azulado, en un vistoso vestido azul de la nobleza europea. Se encontraba parada en medio de una gran tienda de campaña, con comodidades improvisadas. Frente a ella tres hombres, vestidos en armaduras de oro, se inclinaban sobre sus rodillas.
 
- Señora Atena, - se expresó el que se arrodillaba a la izquierda de la dama, que llevaba un escudo en el brazo izquierdo y otro en el hombro derecho, y de su espalda salían sobre sus hombros dos barras cruzadas, todo del mismo color dorado de su armadura. Se trataba de un hombre de claras facciones chinas y cabeza afeitada, con fino bigote. Sostenía en sus brazos un yelmo redondo. -  le informo que los hombres a mi cargo están recuperados y listos para avanzar.
 
- Lo mismo he venido yo a informarle - dijo el del centro, un hombre de cabello rubio prolijamente recortado, grandes ojos celestes, que sostenía entre sus manos un casco del que salían dos largos cuernos con una leve curva.
 
- Todos están con grandes ánimos para continuar luchando - declaró el restante, un hombre de largos y enmarañados cabellos negros, facciones grandes, tez pálida y aire excéntrico. Su armadura de oro lucía un entramado en muchas terminaciones puntiagudas, y entre sus manos sostenía una especie de tiara capaz de rodear la cara con prolongaciones hacia arriba como las patas de una araña.
 
La joven ni siquiera los miraba y permanecía con la mirada ausente.
 
- ¿Se encuentra bien, Señora Atena? - preguntó aquel que portaba el yelmo de largos cuernos.
 
- Robert, Len-Grou, Godofredo... - se expresó la joven apesadumbrada. - Sólo pensaba en todos esos jóvenes. ¿No creen que es injusto que no puedan vivir una vida tranquila? A mí me gustaría vivir lejos de la violencia, como una muchacha normal...
 
Y guardó silencio mirando al vacío. Los tres santos callaron también, evidentemente conmovidos. Los grandes y cristalinos ojos de la muchacha comenzaron a temblar, como la leve agitación de la brisa en las aguas de un lago tranquilo.
 
- Esos jóvenes deben estar listos una vez más para defender la tierra. - continuó en aquel pasillo oscuro Lengro, donde Curt lo oía a la luz de las velas mientras sostenía a la inconsciente Anna en sus brazos. - No podíamos dejar a la humanidad indefensa, ya que nada garantiza que el mal no surja desde una nueva fuente.
 
- Al menos podemos evitar una nueva guerra santa. - marcó Curt. - Muchas vidas se han perdido en nuestros tiempos.  Eso era lo que más entristecía a Atena...
 
- Sí, sólo sobrevivimos nosotros tres. Pero ahora que Atena ha regresado a tiempo, podremos llevar a cabo nuestro plan y evitar la resurrección de los espectros.
 
- Y la dulce Anna podrá esta vez vivir lejos de la guerra y la muerte. Y los jóvenes santos no tendrán que dar sus vidas para vencer al ejército de Hades... - completó Sir Curthouse esperanzado. - Todo andará bien, ¿verdad? ¿Se encontrará íntegro el sello?
 
- Bueno, de no ser así lo habríamos notado. Además quien quedó a cargo de protegerlo fue el más poderoso entre los santos de nuestros tiempos...
 
- Es cierto. Por momentos no sabía si el verdadero dios de la muerte era el que teníamos en frente o el que teníamos de nuestro lado.
 
- Yo también he tenido la duda, y si no se hubiera puesto tan viejo, la seguiría teniendo. Definitivamente ese trapo arrugado no es un ser inmortal.
 
 Los dos ancianos rieron alegremente durante un instante hasta que fueron interrumpidos por un estornudo. Godofredo emergió de la oscuridad.
 
- Que indigno de dos caballeros andar cuchicheando por los pasillos a estas horas. - les reprochó mientras se acercaba.
 
- Pensamos que te habías quedado dormido. - contestó Lengro. - Pero supusimos que te despertarías cuando mojaras la cama.
 
- Déjalo ya, que tus bromas están más viejas que tu cara. ¿Está dormida la niña?
 
- Tan dormida como tu virilidad - respondió el Papa con picardía.
 
- Acompáñenme. Y no me haré responsable si la muchacha despierta.
 
 Y los tres ancianos, con Anna dormida en los brazos de Curt, caminaron hasta perderse en la oscuridad de una escalera al otro lado del pasillo.
 
- Balduino, se han ido. - cuchicheó Enif aún mirando por el borde de aquella ventana.
 
-  ¿De verdad? - contestó irónico el joven rubio que espiaba por el otro lado.
 
- ¿El Papa hipnotizó a la chica, verdad? ¿A dónde crees que la lleve?
 
- Creo...que ya sé donde - contestó Balduino, que se había vuelto para mirar el cielo, pensativo. - Sígueme.
 
 Ágil y fugaz, el santo de plata descendió de aquel techo seguido por su discípulo. Rodearon la catedral para detenerse frente a una pequeña puerta de hierro escondida tras una torre en la parte trasera. Balduino extrajo un manojo de llaves y la abrió con sigilo. Los jóvenes recorrieron un largo  pasillo en total oscuridad. Balduino se movía con celeridad y doblaba a veces a un lado o al otro, como si se tratara del arquitecto de aquel laberinto indescifrable en el que nada se podía ver.
 
- No puedo ver nada - se quejó Enif.
 
- Mejor así. - contestó en seco su maestro. - Guarda silencio.
 
De pronto tomaron un camino circular y una tenue luz comenzó a dejar ver los húmedos e irregulares muros de piedra que los rodeaban. A su izquierda, la pared presentaba pequeñas aberturas del tamaño de la cabeza de un hombre ubicadas regularmente cada tres metros, que pronto parecieron dar a una habitación con una fuente de luz. Balduino se agachó y se volvió para asegurarse que su discípulo hiciera lo mismo. Cuidadosamente, se adelantó unos pasos más y asomó a medias su cabeza por una de las aberturas.
 Ante sus ojos se extendía un amplio recinto con un alto techo abovedado que sin embargo no parecía dar al exterior. Tanto las paredes como el piso estaban enteramente revestidos en mármol, y mostraban mosaicos sobre encuentros entre ángeles y hombres. 
 
 En un extremo, dominaba la habitación un altar hecho enteramente en oro, cuya gran cantidad de velas distribuídas en cuatro hileras estaba encendida en su totalidad, siendo la única iluminación del lugar. Tras el altar, un grueso cofre de oro macizo en forma de sarcófago parecía ser la reliquia principal de la capilla, y más allá la imagen grabada en oro de un ángel de cabellos largos y expresión siniestra hacía de fondo al altar. Las sombras se alternaban por la figura dándole un toque tétrico al ambiente.
 
Frente al altar se encontraban parados los tres ancianos, con el europeo aún sosteniendo a la muchacha inconsciente en sus brazos. Esta vez el eco del gran recinto permitía que sus voces llegaran a los oídos de los dos jóvenes que estaban espiándolos.
 
- Bueno, aquí es. - sentenció Godofredo. - Aquí fue donde comenzamos nuestro plan hace ciento sesenta y siete años, nosotros tres. Los únicos Santos de Atena que habíamos quedado. Y aquí es donde ese plan tendrá ahora su conclusión. Como verán, he mantenido este lugar oculto y no ha cambiado mucho, pero me he tomado la molestia de mantenerlo limpio.
 
- Estos viejos nunca tienen nada que hacer... - dijo Lengro entre risas, que parecía no saber cuándo terminar con sus chistes.
 
- ¿Estás seguro que podrás escribir esos sellos, anciano? - le preguntó entonces Godofredo.
 
- Si tú con esa cara puedes agarrar una escoba, yo puedo construir un carro que vaya a la luna.
 
-  ¿Cómo pueden estar hablando sandeces en un momento como este? - interrumpió Curt, que sostenía a Anna en brazos y había permanecido callado. -  Los tres estamos aquí reunidos y tengo en mis brazos a Atena, que ya ha crecido lo suficiente. Hagamos esto de una vez.
 
-¿Oíste lo que dijo, Balduino! - susurraba mientras tanto Enif. Entonces esa chica...
 
- ¡Silencio o estás muerto! - cuchicheó en voz más suave pero verdaderamente amenazante el santo de Ofiuco.
 
Los tres ancianos subieron al altar y rodearon el sarcófago dorado.
 
- Bueno, aquí está. - oyeron decir al maestro de Balduino mientras abría el sarcófago. - Este el lugar donde hace ciento sesenta y siete años fueron sellados los demonios del inframundo, el ejército de Hades. ¿Creés que podrás rehacer los sellos sin usar demasiada sangre de la joven, Lengro?
 
- Ehm...sí, no hay problemas con eso. - contestó el Papa que no dejaba de mirar pensativo al interior del sarcófago.
 
- Con esto mantendremos a Hades sellado durante doscientos años más y evitaremos la guerra santa. - Exclamó Sir Curthouse esperanzado.
 
- Entonces empecemos. - sentenció Godofredo dirigiendo su mirada a Curt, que dio un paso al frente con la muchacha en brazos. 
 
 Godofredo sacó de entre sus vestimentas una gran daga dorada. Su empuñadura de bronce estaba decorada con un rubí en la base y una esmeralda al final, de donde salían dos adornos en forma de alas de oro además de la gruesa hoja que tenía grabado un extraño símbolo de muchas puntas.
 
 Solemne, levantó el arma mientras Curt tomaba uno de los brazos de la muchacha y lo extendía hacia Godofredo. Éste dirigió la hoja hacia la muchacha en un movimiento repentino increíblemente veloz, que los jóvenes que observaban a la distancia ni siquiera pudieron percibir.
 
 Cayeron dos gruesas gotas de sangre. La punta de la hoja de la daga dorada perforaba apenas el cuello de Anna, detenida justo a tiempo por la mano del Papa, que sujetaba la mano que empuñaba el arma, la de su amigo Godofredo.

-------------------------------------------------------------------------------------------

¡Enif y sus amigos volvieron en forma de fichas!

SANTOS DE LA NUEVA ERA

ENIF
Armadura: Pegaso
Rango: Bronce
Edad: 13 años
Color de Cabello: Negro
Ojos: Marrones
Estatura: 1.68m
Peso: 60 kg
Fecha de nacimiento: 30 de noviembre
Signo: Sagitario
Lugar de Nacimiento: Jerusalén
Lugar de Entrenamiento: Jerusalén
Técnicas: Meteoros, Patada Giratoria

BALDUINO
Armadura: Ofiuco
Rango: Plata
Edad: 18 años
Color de Cabello: Rubio
Ojos: Azules
Estatura: 1.76m
Peso: 67 kg
Fecha de nacimiento: 10 de julio
Signo: Cáncer
Lugar de Nacimiento: Jerusalén
Lugar de Entrenamiento: Jerusalén
Técnicas: Garra trueno, Constricción

SANTOS SOBREVIVIENTES DE LA ERA ANTERIOR

LEN-GROU (LENGRO)
Armadura: Ninguna actualmente, Libra (167 años atrás)
Rango: Papa (ex- dorado)
Edad: 189 años
Color de Cabello: Calvo
Ojos: Negros
Estatura: 1.60m (actualidad), 1.74m (167 años atrás)
Peso: 50 kg (actualidad), 66 kg (167 años atrás)
Fecha de nacimiento: 3 de Octubre
Signo: Libra
Lugar de Nacimiento: China
Lugar de Entrenamiento: El Santuario, Grecia
Técnicas: La Furia del Dragón, El Último vuelo del Dragón

GODOFREDO (El obispo de la catedral oscura)
Armadura: Cáncer
Rango: Dorado
Edad: 189 años
Color de Cabello: Negro
Ojos: Negros
Estatura: 1.50m (actualidad), 1.72 cm (167 años atrás)
Peso: 42 kg (actualidad), 66 kg (167 años atrás)
Fecha de nacimiento: 8 de julio
Signo: Cáncer
Lugar de Nacimiento: Atenas
Lugar de Entrenamiento: El Santuario, Grecia
Técnicas: Ondas Infernales, Fuegos Fatuos

SIR ROBERT CURTHOUSE (CURT)
Armadura: Capricornio
Rango: Dorado
Edad: 186 años
Color de Cabello: Rubio
Ojos: Celestes
Estatura: 1.55 m (actualidad), 1.80 m (167 años atrás)
Peso: 52 kg (actualidad), 70 kg (167 años atrás)
Fecha de nacimiento: 24 de diciembre
Signo: Capricornio
Lugar de Nacimiento: Inglaterra
Lugar de Entrenamiento: Inglaterra
Técnicas: Excalibur, Thyrfing

OTROS PERSONAJES

DAVID
Edad: 12 años
Color de Cabello: Negro
Ojos: Grises
Estatura: 1.67m
Peso: 58 kg
Fecha de nacimiento: 16 de septiembre
Signo: Virgo
Lugar de Nacimiento: Jerusalén

ANNA
Rango: Deidad (Atena)
Edad: 13 años
Color de Cabello: Castaño
Ojos: Uno avellana y otro azulado
Estatura: 1.63m
Peso: 53 kg
Fecha de nacimiento: 15 de septiembre
Signo: Virgo
Lugar de Nacimiento: El Santuario, Grecia

#6 Kobain_DX

Kobain_DX

    Que paso, que paso? Si yo le voy al Necaxa

  • 371 mensajes
Pais:
Mexico
Sexo:
Masculino
Signo:
Escorpion
Energia:
Cosmos:
Ataque:
Defensa:
Velocidad:
Victorias:
0
Derrotas:
1
Total:
1

Publicado 24 diciembre 2014 - 13:18

Que interesante se pone... jeje vemos tramas que se acercan al milenio de años jejeje.

 

Buen detalle de las fichas, verdad que sacan mas de un apuro?

 

Me agrada la personalidad de Balduino. Y curiosamente llegamos al mismo detalle de que el Patriarca anterior era del signo Libra aunque obvio son distintos. 

 

Muy bien manejado, te tomas tu tiempo y eso me agrada, es muy gratificante leer los fics de los demas para luego irse inspirando.

 

Saludos y felices fiestas amigo! 



#7 Australio

Australio

    Miembro de honor

  • 109 mensajes
Pais:
Argentina
Sexo:
Masculino
Signo:
Libra
Desde:
San Isidro, Argentina
Energia:
Cosmos:
Ataque:
Defensa:
Velocidad:
Victorias:
0
Derrotas:
0
Total:
0

Publicado 19 enero 2015 - 19:47

Capítulo V: Batalla mortal en la Catedral oscura
 
  El anciano Curt, con Atena en brazos, miraba atónito sin poder moverse como uno de sus antiguos compañeros empuñaba un arma que hería el cuello de la diosa, detenido justo a tiempo por la mano del otro. Más sorprendidos aún se encontraban en su escondite los silenciosos espías, Balduino y Enif.

Sir Curthouse reaccionó y dio un salto hacia atrás, poniendo a la joven a salvo de la daga que empuñaba Godofredo.
 
- Godofredo...¿realmente tú...? - preguntó Lengro con seriedad, aún sujetando la mano de su antiguo compañero de armas.
 
El Obispo de la Catedral oscura lo miró con una expresión de rabia y, con un brusco movimiento, dio un salto hacia atrás liberando su mano.[/size][/size]
 
- ¿Quién diría que un viejo tan feo iba a ser tan rápido? - le dijo entonces al Papa.
 
-  Anciano senil, ¿pensaste que no notaría que el sello había sido roto? - contestó el oriental entre risas.


 
- ¿Qué dijiste, Lengro? - preguntó exaltado Sir Curthouse.
 
- Así es - respondió el Papa solemne mientras con un ademán de su mano dejaba caer al piso una caja de madera, del tamaño de los receptáculos para las cenizas de los muertos, que se encontraba dentro del sarcófago dorado. Varios antiguos talismanes de papiro se adherían al cofre, pero al chocar éste con el suelo se despegaron de él, mientras el contenedor se abrió mostrándose vacío. - El sello ya ha sido roto. De alguna forma, Godofredo liberó al ejército del inframundo sin que lo notáramos. 
 
- Es usted muy perspicaz, señor Papa. - interrumpió Godofredo con malicia. - Como verá, las fuerzas del inframundo ya están listas para hacerse con la tierra, y esta mocosa y dos ancianos no podrán detenerlas. ¿Crees que los caballeros que has entrenado estos años podrán hacer algo, Len-Grou?
 
- ¿Qué demonios dices Godofredo? - gritó Curt al borde de la desesperación.
 
- Tú...eres un traidor Godofredo, realmente no puedo creerlo. - dijo entonces el Papa solemne. - Después de tantos años, has sido tú el que ha liberado a Hades, e incluso has intentado asesinar a Atena. Bueno, - expiró entonces mostrando cansancio - hemos fracasado. Habrá una nueva guerra santa, no pudimos evitarlo. Por supuesto, - y entonces levantó su mirada airoso y desafiante - una vez más lo santos de Atena se encargarán de defender la tierra y neutralizar a las fuerzas infernales, ya que para eso están preparados. En cuanto a tí, - y le dirigió a Godofredo una mirada llena de rabia y determinación - por haber traicionado a tus hermanos de armas e intentado asesinar a Atena, te castigaré ahora mismo.


 
Godofredo río fuertemente.
 
- ¿No ves que eres tú el senil? ¿Cómo piensas castigarme si yo soy el más poderoso de los Santos? ¡Tú ni siquiera recibiste

el Misophetamenos, no eres más que un viejito inútil! ¡Acabaré con ustedes dos y la mocosa ahora mismo! ¡Permítanme

recordarles el terror que inspira Godofredo de Cáncer!
 
Algo comenzó a moverse en el cuerpo del viejo santo dorado. Por debajo de su blanca túnica hasta el suelo se veía como si

algo enorme, más grande que él mismo, saliera de su interior, luchando por surgir. De pronto fue como su su cabeza fuera

abierta desde adentro. Su rostro iba cayendo hacia abajo por su cuello hasta desaparecer bajo la única mientras, desde

arriba, una nueva cabeza emergía, repleta de largos y revueltos cabellos negros. 
 
 La figura en transformación se fue incorporando hasta tener la altura de un hombre adulto. Un rostro siniestro e imponente

se mostró entre los cabellos revueltos. Asombrados ante el espectáculo, los testigos no habían visto acercarse a la figura de

un cangrejo dorado que flotaba emanando una poderosa aura de luz. Se desarmó en la armadura de oro que vistió a Godofredo,

aquella con una tiara que rodeaba la cara y tenía prolongaciones hacia la cabeza en forma de las patas de un cangrejo. El más

poderoso Santo, Godofredo de cáncer, estaba de regreso tras ciento sesenta y siete años, exactamente igual de joven y

terrible que sus compañeros lo recordaban.
 
 Enif miró a su maestro, que contemplaba la escena tan frío como siempre. Sin embargo se veía menos firmeza en su rostro e

intermitencia en su normalmente punzante mirada.
 
- Su maestro ha traicionado a Atena y al Papa, realmente debe estar confundido. Yo también lo estoy. Lo cierto es que el

maestro de Balduino desprende una energía terrible, incluso me cuesta moverme.
 
 Sir Curthouse caminó al frente.
 
 - Lengro, cuida de Atena. - dijo al pasar junto al Papa mientras la depositaba en sus brazos. - Esto me toca.
 
- Curt... - alcanzó a decir el oriental.
 
 El rubio anciano se detuvo frente al santo de cáncer y sonrió.
 
- Muy bien, Godofredo. Ahora que te veo con atención, no eres más que un demente sin honor. Yo, Sir Curthouse de Capricornio,

seré tu oponente.
 
 Se vieron grandes movimientos bajo las ropas de Curt. De la misma manera que había pasado con Godofredo, de su interior

surgió un bello y esbelto joven en la flor de la edad. Algo fornido, de lacios cabellos rubio y transparentes ojos celestes.

La armadura de capricornio se manifestó también respondiendo a su portador. Era la figura de una cabra montesa de largos

cuernos, que se acercó flotando y se desarmó de repente para vestir el cuerpo del santo.
 
 - Jaja, no me hagas reír, Curt - respondió cínico Godofredo. - Tú nunca has estado a mi altura. Si no fuera por Lengro,

Atena ya estaría muerta. Pero supuse que los años te habrían vuelto terco, e invité a alguien para que juegue contigo.

¡Wyvern!
 
Una sombra negra emergió fugaz de las penumbras del techo abovedado del recinto. Chocó con la velocidad de la luz a Curt, que

salió despedido hacia atrás y golpeó fuertemente una pared, perdiendo su yelmo de alargados cuerdos. 
 
 Ante él se hallaba de pie un hombre alto, vestido en una coraza negra similar a las armaduras santas, con terminaciones y

adornos en punta y dos enormes alas que salían e la espalda. Llevaba en su cabeza un casco con dos grandes cuernos, que

dejaba ver un rostro árabe terrible y frío, lleno de cicatrices, con un par de delgados ojos negros cuya expresión era

siempre sanguinaria.

- ¡Ahí está! - susurró Enif. - Ese debe ser el murciélago que vi. ¿Lo ves?

- Enif, debes huir lo más lejos que puedas. - dijo serio pero exaltado Balduino. - El poder de esos cuatro se encuentra más

allá de tu imaginación, ponte a salvo.

- ¿Justo ahora? ¡Bromeas! ¿Y qué harás tú?

El Santo de Plata apretaba los dientes. Un brillo se veía en sus ojos. Su voz temblaba un poco. Enif jamás lo había visto

así.

- Luchar...¡Luchar por Atena y por la justicia, hasta que la sangre deje de correr por mis venas! - Contestó repentinamente

con un grito, luego de pensarlo un instante. - ¿Está claro? - Enif lo miraba conmovido, pasmado. - ¿Lo has entendido idiota?

- Sí... - contentó Enif con algo de miedo - Lo he entendido.

- Adiós. - Susurró Balduino al darle la espalda a su discípulo.

Mientras tanto Sir Curthouse se ponía de pie, un poco aturdido. Inclinaba su cabeza hacia uno y otro lado examinando a

aquello que lo había golpeado, aquel hombre de mirada helada en una negra armadura con grandes alas.

El anciano de más de ciento ochenta años que se veía ahora como un jovencito tomó una postura de hidalguía, y una sonrisa

sobradora se dibujó en su rostro.

- Pensé que ya no hacían de estos pajarracos - comentó con algo indiferencia. - Tú eres el que llaman Wyvern, ¿verdad?

El hombre de negro casi no movía los labios a la hablar, no cambiaba de enfoque su mirada, mucho menos emitían gesto alguno

sus facciones. Su voz era grave y pesada. Hablaba lentamente, como presa de un profundo dolor que realmente inspiraba terror.

- Yo soy Yusuf del Wyvern, uno de los invencibles jueces del infierno, y por tu insolencia haré de la eternidad un tormento

para tí.

- Con que Yusuf, ¿eh? - respondió Curt con el mismo aire burlón. - Creo que el anterior se llamaba parecido, no lo recuerdo

bien.

- ¿De qué estás hablando? - preguntó Yusuf inquieto.

- Yo fui quien acabó con el juez de Wyvern en la anterior guerra santa. - Contestó el santo de oro riendo un poco. - No fue

rival para mí, Sir Curthouse de Capricornio, a pesar de ser uno de los tres jueces, los más poderosos entre las fuerzas del

inframundo.

- Eres un insolente hablador. - dijo entonces el espectro. - Te demostraré que ningún santo de Atena puede vencerme.

Con movimientos secos y automatizados, Wyvern extendió sus brazos frente a su pecho apuntando hacia adelante con las palmas

de las manos. Sus músculos se tensaron mientras Curt pudo sentir como acumulaba una gran cantidad de cosmos.

- ¡GRAN CAUCION! - grito de repente, al tiempo que toda su energía estallaba en sus manos. Enormes ondas circulares emergían

una tras otra de sus palmas, expandiéndose con gran poder de destrucción.

El santo de capricornio observó la ejecución de la técnica con una sonrisa al tiempo que levantaba su mano derecha como si

fuera a partir una tabla con el canto. Al impactarle las ondas, se vieron destellos dorados que dibujaban curvas en frente

del santo.

Las ondas destructivas de Wyvern arrasaron completamente con el mobiliario de aquel sector del recinto, arrancando incluso

las paredes internas. Finalizada la emisión de la terrible técnica, Curt se encontraba ileso, con la mano en la misma

posición y la misma sonrisa.

- ¡Imposible! - exclamó el juez de Wyvern.

- El anterior también hacía la misma tontería. - dijo Sir Curthouse burlón. - Pero mi brazo puede cortarlo todo, incluso las

ondas expansivas de tu ataque. Se trata de Excalibur, la espada sagrada. - Agregó orgulloso. - ¡Y con ella cortaré tu maldita

cabeza!

Apuntandole con el canto de la mano, el santo dorado se abalanzó sobre el sorprendido espectro.

- Ahora veo que es cierto. En verdad el ejército de Hades ha regresado. - reflexionó Lengro, ahora con la joven Anna

durmiendo en sus brazos, mientras veía la disputa entre su compañero y el espectro.

- Me alegra que tus desgastados ojos te permitan verlo. - respondió Godofredo con cinismo, mientras se le acercaba a paso

lento pero firme. - ¿Ahora lo comprendes? ¡No hay nada que puedas hacer! ¡Entrégame a Atena de una vez! - gritó mientras

llegaba al frente de su antiguo compañero e intentaba sujetarlo con uno de sus brazos.

Antes de ser tocado, Len-grou se desplazó en un fugaz movimiento a un lado, escapando de la arremetida de Godofredo. Aún

anciano y con la muchacha en brazos, se había movido a una velocidad insuperable.

- Sabes que no te será tan fácil. - le dijo al santo de Cáncer con dureza y serenidad, mientras sujetaba más fuertemente a

la joven y sus delgados pero vivaces ojos se clavaban con un brillo en su adversario, dándole una imagen llena de dignidad a

pesar de lo envejecido de su cuerpo.

- Sólo extiendes tu tormento, viejo amigo. - dijo Godofredo con ironía. - ¡Ya sé! Voy a enviarte directo al infierno junto

con tu adorada diosa.- Con una risa malévola, el santo de Cáncer extendió hacia arriba su brazo derecho, apuntando hacia el

techo con el dedo índice. - ¡ONDAS INFERNALES!

En un instante, el santo de Cáncer concentró una gran cantidad de energía en la punta de su dedo, que comenzó a girar en

torno a él formando un espiral negro. De una oscuridad paralizante, las ondas de energía provocaban un viento frío y zumbador

que revolvía los negros cabellos del siniestro ejecutor de la técnica. Con una risa maligna, dirigió el oscuro espiral hacia

el anciano y la jovencita que éste sostenía.


- ¡CONSTRICCIÓN! - resonó en el recinto la voz de Balduino, que apareció enfrentando con brazos y manos abiertas el ataque

de su maestro. Vestía una armadura violácea con una gran pechera y emergentes hombreras dobles un cinturón y protección en

las rodillas además de botas y una tiara de entramado curvo en forma de serpiente enroscada.

- ¡Balduino! ¿Qué demonios estás haciendo aquí? - preguntó severo y furioso el santo de cáncer.

El santo de Ofiuco parecía sostener con sus manos las ondas infernales, y con evidente esfuerzo iba cerrando sus brazos

hacia el centro haciendo comprimir el espiral, que finalmente se disipó.

- Estoy protegiendo a Atena, ya que ese es mi deber como santo. - respondió entonces el rubio con su rigidez característica

pero con un brillo especial en los ojos.

- Ofiuco... - murmuraba sorprendido el Papa.

- ¡No seas insolente! - lo reprendió Godofredo. - Soy tu maestro, sabes mejor que nadie que no puedes detenerme. Apártate

ahora mismo. Tú no puedes manipular las ondas infernales, no podrás detener el próximo ataque.

- Lo siento, maestro. Pero yo también tengo un discípulo. - dijo firme el santo de plata-. Un joven al que enseñé a luchar

con honor y defender la paz hasta el último aliento. Y de ninguna manera, - y entonces su voz se quebró un poco - lo haré

sentir lo que estoy sintiendo ahora. Que el hombre que me inculcó los valores que dan sentido a mi existencia los ha

abandonado. Es por eso que protegeré a Atena hasta el final, aunque tenga que morir a sus manos, maestro.

- Ya veo. Perdón por haberte decepcionado, jovencito. - replicó con sarcasmo el rejuvenecido santo de Cáncer. - Ahora mismo

te daré el gusto y acabaré con tu vida para que vayas contento al infierno.

- Presta atención, Enif. - pensó entonces Balduino con lágrimas en los ojos. - Esto lo hago por tí.


......................................................................................................

YUSUF
Armadura: Súrplice de Wyvern
Rango: Juez del Infierno
Edad: 17 años
Color de Cabello: Negro
Ojos: Negros
Estatura: 1.77m
Peso: 69 kg
Fecha de nacimiento: 6 de agosto
Signo: Leo
Lugar de Nacimiento: Palestina
Lugar de Entrenamiento: ?
Técnicas: Gran Caución, Alas del Wyvern




0 usuario(s) están leyendo este tema

0 miembros, 0 invitados, 0 usuarios anónimos


Este tema ha sido visitado por 18 usuario(s)

  1. Politica de privacidad
  2. Reglas generales ·